Los Valores y Principios inspiradores del sistema politico español. La libertad de enseñanza

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Evolución y reinterpretación de los valores y principios del sistema político español. Profesor: Faustino Fernández-Miranda Alonso En la introducción al Curso, afirmaba el Profesor D. Faustino Fernández-Miranda Alonso que “la Constitución española de 1978, que sirve de base y fundamento a nuestro sistema político se asienta básicamente en los valores libertad e igualdad entre otros. La evolución política, económica y social, obligan a revisar dichos valores y principios, al menos en su interpretación a la luz de estas nuevas realidades. Transcurridos veinticinco años desde su aprobación, el objeto del curso es analizar esa evolución a través de los programas de los partidos políticos, el diseño de políticas públicas y la acción de gobierno, tanto en el ámbito del Estado como de las Comunidades Autónomas”. No imaginaba yo entonces que encontraría explicación en este curso algo que me desasosegaba, a saber, cómo unos valores que, por definición, son de suyo inmutables han aparentemente evolucionado hasta convertirse en anti-valores. Y es que los valores siguen siendo los que son. Ha costado mucho esfuerzo implantarlos en una Constitución que no sería tal si no los contuviera. Pero en su aplicación práctica se han ido adjetivando, adhiriendo impurezas a su tronco genuino y tergiversando su significado. De la inexcusable aplicación de su uso hemos pasado a la obligatoriedad de aplicar una concepción torticera de esos valores y eso constituye un abuso. En la sesión 3 íbamos a tratar el principio-valor igualdad y el estado del bienestar, concretamente, en el desarrollo de la igualdad se abordaría su significado inicial en los orígenes del Estado liberal hasta su proyección en el ámbito económico y social, haciendo hincapié en la ampliación de las políticas sociales. Este tema, junto con la libertad, es particularmente útil para mi trabajo de curso por lo que haré una referencia, siquiera somera. Ya di cuenta en mi trabajo anterior de cómo el valor libertad había evolucionado, hasta subvertirse, convirtiéndose en lo contrario de lo que se pretendía defender dotando la acción de los gobiernos de armas liberticidas en Pág. 1

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Trabajo de Doctorado

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Evolución y reinterpretación de los valores y principios del sistema político español.

Profesor: Faustino Fernández-Miranda Alonso

En la introducción al Curso, afirmaba el Profesor D. Faustino Fernández-Miranda Alonso que “la Constitución española de 1978, que sirve de base y fundamento a nuestro sistema político se asienta básicamente en los valores libertad e igualdad entre otros. La evolución política, económica y social, obligan a revisar dichos valores y principios, al menos en su interpretación a la luz de estas nuevas realidades. Transcurridos veinticinco años desde su aprobación, el objeto del curso es analizar esa evolución a través de los programas de los partidos políticos, el diseño de políticas públicas y la acción de gobierno, tanto en el ámbito del Estado como de las Comunidades Autónomas”. No imaginaba yo entonces que encontraría explicación en este curso algo que me desasosegaba, a saber, cómo unos valores que, por definición, son de suyo inmutables han aparentemente evolucionado hasta convertirse en anti-valores. Y es que los valores siguen siendo los que son. Ha costado mucho esfuerzo implantarlos en una Constitución que no sería tal si no los contuviera. Pero en su aplicación práctica se han ido adjetivando, adhiriendo impurezas a su tronco genuino y tergiversando su significado. De la inexcusable aplicación de su uso hemos pasado a la obligatoriedad de aplicar una concepción torticera de esos valores y eso constituye un abuso.

En la sesión 3 íbamos a tratar el principio-valor igualdad y el estado del bienestar, concretamente, en el desarrollo de la igualdad se abordaría su significado inicial en los orígenes del Estado liberal hasta su proyección en el ámbito económico y social, haciendo hincapié en la ampliación de las políticas sociales. Este tema, junto con la libertad, es particularmente útil para mi trabajo de curso por lo que haré una referencia, siquiera somera. Ya di cuenta en mi trabajo anterior de cómo el valor libertad había evolucionado, hasta subvertirse, convirtiéndose en lo contrario de lo que se pretendía defender dotando la acción de los gobiernos de armas liberticidas en nombre e este valor y con el apoyo de intelectuales1 y escépticos de la libertad como Z. Baumann2. No menos abuso se ha hecho del término igualdad cuyo correlativo valor, fundamento de la democracia junto con la libertad, ha perdido el significado concreto que era aplicable a una Constitución. Hay que tener en cuenta la anfibología del término igualdad, pero sólo un significado muy acotado es el constituyente de un valor y es justamente aquél que es compatible con el valor libertad. Una aplicación torticera de ambos valores ha llevado a una dialéctica entre los mismos que ha propiciado, en los extremos, a regímenes totalitarios, democracias adjetivadas y en las democracias sin adjetivar, a dictaduras silenciosas.

1 En esta subversión de significados es particularmente lúcido el libro de Johnson, Paul.-Intelectuales. Ed Juventud. De forma irónica, define Johnson a los intelectuales como aquellos sabios en su materia (física, biología, etc) que opinan de lo que ignoran, particularmente de política concreta y cuya opinión, de izquierda para ser tenida en cuenta, es tomada como un oráculo. Han hecho mucho daño a la libertad y como “tontos utiles” son responsables morales de abundantes crímenes.

2 Baumann es uno más de una larga égida de pensadores liberticidas. En sus Memorias, Revel escribe: «Sartre fue la afirmación suprema del desastre cultural francés de la posguerra. ¿Por qué el escritor francés más representativo de los años cincuenta y sesenta ha odiado tanto la libertad, él que se proclamaba filósofo de la libertad? [...] ¿Por qué [...] aduló antiguallas utópicas y asesinas de tiempos pasados? ¿Por qué este razonador tan hábil [...] se dejó engañar tan estúpidamente en este siglo de mentiras? [...] Pero el problema no es solamente el de las aberraciones de un hombre, sino el de toda una cultura».

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Esta dialéctica, por tanto, ojalá pudiéramos decir que ha sido estéril, sin embargo, ha sido profundamente dañina. Volveremos sobre este tema cuando analicemos la crisis del Estado democrático liberal (Cap. 3).

En este trabajo se va a abordar la evolución de un valor o principio concreto, a saber, la subversión que ha sufrido el valor “respeto a las minorías y sus opiniones”. Se trata de un valor de segundo orden o un valor-corolario, es decir consecuencia del valor libertad. Seguramente no conseguiré demostrar lo que pretendo, pero sí, al menos, denunciarlo. A saber, que la opinión de una minoría se ha convertido, debido a la perversión del término “tolerancia”, en el criterio único de gobernabilidad con exclusión, hasta el desprecio, de la opinión de la mayoría. Falta valentía (sería automáticamente tachado de intolerante) para identificar esta opinión (doxá) de la mayoría con la phýsis griega y, en esta locura, cuanto mas tardíamente se haga más confusión habrá entre la doxá y la phýsis. Que las tensiones entre el valor libertad e igualdad han sido tales que hoy hay una absoluta confusión sobre lo que ambos términos significan hasta el punto de que pueden significar cualquier cosa que a un “creador de opinión” se le antoje. Y que un concepto signifique cualquier cosa viene a ser lo mismo que no signifique nada.

El gobierno de las minorías y la imposición de sus criterios“Quien tiene el poder pone nombre a las cosas”

1. El por qué de la democracia3.

La mayoría de las cuestiones y problemas relacionados con la definición de democracia y la lucha para alcanzarla son ya claros en la experiencia griega. Las duras batallas para defender la democracia en contra de soterrados intereses de nacimiento y riqueza; la desaprobación de la democracia como el régimen de «la plebe» o «la muchedumbre»; la convicción de que los pobres o los trabajadores no tienen capacidad para la política, la difícil coexistencia de la igualdad política con la desigualdad social y económica; la unión entre la búsqueda de la democracia y la lucha por la libertad de expresión e igualdad ante la ley; la dependencia de la democracia de un sentido comuna! de identidad... todos estos rasgos se encuentran en la experiencia griega y todos vuelven a aparecer en ía evolución moderna de democracia y el debate que ha generado.

Sobre todo, fue la concepción griega de democracia la que dominó, al menos hasta la época de Rousseau y su Contrato social. La democracia significaba el gobierno por el pueblo mismo; lo que hoy se denomina tendenciosamente democracia directa. La elección de representantes, en lugar de una selección dejada a la suerte, era considerada por los griegos como una disposición aristocrática, no democrática. Hasta qué punto es posible la participación directa conforme al modelo griego en el mundo moderno, es desde luego otra cuestión; aunque un cuerpo ciudadano de 3 El punto de partida para el arranque de la democracia suele fijarse en el año 594 a. C. con las

reformas de Solón y su eunomía, pero aún debía pasar casi un siglo hasta su implantación definitiva. Por en medio estuvo Pisístrato y sus hijos que con su tiranía contribuyeron al progreso económico de las clases menos favorecidas por la fortuna. En el 508 a. C., Crístenes, a su vuelta del destierro, pone en marcha su reforma política que significa el triunfo de la isonomía, «igualdad legal», de todos los ciudadanos; ya estaban los atenienses disfrutando de un sistema democrático, pero aún iba a avanzar más el sistema a mediados del siglo siguiente. En el año 462 a. C., las reformas de Efialtes llevan un poco más lejos la isonomía de Clístenes y ya se habla en la literatura de demokratía. Clístenes pagó con su vida sus reformas; fue asesinado el mismo año. La historia dio muchas vueltas hasta que los gobernantes de los pueblos (reyes o no) aceptaron que el origen del poder no es de naturaleza divina, sino que reside en el pueblo. Para los atenienses estaba perfectamente claro que el poder residía en la asamblea popular, la ekklesía, de ella emanaban todos los demás poderes y a ella rendían cuentas. Luego, se vuelve atrás y los reyes y emperadores vuelven a ostentar el poder en nombre de la divinidad e incluso se les convierte en dioses vivientes. A partir de esa misma fecha (462 a. C.) aparece en escena la figura de Pericles. Con algunos altibajos, la democracia se mantiene hasta el año 323 a. C. en que Atenas es derrotada definitivamente por la monarquía de Macedonia.

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cuarenta mil personas es mayor que muchos grupos o instituciones actuales que considerarían la democracia directa como impracticable, así como indeseable. El resultado de esta participación directa de !os ciudadanos fue casi asombroso, algo inimaginable en el mundo moderno:

Apenas había un aparato estatal independiente o profesional en la ciudad... La democracia ateniense significaba, precisamente, el rechazo a cualquier división entre «Estado» y «sociedad»4.

No es malo recordar que eso es lo que la democracia significaba y era originalmente: el Estado y la sociedad unidos, el cuerpo ciudadano que se gobernaba a sí mismo a través de una participación activa en la política, un deber que recaía sobre todo ciudadano en uno u otro momento.

Desde mi punto de vista y de forma doctrinal, Dahl5 es quien vuelve a recuperar las esencias de lo que debe constituir una auténtica democracia, volviendo a trasladar su núcleo desde las instituciones de gobierno a la sociedad. La poliarquía no sólo denota un gobierno electo por los ciudadanos (mediante un procedimiento justo y equitativo, limitado pro tempore, y en el que se satisfacen determinados requisitos procedimentales como el reconocimiento y protección de derechos, etc.) sino que apunta a un tipo de sociedad particular: una sociedad pluralista. Una sociedad en la que el poder está fragmentado de forma que ningún grupo es hegemónico en el disfrute del mismo. Pero ¿quién gobierna si el poder está fragmentado en la sociedad, si lo que hay en la sociedad es una pluralidad de poderes en competición? Y lo que responde es que es esta fragmentación competitiva del poder la que permite que el poder determinante en el proceso democrático sea el pueblo. La democracia es un procedimiento de elección del gobierno en el que el pueblo ejerce influencia política. Unas veces lo hará dirigiendo directamente sus demandas a los gobernantes y otras, de forma más indirecta, haciendo que los gobernantes amolden sus propuestas y valores a las preferencias del público o al marco más amplio de los valores de la sociedad. Los grupos en competición necesariamente habrán de representar los intereses populares para conseguir influencia y al hacerlo se convierten en sujetos subordinados de esta voluntad general. En las condiciones de una sociedad pluralista quien de verdad está en condiciones de influir al gobierno es el pueblo. Y esto reintroduce la dimensión normativa de la democracia en un discurso construido sobre el realismo político de la poliarquía: si las poliarquías avanzan en el sentido de un gobierno cada vez más efectivo del pueblo, estarán avanzando por la senda de la democratización en pos de una forma de gobierno ideal llamada democracia. La distinta posición en esta senda de la democratización es lo que hace que haya democracias de mayor y menor calidad.

2. La actualidad de los sofistas. Trasímaco y Calicles comienzan a cambiar el sentido de las palabras.

Sabido es que los sofistas rompieron con la dependencia de la ley humana (nómos) respecto a la naturaleza (phýsis) para hacer ostensible la artificialidad de la primera frente a la autenticidad de la segunda. A la ley humana, que no es sino algo artificial, cambiante, variable y, sobre todo, una posición adquirida y defendida por los grupos dominantes, contraponen la naturaleza y sus leyes, que representan lo auténtico e inalterable, una justicia objetiva. La ley humana carece de entidad porque no es sino creación arbitraria, que cambia según varían los intereses de las clases dominadoras, que son las que hacen el derecho (Trasímaco en La República de Platón). Para Calicles (personaje del Gorgias platónico) por el contrario, las leyes son utilizadas por una mayoría gris y mediocre como único procedimiento para tener dominados a los hombres fuertes, que son los que naturalmente deberían dominar. Mas sea en la concepción de Trasímaco o de Calicles se mantiene la oposición

4 Anderson, Perry.- Passages from Antiquity to Feudalism, Londres, New Left Books, 1974, p.43. [Edición castellana: Transiciones de la antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI, 1990.]. Citado en Arblaster, Anthony.- Democracia. Madrid. Alianza Editorial, 1992.

5 Dahl, Robert y Lindblom, A..-Politics, Economics, and Welfare (1953)

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entre phýsis y nómos: la ley humana es una pura burla, un cruel sarcasmo, un invento para revestir de autoridad y legitimar una situación antinatural de opresión de unos pocos sobre los más o de los más sobre unos pocos. En definitiva, de los fuertes o los hábiles contra los débiles o impotentes. En el pensamiento sofista, por tanto, el derecho natural no sirve para fundamentar el positivo sino, al contrario, para atacarlo y minar sus bases6. Es lección bien aprendida por nuestros gobernantes que, identificados con Trasímaco legitiman su poder dando la razón a Calicles: hacen ver al pueblo que es el pueblo quien gobierna, cada ciudadano gobierna por mas gris y mediocre que sea y, gracias a los gobernantes, someten a los fuertes. Para conseguir esto, los gobiernos apoyan todas las insensateces de esas minorías ruidosas con claro desprecio de la phýsis que es ampliamente compartida por una mayoría fuerte pero cómoda y cobardemente instalada. Ya lo dijo Voltaire: "On nomme l'opinion reine du monde: elle est si bien que, quand la raison veut la combattre, la raison est condamnée à mort". Cuando se quiere crear, configurar, una opinión pública a base de manipular la información, cualquier intento de introducir la razón en el debate, la razón es rechazada y condenada.

3. El nacimiento del Estado democrático liberal y su crisis.

Hay, por tanto, que delimitar muy exactamente y con amplio consenso qué significan democracia, soberanía popular, libertad e igualdad. De hecho, para que haya Estado, éste tiene que monopolizar el establecimiento de normas dentro de su territorio y “esto tiende a crear una cultura política común, compartida por todos los ciudadanos.7

Este estado de la cuestión ha llevado a algún economista jocoso a decir, no sin razón, que la democracia significaba “antes, doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el Gobierno. Ahora, doctrina favorable a la intervención del Gobierno en el pueblo”8. Es decir, la libertad va perdiendo puestos en esta carrera democrática y, por tanto, la democracia va perdiendo calidad. Como veremos mas adelante no son sinónimos libertad y democracia, democracia e igualdad, igualdad e intervencionismo estatal o estado del bienestar, etc. De la mano de García-Pelayo9 vamos a aclarar algunos conceptos.

Toda estructura histórica, por el solo hecho de serlo, está destinada a transformarse y a perecer, y, por consiguiente, a pasar por períodos de crisis, jalones de esa transformación. Es patente que el Estado democrático liberal, donde no ha muerto, se encuentra en situación de crisis y de transformación. Ahora bien, cuáles son las razones que para dicha crisis se dan en la dialéctica interna del Estado democrático liberal y a qué consecuencias jurídico-constitucionales conducen.

La raíz fundamental de tal crisis radica en que el Estado democrático liberal se basa en la unidad de dos términos, que si durante cierto tiempo se han armonizado, sin embargo representan en sí mismos algo antagónico y de difícil convivencia cuando los principios que los informan obtienen el adecuado despliegue. Tales términos son la democracia10 y el liberalismo.6 Fernandez-Galiano, A. y de Castro Cid, Benito.- Lecciones de teoría del Derecho y Derecho

Natural. Editorial Universitas. Madrid, 1999.7 Hall, John A. . e Ikenberry G. John.- El Estado. Alianza Editorial. Madrid, 19938 Rodríguez Braun, Carlos.- Diccionario Políticamente Incorrecto. LID Editorial Empresarial.

Barcelona, 2004.9 García-Pelayo, Manuel.- Derecho Constitucional Comparado. Manuales de la Revista de

Occidente. Madrid.10 Aquí nos encontramos con una acepción peculiar de democracia como dictadura de la mayoría,

como se verá a continuación. Muchos autores y gente de a pie negaría que con ese concepto se pudiera designar a la democracia. Sin embargo, la que emana de una concepción moderada de liberalismo es de una calidad muy superior. En una línea semejante a la de García-Pelayo se pronuncia Rafael del Águila en El Centauro transmoderno: Liberalismo y democracia en la democracia liberal, dentro del tomo 6 de Vallespín, Fernando.- Historia de la Teoría Política. Alianza Editorial. Madrid 1995.

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Cierto que ambos tienen una serie de notas comunes, y que ninguno puede vivir sin un mínimum del otro. A pesar de esa necesidad mutua, ambos términos son contradictorios en una serie de aspectos esenciales:

A) Como manifestaciones de esta contradicción en el plano ideológico, pueden considerarse las siguientes11:

a) El liberalismo supone la división de poderes como recurso técnico para limitar los propios poderes. La democracia, en cambio, no admite limitación alguna para los poderes del pueblo12.

b) Para el liberalismo es esencial la salvaguardia de los derechos de las minorías, pues todo individuo tiene una esfera intangible frente al poder del Estado; para la democracia, la voluntad de la mayoría no puede tener límite. El uno es intelectualista, la otra es voluntarista.

c) El liberalismo significa así libertad frente al Estado; la democracia, posibilidad de participación en el Estado.

d) El uno conduce a la afirmación de la personalidad; la otra, a su relativización ante la masa.

e) Forma extrema de los supuestos liberales sería el anarquismo; forma extrema de los democráticos, el comunismo13.

Tal contradicción fue ya señalada con nitidez en los comienzos del Estado liberal, y por el más importante de los tratadistas. Según Benjamín Constant, es preciso comprender en sus justos términos el principio de la soberanía popular, pues "sin una definición exacta y precisa, el triunfo de tal teoría podría convertirse en una calamidad en su aplicación. El reconocimiento abstracto de la soberanía del pueblo no aumenta en nada la suma de libertad de los individuos; y si se atribuye a esta soberanía una amplitud que no debe tener, la libertad puede perderse a pesar de ese principio, o incluso por ese principio", pues, en efecto, el peligro para la libertad radica "en el grado de fuerza y no en los depositarios de esta fuerza". No cabe hablar de una soberanía ilimitada del pueblo, pues "la soberanía no existe más que de una manera limitada y relativa”. Así, toda autoridad tiene unos límites trazados "por la justicia y por los derechos individuales. La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo aquello que es injusto. Los representantes de una nación no tienen derecho a hacer lo que la nación no tiene el derecho de hacer por sí misma". El desconocimiento de esa verdad ha hecho de Rousseau "el más terrible auxiliar de todos los géneros de despotismo"14.

11 Entre la mucha literatura sobre el tema puede verse por la precisión de la exposición: Binder ; Philosophie des Rechts, 1925, págs. 298 y ss.— Radbruch : Filosofia-del Derecho, trad. de Mediana Echevarría, Madrid, 1933, págs. 86 y ss. — G. Ritter : Wesen una Wandlungen der Freiheüsidee im PO-lüischen Deuken íer Nevzít, en la colección de ensayos del autor Das síttliche Problem der Macht. Berna, 1948.

12 No puedo estar de acuerdo: la división liberal de poderes se establece para controlar las acciones de los gobernantes, de los que se desconfía. Por su parte, la democracia continental, al igual que el liberalismo, le da todo el poder al pueblo, pero a diferencia de aquella, en la acepción de García-Pelayo, confía plenamente e ingenuamente en sus gobernantes de los que, a cambio, recibe una protección paternalista pretendidamente ilimitada.

13 Mejor estaría dicho, cualquier forma de autoritarismo o totalitarismo que gocen de una mayoría de la voluntad del pueblo. Ejemplos de un claro apoyo popular mayoritario han sido el fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler o la dictadura de Franco. No está tan clara, por lo menos durante la guerra civil rusa, que los bolcheviques gozaran del mayor respaldo popular pues se impusieron y se mantuvieron en el poder mediante el terror como queda acreditado en “El libro negro del Comunismo”. Obsérvese que para llevar la democracia a las orillas del comunismo, o viceversa, hay que violentar el significado genuino, o mas universalmente aceptado, de democracia que es el liberal (ni siquiera el originario) y se puede llegar a conclusiones tan absurdas como esta: que el comunismo, y con mayor razón, regímenes históricos totalitarios han sido “la forma extrema de democracia”, según García-Pelayo.

14 Considero este párrafo acertadísimo y pone de manifiesto que no hay tal contradicción sino que hay una realidad superior a la democracia cual es el derecho natural.

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Por consiguiente, la doctrina de la soberanía popular hay que entenderla, según Constant, en los siguientes términos: "la universalidad de los ciudadanos es soberana, en el sentido de que ningún individuo, ninguna fracción, ninguna asociación parcial, puede arrogarse la soberanía si no le ha sido delegada. Pero de ello no se signe que la universalidad de los ciudadanos, o aquellos que han sido investidos por ella de soberanía, puedan disponer soberanamente de la existencia de los individuos. Hay, por el contrario, una parte de la existencia humana que necesariamente permanece individual e independiente, y que está fuera de toda competencia social"15.

B) Nos queda por ver ahora cuál ha sido el desenvolvimiento y el estado actual de esta antinomia. Mas como quiera que se trata de principios en movimiento, es preciso que consideremos la cuestión desde un punto dinámico, tratando el tema en conexión: a) con la diversa situación vital de los estratos políticamente activos a que da lugar el desarrollo social; b) con las distintas concepciones que de la personalidad se forman dichos grupos; c) con los poderes frente a los que se ha de afirmar la libertad.

El liberalismo surge como una rebelión de la Sociedad contra el Estado absolutista, conducida por dos grupos social y políticamente activos: la burguesía económica y los intelectuales. Libertad y seguridad individuales aparecían como absolutamente vinculadas al despliegue de su personalidad y, por consiguiente, se formuló un sistema de libertades y de garantías de diversa índole frente al Estado. En consecuencia, el hombre, para ser libre, habría de esforzarse por domeñar al Estado, y para ello sujetar su acción a normas jurídicas, poner límites normativos y orgánicos a sus poderes, y convertirlo, en fin, en una entidad neutral que deja la vida social a su propio curso. Ciertamente tal objetivo no puede llevarse a cabo más que teniendo el dominio del Estado, y para ello se hubo de dar acogida al principio democrático; en cuanto a la amplitud de su esfera, que se ciñe exclusivamente a la seguridad jurídica, sin pretender penetrar en otros campos (económicos, etc.) ; y en cuanto a su limitación por los principios liberales. Se trata, pues, de un sistema en el que predomina el momento liberal sobre el democrático, sistema que, de un modo general, se extiende desde principios del siglo XIX hasta su segunda mitad. Es el Estado que corresponde, como decían los liberales alemanes, a las clases con "educación y patrimonio"; o como decían los doctrinarios franceses, a la burguesía, custodia y portadora de la razón y de las luces16. Declarado el Estado neutral frente a la sociedad, y abolidos los rangos estamentales, se produjo una ordenación social clasista, es decir, jerarquizada según las disponibilidades económicas. Por consiguiente, el Estado liberal no sólo significaba libertad frente al Estado, sino también, y en sus grandes líneas, dominio social por parte del estrato económicamente calificado.

Pero la inmanencia social misma dio lugar al ascenso a la vida social y política activa de nuevos grupos sociales cuya situación vital era distinta de los que condujeron la pugna contra el Estado absolutista. Los nuevos grupos exigen su participación en el Estado. Con ello, el principio democrático formal quedó inserto en toda la línea en el Estado liberal, y durante una época de duración variable, según los países, se produjo una especie de equilibrio entre liberalismo y democracia. Dado que las representaciones de estos grupos actuaban dispuestos a desarrollar su actuación en el marco legal del Estado constituido es el período de la pura y estable realización del Estado democrático liberal.

Pero la situación hubo de variar cuando dichos grupos alcanzaron la mayoría en el Parlamento17. Veamos cuáles eran los supuestos de estos grupos que 15 Constant: Ob. cit., págs. 64 y ss. 16 Bien, aquí hay una muestra de que el liberalismo también contó entre sus filas a agnósticos del

mismo.17 Según Ernest Jünger—en su Totale Mobilmachung (recogido en su colección de ensayos

Blátter -und Stein, Leipzig, 1942), breve ensayo destinado a inquirir la significación histórica de

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irrumpen más o menos vigorosamente en la organización estatal.

En primer lugar18, el sentimiento colectivista de la vida relega a la penumbra el sentimiento individualista. Sus ventajas personales no las consiguen en oposición sino en cooperación con sus compañeros y, consecuentemente, carecen de sensibilidad para las libertades individuales. Sociológicamente hablando, se esfuma el sujeto de las libertades liberales.

Este nuevo sentimiento de la personalidad se vincula a un cambio de actitud en relación al Estado y los grupos sociales. En efecto, la experiencia histórica ha mostrado que no es el Estado el único que oprime el desarrollo de la personalidad; que no es la única entidad que impone relaciones coactivas (la convivencia, y que las mismas libertades liberales están condicionadas en su realización a situaciones y poderes extraestatales de índole muy diversa; pero de un modo general y común destacan los poderes económicos. Son de las presiones económicas de estos poderes, de los que interesa en primer término liberarse a los grupos a que estamos aludiendo, pues son a éstos, y no al Estado, a los que sienten como obstáculo inmediato para el desarrollo de su personalidad.

Es más: el Estado se muestra justamente como el medio apropiado para realizar la liberación de esas presiones, lo que supone la ampliación de su actividad y la intervención en territorios sociales que antes permanecían a su margen, lo que indudablemente produce lesiones a libertades hasta entonces consideradas como intangibles. Ya no se trata sólo de una democracia estatal, sino de una democracia que de modo amplio puede calificarse de social, en cuanto que extiende sus métodos y criterios a esferas situadas inicialmente al margen del Estado: a la economía, a la educación, etcétera ; que pretende, por ejemplo, la participación de la gestión de las empresas; que pretende que la representación popular fiscalice la vida económica del país; que postula la democracia en la educación, lo que supone el dominio de la educación por parte del Estado, o, lo que es igual, aniquilar la libertad de instrucción y de enseñanza, etc.

A esta ampliación de la democracia a nuevos campos se la ha llamado socialismo19. Se trata de un proceso de conformación de la Sociedad en Estado, en el que se manifiesta la adaptación de antiguas formas a nuevas situaciones. Los nuevos principios democráticos comenzaron a informar los textos constitucionales a

la primera guerra mundial—, la "era del trabajo" convierte la primera guerra mundial en un acontecimiento histórico quizá superior en significación a la Revolución francesa, pues si aquélla fue el ascenso a la Historia del tercer estado, ésta lo es del cuarto. Con la sustitución de la "movilización parcial" (de las anteriores guerras) por la "movilización total" (de las actuales), y por las necesidades de ella derivadas "cada vida individual se convierte de modo cada vez más patente en vida de un trabajador, y así, a la guerra del caballero, de los reyes y de los burgueses sigue la guerra del trabajador" (pág. 132). El breve ensayo de Jünger ha sido uno de los puntos de partida para la construcción de la teoría del Estado y de la guerra totales.

18 Se entiende por clase media nueva aquel estrato de la pequeña burguesía producido principalmente por el desarrollo del capitalismo y al que se comenzó a designar en la vida ordinaria como "proletariado de cuello duro" (Stehkragenpwletariat, white-collar workers): pequeños empresarios, agentes, corredores, empleados de empresas, técnicos inferiores y, en general, gentes pertenecientes a la burocracia privada, y en menor medida a la pública, y para cuyo ejercicio profesional no se requiere una previa formación intelectual o técnica superior. Se contrapone a la clase media antigua, en la que se cuentan los empresarios medios, las profesiones liberales y los cuadros directivos de la burocracia que requieren una formación intelectual o técnica superior. Se diferencia del proletariado no siempre por el nivel de sus ingresos, pero sí en general por su diferente origen social, por su tipo de instrucción y por la función que cumple en el proceso económico, todo lo cual da origen a una mentalidad distinta.

19 Un ejemplo mas de la perversión del lenguaje. Después de esta brillante y atinada exposición, es una lástima que García-Pelayo, como tantos otros intelectuales, hayan sucumbido a una acepción tan corrupta de democracia, ya sea como sinónimo o compatible con el comunismo, ya sea como incompatible con lo que no es socialismo. Esta actitud la denuncia Jean-François Revel en su libro “La gran mascarada, ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista”, Taurus, Madrid, 2000.

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partir de la otra postguerra (derechos a prestaciones del Estado, constitucionalización de medidas de "política social", posibilidades de socialización e intervención en la vida económica, etc.), insertándose en el tradicional esquema democrático liberal. Pero su eficacia ha sido independiente de la inclusión en un texto. Y el hecho es que, desde entonces, han venido condicionando la estructura constitucional de los Estados democráticos liberales hasta invertir la primera relación de términos.

4. ¿Que es democracia? El respeto a las minorías y el respeto a las mayorías. Las minorías, los grupos de presión y lo políticamente correcto.

Este breve repaso histórico de la mano del profesor García-Pelayo, en algunos puntos contradictorio -según hemos señalado-debido a la acepción que toma de la palabra democracia, pone de manifiesto la conquista del respeto a las minorías y el alzamiento con el poder y el gobierno de la mayoría, lo que se conoce comúnmente como soberanía popular. Ahora bien, quizá cuando García-Pelayo escribe esos párrafos no había tenido lugar la transformación histórica del Estado democrático-liberal (social y de Derecho, como dice nuestra Constitución) a la que estamos asistiendo. El fenómeno objeto del presente trabajo es que, como respuesta a tanto intervencionismo, se han manifestado movimientos sociales minoritarios que tienen cabida perfectamente (y, quizá, en ningún otro sistema político) en la democracia. Ha habido agentes, hoy y en la historia reciente, que han utilizado los resortes de libertad que posibilita la democracia para intentar, o conseguir, hacer saltar por los aires a ésta (hoy sufrimos la yihad o eta y ayer sufrimos al nazismo alemán que llegó al poder a través de unas elecciones democráticas y unos pactos dentro del juego democrático. El comunismo bolchevique, por el contrario, se impuso por el terror de una minoría radical que tenía un escaso índice de representatividad democrática). Sin embargo, dado que la sociedad occidental y continental se encuentra a sus anchas con el intervencionismo estatal, estos movimientos minoritarios se apoyan en dicho intervencionismo para imponer sus criterios a la mayoría. La demagogia que subyace en este mecanismo es el siguiente: El estado, en su función redistributoria de la riqueza, debe apoyar cualquier movimiento minoritario con una cierta representatividad puesto que esta actitud es promotora de la libertad habida cuenta que son movimientos “sin voz” de no tener un soporte económico. Y, por supuesto, en esta sociedad mal llamada postmaterialista, la economía no lo es todo, sino que los recursos económicos se deben utilizar, en parte, para fomentar “valores” sin repercusiones económicas o inmateriales. Ahora bien, ¿es ésta una función del estado? Paradójicamente, estas tendencias nacidas del uso de la libertad son posibles por el impagable apoyo del estado y, gracias a la intervención de éste, se imponen a la mayoría.

Por poner un ejemplo, Jaime Pastor Verdú20 en «Democracia y movimientos sociales alternativos», prueba que la izquierda no está reñida con la inopia conceptual. El autor se mueve en una confusa galaxia terminológica y aplica la «corrección política» a extremos algo ridículos. Algunas de sus propuestas son muy discutibles desde cualquier punto de vista, empezando por el del sentido común. Su tirria a lo que llama «democracia procedimental» (que él considera poco menos que una argucia neoconservadora, cuando no fascista), es compatible con la propuesta de que, en determinadas materias que afecten a minorías concretas (y cita el aborto, la homosexualidad y el lesbianismo), la mayoría carece de derecho a decidir (pág. 260). Es lo mismo que dice Buchanan respecto a otras minorías (los ricos) y otros asuntos (la progresividad fiscal). Ahora bien, las tesis de Buchanan se han conculcado en pro del igualitarismo y si son respetables unas, también son las otras. Lo que no se puede pretender es imponer a la mayoría sólo ciertas tendencias minoritarias.20 DIEGO LÓPEZ GARRIDO (COORD.). Doce visiones de una política de progreso. Acento Editorial, Madrid, 1998

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5. Tantos “valores”, tan pocos Valores.

Uno de los impulsos más nobles del Viejo Continente ha sido la búsqueda serena de la verdad. Más allá de los avances y retrocesos, de conquistas luminosas y de apagones estériles, los europeos fueron afianzando su fe en la razón y su estima por la libertad para ir desvelando la verdad como valor indiscutible de la vida humana. Al mismo tiempo, se fue extendiendo el valor democrático de la igualdad, no solo entre los ciudadanos del Occidente Europeo, sino para los pertenecientes a civilizaciones distintas, no siempre capaces de interpretar correctamente lo que tal igualdad supone: la libertad de seguir buscando la verdad, mas allá de dogmas, intereses o concepciones particularistas, por muy tradicionales que sean. Esta es la circunstancia que se encuentra en crisis, ante la falta de una voluntad firme de mantener esos valores frente a la intolerancia de quienes traten de imponer los suyos en el propio solar europeo, en un malentendido multiculturalismo, que empieza por afirmar que todas las ideas son respetables, lo cual es una aberración.21

Entre 1945 y 1960, muchos intelectuales franceses defendieron ––desde luego, Sartre lo hizo— que, a veces, la mentira es preferible a la verdad, y la dictadura y la sumisión a determinados dogmas, preferibles al pensamiento libre. Uno de los momentos culminantes del conflicto que oponía a los intelectuales de la izquierda pro-comunista a la realidad llegó en 1956, cuando se hizo público el informe de Jruschev sobre los crímenes de la época de Stalin. La cuestión era: ¿hay que decir la verdad? La respuesta de Sartre fue no. Revel reproduce en sus Memorias el siguiente —y tremendo— pasaje de un artículo de Sartre publicado en L’Express, en noviembre de 1956: «Probablemente, el error más grande ha sido el informe de Jruschev porque, en mi opinión, la denuncia pública y violenta, la exposición detallada de todos los crímenes de un personaje sagrado, que ha representado tanto tiempo al régimen, es una locura, cuando esa franqueza no está justificada por una elevación considerable y previa del nivel de vida de la población». La tesis de Sartre era, pues, dice Revel, que había que mentir a los pobres y a los hambrientos, y «los que tienen ese derecho, qué digo derecho, ese deber, son precisamente los dirigentes responsables de esa pobreza». Llegados a este punto, es evidente que se está ya en plena descomposición de ese proyecto o ideal revolucionario, cualesquiera que sean las elucubraciones teóricas y las falacias con las que se intente —como, efectivamente, se intentó— bombardear y enterrar los hechos.

Pero, no sólo mentira y sumisión del pensamiento; también la justificación expresa del crimen. En 1973, es decir, bastantes años después de las denuncias por parte de los propios dirigentes soviéticos de los crímenes estalinistas y del gulag, y cuando empezaba a saberse, gracias a Simon Leys, lo que de verdad estaba ocurriendo en China con la llamada «Gran Revolución Cultural», Sartre declaró lo siguiente: «Un régimen revolucionario tiene que desembarazarse de un cierto número de individuos que lo amenazan y yo no veo otro medio que la muerte. Siempre se puede salir de una prisión. Probablemente, los revolucionarios de 1793 no mataron bastante». En pleno delirio criminal-revolucionario, Sartre, que no movió un dedo, ni arriesgó un pelo, como diría un castizo, para ayudar a la Resistencia durante la ocupación alemana, y que, incluso, aprovechó, como autor teatral, la tolerancia de las autoridades de la época, dio su aprobación a Mao, a la banda

21 Estas mismas tesis se encuentran en S. SHUTE Y S. HURLEY (EDS.).- De los derechos humanos. Versión castellana de H. Valencia Villa. Trotta, Madrid, 1998. Se distingue entre defensores de Derechos Humanos universalistas y relativistas. Para salvar las contradicciones de estos últimos, el debate sobre estos asuntos se ha «pragmatizado» considerablemente. Con ello quiero decir que el debate teórico ha abandonado en cierta medida la pretensión de una definición estable, sustancial y general de los derechos humanos para centrarse en el refinamiento de ciertas herramientas (procedimentales o de otro tipo) que pudieran servirnos para desbloquear problemas concretos y situaciones intolerables. Que viene a ser lo mismo, pero en light, que reconocer la existencia del derecho natural universal.

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Baader y las Brigadas Rojas.

Las aberraciones del Sartre senil no eran una gran novedad en el panorama intelectual francés. Eran la continuación de las aberraciones de Malraux, Aragon y muchos otros cuando, en los años treinta, cerraron los ojos o dieron su apoyo activo al terror estalinista. A su vez, tampoco esto era nuevo. La justificación del crimen cuando se trata de redimir a la humanidad es ya, a finales del XVIII, parte del bagaje político ordinario de varios de los grandes jefes de la Revolución Francesa, y llega a ser casi un lugar común en el XIX entre revolucionarios y visionarios europeos de diversas obediencias. En realidad, ninguno de los intelectuales que apoyaron el terror estalinista dijeron casi nada que, en sustancia, no hubiera dicho ya, siglo y medio antes, el primero de los terroristas políticos prácticos, Robespierre, a veces, incluso, con parecido lenguaje.

Por su parte, la resistencia, digamos, «liberal» frente a esa barbarie maneja también argumentos que nacieron hace siglo y medio. Para no salir de Francia, Frédéric Bastiat, que fue un polemista y publicista liberal lleno de ideas e intuiciones, en un ensayo sobre la perversión terrorista del significado de la ley y del uso del poder, escribió en 1850 lo siguiente: «Basta abrir, más o menos al azar, un libro de filosofía, de política o de historia para ver lo fuertemente que está enraizada en nuestro país la idea, hija de los estudios clásicos y madre del socialismo, según la cual la Humanidad es una materia inerte, que recibe del poder la vida, la organización, la moral y la riqueza; o bien, lo que es aún peor, que la Humanidad, por ella misma, tiende hacia la degradación y sólo la mano misteriosa del legislador puede detenerla en esta cuesta abajo». Más adelante, en este mismo ensayo, reproduce algunos párrafos de una famosa intervención de Robespierre en la Convención, que empieza así: «El principio del gobierno republicano es la virtud y el medio para establecerla, el terror». Cuando Sartre defendía las acciones criminales de la banda Baader o de las Brigadas Rojas, ¿quería decir realmente algo muy distinto de lo que decía Robespierre o reprochaba Bastiat?

En un ámbito menos dramático, Revel cuenta en sus Memorias la siguiente anécdota, que revela y resume el autismo y el sectarismo de la cultura francesa de las últimas décadas del siglo XX: en 1980, Aron se sorprende y se queda un poco cortado al enterarse de que Hayek está aún vivo y que le envía, a través de Revel, cálidos recuerdos. ¡Y eso, el gran patrón del liberalismo francés, Aron!

Si la gran invención política del siglo XIX fue, en resumidas cuentas, el socialismo, las novedades del pensamiento político del siglo XX han sido ideas liberales o enmiendas liberales a ideas socialistas. Resulta obvio que Revel no ha librado sus batallas en el terreno de la especulación académica. No es, ni ha pretendido ser, un «científico político», ni ha pretendido aportar nuevas ideas o intuiciones, digamos, «fundamentales».

Revel dedicó su primer discurso público en la Academia Francesa, en 1998, a «La Virtud», en realidad, la virtud en política, un discurso que no sonará extraño al lector de los anti-maquiavelistas españoles de los siglos XVI y XVII. Trató de la separación en la cultura occidental de virtud personal y virtud política y de la idea maquiavélica, según la cual la política puede y debe, a veces, separarse de la moral. Dijo que no parece que esta separación haya dado resultados particularmente brillantes, ni en moral, ni en política, a la vista del «catálogo de desastres» realmente impresionante del siglo XX. El intelectual del siglo XX se ha creído con derecho a disimular una verdad, o a desacreditar a las personas en lugar de discutir sus ideas, con el fin de defender una causa que creía justa: «La idea idiota, contradictoria y devastadora, según la cual se puede alcanzar el bien haciendo el mal, o, al menos, que es lícito ir por vías inmorales para llevar a los pueblos hacia la felicidad, esta aberración nefasta e ingenua ha proporcionado pruebas suficientes de su falsedad [...] Los grandes hombres que verdaderamente han servido a los intereses de su Patria y de la humanidad en nuestro siglo [...] son los que han obrado, en primer lugar sirviendo

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a un deber moral». Y, refiriéndose a los problemas de hoy, dijo: «Existen, desgraciadamente, auténticas catástrofes naturales... pero la mayor parte de las crisis pretendidamente económicas, [...] de las penurias alimentarias, de los retrasos en el desarrollo, de las catástrofes calificadas de humanitarias [...] tienen su fuente en la ausencia de virtud en la política».

Revel ha sido, sólo, un formidable e incansable explorador y denunciante de mentiras, imposturas y falacias culturales y políticas, una especie de Don Quijote filosófico, entreverado de Voltaire, en una tarea siempre empezada de nuevo, muy cercana a la de otros ilustres liberales del siglo XX, como Berlin, contra el demonio totalitario: «Bajo la máscara del demonio del Bien, la tentación totalitaria es una constante del espíritu humano. Siempre ha estado y estará en conflicto con la aspiración a la libertad».

Europa anda sumida en una falta grave de pensamiento y de autoridad moral, en medio de un discurso banal que habla de alianza de civilizaciones, el soberanismo de las tribus, la revolución estatutaria e incluso la francofonía catalana. El futuro de Europa se presenta sombrío, con el riesgo de un gran atasco en el proceso unitario y en los servicios del Bienestar, que vea incrementada su inseguridad ante los embates de China, India, Rusia o cualquier otra civilización más dinámica y combativa. La marcha hacia el gran atasco histórico de los europeos puede resultar inevitable si continúa la huida de la previsión del futuro, sin mas horizonte que el disfrute mostrenco del presente, con la mirada puesta únicamente en el éxito electoral. Volvería así a repetirse el final del proceso decadente de la civilización griega, incapaz de prever su futuro y mucho menos aún de inventarlo22.

6. La manipulación de los conceptos.

El marco léxico-categorial determina la experiencia social en cuanto que otorgador de sentidos y conformador de identidades y, por lo tanto, es necesaria la delimitación de enfoques lingüísticos en el estudio de las sociedades pasadas y actuales. Ciertamente, el recurso a lupas culturales para el examen de la historia social y política tiene señalados precedentes individuales entre los contemporaneístas españoles, como evidencian los trabajos de Álvarez Junco sobre el discurso demagógico o los de Pérez Ledesma sobre imágenes e identidades sociales, por citar sólo algún ejemplo sin considerar siquiera la apor-tación de aquellos modernistas que aún con más anticipación incorporaron las propuestas de la «nueva» historia cultural, hasta el punto que podemos hablar de historia de los conceptos, desarrollados por diversas escuelas europeas y redes internacionales como el History of Political and Social Concepta Group. Va adquiriendo significado científico disciplinas como la historia de los conceptos alemana gestada en torno a Koselleck, el contextualismo lingüístico anglosajón en las variantes de Skinner y Pocock, u otras formas de análisis lexicológico y del discurso político, en el contexto del debate intelectual abierto a finales del siglo XX sobre la crisis de la historia. Las prácticas políticas y sociales se consideran hoy determinantes en la construcción de los conceptos y de los términos que permitieron a quienes los usaron entender esa misma realidad e intervenir en ella. Es de resaltar, especialmente, la contribución alemana, más cercana a la historia social y cultural de la política, así como a la ciencia social histórica.

La definición de concepto como algo esencialmente «indefinible»23. Para Fernández Sebastián y Fuentes, los conceptos son algo muy distinto a ideas puras, nacidas en un momento de creación intelectual a partir del cual su significado quedaría supuestamente cerrado; muy al contrario, los conceptos son entendidos como elementos dinámicos, caracterizados por su contestabilidad y fraguados a lo largo de distintas pugnas sociales, políticas y culturales24. Es necesario, pues, no perder de vista

22 Gonzalez Seara, Luis.- El gran atasco. Rev. La Clave de la Opinión Pública, nº 21223 Fernández Sebastián, Javier y Fuentes, Juan Francisco (dirs.). DICCIONARIO POLÍTICO Y

SOCIAL DEL SIGLO XIX ESPAÑOL. Alianza, Madrid.24 Nociones variables e impuras que, entretejidas con las prácticas, se prestan «siempre a una

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esta realidad pues, si el lenguaje está para entendernos, la manipulación histórica de los conceptos nos ha de llevar a fijarlos muy bien para saber de qué estamos hablando. Se suele llamar la atención sobre la cualidad que un político ha de tener ineludiblemente cual es que cada uno entienda lo que más le agrade y esto lo consigue mediante la utilización de términos que, una mala práctica sesgada, han devenido anfibológicos. Podemos fijar en el siglo XIX el comienzo intencionado y sistemático de estas prácticas. Así, por ejemplo, se utilizaba el término clases medias y no burguesía, divulgado con posterioridad. Es decir, en una primera etapa se seleccionaban o sustituían palabras para significar el mismo concepto y, una vez superada esa manipulación ideológica, la palabra iba cambiando de significado, adaptándose a los intereses que los difundían. El siglo XIX es la etapa crucial en la que un término desborda el círculo de élites intelectuales y se difunde socialmente, alcanzando verdadera capacidad explicativa y movilizadora. Por todo ello, la forma que Fernández Sebastián y Fuentes utilizan para ofrecernos su reconstrucción del léxico político-social del siglo XIX español es la de una narración que atiende a la «biografía» del concepto, desde el nacimiento del término (como neologismo puro o de sentido), a través de las diferentes etapas de maduración a lo largo de las cuales va llenándose de significados frecuentemente conflictivos, para acabar señalando su permanencia o caída en desuso en períodos ulteriores.

Ya en esa época, por ejemplo, se calificaba al liberalismo como ese «grande explorador y falsificador de palabras» según un periódico carlista en 1870. Incluso, la comparación de las semejanzas, diferencias y, en general, de las relaciones entre la “modernización” del léxico político-social español y la evolución de otros países europeos y americanos, además de aumentar la capacidad explicativa de las voces, permite apuntar conclusiones como la que se refiere al desfase en los tiempos de maduración de los nuevos lenguajes político -cumplidamente introducido y divulgado a mediados del siglo XIX- y social -sólo manifiestamente visible a finales del mismo siglo-.

Por seguir en ese siglo, «Caciquismo», «Representación” y «Parlamento» están muy entrelazadas entre ellas —en torno al discurso, muy frecuente en los debates parlamentarios, sobre «los intereses legítimos» representables-. De igual manera, se puede seguir muy bien la historicidad en la reconstrucción de la relación entre los conceptos «Progreso» y «Progresista». En el diccionario aludido, uno se percata de la densidad de conceptos como «Aristocracia», «Ciudadanía» o «Clases medias» y la mirada global sobre la historia política del siglo XIX que comportan. El pensamiento y la acción, la construcción intelectual y las prácticas políticas, la cultura y la movilización social, quedan entrelazados desde un análisis del lenguaje entendido como herramienta que convierte el mundo social en «un entramado significativo capaz de inspirar determinadas conductas y de dar vida a las instituciones» (p. 25). En segundo lugar, el liberalismo y en general la historia político-social del siglo XIX español crece en significado bajo el análisis del lenguaje, al igual que en el siglo XX lo hacen otras ideologías. El siglo XIX es una época de revolución política que también es una revolución en las palabras y con las palabras. A partir de entonces (incluso, de antes, aunque no es tan evidente) las palabras se convierten en armas políticas de real y duradera eficacia. En la apropiación por parte de las distintas fuerzas de los nuevos términos, dirigiendo o pretendiendo monopolizar su definición conceptual, se dirime el control del futuro, como indican los directores de este diccionario (p. 32). Ello obliga, por ejemplo, a mirar de otra forma los enfrentamientos entre moderados y progresistas, los dos partidos en el centro del sistema y con opción a gobernar, cuya lucha por adueñarse de conceptos fundamentales de la naciente tradición liberal (al igual que por desacreditar al contrario -«oligárquico» versus «anárquico»— en el mismo terreno de batalla) puede rastrearse en los choques de diccionaristas, en la prensa muy especialmente, en el Diario de Sesiones de las Cortes. Y, como nos ha

utilización retórica y polémica por parte de hablantes, ideólogos y publicistas». Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, «A manera de introducción. Historia, lenguaje y política», Ayer, núm. 53 (2004), pp. 11-26. Cit. p. 24.

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recordado Burdiel a propósito del progresismo, las palabras empleadas en esta batalla se convirtieron no sólo en armas políticas para el momento, sino también en conceptos con persistente influencia historiográfica25. Más allá de quienes lucharon en el centro de la arena política la mirada propuesta por este trabajo agranda también el significado del estudio de aquellas fuerzas que participaron en el debate desde programas alternativos de profundización en la revolución -republicanismo, democracia, socialismo- o, por el contrario, de proyectos contrarrevolucionarios —carlismo, neocatolicismo y otras versiones del antiliberalismo reaccionario-, especialmente cargados de voluntarismo constructivo en sus propuestas conceptuales, surgidas de utopías fuertes (para los directores resulta lógica y esperable la mayor carga proyectiva de las construcciones conceptuales del centro-izquierda respecto de las de la derecha)26.

Si este repaso del siglo XIX nos da una idea de la fuerza de las palabras, qué decir del siglo XX y del XXI, aún sin estudiar de manera global27. El peligro de que los conceptos cambien de significado estriba en que no se sabe que pueden significar. Así, nuestra Constitución es flexible porque ya se encarga el Tribunal Constitucional de que sus artículos signifiquen lo que interese en cada momento político28. Ahora bien, y a modo anecdótico, como se va creando una doctrina constitucional llega un momento en que la Constitución revienta por donde se ha interpretado torticeramente y sin una visión de estado y de futuro.

7. El clamor al poder ¿dictadura o democracia?

Salvo casos excepcionales de transición pacífica, hay siempre una revolución en la base; luego un acuerdo, explícito o tácito, entre las clases: una conciliación. Y si esto no se da, no hay democracia, porque no todo lo que lleva la etiqueta «democrático» responde realmente a lo que es una democracia. Así ocurrió en la Revolución francesa (que no alcanza un acuerdo o conciliación y termina en un poder personal con Napoleón), la Revolución rusa de 1917 y en la segunda república española. En el año 1931 llega la segunda república española como «resultas de unas elecciones que no la autorizaban», si bien, el rey al marcharse deja el campo libre y hay que ocupar el vacío de poder por lo que se ha venido diciendo “todo el país” y en realidad fue una élite de conspiradores entiende que tiene que ser por una república. Las fuerzas políticas presentes en la segunda república no eran democráticas, particularmente las de izquierdas. No había habido pacto. Tampoco había otras muchas condiciones importantes para que la república desembocara en una democracia. Los políticos no representaban lo que el pueblo quería, igual que los redactores de la Constitución de 1812 no hacían política real, sino ficción; tenían una España en su cabeza que no era la real. Hablaban todos de revolución y nada de democracia, de pacto, de conciliación. Así nos fue. Y así nos puede volver a ir. Como José Luis Gutiérrez subraya, «la democracia en España sigue siendo una forma de subversión»29, de modo que queda mucho por hacer y por aprender de la libertad.

8. Una política de civilización30

25 Isabel Burdiel, La tradición política progresista. Historia de un desencuentro, en Carlos Dardé (ed.), Sagasta y el liberalismo español, Madrid, Fundación Argentaria-BBVA, 2000, pp. 103-121.

26 Obsérvese, en este párrafo la cantidad de palabras que han cambiado de significado en el último siglo.

27 Pese a titulos sugerentes como Arbeloa, Víctor Manuel.- Perversiones Políticas del lenguaje. Biblioteca Nueva. Madrid, trata específicamente de su aplicación al contexto del nacionalismo vasco.

28 Por ejemplo, la sentencia sobre el Caso Rumasa, que causaron la amrgura de los días finales de García-Pelayo, según sus amigos más cercanos y acabaron con el prestigio del Tribunal y un borrón de magnitud importante en el del profesor.

29 JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ.-Veinte años no es nada. Textos y pretextos de dos décadas de democracia (1977-1997).Espasa Calpe, Madrid, 1998.

30 EDGAR MORIN, SAMI NAÏR.- Un politique de civilisation. Arléa, París

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Y ante tamaña desorientación ¿qué podemos hacer? Uno de sus postulados centrales de Morin es la presencia de un mundo excesivamente cargado de problemas y a la vez demasiado vacío de pensamiento.

¿Cómo «pensar» nuestra supuesta crisis actual desde el «vacío del pensamiento» y la creciente incertidumbre? Todas las fuentes de certidumbre típicas de la modernidad —la idea de progreso, la ciencia, la técnica, el socialismo— han devenido problemáticas en un mundo progresivamente mundializado; los avances del conocimiento científico van acompañados de la «regresión cognitiva de la especialización», incapaz de dar cuenta de lo contextual y lo global; el pensamiento político se ha convertido en mero «gestionarismo», ciego ante los auténticos desafíos y cómplice del aparato técnico- industrial-burocrático. Habría una «despolitización de la política», que se disuelve en la administración, el gobierno de los «expertos», la economía, el «pensamiento cuantificador» (sondeos, estadísticas). Pero también en no prestar la atención que merece a la «mirada shakespeariana»: la dimensión trágica de la política, los conflictos destructivos, el elemento «mítico». Una doble barbarie pendería sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles: aquella nunca silenciada del todo derivada de la violencia, el fanatismo y fundamentalismo de cualquier signo, y la barbarie anónima que tiene su origen en los procesos técnico-burocráticos. ¿Hay alguna esperanza para salvar a la «patria Tierra» desde esta situación de complejidad e incertidumbre generalizada? ¿Estamos condenados a vivir al borde del desastre? La respuesta está en el título del libro. Sólo seremos capaces de superar esta situación si somos capaces de emprender una política de civilización, que debe ser construida a partir de un fuerte impulso ético, pero también desde una decidida reforma del pensamiento. He aquí unas cuantas propuestas: profundizar en la symbiosofía o el «arte de vivir juntos» mediante una creciente «pulsión confederativa» entre las diferentes unidades políticas, incluso entre diferentes culturas; la generación de un vigoroso «civismo planetario»; la correlativa constitución de instancias mundiales de acción planetaria; y, sobre todo, a través de la generalización de una nueva conciencia y la afirmación de profundos sentimientos de algo parecido a un «patriotismo de la Tierra».

Todo esto está muy bien, pero como hemos visto más arriba, no se puede llegar a esta utopía por la vía de las claudicaciones. Es cierto que nuestra civilización está cargada de defectos y que otras civilizaciones tienen virtudes. Pero de ahí a afirmar que todas las civilizaciones tienen el mismo valor hay una sima intransmeable: hay civilizaciones superiores e inferiores y no podemos claudicar de las virtudes de nuestra civilización cada vez más enferma. Los síntomas más relevantes de esa enfermedad son la relativización de los valores, la creación de un sistema de pensamiento “políticamente correcto” y la adaptación del significado de los conceptos a ese sistema, la corrupción democrático-liberal del respeto de las minorías a un sistema de captación de voto mediante la perversión del lenguaje para que esas minorías impongan su criterio a la mayoría, etc. Y como Gran Mascarada hemos visto la transición del concepto de democracia originario griego que está en la mente de cualquier ciudadano de mente virginal: el Estado y la sociedad unidos, el cuerpo ciudadano que se gobernaba a sí mismo a través de una participación activa en la política, un deber que recaía sobre todo ciudadano en uno u otro momento, al que explican y, al parecer se han dejado seducir, personas como Manuel García-Pelayo y Rafael del Águila que lo hacen sinónimo de totalitarismo, eso sí, prefieren que sea de izquierda.

Hasta un personaje tan denostado como Maquiavelo dijo que la ley, sin la virtud, era humo, nada. Hoy, que tantos políticos le imitan en la aplicación de sus principios pragmáticos, deberían leerle directamente para entender sus postulados teóricos.

Si en el siglo XX estaba de acuerdo con T. S. Elliot cuando afirmaba que “nunca el hombre ha corrido tan deprisa hacia ninguna parte” hoy lo máximo que puedo hacer es parafrasearlo: “Nunca el hombre ha corrido tan deprisa hacia el abismo”.

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9. Epílogo

Como ejemplos recientes de subversión del valor “respeto a las minorias” como imposición de sus criterios podemos citar el cambio de concepto de matrimonio por imposición de la minoría gay, la imposición de la minoría de lengua “vernácula”31como lengua equiparable a la estatal cuando no como lengua única con claro desprecio constitucional como sucede en Cataluña32, la imposición en barrios de la lengua, costumbres, etc de civilizaciones ajenas a la nuestra, así como la enaenación a su favor de terrenos y locales para la construcción de mezquitas y lugares de reunión desde donde minar los cimientos de nuestra democracia. De estos barrios se ha expulsado de manera sibilina pero con claro abuso legal a los habitantes originarios33. Los ejemplos son numerosísimos, como el chantaje al que se deja someter el gobierno con su alianza con los nacionalistas, el anticlericalismo exacerbado del Presidente del Gobierno que le lleva a dictar leyes ofensivas a los sentimientos religiosos de la mayoría, etc.

En el Anexo I se da un ejemplo de la imposición a la mayoría de criterios de una “civilización” minoritaria en Holanda.

En el Anexo II se da un ejemplo de como se impone una minoría política en el Gobierno español.

En el Anexo III se da un ejemplo de como claudica un partido acomplejado ante lo “políticamente correcto” en materia lingüistica y nacionalista y como se ningunea o se defenestra a quien defiende la opción contraria y mayoritaria. Así, la cabeza de Alejo Vidal-Quadras como presidente del PP en Cataluña fue servida en bandeja de plata ante la petición del entonces presidente de CiU, Jordi Pujol.

31 En algunas de estas CC.AA. la lengua vernácula es el castellano. Mediante el uso de falacias históricas se hace ver otra cosa, creando un conflicto a medio plazo donde no lo había y con una frivolidad política exasperante.

32 El Art. 3 de la Constitución da pie a que un ciudadano tenga derecho a hablar en su lengua vernácula y su interlocutor no tenga la obligación de entenderle. No así cuando en la situación inversa, cuando se habla en la lengua estatal. Esto es particularmente grave en las relaciones con las autoridades. Así, ciertos mandatos, por ejemplo, de señalización viaria no simbolista sino literaria escritos únicamente en lengua vernácula pueden ser perfectamente desobedecidos y no punibles, por falta de esa obligación de entenderla y a causa de la imposición de la minoría de no respetar siquiera el bilingüismo.

33 La técnica es sencilla: un magrebí se presenta en un comercio del barrio antiguo de la ciudad de Alicante o de Crevillente, por poner ejemplos reales, con la propuesta de comprar el negocio. Ante la negativa del dueño pasa los días con sus familiares y amigos bloqueando de facto la entrada pero cediendo el paso al que con determinación quiere entrar. La policía no puede intervenir pues ni alteran el orden público ni infringen ninguna norma. Ante la bajada de ventas el dueño se deshace del negocio. Este mecanismo produce una reacción en cadena cada vez mas acelerada de modo que en poco tiempo los comercios de la calle son propiedad de esta étnia que impone la sharia sin contemplaciones a los suyos. Mientras tanto, los residentes se sienten extraños en su propio país y van abandonando el barrio. En pocos años no es que se haya creado un guetto ex novo como podía suceder tras la 2ª Guerra Mundial, es que “ellos” han desalojado a los nacionales de su propio barrio y no han “creado” nada sino constituido en guetto a ese barrio ya existente. Y no se es racista ni xenófobo por denunciar tamaña injusticia, por mucha que sea la presión intelectual de los “políticamente correctos”.

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Anexo I.- Autoengahos piadososHermann Tertsch El País (16/11/04)

La diputada liberal holandesa Ayaan Iris Alí se ha visto obligada a "pasar a la clandestinidad". Protegida las 24 horas del día por la policía, recluida en un domicilio secreto, vive acosada por las amenazas de muerte que recibe por haber colaborado con el director de cine Theo van Gogh en el cortometraje Sumisión, considerado ofensivo por el fanatismo islamista.

Desde que Van Gogh fuera asesinado el pasado día 2 en Amsterdam por un islamista marroquí -vinculado a células terroristas en España y Marruecos-, parece claro que las amenazas no son una mala broma. Responden a consignas impunes oídas en mezquitas holandesas que exigen castigo a los "enemigos del islam", que son todos los que osen criticar prácticas extendidas en las comunidades musulmanas y hostiles a la sociedad que les otorgan hospitalidad, trabajo 34 y, hasta ahora, tolerancia ilimitada.

Ayan Iris Alí tiene motivos para estar enfadada. Le han matado a un amigo y quieren matarla a ella. Y sin embargo, dice sentirse culpable por haber animado a Van Gogh a realizar la película 35 . Condenada a vivir en la Holanda libre poco menos que como Anna Frank durante la ocupación alemana, la diputada se culpa de la suerte de Van Gogh y de la propia. Como los judíos que buscaban desesperadamente en sí mismos o en su comunidad la causa del odio antisemita nacionalsocialista.

"¿Habremos herido con tanto exceso la sensibilidad de nuestros enemigos como para inducirlos a matarnos?". La respuesta es que obviamente sí. Pero hay otra pregunta: "¿Podemos evitar herir la sensibilidad de nuestros enemigos -y así su molesto deseo de matarnos- sin dejar de ser nosotros mismos?". Las próximas décadas lo dirán.

Europa occidental -Holanda y Alemania en especial- lleva al menos veinte años haciendo todo lo posible por conseguir que la inmigración islámica "no renuncie a su identidad y a su cultura"36. Cualquier medida que pudiera empañar tan beatífica intención era condenada de inmediato como racista y xenófoba. Así las cosas, los únicos que se atrevían a exigir un esfuerzo de integración al inmigrante eran los auténticos racistas y xenófobos37.

Los partidos democráticos ignoraban el problema. Los conflictos eran "aislados" y generalizada la convivencia ejemplar. Las élites europeas abogaban por la tolerancia. También hacia los intolerantes. Con el tiempo, decían, se adaptarían a nuestros hábitos y valores. Traían consigo pluralidad cultural, colorismo étnico y exotismo que harían más ricas a las sociedades europeas.

Era, al parecer, necesario este otoño holandés para que se nos hundiera esta gran mentira europea. Ayer volvió a arder una mezquita en Holanda. Son ya veinte los atentados anti-islámicos allí desde la muerte de Van Gogh. En Francia, jóvenes musulmanes son la punta de lanza del antisemitismo en Europa.

Esta semana, el poco sospechoso semanario Der Spiegel publica un demoledor informe sobre maltrato, torturas, secuestros y esclavitud a que son sometidas miles de mujeres por parte de sus familias en Alemania. Hay barrios en países europeos en los que no rige de hecho la Constitución nacional, sino la sharia (ley islámica). Y en infinidad de hogares. Y nosotros, los tolerantes,

Sería cruel sugerir que los europeos nos merecemos todas estas nefastas

34 El problema de la sociedad del bienestar: el derecho al trabajo te lo merezcas o no.35 El complejo de la igualdad de valores o de “civilizaciones”.36 Otra facultad que se atribuye el estado sin mandato de nadie.37 La mofa que las minorias hacen de la mayoría y del sentido común.

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consecuencias de nuestro relativismo38. Aunque nuestra culpa es evidente y no está precisamente, como piensa la amenazada diputada holandesa, en ejercer nuestros derechos, sino en no hacerlos respetar. Tantos años diciendo que todas las ideas son buenas, mejores si no son las de nuestra sociedad abierta, que hemos convencido a quienes tienen otros valores -antagónicos a los nuestros- a los que recurrir.

Y ellos saben matar y morir por ellos. Si la mayoría de los medios europeos han jaleado, con mayor o menor disimulo, a los enemigos de EE UU en Irak, por qué no se van a sentir reforzados en la lucha sus hermanos que odian tanto la sociedad libre europea como la americana. No se puede hoy concluir una reflexión semejante sin jurar que la inmensa mayoría de los inmigrantes musulmanes son buena gente y entre los cristianos hay mucho indeseable39.

Pero la tolerante policía holandesa estima que el 5% del millón de musulmanes en Holanda son fanáticos dispuestos a la violencia. Son 50.000. Para empezar no está mal. Difícil es hoy proponer remedios. Quizás un poco más de autoestima de los Estados y sociedades europeas, algo de sentido común, tolerancia tanta como firmeza, e inteligencia para ver que nunca desde el nazismo estuvimos tan amenazados. En fin, instinto de supervivencia.

38 No sería cruel, sería realista.39 Denuncia de lo políticamente correcto

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Anexo II.- Libertad Digital 10-III-2004

El absolutismo de las minorías del Gobierno

Lo malo para el funcionamiento de la democracia en nuestro país no es que la mayoría que respalda un gobierno pertenezca a un solo partido; lo malo es que esa mayoría, ya esté integrada por uno o por varios partidos, pueda evitar que la oposición la fiscalice. Lo malo de los sistemas electorales que, como el español, no son mayoritarios es la dificultad que tiene cualquier partido de conformar una mayoría suficiente por sí solo para gobernar y, por el contrario, la facilidad con la que se ven abocados a depender de fuerzas minoritarias que lo son por nada bueno.

Lo malo es que la mayoría necesaria para gobernar, sea la misma que se requiere en el parlamento para fiscalizar al poder. Tener que depender de CiU no fue un freno para la corrupción del PSOE en tiempos de la mayoría simple de González, sino la razón por la que la nueva mayoría que los dos partidos sumaban sirviera de escudo a la fiscalización de ambos.

Ninguna de las dos fuerzas mayoritarias de nuestro país está interesada en denunciar las corrupciones de quien puede servir de comodín de su gobierno. ¿Es Carod Rovira un mal menor frente a lo que hubiera sido un gobierno por mayoría absoluta de Maragall? ¿Es peor una mayoría absoluta de Rajoy a que este tenga que depender de Coalición Canaria, no digamos ya de CiU? ¿Es, acaso, peor una mayoría absoluta de Zapatero a que tenga que agradecer su presidencia a quien se la debe el presidente catalán?.

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Anexo III.- (06-07-05) Vidal Quadras dice que la política de Piqué en Cataluña consiste en "que te perdonen la vida"

L D (Europa Press) Si el martes Alejo Vidal Quadras criticó que el error de Piqué tenía el "agravante de dar nombres y apellidos", este miércoles ha dado un paso más. En declaraciones al programa La Mañana de la cadena COPE, ha profundizado en lo que, en su opinión, consiste la forma de hacer política del PP en Cataluña.

El vicepresidente del Parlamento europeo no encuentra "ninguna voz" en Cataluña que se alce "con la firmeza adecuada" contra el nacionalismo. "Nadie sabe muy bien qué está pasando –prosiguió Vidal Quadras– porque los mismos que están elaborando el Estatuto tienen montado un lío monumental. Lo que está claro es que por parte de algunos partidos hay una clara voluntad de rebasar la Constitución e introducir elementos confederales, de fragmentar lo que es la unidad de España, en temas fiscales e institucionales, de blindar competencias".

Vidal Quadras denunció que "pasivamente" se está siguiendo en Cataluña la línea marcada por los nacionalistas. "Y el asunto no está en matizar al nacionalismo, corregirlo o atemperarlo. El asunto está en que frente al nacionalismo de identidad hay que plantear una alternativa, hay que plantear un debate ideológico en el mismo núcleo conceptual y moral de ese tipo de nacionalismo que es algo repulsivo y destructivo en sí mismo". Fue entonces cuando entró a analizar el papel del PP catalán.

"Yo siempre he sido partidario de hacer una batalla mucho más activa"

En su opinión, algunos creen que siguiendo esa línea se puede ganar un supuesto electorado de centro. "Pero me parece que esa es una decisión equivocada. Existe una amplia franja de electorado catalán, que yo situaría en un 25 ó 30 por ciento de los votantes en unas elecciones generales y en unas elecciones autonómicas entre un 15 y 20 por ciento que lo que quiere, de una manera inequívoca y firme, es la inserción de Cataluña en el proyecto español; el respeto a la pluralidad cultural y lingüística de Cataluña; a las libertades y los derechos individuales de los catalanes que están en contra del nacionalismo asfixiante, amenazante y agresivo".

En este contexto, dijo admitir que las estrategias y las tácticas de organizaciones como el PP catalán pueden adaptarse a las circunstancias políticas, aunque eso no significa que haya que abandonar la defensa de "unas ideas, unos valores y un programa claro que la gente entienda, que defienda con claridad y firmeza".

"Cuando yo estaba en Cataluña como responsable del partido –recordó– tenía una estrategia distinta a la que se lleva ahora a cabo. Ahora es una estrategia que consiste en no molestar, es decir, estar allí y tener un perfil suave y procurar no incordiar, un poco que te perdonen la vida. Yo siempre he sido partidario de hacer una batalla mucho más activa, aparte que es mucho más divertido y tiene una mejor respuesta de la gente. Pero cada uno tiene su forma de enfocar la estrategia".

La oferta electoral no nacionalista

Dicho esto, el dirigente del PP avisó de que toda esa gente necesita tener representación política, porque actualmente "no se sienten representadas". En este contexto, recalcó que movimientos políticos como los que han puesto en marcha intelectuales como Arcadi Espada y Albert Morera están "señalando esa desconexión amplísima" con parte del electorado catalán.

Al decir de Vidal Quadras, "que haya medio millón de ciudadanos en Cataluña

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que no se sientan representados en el Parlamento es una patología estructural que, al final ha de tener consecuencias y una de ellas será la creación de un nuevo grupo o plataforma. Pero una cosa es una plataforma y otra organizar un partido con todo lo que significa de recursos, organización territorial y financiación. De ser así, un partido de esas características, una oferta electoral de este tipo obviamente a quien quitará votos es a PSC y PPC".

El aznarismo

Finalmente, se le preguntó también por las últimas declaraciones de Josep Piqué en torno a la situación del PP y respondió: "No creo demasiado en los calificativos genéricos. Aznarismo no puede ser porque ya no es presidente y si aznarismo es mantener determinadas posiciones en algunos temas como la firmeza contra el terrorismo o una determinada política internacional pues naturalmente, pero esto no es aznarista; esto forma parte de una definición de partido", concluyó.

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