Los viajeros invisibles

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actual ALICIA MOREL Los viajeros invisibles Ilustraciones de Cristina Espinoza Lastra

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Novela infantil de Alicia Morel. Primer libro de la trilogía constituida también por las obras "La conquista del rocío" y "El Bosque Oscuro".

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Los viajerosinvisibles

Hace casi dos siglos llegaron a nuestro país, en el bergantín Catalina, provenientes de Hamburgo, unos seres diminutos y misteriosos, escondidos en la tierra de los maceteros con árboles nuevos que portaban los colonos alemanes. Son los viajeros invisibles, protagonistas de esta increíble novela para niños.

Duendes, elfos, hadas, brujos y brujas, que son personajes invisibles a los ojos humanos, participan en esta apasionante historia ambientada en medio de la bella naturaleza del sur de Chile.

ALICIA MOREL

Los viajerosinvisibles

Alicia Morel (Santiago, Chile). Es una de las autoras más relevantes de la literatura infantil chilena. Creadora de numerosas obras que van de novelas y cuentos para niños, teatro de títeres, poesía y ensayos. Entre sus libros se pueden destacar La Hormiguita Cantora y el Duende Melodía; El increíble mundo de Llanca; Perico trepa por Chile, en coautoría con Marcela Paz; Las manchas de Vinca; Cuentos araucanos.Además del interesante ensayo sobre literatura infantil La era del sueño y las obras para niños Los viajeros invisibles, La conquista del rocío, El bosque oscuro, yLos dioses de la luz, publicadaspor MN Editorial.

L i t e r a t u r a a c t u a lE l e l e f a n t e q u e s e e n c o g i óE r e n a B . B u r a t t i n iL a c o n q u i s t a d e l r o c í oA l i c i a M o r e lD o s r a t o n e s e n a p r i e t o sG l o r i a A l e g r í a R a m í r e zB a j o e l c a n e l oJ u a n I g n a c i o C o l i l

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Los viajeros invisiblesIlustraciones de Cristina Espinoza Lastra

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LOS VIAJEROS INVISIBLES

ALICIA MOREL

Ilustraciones de Cristina Espinoza Lastra

Colección

Colección: La buena letraDirección editorial: Gloria PáezEditor: Héctor HidalgoIlustraciones: Cristina Espinoza LastraPortada de colección y diseño: diseño i punto

© Alicia Morel Chaigneau© MN Editorial Ltda.Avda. Eliodoro Yáñez 2416, Providencia, Santiago, ChileTeléfono: 2335101E-mail: [email protected]

Primera edición: 2009Primera reimpresión: mayo 2011Nº de inscripción: 179.937ISBN: 978-956-294-268-3

La presentación y disposición de la obra son propiedad del editor. Reservados todos los derechos para todos los países. Ninguna parte

de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea este

electrónico, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita por parte de los titulares de los derechos.

Se terminó de imprimir esta segunda reimpresión de la primera edición de 1.500 ejemplares, en el mes de octubre de 2012.Impreso en Chile por Quad/Graphics Chile S.A.

es una marca registrada de MN Editorial Ltda.

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Un corto invierno

Hace muchos años, casi dos siglos, un grupo de colonos alemanes se embarcó en un pequeño vele-ro, el bergantín “Catalina”. Partieron desde Ham-burgo una brumosa mañana de otoño hacia un país lejano y desconocido, situado al otro lado del mundo.

Entre los bultos apilados en la cubierta de popa, Ole, de oficio jardinero, llevaba una cantidad de macetas con árboles nuevos: pinos, encinas y tilos. Pensaba plantarlos en el lejano país para recordar la Selva Negra, región en que había nacido.

Las ramas delicadas se entrelazaban formando un pequeño bosque. A nadie se le ocurrió que la tierra de los maceteros albergaba a duendes de dis-tintas tribus; se embarcaron sin darse cuenta, por-que estaban dormidos invernando en las raíces de los jóvenes árboles. Los primeros fríos habían in-terrumpido sorpresivamente unas largas y entre-tenidas vacaciones, obligando a los duendes a per-

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manecer en ese lugar. Como veremos más adelante, no todos habitaban en la Selva Negra, sino que provenían de diferentes partes de Europa.

Despertaron mucho antes de llegar a destino, al atravesar el ecuador. Clodoveo, el más viejo, al sentir que se deshelaba con el fuerte sol que cae en el cinturón de la tierra, abrió un agujero para sacar la cabeza. Estirando brazos y piernas, ex-clamó:

—¡Qué corto se me hizo el invierno! A lo que Frinjol, que había despertado hacía rato

y sabía dónde se encontraban, contestó: —No estamos en la Selva Negra, sino en un bar-

co en alta mar. A Clodoveo se le espantó el resto del sueño: —¿Cómo puede ser? ¿Qué clase de magia es

ésta? —Ninguna magia. En el barco viene un jardine-

ro y él nos echó a los maceteros sin darse cuenta, claro.

—¡Qué calamidad! ¿Qué podemos hacer? —Aún no lo hemos pensado; todavía estamos

tragando la sorpresa con los demás –rió Frinjol, que era un duendecillo joven y flaco, vestido de verde.

—¿Vinieron otros también? –exclamó Clodoveo tirándose la barba.

—Somos cinco en total: tú, de la tribu de los relojeros de Suiza; yo, de las mansardas de Dina-

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marca; Hoja Seca, de las hojarascas de la Selva Negra y dos elfos de cualquier parte.

—¿Dos elfos también? –gimió el anciano duende.

—Elfo Boris y elfo Carel –los presentó Frinjol. Clodoveo se vio rodeado por los otros compa-

ñeros del inesperado exilio; ninguno parecía tris-te; al contrario, la risa llenaba sus caras y los elfos resplandecían como gotas irisadas.

Hoja Seca era un típico duende de los bosques: vestía traje arrugado color otoño y crujía un poco al hablar.

—¡Qué aventura más fantástica! Nunca ima-giné que conocería el mar. Está lleno de criatu-ras plateadas; me encantaría conversar con ellas.

—Anda con cuidado, Hoja Seca, no conocemos a los duendes del mar –advirtió Clodoveo.

—No seas tan desconfiado. Si no nos hacemos amigos de los habitantes de este mundo extraño, nos moriremos de hambre.

—Es verdad –interrumpió Frinjol–, nuestras provisiones de nueces y bellotas quedaron en un tronco hueco en la Selva Negra. Escarbando en los maceteros encontré sólo esto.

Mostró cinco bellotas y una nuez agusanada. Los elfos se pusieron a brillar, lanzando luces

de intensidad diferente: era su manera de hablar.

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—¿Quién entiende el idioma de estos perso-najes? –preguntó Clodoveo cada vez más preocu-pado.

—Yo los entiendo porque soy su amigo –chilló Frinjol.

—Traduce, entonces, por favor. Los elfos volvieron a encenderse con variados

matices, emitiendo algo como un siseo de cajita de música que va a echarse a sonar; por lo menos así lo interpretó el anciano duende, aficionado a la re-lojería.

Frinjol tradujo mientras Boris lanzaba chispas rojizas y Carel brillaba con matices verdes.

—”Hay nueces en el arcón de una mujer.” —¿Cómo lo saben? —”Porque miramos por la cerradura.” —Debí imaginarlo –suspiró Clodoveo–; los elfos

son demasiado curiosos. —Es un buen dato el de las nueces –reflexionó

Frinjol–. Me pondré al acecho en ese lugar y en cuanto la mujer deje el arcón abierto, sacaré las que pueda.

Clodoveo fue de otra opinión: —No sacarás nada de ningún arcón; los duendes

somos gente honrada. Piensa: si más tarde descu-bren nuestra existencia en el barco, nos echarán la culpa no sólo de robos, sino de todas las desgracias que ocurran. Por el momento, comeremos bellotas.

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Frinjol hizo una mueca de disgusto, porque estaba acostumbrado a los buenos manjares de los almacenes de Dinamarca. Sin embargo, aca-tó las palabras del duende mayor.

—Ahora quiero conocer el barco –dijo Clodoveo levantándose.

Ninguno de ellos sabía aún cuál era su destino; los más enterados eran los elfos, que con su ligere-za y transparencia no dejaron de hurgar en los ins-trumentos de navegación y en los mapas del capi-tán.

Frinjol y Hoja Seca mostraron a Clodoveo todas las rarezas del lugar: el timón, las jarcias, las enor-mes velas desplegadas, el ancla; pero lo que más los intrigó fue la brújula que junto con el compás usa-ban entonces los marinos para mantener el rumbo de la navegación.

Se colaron también en los camarotes para cono-cer a los pasajeros. Por cierto, aprovecharon la vir-tud de ser invisibles a los ojos humanos para andar por todas partes.

Hoja Seca explicó que todos eran artesanos de la región de la Selva Negra que iban a establecerse con sus familias a otro país.

—¿No sabes a qué sitio? –interrogó Clodo-veo.

—Todavía no; seguramente los elfos no tarda-rán en averiguarlo.

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Entre los viajeros iban: un jardinero, un pastor de ovejas, un herrero, un constructor de molinos y un carpintero.

Prefirieron acercarse a Ole, el jardinero, que en ese momento almorzaba con su familia. Clodoveo se interesó mucho por él; para conocerlo mejor, subió sobre la mesa, sorteando platos y trozos de pan rancio:

—Este hombre es el que nos acarreó junto con los árboles. Nuestra obligación será protegerlo y cuidar las encinas, abetos y tilos para que se desa-rrollen y den frutos.

—Yo me comprometo a colaborar con el jardi-nero –aseguró Hoja Seca, que amaba la vida vege-tal, él mismo un duende casi hierba.

Los elfos se apresuraron a grabar estas palabras en su memoria electrónica por considerarlas un propósito importante.

Cuando Ole y su familia se levantaron de la me-sa, los duendes echaron en sus bolsillos las migas de pan desparramadas. Los elfos no se interesaron porque se alimentaban de la energía del sol. Lote, la mujer del jardinero, quiso limpiar la mesa y se extrañó al ver que había quedado casi limpia:

—Qué raro, no quedó ni una miga. ¿Acaso las limpiaste tú, Berta? –preguntó a su hija.

—No, mamá, pero si quieres lo hago yo –con-testó la niña.

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—No es necesario. Tal vez el viento... Sin embargo, el velero pasaba por una zona de

calma chicha: sus velas caían sin aliento y el cielo azulaba el mar y la blancura del navío.

Empezaron a suceder cosas raras que ni el capi-tán ni los pasajeros supieron explicarse, aunque eran gente práctica.

Ole descubrió muy pronto que la tierra de los maceteros estaba minuciosamente removida, sin que nadie se hiciera responsable del hecho.

Desconfiado, dijo a su mujer: —Para cuidar las plantas debe haber una sola

mano, la mía. Tendré que descubrir quién es el que pretende hacerlo mejor que yo.

Cuando Hoja Seca se dio cuenta de los temores del jardinero, lo celebró dando saltitos:

—¡Los humanos ignoran nuestra colaboración! –comentó a Clodoveo–; Ole no sabe que sin la ma-no de los duendes, ninguna semilla germinaría, ni crecerían tan hermosos los árboles.

En cuanto a Lote, no tuvo que limpiar la mesa por el resto del viaje; prefirió pensar que lo hacían los movimientos del barco o el viento antes que creer en misterios.

El velero continuó su lento avance hacia el sur del Atlántico, acercándose al peligroso Estrecho de Magallanes.

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Personajes, lugares y leyendas que se mencionan en este libro

1. PERSONAJES EUROPEOS

LOS INMIGRANTESLa primera inmigración está consignada en la Historia de Valdivia, del Padre Gabriel Guarda (2001). Venían en ella dos herreros, un tornero, un carpintero, un constructor de molinos, un jardinero y un pastor de ovejas.

DUENDES Y ELFOSClodoveo. Tomó la personalidad de los duendes relojeros

de Suiza. Anciano, sabio, reposado, se transformó en el jefe de la primera colonización de los duendes en el sur Chile. Sus intervenciones, no siempre atinadas, en el arreglo de relojes y cajas de música y su afición a habitar dentro de estas maquinarias son algunas de sus origi-nalidades.

Frinjol. Surgió de una gran encina que había en un jardín de Valdivia. Empezó a meterse en las conversaciones de las familias vecinas al jardín de la encina, creando mal entendidos; adquirió poco a poco una personalidad aventurera y pícara. Un buen día se fue de viaje en las maletas de una familia que se trasladó a Santiago. Él mismo contó que venía de Dinamarca; su pariente figu-ra en un cuento de Hans Christian Andersen, El Duende del Abacero. Vivió siempre en almacenes y prefería la comida aliñada.

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Hoja Seca. Figuró ya en otros cuentos inéditos y su origen proviene del misterio que se respira en los bosques vír-genes. Se identifica con vegetales y animales a los que ama y protege. Es cariñoso, no le gusta vivir solo, aspira a casarse con un hada. Vive en los troncos huecos o en las raíces de los árboles. Procede de la Selva Negra, en Alemania, donde lo acompañaban Frinjol y Clodoveo en el inicio de la aventura.

Los Elfos. Seres evolucionados y volátiles, están en cual-quier parte. Su naturaleza es una combinación de ele-mentos fluidos, como la electricidad y el magnetismo. No son tan “humanos” como los duendes; funcionan de manera semejante a pequeñas computadoras inteligen-tes, con memorias indelebles, y expresan ideas y emocio-nes a través de luces de matiz diverso.

2. PERSONAJES DE LOS MITOS MAPUCHES

Anchimalguen. Especie de ninfa protectora, hija del sol. Siempre que al mapuche le sale bien un negocio, dice: “Todavía mi hada o ángel me protege”

Anchimallen. Trasgo, duende, enano maléfico, se transfor-ma en luz brillante y fugaz que se ve por caminos y lla-nuras, techos de las casas y entre los boscajes.

Trempulcalhue. Antepasadas, abuelas. Según creencias de los antiguos, las antepasadas que morían de mucha edad se transformaban en ballenas y llevaban las almas de los muertos hacia el occidente, hacia la puesta del sol, cobrando el pasaje en “llancas” (piedras o joyas) se-pultadas con el cadáver.

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3. LOS LUGARES

Fuerte Bulnes. La expedición fundadora del Fuerte Bulnes en el Estrecho de Magallanes comenzó bajo la Presiden-cia de don Manuel Bulnes. Después de múltiples incon-venientes y de un cuasi naufragio, la corbeta Ancud, que partió de Chiloé el 22 de mayo de l843 al mando del capitán de fragata don Juan Williams, fondeó en Puer-to del Hambre el 21 de septiembre del mismo año. Fue-ron cuatro meses de increíbles aventuras, en las que participaron de manera sacrificada y noble todos los tripulantes, y en forma especial el naturalista y explo-rador voluntario don Bernardo E. Phillipi, encargado de estudiar el clima y la posibilidad de cultivos en la nueva colonia. El bautismo solemne del Fuerte se llevó a cabo el 30 de octubre. Desde el primer momento, el Fuerte Bulnes empezó a prestar servicios a la navegación. Su espléndido surgidero, ubicado en la mitad del Estrecho, se convirtió en punto obligado de la recalada de buques de vela y vapores que tomaban esa ruta. Sin embargo, dicho Fuerte, erigido en el desolado promontorio de Santa Ana, tuvo seis años de vida precaria; al cabo de ellos y luego de un incendio, el sargento mayor José de los Santos Mardones decidió el traslado de la colonia a un nuevo paraje más protegido y de mejores tierras: Punta Arenas. (Datos extractados de la Historia de Chi-le, de Francisco Antonio Encina: 1949).

Corral y Valdivia. La descripción de estas dos ciudades per-tenece al libro Recuerdos del Pasado de Vicente Pérez Rosales (1971). El autor cuenta que el Puerto de Corral estaba formado por unas pocas casas escondidas entre los emboscados cerros. La única vía de comunicación

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que se encontraba entre el puerto y Valdivia era el mis-mo río: y el tiempo que se demoraba navegando en bo-tes o chalupas de un punto a otro era de cuatro horas.

Valdivia tenía un plano trazado por los españoles. Las casas eran de un piso, construidas de madera, con co-rredores a la calle y galerías. A causa de las abundantes lluvias, no se podía usar carretas; por eso la provisión de leña se hacía arrastrando con bueyes enormes tron-cos de árboles que se dejaban en el frente de las casas. Había unas pocas calles entabladas. En el costado po-niente de la Plaza de Armas, alzábase la iglesia, de ma-dera también, adornada con dos empinadas torres que no guardaban proporción ni con la ciudad ni con la mis-ma iglesia. La Plaza de Armas, nada limpia, no sólo ser-vía para paseos y ejercicios de tropa, sino que se estaca-ban cueros de las vacas que los vecinos mataban para su consumo, y se arrojaban toda clase de basuras.”

4. LEYENDAS MAPUCHES, ONAS Y YAGANAS

Cai Cai y los mapuches. Según los primeros cronistas, los mitos de las serpien-tes son auténticamente mapuches. La tradición más breve y antigua se encuentra en el libro del Padre Diego Rosales, Historia General del Reino de Chile (1989). La serpiente Tren Tren (o Teg Teg) vivía en una caver-na de la montaña y protegía a los mapuches y los ani-males levantando con su lomo la montaña. En cambio, la otra, Cai Cai, habitaba en el mar, e inundaba las tie-rras, tratando de alcanzar la montaña donde vivía su enemiga, Tren Tren. Las olas, al tocar a los hombres, los convertían en piedras y a los animales, en peces.

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La luna y los yaganes. (*) Una tribu de yaganes cerca de Ushuaia contaba que una vez la luna se cayó al mar, por cuya razón el agua se levantó tanto, que sólo quedó visible la cumbre de un monte, sobre la que se salvaron los hombres y los ani-males más listos. Cuando la luna regresó al cielo, las aguas tornaron a bajar y entonces aquellos hombres y animales descendieron de la montaña y hallaron en una gran laguna una ballena muerta de la que comie-ron. Pero algunos de ellos no se salvaron en la cumbre de una montaña, sino en la isla “Cable”, la que, despe-gándose del fondo del mar, anduvo flotando como un gran barco, hasta que la luna volvió al cielo; entonces volvió a arraigarse sobre su primitivo fondo marino.

El Sol y la Luna entre los onas. (*) Al principio, el día y la noche eran seres humanos, ma-rido y mujer. Riñeron y el sol pellizcó y quemó la cara de la Luna; empezaron a perseguirse, airados, a través del cielo; pero nunca se alcanzaban, porque a medida que el sol se acercaba a la Luna, ésta se iba achicando, de modo que se hacía invisible para el sol. Cuando a su vez el Sol se alejaba, ella se iba agrandando hasta mos-trar toda su cara; entonces se reía del Sol. Al ver éste que la Luna lo había engañado, volvía a perseguirla, y de nuevo ella empezaba a desaparecer. Creían los onas que la luna se comía a los niños pequeños cuando esta-ba flaca, es decir, en menguante; se escondía entre las matas y no volvía al cielo hasta haber comido a algún niño, por lo que después aparecía llena. Si se ponía ro-ja, los onas creían que era por la sangre de los que se había comido.”

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El día y la noche entre los onas .(*) Hace muchísimos años, cuando el sol comenzó a per-seguir a la Luna, siempre era de día y nunca de noche, porque los astros giraban siempre sobre el horizonte. El Sol se pone y despunta al alba desde que Kuanip, héroe de los onas, quiso tomar por esposa a una joven, la que le respondió: “Yo no quiero casarme porque el sol y la luna me están mirando.” Entonces el famoso Kuanip cantó una hermosa canción en la que ordenó al Sol y a la Luna que se ocultaran, y así lo hicieron. Poco a poco alargó la noche y acortó el día, de modo que llegó un tiempo en el que no se levan-taron más sobre el horizonte y hubo noche perpetua. Anota Antonio Coiazzi que este mito puede ser un le-jano recuerdo de los indios que se acercaron notable-mente al Polo Sur, donde, como es sabido, el día y la noche duran respectivamente seis meses.

Kuanip y las estrellas. Kuanip fue un gigante engendrado por una montaña roja que está junto a Harberton, en el Canal Beagle. Su nombre significa “hijo de la piedra”. Los onas conocían muchas estrellas que les servían de guía y para determinar la hora y la estación del año. Las constelaciones, para ellos, representaban familias. La constelación de Kuanip era la más importante, y estaba formada por una estrella roja junto a la cual brillan otras cuatro estrellas que personificaban a las dos mu-jeres y los dos hijos de Kuanip.

(*) Las leyendas de yaganes y onas fueron recogidas por Antonio

Coiazzi (1912).

Bibliografía

Coiazzi, A. (1912). Los indios del archipiélago fueguino. Revista Chilena de Historia y Geografía, 10 (14).

Encina, F.A. (1949). Historia de Chile. Santiago: Nasci-mento. 20 v.

Guarda, G. (2001). Nueva Historia de Valdivia. Santia-go: Ediciones Universidad Católica de Chile. 862 p.

Pérez Rosales, V. (1971). Recuerdos del pasado (1814-1860). Santiago: Editorial Francisco de Aguirre. 650 p.

Rosales, D. de (1989). Historia general del Reino de Chi-le: Flandes indiano. 2ª ed., revisada por Mario Góngora. Santiago: Andrés Bello. 2 v.

1. Un corto invierno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

2. Las cajitas de música . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

3. Allá muy lejos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

4. Atornillado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

5. Colgando como arañas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

6. ¿Cuántos días faltan? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

7. Soles danzantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

8. La serpiente dormida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

9. Tierra firme por un día . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

10. Una isla movediza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

11. Kuanip y sus hazañas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

12. Sorpresas al final del viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

13. La buhardilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

14. Seres de otro reino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100

15. El paraíso de don Pepe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

16. Reunión a medianoche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110

17. El sueño del árbol hueco . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114

18. El pacto con Gualterio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122

19. Siembra de palabras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

20. Los brillos y las sombras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

21. Una nueva melodía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

Personajes, lugares y leyendas

que se mencionan en este libro . . . . . . . . . . . . . . . . 152

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158

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Hace casi dos siglos llegaron a nuestro país, en el bergantín Catalina, provenientes de Hamburgo, unos seres diminutos y misteriosos, escondidos en la tierra de los maceteros con árboles nuevos que portaban los colonos alemanes. Son los viajeros invisibles, protagonistas de esta increíble novela para niños.

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