Los sueños de Lorenzo / 4ta parte - Lorenzo Verdasco

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4ta parte: Sueño con madres

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En dos formatos (libro y CD), la narrativa lacerante de Verdasco propone visitar el territorio del amor homosexual en sus más variadas versiones, con especial predilección por lo marginal. Siempre horadando la condición humana y la hipocrecía de la clase media tucumana. Mediante la escritura de sus "sueños", con una prosa libre, el autor escribe un libro de quejas, literario, claro: contra la familia, contra el amor heterosexual, contra el mundo intelectual, contra diferentes convenciones burguesas. Tal vez el fin sea instaurar una dictadura gay obrera. Leerlo, pero además escucharlo, es como recibir un aleccionamiento, donde la arenga es clara: marginalidad o muerte.

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4ta parte:

Sueñocon madres

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::: Grandes Temas de la Literatura :::

Los sueños de LorenzoAproximaciones íntimas de una mente líquida

Lorenzo Verdasco

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Primera edición en la Argentina bajo este sello.

Autor:Lorenzo VerdascoDiseño de tapa:Mateo Carabajal

Edición General:Natalia Acosta

Diciembre de 2011San Miguel de Tucumán, Tucumán.Argentina.

Dichosa Editorial

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Lorenzo Verdasco , escritor, autor del

libro Informe sobre señores, ha ganado el 1º

Premio de poesía en el Julio cultural 2001.

Otorgado por la Universidad Nacional de

Tucumán. Ha pergeñado el curioso ensayo En

torno a la muerte de Iván Ilich, donde se

evidencia la ingente obsesión de nuestro autor

por la lengua rusa. Parte de sus poemas,

porque este hombre también versifica, han sido

traducidos al francés y aparecen en una

antología editada por Abrapampa Editions, París

2006. Compartió la revista El astrolabio con

Aldo Alvarado y Federico Soler. También

coordina el taller literario El dolmen croata, en

el centro Baraja Cultura y co‐dirige el taller

Desde los escombros en compañía de la Magíster

Amira Juri en la Sociedad sirio libanesa de

Tucumán.

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Los sueños de LorenzoAproximaciones íntimas de una mente líquida

Lorenzo Verdasco

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Sueño con madres4ta Parte:

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Madre narrando

Una vez me enamoré de un chico llamado Carlos Centeno. Yo era

toda una quinceañera y el, creo, tenía diez y seis. Estuvimos toda una

tarde, recorriendo la plaza de Villa Alberdi. Al enterarse de que me

habían dejado sola con él, Mamá me castigó y me prohibió acercarme al

muchacho. Era muy bien parecido, y ahora entiendo que me gustaba.

Al llegar la oración –como se le dice acá al atardecer‐ me dejaban salir a

la plaza, pero a mi derecha tenía a mi tía Jesús; y a mi izquierda, a mi tía

Lucrecia. Centeno se acercaba a unos quince metros de mí, y me

saludaba con la cabeza; recuerdo que yo lloraba de rabia, debido a la

custodia que me habían puesto. En eso consistieron nuestros

encuentros, durante aquellos carnavales del 50. Una vez que yo estaba

memorizando una lección para el colegio, Mamá me pegó una

trompada en la cara, porque sospechó que yo podía estar pensando en

Carlos Centeno. Años más tarde, conocí a un hombre de mucho dinero.

Mamá ya me dejaba a solas con él, porque claro, así sí valía la pena. Yo

tuve un hijo de ese hombre, un hijo que ahora es casi un viejo, que está

tan enfermo como yo, y que escribe esto que le estoy dictando. Cuando

ése hijo tenía unos diez años, una vez lo llevé de paseo a Villa Alberdi,

para que conociera a las tías. Las tías me contaron que Carlos Centeno

seguía soltero, ¡y que ya era jefe de estación! Me lo señalaron mientras

esperábamos que bajaran el equipaje del vagón. Sólo divisé a un

individuo obeso y pelado, que cuando tosía parecía lanzar rugidos. La

verdad es que jamás lo había visto en mi vida. Jesús y Lucrecia me

rogaban para que tuviera una cita con él. "Lolito – que así le decían a mi

hijo‐ puede quedarse con nosotras el tiempo que quiera. Vos andá

nomás…"

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Mis dos madres

Yo de chico siempre deseaba saber lo que hacían Mamá y la

abuela cuando se encerraban. Un día me escondí dentro de un ropero y

paré bien las orejas. El olor que empezó a cundir era insoportable.

Parece que mi abuela debía cagar y no lo hacía en el lugar adecuado. Es

más, parece que ella jugaba con la mierda. La modelaba, como si se

tratara de plastilina. A mi madre todo esto la ponía demente. Pero las

historias que contaban eran interesantísimas. Mamá le reclamaba a la

abuela que, cuando era chica, ésta la bañaba siempre en agua muy

caliente. La niña encogía las piernas para no quemarse, pero la abuela

la hundía tanto que le quemaba los genitales. Según Mamá, esto lo

hacía la vieja a propósito, para que la hija no sintiera placer con ningún

hombre, cuando fuera mayor, y solamente los buscara por la plata. Que

por eso ella se había buscado un pobretón, como mi papá, para

vengarse. Después Mamá le reclamaba que la hubiera mandado al

campo con la abuela viejita (mi bisabuela) pera desembarazarse de la

criatura. Mi abuela, que todavía podía hablar, le explicaba que no lo

hacía para desembarazarse, sino para protegerla de mi abuelo. Y allí

contó una muy buena. Dice que mi abuelo llegaba tarde a la casa y

borracho. Entonces se empezaba a acordar de cierta sospecha que tenía:

de que el Beto, hermano de mi mamá, no fuera de él. Sino de un vecino

que, según él, cogía con mi abuela cuando él, mi abuelo, andaba

trabajando en las vías (porque era ferroviario). Entonces agarraba un

hacha y perseguía a su hijo por toda la casa. Que a veces el chico tenía

que irse a dormir a la plaza Belgrano en pleno invierno, porque mi

abuelo lo andaba buscando con el hacha para liquidarlo. Realmente

eran anécdotas muy divertidas y, cuando yo podía, siempre me colaba.

Lástima el olor…

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Conversas con Mamá

Ella me contó de su relación con la Tía Meque, hermana de mi

abuela. Tía Meque tenía un carácter muy fuerte, era de Aries. Tuvo dos

hijos naturales de diferente padre, en épocas en que estos

acontecimientos eran vergonzosos y condenados por la sociedad. Tía

Meque era tía de Mamá, pero yo le decía Tía, y todos, hasta los vecinos

del barrio, tenían tendencia a llamarle "Tía". Ella detestaba al hijo

mayor y amaba enfermizamente al menor. Lo amaba pero le propinaba

palizas espantosas. A mí, de chico, me tocó presenciar algunas. Le

pegaba con un látigo trenzado a su hijo más querido. Hasta que éste le

trababa el brazo y empezaban a forcejear. Terminaban abrazados,

llorando, besándose. Al hijo mayor directamente lo echaba de su lado,

y lo maldecía. Siempre que se cruzaba en su camino le decía "Ojala que

te vaya mal en la vida". Y a este chico, que después fue hombre, siempre

le fue mal. Así era mi tía. Sin embargo, tenía buen corazón. Una vez,

una vecina, cortó todas las ciruelas de nuestro árbol. Lo dejó pelado.

Meque le maldijo el brazo con el que había estado cortando las ciruelas.

A los pocos días la mujer apareció con un yeso. Contó que había

tropezado y había caído con la mano derecha sobre un vidrio. Cosas de

la casualidad. Meque murió en Tucumán de la peor manera, delirando

en una terapia intensiva. Mandó por su hijo querido a Buenos Aires,

pero este no llegó a tiempo. El hijo mayor se quedó junto a la

moribunda con la esperanza de que lo llamara hijo. No lo consiguió.

Ella murió con el deseo de que su hijo amado se llevara el enorme

ropero que ella tenía con toda la ropa adentro. El ropero estaba en

nuestra casa de de la calle Capitán Jewet. Para la época en que mi mamá

se quedó sola, yo no podía acompañarla. Yo tenía 18 años y me había

enamorado de un hombre. Vivía ya con él, era su mujer. Entonces

mamá me cuenta cómo se quedó sola en la casa de la calle Capitán

Jewet, con ese enorme ropero. Sintió una voz, me relata mientras

sostengo estúpidamente frente a su boca un cachito de pollo hervido,

una voz que la llamaba por su nombre. Ella se acercó al ropero

preguntando ¿Tía? Entonces sintió como una electricidad que la

atrapaba y la hacía temblar de miedo. Quedó muda por varios minutos.

Cuenta que el temblor se le pasaba cuando se alejaba de la zona del

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ropero. Se dedicó a buscar al hijo menor de Meque, hasta que lo

encontró. Entonces lo conminó a que se llevara su "herencia". El hijo le

contestó que no quería nada de su madre muerta que lo quería tanto. Ni

siquiera el recuerdo. Mi madre volvió a la casa, se paró frente al ropero

y gritó lo siguiente: "Tía, ya ves que tu hijo Carlitos no quiere nada de

vos. Yo no tengo la culpa. No me molestes más. Cerró la casa y se fue a

dormir en lo de unos parientes. Todavía hasta hace poco tenía

pesadillas. En esos sueños Meque la tomaba por el cuello y la ahogaba,

otras veces –continua mi madre‐ la besaba en la boca hasta ahogarla.

Pero cada vez son menos frecuentes esas visitas, dice Mamá. Sin

embargo, para mí, Meque fue muy buena. Antes de morir, me estaba

preparando una serie de postres Royal cuyas recetas salían en una

revista. Faltando seis postres, ella va a operarse a Tucumán y muere.

Pero nunca me asustó después de muerta. Simplemente nadie me

preparó nunca esos seis postres.

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La caminata lunar de un ser querido

Siempre envidié a mi tío por la manera de morir. Le habíamos

dicho a la chica que no lo bañara con agua fría. Él ya de joven tenía

problemas con el agua fría, decía mi madre. Le daba chucho en

demasía. Pero no teníamos calefón, y bañarlo con agua tibia era

problemático para la chica. Mucho después compramos calefón y

pagamos la instalación de agua caliente. Pero claro, mi tío ya no podía

disfrutarla. Igual lo envidio, porque su muerte fue como una caminata

lunar. Primero oí los quejidos de la chica, saliendo de la ducha con el tío.

Yo vi que le empezaban a fallar las piernas. De inmediato llevé una silla

y se la coloqué debajo del trasero. Mi tío se sentó y me miró sin mirar.

Recorrió con los ojos el día soleado, el cielo azul, el follaje del árbol de

palta a cuya sombra nos habíamos sentado sin premeditación. Sería

necesario aclarar que el bañito quedaba en el fondo, y que, a mitad de

camino entre el bañito y la casa, se erguía ese árbol tutelar, como un

pariente más. Nos sentamos, como digo, a la sombra de este milagro.

Serían las once de la mañana. Luego a mi tío se le enrojeció la cara, se

inflaron sus cachetes como si quisiera hacer un ruido de trompeta, y sus

ojos adquirieron una movilidad despavorida. Se puso de tan rojo, ya

morado. Yo le había gritado ¡Tío! Cuando lo hice sentar, ahora me

arrodillé, lo tomé por los hombros y volví a gritarle ¡Tío! Entonces.

Debería haber una palabra para reemplazar el entonces, pero

lamentablemente el entonces es insustituible. Entonces, con una

tranquilidad oriental, mi tío acomodó su brazo derecho verticalmente,

colgando de la silla, inclinó la cabeza, cerró los ojos; y el color rojo

subido de su cara fue mudando paulatinamente a un amarillo casi

blanco. Ahí comprendí que el tío se había ido. Después alguien llamó

una ambulancia, que llegó una hora después, y los empleados de salud

hicieron con el cadáver su carnaval. Pero esto ya no me molestaba. Yo

sabía que el tío no estaba ahí.

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Madre hay una sola

Yo vivía con mi madre. A veces ella desaparecía en la casa y me

dejaba solo. Iba yo al baño del fondo a leer mi libro y, cuando volvía, ya

no la encontraba. "Siempre me hace lo mismo", pensé esa mañana

cuando la llamé en voz alta, y me contestó mi propio eco. Encontré un

zapato rojo de ella, al lado de una cloaca de veinte centímetros de

diámetro: "Cómo habrá hecho para meterse por ahí" cavilé. Durante los

sueños uno saca conclusiones de ese calibre. Cuando salí a la puerta

cancel, un vecino me dijo: "No se preocupé, mis hijos la cazaron en el

baldío de en frente, ahí la traen". Quise protestar cuando vi la enorme

araña. Pero después recordé que mamá, efectivamente, era eso. Era

como si la razón de cuando yo estoy despierto luchara con la lógica del

sueño, siendo naturalmente derrotada. "Igual no entra por la cloaca,

murmuré para mí solo". No me atreví a acordarme del zapato.

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Indice

Sueño con madres

Madre narrando………………………………………………………………………………….3

Mis dos madres…………………………………………………………………………………..4

Conversas con Mamá……………………………………………………………………………5

La caminata lunar de un ser querido…………………………………………………………..7

Madre hay una sola……………………………………………………………………………...8

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