Los siete pecados capitales del imperio aleman en la primera guerra mundial sebastian haffner

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Un libro que analiza los sietepecados capitales que condenaron aAlemania en el estallido y desarrollode la Primera Guerra Mundial. Unensayo histórico de primeramagnitud escrito por el autor deHistoria de un alemán.

«No es cierto que los disparos enSarajevo provocaran la PrimeraGuerra Mundial», afirma SebastianHaffner en este lúcido ensayo sobrelos orígenes y el desarrollo de estaguerra que clausuró una visiónpolítica del mundo y condicionó el

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futuro de Europa. El autor deHistoria de un alemán indaga en lossiete pecados capitales que cometióAlemania en la germinación y eldesarrollo de esta devastadoracontienda, y responde a preguntasclave para entender ese periodo y através de él la evolución de lahistoria europea en el siglo XX:¿Cuáles fueron las verdaderascausas de la Primera GuerraMundial?, ¿se hubiera podidoevitar?, ¿cómo diseñaron lasgrandes potencias sus estrategiasde poder?, ¿en qué erraron suscálculos unos y otros?, ¿qué mundo

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clausuró esa guerra y qué mundoemergió de ella? La intención deHaffner no era ni un realizar unacondena moral del gobierno delReich ni aclarar la llamada cuestiónde la culpa en la guerra. Para él eramás importante señalar lasdesastrosas decisionesequivocadas, de gravesconsecuencias, «los siete pecadosmortales», de la política del Reich:el abandono de la política deBismarck, el plan Schlieffen, ladesperdiciada posibilidad de paz de1916, la ilimitada guerra desubmarinos, la bolcheviquización de

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Rusia, la desaprovechadaoportunidad de reducir la guerra auna sola frontera tras la paz deBrest-Litovsk, la actitud ante laderrota al finalizar la guerra… Eneste magistral ensayo Haffnerrompe clichés, cuestiona lugarescomunes, desmenuza las mediasverdades y propone una nueva visiónpolítica del origen y el desarrollo delconflicto, que nos sirve paracomprender el pasado y paraanalizar con más precisión elpresente.

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Sebastian Haffner

Los sietepecados capitales

del Imperioalemán en la

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Primera GuerraMundial

ePub r1.0j666 03.03.14

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Título original: Die sieben Todsündendes Deutschen Reiches im ErstenWeltkriegSebastian Haffner, 1964Traducción: Belén Santana LópezRetoque de portada: j666

Editor digital: j666ePub base r1.0

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PROLOGO1914-1964. Las efemérides hanconcluido, los artículos conmemorativosya se han escrito. Quien los haya leídohabrá constatado un hecho: Alemania noha superado el acontecimiento quesupuso la Primera Guerra Mundial, unhecho que permanece en su estómago,más indigesto e indigerible que nunca.Esta vivencia no se ha asimilado; surecuerdo no provoca ningún aprendizajeni reflexión, sino sentimientos y estadosde ánimo.

Las viejas leyendas, desde «elcerco» hasta «la puñalada por la

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espalda», no han muerto. Los mayoressiguen renovando como entonces laherida de la «mentira sobre laresponsabilidad de la guerra»,cuestionan la derrota (cuya aceptaciónno resultó fácil después de tantasvictorias) y reniegan de su suerte.

Los jóvenes no saben ni quierensaber. Consideran que ni siquiera laSegunda Guerra Mundial tiene que vercon ellos, así que no digamos laPrimera. Para ellos no es más que unaantigua leyenda.

Sin embargo, se trata del principiode una historia que aún no ha terminado,ni siquiera para los más jóvenes entre

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nosotros. Con la Primera GuerraMundial comenzó el proceso deautodestrucción alemán aún en curso.Fue entonces cuando Alemania empezó acometer los errores que, desde entonces,han ido degradando su posición en elmundo, errores que sigue cometiendohoy.

Todo el que sufre un grave revés enla vida suele preguntarse después:«¿Qué he hecho mal?». Y no se lopregunta para castigarse ni humillarse—sabe Dios que ya ha sufrido castigo yhumillación suficientes—, sino paraaprender de sus errores. Si omite lapregunta, volverá a cometer los mismos

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fallos una y otra vez.Los alemanes la han omitido y, por

tanto, han repetido los mismos errores.En lugar de cuestionarse por qué seembarcaron en la guerra y luego laperdieron, se han convencido una y otravez de que ellos no fueron culpables yde que, en realidad, la habían ganado. Elresto, todo lo demás, fue fruto del«destino».

Pero ni la guerra ni la derrota fueronfruto del «destino», sino el resultado decálculos erróneos, decisionesequivocadas y medidas incorrectas porparte de unos gobiernos alemanes que,en su mayoría, contaron con la

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aprobación de la opinión pública. Hoy,desde la distancia, es tan fácil reconocerlos graves errores de la política bélica yprebélica alemana y de la gestión delconflicto como divisar a simple vista lacima de una sierra lejana. Sólo hay quequerer mirar directamente.

Mirar, no volver atrás. Quien deseeacusar o exculpar personalmente a losactores de entonces deberá conceder quemucho de lo que hoy puede verse conclaridad no fue perceptible ni previsibleen aquel momento, pero aquí no se tratade eso; no queremos juzgar, queremosaprender, aprender por fin de unaexperiencia dura y difícil, por la que se

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pagó un alto precio. Quien estédispuesto a hacerlo no deberá vacilarante el argumento de que todo es másfácil a toro pasado. ¡Ojalá fuera así!Puede que el conocimiento a posteriorisea algo demasiado simple pero, en todocaso, vale más que aferrarse a un error.Lo más tonto que se puede hacer esseguramente olvidar aposta todo lo queuno ha vivido para luego continuarsabiendo tan poco como antes.

«¡Pero tampoco es que los otrosfuesen mejores, también cometieronerrores!». Es probable que así fuera,pero para alguien que quiera aprenderde su propia desgracia eso carece de

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interés. Los alemanes jamás se verán enla situación de repetir los errorescometidos entonces por Inglaterra,Rusia, Francia o la antigua Austria. Sonsus propios errores los que arrastran ylos que deberían interesarles paraevitarlos en el presente y en el futuro.Que cada uno se ocupe de lo suyo.

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EL ALEJAMIENTODE BISMARCK

El primero de los grandes errores quecometió Alemania fue, para empezar,provocar la Primera Guerra Mundial, yeso es exactamente lo que hizo.

Esto no tiene nada que ver con lacuestión de la «responsabilidad de laguerra». Después de la Primera GuerraMundial hablar de «responsabilidad dela guerra» por parte de los vencedoreses falso e hipócrita. Este tipo deresponsabilidad presupone un delito y,por aquel entonces, la guerra no

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constituía delito alguno. En la Europa de1914 la guerra era todavía uninstrumento legítimo, bastante honorablee incluso glorioso. Tampoco es quefuese en exceso impopular; de hecho, laguerra de 1914 no lo fue en ningún sitio.En el mes de agosto de 1914 se oyerongritos de júbilo no sólo en Alemania,sino también en Rusia, Francia eInglaterra. En aquel momento todos lospueblos tuvieron la sensación de quevolvía a tocar una guerra, así querecibieron su estallido con unsentimiento de liberación. Sin embargo,la responsable de que hubiese llegado elmomento fue Alemania.

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La gran escisión entre la paz y elperiodo prebélico había tenido lugaralrededor del cambio de siglo, y lo quecambió entonces fue la política alemana,nada más.

Las últimas décadas del siglo XIXhabían sido de las más pacíficas en lahistoria europea, lo cual en gran medidatambién se había debido a la políticaalemana. Bajo el mandato de Bismarck eincluso en los primeros añostranscurridos tras su retirada, la políticaalemana había sido totalmente pacífica yEuropa había disfrutado de esa paz. Sinembargo, a partir de 1897aproximadamente se produjo una grave

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ruptura en la política alemana: de prontodejó de ser pacífica y, desde entonces,Europa ya no tuvo una paz segura, sinoque vivió una crisis tras otra, siempre ala expectativa de que estallase unaguerra.

Esto no significa que en las décadasanteriores no se hubiesen producidotensiones, pues éstas siempre existen enun sistema de Estados soberanos. Unode los motivos de tensión más antiguos yasimilados era, por ejemplo, la«cuestión del Este»: el ansiaindependentista de las nacionesbalcánicas que llevaba al lentodesmoronamiento del Imperio otomano y

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amenazaba al reino de los Habsburgo.Rusia exigía la emancipación de loseslavos balcánicos; Austria e Inglaterratrataban de frenarla, la una porque sesentía directamente amenazada desdelejos y la otra porque quería impedir elacceso de Rusia al Mediterráneo.Alemania actuó de mediadora. Todoaquello era sobradamente conocido yestaba más que ensayado.

No merecía una guerra. Cada vezque se producía una nueva sublevación oun nuevo incidente en los Balcanesentraba en acción el «conciertoeuropeo» de las grandes potencias y lascosas se arreglaban de una forma u otra.

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Así había sucedido durante décadas yasí podría haber seguido ocurriendootros tantos decenios, también en 1914.

En la propia Alemania reinaba otrasituación de tensión, pues allí dondesiempre había estado Prusia, la menorde las potencias europeas, a partir de1871 se encontró de pronto la potenciamayor y más fuerte: el Imperio alemán.Este cambio supuso una tremendasacudida para el acostumbradoequilibrio europeo, y haberlo producidosin provocar una guerra había sido todauna proeza. No obstante, aún fue másdifícil que Europa se acostumbrara aesta nueva relación de fuerzas. Bismarck

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todavía fue consciente de tal dificultad,que logró superar mediante una políticaen extremo cautelosa y sabia que limitóe hizo visibles los intereses deAlemania y evitó cuidadosamente pisara las demás potencias. Bismarck generóconfianza en el nuevo Imperio alemán,pero sus sucesores suscitaron unadesconfianza generalizada. Si se deseasaber en qué consiste una políticaalemana de paz, basta analizar lapolítica de Bismarck después de 1871.Para darse cuenta de que la política desus sucesores no fue del mismo signobasta compararla con la de Bismarck.Por supuesto que los sucesores de

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Bismarck, a diferencia de Hitler, nobuscaban la guerra por la guerra; sinembargo, a diferencia de Bismarck,ellos sí aspiraron entonces a unosobjetivos que no eran alcanzables sinpasar por un conflicto armado.

Bismarck fue en todo momentoconsciente de que Europa no siemprehabía dado por supuesta la existencia deun Imperio alemán. De hecho, él mismofue el responsable de que el Imperioalemán naciera con la «enemistadsecular» con Francia esperándole en lacuna. También desde 1878 la otrorabuena relación con Rusia estabaenturbiada, de forma que Alemania se

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había visto obligada a aliarse conAustria. A partir de aquel momento dospeligros flotaban constantemente en elaire: una alianza entre Rusia y Francia ouna guerra entre Rusia y Austria en laque Alemania pudiera verse envuelta.Durante su gobierno, Bismarck supoevitar ambas amenazas gracias a uncuidado y virtuosismo infinitos. Jamáshabría concebido la posibilidad de casiprovocar junto con Austria una guerracontra Rusia y Francia, ni mucho menosla de enfrentarse a Inglaterra sinnecesidad. Sin embargo, sus sucesoreshicieron ambas cosas, lo cual no supusoningún delito; es más, según las

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convenciones del momento estaban en superfecto derecho de hacerlo, pero fue unterrible error y, al mismo tiempo, lacausa de la Primera Guerra Mundial.

Todo pecado empieza siendo depensamiento y todo error comienzasiendo de lógica. Eso mismo ocurrió eneste caso. Antes de que se modificara lapolítica alemana cambió la forma depensar del país. Ya no existía esasensación de Estado pleno. Había unsentimiento de insatisfacción, decarencia y, al mismo tiempo, se percibíauna fuerza creciente. Las ideas de«cambio radical», de una «Weltpolitik»(política mundial) y de una «misión

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alemana» se apoderaron del país ygeneraron todo un clima deresurgimiento y estallido, expresadoprimero por medio de libros y artículosde periódico, lecciones magistrales,manifiestos y la fundación de diversasasociaciones y, más adelante, también através de decisiones políticas y accionesdiplomáticas. Aproximadamente a partirdel último lustro del siglo XIX toda laorquesta alemana comenzó a tocar depronto una nueva pieza musical.

Las relaciones de paz mantenidas enel siglo XIX pueden resumirse en unasola frase: dentro de Europa reinaba elequilibrio y fuera de Europa reinaba

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Inglaterra. Bismarck nunca quisodinamitar este sistema, tan sólopretendió integrar en él un Imperioalemán unificado y poderoso, cosa queconsiguió. Sus sucesores quisieronreventar el sistema y sustituirlo por otrode modo que, en el futuro, la divisarezase: fuera de Europa reina elequilibrio y dentro de Europa reinaAlemania.

En la Europa continental Alemaniaya no debía ser una más entre iguales,sino una potencia rectora y salvaguardadel orden establecido. Sin embargo, enaguas internacionales y en las tierras deultramar Inglaterra ya no había de ser la

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potencia hegemónica, sino sólo una másentre iguales. Según la seductora teoríaque las mejores cabezas pensantes delos ámbitos académico y periodístico dela Alemania de entonces llevabanenunciando desde finales de los añosnoventa y sus constantes nuevasversiones, el antiguo sistema deequilibrios europeo debía entonces, enla era del imperialismo, ampliarse a unsistema de equilibrios mundial. Estenuevo sistema requería arrancar aInglaterra una serie de concesiones, lasmismas que, varios siglos atrás, elsistema de equilibrios europeo habíalogrado arrancar a las otrora grandes

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potencias coloniales (España y Francia).«No deseamos hacer sombra a nadie,pero nosotros también queremos unlugar bajo el sol», y además obtenerlono como hasta entonces, por la gracia deInglaterra. De ahí la gran flota bélicaque Alemania creyó de pronto necesitary comenzó a construir. «Nuestro futuroestá sobre las aguas».

Bien, de acuerdo. ¿Por qué no? Lahegemonía británica sobre las aguaspropias y de ultramar no obedecía a unmandato divino; en ninguna parte estabaescrito que no fuese a llegar el día en elque este dominio tuviese que hacer sitioa un nuevo sistema. Lo que ocurría es

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que Alemania, en realidad, no estabaenfrentada a Inglaterra. Inglaterra no lehabía hecho nada a Alemania y tampocoes que se disputara con ella sus escasascolonias. Por otra parte, es obvio que nocabía esperar que Inglaterra renunciasea su hegemonía de forma pacífica. Así,no es que fuese muy difícil prever queInglaterra se convertiríairremediablemente en un enemigo sialguien ponía en duda su supremacíamundial sin motivo aparente. Además,¿acaso Alemania no tenía ya bastantecon la enemistad heredada con Francia yRusia?

En el periodo anterior cercano a

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1900, cuando en Berlín se tomaron lasdecisiones funestas, esta situación dehostilidad era lógicamente soportable.Bien es cierto que la alianza franco-rusaque Bismarck había sabido evitardurante doce años pronto se constituyótras su retirada, pero entre Rusia yFrancia por un lado y Alemania yAustria por otro reinaba un equilibrio;es más, tal vez hasta podría hablarse deun ligero desequilibrio a favor deAlemania, pues ésta seguíafortaleciéndose por sí misma mientrasque Rusia (aunque también Austria) ibadebilitándose a causa de sus crisisinternas. En cualquier caso no se puede

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afirmar que la alianza bilateral franco-rusa estuviese en pie de guerra.

Sin embargo, es evidente que podríaestarlo si Alemania se enfrentaba a unnuevo enemigo: Inglaterra. Ambascosas, es decir, un conflicto mundial conInglaterra por obtener «un lugar bajo elsol» y un conflicto europeo con Franciay Rusia por el dominio continental eran,sin duda alguna, demasiado paraAlemania, incluso para una Alemaniatan poderosa como la de 1900, eso sedetectaba a simple vista. De no estar yasatisfecha con los logros de Bismarck,Alemania al menos tendría que haberelegido.

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Todavía en 1900 Alemania habíatenido la oportunidad de sofocar elconflicto recién iniciado con Inglaterra yestablecer en su lugar una alianza coneste país, alianza que le fue ofrecida. Esprobable que este pacto hubieseprovocado antes o después una guerrade dos frentes en Europa, pero tal cosahabría sucedido con Inglaterra comoaliado y, por tanto, con posibilidadesreales de lograr la victoria. Alemaniarechazó la propuesta, dando así aInglaterra la señal definitiva de que eldesafío alemán iba en serio.

Pero si realmente iba en serio,Alemania tendría que haber tratado de

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reconciliar a Francia y Rusia y deconvencerles para participar en unaalianza contra Inglaterra. Estaoportunidad no se le presentó, así queAlemania tendría que haber tomado lainiciativa, cosa que no hubiese resultadodifícil, pues dentro del nuevo sistema deequilibrios imperial que Alemaniaquería instaurar a costa de Inglaterra,Francia y Rusia habrían sido aliados pornecesidad e incluso habrían tenido algoque ganar. En lo que respecta a la flota ya las colonias, hasta 1900 ambos paíseshabían sido para Inglaterra unos rivalesmás serios que Alemania, de modo queuna alianza continental frente a

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Inglaterra no era del todo impensable.No obstante, si Alemania hubiese

querido promoverla, tendría que haberpagado el precio correspondiente:devolver a Francia los territorios deAlsacia y Lorena, o por lo menosLorena; dejar a Rusia actuar librementeen los Balcanes y puede que inclusohubiese tenido que contar con un futuroreparto del reino de Habsburgo conRusia. El que quiera jugar al ajedrez noha de temer sacrificar sus piezas.

Alemania no pensó en ello en elsentido más literal del término: no sepermitió idear nada al respecto, leresultaba algo inconcebible. Se sentía

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demasiado fuerte. Creyó tener ya en elbolsillo la mitad del liderazgo y lahegemonía continentales necesarios paraun combate internacional contraInglaterra. Además confió en queInglaterra jamás se alinearía con Franciani mucho menos con Rusia, pues susposiciones se antojaban demasiadoopuestas. A los dirigentes alemanes de1900 se les subieron demasiado loshumos y lo mismo le ocurrió a laopinión pública. Sin embargo, estaactitud les pasó factura, pues fueInglaterra la que sacrificó frente aFrancia y Rusia aquello que Alemaniahabía considerado innecesario para

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convertir a sus enemigos en aliados. En1904 Inglaterra, puso fin, no sinsacrificio, a sus conflictos colonialescon Francia; en 1907 hizo lo propio conRusia. Así, Alemania se vio «cercada» yno es injusto afirmar que ella misma fuela responsable.

Ése habría sido el momento justo derecapacitar y ceder. Aún no habíasucedido nada irrevocable, nadie estabapreparado para una guerra. Entoncestodavía era posible aflojar el nudo quese estaba apretando y soltarlocuidadosamente. Sin embargo, tantoentonces como ahora, el hecho de tenerque adaptarse a las circunstancias,

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renunciar a objetivos inalcanzables, sercapaz de admitir un cálculo erróneo yabandonar con cautela una senda defracaso político nunca fue el punto fuertede Alemania. Es mejor doblar laapuesta, ir de cabeza contra el muro.

A la entente anglo-francesa de 1904siguió la crisis marroquí de 1905; a laalianza anglo-rusa de 1907, la crisisbosnia de 1908. Los detalles y losdetonantes de estas crisis carecen hoy deinterés, sólo importa una cosa: en ambasocasiones Alemania amenazó a losnuevos aliados de Inglaterra con ir a laguerra; en 1905 a Francia y en 1908 aRusia. En ninguno de los dos casos fue

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una amenaza seria. Alemania sólopretendía intimidarles y demostrar susuperioridad militar, cosa que logró, nosin éxito, en ambas ocasiones. En 1905Francia retrocedió ante las «relucienteshuestes» alemanas y Rusia lo hizo en1908, por supuesto a regañadientes ycon la firme decisión de procurar que noles ocurriese una segunda vez, pero lasmaniobras de intimidación siemprepasan factura. A partir de ese momentose puso un rumbo directo hacia un serioconflicto bélico.

Así, fue entonces cuando la viejaoposición continental que llevaba muchotiempo casi dormida se convirtió en

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material inflamable. De pronto estuvoclaro que Alemania aún tendría queluchar por una hegemonía continentalque hasta el momento había creído suyacomo por generación espontánea. Fueentonces cuando comenzó la carreraarmamentística en tierra. Todos loshombres de Estado empezaron aprepararse para la guerra. Tras lasegunda crisis marroquí de 1911, en laque Inglaterra se alineó abiertamentecon Francia por última vez, Europavivió un clima prebélico muy intenso:aumento de tropas en Alemania, serviciomilitar de tres años en Francia, profundorearme también en Rusia, todo ello

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acompañado de la correspondientemelodía mediática. La pregunta ya noera «si» sucedería, sino sólo «cuándo» y«cómo». No obstante, era obvio que, enlo que concierne al armamento terrestretal y como estaba concebido, Alemaniaincrementaría su fuerza relativa hasta1914, pero después de ese año hasta1916 ó 1917 aproximadamente su fuerzaremitiría, en especial respecto a Rusia.

Detengámonos aquí un instante.Hemos llegado al momento en el que laguerra está a la vuelta de la esquina. LaEuropa pacífica de finales del siglo XIXha experimentado tremendos cambios.En todas partes hay «partidarios de la

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guerra», no sólo en Alemania; se trata degrupos de gobernantes que consideran laguerra inevitable y ya no tratan deimpedirla, sino sólo de intervenir en elmomento más favorable y en las mejorescondiciones y de culpabilizar, a serposible, al adversario. También enAlemania, como en todas partes, hayademás gobernantes temerosos deldesastre que se avecina que albergan laesperanza, cada vez menor, de lograr almenos aplazarlo. Y en Alemania estosúltimos tienen incluso especial motivopara actuar así, pues la perspectiva deenfrentarse a tres grandes potenciasenemigas se ha vuelto realmente

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escalofriante. Por lo tanto, resultacomprensible que Alemania se sintieraacorralada y comenzase a caer en eseestado de desesperación en el que unoya sólo piensa en «abrirse paso seacomo sea».

Sin embargo, el detonante de estecambio fatídico partió claramente deAlemania. El primer error decisivo quecometió Alemania (mucho antes delestallido de la guerra) fue el alejamientode la política de Bismarck.

Bismarck consideró que con lafundación del Imperio alemán el paíshabía logrado una situación óptima. En1887 declaró: «Somos uno de los

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Estados satisfechos, no tenemosnecesidades que pudiésemos cubrir conel sable». La política llevada a cabo apartir de 1871 demuestra que Bismarckcreía en lo que decía.

Por el contrario fue Max Weberquien, en 1916, expresó el sentimientomayoritario de la siguiente generaciónde alemanes: «Si no queríamosarriesgarnos a esta guerra, podíamoshaber renunciado a la constitución delImperio». Para esta generación, queensalzaba a Bismarck como el«Canciller de hierro», pero que tambiénlo rechazaba por anticuado, la fundacióndel Imperio alemán no había sido la

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meta final, sino el pistoletazo de salidahacia el éxito. Alemania quería liberarsedel corsé centroeuropeo, aspiraba aconvertirse en una potencia mundial y aostentar la hegemonía europea, ydeseaba dos cosas al mismo tiempo:suceder a la Francia napoleónica enEuropa y a Inglaterra en el mundo. Veía«venir tiempos de gloria». El siglo XXiba a convertirse en el siglo deAlemania del mismo modo que el XIX lohabía sido de Inglaterra y el XVIII deFrancia. Alemania estaba embriagada degrandes objetivos, grandes planes defuturo, su propia esencia y su propiafuerza.

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Esta reacción no merece ningunaburla: la sensación de fuerza y el amorpropio de un pueblo experimentados engrado sumo resultan siempreconmovedores, pero lo cierto es que laAlemania de la época de Guillermo IIera realmente un país en su máximoesplendor, no sólo en el ámbito militar,sino también en los campos económico ycientífico. Lo mismo ocurría en el arte yla cultura, dos áreas que, lógicamente,habían manifestado con frecuencia suoposición a la Alemania oficial. Seralemán en aquel momento tuvo queconstituir un motivo de gozo. Y no merefiero sólo a quienes perteneciesen a la

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nobleza, aún en el poder, sino también auna burguesía que percibía vientos decambio e incluso y de forma creciente alproletariado alemán, por entonces sinduda líder del proletariado mundial,pero cada vez menos sediento derevolución. Es más, incluso hoy,precisamente hoy, el recuerdo de lasdécadas que precedieron a la PrimeraGuerra Mundial en Alemania, cuando lavida parecía avanzar y expandirse sinlímite, tiene algo de fascinación, algo depoesía.

Sin embargo, la poesía y la políticason cosas distintas, y el éxtasis propiodel poeta le es tan ajeno al político

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como al camionero. Laautocomplacencia propia de la políticaalemana entre 1897 y 1914 ha deconsiderarse inquietante. Sus errores,errores de presuntuosidad ysobrevaloración, fueron elementales yenormes, y no se justifican por su ampliaaceptación.

Además, si se analiza condetenimiento la política que llevó a caboAlemania como potencia internacional yque originó la Primera Guerra Mundial,junto a la embriaguez y la desinhibiciónse constatarán otros tres elementos aúnmás preocupantes.

El primero, por raro que pueda

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parecer, fue un cierto esnobismo. Esevidente que, en aquella época, elimperialismo era el último grito en todaEuropa pero ¿de verdad era necesario,precisamente para Alemania, participarde esa moda con un entusiasmo tantomenos crítico y más advenedizo? Hoysomos conscientes de la ridículaestabilidad de los cimientos quesustentaban todo aquel imperialismocolonial europeo, de la pompa de jabónque era en realidad. ¿De verdad era tandifícil darse cuenta de ello ya entonces,precisamente para un país comoAlemania, que había permanecido tantotiempo al margen? A la vista de las

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miserables atrocidades cometidas en lasguerras de sometimiento colonial y enlas expediciones represivas y de lainfame explotación de las personas decolor, ¿el objetivo ideal consistíarealmente en estar a la altura? El aromade tan vasto mundo, ¿acaso nopercibieron justo entonces su hedor tancercano? ¿Por qué no confiaron en supropio olfato? ¿Por qué se empeñaron atoda costa en ser como los ingleses?Resulta curioso que el gran desafío queAlemania quiso imponer a Inglaterrafuese acompañado, es más, en ciertomodo hasta partiera de un estúpido afán,a todas luces inferior y provinciano, por

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emular precisamente la necedad y lavanidad inglesas.

El segundo elemento fue un ciertonihilismo. También esto puede parecerraro, puesto que la Alemania optimista,ingeniosa y cultísima de la épocaguillermina no era en absolutoconsciente de semejante actitud. Sinembargo, desplegaba su poder y hastacierto punto lideraba una revoluciónmundial (consistente en derribar elsistema de poder establecido) ennombre de… nada. En su gran épocaimperial Suecia y España habíanluchado por la Reforma y laContrarreforma; Francia propagó la

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Ilustración; Inglaterra, el liberalismo; laRusia de ayer y la China de hoyquisieron y quieren llevar el comunismoal resto del mundo, pero ¿con quéfinalidad pretendía Alemania cambiar elmundo en su gran época? ¿Qué mejorasnuevas e importantes obtendría Europadel siglo XX alemán? No huborespuesta. Frases como el poder por elpoder, la hegemonía por la hegemonía,«porque nos toca a nosotros» o «porquesomos los más fuertes» no eran ningunalegitimación y no despertaban más queodio y rechazo; así no se podíaconstituir ningún imperio mundial. Porúltimo se produjo cierto trastorno de la

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propia percepción. Alemania era un paísconservador, habitado por un gobiernoaristocrático ya entonces anticuado, sibien aún gozaba de grandísimo éxito ypopularidad. Estaba aliada con dosimperios símbolo de un Barrocodecadente que tocaban claramente a sufin: el de los Habsburgo y el otomano.La propia cultura alemana estabaimpregnada de un profundoRomanticismo. Bien es cierto que en laépoca guillermina esta concepciónconservadora del Estado y esta actitudromántica ante la vida no sólo habíanexperimentado un florecimiento tardíofascinante, sino que habían supuesto un

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despliegue inesperado de fuerza y depoder; no obstante, acometer unarevolución mundial con ideas y ánimossemejantes llevaría irremediablemente ala autodestrucción. El conservadurismo,por naturaleza, sólo puede serdefensivo. Ya alrededor de 1900 elmundo que quedaba al oeste deAlemania se hacía claramente másdemocrático; el que quedaba al este,más revolucionario. La guerra sólopodía acelerar este proceso.Recurriendo a ella, la Alemaniaconservadora no hizo más que tirarpiedras sobre su propio tejado. Dehecho, su acción bélica más duradera

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fue la bolchevización de Rusia.No, Bismarck llevaba razón y Max

Weber estaba equivocado. El Imperioalemán no tenía «ninguna necesidad quepudiese cubrir con el sable». Creer locontrario fue el primer gran error y elque trajo consigo todos los demás,empezando por el terrible gol en propiapuerta que Alemania se marcó en julio yagosto de 1914.

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EL PLANSCHLIEFFEN

No es cierto que los disparos deSarajevo provocaran la Primera GuerraMundial. Los disparos de Sarajevo noprovocaron nada en absoluto. En laEuropa de aquella época el asesinato dejefes de Estado, ministros y príncipesestaba a la orden del día y jamás habíaproducido una crisis internacional,tampoco cuando el asesino eraextranjero. El 5 de julio de 1914, en unaconversación entre ambos, el presidentefrancés Poincaré recordó al embajador

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austríaco en París que su antecesor,Carnot, había sido asesinadorecientemente por un italiano, a raíz delo cual el gobierno francés se limitó aofrecer protección policial a lasautoridades y negocios italianos enParís.

Tampoco es cierto que Sarajevofuese una excepción porque tras elasesinato estuviese el gobierno serbio,ya que no fue así, más bien al contrario:el gobierno serbio estaba horrorizado.Quien en todo caso estaba detrás delasesinato era un grupo de agentessecretos serbios que actuó por su cuenta.El gobierno de Belgrado era muy

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consciente de que en Viena habíahombres influyentes que, desde hacíatiempo, acechaban la llegada de unpretexto para estrangular a Serbia. Ysabía además que, en caso de una guerracontra una gran potencia, su pequeñopaís no tendría ninguna posibilidad ysufriría un grave tormento, sin importarlo que ocurriera después. Tampoco esque los austríacos creyesen en laculpabilidad del gobierno serbio; suspropios informes oficiales procedentesde Belgrado apuntaban en una direcciónmuy distinta.

No obstante, tampoco es cierto queAustria estuviese decidida desde un

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primer momento a declarar la guerra aSerbia ni que Alemania, llevada por unabondad insensata, rindiese a Austria una«fidelidad nibelunga» y le firmase un«cheque en blanco». En un principioAustria se mostró muy indecisa. Elúnico claramente a favor de la guerraera el jefe del Estado Mayor, el condeFranz Conrad von Hötzendorf, quien yala había exigido en media docena deocasiones; la guerra contra Serbia eradesde hacía tiempo su «CeterumCenseo[1]» particular. El ministro deAsuntos Exteriores, el conde Berchtold,aún vacilaba; el emperador FranciscoJosé tenía serias dudas al respecto y el

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primer ministro húngaro, el conde Tisza,estaba totalmente en contra. Como enViena eran incapaces de llegar a unacuerdo, pasaron la pelota a Alemania.

La decisión a favor de una guerra deAustria contra Serbia se tomó pues enAlemania, en la ciudad de Potsdam, el 5de julio de 1914. Es más, la decisión fuetomada expresamente también en el casode que la guerra contra Serbia acarreara«serias complicaciones europeas».Alemania estaba dispuesta a hacerestallar la guerra europea y aquellacircunstancia le pareció favorable.

Una vez tomada la decisión sólopuede juzgarse consecuente que

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Alemania, cuando hubo estallado lacrisis de la última semana de julio,insistiese en contra de su costumbre enque la acción contra Serbia había detratarse como un asunto particular deAustria y, por tanto, bloquease cualquierintento de intervención por parte de lasdemás potencias. Si en 1914 Alemaniahubiese querido preservar la paz,semejante comportamiento habría sidodel todo inexplicable.

Pero es que en 1914 Alemania noquería preservar la paz, claro quetampoco deseaba la guerra que luegoobtuvo: una guerra simultánea contraRusia, Francia e Inglaterra. Ésta es la

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razón por la que Alemania fue muchomás proclive a generar un conflicto através de Serbia, ya que estabaconvencida de que así Inglaterra semantendría neutral. En un principioAlemania tuvo motivos fundados paradicho convencimiento; única yexclusivamente esta circunstanciajustifica la política alemana de julio de1914.

Esta política no fue una política depaz, más bien todo lo contrario pero, adiferencia de lo que ocurriría 25 añosmás tarde con Hitler, tampoco fuemalintencionada ni criminal. La políticaalemana se encontraba ya ante un duro

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dilema. Debido lógicamente a suserrores previos tenía encima dos«guerras frías»: una contra Rusia yFrancia por la hegemonía continental yotra contra Inglaterra por ocupar «unlugar bajo el sol». Alemania estabaobligada a separar ambas cosas yreventar la Entente. Si surgía unaoportunidad de hacerlo, aunque fueseuna guerra, cualquier gobierno alemánhabría actuado incluso en contra de sudeber si la hubiese dejado pasar sinaprovecharla. No lo olvidemos: poraquel entonces la guerra seguía siendoun instrumento político legítimo, y ya en1914 toda la política europea se había

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desarrollado en un entorno prebélico.De las dos guerras frías, la que en

los últimos años anteriores a 1914 sehabía convertido en una amenazanotablemente mayor era la continental.Desde 1912, Alemania, Francia y Rusiallevaban compitiendo febrilmente en unrearme agotador para las tres partes que,a la larga, no era sostenible sin unaguerra de por medio. También fue enesta etapa cuando ya se tomaronimportantes decisiones militaresprevias: hasta 1914 Alemania fue encabeza (concretamente en lo querespecta a la artillería pesada), en losaños siguientes su dominio amenazaba

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con decaer.No ocurrió lo mismo en la carrera

contra Inglaterra por el rearme naval. Eneste caso el liderazgo británico nuncaestuvo en peligro. Así, Inglaterracontemplaba el panorama con másfrialdad y tras la crisis marroquí de1911 en la que todos, también losingleses, habían visto los cañones defrente, Londres supo imponer de nuevosu visión menos apasionada de lascosas. Pero ¿de verdad necesitabaInglaterra una guerra contra Alemania?¿Acaso no bastaba la maniobra decontención lograda? Es más,precisamente gracias a este triunfo, ¿no

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podía Inglaterra justo entonces llegar aun ventajoso acuerdo con Alemania?Eduardo VII había muerto y para unsistema de comercio mundial tancomplejo y vulnerable como el inglés,que alimentaba a todo el país, una guerrano podía provocar más que una auténticacatástrofe.

Mientras esto ocurría en Londres, enBerlín se reaccionaba de manerapositiva ante tales razonamientos (almenos el nuevo canciller BethmannHollweg así lo hacía). Desde 1912Hollweg había llevado a cabo unapolítica de distensión frente a Inglaterra(cosa que le hizo granjearse una

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popularidad más bien escasa enAlemania) que justo empezó a dar losprimeros frutos en la primavera de1914. Alemania e Inglaterra acordaron«esferas de interés» en Oriente Próximo,un acuerdo que implicaba una clarapunta de lanza contra Rusia, el nuevoaliado de Inglaterra. En realidad laalianza anglo-rusa siempre había tenidoun fundamento mucho más débil que laanglo-francesa; es más, en ese momentocasi volvía a agonizar. Además,Inglaterra ni siquiera tenía con Franciauna verdadera alianza que, llegado elcaso, le hubiese obligado a tomar parteen la guerra. Bien es cierto que

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Inglaterra había mantenido con Francia(no con Rusia) reuniones secretas einformales a escala de Estado Mayor yfirmado acuerdos navales que habíangenerado cierto vínculo moral, pero deesto sólo eran conscientes los tres ocuatro ministros implicados, no laopinión pública inglesa, tampoco elParlamento, ni siquiera el gabinete degobierno; además, era más que dudosoque el gabinete británico, del quedependía la decisión sobre la guerra o lapaz, en caso de gravedad fuese a hacervaler los vínculos morales establecidosa sus espaldas.

Ésta fue por tanto la situación

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política de la que partió Alemania enverano de 1914: la guerra contra Rusia yFrancia era prácticamente inevitable;por el contrario, las relaciones conInglaterra eran más distendidas quenunca, casi hasta volvían a seramigables. Y entonces surgió unaoportunidad única de romperdefinitivamente y de un solo tajo laalianza entre Inglaterra y los enemigoscontinentales de Alemania, y de hacerloademás en el punto de sutura más débil:entre Inglaterra y Rusia, en los Balcanes.En estas circunstancias Sarajevo tuvoque ser un regalo caído del cielo para lapolítica alemana.

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Si la guerra estallaba a partir de unconflicto directo entre Alemania yFrancia, aún en 1914 se tendría quehaber contado con que Inglaterra sepondría del lado francés; si derivaba deun conflicto directo entre Alemania yRusia tal cosa no podría descartarse deltodo, pero en el caso de un conflictobalcánico entre Rusia y Austria porqueRusia se hubiese inmiscuido sin serinvitada en una guerra austro-serbia enla que Alemania sólo se viese afectadade manera indirecta, ¿iba Inglaterra aquerer destruir por completo laesperanzadora distensión alcanzada conAlemania? Era algo improbable,

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extremadamente improbable. Al fin y alcabo era justo en ese punto donde lavieja oposición entre Inglaterra y Rusiaaún no estaba superada, donde aún no sehabía olvidado la vieja comunidad deintereses formada por Inglaterra yAustria. ¿Acaso Inglaterra iba a entraren guerra por la mera posibilidad deacabar cediendo a Rusia un acceso alMediterráneo? No, visto así había quedejar que la guerra continental llegaratranquilamente, es más, casi había queprovocarla. Semejante oportunidad deseparar a Inglaterra y a Rusia novolvería a presentarse tan fácilmente.

Digámoslo una vez más: aquélla no

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fue una política de paz, sino de guerra;una política calculadora, si se quierecarente de escrúpulos y desesperada. Nofue una política insensata ni alocada nitampoco criminal. La guerra estaba yaen el aire; si había de llegar, es lógicoque cada uno permitiera que estallase enel momento que le fuese más favorable.Entre las grandes potencias de 1914 nohubo ningún alma cándida; los gritos dejúbilo se escucharon por doquier.

La pregunta es: ¿por qué no lesalieron los cálculos a Alemania? ¿Enqué consistió el error o dónde secometió? La respuesta es: no fue enLondres, sino en Berlín.

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El 29 de julio, cuando la llegada dela guerra era ya imparable, el cancilleralemán Bethmann Hollweg se reunió enBerlín con el embajador inglés parahablar abiertamente por primera vezsobre la esperada neutralidad deInglaterra. Hollweg ofreciódeterminadas garantías para Francia:incluso en el caso de una victoria militarabsoluta Alemania no exigiríaconcesiones territoriales por parte deFrancia, a lo sumo se limitaría a algunascolonias a modo de compensación. ¿Semantendría Inglaterra neutral a cambiode esta promesa? El rostro delembajador inglés mostró sus reservas y

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Grey, el ministro de Asuntos Exteriores,contestó de inmediato con una negativa,lo cual asustó mucho a Bethmann, peroGrey se estaba marcando un farol. El 30de julio todavía no era en absolutoseguro que Inglaterra fuese a participarrealmente en la guerra del lado deFrancia. Churchill, por entoncesministro de la Marina y, al igual queGrey, miembro dirigente del sectorbritánico probélico, es decir, un testigolibre de toda sospecha, escribió alrespecto:

«La mayor parte del gabinete estabaa favor de la paz. Al menos tres cuartaspartes de sus miembros estaban

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decididos a no dejarse arrastrar hacianingún conflicto europeo a menos que lapropia Inglaterra fuese atacada, cosa queno era muy probable. Primero, confiabanen que entre Austria y Serbia la sangreno llegara al río; segundo, de no ser asíesperaban que Rusia no interviniese;tercero, si Rusia intervenía, confiabanen que Alemania se mantuviese almargen; cuarto, si Alemania sí queatacaba a Rusia, esperaban que al menosFrancia y Alemania se neutralizaranmutuamente sin necesidad de combatir;pero, si Alemania atacaba a Francia,creían que al menos no lo haría a travésde Bélgica y, de hacerlo, al menos sin

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que hubiese resistencia por partebelga… Había por tanto seis o sieteposturas distintas. Todas erandiscutibles, pero no había ningunaprueba para rebatirlas… salvo la queproporcionasen los acontecimientos».

Frente a esto la parte probélica, esdecir, una minoría dentro del gabinetebritánico que se sentía moralmente unidaa Francia y quería al menos combatir asu lado en caso de una ocupaciónalemana lo tenía muy difícil. Grey, suprincipal portavoz, el 1 de agostotodavía fue capaz de imponer a sugabinete una medida: Inglaterra nopermitiría que la flota alemana entrase

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en el Canal de la Mancha para atacardesde allí la costa francesa. Incluso araíz de esto el 2 de agosto gran parte delos ministros amenazó con dimitir.

El primer ministro Asquith, detendencia también probélica, dijo a unChurchill decepcionado: «No podemosactuar en contra de lo que opine nuestrapropia mayoría». El embajador francésen Londres exclamó desesperado: «¡Enel futuro tendremos que tachar la palabra“honor” del diccionario inglés!».

Hasta ese punto habían llegado lascosas. El 1 de agosto de 1914 la ententeanglo-francesa saltaba por los aires. Delpacto anglo-ruso ni siquiera se podía

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hablar; ni que decir tiene que Inglaterrano intervendría en una guerra puramenteoriental a menos que a Francia lesucediese algo. Así pues, puede decirseque los cálculos alemanes casi habíansalido; la neutralidad británica, al menosen la primera fase de la guerra, estabaprácticamente garantizada paradesesperación de los franceses que, a lahora de la verdad, se sintieronabandonados.

A posteriori puede afirmarse conabsoluta certeza que Inglaterra se habríamantenido al margen si Alemaniahubiese renunciado a invadir Francia, esdecir, si hubiese atacado por el este y

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defendido por el oeste, tal y comohubiese correspondido a la lógicapolítica de aquella crisis, una crisispuramente oriental. Es más, incluso en elcaso de una ofensiva occidentalalemana, lo más probable es queInglaterra se hubiese mantenido neutral,al menos en un principio, con tal de queAlemania sólo hubiese atacado aFrancia y no a Bélgica. Bélgica locambió todo. Escuchemos de nuevo aChurchill:

«El gabinete estuvo reunido deforma casi ininterrumpida todo eldomingo [2 de agosto] y hasta mediodíapareció que la mayoría iba a dimitir. Sin

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embargo, los acontecimientosprovocaban un cambio de opinión acada hora. Cuando el gabinete se reunióla mañana del domingo, ya noscomunicaron la violación de laneutralidad luxemburguesa por parte delas tropas alemanas. Por la tarde llegó lanoticia del ultimátum alemán a Bélgica;a la mañana siguiente, la llamada deauxilio que el rey belga dirigía a laspotencias garantes de la paz. Aquellofue decisivo. El lunes la mayor parte delgabinete consideró que la guerra erainevitable. Esa mañana de lunes elambiente que dominó el debate fuetotalmente distinto».

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La tarde de aquel lunes (3 de agosto)Inglaterra dio un ultimátum a Alemaniapara que detuviese la invasión deBélgica de inmediato. La noche del 3 al4 de agosto tuvo lugar una dramáticaconversación entre Bethmann y elembajador inglés, en la que Bethmannexclamó desesperado: «¡Y todo por unpedazo de papel!». El martes Inglaterradeclaró la guerra a Alemania. Franciarespiró aliviada. La política alemanaacababa de fracasar.

¿Cómo había sido posible?La respuesta, casi inverosímil, es

que el Estado Mayor alemán, en caso deque en 1914 estallase una guerra

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europea de dos frentes, no tenía másplan que el denominado Plan Schlieffen.Dicha estrategia preveía un movimientodefensivo e incluso la retirada por eleste, mientras que por el oeste elmovimiento ofensivo había de conducira una derrota más rápida de Francia, sibien quebrantando la neutralidad belgaque tanto Inglaterra como precisamenteAlemania se habían comprometido agarantizar. Los últimos planesalternativos se habían archivado en1913. Así, según la voluntad de suEstado Mayor y sin la menorconsideración de la situación política,una vez estallada la guerra Alemania

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tuvo que poner el peso específico de suestrategia bélica en el frente occidentaly arrastrar por tanto a Inglaterra. En1914 Alemania era incapaz de participaren una guerra que no fuese un conflictooccidental contra Inglaterra y Francia ala vez; ella misma había excluidocualquier otra posibilidad. Resultaincreíble leer esto, pero así fue.

En el momento en que el asunto pasóde las manos de los diplomáticos y delos políticos a los militares, elcomportamiento alemán experimentó uncambio o fractura radical totalmenteincomprensible. Hasta entonces losdiplomáticos se las habían tenido que

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ver con Serbia y de pronto los militaresse enfrentaban a Bélgica. La de juliohabía sido una crisis puramente oriental,motivo por el que a los alemanesprecisamente les había venido tan bien,pero la guerra de agosto fue de repenteuna guerra occidental.

Que Alemania no fuese consideradaen una guerra entre Austria y Rusia porSerbia o que reaccionase ante lamovilización rusa con su propiamovilización o, a lo sumo, con unadeclaración de guerra era evidente, perono llegaba a poner en peligro laneutralidad inglesa.

Sin embargo, que Alemania de

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pronto no marchara contra Rusia, sinocontra una Francia neutral y ledeclarase, por así decirlo, una guerrapreventiva sólo por el hecho de aliarsecon Rusia era algo lo suficientementeraro como para obligar a Inglaterra amovilizarse. Pero que Alemania ademásrequisara como escenario bélico a unaBélgica inofensiva, neutral yabsolutamente pacífica dejó fuera dejuego a la fracción antibélica británica yrubricó la entrada de Inglaterra en elconflicto.

Aquello fue obra del Estado Mayoralemán, que dejó a la política del paísen la estacada para después aniquilarla.

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Jamás hubo un ejemplo más certero queéste para demostrar la verdad de laspalabras de Clemenceau cuando afirmóque una guerra es un asunto demasiadoserio como para dejarlo en manos de losgenerales.

Si la guerra se hubiese desarrolladoen un vacío político, si no hubiese sidomás que una gran maniobra con Europacomo campo de operaciones, habríahabido algunos argumentos a favor delplan Schlieffen. Sus fundamentosmilitares eran convincentes. Por razonesgeográficas la movilización rusa eraforzosamente lenta, lo cual daba aAlemania unas semanas de margen para

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concentrarse en Francia sin que por eleste le molestasen demasiado. Laperspectiva de que durante esasprimeras semanas Alemania fuese capazde dejar a Francia totalmente fuera decombate era, como es lógico, muytentadora.

Sin embargo, la frontera francesacon Alemania estaba muy fortificada y elejército galo no era ni un ápice másdébil que el alemán. Así, un ataquefrontal no auguraba una victoria rápida ytotal. Si era a eso a lo que se aspiraba,había que contener el avance francés conun gran movimiento de martillo oscilanteque abarcara desde el flanco hasta la

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retaguardia y para eso era necesarioatravesar Bélgica.

El plan Schlieffen fue un productotípico del Jugendstil militarista, congrandes flores y tallo fino. Que tambiénresultara ingenioso y perjudicial desdeel punto de vista militar es discutible,pero la objeción más aplastante es decarácter político. Fue un plan que, acambio de lograr un éxito incierto,aceptó un desastre seguro: ante laposibilidad de dejar fuera de combate auna gran potencia, Francia, el planprefería arrastrar hacia el conflicto contoda seguridad a otra aún más fuerte,Inglaterra. De este modo, incluso si el

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plan tuviera éxito su saldo no arrojaríabeneficio alguno y, de no tenerlo —posibilidad que al fin y al cabo habíaque contemplar, pues en la guerra eléxito nunca está asegurado—, seconvertiría casi en una receta de cómoperder una guerra.

La neutralidad belga (cuyoquebrantamiento suponía ya de por sí undelito internacional según lasconvenciones del momento) no eracualquier cosa. Muchas potencias, entreellas Inglaterra, habían proclamado sugarantía, y la garantía británica no erapuramente formal. Bélgica había sidodesde siempre la puerta de entrada

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británica al continente; Amberes, «unapistola apuntando al corazón deInglaterra». Durante siglos Inglaterrahabía luchado una y otra vez en y porBélgica; aún en 1830 había amenazado aFrancia con la guerra a causa deBélgica, en 1870 había insistido en quese respetase estrictamente la neutralidadbelga. Esto lo sabía cualquier aprendizde soldado. Si el Estado Mayor alemándiseñaba no obstante un plan bélico quecontemplase el paso por Bélgica comouna condición sine qua non, sabía quecon ello obligaría a Inglaterra a entraren guerra.

Por lo tanto, este plan sólo era

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discutible única y exclusivamente encaso de una guerra en la que desde elprincipio se contase con Inglaterra comoenemigo seguro. Para cualquier otrocaso se deberían haber previsto otrasestrategias de campaña, por más quemilitarmente se antojasen menostentadoras. El hecho de que desde 1913Alemania careciese de alternativassupone tal omisión del deber que, en unEstado bien dirigido, el jefe de lasFuerzas Armadas no sólo habría sidodestituido, sino que sería llevado ante untribunal.

Hasta el día de hoy Alemania haaceptado el plan Schlieffen sin el menor

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espíritu crítico; es más, con la mayornaturalidad. La voluntad de los«semidioses militares» era algo asícomo el destino; a lo sumo se criticó quelos sucesores de Schlieffen al frente delEstado Mayor, por ejemplo Moltke (eljoven[2]), hubiesen «aguado» su plan.Sin embargo, el plan Schlieffen no fuefruto del destino y tampoco se trataba deaguarlo. Tanto si funcionaba como si no,el plan metía a Inglaterra en la guerra,mientras que toda la política alemanaejercida en julio de 1914 se basabaprecisamente en la oportunidad depreservar la neutralidad británica. ElEstado Mayor alemán destruyó la obra

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de la política; la mano izquierda deAlemania no supo lo que hacía laderecha.

Hasta el día de hoy resultainexplicable e incomprensible que, alparecer, el canciller del Reich y el jefedel Estado Mayor no mantuviesen jamásuna conversación al respecto; que elcanciller practicase una política —además en un asunto en el que se tratabade la paz o la guerra, la vida o la muerte— cuyo rechazo por parte del jefe delEstado Mayor era más que previsible yque este último lo permitiese asabiendas de que con su estrategiabélica las cuentas políticas del canciller

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nunca saldrían.De hecho, en la Alemania imperial,

Gobierno y Estado Mayor estabanclaramente separados, la carta magna noestablecía ningún vínculo transversalentre ellos; ambos estaban directamentesubordinados al Emperador. Éste era sinduda un fallo en la construcción de laLey Fundamental alemana, pero no sirvepara explicarlo todo ni para justificarnada. También Bismarck había sufridolas duras consecuencias del despotismode los «semidioses» militares en 1866 y1870-1871 y tenido que luchar hastaperder los nervios y amenazarfísicamente con suicidarse para que

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dejasen de arruinar una y otra vez susproyectos políticos, pero la cuestión esque Bismarck lo logró. Para una batallade este tipo, que en este caso ya se debíahaber librado antes de que estallara laguerra, Bethmann Hollweg careció biende fortaleza de ánimo o bien deentendimiento. En eso consistió sufracaso, y el resultado fue un auténticodesplome de su concepción bélica, noexenta de cierto fundamento, a partir deldía en que estalló el conflicto.

Hasta cierto punto es posiblereconstruir cómo habría transcurrido laguerra si los dirigentes militaresalemanes de agosto de 1914 no hubiesen

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neutralizado la política alemana de juliode 1914 y, en lugar de eso, la hubiesencontinuado y complementado consensatez. También en ese caso se habríaproducido la guerra, pero habría sidocontinental y, sobre todo, oriental. Dehaber sido así, Alemania tendría quehaber permanecido a la defensiva en eloeste y dejar que fuese Francia la quedeclarase la guerra. A esta declaraciónAlemania debería haber respondido entono formal proclamando reiteradamenteque no le exigía nada a Francia, que nomantenía conflicto alguno con ella y queen todo momento estaba dispuesta afirmar una paz sobre la base de un statu

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quo mutuo. No obstante, es probable quelos franceses, fieles a su alianza conRusia, hubiesen invadido igualmenteAlsacia y Lorena, pero no habríanllegado muy lejos, pues en todo eltranscurso de la Primera GuerraMundial las armas defensivas fuerontécnicamente superiores a las ofensivasy la defensa de la frontera alemanaoccidental era extremadamente férrea.Mientras los franceses se hubiesenabierto la cabeza contra ella se habríanpresentado ante el mundo, e incluso talvez ante sí mismos, como unos atacantessin motivo. Inglaterra se habríamantenido neutral sin lugar a dudas. No

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se habría producido ningún bloqueo.Alemania no habría necesitadoalimentos ni refuerzos y el interés de losproveedores y prestamistasnorteamericanos en una victoria de sucliente no habría beneficiado aInglaterra y Francia, tal y como ocurriómás adelante, sino a Alemania.

Entretanto Alemania y Austriahabrían podido acometer la ofensiva allídonde la guerra de 1914 estaba «encasa», en el este y el sureste; habríanconquistado Polonia, el Báltico ySerbia; habrían levantado un frente en lafrontera con el auténtico núcleo de Rusiay establecido un vínculo con el aliado

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turco. Todo ello lo consiguieron un añodespués incluso contra todo el ejércitoruso movilizado. Si en 1914 hubiesenatacado en mitad de la lentamovilización rusa, aún inacabada, elsentido común dice que todo les habríaresultado más sencillo. Nada lesobligaba a adentrarse en la vasta Rusiacomo Napoleón o Hitler. Con Polonia yel Báltico en el bolsillo habrían tenidoun campo de operaciones suficiente parauna guerra de movimientos en la que losejércitos alemanes, como de hechosucedió más adelante, habrían sido muysuperiores a los rusos.

Obviamente no es posible pasar por

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alto cómo habría transcurrido todo apartir de ese momento, pero es evidenteque, desde ese punto de partida,Alemania habría tenido una oportunidadclara de acabar la guerra occidentaltarde o temprano sin sufrir pérdidas y deganar la oriental sin mayor dificultad.

Con el plan Schlieffen el EstadoMayor alemán excluyó esta posibilidaddesde el principio y lo que logró fuetransformar la ansiada guerra continentalen una guerra mundial contra tresgrandes potencias, un conflicto perdidodesde el primer momento. Sin embargo,el hecho de que Alemania tardase cuatroaños en ser derrotada fue un logro que

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raya lo milagroso. Precisamente estelogro, imprevisible y tremendo, delejército y el pueblo alemán consiguiócasi remediar lo que sus dirigenteshabían malogrado el primer día delconflicto. A pesar de lo ocurrido, estelogro dio a Alemania una oportunidadmás de afirmarse como invicta yalcanzar un honroso empate. Sinembargo, debido a otros errores gravesy evitables Alemania tampoco supoaprovechar esta oportunidad inesperada.

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BÉLGICA YPOLONIA, O LAHUIDA DE LA

REALIDADComo es sabido, el plan Schlieffenfracasó y lo hizo antes de llegar al ríoMarne. Se ha debatido mucho sobre si laretirada desde el Marne hacia el Aisnefue una necesidad táctica pero, enrealidad, no es eso lo fundamental. Silas tropas alemanas se hubiesenatrincherado junto al Marne en lugar delAisne, el resto de la guerra habría

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transcurrido de la misma forma; y si trasla batalla del Marne hubiesen seguidoavanzando hasta el Sena o incluso hastael Loira, habrían ido directas a unaderrota segura, pues el plan Schlieffenhabía fracasado estratégicamente en elmismo instante en que el ejércitoofensivo alemán dejó de rodear a lastropas francesas por el flanco y laretaguardia y pasó a ser él el rodeado.De haber obtenido una victoria tácticajunto al Marne y haber proseguido elavance, la presión sufrida por el flancoy las líneas de comunicación alemanas,cuya primera consecuencia fue la batalladel Marne, sólo habría sido mayor y

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terminado por resultar mortal.Sobre el papel militar, con el

fracaso del plan Schlieffen Alemaniahabía perdido la guerra a todos losefectos, puesto que el grueso de suejército estaba inmovilizado en el frenteoccidental mientras que la «apisonadorade vapor rusa» avanzaba lentamente porel este. Durante todo el primer inviernodel conflicto el mando de las tropasalemanas había estado más que ocupadohaciendo frente a la continua amenaza deuna derrota inminente por el este conunos efectivos arañados a duras penas yen manifiesta inferioridad. Alemanialogró su objetivo con una serie de

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operaciones tremendamente osadas ytremendamente brillantes que comenzócon la batalla de Tannenberg, pero suejército siempre se movió al filo delabismo. Sólo en el verano de 1915Alemania consiguió reunir fuerzas parallevar a cabo una gran ofensiva deliberación en el este que, en efecto, hizoretroceder considerablemente a losrusos hacia Polonia, Lituania yCurlandia. Sin embargo, Rusia continuósiendo durante dos años más unadversario poderoso, combativo eincluso con capacidad de ataque. Eltremendo e inesperado logro bélicoobtenido por Alemania en el este

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durante el primer año de guerra habíasupuesto un respiro, pero nada más. Enotoño de 1915, el que probablementefuera para Alemania su momento másfavorable en todo el conflicto, elbalance total de la guerra seguíaincluyendo, si bien a largo plazo, laprobabilidad de una derrota o, comomucho, la posibilidad de acabar entablas. En diciembre de 1915 el jefe delEstado Mayor informó al emperador deque «con los medios que ofrecía unaguerra terrestre ya no podía garantizar lavictoria». Tal afirmación era la puraverdad y, teniendo en cuenta la relaciónde fuerzas establecida desde el

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principio, tampoco resultaba en absolutosorprendente. Alemania había tensado lacuerda al máximo, tenía todas sus tropasmovilizadas y desplazadas en el frente;había rebasado sus fronteras tanto en eloeste como en el este, pero estaba enposición defensiva. Sus aliados nopodían ayudarle, es más, una y otra vezellos mismos precisaban del auxiliogermano para poder defenderse a duraspenas. Alemania no podía contar connuevos socios ni mucho menos con unincremento de su propia capacidad decombate; al contrario, era previsible queel esfuerzo prolongado unido a lapresión ejercida por el bloqueo fuese

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debilitando a los efectivos de formalenta, pero segura.

Por el contrario, las fuerzasenemigas seguían en aumento. No las deRusia puesto que, al fin y al cabo, estabaya tocada; tampoco las de Francia que,al igual que Alemania, había consumidotodos sus efectivos desde el primermomento, si bien en el ataque y no en ladefensa; pero sí las de Inglaterra.Inglaterra, como siempre, no habíacomenzado a prepararse para la guerrahasta que estalló el conflicto; de hechono introdujo el servicio militarobligatorio hasta 1916. Por lo tanto erauna mera cuestión de cálculo que, en

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1917 y 1918, la capacidad militarbritánica alcanzara su grado máximo.

Además, la Entente seguíaencontrándose con nuevos partidarios:Italia en 1915 y Rumania en 1916. Y enla retaguardia estaba la potencia yaentonces más fuerte: unos EstadosUnidos neutrales más interesados enmediar por la paz que en participar en laguerra, pero ya vinculadosmaterialmente a Inglaterra y a Franciapor un ingente suministro de mercancíasy créditos bélicos hasta tal punto que nopodían contemplar impasibles unaderrota de ambas potencias.

Cuando la guerra entró en su

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segundo año e incluso en el tercero, laimpresión general fue de empatemomentáneo, mucho más de lo queAlemania habría podido esperar en unaguerra con tan desafortunado comienzo.

Esta situación hacía honor a lacapacidad bélica y la valentía delejército y el pueblo alemanes, así comoa la habilidad de su mando militar; perosi bien Alemania ya lo había puesto todoen la balanza, su adversario aún no. Sila guerra era de extenuación y se librabahasta agotar todas las fuerzas, erainevitable que la balanza terminaseinclinándose en contra de Alemania pormás brillantes proezas armamentísticas e

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imponente capacidad de resistencia quehubiese mostrado.

Aquello también resultaba obviopara cualquiera que quisiese verlo, deforma que la misión de la políticagermana era clara: Alemania debíaaprovechar el tiempo ganado al fin y alcabo con sus victorias y susceptible aúnde ser prolongado por unos momentosgracias a su capacidad de aguante paraponer fin político a la guerra, bienmediante una paz total pactada, bienmediante una paz parcial en uno de losfrentes que luego pudiese generar en elotro una nueva oportunidad de victoria.

La política alemana no estuvo a la

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altura de esta tarea. No sólo fue incapazde llevarla a cabo, sino que ni siquierafue consciente de su existencia. Éste fueel tercer gran error con el que Alemaniaechó a perder la Primera GuerraMundial.

A lo largo de cuatro años —másexactamente hasta el 29 de septiembrede 1918—, el gobierno alemán,secundado por el aplauso de la opiniónpública, rechazó siempre en un tono casiindignado, como si de una exigenciainmoral se tratara, pactar una pazgeneral sobre la base de un statu quo,«sin vencedores ni vencidos», «sinanexiones ni compensaciones», tal y

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como rezaban las consignas delmomento. No sólo en artículospropagandísticos, sino también endocumentos confidenciales del gobiernopuede leerse una y otra vez que esa paz«corrupta» o «prematura» «equivaldríaa una derrota».

Es cierto que en momentos dederrotismo se acarició la idea de firmaruna paz parcial —perspectiva sólopracticable con Rusia—, pero jamás sequiso pagar ningún precio. Al contrario,Alemania siempre quiso sacar algo más,en todo caso un poco menos de lo queobtendría con una «paz victoriosa». Esobvio que con semejante planteamiento

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no se logra que un enemigo aún invictose sienta tentado a dar el peligroso pasode abandonar una coalición de guerra yexponerse a la ira y la venganza de sushasta entonces aliados.

Resulta curioso que el mandopolítico alemán, respaldado por laopinión pública, pareciese dar siemprepor supuesto que Alemania «aguantaría»más tiempo que la Entente. Sabe Dios enqué se basaría semejante premisa, esimposible dar con un argumento que lasustente fruto de un análisis objetivo.Las cifras y los hechos aproximados queya entonces se conocían iban claramenteen contra de esa hipótesis. También el

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Estado Mayor alemán teníaabsolutamente claro ya antes delconflicto que Alemania era incapaz deganar una guerra de extenuación sólocontra Francia y Rusia, así que ni quedecir tiene si a ambas se sumabaInglaterra. Por esta razón había apostadotodo a la carta del plan Schlieffen y, portanto, a lograr una victoria relámpago enuno de los frentes como mínimo. ¿Cómopudieron en plena guerra olvidarse porcompleto de lo que habían tenido tanclaro antes de que comenzara?

En efecto, este error básico depercepción de una situación en suconjunto no tiene una explicación lógica

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ni racional, pero sí una psicológica eirracional. Alemania se encontraba enuna situación muy extraña: llevabatiempo a la defensiva, pero seguíasintiéndose en posición de ataque. En larealidad palpable de 1915 y 1916Alemania estaba asediada por unacoalición superior, sin ningunaexpectativa de lograr una victoriamilitar y, haciendo acopio de todas susfuerzas, sólo era capaz de evitar oposponer la amenaza continua de unaderrota inminente que a la postreresultaría inevitable; asimismo, estabacompletamente obligada a salir delapuro pactando la paz mientras fuese

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posible. Sin embargo, en su propiaimaginación (que coincidía con la de susadversarios) Alemania era un atacanteaudaz, decidido a dominar Europa yconvertirse por la fuerza en una potenciamundial, someter a Francia, derrocar aRusia y destronar a Inglaterra.

Este afán dio de hecho origen a laguerra, este «programa de pazvictoriosa» era lo único que justificabael conflicto ante los ojos alemanes; así,es obvio que frente a semejante objetivocualquier paz pactada o basada en unstatu quo parecería una derrota. Lo queles faltó a los alemanes fue la fortalezade espíritu suficiente para darse cuenta

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de que aquel objetivo se había vueltoinalcanzable.

Y es que todo dependía del punto devista desde el que se observasen lascosas: bien a partir de los hechos o biena partir de los deseos y objetivospersonales. Partiendo de los hechos unapaz basada en el statu quo habríasupuesto para Alemania un regalo caídodel cielo, pero partiendo de los deseos yobjetivos alemanes aquello equivalía auna derrota. Alemania no miraba defrente a los hechos, sino a sus propiosdeseos y objetivos, tal y como ha hechosiempre, desde entonces hasta hoy. Estetipo de estado o enfermedad mental tiene

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un nombre: pérdida del sentido de larealidad.

Dicho trastorno se vio reflejado enla discusión sobre los «objetivosbélicos» que dominó la política interioralemana durante todo el conflicto,primero a puerta cerrada y más adelanteen público. Este debate, que tuvo lugaren la Alemania de aquellos años y hasido ampliamente documentado por elhistoriador Fritz Fischer en su magnaobra Asalto al poder mundial, es unatragicomedia con la que uno no sabe sireír o llorar. Mientras en la región deChampagne, junto a los ríos Aisne ySomme, en Flandes, en las ciénagas de

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Rokitnoje y junto a la ciudad deBaranovichi el ejército alemán lograba aduras penas resistir con todas susfuerzas y el sacrificio espeluznante devidas a los ataques masivos y reiteradosde unas tropas enemigas superiores ennúmero, y en Galitzia y Bucovina, enTransilvania y junto al río Isonzoconseguía tapar mínimamente losagujeros abiertos en el frente austríaco;mientras las economías de escasez y desucedáneos alemanas tenían cada añomenos recursos para garantizar elsuministro de material y la población delas grandes ciudades sufría hambre, laAlemania oficial y política debatía

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sobre si «tras la victoria» sólo seanexionaría la costa flamenca deBélgica o también la costa francesa quedaba al canal, sobre cuáles serían losmedios más adecuados para anular aFrancia para siempre como potencia,sobre si había que convertir a Poloniaen un protectorado alemán o anexionarlaa Austria y sobre cómo recaudar lasingentes cantidades que pensabanimponer como compensación de guerra alos adversarios vencidos; en su cabezaAlemania ya había anexionado Longwyy Briey, Lituania y Curlandia, y ahora setraían entre manos la confección sobreel mapa de un gigantesco imperio

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colonial en el centro de África; conmucho esmero se sopesaron los pros ycontras de incluir Sudán y Egipto paralograr así un acceso a Oriente Próximo,en el cual también se esperaba regir«tras la victoria»; además se planeó unaEuropa central bajo el dominio alemánen la que, en determinados momentos deeuforia, incluían ya de paso toda Franciay Bélgica; en efecto, se reflexionabaseriamente al respecto y se redactabansesudos informes sobre cómo incorporaral ámbito de poder alemán una Holandaneutral con el mayor tacto, cuidado ydiscreción posibles.

Todas estas fantasías recuerdan a los

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festines que cree ver el hambriento;carecían de cualquier vínculo con larealidad y sus problemas y necesidadesmás graves y acuciantes, pero no porello resultaban inofensivas. La huida dela realidad constituye una realidad en símisma que genera situaciones concretasy acarrea determinadas consecuencias.

La primera consecuencia afectó a lapolítica interna alemana y consistió en elquebrantamiento de la «tregua» entrepartidos, tregua que había imperado enAlemania al inicio de la guerra. Primerolos socialdemócratas y despuésprovisionalmente también la izquierdaliberal y parte del centro católico

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manifestaron tímidamente sus reservasrespecto a los objetivos bélicos másradicales, pero su oposición no fue bienrecibida. La «paz de la renuncia» o «pazde Scheidemann» (Scheidemann era elentonces portavoz de política exteriordel partido socialdemócrata, SPD) seconvirtió en la pura encarnación delderrotismo y del «espíritu aguafiestas» alos que se oponían la «paz victoriosa» o«paz de Hindenburg», como si lo que seinterpusiese a la victoria de Hindenburgno fuesen los ejércitos de la Entente,sino la socialdemocracia alemana.

Pero la cosa no se quedó en estadiscusión sobre política interna. La

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determinación de obtener una pazvictoriosa sin posibilidad de victoriaalguna obstaculizaba cualquier tipo depolítica exterior sensata. Es cierto quemuchos de los objetivos bélicosalemanes se quedaban en el ámbito de lapura fantasía; incluso la decisión oficialde anexionar Longwy-Briey, Lituania yCurlandia permaneció oculta en losinformes germanos y no fue objeto de lapolítica internacional, pero sí lo fuerondos países que Alemania manteníaocupados y a los que no estaba dispuestaa renunciar jamás: Bélgica y Polonia.Ambos países fueron la razón de que en1916 fracasara el intento de alcanzar una

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paz general pactada por mediación deEstados Unidos y una paz especial conRusia.

De los cuatro años que duró elconflicto, 1916 y en especial su segundamitad fue el periodo en el que lavoluntad de todas las partes de seguiradelante con la contienda estuvo másdebilitada. Aquél fue el año de lasconversaciones en voz baja sobre laposibilidad de conseguir la paz y, aposteriori, es fácil determinar elporqué: el impulso y la ira iniciales sehabían consumido por doquier, pero aúnno se había alcanzado el grado máximode empecinamiento y desesperación.

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1916 era el último año en el que aún sepodía dar marcha atrás, y también elúltimo en el que la guerra se desarrollóen el marco político de un conflictoeuropeo de coaliciones digamos quenormal. A partir de 1917, con la entradade Estados Unidos y la revoluciónbolchevique que tuvo lugar en Rusia, laguerra adquirió una dimensiónradicalmente nueva. De hecho puedeafirmarse que fue en 1917 cuando elconflicto se convirtió en una auténticaguerra mundial.

Esta circunstancia ya se veía veniren 1916. Por todas partes se notaba lallegada de un punto de inflexión fatídico

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y temido por la mayor parte de lospaíses. Fue evidente que había llegadoel momento de tomar una decisióntrascendental: poner fin a la guerra opermitir que degenerase en algocompletamente impredecible.

Puede decirse que los gobiernos quehabían comenzado la guerra seguíanteniéndola en sus manos; no obstante,desde el punto de vista militar (tambiény sobre todo en el caso de los gobiernosde la Entente), la guerra les producíabastante inquietud, pues todas las parteshabían sido sorprendidas por unatécnica bélica que convertía la guerra,tal y como se libraba entonces, en una

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carnicería permanente y absurda, sinresultados estratégicos y repleta deatrocidades. A diferencia de cualquierotro conflicto anterior e incluso de laSegunda Guerra Mundial, fueprecisamente en la Primera donde ladesproporción entre los objetivosestratégicos alcanzables y las víctimascausadas día tras día era manifiesta ycada vez más clamorosa. Mucho másque en Alemania este clamor se oía enFrancia e Inglaterra, dos países que, sinhaber aprendido la lección, habíanlanzado sus grandes ejércitos una y otravez contra fortificaciones de campañasubterráneas salpicadas de

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ametralladoras y provocado así unasangría inútil. Fue entonces cuandotambién estos dos países, a pesar de serconscientes de que su superioridadnumérica y material seguía creciendo,empezaron a preguntarse cómo iban aconseguir la victoria militar definitiva.Mientras en Rusia se percibía la llegadade la revolución. En Occidente elpresidente norteamericano Thomas W.Wilson preparaba una gran campaña demediación posterior a su reelección, quetendría lugar en noviembre de 1916. EnPetrogrado el líder del «partidopacifista», Boris V. Stürmer, seconvertía en primer ministro. En ese

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momento una política exterior alemanalibre de fantasías y que no aspirase auna victoria inalcanzable, sino a unempate factible, habría tenido suoportunidad.

Pero semejante política no existió; alo sumo se manifestaron determinadosestados de ánimo y sus correspondientesvacilaciones. En el verano y el otoño de1916 las instrucciones que recibía elembajador alemán en Washingtonvariaban con frecuencia; ora debíasabotear las medidas pacificadoras deWilson, ora promoverlas. También semantuvieron contactos con el nuevogobierno ruso vía Estocolmo e incluso

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vía Japón, un enemigo nominal. Sinembargo, la «oferta de paz» oficiallanzada por Alemania el 12 dediciembre, totalmente insustancial desdeel punto de vista político, más queapoyar las inminentes medidaspacificadoras de Wilson buscabaimpedirlas, a pesar de lo cual no sedebe excluir que al menos algunosdirigentes alemanes desearan en elfondo, como mínimo temporalmente, eléxito de alguna que otra «ofensiva depaz». Lo que ocurre es que durante todoeste periodo de leve apaciguamiento yde posibilidades latentes de firmar unapaz verdadera ni un solo miembro de

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este sector moderado se mostródispuesto ni un solo instante arestablecer el statu quo de 1914 enBélgica y Polonia. Por eso fracasarontodas las posibilidades de paz: porBélgica las norteamericanas, y porPolonia las rusas.

Ya en abril de 1916 el cancilleralemán había proclamado ante elReichstag que ni en Bélgica ni enPolonia se produciría un retorno a lasituación previa al conflicto. Entonces,en el momento psicológicamente másdecisivo, Alemania pasó de las palabrasa los «hechos consumados»: en el mesde octubre 40.000 obreros belgas fueron

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obligados a trabajar en la industriabélica alemana y deportados a ese país.El 5 de noviembre se proclamó un«Reino de Polonia» en la Polonia rusaocupada. Fueron dos golpes certeroscontra Wilson y Stürmer.

Ambas acciones son las másincomprensibles de la política bélicagermana. ¿Qué pretendía Alemania conBélgica y Polonia? Ninguna de las doshabía pertenecido jamás a Alemania, noquerían formar parte de ella, no teníannada importante que ofrecer y no habíandesempeñado el más mínimo papel enninguno de los grandes planes alemanespara dominar la política internacional y

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lograr la hegemonía europea, motivosprimigenios de la guerra.

Ni siquiera en 1914 se habíapretendido conquistar Bélgica deverdad; sólo se creyó necesitarlaprovisionalmente como mera vía depaso militar en una campaña que, enrealidad, iba dirigida contra Francia.Bethmann había manifestado ya entoncescon unas palabras que sonaron valientesy sinceras que con Bélgica se estabacometiendo una injusticia que seríareparada más adelante y quesimplemente se estaba actuando bajo ellema: «La necesidad no sabe de leyes».

¿Qué había cambiado desde

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entonces? ¿Por qué de repente, dos añosdespués, se necesitaba a Bélgica con unaurgencia tal que ella fuese la causa deque fracasase desde el principio una paztal vez alcanzable y muy necesaria? Noera en absoluto cierto que hubiese que«anular» a Bélgica como posible«puerta de entrada enemiga en elfuturo». Ningún enemigo había utilizadoBélgica como puerta de entrada aAlemania; más bien al contrario,Alemania la había usado como puerta deentrada a Francia. Puede que algunospensaran ya en la siguiente guerra, en laque necesitarían a Bélgica —en especialsu costa flamenca— como base de una

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flota para luchar contra Inglaterra; peroen ese caso tendrían que haber ido unpaso más allá y llegado a la conclusiónde que por eso precisamente Inglaterrajamás aceptaría una paz que nocontemplase la restitución de Bélgica.Al margen de esto, en realidad no sesabía qué hacer con Bélgica, se discutíacontinuamente sobre si había queanexionarla por completo o bien sóloFlandes; si anexionar sólo Lieja y justoFlandes no, sino convertirlo en unEstado satélite y anexionar en su lugarValonia; si no anexionar Valonia, sinoofrecérsela a Francia en compensaciónpor la anexión de Longwy-Briey… una

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sucesión de planes confusos ycontradictorios que demuestranclaramente que ni siquiera la propiaAlemania sabía lo que debía o queríahacer con Bélgica. Lo único que teníaclaro es que no quería devolverle suindependencia bajo ningún concepto. En1916 la anexión directa o indirecta deBélgica se había convertido en unobjetivo irrenunciable y su restitución enuna exigencia indiscutible. El que seacapaz de entenderlo, que lo haga, peroasí fueron las cosas.

La instauración de un reino polacoresulta aún más incomprensible. Era másque evidente que cualquier Estado

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polaco aspiraría a unificarse con laPolonia prusiana. ¿Acaso estabandispuestos a ceder las provincias dePosnania y Prusia Occidental, así comola parte polaca de la Alta Silesia? Másbien al contrario: para frenar de una vezpor todas estas ambiciones polacas yase había decidido arrebatar a la nuevaPolonia una «línea fronteriza» de la queserían evacuados todos los polacos parahacer sitio a los colonos alemanes. Estalínea fronteriza ocupada por Alemania,que correspondía aproximadamente a loque más tarde sería el Warthegau[3],debía separar de una vez por todas a lospolacos prusianos de los polacos

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polacos.Bien, de acuerdo, pero era obvio

que los polacos no acogerían estamedida precisamente con los brazosabiertos. Por tanto, ¿por quéproclamarlo como Estado? ¿Qué tipo depolítica es ésa que con toda intenciónplanta ante sus propias narices comoenemigo prefabricado una Polonia denuevo cuño, pero al mismo tiempomutilada y, sobre todo, lo hace en elmomento en el que Rusia por primeravez da claras muestras de que puedeestar dispuesta a firmar una pazespecial? (Por no mencionar el hecho deque el «Reino de Polonia», que jamás

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tuvo rey propio ni ajeno, se convirtió apartir de entonces en la manzana de ladiscordia entre Alemania y Austria).Para la política alemana relativa aBélgica y a Polonia, que en 1916, unmomento crucial, se concretó en unrechazo a cualquier tipo de pacto o pazespecial, así como para este rechazo nohay ninguna explicación lógica, sinosólo una psicológica. Ésa era lacontrapartida tras años deautocomplacencia marcada por fantasíasde guerra y de victoria. Los alemaneseran incapaces de decir adiós a su sueñodorado; de «renunciar» a todo aquellode lo que previamente habían disfrutado

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en su cabeza como botín de guerra.Alguna conquista había que sacar de laguerra para no quedar en ridículo anteuno mismo. Puede que no fuese posibleobtener Francia o el África central, peroBélgica y Polonia ya se «tenían»; bien,en ese caso debían asegurarlas. Todoslos que sacrificaron vida y haciendatenían que haber servido para algo, y nohabía más que Bélgica y Polonia. Setrata de un razonamiento enrevesado,confuso y apenas verbalizable y, sinembargo, es lo único que puede explicaruna política por lo demás absolutamenteinexplicable.

¿O acaso había otra explicación?

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¿Podría ser que, al menos para algunaspersonas clave, Bélgica y Polonia nofuesen más que un pretexto indiferente yque al menos para algunos dirigentesalemanes de 1916 sólo se tratara desofocar a cualquier precio la posible«amenaza» de una mediaciónnorteamericana y de una paz especialcon Rusia? Semejante hipótesis no sedebe descartar, puesto que justoentonces, tras dos años de «aguante»porque sí, en determinados círculos depoder alemanes surgieron de hecho dosnuevos planes concretos —desesperados, sí, pero planes al fin y alcabo— para obtener una victoria

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absoluta contra todo pronóstico. Elprimero consistía en librar una guerrasubmarina sin cuartel contra Inglaterra y,llegado el caso, también contra EstadosUnidos; el segundo, en desestabilizarRusia. Ante la alternativa de haberhecho la guerra a cambio de nada (sibien habiendo salido indemne) o doblarla apuesta y atreverse a dar el saltohacia lo desconocido y lo imprevisible,algunos de los que entonces tomaron elmando en Alemania optaron por losegundo. Fue entonces cuando sevislumbraron los próximos dos erroresde Alemania.

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LA GUERRASUBMARINA SIN

CUARTELCon la guerra submarina sin cuartelAlemania cometió por segunda vez elmismo error, sólo que de mayorenvergadura, que el que había supuestoel plan Schlieffen. De nuevo estuvodispuesta a aceptar un mal seguro acambio de la mera expectativa deobtener un beneficio incierto. Con elplan Schlieffen Alemania quiso dejar aFrancia fuera de combate y lo queconsiguió fue que entrase Inglaterra. Con

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la guerra submarina sin cuartel quisosacar a Inglaterra y lo que consiguió fueque entrase Estados Unidos. En amboscasos el daño seguro fue mayor que lamera expectativa de obtener unbeneficio, el cual además en ninguno delos dos casos se produjo.

Estos dos enormes fallos tuvieron suorigen en el alto mando del Ejército y laMarina alemanes, que habían dirigidolas operaciones de forma excelente. Ensentido estrictamente militar, adiferencia de la Segunda GuerraMundial, en la Primera el mando delEjército alemán apenas cometió erroresgraves demostrables (tampoco lo hizo el

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de la Marina). Se podrán criticar ciertasoperaciones (la Batalla del Marne,Verdún), pero en conjunto puedeafirmarse que los ejércitos alemanes (aligual que la flota) no perdieron ni unabatalla en la Gran Guerra; no huboningún Stalingrado, ni un Túnez, ni unaNormandía. Lo que ocurrió fue quetodos los pfennige[4] recaudados por elEstado Mayor del Ejército y de laarmada en forma de batallas victoriosasse malgastaron en miles de marcos conel plan Schlieffen y la guerra submarinasin cuartel. Cada batalla o cadacampaña bélica victoriosa suponía parael adversario una pérdida de 100.000

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hombres y 1.000 piezas de artillería a losumo, pero el plan Schlieffen añadiótoda la fuerza de Inglaterra y la guerrasubmarina toda la fuerza estadounidense,es decir, más de diez millones dehombres y muchas más de 100.000piezas de artillería en total, por nohablar del resto.

Los fallos decisivos cometidos en unplan estratégico general no se puedencorregir con pequeñas victoriaslogradas en operaciones concretas, pormuy brillantes que sean. Quien no loentendiese entonces o aún hoy siga sinentender cómo Alemania pudo continuarganando en el campo de batalla y, a

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pesar de todo, perder la guerra tieneaquí la respuesta más sencilla.

La guerra submarina sin cuartel fueen cierta manera un fallo aún másimperdonable que el plan Schlieffen.Primero, porque se cometió por segundavez el mismo error de lógica básico —aceptar un daño seguro a cambio de unéxito puramente especulativo—, aunqueya se hubiese caído en él una primeravez y se pudiese haber aprendido lalección.

Segundo, porque en esta ocasión lascartas estaban más visibles. En 1914Inglaterra no aclaró su posición de unavez por todas hasta el último momento

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(por la sencilla razón de que fue sóloentonces cuando se decidió).Convengamos con el Estado Mayoralemán en creer que Inglaterra tomaríaparte en la contienda de todos modos,incluso sin plan Schlieffen;convengamos asimismo en esperar(como a todas luces hizo BethmannHollweg) que, a pesar del planSchlieffen, Inglaterra se mantendríaneutral. Sin embargo, en el caso deEstados Unidos no se produjo estaincertidumbre. Estaba fuera de todaduda que Estados Unidos deseabarealmente ser neutral pero que, en elcaso de una guerra submarina sin

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cuartel, combatiría a toda costa. En estaocasión todos los implicados conocíande antemano, porque se les habíacomunicado de forma clara, repetida einequívoca, el precio asfixiante quehabían de pagar por la expectativa deobtener la victoria; no podían llamarse aengaño.

Tercero y último, a diferencia delplan Schlieffen, la decisión deemprender una guerra submarina sincuartel digamos que fue tomada acámara lenta. El plan Schlieffen fueurdido con gran secretismo por elEstado Mayor sin que los políticossupiesen muy bien qué estaba

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ocurriendo; el 2 de agosto se empezó aejecutar de repente y sin que lospolíticos pudiesen ya modificarlo pormucho que hubiesen querido. Sinembargo, la guerra submarina sin cuartelfue debatida y discutida arduamentedurante dos largos años, primero entreel canciller y el mando de la Marina ydespués entre el canciller y el altomando del Ejército. No hubo ni un soloargumento a favor o en contra al que nose le diesen todas las vueltas posibles.Dos veces se decidió emprender laguerra submarina y otras dos se revocóla decisión. Cuando, en enero de 1917,ésta se volvió a tomar por tercera vez de

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forma definitiva, todos sabían lo quehacían. Por otra parte, en este caso tantola tentación como el apuro eran mayoresque con el plan Schlieffen. Dicho planllevaba aparejada cierta arbitrariedad yautocomplacencia. El Estado Mayorhabía tenido una idea genial, se habíaprendado de ella y lo había apostadotodo sin mirar a izquierda ni derecha pormás posibilidades que hubiese habido.A comienzos de 1917 puede que laguerra submarina sin cuartel fueseefectivamente la única oportunidadrealista que tenía Alemania de ganar laguerra. Si renunciaba en redondo a unapaz pactada, no le quedaba más remedio

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que jugarse el todo por el todo y apostara esa sola carta, teniendo la certeza deque sufriría la más absoluta derrota si noera la ganadora, puesto que a nadie se leescapaba que la entrada de EstadosUnidos en el conflicto iba a suponer unaumento asfixiante de la superioridad dela coalición enemiga, ya de por sí másfuerte.

Alemania lo apostó todo a una cartaen verdad muy poco segura. En aquellaépoca los submarinos eran un armanueva que no había sido probada enningún conflicto previo. Claro que lasarmas nuevas y desconocidas sonsiempre especialmente eficaces antes de

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que el adversario pueda adaptarse aellas, ya que generan cierto efecto desorpresa y confusión; son «armasmilagrosas» capaces de causar pánico.Por otra parte, las armas nuevascomienzan siendo primitivas ytécnicamente poco avanzadas. En laPrimera Guerra Mundial los submarinosfueron unos productos prematuros de latecnología bélica, tan quebradizos yhasta divertidos por lo rudimentario desu construcción como los aviones: enrealidad se trataba más bien de barcossumergibles que de submarinos, pues sedesplazaban bajo el agua lentamente y aciegas, obligados a subir una y otra vez

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a la superficie para cargar las baterías.También sobre el agua erantremendamente débiles y vulnerables, yjusto esta circunstancia les forzaba acombatir de una manera especialmentebrutal. Un submarino emergido quesegún las reglas de la guerra de corsodisparase al aire para capturar a otronavío se convertía en presa fácil inclusode un buque mercante desarmado. Eléxito sólo lo garantizaba pues una guerrasubmarina «sin cuartel» en la que unbarco sumergido e invisible pudiesetorpedear sin previo aviso todo lo quese le pasara por delante.

Sin embargo, este tipo de combate

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submarino, en el que tanto los buquesmercantes como los de guerra, tanto losneutrales como los implicados tuviesenque contar en la misma medida con queles hundiesen por completo y sin previoaviso, de forma que los náufragosquedasen a merced del destino, puestoque los submarinos casi nunca estabanen disposición de ocuparse de ellos;este tipo de guerra contravenía sin lugara dudas el derecho internacional, y esofue lo que hizo intervenir a EstadosUnidos. La mayor potencia neutral y sumás que provechoso comercio marítimono estaban dispuestos a que sus barcosfuesen hundidos y sus marineros se

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ahogasen en una guerra ajena. ParaEstados Unidos éstas eran accionesbélicas que merecían una respuestabélica.

Ante esto podría argumentarse que elbloqueo al que Inglaterra sometía aAlemania desde lejos atentabaigualmente contra el derechointernacional (argumento que seríadiscutible), o también que el derecho deguerra naval vigente entonces no habíaconsiderado aún el submarino comoarma y, por tanto, requería una revisión.Todo esto se dijo, pero no sirvió demucho, pues Estados Unidos hacía oídossordos a este respecto. Una guerra

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submarina sin cuartel significaba unaguerra contra Estados Unidos, no habíavuelta de hoja. Lo cierto es que en dosocasiones, en la primavera de 1915 y lade 1916, Alemania transigió ante laamenaza de guerra norteamericana yretiró el anuncio de una guerrasubmarina, ante lo cual Estados Unidosen ambas ocasiones mantuvieron supalabra y permanecieron en actitudneutral.

Ésta fue una doble victoria de lospolíticos alemanes, a quienes la apuestales parecía demasiado alta y demasiadoosada, frente a los militares y, enespecial, frente a unos almirantes

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decididos a jugarse el todo por el todo.Sin embargo, éstos no se rindieron, sinoque siguieron construyendo submarinosfebrilmente. Afínales de 1916 habíanacumulado 200.

Mientras tanto continuabanempleando todos los medios, incluida lapropaganda de masas, para acabarimponiendo la guerra submarina, cosaque finalmente lograron a principios de1917.

Sus argumentos eran en verdadconvincentes. Aún hoy lo son siolvidamos por un instante lo quesabemos desde entonces; este ejerciciosirve para aprender cómo hacer

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campaña a favor del error más grave ycatastrófico y lograr que tenga éxito.

El tonelaje mundial, del quedependía por completo la estrategiabélica aliada y, sobre todo, la británica,no era ilimitado. Es obvio que lamagnitud exacta no se podía calcular ensituación de guerra. Albert Ballin laestimó en 40 millones de toneladas;otros cálculos arrojaban una cifrainferior. El mando de la Marina alemanase comprometió a aplicar una estrategiabélica ilimitada según la cual sus 200submarinos hundirían como mínimo600.000 toneladas al mes. Estosignificaba que en un plazo máximo de

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seis años ya no habría ni un solo barco,los mares del planeta quedarían limpiose Inglaterra estaría literalmente en diqueseco. Era una perspectiva inquietante yvertiginosa.

Pero ya mucho antes, al cabo de unoo de medio año, el tonelaje disponibleno alcanzaría para cubrir lasnecesidades bélicas inglesas. Elsuministro de la industriaarmamentística quedaría paralizado,Inglaterra pasaría hambre, es más, semoriría de hambre, pues no podíaemular a la Alemania bloqueada ymalcomer de su propia agricultura. Así,la orgullosa Inglaterra sería sometida y

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se vería obligada a pedir y a suplicar lapaz. Y con Inglaterra se derrumbaríatoda la coalición enemiga. Francia nopodía subsistir sin Inglaterra, y sin ellasRusia tampoco podía aguantar. Lavictoria total ya no se obtendría graciasal increíble y numeroso ejército alemán,sino a través de un truco sencillo ygenial con el que nadie contaba.

¿Y qué pasaba con la contrapartida?¿Qué ocurriría con la entrada en elconflicto de Estados Unidos, sus 120millones de personas y su capacidadindustrial, ya entonces ilimitada? Losalmirantes que ejercían de incansablespropagandistas en la prensa, ante las

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asociaciones y en diversos encuentrostambién tenían una respuesta a estapregunta.

Primero, decían, la industrianorteamericana ya está trabajando a todamáquina para los enemigos deAlemania, así que en este sentido no seproduciría ningún cambio reseñable.

Segundo, hasta que los grandesejércitos norteamericanos semovilizasen y estuviesen formadospasaría mucho tiempo. Los primerosestadounidenses no llegarían a hacersenotar en los campos de batalla francesesantes de 1918; es más, la plenaintervención norteamericana no sería

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factible hasta 1919 ó 1920. Hastaentonces Inglaterra y la Entente habríansucumbido de sobra y la guerra habríaterminado. Y tercero, ¿cómo iban allegar los estadounidenses a Europa?Los submarinos se ocuparían de que nocruzaran el Atlántico vivos.

Es obvio que cada uno de estospuntos suscitaba reservas y objecionesy, en este caso, no se puede reprochar ala cabeza política del Imperio alemánque no fuese consciente de ellas ni lashiciese valer. El canciller Bethmannluchó contra la guerra submarina comojamás lo hizo contra el plan Schlieffen y,cuando acabó cediendo, lo hizo sin

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convicción interna, pero la presión sehabía vuelto insoportable. El mando dela Marina no sólo había puesto de suparte al entonces casi todopoderoso altomando del Ejército, sino también alReichstag (incluso a gran parte de lasfilas socialdemócratas) y a la opiniónpública. Los políticos contrarios a laidea figuraban ya como traidores ysaboteadores de una victoria alemana.

El plan Schlieffen había sido unfallo oculto del Estado Mayor; la guerrasubmarina sin cuartel fue un fallocometido por el conjunto del puebloalemán.

Fueron muchos los factores que

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influyeron: la vieja idea prebélica deque el auténtico enemigo no era otro queInglaterra, con quien había quedisputarse la hegemonía mundial; laexasperación, aún no liberada porcompleto, producida por la declaraciónde guerra y el bloqueo ingleses, asícomo por el hecho de no haberterminado de hacer mella justamente aese país. Alemania practicaba contraFrancia y Rusia una guerra al menos tanactiva como la que ambas nacionesdirigían contra ella pero, en el caso deInglaterra, Alemania sólo había logradoreaccionar tímidamente ante su eficaztáctica bélica. Al final se llegó a la

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conclusión, del todo cierta, de que eraInglaterra la que en ese momentosustentaba toda la coalición enemiga yde que su neutralización conduciría a lavictoria total.

Y a todo esto hay que sumar elestado de ánimo en el que se encontrabaAlemania por entonces, a comienzos de1917: la desnutrición sumada a undesgaste excesivo, las expectativassobrealimentadas, la impaciencianerviosa y palpitante, la sensación dehaber hecho un esfuerzo inútil y de unasfuerzas en continua disminución, labúsqueda desesperada de una idea queaún pudiese garantizar la victoria. Allí

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estaba esa idea, que además prometía lavictoria en un plazo de seis meses, conuna cifra de nuevas víctimasrelativamente escasa, por así decirlo almás puro estilo de David y su honda,con un golpe directo en la frente de suodioso adversario. ¿Cómo renunciar aintentarlo? La suave voz disidente queadvertía y recordaba que era imposibleque fuese tan fácil, que las armasmilagrosas aisladas jamás habíanlogrado decidir una guerra y que contracualquier nueva arma tarde o tempranose encontraba otra, no logró hacerse ecoentre tanto ruido. ¿Y Estados Unidos?Estados Unidos estaba lejos y el

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momento en el que de verdad pudiesenintervenir parecía más lejano aún.

Al final todo se redujo al hecho de sise podría materializar la promesa dedestruir 600.000 toneladas en buques almes. Nadie podía saberlo a cienciacierta, pero puestos a confiar en alguien,¿en quién sino en los expertos de laMarina, con mayor conocimiento decausa? Todos ellos hablaron con unasola voz, una voz que manifestaba nosólo una seguridad absoluta en símismos, sino un apremio casidesesperado. Hubo almirantes queempeñaron públicamente su palabra dehonor como oficiales al asegurar que

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con la guerra submarina se conseguiríaobligar a Inglaterra a firmar la paz en unplazo de seis meses (según algunosincluso de cuatro). Aquél no era ellenguaje de un experto objetivo, sinomás bien el de un propagandista, pero enlos oídos de un pueblo sediento devictoria al tiempo que harto de la guerray sometido a una tensión física ypsíquica cercana al desgarro tenía quesonar irresistible.

Se sabe cómo ocurrió. La guerrasubmarina sin cuartel comenzó el 1 defebrero de 1917 y Estados Unidosdeclaró la guerra a Alemania el 3 deabril no sin haber dudado por espacio

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de dos meses, durante los cuales elpresidente Wilson trató en vano deconseguir que los alemanes seretractasen por tercera vez de sudecisión o hiciesen al menos unaexcepción con los barcosestadounidenses. A lo largo de tresmeses los submarinos alemanescumplieron su promesa con creces. Enabril el número de hundimientos alcanzóla tremenda cifra de 849.000 toneladasen buques. Los rostros de Whitehall yDowning Street palidecieron: en aquelmomento de la guerra, también unaInglaterra aterrorizada vio ante sí unaderrota inminente.

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Sin embargo, la necesidad agudiza elingenio y, teniendo el fracaso tan cerca,el mando de la Marina británica decidióexperimentar algo que todos susexpertos habían descartado por inútil: elsistema de convoyes para buquesmercantes. Y funcionó a la perfección.

La historia de la guerra submarinaes, en ambos bandos, la historia delridículo que hicieron los expertos. Nilos especialistas de la Marina alemanani los de la británica consideraronseriamente la posibilidad de utilizar estemétodo sencillo y, tal y como secomprobó más adelante, de una eficaciadecisiva, ya que su instinto les decía que

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los convoyes serían para los submarinosunos objetivos más sólidos que losbarcos que navegaran dispersos y ensolitario. Lo que en este caso les pasóinadvertido (cosa rara entre marineros)fue la ampliación del escenario en elque tuvo lugar la batalla naval. En elancho mar tanto los convoyes como losbuques aislados no eran más que unpunto minúsculo, pero de repente hubomuchos menos puntos minúsculos; conun radio de acción reducido lossubmarinos tenían que buscar muchomás para dar con uno de ellos. Y ahoraesos «puntos» iban armados: lossubmarinos tenían que atacar mientras

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ellos mismos eran atacados por losbuques de guerra que escoltaban a losmercantes. La unión de ambas cosassupuso, al menos en la Primera GuerraMundial, la derrota de los submarinos.

En mayo de 1917 los primerosconvoyes de prueba comenzaron anavegar. A partir de julio loshundimientos nunca volvieron a alcanzarla cifra prometida de 600.000 toneladas.A partir de agosto, cuando todos losbarcos, tanto los aliados como losneutrales, ya sólo viajaban escoltadospor convoyes, los hundimientosdescendieron en picado mientras la cifrade submarinos perdidos aumentaba

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vertiginosamente. En enero de 1918 elnúmero de barcos de nueva construcciónvolvió a superar el de hundimientos.

Por entonces en Alemania ya nadiehablaba de una victoria fruto de unaguerra submarina sin cuartel. Una de lasmayores curiosidades de la PrimeraGuerra Mundial es precisamente elsilencio absoluto con el que se extinguióuna esperanza de triunfo encendida contanto furor. Fue como si jamás hubieseexistido. Ni siquiera supuso un revésmoral perceptible ni hubo reprochespúblicos contra los expertos de laMarina que con tanta autosuficienciahabían anunciado una victoria segura. Es

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posible que muchos se avergonzaran dehaber compartido esta certeza tan a laligera, o puede que las nuevasexpectativas de victoria distrajesen laatención, pues, entretanto, Rusia sehabía quedado fuera de combate.

Pero también Estados Unidos habíaentrado en la guerra, circunstancia quesentenció el final del conflicto. Laaparición de un adversario en plenasfacultades, que por sí solo era casi dosveces mayor en número y disponía demás del doble de capacidad económicay armamentística que Alemania, sumadaa una Francia invicta y una Inglaterraque acababa de alcanzar la plenitud de

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su capacidad militar era demasiado parauna Alemania extenuada, desnutrida ycansada de luchar. El error de cálculoque supuso el plan Schlieffen y susterribles consecuencias había sidocompensado durante tres años por unejercicio de pura fuerza por parte de unpueblo y un ejército por entoncestremendamente vigorosos, frescos yentusiasmados. El error de cálculo quesupuso la guerra submarina fue mortal.Hiciera lo que hiciera Alemania (y locierto es que hizo cosas sorprendentes),a partir de ese momento su derrota fuecompletamente inevitable.

Al mismo tiempo esta derrota, aún

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imperceptible para los alemanes,adquirió unos rasgos mucho másamenazantes y angustiosos que los quehabía tenido hasta entonces. Bien escierto que ya antes en Alemania se teníapor costumbre hablar de la «voluntad deaniquilación del enemigo», pero hasta elmomento no había sido más que unafrase hecha o una forma de demonizar aladversario con la que uno sólo consigueponerse en evidencia. La Entente nisiquiera tuvo una verdadera voluntad deaniquilación en 1919, cuando de una vezpor todas pudo hacer con Alemania loque le viniese en gana; también en esaocasión permitió la continuación del

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Imperio alemán. Sin embargo, entre losobjetivos bélicos de los aliados antes ydespués de 1917 sí que había una grandiferencia que perjudicaba a Alemania.

Antes de 1917 las consecuencias deuna derrota alemana aún habríanresultado incluso soportables. SóloFrancia tenía un objetivo territorialdirectamente opuesto a los interesesalemanes, si bien modesto: Alsacia yLorena. Rusia e Italia demandabanterritorios, en algunos casos deextensión considerable, a Austria y aTurquía, no a Alemania. Hasta 1917Inglaterra combatió tradicionalmentesólo por restaurar el amenazado

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equilibrio europeo. Sus objetivosbélicos explícitos se limitaron a larestitución de Bélgica y a un desarmegeneralizado.

Hasta finales de 1916 cualquier pazfirmada incluso con una Alemaniavencida se habría parecidoprobablemente más a las pacesanteriores pactadas en Europa que atodo lo que realmente sucedió después.Hasta 1916 se habría puesto freno alpoder desmesurado de Alemania, quehabría perdido Alsacia y Lorena yprobablemente habría estado obligada apagar una indemnización considerable;pero de cara al exterior habría seguido

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siendo una gran potencia entre iguales yde cara a sí misma la monarquíaconservadora que siempre fue. Es ciertoque también en los albores del conflicto,precisamente entonces, hubomanifestaciones por parte de algunosdirigentes aliados que declararon unaguerra abierta al sistema imperial comotal, pero antes de 1917 la políticagubernamental establecida y proclamadaoficialmente en ningún momento apuntóen esa dirección; es más, también cabereseñar manifestaciones de lo máscomedido que datan justo del año 1916.

Pero todo cambió a partir de 1917.El discurso en el que el presidente

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Wilson exigió ante el Congreso enWashington una declaración oficial deguerra a Alemania tuvo tintes realmentenovedosos: «La paz y la libertad estaránamenazadas», afirmó Wilson, «mientrasexistan gobiernos autocráticos que sóloobedezcan a su propia voluntad y no a lade su pueblo. Es necesario asegurar lademocracia en el mundo». Hasta esemomento la Entente nunca se habíaplanteado inmiscuirse en la políticainterna de Alemania, modificar su LeyFundamental ni abolir su monarquía.Estados Unidos, una vez provocado atomar parte en el conflicto, consideraronestas medidas lo más normal del mundo.

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La participación de los norteamericanosno sólo supuso la llegada de un gigantecuya fuerza se medía en una escalatotalmente distinta a la de quienes hastaentonces se habían enfrentado, sinotambién la introducción de ideas yobjetivos bélicos totalmente novedosos,ajenos y, ante los ojos de Europa, peromuy en especial de Alemania,revolucionarios.

Tras las atrocidades, el sufrimientoy el miedo vividos durante la guerrasubmarina, tampoco Inglaterra mostrabaya esa flema casi mayestática de losprimeros años del conflicto. Antes sólose pretendía frenar el exceso de poder

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de Alemania como se hiciera en su díacon España y Francia; ahora cobrabacada vez más fuerza la obligación devolver inofensivo a ese enemigo sinescrúpulos que no se amedrentaba antenada ni nadie. La idea de desarmarunilateralmente a Alemania, disolver suEstado Mayor, ejercer un control sobresus arsenales y exigirle unaindemnización durante años fueadquiriendo consistencia. Aún no setrataba de una «voluntad deaniquilación», pero en ese momento síque se constituyó una oscura y firmevoluntad de castigo. Alemania ya nopodía esperar salir indemne de aquella

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situación.A consecuencia de la guerra

submarina y de la entrada de EstadosUnidos, en la mente de los políticosaliados de Occidente y en lossentimientos de sus pueblos fueentretejiéndose lentamente lo que dosaños más tarde sería el Tratado deVersalles. Lo que faltaba aún eran lasdisposiciones territoriales queafectarían al Este, pero también en estesentido la propia Alemania, mediante lapolítica practicada con Polonia, se habíaencargado de dar ciertas ideas a losaliados occidentales. Dichas ideas noresultaban practicables mientras Rusia

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siguiera siendo un aliado de Occidente;lo que no se podía hacer era arrebatar ala Rusia aliada su parte de Polonia paraluego completarla a costa de Prusia.Para que esta idea madurase del todohubo que esperar a que se sumaran ladesestabilización de Rusia y su salidade la Entente. Fue Alemania la que seencargó de que también esto ocurriera.La alianza estratégica de la Alemaniaimperial, tremendamente conservadora,con el bolchevismo ruso; es decir, elsiguiente punto en la lista de planes a ladesesperada con los que Alemania aúntrató de forzar la victoria de una causaque, en realidad, ya estaba del todo

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perdida, fue el error más extraordinariode todos los que cometió Alemania en laPrimera Guerra Mundial, además de serel que tuvo las consecuencias másduraderas desde el punto de vistahistórico. Este error sucedióinmediatamente al de la guerrasubmarina sin cuartel.

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EL JUEGO DE LAREVOLUCIÓN

MUNDIAL Y LABOLCHEVIZACIÓN

DE RUSIAResulta obvio que la bolchevización deRusia fue principalmente obra de Lenin,pero también lo fue de Alemania, y noen el sentido de quienes afirman que laposterior propagación del comunismo enEuropa central fue obra de Hitler. Hitlernunca pretendió que a raíz de la SegundaGuerra Mundial hubiese gobiernos

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comunistas en Varsovia y Berlín Este,simplemente lo provocó. Sin embargo,en el hecho de que a raíz de la PrimeraGuerra Mundial hubiese un gobiernocomunista en Moscú no sólo influyó demanera decisiva el entonces gobiernodel Reich, sino que éste así lo quiso. Labolchevización de Rusia fueconsecuencia de una política consciente,muy meditada y sólo en esa ocasiónlograda por parte de la Alemaniaimperial durante la Primera GuerraMundial. Sin embargo, serán pocos losque hoy en día disientan de que, a pesarde todo, aquello también fue un errordesde el punto de vista alemán.

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Tampoco es que se tratara de unaauténtica política a la desesperada;Alemania en ningún caso actuó como unSansón cegado que, llevado por el ansiaheroica de perecer, derrumba el templode los filisteos por encima de su propiocadáver. Ni siquiera es posible sostenerque Alemania sólo concibiera labolchevización de Rusia como últimorecurso para salvar nada más que supellejo. El mes de abril de 1917, cuandoel gobierno alemán envió a Lenin aRusia, fue el mes dorado de la guerrasubmarina en el que se hundieron849.000 toneladas en buques y laderrota británica parecía estar a la

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vuelta de la esquina. Y fue el condeBrockdorff-Rantzau, uno de lospromotores del encargo a Lenin, quienexigió el cumplimiento de esta misión«para garantizar nuestra victoria en elúltimo segundo»; para garantizar portanto la victoria, no una mera salvación.

Con la bolchevización de Rusia sepretendía algo más que conseguir unapaz parcial en el este sólo para librarsede una guerra en dos frentes. Eso ya sehabría podido obtener en 1916 delgobierno de Stürmer. De labolchevización de Rusia se esperabamucho más: una paz victoriosa en eleste, el descalabro de Rusia y su

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anulación como potencia por muchotiempo. Al principio dio toda laimpresión de que estos cálculos iban asalir bien. Nadie podía imaginarentonces que, a largo plazo, labolchevización de Rusia seríaprecisamente lo que la convertiría enuna auténtica superpotencia, ni que elbolchevismo a la larga no produciría enRusia el venenoso efecto letal deseado,sino que actuaría como un tremendoreconstituyente.

En su papel de comadrona en elnacimiento de la Rusia bolchevique,Alemania no se limitó a poner adisposición de Lenin y de algunos otros

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dirigentes revolucionarios un trenespecial para atravesar el país.Alemania financió además lasactividades del partido bolchevique enRusia en el verano y el otoño de 1917,actividades sin las que la Revolución deoctubre no habría tenido lugar.Asimismo, Alemania probablemente lesalvó la vida al régimen bolchevique oal menos le cubrió las espaldas demanera decisiva en el verano de 1918,cuando sufrió la primera y más gravecrisis de un gobierno aún noconsolidado. Todo este proceso decolaboración, con toda su espeluznanteproblemática por ambas partes, en modo

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alguno obedeció a una improvisacióndel momento. Sus raíces se remontanhasta el primer año del conflicto.

Hoy casi se ha olvidado queAlemania planteó la Primera GuerraMundial y sobre todo su primera fasecomo una guerra revolucionaria pero, alhacerlo, se mezclaron dos cosas: larevolución como objetivo bélico y larevolución como instrumento bélico.

La revolución que Alemania enverdad deseaba y a la que realmentellevaba aspirando durante las dosúltimas décadas previas a la guerra erauna revolución de la estructura de losEstados que significaba la imposición

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de una hegemonía alemana en Europa yel colapso de la hegemonía británica enultramar. Ésta habría sido ciertamenteuna revolución de máximasproporciones, pero sólo habría afectadoa la estructura de los Estados, no a la delas sociedades, e incluso dentro deaquélla no habría supuesto más que unaalteración del orden establecido. Elsistema de Estados imperialistas comotal, es decir, ese sistema basado en unaférrea jerarquía de Estados, en lahegemonía de las grandes potencias y laexplotación de los débiles por parte delos fuertes no era en modo alguno lo queAlemania quería cambiar; es más, puede

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que incluso pretendiese reforzarlo.Sin embargo, una vez embarcada en

una guerra contra una coalición másfuerte formada por tres grandespotencias, Alemania estuvo dispuesta aservirse de ideas revolucionarias muchomás radicales como instrumento bélico.Con tal de combatir entonces alimperialismo inglés también se dio labienvenida como socios a todas aquellasideas y efectivos dirigidos contra todotipo de imperialismo; y con tal dederribar a la potencia rusa Alemaniaestaba dispuesta a pactar incluso con larevolución nacional y la revoluciónsocial en Europa del Este. La «guerra

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santa» del Islam, la sublevación india, elalzamiento egipcio, las aspiracionesnacionalistas de Finlandia, Polonia,Ucrania y el Cáucaso y, por último,también la revolución proletaria quellevaba incubándose en Rusia desdehacía dos décadas y cuya llama ya sehabía avivado una vez en 1905, todoello se convirtió de repente en objeto demáximo interés para Alemania en agostode 1914; para todo se buscaron«especialistas», para todo se encontrófinanciación y buenas intenciones. Es unespectáculo extraordinario eincreíblemente fantástico ver cómoaquella Alemania romántico-

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conservadora que en su propio territoriose acobardaba ante el más mínimointento de democratización, por ejemplola abolición del sufragio de tres clasesprusiano, desempeñaba de pronto entodo el resto del mundo el papel debenefactora y promotora de larevolución mundial. Pero fue éste elespectáculo que en verdad serepresentó; a todo el que se fije condetenimiento no podrá pasarleinadvertido. En la Primera GuerraMundial la Alemania imperial yconservadora tendió un cable suelto muyparticular a todas las nuevas fuerzasrevolucionarias que desde entonces, en

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efecto, han determinado la historia dels i g l o XX: fuerzas anticoloniales,nacionalistas y partidarias de larevolución social.

Claro que Alemania no estabarepresentando un espectáculo del todoauténtico y, a menudo, no fue muyconsciente del carácter incendiario delos argumentos que estaba manejando.Simplemente actuaba guiada por esamáxima facilona de que en el amor y enla guerra cualquier instrumento es lícitoy de que vale más quien es capaz deponer al diablo a tirar del carro en elinfierno y exigirle después el pago de lacarrera. El cómo deshacerse luego de

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los fantasmas invocados era unapreocupación que se dejó para másadelante.

Finalmente resultó que dichapreocupación, en la mayoría de loscasos, ni siquiera tuvo razón de ser,pues toda la actividadprorrevolucionaria de Alemania aescala mundial más bien se aletargó alcabo del primer año de conflicto, demanera que hoy casi ha caído en elolvido por la sencilla razón de queaquello no quedó en nada, a excepciónclaro de la bolchevización rusa, la cualno se produjo hasta mucho más tarde, en1917, a modo de consecuencia tardía.

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En principio no se produjosublevación alguna, ni india ni egipcia,las distintas nacionalidades del imperiozarista también permanecieron en calmay, durante los primeros años de laguerra, incluso la revolución social rusapareció estar paralizada: Lenin enZürich y Trotski en París no podían másque exasperarse ante el «patriotismosocial» de los camaradas de la patriaque apenas iba a la zaga del patriotismode los socialdemócratas alemanes.

Lo que Alemania —bastanteinexperta en un mercado ya de por sí tanopaco— había adquirido era en sumayoría un puñado de impostores y

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aventureros de la política que prometíanmucho y cumplían poco. Al menos unode ellos, Alexander Parvus-Helphand(una figura ambigua, mitadrevolucionario auténtico, mitad hombrede negocios político) ya en 1915 facilitóal Ministerio de Exteriores alemán elcontacto con Lenin. Desde entonces sesupo que Lenin era el único socialistaruso con rango suficiente dispuesto aaceptar una paz especial, por cierto sinapenas condiciones, a cambio de salvarla revolución rusa. Se habían mantenidocontactos con él y su nombre figuraba enla lista. Puede que incluso se reparaseen que aquel hombre estaba hecho de

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una pasta distinta al grueso de lospolíticos emigrados con los que setrataba normalmente. Cuando en marzode 1917 el zar fue derrocado porsorpresa y sin intervención alemanaalguna y todo se puso en marcha, muchosse acordaron de aquel revolucionario.

La iniciativa del viaje de Lenindesde Suiza a Rusia pasando por unaAlemania en guerra partió de estaúltima, no de Lenin; es más, Lenin tuvoincluso el descaro de hacerse de rogar yponer condiciones, aunque lógicamenteestaba deseando intervenir en la políticarusa cuanto antes. La más curiosa deestas condiciones fue que la postura de

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un emigrante ruso ante la disyuntiva dela guerra o la paz no constituyese uncriterio para autorizar su paso porAlemania, es decir, que junto con Lenintambién debían poder regresar los«patriotas sociales» rusos partidarios dela guerra. Aún más extraño fue que elgobierno alemán aceptase estacondición. Es evidente que el sentido deeste pacto, en el cual ninguna de las dospartes podían estar interesadas, sólopodía residir en proteger a Lenin de laacusación de ser un agente alemán(acusación vertida casi desde el primermomento). Y es evidente que ambaspartes consideraron necesaria esta

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medida de protección.Por supuesto que Lenin no era un

agente alemán; más bien al contrario,Lenin jugaba con el gobierno alemán almismo juego que éste practicaba con él,un juego cuyo resultado consistíaprecisamente en poner al diablo a tirardel carro en el infierno y exigirledespués el pago de la carrera. Pero esigualmente cierto que, sobre esta baseestablecida entre dos partescompletamente enfrentadas y ajenas launa a la otra (que además sesubestimaban mutuamente de forma casicómica), se pactó algo más que solo elpaso de Lenin por Alemania de camino a

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Rusia.Tal vez no se debería hablar de un

«complot» entre Lenin y Ludendorff (porentonces el hombre más poderoso deAlemania), puesto que todo «complot»presupone la existencia de un objetivocomún. El juego al que jugaron Lenin yLudendorff se asemejaba más a unaapuesta, una apuesta por ver quién eracapaz de aprovecharse más del otro y alfinal reírse de él. Sin embargo, lo quesurgió a partir de esa extrañaconstelación fue un considerable trabajoen equipo que tuvo consecuenciashistóricas.

De lo que no cabe ninguna duda

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seria es sobre todo de la financiaciónpor parte alemana de las actividadesrealizadas por el partido bolchevique enel verano de 1917. El magníficocrecimiento del partido entre los mesesde abril y agosto (de 78 a 162agrupaciones locales y de 23.000 a másde 200.000 miembros), el aumentoigualmente súbito de la tirada de laprensa partidista bajo unas condicionesde auténtica escasez de papel, así comoel equipamiento armamentístico de laGuardia Roja, todo eso precisó degrandes sumas y lo cierto es que elpartido bolchevique, incluso en su etapade prosperidad relativa anterior a la

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guerra, siempre padeció gravesnecesidades económicas; es más, enocasiones se había visto obligado afinanciarse a través del robo de bancos.Sin embargo, el partido jamás aclaró elorigen de aquella abundancia repentinade fondos que siguió a una etapa deabsoluta escasez.

Tampoco los alemanes dieron unaexplicación oficial, pero existe uninforme interno del entonces secretariode Estado de Asuntos Exteriores alemán,Von Kühlmann, con fecha del 3 dediciembre de 1917, que reza: «Sólo losrecursos que les suministramoscontinuamente a los bolcheviques por

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múltiples vías y de múltiples manerasles han permitido poner en marcha elPravda, su máximo órgano de expresión,llevar a cabo una gran labor de agitacióny ampliar considerablemente la base deun partido que al principio tuvo escasosapoyos». No hay razón alguna para creerque Kühlmann se inventara algo así enun informe interno.

Por cierto que a través de otrosdocumentos alemanes es posible inclusocalcular la cifra aproximada de fondossuministrados entonces a losbolcheviques; ésta podría rondar los 26millones de marcos, tal vez algo menos,pero en ningún caso más. Se trata pues

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de una cantidad ridícula para unapotencia en plena guerra que en elmismo periodo gastaba miles demillones en operaciones militares, perono estaba nada mal para un partido quese preparaba para asumir el poderpolítico en su país. Además, esto es unaasombrosa demostración de lo poco quese corresponde la importancia de unaoperación con los costes que éstaconlleva: esos míseros 26 millonesalteraron el rumbo de la Historia; loscientos de miles de millones y muchosmás que Alemania invirtió en la gestiónmilitar del conflicto se gastaron paranada.

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Hasta aquí nos hemos movido sobreel terreno más bien seguro de loshechos. Lo que Lenin y losrepresentantes del gobierno alemánpactasen más allá de ahí en los meses demarzo y abril de 1917 es puraespeculación y lo seguirá siendo. No haydocumentos al respecto, pero a nadie sele escapará que el gobierno alemán nofinanció el viaje a Rusia de un lídersocialista soviético totalmentedesconocido (y no muy de su agrado) nile dio 20 millones porque sí. Es naturalque Alemania esperase algo concreto acambio: una segunda y rapidísimarevolución que tuviese como objetivo

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acordar una paz especial inmediata y sinapenas condiciones y después la firmade esa paz. No hay razón por la queAlemania no hubiese mencionado esteobjetivo a las claras en susnegociaciones con Lenin, ni tampocomotivo por el que Lenin hubiese tratadode sortear dicha exigencia, puesto queen eso precisamente consistía su plan, encuya consecución él, por su parte, queríainvolucrar a Alemania.

Lenin no sólo había rechazadosiempre con desprecio el «patriotismosocial» de la mayoría de socialistaseuropeos, sino también el pacifismo desu ala izquierda, que se limitaba a exigir

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el fin de la guerra cuanto antes, «sinanexiones ni indemnizaciones». Lo queLenin ansiaba era que la guerra seconvirtiese en una revolución al menosen un país, el suyo. Su idea de cómolograrlo había cambiado mucho en eltranscurso del conflicto, pero fue sóloentonces cuando vio un camino muyclaro ante sí: el único objetivo capaz deactivar la energía revolucionaria delpueblo ruso era la firma de una pazinmediata. Eso era lo que realmentequerían las masas soviéticas deentonces, cosa que los liberales y lossocialistas de derechas burgueses quehabían llegado primero al poder en

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marzo no estaban dispuestos a darles.Así, lo que hicieron fue poner en manosde Lenin y de su partido bolchevique elinstrumento necesario para derrocarlos.El propio Lenin, con ayuda del partidopor él fundado, se encargaría deproporcionar a la revolución uncontenido socialista; pero el partidoharía la revolución en nombre de la paz.(Ése fue después el doble lema: ¡Paz ytierra!).

De esta concepción tan clara ysencilla se derivó también sin mayordificultad la política de alianzasinternacionales de Lenin. A la Entente leinteresaba que Rusia siguiera en guerra;

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a Alemania, todo lo contrario. De estemodo Alemania se convirtió en elaliado, socio y financiador natural deLenin, mientras que la Entente hizo lopropio con los adversarios de éste. Lacircunstancia de que Alemania, desde elpunto de vista ideológico, estuviese másdistante, fuese más hostil y aún más«reaccionaria» que la Entente no leinteresó a Lenin en absoluto.

Lenin no se hacía ilusiones en cuantoal hecho de que la paz que Alemaniaimpondría a Rusia sería dura y amarga.A diferencia del resto de dirigentesbolcheviques, Lenin no vaciló ni uninstante en el drama posterior que tuvo

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lugar en Brest-Litovsk. Las condicionesde paz alemanas, insoportables paracualquier patriota ruso convencional, nole hicieron siquiera pestañear. En suopinión estas condiciones eranveleidosas, lo decisivo era laimplantación de la revolución socialistaen Rusia, la cual crearía algo duradero,que trascendería a escala mundial.Habiendo vencido en un país larevolución acabaría extendiéndose tardeo temprano y llegaría un momento en elque su propagación, la «revoluciónmundial», acabaría con las condicionesde paz impuestas por Alemania.

Muchos líderes bolcheviques de

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1917, por ejemplo Trotski, el granadversario y compañero de Lenin,esperaban que la revolución seextendiese a otros países, sobre todo aAlemania, en un futuro inmediato. Así loesperaban y apostaron por no tener quecontemplar el duro rostro de Ludendorffya durante las negociaciones de paz; susinterlocutores serían los representantesdel proletariado alemán que paraentonces habría tomado ejemplo de larevolución rusa. En ocasiones tambiénLenin alentó este tipo de esperanzas;probablemente tuvo que hacerlo paraanimar a sus correligionarios a cometerla tremenda osadía hacia la que

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pretendía arrastrarlos. La revoluciónrusa como «mecanismo de ignición» deuna revolución europea, el«levantamiento del sitio» bajo el quepeligraba el régimen bolchevique rusomediante la instauración sucesiva de loscorrespondientes regímenessimpatizantes en otros países europeosmás poderosos y más avanzados e ideassimilares fueron las que desempeñaronun importante papel, en algunos casospuede que decisivo, en las mentes de losprimeros bolcheviques, y no sería Leninquien los desalentara.

Sin embargo, estas ideas no fueronpropias de Lenin, al menos no sus ideas

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principales, por las que él apostó. Bienes cierto que si la revolución se hubiesepropagado de inmediato desde Rusia aAlemania y a Europa occidental Leninhabría estado encantado, pero tampocomostró ningún desánimo cuando esto noocurrió. En aquel momento Lenin estuvomás que dispuesto a conformarse conentablar una dura relación comercialteniendo como socio al gobiernoimperial alemán y a aceptar las severascondiciones de paz que previsiblementele impondrían como precio por el apoyoprestado a su revolución rusa. Leninvaloraba más bien poco la paz obtenidapor la vía de la capitulación, a la que se

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resignaba y, a cambio, le importabamucho más la revolución socialista quepodía lograr con éxito en Rusia, porreducidas que fueran sus dimensiones.

Las estimaciones alemanas erantotalmente opuestas: para el gobiernogermano la revolución bolchevique queél mismo facilitó y alentó era un azarosoepisodio con dudosas posibilidades deéxito y una duración probablementeescasa; es más, en los círculos de poderalemanes se manifestaba una gravepreocupación ante la improbabilidad deque, tras la victoria, la revolución semantuviese el tiempo necesario paracerrar a cal y canto la paz especial con

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Rusia. Por el contrario, Alemania setomaba esta paz totalmente en serio: suscondiciones no sólo figurarían sobre elpapel, sino que sus ejércitos deocupación se encargarían de hacerlasvaler.

El hecho de que lo poco quequedaba de una Rusia debilitada eimpotente estuviese gobernado por«gente tremendamente mala yantipática», los bolcheviques, podíadejarle a uno indiferente; es más, «notenemos razón alguna para desear unrápido fin de los bolcheviques» (estofue lo que dijo, todavía en agosto de1918, el entonces secretario de Estado

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alemán de Exteriores, Von Hintze). «Losbolcheviques», prosiguió, «son gentetremendamente mala y antipática, lo cualno nos ha impedido obligarles a firmarla paz de Brest-Litovsk y, además, irarrebatándoles poco a poco terreno yhabitantes. Les hemos sacado todo loque hemos podido; nuestro afán devictoria exige que continuemos asímientras ellos lleven el timón… Pues,¿qué es lo que buscamos en el este? Laparalización militar de Rusia. Losbolcheviques nos la facilitarán mejor ycon más eficacia que cualquier otropartido ruso… ¿Acaso debemosrenunciar a los frutos de cuatro años de

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combates y triunfos sólo para liberarnosdel odio que se nos profesa porhabernos aprovechado de losbolcheviques? Puesto que esto esprecisamente lo que hacemos: nocolaboramos con ellos, sino que losexplotamos».

Se trataba pues de una colaboraciónpeculiar en la que cada uno de lossocios aborrecía al otro y creía estarexplotándolo en su propio beneficio…no, en realidad lo explotaba de verdad;en la que cada uno consideraba lafilosofía de otro en parte diabólica y enparte divertida; en la que cada uno noacababa de tomarse en serio los

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objetivos ni las intenciones del otro y enla que, precisamente por eso, cada unopodía hacerle al otro todas lasconcesiones que éste consideraseimportantes sin tener por ello quetraicionarse a sí mismo ni convertirse enagente de nadie, puesto que, ante losojos propios, esas concesiones eran tannecias e inútiles como las perlas decristal con las que los comerciantesblancos compraron sus tesoros a lospobres e inocentes indígenas en la épocadel descubrimiento. El hombre máspoderoso de la Alemania de aquelentonces y el verdadero socio de Lenin,si bien éste nunca lo conoció

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personalmente, fue el generalLudendorff. Para Ludendorff Lenin noera más que un pobre bufón y viceversay, partiendo de esta base, ambos no sólose entendieron a la perfección, sino quetambién se prestaron una ayuda mutuadecisiva. Cada uno estaba convencidode que lo que para el otro erafundamental en realidad no lo era enabsoluto.

Desde la perspectiva actual, en estafunción Lenin era el realista yLudendorff el idealista, pero ennoviembre de 1917 los papelesparecieron intercambiarse. El éxito de larevolución de Lenin y Trotski no parecía

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aportar a Rusia nada más que caos eimpotencia, pero a Alemania leproporcionaba una última y muyinesperada oportunidad de victoria. Derepente, como por arte de magia,Alemania se había librado de una guerraen el este y eso le abría la posibilidadde volcar toda su fuerza en el oeste ylograr así, en el último segundo, un finalvictorioso de la guerra también en esefrente antes de que llegasen losestadounidenses. El 7 de noviembrehabía triunfado la revoluciónbolchevique en Petrogrado. Ya el 11 denoviembre el cuartel general alemántomó la decisión de acometer la

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ofensiva por el oeste durante la próximaprimavera, en cuanto la meteorología lopermitiese, y buscar la batalladefinitiva.

Por entonces los efectivos alemanesestaban ya tremendamente desgastados yhabituados a las decepciones; una y otravez habían rendido al máximo y una yotra vez el máximo no había sidosuficiente.

No sólo el entusiasmo de 1914,también la confianza en la propiacapacidad de aguante de los añosposteriores había remitido. Todos losrostros de los alemanes que aparecen enantiguas fotografías de 1917 y 1918,

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especialmente los de los soldados,parecen apesadumbrados. Hacía tiempoque las grandes palabras consagradas ala guerra y a la victoria sonaban huecas.La gente ya ni siquiera era capaz dealegrarse, y todo aquel que haya vividoel invierno de 1917-1918 sabrá que, apesar de todas las expectativasalimentadas de repente, su ánimo erapresa de una extraña angustia.

Sin embargo, aquel inviernoAlemania tuvo su última y puede que, apesar de todo, su mejor oportunidad. Porprimera vez estaba en disposición delibrar una guerra en un solo frente; losdos enemigos que lo ocupaban, Francia

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e Inglaterra, también llevaban tres añosde guerra a sus espaldas. Y losestadounidenses no habían llegado aún.Tal y como había pronosticadoBrockdorff-Rantzau, ¿podría ser que labolchevización de Rusia hiciera deverdad posible una «victoria en elúltimo segundo»?

Ni siquiera a posteriori puedeexcluirse esta posibilidad a cienciacierta, puesto que Alemania realmenteno hizo uso de esta última e inesperadaoportunidad de victoria. Laconcentración de todas las fuerzasrestantes en la batalla decisiva que selibraría en el oeste, de la que dependía

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todo y para la que apenas quedabatiempo, jamás tuvo lugar. AdemásAlemania dejó gran parte de susefectivos concentrados en el este. Enefecto, por increíble que parezca, en1918 Alemania se adentró hacia el estemás que nunca.

Hoy casi se ha olvidado estafantástica incursión oriental deAlemania en 1918, ni siquiera los librosde historia la mencionan; pero eso fue loque malogró definitivamente la últimaoportunidad que tuvo Alemania en laPrimera Guerra Mundial. Con esaincursión Alemania echó a perder todaslas ganancias que le había traído la baza

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de Lenin. Lo único que quedó, lo quequeda, fue la ganancia de Lenin.

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BREST-LITOVSK OLA ULTIMA

OPORTUNIDADDESAPROVECHADAEn uno de los párrafos más importantesde su obra sobre la Primera GuerraMundial, Churchill afirma que ladecisión germana de acometer laofensiva por el oeste en la primavera de1918 fue el error que selló la derrota deAlemania. Churchill escribe al respecto:

«La derrota total de Alemania sedebió a tres fallos capitales: la decisión,

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tomada en 1914, de atravesar Bélgicasin tener en cuenta que eso obligaría aInglaterra a intervenir; la decisión,tomada en 1917, de comenzar una guerrasubmarina ilimitada sin tener en cuentaque eso forzaría la intervención deEstados Unidos y, en tercer lugar, ladecisión, tomada en 1918, de servirsede las fuerzas liberadas en Rusia paraefectuar el último gran ataque enFrancia. De no ser por el primer fallo,los alemanes habrían vencido sinesfuerzo a franceses y rusos en el plazode un año; de no ser por el segundo, en1917 habrían estado en disposición delograr una paz satisfactoria; de no ser

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por el tercero, habrían levantado contralos aliados un frente inexpugnable juntoal Maas o al Rin e incluso podrían habernegociado unas condiciones para ponerfin a aquella matanza que estuviesen a laaltura de su ego».

No seré yo quien contradiga a laligera a un gran maestro de lahistoriografía bélica como es Churchill,y menos en su terreno. Al menos sus dosprimeras hipótesis dan de lleno en elblanco, pero la tercera se antoja cuantomenos dudosa, si no hasta incorrecta. Loque Churchill subestima en este caso esel factor tiempo y el factor cansancio.Puede que al cabo de 40 kilómetros un

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corredor de maratón tenga todavíafuerzas para un tremendo sprint final,pero no para un segundo maratón.

Esta era la situación de Alemania enla primavera de 1914. Aún podíapermitirse un último y tremendo esfuerzopara forzar un final victorioso en elúltimo segundo, antes de que llegasenlos estadounidenses, pero lo que ya notenía era la fuerza suficiente para, unavez más y puede que durante años,seguir aguantando infinitas batallasdefensivas con gran inversión dematerial contra los estadounidenses, aúnfrescos, ni contra los ingleses y losfranceses.

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Tampoco es posible en modo algunoafirmar con rotundidad que en laprimavera de 1918, una vez neutralizadoel frente oriental, no fuese a surgir otraoportunidad de lograr una victoriarápida y decisiva en el oeste. Es ciertoque no era nada seguro, sino tan sólo unaoportunidad, oportunidad que sóloestuvo vigente durante un breve periodoque abarcó unos pocos meses de laprimavera de 1918; ya en verano losrefuerzos estadounidenses se habríanvuelto tan numerosos que, sumados a losaliados, les hacían imbatibles. Pero locierto es que durante ese breve lapso,antes de que llegaran los

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estadounidenses en masa, esaoportunidad efectivamente existió.

El fallo que cometió Alemania en elinvierno de 1917-1918 y la primaverade 1918 no fue arriesgarlo todo a esaoportunidad, sino no hacerlo. Sirealmente se hubiese queridoaprovechar aquella posibilidadinesperada, surgida una vez más en elúltimo instante, de lograr una victoriamilitar en el oeste (una posibilidaddesesperada, escasa, y terriblementeefímera), Alemania debería habervolcado todo, absolutamente todo lo quetenía en ese momento en el frente oeste.El más mínimo ahorro y la más mínima

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fragmentación de efectivos en esepreciso instante eran totalmenteabsurdos, puesto que aquellaoportunidad podía no volver apresentarse jamás, y el esfuerzo que sepodía desplegar esa última vez tampocoiba a poder repetirse. Que los alemanesaún se permitieran distracciones; quedividiesen los efectivos para perseguirotras metas; que, guiados por surapacidad y su sed de conquista, sóloaprovechasen a medias el haberselibrado de una guerra de dos frentes,posibilidad que les había caído delcielo, era algo imperdonable que loshacía merecedores del castigo que ellos

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mismos se buscaron. Alemania cometióeste fallo imperdonable en el inviernode 1917-1918 y en la primaverasiguiente.

Los hechos están a la vista y puedenresumirse en pocas palabras. El destinode la ofensiva occidental alemana sedecidió en un plazo de 40 días, entre el21 de marzo y el 30 de abril de 1918. Eneste periodo y mediante dos tremendosataques, los alemanes trataron deseparar a los ingleses de los francesesprimero y de devolver a aquéllos a suisla después, justo lo mismo quelograrían 22 años más tarde, en mayo de1940. De haberlo logrado también en

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1918, lo más probable habría sido que,a continuación, al igual que hicieron en1940, hubiesen dejado a Francia fuerade combate y despojado a losestadounidenses de su base para avanzarpor Europa. (Lo que no se puede afirmara ciencia cierta es si, tal y como ocurrióen 1944 en la Segunda Guerra Mundial,unos años más tarde los estadounidensesy los ingleses habrían vuelto a arribar alcontinente europeo).

En 1918 ni siquiera se logró lo de1940, si bien al fin y al cabo no faltómucho. En dos ocasiones, el 26 demarzo a las puertas de Amiens y el 10de abril a las puertas de Hazebrouck, los

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ingleses estuvieron «entre la espada y lapared»; apenas unos kilómetrosseparaban a los alemanes de sucorrespondiente objetivo estratégico. Enaquellos dos días ambos contendienteshabían recurrido a sus últimas reservasdisponibles. El comandante en jefebritánico, mariscal de campo Haig,afirmaría más adelante que mediadocena más de divisiones alemanaspodría haber supuesto la diferencia entreuna victoria o una derrota estratégicas.

Si se hubiera querido, se habríadispuesto de esa media docena dedivisiones que faltaba. No seis, sino 50divisiones alemanas, aunque se trataba

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principalmente de las promociones másantiguas, estuvieron emplazadas en eleste durante aquellos 40 días decisivos.No es que estuviesen allí de brazoscruzados. Justo en esos 40 días dos deellas intervinieron decisivamente en laguerra civil finlandesa. No menos de 30de aquellas divisiones, también en eltranscurso de esos 40 días, conquistaronUcrania, la cuenca del Donetz y Crimea.El 8 de mayo las tropas alemanasocuparon la ciudad de Rostov del Don.Justo ocho días antes, en las colinasflamencas, entre Kemmel yScherpenberg, Alemania habíadesaprovechado definitivamente su

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última oportunidad de ganar la guerra.¡De qué servía entonces la conquista deRostov del Don!

En 1917 había 141 divisionesalemanas emplazadas en el oeste y 99alemanas y 40 austríacas en el este. Esdecir, que en marzo de 1918, cuandorealmente se necesitaron, podía haberhabido en el oeste un máximo de 240divisiones alemanas y tal vez incluso 20ó 30 más austríacas, pero lo cierto esque el 21 de marzo de 1918, en el estesólo hubo 190 divisiones alemanas ycuatro austríacas. Más de 50 divisionesalemanas, esto es, más de un millón dehombres, estaban, o mejor dicho:

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avanzaban todavía hacia el este.En el invierno de 1917-1918 sólo se

trasladó al oeste una escasa mitad de lastropas alemanas que en el este resultabaprescindible. Más adelante, haciafinales de verano y principios del otoño,cuando Alemania ya no luchaba poralcanzar la victoria en el oeste, sinosólo por retrasar la derrota, se decidiódesplazar poco a poco también la otramitad a excepción de seis divisiones quepermanecieron en el este hasta el finalde la guerra y mucho después. Peroentonces fue demasiado tarde.

¿Por qué ocurrió esto? ¿Por qué serenunció a medias a la ventaja de

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liberarse del frente oriental y sólo seaprovechó a medias la oportunidaddecisiva de lograr en el último momentouna victoria militar en el frenteoccidental? La respuesta resulta tanobvia como el hecho en sí y es lasiguiente: porque los alemanes nopudieron resistir la tentación deconstruir un gran imperio oriental a sumedida en aquel momento de debilidadrusa. Es duro decirlo, pero es cierto: laAlemania imperial de 1918desaprovechó la última oportunidad deganar la guerra a causa de suirrefrenable rapacidad y sed deconquista. Y la Historia en cierto modo

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ha hecho justicia en tanto en cuanto conesa decisión Alemania también malogrósu condición política.

Lo único que queda por relatar es eldrama de Brest-Litovsk y el drama, aúnmás fantástico, de la Ostpolitik alemanapracticada tras el Tratado de Brest-Litovsk. Son dos capítulos de la historiaolvidados; olvidados, perotremendamente fascinantes comoejemplo de una ceguera y arroganciatrágicas cuyo castigo no se hizo esperar,pero también por otra razón, ya que en1918 se vislumbraron por el este, almenos en dos ocasiones, sendasposibilidades que harían historia en el

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futuro transcurso del siglo XX: enfebrero, la formación de los frentes de laSegunda Guerra Mundial; en julio yagosto, los de la Guerra Fría de los añoscincuenta.

La paz que Alemania impusomediante el Tratado de Brest-Litovsk auna Rusia bolchevizada, ni siquieravencida militarmente, fue una paz desometimiento y mutilación que resultahasta indulgente comparada con la pazde Versalles que Alemania se veríaobligada a firmar un año más tarde.Rusia perdió el 26 por ciento delterritorio que poseía antes de la guerra,el 27 por ciento de la superficie

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cultivada, el 26 por ciento de su redferroviaria, el 33 por ciento de laindustria ligera, el 73 por ciento de laindustria pesada y el 75 por ciento delas minas de carbón. Se le cortó elacceso a ambos mares, el Báltico y elmar Negro, y no sólo perdió Finlandia,las provincias bálticas y la Poloniasoviética, zonas que al fin y al cabo noestaban habitadas por rusos, sinotambién Ucrania, que era y es tan rusacomo Baviera era y es alemana. Fue unapaz que a cualquier patriota ruso,bolchevique o no, debió llenar dedesesperación; una paz que no podíamás que avivar al máximo la voluntad

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probélica de las naciones occidentalesaún invictas (y sobre todo la de unpresidente estadounidense idealista, conun sentido de la moral muy acusado) yuna paz que, incluso en Alemania y almenos entre los obreros, despertabareservas y algo así como malaconciencia. Pero sobre todo se tratabade una paz que, una vez firmada, debíaimponerse en gran medida por la víamilitar. Con el Tratado de Brest-LitovskAlemania perdió la oportunidad deliberar realmente y de una vez por todasa sus efectivos militares del frenteoriental.

Al menos por esta última razón la

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paz de Brest-Litovsk debería haber sidomuy reñida también en Alemania. En unpaís que practicase una política realistay estuviese en la situación de Alemaniaen 1918 tendría que haber habidopersonas responsables que exigiesen unapaz oriental moderada y asequible parael adversario, puesto que ésa era laúnica forma de que Alemania liberasetodos sus efectivos para poder disponerde ellos en el oeste.

Pero estas personas no existieron.Sólo los obreros de Berlín y otrasgrandes ciudades se declararon enhuelga durante una semana a finales deenero para protestar ante lo que

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consideraban una prolongacióninnecesaria de la guerra, motivada porun mero afán de conquista; fue unahuelga que hizo todo el honor a suobjetivo político, pero los obreros notuvieron ningún líder. Los dirigentessocialdemócratas se encargaron de quela huelga fracasara rápidamente y, seissemanas más tarde, en la votación delReichstag para ratificar el Tratado deBrest-Litovsk, se abstuvieron.

Por lo tanto, el drama de Brest-Litovsk no tuvo lugar en Berlín nitampoco en la propia Brest-Litovsk —donde sólo se celebraron presuntasnegociaciones y se pronunciaron

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discursos de cara a la galería—, sino enel politburó de Petrogrado. Una vezenfrentados a la monstruosidad de lascondiciones de paz alemanas, el partidobolchevique y el gobierno se dividieronrespecto a la cuestión de «la guerra o lapaz».

Lenin estaba firmemente decidido aaceptar la paz, fuese cual fuere. Trotskiera partidario de no proclamar «laguerra ni la paz» para así ganar tiempo,promover la agitación y apostar por unarevolución alemana. Un tercer grupodentro del politburó, encabezado porBujarin, prefería reanudar la guerracontra Alemania. La solución fue

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incierta hasta el último momento.Finalmente, en la votación decisiva quetuvo lugar en el politburó, Lenin ganósólo por siete votos a seis después deque el voto de Trotski, que sería el queinclinaría la balanza, estuviese en el airehasta el último momento. Merece lapena pensar por un instante qué habríasucedido si Trotski al final no hubiesedado su voto a Lenin, sino a Bujarin.

Lenin habría sido depuesto yprobablemente liquidado. A partir deentonces habría estado tan proscrito enla leyenda comunista como lo está hoyTrotski. Bajo un gobierno de Trotski yBujarin la Rusia bolchevique habría

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reanudado la guerra contra Alemania.No puede decirse que estuviese

totalmente incapacitada para ello. Bienes verdad que en febrero de 1918 lastrincheras del frente ruso estaban casivacías; los soldados rusos procedentesdel campesinado habían regresado acasa para no perderse el gran reparto detierras. En un primer momento no habríasido posible detener un profundo avancealemán hacia el interior de Rusia,aunque éste tuvo lugar de todos modos.

Por otra parte, Rusia nunca habíasido vencida militarmente del todo y lacapacidad humana y de combate del paísen modo alguno estaba agotada; es más,

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era suficiente como para librar durasguerras civiles y de intervención durantelos próximos dos años. Si hubiesereanudado el conflicto con Alemania, esprobable que Rusia se hubiese ahorradoestas otras guerras, pues losparticipantes en la guerra civil nohabrían combatido entre sí, sino codo acodo contra el enemigo extranjero.Asimismo, las tropas de intervenciónbritánicas, francesas, estadounidenses yjaponesas que en 1918 fueron arribandopoco a poco a las costas soviéticas nohabrían entrado en acción comoenemigos, sino como aliados de la Rusiabolchevique, puesto que para las

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potencias de la Entente no se trataba dedefender una ideología, sino de una solacosa: instaurar un gobierno soviéticoque regresara al campo de batalla. Si elgobierno bolchevique hubiese estadodispuesto a eso, la Entente habríapasado por alto las diferenciasideológicas al igual que haría másadelante, en la Segunda Guerra Mundial.

De hecho en enero o febrero de1918, mientras en Petrogrado se discutíasobre la guerra o la paz hubo unmomento en el que la coalición de 1941estuvo casi lista para llamar a laspuertas de la Historia. Con la posiblevictoria de Bujarin sobre Lenin esto

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habría sido una realidad. En esemomento los alemanes no fueronconscientes (ni lo son tampoco hoy) deque en febrero de 1918 se escaparon porlos pelos.

El razonamiento de Lenin durante lacrisis de Brest-Litovsk es más difícil deentender que el de sus adversarios. Noes posible tomarse en serio suargumento oficial de que la Rusiabolchevique necesitaba un «respiro».Tal respiro no se le concedería enningún caso, y Lenin era losuficientemente realista como parasaberlo. La guerra civil estaba a lavuelta de la esquina. Sólo cabe suponer

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que Lenin casi la deseaba, que prefiriósuperar tan espeluznante prueba defuerza antes que ver diluirse a su partidobolchevique y al gobierno.

El caso es que también se habríandiluido si hubiese dependido de Bujarin.Lo que no se puede es confraternizarpatrióticamente con el «enemigo de laclase obrera» en casa y pactar en elexterior con un Occidente capitalista,liberal y democrático sin que salpique alpropio partido, sobre todo cuando éstees tan joven, inexperto y maleable comolo era el partido bolchevique ruso de1918. En una guerra patriótica lideradapor los bolcheviques con Estados

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Unidos, Inglaterra y Francia comoaliados el partido bolchevique no sehabría convertido más que en otra alaextrema de una «izquierda» general,nacional e internacional que englobaríaincluso a los liberales burgueses. Yjusto esto era lo que Lenin no deseabaen ningún caso. Para él representaba lamayor atrocidad. En opinión de Lenin, laizquierda no bolchevique, precisamentepor el riesgo de infección que emanaba,era un enemigo mucho más peligrosoque la verdadera derecha y, por esamisma razón, la Entente liberal era unsocio mucho más peligroso que laAlemania imperial, de la que realmente

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no partía ni el más mínimo intento deseducción. Era mucho más preferibleaprovecharse al máximo del interés quemostraba Alemania por la presuntadebilidad del régimen bolchevique enRusia y librar con su ayuda la lucha declases interna y la guerra civil hasta susúltimas consecuencias que perdersepoco a poco a sí mismo en mitad de uncaldo general de reconciliación nacionaly liberal.

Ésta fue probablemente laargumentación personal de Lenin.Sorprendentemente, el devenir de losacontecimientos acabó dándole la razón.Sin embargo, con su política del verano

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de 1918 a Lenin le ocurrió lo mismo queles había sucedido a los alemanes con lasuya el invierno anterior. Sin saberlo,hubo un instante en el que Lenin estuvoal filo del fracaso total, del que se salvópor los pelos. Al igual que en inviernoLenin había estado a punto de perder elcontrol de su partido por la cuestión dela paz, en verano Alemania vivió laamenaza repentina de que la corrienteanticomunista tomase la delantera a laantirrusa-procomunista. Del mismomodo que en el invierno de 1918 huboun instante en el que, de repente, sevislumbró la posible coalición de laSegunda Guerra Mundial, en verano de

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1918 sucedió lo propio con la coaliciónde la Guerra Fría.

Entretanto habían ocurrido muchascosas ciertamente fantásticas. Tras lapaz de Brest-Litovsk los alemaneshabían conquistado o al menos ocupadopartes de Rusia mucho más extensas quejamás antes en plena guerra: Finlandia,Livonia, Estonia, Ucrania, la región delDonets, Crimea, la península delQuersoneso, provisionalmente lasregiones del Don y del Kuban y, parafinalizar, habían llegado hasta elCáucaso y la zona transcaucásica. No sepuede decir que las 50 divisiones quefaltaban en el oeste estuviesen

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desocupadas en Rusia. Habíanderrocado muchos gobiernos, estabanfundando muchos Estados,imponiéndoles normativas económicas,militares y de transporte y poniendo a suservicio dictadores o monarcas (aún el15 de octubre un príncipe de Hesse fueproclamado rey de Finlandia). Estabanaciendo un Imperio alemán oriental deincreíbles proporciones, todo hecho conretazos de Rusia. En el verano de 1918,mientras perdía la guerra en el oeste,Alemania impuso su dominio desde elocéano glacial hasta la frontera persa,desde el Vístula hasta el Don.

La táctica que siguió Alemania en su

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política imperialista, en la que ningúnmomento interfirió la inminente derrota,era un juego a dos bandas. En MoscúAlemania continuó apoyando algobierno bolchevique, tambiéneconómicamente. En las zonasfronterizas rusas, que siguió ampliandocomo parte de su imperio, apoyó a losadversarios de los bolcheviques, encuyo auxilio acudía para luego dejar queellos mismos se neutralizasen ysustituirlos por puras marionetas ogobernadores alemanes.

Esta política tenía su lógica: losalemanes necesitaban la imagenpavorosa de un gobierno bolchevique en

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Moscú para luego, en aquellas regionesque deseaban arrebatar a Rusia, podererigirse en rescatadores ante semejantehorror. Sin embargo, esta políticatambién tenía sus dificultades ycontradicciones internas. De pronto losalemanes se vieron cada vez másenvueltos en la incipiente guerra civilrusa del lado de los «blancos» cuando,en realidad, sólo los necesitaban a losumo en las regiones fronterizas; en laRusia central, por el contrario, seguíannecesitando a los «rojos».

Estas contradicciones culminaron enlos meses de julio y agosto de 1918. Poruna parte el sucesor de Trotski y nuevo

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ministro de Asuntos Exteriores ruso,Chicherin (el mismo que cuatro añosdespués promovería el célebre Tratadode Rapallo), propuso un pacto formalentre la Rusia bolchevique y Alemaniacontra la Entente y la contrarrevoluciónblanca que ésta apoyaba. Por otra parteHelfferich, el nuevo embajador alemánen Moscú (cuyo antecesor había sidoasesinado por los enemigos de losbolcheviques) , difundió un giro radicalde la política alemana: antibolchevismoen todos los frentes, una alianza con lacontrarrevolución blanca, como máximola renuncia a algunas conquistas y conello, de forma tácita, la implantación de

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una política rusa común con la Entente,la cual, justo entonces, acababa dedecidirse por la intervención en favor dela contrarrevolución blanca.

Si se tiene en cuenta que en julio de1918 la derrota alemana en el oeste seanunciaba claramente y que en esemomento lo más importante para losalemanes tenía que ser encontrar puntosen común con la Entente sobre loscuales cimentar más adelante unaposible paz negociada, la propuesta deHelfferich resulta bastante convincentey, por cierto, mucho más maquiavélicade lo que era en realidad, puesto que loque de verdad subyacía a esta propuesta

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era más bien cierto rechazo emocional einstintivo a toda la coaliciónbolchevique. Sin embargo, precisamenteésta tuvo mucha aceptación en Alemaniapor parte de Ludendorff y también porparte del propio emperador. A finalesde julio hubo un momento en el que elgiro de la política alemana hacia elantibolchevismo radical pareció estar ala vuelta de la esquina, y con él laconstelación de la futura Guerra Fría: laalianza alemana con Occidente y con lacontrarrevolución rusa liderando unacruzada antibolchevique.

Pero esta vez tal constelación no seprodujo, sino que se restituyó el viejo

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concepto de colaboración germano-bolchevique. Helfferich fue destituido yen agosto Alemania firmó con Chicherinun tratado adicional al de Brest-Litovskque, si bien rubricaba todas lasconquistas territoriales por parte deAlemania desde Brest-Litovsk, segúninformes secretos del gobiernobolchevique prometía a cambio el apoyode las tropas alemanas para expulsar alos ejércitos de intervención de laEntente (y así influir de forma indirectaen la guerra civil, en la que dichosejércitos ya habían intervenido). De estemodo se reinstauró el pacto utilitaristagermano-bolchevique en el que cada

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parte pretendía aprovecharse y burlarsede la otra, y el régimen bolcheviquesuperó su primera y más grave crisis.

Fueron auténticos dramas,discusiones a prueba de nervios,visiones de futuro, esperanzas y miedosdisparatados; qué tiempos tan terriblespara los pueblos afectados, por ejemplopara los ucranianos, que pasaban demano en mano entre blancos y rojos,entre alemanes y rusos y que, una y otravez, fueron presa de los horriblesengranajes de una guerra civil einternacional. Y que todo aquello seolvidase como arena en el desierto, quese desvaneciese como el humo y, al

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final, se olvidase probablemente conrazón puesto que, al menos en lo querespecta a Alemania, todo se quedó enuna gigantesca travesura heroica, en unenorme alboroto sin precedentes en elque lo único verdaderamente importanteera el despilfarro de las 50 divisionesque faltaban en el oeste…

Todo lo que estas 50 divisiones —que hacia finales del verano fueron cadavez menos, puesto que poco a poco huboque desplazarlas obligatoriamente haciael oeste— lograron con sus fantásticos yenormes avances, sus acciones bélicas ysus cruzadas alejandrinas hacia Orienteen busca de algo exótico ya no tuvo

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validez y podía darse por perdido sientretanto se perdía la guerra en eloeste. Y la guerra allí se perdió porquejusto faltaron esas 50 divisiones; ése fueel sencillísimo cálculo que empezó aasomar ya desde el verano de 1918 yque Alemania se negó a reconocer hastael último momento, en el que ya fuedemasiado tarde.

Al igual que se puede producir unacaída de forma más o menos torpe, unaderrota también se puede gestionarmejor o peor. La gestión de la derrota de1918 fue el último gran fallo deAlemania en la Primera Guerra Mundialy casi el más grave, puesto que

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Alemania cayó de la manera más torpeposible. Ya en plena caída Alemaniacreyó encontrarse en pleno ascensohacia la victoria. No hizo el menorintento por comprender la situación,frenarla y suavizar sus efectos.Alemania se desplomó con todo su pesoy se golpeó de lleno en la cabeza. Elfinal de la guerra tuvo lugar en un estadode cierta inconsciencia repentina.Alemania nunca entendió lo querealmente pasó entonces ni el daño queella misma se infligió en el últimominuto, y más adelante nunca fue capazde recordarlo correctamente. Más tardepermitió que le embaucaran con las más

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absurdas leyendas, incluso aquélla deque el ejército victorioso había sidoapuñalado por la espalda. Alemaniatampoco logró recuperarse jamás deaquella conmoción. Desde el otoño de1918 los alemanes son un pueblopolíticamente trastornado.

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LA VERDADERAPUÑALADA

A finales de abril de 1918, una vezconcluida la batalla de cuarenta días enel frente inglés de Francia y Flandes,había llegado el momento de hacercuentas, de reconocer que la guerraestaba definitivamente perdida y sacarlas conclusiones pertinentes.

Los cálculos eran los siguientes:En marzo de 1918 cada una de las

partes contaba aproximadamente contres millones y medio de soldados en elfrente occidental. El intento de forzar

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una decisión favorable en esascircunstancias había fracasado. Losingleses no fueron expulsados delcontinente, tal y como pretendía elmando del ejército alemán. En lugar dela ansiada irrupción sólo se habíangenerado dos «puntos débiles»estratégicos en el frente alemán: dosprofundas fosas en forma de saco conflancos vulnerables.

Aquello había costado cerca de350.000 hombres, en su mayoría tropasde élite escogidas e irreemplazables.Los ingleses habían perdido algo menos,alrededor de 300.000 hombres, peropodían suplir mejor esta falta porque, en

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conjunto, no estaban tan diezmadoscomo los alemanes (el servicio militarno fue obligatorio en Inglaterra hasta1916). En el verano de 1918 el frentebritánico estaba mejor cubierto que enprimavera; el frente alemán era másdébil. Por lo tanto, las accionesofensivas de marzo y abril de 1918 eranirrepetibles.

Además empezaban a llegar losestadounidenses, a partir de abril delorden de un cuarto de millón al mes;eran unas tropas frescas, sin estrenar,seguras de su victoria, de esas quellevaban años sin pisar los escenariosde guerra europeos. A la larga no se

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avistaba el final de la gran mareaestadounidense. En octubre de 1918había en Francia un millón y medio denorteamericanos. Se estimaba que en laprimavera de 1919 seríanaproximadamente tres millones. Tarde otemprano esta superpotencia, en aumentovertiginoso y constante, acabaría porsofocar cualquier resistencia en el frenteoccidental sobre todo entonces, pues losaliados estaban construyendo ademásuna nueva arma que, por primera vez enla Gran Guerra, supondría un granmejora táctica de la capacidad deataque: el tanque.

A esto hay que añadir que todos los

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aliados de Alemania estaban al límite desus fuerzas y podían caer cualquier día.Esta circunstancia amenazaba con abrirun nuevo frente sur en las fronteras deBaviera, Sajonia y Silesia y no sedisponía de más tropas para cubrirlas.

El 1 de mayo de 1918 Alemaniadisponía de algo más de tres millones dehombres en el frente occidental y cercade un millón en el oriental; eran unosejércitos cansados, extenuados por elcombate e insustituibles, pero aúnestaban invictos, lo cual significaba que,si se administraban con mesura,Alemania dispondría de fuerzasdefensivas para un año

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aproximadamente, con suerte puede quepara año y medio, pero no más, y notenía ninguna capacidad estratégica deataque.

Todos estos datos eran sabidos, elmando militar los conocía con detalle;los dirigentes políticos, al menos agrandes rasgos. No fueron ningunasorpresa.

Las consecuencias se impusieron porla fuerza. Desde el punto de vista militarhabía que ahorrar al máximo en lagestión de las fuerzas defensivas paraseguir teniendo por unos instantescapacidad de combate y, por tanto, deacción; es decir, era necesario un frente

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occidental más reducido y unas fuerzasde reserva para un posible frente sur.Desde el punto de vista político habíaque anticipar por iniciativa propia lasmínimas consecuencias inevitables de laderrota para poder ser aún capaces deevitar las máximas consecuencias; esdecir, había que ceder voluntariamenteal enemigo lo que en cualquier caso yaestuviese perdido para, por así decirlo,saciarlo y debilitar al máximo susmotivos para seguir luchando porconseguir más objetivos.

Dicho en pocas palabras: porrazones tanto militares como políticashabía que retirarse cuanto antes de

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Francia, Bélgica y Luxemburgo y, a serposible, también de Alsacia y Lorena.Sobre indemnizaciones, la cuestión delEste y el desarme podría ofrecerse unanegociación más adelante, una vezreforzada la frontera alemana y con unejército aún invicto a este lado del Rin.Al menos para Inglaterra y Franciahabría sido muy difícil rechazar estaoferta, pues con ella habrían logrado susobjetivos bélicos principales, y su únicaalternativa habría sido volver asacrificar a cientos de miles de jóvenesen una ofensiva sobre suelo alemáncontra un ejército germano aún intacto.Difícilmente lo habrían hecho a cambio

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de la unificación de Polonia a costa dePrusia o a cambio de una cruzadaantimonárquica en la línea delpresidente Wilson. Por lo demás en talcaso el ejército alemán, aún invicto,habría estado en un frente ni siquiera lamitad de largo que el frente occidentalfranco-belga de mayo de 1918; de estamanera incluso se habrían liberadoreservas para defender el sur deAlemania si hubiese sido necesario.

No es posible demostrar que de estemodo se hubiese alcanzadoefectivamente una paz negociadarentable. El «hubiese» y el «fuera»nunca se pueden demostrar, pero sí es

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evidente que se trataba de la únicaoportunidad que quedaba a principiosdel verano de 1918. Además, el tiempoapremiaba: la maniobra de retiradanecesaria no era menos difícil nicompleja que la preparación de una granofensiva; requería meses más quesemanas y había que aprovechar elnimbo (y la moral) de combate delejército alemán mientras estuvieseintacto, así como la circunstancia de queel enemigo no tuviese aún la sensaciónde que a todos los efectos había ganadoy no necesitaba embarcarse en mayorescontiendas.

También se requería tiempo para dar

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explicaciones al propio pueblo yconvencerle de aquel giro de la políticainterna, tarea ciertamente delicadadespués de llevar tres añospromoviendo un idealismo oficial sinlímites y haciendo propaganda en favorde la paz victoriosa. ¿Cómo abordarsemejante tarea? La desilusión iba a serciertamente dolorosa; la conmoción,grave y el riesgo de que se produjeseuna ola de pánico, seguro. Por otraparte, la verdad es una medicina amarga,pero también fortalecedora y, por logeneral, las personas no caen en unestado de pánico si se les presenta unplan claro y convincente. Es más, en

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1918 renunciar a las conquistas paradedicarse a la pura defensa del paíshabría sido una medida popular entregran parte del pueblo, al menos entre losobreros. A comienzos del verano de1918 casi todos habrían comprendidoque se librase un duro combate finalpara minimizar la derrota y alcanzar unapaz provechosa. (En lugar de eso, enoctubre de 1918 se exigió a losalemanes que siguiesen luchando ypereciendo sin sentido en una guerraque, oficialmente, ya se daba porperdida, cosa que ya no resultócomprensible).

Este fracaso no obedeció a

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reflexiones militares ni de políticainterna, pues jamás tuvieron lugar. Todose debió a un obstáculo puramentepsicológico surgido en propia carne delos responsables que no les honra enabsoluto: la incapacidad interna dereconocer ante sí mismos la realidad yasumir el fracaso de sus propios planes.Era mucho más fácil continuar como sinada hubiera pasado, puesto quetodavía, por así decirlo, no habíapasado nada. Esta reacción recuerda a laanécdota de aquel que está reparando eltejado de un rascacielos, se cae y, amitad del descenso, grita a sucompañero: «¡Hasta el momento me va

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de maravilla!».La derrota alemana de 1918 se

produjo en tres fases claramentediferenciadas. La primera transcurriódesde finales de abril hasta mediados dejunio. En este periodo ni el enemigo nila gran masa del pueblo alemán sabíanque había llegado el final y losdirigentes alemanes, que podían ydebían haberlo sabido, prefirieronengañarse a sí mismos. Esta fue la fasede las omisiones imperdonables.

La segunda fase, desde mediados dejulio hasta finales de septiembre, fue laépoca de las derrotas militares alemanasy de las retiradas forzosas del frente

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occidental y, al mismo tiempo, elperiodo en el que las alianzas alemanascomenzaron a derrumbarse. Fueentonces cuando tanto los aliados comoel pueblo alemán empezaron a intuir lasituación, y tanto el mando del Ejércitocomo el del Imperio tuvieron quereconocer que la guerra estaba perdida ydebía terminar, solo que no sacaronconclusiones prácticas de semejantedescubrimiento; más bien al contrario,siguieron empeñados en mantenerBélgica y un pedazo del norte de Franciacomo «prenda».

La última fase comenzó el 29 deseptiembre cuando, de repente, el mando

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del Ejército obligó al Gobierno imperialvía ultimátum a pedir al presidentenorteamericano públicamente y sinpreparación previa que mediase parafirmar un alto el fuego. Fue entoncescuando todos lo supieron todo, tanto laspotencias de la Entente como el puebloalemán. Así, ya no hubo ninguna basepara la disposición negociadora de lasunas ni para la disposición combativadel otro. Desde ese mismo instante laderrota se convirtió en algoincontrolable, inabarcable.

En este triste proceso se cometierondos pecados capitales: el primeroresidió en el abominable

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desaprovechamiento de los 75 días quetranscurrieron entre principios de mayoy mediados de julio, periodo en el queAlemania aún habría dispuesto de unmargen de actuación; el segundo, ladecisión tomada el 29 de septiembre depedir públicamente un alto el fuego sinningún tipo de preparación política,militar ni psicológica, una decisión queabrió todas las compuertas de golpe ydejó paso a la riada. En ambasocasiones el culpable activo fue elgeneral Ludendorff, que por entoncesdirigía Alemania desde su gran cuartelgeneral como si fuese un dictador. Perotambién fueron culpables por

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asentimiento y omisión la direcciónpolítica del Imperio, así como toda laAlemania oficial.

Ludendorff era omnipotente en elámbito militar desde agosto de 1916;tras la caída del canciller BethmannHollweg en julio de 1917 también lo fueen la esfera política. Los dos sucesoresde Bethmann, Michaelis y el condeHertling, no quisieron considerarse másque meros auxiliares políticos deLudendorff en el frente interno. Encontra de su deber constitucional, ambostraspasaron a Ludendorff todo el poderde decisión sobre la política bélica y laestrategia militar a partes iguales.

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Sin embargo, Ludendorff resultó serun buen general y un mal político. Hastala primavera de 1918 —tal y como haobservado perspicazmente el historiadorArthur Rosenberg— su tragediapersonal consistió en que el generalLudendorff no fue capaz de obtener lapaz victoriosa que el políticoLudendorff demandaba. Los fallosmonumentales consistentes en la guerrasubmarina sin cuartel, el pacto con Leniny la orgiástica conquista oriental deBrest-Litovsk los cometió el políticoLudendorff; mientras el generalLudendorff llevó a cabo en su propioterreno un trabajo militar de calidad

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intachable con el que, lógicamente, no sepodía alcanzar la victoria. Sin embargo,a comienzos del verano de 1918, el malpolítico Ludendorff también logrórebasar al buen general Ludendorff en elque fuera el terreno más propio de éste.Los planes estratégicos diseñados parael verano de 1918 e improvisados trasel fracaso del gran golpe decisivo contrael frente inglés eran un desastre inclusodesde el punto de vista militar.

Asimismo, una vez fracasada laofensiva de marzo y abril, paracualquiera con un mínimo de sentidocomún militar estaba claro que lo únicoque podía garantizar ya éxitos tácticos

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era la acción defensiva y que, además,ésta sólo sería posible por un tiempolimitado y en un frente radicalmentemenor. Desde el punto de vistaestratégico las demás ofensivas ya notenían sentido alguno, sino que, en elmejor de los casos, de lograr un éxitotáctico no se conseguiría más que crearen el frente alemán otros puntos débilesestratégicos en forma de huecos conflancos en peligro. Incluso lasprobabilidades de éxito táctico teníanque disminuir en función del aumento dela superioridad aliada. Por esta razóntales ofensivas resultaron entonces,también desde un punto de vista

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puramente militar, un desperdicioingenuo e irresponsable de tiempo y defuerzas, dos elementos que se habíanvuelto valiosos e insustituibles.

A pesar de todo, Ludendorffacometió dos de esas ofensivasinjustificables desde el punto de vistaestratégico de las cuales la primera, quetuvo lugar de finales de mayo aprincipios de junio, supuso al menos unéxito táctico mientras que la segunda, amediados de julio, fue un fracasotambién táctico. Una tercera ofensivaprevista para mediados de agosto ya nose produjo. En su lugar comenzaron lascontraofensivas: a mediados de julio la

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francesa, a comienzos de agosto lainglesa y a principios de septiembre laestadounidense y, a partir de entonces,se siguió luchando sin pausa, perotambién sin objetivo en todo el frenteoccidental, donde se sufrieron continuasy graves pérdidas.

En la campaña occidental de 1918 elejército alemán perdió en total cerca deun millón y medio de hombres entremuertos, heridos, desaparecidos ypresos; alrededor de 800.000 de marzoa julio y cerca de 700.000 de agosto anoviembre. Estas terribles bajas ya nose pudieron cubrir por completo,tampoco con las tropas venidas desde el

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este, que llegaban tarde y concuentagotas. Entre julio y noviembre sedisolvieron 22 divisiones alemanas paracompletar otras, pero aun así al final dela guerra la capacidad de muchas de lasdivisiones alemanas no superaba la deun regimiento. Lo que convierte estetremendo derramamiento de sangre, elmás grave de toda la guerra, en unaacusación tan implacable contra elmando del ejército alemán es que éste sehabía resignado a que se produjeradesde mayo sin la más mínima lógicaestratégica, es decir, a cambio de nada.

No es fácil adentrarse en elrazonamiento de Ludendorff durante este

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periodo. En años anteriores habíademostrado ser un general demasiadobueno como para creerle capaz de tantremenda falta de juicio militar duranteel verano de 1918. Al mismo tiempo,jamás se mostró tan infalible y seguro dela victoria como entonces.

Cuando el 25 de junio el secretariode Estado de Asuntos Exteriores, VonKühlmann, señaló en el Reichstag consuma cautela que tal vez había llegado elmomento de complementar la gestiónmilitar del conflicto con una accióndiplomática, se ganó su descabellopolítico, cosa que se produjo deinmediato.

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Cuando el príncipe heredero, nadamás lejos de un carácter derrotista,acudió preocupado a Ludendorff el 7 dejulio para convencerle de que habíallegado el momento de alcanzar unacuerdo con el adversario, aquél lorechazó de forma casi irreverente: loúnico aceptable era una paz victoriosa.

Cuando Von Hintze, el sucesor deKühlmann, preguntó poco después aLudendorff en privado si la inminenteofensiva del 15 de julio podía garantizarla victoria militar definitiva, éste selimitó a responder «Sí», unacontestación tanto menos comprensiblecuanto que el propio Ludendorff sólo

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concebía esa ofensiva como unaartimaña para pasar a la siguiente. No sepuede evitar la impresión de que ya enesa época Ludendorff sufría un trastornomental.

Este trastorno —comprensible trascuatro años de trabajo excesivo eininterrumpido y de una tremendatensión nerviosa— tomó dos formas:primero una resistencia desmesurada areconocer los hechos; después, cuandoéstos eran ya innegables, unadeterminación igualmente desmesuradade encontrar chivos expiatorios.Después del 8 de agosto, fecha delglorioso comienzo de la ofensiva

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británica que él mismo denominó «undía negro para el ejército alemán»,Ludendorff acusó a las tropas de nobrindarle ya la base firme que requeríasu estrategia. Más adelante ocurrió locontrario: era la patria la que «habíaapuñalado por la espalda al ejércitovictorioso».

El comportamiento de Ludendorff enese periodo fue contradictorio. Trasdecidir el 8 de agosto «poner fin a laguerra», en el consejo de ministrospresidido por el emperador el 14 deagosto Ludendorff abogó por esperaruna situación más favorable. El 29 deseptiembre exigió de repente una

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solicitud de alto el fuego en un plazo de48 horas, pero es que el 26 de octubre,en circunstancias ya realmentedesesperadas, se empeñó de pronto enseguir luchando, y cuando le dieron aentender que eso ya era imposiblepresentó su dimisión. Después huyó aSuecia, desde donde regresó másadelante, cuando ya no hubo moros en lacosta, para culpar de la derrota alemanaa una conjura mundial judeo-masónica yparticipar en distintos golpes de Estadocontra la Constitución y el gobierno.

Es inevitable mencionar unos datospersonales tan vergonzosos porque en elverano de 1918 Ludendorff resultó ser el

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hombre en cuyas manos se habíadepositado el destino de Alemania ycuya voluntad fue ley suprema hasta suhuida. (Es curioso que en las crisis delsiglo XX los alemanes siempre hayanconfiado ciegamente en una persona y lehayan otorgado el poder generalabsoluto, como ha ocurrido en un totalde cuatro ocasiones, y que de esoscuatro hombres, dos de ellos padeciesenun trastorno mental obvio y los otros dosclaramente chocheasen). Los actos de laAlemania de aquella época fueron losactos de Ludendorff.

Claro que eso no es disculpa paraaquellos cuya obligación habría sido

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gobernar y que, en lugar de hacerlo,dejaron el gobierno en manos deLudendorff, es más, casi le obligaron aasumirlo; y tampoco sirve de excusapara aquellos —un gran sector delpueblo, la mayor parte de la burguesía ycasi la totalidad de la opinión pública—a los que les pareció bien. Tambiénéstos son responsables de que en elverano de 1918 el cambio no seprodujese a tiempo, de que el ejércitoalemán se desangrase sin un objetivoestratégico y de que luego, de repente —tal vez incluso demasiado pronto— lainepcia bélica alemana se pregonara portodo el mundo.

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Una vez ocurrido esto a principiosde octubre según las órdenes deLudendorff, ya no hubo manera de parar.Con su propuesta de alto el fuegoAlemania había aceptado los «14puntos» de Wilson que databan de enerode 1918, es decir, no sólo la retirada detodos los territorios ocupados en eloeste y en el este, así como la pérdidade Alsacia y Lorena, sino ya de paso lacesión de la Polonia prusiana y elpasillo polaco y la firma de uncompromiso general de indemnización.Todo esto iba incluido en los 14 puntosde Wilson, de modo que su aceptaciónsupuso ya entonces una declaración

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prácticamente incondicional de laderrota. En el posterior intercambio denotas que se alargó hasta finales deoctubre Alemania tuvo que irresignándose poco a poco a que el altoel fuego debía ofrecer «una garantíaabsoluta del mantenimiento de lasuperioridad aliada», que la guerrasubmarina debía suspenderse antes delalto el fuego y que debía indemnizar«todos los daños infligidos por laagresión alemana a la población civilaliada, así como a sus bienes»; era portanto una capitulación a plazos. Seexigió incluso la destitución delemperador, medida que nadie rechazó

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explícitamente. No podía resultar másobvio que, en ese momento, Alemaniaestuvo dispuesta a aceptar el alto elfuego prácticamente a cualquier precio.

Cabe discutir sobre si estadisposición era realmente necesariabajo las circunstancias del 29 deseptiembre. Hay motivos para creer queel pánico pesimista que cundió ese díaera tan equivocado como el optimismoilusorio de principios de verano; que enese momento aún habría sido posibleaguantar hasta el invierno y aprovechartal vez la interrupción forzosa de loscombates para entablar negociaciones,si bien en condiciones mucho peores que

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las de comienzos del verano. Sinembargo, después del 29 de septiembreesta posibilidad se esfumó.

Una vez dado por perdido el juegopúblicamente, ya no había nada quesalvar. Tras la solicitud de alto el fuegola disposición y la capacidad decombate alemanas se derrumbaronrápidamente, pues ¿quién desea morir enel último minuto en una guerra queoficialmente se ha dado por perdida?Cuando a finales de octubre el alto elfuego aún se hacía esperar, se produjoen Wilhelmshaven el célebre motín de laMarina contra una orden de salida,revuelta que luego se extendió a Kiel,

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desde donde se instigaron accionesrevolucionarias en toda Alemania.

Aquello ya no tuvo nada que ver conla derrota ni con la capitulación. Cuandoel 30 de octubre se apagó el fuego de lascalderas de los buques Thüringen yHelgoland, el último y más duro puntodel plan Wilson ya había sido aceptado,y mientras el 9 de noviembre en BerlínScheidemann desde la sede delReichstag y Liebknecht desde el balcónde palacio rivalizaban por proclamar laRepública, la delegación alemana quehabía de firmar las severas condicionesdel alto el fuego ya estaba en camino. Eldocumento, listo para su firma, les

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estaba esperando.Más adelante se culparía de la

derrota y de la capitulación a la«revolución de noviembre» (cabe dudarde si mereció esta denominación) y elentonces cabo Hitler, quien creyórealmente en esta relación decausalidad, orientó su posterior políticade invierno y primavera de 1945 haciael objetivo de que aquel noviembre de1918 no se repitiese jamás, con lasconsecuencias que hoy todosconocemos. Lo cierto es que losdisturbios de noviembre fuerontotalmente irrelevantes para la derrotaalemana en la Primera Guerra Mundial.

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Dichos disturbios fueron suconsecuencia, no el motivo, y tampococontribuyeron lo más mínimo aempeorar las demás consecuencias de laderrota. Más bien al contrario, se podríaespecular sobre si el éxito en Alemaniade una revolución bolchevique según elmodelo ruso habría impedido talesconsecuencias o si tal vez las habríatransformado; pero al menos sí quehabría introducido un elementoradicalmente novedoso y habría dado alos acontecimientos un giro nuevo eimprevisible. Lo que ocurre es que enAlemania no se dieron las condicionespara eso.

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En su lugar la «revolución denoviembre» facilitó un proceso yainiciado antes que supuso el peor puntoculminante de la historia de la derrotaalemana: la desaparición silenciosa delos responsables y la evaporación de suresponsabilidad. Desde el 29 deseptiembre hasta el 11 de noviembre de1918 Alemania y su derrota digamos quecambiaron continuamente de propietario,la responsabilidad pasaba de uno a otro.Nadie reconocía haber tenido algo quever. La Alemania imperial y susdirigentes actuaron como un ladrón que,en plena huida, deposita el objetorobado estratégicamente en el bolsillo

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de un viandante.Cuando el 29 de septiembre

Ludendorff requirió la presencia en elcuartel general del secretario de EstadoVon Hintze para comunicarle que sólopodía garantizar la resistencia del frentepor espacio de 48 horas y que en dichoplazo necesitaba una solicitud de alto elfuego, es cierto que Von Hintze se quedó«consternado», pero no precisó deasesoramiento alguno, sino que afirmóque, en tal caso, la solicitud de alto elfuego debía emanar de un gobiernoparlamentario constituido al efecto y queél ya había previsto. Ni una sola palabrasobre el hecho de que él mismo (o

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incluso Ludendorff) fuese a ensuciarselas manos.

Lo mismo ocurrió más adelante conel canciller del Reich, el conde Hertling,quien no se opuso a las pretensiones deLudendorff, pero tampoco estuvodispuesto a asumir la responsabilidad.Hertling «exigió y obtuvo sudestitución», así de simple.

En su lugar y bajo el mandato delpríncipe Maximiliano de Baden —unliberal hasta entonces crítico con lapolítica bélica— se constituyó ungobierno compuesto porsocialdemócratas, liberales y católicos,ambos de izquierda, es decir, por

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personas a quienes durante la guerra nose les había permitido asumir ningunaresponsabilidad; pero entonces sí quepudieron asumir la derrota y lacapitulación. Además, al nuevo gobiernose le inculcó a sangre y fuego que debíadejar al alto mando del ejércitototalmente al margen: nadie debía saberque la solicitud de alto el fuego habíapartido de un requerimiento suyo. Losobedientes políticos socialdemócratas yburgueses de izquierdas aceptaron cualprobos patriotas ingenuos y leales«meterse en la boca del lobo», inclusose sintieron en parte halagados de quepor fin les permitiesen gobernar. A

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ninguno de ellos se le ocurrió pensarque se dirigían hacia una trampa.

Cinco semanas más tarde, en elúltimo momento antes de la duracolisión contra el asfalto, tambiéndesaparecieron en silencio y sin dejarrastro el emperador, los príncipesregionales, el nuevo canciller y losministros burgueses. Sólo quedaron lossocialdemócratas, «enemigos del Reich»antes de 1914 y «aguafiestas» después;entonces se les dejó solos con la derrotaen la mano, ya verían ellos cómoarreglárselas.

Sin embargo, aquél no fue aún elpunto culminante. Tan sólo un año más

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tarde volvieron a presentarse los que enoctubre y noviembre de 1914 habíanhuido tan miserablemente de suresponsabilidad, y lo hicieron encalidad de acusadores. Lossocialdemócratas a quienes ellos habíancargado con la responsabilidad de laderrota se convirtieron entonces en los«criminales de noviembre» que habían«apuñalado por la espalda al frentevictorioso» y provocado la derrota, esmás, la habían deseado. Una gran partedel pueblo, despojado a la fuerza de lossueños de hegemonía mundial y de lasilusiones de victoria alimentadasdurante años, confuso y perturbado ante

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tan súbita caída, sin ser consciente de loque le estaba ocurriendo absorbió aquelveneno con avidez.

Es un veneno que perdura hasta hoyy sigue haciendo efecto. Una derrotamilitar se puede resistir e inclusosuperar; con frecuencia, mediante lareflexión y el entendimiento, hasta seconvierte en una fuente de energía; perolo que no se puede superar es elautoenvenenamiento de un pueblo através de un autoengaño político de porvida. Esto es lo que les ocurrió a losalemanes después de 1918 y lo quemarcó el devenir de su historia. Elhecho de que entonces se les ocultara

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una verdad reparadora; que jamásaprendiesen a enfrentarse directamente alos hechos de la Primera GuerraMundial; que los culpables de la guerray de la derrota, tras rehuir su propiaresponsabilidad, dividieran además alpueblo alemán y lo volvieran contra símismo, todo eso fue una infamia de laque sólo podía surgir una tremendadesgracia, tal y como ocurrió. En esoconsistió la verdadera puñalada.

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ENTONCES Y HOY

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EPÍLOGO (1964)La República Federal de Alemania noes el Imperio alemán y la Guerra Fría noes la Primera Guerra Mundial. Unacomparación detallada de ambosfenómenos no llevaría muy lejos, puestoque la Historia nunca vuelve ainterpretar igual la misma partitura.

Sin embargo, a la Historia leencantan las variaciones sobre el mismotema. Sí, en algo se asemeja a esemaestro de escuela anticuado y toscoque, cuaderno en mano con un problemamal resuelto, regaña al alumno diciendo:«A repetir todo desde el principio»,

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hasta que el pobre alumno por fin se dacuenta de su error y logra plantearcorrectamente el problema.

Como no quisieron entender quéhabían hecho mal, los alemanes ya enuna ocasión tuvieron que repetir latragedia de la Primera Guerra Mundialen una de sus variantes: bajo el mandatode Hitler en la Segunda Guerra Mundial.La Segunda Guerra Mundial no fue enmodo alguno una repetición exacta niuna copia de la Primera (tampoco elReich de Hitler fue una copia delImperio alemán); es más, se creyóincluso que, en esa ocasión, «las cosas»se harían mejor y de forma distinta.

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Hitler había estudiadoconcienzudamente y a su manera laPrimera Guerra Mundial y habíaextraído ciertas enseñanzas de sudesafortunado desarrollo. Lo que ocurrees que fueron las enseñanzas incorrectasy, como es sabido, la Alemania deHitler hizo «las cosas» mucho peor quela primera vez, de modo que, al final, sucaída fue tanto más estrepitosa.

La República Federal de Alemania,de nuevo un modelo de Estado algodistinto, de nuevo quiere hacer «lascosas» de forma diferente y mejor pero,una vez más, se vislumbra que loscálculos tampoco van a salir en esta

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ocasión, de modo que la tercera derrota,si bien gracias a Dios hasta el momentoincruenta, despunta ya claramente por elhorizonte.

Es un hecho que tampoco laRepública Federal ha sacado lasenseñanzas correctas de las tragediassufridas por sus antecesores. Tambiénella se ha conformado con querer hacer«las cosas» de forma diferente y mejor,pero no se le ha pasado por la cabezadejar «las cosas» completamente delado y, en su lugar, hacer algo distinto,es decir, practicar una política de paz. Asu manera, la República Federal deAlemania no ha sido menos fiel a los

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pecados capitales cometidos por elImperio alemán en 1914 de lo que lofuera Hitler. No obstante, habrá queconceder que, a diferencia de éste, nolos ha exagerado a posta. La política deHitler fue una simplificacióninsoportable de la política equivocadadel Imperio alemán; la de Adenauer,más bien un refinamiento de la mismapero, en el fondo, ambas son iguales. Ysi a modo de conclusión tratamosbrevemente de llamar por su nombre aLos siete pecados capitales del Imperioalemán (en lugar de limitarnos, comohasta ahora, a contar cómo secometieron), veremos que todos ellos

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(de forma algo distinta) se han vuelto acometer y se siguen cometiendo porparte de la República Federal deAlemania.

El primer pecado capital delImperio alemán, al que sucedieron todoslos demás, fue que Alemania, sin motivoaparente, dejó de sentirse y decomportarse como un Estado satisfecho.Los alemanes de la época guillermina nofueron conscientes de lo bien que les ibay se comportaron como el asno de eserefrán alemán que dice: «Cuando le vademasiado bien, se va a patinar sobrehielo».

¿Qué era lo que le faltaba a aquel

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Imperio alemán del cambio de siglo,expandido a lo ancho de Europa,poderoso, floreciente y próspero? Vistodesde hoy, nada. Puede que en políticainterna precisase alguna reforma, perode puertas para fuera los alemaneshabían alcanzado la situación óptimaque les permitía su demografía y sudisposición geográfica. Tenían todos losmotivos para agradecérselo diariamentea su creador y para cultivar ese statuquo en el que tan cómodamente vivíancomo si de un jardín se tratase. No sóloInglaterra desde Waterloo, sino tambiénel propio Bismarck desde Sedán leshabía mostrado cómo hacerlo.

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En su lugar los alemanes no hicieronmás que poner todo su afán y empeño endestruir ese statu quo que al final lesresultaba casi insoportable. «¡Acabemoscon la estrechez!», rezaba la consigna.El país más rico de Europa era, a su vez,el más insatisfecho; el más fuerte, el másinestable. La Alemania guillerminacambió en su fuero interno esa cita deFausto que dice «Es verdad que ya sémucho, pero quisiera saberlo todo» por«Es verdad que poseo mucho, peroquisiera poseerlo todo». Que con estamáxima sólo lograría aislarse yacorralarse, que se ganó enemigos entodo su entorno y que aquello iba a tener

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un amargo final era algo que un estadistasabio (o una nación sabia) debería haberprevisto. Tras producirse el amargofinal cualquier persona con sentidocomún debería haberlo visto.

Sin embargo, ni siquiera hoy lo vecasi nadie. Es más, la RepúblicaFederal ha plasmado incluso suinsatisfacción y descontento básicos,con todo lo que eso conlleva, en su LeyFundamental. No reconoce sus propiasfronteras ni tampoco las de su Estadogemelo, ni siquiera le reconoce a éstecomo tal; más aún, en sentido estricto nose reconoce ni a sí misma, pues deseaser contemplada como el Imperio

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alemán con las mismas fronteras de1937, y no dará tregua hasta que serestaure ese Imperio con esas fronteras(con las que, en aquel entonces, estabatotalmente insatisfecho). Con aún másresolución que el Imperio alemán de1900, la República Federal apuesta todolo que tiene para ganar aquello de lo quecarece. Así, desdeña de un modo, aúnmás formal y categórico, el statu quo enel que vive y del que se alimenta.

«Es comprensible», se argumentará.Alemania ha retrocedido a escalamundial, es lógico que quiera volver aascender. De acuerdo. Pero ¿ha de serpor los mismos medios que le hicieron

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retroceder?El descontento institucionalizado, la

inquietud, la codicia, un rechazoempecinado de los acontecimientos, unainsistencia peleona en mantenerficciones ingeniosas, las exigenciaseternas, una perpetua intolerancia y elarte de granjearse enemigos y malograrlas amistades no son el mejor caminopara que un país mejore su situación,por mala que sea. Pero la situación de laRepública Federal no es mala enabsoluto. No es tan brillante como la delImperio alemán de 1900, lo cual, trashaber perdido dos guerras mundiales, nodeja de ser normal, pero sí que supera

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todo lo que los alemanes pudieronimaginar en sus sueños más audaceshace 20 años. Los ciudadanos de laRepública de los años sesenta son tanpoco conscientes de lo bien que les vacomo los alemanes del Imperio delcambio de siglo. Hace tiempo quevuelven a ser objeto de una envidiafundada en gran parte del mundo;realmente no deberían permitirse volvera ser, además, una fuente constante deinquietud. Sin embargo, el país más ricode Europa vuelve a ser el másinsatisfecho; el más fuerte, el másinestable, y este país vuelve a llamarseAlemania.

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Es una situación fatídica. Cometer elmismo pecado capital por tercera vezpuede resultar extremadamentepeligroso, tanto más cuanto que unatercera guerra alemana, si es que sederivara de esta situación —cosa que yaocurrió en dos ocasiones a partir de unestado de ánimo semejante—, esta vezcon toda seguridad tendría lugar sobresuelo alemán y es probable que sellevara a cabo con armas de destrucciónmasiva, dirección en la que laRepública Federal de Alemania, presade su ceguera, casi ha estado trabajando.

Así, la República Federal se haapropiado también del segundo pecado

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capital del Imperio alemán, es decir, deeso que el resto del mundo ha dado endenominar «el militarismo alemán». Losalemanes nunca han entendido estereproche de «militarismo» que siempreles ha molestado por injusto. Se habríanhecho un gran favor a sí mismos sihubiesen tratado de comprender su razónde ser.

Con el término «militarismoalemán», utilizado en los años anterioresa la Primera Guerra Mundial, el mundono aludía al simple hecho de que elImperio alemán mantuviese un ejércitode proporciones y calidad considerablesdel que se sentía muy orgulloso.

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Teniendo en cuenta la situacióngeográfica de Alemania, dichacircunstancia resultaba más quecomprensible y cualquiera con sentidocomún lo entendía. En la época deBismarck el ejército alemán era tangrande y tan bueno como en el periodoguillermino, a pesar de lo cual elImperio de Bismarck se había ganado lareputación de ser un remanso de paz,mientras que el reproche militarista nosurgió hasta la época guillermina.

Con este reproche el resto delmundo no estaba reprendiendo enrealidad al ejército alemán, sino a lapolítica alemana, la cual ya en tiempos

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de paz no cesaba de estar influenciadapor consideraciones ya no de tipopolítico, sino militar y estratégico que,incluso en tiempos de paz, no conducíanmás que a la idea permanente de laguerra; era una política que no hacía másque marcarse objetivos sólo alcanzablespor la vía bélica, que no pensaba másque siguiendo el esquema de aliados yadversarios y que trataba constantementede debilitar a ciertos «enemigos»; unapolítica siempre dispuesta a utilizar unaamenaza de guerra abierta o encubiertacomo instrumento habitual, que siemprehacía gala de sus «relucientes huestes» yque así, finalmente, generó un clima de

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tensión continua y una expectativapermanente de guerra, es decir, unaatmósfera prebélica.

A esto se dedicó la política alemanadurante los diez o veinte años queprecedieron a la Primera GuerraMundial. Del último emperador alemánse ha dicho que, en realidad y a pesar detodo, no deseaba una guerra, sino quedisfrutaba adoptando poses bélicas a lamanera de un comediante. De ser cierto,tanto peor. Una guerra concebidafríamente y llevada a cabo siguiendo unplan, como una meditada operaciónquirúrgica (por ejemplo la guerra deBismarck en 1866), es más perdonable

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que otra organizada de manerairreflexiva e irresponsable a partir de laestupidez y de la vanidad y que estáfuera de control desde el primermomento.

La República Federal de Alemaniaha vuelto a ganarse hoy el reproche delmilitarismo; un reproche que parte de laUnión Soviética pero que, poco a poco,va teniendo eco en el mundo neutral eincluso entre los aliados de laRepública. En esta ocasión el reprochetampoco va dirigido contra la existenciadel Ejército como tal, que prácticamentele fue impuesto a la República Federalpor las potencias occidentales y con el

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que también la Unión Soviética tuvo queconformarse. Dicho reproche sealimenta constantemente de lainsistencia por parte del gobiernoalemán en poder disponer de armasatómicas pero, en realidad, va dirigidocontra lo que el mundo, incluso entiempos de paz, considera una políticabélica y de fuerza, una guerra en lasombra. En este sentido, ¿puedeafirmarse que semejante reproche caigaen el vacío?

La República Federal de Alemania(al igual que el Imperio alemán deGuillermo II) se ha marcado objetivossólo alcanzables por la vía bélica: en

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esta ocasión la liquidación de la RDA yla devolución de Polonia. La RepúblicaFederal de Alemania (al igual que elImperio alemán) da por supuesto quedebe aspirar a estos objetivos por lasmalas, no por las buenas, ejerciendopresión y obligatoriedad, sin necesidadde recurrir a un desarrollo pacífico. LaRepública Federal (al igual que laAlemania imperial) contempla la guerracomo una variable fija en el cálculo desu política exterior e invierte cantidadesingentes en defenderse de un posibleataque con el que en realidad nadie leamenaza. La República Federal deAlemania es el único Estado europeo

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que se comporta como si la guerraestuviese a la vuelta de la esquina y es,a su vez, el único Estado europeo quehace todo lo posible para crear ymantener un clima de tensión y unaatmósfera prebélica. Al igual que laAlemania imperial, la RepúblicaFederal pretende obtener cosas de lasque carece mediante una «política defuerza». Esto es lo que entonces sedenominó militarismo y, si tal reprocheestuvo justificado entonces, sigueestándolo hoy.

Sin embargo, a diferencia de aquellaépoca, la fuerza con la que la RepúblicaFederal de Alemania opera o pretende

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operar es una fuerza prestada; no lepertenece a sí misma, sino a otros. Eneste sentido la política «militarista» dela República Federal resulta menospeligrosa para los demás que la delImperio alemán. No obstante,precisamente por esta razón, dichapolítica resulta mucho más peligrosapara la propia República Federal,puesto que en esta ocasión se lo estájugando todo y, además, con un dineroajeno que puede serle retirado cualquierdía. Alemania está provocandocontinuamente a potencias superiores aella (al menos a una potencia superior) yarriesgándose a una guerra sin la más

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mínima perspectiva de lograr oponerresistencia con sus propias fuerzas encaso de que algún día los demásaceptaran el desafío. Y lo siguehaciendo a pesar de que, con el paso delos años, es cada vez más evidente quela protección brindada por sus aliadosen este juego tan arriesgado está másque limitada y sujeta a condiciones. El13 de agosto de 1961 debería habersupuesto una advertencia a esterespecto, pero la República Federal deAlemania no lo ha tenido en cuenta hastael momento.

Existe aún otro motivo por el que elpecado capital del «militarismo», es

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decir, del juego de la guerra, se havuelto hoy más peligroso que en 1914.Ya entonces la guerra había dejado deser lo que fue en el siglo XVIII (por tantoes absurdo hacer cálculos y afirmar, porejemplo, que en el transcurso de suhistoria Francia ha librado más guerrasque Alemania; lo que ocurre es que laslibró en otras épocas y en condicionesdistintas). Ya entonces el militarismoalemán, como tantas otras cosas en lahistoria del país, llegó demasiado tarde.Ya entonces engendró catástrofes que elmilitarismo per se no provocó en el quefuera su periodo histórico más genuinoen Europa, la época de las guerras

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dinásticas particulares, sin motivo real.Sea como fuere, aunque no se

pudiera controlar, sí que se logrósobrevivir incluso a una catástrofe comola Primera Guerra Mundial. Sinembargo, al menos Alemania no podríasobrevivir a una guerra como la que selibraría hoy en su terreno con armasatómicas, y si de una guerra sin armasatómicas se tratara, Alemania laperdería con mayor seguridad y rapidezque la Primera y la Segunda GuerrasMundiales.

Por lo tanto, a diferencia de 1914 y1939, en esta ocasión Alemania no sóloestá jugando con un poder prestado sino

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que, además, también a diferencia deentonces, se está jugando la existenciade 75 millones de alemanes. Y sinembargo, es evidente que su actitudfrente al juego no difiere en absoluto dela de antaño. Su predisposición básica ypermanente para entrar en conflicto, esmás, para librar una guerra «fría»abierta o encubierta incluso en tiemposde paz no ha variado en absoluto. Sitodavía en este siglo, lo cual no es deltodo impensable, los alemanesconsiguen atraer los rayos del este y eloeste y logran así su exterminio, lahumanidad superviviente atribuirá laextinción de este extraño pueblo a su

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inigualable incapacidad para aprenderde lo vivido y del daño sufrido.

El tercer pecado capital con el queel Imperio alemán cavó su propia tumbaen la Primera Guerra Mundial fue laprepotencia. Tanto antes como en eltranscurso de la Primera GuerraMundial el Imperio alemán siemprequiso jugar una baza demasiado alta.Antes de la Gran Guerra desafió almismo tiempo a Inglaterra en un combatepor la hegemonía mundial y a Rusia yFrancia en una lucha por la hegemoníacontinental. Es posible que Alemaniahubiese ganado una de las doscontiendas, pero no ambas. Hubo un

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momento durante la guerra en el que,contra todo pronóstico y de formaextraordinaria, Alemania estuvo endisposición de acabar con un empatefrente a las tres potencias enemigas, esdecir, de obtener una paz deautoafirmación; sin embargo, seempecinó en lograr una paz victoriosapara la que sus fuerzas, evidentemente,no alcanzaron. En 1918 Alemania aúnhabría logrado sortear la derrota o almenos suavizarla si hubiese rebajado suobjetivo y concentrado en él las fuerzasrestantes. Sin embargo, todavía creyóposible construir un imperio oriental enplena derrota, malogrando así su última

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oportunidad defensiva con una ofensivaabsurda. El Imperio alemán jamás acertóa alcanzar lo poco que tenía a su alcancepor querer ir a la caza de lo yainalcanzable. Su divisa fue siempre«todo o nada» y el resultado fue nada.

En la historia de la RepúblicaFederal de Alemania se detecta unparalelismo bastante exacto con lahistoria del Imperio alemán en laPrimera Guerra Mundial. Tampoco laRepública Federal acertó a alcanzar lopoco que tenía a su alcance por querer ira la caza de lo ya inalcanzable. En1952-1955 la República Federal podríahaber logrado la reunificación mediante

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unas elecciones libres, claro queaceptando las fronteras de 1945 yrenunciando a una alianza. Sin embargo,prefirió un pacto con Occidente del queesperaba una reunificación bajo lasfronteras de 1937 y el posterior triunfosobre Rusia. Hoy, una vez fracasadadicha política, la República Federal deAlemania sólo puede aspirar a lareunificación por la vía de unaconfederación con la RDA que tendríacomo precio renunciar al armamentoatómico y participar en un sistema deseguridad europeo. Alemania hapreferido oponer resistencia,enemistándose poco a poco también con

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Occidente y sin reconciliarse con Rusia.Ya despunta el día en el que tambiénesta oportunidad se esfume y laRepública Federal sólo tenga ocasión dealcanzar una paz basada en un statu quoen el que reconozca plenamente a laRDA. Si también la rechaza, laRepública Federal se verá amenazadapor una tercera Guerra Púnica.

La prepotencia del Imperio alemánfue el más comprensible y perdonablede sus pecados. La Alemania de 1914poseía una fuerza verdaderamenteenorme, cuyos límites aún desconocía;el valor y el empeño mostrados en laPrimera Guerra Mundial alcanzaron

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dimensiones realmente heroicas. Elhecho de que al Imperio alemán siemprese le creyese capaz de lograr objetivosdesproporcionados e inalcanzables, deforma que al final todo ese valor yempeño se quedasen en nada, puedeconsiderarse trágico.

La prepotencia de esta RepúblicaFederal de Alemania que juegaconstantemente con apuestas ajenas yque, en sentido estricto, sobrevalora notanto su propia fuerza como su propiacapacidad de marcar el paso a otraspotencias, no merecerá tan alto epítetoen los anales de la Historia. En estaocasión, la prepotencia va mezclada con

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una dosis demasiado alta de autoengañoconsciente, y lo que hace 50 años aún seconsideraba heroico, hoy no es más queun rasgo triste y vulgar propio de unestafador y un buscapleitos. A pesar desu desmesura y de su prepotencia, laimagen de un Imperio alemán que,estando a la altura de sus circunstancias,aspiraba a ejercer la hegemonía mundialfue un espectáculo tremendo yconmovedor. La de una RepúblicaFederal repescada del abismo y cebadapor unos vencedores compasivos ycalculadores que exige a gritos lasfronteras dilapidadas de 1937 y niega lapaz al resto del mundo si no se cumple

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su voluntad no provoca en Oriente ni enOccidente más que repugnancia yencogimiento de hombros. Sin embargo,tampoco esta reacción deja de serpeligrosa para Alemania.

El cuarto pecado capital con el queel Imperio alemán se echó a perder en laPrimera Guerra Mundial fue lo quepodríamos denominar prepotenciamoral. Los alemanes, que tanto entoncescomo ahora gustaban de mostrarse comounos buenazos, tendían (y tienden) acreerse demasiado buenos para estemundo cruel. Sobre esta base moral secreyeron legitimados para hacer (yperdonarse a sí mismos) cosas que el

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resto del mundo considera crímenes yatrocidades. Cuando la buena y cándidaAlemania estuvo acorralada, perdió lapaciencia y empezó a propinar golpespor todos los flancos, ¿es que no teníaderecho a hacerlo? Si esto afectaba depasada a un par de inocentes y losdemás se molestaban por ello, ¿acaso noera más que un acto de auténticahipocresía por parte de un mundofariseo?

La ocupación de la Bélgica neutralobedecía a esa máxima que reza: «Lanecesidad no sabe de leyes». Después,cuando desde las casas belgas sedisparó contra aquellos huéspedes que

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no habían sido invitados, los alemanesprendieron fuego a calles enteras sin elmenor cargo de conciencia, es más, lohicieron llevados por la certeza desentirse gravemente ofendidos yconvencidos de su derecho a actuar así.¿Acaso los francotiradores belgas nohabían violado el derecho de guerra?

La guerra submarina sin cuartel queahogó sin remedio incluso atripulaciones enteras de buquesmercantes neutrales y desarmados tuyolugar según el lema que dice: «El éxitosiempre halla disculpa». ¿Y qué pasaríade no tener éxito? Entonces los alemanesmostrarían su indignación por el hecho

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de que aquellos valientes capitanes desubmarino fuesen tachados de criminalesde guerra y tratados como tales.

La bolchevización de Rusia,alentada deliberadamente como medidade aniquilación política para paralizar ydesarmar a Rusia por siempre jamás, fuemuy acertada: «En el amor y en la guerratodo vale». Sin embargo, la posteriorbolchevización de la zona alemana deocupación soviética por parte de unaRusia que, al igual que las demáspotencias occidentales, no hacía másque exportar su propio sistema, ya queconsideraba bastante bueno para losalemanes lo que era bastante bueno para

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sí misma, fue algo imperdonable.El mundo, en efecto, no es un jardín

de infancia. Las violaciones del derechointernacional, los crímenes de guerra,brutalidades y atrocidades de todaíndole son también propias de otraspotencias distintas del Imperio alemán.Sin embargo, el saldo acumulado porestas partidas en el debe germanodurante la Primera Guerra Mundial esbastante alto (por no hablar de laSegunda Guerra Mundial). Fue muyingenuo no anticipar el odio que talesacciones despertarían, y tratar despuésde acrecentar esa inquina hasta lasaciedad mediante un ejercicio de

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egolatría, autocompasión e intentosvanos de compensar pérdidas yganancias —sobre todo cuando uno haperdido y, en cierto modo, depende dela voluntad de reconciliación de lasvíctimas vencedoras— no es un actodigno ni inteligente. A este últimorespecto es precisamente la RepúblicaFederal la que ahora está actuandofrente a Rusia y Polonia de una formasorprendente.

Digámoslo una vez más: todos lospueblos cargan con crímenes yatrocidades en su conciencia y, a pesarde que los alemanes lleven tristementela delantera justo en este siglo, lo cierto

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es que no son los únicos pecadores. Loque sí poseen en exclusiva es esaingenuidad que les lleva a exculparse ya reclamar ante un mundo, al fin y alcabo vencedor y al que han desafiado ymaltratado gravemente, el derecho a quesus propios actos no tengan en absolutoconsecuencias. Parte de esta ingenuidadradica, por cierto, en que los alemanes atodas luces opinan que dichos actos noserán tenidos en cuenta en tanto encuanto los propios alemanes no hablende ellos, de modo que tienen porcostumbre acusar de traidor a todo aquelque, desde dentro, trate de lavar lostrapos sucios.

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A este capítulo corresponde tambiénesa capacidad tan particular de losalemanes de ignorar no sólo sus propiosactos, sino también sus propiaspalabras. Se asegura que en 1914 elpueblo alemán partió a la guerra «con uncorazón limpio», convencido de sucondición de víctima inocente de unasalto. De ser así, esto no dice mucho dela inteligencia ni de la madurez delpueblo alemán. Al fin y al cabo elpueblo alemán llevaba 20 añosescuchando y leyendo a diario un únicomensaje: por fin había llegado elmomento de conquistar su derecho vitalcomo potencia mundial y ocupar su lugar

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bajo el sol. Aquello no era motivo devergüenza, tampoco lo fue entonces; encierto modo resultaba inclusoexcepcional y fascinante. Pero el hechode que más adelante, una vez iniciada laconquista, los alemanes se considerasenvíctimas inocentes y repentinas de unasalto presupone un alto grado dedispersión mental y falta de atención obien una insólita capacidad deautoengaño.

Claro que semejante reacción, unavez más, está relacionada con elprofundo rechazo del pueblo alemán aresponsabilizarse de su política osiquiera interesarse por ella. Más

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adelante tampoco nadie quiso sabernada de Auschwitz y puede que algunosde hecho lo hayan logrado, si bien paraeso había que tener valor. Lo cierto esque también en época de Hitler, nadamás volver la esquina del campo deconcentración más cercano florecía unpaisaje idílico, rezumante de felicidadpequeño burguesa, cándida y amable, enabsoluto consciente de su culpa. Y eseciudadano de la República Federal quehoy escucha campanas sobre cómo supatria vuelve a ser objeto de los temoresdel Este y del recelo del Oeste mientrasél no se preocupa más que de sunegocio, su nueva casita y su coche, se

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preguntará con auténtica indignación:«¿Cómo? ¿Que ésos somos nosotros?».Entre Alemania y los alemanes existeuna diferencia que el resto del mundonunca acertará a comprender por muchoque lo intente. No en vano Thomas Manntituló su brillante defensa de la políticabélica alemana durante la PrimeraGuerra Mundial «Consideraciones de unapolítico». En el mismo instante en queun ciudadano alemán se arroga elderecho a ser apolítico, es decir, elderecho a carecer de responsabilidadpolítica, a la vez da carta blanca algobierno de turno para que también élostente este derecho, y después el

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ciudadano alemán se queda de una piezacuando el gobierno lo pone en práctica ylas consecuencias recaen en elciudadano. Se trata pues de un tristecapítulo sin apenas diferencias entre1914 y 1965.

Esto nos lleva al quinto pecadocapital, que ya en una ocasión hemosllamado por su nombre a lo largo de laexposición anterior: la pérdida delsentido de la realidad. En la PrimeraGuerra Mundial los dirigentes delImperio alemán —que actuaron de formairresponsable en sentido estricto, puesen aquella Alemania apolítica no hubonadie que les responsabilizara de nada

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— jamás tuvieron los pies en la tierra,ni antes del conflicto ni en su transcurso;vivían permanentemente en un mundoirreal hecho de ilusiones, ficción yfantasía; eran víctimas constantes de supropia propaganda. El hecho másinaudito con el que se topa una y otravez cualquier descripción de los grandesy decisivos fallos cometidos por elmando militar alemán durante la PrimeraGuerra Mundial es que éste jamás supover siquiera las alternativas disponibles,nunca se propuso afrontar seriamente loshechos que tenía ante sí y jamás debatiósiquiera sobre las posibilidades deevitar un determinado error. La única

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excepción fue la guerra submarina; esacuestión sí que fue debatida y ladecisión a favor de emprenderla (pordesgracia la opción incorrecta) se tomótras sopesar cuidadosamente pros ycontras.

El resto fue una suma de decisionesfallidas tomadas a la ligera, sin estudioni análisis previos de la situación, sinefectuar pruebas comparativas niconsiderar otras opciones, sin relaciónalguna con las tareas y problemasrealmente planteados en cada caso; fuepor tanto una constante política propiade Juan el despistado, que no acierta adar con el peldaño, cae escaleras abajo

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y se rompe una pierna por estar mirandoa las musarañas.

Ni siquiera en el correo interno delMinisterio de Exteriores se considerójamás que la política de construcciónnaval y el desafío a Inglaterra que éstaimplicaba fuese a tener un efecto sobrela política continental alemana quepudiese requerir un giro radical respectoa Francia y Rusia. En cuanto al planSchlieffen, que supuso eldesmoronamiento de la política alemanaen julio de 1914, ni siquiera losmiembros del triángulo más estrecho delpoder, canciller-emperador-jefe delEstado Mayor, le dedicaron una sola

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palabra en todo el mes. La cuestión de sien el año 1916 aún habría existido unaposibilidad realista de lograr una pazvictoriosa jamás se ha analizado demanera objetiva y rigurosa; de habersido así, lo más probable es que sehubiese llegado a una respuestanegativa, pero es algo que sencillamenteni siquiera se planteó. Igual de escasasfueron la consideración y discusión quemereció entonces la posibilidad, contodas sus variantes, de alcanzar una pazgeneral por medio del statu quo o unapaz parcial sin anexiones. La realidadde 1916 restregaba estas cuestiones antelas narices de los dirigentes del Imperio

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alemán, pero ellos no la vieron, nofueron conscientes de ella, para ellosnunca existió; no concebían más que unapaz victoriosa, todo lo demás no entrabaen consideración. Es lamentable vercómo las posibilidades de salvaciónpara las que en aquel entonces habíapuntos de partida practicables no sedesecharon de forma consciente trasefectuar un análisis objetivo, sino quesimplemente se hizo caso omiso deellas.

Y de nuevo surge la gran disyuntivaque abrió la inesperada victoria de larevolución bolchevique en Rusia:librarse de una guerra de dos frentes

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para concentrarse sólo en el oeste oseguir avanzando por el este para, deuna forma en apariencia menos costosa,crear un imperio oriental. Sobresemejante disyuntiva no sólo se decidiómal, sino que ésta jamás fuecontemplada como tal, nunca se planteócomo pregunta, e incluso cuando laderrota estuvo ya ahí, a la vuelta de laesquina, y el puro instinto desupervivencia tendría que haberleshecho poner los pies en la tierra, los«responsables» se aferraronobstinadamente a sus queridas ilusionesy malgastaron los últimos efectivos quehabrían sido necesarios para afrontar la

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derrota en unas ofensivas ya sin sentido.Y no lo hicieron porque tuviesen unarazón, por muy equivocada que fuese,sino porque simplemente no se hicieronel planteamiento al que obligaban lascircunstancias.

Nos encontramos pues ante unverdadero misterio. Los dirigentes delImperio alemán eran hombres cultos, almenos formados, por lo generalmedianamente inteligentes y dotados. Adiferencia de los dirigentes del futuroTercer Reich, aquéllos no vivían bajo unrégimen de terror y lo cierto es que, encomparación, éstos salen mejor parados.Algunos, como Beck y Schacht, ya no

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participaron de ciertas decisioneserróneas fundamentales y prefirierondimitir; muy pocos trataron al final deoponer incluso una resistencia patrióticay conspirativa. En el Imperio alemán nohay ni un solo paralelismo al respecto,tampoco en la República Federal deAlemania, cuya política lleva añoshabiendo perdido por completo todovínculo con la realidad y ya sólo seaferra a sus ilusiones y a una ficción.

Tal vez en este caso la observacióndel presente de la República Federal deAlemania nos dé la clave para resolverel misterio del pasado imperial. Laclave reside en la palabra «tabú», un

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término que hoy es moneda corriente,pero que entonces no se conocía en elámbito político. En la política alemanade aquel entonces y de hoy grandesaspectos de la realidad están«tabuizados». El acto de concebirlos osiquiera mencionarlos se consideraba yse considera impropio y escandaloso, ytuvo y tiene como consecuencia laexclusión automática de la comunidad.Como es sabido en la época de Hitler sellegó tan lejos como para decapitar aquienes se les ocurriese reflexionarsobre una posible derrota alemanasiquiera en privado, para colmo en unaetapa en la que dicha posibilidad se

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había vuelto del todo cierta. El Imperioalemán no llegó tan lejos entonces nitampoco hoy lo hace la RepúblicaFederal de Alemania. No obstante, laactitud básica siempre ha sido la misma:queda prohibido expresar, considerar ycuestionar todas aquellas realidades queno se correspondan con los deseos de lapolítica alemana, así como lasposibilidades que no vayan en la líneade sus expectativas y esperanzas; endefinitiva, todo lo que conduzca arevisar los fundamentos de dichapolítica. Todo esto constituye un tabú, yquebrantarlo es un acto antipatriótico,antisocial y «antialemán». El hecho de

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que hoy en día este comportamiento yano se castigue con la muerte ni conpenas de cárcel, sino sólo merezca eldesprecio político y social es una graciainmerecida, fruto de la magnanimidad ydel alto grado de libertad conferido alordenamiento jurídico actual.

Toda la política alemana del sigloXX se ha basado y se basa en convertiren tabú todos los hechos que no resultenbienvenidos. De ahí se deriva esapérdida del sentido de la realidad, alparecer incurable, de la que adolece lapolítica alemana. De ahí lasdecepciones y derrotas siemprerepetidas y siempre repetibles que nadie

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prevé y las catástrofes de las que nadiequiere responsabilizarse después. Deahí el derroche continuo, reiterado yabsoluto del valor y el empeño de losque es capaz Alemania. A menos que lascosas cambien nada irá mejor. (Sóloexiste por cierto un político alemán dels i gl o XX que durante 40 años haejercido su política con la máximahumildad y constancia frente a loshechos y nada más que los hechos,renunciando por completo, de forma casiexagerada y por tanto casi desagradablea todas sus preferencias, deseos ylealtades personales. Así, se haconvertido en el político alemán de

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mayor éxito y también en el más odiadodel siglo. Su nombre es Ulbricht).

El sexto pecado capital del Imperioalemán consistió en establecer con suentorno una relación absolutamenteequivocada. El éxito de la políticaexterior, como el de cualquier otraempresa, se basa en tres condiciones:conocimiento del sistema en el que unovive y observación de las reglas básicaspor todos reconocidas; anticipación delos efectos retroactivos que nuestrocomportamiento provocará en otros,sobre todo en los directamenteafectados, y cierta toma de distancia queimpida olvidar que el enemigo de hoy

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puede ser el aliado de mañana (yviceversa) y que, en función de lascircunstancias, todos pueden necesitar atodos en alguna ocasión.

La política exterior del Imperioalemán (y la de la República Federal)siempre se ha quedado corta en las trescondiciones. En lo que respecta a laprimera, los herederos de Bismarckjamás comprendieron su mayor logro,que no consistió precisamente en fundarel Imperio alemán, sino en integrarlo enun sistema de naciones europeo ymundial sin perjuicio duradero. Lossucesores de Bismarck siemprepretendieron alterar este sistema y, a ser

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posible, destruirlo, sin darse cuenta deque al hacerlo no conseguirían más quealterar y destruir su propio entorno y labase de su existencia política. Elimperio bismarckiano aún podría existirhoy si sus sucesores hubiesencomprendido, como el propio Bismarck,que el equilibrio europeo y la condiciónespecial de Inglaterra dentro de esesistema eran los fundamentos de supropia existencia. Empeñado enrevolucionar ambas premisas y llevadopor una absurda codicia, el Imperioalemán tiró piedras sobre su propiotejado, es más, sobre toda la casa. Laculminación de este acto propio de

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Eróstrato y, al mismo tiempo, el únicoéxito que perduró fue la bolchevizaciónde Rusia.

La República Federal de Alemaniatampoco entiende hoy que la base de suexistencia sea la división tácita, peroeficaz, de Europa entre Estados Unidosy la Unión Soviética, ni queprecisamente la propia Alemania y todasu población serían la primera víctimaabsoluta de producirse entre ambaspotencias ese conflicto que ella trata deprovocar constantemente. La RepúblicaFederal se niega a reconocer su fuentede vida. La idea de encontrar unafórmula para la reunificación alemana en

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el marco de este sistema inquebrantable(a no ser por la vía del suicidio de lapropia República Federal), ideafavorecida por el actual estado dedistensión y acercamiento entre rusos yestadounidenses, es tabú. En su lugarhay políticos de la Alemania federalque, nada más volver a quejarse de laescasa predisposición bélica de EstadosUnidos, presa de la obstinación y eldescontento aspiran a una alianza conChina, actual representante de larevolución mundial, contra Rusia yEstados Unidos. Tal cosa supondría unarepetición exacta de la baza incorrectajugada en la Gran Guerra con la

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revolución mundial, el ejemplo máslogrado de la prepotencia alemana y enesta ocasión, además, una recetainfalible de suicidio.

Tanto la política del Imperio alemáncomo la de la República Federal deAlemania ofrecen ejemplos de laincapacidad de anticipar y calcular losefectos retroactivos que provocarán enlos demás nuestros propios actos yactitudes. Estos ejemplos sondemasiados y demasiado crudos comopara que merezca la pena enumerarlosuno a uno.

Sin embargo, sí es necesario deciralgo sobre la actitud básicamente

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errónea que se deriva de la incapacidadalemana para tomar distancia, es decir,de la negativa a reconocer la diferenciaclara y la relación correcta entre lopropio y lo ajeno.

A principios de siglo, hoy y siempreel ámbito político estará formado pormultitud de Estados grandes, medianos ypequeños a los que perteneció elImperio alemán y pertenece laRepública Federal de Alemania. Unafusión de Estados es poco frecuente. Porregla general los Estados debenconsiderarse magnitudes dadas, cuyasrelaciones cambian como uncaleidoscopio dentro de un sistema

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básico de constelaciones que semodifica lentamente. Toda políticaexterior consiste en desplazarse por estadensa red de carreteras sufriendo losmenores accidentes posibles y, allídonde no se puedan evitar lascolisiones, tratar de minimizar susconsecuencias.

Ni el Imperio alemán ni laRepública Federal han entendido nuncaeste funcionamiento. Para ambos lapolítica exterior consiste esencialmenteen conquistar o dejarse conquistar, enfundar grandes imperios o formar partede ellos. En este sentido la política de laRepública Federal es el negativo de la

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Alemania imperial. Si el Imperio alemánquiso convertir a los belgas y a lospolacos, a los habitantes del Báltico, losfinlandeses, los ucranianos y por últimoa los turkmenos y a los transcaucásicosen Estados miembro de un gran Imperioalemán sin pedirles opinión, laRepública Federal buscadesesperadamente un gran imperioatlántico-norteamericano o franco-europeo del que formar parte comoEstado miembro. Llevar una existenciahumilde, digna y responsable quesatisfaga lo máximo posible al restojamás interesó ni interesa a ninguno y,sin embargo, esto es exactamente lo que

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su entorno, cualquier entorno, espera deAlemania, de cualquier Alemania, lomismo que de cualquier otro Estado.Frustrar una y otra vez tal expectativa nopuede ser bueno. Y el eternoempecinamiento de la política exterioralemana, se manifieste ya como ansia deconquista, ya como ansia de integración,sigue poniendo en peligro al país tantoentonces como hoy.

La política exterior de la RepúblicaFederal también representa el fielnegativo de la de la Alemania imperialen otro sentido. La política imperialalemana radicalizó e ideologizó laoposición del país a las potencias

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occidentales hasta el punto de convertirla Segunda Guerra Mundial en unaguerra de religiones: la «cultura»alemana contra la «civilización»occidental, héroes o comerciantes comofuturos amos y creadores del mundo, ésaera la eterna cuestión sobre la que, alparecer, giraba todo entonces. LaRepública Federal declara hoy tabú lamás ligera duda sobre su occidentalidadtotal y excluyente: Alemania es hoycomo mínimo tan estadounidense comoEstados Unidos, al menos tan francesacomo Francia y así ha sido siempre (lode ayer no cuenta). A cambio, laRepública Federal radicaliza e

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ideologiza de una forma en absolutobien recibida por el verdaderoOccidente, al tiempo que causante deuna impresión excéntrica y exageradatanto en Estados Unidos como enInglaterra y Francia, la actual oposiciónEste-Oeste, ya en declive: la«civilización occidental» se enfrentahoy al «bolchevismo mundial» y la«libertad» a las «hordas orientales», alas que también pertenecen ahoraaquellos alemanes que, víctimas delazar, cayeron en la zona de influenciarusa y no en la occidental, divididasambas por la línea de demarcación de1945.

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Es cierto que la política actual no esla misma que la de entonces; es más,puede afirmarse incluso que ambas sonopuestas, pero realmente la una no esmás que la imagen de la otra ennegativo. Tanto hoy como entonces sondos los rasgos y principiosfundamentales de la política exterioralemana: un imperialismo que pretendesuspender los límites entre lo propio ylo ajeno y que trata de imponer a losdemás una intimidad y una mezcla queno desean, ya sea desde arriba o desdeabajo, mediante la conquista o elsometimiento, mediante la insinuación ola integración y, al mismo tiempo, una

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ideologización exagerada y contraria ala realidad de las relaciones de políticaexterior que infla el conflicto deintereses y poderes más normal yprosaico hasta convertirlo en unaespecie de guerra de religiones falsa yemperifollada. Ambos son pecadoscapitales: pecados contra otros, peromortales para el propio pecador.

No obstante, el séptimo y últimopecado que tanto entonces como hoyhace posible los seis restantes fue y esla cobardía alemana frente al ejerciciode la razón.

Esto no significa que antes de laPrimera Guerra Mundial y en su

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transcurso no hubiese en Alemania niuna sola mente racional (tal y comopodría casi creerse a tenor del purodevenir de los acontecimientos). Larazón estuvo incluso presente en elcírculo más estrecho de la aristocraciadominante: por ejemplo dosembajadores, el príncipe Lichnowsky yel conde Bernstorff, predicaron desdeLondres y Washington el ejercicio de lacordura mientras les fue posible. Elprimero incluso volvió a intentarlo másadelante a título particular desdeAlemania y fue criticado y perseguidopor traición a la patria. Entre la pequeñay la gran burguesía hubo visos de

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comportamiento racional; hombres comoBallin y Solf, Rathenau y Erzbergerfueron un vivo reflejo de lucidezpatriótica entre periodos de sombraigualmente patriótica (por lo que los dosúltimos terminarían pagando con suvida). También había un gran fondo decordura y sensatez entre la clase obreraalemana, la cual en el transcurso de laguerra se hacía notar, una y otra vez, deforma más o menos articulada: la granhuelga espontánea que tuvo lugar enenero de 1918 contra el Tratado deBrest-Litovsk es el hecho político másracional y honroso de todo lo acontecidoen Alemania durante la Primera Guerra

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Mundial. Finalmente hubo todo unpartido político de envergadura que, atenor de una larga y honorable historiaque había comenzado en 1871 con elrechazo a la anexión de Alsacia yLorena, casi estaba obligado bajojuramento a ejercer la cordura y lamoderación: la socialdemocraciaalemana. Era el partido más fuerte y laguerra aumentó su poder en el ámbitonacional. Ni la guerra ni la políticabélica eran posibles a la larga sin suapoyo. Si se lo hubiese propuestoseriamente, la socialdemocracia habríaevitado mucho, casi todo aquello por loque Alemania fracasó en la Primera

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Guerra Mundial, pero este partido noevitó nada. Tuvo miedo de parecerantipatriótico si aplicaba la cordura.

El hecho de que en agosto de 1914e l SPD fuese barrido por una ola depánico mezclado con entusiasmo resultaperdonable. Incluso de no haber sido asíse podría justificar que, una vez laguerra se hubo vuelto inevitable, el SPDparticipase en la gestión del conflictoautorizando la concesión de créditosbélicos. Lo que en modo alguno resultajustificable es la forma en la quedespués se desentendió del conflicto. Escierto que, ocasionalmente, el SPDmanifestó sus reservas frente a los

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tremendos excesos de la política deobjetivos bélicos, pero fue demasiadovacilante. Una y otra vez estuvo más quedispuesto a ser despachado conambigüedades y nada dispuesto a luchar,a conseguir algo, en definitiva, a ejerceruna política en cierto modo realista.Cualquier cuestión seria amenazaba condividir al partido y la mayoría jamástuvo valor para protestar. Lasocialdemocracia ni siquiera hizo frentecomún contra la guerra submarina apesar de que en ese caso habría contadocon el apoyo del canciller. No se animóa participar en la «resolución de paz» de1917, que llegó un año tarde, hasta que

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otras fuerzas de la izquierda burguesa, yen especial el diputado centristaErzberger, hubieron tomado lainiciativa. Medio año más tarde, cuandollegó el Tratado de Brest-Litovsk, lacosa no dio para más que una tristeabstención. Durante todo el veranofatídico de 1918 no se vio ni se oyónada del SPD. En octubre y noviembre sepresentó de repente como la granvíctima, abandonada con un poder queya no significaba nada y una derrota quenadie podía explicar; un año más tardesus miembros ya eran tachados detraidores, «criminales de noviembre» yapuñaladores del «frente victorioso». La

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historia de la sinrazón del Imperioalemán durante la Primera GuerraMundial es terrible, pero en cierto modoextraordinaria. La historia de la razón,en gran medida la historia del SPD, espenosa. La sinrazón se atrevió a todo; larazón, a nada. La sinrazón cantó arias, larazón tartamudeó. La sinrazón celebrótriunfos, la razón fracasó. A lo largo detoda la guerra la sinrazón y la valentíafueron de la mano. La razón se aliódesde el principio con la cobardía.Nada ha cambiado desde entonces.

Desde la Primera Guerra Mundial lacordura política lleva aparejada enAlemania toda una tradición de

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cobardes. Es más, desde el final delconflicto el SPD, aún hoy representanteprincipal de la cordura política, sufre eltrauma de la legendaria puñalada por laespalda. Nunca jamás volverá a pasarlelo que le ocurrió en noviembre de 1918(desde entonces ésta es prácticamente laúnica decisión política que han tomado).Nunca más se verá obligado a recogerlos platos rotos de otros. Nunca másquiere ser acusado de haber deseadoque ocurriese aquello que no pudo másque prever desde su impotencia y que,por falta de fuerzas y de valor, no supoevitar.

La relación de este fenómeno no

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sólo con la Primera Guerra Mundial,sino con el presente es tan obvia que nomerece mayor explicación. También esdemasiado dolorosa. La tragediaalemana que comenzó entonces continúahoy. La arrogancia de la sinrazón y lacobardía de la razón no sólo handesdeñado a las víctimas de dos guerrasmundiales, sino también la enseñanzaimpartida por dos derrotas.

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EPÍLOGO (1981)Este libro se escribió hace 17 años. Elmotivo externo fue el 50.° aniversariodel estallido de la Primera GuerraMundial. La razón interna fue laangustiosa sensación de que laRepública Federal de Alemania estabacometiendo de otro modo los erroresque en su día cometiera el Imperioalemán. Esto me dio la idea no sólo deexplicar dichos errores de la maneramás clara posible mediante un análisisde la Primera Guerra Mundial conciso yno tan lejano en el tiempo, sino tambiénde apuntar en el prólogo que Alemania

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no había aprendido la lección y detrazar, en un epílogo más largo a modode urgente advertencia, los paralelismosexistentes entre la política de laRepública Federal y del Imperio alemánantes y en el transcurso de la PrimeraGuerra Mundial.

Estos paralelismos hoy ya noexisten. Cuando en 1981 volví a leer esepequeño libro, agotado hacía tiempo,teniendo en mente la reedición que mehabían encargado, llegué a la extrañaconclusión de que los siete capítulosrelativos a la Primera Guerra Mundialno habían sido desacreditados nisuperados por nada de lo publicado

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hasta el momento, pero el epílogo estabaanticuado. En 1964 era válido, en 1981ya no lo es. Así, surgió la pregunta de sidebía eliminarlo o reescribirlo. Tras unalarga reflexión he decidido dejarlocomo estaba, tal y como fue escrito en sumomento (en cierto modo comodocumento histórico y recordatorio de laépoca en la que surgió, en realidad notan lejana), y he preferido explicar en unsegundo epílogo lo que ha cambiadodesde entonces, que no es poco.

A aquella etapa le separa de laactual un cambio generacional, uncambio de época en la historia alemanay un cambio en el pensamiento político

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de los alemanes, casi podría hablarse deun cambio del carácter políticocolectivo del pueblo alemán que tal vezno haya finalizado, pero que ya no tienevuelta atrás.

Hablemos del cambio generacional.En los últimos 20 años la generaciónque vivió la Primera Guerra Mundial haido desapareciendo poco a poco. Losescasos supervivientes que participaronen la Gran Guerra como jóvenessoldados sobrepasan hoy los 80 años.No obstante, la retirada de estageneración del escenario de la Historiatiene una importancia insólita en tanto encuanto dicha generación experimentó un

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nuevo auge tras la Segunda GuerraMundial. El gran hombre que dirigió ydeterminó el carácter de la RepúblicaFederal de Alemania durante sus 14primeros años de vida, KonradAdenauer, vivió y en cierto modoparticipó de la Primera Guerra Mundialrebasados los cuarenta, edad a la queocupó altos puestos como alcalde ymiembro del Parlamento prusiano. Y sibien Adenauer fue un caso extremo, nofue ninguna excepción. A grandes rasgospuede afirmarse que durante susprimeros 20 años de vida la RepúblicaFederal de Alemania volvió a mirar a lageneración anterior, la generación cuya

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experiencia vital más decisiva habíasido la Primera Guerra Mundial, y lohizo por obligación, pues la generaciónque realmente habría tenido que tomarlas riendas en los años cincuenta ysesenta estaba muerta, desacreditada oprofundamente trastornada y abatida.Los viejos tuvieron que regresar.

Aquello tuvo sus consecuencias,pues los viejos traen consigo sus viejasideas. También tienen una inclinaciónnatural a ver la época de su juventud, eneste caso la de la Primera GuerraMundial, bajo una luz radiante y, deforma consciente o inconsciente, aspirana volver a ella. Tal cosa resultaba

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mucho más fácil en tanto en cuanto eneste caso se trataba de una épocarealmente «grandiosa», si bien terrible ytrágica al mismo tiempo.

A esto se suma el hecho de que larelación establecida por los alemanescon ambas guerras mundiales, cuyocentro habían ocupado, también aposteriori, era totalmente distinta. Encuanto a la Segunda, una vez concluida,los alemanes habrían preferido borrarlade su historia y de su vida. La Primerasin embargo la defendían y, en realidad,estaban orgullosos del heroico papeldesempeñado. Lo cierto es que tambiénhabía diferencias objetivas y subjetivas

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entre ambos conflictos: desde el puntode vista objetivo la Primera GuerraMundial se había librado entre potenciascon la misma disposición y voluntadbélicas, no como la Segunda, que fueimpuesta por Alemania a un mundo muydeseoso de que le dejaran en paz y que,sólo por alcanzarla, había hecho inclusolas mayores concesiones a Alemania enlos años anteriores al conflicto; además,la Primera Guerra Mundial no estuvomanchada con crímenes tan terriblescomo la Segunda. Desde el punto devista subjetivo, los alemanes habíanmarchado a la Primera Guerra Mundialcon un entusiasmo unánime, mientras que

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la Segunda a muchos de ellos siempreles generó cierta inquietud. Además, enla Primera Guerra Mundial, a diferenciade la Segunda, la derrota al fin y al cabono se tuvo que sufrir hasta sus últimasconsecuencias.

A raíz de todo esto, en los añoscincuenta y aún a principios de lossesenta, los alemanes huyeron delrecuerdo de la Segunda Guerra Mundial,que trataban de reprimir por todos losmedios, y en cierto modo se refugiaronen el recuerdo de la Primera, que aúnles merecía respeto. Y sucedió ademásque permanecieron fieles a la actitudfundamental que les había conducido a

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la Primera Guerra Mundial (y también ala derrota): la actitud de un puebloinsatisfecho y avaricioso que no teníasuficiente con lo que ya poseía, queinquietó al resto del mundo y se marcóobjetivos sólo alcanzables por la víabélica. Antes de 1914 el objetivo sellamó «hegemonía mundial»; después de1945 el nombre fue ya menospretencioso: «restitución de las fronterasalemanas de 1937». Sin embargo, esteobjetivo menos ambicioso y tristementefallido en la Segunda Guerra Mundialtampoco podría haberse logrado en losaños cincuenta y sesenta a no sermediante una Tercera Guerra Mundial.

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Y si bien el objetivo se había vuelto porfuerza más modesto, el lenguaje con elque se proclamaba no lo era en absoluto.

Un ejemplo: en 1956 el entoncesprimer ministro francés fue uno de losprimeros en criticar la política de laGuerra Fría y calificar de prioritariaslas negociaciones por el desarme. Elgobierno de la República Federal deAlemania contestó con la siguientedeclaración: «Ningún gobierno alemánestará dispuesto a debatir seriamentecualquier propuesta de distensiónbasada en el reconocimiento siquieraprovisional o en la aceptación tácita dela división de Alemania. La solidaridad

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con el mundo libre corre peligro detambalearse si deja de estarfundamentada en el reconocimiento de lalibertad de los hombres y de lospueblos».

Así de contundente y casiamenazante era el lenguaje con el que laRepública Federal de Alemania sedirigía incluso a sus aliados en los añoscincuenta. En las palabras de Adenauery Brentano resonaba entonces el vivoeco de las trompetas que en su díacaracterizaron el discurso de GuillermoII y de Bülow, pues la que hablaba eratodavía (o de nuevo) la generación de laPrimera Guerra Mundial. Este tono

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resulta hoy ajeno y distante, como deotra época. Y es que entre la Alemaniade Adenauer y la de los años ochenta nosólo se ha producido un cambiogeneracional, sino también un cambio deépoca del que hablaré a continuación.

Por lo general, la época de lahistoria alemana que ha finalizado y quedejamos atrás se fija entre 1871 (o1866) y 1945 (o 1949). Por supuesto sonmuchos los argumentos que avalan estadefinición. En el periodo comprendidoentre 1866 y 1949, o en todo caso entre1871 y 1945, Alemania fue una unidad(si bien de fronteras cambiantes, másamplias o más reducidas); ahora bien,

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tanto si partimos de la pequeñaAlemania de Bismarck como de la granAlemania de Hitler, desde entoncesAlemania siempre se ha compuesto dedos o tres Estados. Lo cierto es que enel mayor de estos Estados, la RepúblicaFederal, vive más del doble de personasque en los otros dos juntos y más deltriple de las que viven en la RDA, elúnico Estado que ha compartido con laRepública Federal todo el periodohistórico de unificación imperial. LaRepública Federal de Alemania es hoy,además, el único Estado sucesor delImperio alemán que no ha roto de formaradical con la historia imperial, es más,

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a excepción de Hitler se consideracontinuadora y garante de su tradición,razón por la cual lleva mucho tiempodefendiendo su «derecho derepresentación único» de todos losalemanes del imperio bismarckiano.Aún hoy, a pesar del reconocimiento del a RDA, la República Federal finge laexistencia de una nacionalidadsupraalemana, lo cual dejaprácticamente a los ciudadanos de laRDA una opción siempre abierta paraasumir dicha nacionalidad, siendo ésteuno de los puntos de desacuerdo entre laRepública Federal y la RDA aún noresuelto. En este sentido cabe dudar de

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que para la República Federal deAlemania se produjese realmente uncambio en 1945 ó 1949.

Desde el punto de vista subjetivo, talcosa no ocurrió. Subjetivamente,partiendo de la propia definición y delos objetivos políticos, bien es ciertoque la República Federal de Alemaniadesechó los doce años de Hitler comocamino equivocado y se desmarcó de sutradición, pero sí que volvió a entroncarcon la época del Imperio alemán y de laRepública de Weimar de una forma enprincipio consciente, tanto en los buenoscomo en los malos momentos. Cuandofue fundada, la República Federal se

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consideró lo que quedaba o lo que habíasido restaurado de aquel Imperio alemánanterior a Hitler; aún se identificaba conél y, como si fuese lo más natural delmundo, se marcó el objetivo deconvertirse en la realidad, al igual queen su imaginación, en el «Imperioalemán con las fronteras de 1937», sinpreocuparse por el hecho de que elcamino hasta alcanzar ese objetivo, tal ycomo estaban las cosas en la políticainternacional, no podía conducir másque a una Tercera Guerra Mundial.

La República Federal no renuncióoficialmente a este objetivo hasta losaños 1970 y 1971 con la firma de los

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llamados Tratados del Este, es decir, losfirmados con la Unión Soviética,Polonia y la RDA que establecían lasfronteras existentes como inviolables yque fueron complementados por elAcuerdo Cuatripartito sobre Berlín de1971 y ratificados a escala internacionalpor el Acta final de la Conferencia deHelsinki firmada en 1975. Si laRepública Federal se considera unaprolongación de la historia alemana delos últimos 100 años, es en este punto,1970-1975 y no 1945-1949, donde sesitúa el auténtico cambio de época en elque un capítulo de la historia termina yotro nuevo comienza.

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Y viceversa, el capítulo de lahistoria alemana que culminó en 1970-1971 no empezó en 1871 con lafundación del Imperio, sino ya en 1897con la retirada de Bismarck y el avancedel Imperio alemán hacia la «políticamundial» que en ese primer año setradujo en el primer gran programa deconstrucción naval, el nombramiento deTirpitz como secretario de Estado de laMarina y de Bülow como secretario deEstado de Exteriores y cuyo lemaencierran las palabras pronunciadas porMax Weber dos años antes:

«La unificación fue una travesuraque la nación cometió hace mucho

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tiempo y de la que debería haberprescindido si no deseaba que seconvirtiese en el punto de partida de unapolítica hegemónica mundial».

Así, frente al periodo histórico de1871 a 1945 que, en cierto modo, sedesprende de la geografía, bien puedeestablecerse, tal vez con mayorlegitimidad, otro que comprende de1897 a 1971 basado en el concepto quela política alemana tenía de sí misma yen el papel que desempeñó Alemania enla política internacional. En su época yaún durante los primeros años despuésde Bismarck, la Alemania unificada fuey quiso ser un reducto de paz. La

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Alemania dividida desde 1971 está almenos de acuerdo en que ya no debe darpie a ninguna otra guerra. Por elcontrario, la Alemania del periodocomprendido entre 1897 y 1971 fue elpunto de partida y centro de dos guerrasmundiales y, todavía un cuarto de siglodespués del final de la Segunda,amenazó con convertirse en el punto departida y centro de una tercera guerra.

Dicho de otro modo: el Imperioalemán de la época de Bismarck seproclamó como Estado «satisfecho» y secomportó como tal. No exigió nada queno poseyese y contempló y trató elmantenimiento de la paz europea como

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un interés prioritario. Eso mismovuelven a hacer hoy, si bien aregañadientes, la República Federal deAlemania y la RDA (por no hablar deAustria), pero éstas no llevanhaciéndolo más que diez años. Antes laRDA exigía como mínimo el controlsobre Berlín; la República Federal,como mínimo el control sobre la RDA y,al menos verbalmente, también sobre lasantiguas provincias de Prusia orientalcolonizadas por polacos desde finalesde los años cuarenta. Puede que losalemanes no tuviesen nada claro que conestas exigencias estaban pidiendoimplícitamente una nueva guerra, es más,

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una nueva guerra mundial, pues eraevidente que por sí solos no podíansatisfacer sus demandas. Otros (losrusos o los estadounidenses) deberíanhaberlo hecho. Ahí reside lógicamentela diferencia entre la política alemanade los años cincuenta y sesenta y la delImperio alemán en la Primera y laSegunda Guerras Mundiales: losalemanes de entonces se creyeroncapaces de imponer por su propia fuerzatodos sus objetivos «contra un mundolleno de enemigos». No obstante, en loque respecta a su actitud básica y susobjetivos, en un principio los alemanesdivididos sí que continuaron siendo

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fieles herederos de los alemanes unidosdel periodo de las guerras mundiales:estaban insatisfechos con lo que eran ytenían, obsesionados con algo que noeran y no tenían y dispuestos a todacosta a poner en juego todo lo que eran ytenían a cambio de lo que querían ser ytener.

Visto desde hoy y por muchasdiferencias externas que haya, latendencia interna y la actitud política delos alemanes y, en especial, de losalemanes de la República Federaldurante los años transcurridos entre1949 y 1970-1971 se asemejan más auna repetición de la política bélica y de

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gran potencia practicada por laAlemania de la primera mitad de sigloque a la implantación de una política depaz a la que los alemanes divididos dehoy se sienten tan obligados. Lo queescribí en 1961 era cierto entonces: laRepública Federal de Alemania «no hasido menos fiel a los pecados capitalescometidos por el Imperio alemán en1914 de lo que lo fuera Hitler. Noobstante, habrá que conceder que, adiferencia de éste, no los ha exagerado aposta. La política de Hitler fue unasimplificación insoportable de lapolítica equivocada del Imperio alemán;la de Adenauer, más bien un

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refinamiento de la misma, pero, en elfondo, ambas son iguales», es decir, unapolítica por la cual Alemania «dejó desentirse un Estado satisfecho sin motivoaparente».

Llegados a este punto presumo ciertaobjeción que prefiero abordarsomeramente. Se refiere a la expresión«sin motivo aparente». En efecto,escucho la voz interior de algún lectorque afirma que el Imperio alemán actuóen verdad «sin motivo aparente»,llevado más bien por un exceso devalentía y fuerza cuando, alrededor delcambio de siglo, decidió mostrarseinsatisfecho con los logros de Bismarck

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y conquistar la hegemonía mundial; perosi tenía todo lo que necesitaba, era elEstado que unía a todos los alemanes.Sin embargo, la República Federal vivecon el estado de emergencia nacional dela división alemana y tiene, por tanto,todos los motivos para estar insatisfechacon lo que posee y representa y paraaspirar nuevamente a alcanzar la unidadnacional perdida, aunque sea por la víade una política de riesgos y de fuerza ala antigua usanza. Seguro que aún hoyéste es el argumento de algunosalemanes; hace 20 años aún eran lamayoría pero ¿significa esto que tenganrazón?

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No hay que olvidar una cosa:tampoco el Imperio de 1871 fue enmodo alguno el Estado unido de todoslos alemanes. Al igual que la de laRepública Federal, que al fin y al caboreunificó las tres zonas de ocupaciónoccidental, la fundación del imperiobismarckiano tampoco fue más que unaunificación parcial, más bien fue, por asídecirlo, una división alemana: losmillones de alemanes que habitabanAustria, Bohemia y Moravia,Transilvania, el Banato y el Bálticoquedaron excluidos de Alemania, esmás, en parte fueron excluidos por lafundación del Imperio y no antes, cosa

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que generó gran descontento entremuchos de ellos. Sin embargo, Bismarcksiempre mantuvo a raya estasaspiraciones lógicas de formar una«gran Alemania», en verdadcomparables a las actuales aspiracionesde formar «una sola Alemania» bajo elpunto de vista de la dinámica que les esinherente. Para Bismarck fue másimportante la seguridad de «su»pequeño Imperio alemán, al fin y al cabodividido, que el afán de perfeccionismonacional, y aquélla sólo se podíaconseguir evitando exigencias yamenazas. Y aunque pueda resultar muyduro, una cosa es cierta: el Imperio

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alemán de 1871 «no necesitaba» a losmillones de alemanes que se quedaronfuera. Prosperó y se consolidó sin ellos.Otra verdad igual de implacable:tampoco la República Federal«necesita» a los alemanes de la RDA.

También ella prospera y seconsolida sin necesidad de una unidadnacional mejor que ningún otro Estadoanterior; lo mismo que los alemanes dela RDA quienes, a partir de una situaciónmucho peor, en los últimos 30 años sehan labrado una existencia respetableprescindiendo de los alemanes de laRepública Federal. Es cierto que seríahermoso ver cómo los alemanes de uno

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y otro lado vuelven a vivir bajo unmismo techo, pero tal cosa no mereceuna guerra, y la dualidad de Estadosalemanes no tiene por qué resultarinsoportable a menos que sean lospropios alemanes los que, al igual quehicieron innecesariamente entre 1949 y1971, presa de su obstinación, así loquieran. Hablar de un «estado deemergencia nacional» es exagerado.

En este contexto se impone otrareflexión suscitada recientemente en eldebate internacional por el exhaustivoestudio de Andreas Hillgruber titulado«La gran potencia fracasada» y por losescritos del norteamericano David P.

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Calleo y los británicos DavidBlackbourn y Geoff Eley. Lo que llevóal Imperio alemán de Bismarck adesechar su política de paz cautelosa ydefensiva tras la retirada de su creador yconvertirse en el foco más importante deinquietud internacional gracias a su«política mundial» no fue en absoluto sufalta de unidad nacional. Como ya hemencionado, Alemania no necesitaba alos que se habían quedado fuera. Lo quesí creyó necesitar fue una ruptura ysalida de aquella estrechez en la queconsideraba encontrarse, cercada porcuatro grandes potencias europeas, todasellas enemigos potenciales. «El Imperio

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alemán nació cercado», escribe Caello,y algo tiene de cierto. El sufrimientoinsomne de Bismarck bajo «la pesadillade las coaliciones» es bien conocido.Sus sucesores creyeron no ser capacesde seguir aguantando semejantepadecimiento y sí ser capaces de tenerla fuerza necesaria para desprenderse deél de forma violenta; ahí radica el origende las dos guerras mundiales.

Sin embargo, la República Federalde Alemania ha estado objetivamenteexenta de esta pesadilla desde elprincipio; en este sentido los alemanesde la pequeña República Federal deAdenauer están incluso mejor que sus

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antepasados del gran Imperio alemán deBismarck. La República Federal ya notiene enemigos potenciales enOccidente. Más bien al contrario, losvecinos occidentales son sus fundadoresy desde que la República Federal existevive en coalición con Europa occidentaly en una alianza atlántica en las que sevive muy bien gracias al apoyo depotencias amigas. El logro histórico deAdenauer consiste en haberse dadotemprana cuenta de esta oportunidad yhaber enfocado toda su política haciaella a costa de la unidad nacional quetuvo que sacrificar a cambio.

Lo que desmerece este logro es que

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Adenauer nunca admitió ante suscompatriotas haber sacrificado la unidadnacional. Nunca sabremos si él, en sufuero interno, tuvo claro que así fue. Almenos de cara a los alemanes prometióque aquella renuncia a la unidadnacional, que en realidad significaba laintegración de la República Federal enOccidente y era el precio de una nuevaseguridad, implicaría justamente larestitución de la unidad nacional y,además, la recuperación de las regionesorientales; eso sin tener en cuenta que alas potencias occidentales no lesinteresaba ni una guerra ni la restitucióndel Imperio alemán. Lo dicho, nunca

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sabremos si Adenauer hablaba desde lomás profundo de su alma, al fin y alcabo el alma de un patriota alemán de laPrimera Guerra Mundial, pero lo ciertoes que así, en los años cincuenta, lesregaló los oídos a la mayoría de suscompatriotas, a excepción de unaminoría que entonces habría estadodispuesta a renunciar a una integraciónoccidental en favor de la unidadnacional. Paradójicamente fue justo estaminoría la que, tres años después delfallecimiento de Adenauer, reconociósus logros y logró así culminar supolítica. Con esto llego al tercer yposiblemente más importante proceso

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que ha tenido lugar en Alemania en losúltimos 20 años: tras el cambiogeneracional y el cambio extrapolíticode periodo histórico de los años 1970-1971 se produjo un cambio en lamentalidad política alemana quecomenzó en los años sesenta y aúncontinúa hoy. Es evidente que sobresemejantes procesos de concienciacolectiva sólo se puede hablar con lamáxima cautela. Éstos se desarrollan sindramatismo pero no de forma articulada,rara vez pueden asociarse a un soloacontecimiento y, en la mayoría de loscasos, no se detectan hasta que estánmuy avanzados. Asimismo es difícil

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demostrarlos. No obstante, si las eternasquejas y acusaciones de «revanchismo ymilitarismo» federal proferidas desde elEste en los años cincuenta y sesenta alfin y al cabo han enmudecido casi porcompleto y, en su lugar, surgen en elOeste crecientes quejas (y acusaciones)de «pacifismo y neutralidad» de losalemanes federales, será que algo hacambiado en Alemania de un modobastante radical.

Esto no quiere decir que todo elpueblo haya dado media vuelta alunísono en formación militar. Estoscambios no se producen así, pero locierto es que determinadas actitudes

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básicas que durante mucho tiempo seconsideraron obvias se han vueltocontrovertidas, que las opinionesminoritarias se han hecho mayoritarias,que las esperanzas se han transformadoen temores y viceversa y que inclusoaquellos que han permanecido fieles a símismos se sorprenden de repentepracticando una política distinta a laanterior.

El mejor ejemplo de este proceso esel que acabo de mencionar y que aún noha sido lo suficientemente analizado: elpaso de los adversarios de Adenauer dela política de reunificación de los añoscincuenta a la política de

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reconocimiento de los setenta. Es obvioque han dado media vuelta, pero ellosno son conscientes de tal cosa y en suactitud se detecta de hecho también unaconstante, incluso de doble vertiente:tanto en aquel momento como másadelante quisieron practicar una políticade paz, y tanto en aquel momento comomás adelante quisieron mantener lamayor comunidad nacional posible, bienmediante la reunificación mientras éstase antojase factible por la vía pacífica(entre 1952 y 1955, hubo de hecho unapropuesta soviética), bien mediante elreconocimiento mutuo y el acercamientovecinal entre ambos Estados alemanes

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una vez que la reunificación por la víade Adenauer resultó inalcanzable. Estofue lo que ocurrió en la crisis de Berlínsucedida entre 1958 y 1962, y estosaños críticos, vistos en perspectiva,deben considerarse hoy el detonante deun cambio en la forma de pensaralemana aún en curso.

Para los alemanes la crisis de Berlíncomenzó con una conmoción, siguió conuna decepción y condujo a un cambio enla forma de pensar tras procesar dichadecepción.

La conmoción consistió en quefueron los rusos y no las potenciasoccidentales quienes acometieron la

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ofensiva alemana en 1958. Adenauersiempre les prometió a los alemanesque, una vez la República Federalestuviese rearmada e integrada,Occidente podría «hablarracionalmente» con los rusos desde unaposición de fuerza sobre la reunificaciónalemana y un posible tratado de paz conla Alemania reunificada.

Pero en lugar de eso fueron los rusoslos que de pronto se sintieron en unaposición de fuerza a partir de la cual secreyeron capaces de imponer exigenciasa las potencias occidentales, exigenciasque, en forma del ultimátum de Jruschoven noviembre de 1958, aspiraban a una

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retirada occidental de Berlín.A esta conmoción le sucedió una

decepción, una decepción ante la actitudde las potencias europeas en verdadpoco dura y firme, sino más bien confusay molesta, empeñada en buscar desde elprincipio el consenso que, finalmente,tras años de jugadas de póquerdiplomático, condujo a solucionar elconflicto con la construcción del muro.Los aliados occidentales acogieron estasolución con alivio, puesto que al fin yal cabo significaba la renuncia de losrusos a su exigencia original de que laspotencias occidentales se retirasen deBerlín. En Alemania, por el contrario,

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esta decisión se consideró una derrotavergonzosa y una profunda decepción,pues para los alemanes no sólosignificaba el fin del pasillo de salidallamado Berlín, sino también el retornoimplícito de la coalición occidental auna política alemana puramentedefensiva; es más, a la aceptacióndefinitiva de la legitimación de unaAlemania dividida, y ahora también deun Berlín dividido. Hoy casi se haolvidado que en los últimos años degobierno de Adenauer y de Kennedy lasrelaciones germano-estadounidensesestaban tan profundamente debilitadascomo hoy, solo que en sentido contrario:

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entonces fueron los alemanes los que sesintieron abandonados con sus interesesdesprotegidos y los estadounidenses losque consideraron prioritarias la paz y ladistensión. Los alemanes habíanapostado por la Guerra Fría; losestadounidenses de pronto no quisieronsaber nada al respecto. Entonces losalemanes reprocharon tácitamente a losnorteamericanos que no hubiesen estadodispuestos a arriesgar los interesescomunes, pero sobre todo alemanes, acambio de una guerra. Hoy ocurre locontrario. A los ojos de los alemaneslos estadounidenses se convirtieronentonces en «pacifistas y neutrales», hoy

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sucede al revés.Resulta muy irónico que ese cambio

de actitud alemán que hoy tanto selamenta en Estados Unidos se hayaproducido a raíz de la posteriorcomprensión paulatina, por parte de losalemanes, de la actitud estadounidensedurante la crisis de Berlín. Primero hubomucha rabia contenida y lamentos en vozalta por el «muro de la vergüenza».Después, poco a poco, surgió unapregunta: «¿Qué podían haber hecho sino los norteamericanos?». Si elconflicto se hubiese agudizado almáximo, se habrían visto fácilmenteobligados a lanzar el primer disparo (las

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posibilidades de bloqueo de los rusosno eran sangrientas) y no habrían podidodefender Berlín sin recurrir a unaescalada nuclear o al menos amenazarcon ella. La reflexión sobre la crisis deBerlín y un posible desarrolloalternativo de la misma hizo que muchosalemanes fuesen por primera vezconscientes de lo que habría supuesto enrealidad (o de lo que supondría) unaguerra nuclear sobre suelo alemán; pocoa poco generó la sensación de «noshemos vuelto a librar» y la decepciónfue convirtiéndose en alivio, de modoque, dos años después de laconstrucción del muro, Kennedy fue

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ovacionado en Berlín mientras que suacompañante, Adenauer, pasóinadvertido como el hombre que habíaprometido demasiado.

Como es sabido, el levantamientodel muro de Berlín fue el principio delfin de la época de Adenauer. Entoncescomenzó el desplazamiento hacia laizquierda de la política federal alemana,movimiento que continuó a lo largo detoda la década de los sesenta hasta quese produjo el relevo en el gobierno de1969, el cual permitió a su vez elcambio de época de 1970-1971 enmateria de política exterior. Sinembargo, sería superficial reducir el

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cambio de actitud que empezó aproducirse entonces en Alemania alámbito de los partidos políticos. En elmomento en que escribo estas líneastambién parece inminente un relevo depoder en dicho ámbito. Sin embargo, esimportante señalar que, en esta ocasión,el relevo político no supondría ningúncambio esencial en la nueva actitudbásica de la República Federal.

Tampoco hoy un gobierno de laUnión democristiana (CDU) volvería a lasituación anterior a los Tratados delEste de 1970-1971, tampoco exigiría yala reunificación alemana comocondición previa a la distensión y

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tampoco pondría en práctica una políticaque contemplase tácitamente el riesgo deuna guerra. La política exterior de ungobierno Kohl-Genscher ya no sediferenciaría en gran cosa de la de ungobierno Schmidt-Genscher, es más,tendría mucho más en común con ellaque con las de los gobiernos deAdenauer y Erhard. Así, todo elespectro político alemán se hadesplazado hacia la izquierda y lo másinteresante es que la oposición no estásituada a la derecha, sino incluso más ala izquierda. Se trata de un cambiosorprendente. Hasta entrados los añossesenta la actitud básica de los alemanes

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fue revisionista y se extendió a todos lospartidos. Hoy ha dejado de serlo. Hoyvuelve a imperar una tremendanecesidad de paz que se extiende denuevo a todos los partidos, es más, setrata de cierto apocamiento ante la paz.Una declaración como la anteriormentecitada del año 1956, en la que elentonces gobierno federal rechazabacualquier tipo de distensión que nollevase aparejada la reunificaciónalemana, sería hoy impensable paracualquier gobierno federal. El miedogeneralizado de entonces obedecía a laposibilidad de que las potenciasoccidentales y orientales llegasen a un

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acuerdo sobre la base del statu quoalemán, tal y como después ocurrió. Hoyel temor responde a la posibilidad deque, a pesar de ese acuerdo alcanzadosobre Alemania, las potencias puedanvolver a enemistarse por otrascuestiones hasta llegar a unenfrentamiento armado y que, en talcaso, arrastrasen a la República Federalhacia un conflicto en contra de suvoluntad.

Tal cosa nada tiene que ver con lapolítica de partidos. Se trata de uncambio de mentalidad nacional,comparable al que se ha producido enSuecia desde el siglo XVIII. En los siglos

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XVII y principios del XVIII, en la épocade Gustavo Adolfo y Carlos XII, Sueciano fue una potencia menos beligerante niambiciosa de lo que lo fuera el Imperioalemán en la época de Guillermo II y deHitler, pero desde entonces Suecia se haconvertido en el Estado pacífico porexcelencia. A diferencia de Suecia, ni laRepública Federal ni la RDA se hanvuelto Estados neutrales, pero laRepública Federal, al igual que Suecia,en los últimos 20 años ha comenzado adesligarse de esa época beligerante yambiciosa de la historia alemana. Laruptura con la tradición está aún enmarcha; es un proceso complejo y

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doloroso, no exento del riesgo depasarse y acabar en un pacifismoutópico y de nuevo, aunque de otromodo, ajeno a la realidad. Una políticade paz tampoco puede basarse sólo en lahuida; es un arte difícil que requieretodo un aprendizaje.

Tal vez mi pequeño libro sobre laPrimera Guerra Mundial, que ahoravuelve a editarse bajo este nuevo clima,sea una humilde contribución a esteproceso de cambio de actitud en formade documento sobre sus orígenes. Paralos historiadores alemanes los añossesenta, sobre todo su primera mitad,estuvieron regidos por una gran

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controversia en torno a la PrimeraGuerra Mundial famosa en los círculosespecializados bajo el nombre de«polémica de Fischer»; la discusión fuesuscitada por la extensa denuncia,profusamente documentada, de lapolítica de objetivos bélicos seguidapor Alemania en la Primera GuerraMundial que hizo Fritz Fischer en suobra Asalto al poder mundial, a la quesiguió otra denuncia igualmente grave dela política prebélica alemana tituladaGuerra de ilusiones. Ambos libroscalaron en el lenguaje político posteriory, si bien algunas de las tesis de Fischersiguen siendo polémicas, el resultado de

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la gran batalla entre intelectuales ha sidouna opinión radicalmente distinta ymucho más distanciada sobre el papelque desempeñó el Imperio alemán antesy después de la Primera GuerraMundial. A modo de resumen de estacontroversia sirva la obra de Peter GrafKielmannseggs Alemania y la PrimeraGuerra Mundial, publicada en 1968 yreeditada recientemente. Personalmenteestoy orgulloso de que mi humildeintento, de corte más periodístico quehistoriográfico, de acercar losresultados de la polémica de Fischer, taly como yo los vi entonces, a un públicomás amplio, cuatro años después se

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viese refrendado más que invalidado ensus ideas principales con la aparición dela gran obra de Kielmannseggs.Asimismo, me alegra mucho que elepílogo polémico y encendido queescribí en 1964 haya perdido vigenciagracias a la historia vivida desdeentonces por la República Federal deAlemania, aunque este nuevo desarrollotraiga consigo nuevas preocupaciones.

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SEBASTIAN HAFFNER (nombreverdadero: Raimund Pretzel, Berlín, 27de diciembre de 1907 22 de enero de1999), fue un periodista, escritor ehistoriador alemán.

Nació en una familia protestante y cursóestudios de Derecho en su ciudad natal.En 1938, debido a su malestar con el

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régimen nazi, emigra a Inglaterra junto asu novia judía donde trabaja comoperiodista para The Observer. Adoptóel seudónimo «Sebastian Haffner» paraevitar que su familia en Alemania fuesevíctima de represalias por su actividadcomo disidente del nazismo en elextranjero. El nombre Haffner lo tomóde la sinfonía del mismo nombre,compuesta por Wolfgang AmadeusMozart.

En 1954, una vez acabada la II GuerraMundial regresa a Alemania y colaboracomo columnista en varios periódicosde izquierdas.

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Haffner fue un radical opositor de Hitlerdesde el exilio y uno de los másdestacados escritores sobre la historiaalemana del siglo XIX y XX.

Aunque su libro de memorias Historiade un alemán no se publicó hastadespués de su muerte, Haffner lo habíaterminado en 1939.

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Notas

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[1] «Ceterum censeo Carthaginem essedelendam». (Además opino que Cartagodebe ser destruida) es una famosalocución latina. La frase es atribuida aCatón el Viejo, que, según fuentesantiguas, la pronunciaba cada vez quefinalizaba todos y cada uno de susdiscursos en el Senado romano durantelos últimos años de las Guerras Púnicas,alrededor del año 150 a. C.Ninguna fuente antigua estableceexactamente la forma en quepronunciaba realmente la frase, que seescribe en la actualidad de dos formasdistintas: «Carthago delenda est».

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(Cartago debe ser destruida) o la máscompleta «Ceterum censeo Carthaginemesse delendam». (Además opino queCartago debe ser destruida).Esta expresión se utiliza para hablar deuna idea fija que se persigue sindescanso hasta que es realizada. <<

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[2] Helmuth Johann Ludwig von Moltke(* Gersdorf, 25 de mayo de 1848 — †Berlín, 18 de junio de 1916), tambiénconocido como Moltke el Joven (Moltkeder Jüngere), fue jefe del Estado Mayoralemán entre 1906 y 1914.No debe ser confundido con HelmuthKarl Bernhard Graf von Moltke (*Parchim, 26 de octubre de 1800 - †Berlín, 24 de abril de 1891), conocidocomo Moltke el Viejo (Moltke derÄltere), que fue un Mariscal prusiano yjefe del Alto Estado Mayor durante lasguerras de Prusia con Dinamarca,Austria y Francia, que dieron lugar a la

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creación del Imperio Alemán. <<

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[3] El Reichsgau Wartheland(inicialmente denominado ReichsgauPosen, y, en ocasiones, Warthegau) fueun distrito del Tercer Reich anexionadotras la invasión alemana de Polonia en1939. Comprendía una extensa zona dePolonia, y sólo una pequeña parte deella, concretamente la antigua provinciaprusiana de Posen, había pertenecido aAlemania hasta la firma del Tratado deVersalles.El nombre derivaba de la capital, Posen,y, posteriormente, de su principal río, elWarthe. <<

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[4] Unidad monetaria de inferior valor alMarco. <<