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1 2 LOS HIJOS CATALANES DE LAS ‘DIDES’ (I) LA HERMANDAD DE LOS ABUELOS DEL CCCB como cada jueves, la cafetería del centre de cultura contemporània de barcelona (cccb), en la calle Montalegre (ciutat Vella), bulle a mediodía. No son los jóvenes estu- diantes de las facultades de Filoso- fía y de Geografía e Historia, situa- das justo en la acera de enfrente, los que la montan, sino dos decenas de enérgicos y alegres abuelos. en una mesa se sientan las mujeres y en otra los hombres. cada semana quedan allí para hacer memoria, para enseñarse e intercambiar las manoseadas fotos que tantas veces han visto y comentado antes y, so- bre todo, para hacer piña: nadie mejor que ellos puede comprender lo que han vivido. No quedan en ese bar por capricho: los gruesos mu- ros sobre los que en los años 90 del pasado siglo se creó el cccb perte- necen al que fue su antiguo hogar y cobijo, la casa de la caritat. Allí fue- ron depositados poco después de nacer. A falta de sus padres, allí fue- ron criados por las monjas de san Vicente de Paúlo. No pasan lista, pero en cuanto al- guien se retrasa o finalmente no lle- ga a la cita semanal, saltan las alar- mas. Muchos sobrepasan ya los 80 años y arrastran achaques propios de la edad. se llaman a sí mismos los últimos de la casa de la caritat. son su última generación. Y cada vez son menos. recuerdan comidas de hermandad a las que acudía casi un centenar, pero tampoco olvidan que en la última cena anual no lle- gaban a los cincuenta. La hija de la monja son mayores, pero están llenos de vitalidad. bulliciosos, bromean constantemente. eso sí, en público corren un tupido velo sobre sus pe- sares («la procesión va por dentro», afirman) y los malos ratos pasados. Y eso que las vidas de algunos son auténticos culebrones. María Luisa salazar muestra orgullosa las fotos de una monja que trabajaba en la casa de la caritat y que le atendía «mejor que a las otras niñas». entre ellas existía una «gran afinidad», una relación que se mantuvo cuan- do Luisa abandonó el hospicio. La monja dejó entonces los hábitos. compartieron incluso vacaciones y baños en la playa, en los que Luisa vio que la exreligiosa tenía una mancha en un muslo muy pareci- da a la que le había salido a su hija en esa misma pierna. cuando aquella mujer murió, la madre su- periora de las monjas se puso en contacto con Luisa para contarle que tantos cuidados y mimos no eran casuales: provenían de su ma- dre biológica. Lo que ahora es el cccb fue, has- ta 1957, la casa de la caritat, un hos- picio muy vinculado a eivissa. des- de el año 1922 y hasta 1955 decenas de huérfanos catalanes fueron en- viados a las Pitiüses para que aquí los amamantaran y cuidaran las dides, unas mujeres dispuestas a darles el pecho y a alimentarlos a cambio de algo de dinero, cantida- des poco importantes pero que eran bienvenidas entre las familias más humildes de la isla. cada jue- ves aún acuden a la cafetería del centre de cultura cuatro de aque- llos bebés ‘ibicencos’: son Lluís Ál- varez Alonso, José Mas, Antonio Alonso sánchez y José Agrés rovi- ra. Pero hubo muchos más, decenas. durante la Guerra civil, 183 de aquellos expósitos quedaron atra- pados en la isla, ya que entre 1936 y 1939 eivissa formó parte del bando nacional y barcelona del republi- cano, según contó sonia díez en el reportaje ‘Los hijos de la inclusa’ , pu- blicado en 1999 en este diario. Que- dó asimismo congelada la paga que las dides cobraban por cuidarlos (135 pesetas al trimestre en 1925, se- gún díez), que solo percibían en el caso de que, periódicamente, de- mostraran que las criaturas se en- contraban en perfectas condiciones. Una decena en es Figueral el paso de aquellos huérfanos por eivissa fue registrado en los padro- nes municipales de la época. en el de 1935 de santa eulària aparecen una decena de casos, casi todos en la apartada y rural es Figueral. Aquellos niños (Miguel, Luis, Auro- ra, Antonio, Monserrat, rosa, Fran- cisca, Jorge...) procedían de barce- lona y fueron inscritos como ‘expó- sito’ , ‘hijo adoptado’ o ‘beneficen- cia’ . salvo un caso, una niña que lle- vaba una década en la isla, el resto eran bebés llegados en barco con solo unos meses de vida, a veces con solo días de edad. según los pa- drones de sant Josep y santa eulà- ria vivieron junto a cuatro, seis y hasta siete ‘hermanos de leche’ más. en algunos casos debían com- partir también pecho, pues los hi- jos de las dides tenían su misma edad o solo se llevaban un año. Una chapa colgada al cuello Las encargadas de traerlos desde barcelona eran Margarita y Antonia Verdera, madre e hija, según desve- ló sonia díez en aquel artículo y confirma Lluís Álvarez, que cono- ció a Antonia cuando en 1967 visi- tó eivissa en su viaje de bodas con la intención de localizar a sus didos. eran, según díez, «dos mujeres cor- pulentas de pelo blanco que hací- an de intermediarias en la crianza de niños abandonados». en cada barco correo, que partía de la ciu- dad condal los miércoles, traían a uno o dos pequeños, tal como tam- bién detalla carme Maristan en ‘records d’eivissa’ . en ese relato au- Los ‘ibicencos’ de la Casa de la Caritat Historia. La sede del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) fue hasta 1957 la Casa de la Caritat. Allí se reúne cada jueves una veintena de supervivientes de esa inclusa, que desde 1922 y hasta su cierre envió a muchos críos a Eivissa para que fueran amamantados por ‘dides’ a cambio de una pequeña paga. A esa cita semanal en el CCCB aún acuden cuatro expósitos ‘ibicencos’, cuyas vidas recupera Es Diari en una serie de reportajes. Decenas de huérfanos barceloneses fueron cuidados en Eivissa por sus ‘dides’ hasta 1957. Cuatro de ellos, amamantados por ibicencas a finales de los años 30, aún se reúnen cada jueves en la antigua inclusa de Barcelona, ahora sede del CCCB, para rememorar su pasado José Miguel L. Romero BARCELONA Sociedad y Cultura DIARIO de IBIZA JUeVes, 29 de octUbre de 2015 30 Llegaban a Eivissa con una chapa colgada al cuello: en una cara aparecía su número; en la otra, la Virgen del Carmen

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LOS HIJOS CATALANES DE LAS ‘DIDES’ (I) LA HERMANDAD DE LOS ABUELOS DEL CCCB�

comocadajueves,lacafeteríadelcentre de cultura contemporàniade barcelona (cccb), en la calleMontalegre (ciutat vella), bulle amediodía.Noson losjóvenesestu-diantes de las facultades de Filoso-fía y de Geografía e Historia, situa-dasjustoenlaaceradeenfrente,losquelamontan,sino dosdecenasdeenérgicosyalegresabuelos.enunamesa se sientan las mujeres y enotra los hombres. cada semanaquedan allí para hacer memoria,para enseñarse e intercambiar lasmanoseadasfotosquetantasveceshan visto y comentado antes y, so-bre todo, para hacer piña: nadiemejorqueellospuedecomprenderloquehanvivido.Noquedanenesebar por capricho: los gruesos mu-ros sobre los que en los años 90 delpasadosiglosecreóelcccbperte-necen al que fue su antiguo hogar ycobijo,lacasadelacaritat.Allífue-ron depositados poco después denacer.Afaltadesuspadres, allí fue-ron criados por las monjas de sanvicente de Paúlo.

No pasan lista, pero en cuanto al-guien se retrasa o finalmente no lle-ga a la cita semanal, saltan las alar-mas. Muchos sobrepasan ya los 80años y arrastran achaques propiosde la edad. se llaman a sí mismos losúltimos de la casa de la caritat.sonsuúltimageneración.Ycadavezson menos. recuerdan comidas dehermandad a las que acudía casi uncentenar, pero tampoco olvidanque en la última cena anual no lle-gaban a los cincuenta.

Lahijade lamonjason mayores, pero están llenos devitalidad. bulliciosos, bromeanconstantemente. eso sí, en públicocorrenuntupidovelosobresuspe-sares(«laprocesiónvapordentro»,afirman) ylosmalosratos pasados.Y eso que las vidas de algunos sonauténticosculebrones.MaríaLuisasalazar muestra orgullosa las fotosde una monja que trabajaba en lacasa de la caritat y que le atendía«mejor que a las otras niñas». entreellas existía una «gran afinidad»,unarelaciónquesemantuvocuan-do Luisa abandonó el hospicio. Lamonja dejó entonces los hábitos.compartieroninclusovacacionesy

baños en la playa, en los que Luisavio que la exreligiosa tenía unamancha en un muslo muy pareci-da a la que le había salido a su hijaen esa misma pierna. cuandoaquella mujer murió, la madre su-periora de las monjas se puso encontacto con Luisa para contarleque tantos cuidados y mimos noerancasuales:proveníandesuma-dre biológica.

Lo que ahora es el cccb fue, has-ta 1957, la casa de la caritat, un hos-picio muy vinculado a eivissa. des-de el año 1922 y hasta 1955 decenasde huérfanos catalanes fueron en-viados a las Pitiüses para que aquílos amamantaran y cuidaran lasdides, unas mujeres dispuestas adarles el pecho y a alimentarlos acambio de algo de dinero, cantida-des poco importantes pero queeran bienvenidas entre las familiasmás humildes de la isla. cada jue-ves aún acuden a la cafetería del

centre de cultura cuatro de aque-llos bebés ‘ibicencos’: son Lluís Ál-varez Alonso, José Mas, AntonioAlonso sánchez y José Agrés rovi-ra. Pero hubo muchos más, decenas.durante la Guerra civil, 183 deaquellos expósitos quedaron atra-pados en la isla, ya que entre 1936 y1939 eivissa formó parte del bandonacional y barcelona del republi-cano, según contó sonia díez en elreportaje ‘Los hijos de la inclusa’, pu-blicado en 1999 en este diario. Que-dó asimismo congelada la paga quelas dides cobraban por cuidarlos(135 pesetas al trimestre en 1925, se-gún díez), que solo percibían en elcaso de que, periódicamente, de-mostraran que las criaturas se en-contraban en perfectas condiciones.

UnadecenaenesFigueralel paso de aquellos huérfanos poreivissa fue registrado en los padro-nes municipales de la época. en elde 1935 de santa eulària aparecenuna decena de casos, casi todos enla apartada y rural es Figueral.Aquellosniños(Miguel,Luis,Auro-ra,Antonio,Monserrat,rosa,Fran-cisca, Jorge...) procedían de barce-lonayfueroninscritoscomo‘expó-

sito’, ‘hijo adoptado’ o ‘beneficen-cia’. salvo un caso, una niña que lle-vaba una década en la isla, el restoeran bebés llegados en barco consolo unos meses de vida, a vecesconsolodíasdeedad.segúnlospa-drones de sant Josep y santa eulà-ria vivieron junto a cuatro, seis yhasta siete ‘hermanos de leche’más.enalgunoscasosdebíancom-partir también pecho, pues los hi-jos de las dides tenían su mismaedad o solo se llevaban un año.

Unachapacolgadaal cuelloLas encargadas de traerlos desdebarcelonaeranMargaritayAntoniaverdera,madreehija,segúndesve-ló sonia díez en aquel artículo yconfirma Lluís Álvarez, que cono-ció a Antonia cuando en 1967 visi-tó eivissa en su viaje de bodas conlaintencióndelocalizarasusdidos.eran,segúndíez,«dosmujerescor-pulentas de pelo blanco que hací-an de intermediarias en la crianzade niños abandonados». en cadabarco correo, que partía de la ciu-dad condal los miércoles, traían aunoodospequeños,talcomotam-bién detalla carme Maristan en‘recordsd’eivissa’.eneserelatoau-

Los ‘ibicencos’ de la Casa de la Caritat

Historia.La sede del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) fue hasta 1957 la Casa de la Caritat. Allí se reúne cada jueves una veintenade supervivientes de esa inclusa, que desde 1922 y hasta su cierre envió amuchos críos a Eivissa para que fueran amamantados por ‘dides’ a cambio deuna pequeña paga. A esa cita semanal en el CCCB aún acuden cuatro expósitos ‘ibicencos’, cuyas vidas recupera Es Diari en una serie de reportajes.

Decenas de huérfanos barceloneses fueron cuidados en Eivissa por sus ‘dides’ hasta 1957. Cuatro de ellos, amamantados por ibicencasa finales de los años 30, aún se reúnen cada jueves en la antigua inclusa de Barcelona, ahora sede del CCCB, para rememorar su pasado�

JoséMiguel L.RomeroBARCELONA

Sociedad y Cultura

DIARIO de IBIZAJueves, 29 de octubre de 201530

Llegaban a Eivissa con unachapa colgada al cuello: en unacara aparecía su número; en laotra, la Virgen del Carmen

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tobiográfico Maristan explica queen el barco en el que venía a Eivis-sa de vacaciones se encontró conuna mujer de mediana edad y dosniños «que ni debían tener más deun mes», uno, y «tres o cuatro me-ses», el otro. Le llamó la atenciónque ambos llevaban colgadas delcuello unas pequeñas chapas ata-das a un cordón. En la cara de la pla-ca había grabado un número (queservía para identificar a los chava-les); en el reverso, la imagen de laVirgen del Carmen. «A cambio deunas monedas», algunas familiasibicencas necesitadas aceptabancuidarlos, le contó la mujer: «Todoslos miércoles llevo alguno y siem-pre hay quien pide criaturas a cam-bio de unas pesetas», añadió.

En ocasiones la relación con loshuérfanos era tan intensa que los di-dossolicitaban su adopción, aunqueno siempre prosperaba esa peti-ción. Aun así, posteriormente solí-an mantener el contacto... en elcaso de que unos y otros consi-guieran recuperar los lazos, que nosiempre ocurría porque la Admi-nistración les puso innumerablesbarreras para esos reencuentros,aseguran. Lluís Álvarez, por ejemplo,no ha logrado encontrar a sus ‘pa-dres’ ibicencos, a sus didos, pese aque lleva años empeñado enello y a que ha viajado numerosasveces a la isla. Incluso puso anunciosen este diario, sin éxito. Solo la for-tuna le permitió saber quién era sumadre. A Lluís, nacido en , lomandaron a Eivissa con pocos me-ses. Quedó atrapado en la isla has-ta que acabó la Guerra Civil, mo-mento en que fue devuelto a Bar-

celona. Cuando Lluís vino a Eivissa de

viaje de novios, conoció a AntoniaVerdera, quien quedó con él enque le desvelaría quiénes habíansido sus padres ibicencos. Pero semarchó finalmente de la isla haciael nuevo destino de su viaje (San Se-bastián) sin obtener antes esa cru-cial información.

‘Adoptados’ para trabajarComo Lluís (sus colegas le llama-ban Cavall, por los mordiscos quedaba cuando se enfadaba), la ma-yoría desembarcaban en la isla consolo unos meses de edad y eran de-vueltos a la capital catalana cuandocumplían entre cinco y seis años.Tras una breve estancia en la Casade la Caritat solían ser de nuevo‘adoptados’ (pero no legalmente)por campesinos catalanes que losutilizaban para las duras tareas agrí-colas, solo a cambio de comida y te-cho. Muchos recuerdan ese perio-do de su vida como de severa ex-plotación.

Tras el café en el CCCB, los vein-te abuelos de la inclusa caminan uncentenar de metros hasta el bar-res-taurante Victoria, en la calle dels Àn-gels, donde también cada jueves co-men juntos. José Agrés, que siendoun bebé fue cuidado por una hu-milde familia de Sant Joan, no seapunta. Es el único que parece re-sentido por su experiencia en laCasa de la Caritat, algo que algunoscompañeros le reprochan, y porcómo le ha tratado a veces la vida.La mayoría asegura que el trato enaquel orfanato ni fue tan malo ni lasmonjas tenían las manos tan largas,

aunque «alguno recibió alguna bo-fetada, sí, pero porque se la mere-cía», indica Llorenç Samaniego,Sami «de nombre artístico», ex-chófer de la Diputación de Barce-lona, un vivaracho setentero que de-rrocha energía. Sami solo sientegratitud: «Y lo malo lo olvido». Ase-gura que «el de los que de allísalieron» triunfaron en la vida, bienen los negocios o como artistas,pues los educaban para varias pro-fesiones y como músicos. El Liceoestaba cerca y de vez en cuando res-cataba a algún niño prodigio.

Justo cuando reparten sobre lamesa los primeros platos del menúaparece Antonio Alonso, otro niño‘ibicenco’, ataviado con gorra de vi-sera y protegido con un plumas y,debajo, un forro polar. Cuenta quepor la mañana se cayó nada más le-vantarse de la cama, una bajada detensión producida, dice, por las ba-jas temperaturas matutinas. Tiene años, pero aún trabaja en su lavan-dería, Auto Sec, en Horta, una de lassiete que llegó a fundar. Un desen-gaño amoroso y su empeño (undenominador común entre los huér-fanos criados por dides) le condu-jeron hasta sus «padres ibicencos».

En los casos de Lluís y de Antonio,sus dos apellidos coinciden con losde sus madres. El padre de Lluís mu-rió atropellado por un tranvía y sumadre, Isabel, perdió la pista de suhijo cuando cayó enferma tras pa-rirle. Pese a buscarlo desesperada-mente, no volvió a verlo hasta unaveintena de años más tarde y graciasa una casualidad. Antonio fue fru-to de una violación. Como en algu-nos otros casos –el de Lluís es muysimilar–, posiblemente fue enviadoa Eivissa sin el conocimiento o con-sentimiento explícito de su madre,o quién sabe por qué otra decisiónadministrativa, ya que el control es-tuvo en manos de la Diputación Pro-vincial de Barcelona hasta que la Ge-neralitat catalana tomó las riendasentre y . La Guerra Civil yla burocracia dificultaron durantelustros el reencuentro, pero Antoniologró, casi al mismo tiempo, dar conel paradero de su madre biológica ycon el de sus padres pitiusos, que vi-vían en Santa Agnès y que le ado-raban, hasta el punto de que lu-charon por su adopción (sin éxito)cuando la Diputación de Barcelonareclamó su retorno a Cataluña.

Apellidos inventadosJosé Agrés Rovira, sin embargo, des-cubrió que sus apellidos eran fal-sos: «Se los habían inventado», dice.Nunca logró saber quiénes eran suspadres, pero sí las personas que lehabían cuidado en Sant Joan du-rante apenas unos meses. Se trata-ba de una familia payesa que vivíaen unas condiciones muy humil-des, según pudo comprobar cuan-do los localizó años más tarde y

convivió con ellos durante un mes.Eran tan pobres, afirma, que comocucharas solo tenían mejillones. Elúnico vaso para toda la familia erauna lata de leche condensada. JoséMas tampoco se apellidaba así. Dehecho se lo cambió cuando averi-guó que tenía un hermano gemeloen Eivissa al que habían adoptadosus didos. A partir de él pudo cono-cer su procedencia y apellidos rea-les... aunque para sus amigos de lainclusa sigue siendo Mas.

Rabia, niña, tacaño...Durante la comida en el restauran-te Victoria (en la que Antonio Alon-so cede todas las gambas de su pae-lla a Lluís, cosas de la hermandadque los une; casualidades del des-tino, incluso hicieron la mili juntosen Lleida), la conversación se cen-tra en la época en la que compar-tieron la abuhardillada terceraplanta de la Casa de la Caritat. Samihace una serie de signos con las ma-nos para mostrar hasta qué puntotenían que espabilar allí dentro: «Aver, ¿qué significa esto?», reta a lospresentes mientras golpea tres de-dos contra un puño o se pasa sua-vemente una mano por la cara o poruna oreja como si jugara al mus. Acada señal contesta rápidamente elpizpireto Antonio, mientras Lluísacierta solo algunas veces: «Rabia,niña, tacaño, hombre, pan con cho-colate, monja...», suelta raudo An-tonio, para sus amigos Niero(así lla-mado por un problema infantil dedicción). Aprendieron el significa-do de esos signos en aquel últimopiso de la Casa de la Caritat, dondelos niños dormían en un ala del edi-ficio y las niñas en otra. «Era la úni-ca separación, porque allí estába-mos todos revueltos», comentaSami. Estaban revueltos con «cie-gos y mudos», de los que aprendie-ron su lenguaje para comunicarse.«Eso no ocurre en la vida corriente.Eso nos espabiló», añade.

Cada jueves, los cuatro ‘ibicen-cos’ de la Casa de la Caritat com-parten sus recuerdos y sus expe-riencias, pero ante todo mantienenesos lazos invisibles que los hanunido desde hace ocho décadas.Un denominador común subyaceen sus vidas, como en las de loshuérfanos acogidos por el doctorWilbur Larch en ‘Príncipes de Mai-ne, reyes de Nueva Inglaterra’:aunque en el caso de AntonioAlonso lo intentaran, nadie los lle-gó a adoptar. Y eso marca.

LOS ÚLTIMOS de la Casa de la Caritat. Cada jueves celebran una comida de hermandad en el restaurante Victoria de Barcelona.F J. M. L. R. Antonio Alonsoen el patio de la inclusa donde vivió buena parte de su infancia. F J. M. L. R. Expósitos de la Casa de la Caritat. En esta imagen aparecen José Agrés (abajo, en me-dio), serio y con los brazos cruzados, y Antonio Alonso (abajo, a la derecha), riendo. FA. A. Lluís Álvarez y José Agrés en el patio de la Casa de la Caritat. F J. M. L. R.4

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A Antonio le acogieron enSanta Agnès; a Agrés, en SantJoan; a Mas, en Santa Eulària.Lluís no lo sabe aún

Cada jueves, los veinte abuelostoman un café en el bar delCCCB y luego comen en elcercano restaurante Victoria

Sociedad y Cultura

DIARIO de IBIZA JUEVES, 29 DE OCTUBRE DE 2015 31

EL DOCUMENTAL‘Temps de Caritat’

Joan López Lloret es el director de‘Temps de Caritat’, el documental querecoge las entrañables vivencias delos supervivientes de la Casa de la Ca-ritat de Barcelona. La cinta, de 62 mi-nutos, fue estrenada a principios deeste año.

EL DATO

Los ‘ibicencos’ de Casa CaritatVÍDEO EN NUESTRA WEB

www.diariodeibiza.es

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DIARIO de IBIZAVIERNES, 30 DE OCTUBRE DE 201536

Lluís Álvarez Alonso no conocióa su madre hasta que cumplió los años: «Y no sentí nada». Isabelestaba emocionada porque al fin,tras dos décadas de búsqueda y fru-to de la casualidad, acababa de ha-llar a su hijo, del que fue separadaen en extrañas circunstancias.Pero él no derramó ni una lágrimala primera vez que la vio: «Yo nosentía nada. Ella sí. Coño, si toda lavida había estado solo y había es-pabilado solo. Ya le dije: tú a tu tra-bajo, yo al mío». A Lluís le habíancurtido los cinco años que habíapasado en Eivissa amamantado ycuidado por una dida (mujer quedaba el pecho y cuidaba bebés ex-pósitos a cambio de una cantidadmensual de dinero), los nueve añosque permaneció entre los muros dela inclusa de la Casa de la Caritat ylos de Can Frares de Barcelona, y losseis años que trabajó como unmulo en una finca del Penedès,

donde una familia payesa le ‘adop-tó’ como mano de obra.

La vida de Lluís –conocido comoCavall entre su colla de amigos porlos mordiscos que daba cuando secabreaba– no fue fácil desde el mis-mo instante en que nació el de fe-brero de en Barcelona. Pocoantes de que le dieran a luz, a su pa-dre lo mató un tranvía; y su madreenfermó de escarlatina en cuanto loparió, de manera que no le pudo darel pecho. Hijo de soltera, un estig-ma en aquella época, algún res-ponsable de la Generalitat (que enépoca de la República se hizo car-go de la inclusa de la Casa de la Ca-ritat, antes en manos de la Diputa-ción de Barcelona) decidió que lomejor para el crío era que fueraamamantado en Eivissa.

Isabel, leonesa de Villafranca delBierzo, no supo más de él en años: «Su madre contaba que se ha-bían perdido los papeles y que,además, empezó la guerra. Trascurarse de la escarlatina, nadiesupo decirle dónde estaba su hijo.Pero estaba segura de que seguía

vivo», relata Maribel Álvarez, hija deLluís. No paró hasta encontrarlo.

A Lluís, como a centenares de be-bés más, lo trajeron a Eivissa Mar-garita y Antonia Verdera, madre ehija, «dos mujeres corpulentas depelo blanco que hacían de inter-mediarias en la crianza de niñosabandonados», según describió So-nia Díez en el artículo ‘Los hijos dela inclusa’, publicado en Diario deIbiza en . En cada barco correo,que partía de Barcelona los miér-coles, las Verdera traían en brazos auno o dos pequeños, de cuyos di-

minutos cuellos colgaba un lazocon una chapa atada que tenía gra-bado un número identificativo, enuna cara, y la imagen de la Virgendel Carmen, en el reverso. Ya en laisla, aquellas mujeres repartían a loscríos entre las didesdispuestas a dar-les su leche a cambio «de unas pe-setas». Nunca faltaban familias dis-puestas a acoger a esos expósitosporque aquel dinero era un manáen una época de extrema pobreza.En había una decena de huér-fanos acogidos en humildes casaspayesas de es Figueral (media do-cena) y de Santa Gertrudis (cuatro),donde vivían con familias que ya te-nían de cuatro a siete hijos, los‘hermanos de leche’ de los expósi-tos barceloneses.

Atrapado por la guerraEl estallido, en , de la GuerraCivil dejó atrapado a Lluís (y a huérfanos catalanes más) en Eivis-sa, isla que salvo un mes y medio(de agosto a septiembre de )permaneció en el bando subleva-do, mientras Barcelona, su lugar de

procedencia, siguió fiel a la Repú-blica hasta el final del conflicto. DeEivissa, Lluís solo recuerda que ju-gaba con tres o cuatro niños («unoera de mi misma edad»), pero no asus didos, los dos cabezas de la fa-milia. «Era una casa payesa baja, si-tuada en el campo, pequeña. De-trás había un bancal de viñas. En ellado derecho crecía una enormechumbera. Y a la izquierda había unpino que estaba muy inclinado ypor cuyo tronco subíamos los críospara jugar». No ha olvidado cómo,a modo de juego, pisaba la uva so-bre una piedra acanalada para ex-traer vino, o cómo murió uno de loscaballos, ni que en una ocasión secayó de cara sobre unas brasas,cuya quemadura aún persiste en ellado derecho de su cabeza, justo allado de la patilla. Pero no sabe enqué localidad ibicenca residió has-ta , cuando tras acabar la gue-rra fue reclamado por las autorida-des de Barcelona. Ha vuelto cuatroveces con el único propósito de en-contrar a sus didos y, así, reencon-trarse con su pasado, pero no es ca-

Foto de grupo de los expósitos de la Casa de la Caritat. Arriba, el cuarto por la izquierda, es Lluís Álvarez. El quinto de la tercera fila (contada desde arriba) es José Agrés. ARCHIVO LL. A. A.

Medio siglo en busca de su ‘dida’

Historia. La actual sede del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), que hasta 1957 fue la Casa de la Caritat, acoge cada jueves en sucafetería a una veintena de supervivientes de aquella inclusa. Cuatro son ‘ibicencos’, expósitos enviados a Eivissa para ser amamantados por ‘dides’,mujeres que les daban el pecho a cambio de una pequeña paga. Uno de ellos es Lluís Álvarez Alonso: encontró a su madre, pero aún busca a sus ’didos’.

Lluís Álvarez no conoció a su madre hasta que cumplió 21 años. Tras seis décadas de búsqueda aún no ha hallado a sus ‘didos’ ibicencos�

José Miguel L. RomeroBARCELONA

LOS HIJOS CATALANES DE LAS ‘DIDES’ (II) LLUÍS ÁLVAREZ ALONSO�

CASA DE LA CARITATLa inclusa de Barcelona

Desde la Casa de la Caritat, en lacalle Montalegre de Barcelona, se en-viaron cientos de huérfanos a Eivissapara ser cuidados y amamantadospor ‘dides’ (mujeres que les daban elpecho) desde al menos 1922 y hastasu cierre, en 1957.

EL DATO

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Sociedad y Cultura

DIARIO de IBIZA VIERNES, 30 DE OCTUBRE DE 2015 37

paz de reconocer el lugar donde fueacogido. Cuando cumplían alrede-dor de cinco años, la mayoría re-gresaban a Barcelona: «Se queda-ban en Eivissa siempre que sus fa-milias les dieran estudios. Perocomo la de Lluís debía de ser muypobre lo devolvieron», comentaEnriqueta Muntaner, su esposa.

Con las Hijas de la CaridadSí recuerda nítidamente la vueltaen barco (por lo movido que esta-ba el mar) a Barcelona cogido de lamano de Antonia Verdera, que lodevolvió a la Casa de la Caritat. Y deallí fue enviado al barrio de Horta,«al colegio de Can Frares». Can Fra-res era propiedad de la Casa de laCaritat. Allí residía una comunidadde las Hijas de la Caridad de San Vi-cente de Paúl, monjas a las que enesos tiempos caracterizaba una lla-mativa toca alada. Lo devolvieron ala Casa de la Caritat sobre ,cuando tenía unos siete u ochoaños. Con esa edad aparece en unafoto de grupo captada en el patio,vestido con un humilde batín, muypelado y calzado con alpargatas. Desu niñez solo conserva una foto, lade la Casa de la Caritat: «Es quesiempre estuve muy abandonado».

En el patio del CCCB, en cuyo barse reúnen los supervivientes de la in-clusa que esos muros albergaronhasta , Lluís señala la terceraplanta del edificio, la que tiene lasventanas más pequeñas. Era la bu-hardilla donde dormía: «Era unasala para todos: había dos líneas decamas a cada lado». Al contrarioque José Agrés, que cuenta conacritud cómo una vez le partieronlos riñones a varazos, Lluís no sequeja del trato que le dispensaronlas monjas: «Me tenían enchufado»,confiesa. Cuando freían tocino, lometían en unas tinajas de barrollenas de aceite: «No había frigorí-ficos, pero en esas vasijas el tocinoduraba todo el año. Mientras las ba-jábamos de la cocina al sótano nosmetíamos tres o cuatro cachos en losbolsillos. No pasé hambre. De co-mer, nos daban. Y si no nos daban,robábamos». Afanaban boniatos yse los comían incluso crudos.

«Mi ‘dueño’»La Casa de la Caritat era como unapequeña ciudad dentro de Barce-lona. Allí no solo los cuidaban, sinoque además les enseñaban diver-sos oficios, comenta Maribel Álva-rez. Con años, Lluís ayudaba alos albañiles y saltaba de tejado entejado por el edificio. Y con esa mis-ma edad fue ‘adoptado’. Entre co-millas, porque el acogimiento noera desinteresado: a cambio de su

trabajo, la familia le daba techo ycomida. Dinero, ni cuatro reales:«Ni verlo». Fue a parar a una masíade Guardiola de Font-Rubí, cercade Vilafranca del Penedès. Habladel hombre que le ‘adoptó’ como desu «dueño». Era Manuel Huerta, un«enorme» boxeador», casado conAsunción. Cuando fueron a reco-gerlo al bello Patio Manning de laCasa de la Caritat vio a Manuel yAsunción tan bien alimentadosque no dudó en ir con ellos: «Pare-cían tan saludables que imaginéque me cuidarían. Pero solo mequerían para trabajar».

Aquel encuentro tuvo, sin em-bargo, posteriores consecuenciaspositivas. Durante años, cada vezque su madre conseguía ahorraralgo de dinero viajaba a Barcelonapara buscar a su hijo. Pasado eltiempo, Isabel empezó a trabajar

como cocinera en la casa de unamujer llamada Tomasa: «Se hizo suamiga y un día le contó su historia.Tomasa le dijo que sabía dóndeestaba. E hizo una llamada», relataMaribel, su hija. Daba la casualidadde que Tomasa era la pollera delmercado de la Concepción: «Y midueño [el propietario de la masía deGuardiola Font-Rubí] y la señora To-masa tenían sus paradas [del mer-cado] una al lado de la otra», expli-ca Lluís. Eran íntimos amigos, has-ta el punto de que Tomasa habíaacompañado en a Manuel yAsunción a la Casa de la Caritat pararecoger al chaval.

Lluís, con años, viajó hasta Bar-celona para conocer a su madre.Quedaron en la portería donde tra-bajaba una amiga de Isabel: «Alverla no sentí nada. Le dije a mi ma-dre, mira, como yo ya me he espa-

bilado, pues tú ve espabilando»,cuenta con frialdad, posiblementeun mecanismo aprehendido comoprotección durante su estancia enel orfanato.

Pero una vez hallado y por muyfría que fuera su respuesta inicial,tanto su madre como su herma-nastra, Rosa Sentín Álvarez, no se se-pararon de él. Poco tiempo después,ambas fueron a vivir a Vilafranca delPenedès, donde con los años Lluísmontó una pescadería (además deotra en La Múnia, una localidad cer-cana) y repartía pescado con unaVespa con remolque. Isabel busca-ba estar cerca de su hijo: «Perosiempre a distancia. Yo no sentíaaquel amor que se siente hacia unamadre».

En volvió a Eivissa en viajede luna de miel. Se alojó en la Pen-sión Formentera y el penúltimo día

de su estancia en la isla encontró aAntonia Verdera, la mujer que lo lle-vó a Eivissa con una chapa colgadaal cuello, que le dijo que pregunta-ría quiénes habían sido sus didos.Pero se fue de allí sin saberlo.

Lleva más de años buscando,sin éxito, a sus didos ibicencos. Pi-dió información a la Diputaciónde Barcelona y a la Maternidad:«Pero me decían que era imposibleque me dieran esos datos». Tiró latoalla, pero su hija Maribel cogió elrelevo.

Pese a lo vivido, Lluís dice que esfeliz: «No me marcó. Nunca fuirencoroso. Voy a la mía, no necesi-to a nadie. Un día cojo el coche y mehago kilómetros solo».

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DE CASA CARITAT a Eivissa. Lluís señala la tercera planta de la Casa de la Caritat donde dormían los niños. FJ. M. L. R. Isabel Álvarez el día de la boda de su hijo conEnriqueta Muntaner. FA. LL. A. Álvarez, de pie con bigote, coge del hombro a José Agrés, otro niño ‘ibicenco’, en presencia de los abuelos del bar del CCCB. FJ. M. L. R. Llu-ís y Enriqueta en su luna de miel en Eivissa, cuando buscaron a su ‘dida’. FA. LL. A. Lluís se alojó en la Fonda Formentera cuando buscó a su ‘dida’. FA. LLUÍS ÁLVAREZ5

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Un ‘Cavall’ en la Casa de la CaritatVÍDEO EN NUESTRA WEB

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LA FAMILIA DE LLUÍSLos cinco hijos del expósito

Lluís tiene cinco hijos: uno esdoctor en Matemáticas, otro es pi-loto de helicóptero, una es geólo-ga, otra bailarina y la quinta se de-dica al ‘marketing’.

EL DATO

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LOS HIJOS CATALANES DE LAS ‘DIDES’ (III) JOSÉ AGRÉS ROVIRA�

enst.cloud,elorfanatodelano-vela ‘Príncipes de Maine, reyes deNueva Inglaterra’, una de las enfer-meras solía emplear el nombre o elapellido del doctor Wilbur Larch,porelqueestabacoladita,parabau-tizar a los nuevos expósitos. se ig-noraquécriterioseguíanenlacasade la caritat de barcelona las mon-jas,lasHijasdelacaridaddesanVi-cente de Paúl, que en junio de 1934decidieron que uno de los huérfa-nos recién paridos se llamaría Joséagrés rovira. «se ve que mi madreno quiso darme ni un apellidocuando nací. Hizo su trabajo, meparió, y luego se desentendió detodo», cuenta con acritud agrés enla cafetería del centre de culturacontemporània de barcelona(cccb), adonde suele acudir losjueves para reencontrarse con losotroshuérfanosdelaantiguainclu-sa,quesientencomosiaúnfuerasuhogar.

de pequeño, en cuanto se hacíael silencio en la buhardilla de latercera planta donde dormían todoslos críos de la casa de la caritat,

agrés daba vueltas a una idea que leinquietaba: «con esos apellidos,pensaba que quizás mis padreseran famosos. en mi mente imagi-naba que era alguien importante.Pero se ve que no, que soy muy vul-gar. Quería conocer cuál era mi fa-milia. cada noche me preguntabacómopodíaserqueyonotuvierapa-dre o madre. eso me deprimía. Veíaque otros tenían hermanos, quehabía niños que estaban allí solospero que sabían quiénes eran susmadres, que a veces los iban a ver.Pensaba que yo debía de ser algoraro, quizás hijo de un padre muy fa-moso que no quería que se supierala verdad. o un extraterrestre».

AcogidoenSant Joancomodecenasdehuérfanosacogi-dos en la casa de la caritat, nadamás nacer fue enviado a eivissapara ser criado por una dida, unamujerqueamamantabaalosbebésa cambio de un pequeño sueldo.cada miércoles, Margarita y anto-nia Verdera traían a uno o dos críosenbarcodesdebarcelonayalllegaral puerto los repartían entre las di-des que se ofrecían. cada niño lle-vaba colgado al cuello un lazo en elque había atada una chapa que te-nía un número, en una cara, y la

imagendelaVirgendelcarmen,enla otra. a José agrés le tocó una hu-milde familia de sant Joan.

en el padrón de habitantes desant Joan de 1935 (finalizado a me-diados de 1936) aparecen registra-dos al menos 17 expósitos nacidosen barcelona, la mayoría en sant Vi-cent de sa cala y en benirràs. se dancuatro casos en los que las familiasacogían a dos huérfanos catalanesa la vez, algo inusual en la isla. cu-riosamente, la mayoría había naci-do en los años 20, cuando en el casode santa eulària o de sant Josep, casitodos los anotados en el padrón de1936 son de la década de los 30.también es significativo que en unpar de casos la nodriza era la cabe-za de familia, bien por viudedad oporque el marido no vivía ya conellos. Los ingresos por amamantardebían de ser, en ambos casos, unafuente de ingresos crucial para susubsistencia.

agrés residió poco tiempo en laisla, apenas año y medio. de hecho,

salió de ella antes de que en 1936 es-tallara la Guerra civil y de que,como le ocurrió a Lluís álvarez y aotros 182 niños, quedara atrapadoen las Pitiüses (del bando nacional)durante todo el conflicto bélico, sinposibilidad de volver a barcelona(republicana). de hecho, José agrésno aparece en el padrón de habi-tantes de 1935, que se completódurante año y medio: «a los dosaños ya estaba de vuelta en la casade la caritat. Me echaron rápido.Quizás porque caí enfermo y de-bieron de pensar que si me moríalosmeterían en la cárcel». era pequeñoy extremadamente delgado. es po-sible que lo devolvieran debido a susalud o a la precaria situación eco-nómica familiar. No obstante, losdi-dos tenían que demostrar periódi-camente a Margarita y antonia Ver-dera que el chaval estaba en per-fectas condiciones físicas. en casocontrario, regresaba a barcelona enel primer barco correo.

Unparde caramelos enel patioPor una situación parecida pasó lapareja formada por José FerrerMarí, de can sastre (sant Joan), yFrancisca royo Massó, que duran-te años acogieron en su casa a unhuérfano barcelonés, según narra

su nieta, cristina Ferrer: «ocurriótras la guerra. cuando no pudieronmantenerlo, el crío tuvo que volverabarcelona.Miabuelasiempreha-blaba de él y me contaba que mu-chas veces fue a la casa de la cari-tatabuscarlo,aunquenoledejaronverlo. solo una vez consiguierondarle unos caramelos en el patio deesa inclusa, pero cuando la monjase dio cuenta se llevó al niño y nopudieron estar con él nunca más».

a José agrés no le fue fácil averi-guarcuáleseransusraíces,ni lasbio-lógicas ni las de la mujer que le dioel pecho. «Yo quería conocer quié-nes eran mis padres, pero era com-plicado. Los curas y las monjas nome decían nada». en 1960, y trasmucho insistir, en la Maternidad leinformaron de que susdidosvivíanensantJoan.asíqueenelmesdeju-lio de ese año, y coincidiendo consus vacaciones laborales, fue a ei-vissa. desde el puerto caminó a piehasta sant Joan, «pues no había nicoches ni taxi ni nada». Más de 20 ki-lómetros con la maleta a cuestas através de caminos que «tenían unpalmo de polvo». en la carterallevaba 1.000 pesetas: «Vivían enca na Mala, o algo así, no sé, unnombre muy raro. Me reconocie-ron y me invitaron a vivir con

El crío que quería un par de bombones

Historia.Unaveintenadeabuelos se reúnen los jueves en la cafetería del CentredeCulturaContemporània deBarcelona (CCCB) para recordar cómovivieronentre aquellosmuros cuandoera la sedede la Casade la Caritat. Desdeesa inclusa, entre 1922 y 1957 seenviaron centenares de críos aEivissaparaque fueranamamantadospor ‘dides’ a cambiodeunapequeñapaga. Aesa cita semanal aúnacuden cuatro expósitos ‘ibicencos’. Unodeellos es JoséAgrésRovira.

José Agrés Rovira fue acogido en 1934 por una humilde familia de Sant Joan, con la que apenas vivió un par de años Permaneciódurante 14 años en la inclusa barcelonesa, un periodo que recuerda con resentimiento: «Pasabamuchomiedo. Habíamucha violencia»

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Sociedad y Cultura

DIARIO de IBIZAsábado, 31 de octubre de 201536

«Pensé que debía de ser algoraro, quizás hijo de un famosoque no quería que se supiera laverdad. O un extraterrestre»

JoséMiguel L.RomeroBARCELONA

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ellos casi un mes en su casa». Norecuerda sus nombres.

residían «en una casa payesacercana a la playa, muy plana, blan-ca, como una chabola, totalmenterodeadadechumberas».alascabrasles ataban las patas con cuerdas. «secomía –relata agrés– pan cada 15días. Más que pan, mendrugos. Paradigerir aquello había que tener unbuen estómago. eran muy pobres. eldidosalía a pescar cada mañana conuna pequeña barca. eran peces demuchos colores, algunos con mu-chas espinas, con los que prepara-ba una paella. La concha de un me-jillón hacía las veces de cuchara. Nicubiertos tenían. un bote de lechecondensada servía de vaso para to-dos. allí perdí ocho o nueve kilos enun mes». recuerda que las mujeresde los alrededores, por los que pa-seaba en burro, «llevaban una tren-za hasta el culo y unas faldas que lle-gaban al suelo. calzaban alpargatas.Había una pobreza impresionante».en aquel recóndito paraje de la isla«de faena en el campo, nada denada. todo era seco, pedregoso.Había cuatro higueras, cuatro al-mendros, cuatro cabras atadas».

Quería conocerlos, pues no re-

cordaba nada de su estancia en lasPitiüses. solo se acordaba de quecuatro años después de volver a lacasa de la caritat recibió una visita:«eran unos señores de eivissa quevestían muy raro. Las monjas me lle-varon a verlos. es posible que fueranmis didos de sant Joan y que vol-vieran para adoptarme, pero quizásme vieron tan pequeño y tan del-gado que pensaron que a los pocosdías me moriría. No me cogieron,pero me dieron una moneda decobre».

agrés también albergaba la es-peranza de que su nodriza supieraalgo sobre quiénes eran sus padresnaturales. Pero no tuvo suerte. Mu-chos años más tarde, sobre 1992, si-guió los consejos de Paco Lobatón,el periodista que presentaba el pro-grama ‘Quién sabe dónde’,para ave-riguar de dónde procedía su madre:«explicó en un programa que todoslosquequeríansaberalgodesusorí-genes,desuspadres, teníanqueacu-dir a la Justicia. Me decidí y fui a jui-cio, que duró tres años».

a través de la Justicia supo que sumadre había nacido en Monforte deMoyuela (teruel): «Las casas eranbarracas, blancas, bajitas, muy mí-seras. se ve que ella se marchó deaquelpoblachoabarcelonaparatra-bajardecriadayqueseentendióconel dueño». Él era el resultado deaquella unión. La alcaldesa le con-tó que, además, tenía una herma-nastra que residía en barcelona, enel carmelo. «Me habló de mi madre,pero ya no recuerdo cómo se lla-maba. He perdido el interés. ellatampoco tuvo interés en mí, ennada. Y si ella no lo tuvo, yo tampo-co», señala. aquella mujer murió enPoble Nou de un infarto.

al llegar a barcelona se puso encontacto con su hermanastra: «an-tes de verla, llamé por teléfono parano asustarla. Le dije que me gusta-ría conocerla personalmente. Nosentrevistamos en su casa con toda sufamilia. eransiete u ocho. Les advertíde que no iba a buscar nada, ni he-rencia ni nada. solo quería conocera mi familia».

14años«en laprisión»sienelorfanatodelanoveladeJohnIrving trataban a los expósitos«como si descendieran de familiasreales»(eldoctorLarchlesrecorda-ba cada noche que eran príncipesdel Maine, reyes de Nueva Inglate-rra), agrés tiene una percepciónmuy diferente de la casa de la cari-tat. al contrario que los demásabuelos que se reúnen cada juevesenelbardelcccb,estámuyresen-tido con la época que pasó allí: «es-tuve en la Maternidad ocho años,dos en can tarrida (Horta) [quecontrolaban las mismas monjas],una masía muy grande convertidaenuncolegio.Luegocuatroañosenla casa de la caritat. total, me tiré14 años en prisión». Vivir en el or-fanatoera«muyestresante»,afirma:«Pasaba mucho miedo. Había mu-chos castigos, muchas bofetadas,

muymalostratos,eranmuymalha-blados...Habíamuchaviolencia.Norecuerdo que nadie fuera cariñosoconmigo o que me diera un par debombones. sí, estoy resentido».asegura que una vez le dieron pa-los en los riñones hasta casi partir-le el espinazo.

al cumplir los 14 años pudo salirde la inclusa: «un día, mientras es-taba en el patio, vino la monja y nospuso en fila. Preguntó quién queríair a trabajar al campo. Yo me pre-senté con otros cuatro más. dijo queiríamos a un sitio donde estaríamosmuy bien, justo lo que buscaba des-de hacía tiempo, que me vistieran ydieran de comer, aunque trabajara.Pero fue al revés. Había mucha mi-seria en esa vivienda. Pero solo la li-bertad de haber salido de la casa dela caritat lo compensaba. Ver pája-ros, huertos, campos, pueblos, la pa-nadería, la carnicería... todo erauna novedad». Fue a parar a unamasía de Mataró donde cada día te-nía que ir a comprar la comida,cuidar de los animales (conejos,caballos, cerdos) y ayudar en las la-bores del campo: «trabajé allí cua-tro años sin cobrar un duro. Y co-míamos mal, mucha patata, sola ocon tocino frito con aceite por en-cima. Y de beber, vino, nada más,tanto de día como de noche. Paradesayunar, un poco de pan conchocolate». Lluís álvarez, que pasópor una experiencia similar en unamasía de Vilafranca del Penedès,considera que en esa época le tra-taron como a «un esclavo»

recibía «un trato familiar, pero sincariño». No se relacionaban con él«como si fuera su hijo, sino como eltrabajador que era». envidiaba alos jóvenes de Mataró porque con

sus sueldos podían vestir muchomejorqueél. asíqueparaganaralgode dinero iba cada domingo por latarde a los viñedos o patatales de lazona, donde le daban 20 pesetas porcuatro horas de trabajo. Luego lecontrataron por 400 pesetas al mesen una masía de el Prat: «Fue un fra-caso. Yo tenía muy poco cuerpopara aquellas extensiones enormes,para esos surcos de 300 metros delargo. en Mataró, los carros eran pe-queños, pero allí eran enormes,como tanques. Los caballos me pa-recían elefantes. Pasé las de caín. elpayés era un tipo fuerte y pesetero.a los cinco meses me dijo: ‘No ga-nas lo que comes’. en invierno mehacía regar las alcachofas desde las10 de la noche hasta las seis de lamañana con un chorro enorme deagua. Iba con botas al principio,luego me estorbaban y pisaba el ba-rrizal descalzo. estaba allí solo, enmedio de una oscuridad total».

La única foto que conserva de suniñez es una en la que posa firmejunto a otros 30 expósitos en el pa-tio de la casa de la caritat de bar-celona. es la única que también tie-ne Lluís álvarez, que aparece enella. ambos visten un batín, calzanalpargatas y están muy pelados. Porsus caras parecen resignados, comosi a sus ocho o nueve años de edadya descartaran ese par de bombo-nes de regalo que ansiaba agrés o,como recuerda una de las huérfa-nas en el documental ‘temps decaritat’, de Joan López Lloret, quealguien les dijera ‘te quiero’ alacostarlos cada noche.

DE LA CASA DE LA CARITAT a Sant Joan. Agrés, en el centro, cuando estaba en la Can Torrada.FA. A. S. A. En la actualidad, en el patio de la Casa de la Caritat. F J. M. L. R. Lluís Álvarez y JoséAgrés abrazados en el patio de la inclusa de Barcelona, actualmente sede del CCCB. F J. M. L. R. El día de su boda. F J. M. L. R. Abajo, en el centro, con las manos cruzadas, en una foto junto a sus compa-ñeros en el patio de la Casa dela Caritat. FA. A. S. A. En compañía de Antonio, otro expósito del asilo de niños de Barcelona. FA. A. S. A.6

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«En la Casa de la Caritatpasaba mucho miedo. Habíamuchos castigos, muchasbofetadas, muy malos tratos»

Como a los demás críos delorfanato, a los 14 años leenviaron a trabajar a unamasía sin cobrar un duro

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DIARIO de IBIZA sábado, 31 de octubre de 2015 37

SANT JOANLosExpósitoyVentura

A José Agrés Rovira al menos le die-ron un nombre y dos apellidos. El pa-drón de Sant Joan está repleto de huér-fanos a los que solo apellidaban Expósi-to (la mayoría nacidos en Eivissa) oVentura. Curiosamente, los Ventura yamayores solían ser «sirvientes».

EL DATO

De la casa de la Caritat a Sant JoanVÍDEO EN NUESTRA WEB

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DIARIO de IBIZADOMINGO, 1 DE NOVIEMBRE DE 201536

Cada vez que Antonio SánchezAlonso habla de su madre hay quepedirle que aclare a cuál se refiere,porqueasíllamatantoasudidaibi-cenca (la mujer que lo amamantóen Eivissa poco después de nacer acambio de una pequeña paga)como a su progenitora. Por ambassiente el mismo cariño. De los cua-tro‘ibicencos’queaúnacudencadajueves a la cafetería del CCCB parareencontrarse con otros huérfanosque fueron acogidos en la Casa dela Caritat es el único que se recon-cilió tanto con su madre biológicacomo con la familia que lo cuidó.

Su vida se torció nueve meses an-tes de que el 26 de diciembre de1935 naciera en la Maternitat de les

Corts, cuando su madre, de 16 añose hija de unos cartageneros llegadosa Barcelona para trabajar en la Línea1 del metro, fue violada. En la Ma-ternitat recomendaron a la joven-císima Trinidad Sánchez Alonsoque les entregara a su hijo duranteun tiempo. Mientras ella intentabarehacer su vida, ellos cuidarían deAntonio. Trinidad lo dejó allí, perole dio sus apellidos, no como en elcaso de ‘ibicenco’ José Agrés, del quesu madre se desentendió, quiénsabe en qué circunstancias doloro-sas.

Pero no lo volvió a ver. Unos me-ses más tarde (Antonio ignora la fe-cha exacta) Trinidad regresó a laCasa Provincial de la Maternitat i Ex-pòsits de Barcelona con el propósi-to de recuperarlo, pero ya no esta-ba allí: «Ni siquiera le dieron razónde adónde me habían llevado. La

guerra civil ya había comenzado yalegaban que se habían quemadotodos los documentos».

ACanSardinaEn mayo de 1936 Antonia o Marga-rita Verdera, madre e hija, recogie-ronaAntonioyselollevaronenbra-zoshastalasPitiüsesenelbarcoco-rreo,conunlazoenelcuellodelquecolgaba una chapa con un númeroenunacaraylaimagendelaVirgendel Carmen en el reverso.

Como cada semana, al llegar a Ei-vissa las Verdera entregaron el bebé(a veces eran dos) a una nodriza que

estaba dispuesta a hacerse cargo deél a cambio de unas monedas almes. Antonio tuvo suerte y fue aco-gido por Rita Tur Costa y José TurCosta, que se lo llevaron a Can Sar-dina, la casa payesa de Santa Agnèsdonde vivían junto a sus hijas RitayMaría(luegotendríandosmás,Ca-talina y Pepita). De los seis años quepermaneció en Can Sardina solo re-cuerda que jugaba con sus ‘herma-nas de leche’, «los pollos, cerdos,perros y gatos que pululaban pordentro y fuera de la casa, que eraenorme», que vivían de la agri-cultura y que «no había dinero,sino trueque». Y que era feliz. Encuanto se lo entregaron a Rita, en-fermó: «Pero mi madre [la dida]era curandera y me sanó al un-tarme todo el cuerpo con aceite ycubrirme con una manta».

Su familia ibicenca deseaba

adoptarlo, pero algo detenía siem-pre el proceso. Seis años más tarde,en octubre de 1942, la Diputación deBarcelona lo reclamó sin que Rita yJosé consiguieran retenerlo. Quiensin saberlo estaba parando su adop-ción era su madre biológica, que trasperder su rastro en la Maternitat loreclamó judicialmente. La GuerraCivil, que estalló dos meses despuésde que Antonio fuera enviado a Ei-vissa, y un incendio que en esaépoca destruyó parte de la docu-mentación que se custodiaba en esainclusa, impidieron a Trinidad se-guir la pista de Antonio. Tres añosdespués de concebirlo, y ya casadacon Francisco Jiménez, tiró la toa-lla y se fue a vivir a Tánger, la ciudad(aún internacional) donde trabaja-ba su marido como encofrador.

Sin padres adoptivos ni naturales,Antonio fue devuelto a Barcelona,

Un huérfano con dos madres

Historia. La actual sede del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) fue hasta 1957 la Casa de la Caritat. En su cafetería se reúnen cadajueves una veintena de supervivientes de aquella inclusa, cuatro de ellos ‘ibicencos’, huérfanos que fueron enviados a Eivissa para ser amamantados por‘dides’, mujeres que les daban el pecho a cambio de una pequeño salario. Uno de ellos es Antonio Sánchez, al que Rita Tur cuidó en su casa de Santa Agnès.

Antonio Sánchez fue enviado a Eivissa en 1936 sin el conocimiento de su progenitora, una joven de 16 años que había sido violada�

JoséMiguel L.RomeroBARCELONA

LOS HIJOS CATALANES DE LAS ‘DIDES’ (IV) ANTONIO SÁNCHEZ ALONSO�

DE BARCELONA a Santa Agnès. Con las monjas de San Vicentede Paúl durante su etapa en Can Tarrida, masía de Horta reconvertidaen colegio. Antonio es el tercer niño de la derecha (lleva peto). FA. A. S.

A. Trinidad Sánchez, madre de Antonio, junto a Francisco Jiménez.FA. A. S. A. Antonio Sánchez posa en el patio de la antigua Casa de laCaritat, actualmente sede del CCCB. F J. M. L. R. Junto a José Agrés,otro expósito ‘ibicenco’, en Barcelona. FA. A. S. A.

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Lo llevaron a Santa Agnèsenmayo de 1936 y allípermaneció con sus ‘didos’hasta octubre de 1942

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DIARIO de IBIZA DOMINGO, 1 DE NOVIEMBRE DE 2015 37

donde lo enviaron a Can Tarrida, enel barrio de Horta, una masía con-vertida en colegio que también ges-tionaban las monjas de San Vicen-te de Paúl. Allí estuvo Niero (comole apodaron sus amigos en referen-cia a sus problemas de dicción, yasuperados) hasta que cumplió 10años, momento en que lo destina-ron a la Casa de la Caritat, en la ca-lle Montalegre de Barcelona. Alcontrario que José Agrés, dice queguarda un grato recuerdo de ese or-fanato, incluso de las religiosas,quizás porque Antonio se caracte-riza por ver el lado positivo de cadacosa que vive o hace: «Fui feliz esoscuatro años. Jugaba a la pelota conLluís Álvarez y Agrés [los dos, huér-fanos ‘ibicencos’]. Con las monjasmellevabamuybien.Habíaunaqueme mandó a la cocina a pelar pata-tas. Y desde entonces comía conellas, no con los niños. Limpiaba lasperolas, era pinche... Lo que fuera».

Ante lamadreDice que, cuando tenía 21 años, undesengaño amoroso le condujo fi-nalmenteasumadre.Lospadresdelachicalorechazaronporserhuér-fano,asíquedecidióencontrarasumadre y no volver a pasar por esa«humillación». Movió cielo y tierrahasta que consiguió una informa-ciónmuyprecisatantoenlaMater-nitat(quehabíarecuperadolosdo-cumentos originales; lo que se ha-bía quemado en la guerra eran lascopias) como en los juzgados. Unapartidadenacimientoleabrióelca-mino hasta Trinidad: «En ella apa-recían nombres, testigos, direccio-nes, muchos datos». Así averiguóque su madre volvía a vivir en Bar-celona, en la barriada de La Torra-sa de l’Hospitalet. Fue hasta allí y leabrióMagdalena,lahermanadesumadre.Comonosecreíaquiénera,le tuvo que enseñar el carné deidentidad: «Yo sabía de ti. Mi her-mana estuvo muchos años bus-cándote pero nunca supieron de-cirle dónde estabas», le contó. Tri-nidad se desmayó en cuanto le vio.Del golpe le tuvieron que coser lacabeza.Fueentoncescuandoseen-teródequesumadrehabíasidovio-lado, de que se casó con Franciscoa los tres años de depositarlo en laMaternitat,dequeteníaunherma-nastro de cinco años y de que en1940, desesperados, dejaron debuscarlo y se marcharon a Tánger.

Pocos años más tarde, y gracias alos datos que le facilitaron en la Ma-ternitat, recuperó también la rela-ción con sus padres ibicencos, a losque el 17 de abril de 1960 envió unacarta: «Ustedes, que yo creí siempreque eran mis padres, resulta que son

mis didos», les contaba en esa mi-siva. La frase refleja la confusión enla que debió de vivir durante años yque solo se aclaró cuando dio con elparadero de Trinidad. «Al cabo deunos días estaban llamando a lapuerta de mi casa en Mataró», ex-plica Antonio, que asegura que que-rían volver a adoptarlo y que volvióa vivir con ellos durante un tiempoen Santa Agnès. Su madre y su pa-drastro viajaron también a Eivissapara conocer a los ibicencos que ha-bían cuidado de su hijo los seis pri-meros años de su vida. Los cinco seretrataron juntos con Can Sardina alfondo: «Celebramos el encuentrocon un gran banquete».

El tintoreropoetaEnelbarriodeMontbauconocenaAntonio por el sobrenombre deltintorero poeta. Poeta porque no

para de escribir. Y tintorero porquefuelaprofesiónqueaprendiócuan-do a los 14 años de edad, en 1950,saliódelaCasadelaCaritat:«Unse-ñordeMataró,SantiagoBadía,apa-recióundíaporlainclusa.Buscabaaunjovenquequisieraaprendereloficio de tintorero. Me cogió a mí.Lo aprendí, pero no me gustaba yme escapé. Volví a la Casa de la Ca-ritatparaquemeacogierandenue-vo, pero me dijeron que era impo-sible, que tenía que continuar enMataró. Ya no tenía sitio en la CasadelaCaritat.Entodocasomeman-darían al Asilo Duran, un reforma-torio.Lesdijequeallíjamás».Elasi-lo Duran tenía muy mala reputa-ción. Incluso se utilizaba comoamenaza: ‘Si te portas mal te lleva-ré al Asilo Duran’,advertían los pa-dres a sus hijos descarriados.

Volvió, qué remedio, a Mataró,

donde solo le daban ropa, cama ycomida. Justo en aquella época,Lluís Álvarez y José Agrés empeza-ban su calvario en sendas masías deMataró y de Guardiola de Font-Rubí, años que recuerdan como depseudo esclavitud.

Quizás al principio no le gustabaese oficio, pero al final se convirtióen un experto. Con el tiempo fundóhasta siete tintorerías, a las quebautizó con el nombre de Automà-tic Sec. Una de ellas, que se en-cuentra en la calle Armonía 5 deMontbau, lleva abierta desde hacemedio siglo. A sus 80 años, AntonioSánchez aún trabaja: «Hasta que memuera», exclama. Como tenía quecerrar ese negocio, es el último enllegar a la cafetería del CCCB, aun-que a tiempo para ir a comer al res-taurante Victoria, a un centenar demetros en línea recta. Las gambas de

su paella se las cede generosamen-te (y sin siquiera preguntar si lasquiere) a su amigo Lluís Álvarez, conel que compartió tantos juegos en laCasa de la Caritat y con el que hizola mili en un cuartel de Lleida. AllíutilizabalataquilladeLluísparame-ter el jamón y las sardinas que ro-baba en la cocina.

Las paredes de su casa en el ba-rrio de Horta están decoradas connumerosas fotos y recuerdos tan-to de sus didos y ‘hermanas de le-che’ como de Trinidad, Franciscoy su hermanastro. Hay tantas deunos como de otros. Pero sobretodo hay de Rita y de Trini, quizásporque en su caso sí que madrehay más que una.

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ALABUSCAdesuspadres. Juntoasus ‘didos’ ibicencosRitay Joséysu ‘hermanade leche’Pepita. FA. A. S. A. Delantedesu lavanderíaAutomàticSec,que llevamediosigloabierta.FA. A. S. A. LamadreyelpadrastrodeAntonio (a laderechade la imagen)visitaronenEivissaa los ‘didos’quehabíancuidadoasuhijo.Esta imagenfue tomadaenCanSardina.FA. A. S. A. Abajo (tercerocontadodesde la izquierda)conelAtléticoSanAntonio.FA. A. S. A. Juntoasu ‘dida’ yPepitaenEivissa.FA. A. S. A.54

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Unhuérfano condosmadresVÍDEO EN NUESTRAWEB

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A los 21 años, Antonioencontró a sumadre. Trinidadse desmayó al verlo. Se partióla cabeza del golpe

Hasta que no empezó ainvestigar y halló a sumadrecreía que sus ‘didos’ eransus verdaderos padres

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Sociedad y Cultura

DIARIO de IBIZA LuNES, 2 DE NoVIEMBRE DE 2015 35

Con siete años, Soledad DotresBaró ya sospechaba que era huér-fana. Sacó esa conclusión a partirde las conversaciones que oía en lacasa en la que había sido acogida.Y lo que escuchaba le daba miedo:hablaban de arrancarla de Eivissapara llevarla a un lugar desconoci-do. Nacida el 30 de marzo de 1923,fue una de las primeras criaturasquelaDiputacióndeBarcelonaen-vió desde la Maternitat de les CortsydesdelaCasadelaCaritatalaislapara que fueran amamantados ycriados pordides, nodrizas que lesdaban el pecho a cambio de unapequeñapaga.Eseintercambioco-menzó aproximadamente en 1922yconcluyóen1957.MargaritayAn-tonia Verdera, madre e hija, se en-cargaban de traer a los bebés des-de Barcelona en el barco correo yde distribuirlos entre las nodrizasibicencas interesadas en ese «con-fiamiento».

Soledad tuvo suerte. La fortunale sonrió desde el momento enque las Verdera la entregaron a Jua-na Roig Costa, sudida, y a Juan Cos-ta Tur, de Can Puàs, mayorales enses Cases Noves, una finca de Jesúsrica en frutales y regada por el aguaextraída de un molino. Cuando laacogieron, Juan y Juana ya teníantres hijos (y cuatro más que llegaríancon el tiempo). Pero Soledad veníacon un pan bajo el brazo, una pagatrimestral que en el año 1925 as-cendía a 135 pesetas, según detallaSonia Díez en el reportaje ‘Los hi-jos de la inclusa’,publicado en 1999en Es Diari. «Mi abuela –cuenta Isa-bel Prieto, hija de Soledad– conta-ba que gracias a ese dinero que per-cibían por cuidarla podían conse-guir cosas que eran inalcanzablescon lo que se ganaba trabajando enel campo».

La Diputación de Barcelona so-lía reclamar el regreso de los expó-sitos cuando cumplían entre cincoy siete años, o si no eran bien aten-didos. Algunas familias se encari-ñaban con los críos y lograban

adoptarlos, pero no todas lo con-seguían. De hecho, los didos deSoledad no lo tuvieron fácil. La in-tercesión de un cura que era ami-go de Juan fue crucial para que laniña siguiera en Eivissa.

Soledad, que a sus 92 años pa-rece un torbellino y ríe a carcajadascon la energía de un adolescente, re-cuerda que pese a ser adoptadasiempre recibió un trato exquisitopor parte de Juan y Juana: «Mecuidaban de maravilla. Incluso me-jor que a sus hijos. A ellos les dabana veces con el cinturón. A mí jamás,me respetaban».

No sabe nada de su madre, ni sunombre ni su procedencia. Ni se hamolestado en averiguarlo. Dice quepor «respeto» a la decisión de sumadre de deshacerse de ella. Ni si-quiera ha visitado Barcelona: «Nohe querido. Si te abandonan, paraqué buscar», comenta. Desde muyjoven optó por no dar vueltas a susorígenes: «He preferido vivir tran-quila y feliz. Si hubiera pensado entodo eso quizás ya me habría muer-to». Ni siquiera preguntó a AntoniaVerdera si sabía algo de su proce-dencia, y eso que la veía a menudopor la calleo comiendo en la bodegaGrau de la Marina, debajo de don-de residía.

Hasta que se casó en 1942 conel sastre Pedro Prieto, Soledadvestía ropas payesas, las que habíallevado desde que siendo peque-ña pastoreaba por los alrededoresde Jesús, por donde triscaba enbusca de setas, comía las almen-dras e higos de sus huertos y vivíafeliz. Tuvo más fortuna que aque-

llos niños (Lluís Álvarez, JoséAgrés, Antonio Sánchez...) quetras ser devueltos a Barcelona solose relacionaron con las monjas de

San Vicente de Paúl o con payesesque los esclavizaron en sus huer-tos desde los 14 hasta los 20 años,solo a cambio de techo y comida.

De la Casade la Caritat apastorear en Jesús

Historia.SoledadDotres Baró fue de las primerashuérfanas enviadas desdeBarcelona a Eivissa para sercuidada por una ‘dida’. Tuvo la fortuna de ser adoptadapor una familia payesa que la quiso comoaunahijamás.

Tras nacer en 1923, Soledad Dotres fue enviada aEivissa para ser amamantada por Juana Roig, su‘dida’, que vivía en Jesús junto a sumarido Juan Costa

JoséMiguel L.RomeroEIVISSA

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UNA HUÉRFANA adoptada por sus ‘didos’ ibicencos. SoledadDotres, ayer en la calle Obrador de laMarina de Vila.F J. M.L. R. Juan Costa junto a su hijaMaría (centro) y Soledad.FA. I. P. Juana Roig y Juan Costa, los ‘didos’ que aca-baron siendo los padres adoptivos de Soledad.FARCHIVO ISABEL PRIETO Soledad (a la derecha) siempre vestía de paye-sa.FA. I. P.

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1�

LOS HIJOS CATALANES DE LAS ‘DIDES’ (V) SOLEDADDOTRES BARÓ�

De la inclusa a pastora en JesúsVÍDEO EN NUESTRAWEB

www.diariodeibiza.es

comodoteCuando contrajomatrimonio en el

año 1942, Soledad Dotres Baró reci-bió una ayuda económica inespera-da, una dote «proahijada» de 125 pe-setas procedente de la Diputación deBarcelona.

125 pesetas

LACIFRA

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Como sucede con la mayoría dehuérfanosdelaCasadelaCaritatdeBarcelona que fueron acogidos porhumildes familias ibicencas, Ra-mon Gisbert Romero llama madreasudida, lamujerqueloamaman-tó siendo un bebé a cambio de unapequeña paga. A sus 80 años deedad, los ojos se le empañan cuan-do menciona a María Bonet Tur o asudido,JuanRibasRamon,quienesejercierondepadresyloadoptaronpese a que ya tenían otros 10 hijos ya que su situación económica eramuy precaria.

Como en los casos de Lluís Álva-rez, José Agrés o Antonio Sánchez,Gisbert nació a mediados de losaños 30 (en su caso en 1935) y,dada su condición de huérfano, laMaternitat de Barcelona lo acogióhasta que lo mandó a Eivissa paraque fuera cuidado por unadida. Dosmujeres,MargaritaAdroverColomar(nacida en 1866 en Palma) y su hija,Antonia Verdera (nacida en 1893 enEivissa), se encargaban de traeraquellos bebés en barco hasta la isla,de distribuirlos entre las mujeres dis-puestas a criarlos y, además, de vi-gilar por que los pequeños fueranbien atendidos.

Antes que a Ramon Gisbert, Ma-ría Boned ya había criado, en pe-riodos distintos, a otras dos niñas ca-talanasabandonadasporsuspadres.Como sucedía en la mayoría de loscasos, cuando cada una de ellascumplió entre cinco y siete años fue-ron reclamadas por la Casa de la Ca-ritat de Barcelona, atendida por lasmonjas de San Vicente de Paúl, delas que había una comunidad en laMarina de Eivissa, junto a la iglesiade Sant Elm. Pero María tenía otrosplanes para Ramon: «Mi madre de-cía ‘A este no lo voy a entregar, esteno vuelve a Barcelona, este se que-da conmigo’», relata Gisbert.

Y se quedó. Lo adoptaron, aun-que el pequeño mantuvo sus ape-llidos originales, que nunca quisocambiar «para evitar líos». Aquelladecisión no debió de resultar fácil ala pareja formada por María y Juan,ya que por entonces tenían una de-cena de hijos y vivían de lo que ga-naban como mayorales, lo esencialpara subsistir. La pequeña paga querecibían al cuidar a Ramon debía su-poner, como en el caso de SoledadDotres Baró, otra niña procedente de

la inclusa barcelonesa, un excelen-te maná para su precaria economía.

Como mayorales, durante añoscambiaron varias veces de vivienda.Cuando le acogieron residían en elcruce de la carretera de Santa Ger-trudis con la de Sant Joan, en unacasa que se llamaba es Porxos; pocodespués, en otra situada en el cru-ce de Sant Joan con Santa Eulària;más tarde en Dalt sa Serra, en CalaLlonga. De niño, Ramon trabajó depayés y de pastor, hasta que a los 17años (y hasta que se fue a cumplir el

servicio militar) lo emplearon como«criado». Más tarde, y durante tresdécadas, fue estibador del puerto deEivissa.

Nunca ha sabido quién era sumadre biológica. Las pocas vecesque lo intentó averiguar le advirtie-ron de que era una tarea casi impo-sible. En una de esas ocasiones in-cluso perdió la placa de plomo «pe-queñita y gorda, atada a un lazo do-

ble» que, numerada, colgó de sucuello cuando fue enviado a Eivis-sa desde Barcelona. Aunque la con-servó hasta hace poco tiempo, ha ol-vidado qué número tenía grabado.Eso sí, asegura que en el reverso nohabía una imagen de la Virgen delCarmen que al parecer llevaba en al-gunos casos, según detalla CarmeMaristan en ‘Records d’Eivissa’.

Revisión en la MarinaConoció a Antonia Verdera, la mu-jerquelotrajoensuregazodesdelainclusa catalana, tanto de niñocomo de adulto: «De pequeño yacompañado de mi madre, fui va-rias veces a su casa en la Marina, si-tuada al lado de la iglesia de SantElm [Margarita y Antonia vivían enlacalleJoséVerdera,14,2ºpiso].Devez en cuando bajaba con mi didaa Vila porque las Verdera me querí-an ver», cuenta. Madre e hija su-pervisaban periódicamente cómose encontraban los niños acogidos,de manera que si no eran bien ali-mentados o cuidados solían devol-verlos a Barcelona. También es po-

siblequelasdidesrecibieransuspa-gasduranteesasvisitas,algoquesu-poneRamonperoquenorecuerda.

No ha olvidado, sin embargo,que de mayor su madre le volvió aacompañar a la calle José Verderacon un propósito bien distinto: «Fuia ver a Antonia Verdera cuando mecasé. Me dio una dote de 25 duros[125 pesetas]. Ella me dio en perso-na el dinero. Y era mucho para esaépoca. Mi madre me había contadoque tenía ese derecho». Igual le su-cedió a Soledad Dotres, que cuan-do contrajo matrimonio en 1942percibió una ayuda «proahijada»de 125 pesetas procedente de laDiputación de Barcelona.

La relación con sudidaera tan in-tensa que cuando falleció su dido,Juan Ribas Ramon, María Boned fueavivirconél.«Estuvoenmicasahas-ta que murió», recuerda emocio-nado. «Siempre quería estar con-migo».

JoséMiguel L.RomeroEIVISSA

«A este no lo devuelvo a Barcelona»Ramon Gisbert, otro huérfano procedente de la Casa de la Caritat de Barcelona, fue adoptado por su nodriza María Boned y su ‘dido’ Juan Ribas�

LA ÚLTIMA

Ramon Gisbert en la actualidad. J. M. L. R.

Los hijos catalanes de las ‘dides’ (VI). María Boned tenía 10 hijos y su economía era de subsistencia, pero no estaba dispuesta a quecon Ramon Gisbert Romero, un huérfano procedente de la Casa de la Caritat de Barcelona, le ocurriera lo mismo que con las dosanteriores niñas de las que fue su ‘dida’: «A este no lo devuelvo a Barcelona», dijo. Y lo adoptó.

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SÁBADO, 14 DE NOVIEMBRE DE 2015

María Boned, ‘dida’ de Ramon, sostiene a un nieto. A la derecha, Ramon (arriba, segundo por la derecha) con amigos en Talamanca. ARCHIVO R. GISBERT

como doteCuando contrajomatrimonio, Ra-

mon Gisbert recibió una dote de 25duros demanos de Antonia Verdera,igual que Soledad Dotres, otra huér-fana a la que cuando se casó en 1942le entregaron 125 pesetas.

25 duros

LA CIFRA

CUP14

NOVIE

ARCHIVO R. GISBERT

María en la boda de un familiar.

Un huérfano con 10 hermanosVÍDEO EN NUESTRAWEB

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Hace 80 años, Lluís Álvarez (na-cido el6defebrero de1935) fue en-viado a eivissa desde barcelonaparaqueaquífueracuidadoyama-mantado por una nodriza. Perma-necióenlaislasieteaños,hastaquefuereclamadoporladiputacióndebarcelona. Por mera casualidad,Lluís no conoció a su madre, que alnacer lo depositó en la maternitatdebarcelona,hastaquecumplió21años. Pero le quedaba una asigna-tura pendiente: saber quién era lafamiliaqueleacogiócuandoeraunbebé, de la que no recordaba ni susnombres y apellidos ni dónde viví-an.soloseacordabadehaberjuga-do con una niña, de un pino muyinclinadoydeunaschumberasquehabía detrás de la vivienda.

Ayer cumplió su deseo de cono-cer quiénes habían sido sus didos,e incluso pudo hablar por teléfonocon su hermana de leche, catalinaTorres. sudida se llamaba catalinacolomar, casada con Juan Torres. en1935 tenían tres hijos, uno de elloscatalina, que apenas tenía dos me-ses de vida, lo que facilitó que ca-talina amamantara al pequeño Llu-ís, llevado hasta eivissa en los bra-zos de Antonia verdera y con unachapa de plomo –con su número yla imagen de la virgen del carmenenelreverso–colgadadelcuello.An-tonia y su madre margarita traían ala isla a los huérfanos catalanes dela casa de la caritat para que fuerancriados aquí a cambio de unas mo-nedas: ayudaban a los niños y, depaso, a familias muy humildes.

maribel Álvarez, hija de Lluís,inició hace un par de meses unacampaña para intentar averiguarquién había sido ladidade su padre,una espina clavada que ahora haconseguido arrancar. Tras contac-tar con este diario, supo que el mé-todo más eficaz era pedir la infor-mación al departamento de bien-

estar social de la diputación debarcelona, que ayer entregó a Llu-ís un amplio informe con su histo-rial, incluido quiénes eran susdidosy dónde residió. Al parecer, un am-plio equipo de la diputación, quehace algunas semanas recibió co-pias de todos los artículos publica-dos por esteperiódico gracias ala in-tercesión de la ibicenca cristinaFerrer –cuya abuela fue tambiéndida–, se puso manos a la obrapara hallar hasta el último dato queobraba en sus archivos sobre Lluís,algoquellegóaextrañaraalgúnfun-cionario: «¿Pero quién es este señorpara mover a tanta gente?», pareceser que preguntó uno de ellos.

Fue acogido por catalina y Juanen can rey, una casa payesa de san-ta Agnès, y no en sant Josep, comoLluís imaginaba tras haber visitadola isla innumerables veces (e in-fructuosamente) para intentar lo-calizar sus orígenes. La detallada do-cumentación aportada ayer por ladiputación le puso tras la pista,que completó este diario con unasola llamada a catalina, residenteahora en eivissa.

«Mihermano»esta mujer, que lloraba ayer de ale-gría por el reencuentro, no solo re-cuerda perfectamente el nombre ylosapellidosdeLluís,sinoqueade-más lo trata como a alguien más dela familia: «mi hermano», dice deél. Lo incluye junto a sus otros doshermanosbiológicosyaLucía,otraniña huérfana catalana que su ma-dre protegió a instancias de Anto-

niaverdera:«Undíaledijoamima-dre:‘soismuycatólicos.Asíqueda-dle la vida a esta niña. si no la aco-géis,morirá’.Lucíaapenasteníadosmeses». Joan y catalina quisieronadoptarla: «Pero desde la diputa-

ción de barcelona les dijeron queera imposible. A pesar de todo, mipadre la trató como a una hija másy la incluyó en la herencia», asegu-raba ayer.

Joan Torres, eldidode Lluís, erazahorí, construía norias, hacíacarbón y alquitrán en santa Agnès.de la casa de can rey fueron aotra a sant mateu, de ahí a otra desanta eulària donde estuvo demayoral y finalmente compró supropio terreno.

«siempre pensaba en Lluís, encómo, a pesar de haber pasado sie-te años con nosotros, no volvíapara vernos, cómo no podía acor-darse de nosotros», contaba ayercatalina, que ignoraba que él loshabía buscado, sin éxito, durantemedio siglo. Ayer pudieron hablarpor teléfono, un encuentro emo-cionante tras el que catalina era unmar de lágrimas. Los clientes de sutienda de eivissa, conscientes delmomento que estaba viviendo, laabrazaban y felicitaban.

La familia de catalina intentóen una ocasión, a través de un po-licía, averiguar el paradero de Llu-ís, pero no tuvieron suerte. sí halla-ron a los padres de Lucía, Pedro ynieves, pero ella prefirió no con-tactar con ellos: «nos dijo que cuan-do los había necesitado no habíanestado a su lado, que nosotros éra-mos su verdadera familia», segúncatalina.

Lluís conoció también ayer otrode los secretos de su vida y de su fi-sonomía: cómo se hizo la quema-dura que tiene a un lado de su cara.«Fui yo –comenta catalina–. Él es-taba sentado en un balancín, le em-pujé muy fuerte y cayó sobre las ce-nizas de unas brasas. Una curan-dera de santa Agnès le aplicó unungüento y se curó». su hermanade leche también recuerda cómoLluís se rompió un brazo al caer deun muro: «Le curó el doctor vi-llangómez». Ambas familias hanacordado conocerse próxima-mente en eivissa.

JoséMiguel L.RomeroEIVISSA

Catalina Torres se abraza con su hija Lurdes tras hablar con Lluís. J. M. L. R.

Lluís Álvarezencuentraa su hermanaibicenca de leche

Los hijos catalanes de las ‘dides’ VII.Casi 75 añosdespués de regresar a Barcelona y trasmedio siglo debúsqueda, Lluís Álvarez supo ayer quién fue su ‘dida’ibicenca, Catalina Colomar, y además conoció y pudohablar con su hermana de leche, Catalina Torres.

Trasmedio siglo de búsqueda y la ayuda dela Diputación de Barcelona halla a sus ‘didos’�

Pitiüses

DIARIO de IBIZAviernes, 4 de diciembre de 20158

Catalina Colomar y JuanTorres le acogieron hace 80años en Can Rei, una casapayesa de Santa Agnès

La familia también crió aLucía: «Antonia Verdera nosdijo ‘dadle la vida a esta niña.Si no la acogéis, morirá’

Lluís Álvarez en el patio de la Casa de la Caritat. J. M. L. R.

LAS CARTAS DE ISABEL«Es cierto,mimadremebuscó»La documentación que ayer le en-

tregó la Diputación de Barcelona hadespejado otra de las dudas de LluísÁlvarez. En el dossier se encuentranlas cartas que sumadre enviaba pe-riódicamente a esa institución solici-tando información del paradero de suhijo, del que aún no queda claro porqué le separaron al nacer: «Era ciertolo que ellame contaba, era cierto queme había estado buscando. Las car-tas lo demuestran», comentaba ayeremocionado. Isabel halló casualmen-te a su hijo cuando este tenía 21 años.

ELDATO