Madame Bovary La Primera Novela Total - Fernando Vérkell
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Madame Bovary: la primera novela total
Fernando Vérkell
Prefacio Pocos escritores pueden inmortalizarse con uno o dos libros. Hay casos aislados: Dante, Juan
Ruiz, Rulfo, Joyce y Flaubert. Éste último llegó a la gloria literaria casi a la fuerza. No creyó en la fama
o en la fortuna; tampoco cayó en la propaganda personal o en la hipocresía intelectual. Su obras están
destinadas a permanecer, acaso más tiempo que su nombre.
La labor de escribir puede que sea la más solitaria del mundo. Se puede escribir en colaboración
o se puede recibir ayuda, pero siempre el acto será personal. Aún Marx y Engels escribieron en la
soledad, aunque estaban siempre juntos. Flaubert nunca buscó la compañía de nadie (ni siquiera de sus
parejas sentimentales) para escribir. Su obra, tal vez la más profunda del Siglo XIX, está llena de sole-
dad. El caso de Flaubert es el caso de la soledad literaria.
Es de sumo interés conocer un poco de la vida de Flaubert; de sus pasiones puede entenderse
ese afán de perfección que asoló su obra y que llevó al escritor al delirio literario.
En este pequeño esbozo de análisis, se hablará de Madame Bovary, su novela más famosa. Antes
de entrar en el análisis, es necesario abordar temas que ayuden a penetrar en la mente (la afirmación
es temeraria, pero no es ingenua) de Flaubert, al menos superficialmente.
La historia de Francia y de Flaubert es una sola; ergo, la historia y la decepción de Emma, es la
desilusión de Francia y de Gustave.
Francia: el bon vivant doliente
Dice Chesterton que los franceses son agudos y banales a voluntad (2005, 20). Esta declaración
es trillada, pero es real: nadie se jacta más de la perfección lógica de su lengua; ningún pueblo abrazó
la libertad y las ideas revolucionarias antes que Francia; nadie (ni siquiera los ingleses) ha aportado
tanto a la cultura mundial.
Borges también decía que uno puede pensar en Cervantes como padre del idioma español; o en
Shakespeare como el padre del idioma inglés; pero no puede decir que Víctor Hugo es el padre del
idioma francés, y tampoco se puede manifestar que sea Rabelais, Voltaire, Colette, Camus o... la lista es
demasiado larga.
Lo que sí puede decirse es que Flaubert es el padre de la novela contemporánea.
Sin embargo, Francia no se salvó de algunas conductas sociales y políticas que afectaron a Eu-
ropa en pleno siglo XIX; Flaubert fue testigo de innumerables cambios y de perversas conjuraciones.
Cuando él nace (1821) reina Luis XVIII y la monarquía goza de una relativa estabilidad; cuando muere
(1880) Francia es una república, ha sufrido rebeliones y Jules Grévy ha unido, finalmente, a la nación.
Como el debate es interminable, no extenderemos la discusión sobre qué influencia tiene la
literatura en la historia; basta decir que en esa época al novelista le interesaba el hombre y su entorno.
Balzac, Stendhal, Hugo y Flaubert huyeron de las fórmulas archisabidas y podridas, y buscaron al Hom-
bre, al ser humano y lo vieron como un todo. De ahí nace la verdadera literatura psicológica.
En el contexto histórico, Francia siempre ha estado en los primeros lugares de sucesos. Los
historiadores franceses, a fuerza, deben escribir voluminosos tomos de historia: desde su fundación
incierta hasta el presente, Francia es todo noticia, todo acontecimiento.
Poco a poco, las monarquías europeas caían; en el presente, sólo son ornamentos representati-
vos. España, Dinamarca, Holanda e Inglaterra tiene reyes-adornos, y el pueblo los admira casi como
piezas de museo. Los franceses, empero, se rebelaron contra las coronas y los castillos, y no aceptaron
reyes-adornos; Luis XVIII, Carlos X, Luis Felipe I y Napoleón III fueron los últimos reyes franceses.
Después de la institución de la Tercera República (4 de septiembre de 1870) Francia quedó constituida
como un pueblo soberano y autónomo, con representación y autoridad democrática, lo cual persiste
hasta nuestros días.
El caso de Flaubert es raro. Odiaba a los burgueses, pero vivía como burgués; odiaba a los hom-
bres, pero nadie se interesó más en la psicología; la democracia lo exasperaba. Descreía, como todos los
burgueses, en el poder de muchos, porque la corrupción y la avaricia podían destruir al pueblo. Cuando
murió, amargamente tuvo que aceptar que las «democracias» habían triunfado.
Flaubert: la vida por la literatura
Doloroso y enigmático es el destino de Flaubert. Su obra es escasa; dos novelas lo han llevado a
la cumbre de la literatura. Él inaugura la literatura moderna, propiamente dicha; él inventa el estilo
indirecto libre; él juega con sus personajes; él ofrece una visión fría y cerebral de la vida. Flaubert se
adelantó muchos años a su tiempo; y por eso, como siempre, fue incomprendido y vituperado, llevado
a juicio y absuelto; tildado de alborotador y de pendenciero. Algunos escritores que ya han desapare-
cido, lo consideraron (como después a Borges) miope y cegatón a los problemas sociales de su época;
lo que no sabían es que Flaubert estaba comprometido hasta la muerte, que no era ajeno a los problemas
de la vida, pero no en el sentido social e hipócrita de sus detractores, sino en uno más sublime y dura-
dero: Flaubert dio su vida por la literatura.
Esto parece trillado y vil; puede decirse con justicia que quien escribe dedica su vida al arte;
pero aún así, vive su vida y sufre, goza, viaja, ama, odia, llora, ríe y luego escribe. Flaubert vivió todo
eso escribiendo. Es decir, la obra de la Flaubert es escasa porque fue pulida, limada, retocada, deshecha
y rehecha; esa busca de perfección estilística produjo en el escritor una suerte de parálisis social: Flau-
bert nunca se casó, no tuvo hijos y conoció a medias el éxito; pero siempre tuvo a la literatura como
aliada. Fue ella y no la República la que trastornó a Flaubert.
Cuando Flaubert escribe el manuscrito de las Tentaciones de San Antonio, en 1849, sus amigos
(en la archisabida anécdota) le ordenan que lo arroje al fuego y que se olvide del lirismo. Gracias a esa
injuriosa opinión tenemos Madame Bovary; pero también es el germen de la enfermedad flaubertiana.
Flaubert buscó la perfección del lenguaje; buscó (y encontró) la eufonía; recorrió diccionarios y corpu-
lentos tomos de todas las ciencias para escribir una línea; incontables páginas fueron destruidas y otras
más retocadas buscando la palabra justa, la mote juste, y podemos decir que muchas veces la encontró.
Pagó un precio alto, pero Flaubert lo sabía y quizá estaba feliz con eso.
Se dice que Flaubert enloqueció por sus múltiples lecturas y por su enorme cultura; no en balde
tenía en gran estima al Quijote. Esto, sin embargo, no significa que haya sido una locura total: al igual
que Alonso Quijano, Gustave Flaubert sólo enloquecía cuando hablaba de literatura; y en los demás
ámbitos eran tan lúcido (socialmente, se entiende) como don Quijote.
Dedicó cuatro años y medio a Madame Bovary, y veinte a la La educación sentimental.
En un excelente trabajo crítico, Mario Vargas Llosa explora el vasto mundo flaubertiano; no
repetiremos ni citaremos al gran escritor peruano, pero sí recogeremos su idea (que a su vez, viene de
una carta de Flaubert): la literatura es una orgía perpetua.
Madame Bovary: la primera novela total
Análisis e interpretación
I
No sólo inaugura la literatura moderna, sino que además la supera: Flaubert tomó un argumento
trivial y desgastado, y lo convirtió en la obra perfecta; su novela es la novela del siglo, es la novela que
totaliza, que recorre las vidas de unos campesinos ignorantes y mediocres; de una mujer, (arquetipo de
todas) que no sabe lo que quiere y que siempre busca algo mejor. Emma es todas las mujeres y todas
las mujeres son Emma. Flaubert es Emma y es Charles.
El argumento de la obra es de una simplicidad brutal: Emma Bovary, disconforme con su vida y
con su matrimonio con el oficial de sanidad Charles Bovary, después de muchas vicisitudes, amantes y
de muchas deudas, decide suicidarse comiendo arsénico.
Flaubert tomó el argumento de la realidad. En la Francia del siglo XIX había una mezcla de
fantasía y de verdad. Las mujeres, especialmente, se ilusionaban (como Emma) de la vida de los bur-
gueses; pero deseaban la independencia de género y el poder femenino (como Emma). Los críticos
encontraron cuatro o cinco historias similares: una mujer que no ama a su marido y que para mantener
a sus amantes y a sus lujos contrae deudas que no puede pagar, y termina con su vida de una manera
teatral. Podemos decir que en Francia, en el siglo XIX, muchas mujeres fueron Emma.
Flaubert ya había sido testigo de la muerte en su infancia: su padre fue el jefe de un hospital, y
él y su hermana visitaban a escondidas la morgue del hospital. Los recuerdos vívidos de las muertes
fueron fundamentales para la concepción de Madame Bovary.
El argumento de la novela, como ya dijimos, simple y también corriente, pero es la técnica y la
destreza del escritor la que convierte a la obra en sublime. Flaubert creía que cualquier cosa es literatura,
o al menos, cualquier suceso en la vida puede inspirar literatura. Con eso en mente, el maestro tomó a
una mujer medio campesina y medio burguesa, y la llevó a la inmortalidad.
En Madame Bovary, hay personajes diversos. Enumeraremos a los principales.
Charles Bovary es un tipo bonachón, algo estúpido y muy enamorado de su mujer. Oficial de
sanidad (rango inferior al de médico) se desempeña con mucha dedicación, pero con poco talento a su
oficio, yendo de pueblo en pueblo auxiliando a los pobres campesinos de las comarcas vecinas. Al prin-
cipio de la novela se nos muestra un pequeño retrato de Charles:
«El “novato”, que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de
modo que apenas se le veía, era un mozo del campo, de unos quince años, y de
una estatura mayor que cualquiera de nosotros. Llevaba el pelo cortado en flequi-
llo como un sacristán de pueblo, y parecía formal y muy azorado. Aunque no era
ancho de hombros, su chaqueta de paño verde con botones negros debía de mo-
lestarle en las sisas, y por la abertura de las bocamangas se le veían unas muñecas
rojas de ir siempre remangado. Las piernas, embutidas en medias azules, salían
de un pantalón amarillento muy estirado por los tirantes. Calzaba zapatones, no
muy limpios, guarnecidos de clavos.» (Flaubert, 1999, 16).
De esa forma sabemos que C. Bovary no es muy listo y que a duras penas, ha encontrado una
escuela que lo acepte; más adelante se nos narra su infancia y la sobreprotección que sufre, porque su
madre lo consiente demasiado; se nos cuenta que su padre es un hombre simple, sin conocimientos y
con un gran sentido del despilfarro. Eso, entre líneas, deja ver el trasfondo ideológico de Bovary. Des-
pués de saber eso, comprendemos por qué él es como es; sabemos también por qué Emma lo manipula
y lo engaña sin que que él proteste.
La protagonista del relato es Emma Rouault, mujer de una hermosura extraña; cuando Charles
la conoce en la granja de su padre, Emma le parece hermosa, pero no sabe por qué. Flaubert describe
sus manos, pero no las considera bellas; más bien sus ojos son los que enamoran al simple oficial de
sanidad.
Poco a poco, como si de una tortura se tratara, Flaubert describe a la protagonista de la obra. Es
de tez blanca, con el cabello y los ojos negros; con los pómulos rosados y de una belleza exótica; sus
gustos son refinados y se aburre en los quehaceres domésticos; ha leído mucho y le gustan la poesía y
las novelas románticas.
Describir a un personaje como Emma es una tarea ardua. Aunque sea una mujer de papel, es
más real que muchas mujeres insípidas de la realidad real. Emma es una mujer que necesita, que pide
algo más. No sabe qué es ese «algo más» que busca, pero lo pide a gritos. Se casa con Charles sin tener
una razón específica; se enamora de Léon pensando en un marqués; y luego, se enamora de Rodolfo
porque éste la estima y la cree hermosa. Es decir, Emma y su tragedia son inaccesibles en sí mismas.
Otro punto interesante en Emma es su ideología. Emma es partidaria de los lujos y del esplendor
de los castillos. Empieza por añorar una vida mejor, y después trata de conseguirla. El dinero y la falta
de él, es una parte importante de la novela, tanto que lleva a Emma a quitarse la vida por las muchas
deudas que ha contraído.
Cuando está encinta; fantasea con dar a luz a un niño; ella sabe que las mujeres en la sociedad
están subordinadas al hombre y eso la exaspera; cuando nace la pequeña Berthe, Emma se desilusiona
y podría decirse que no siente ninguna clase de afecto hacia la niña. Como muchas mujeres de su época,
Emma envía a Berthe con una nodriza, una madre sustituta.
Sus amores están llenos de cursilerías y de fantasías románticas. Léon corresponde las cursile-
rías por su gusto por el arte; Rodolfo las ve con malicia y la continua zalamería de Emma lo irrita. Pero
Emma está enamorada del amor; no de su marido o de sus amantes. Ella cree que algún día encontrará
el amor; lo busca, lo añora y al final nunca lo encuentra.
En la tercera parte de la novela, el personaje de Emma tiene una pasmosa oscuridad. Las deudas
la aprisionan y su decadencia ha empezado. Es una mujer bella, pero los años han pasado y ha entrado
en la madurez; algunas mujeres envejecen dignamente y adquieren una belleza peculiar; otras, no co-
rren tanta suerte. Emma, nos parece, ha envejecido (relativamente, pues quizá rondará los cuarenta
años exagerando) pero no ha perdido su sensualidad y su belleza. Ella es la que se sabe vieja y perdida.
Rodolfo le da un golpe lapidario cuando en los previos momentos de la huida se arrepiente y le escribe
cortando la relación. Léon, buscando una vida mejor y temeroso de la señora Bovary, se va a Rouen y
luego a París. Cuando Emma y él se rencuentran ella vuelve a soñar con el amor posible, pero Léon se
escabulle y la olvida al final.
Flaubert juega con el lector, de manera que sabe que Emma morirá; sabe que tomará (comerá)
arsénico; sabe que Charles quedará en la ruina y que a Berthe le espera una vida atroz. Lo que no sabe
es cómo sucederá todo eso. Emma empieza una pequeña decadencia en la tercera parte. Después de
haber conseguido el poder legal que su marido firma (aunque ya lo había roto, y para que Emma no se
moleste lo vuelve a firmar) se endeuda, su acreedor, el maléfico señor Lheureux, quien la embauca y la
seduce (financieramente, se entiende) y acaba por llevarla al suicidio. La importante en Madame Bovary
es la forma. Flaubert, como Cortázar, escribe sobres cosas pedestres, pero la lleva a lo sublime por medio
de las palabras. Nada puede descuidarse en un cuento de Cortázar; nada puede dejarse de lado en Ma-
dame Bovary. Esa es la verdadera herencia de Flaubert: haberle enseñado a una multitud de escritores
que la literatura debía ser total.
Otros personajes rondan la novela. Ninguno de ellos (a pesar de ser complejos) se nos hace tan
conocido como el farmacéutico, el señor Dubois. Durante décadas, Francia tuvo en mente al buen señor,
cuando querían deplorar a la conducta francesa típica y cínica. El señor Dubois significa lo que Sancho
a las simplicidad rural, o Hamlet a los adolescentes incomprendidos. Pocos escritores han podido re-
tratar a una sociedad en un sólo hombre. Flaubert logró eso y más: la personificación de la astucia. El
señor Dubois no es amable con Bovary por su naturaleza: lo es por interés. Ha infringido la ley y sabe
que Bovary puede acusarlo; necesita congraciarse con el oficial de sanidad (nunca médico) para no
perder su prestigio y a su clientela.
El señor Dubois participa en la vida de los Bovary desde que llegan a Yonville, hasta que son
sepultados; él, sin saberlo, introduce a Emma en el pecado. Invita al señor Léon Dupuis, pasante de
abogado en Yonville a comer con ellos en el León de Oro, la taberna/restaurante del pequeño pueblo.
No hay nada peculiar en ello; Emma es una mujer casada y encinta que acaba de llegar con su marido.
Lo único inusual es que es una mujer que ha leído mucho y que fantasea con una vida mejor; más
romántica, más apasionada. Sin que nadie se dé cuenta (salvo el narrador y el lector) ambos empiezan
un pequeño juego de seducción. Charles y Homais, ambos medio tontos y parlanchines, se olvidan de
Emma y de Léon. Allí empieza la decadencia de la señora Bovary.
Flaubert describe a Léon de manera muy escueta. No era importante cómo lucía, sino cómo
pensaba. Léon es un tipo culto, aficionado a las novelas románticas (como Emma), le gusta la poesía
(como a Emma), canta y toca el piano (como Emma) y así, tal como lo describió Stendhal, empieza la
cristalización; ambos son empujados por las circunstancias; ambos son víctimas del aburriemiento y
ambos se gustan. Aunque Emma se entregará a Léon en Rouen, en un carricoche, el deseo sexual em-
pieza desde esa noche en la taberna. Flaubert lo describe magistralmente:
Sin darse cuenta, mientras hablaba, León había puesto el pie sobre uno de
los barrotes de la silla en que estaba sentada Madame Bovary. Llevaba ésta una
corbatita de seda azul, que mantenía recto como una gorguera un cuello de batista
encañonado; y según los movimientos de cabeza que hacía, la parte inferior de su
cara se hundía en el vestido o emergía de él suavemente. Fue así como, uno cerca
del otro, mientras que Carlos y el farmacéutico platicaban, entraron en una de
esas vagas conversaciones en que el azar de las frases lleva siempre al centro fijo
de una simpatía común. Espectáculos de París, títulos de novelas, bailes nuevos,
y el mundo que no conocían, Tostes, donde ella había vivido, Yonville, donde es-
taban, examinaron todo, hablaron de todo hasta el final de la cena. (op. Cit. 35).
Nada hay más seductor que el intelecto. Emma y Léon se gustan físicamente, pero también se
entienden, se comprenden. Charles es un tipo simple; Homais es un oportunista y los demás son aldea-
nos típicos. Léon es el único, que como Emma, vive en busca de un mundo mejor, con mayores emo-
ciones, con pasiones. También él odia a Yonville y sueña con París, o, al menos, con Rouen. No es de
extrañar que Emma y Léon hagan el amor, tiempo después, en un carricoche en las empedradas calles
de Rouen. No es extraño que Emma sueñe con vivir en algún lugar olvidado y romántico. Es la ciudad
la que los excita, es la ciudad la que los atrae. Es la ciudad la que matará a Emma.
La vida continúa, y Emma y Léon se olvidan. Él debe ir a París; debe cumplir con su propósito,
debe convertirse en abogado y no puede quedarse en un pueblo como Yonville. Emma no puede ir. La
despedida era inminente.
En un cuidadoso manejo de la trama, Flaubert introduce a Rodolfo Boulanger de la Huchette,
(así con el nombre y la procedencia) un terrateniente pícaro y cínico, que inmediatamente se fija en la
señora Bovary. Emma es hermosa y está sola. ¿Qué mas se puede pedir? Rodolfo empieza, después de
conocerla, a hablar consigo mismo: ¿debe seducirla? Él razona y concluye:
-¡Es que tiene unos ojos que penetran en el corazón como barrenas! ¡Y ese
cutis pálido!... ¡Yo, que adoro las mujeres pálidas!
En lo alto de la cuesta de Argueil, su resolución estaba tomada
-No hay más que buscar las ocasiones. Bueno, pasaré por allí alguna vez, les
mandaré caza, aves; me haré sangrar si es preciso; nos haremos amigos, los invi-
taré a mi casa... ¡Ah! (op. Cit. 56).
La vida de Emma y Rodolfo estará llena de sobresaltos. Ella, de carácter irritable e impulsivo, él,
de conducta serena y hábil para escapar del compromiso. Emma ha insistido en que debe huir; Rodolfo
no está dispuesto a sacrificarlo todo por una mujer, casada, con una pequeña y esposa de un simple
oficial de sanidad. Llega la hora de la verdad. Rodolfo, en un acto de crueldad, no puede decirle a Emma
personalmente lo que piensa. Lo escribe e inventa excusas. Emma recibe la carta y oye, a lo lejos, que
Rodolfo se ha ido; abandonándola. Emma sufre un ataque fulminante de nervios y debe reposar por
semanas, hasta que poco a poco encuentra la salida. O la entrada al laberinto, según se mire.
Los demás personajes en la novela son complejos, pero secundarios. Cada uno cumple una fun-
ción específica: servir a la causa flaubertiana: descifrar al ser humano. Hippolyte, Justin, Artemisa,
Binet, Lafrançois y todos los demás, son barro en las manos artífices de Flaubert. Ellos, con sus acciones
y sus dialectos, rodean a Emma de una estupidez y un afrancesamiento excesivo. Emma es el contraste
entre la rusticidad de Yonville y la ansia de París. París, siempre París.
La familia de los Bovary es otro reflejo de la Francia rural. Los padres de Charles, avaros e
ignorantes; el padre de Emma el típico campesino europeo: amable, risueño, trabajador, simple e idiota.
Emma se avergüenza de su padre y de su marido. Se avergüenza de su suegra y de su hija y sabe que
nunca podrá escapar de esa realidad que se llama familia.
II
Madame Bovary es producto de la observación y del trabajo metódico de Flaubert. Se dice que
le tomó casi cuatro años y medio escribir la novela. Analizó a los personajes, diseccionó la complejidad
humana y estudió los nombres, buscando siempre la eufonía; la leyenda dice que ingirió pequeñas
cantidades de arsénico para vivir en carne propia el efecto del veneno; y también, diseñó un ámbito
especial. Yonville está en la Normandía, pero como Macondo, puede ser cualquier pueblo francés, in-
glés, guatemalteco o argentino. Esa es otra característica de la obra flaubertiana: la capacidad de reducir
lo universal a lo particular sin perder la esencia.
En la novela se intercalan los ámbitos y los ambientes. Al principio, Charles Bovary va y viene,
en París y en el País de Caux; cuando se casa, el ámbito y el ambiente no cambia. Flaubert se mueve de
aquí hacia allá, personificando a las cosas y «cosificando» a los hombres. Cuando conoce a Emma,
sagazmente, el narrador cuenta toda la historia desde adentro; Emma está con la frente apoyada en el
cristal de la ventana, viendo hacia fuera.
Todo el ámbito es triste. Nunca se ha pensado en el pesimismo de Flaubert. Hay que decir que
la novela no es naturalista; es más bien, una mezcla de romanticismo y realismo; podríamos conjeturar
que Madame Bovary es una obra que pertenece al «realismo romántico». Parece una tontería, pero es
así. Zola produjo libros ilegibles y exagerados; Daudet escribió desde un punto de vista pintoresco y lo
hizo de manera grandiosa (hay que recordar que su patria era la Provenza, alegre y soleada) pero Flau-
bert no vio al mundo como un gran problema o como una tierra de sol y de tramontana. No; Flaubert
vio al mundo como una tristeza enorme, como un dolor sordo que siempre volvía sobre sí mismo; él
supo que Emma era humana porque estaba triste, porque vivía disconforme. Emma no es una cual-
quiera, como las mujeres en Zola; Homais y Charles no son personajes entrañables como los proven-
zales de Daudet; son seres humanos mediocres y complejos; enteros y imperfectos. Ignorantes y avaros,
lujuriosos y cobardes. Los personajes, el ámbito y hasta el ambiente es realista a fuerza de ser román-
tico.
Cuando se dice que Madame Bovary es la última gran novela romántica, todo el mundo piensa
que se dicen disparates. No es así. El argumento de la novela es romántico y trágico (casi como una
obra griega, sabemos que Emma morirá, invariablemente por una fatalidad inherente a su vida). Los
amores de Emma son empalagosos; pero es ella la que los convierte en miel, no el narrador. Yonville es
pintoresco, por sus personajes, no por el narrador. Charles es un tonto, pero no porque se nos narre
así; sino por su propia simplicidad.
Los ambientes y los ámbitos se mueven y se tambalean en la novela. Charles está en sus conti-
nuos viajes y se nos narra la granja de Emma, pero estamos siempre con el oficial de sanidad, cuando
piensa en ella. Emma puede estar en el jardín haciendo el amor con Rodolfo, pero nosotros nos queda-
mos en el cuarto con Charles mientras éste ronca y duerme profusamente. El episodio más significativo
de este desdoblamiento es el de los comicios agrícolas. Flaubert narra, desde lejos como siempre, la
festividad y el colorido, narra la llegada de los políticos y de los funcionarios; narra la idiosincrasia
francesa, que oscila entre el lujo y la representación; pero nunca se sitúa dentro. Es más, cuando Emma
y Rodolfo están en el balcón, Flaubert nos presenta dos mundos simultáneos: los comicios alegres y
pintorescos, y la seducción entre dos almas solitarias, en una balcón alejados del mundo.
Estos tipos de paneos narrativos, son característicos de un escritor que sabe lo que hace. Pode-
mos decir que Madame Bovary es casi un guión de cine, porque estamos viéndolo todo, desde afuera y
desde adentro.
III
Flaubert es el padre de la novela total no sólo por su talento frío y cerebral. Sus dotes de narrador
también son importantes; en Madame Bovary hay muchas cosas que muchos escritores saben, pero que
pocos dominan. Esbozaremos algunas cosas concernientes a la técnica flaubertiana y a su manejo de
los tiempos.
Hablemos de los narradores. Se identifican tres fácilmente. Al principio, hay un misterioso
«nosotros» que nunca sabemos de dónde viene ni hacia dónde va. Se pierde después de los primeros
capítulos y no aparece más. Cuando Charles llega a la escuela, un grupo de personas nos cuenta cómo
y de qué forma Charles es vituperado por «nosotros». Eso de la da una fuerza especial, porque el lector
piensa que «nosotros» contaremos la historia. No es así. Ese narrador plural nos abandona hacia el
capítulo uno y no vuelve. Entonces aparece el narrador omnisciente.
Este narrador es espléndido, porque está ausente. Está fuera de la acción y sólo en pocas oca-
siones nos dice qué piensa; la mayoría del tiempo hace su trabajo estoicamente y se dedica a narrar. Lo
sabe todo; lo siente todo y manipula a sus personajes, pero no los conduce. Nunca sabemos a favor de
quién está o de si se duele de la muerte de Emma o de la amputación de Hippolyte. Los escritores
contemporáneos de Flaubert le achacaron eso como un desacierto. Un escritor no podía dedicarse a
narrar; debía, a fuerza de oficio y de propósito, enseñar e inducir. El juicio a Flaubert fue más por su
desidia a condenar a Emma que por Emma en sí misma. Los lictores entendían a Emma, pero no enten-
dían cómo Flaubert la había abandonado a su suerte; no entendían la falta de autocensura. Flaubert
podía mostrar cualquier cosa, siempre y cuando la censurara. Así como Cervantes censuraba los libros
de caballerías; así Flaubert debía (según los lictores) censurar a la humanidad. Afortunadamente, Flau-
bert no lo hizo. Nos dejó, eso sí, una visión objetiva y cerebral de la inmundicia humana.
El otro narrador aparece pocas veces, pero es el balance perfecto. Es el narrador personaje. A
veces, disfrazado en un monólogo interior; a veces, inmerso en un diálogo. No se introduce Flaubert a
problemas técnicos ni a astucias modernistas (no sabemos qué le hubiera parecido el Ulysses) pero sí se
le reconoce como un escritor que desafió la literatura de su tiempo, nada más con salirse de la obra y
crear un mundo independiente y casi, sólo porque del papel a la existencia hay un trecho muy largo,
absolutamente real.
El tiempo narrativo es también de sumo interés. La acción de la novela ocurre quizá entre 1830
y 1850; el narrador menciona que el padre de Charles estuvo en la luchas de 1814;, eso puede ser un
indicio de que Flaubert estaba narrando un hecho contemporáneo. Los tiempos oscilan, al principio, la
vida de Charles está en pasado. La muerte de su primera esposa y su peculiar encuentro con Emma
Roault; luego, cuando la pareja Bovary llega a Yonville, hay un inquietante presente; se sigue con la
narración y el final de la novela es de una contemporaneidad pasmosa: «Acaban de conferirle la Cruz
de Honor.» (op. Cit. 433). ¿Hace cuánto? Pueden ser meses, días u horas.
IV
Muchas veces se ha dicho que Madame Bovary es la primera novela moderna. No lo es. La pri-
mera novela moderna es el Quijote. El mérito de Flaubert es distinto: Madame Bovary es la primera
novela redonda, total y perfecta. Si bien el ingenio lego de Cervantes le permitió una obra inmortal,
genial y necesaria, Flaubert, sin tanto encanto y con mucha más tristeza, plasmó un universo humano,
lleno de dolor, de ansias de libertad y con deseos de amor. Emma Bovary es humana porque sueña
despierta, porque ama a hombres incorrectos, porque se convierte en madre por descuido; Charles es
humano porque ignora el arte y la cultura, porque cree ciegamente en su esposa, porque la ama sin
media. Homais es humano porque es latoso, avaro, interesado y murmurador; Léon y Rodolfo encarnan
al hombre del siglo, que busca sólo placer y no está dispuesto a comprometerse por nada del mundo,
aunque le cueste la vida y el amor.
La novela es pesimista, romántica, realista y perfecta. Su argumento es banal pero humano; sus
personajes complejos pero torpes (porque así son los humanos); su narrador es frío y está ausente, pero
eso realza la tristeza y la comedia humana.
Aunque Flaubert haya enloquecido literariamente, su obra sigue fresca pues perdonándole al-
gunas canas, nos atrevemos a decir que pudo haberse escrito ayer.
Conclusión
Madame Bovary es la novela que todos los escritores posteriores siguieron, porque no podían
hacer otra cosa. No se podía narrar o contar una historia sin pasar primero por Yonville y ver a Emma
en el ataúd con el vestido de novia puesto. Todos los grandes novelistas del siglo XX deben (quieran o
no) la nobleza de su oficio a Gustave Flaubert.
La novela psicológica y la novela existencial también se gestaron en Yonville. Allí una mujer
deseaba todo lo que no podía tener y desdeñaba a quienes la amaban y se mató porque no quería ver a
otros sufrir.
Fuentes consultadas
1. Chesterton, G.K., (2005) Breve historia de Inglaterra. Narrativa del Acantilado, Barcelona, España.
2. Flaubert, Gustave, (1999) Madame Bovary. Alianza Editorial. Madrid, España.
3. Millán, José, (1964), Compendio de Historia Universal, Kapelusz, Buenos Aires, Argentina.
4. Vargas Llosa, Mario (1974) La orgía perpetua, Seix Barral, Barcelona, España.