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Pbro. Francisco Javier Albores Teco Escuela de ministerios y diaconado permanente Arquidiócesis de Tuxtla MARÍA EN LA ESCRITURA Y EN LA FE DE LA IGLESIA

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Pbro. Francisco Javier Albores Teco

Escuela de ministerios y diaconado permanente

Arquidiócesis de TuxtlaMARÍA EN LA ESCRITURA Y EN LA FE DE LA IGLESIA

INTRODUCCIÓN

Lo que a continuación se presenta no quiere ser un tratado de mariología sino mas bien un acercamiento a esta gran mujer desde la justificación del tema, el problema ecuménico, María en la Escritura y culminando con el conocimiento breve de los dogmas marianos.

Sabiendo que es solo una introducción al tema mariano dejo en manos de los alumnos la profundización de cada apartado para ello podrán valerse de la bibliografía que se presenta y de otras muchas que existen al respecto.

Que el Señor te bendiga y te proteja

Pbro. Fco. Javier Albores Teco

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CAPITULO I

EL ESTUDIO TEOLÓGICO SOBRE MARÍA

Un estudio teológico sobre María será siempre un intento de procurar entender la riqueza de los contenidos de nuestra fe sobre María.

Con respecto a la figura de María, nuestro estudio estará animado del más vivo entusiasmo. Todo resultado obtenido debe recogerse cariñosamente. Pero con la conciencia de que el misterio de María contenido en el Mensaje de Dios que éste entregó a la Iglesia para que lo custodiase y explicase supera inconmensurablemente los resultados de este estudio.

La razón de ser de un estudio teológico sobre María

Si la Teología significa, etimológicamente, tratado sobre Dios, ¿por qué se ocupa de María?

a) No basta responder que la teología se ocupa de María porque el Nuevo Testamento habla de ella, ya que también se habla de Pilatos y no por eso se hace teología de él.

b) Tampoco bastan sus privilegios personales para justificar un estudio teológico. En el fondo, los privilegios de María –mirados en cuanto dones meramente personales- son importantísimos para ella, pero mucho menos para nosotros. También otros santos han tenido gracias especiales.

c) María entra, en la teología como objeto de ella – y no podría entrar de otra manera-, en cuanto que tuvo un papel positivo en la obra de la salvación.

La teología protestante en el Sínodo General de la Iglesia reformada de Holanda escribió una carta pastoral en donde se plantea las divergencias existentes entre católicos y protestantes en torno a María. La carta reconoce que María tiene, sin duda, una gran importancia en el catolicismo; importancia que éste apoya sobre determinados textos bíblicos. ¿No ha llamado el ángel Gabriel a María <<llena de gracia>> y <<bendita entre las mujeres>>? (Lc 1,28). La segunda de estas dos alabanzas, ¿no ha sido repetida por Isabel? (V. 42). ¿No ha profetizado María de sí misma: <<he aquí que desde ahora me llamaran bienaventurada todas las generaciones>>? (v. 48). Sin embargo -prosigue la carta pastoral-, a los ojos de la Iglesia Católica, el texto de mayor trascendencia mariológica es el que contiene la respuesta de María al ángel: <<He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra>> (v. 38). La carta pastoral descubre aquí el sentido último de la mariología católica: en este pasaje evangélico hay una cooperación de María –por la decisión de su <<sí>>- a la obra de la redención.

En efecto, en la anunciación, en la encarnación del Verbo, empieza la salvación del género humano. María es el instrumento gracias al cual se realiza la encarnación. Pero no es utilizada pasivamente por Dios. María es instrumento al que Dios interpela y cuyo <<sí>> y decisión libre espera; un <<sí>> que es la condición previa para que de ella el Verbo tome carne, y tenga así lugar la salvación de los hombres.

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De este modo, María aparece en el mismo corazón de la obra salvadora. A veces, los fieles tienen una idea demasiado pobre de la encarnación. Piensan en ella como algo previo a la salvación misma: un mero formarse en el seno de María la víctima que un día, años más tarde, va a morir en la cruz, y nos salvará entonces con su muerte. La perspectiva de los Santos Padres griegos era otra: la encarnación es ya, en sí misma, salvadora, pues en ella ha comenzado a construirse el organismo de salvación por incorporación vital al cual nosotros nos salvamos; en otras palabras: al formarse Jesús en el seno de María, no sólo se está formando el Jesús histórico que vivió en Palestina hace más de dos mil años, sino la Cabeza de un gran cuerpo místico; es decir, ha comenzado a construirse ese gran organismo que es el Cristo místico, del que el creyente en estado de gracia es miembro vivo con la vida sobrenatural, que procede de la Cabeza y le vivifica como la savia vivifica los sarmientos (cf. Jn 15,1-6): <<como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo>> (1 Cor 12,12). María no sólo interviene activamente sino que es pieza clave en la historia de la salvación.

Se dijo que los privilegios personales de María no bastan para justificar un estudio teológico sobre ella. Así es. Pero, una vez asegurado el papel positivo de María en la obra de la salvación, también ellos son objeto del tratado teológico que llamamos mariología. Los privilegios se dieron a María en orden a su misión dentro de la obra salvadora. Por ello, su estudio nos ilumina más adecuadamente el sentido de la misión de María, a la que esos privilegios se ordenan y con la que tienen correspondencia.

La paradoja del estudio teológico sobre María

Puede resultar desalentador tomar conciencia de que hemos justificado la existencia de la mariología como tratado teológico precisamente porque María tiene un papel activo en la obra de la salvación, pues lo que hace posible la existencia de la mariología constituye, a la vez, su gran dificultad ecuménica. Una dificultad que toca el mismo ser o no ser del protestantismo, ya que ataca su principio central. La esencia del protestantismo se sitúa en su tesis que sostiene que un hombre se salva exclusivamente por su fe.

Según Lutero –interpretando el texto de Rm 1,17- el hombre es incapaz de obras buenas que lo salven, es radicalmente pecador, y sólo puede confiar en que Dios no le tenga en cuenta su situación de pecado. Precisamente a esta <<confianza del corazón por Cristo en Dios>> es a lo que Lutero llama fe. Esa fe-confianza sería, según Rom 3,28, lo único que justifica al hombre. Consecuentemente, Lutero traducirá siempre Rom 3,28 (<<sostenemos que el hombre queda justificado por la fe independientemente de las obras de la ley>>). Admitir que algo creado o alguna persona humana pueda tener o haber tenido un influjo positivo en la salvación de los hombres, destruiría la exclusividad de esa fe que justifica y que es confianza sólo en Dios por Cristo, no en algo creado o en alguien que sea una persona humana. La figura de María como activa en la obra salvadora choca con el principio fundamental luterano, con lo que en el protestantismo se llama <<el artículo de la Iglesia en pie o caída>>, es decir, una doctrina que, según ellos, si se admite, existe el cristianismo, y, si se niega, cae y se destruye el cristianismo. En otras palabras, la existencia misma de la mariología tiene como fundamento un motivo que el protestantismo jamás podrá aceptar sin negarse a sí mismo.

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En el protestantismo moderno, lo que en Lutero era una situación de hecho y una consecuencia del estado en que el hombre se encuentra por el pecado de los primeros padres, se ha convertido, para el protestantismo contemporáneo, en un principio metafísico: nada creado puede tener un influjo positivo en la obra de la salvación. Por eso María como creatura y persona humana, tiene que ser incapaz de haber ejercido o ejercer un influjo positivo en la obra salvadora.

La importancia del estudio teológico sobre María

El conocido teólogo católico alemán M. Schmaus ha escrito: <<Por eso en la mariología corren estrechamente unidas casi todas las líneas teológicas: la cristológica, la eclesiológica, la antropológica y la escatológica. En ella concurren casi todas las discusiones teológicas del presente. Se manifiesta como punto de intersección de las principales afirmaciones teológicas>>.

La figura de María aparece así no como el centro del Mensaje. El centro es Cristo y su obra salvadora. Pero sí como una posición privilegiada para enjuiciar los otros problemas en su confluencia con ella.

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CAPÍTULO II

LA PROBLEMÁTICA ECUMÉNICA DE LA MARIOLOGÍA

Ante todo, debe subrayarse que la mariología católica no presenta problemas ecuménicos de relieve con respecto a los orientales separados. Las coincidencias de fondo son prácticamente totales: maternidad divina de María (María es Madre de Dios), maternidad espiritual con respecto a los hombres, virginidad perpetua, santidad absoluta al menos en lo que se refiere a la exclusión de todo pecado personal, cooperación de María a la redención, sea como intercesora en la aplicación de las gracias obtenidas por la obra redentora de Cristo (es el tema más común), sea también por su <<sí>> a la encarnación o incluso por su compasión junto a la cruz, y glorificación celeste, que la tradición oriental concibe también como glorificación corporal.

Queda el tema de la inmaculada concepción. Lo grave es que los orientales separados creen poder apelar a la doctrina de los Santos Padres griegos, que hablan de una purificación (katharsis) de María previa a la encarnación. Ello dejaría la impresión de que María tenía hasta entonces una mancha de la que había que purificarla, la cual no sería conciliable con la idea de su concepción inmaculada, es decir, de la carencia de toda mancha en ella desde el primer instante de su existencia.

Las dificultades del protestantismo con respecto a María

Entendemos aquí por protestantismo al ortodoxo continental, excluyendo el anglicanismo. Es decir nos vamos a referir al protestantismo que quiere ser fiel a los grandes reformadores del siglo XVI: Lutero y Calvino.

Las dificultades se dan en dos niveles distintos. Hay una serie de dificultades que no nacen de los principios sistemáticos del protestantismo. Se refieren a privilegios concretos de María cuya existencia en realidad no sería incompatible con los principios fundamentales protestantes; pero cuya colación de hecho a María por parte de Dios no piensan que pueda demostrarse por la Sagrada Escritura. Podríamos calificar este tipo de problemas como dificultades no sistemáticas.

La dificultad sistemática está constituida por otro punto: La idea de que María fue activa en su respuesta al ángel en la encarnación y que esa decisión suya tuvo repercusiones positivas en el plano de la salvación. Ello choca con el principio protestante fundamental, sea en la forma que éste tiene ya en Lutero, sea en la forma que ha adquirido en le protestantismo moderno.

Ya en el capítulo anterior hemos aludido al principio central del sistema teológico de Lutero. Como consecuencia del pecado de los primeros padres, nacemos –según Lutero- con una naturaleza corrompida, carente de libertad para el bien, y, por ello, incapaz de realizar obras buenas. En esta situación, el hombre no puede justificarse por obra alguna, sino sólo por la fe (cf. Rom 3,28), es decir, sólo puede confiar en que Dios no tenga en cuenta su situación pecadora y le salve mirando los méritos de Cristo. En buena lógica, todo este planteamiento sólo vale para el hombre nacido en pecado original. Si María fue inmaculada en su concepción, es decir, exenta de pecado original desde el primer instante de su concepción,

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no tendría por qué valer para ella esta imposibilidad de hacer el bien que se deriva del hecho de poseer una naturaleza corrompida por el pecado original.

El <<no>> de Lutero a la figura de María como activa en la obra de la salvación tenía que ser y fue rotundo. El ángel, como enviado por Dios y en su nombre, pide a María su consentimiento para que la encarnación se realice. Su aceptación tiene repercusiones en la salvación de todos los hombres. A partir de ese momento –aceptada esta interpretación del <<sí>> de María como activo-, los hombres no se salvarían sólo por Cristo, sino también, en algún sentido, por una cooperación de María. La fe o confianza de la salvación no sería exclusivamente en Dios por la obra de Cristo, sino en Dios por una obra de Cristo en la que María habría colaborado esencialmente con su libre decisión. Esto se acentuaría con la aceptación de una continuación de la mediación de María en el cielo con su intercesión ante Dios.

Significativamente, la posición de los reformadores del siglo XVI frente a la figura de María que presenta la mariología católica fue muy diversa.

Lutero afirmó la inmaculada concepción de María (al menos durante gran parte de su vida), su virginidad perpetua, y que atribuyó a María el título de Theotokos, es decir, Madre de Dios, Bullinger defiende –por más extraño que pueda resultar- la asunción corporal de María- Calvino llama a Nuestra Señora <<la santa virgen>>, <<la bienaventurada María>>, y la propone como ejemplar de virtudes.

Por el contrario, a pesar de todas estas admisiones, rechazaron unánimemente la mediación de María en cualquier modo que se le entendiera (o como actuación positiva terrestre de María, por la que nos ha venido el Salvador y, consiguientemente, la salvación, o como actuación intercesora en el cielo) y que se la invocase. La unanimidad en este punto es absoluta.

Evolución del pensamiento de Lutero sobre María

El año 1521, Lutero escribió su Comentario al <<Magnificat>>. Se trata de una obra de transición en lo que se refiere a su posición con respecto a María. En efecto, en ese comentario, dos veces, al principio y al final, se dirige a la súplica celeste y a la <<intercesión>> de la Madre de Dios. Acepta, por tanto, todavía a María como intercesora. Sin embargo, en el Comentario no aparecen en absoluto dos títulos sumamente caros la piedad de la época: María medianera y abogada.

Esta ausencia no es casual. El término <<medianera>>nunca tuvo entrada en la teología de Lutero. El texto de 1 Tim 2,5 (<<porque uno es Dios, uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús>>), explicado por él con gran sobriedad en 1528, tuvo siempre un sentido de rígida exclusividad en su mente: si el Mediador es uno, sólo uno, no podrá aceptarse, aunque en tantos libros se diga lo contrario, <<que María es nuestra medianera ante Cristo, como si la pasión de éste no sirviera ya para nada por ser demasiado lejana en el tiempo>>.

Tampoco es casual el que no aparezca el título de <<abogada>> en el Comentario al <<Magnificat>>, en el cual, sin embargo, Lutero habla de <<intercesión>> de María, con lo

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que implícitamente la reconoce como <<intercesora>>. En 1522 afirma Lutero: <<No queremos tenerla (a María) como una abogada; queremos tenerla como una intercesora, como a los otros santos. Lutero ha introducido así una importante distinción conceptual: intercesora, sí; abogada, no.

Aparecen en la piedad popular repercusiones contra las que Lutero reacciona con energía. De ellas acusa al papado. Se trataría de una presentación <<papista>> en la que Cristo aparece como juez severo y rígido que castiga, mientras que en María hay <<mera dulzura y amor>>; <<por esto se tenía miedo de Cristo, y todos hemos huido de su presencia, para invocar a los santos y a María y otros, como socorredores, y eran todos ellos más santos que Cristo>>.

La teología católica tiene toda la razón cuando insiste en que la única mediación de Cristo no excluye mediadores secundarios participados (LG 62); pero en una aplicación pastoral correcta de esa teología no es admisible que los mediadores secundarios constituyan una sombra que se proyecta sobre el Mediador único, quitándole algo de su esplendor.

El diálogo ecuménico sobre estas primeras dificultades luteranas en torno a María

Ante todo, recordemos que el concilio Vaticano II no ha tenido inconveniente en repetir los títulos con que se invoca a María en la Iglesia: <<abogada, auxiliadora, ayudadora, medianera>> (LG 62). El primero y el último son los que Lutero rechaza ya en 1521. El método ecuménico del concilio Vaticano II no consiste en silenciar los problemas, sino en confesarlos, para intentar después hacerlos inteligibles.

Ante todo, hay que liberar el título de <<abogada>> de todas las connotaciones negativas que suscitaban en Lutero: condicionante de Cristo juez, y figura artera que intenta engañar al juez mismo. No olvidemos que Jesucristo mismo es también nuestro abogado ante el Padre (cf. 1 Jn 2,1), sin que ello condicione a Dios Padre y sin que el título incluya nota alguna que sea indigna de la majestad de Cristo.

Por lo demás, el papel de María como abogada puede concretarse en dos representaciones de su intercesión: María que intercede ante Cristo, o que juntamente con Cristo, intercede ante el trono del Padre. Debe decirse que ambas son legítimas.

Sin embargo, tal vez tuviera muchas ventajas pastorales restaurar más en la conciencia de los fieles la segunda manera de representarnos la intercesión de María. Sería recuperar la imagen de Cristo Mediador, demasiado olvidada en la piedad popular, pero fielmente conservada en el riquísimo esquema oracional de la liturgia romana. En sus oraciones (en concreto en la colecta) de la misa, nos dirigimos al Padre con la exclamación <<¡Oh Dios!>>; exponemos después nuestra indigencia en el cuerpo de la oración; y concluimos poniendo por intercesor a nuestro hermano mayor (cf. Rom 8,29) y Mediador (1 Tim 2,5): <<por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo>>; ese Jesús vive y reina con el Padre <<en la unidad del Espíritu Santo>>, es decir, en la <<com-unidad>> que el Espíritu Santo convoca, une y vivifica: la Iglesia; se trata de la prolongación del Señor Jesús a lo largo de la historia: su Cuerpo místico. Ponemos así por intercesor al Cristo total. Pero el Cuerpo místico de Cristo no se limita a esa gran familia que es la Iglesia terrena; su parte más noble está ya en el cielo

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(cf. LG 7), y dentro de la Iglesia celeste, a la cabeza de los miembros celestes de la Iglesia, está María como Madre de la Iglesia misma.

En cuanto al título medianera, existe un serio y moderno estudio exegético sobre 1 Tim 2,5 que ha demostrado que este versículo no excluye la existencia de mediadores subordinados. Este tema no está tratado en el pasaje citado. De lo que se trata allí es de sostener que no hay más que un Dios y un Mediador, <<que se dio a sí mismo en rescate por todos>> (v. 6); por ello, ese Jesús es camino insoslayable para todos en orden a llegar al Padre. La unicidad del Mediador se refiere a que no se le puede excluir (por parte de ningún hombre) para ir al Padre.

Evolución posterior del pensamiento de Lutero sobre la figura de María

Mientras que Lutero en 1520 había recomendado decir el avemaría o el padrenuestro como oración antes del sermón, a partir de 1522 no quiere que sea oración, sino alabanza. El año siguiente invitaba a los fieles a <<considerar qué es el avemaría; no una oración, sino una alabanza>>. En 1528 aconsejó conservar la primera mitad del avemaría –la formada con palabras tomadas del Evangelio-, dejando caer toda la parte suplicatoria.

En cuanto a las fiestas marianas solo celebraba tres: la Anunciación, la Purificación y la Visitación, todas estas en clave cristológica.

Repercusiones de la actitud de Lutero en el protestantismo posterior

Lutero suprimió todo culto de intercesión de María cuando llegó a su posición definitiva. Sin embargo, quiso conservar un culto de alabanza. Quiso salvar en el protestantismo un culto de alabanza a María.

Al cabo de más de cuatro siglos de existencia del protestantismo, hay que reconocer que el esfuerzo de Lutero ha sido inútil en esta línea: la figura de María ha desaparecido del todo.

Lutero suprimió el culto de intercesión de María para concentrar la piedad en la oración a Cristo. En 1532 tenía que reconocer que con la supresión de la oración a María no se había conseguido que se orara más a Cristo.

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CAPITULO III

MARÍA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Una tendencia frecuente en la predicación, era ver a María por todas partes en el Antiguo Testamento; además de unos textos fundamentales a los que nos vamos a referir más adelante (Gn 3,15; Is 7;14; Miq 5,2), se aducían Jer 31,22 y Sal 45,10; se veía a María en los símbolos: el arca de Noé, el vellón de Gedeón, etc.; se la descubría en determinadas figuras: la esposa del Cantar, las mujeres de Israel, Judith, Ester; se le aplicaban determinados textos que hablan de la Sabiduría divina, como Prov 8 y Eclo 24. Hoy, por el contrario, no es difícil encontrar escrituristas, también católicos, que defiendan un silencio total, o prácticamente total, del Antiguo Testamento sobre María.

Para proceder con la mayor claridad posible, vamos a separar los principales textos del Antiguo Testamento que suelen aducirse a propósito de María en tres apartados distintos: <<Textos mariológicos por sola acomodación>>. <<Textos de sentido mariológico discutido>> y <<Textos ciertamente mariológicos>>.

Textos mariológicos por sola acomodación

a) Judit 15,9

Después de que Judit libró a su pueblo del peligro de Holofernes, los jefes de Jerusalén que habían tomado la iniciativa de la resistencia fueron a Betulia <<para contemplar los beneficios que Dios había derramado sobre Israel; también para ver a Judit y saludarla>> (Jdt 15,8). Ante Judit prorrumpieron en estas palabras de entusiasmo en estas palabras de entusiasmo: <<Tú eres la gloria de Jerusalén, tú el supremo orgullo de Israel, tú el preclaro honor de nuestra raza>> (v. 9).

El texto se refiere sólo a Judith. Los que así aclamaron a Judit, pensaban en ella y no en otra persona. No hay motivos para pensar que el Espíritu Santo, autor principal de la Escritura en cuanto inspirador de ella, pretendiera referirse a persona alguna ulterior.

Sin embargo, la liturgia, tanto antes como después de la reforma posterior al concilio Vaticano II, utiliza estas palabras en algunas misas de la Virgen, como también en el Breviario para los oficios de la Virgen María.

La Iglesia al utilizar este texto en la liturgia, indica que en esas palabras se expresa bien la idea que ella misma tiene de María. ¿No colaboró María a librarnos de un enemigo mayor que Holofernes? ¿No cooperó a salvarnos de la cautividad definitiva? En resumen, la Iglesia expresa, con palabras tomadas de la Biblia –aunque esas palabras en la Escritura no se refieran a María-, la idea que tiene de ella.

b) Pasajes sapienciales: Prov 8 y Eclo 24

Estos textos son pasajes que en realidad hablan de la Sabiduría divina y no de María. Pero, como siempre que se trata de acomodación de textos, el interés teológico principal ha de

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recaer sobre cuál es la imagen que la Iglesia posee de María y qué ha creído poder expresar sobre ella con estos pasajes sapienciales.

En Prov 8,22 se dice: « Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra>>. De modo semejante, se habla también de la Sabiduría divina en Eclo 24,9 (<<Antes del mundo, al comienzo, me creó, y por todos los siglos no cesaré>>). La idea bíblica es que Dios ha estado acompañado de su Sabiduría desde el principio. Cuando la Iglesia aplica estas palabras a María, sugiere que en el plan divino de salvación, formado desde la eternidad, y por el cual el Padre decide enviar a su Hijo, está contenida también María.

Ulteriormente Prov 8,27-30 describe a la Sabiduría divina como activa y benéfica: <<Cuando daba estabilidad a los cielos, allí yo estaba; cuando el horizonte sobre el abismo limitaba, cuando sujetaba las nubes en lo alto, cuando daba energía a las fuentes del abismo, cuando imponía su ley al mar y a las aguas no podían quebrantar su mandato, cuando reforzaba los cimientos de la tierra, entonces, cual arquitecto, estaba a su lado>>. Es una magnífica descripción de la acción creadora de Dios, que culmina con una frase según la cual la Sabiduría estaba al lado de Dios en la creación como sugiriendo planes que luego sólo la omnipotencia divina podía realizar. El texto se refiere a eso y sólo a eso. Nada nos enseña de María. Pero, al acomodárselo a María, la Iglesia expresa su idea de activa, en cuanto que ésta ha tenido una cooperación activa en la obra de la nueva creación, es decir, en la obra de la salvación.

Prov 8,32-35 contiene una invitación de la Sabiduría para que los hombres la sigan así como la promesa de los bienes que el hombre alcanza si se pone en contacto con ella. La Iglesia está igualmente convencida de los bienes que el hombre obtiene poniéndose en contacto con María a través de una profunda devoción a ella. Es un pensamiento semejante al que puede hallarse en el uso litúrgico de Eclo 24, 13-17; en estos versículos se hace una espléndida descripción de la vegetación palestinense con la que se simbolizan los frutos de la Sabiduría; más concretamente los frutos que el hombre puede obtener si sigue a la Sabiduría. En una acomodación a María, la Iglesia quiere subrayar la belleza y abundancia de los frutos que el hombre puede obtener con una piedad mariana. La invitación que cierra la perícopa cobra todo su sentido en este ambiente: <<Venid a mí vosotros que me deseáis y llenaos de mis productos. Porque mi nombre es más dulce que la miel, y mi heredad, más que un panal de miel>> (Eclo 24,19s).

Textos de sentido mariológico discutido

Desde la Edad Media comienza a existir una cierta tendencia exegética que interpreta el Cantar de los Cantares en sentido mariológico. Sin duda, el argumento fundamental del libro son las relaciones de amor entre Yahveh y su pueblo. Los escrituristas partidarios de una interpretación mariológica del Cantar de los Cantares piensan que el mismo Espíritu Santo, al inspirar el libro, habría querido referirse a María como culmen supremo de las relaciones de Dios con un alma. Por ello, ya en sentido verdaderamente bíblico, el Cantar de los Cantares hablaría de Nuestra Señora. Si el Cantar de los Cantares hubiera de ser interpretado mariológicamente en un sentido verdaderamente bíblico, habría que identificar a María en la esposa del Cantar. En ese caso, el libro entero habría de referirse, de alguna manera, a María.

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El amor de Yahveh hacia su pueblo descrito en el Cantar es un amor misericordioso y perdonador de las flaquezas e infidelidades de éste. Pero ¿ha tenido estas notas de misericordia y perdón con respecto a infidelidades realmente cometidas el amor de Dios a María? ¿Ha podido tener estas cualidades?

No puede aplicarse a María un texto que tiene el tema de la infidelidad (5, 2-6), ella fue siempre fiel a Dios. Por ello, el Cantar de los Cantares no habla, en sentido verdaderamente bíblico, de ella. No se pueden interpretar de María escritos bíblicos en los que aparezca el tema de la infidelidad.

Textos ciertamente mariológicos

El concilio Vaticano II (LG 55) enumera tres pasajes del Antiguo Testamento que en un sentido verdaderamente bíblico hablan de María: Gén 3,15; Is 7,14; Miq 5,2ss. Según el mismo concilio, en estos textos se descubre la figura de María si se lee entiende <<tal como se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena>>. Con ello se indica que la plena certeza del sentido mariológico de esos pasajes sólo se obtiene iluminándolos con el doble criterio extrínseco indicado por el texto del concilio: el modo como la Tradición los ha interpretado en la Iglesia y la ulterior aclaración que no pocos pasajes bíblicos van recibiendo por la revelación posterior, contenida frecuentemente en libros bíblicos más recientes.

Estudiaremos a continuación los pasajes del Antiguo Testamento a los que tanta importancia concede el concilio Vaticano II. No nos detendremos, sin embargo, en el estudio de Miq 5,2s, ya que carece de interés mariológico propio por no contener más que una referencia a Is 7,14. Nuestro interés por tanto, se concentrará en el análisis de Gén 3,15 e Is 7,14.

a) Gén 3,15

El versículo 15 del capítulo 3 del Génesis se conoce, a partir de los siglos XVII y XVIII, con el nombre de <<Protoevangelio>>. Según parece, el primero en haber utilizado esta denominación fue el teólogo protestante Lorenzo Rhetius en 16389. En el siglo siguiente, el nombre de Protoevangelio comienza a utilizarse por teólogos católicos.

En este versículo, después del pecado de los primeros padres, Dios habla a la serpiente, y le dice así: <<Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar>>. Un breve análisis de las palabras que aparecen en el versículo nos permitirá determinar a continuación el sentido completo de él.

Establezco: Ante todo, es importante que el Verbo se encuentra en primera persona del singular y referido a Dios que habla. Es Dios quien establece la enemistad, de la que se habla en seguida. Una vez rota por el pecado la amistad con Dios, sólo Dios puede restablecerla poniendo una enemistad contraria, es decir, una enemistad con respecto al demonio. La salvación viene de Dios.

Por otra parte, la forma verbal hebrea es un imperfecto que empieza ahora, pero que va a perdurar en el futuro. Retengamos este dato. Cuando veamos que en la palabra mujer hay

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dos planos (uno en que se refiere a Eva y otro en que se refiere a una misteriosa mujer futura), comprenderemos que esta situación que Dios establece empieza ahora, pero va a prolongarse en un futuro.

Enemistad. La palabra hebrea implica una mayor radicalidad de enemistad en singular que si estuviera en plural. Sólo puede emplearse cuando se trata de enemistad entre personas (téngase en cuenta este dato para comprender que la serpiente de que se habla a continuación no significa un animal, sino que con ella se quiere hablar, simbólicamente, de un ser personal). Ulteriormente, la palabra hebrea aquí empleada significa una enemistad habitual, implacable y profunda de aquellas que no se satisfacen sino con derramamiento de sangre. El final del versículo expresará esta culminación de enemistad con una lucha final y la victoria definitiva de uno de los contendientes.

Entre ti (la serpiente). La serpiente era una divinidad pagana. Ahora bien, una idea muy característicamente hebrea que aparece repetidas veces tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, es que los dioses de los paganos son demonios (cf. Dt 32,17; Lev 17,7; Sal 106,37; 1 Cor 10,20; Ap 9,20). El autor sagrado, al introducir en el relato, primero como tentador y después como sujeto sobre el que recae el anuncio de Dios acerca de un castigo que culmina en la destrucción de su poder.

La mujer. La expresión es sumamente concreta, en cuanto que el sustantivo va acompañado de un artículo determinado. El capítulo 3, <<la mujer>> es una persona concreta que ha estado hablando con <<la serpiente>>, ha sido tentada, ha caído en la tentación y ha inducido a Adán al pecado.

Existe la posibilidad, que habremos de estudiar en seguida, de que también en Gén 3,15, al hablar de <<la mujer>>, aunque la expresión tenga que ser entendida en un plano inmediato de Eva, exista un plano ulterior más profundo, en el que lo que se dice sobre las enemistades de Eva con respecto a la serpiente encuentre su cumplimiento perfecto.

Tu linaje y su linaje. Normalmente, la palabra hebrea utilizada aquí significa descendencia, y por cierto en sentido colectivo. Solo habría que matizar que mientras que la descendencia de la mujer puede y debe entenderse en el sentido más corriente de la palabra, que es el de descendencia física, por el contrario, habiendo que entender por <<la serpiente>> al demonio, <<linaje>> no puede significar, con respecto a él, descendencia física; tiene que entenderse como descendencia moral –sentido que también puede tener la palabra en hebreo-, y que expresaría aquí una colectividad que sigue fines diabólicos. En todo caso, la enemistad individual entre la mujer y la serpiente se prolonga en una enemistad colectiva entre sus respectivos linajes.

Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar: De nuevo, la enemistad y la lucha se individualizan.

Parece claro que el único descendiente de Eva que en un futuro entonces todavía muy lejano destruirá el poder del demonio es el Mesías; concretamente Cristo. Su victoria sobre el demonio será total. Frente a su poder, el demonio no podrá hacer nada eficaz.

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En la culminación del versículo quedan identificados los personajes que intervienen en la lucha decisiva: Cristo y el demonio; y aparece igualmente profetizada la obra de Cristo como victoria total sobre el demonio, la buena noticia –como diría Lorenzo Rhetius- de nuestra salvación futura por obra de Cristo.

Con esto aparece claro el sentido mesiánico del texto. Pero ¿se dice algo en él sobre María? Sería demasiado fácil decir que, si el linaje concreto del que se habla al final del versículo es Cristo, la mujer de la que habla al comienzo del mismo tiene que ser su Madre.

El pasaje estudiado nos da a conocer dos rasgos fundamentales de María. Ella tuvo enemistades totales con el demonio, lo que es tanto como hablar de completa santidad de María, que excluye todo pecado, aun el original (no se olvide –como subrayaba Pío IX- que María aparece en Gén 3,15 con las mismísimas enemistades que Cristo respecto al demonio). Por otra parte, María aparece singularmente conexa y asociada a Cristo en la lucha contra el demonio, que constituye, a lo largo de los siglos, el entramado de la historia de la salvación.

b) Is 7,14

Las circunstancias históricas en que Isaías pronunció las palabras proféticas que encontramos en Is 7,14 nos son conocidas no sólo por su contexto, sino por las narraciones más amplias del segundo libro de los Reyes (c. 15 y 16) y del segundo libro de las Crónicas (c. 28). Hay que subrayar la existencia de dos grandes imperios, Asiria y Egipto, separados por una serie de reinos pequeños. De los dos imperios, se percibe como especialmente peligroso a Asiria, ya que se encuentra en un momento de expansión. Como sucede siempre en estos casos, los pequeños tienden a formar una coalición contra uno de los grandes cuando creen percibir en él un momento de debilidad. Así lo han pensado con respecto a Asiria, inmediatamente antes de los hechos a que se refiere Is 7,14, unos cuantos reyes de Estados pequeños, sobre todo el rey de Siria (reino arameo de Damasco) y el rey de Israel (reino norte de Palestina, Samaria). Para que la liga tenga éxito es indispensable que entre en ella el rey de Judá (reino sur de Palestina). Basta mirar un mapa de la región para comprender el motivo. Sólo la entrada de Judá en la coalición da a ésta continuidad, incluso geográfica, con el otro gran imperio, Egipto, del que se puede esperar ayuda militar.

De hecho, Ajaz, rey de Judá, se niega a entrar en la liga antiasiria. Los motivos pueden haber sido varios. Quizás, por una mayor lejanía con respecto a Asiria, percibe con menor fuerza el peligro que este imperio representa. Por el contrario, su cercanía a Egipto le hace comprender que éste se encuentra en una situación en la que no puede esperarse de él una ayuda eficaz. En todo caso, objetivamente es cierto que el momento en que se formó la liga estaba mal elegido: no era un momento de debilidad de Asiria; después de una serie de reyes asirios decadentes, había surgido un nuevo rey de una magnitud excepcional: Tiglat-Piléser III.

Dada la importancia vital de la presencia del reino de Judá en la coalición, la negativa de Ajaz a entrar en ella provocó la reacción airada de Resín, rey de damasco, y de Pecaj, rey de Israel (Samaria). Ambos invaden Judá, y Ajaz tiene que refugiarse en Jerusalén y prepararse para un asedio que se prevé desesperado. En este ambiente se comprenden los temores de Ajaz.

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Dentro de todas las motivaciones de temor, Isaías conserva un elemento de gran importancia teológica; nos trasmite los planes de los reyes invasores con estas palabras: <<Subamos contra Judá y destruyámosla y conquistémosla para nosotros, nombrando rey en ella al hijo de Tabeel>> (Is 7,6). Tabeel es un nombre arameo. Los planes, por tanto, no se limitaban a la conquista de Jerusalén, sino que se extendían a una sustitución de dinastía. Ahora bien, según las costumbres de la época, al deponer a un rey se eliminaba también con muerte violenta a todos los miembros varones de la dinastía depuesta, para excluir así incluso la posibilidad de un pretendiente futuro. Ajaz, probablemente, temía no sólo por su suerte personal, sino también por la previsión de la supresión física de la dinastía davídica que normalmente hubiera acompañado a su caída.

Sin embargo, hay en este segundo elemento de su temor una grave falta de fe. Por la profecía de Natán (2 Sam 7,12-16), que tiene un solemne eco bíblico en el salmo 89, debía saber que la pervivencia de la dinastía davídica, de la que habría de nacer el Mesías, tenía sobre sí una promesa absoluta de Dios. Esa pervivencia es independiente del comportamiento que Dios tome con un determinado rey en concreto como consecuencia de su conducta moral. En todo caso, en vez de confiar en Yahveh, sabedor de que él conservaría la dinastía, Ajaz acude en petición de auxilio al rey de Asiria y se hace vasallo suyo.

En este contexto histórico, Isaías es enviado por Dios para reprender a Ajaz y exhortarle a confiar en el rey de Asiria (Is 7,3-6). Como motivo supremo de confianza con respecto al futuro de la dinastía davídica, Isaías repite la promesa absoluta e incondicionada de la profecía de Natán: <<Esto no se cumplirá ni ocurrirá>> (v. 7); la dinastía no perecerá en ninguna hipótesis; incluso si la falta de fe de Ajaz hubiera de traer consecuencias negativas sobre él (esta hipótesis está señalada expresamente por Isaías en el v. 9: <<mas, si no creéis, ciertamente no subsistiréis>>).

Como signo de que Dios es poderoso para realizar sobre la tierra el milagro de la liberación militar de Jerusalén, aunque humanamente la victoria no sea previsible, Isaías ofrece un milagro en cualquiera de las otras dos dimensiones a las que se extiende el poder de Yahveh: el sheol o el cielo. <<Pide para ti una señal de Yahveh, tu Dios, bien sea de lo profundo del sheol o de arriba, en lo alto>> (v. 11). El tema central es el de la omnipotencia. Dios ofrece el milagro de poder de la liberación militar frente a los reyes invasores. Como signo de que puede hacerlo ofrece a Ajaz otro milagro de poder sea en el sheol, sea en el cielo.

Con piedad fingida, Ajaz rechaza el milagro que Isaías le ofrece en nombre de Yahveh: <<No he de pedir ni tentar a Yahveh>> (v. 12). Lleno de indignación, Isaías le reprende por su hipocresía, con la que intenta ocultar, bajo un velo piadoso, su falta de fe (v. 13). A continuación, ya que Ajaz no quiere pedir un signo, Yahveh mismo asegura que va a darlo: <<por eso, el Señor mismo os dará una señal: he aquí que la almah concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel>> (v. 14). El <<Emmanuel>> es el Mesías.

Si el Emmanuel es el Mesías, la almah de que se habla es su Madre, María. Pero ¿qué se dice de ella al llamarla almah? La traducción latina de la Vulgata, siguiendo a la traducción griega de los LXX, da esta versión: <<He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo>>.

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En toda la Biblia no existe un solo caso en que la palabra almah se aplique a una mujer no virgen. El uso está a favor de su sentido de virginidad.

Is 7,14 se puede tomar como un verdadero signo de poder. No mera profecía de que el Mesías vendrá. Sino un verdadero milagro de poder, es decir, la concepción por parte de una virgen, sin por eso dejar de serlo.

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CAPITULO IV

MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

San Pablo: Gál 4,4s

El texto más antiguo del Nuevo Testamento que se refiere a María, aunque no mencione su nombre, se encuentra en la carta de San Pablo a los Gálatas.

En ella escribe San Pablo: <<Cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción>> (Gál 4,4s). Aparece claro que el trasfondo ideológico del pasaje: el Hijo preexiste junto al Padre, y esa preexistencia hace posible que el Padre lo envíe del cielo a la tierra. Ahora bien, la realización de ese envío tiene lugar en la encarnación, en la que nace de una mujer, María, recibiendo de ella la naturaleza humana.

Es notable ulteriormente que la construcción del texto menciona exclusivamente al Padre celeste de Jesús (Dios padre que lo envía) y a su Madre terrena. La estructura sugiere la no existencia de padre terreno, es decir, la concepción virginal de Jesús.

Por último, María interviene en una generación de Jesús que tiene como fin redimir a los que estaban bajo la ley y hacer que recibamos la adopción (v. 5). La obra en que María interviene tiene un sentido salvador. María coopera en nuestra salvación.

Los temas de Gén 3,15 (asociación de María a la lucha del Mesías contra el demonio) y de Is 7,14 (virginidad de María) reaparecen en Gál 4,4s unidos a un tema nuevo que sólo era posible con el progreso de la revelación del misterio trinitario: la divinidad del Hijo y, consiguientemente, la maternidad divina de María.

Los evangelios de la infancia

a) El relato de la anunciación (Lc 1,26-38)

La narración comienza con un cierto dato cronológico: <<En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel, de parte de Dios, a una ciudad de Galilea llamada Nazaret>> (v.26). Ello sitúa la anunciación a María en una fecha aproximadamente seis meses posterior al anuncio hechos a Zacarías (Lc 1,8-22). Pero es interesante que la referencia cronológica va acompañada por otra geográfica (<<una ciudad de Galilea llamada Nazaret>>).

El destinatario del anuncio del ángel es <<una virgen>> (v. 27). María es virgen en aquel momento, según la afirmación explícita del evangelista. El verbo griego aquí utilizado puede significar <<desposada>> o <<casada>>. San Lucas no aporta datos para optar entre una de esas dos posibilidades. Será el relato de San Mateo el que nos ofrecerá luz para saber que la situación de María era la de <<desposada>> (cf. Mt 1,18-20 y 24). En todo caso, San Lucas insiste en la virginidad de María en el momento de la anunciación.

María está desposada <<con un varón llamado José, de la casa de David>> (v. 27). No hay duda alguna de que la expresión <<de la casa de David>> está unida gramaticalmente con

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José y no con María. Los evangelios tienen interés en afirmar siempre la ascendencia davídica de José; así en las dos genealogías (Lc 3,23-38 y Mt 1,1-16). No hay ningún dato cierto para afirmar que María fuera también de la casa de David. Más aún, teniendo en cuenta su parentesco con Isabel (Lc 1,36; Lc 1,5) todo inclina a pensar que María era, más bien, de familia sacerdotal.

La primera palabra del ángel a María es una palabra de saludo: <<Alégrate>> (= chaire) (v. 28). En griego, la palabra chaire constituía el saludo ordinario. Sin embargo siguiendo el texto de Zac 9,9 contiene una invitación a la alegría porque el Mesías viene: <<Alégrate sobremanera, hija de Sión; da gritos de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí que viene a ti tu rey; es justo y victorioso; es humilde y cabalga en un asno, en un pollino de asna>>. María debe alegrarse, pues el Mesías va a venir inmediatamente; más aún, va a comenzar a formarse en su seno. El anuncio del ángel no se abre con un saludo profano y vulgar. Ya su primera palabra de saludo coloca todo el contenido del anuncio en un contexto mesiánico. El ángel invita a María a la alegría mesiánica, precisamente porque ahora y en ella va a tener cumplimiento la antigua profecía mesiánica que durante siglos había constituido la gran esperanza de Israel.

Las palabras del ángel continúan con la apelación <<llena de gracia>> (kecharitomene) (v. 28). La traducción exacta indicaría que Dios hace a uno objeto de su gracia y aplicado a María, significa que ésta ha sido hecha por Dios objeto de su gracia. Es curioso que en Lc 1,28, después de la invitación del ángel a la alegría, falta el nombre propio de María. En su lugar, y con un claro sentido apelativo, aparece el participio kecharitomene; es decir, este participio está haciendo las veces de nombre propio. No olvidemos la importancia de los nombres propios para los judíos: debían expresar lo que la persona es en realidad. Ello es especialmente exacto cuando es Dios mismo quien pone el nombre. Más aún, cuando Dios confiere una misión a una persona, suele imponerle un nombre que la signifique con toda exactitud. No se trata aquí exactamente de que Dios haya cambiado el nombre a María por el de kecharitomene; no hay ningún rastro de que María posteriormente haya utilizado el nuevo nombre o haya sido llamada por él. Pero, aunque no haya habido cambio de nombre en sentido estricto, queda en pie que el participio kecharitomene hace aquí las veces de un nombre propio; más aún, de un nombre propio puesto por Dios.

<<El Señor está contigo>> (v. 28). La fórmula reseñada, que en el texto de San Lucas va en conexión inmediata con la apelación <<llena de gracia>>, aparece sin verbo. Pero ¿es necesario realmente suplir verbo alguno? ¿No sería la fórmula <<el Señor contigo>>, sin verbo, una alusión a la palabra <<Emmanuel>> (= <<Dios con nosotros>>), el nombre con que Is 7,14 designa al Mesías futuro? Si así fuera, la estructura de Lc 1,28 adquiriría un significado riquísimo sobre el esquema de los textos de la hija de Sión: se invita a María a la alegría (chaire); a ella que es la hija de Sión por excelencia, hecha objeto en plenitud de la gracia divina; y se da como razón de la alegría el Mesías, el <<Emmanuel>>, Dios con nosotros, que va a ser, de un modo muy especial, un Dios con María (<<el Señor contigo>>).

El v. 31 constituye el núcleo central del anuncio; <<He aquí que concebirás y dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús>>. María es la almah, la <<virgen>> de Isaías sobre el milagro de la concepción y el parto de una virgen, gracias a la cual se nos dará el Emmanuel.

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El v. 34 contiene una pregunta, en la que María plantea humildemente una dificultad al anuncio del ángel: <<¿Cómo será eso, pues no conozco varón?>> El versículo tiene una gran importancia teológica. La interpretación tradicional ha visto en él no sólo una afirmación de hecho (no conozco hasta ahora varón), sino también un propósito para el futuro: no conozco varón, es decir, no quiero o no puedo conocerlo.

Tras la pregunta de María (v. 34), el versículo 35 contiene una cierta complejidad: <<El ángel respondió y le dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, lo que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios>>.

Contra lo que a veces ha hecho una exégesis demasiado fácil, parece que hay que descubrir en el versículo dos alusiones diversas al Antiguo Testamento. La primera alusión, contenida en las primeras palabras del ángel (<<El Espíritu Santo vendrá sobre ti>>), es, probablemente, una referencia a Gén 1,2 (<<El Espíritu de Dios se cernía sobre la haz de las aguas>>). El tema aludido es así el tema de la creación: Dios, que creó al principio todo de la nada, puede hacer con su fuerza creadora que en tu seno se conciba un niño sin concurso de varón; en estas palabras se contendría la respuesta a la dificultad de María, expresada en el versículo anterior (v. 34).

Pero las palabras siguientes, una vez dada respuesta a la dificultad de María, introducen un tema nuevo: <<El Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra>>. El pasaje aludido ahora es Ex 40,34: <<La nube cubrió [en el sentido de <<ensombrecer>>] la tienda de reunión, y la gloria de Yahveh llenó el tabernáculo>>. La gloria de Yahveh de Ex 40,34 es sinónimo de Yahveh mismo. En la teología judía sobre la nube, se suponía que, cuando ésta descendía sobre el tabernáculo o el arca, era señal de que Dios mismo se hacía presente dentro del tabernáculo o del arca. En Lc 1,35b se describe a Dios mismo como nube que va a cubrir con su sombra a María. De eso se trata, en efecto, con la expresión <<el Poder del Altísimo>>. El Poder no es aquí un atributo de Dios, como lo sería también su sabiduría, su bondad o su justicia, sino una manera de nombrar a Dios mismo. Recuérdese que los judíos procuraban evitar pronunciar el nombre de Dios al referirse a Él. <<El Bendito>> y <<el Poder>> eran dos modos de nombrar a Dios evitando pronunciar el nombre inefable de Yahveh. San Lucas retoca el semitismo de la expresión. Si queremos reconstruir el semitismo, habría que traducir de un modo un poco libre, pero absolutamente fiel al substrato semita que Lucas está utilizando: <<El Poder, es decir el Altísimo, te cubrirá son su sombra>>. Si Dios, como nube, cubre a María, quiere decir que Dios se hace presente en su interior, en su seno, para tomar carne de sus purísimas entrañas. María será así nuevo tabernáculo de Dios, nueva arca de la alianza nueva. En ella, en su interior, va a habitar Dios durante nueve meses, tomando de ella nuestra humana naturaleza.

Llegamos así a la parte final del versículo: <<Por eso, lo que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios>> (v. 35c). Para la mentalidad semita, no es dudoso que <<llamarse>> equivale a <<ser>>. Aunque menos literal, sería más exacto traducir: <<será santo, Hijo de Dios>>. Pero ¿por qué? No primariamente porque Dios vaya a suplir la acción del varón; ésta es una alusión lejana, que constituye, más bien, la respuesta a la dificultad expresada por María en el v. 34. <<Lo que nacerá será santo, Hijo de Dios>>, en el más estricto sentido teológico. Porque Dios está realmente presente en el seno de María durante nueve meses tomando carne de ella, lo que nacerá de ella, lo que saldrá de su seno, es Dios mismo, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo.

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El v. 38 contiene la respuesta última y decisiva de María: <<María dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra>>. Proclamándose <<esclava del Señor>>, María entra en la obra de la salvación con sentimientos de disponibilidad total. Su <<sí>> es una cooperación positiva e inmediata a la encarnación redentora, en el sentido de que su <<sí>> va a permitir su realización.

b) El mensaje a José (Mt 1,18-25)

María y José, en el momento al que se refiere el relato, se hallan desposados, pero todavía no casados, es decir, después de haberse celebrado los desposorios, pero antes de la ceremonia por la que la esposa era conducida a casa del esposo, ceremonia en la cual consistía propiamente la boda (cf. Mt 1,18). En esta situación surge un problema, que San Mateo describe con estas palabras: María <<se halló encinta por obra del Espíritu Santo>> (v. 18). El punto de partida de las dudas de José sobre cómo tiene que comportarse abarca dos elementos diversos; no se limita a la mera constatación de lo que hubiera sido el hecho externo comprobable: <<se halló encinta>>, sino que añade un dato no empírico para José: <<por obra del Espíritu Santo>>.

No parece demostrado el silencio de María con respecto a José acerca de la concepción milagrosa que el Espíritu Santo había obrado en ella. Parece más natural que María, virgen y con ideal de virginidad, haya desvelado a su desposado, partícipe en los mismos ideales, la nueva situación en la que Dios la ha colocado sin menoscabo alguno de su ideal de virginidad. José no duda de María ni de lo que ella le ha comunicado. Sin embargo, la nueva situación, en su complejidad, le hace sentirse perplejo ante la actitud que debe tomar. El v. 19 describe la situación psicológica de José, encaminada hacia una determinada salida: <<José, su esposo, que era un hombre justo y no quería manifestarla, decidió abandonarla secretamente>>. José no tenía ningún derecho a desvelar el secreto que María le había confiado. Aunque cree firmemente cuanto María le ha dicho, José decide abandonarla. ¿Por qué? A la actitud enigmática de José se le pueden hallar dos motivos. Por una parte, hay en él un movimiento de huida, muy característico en la Biblia, ante la acción milagrosa y maravillosa de Dios. Pero, además, la situación nueva planteaba para él un problema de conciencia, que José, como hombre justo, quería resolver correctamente: ¿podía, con conciencia tranquila, hacerse pasar, quedándose, por padre del niño venido de Dios?

En estas circunstancias psicológicas interviene el anuncio del ángel de Yahveh para decir a José que no debe abandonar a María; debe quedarse, tiene que tomar a María en su propia casa, celebrando así la ceremonia en virtud de la cual los desposorios se convertían en boda, porque sólo así Jesús podrá ser jurídicamente hijo de David. Para comprender el anuncio del ángel es necesario traducirlo con la mayor exactitud posible, de manera que la traducción deje traslucir los matices del texto: <<José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa, porque es verdad (gár), lo que ha sido engendrado en ella es obra del Espíritu Santo, pero (dé) dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados>> (v. 20s). José debe tomar en su casa a María, aunque es verdad que la concepción es obra del Espíritu Santo. Hay un motivo decisivo para que José tome a María en su casa: él debe servir al niño como padre jurídico. La paternidad jurídica de José sería el eslabón a través del cual Jesús es, jurídicamente hablando, hijo de David, en quien puede cumplirse la profecía de Natán.

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El anuncio a José no tiene como objeto enseñarle que lo engendrado en María es obra del Espíritu Santo. Esto era conocido anteriormente por José; probablemente, por comunicación de María misma. El ángel de Yahveh enseña a José cómo tiene que comportarse en esa nueva situación: tiene que tomar a María en su casa, para poder así poner a Jesús el nombre, es decir, introducirlo en su línea familiar, que es la de la familia de David.

El evangelio de San Mateo (v. 22s) declara explícitamente que así se cumplió la profecía de Isaías 7,14. Ante todo, la concepción ha sido virginal. Jesús, concebido virginalmente de María, es introducido por José en la familia de David.

El v. 24 se limita a dar testimonio de que José ha realizado lo que él ángel le había encargado, tomando a María en su casa: <<Despertando José del sueño, hizo como le ordenó el ángel de Yahveh, y recibió consigo a su mujer>> (v. 24).

<<Y, sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo, al que él puso por nombre Jesús>> (v. 25). El final del versículo insiste de nuevo en que José cumple el encargo del ángel: pone a Jesús el nombre; con ello, jurídicamente, José, el hijo de David, reconoce a Jesús como hijo y lo introduce en la sucesión davídica. Pero en el versículo es más importante el tema de la virginidad de María, respetada por José.

c) El <<Magnificat>> (Lc 1,46-55)

Su importancia radica en que María vierte en él los sentimientos que embargan en aquel momento su alma.

Ante todo, María, invitada por el ángel, ya en la primera palabra de la anunciación, a la alegría mesiánica, se declara invadida por esa alegría: <<Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador>> (Lc 1,46s).

Fuente de esa alegría es el hecho de que Dios ha elegido a María. Pero esa elección recae sobre una cualidad espiritual de María: su pobreza, en el sentido religioso del término. <<Porque ha mirado la pobreza de su esclava>> (v. 48).

La elección que Yahveh ha hecho de María es la causa de su grandeza. Ello hará que a lo largo de los siglos se tribute a María homenaje en la iglesia; así lo profetiza ella misma de modo explícito: <<he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones>> (v. 48).

Como consecuencia de la elección, Dios ha hecho en María cosas maravillosas. En su vivencia personal tiene que pesar, en primer término, su experiencia mística de la anunciación y la encarnación del Hijo de Dios que ha tenido lugar en ella; <<porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en mi favor>> (v. 49).

No olvidemos, sin embargo, que la encarnación tuvo lugar para la salvación de los hombres. La misericordia se ejercerá sobre aquellos que temen a Yahveh (v. 50); soberbia y humildad comportan actitudes opuestas en Dios con respecto a los hombres que se sitúan en una u otra postura espiritual, ya que Dios derriba a los soberbios y ensalza a los humildes (v. 51ss).

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Se inaugura una nueva era, en la que Dios toma a Israel –al verdadero Israel según el espíritu- bajo su amparo (v. 54). Ello se hace <<según lo que había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre>> (v. 55). La alusión a Abraham, el padre de los creyentes, es sumamente importante. Poco antes, María ha sido proclamada por Isabel dichosa por haber creído (v. 45). El movimiento de fe que tuvo comienzo en Abraham, culmina en María. Las bendiciones prometidas a Abraham en lejanía profética, y que habían de abarcar a todas las naciones (cf. Gén 12,3), tienen pleno cumplimiento a partir del <<sí>> de María, y desde entonces se van a verter sobre toda la humanidad.

d) <<Y a tu misma alma la traspasará una espada>> (Lc 2,35)

Con ocasión de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo, el anciano Simeón, <<impulsado por el Espíritu>> (Lc 2,27), va al templo, reconoce al Mesías en el niño insignificante que es llevado para ser presentado ante Yahveh y pronuncia un canto profético, en el que impresiona, sobre todo, la proclamación de Jesús como luz para todos los pueblos, incluidos los gentiles (v. 30ss). A continuación, hablando a María, pronunció una serie de frases misteriosas sobre el destino futuro del niño, entre las cuales se encuentra este inquietante anuncio: <<Y a tu misma alma la traspasará una espada>> (Lc 2,35). El tema de la <<transfixión>> del Mesías había sido profetizado varias veces en el Antiguo Testamento; en los cantos del Siervo de Yahveh se anuncia: <<fue traspasado por causa de nuestros pecados>> (Is 53,5); el salmo 22 une el tema de la <<transfixión>> con el de la espada (los dos temas que aparecen unidos en Lc 2,35): <<han traspasado mis manos y mis pies>> (v. 17), <<libra mi alma de la espada>> (v. 21); en Zac 12,10, la <<transfixión>> se anuncia juntamente con el movimiento de conversión de los que lo habían traspasado: <<me contemplarán a mí a quien traspasaron, y plañirán por él como suele hacerse por el primogénito>> (el texto aparece citado por Jn 19,37 dentro del relato de la pasión de Jesús, a propósito de la lanzada).

En estos anuncios proféticos, lo importante es que el tema de la <<transfixión>> se refiere a los sufrimientos futuros del Mesías en su pasión. Las palabras de Simeón, al usar incluso la misma terminología, aplicándola a María, profetiza la participación de ésta en la pasión de Jesús. Ya Gén 3,15 había hablado de una asociación de María al Mesías en su lucha contra el demonio. El relato de la anunciación nos daba a conocer la realización de esa asociación por el <<sí>> de María. Lc 2,35 nos descubre la prolongación de esa asociación hasta una comunidad de dolores en la pasión y el Calvario. María no es sólo la Madre de Jesús, sino la Madre dolorosa que acompaña a su Hijo, participando en sus sufrimientos, de pie junto a la cruz (cf. Jn 19,25).

Madre de la comunidad: María en el Evangelio de Juan

Juan desarrolla una reflexión nueva sobre la Iglesia, como comunidad de los discípulos y amigos de Jesús (Jn 15,14s). Da más relieve al “discípulo amado” que a Pedro. En este horizonte, revela otras características de María. El cuarto Evangelio no dice nada sobre la infancia de Jesús, o sobre las relaciones con su madre. Responde a otra pregunta: ¿Cuál es el lugar de María en la misión de Jesús? ¿Cómo participa ella en la comunidad de los amigos de su hijo?

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María aparece dos veces en el evangelio de Juan. Los textos están bordados con verdadero cariño. No están en el evangelio por casualidad. María actúa en el primer signo de Jesús en Caná, cuando él inaugura su misión pública (Jn 2,1-11), y permanece junto a la cruz, en el momento de la muerte del Señor, al final de su misión en este mundo (Jn 19,25-27). Al situar a María al comienzo y al fin de la actuación de Jesús, Juan nos dice que ocupa un lugar especial, pues está presente en los momentos más decisivos. a) María en Caná: el vino nuevo (Jn 2,1-11)

El tercer día (v. 1) o <<tres días después>>. El evangelista Juan hilvana la escena de Caná al comienzo de la misión de Jesús. Concluye su semana inaugural, que empieza cuando Juan Bautista señala a Jesús a los discípulos (Jn 1,19.29.35-36.43). La fiesta tendría lugar dos días después del encuentro de Jesús con Felipe y Natanael. En ese encuentro, Jesús recuerda la imagen del sueño de Jacob, la escalera que une el cielo con la tierra (Jn 11,49-51). El cielo abierto, con los ángeles que suben y bajan, significa que Dios se comunicará con nosotros y nos dará su gracia. El primer signo muestra que, con Jesús, comienza este tiempo nuevo de presencia de Dios en medio de su pueblo.

La fiesta de bodas (v. 1-2). En tiempos de Jesús, la fiesta nupcial era muy importante. Las familias se unían para celebrar el matrimonio de sus hijos. Se renovaba la confianza en la vida y se esperaba la venida de hijos, primera garantía de la continuidad del pueblo de Dios. Además, evocaba un sentido simbólico. Los profetas usaron la imagen de la unión amorosa del hombre y de la mujer, que se celebra en el matrimonio, para hablar de la alianza, del amor de Dios y de su intimidad con el pueblo elegido (Is 62,4b-5; Os 2,18-22).

Era común ofrecer un banquete en la fiesta de bodas (Gén 29,22; Jue 14,10). En las aldeas y pueblos del interior, como Caná, la fiesta duraba normalmente siete días (Gén 29,27; Jue 14,12; Tob 11,18). El vino era la bebida corriente, porque las familias producían y consumían vino casero. En una fiesta, especialmente la de bodas, no podía faltar el vino. De ser así, la fiesta tendría un final triste.

La falta de vino y la petición de María (v. 3). María está en la fiesta. Jesús y sus discípulos también. Pero parece que llegaron por separado. Cuando se está acabando el vino. María se dirige a Jesús y le dice: <<Si no haces algo, se acaba la fiesta>>. Hay una petición clara, no sólo una constatación. En el evangelio de Juan, cuando alguien necesita algo, basta con presentar a Jesús la necesidad, que él comprende perfectamente. Por ejemplo, en el caso del paralítico (Jn 5,7); de las hermanas de Lázaro (Jn 11,3). Pero María no pide nada para ella misma, sino para otros.

La respuesta de Jesús (v. 4) no parece delicada y respetuosa. <<Mujer, ¿qué nos importa a ti y a mí?>>. Algunas Biblias traducen con expresiones todavía más duras: <<¿qué quieres de mí?>> o << ¿Qué hay entre ti y mi?>> Esta frase, de difícil traducción, expresa que Jesús no quiere implicarse en el problema, que hay una distancia, una diferencia de percepción entre él y María.

Mujer (v. 4). Extraña a muchos que Jesús llame a su madre <<mujer>>. Pero Juan nos dice algo más profundo: para Jesús, María es más que su madre; es mujer. El evangelista es muy sensible a la participación de las mujeres en la misión de Jesús y en la comunidad de sus

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amigos. Jesús no las trata por su nombre, sino con el título de mujer. María, su madre, presente al comienzo y al final de su misión, es llamada mujer en Caná y en la cruz (Jn 2,4-19,26).

Jesús llama también mujer a la samaritana (Jn 4,21), primera anunciadora del Mesías a los no judíos (Jn 4,28.41s). Finalmente, trata de la misma manera a Magdalena (Jn 20,15), la primera en dar testimonio de la resurrección (Jn 20,17). Recordemos que los profetas usaban la imagen de la mujer para representar al pueblo de Dios con relación al Señor de la alianza (Os 1,2; Is 26,17; Jr 31,4). Por tanto, cuando Jesús llama a su madre <<mujer>>, no la ofende. Al contrario, muestra todo su valor, como mujer y figura efectiva y simbólica de la comunidad cristiana.

Todavía no ha llegado mi hora (v. 4). Una persona occidental moderna imaginaría la escena banalmente. Jesús miraría el reloj y diría que no era todavía el momento. Pero no se trata de esto. La <<hora>>, en el evangelio de Juan, tiene un sentido simbólico. Se refiere al momento en que Jesús va a manifestar quién es él, su identidad de Hijo, y va a comunicar de manera incomparable el amor del Padre. Esto se realizará en la muerte y resurrección (Jn 12,23.27; 13,1; 16,32; 17,1). Allí será la hora H, como suele decirse. Pero, mientras llega ese momento, cada palabra o signo de Jesús es parte de esa hora y la prepara. <<Todavía no ha llegado mi hora>> significa que Jesús piensa que no es todavía el momento oportuno de empezar su misión y manifestarse plenamente como Hijo de Dios.

La acción y la palabra de María (v. 5). En el Cuarto Evangelio, es común que haya momentos de malos entendidos entre Jesús y sus interlocutores. Mientras ellos están en un nivel de comprensión superficial, <<de abajo>>, Jesús habla de realidades <<de arriba>>, más profundas y mucho más allá de las apariencias. Es necesario dar un salto de fe para pasar de un nivel a otro. A veces, hay discusiones largas, de difícil comprensión. Por ejemplo, en el diálogo de Jesús con Nicodemo y con la samaritana (Jn 3,1-12 y Jn 4,6-27), o en la conversación con la muchedumbre, sobre el pan de vida (Jn 6,26-58). Jesús dice a Nicodemo que es necesario nacer de nuevo, pero éste lo entiende literalmente, como si hubiera que volver otra vez al seno materno. Jesús anuncia el agua viva a la samaritana, y ella piensa en el agua del pozo. Jesús habla del pan como <<mi carne>> y ellos se escandalizan.

A diferencia de los otros interlocutores, María salta rápidamente al nivel de la fe, sin discutir con Jesús. Entiende lo que él quiere. Comprende que no se trata sólo de resolver un problema de falta de vino, de atender una necesidad concreta, sino de que ese hecho va a ayudar a las personas a conocer mejor quién es Jesús y a tomar postura ante él.

María se dirige a los sirvientes y les dice: <<Hagan lo que él les diga>> (Jn 2,5). Estas palabras tienen gran fuerza simbólica. Recordemos la frase de María al final del relato de la anunciación en el evangelio de Lucas: <<Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices>> (Lc 1,36). Según Juan, María no sólo hace la voluntad de Dios en su vida, sino que orienta también a otros para que hagan lo que les pide Dios. Hay un desplazamiento de enfoque y una ampliación de sentido. De la perfecta discípula y seguidora de Jesús, en Lucas, a la pedagoga y guía de los cristianos, en el evangelio de Juan.

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El agua convertida en vino (v. 6-10). Jesús hace el primer signo discretamente. Ni siquiera da una bendición o invoca el nombre de Dios. Lo hace todo con la mayor sencillez. El buen vino alegra a las personas y disfrutan más la fiesta. ¿Pero por qué sitúa Juan el primer signo de Jesús, la conversión del agua en vino, en una fiesta de bodas? ¿Por qué no una curación o una expulsión de demonios? El primer signo de Jesús pretende empezar a revelar quién es él para la existencia humana. Él es capaz de transformar las situaciones desafiantes en fiesta y alegría compartidas.

En la Biblia, el vino simboliza la felicidad y la abundancia de la que todos disfrutarán cuando llegue el Mesías, anunciado por los profetas: (Os 2,23s y 14,8); Am 9,13s; Is 25,6 y 62,5; Jer 31,12; Zac 9,17). En el libro del Cantar de los Cantares, el vino recuerda el deseo entre el hombre y la mujer, el amor que los fascina y los une, una imagen del gran amor de Dios a su pueblo (Cant 1,2-4; 2,4; 4,10). Con el signo del vino Jesús está diciendo que él es el vino nuevo, que el día del Mesías está llegando, que ha comenzado el tiempo de la gracia, que supera las situaciones de miseria y tristeza.

Cada detalle del relato tiene un sentido simbólico. Los seis cántaros de piedra, destinados a la purificación de los judíos, aluden al número imperfecto de la finitud humana (el seis), a la frialdad y dureza de la ley judía, que será superada con Jesús. El encargado de la fiesta no conoce el origen del vino, como tampoco los jefes de los judíos conocen a Jesús que viene del Padre. Sólo lo saben quienes lo sirven. Llena los cántaros hasta arriba. El vino es abundante, unos setecientos litros. Esto significa que Dios nos ofrece sus bienes en abundancia. Quien está con Jesús tiene vida copiosa. Jesús es el vino, reservado hasta el comienzo de la manifestación de los signos. Con él comienza el tiempo nuevo, que los evangelios llaman <<Reino de Dios>>.

El signo de Caná y la fe (v. 11). ¿Cuál es el resultado de la acción de Jesús, gracias a la intervención de María? Juan nos dice que Jesús <<manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él>>. Jesús empieza a mostrar quién es él: no sólo el hijo del carpintero de Nazaret, sino una persona que comunica vida y alegría como Hijo de Dios. La gloria para Jesús no es el poder ni la fama mundanos, sino la capacidad de hacer el bien y procurar que Dios sea conocido y amado.

Los signos de Jesús son una ocasión para que los discípulos ejerciten su fe. Quien cree, va más allá del signo. El signo no fuerza a nadie a creer, sólo abre la puerta del corazón a la fe (Jn 2,11.23; 3, 3, 4,54). A Jesús no le gustan las personas que creen únicamente por ver signos. Desconfía incluso de la fe que necesita siempre signos (Jn 2,23s). A Jesús no le gustan las personas que buscan milagros sólo para resolver sus problemas personales (Jn 6,26).

A medida que avanza la misión de Jesús, los signos también se muestran polémicos. Su último signo, que es devolver la vida a Lázaro, causa división entre los judíos. Unos creen en él, y otros no (Jn 12,3); algunos adoptan una postura violenta y se organizan para matarlo (Jn 11,45-54). Por tanto, los signos son una oportunidad para la fe, no una prueba milagrosa. Interpelan a las personas. El primer signo, el de Caná, abre camino a los discípulos para que entren en la aventura de la fe.

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El signo que unifica (v. 12). Después que Jesús hizo su signo, los discípulos creen en él y salen juntos, <<con su madre y sus hermanos>>. El signo de Caná une al grupo de los seguidores de Jesús a su alrededor. A partir de este gesto de Caná, comienza a formarse el germen de la comunidad, con los discípulos, los familiares y la madre de Jesús.

Desde la experiencia de fe de la comunidad cristiana, el relato de Caná da margen para descubrir dos características de María, que se destacan mucho en las homilías y en la catequesis. En primer lugar, es una mujer atenta a las necesidades de las personas, movida por la bondad y la caridad. Ejercita su sutileza femenina (que debe ser cualidad de hombres y de mujeres), percibe los detalles de la situación y está atenta para responder a quien la necesita. Se preocupa de mantener la alegría de la fiesta. En segundo lugar, muchos ven en ese gesto de María el fundamento de su misión de intercesora. Así como María pidió a Jesús en Caná y consiguió realizar el signo, así intercede hoy por nosotros ante el Señor y nos concede muchas gracias. Debemos decir con honestidad que sólo este versículo no fundamenta suficientemente la dimensión intercesora de María.

En resumen, el relato de Juan sobre las bodas de Caná nos muestra a María como madre de la comunidad cristiana, que estimula a los servidores y amigos de Jesús a cumplir su voluntad. Ayuda a los discípulos a tener fe en Jesús y a reunirse en torno a él. La palabra de María sigue siendo actual. Nos dice hoy que merece la pena buscar la voluntad de Jesús, escuchar sus palabras y asumir actitudes concretas. El gesto de María resuena en nuestros corazones. Como madre y pedagoga, nos conduce a Jesús, en el seno de la comunidad. Ella es madre de la fiesta y de la alegría reconquistada.

b) Junto a la Cruz: la discípula-Madre de la comunidad (Jn 19,25-27)

<<Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre. María la mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y junto a ella el discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa>> (Jn 19,25-27).

La perseverancia hasta el fin. María, la madre de Jesús, que aparece al comienzo de su misión, en Caná (Jn 2,1-11), llevando a sus discípulos a creer en él, vuelve de nuevo a la escena. Esta vez, no hay ningún signo extraordinario. Al contrario, el momento de la cruz desafía a los discípulos. María está junto a Jesús, no como madre desesperada. Forma parte del pequeño grupo que perseveró, que no huyó en el momento de la persecución y de la crucifixión de Jesús. Es la seguidora valiente de Jesús, que permanece en su amor. Junto a ella están algunas mujeres-discípulas: la hermana de María, María de Cleofás y Magdalena. El gesto de mantenerse en pie significa persistencia, constancia y adhesión. Nuevamente, el evangelista valora la participación de las mujeres en la comunidad y las destaca.

Junto a María y las mujeres sólo hay un hombre, el <<discípulo amado>>. En la tradición cristiana, se dice que es el joven apóstol y evangelista Juan. El discípulo amado es testigo de lo que hizo y dijo Jesús (Jn 19,35; 21,24). Representa a la comunidad cristiana, al grupo de los que siguen los pasos de Jesús, que, más que servidores (Jn 15,15), son sus amigos (Jn 15,15).

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Mantenerse en pie junto a la cruz expresa, de manera plástica, la actitud del discípulo-amigo de Jesús, de estar en sintonía con él, ejercitando la fe en los momentos de crisis. María, las mujeres y el discípulo amado son los únicos que perseveran en este momento crucial. Permanecen con Jesús y en Jesús.

Ahí tienes a tu madre. En este contexto se entiende la fuerza del encuentro de María con el discípulo amado, al pie de la cruz. El texto no pretende resolver un problema de familia, es decir, quién se encargará de la madre de Jesús después de su muerte. En este momento tan importante de la cruz, Juan quiere decirnos algo más. Quiere dejar grabado en la memoria de todos los cristianos que María no es sólo la madre que concibió, gestó y dio a luz, nutrió y educó a Jesús. De nuevo, Jesús la llama <<mujer>>, como en Caná (Jn 2,4-19,25). Su lugar está mucho más allá de los lazos de la sangre y de las relaciones familiares.

Por voluntad de Jesús, María es adoptada como madre de la comunidad de todos los tiempos. El discípulo amado, que representa a la comunidad, la recibe como madre. Y a María se le encomienda esta nueva misión. Acoge a los miembros de la comunidad cristiana como hijos suyos. Al comienzo del cuarto Evangelio, cuando Juan Bautista encamina a sus discípulos a Jesús (Jn 1,29.36), las expresiones son las mismas que en el relato de la cruz: <<ve>>, <<dice>>, <<he ahí>>. Y hay también una situación parecida: los primeros discípulos van a casa de Jesús y permanecen con él (Jn 1,39), y aquí María es acogida por el discípulo amado.

María en la Iglesia, familia del discípulo amado. Para Juan, el momento de la muerte de Jesús se revela con muchos sentidos, aparentemente contradictorios. En la lucha entre la luz y las tinieblas, la muerte es la hora de la oscuridad, el momento en que el <<príncipe de este mundo>>, el <<padre de la mentira>>, triunfa temporalmente. Sin embargo, al mismo tiempo él está siendo juzgado. Además, la fe de los discípulos se va a poner a prueba en el momento en que no hay signos. Ellos están muy tristes, porque Jesús no estará ya físicamente presente entre ellos. Muchos se dispersan. Pero la muerte-resurrección es el momento en que se constituye la comunidad-Iglesia, más allá del judaísmo. Jesús va a <<reunir a todos los hijos dispersos>> (Jn 11,51s). Éste es el sentido simbólico de la escena que antecede al relato de María al pie de la cruz. Los soldados se apropian de los vestidos de Jesús y hacen con ellos cuatro partes (los cuatro puntos cardinales). Pero la túnica quedará entera (Jn 19,23). La Iglesia, nueva comunidad mesiánica, será edificada en su unidad, a partir de la cruz del Señor.

El discípulo amado representa a la comunidad cristiana, agraciada y escogida por Jesús, a la que dedica su afecto y atención. La comunidad recibe a María como su madre. El evangelista dice que <<desde aquella hora, el discípulo la recibió en lo que era suyo>>, es decir, en lo que es más propio de su identidad y lo constituye como persona. Juan no usa la palabra griega oikos (casa), sino idía (idios: lo que es más característico de alguien).

Juan nos explica detalladamente en qué consiste la misión de María, como madre de la comunidad y en la comunidad. Parece ser la misma de Caná. Nuestra madre María podría, como en Caná, intervenir ante su hijo. Llevará a los servidores y amigos de Jesús a hacer lo que él les diga. Posibilitará que nuevas generaciones de cristianos, como los primeros discípulos, que creían en Jesús, vean su gloria, se reúnan en torno a él.

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Madre en el Apocalipsis

Ap. 12,1-17

La señal en el cielo (v. 12). El capítulo comienza como un bello sueño. Una gran señal aparece en el cielo: una mujer con la gloria y el poder de Dios, resplandeciente y revestida de sol y con la luna bajos sus pies, en lucha equilibrada con las fuerzas de la naturaleza. La mujer ha recibido de Dios la certeza de la victoria, porque lleva una corona de doce estrellas, signo del poder real.

Sin embargo, no todo es bello en este sueño. La mujer está embarazada y va a dar a luz. Pasa por momentos confusos y difíciles, de gran dolor, pero sabe que ellos preparan un tiempo nuevo. Así es el pueblo de Dios en este mundo. Recibe del Señor la gloria y el poder, para generar una nueva historia. Pero experimenta un parto doloroso. En la Biblia, el dolor de parto significa la crisis que acompaña el paso de una nueva situación, en la que triunfará la vida. Así sucedió con los discípulos de Jesús, cuando acompañaron su muerte y su resurrección (Jn 16,21).

La imagen puede aludir también a María, la madre de Jesús, que dio a luz al Mesías y experimentó el tiempo nuevo del Reino de Dios y de la resurrección de Jesús. Así, en su sentido más original, la mujer significa la comunidad cristiana, el pueblo mesiánico. Pero puede también entenderse de María, Madre del Mesías.

El dragón y la mujer (v. 36). El sueño se transforma en pesadilla. Aparece un dragón, literalmente un <<animal de siete cabezas>>, lleno de poder y de fuerza. Atemoriza con sus diez cuernos. Lleva en su cabeza siete diademas, señal de que es respetado como autoridad aparentemente perfecta e invencible. Quiere devorar al hijo de la mujer, como hicieron las fuerzas del mal con Jesús, durante su vida, que lo llevaron a la pasión y a la muerte. Pero el Señor resucitado ya está junto a Dios. El mal no puede con él. Debemos observar que el relato no es lineal. El hijo, después de nacer, fue puesto a salvo junto al trono de Dios. En la práctica, Jesús, el hijo de Dios encarnado, vivió en este mundo un largo tiempo, que no puede ignorarse.

Hay que tener claro que en el Apocalipsis, el <<cielo>> no corresponde al concepto clásico, que se contrapone al infierno. La palabra es la misma, pero el sentido es muy diferente. Se trata de los <<bastidores de la historia>>, donde se libra la lucha decisiva entre el bien y el mal, y no del lugar o situación después de la muerte, reservado a los elegidos de Dios. ¿Podríamos imaginarnos que el símbolo de la maldad pudiese atacar a María en pleno cielo, como lo entendemos tradicionalmente? Hemos de evitar una interpretación literal del capítulo 12 del Apocalipsis. De hacerlo así, entraríamos en un callejón sin salida.

La mujer huye al desierto, donde Dios le prepara un lugar y la alimenta durante un tiempo limitado. ¿Quién es la mujer? El pueblo de Dios, los seguidores de Jesús, que, como María, hacen la voluntad de Dios y dan a luz al Mesías. Mientras estamos solos. Dios nos alimenta con su palabra y con su espíritu. En la Biblia, el desierto es el lugar de la tentación y del encuentro con Dios, el espacio de purificación y crecimiento, donde la persona y el pueblo tienen la oportunidad de probar lo Esencial.

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La lucha continúa (v. 7-17). El dragón, el dueño del equipo del Mal, y sus guerreros combaten contra los ángeles de Dios y pierden la batalla, en los bastidores (cielo). Para Juan es claro que Dios ya ha vencido. Y también los cristianos, especialmente los que, como Jesús, son capaces hasta de morir para ser fieles al bien y a la verdad. Pero la lucha en la tierra será todavía más dura. El dragón persigue de nuevo a la mujer y quiere destruirla. Felizmente. Dios viene en su auxilio. Da alas de águila a la mujer. En el desierto él la alimenta. La tierra se traga la corriente caudalosa, que vomita la serpiente. El Apocalipsis señala también que la naturaleza colabora con quienes se empeñan en practicar el Bien.

El final del relato es todavía más fuerte: <<Irritado el dragón por su fracaso con la mujer, se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, a los que observan los mandamientos de Dios y dan testimonio de Jesús>> (v. 17). Recuerda la promesa del Génesis 3,15, según la cual la humanidad (la descendencia de la mujer) no cederá más a la tentación del mal (la serpiente) y los dos lucharán. Incluso herida, la mujer aplastará la cabeza de la serpiente, matándola. Pero, en el Apocalipsis la victoria sobre la serpiente (el dragón) vendrá del poder de Dios, por medio de un enviado (Ap.20, 2s).

Muchas veces nos sentimos como esta mujer en el desierto: frágil, desprotegida, rodeada por el poder de la maldad, pero envuelta y salvada por Dios. El Apocalipsis se escribió para alimentar nuestra esperanza. Sabemos que, como María, recibimos la gloria y el poder de Dios. Pero estamos sumergidos en un mundo de pecado, lleno de violencia y de mal. Además, cada uno de nosotros tiene un poco de mujer y de dragón, de bien y de mal, de ternura y violencia. Pero estas dimensiones de luz y tinieblas están en proporciones distintas en cada persona. A medida que crecemos en la fe, en la esperanza y en el amor solidario, pasamos de manera más clara a jugar en el equipo de Jesús. María, nuestra compañera, nos asegura, con Jesús, que la victoria será de Dios y de sus aliados. Y tendrá un resultado feliz: una nueva creación, un nuevo cielo y una tierra nueva, en la que participarán todos los seres, especialmente los humanos.

Resumen

El capítulo 12 del Apocalipsis se refiere, en primer lugar, a la comunidad de los seguidores de Jesús, a la Iglesia perseguida, a grupos de hombres y mujeres que se empeñan en hacer el Bien, al Pueblo de Dios peregrino, que continuamente engendra al Mesías, bajo la acción de la gracia de Dios. Por tanto, es un relato de carácter cristológico y eclesiológico. Su mensaje de esperanza es claro: aunque el Pueblo de Dios sufra para garantizar el Bien y construir lo nuevo en la historia, y el poder destructor del mal parezca más fuerte, su victoria está garantizada.

Pero, en segundo lugar, este capítulo 12 puede aplicarse también a María, madre del Mesías e imagen del Pueblo de Dios. Especialmente porque la plasticidad de las imágenes y de las analogías del Apocalipsis nos permiten interpretaciones múltiples y complementarias.

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CAPITULO VLOS DOGMAS MARIANOS

LA MADRE DE DIOS

Pregunta: "¿Cómo puede ser María la madre de Dios, si Dios ya existía antes de que ella naciera?"

Respuesta: En el diccionario encontramos que "madre" es la mujer que engendra. Se dice que es madre del que ella engendró. Si aceptamos que María es madre de Jesús y que Él es Dios, entonces María es Madre de Dios.

No se debe confundir entre el tiempo y la eternidad. María, obviamente, no fue madre del Hijo eternamente. Ella comienza a ser Madre de Dios cuando el Hijo Eterno quiso entrar en el tiempo y hacerse hombre como nosotros. Para hacerse hombre quiso tener madre. Gálatas 4:4: "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer". Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, por ende María es madre de Jesús, Dios y hombre verdadero.

Entonces, María es Madre de Dios, no porque lo haya engendrado en la eternidad sino porque lo engendró hace más de 2000 años en la Encarnación. Dios no necesitaba una madre pero la quiso tener para acercarse a nosotros con infinito amor. Dios es el único que pudo escoger a su madre y, para consternación de algunos y gozo de otros, escogió a la Santísima Virgen María quién es y será siempre la Madre de Dios.

Cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, esta, movida por el Espíritu Santo le llamó "Madre de mi Señor". El Señor a quien se refiere no puede ser otro sino Dios. (Cf. Lucas 1, 39-45).

La verdad de que María es Madre de Dios es parte de la fe de todos los cristianos ortodoxos (de doctrina recta). Fue proclamada dogmáticamente en el Concilio de Éfeso, en el año 431 y es el primer dogma Mariano.

Antecedentes de la controversia sobre la maternidad divina de María Santísima:

Los errores de Nestorio En el siglo V, Nestorio, Patriarca de Constantinopla afirmaba los siguientes errores:

Que hay dos personas distintas en Jesús, una divina y otra humana. Sus dos naturalezas no estaban unidas. Por lo tanto, María no es la Madre de Dios pues es solamente la Madre de Jesús hombre. Jesús nació de María solo como hombre y más tarde "asumió" la divinidad, y por eso decimos que Jesús es Dios.

Vemos que estos errores de Nestorio, al negar que María es Madre de Dios, niegan también que Jesús fuera una persona divina.

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La doctrina referente a María está totalmente ligada a la doctrina referente a Cristo. Confundir una es confundir la otra. Cuando la Iglesia defiende la maternidad divina de María esta defendiendo la verdad de que, su hijo, Jesucristo es una persona divina.

En esta batalla doctrinal, San Cirilo, Obispo de Alejandría, jugó un papel muy importante en clarificar la posición de nuestra fe en contra de la herejía de Nestorio. En el año 430, el Papa Celestino I en un concilio en Roma, condenó la doctrina de Nestorio y comisionó a S. Cirilo para que iniciara una serie de correspondencias donde se presentara la verdad.

Concilio de Éfeso

En el año 431, se llevó a cabo el Concilio de Éfeso donde se proclamó oficialmente que María es Madre de Dios.

"Desde un comienzo la Iglesia enseña que en Cristo hay una sola persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad. María no es solo madre de la naturaleza, del cuerpo pero también de la persona quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios"

-Concilio de Éfeso

La ortodoxia (doctrina recta) enseña:

Jesús es una persona divina (no dos personas)Jesús tiene dos naturalezas: es Dios y Hombre verdaderamente.María es madre de una persona divina y por lo tanto es Madre de Dios.

María es Madre de Dios. Este es el principal de todos los dogmas Marianos, y la raíz y fundamento de la dignidad singularísima de la Virgen María.

María es la Madre de Dios, no desde toda la eternidad sino en el tiempo.

El dogma de María Madre de Dios contiene dos verdades:

María es verdaderamente madre: Esto significa que ella contribuyó en todo en la formación de la naturaleza humana de Cristo, como toda madre contribuye a la formación del hijo de sus entrañas.

María es verdaderamente madre de Dios: Ella concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió.

El origen Divino de Cristo no le proviene de María. Pero al ser Cristo una persona de naturalezas divina y humana. María es tanto madre del hombre como Madre del Dios. María es Madre de Dios, porque es Madre de Cristo quien es Dios hombre.

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La misión maternal de María es mencionada desde los primeros credos de la Iglesia. En el Credo de los Apóstoles: "Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo su único hijo, nuestro Señor que nació de la Virgen María".

El título Madre de Dios era utilizado desde las primeras oraciones cristianas. En el Concilio de Éfeso, se canonizo el título Theotokos, que significa Madre de Dios. A partir de ese momento la divina maternidad constituyó un título único de señorío y gloria para la Madre de Dios encarnado. La Theotokos es considerada, representada e invocada como la reina y señora por ser Madre del Rey y del Señor.

Más tarde también fue proclamada y profundizada por otros concilios universales, como el de Calcedonia (451) y el segundo de Constantinopla (553).

En el siglo XIV se introduce en el Ave María la segunda parte donde dice: "Santa María Madre de Dios" Siglo XVIII, se extiende su rezo oficial a toda la Iglesia.

El Papa Pío XI reafirmó el dogma en la Encíclica Lux Veritatis (1931).

La Madre de Dios en el VAT II: este concilio replantea en todo el alcance de su riqueza teológica en el más importante de sus documentos, Constitución dogmática sobre la Iglesia, (Lumen Gentium). En este documento se ve la maternidad divina de María en dos aspectos:

La maternidad divina en el misterio de Cristo.La maternidad divina en el misterio de la Iglesia.

"Y, ciertamente, desde los tiempos mas antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades.... Y las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los limites de la sana doctrina, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo por razón del cual son todas las cosas, sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos" (LG 66).

En el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI (1968): "Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y salvador nuestro".

En 1984 consagra el ahora Beato Juan Pablo II el mundo entero al Inmaculado Corazón de María, a través de toda la oración de consagración repite: "Recurrimos a tu protección, Santa Madre de Dios"

María por ser Madre de Dios transciende en dignidad a todas las criaturas, hombres y ángeles, ya que la dignidad de la criatura está en su cercanía con Dios. Y María es la más cercana a la Trinidad. Madre del Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu.

"El Conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María, será siempre la llave exacta de la comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia"

"Y la Madre de Dios es mía, porque Cristo es mío" (S. Juan de la Cruz)

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LA VIRGINIDAD PERPETUA DE LA MADRE DE DIOS

En el Concilio de Letrán celebrado en el año 649 se efectuó la solemne definición dogmática de la VIRGINIDAD PERPETUA DE LA MADRE DE DIOS. Los Padres del Concilio inspirados por el Espíritu Santo compusieron el canon tercero que declaraba este dogma: 

“Si alguno, de acuerdo con los Santos Padres, no confiesa que María Inmaculada es real y verdaderamente Madre de Dios y siempre Virgen, en cuanto concibió al que es Dios único y verdadero -el Verbo engendrado por Dios Padre desde toda la eternidad- en estos últimos tiempos, sin semilla humana y nacido sin corrupción de su virginidad, que permaneció intacta después de su nacimiento, sea anatema”.

 Hay un personaje que resaltar y hacer justicia respecto a esta definición. Se trata de Máximo de Turín, obispo de Turín ya en el año 398, (se cree que murió entre el 408 y el 423). Fue uno de los que prácticamente se anticipó a la definición del dogma de la Perpetua Virginidad. En uno de sus sermones (5: PL 57, 235) se expresó en estos términos:

 “La Virgen concibe sin la intervención de varón; el vientre se llena sin el contacto de ningún abrazo; y el casto seno se acogió al Espíritu Santo, que los miembros puros custodiaron y el cuerpo inocente albergó. Contemplad el milagro de la Madre del Señor: es virgen cuando concibe, virgen cuando da a luz, virgen después del parto. ¡Gloriosa virginidad y preclara fecundidad!”.

LA INMACULADA CONCEPCIÓN

La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.

El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.

-María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no se trata de la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado.

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Fundamento Bíblico

La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.

El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Gén 3,15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Protoevangelio, donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El Protoevangelio, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un redentor. Junto a Él se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.

En Lucas 1,28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María si lo sugiere.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.

Justín (Dialog. cum Tryphone, 100), Ireneo (Contra Haereses, III, XXII, 4), Tertuliano (De carne Christi, XVII), Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig XXVI), Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, XII, 29), Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18), Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and Sedulius (Carmen paschale, II, 28).

También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura (San Agustín y otros). La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa".

Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por Él que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de este don: El poder y omnipotencia de Dios.

Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se encarnara.

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Frutos:

María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.

María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.

Argumentos de los hermanos separados

Según algunos protestantes, la Inmaculada Concepción contradice la enseñanza bíblica: "todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios" (Romanos 3:23).

Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esto no es la intención de San Pablo gracias a sus otras cartas en que menciona que Jesús no pecó (Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).

La Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3,23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Ef. 2,5). María es la primera.

Según algunos hermanos separados, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1, 28. 47).

Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por Dios es verdadero. En Lc 1,48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.

El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible.

¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la fuente de la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia.

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LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS1

El 1 de noviembre  de 1950, día de todos los Santos, en la Plaza de San Pedro en Roma, el Papa Pío XII, mediante la constitución apostólica “Munificentissimus Deus”,  hizo la proclamación dogmática de LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS con estas emotivas palabras:

 “PROCLAMAMOS, DECLARAMOS Y DEFINIMOS SER DOGMA DIVINAMENTE REVELADO QUE LA INMACULADA MADRE DE DIOS, SIEMPRE VIRGEN MARÍA, ACABADO EL CURSO DE SU VIDA TERRENA, FUE ASUNTA EN CUERPO Y ALMA A LA GLORIA CELESTIAL”.

 De todo lo que se ha escrito sobre la Asunción de la Virgen a los cielos, antes de la proclamación del dogma, impresiona leer un párrafo de San Antonio de Padua, en un sermón que dirige en la festividad de la Asunción. Guiado por el Espíritu Santo, con un discernimiento asombroso y apoyado en las Escrituras, manifiesta con autoridad reverente:

  “la Bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido tabernáculo del Señor. Por eso dice el salmista: ¨Ven, Señor a tu reposo. Tú y el Arca de tu santificación¨. Como Jesucristo resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra del Padre, así también resurgió el arca de su santificación, porque en este día la Virgen Madre fue asunta al tálamo celestial” 

1 Si bien es cierto, no está claramente explícito en las Sagradas Escrituras, que la Virgen fue “ASUNTA, EN CUERPO Y ALMA A LA GLORIA CELESTE”, sin embargo, fue un sentir general de toda la iglesia (desde los primeros siglos), su creencia y aceptación, como claramente lo expone el Papa Pío XII, en la Bula Dogmática, al argumentar el ¿por qué? tenía razones suficientes y había llegado el momento propicio de definir como Dogma este santo privilegio. Veamos lo que dice: “Por consiguiente, pues la universal Iglesia, en la cual rige el Espíritu de la Verdad, que infaliblemente la dirige en orden a perfeccionar el conocimiento de las verdades reveladas, ha manifestado su fe de múltiples maneras en el decurso de los siglos; y, pues los Obispos de todo el orbe, con casi unánime consentimiento, solicitan que sea definida como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la Beatísima Virgen María a los cielos –verdad que se apoya en la Sagrada Escritura, está hondamente arraigadas en el alma de los fieles cristianos, comprobada por el culto eclesiástico ya desde tiempos antiquísimos, sumamente acorde con las demás verdades reveladas, espléndidamente desarrollada y aclarada por el estudio, ciencia y sabiduría de los teólogos-, creemos llegado ya el momento, predeterminado por los designios de Dios providente, en que solemnemente proclamemos este insigne privilegio de la Virgen María”.

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CAPITULO VIMARÍA EN LA DEVOCIÓN POPULAR Y EN LA LITURGIA

Los católicos demostramos nuestro amor a la madre de Jesús de muchas maneras. Por ejemplo, con el rezo del rosario, con las prácticas del mes de mayo, con las peregrinaciones, con novenas, etc.

Normalmente, heredamos la devoción mariana de una persona de la familia, de nuestros padres o abuelos, de nuestros catequistas. Desde nuestra infancia, aprendemos a rezar el Avemaría antes de acostarnos.

Cuando la persona se hace joven o adulta, puede ser que no encuentre ya sentido en aquellas prácticas tradicionales de la niñez. Muchos, que fueron formados a rezar en su infancia, sienten hoy dificultad de recurrir a las devociones que aprendió. Otros guardan en su corazón la tradición recibida y se apegan a ella, especialmente en momentos de crisis y de dificultad.

¿Por qué rezar a María?

Porque ella tiene un lugar especial en la comunión de los santos. Como dice el Concilio Vaticano II, <<ella ocupa el lugar único, más alto después de Cristo y más cercano a nosotros>> (LG 54). Por eso, podemos dirigirnos a ella, contar con su intercesión, pedir su protección y auxilio y entregarnos a sus manos. María es el más limpio y bello riachuelo de los santos, en cuyas aguas podemos sumergirnos. La gracia, comunicada a María, no surge de ella, ni ella se reserva nada para sí. Todo viene de Dios y vuelve a Dios. La oración a María ha de ponernos en sintonía con Dios-Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Cuando llamamos a María <<Nuestra Señora>>, lo hacemos con delicadeza y afecto, reconociendo gratitud. Pero no podemos ponerla al mismo nivel de Jesús, porque sólo él es el Señor. María, en la comunión de los santos, vive unida a Dios y a nosotros. Ella aprendió de Jesús a ser sierva, a prestar un servicio a toda la humanidad (Mt 20,28). Sólo Jesús es la luz, la luz verdadera que viene a este mundo a iluminar a todos (Jn 1,9). María, como un espejo o un prisma, refleja y transmite la gracia de Dios (Rom 3,18). En los primeros siglos se hacía una bella comparación: Jesús es el sol, María es la luna, que recibe de él toda la luz y la irradia a nosotros.

María y las <<vírgenes>>

María asume el rostro y formas de diferentes pueblos y culturas. Las diferentes <<Vírgenes>> son una expresión inculturada de su cercanía materna. <<Las Vírgenes>> son una <<recreación>> de María de Nazaret, que está glorificada por Dios. Sus imágenes llevan, al mismo tiempo, los rasgos de su persona, la marca de Dios y nuestras proyecciones humanas. Cada <<Virgen>> es una manera de inculturación de María, de asumir las características de distintos pueblos, culturas y momentos históricos.

María en la liturgia

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La liturgia reformada después del Concilio Vaticano II, presenta a María en íntima relación con el misterio de Cristo y de la Iglesia. En el transcurso del año litúrgico, hay tres tipos de celebraciones marianas: las solemnidades, las fiestas y las memorias. Las solemnidades, como el nombre lo indica, son las celebraciones más importantes, con un sabor especial. Son cuatro en todo el mundo: María, Madre de Dios (1º. De enero), la Anunciación (25 de marzo), la Asunción (15 de agosto) y la Inmaculada Concepción (8 de diciembre). Aquí en México Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre).

Las principales fiestas marianas son la Visitación (31 de mayo) y el nacimiento de María (8 de septiembre). Finalmente tenemos una serie de <<memorias>>, celebraciones de menor importancia. Algunas de ellas son facultativas u opcionales. La comunidad local las celebra, si quiere. Hay muchas memorias, como la de la Virgen de los Dolores (15 de septiembre), la Virgen de Lourdes (11 de febrero), la virgen del Carmen(16 de julio) y la Virgen del Rosario (7 de octubre). La celebración de una memoria puede ser, para determinada Iglesia local, fiesta o solemnidad. Para América Latina, la memoria de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre) se ha transformado en fiesta, porque fue proclamada patrona del continente americano.

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CONCLUSIÓN

SEÑORA DEL SILENCIO

Encuentro, Ignacio Larrañaga

Madre del Silencio y de la Humildad,Tú vives perdida y encontrada en el mar sin fondo del Misterio del Señor.

Eres disponibilidad y receptividad. Eres fecundidad y plenitud. Eres atención y solicitud por los hermanos.Estás vestida de fortaleza.En Ti resplandecen la madurez humanay la elegancia espiritual. Eres señora de Ti misma antes de ser señora nuestra.

No existe dispersión en Ti. En un acto simple y total, tu alma, toda inmóvil, está paralizada e identificada con el Señor.Estás dentro de Dios y Dios dentro de Ti.El Misterio Total te envuelve y te penetra,te posee, ocupa e integra todo tu ser.Parece que todo quedó paralizado en Ti,todo se identificó contigo: el tiempo, el espacio, la palabra, la música, el silencio, la mujer, Dios.Todo quedó asumido en Ti, y divinizado.Jamás se vio estampa humana de tanta dulzura,ni se volverá a ver en la tierra mujer tan inefablemente evocadora.

Sin embargo, tu silencio no es ausenciasino presencia. Estás abismada en el Señor, y al mismo tiempo, atenta a los hermanos, como en Caná.Nunca la comunicación es tan profundacomo cuando no se dice nada, y nunca el silencio es tan elocuentecomo cuando nada se comunica.

Haznos comprender que el silencio no es desinterés por los hermanossino fuente de energía e irradiación;no es repliegue sino despliegue, y que, para derramar riquezas,

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es necesario acumularlas.

El mundo se ahoga en el mar de la dispersión, y no es posible amar a los hermanoscon un corazón disperso. Haznos comprender que el apostolado, sin silencio, es alienación; y que el silencio,sin apostolado, es comodidad.

Envuélvenos en el manto de tu silencio,y comunícanos la fortaleza de tu Fe, la altura de tu Esperanza, y la profundidad de tu Amor.

Quédate con los que quedany vente con los que nos vamos.

¡Oh Madre Admirable del Silencio!

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BIBLIOGRAFÍA

CALERO, ANTONIO MARÍA, María signo de esperanza cierta, manual de mariología, ediciones CCS, Madrid

GONZÁLEZ, CARLOS IGNACIO, María evangelizada y evangelizadora, consejo episcopal latinoamericano.

MURAD, ALFONSO, María toda de Dios y tan humana, Teología sistemática, Ediciones Dabar 2005

POZO, CÁNDIDO, María en la Escritura y en la Fe de la Iglesia, BAC Madrid 1979

SPAHN, CARLOS H., Hijo he ahí a tu Madre, I.P.L Y C.E.A Ediciones

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CAPITULO I

EL ESTUDIO TEOLÓGICO SOBRE MARÍA

La razón de ser de un estudio teológico sobre María . . . . 2La paradoja del estudio teológico sobre María . . . . . 3La importancia del estudio teológico sobre María . . . . . 4

CAPÍTULO II

LA PROBLEMÁTICA ECUMÉNICA DE LA MARIOLOGÍA

Las dificultades del protestantismo con respecto a María . . . 5Evolución del pensamiento de Lutero sobre María . . . . 6El diálogo ecuménico sobre estas primeras dificultades luteranas en torno a María 7Evolución posterior del pensamiento de Lutero sobre la figura de María . 8Repercusiones de la actitud de Lutero en el protestantismo posterior . 8

CAPITULO III

MARÍA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Textos mariológicos por sola acomodación. . . . . . 9c) Judit 15,9d) Pasajes sapienciales: Prov 8 y Eclo 24

Textos de sentido mariológico discutido . . . . . . 10Textos ciertamente mariológicos. . . . . . . . 11c) Gén 3,15 . . . . . . . . . . . 11d) Is 7,14 . . . . . . . . . . . 13

CAPITULO IV

MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

San Pablo: Gál 4,4s . . . . . . . . . 16

Los evangelios de la infancia . . . . . . . . 16

e) El relato de la anunciación (Lc 1,26-38) . . . . . . 16f) El mensaje a José (Mt 1,18-25) . . . . . . . 19g) El <<Magníficat>> (Lc 1,46-55) . . . . . . . 20h) <<Y a tu misma alma la traspasará una espada>> (Lc 2,35)

Madre de la comunidad: María en el Evangelio de Juan . . . . 21

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c) María en Caná: el vino nuevo (Jn 2,1-11) . . . . . . 22d) Junto a la Cruz: la discípula-Madre de la comunidad (Jn 19,25-27) . . 25

Madre en el Apocalipsis . . . . . . . . . 27

CAPITULO VLOS DOGMAS MARIANOS

LA MADRE DE DIOS . . . . . . . . . 29LA VIRGINIDAD PERPETUA DE LA MADRE DE DIOS . . . . 32LA INMACULADA CONCEPCIÓN . . . . . . . 32LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS . . . . . . . . 35

CAPITULO VIMARÍA EN LA DEVOCIÓN POPULAR Y EN LA LITURGIA

¿Por qué rezar a María? . . . . . . . . 36María y las <<vírgenes>> . . . . . . . . 36María en la liturgia. . . . . . . . . . 36

CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . 38

BIBLIOGRAGÍA . . . . . . . . . . 40

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