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l. Manual de instrucciones para olvidar a Fernando Savater en poco menos de veinte minutos JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ DE CANO y MARTÍN C UENTAN ACERCA DE GONZÁLEZ RUANO que, cj.lando era todavía un ilustre desconocido, quiso valer- se de la fama de Cervantes para acrecentar un ápice la propia. En no qué lejano foro provinciano, haciendo alarde de un osado desahago que -pensaba él- habría de rasgar no pocas vestiduras entre quienes se habían tomado el enojo de acu- dir a escuchar sus fingidas impertinencias, pronunció una apasionada conferencia en la que arremetía contra el único brazo armado que aún conservaba el Manco de Lepanto: la recia prosa de su inmortal Quijote. Corrían, a la sazón, tiem- pos en los que aún no se había esparcido la costumbre hodierna de tildar al zarandeado complutense de judío, rufián o maricón (entre otros cumplidos y lindezas que veda estampar el decoro), por lo que el muy ladino de Ruano andaba harto seguro y confiado de poder encrespar los ánimos de su auditorio y promover, así, el escándalo que -volvía a pensar él- tanto habría de azacanear en lenguas de la Fama su hasta entonces ignorado apellido. Y cuentan también que el día que siguió al que hubo de padecer las extravagancias de César González Ruano, el único gacetille- ro cultural que se había hallado presente en tan «escandalo- so» evento publicó una discretísima nota de alcance, perdi-

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l.

Manual de instrucciones para olvidar a Fernando Savater

en poco menos de veinte minutos

JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ DE CANO y MARTÍN

CUENTAN ACERCA DE GONZÁLEZ RUANO que, cj.lando era todavía un ilustre desconocido, quiso valer-

se de la fama de Cervantes para acrecentar un ápice la propia. En no sé qué lejano foro provinciano, haciendo alarde de un osado desahago que -pensaba él- habría de rasgar no pocas vestiduras entre quienes se habían tomado el enojo de acu-dir a escuchar sus fingidas impertinencias, pronunció una apasionada conferencia en la que arremetía contra el único brazo armado que aún conservaba el Manco de Lepanto: la recia prosa de su inmortal Quijote. Corrían, a la sazón, tiem-pos en los que aún no se había esparcido la costumbre hodierna de tildar al zarandeado complutense de judío, rufián o maricón (entre otros cumplidos y lindezas que veda estampar el decoro), por lo que el muy ladino de Ruano andaba harto seguro y confiado de poder encrespar los ánimos de su auditorio y promover, así, el escándalo que -volvía a pensar él- tanto habría de azacanear en lenguas de la Fama su hasta entonces ignorado apellido. Y cuentan también que el día que siguió al que hubo de padecer las extravagancias de César González Ruano, el único gacetille-ro cultural que se había hallado presente en tan «escandalo-so» evento publicó una discretísima nota de alcance, perdi-

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242 JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ DECANO y MARTíN

da entre la espesa mancha tipográfica del modesto diario local, cuyo desprecio socarrón venía a concretarse en el ape-nas perceptible titular que la encabezaba: «Al Sr. González no le gusta Cervante,m.

Muchos años después, frente al pelotón de adoctrina-miento apostado en el Palacio de las Naciones de Ginebra 1,

don Fernando Savater 2 quiso servirse de la misma argucia de Ruano para medrar a costa de esa socorrida sentencia popu-lar que, sobre poco más o menos, viene a desear que hablen de uno, aunque sea bien; y armado de un coraje poco usual entre quienes han de exhibir por gala la mesura en el pensar, la ética en el hacer y la estética en el decir, tituló de esta guisa su atrevida disertación: «Instrucciones para olvidar el Quijo-te». Comoquiera que del análisis de este peregrino discurso no sólo no se deriva ninguna instrucción que mueva al lector a relegar el Quijote a la esfera del olvido, sino que -antes bien-se desprende una enseñanza que anima a leerlo a quienes aún no se hayan enfrascado en la amenidad de su invención, la fir-meza de su arquitectura y la brillantez de su elocuencia, cabe pensar que el recurrir a la obra magna de Cervantes no fue sino una estratagema savaterina para acceder, siquiera por contagio, a una magra porción de ese renombre universal que arrastra consigo la andadura novelesca del hidalgo man-

1 «Instrucciones para olvidar el Quijote» es el título de un trabajo escrito por Fernado Savater para Radio Alemana del Norte (NDR), a partir del texto de una conferencia que, bajo el patrocinio del Club del Libro, pro-nunció e! propio autor en el Palacio de las Naciones de Ginebra, En 198 j (con prólogo de 1984), Savater recopiló éste y otros escritos similares en un volumen colectivo que salió de los tórculos con idéntico título. Diez años después, la editorial Santíllana S.A., en su colección «Taurus bolsillQ», vol-vió a editar este volumen conjunto. Manejo la segunda edición de esta reim-presión, lanzada en marzo de 1996; a ella van referidas todas las citas de mi estudio. (Para que no se confunda e! artículo con el libro, citaré siempre entrecomillado e! título de! primero, y en cursiva e! de! segundo),

2 Fernando Savater (San Sebastián, '947), doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid, es catedrático de Ética en la Universidad del País Vasco. Colaborador habitual en varios medios de comunÍcación (especialmente, en el diario El País, la revista Claves de razón práctica y la emisora radiofónica Cadena Ser), es autor de una extensa obra literaria, filosófica y ensayística, en la que sobresalen títulos como Para la anarquía (1977), Panfleto contra el Todo (1977), Caronte aguarda (1981), La tarea del héroe (1982), Contra las patrias (1984), Ética como amor proPio (1990), Ética para Amador (1991) Y Diccionario filosófico (1995)·

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chego. Buena prueba de ello quedó impresa en la portada del volumen en el que Savater compiló luego media tonelada de trabajillos similares, portada que salió a la calle engalanada, pregonada y socorrida por el titulillo de marras; y así, bajo un epígrafe tan ostentoso y comercial como Instrucciones para olvidar el Quijote, colocó en los escaparates de las librerías -aunque bien es cierto que no en las listas de libros más ven-didos-lo que él mismo llamaba, en su raquítico prólogo, una «gavilla de textos de circunstancias» 3 •••

Tan circunstanciales son, desde luego, que de no haber salido a la luz bajo el amparo de la anchurosa protección qui-jotesca, no habrían hallado otro cauce de difusión por donde dar rienda suelta a sus osados desvaríos. ¿Cómo, si no es al socaire de ese aval cervantino impreso en el título, iba a acep-tar el editor una amalgama de reflexiones tan ramplonas y superficiales como las que allí amontona Savater? ¿Qué otra creación de fama universal, si no es el Quijote, puede servir de carta de presentación para un amasijo de ideas cuya caótica mezcolanza hermana, en un mismo volumen, escritos que versan sobre Cervantes, Shakespeare, Diderot, Salgari, Ste-venson, Kafka, Bergamín, Orwell... y -entre otros ilustres próceres de la República de las Letras- Luis Antonio de Villena? (Risum teneatis?) 4. Parece evidente que Savater, valiéndose de una añagaza comercial tan burda que no habría merecido el aprobado ni en un cursillo elemental de Marke-ting del INEM, ha abusado del nombre de Cervantes y del título de su obra maestra para colar de rondón una resma de papeles menores cuyo interés tal vez no merezca ni siquiera el tiempo que estoy haciendo perder a este discreto senado; pero parece aún más evidente -y esto sí debe atañer a la dis-creción de los aquí congregados- que la osadía de algunos «opinantes oficiales» -alentada por la estulticia de quienes los escuchan arrobado s, y, sobre todo, alimentada por el pábulo que interesadamente les conceden ciertos medios de comuni-

Op. cit., p. '4. 4 Además, la <<gat1iJJa» acarrea estudios sobre George Santa yana, el

mito de Fausto, la Reforma Protestante, la novela policíaca, la fotografía, el cine, la poesía, la pintura, la droga, el poder, los intelectuales ... ; y así, hasta amasar materia que pueda sostener los treinta y siete artículos que, si no miente el índice (pues he de confesar que no he tenido humor para leerlos todos), conforman las ostentosas Instrucciones para olvidar el QuiJote.

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cación-, llega al extremo de creerse capacitada para disertar sin límites acerca de cualquier asunto, sin parar mientes en el esfuerzo de quienes, con menos alharacas y mayor profundi-dad, se han especializado en el estudio de la materia que esa audacia mancilla y profana. Ambas actitudes -la descarada-mente comercial y la comercialmente descarada- pueden parecer muy legítimas a los tibios lectores de don Fernando Savater, pero no deben pasar inadvertidas -a lo que creo- en este egregio foro de conspicuos cervantistas. Personalmente, hace ya tiempo que vengo aprovechando el generoso asilo que nos brindan estos congresos para desenmascarar las ase-chanzas y cauterizar las heridas que de continuo le tiende e inflige la Filología a la Literatura; pero, al fin y al cabo, yo también soy filólogo, y bueno es el sastre que conoce el paño ... Me parece que hoy, merced a esta briosa iniciativa de nuestro anfitrión, don Jase María Casas ayas, ha llegado tam-bién el momento de volver las lanzas contra quienes, exentos del menor asomo de pudor auctoris, no muestran embarazo alguno a la hora de arremeter contra el Quijote -en panicular-y contra la Literatura -en general- desde la frágil atalaya que les presta el cine, la pintura, la música, el cómic, la filatelia ... o, como en el caso que ahora me ocupa, la maltrecha y muy menoscabada filosofía.

II.

No debo pasar adelante ofendiendo a quienes puedan interpretar que de este largo preámbulo se deduce mi impu-tación de que han perdido su tiempo y agostado su humor en la lectura de las obras completas de Fernado Savater; de ahí que se me antoje forzoso demorarme en una brevísima síntesis del contenido de su ensayete, para que quien todavía ande surtido de paciencia pueda seguir el rastro de mis atro-pelladas razones. Y aunque de sobra sé que cualquier inter-polación extemporánea basta para descontextualizar de forma tendenciosa el contenido de un mensaje, las limitacio-nes de tiempo y espacio -aliadas con la benevolencia de Vue-sas Mercedes- bien valdrán para concederme que me tome la licencia de enhebrar mis réplicas al hilo de las argumenta-ciones savaterinas.

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Sostiene Savater, desde el inicio de su somero discurso, que

es evidente que el Quijote no es solamente un personaje literario, sino muchas más y más graves cosas: un mito nacional, un ideal irónico, la silueta de una concepción del mundo, el origen de un adjetivo descalificativo o enco-miástico, el último héroe y el primer antihéroe ... Don Quijote es más un prototipo que un tipo [ ... ] 5.

Al margen de la ligereza con que Savater aduna concep-tos tan escurridizos como el de mito, ideal, tipo y prototipo -cuya mera dilucidación requeriría muchos más renglones impresos de los que emplea el autor en todo su artículo-; al margen, también, de la vacuidad que se esconde detrás de esa imagen blandileble de la «silueta de una concepción de mundo» -que, de puro evanescente, no sé muy bien por dónde asoma, ni qué substancia trae-; y al margen, desde luego, del lapsus imperdonable que reduce a la nada a un antihéroe tan ilustre como Lázaro de Tormes, conviene reparar en el señuelo que Savater tiende al lector desde el comienzo mismo de su argu-mentación: porque de la firme aseveración que queda mani-fiestamente expresa en la fórmula «es evidente que», se acabará pasando, sin solución de continuidad, a una rotunda nega-ción de esa supuesta evidencia; o, dicho de otro modo, se pre-senta como propia una tesis que a la postre queda rebatida, habida cuenta de que toda la argumentación savaterina ven-drá luego a concluir en que don Quijote no es más que un per-sonaje literario. «Para este vitye -claro- no necesitábamos alfor-

jas», opinarán quienes, coincidiendo con dicho dictamen, se hayan disciplinado hasta apurar el artículo de Fernando Sava-ter (aunque sólo haya sido por la curiosidad intelectual de conocer nuevos enfoques que pudieran rebatir su punto de vista); sin embargo, aún más defraudados habrán de salir quienes, defensores de la mitificación o idealización del viejo hidalgo 6, hayan creído encontrar en el comienzo del artículo de marras un autorizado refrendo de su lectura del Quijote.

5 «Instrucciones para olvidar eIQllijofe», p. '7-6 Por cierto que, desde Homero, sabemos que no sólo no existe

incompatibilidad alguna entre mito y personaje literario, sino más bien todo lo contrario. Pero «cosas veredes ... ».

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JOSt.. RAMÓN FERNÁNDEZ DE CANO Y MARTíN

Porque, en efecto, Savater juega con el vetusto recurso retórico que estriba en dar por sentada una verdad «indubi-table» para, al final, casi por sorpresa, negar la mayor y pro-poner, bruscamente, que don Quijote no es un «mitm>, ni un «ideal», ni un <<prototipo», ni «el último héroe» ni «el primer antihé-roe» (ni mucho menos, claro, esa anoréxica «silueta de una con-cepción del mundo» que mostraba su difuso perfil al comienzo del texto). Sobre este viejo alarde de sofista mendicante se sostiene la -por lo demás, escasa- originalidad que pueden aportar a los estudios cervantinos estas «Instrucciones para olvidar elQuijote»: porque de la inicial «mitificación» del loco idealista se desprende fácilmente -Savater dixit- que

hay algo en don Quijote que pide ser transcendentalizado, algo que lo emparenta con el mundo religioso 7,

de donde no cuesta nada constatar que

don Quijote ha salido dc la novela para subir a los altares y recibir el culto que merece un santo desastroso, pero en tusiasta 8.

Así las cosas, a Savater -como a cualquiera que se ponga en su lugar-le resulta muy cómodo postular el olvido de un don Quijote mítico, tradicional, idealizado y cristianizado, para salvar, en cambio, las virtudes y los defectos que puedan concurrir en la mera caracterización del ente ficticio; porque -asegura- «un personaje literario no tiene por qué ser )ui%,ado por sus repercusiones sociales o éticas, pero un mito quiZá sz'». Pero resulta que el peligro del que celosamente nos viene a prevenir Sava-ter -id est: esa deificación del mensaje y del personaje cervan-tinos, por vía de las sesgadas, anacrónicas y trascendentales interpretaciones que de ellos se han propuesto- tiene, hoga-ño, tanta vigencia como la que conservará la obra completa de Savater en el siglo venidero; de donde se arguye que el enemigo no existe, la guerra no ha sido declarada, y la ame-naza que pretende combatir el perspicaz filósofo queda redu-cida a un mero pretexto para promocionar el resto de sus tra-

7 Op. cit., p. 18. 8 [bldem.

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bajos (que siempre hallarán mejor cobijo bajo el marbete engañoso de Instrucciones para olvídar el Quijote, que, por ejemplo, bajo el título -mucho más preciso y ajustado al ver-dadero contenido del volumen- de Variopintas y curiosas apor-taciones del eminente erudito don Fernando S avater, acerca de la com-pltdidad del hecho literario, sus manifestaciones más representativasy los autores que lo han hecho posible desde sus orlgenes hasta nuestros días). Quod erat demostrandum, y, como dice a Sancho el propio don Quijote, «vale más buena esperanza que ruin posesión» 9.

Por lo que se deduce del resto del artículo, han sido dos los procedimientos que han propiciado la deificación o el catasterismo de Alonso Quijano el Bueno, despojándole de su naturaleza de tinta y papel para revestirle de esos atributos míticos o sacralizados que -por la repercusión social que pueden conferir a sus palabras y a sus actos- tanto parecen preocupar a Savater. Se trata, por un lado, de la unamuniana conversión de don Quijote en un personaje trágico 10, cuyo destino transcendente vendría a dotarle de una grandeza ejemplar -y ejemplarizante- en medio de la catarsis colectiva de sus lectores. Pero como hasta Savater es capaz de colum-brar que los postulados de don Miguel de Unamuno acerca del Quijote pueden merecer tanta estima, en la actualidad, como la música de Moros y Crútianos -bizarra zarzuela que, con partitura del maestro Serrano, se estrenó en Madrid en I905, año en que también vio la luz la unamuniana Vida de don Quijote y Sancho-, él mismo se apresura a desautorizar la opinión del Rector salmanticense, para acabar concluyendo que don Quijote no puede ser contemplado como un perso-naje trágico propiamente dicho ll. Los vericuetos que para ello Savater transita -tan anfractuosos y tangentes, por lo

9 DQ, Il, vii. 10 «Ya se han señalado las conexiones de don Quijote con e! ámbi-

to de lo religioso; una cierta interpretación romántica o tardorromántica de! personaje, cuyo ejemplo pudiera ser Unamuno, ha querido hacer de él un personaje trágico». (Op. cit., p. 18).

II «Pero hay una diferencia esencial entre la raza de Á yax o Antígona y nuestro Caballero de la Triste Figura. Los protagonistas de la tragedia representan una contradicción efectiva entre leyes opuestas, el choque de in tereses o tradiciones difícilmente reconcilia bies en la paz de la ciudad. Don Quijote, en cambio, simboliza tan sólo una opción puramente privada y por nadie compartida en el contexto social de sus andanzas» (Ibúlem, p. 19)'

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demás, al meollo de este apresurado análisis-, no se me dan un ardite; pero sí parece oportuno reparar en que, de nuevo, ha vuelto a servirse de la misma estrategia retórica para con-fundir al lector, estrategia que, en su disposición estructural, guarda una perfecta simetría con la añagaza inicial que sos-tiene toda la urdimbre de su endeble entramado: «don Quijote es un mito ... , pero don Quijote no es un mito»; «don Quijote es un mito porque es un personaje trágico ... , pero don Quijote no es un mito por-que no es un personaje trágico»; et sic de caeteris.

El segundo factor que -según Savater- ha generado y sotenido la mitificación, idealización o sacralización del Caballero de la Triste Figura hunde sus raíces en una supues-ta atenuación -cuando no amputación- de los pasajes cómi-cos y el resto de los recursos hilarantes que arrastraba la prosa cervantina a finales del siglo XVI y comienzos de! XVII:

La clave de todos los falseamientos y de todas las mal-versaciones del quijotismo viene a parar siempre en lo mismo: en una amputación del humor del personaje [ ... j. Al lector de hoy no le es fácil compartir tan sana hilaridad. Lo más duradero del humor de esta novela, que coincide con el tipo de comicidad más primitiva e invariable, son las escenas de garrotazo y tentetieso [ ... j 12.

Si no fuera porque la pueril arrogancia de esta atrevida afirmación basta para agredir a quienes, sin reparar en modo alguno en ese humor «de garrotazo y tentetieso», nos hemos reído a mandíbula batiente con la lectura del Quijote, sería innecesario replicar a una aseveración tan necia, huera y erra-da como la recién transcrita. ¿De dónde saca Savater que la mayor carga humorística que aún arrastra e! Quijote descansa sobre esos lances grotescos de verbena de pueblo, pista de circo o coso de charlotada? ¿Qué alegres y livianas prospec-ciones en la recepción actual del Quijote le han llevado a sacar las conclusiones que le permiten sostener impunemente tamaña impertinencia? ¿No será, por ventura, que al final y sin querer se ha descubierto, dándonos a entender que a las personas, personajes y personajillos de! entorno por donde progresa -o retrocede- sólo les mueve a risa e! «masoquismo

12 op. cit., pp. 20 Y 21.

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melancólico de Charlot» O el «sadismo desembozado de Tom y Jerry»? '3 Cierto es que el humor de algunos pasajes cervanti-nos (particularmente, el que provoca o sufre en sus carnes Sancho Panza, como muy bien señaló Anthony Clase hace ya un cuarto de siglo) 14 viene arropado, en ocasiones, por una soberana tunda de puñadas y mojicones, revoltillo de golpes que, en su día, tal vez despertara entre los lectores un regoci-jo que hoy se nos antoja un tanto necio y, sin duda, insano; pero de ahí a sostener que en un recurso tan pedestre -y, por lo demás, tan escasamente representativo del estilo de Cer-vantes, habida cuenta de que se trata de una convención lite-raria de la época- se cimenta toda la eficacia cómica del Qui-

jote, hay tanto trech<? como el que separa la Ética a Nicómaco, de Aristóles, de la Etica para Amador, de Savater. Como ati-nadamente ha observado mi colega, maestro y amigo Daniel Eisenberg, todo el esfuerzo de Cervantes transcurre por un camino opuesto, el que resalta «el vinculo entre el humor y la inte-ligencia» 1j; Y sólo quienes no son capaces de transitar por esta vía quedan contentos y regocijados con los quebrantos y molimientos que, como ingredientes muy secundarios, ado-ban la materia prima del suculento humor cervantino.

Claro que, para anudar el hilo quebradizo de su endeble discurso, Savater necesitaba dar por válida esta inexistente degradación del humor, que a su vez valdría para justificar el poso de crueldad anclado en un Quijote desprovisto de inten-ciones y efectos hilarantes. Asido, ahora, a la mano insegura de Vladimir Nabokov, y siguiendo su paso titubeante, Sava-

13 Ibidem, p. 21.

14 «Sancho Panza: Wise Fool», in Moderne Language Review, n.o 68 (1973), pp. 344-317·

15 DANIEL EISENBERG, La interpretación cervantina delQuijote, cap. 4, p. 12 1 (Madrid: Compañía Literaria, 1995)' Para profundizar en un análisis serio -valga la paradoja- del tema del humor, y documentarse con las últi-mas investigaciones publicadas al respecto, este trabajo del profesor Eisen-berg se convierte en un vademécum imprescindible: «Cervantes lo indica en primer lugar con Dorotea, quien es a la vez "discreta" y "de gran donaire" (ll, JO, j-6); sigue inmediatamente con la primera alusión a su propio genio cómico (ll, 62,5-13), Y con la revelación de la discreción de Sancho [ ... ]. En la Segunda Parte, sin embargo, este aspecto se repite en diversas ocasiones. "Las gracias y los donaires, señor don Quixote, como vuessa merced bien sabe, no as sientan sobre ingenio torpes", dice la duquesa [ ... ]. "No puede aver gracia donde no ay discreción", añade Cide Hamete (IV, 65, )1-32)>>. (Ibídem, pp. 121 Y 122.).

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JOSÉ RAMÓN FERNANDEZDECANOY :-.!ARTíN

ter se precipita por el anacronismo -¡tantas veces, y tan lige-ramente, reiterado!- de que

ambas partes de Don Quijote constituyen una verdadera enciclopedia de la crueldad. Desde ese punto de vista [el de la Pérdida de Ne efecto cómico que, en su tiempo, habría de atenuar el rigor de Jo,r palos llovidos] es uno de los más amargos y bár-baros libros jamás escritos 16.

De nuevo el estudioso de la literatura áurea se topa con la liviana petulancia de quienes se atreven a juzgarla desde los confines de este siglo xx mediocre y volandero, con criterios propios de la mentalidad de nuestro tiempo, valores morales que nada tienen que ver con los que entonces primaban, y gustos estéticos cuya abismal variación se podría tener mucho más presente -si no mediase esa pereza mental que tan férreamente nos atenaza- con recordar, tan sólo, las indu-mentarias de los personajes velazqueños. Ante tamaña desin-formación -y ante tan subido desprecio hacia quienes han empleado muchas horas en el conocimiento de las letras áureas-, ni siquiera merece la pena recordar la crueldad de que es objeto Lázaro de Tormes, o, por citar a un riguroso coetáneo del don Quijote ficticio, las vejaciones que sufre el desventurado Guzmán de Alfarache. En lo que a mi amor por las letras ruso-americanas se refiere, Nabokov bien puede acogerse al privilegio de exhibir su radical ignorancia acerca de la literatura española, y proclamar a los cuatro vien-tos que el Quijote «es uno de los más amargos y bárbaros libros jamás escritos»; sin embargo, me preocupa mucho más que un cate-drático de una universidad española asuma esta necedad y la difunda alegremente en sus escritos, sólo con el interesado propósito de que le sirva de argumento de autoridad para sus débiles postulados.

y es que, naturalmente, Savater cae de bruces donde Nabokov tropieza, porque fuerza esta indocumentada y desmemoriada afirmación del padre de Lolita para llegar, por vía rápida, a la conclusión de que, en el lector actual del Quijote,

16 Cfr. en «Instrucciones ... », p. 21.

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crece así la tentación de olvidar el carácter esencialmente festivo de la novela y de convertirla en una parábola moral o -aún peor, mucho peor- en un apólogo político 17.

y así, Savater corona sin ningún desgaste -ni físico, ni mental- esa meta que, desde su añagaza inicial, ya estaba pisando al comienzo de su argumentación. Pero parece inne-cesario volver a insistir en que toda la frágil edificación de su discurso se desmorona en cuanto queda sujeta a un demora-do despiece de su armazón estructural: si el lector atento, en una alarde de buena voluntad, se aviene a conceder esa supuesta crueldad del Quijote, pronto ha de preguntarse por qué demonios ha de surgir de ella «la tentación de olvidar el carácter esencialmente festivo de la novela» (porque parece obvio que de una cosa no se deriva necesariamente la otra); y si, extremando al máximo su curiosidad por alcanzar las íntimas razones que mueven a don Fernando Savater, lleva su bon-dad hasta la beatífica idiocia de conceder esta última propo-sición, vendrá forzado a desesperarse buscando dónde demonios se anuda el vínculo que une «la tentación de olvidar el carácter esencialmente festivo de la novela» con el efecto de con-vertirla en una <<parábola moral» o en un «apólogo político».

Claro está que, un poco más relajado, ese lector paciente advertirá enseguida que el arribar a ese marbete de «parábo-la moral» o «apólogo político» se convierte para Savater en una necesidad apremiante para que cobre algún sentido todo lo expuesto anteriormente. En efecto, si ahora se toma la molestia de desandar el dédalo confuso de ese artículo, el lec-tor podrá volver a armar sus piezas en un orden muy dife-rente al que ha motivado la interesada presentación de Sava-ter, pero tal vez reconstruyendo fidedignamente -en tan veraz deconstrucción- el monólogo interior que movió desde un principio el cálamo de Savater:

-EIQuijote sólo es una obra literaria; su protagonista no es más que un personaje de ficción; en consecuencia, no parece muy inteligente convertir la obra en una pará-bola moral o en un apólogo político, como alguna vez han hecho algunos. ¿Cómo lo han hecho? Convirtiendo a don Quijote en mito, y olvidando el sentido del humor ¿Quié-

'7 Ibídem, p. 23·

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nes y cuándo lo han hecho? Unamuno y Nabokov. ¿Y tiene algún sentido avisar contra un peligro que ya no amenaza a nadie? No, pero ... ; bueno, sí, porque, de lo contrario, me quedo sin el artículo que puede promocio-nar el resto de mis "investigaciones" literarias.

Desde luego, quienes, ajenos a cualquier empeño miti-ficador, venimos disfrutando de la inmortal criatura cer-vantina por el mero asombro que nos causa su proteico perfil literario, no vemos la necesidad de dictar ninguna instrucción que pretenda hacer olvidar el Quijote. Y mucho menos cuando, llegados a ese punto del alegato savaterino, damos por averiguado que los fantasmas que desvelan el sueño del omnipresente filósofo sólo se ampa-ran en un par de lecturas del Ouijote tan antañonas como desfasadas. Porque si todo el misterio de la «transubstan-ciación» quijotesca viene arropado por lo que un día escri-biera Unamuno o lo que una noche divagara Nabokov, se me antoja palmario que la redacción y la difusión del artículo (y, tal vez, su propia génesis), sólo estuvieron justificadas -y aun requeridas- por esos intereses publicitarios que ya han salido a la luz.

III

Me daré por satisfecho si, a estas alturas de mi prédica, ha quedado patente que las conclusiones de un trabajo tan espernible como este artículo de Fernando Savater no se me dan un ardite, ni creo que hayan merecido en ningún momento la atención de tan ilustres cervantistas; sí me pre-ocupa, empero, la actitud que trasluce su acuñación y su formulación impresa, porque -a mi juicio- representa uno de los más nítidos paradigmas del secular proceso de «apro-piación indebida» que algunos «administradores oficiales» de la cultura hispánica vienen aplicando sobre la figura y la obra de Miguel de Cervantes. No quiero pararme a averi-guar a estas alturas -porque tampoco tengo ganas de picar en transcendente- si de mi súplica para que no caiga en cualquier mano el Quijote y sus hermanos cervantinos puede desprenderse cierto dandismo elitista, o ciertos pri-

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vilegios gremiales que reclamarían el derecho a la exégesis sólo para unos pocos iniciados; pero sí me parece innegable que, dentro de ese vasto proceso de banalización del saber en el que ahora naufragamos, la vulgarización del Quijote infligirá una grave derrota a los cuatro humanistas que ya vamos quedando.

Con todo, debo reconocer que, a pesar de las rigurosas exigencias editoriales, don Fernando Savater anda muy lejos de anhelar, de veras, el olvido del Quijote. Tengo para mí que, urgido por la inexorable amenaza de las leyes del olvi-do, no sólo no ha desdeñado la obra maestra de Cervantes, sino que se ha enfrascado en su lectura hasta encontrar soco-rro en el capítulo VIII de la Segunda Parte; porque allí, bus-cando dónde asirse para que la Fama no pase de largo sin reparar en su ya voluminoso legado, topó de bruces con el siguiente pasaje:

Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la antigüedad se llamó el Templo de Todos los Dioses, y ahora, con mejor vocación, se llama de Todos los Santos, y es el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primores y sutile-zas de aquella gran máquina y memorable arquitectura; y, habiéndose quitado de la claraboya, dijo al emperador: "Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo". "Yo os agradezco -respondió el emperador- el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vues-tra lealtad; y así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere" 18.

18 DQ II, viii.

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254 JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ DE CANO Y MARTíN

Si Savater se ha agarrado al Qu!jote como pretendió asir-se el caballero romano a Carlos V, movido del deseo de defe-nestrarlo para dejar con ello memoria eterna de su nombre, en el pecado de la irrelevancia concedida a su artículo ya lleva la penitencia que merece; porque el corto alcance de su inten-to ha pasado inadvertido hasta que ha hallado cabida en la singular especificidad de este ameno Convivio. Pero si otros intereses más prosaicos, mundanos y venales mueven a quie-nes hogaño ostentaban el título de filósofos, a esos cuatro humanistas de marras sólo nos puede consolar el acogernos al piadoso endecasílabo de micer F rancesco Petrarca: «Povera e nuda vai, philosophia» '9.

'9 Canzoniere, «Rime sopre vari argumenti», Soneto l.