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^^apsap M Él MUNDO, SAN JUAN, P. R. DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE DE 1938. -•—».-«—^ -. ;¿MfcJW7.TV~ -EL SOLITARIO DE RICOAMOR CUENTO Por CLOUINDO NIEVES LUMBANO ti verano Imponía su* bruteas ca- rtelas a la Isla Altamlra, albergada «n ti seno tempestuoso del trópi- co; }• el pequeño pueblo, con aspira- ciones de ciudad, Rlcoamor, hablase epnvertldo en sitio de predilección para los habitantes de los pueblos limítrofes, debido a que los morti- ficantes efectos de ]a estación eran más benignos, ya que se erguía en ' una como invitación al beso frente a la ciudad capital, brindando la frescura de su playa serena a ma- nera de elixir salvador. Di*, tras dia, en esa hora en que «4 astro rey juguetea al esconder en el poniente, Amallo Vorszco se (Anuncio) Gobierno de Puerto Rico Departamento de Hacienda Oficina del Tesorero Embargo No. 3088 NOTIFICACIÓN DE VENTA A DOLORES PÉREZ PÓRTELA. EMILIA Y AVELINA PÓRTELA ALONSO, EL PARADERO DE LOS CUALES SE IGNORA O A SUS HEREDEROS DESCONOCIDOS EDICTO Por el presente edicto que se pu- blicará durante los días 18. 19, 20, 21. ~y 23 de noviembre de 1938, en j «1 periódico EL MUNDO, de esta ciudad, se avisa a Dolores Pérez Pórtela, "milla y Avelina Pórtela Alonso, el paradero de las cuales se ignora o a sus herederos des- conocidos, que el dia 27 de octu- . ere «te 1938, fueron vendidos en pública subasta en la Colecturía da Rentas Internas de San Juan, P. R., para cobro da contribuciones sobra la propiedad, ascendentes a $408.19, los siguientes bienes: URBANA, solar de 218 metros cuadrados, en la calle San José No. 32, da esta ciudad, con una casa de manipostería y azotea, de dos plan- tas; an lindes por el frente con la calla San José, por la derecha con la casa No. 24 de Rosario Diaz Ta- pia, por la Izquierda con Manuel Antonio Vlllanueva y por el fondo son la casa de Elena Tomás. El comprador da los anteriores . felonas lo fué don Marcelino M. Pe- ras, domiciliado en la Avenida Pon- es) da León No. 199 112 Santurce P. R-, quien pagó la cantidad de S408J.9; y sa advierte a todas las personas interesadas en esta venta, que pueden ejercitar el derecho de redención dentro de un año conta- do desde la fecha-del certificado de compra, pagando al comprador, herederos o cesionarios, el pre- cio de la compra más intereses al 12. por ciento anual, Junto con to- das las costas devengadas y con- tribuciones vencidas, a tenor de lo que disponen los artículos 348, 349 y 350 del Código Político de P. R. San Juan, P. R-, a 16 de noviem- bre da 1938. R. SANCHO BONET ¡¿Sj.. Tesorero de Puerto Rico **4R)' Por Juan CARRERAS Subtesorero confundía en la caravana que desde los pueblos cercanos acudía a reci- bir el bálsamo de las aguas que lamían las playas de Rlcoamor. A tono con sus treinta y siete abriles y su temperamento de hombre soli- tario, sentábase en la orilla tibia sin más compañero que un arquea- do bastón que movía a capricho cuando advertía lns miradas curio- sas que se volvían hacia él. Kl ve- rano habla dejado su última huella; la legión de caras extrañas lenta- mente fué ausentándose hasta no volver más; pero no asi Amallo Vo- razco. quien hizo de sus visitas a la playa una obligación en su dia- rio vivir. Asi, lo vimos uno y otro día. esperar las nueve notas noc- turnas del reloj que se asoma en lo alto de la iglesia, que eran para él como una orden de regreso al spartamiento de hombre solo, ca- rente de familiares, que tenia en arrendamiento en la ciudad capital. Los días de Navidad lucían sus mejores galas; pequeños grupos de todas Isa edades se daban a la risa, cuando de súbito en un ambiente de secretos las carcajadas se hacían sordas y.las miradas se fijaban ha- cia un solo objetivo: el hombre que habla rehuido a la amistad y al intercambio de palabras, paseaba acompañado de Santos, Joven que, al igual que su galán, sentía apa- tía por las intimidades a la vez que gustaba de los monosílabos en su hablar. Santos era la tercera hija de una familia que Integraban, su madre, dona Cándida, y sus hermanas Leti- cia, la mayor, Nydia. y Raquel, es- ta última casada, y que a la sazón residía en la ciudad capital. Vivía el grupo huérfano de voz varonil —el padre habla fallecido en un naufragio hacia diez ano»— en una humilde casita enclavada en una de las calles transversales de Ricoamor, teniendo por único sostén el produc- to i|iie las Jóvenes obtenían de sus labores de modistas, que en su ma- yor parte procedían de Sicilia, ca- pital de la isla. De primera Inten- ción las relaciones amorosas, que ya se hablan cristalizado entre Santos y Amallo no surtieron efecto acoge- dor en el resto de la familia; prin- cipalmente en dona Cándida, que las vela con verdadero enojo. El transcurso del tiempo suavizó un tanto las asperezas de las chicas y madre hacia el galán incógnito, y más tarde Vorazco daba a la pobla- ción la Impresión de que habla lle- gado a aquel humilde pero santo hogar lo que siempre habla anhela- do: la presencia de la figura va- ronil. Con los amores de Santos, la en- trega de los trabajos habia sido en- comendada a Nydia, ya que las visi- tas y paseos de la enamorada pare- ja requerían la presencia de las otras chicas; pues la anciana ma- dre, por su avanzada edad y frágil constitución física necesitaba reti- rarse al caer el crepúsculo, aun cuando permanecía en desvelo hasta sentir el quejido de las puertas. In- dicativo de que Amallo habla par- tido hacia su hogar. Ininterrumpido estuvo el método de vida que dona Cándida se habla impuesto hasta un dia en que Nydia no regresó a la hora acostumbrada de su misión. La débil anciana se exasperaba, sus pupilas fijas en el reloj. Las diez de la noche, el hom- bre que hacia su visita de ritual, se retiraba con promesa de agotar todos sus esfuerzos hasta saber de lo sucedido a Nydia y marchó pre- suroso. IJI anciana mujer, con un hálito de esperanza de ver llegar a su hija querida, decidió arreglar la alcoba de ésta para que descan- sara tan pronto se reintegrara al seno del hogar. Apenas habla levantado la almoha- da, un sobre cerrado se deslizó al suelo dando la impresión de una rosa que al tocarla deja caer un pélalo. Con dificultad dona Cán- dida dobló su rígida cintura y tomó el sobre en sus manos temblorosas, extrajo el papel, comenzó a leer y solo pudo adueñarse de su conte- nido hasta donde decia: "Perdóna- me, pero Amallo y yo nos amaba- mos . Un ¡ay! casi imperceptible esca- de sus labios. Presa de intermi- nables sollozos, su débil cuerpo hi- zo impacto con la pared y el ruido que produjo atrajo precipuamente a Santos y Leticia que, con sus mi- radas puestas ansiosamente en el fi- nal de la calle, parecían disputarse el dar la noticia de la presencia de Nydia. Ambas chicas no cesaban de brindar caricias y consuelo a la an- ciana en estado casi inerme, cuan- do de súbito Leticia advirtió en sus manos, aprisionado con ira, el pa- pel fatal. Tan rápido quiso obte- nerlo y arrancarle su secreto, que sólo un girón pudieron obtener sus delicados dedos de costurera y en el que podía leerse: "Vano será el empeño de desviar el camino que hemos tomado"... lina escena de llantos, gritos y sollozos tomó ac- ción en la lúgubre habitación de Ny- dia. que, al advertirlos los vecinos, acudieron atraído* por la curiosidad unos, por el Instinto humanitario otros. Mientras esto sucedía en aquel hasta entonces tranquilo y humil- de hogar, Amallo y Nydia cumplían su pacto de amor y se dirigían a lo más profundo de una barriada de la capital, en una de cuyas frá- giles casitas sin numerar anidarían su callado Idilio, renunciando a las leyes y dando las espaldas a la so- ciedad. Apenas hablan transcurrido unos meses de aquel suceso que conmo- vió a todo Rlcoamor; el verano ha- cia su anual visita a Altamlra, la caravana invadía la playa del pe- queño pueblo y Amallo Vorazco re- trataba en su Imaginación los dias Idos. Como quien despierta de un prolongado sueño llamó a Nydia y con tono imperatvio le dijo: —He reflexionado largo ra pañera mia. y debo confesarte si es cierto que el amor ha existido en mi, no es menos ver- dadero que aún existe hacia Santos, y como pago a sus sufrimientos, en esta misma noche ceñiré sobre su blonda cabellera la corona que la hará mi fsposa y la devolverá a tu lado... Inútil es decir el diálogo que tu- vo lugar y que terminó con la par- tida de Amallo a cumplir el dicta- do de su decisión: tomó el ómnibus, más tarde la pequeña embarcación que lo condujo a la playa «n que lo: ato, cont- arte quei hacia tT hobla encubado sus pasiones y lue- go prosiguió hacia aquel hogar en que, desde la última vez que lo vio marchar habia conservado sus puertas en una como guiñada de dolor Vor donde apenas un nimio rayo de luz solar tenia acceso. Lle- con movimiento brusco, abrió la puerta, Leticia, que estaba entrega- da a su rutinaria tarea, sentada en un sillón, sintió un vuelco en su corazón; doña Cándida que en esos instantes venia a decir a su hija que era hora de la comida, reco- noció al hombre que habia dejado una sombra de humillación en su hogar, mientras Santos encontrába- se bajo Jas caricias de un baño de ducha. No permitió Amallo una sola pa- labra. Con gesto severo, preguntó por su prometida. Santos, atraída por el eco de aquella voz que le era familiar, tomó una kimona, que, al contacto con las gotas de agua adheridas a su piel de terciopelo, dibujaba las lineas de su cuerpo de alabastro, corrió y al ver al hom- bre que habla despertado en ella el amor, dijo con voz trémula: —Márchese, márchese; le odio, la aborrezco. Y esas palabras tenían toda la pu- reza de una flor inmarcesible y to- do el veneno mortífero de un rep- til: aquel amor que Amallo habia despertado en el corazón de Santos, y que más tarde habia burlado en una doble traición, hablase trocado en un sentimiento Inexorable de odio. Amallo replicó: —Mientes, yo que me amas; dentro de breves instantes serás mi esposa. Con rapidez de relámpago salló en busca del juez de paz; enterado de que se encontraba ausente de Rlcoamor, obtuvo los servicios de un automóvil para localizarlo. Una hora escasamnete habla pasa- do, Nydia, los ojos llorosos, fatigada por el presuroso caminar, llegaba para impedir aquel acto que serla otra herida que se abrirla en el co- razón de su madre. No hubo siquiera un gesto de emoción. Un silencio, dlriase sepul eral, reinaba en el hogar; las mi radas reflejaban el sentir de cada una de las chicas, mientras en acti- tud ceremoniosa espiaban el resul- tado da la prescripción médica in- dicada para doña Cándida, que ha- bla sufrido un colapso y su corazón tenia alteraciones de reloj próximo a detener su marcha. Habiendo logrado Amallo locali- zar al juez, detúvose, a su regreso, para tomar algún alimento en un restorán situado a la entrada del pueblo. Contábale, a la vez que apu- raba una taza de café, la hlstorls de sus amores al magistrado, cuan do una anciana mujer hizo su en- trada y enteraba al dueño del es- tablecimiento del estado agónico de doña Cándida. Ambos hombres hi- cieron un paréntesis en su charla; Amallo Vorazco se miró en el es- pejo del liquido que Ingería, y tras un instante de reflexión y en una rápida revisión de sus actos, y hos- tigado por el recio mandato de su conciencia, dijo al compañero, po- niéndole la mano sobra al hombro: —Marchemos presto, pero promé- tame que usted legalizará la unión La Marca de Pluma más > Famosa del Mundo NORTE SUR - ORIENTE - OCCIDENTE Dondequiera que con ella aa escribe, aa oye: "Es distinta; es distinguida; ninguna, otra plu- mafuente tiene tantas ventajas." Y es natural que la Parker Vacumática conquiste cada dia máa popularidad por loa cuatro puntoa cardi- nales... porque esta maravilla da la escritura ee completamente moderna en principio y en mecanismo...la más nueva y mejor que haya creado Parker. Es de oríginalíaimo estilo, en espléndido Aza- bache y Perla Laminada. Puntos a prueba de asperezas, de oro finísimo de 14 quilates, con extremidad de Osmiridio. 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Nydia no se hizo esperar, y su ansia de notificar el estado de su madre, la hizo penetrar en el auto sin per- catarse del hombre que queria ha- blarle. El chófer, avisado de ante- mano, emprendió veloz marcha ha- cia la casa del juez, donde después de un breve diálogo los dos hom- bres lograron persuadirla a que contrajera matrimonio, arguyendo serla de feliz efecto para la enfer- ma madre. El magistrado acompañó a la re- cién desposada al hogar para Impo- ner a los familiares del nupcial acontecimiento, mientras Amallo dirigíase al restorán para satisfa- cer su apetito. Esta vez, el funcio- nario judicial no pudo cumplir su cometido: la pobre anciana, habia dejado caer las cortinas de sus pár- pados para no levantarlas jamás. ¡Tan vil serla aquel acto que habla anunciado Amallo Vorazco, que sus pupilas no querían verlo! Nydia, en un momento de arreba- to, escudada por las sombras de la noche, en vertiginosa carrera se lan- a las aguas de la playa, que te- nían rugidos de selva como conse- cuencia del huracán próximo a lle- gar. Todo esfuerzo de rescate fué inútil, las olas la hablan llevado en un viaje a la eternidad. Por segunda vez otra voz, hacien- do saber el fatal desenlace de doña Cándida, y la trágica determinación de su hija Nydia, interrumpió al hombre en su apetitoso deseo. Co- rrió Amallo con la velocidad de que era capaz con el deseo vehemente de arrebatar a Nydia de las entra- ñas del enfurecido oleaje. Vencido por la fatiga, sentóse en el mismo sitio donde hacia un año hablan germinado aquellos amores, para aguardar el nuevo día con la es- peranza de volver a ver a la com- pañera desaparecida. El huracán sorprendió a Amallo dormido y no tuvo bríos para bus- car un sitio adecuado donde gua- recerse. Cuando a la mañana si- guiente el pueblo dedicábase a ob- servar los daños ocasionados por la tempestad y al reconocimiento de las victimas. Amallo Vorazco apa- recía, en el mismo tramo que habia escogido para sus meditaciones en las tardes de verano, con un trozo punzante de madero atravesándole el corazón, y frente a él, a unos tres metros, el mar mecía, como para no despertarla, el cuerpo iner- te de Nydia. £¡,1 limpiador para cien usos tLs todas las habitacio- nes de su hogar, el Bon Ami es un sirviente activo y eficiente. Con menos esfuerzo y en menos tiempo, Bon Ami limpia vidrieras, espejos, banaderas, superficies de madera esmaltada o acabada en Duco—pule artícu- los de cobre, bronce, hojalata, níquel y alu- minio— fnega cacerolas y sartenes—limpia el calzado blanco y efectúa un sinfín de otras tareas mejor y más fácilmente. Pruebe Ud. el Bon Ami. Ves lo eco- nómico, que resulta. Una vez que lo baya probado siempre tendri Bon Ami a mano en el futuro. 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M Él MUNDO, SAN JUAN, P. R. — DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE DE 1938. -•—».-«—^ -. ;¿MfcJW7.TV~

-EL SOLITARIO DE RICOAMOR CUENTO

Por CLOUINDO NIEVES LUMBANO ti verano Imponía su* bruteas ca-

rtelas a la Isla Altamlra, albergada «n ti seno tempestuoso del trópi- co; }• el pequeño pueblo, con aspira- ciones de ciudad, Rlcoamor, hablase epnvertldo en sitio de predilección para los habitantes de los pueblos limítrofes, debido a que los morti- ficantes efectos de ]a estación eran más benignos, ya que se erguía en

' una como invitación al beso frente a la ciudad capital, brindando la frescura de su playa serena a ma- nera de elixir salvador.

Di*, tras dia, en esa hora en que «4 astro rey juguetea al esconder en el poniente, Amallo Vorszco se

(Anuncio)

Gobierno de Puerto Rico

Departamento de Hacienda

Oficina del Tesorero Embargo No. 3088

• NOTIFICACIÓN DE VENTA A • DOLORES PÉREZ PÓRTELA.

EMILIA Y AVELINA PÓRTELA • ALONSO, EL PARADERO DE LOS

CUALES SE IGNORA O A SUS HEREDEROS DESCONOCIDOS

EDICTO Por el presente edicto que se pu-

blicará durante los días 18. 19, 20, 21. ~y 23 de noviembre de 1938, en

j «1 periódico EL MUNDO, de esta ciudad, se avisa a Dolores Pérez Pórtela, "milla y Avelina Pórtela Alonso, el paradero de las cuales se ignora o a sus herederos des- conocidos, que el dia 27 de octu-

. ere «te 1938, fueron vendidos en pública subasta en la Colecturía da Rentas Internas de San Juan, P. R., para cobro da contribuciones sobra la propiedad, ascendentes a $408.19, los siguientes bienes:

URBANA, solar de 218 metros cuadrados, en la calle San José No. 32, da esta ciudad, con una casa de manipostería y azotea, de dos plan- tas; an lindes por el frente con la calla San José, por la derecha con la casa No. 24 de Rosario Diaz Ta- pia, por la Izquierda con Manuel Antonio Vlllanueva y por el fondo son la casa de Elena Tomás.

El comprador da los anteriores . felonas lo fué don Marcelino M. Pe-

ras, domiciliado en la Avenida Pon- es) da León No. 199 112 Santurce P. R-, quien pagó la cantidad de S408J.9; y sa advierte a todas las personas interesadas en esta venta, que pueden ejercitar el derecho de redención dentro de un año conta- do desde la fecha-del certificado de compra, pagando al comprador, herederos o cesionarios, el pre- cio de la compra más intereses al 12. por ciento anual, Junto con to- das las costas devengadas y con- tribuciones vencidas, a tenor de lo que disponen los artículos 348, 349 y 350 del Código Político de P. R.

San Juan, P. R-, a 16 de noviem- bre da 1938.

R. SANCHO BONET ¡¿Sj.. Tesorero de Puerto Rico

**4R)' Por Juan CARRERAS Subtesorero

confundía en la caravana que desde los pueblos cercanos acudía a reci- bir el bálsamo de las aguas que lamían las playas de Rlcoamor. A tono con sus treinta y siete abriles y su temperamento de hombre soli- tario, sentábase en la orilla tibia sin más compañero que un arquea- do bastón que movía a capricho cuando advertía lns miradas curio- sas que se volvían hacia él. Kl ve- rano habla dejado su última huella; la legión de caras extrañas lenta- mente fué ausentándose hasta no volver más; pero no asi Amallo Vo- razco. quien hizo de sus visitas a la playa una obligación en su dia- rio vivir. Asi, lo vimos uno y otro día. esperar las nueve notas noc- turnas del reloj que se asoma en lo alto de la iglesia, que eran para él como una orden de regreso al spartamiento de hombre solo, ca- rente de familiares, que tenia en arrendamiento en la ciudad capital.

• • • Los días de Navidad lucían sus

mejores galas; pequeños grupos de todas Isa edades se daban a la risa, cuando de súbito en un ambiente de secretos las carcajadas se hacían sordas y.las miradas se fijaban ha- cia un solo objetivo: el hombre que habla rehuido a la amistad y al intercambio de palabras, paseaba acompañado de Santos, Joven que, al igual que su galán, sentía apa- tía por las intimidades a la vez que gustaba de los monosílabos en su hablar.

Santos era la tercera hija de una familia que Integraban, su madre, dona Cándida, y sus hermanas Leti- cia, la mayor, Nydia. y Raquel, es- ta última casada, y que a la sazón residía en la ciudad capital. Vivía el grupo huérfano de voz varonil —el padre habla fallecido en un naufragio hacia diez ano»— en una humilde casita enclavada en una de las calles transversales de Ricoamor, teniendo por único sostén el produc- to i|iie las Jóvenes obtenían de sus labores de modistas, que en su ma- yor parte procedían de Sicilia, ca- pital de la isla. De primera Inten- ción las relaciones amorosas, que ya se hablan cristalizado entre Santos y Amallo no surtieron efecto acoge- dor en el resto de la familia; prin- cipalmente en dona Cándida, que las vela con verdadero enojo. El transcurso del tiempo suavizó un tanto las asperezas de las chicas y madre hacia el galán incógnito, y más tarde Vorazco daba a la pobla- ción la Impresión de que habla lle- gado a aquel humilde pero santo hogar lo que siempre habla anhela- do: la presencia de la figura va- ronil.

Con los amores de Santos, la en- trega de los trabajos habia sido en- comendada a Nydia, ya que las visi- tas y paseos de la enamorada pare- ja requerían la presencia de las otras chicas; pues la anciana ma- dre, por su avanzada edad y frágil constitución física necesitaba reti- rarse al caer el crepúsculo, aun cuando permanecía en desvelo hasta sentir el quejido de las puertas. In- dicativo de que Amallo habla par- tido hacia su hogar.

Ininterrumpido estuvo el método de vida que dona Cándida se habla impuesto hasta un dia en que Nydia no regresó a la hora acostumbrada

de su misión. La débil anciana se exasperaba, sus pupilas fijas en el reloj. Las diez de la noche, el hom- bre que hacia su visita de ritual, se retiraba con promesa de agotar todos sus esfuerzos hasta saber de lo sucedido a Nydia y marchó pre- suroso. IJI anciana mujer, con un hálito de esperanza de ver llegar a su hija querida, decidió arreglar la alcoba de ésta para que descan- sara tan pronto se reintegrara al seno del hogar.

Apenas habla levantado la almoha- da, un sobre cerrado se deslizó al suelo dando la impresión de una rosa que al tocarla deja caer un pélalo. Con dificultad dona Cán- dida dobló su rígida cintura y tomó el sobre en sus manos temblorosas, extrajo el papel, comenzó a leer y solo pudo adueñarse de su conte- nido hasta donde decia: "Perdóna- me, pero Amallo y yo nos amaba- mos . • •

Un ¡ay! casi imperceptible esca- pó de sus labios. Presa de intermi- nables sollozos, su débil cuerpo hi- zo impacto con la pared y el ruido que produjo atrajo precipuamente a Santos y Leticia que, con sus mi- radas puestas ansiosamente en el fi- nal de la calle, parecían disputarse el dar la noticia de la presencia de Nydia. Ambas chicas no cesaban de brindar caricias y consuelo a la an- ciana en estado casi inerme, cuan- do de súbito Leticia advirtió en sus manos, aprisionado con ira, el pa- pel fatal. Tan rápido quiso obte- nerlo y arrancarle su secreto, que sólo un girón pudieron obtener sus delicados dedos de costurera y en el que podía leerse: "Vano será el empeño de desviar el camino que hemos tomado"... lina escena de llantos, gritos y sollozos tomó ac- ción en la lúgubre habitación de Ny- dia. que, al advertirlos los vecinos, acudieron atraído* por la curiosidad unos, por el Instinto humanitario otros.

Mientras esto sucedía en aquel hasta entonces tranquilo y humil- de hogar, Amallo y Nydia cumplían su pacto de amor y se dirigían a lo más profundo de una barriada de la capital, en una de cuyas frá- giles casitas sin numerar anidarían su callado Idilio, renunciando a las leyes y dando las espaldas a la so- ciedad.

Apenas hablan transcurrido unos meses de aquel suceso que conmo- vió a todo Rlcoamor; el verano ha- cia su anual visita a Altamlra, la caravana invadía la playa del pe- queño pueblo y Amallo Vorazco re- trataba en su Imaginación los dias Idos. Como quien despierta de un prolongado sueño llamó a Nydia y con tono imperatvio le dijo:

—He reflexionado largo ra pañera mia. y debo confesarte si es cierto que el amor ha existido en mi, no es menos ver- dadero que aún existe hacia Santos, y como pago a sus sufrimientos, en esta misma noche ceñiré sobre su blonda cabellera la corona que la hará mi fsposa y la devolverá a tu lado...

Inútil es decir el diálogo que tu- vo lugar y que terminó con la par- tida de Amallo a cumplir el dicta- do de su decisión: tomó el ómnibus, más tarde la pequeña embarcación que lo condujo a la playa «n que

lo: ato, cont- arte quei hacia tT

hobla encubado sus pasiones y lue- go prosiguió hacia aquel hogar en que, desde la última vez que lo vio marchar habia conservado sus puertas en una como guiñada de dolor Vor donde apenas un nimio rayo de luz solar tenia acceso. Lle- gó con movimiento brusco, abrió la puerta, Leticia, que estaba entrega- da a su rutinaria tarea, sentada en un sillón, sintió un vuelco en su corazón; doña Cándida que en esos instantes venia a decir a su hija que era hora de la comida, reco- noció al hombre que habia dejado una sombra de humillación en su hogar, mientras Santos encontrába- se bajo Jas caricias de un baño de ducha.

No permitió Amallo una sola pa- labra. Con gesto severo, preguntó por su prometida. Santos, atraída por el eco de aquella voz que le era familiar, tomó una kimona, que, al contacto con las gotas de agua adheridas a su piel de terciopelo, dibujaba las lineas de su cuerpo de alabastro, corrió y al ver al hom- bre que habla despertado en ella el amor, dijo con voz trémula:

—Márchese, márchese; le odio, la aborrezco.

Y esas palabras tenían toda la pu- reza de una flor inmarcesible y to- do el veneno mortífero de un rep- til: aquel amor que Amallo habia despertado en el corazón de Santos, y que más tarde habia burlado en una doble traición, hablase trocado en un sentimiento Inexorable de odio.

Amallo replicó: —Mientes, yo sé que me amas;

dentro de breves instantes serás mi esposa.

Con rapidez de relámpago salló en busca del juez de paz; enterado de que se encontraba ausente de Rlcoamor, obtuvo los servicios de un automóvil para localizarlo.

Una hora escasamnete habla pasa- do, Nydia, los ojos llorosos, fatigada por el presuroso caminar, llegaba para impedir aquel acto que serla otra herida que se abrirla en el co- razón de su madre.

No hubo siquiera un gesto de emoción. Un silencio, dlriase sepul eral, reinaba en el hogar; las mi radas reflejaban el sentir de cada una de las chicas, mientras en acti- tud ceremoniosa espiaban el resul- tado da la prescripción médica in- dicada para doña Cándida, que ha- bla sufrido un colapso y su corazón tenia alteraciones de reloj próximo a detener su marcha.

Habiendo logrado Amallo locali- zar al juez, detúvose, a su regreso, para tomar algún alimento en un restorán situado a la entrada del pueblo. Contábale, a la vez que apu- raba una taza de café, la hlstorls de sus amores al magistrado, cuan do una anciana mujer hizo su en- trada y enteraba al dueño del es- tablecimiento del estado agónico de doña Cándida. Ambos hombres hi- cieron un paréntesis en su charla; Amallo Vorazco se miró en el es- pejo del liquido que Ingería, y tras un instante de reflexión y en una rápida revisión de sus actos, y hos- tigado por el recio mandato de su conciencia, dijo al compañero, po- niéndole la mano sobra al hombro:

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De común acuerdo, dirigióse el hombre en busca de Nydia. Un gru- po de curiosos, atraído por el ru- mor de los propósitos de Amallo, se arremolinaba frente al hogar. Ape- nas el carro se habia detenido, uno de los muchos chiquillos que allí se encontraban saltó a la plataforma del vehículo; Vorazco no tardó en decirle a la vez que le ofrecía una moneda de cinco cenatvos y le in- dicaba a Nydia, que se encontraba en una de las esquinas del balcón: Dile que el esposo de Raquel desea hablarle en relación con cierto avi- so de temporal.

Cumplido su cometido el chiquillo. Nydia no se hizo esperar, y su ansia de notificar el estado de su madre, la hizo penetrar en el auto sin per- catarse del hombre que queria ha- blarle. El chófer, avisado de ante- mano, emprendió veloz marcha ha- cia la casa del juez, donde después de un breve diálogo los dos hom- bres lograron persuadirla a que contrajera matrimonio, arguyendo serla de feliz efecto para la enfer- ma madre.

El magistrado acompañó a la re- cién desposada al hogar para Impo- ner a los familiares del nupcial acontecimiento, mientras Amallo dirigíase al restorán para satisfa- cer su apetito. Esta vez, el funcio- nario judicial no pudo cumplir su cometido: la pobre anciana, habia dejado caer las cortinas de sus pár- pados para no levantarlas jamás.

¡Tan vil serla aquel acto que habla anunciado Amallo Vorazco, que sus pupilas no querían verlo!

Nydia, en un momento de arreba- to, escudada por las sombras de la noche, en vertiginosa carrera se lan- zó a las aguas de la playa, que te- nían rugidos de selva como conse- cuencia del huracán próximo a lle- gar. Todo esfuerzo de rescate fué inútil, las olas la hablan llevado en un viaje a la eternidad.

Por segunda vez otra voz, hacien- do saber el fatal desenlace de doña Cándida, y la trágica determinación de su hija Nydia, interrumpió al hombre en su apetitoso deseo. Co- rrió Amallo con la velocidad de que era capaz con el deseo vehemente de arrebatar a Nydia de las entra- ñas del enfurecido oleaje. Vencido por la fatiga, sentóse en el mismo sitio donde hacia un año hablan germinado aquellos amores, para aguardar el nuevo día con la es- peranza de volver a ver a la com- pañera desaparecida.

El huracán sorprendió a Amallo dormido y no tuvo bríos para bus- car un sitio adecuado donde gua- recerse. Cuando a la mañana si- guiente el pueblo dedicábase a ob- servar los daños ocasionados por la tempestad y al reconocimiento de las victimas. Amallo Vorazco apa- recía, en el mismo tramo que habia escogido para sus meditaciones en las tardes de verano, con un trozo punzante de madero atravesándole el corazón, y frente a él, a unos tres metros, el mar mecía, como para no despertarla, el cuerpo iner- te de Nydia.

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