Los días azules- Vallejo, Fernando (gris) OCR

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Los días azules de Fernando Vallejo

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  • Los das azules

  • II kk's , Femando Vallero De en tcin:

    10cjt. Distribuidora y Editora Agu lar, Altea, Taurus, Alfgu;Calle So No. i o nRogoti, ColombiaTelfono (571) 6 *9 00 00Teta* (jti) 2 )6 93 Siwww.aUaguara.com

    Aguilar. Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.Av. Leandro N. Akm 720 (tooi), Buenos Aires, Argentina.| Sanllana Ediciones Generales, S. A. de C. V.Avda. Universidad: 767, Col. del Valle,i^ OSeoi: D.F. C P ojioo. Mxico. Sana!ana Ediciones Generales, S. L.Torrelaguna; 60. 28043 Madrid, Espaa.ISBN: 5-704-078-3Impreso en Colombia-PnnW in Colombia

    Primen edicin en Colombia, mayo de 2003Primera reimpresin, octubre de 2006

    Diseo de proyecto: Enre Santu Cubierta. Jos Mndez

    Todos los derechos reservados.Esta publicacin no puede ser reproducida^ ni en codo ni en parte, ai registrada en o transmitida por un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, foroqumico, electrnico, magntico, dertroptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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    Fernando Vallejo

    Los das azules

  • Bum ! Bum ! Bum ! La cabeza del nio, mi cabeza, rebotaba contra el embaldosado duro y fro del pari, contra la vasta tierra, el mundo, inmensa caja de resonancia de mi furia. Tena tres aos? Cuatro? N o logro precisarlo. Lo que perdura en cambio, vivido, en mi recuerdo, es que el nio era yo, mi vago yo, fugaz fantasma que cruza de mi niez a mi juventud, i mi vejez, camino de la muerte, y la dura frialdad del patio. Ah, y algo ms: la criadita infame que a unos pasos se convulsionaba de risa.

    La escena absurda se repeta a menudo y la vean de M arte: se repeta con la certeza del aguacero del dos de mayo, da de la Santa Cruz, cada vez que sala mam, m uy confiada, de compras al centro, dejndom e al cuidado de la criada, y a ella el encargo de no olvidar mi chocolate con pan de dulce de las tres de la tarde. H oy no hay chocolate , deca rindose, a las tres, socarrona, la maldita, y yo emprenda una veloz carrera, viento de furia, por el corredor que llevaba al patio, y en el patio, puesto de rodillas com o musulmn en oracin (Al es grande y M ahom a su profeta), empezaba mi plegaria de golpes: Bum ! Bum ! Bum ! La frente del nio rebotaba contra la baldosa del piso en un redoble in crescendo rtmico, furibundo, y los tornillos, las tuercas, las ruedas, las roscas, los clavos, los muelles, los ejes, las cuas, las hlices, el cigeal, el torniquete, el embrague, las coordenadas, las abscisas, los planos, las lneas, las simetras, el sutil engranaje todo de mi cabeza se iba aflojando, desajustando, borrando, hasta que la pobre se converta en una calabaza hueca que segua dando tumbos, ciegos, sordos, por inercia de la furia, contra la terca inmensidad del m undo. La sirvientica taimada en tanto, llegada de la cocina, iba

  • cambiando colores del rojo encendido al blanco plido, apre- M tndose la barriga para no reventar de risa. Y la onda de su risa J se cruzaba con la onda de mi furia, y juntas dejaban la atms- m fera, la tierra, y seguan rumbo a Marte, donde las captaban en M sus aparatos los sabios marcianos.

    Vivamos en la calle de Ricaurte. Ricaurte el hroe, el I prcer, ya saben, el que durante la guerra de Independencia se a vol con todo un parque de plvora para no dejarlo caer en 1 manos de los realistas, gachupines enemigos de la patria. Los percusionistas y los hroes somos as. Tercos, irrevocables, por- | fiados. Qu le vamos a hacer, nos viene de familia. Mi abuelo, i sin ir ms lejos, era famoso en su pueblo, Santo Domingo, por- j que logr lo que nadie: hizo mover una mua.

    Por el camino de herradura de Santo Domingo a San Roque, en la cima de una montaa, la mua resabiada se detena y se negaba a emprender el descenso, a seguir adelante. Le S clavaban los espolines, le daban de palos, la cubran de insul- j tos, le quemaban la cola. Nada, no segua, no ceda. No daba un paso ms: se haba detenido, y hasta aqu llegamos. Pero, | qu ms te da, inmunda, seguir adelante o volverte atrs, si de todos modos vas a ir de bajada? No, no haba forma. Nadie logr hacerla dar un paso adelante, llegada a lo alto de la montaa. Ceda el jinete, volva la brida, y la mua tornaba a ser lo de antes, un animal dcil y sumiso... pero de regreso a casa, por el camino andado. De esc alto desde donde se divisaba San Roque, no hubo empeo humano que la pudiera hacer pasar. Lo consigui mi abuelo. Armado de libros, sombrilla y fiambrera, yendo de por medio una apuesta y su honor de caballero, emprendi en la mua el camino de Santo Domingo a San Roque.Al llegar al alto la mua terca se detuvo, pero en vano se qued esperando la insensata el chaparrn de injurias, de golpes, de espuelazos, o el incendio de la cola. Nada, nada de eso, haban cambiado de poltica. Bajo el trrido sol del trpico mi abuelo abri un libro y la sombrilla de su paciencia, empez a leer y sigui sentado. Zumbaban las moscas, planeaban los gallina?/*;, chillaban los gavilanes. Fueron corriendo las horas y la mua ter

  • 9ca segua en pie y l sentado. En el gran paisaje opaco de montaas la escena inmvil pareca el cuadro de un duelo. Al atardecer, motu proprio, la mua dio un tmido paso hacia adelante, otro, otro, y ech a andar decidida pendiente abajo, rumbo a San Roque.

    Gran seor mi abuelo. De nio atraves una pared de bahareque a cabezazos. De viejo se embarc en un gran pleito. Tena un lanchn que cargaba racimos de pltano por el ro Magdalena y se lo hundi un barco petrolero. De ah el gran pleito. Desde mis ms lejanos recuerdos el pleito estaba en curso, y lo vi llevarlo, entre arrumes de requisitorias y memoriales, de estampillas y papel sellado, del Juzgado al Tribunal, del Tribunal a la Corte, de la Corte al Consejo de Estado. Lo prosigui por aos: durante mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, y lo fall su muerte. Algn da he de volverte a ver, abuelo, en las encrucijadas del sueo...

    Por en medio de la calle de Ricaurte pasaba un arroyo, manso, terso, cristalino, la quebrada Santa Elena. En Antioquia, donde todo lo trastruecan y ponen de cabeza, a la Antioquia bblica, para no llamarse como ella, le cambiaron el acento; y llaman al arroyo quebrada, confundiendo la depresin del terreno que forman en el fondo dos montaas con el pequeo cauce de agua que usualmente corre por ella. Digo esto para que nos vayamos entendiendo. La quebrada Santa Elena, pues, dulce, tintineante, cristalina, bajaba apacible con su msica de aguas de lo alto de la montaa, del cerro Pan de Azcar, en tringulo impecable* Pero detrs del cerro hay otro cerro, y otro y otro y otra montaa, y en mayo, el mes de las lluvias, cambiaba la cosa. Saltaba una chispa, brillaba un relmpago, sonaba un trueno y se soltaba el chubasco, el gran chaparrn de gotas grandes, vulgares. Y por los cerros y las montaas empezaba a rodar el agua. Y las fuentecitas se volvan arroyos, y los arroyos ros, y ros y arroyos iban a dar a la Santa Elena, que engrosada por infints torrentes cambiaba de nombre y se tornaba en una avalancha: La Loca, la quebrada La Loca.

    Rugiendo, despeinada, La Loca se lanzaba sobre Mede- 11 tn amenazante. Era el da de la Santa Cruz, el dos de mayo,

  • 10en que en Medelln siempre llueve. Llueve porque llueve, as digan que las bombas atmicas trastornan el clima, porque en Medelln la lluvia del da de la Santa Cruz no es una lluvia: es una prueba de la existencia de Dios. Y Dios existe, o no? M i to Ovidio, que tiene nombre de poeta latino, dice que no. Pero Ovidio es un descredo. Y a los descredos el da de la Santa Cruz les tapbamos la boca. H oy llueve, vas a ver, y me dices si Dios existe o no existe . Y ms temprano o ms tarde, se soltaba la lluvia. Era el argumentum meteorologicum, rotundo como una pedrada.

    Dos de mayo, da de la Santa Cruz, a la hora en que en Antioquia oscurece, seis de la tarde. Estbamos rezando lo que se reza ese da, los mil Jesuses, ms largos que tres rosarios: Si en la hora de mi muerte el Demonio me tentare, que se aparte de mi lado porque el da de la Santa Cruz dije mil veces: Jess, Jess, Jess... Y as hasta llegar a mil, repitiendo el encabezamiento cada diez Jesuses, y marcando de diez en diez con un granito de maz que iba a engrosar un montoncito que se coman los pollos, Saquen esos pollos de aqu que se estn comiendo los maces! , gritaba mi abuela. N o respetaban ni el maz de la santa religin, qu atrevidos! Jess, Jess, Jess volva a decir la abuela coreada por una salmodia de voces infantiles cuando de sbito se oy un retumbo: Buuuuuuuuuum! Qu pas? Qu pas? Se solt La Loca! gritaron afuera, y nos asomamos a la calle. Sonora, rugiendo, furibunda, bajaba La Loca de la montaa dando tumbos, entre relmpagos y truenos, desmelenada. Se dira una culebra inmensa, inmensa, que hubiera perdido el juicio. O una cabra. Brincando de aqu para all, rebotando con su cauda de aguas, anegndolo todo. Adentro! orden la abuela, y nos metimos a la casa. Pero abuelita, por qu la Santa Elena, que es una santa, el da de la Santa Cruz precisamente se vuelve un demonio y se aloca? N o entiendo . Ya dejen de preguntar tanto, nios, y a seguir rezando: Si en la hora de mi muerte el Demonio me tentare...

    La Loca se meti a mi casa de a poquito. Por la rendija de la puerta entr al zagun primero, despacito, dando un paso aqu y otro ms, como gallina timorata que entra en casa ajena.

  • 11Despus fue agarrando confianza y del zagun pas al patio, del patio al corredor, del corredor al comedor y del comedor a los cuartos, subiendo, subiendo, sacando las bacinicas de debajo de las camas, encharcando colchas, derribando mesas, levantando sillas, apagando velas (la veladora del Santsimo Sacramento, qu blasfemia!), y de un coletazo se meti a la sala. Se meti La Loca a la sala! S, a la sala, a donde no podan entrar los nios y donde estaba el piano, a hacer lindezas! A ahogar sillones, a volcar floreros, a arruinar sofs recin retapizados. Suba, suba en remolinos, sacudindose el cuerpo con bruscos cabezazos, hasta que lleg al cuadro del Corazn de Jess y lo arranc del marco. Cansada de hacer estragos en la sala, sigui al interior de la casa, no sin antes sacarle por joder, como quien no quiere la cosa, tres o cuatro acordes impresionistas al piano.

    A l comedor se lo trag de un bocazo, y por el segundo corredor pas al segundo patio, rumbo a la cocina. Y ustedes? Nosotros sobreaguando, nufragos agarrados a las tablas de las camas. A la cocina lleg a apagarle al fogn la candela, y a husmearlo todo, como vecina entrometida y maleducada, a destapar las ollas para ver qu comamos. Ajaa, frijoles con tocino... Qu bien! Huele bien . Volvi a tapar la olla y continu hacia el solar, la huerta, a darle un buen remojn a las lechugas, a las coles, a la yerbabuena, al cilantro, a las cebollas enhiestas de rabo verde. Qu noche aquella! Papi, que volva del trabajo, entr a la casa por un puente improvisado de tablones, lanzado de acera a acera. Qu noche aquella! En Antioquia las quebradas son como los nios: berrinchudas.

    Pasado mayo de los aguaceros, La Loca tornaba a ser la de antes, el arroyo manso, cristalino, la quebrada Santa Elena. Andando el tiempo la entubaron: la metieron en camisa de fuerza, en unos socavones de cemento armado bajo el pavimento de la calle. A l principio se le oa rugir abajo, despus nada. En su oscuro reducto, en su eterna noche subterrnea, la Santa Elena se fue secando, secando como todos los ros de Colom bia por la tala de los rboles. Ya ni quien sepa quin fue la Santa Elena, alias La Loca, que haca temblar la tierra. Si usted pregunta hoy

  • 12por ella nadie sabr de qu est hablando. Seca de sus limpias aguas, la ciudad desalmada la haba convertido en un ignorado cauce de desages, en alcantarilla municipal.

    Sali el sol y sacamos a secar todo al patio. Muebles, colchones, colchas, sbanas, cuadros, todo, todo empapado, encharcado, arruinado. Al piano le pusimos a secar los maderos largos de las teclas y se torcieron. Y qued sirviendo para le que sirven las tetas de los hombres dijo Ovidio, el malhablado. El piano en realidad ra una pianola, y tiempo despus la operamos para descubrirle el secreto de que tocara sola. Abierta de tapa en tapa, le extrajimos las tripas, los muelles, ;lo fuelles, el mecanismo entero de la autosuficiencia. ramos nios cirujanos.

    Mi voracidad de prodigios no conoca lmites, y una y otra vez haca repetirle a la abuela su fatigado repertorio de cuentos. Sentados a la ventana de la sala, en la noche tibia, nuestro asombro extasiado no se cansaba de escuchar esas historias suyas tantas veces odas de duendes y de brujas, terrorficas, siniestras historias, narraciones inflamadas para exorcizar el tedio de la niez. Ahora contnos, abuelita, el cuento de Domitila Ah, s, la bruja que era sirvienta del cura prroco de San Roque... Y empezaba el ensueo. La vieja bruja taimada, cuando se dorman el padrecito y el pueblo, se levantaba de noche sigilosa y se iba a recorrer el mundo en su escoba. Sala al patio muy calla- dita ella, muy solapada, y se encumbraba a la regin. A cul regin, abuelita? "All, muy arriba. Volaba alto, muy alto* Ms alto de lo que vuelan los gallinazos? S. Suba volando hasta la torre de la iglesia, daba una planeadita sobre San Roque para tomar altura, y se encumbraba a la regin. Volando, volando, alto, muy alto en la noche pasaba por Santo Domingo, que desde arriba se vea como un pueblito de nacimiento, de pesebre, con sus foquitos encendidos abajo, titilando. Volando, volando, dejaba atrs a Santo Domingo, Cisneros, Medelin, y por el ro Magdalena se iba rumbo al mar, hacia la Costa Atlntica. Uy, el mar! Y pasaba por Medelin, abuelita? Claro, pasaba por Medelin, daba un giro, y tomaba Magdalena abajo, hacia el mar. Corridos los visillos y abiertos los postigos de la sala, la

  • 13luna tenue, delicada, entraba con sus pasos de luz a la casa. Giraban las sombras sobre la cal del muro, mientras afuera caa tibia la noche, abrazando a Medelln. Todas sus historias de brujas terminaban igual: en el pueblo, en la plaza, sazonando la hoguera de la Santa Inquisicin. No s de dnde sacaba la abuela ese final tremndista, porque en Antioquia nunca mont su negocio el seor Torquemada. Despus nos bamos los nios a dormir, hasta que una noche ocurri el milagro.

    Haban apagado ya los focos y dorma mi casa, dorma Medelln. Unos ronquidos envolventes venan del cuarto de mi to Ovidio. Unos ronquidos que arrullan, como las olas del mar. Iban todos en su sueo a la deriva, salvo yo, que me remova inquieto. Y oyendo la llamada del Infinito me levant. Sigiloso, descalzo, cruc el cuarto de Ovidio, cruc el cuarto de Elenita la hermana de mi abuela, cruc el cuarto de mis paps y llegu a la sala. Y decidido me dirig a la ventana mgica. Abr los postigos, corr los visillos y entonces vi el prodigio: en el sortilegio de la noche arriba, de la noche exttica, cruzando la luna redonda, colosal, volaba la bruja Domitila en su escoba. Iba vestida de negro, flotando al viento los tules negros, con su sombrero y su nariz en punta, y su corte siguindola: veinte gallinazos negros. Mentiroso, no inventes. S, Elenita, yo la vi. Cmo ibas a poder verla, si era de noche! La vi porque la iluminaba la luna. Y cmo contaste los gallinazos con la rapidez que llevaban? No iban rpido, iban como a veinte kilmetros por hora. "No te creo nada, mentiroso. Si mi to Ovidio no crea en Dios, mi ta abuela Elenita no crea en brujas. Unos descredos ambos! Corra entonces a consultarle a la abuela. Verdad abuelita que las brujas existen? S, existen. Y agregaba una frase enigmtica que corra por toda Antioquia: Que las hay las hay, pero no hay que creer en ellas. Profunda verdad teolgica, que negaba afirmando.

    De da, parado en la ventana mgica, empezaba mi show travest. He aqu una descripcin sucinta del personaje, subiendo de pies a cabeza: zapatos rojos de tacn alto en punta, medias caladas, falda rojo encendido, cinturn rojo, cartera roja, guan

  • tes tojos, coliar rojo de perlas, sombrero de velo rojo. Como es eso de collar rojo de perlas? Las perlas no son rojas. Ay doctor, as las recuerdo. Haga memoria, recuerde bien el color, que es importante. Rojo. Rojo suave? No, rojo fuerte . Pero, cmo es que su mam tena ropa de color rojo? Qu s yo! A le mejor entonces as se usaba. O a lo mejor no era rojo sino violeta, pero en mi recuerdo no hay medias tintas: rojo fuerte. Y qu edad tena usted? Dos o tres aos, doctor. Porque apenas si saba hablar. En un idioma que se dira chino, japons o ruso, pero que result espaol castizo, iba maana, tarde y noche tras de mam insistiendo, hasta que por fin entendi: le peda que me prestara los zapatos, los guantes, el sombrero... Y se los prest? S doctor. Al psiquiatra, como al confesor, hay que decrselo todo. Y vestido, digo, con la ropa de mam, corra a k ventana mgica. Los vendedores ambulantes que venden naranjas, los choferes que manejan camiones, las beatas que vuelven de misa, las criadas que van a la tienda, los policas que agarran ladrones, todos en la calle todos me miraban incrdulos, pasmados de estupor. Cierro los ojos y vuelvo, con la imaginacin del recuerdo, a esa calle de Ricaurte, a mezclarme con los transentes de la hora, a mirar al nio vestido de rojo en su ventana. Y se esboza una tenue sonrisa en mi memoria por lo que el nio hace: se levanta la falda roja y orina despreocupado por entre las rejas de la ventana. Ya no existe la calle de Ricaurte, ya no existe la casa, ya no existe la reja., ya no existe la ventana. Como a todo en Meddln, se lo llev el ensanche. Que se lleve el ensanche mi recuerdo.

    Aj, a los dos aos vestido de mujer, y sin embargo, dice usted que no fue travest. No doctor, ni tampoco fui cura. Porque debo decir que con mis dos hermanos (los que tena entonces pues despus fueron muchos), obsesionados por la magia del ritual, por la pompa del culto, vestidos con largas batas de bao que trocaba nuestra imaginacin en sotanas, con blancas albas que eran sbanas, con sobrepellices y c a s u l la s que eran jirones de trapo, cobrbamos solemne misa de tres padres. Sonbamos la campanilla, una copa de cobre habilitada.

  • 15

    y era incienso el humo de peridicos quemados, y las altas naves de la catedral nuestros techos de vigas. Con un hisopo salido de no s dnde rocibamos la casa de agua bendita: le echbamos Flit al Diablo. Travest o cura, doctor, me obsesionaba la dignidad del culto. Mea culpa. Mi soberbia arrepentida confiesa ahora que cura para m era poca cosa: lo que quera en realidad ser era obispo, de mirra y bculo, o cardenal o papa. Se imagina usted doctor, yo vestido de papa en la ventana?

    Las de la casa de la calle del Per, a la que nos mudamos luego, eran ms altas. Como la calle era en pendiente, y como adems habamos creado un poco (en estatura, dignidad y gobierno), podamos emprender la nueva hazaa: salir a la ventana a escarmentar borrachos. Pero por elemental educacin, en este punto dd rdato hay que presentar a mis dos hermanos: Daro de budes rubios, y Anbal cascarrabias. Sala pues, con el rey persa y con el general cartagins, a las ocho o nueve de la noche a escarmentar liberal. Don Luis Trujillo, liberal, bajito y borrachn fue el primero. En la esquina de arriba, en un tenducho, se pegaba unas borracheras de padre y seor mo. Luego, cuando bajaba hada su casa, se detena un instante en la acera, ante la nuestra, y como nosotros ramos conservadores gritaba, con insolente ademn y voz estentrea, desafiante: Viva el gran partido liberal! Entonces se segua muy tranquilo, como quien le confiesa al cura un asesinato, y dicindose para sus adetitros: Al que le caiga el guante que se lo chante.

    Una noche vena don Luis Trujillo, borracho, chapa- rfito y liberal trastabillando, desde la consabida esquina, por su camino habitual de bajada, cuando nosotros salimos a la ventana. Se detuvo un instante, como siempre, ante nuestra casa, y caballo brioso que enarca la cerviz dando un relincho, grit templando el puo desafiante: Viva el gran partido liberal! Los tres inocentes, al unsono, sacaron sus manguen tas al aire y orinaron. Ah carajo dijo el borracho se solt el aguacero! Y sacudindose unas gotas de lluvia amarilla apur el paso,

    Pero qu ignominia el trasteo al Per desde Ricaurte! La mudanza... Por esa puerta por donde entraba La Loca iban

  • saliendo nuestras cosas: un silln despanzurrado, bacinicas des- port i liadas, un santo sin cabeza, una mesa coja, colchones orinados... Y los vecinos, sin que los viramos, viendo... O jos por todas partes, detrs de las rendijas, m uy abiertos. O jos indiscretos viendo, espiando. Doa Marta, la seora gorda de enfrente, se asomaba: An no ha pasado el lechero? , preguntaba al aire la fisgona atisbando, con disimulo. Qu lechero ni qu lechero! Pretextos! Para echar miradas disimuladas. A h sale el piano, el maldito piano . Iba saliendo el piano... A h salen los m uebles de la sala. En qu mal estado! Iban saliendo los sillones deslavados... En la penumbra de la sala se vean bien; afuera, en el pavimento, bajo la cruda luz del sol qu vergenza! Parecan viejos gordos desnudos, esperando a que los subieran al camin del acarreo, enseando el trasero. E l sol los penetraba con sus rayos X implacables, partindoles el alma. A h sale la mesa del com edor cuarteada . Sala la mesa... A h sale el cuadro del Corazn de Jess, con el vidrio roto . Sala el cuadro, salan las sillas, salan las ollas, sala la estufa, salan las macetas... C un ta ropa vieja! Cunto trebejo! Y eso? Qu ser eso? A todos el corazn les dio un vuelco: U n atad! U n atad, en efecto: sala el atad que le tenamos reservado a la ta Elena para cuando se muriera.

    E l cam in de las mudanzas parti al fin, sin techo, atiborrado: a exhibirnos por toda la ciudad con indecencia. E n el asiento delantero iba yo, el hijo m ayor, con m i to O vidio, para indicarle al chofer la nueva casa. Atrs el carro de papi con el resto de la fam ilia, resoplando. U n a ligera brisa m e aliviaba el sonrojo de la cara.

    A l cuadro del Corazn de Jess le cam biam os vidrio y marco. V idrio nuevo, marco nuevo, vida nueva, porque viene el cura de la iglesia del Sufragio a entronizarlo. Pase usted padre. Por aqu, por aqu. Y ustedes nios a jugar al patio ... N o , nada

    de jugar al patio, tenamos que verlo todo. Cruzaba el padre el zagun y empezaba la ceremonia. Prim ero, la aspersin de agua bendita, con hisopo de plata! En la sala, en el com edor, en los cuartos... Iba siendo expulsado el M aligno de sus baluartes. U n a

  • 17gota cae aqu, otra gota cae all, arrojando en latn a los ejrcitos de Satans. Afuera diablos! Afuera diablos! Volaban los moscones rociados por el agua bendita... Santificados... Despus, en la sala, vena la ceremonia propiamente dicha de la entronizacin del Corazn de Jess: con mucho incienso y rezos se le consagraba la casa.

    Term inados los deberes inherentes a su cargo, el seor cura, envuelto en una nube de incienso, se despatarraba etreo en el gran sof retapizado de la sala, a aspirar las volutas voluptuosas, a descansar. N o quiere el seor cura un vinito? S, s quera. Le traan vino de consagrar, de la alacena, un vino dulce com o com a diabtico. V ino de consagrar y galleticas en la bandeja reluciente de plata: la charola. El vino se lo servan en unas copitas de cristal tallado, que despus se pusieron de m oda en las casas de citas de M edelln.

    En los das sucesivos iban llegando las vecinas a ponerse a las rdenes de mam: a cum plir la primera visita de rigor, a enterarse, a curiosearlo todo; e sa saber: a ver de cerca lo que el prim er da vieron de lejos: lo que desempacbamos al final del acarreo. N o se le antoja a la seora un vinito? S, s se le antojaba. Y le traan vino de consagrar de la alacena, con galleticas en la charola de plata. Las seoras se quedaban conversando en la sala, y los nios nos bamos a jugar. T iem po despus, a la puerta de la casa, las seoras se despedan. ...Y m ucho gusto en conocerla, seora. Q u preciosos niitos! : nosotros. Ya poda irse la vecina tranquila, ya conoca a los nuevos vecinos, los del piano, ya nos conoca.

    Era una casa de techos altos de vigas, piso fresco de baldosa y paredes encaladas. En las cuarteaduras de las paredes v ivan los alacranes. A ll podan permanecer, vivos, sin com ida, sin aire, sin agua, hasta veinte aos. N osotros hicim os el experim ento: tapiam os uno en su agujero con barro fresco, dejn

    dolo, sensu stricto, em paredado. Despus de una eternidad lo destapam os. E l alacrn sali m uy orondo, vivo, com o si nada.

    Lo rodeam os de un cerco de papel peridico, que incendiamos. V indose cercado de fuego por todas partes, el alacrn volva su

  • 18arma temible sobre s mismo, y desesperado se daba muerte clavndose la ponzoa. Menos mal que no les aplicbamos nuestro rigor cientfico a las personas, porque si no, que tiemblen los liberales! A las seis de la tarde, cuando oscurece, subamos con Ovidio y su radio al techo, a captar las ondas del Universo.

    Qu espectculo el mundo desde arriba de m i tejado! Afea atalaya de tejas dominando a Medelln! Y Medelln inmenso, inmenso, con sus veinte barrios y sus tejados bermejos. Iba mi vista prisionera en un vuelo de campanas de campanario a campanario. Ven all esas casas sobre la ladera, a la izquierda, en la montaa? Es Manrique, el barrio de M anrique. Blanco, con su iglesia gtica, gtico-antioqueo, y la torre esbelta con pararrayos. A ll tuvo la abuela una casa. A la derecha abajo, en el fondo, por donde pasa esa quebrada sucia y ruidosa, es el barrio de La Tom a, de camajanes. Qu son, Ovidio, camajanes? Atracadores, ladrones, cuchilleros, marihuanos . Y esa casota blanca, all arriba, qu es? Es el convento de las carmelitas descalzas . Por qu descalzas? No tienen con qu com prar zapatos? El rojo sol se pona tras el cerro del Pan de Azcar...

    Tenues reflejos rojizos iban cediendo paso a la sombra y las luces de Medelln se encendan. En torno nuestro, corazn de paloma, empezaba a palpitar la ciudad. M iren ms all de las laderas de Manrique, qu ven? Unos foquitos que titilan en la oscuridad? S, all, en la oscuridad, all surge el Chupasangre, el degollador de nios, con su pual. El estremecimiento nos recorra el cuerpo, con filo de cuchillo. Entonces O vidio prenda su radio.

    U n cable elctrico m uy largo lo conectaba abajo a la toma de corriente, el enchufe, en el corredor del patio. Se tardaba dos o tres minutos en sonar, en calentarse, pero luego... Empezaban a hablar los ruidos csmicos. En onda corta primero. Cogam os emisoras del Japn, de Cuba, de M arte... Las emisoras de Cuba tocaban danzones y guarachas. Tangos las emisoras de Medelln cuando O vidio, cansado de lejanas, cam biaba a la onda larga. Eran tres: Ecos de la M ontaa, La V oz de M edelln y La V oz de Antioquia. Esa noche tocaban tangos

  • 19Diez aos despus, tocaban tangos. Veinte aos despus, tocaban tangos. H oy en da, en que escribo, tocan tangos. Por algo Gardel se mat en Medelln: en el aeropuerto, que entonces se llamaba simple campo de aviacin. Dizque dijo que los antio- queos eran maricas, y cay su avioncito en llamas, como blido de fuego. Dnde est el campo de aviacin, Ovidio? U n da de stos los llevo . Y nos llevaba a ver caer aviones.

    En ese techo supe de Cuba, capital La Habana. Cubita linda de danzones y guarachas cmo sers? Era una isla verde, deca Ovidio, con playas blancas blancas y guacamayas. Vos has estado? Claro que haba estado. En Cuba, en Rusia, en los Estados Unidos, en todas partes. O vidio es como un brujo: ha estado en todas partes y todo lo sabe. Cuntos kilmetros hay de aqu a la luna? Doscientos ochenta y cinco mil trescientos cuarenta y cinco. C on cuatro metros en el solsticio de verano . Uy, qu lejos! Vigas del infinito en el temblor de la noche, escrutbamos el rompecabezas del cielo para sacarles a esas estrellas vagabundas, trasnochadoras, el secreto de nuestros destinos errantes.

    Astrnom o, filsofo, telogo, botnico, ingeniero, mi to Ovidio en puritud de verdad no era nada, ni haba salido de Antioquia: estudiaba la secundaria en el colegio de La Salle, con los hermanos cristianos. Pero qu sabidura de gente mayor! Acab por convertirse en una gigantesca computadora de ciencia intil, en un alud de cifras. Saba los nombres de los cien gobernadores que tuvo Antioquia. La distancia entre Medelln y Santo D om ingo, entre Santo Dom ingo y San Roque. El nmero de clulas de un insecto, de estrellas de una galaxia, de habitantes de Singapur... Saba el costo de una onza de herona en 19 2 4 , en N ueva York. O en Taiwan. El punto de fusin del hierro, la dinasta de los Omeyas, las cinco declinaciones latinas y el origen de la teora de la contransubstancialidad. Todo lo saba, todo, todo. Cunto pesa una onza de hierro, Ovidio? le preguntaban por joder. Y l, impasible: Depende: si en la tierra, o en la luna, o en Marte, o en Jpiter, o en M ercurio . Y

    tena razn.

  • Veinte novias tuvo Ovi dio, en los veinte barrios de M e- dclln. En Boston, en La Amrica, en La Tom a, en Buenos A ires, en Prado, en Manrique, en Aranjuez... Boston era el barrio nuestro y Aranjuez el ms lejano, encaramado a horcajadas sobre Manrique, en la montana. Una novia era tuerta, otra coja, otra desbalanceada. Una nariguda y otra chata. A una le sobraban orejas y a otra le faltaban. La de M anrique: despechada; la de Buenos Aires: semiciega; la del barrio San Cristbal: despier- nada. Cada cual, a su modo, ms fea que las otras. Juntas sum aban toda la fealdad del mundo, pero todas novias al fin. bam os a visitarlas en el carro de papi, que l nos prestaba. M anejando Ovidio, y a presumir. Lo vean aparecer como el exiliado en la Antrtida ve salir el sol. Qu milagro, Ovidio, que te dejas ver! exclamaba la despechada, m uy coqueta, zalamera. D nde te habas metido, que tan poco se te ve? Y empezaba el cacareo, la alharaca. An sigues t en el colegio de los H erm anos C ristianos?* Q ue si t esto, que si t lo otro. Iba el t y vena com o bola de ping pong. En Antioquia se habla de vos, y slo se le da el t a D ios, o a la novia. M u y sofisticado.

    El techo, con tantas subidas a or radio, quedaba hecho una coladera. Se partan las tejas crujiendo bajo nuestro peso, y cuando se soltaba un aguacero eran tantas las goteras que pareca que viviramos a la intemperie o bajo un cedazo. Y las grgolas botando agua a chorros como orines de caballo... M am i, la criada, Elenita, sin darse abasto, iban de un lado a otro recogiendo goteras en las ollas de la cocina; nosotros com o endem oniados, chapoteando en los charcos del patio... Vena un albail, tapaba las goteras, y a dormir tranquilos. Q u delicia la lluvia sonando arriba en el techo, de noche, sin podernos hacer nada! N os dormamos y ella segua una o dos horas arrullando sordos, hasta que cansada se iba calmando, in diminuendo, hacia un pia- nissimo delicado que terminaba en silencio absoluto, pautado de cuando en cuando por la ltima gotera sobre los charcos.

    M i abuelo fue el de la idea de com prar la finca Santa A nira, en Envigado. Papi y l la com praron, en com paa. La m itad era nuestra, la otra mitad de ellos: del abuelo y la abuela.

  • 21Y nos fuimos a vivir juntos. Santa Anita estaba a medio camino entre dos pueblos: Envigado y Sabaneta. Y a una distancia enorme de M edelln: ocho kilmetros. En uno u otro de esos ocho kilmetros, el carro de papi se varaba, con la certidumbre absoluta de las crecientes de La Loca el da de la Santa Cruz. N o hubo un solo viaje entre cientos en que no se varara. M aas de los carros de entonces: ocho kilmetros se les haca una eternidad. Se recalentaba el motor, se funda una buja, se iba la corriente elctrica, se desinflaba una llanta. M ientras papi y O vidio se enfrentaban a la falla elctrica o mecnica, nosotros, a la vera del camino, perseguamos gavilanes a pedradas. Y ese pjaro negro que est sobre la vaca, qu es, O vidio? U n garra- patero. U n pjaro til: le sacaba las garrapatas al ganado. Y para qu se las saca? Y a dejen esa preguntadera deca m am i, sentada sobre una gran piedra, acalorada. U n intento, otro, otro, y por fin, resoplando, arrancaba la carcacha. Y a seguir el viaje! Para llegar a Envigado haba que cruzar una quebrada que cortaba la carretera, la Ayur, en la que no se podan baar las mujeres porque salan embarazadas. Y por qu, O vidio? Porque en ella se baan los estudiantes del Sem inario . Y mami, al punto, cambiaba el tema: M iren nios, ah viene un gaviln siguiendo el carro .

    Envigado tena una iglesia blanca, de torres redondas. Era un pueblo de cantinas, de borrachos, de serenatas. C o n palomares y palomas. El que matara una con el carro pagaba cinco pesos, o cinco das de crcel por orden del alcalde. C osa que a papi le tena sin cuidado, porque el alcalde de este pueblo es conservador . Y bajando de tum bo en tum bo, de bache en bache, enrum bbam os hacia Sabaneta. Pasbamos frente al cem enterio en silencio, sobrecogidos de terror: lo que se vea desde la carretera era una casona siniestra, de paredes de cal blanca y aleros de teja. Y un platanar saludable que bata el viento, abonado con los huesos de los m uertos. Y ahora s, ya estbamos cerca a Santa Anita. Slo faltaba pasar la casa de Los Locos, levantada a un lado del cam ino, en un cerrito. Los Locos

    era un apodo. Eran muchos, una familia numerosa de quince o

  • veinte, todos hombres, mayores, sin mujeres. Q uien pasara frente a la finca de Los Locos tena que taparse la nariz para protegerla de un insidioso olor a porquerizas. Criaban cerdos, cultivaban pltanos, ordeaban vacas, manejaban camiones. Slo que en plena zona conservadora eran liberales. Lo cual quiere decir que no podan vivir en paz, que estaban jodidos, que vivan en e error. Pero, quin los manda a ser liberales! com entaba mami, la ingenua . Por qu no cambian! C o m o si en C o lombia alguien cambiara de partido: menos grave era cam biar de sexo. Se nace conservador o liberal com o se nace hom bre o mujer, y as se muere. Es cuestin de cromosomas. E n los pueblos conservadores las puertas y las ventanas van pintadas de azul; en los liberales de rojo. E l que las pinte de verde, vaya por caso, est en el limbo de la poltica, doblemente jodido: enem igo de los unos y de los otros. D e los pueblos y zonas conservadoras se destierra a los liberales, y viceversa: por esttica; porque sus casas con su color chilln rompen la discrecin del paisaje. C ro- m ofobia. En el caso de Los Locos, lo que proceda era irse: a tierra de liberales. Pero no, ellos no, no se iban, se obstinaban en quedarse. Por qu hem os de irnos, si vivim os en un pas democrtico? Les mataban los perros, les quem aban las pesebreras, les envenenaban el ganado, los hostigaban por todas partes. Y ellos nada, se quedaban. U n a bandada de loros cabrones, de loros y pericos, pasaba volando por sobre su casa y en coro gritaba: Liberales hijueputas! Ju a jua jua jua juaaaa . C orran Los Locos al interior de la casa por la escopeta, pero cuando volvan a salir con el arm a ya era tarde: vean perderse en lo alto, en el espesor de una nube, a lo lejos, un alegre batir de alas verdes.

    U na curva, otra, otra, y al fin surga en todo su esplen

    dor Santa Anita, levantada en un alto. U n a casona inm ensa, inmensa, inmensa. En la portada una placa de m rm ol deca:

    Santa A nita, 19 3 5 . U nos camajanes desarrapados de una pedrada la rajaron, y la placa de m rm ol qued rajada para la eternidad. Despus de la portada vena el camino de entrada, una

    subida de cascajo blanco. A la derecha una palma. A la izquierda

    un naranjal. Y un rbol que se llam aba carbonero, florecido de

  • 23unos gusanos amarillos, engaosos, redondos como borlas de oro. A l trmino del camino estaba la casa. C on sus amplios corredores de baldosas rojas, frescas, con sus piezas espaciosas, con sus techos altos, con sus anchos patios. Y en uno de los patios una enredadera frondosa, una bugambilia, un curazao para ms precisin, por donde se perdan, sinuosas, las culebras. A unque a veces llegaba a tal su descaro que se metan a la casa. La abuela, al amanecer, las mataba con un garrote torcido, goro- veto, su bordn. O las persegua hasta sus moradas secretas. C ierro los ojos y te veo, abuela, m atando culebras en el corredor con tu garrote. U na brisa que sopla de las montaas entra por el corredor a la sala, a los cuartos, al comedor, a los patios, refrescando en mi recuerdo la casa.

    En Santa Anita la abuela tena una criada: Paulina. V ieja, con nariz en punta y mentn en punta, se dira una bruja. Y yo empec a alucinar. Ser Paulina bruja? Bajo el carbonero de gusanos amarillos hubo un concilibulo de gente mayor: Daro, Anbal y yo (porque hay que decir que cuando nos fuimos a vivir a Santa A nita la prdiga cigea ya haba trado otros dos). Por unanimidad, por triple voto, se decidi en esa primera sesin del Congreso sorprender in fraganti a la hechicera, a punto de emprender el vuelo en la consabida escoba, para ir a reunirse, en un claro de luna, al gran aquelarre en el Valle del Cabrn. Ancas de rana, cabeza de culebra, ojos de nio, araas tiernas, ponzoa de alacrn, vinagre hirviendo, sal y pimienta, plantas secretas, ya la veamos echndole sus menjurjes al caldero de Satans. Enton

    ces qu escarmiento le bamos a dar a la maldita!Lo im posible fue despertarse a la media noche, cuando

    vuelan las brujas. Y es que siempre, por ms que no lo quisiramos, una noche y otra y otra, ms que el deber pudo el sueo. A s fue menester recurrir a otros expedientes: le ponam os disimuladas trampitas: N o quers un poco de sal, Paulina? le preguntbam os, con disimulo. Pero ella captaba la oculta intencin y se escabulla: Para qu voy a querer sal, nios? En la cocina hay m ucha . Y es que las brujas suelen tocar a las casas para pedir

    un poco de sal, o no, abuelita?

  • l a d cuarto de Paulina, en una horqueta, se colgaba los sitotSDBS. Entrbamos disimulando al cuarto, dizque a veri- l ita r i ver si el gato no se los haba comido, pero en realidad a espiar: ua cuarto oscuro, de muros ahumados por d hum o de los aos que llegaba de la cocina. Un tufillo de azufre, bocanada d d Infierno, rezumaba de su interior. Y recargada en un muro, prueba fehaciente, testigo mudo, se vea una escoba. La tom banlos con aprensin, como quien agarra una rata rabiosa por la cok , y se la llevbamos a la abuela. Qu hace esta escoba, abtteta, en el cuarto de Paulina? Qu s yo! Y segua afanosa en su trajn.

    Contbamos las escobas que haba en la casa, y al atardecer las amarrbamos en su sitio con un hilito blanco, invisible, paca ver si durante la noche alguien las coga. Y al da siguiente, en efecto: ia escoba estaba fuera de su lugar, el hilo roto, alguien la haba tomado. Quin cogi esta escoba anoche? , bamos indagando por toda la casa: la haba tomado en la maana temprano la abuela, o Elenita, para barrer. Sin norte, desconcertados, arisbbamos un ir y venir de escobas despreocupadas, por J los corredores y los patios, cumpliendo su obligacin. Qu hacer? Paulina se nos esfumaba, maliciosa, por entre el hum o de su cocina, y vuelta al carbonero a conspirar contra su suerte. Esa noche entramos, descalzos, a su cuarto, a constatar si estaba: un bulto negro roncaba en el catre de tablas. Cuchicheos. "A lo mejor no es ella deca Daro , sino un bulto que hizo con las cobijas . S, pero el bulto roncaba. Adem s seran las nueve, y las brujas salen a las doce, cuando ensordecen la noche las cigarras y da doce campanadas el reloj.

    Hubo que consultarle francamente el asunto a la abuela: No es verdad abuelita que Paulina es bruja? Ahora no me estn molestando, nios, que estoy m uy ocupada dijo ella, y su respuesta me parti el alma. Y por la cuarteadura del alm a se m e fue metiendo el gusanito infecto de la duda: Y si la abuela tambin fuera bruja, como Paulina? Si la estuviera encubriendo... Se iran las dos en sus escobas, a volar m uy alto en la noche, a encumbrarse a la regin. O las tres, porque haba tres escobas:

  • 25y miraba de hito en hito, con ojos de Gran Inquisidor, a Eleni- ta, que ahora estaba barriendo el comedor... C on una escoba! Iban mis miradas de ia abuela a Elenita, de Elenita a la escoba, desesperadas. N o, no poda ser, no poda ser, era una sospecha infame, una idea absurda. Y el pobre nio atormentado viva en su alma deshecha el drama del cardenal que pone en duda la infalibilidad del Papa o la existencia de Dios.

    En el patio de las bugambilias tena Ovidio un cuartito de paredes tapizadas con recortes de revistas, de viejas en pelota. Abrasada el alma por la duda, corra yo al cuartito de Ovidio a consultar: N o es verdad, Ovidio, lo que te voy a decir, pero vamos a suponer, si Elenita y la abuela fueran brujas... qu pasa? Las queman en Envigado en una hoguera? A Ovidio, me deca yo, tendra que preocuparle tanto como a m el asunto porque si laabuela de mi era la abuela, de l era su santa madre. Esa noche la fiebre me subi a cuarenta grados y hubo que llamar al mdico de Envigado. "Este nio se va a morir dijo el mdico-. Denle dos aspirinas con agua de panela caliente, por no dejar . Era un mdico de pueblo, ignorantn, que no saba un carajo de infectologa: la alta fiebre, que mata la espiroqueta plida, mata tambin los gusanos de la duda. A la maana siguiente yo estaba bien, y amaneci el da azul.

    Tengo ahora a mi lado mientras recuerdo, mientras escribo, i una seora de abrigo negro, maravillosa. H ace dos aos que me acompaa, duerme conmigo y pasan mis noches al ritmo plcido, tranquilizante, de su corazn. Es m uy esbelta, y su fino odo, que oye las horas, capta los ruidos ms pequeitos que me circundan, alerta siempre a mi ms mnim a voluntad. S que hay hambre en el mundo y que existe Biafra, pero me importa un bledo la humana especie. M il pruebas me ha dado de su cario, y por ello creo que se merece lo mejor de lo mejor: queso importado, jam n serrano, crema holandesa, chocolaci- nas... T iene dos aos, dientes m uy blancos, un bigotito, bellas orejas y una asombrosa elasticidad. Se llama Bruja. Y es gran dans.

    Fue un domingo cuando mi to Argemiro trajo a la familia de su novia a presentrnosla: porque se iba a casar. Llegaron

  • cincuenta o ms invitadas. La nema: Luca, y la madre de Luda: doa Adela. Luda muy bajita, no te pare> ce?, pequeftka. y doa Adela con una pata de palo y m uletas. Cuanto asieato haba en Santa Anita hubo que sacarlo al corre- de*. ^ 1 . taburetes, mecedoras, sillones. Las macetas de la abuela hubo que moverlas, y a quitar gladiolos, geranios, azaleas... Se instalaron. Y a hablar, hablar, hablar. La abuela, Rlenita, ma- m, trayendoles vino de oonsagrar con sus correspondientes galleos m k charola de plata y otras bandejas. Las bandejas no jJcMtzaban, ni fas galletas, ni las botellas, ni los vasitos de cristal tafiada. Saquearon k alacena. Pero a quin se le ocurre deca mami traer de visita semejante batalln! Y yo en un rincn aparte alucinando: doa Adela, que tena una pata de palo, no escaria leprosa? Porque hay que decir que el ms terrible de mis terribles temores de entonces era k lepra, que le tumbaba a los nios los dedos, las orejas, la nariz. 1 pip.

    Argemiro (Miro en abreviado, el pobre M iro) es nom- bre raro. Ms bien ridculo. Suena mal. Segn descubr luego, tooslos maricas que regentaban casas de citas en MedelLn se llamaban Argemiro. N o se de dnde sac d nombre la abuela, porque l de marica no tena nada: en su trnsito por la tierra, su ansk perpetuadora procre diez hijos. Tanta era la fecundidad de Argemiro que Luca, decan, quedaba embarazada con slo verlo en calzoncillos. Unos estafadores chilenos, de esos que mandan cartas sin saber a quin, le hacan llegar a Argem iro folletos ofrecindole un aparato contra la impotencia, por si tena problemas de funcionamiento en su aparato reproductor. Argemiro fue fotgrafo, fue criador de caballos, fue carpintero. Pero su verdadera vocacin eran las casitas de juguete: se pas la vida hacindolas. Con su salita, su cocinita, su comedorcito, con sus cuartitos. Silloncitos chiquitos, sillitas, ollitas, qu preciosidad, qu padenck! M al negociante, cam bkba una casa por un carro, el carro por una moto, k moto por una bicicleta, la bideleta por unos patines. Y los patines los tiraba al bote de k basura, no fuera a ser l tan de malas que se cayera y se quebrara una pata! Qu lotera se sac con l Luca!

  • 27Y Luca, su mujer... Qu lotera se sac Argemiro! Era

    de un candor optimista, rayano en la santidad. Ya casada y con diez hijos, invitaba a san Nicols de Tolentino a su casa, a que le multiplicara el mercado. Los martes, a las tres, oa que tocaban. Debe ser el santo deca su mente perturbada, y corra a abrir. Pase usted, san Nicols de Tolentino, cmo ha estado, qu me cuenta, sgase por aqu... Y haca pasar al santo invisible al interior de la casa, a la sala, como quien recibe una visita. Hablaban de todo, se contaban todo. Es decir, ella hablando, y el santo mudo, escuchando. Pasado un tiempo prudencial, algo as como una hora, Luca pedia permiso para retirarse un instante, y se diriga a la cocina.

    De la cocina volva trayendo papas, pltanos, frijoles, sal, arroz, azcar, panela... De todo un poco, como muestra, en pequea cantidad, Y en la conversacin con el santo le iba deslizando, como quien no quiere la cosa: Las papas estn carsimas. N o sabe usted san Nicols lo que han subido. M ire usted las que me quedan. N i para un sancocho! Y pasaba a hablar de otra cosa. Luego volva a lo de la comida y la caresta, con discrecin: Los frijoles tambin subieron mostrndolos :I dos con cincuenta el kilo. Ya comer frijoles es un lujo . Y cambiaba el tema. Despus, sealndolas, aluda a las arracachas, unos tubrculos blancuzcos, inspidos, feos como nio albino, para pasar a otro asunto y terminar volviendo a lo del encarecimiento de la vida, hacindole ver al santo, como si en Europa no se conocieran, la sal, el arroz, el azcar, las remolachas... Quera cerciorarse bien de que san Nicols haba visto y entendido. Com o ya san Nicols tena que irse a otras obras de caridad, ella lo acompaaba hasta la puerta de salida, a la calle. All entre mil zalameras se despeda. Al da siguiente dizque la cocina le amaneca llena: no s cuntas arrobas de arroz, de sal, de azcar... Racimos de pltanos gigantescos, costales de naranjas, pias, papayas, qu s yo,.. El mercado se le haba multiplicado!

    U na tarde, en casa nuestra, quiso repetir la escena delante de nosotros para que aprendiramos. M am i, interesadsima en el asunto, convencida de haber descubierto una mina.

  • San Nicols, stos son Familiares m os" dijo Luca recibiendo al santo en k puerta y presentndonos. Lo hicieron pasar por el zagun al interior de la casa, le indicaron un asiento en la sala y empez k pltica. Hablaron y hablaron las dos mujeres, y el santo oyendo. A su debido tiempo fueron a la cocina por los comestibles de muestra, y regresaron a la sala. Todo anduvo bien, hasta que se nos ocurri a los nios ir a sentarnos sobre el santo invisible, en su asiento vaco. San Nicols, enojadsimo por la grosera, sali invisible, ofendido, sin decir palabra ni despedirse de nadie. Y adis milagro!

    Los visitantes de Santa Anita se hicieron incontables. Visitas sbados y domingos, das festivos y entre semana. Pululaban. Aqu llega Teresa Pizano, Teresita (todas las hermanas de mi abuek van en diminutivo), casada con Antonio Arango, conservador. Aqu llega Graciela Rendn, prima de mami, casada con Joaqun Araque, liberal. Y sus tres hijas. Teresita era gorda feliz, de incontenible conversacin. Para ella la vida fue hablar, hablar: slo k callaba un televisor. Tena una criada que le embarazaban cada que llova. Ay Eufemia, Eufemia! le deca Teresita . Te volvieron a llenar la cocina de humo, cundo vas a aprender!

    U n da llegaban las Marines: Tulia, Ester y Teresa (otra Teresa). Y sus amigas. Y al siguiente Eva, hermana de mi abuelo con sus diez hijos y sus cien nietos: diez por hijo, lo usual; a esculcar, a rebrujar, a abrir cajones, a asolar el naranjal como langostas. Llegaba la madre Angelina, religiosa. Y los otros nueve hermanos de mi abuelo: Gabriel y sus hijos y los nietos, Nicols y Blanca Fadul la turca, M aruja y M artn su cnyuge, apellidado Martnez y apodado Trancas, estafador que no careca de cierta grandeza. Etctera, etctera, etctera. T o d a la parentela. Olga, hija de Toita, la hermana m enor de mi abuela, casada con Pacho Licasale y con siete hijos: las siete plagas de Egipto. Pacho haca santos y peda prestado. Le tenan pnico. Apareca y relampagueaba un sable. La sola m encin de su nom bre an hoy causa escalofros. Y llegaban los hijos de Tere- sita: Fabio, Arm ando, Alberto, Augusto* N orm a, Consuelo,

  • 29Amparo, todo el santoral. Ellos con sus novias, ellas con sus novios. Y a armar un baile! Con aguardiente y vino de consagrar. Y no contentos con traer a los hijos y a los nietos, traen a los vecinos (es m am ila que comenta, indignada). Y llegaban otros y otros y otros: los amigos de los hijos, los amigos de los nietos, los vecinos de los amigos, los amigos de los vecinos. T odo Medelln! Sacaban las mecedoras al corredor delantero, y a conversar. Qu envidia de ustedes que viven en el campo. M edelln es un horno. En cambio aqu, qu fresco! qu delicia!Y olfateaban como marranos. Y nosotros a la cocina a prepararles jugo de naranja. A los que llegaban temprano, a las nueve, se les daba jugo, y a las diez lo que se llama la mediamaana: ms jugo. A las once un tintico: un caf. A las doce al comedor, al almuerzo, porque ya que vinimos hasta aqu nos quedamos a almorzar. Les ponamos las escobas patasarriba tras de las puertas para que se fueran, pero la frmula, probaba en tantas casas, en Santa Anita no serva. N i el cordn de san Benito. Vuelta entonces al corredor a la una, y otro caf. A las dos ms caf y luego el chocolate con pan de dulce de las tres de la tarde. A las cuatro se les antojaba un vinito de consagrar. Y ya que se est haciendo noche, se quedaban hasta las siete a cenar. A las ocho o nueve, al fin!, se iban: llevndose un costal de naranjas, un costal de mangos, un costal de yucas, y dos o tres racimos de pltano: Y denle gracias a Dios que no somos como los Zainos de Santo Dom ingo, el pueblo de tu abuelo, que llegaban a una casa ajena de visita y se instalaban dos o tres meses, en pelotn. Entonces mami, Lita, con su sabidura dijo: Fue un error haber comprado esta finca. Se volvi un paseadero .Y le empez a tomar mana.

    C om o yo era un gran pianista, ejecutante de escalas y piezas de A na M agdalena Bach, al abuelo se le meti en la cabeza aprender piano. Quera tocar el C iribirib n : D o si si la dooo, la sol, fa dooo, fa sol, fa dooo, la sol, fa siiiii... En fa mayor, con si natural primero y luego si bemol. Qu desastre! N o poda... Tena los dedos tan engarrotados que no le respondan... C on los dedos de la mano izquierda entonces iba le-

  • 30yantando los de la derecha, los que hundan las teclas. Se dira un segundo mecanismo externo del piano, contrapunto del inter- nor de resortes y martillos que iban movilizando dedos. U no por uno desengarrotndolos. A l cabo de verlo luchar eternidades contra lo imposible, yo, el maestro, meneaba la cabeza vencido, convencido: mi abuelo no haba nacido para la msica. Imposi- bilitada adems la mano izquierda para el acompaamiento, slo poda aspirar, si acaso, a ser pianista de melodas. Era una pena, con tanto empeo...

    Dos alumnos he tenido de piano, y fueron muchos: mi abuelo y mi hermana Gloria. A mi abuelo le ense siendo yo un nio; a Gloria siendo ella una nia y yo un muchacho. T enan ambos una virtud en comn: me sacaban de quicio. A l abuelo, subido yo en un taburete, acab dndole coscorrones en la calva: jAs no! As no! Ya te dije! Si natural primero, luego si bemol. Cundo vas a aprender! Y l, con su sempiterna paciencia de hacer mover mulos, vuelta a lo mismo: D o si si la dooo... A veces se me antojaba ir por un cuchillo a la cocina para rajarle los dedos y sacarle los huesos a ver si as se le desengarrotaban.

    Com o no pudo aprender piano, de la noche a la maana le dio por manejar. Y se compr un Hudson reluciente. N o le ense mi to Ovidio, gran chofer, su hijo, porque vivan peliados; le ense un instructor: en la primera curva, en la primera clase, sin llegar siquiera a la portada ni salir de su propiedad, se llev por delante un naranjo y aliger de media trompa al Hudson. Le dieron licencia; esto es, la patente, pero le pusieron en ella, con letras grandes, explcitas, una salvedad: N o puede manejar sin gafas . Y las gafas se le volvieron una obsesin. Las buscaba por todas partes, bajo las camas, en las gavetas, en los bolsillos, en el carro bajo los asientos: las tena puestas.Se van a referir aqu, porque justo es que se sepan y queden consignadas para la posteridad, por la pluma de quien las vivi con riesgo de su vida, las hazaas de chofer de m i abuelo. U n escalofro me recorre el cuerpo.

    A l llegar por primera vez manejando a Envigado, en el parque central apachurr tres palomas. Le exigan pagar treinta

  • 31pesos, o en su defecto treinta das de crcel. Ver usted, mi estimado le empez a decir al alcalde , yo soy Lenidas Ren- dn Gmez, de Santo Domingo, un forastero conservador. N i saba lo de las palomas ni conozco a Envigado, pueblo precioso y de tradicin... Habl por media hora sin parar y sali impune. Lo dejaron ir, y seguimos rumbo a Medelln. En la bajada de El Poblado, truene que llueve, le apagaba el motor al carro para economizar gasolina, y se iba con el impulso dos kilmetros, hasta la zona industrial. N o haba poder csmico que lo hiciera detener. Volaban a lado y lado las gallinas, los burros, las vacas, los humanos. Imposible frenar pues habra perdido la economa al volver a encender, y as qu chiste . U n da, Dios es testigo, se llev a una nia de corbata y ni cuenta se dio. Par, par abue- lito gritbamos sus nietecitos aterrados , que mataste una nia . Fren en seco y casi nos descalabra contra el vidrio. Dnde, que no vi? Com o era un caballero, ni por un instante pens en huir y se baj a inspeccionar. La nia se levant del pavimento como si una voz de lo alto le hubiera ordenado: Levntate y anda . Le haban dado tan slo un susto, un rozn. As son los milagros.

    tem ms: de la misma suerte que se le engarrotaban los dedos en el piano, se le engarrotaba el pie en el acelerador. Y ah vamos, con el acelerador pegado, a cien kilmetros por pleno centro de Medelln. Brincaban los transentes a las aceras como gotas de un charco, se abra en abanico veloz la multitud. A un polica que estaba en una esquina distrado le pas rozando. Desquit el maldito dando un brinco atrs como maromero, aterrado, pero nosotros lo acabamos de rematar. Por la ventanilla le gritamos: Negro hijueputa! y lo dejamos aturdido, como descalabrado. Cuando se repuso un poco, como endemoniado empez a silbar. Pero quin ha visto que un silbato de polica alcance a un Hudson a cien kilmetros! C on chirriar de llantas y un chispero nos le perdimos en la primera esquina. Dizque anot la placa, el pobre estpido, y largbamos la carcajada: no saba que le habamos trucado el nmero a la placa. C om o los nmeros eran blancos, los modificbamos con

  • K|f$ & onutraD O para proteger al abuelo de la autoridad. YofKfe; deca treinta y cinco, el guardin de la ley vejado lea odxB tay dos. Pero el abuelo no saba lo de las placas ni lo del polica a I 4 c io s transentes ni nada: iba ahora p o r A yacu- cho en contra va, embebido en su m onlogo interior. Y se era sa pwfefanu para manejar, ms grave que el engarrotam iento del pit y que la vista cansada: su problema era que el cuerpo iba en i carro manejando, pero la mente andaba ausente, en otra paite: cinco cuadras adelante, en un juzgado, redactando un memorial.

    U n polica malencarado lo detuvo en Ju an am b . O mejor dicho, se detuvo m i abuelo solo, por su libre albedro, porque par desprevenido pensando en no s qu. N o se da cuenta de que va en contra va? se acerc diciendo el esbirro. Y pretendi quitarle la licencia. Pero m i abuelo, vive D ios, fue un caso inslito de sangre fra ante la autoridad: los envolva e sus malabarismos verbales, y dndose tiem po y m afia jugaba con ellos com o el gato con el ratn. Por qu ser que M ed elln es tan bonito? empezaba diciendo su palabra sagaz. Luego se presentaba: Leonidas Rendn Gm ez, a su m andar . Q u dom inio! Qu lenguaje! Q u arte! Q u faena! U n m uletazo seco a la izquierda, y un muletazo flexible a la derecha, con torsin de figura como despidiendo al toro. Le pona una banderilla y a sus rdenes la finca Santa Anita, que era un locus amoenus, como quien dice una delicia, donde sobraban naranjas. Le ponderaba la belleza de M edelln, el tam ao, la A venida Las P layas, la catedral. Saba usted que es la ms grande del m undo, entre las de ladrillo cocido? Pareca que hablara el Espritu Santo u O vidio el estadstico por su boca. Entonces pasaba a toriar por chicuelinas, y aluda a la sim pata de los antioque- os, com o si l no fuera antioqueo y con lo com em ierdas que son. Banderilla aqu, manoletina all, para acabar dejando la m uleta y tomando el capote. Y empezaba a girar de talones, com o un trom po, envolviendo al animal en una vernica interm inable que pasaba de derecha a izquierda, de izquierda a dere

    cha, girando, girando en un fugaz torbellino y Oleeeeee! C a a

  • 33el toro em borrachado por las vueltas y se levantaba en una ovacin la m ultitud. Oleeeee! N o tena necesidad de salir a matar mi abuelo. Habiendo doblado la rodilla y clavado la cerviz, la pobre bestia se despanzurraba en media plaza. Le recoga su licencia al animal borracho, volva a encender el carro y en contra va a su m onlogo interior. Por qu decs abuelito que M edelln es bonito? Bonita. C on a . N o ves que es una ciudad? Le tenamos que estar todo el tiempo corrigiendo.

    Pero la ms bella hazaa de m i abuelo al volante fue la de em botellar a M edelln. Ju n n es la principal va, la arteria aorta, la vena cava, la que lleva el smog al corazn. U n cogulo en Ju n n es infarto. Pero el abuelo nada saba de medicina, slo cobrar: com o los mdicos de la C lnica Soma, ya ustedes saben, la que est en la Avenida Las Playas, unos mercachifles. O peraban sin importarles el paciente, por su propia necesidad: hoy necesito tanto, opero; maana no. Le dejaban en la barriga tijeras, guantes de operar. Y as dej el abuelo convenenciero su carro en el puro centro de Jun n . Y a regreso nios, no me tardo. V o y a una diligencia a aquel almacn . Y baj llevndose las llaves. V einte minutos despus, un concierto de claxons histricos nos mentaban la madre, al unsono, en un tutti fenomenal. U n polica, incrdulo, se acerc: De quin es este H udson, nios? D e mi abuelito contestamos en coro los tres: D aro, A nbal y yo. Y dnde est el abuelito? Por all... Y nuestro vago por all abarcaba a M edelln. El polica subi al carro, quit el freno de mano, hundi el embrague, y un grupo de voluntarios, de buenos ciudadanos empez a em pujar, a sacarnos a la orilla del ro. Entonces sali mi abuelo del alm acn: tan distrado que al ver la escena, en vez de sacar las llaves y echar a andar su carro, se uni al grupo de voluntarios a em

    pujar.D e regreso a Santa Anita atropell un m ulo, con el faro

    izquierdo, y regresamos con ese ojo abollado, tuertos. En la noche se volvi un peligro salir en el H udson. C iego de un ojo, en la densa oscuridad pareca una moto.

    Cansado de hacer estragos con el carro se dedic a Santa Anita. Esta finca dijo necesita una m ano , y empez

  • | fabuhr con albercas de las M il y una N oches , con una piscina, Pensando, buscando, encontr una mina: de piedras com o pelotas, redondas, oblongas: las que necesitaba para la piscina. Qu bien, se iba a economizar las piedras y el acarreo! Las haba por todas partes en la finca, enterradas: cuestin de encargarle a un pen que se las sacara. Se empez a reunir pues las piedras rcdtandas, oblongas, y a abrir el hueco para la alberca persa. Pero

    cosa rara, como de M andinga, el hueco se llenaba de agua, solo,

    en las noches. Qu podra ser? Fue entonces cuando papi descubri la catstrofe: las piedras redondas, oblongas, que se ha

    llaban enterradas por doquier, eran los filtros de la finca, los que

    canalizaban las m il aguas subterrneas que venan de lo alto de la montaa. N o estaban donde estaban por capricho de la naturaleza, sino por diligencia del anterior dueo de Santa A nita. C on razn se filtraba el agua al hueco de la piscina! d ijo mi

    abuelo quitndose un misterio de encima. Slo que el agua se empez a filtrar tambin a las huertas, a las pesebreras, a la casa, a los potreros, a toda la propiedad. Y Santa Anita, com o pianola operada, qued sirviendo para un carajo, se volvi un pantano. Clavbamos un palo de escoba en el pasto y brotaba un surtidor. D on Lenidas, por Dios, qu hizo usted! deca papi aterrado. Papi, el copropietario...

    E l m ontn de piedras qued a la derecha, a la vera del cam ino que llevaba de la portada a la casa, com o tm ulo in d gena. Por un ao, por dos, por tres, por cientos, esperando a

    que lo vengan a descubrir los arquelogos del futuro. E n cuan

    to al hueco, qued convertido en un gran charco: la tum ba de

    las ilusiones. Unos sapos ojones, burleteros, surgan de cuando

    en cuando con un gran salto, com o im pulsados por un resorte,

    dndose un buen clavado en su piscina, para escarnio de mi

    abuelo. Nosotros adoptamos el tm ulo de piedras com o cam po

    de batalla cuando nos dio por jugar a los m uequitos. N o es

    que furamos nios maricas, no: ramos dram aturgos, de una

    inventiva feroz. Los muequitos estaban hechos de hilo cala-

    brs y vestidos con papelitos de alum inio, de relucientes colo

    res: los que envolvan las chocolatinas y los cigarrillos L u ck y

  • 35Strike. U na cajetilla vaca de Lucky Strike entrevista a la orilla de la carretera adquira pues el valor de un tesoro. El abuelo tena entonces que parar su H udson para que nos bajramos a recogerla. Paraba porque paraba. Pobre de l si no!

    Vestidos los muequitos con sus colores relucientes, armados de kris malayos, de sables y cimitarras, se trocaban en sanguinarios piratas: Sandokn, Yez, Tgalo, Girobatol, quienes sostenan en sus guaridas, por entre las cuevas de las piedras, sanguinarias refriegas con los ingleses. H aba un problem a de tramoya: que no bastaban seis manos para m over un batalln, pero se dirima en combates singulares: uno contra uno, o uno contra dos. Anbal manejaba un muequito, Daro otro, otro yo. E l resto, veinte, treinta, cien soldados ingleses y piratas malen- carados contemplaban desde los distintos niveles de las piedras el combate mortal. U n a culebra escurridiza, copropietaria del tm ulo, se asomaba molesta a ver qu era el escndalo. Bum ! Bum ! Bum ! sonaban tiros de caones y mosquetes, y brillaban al sol los sables y las cimitarras.

    M i vida, en un inventario general, aparece com o un inm enso error. Y se explica: m i ntim a verdad, m i verdadera vocacin, lo que quise ser fue pirata. Pero de dnde sacar la cim itarra! D e dnde sacar la goleta! D e dnde el gobernador ingls de Palaun, de cuya hija me enamor! M i instinto aventurero se negaba a llevar la vida barrigona del com n mortal. H ay una novela de Salgari, doctor, que an me duele en el alma: E l R ey del M ar , en que Sandokn se despide de su destino. El autor, com pasivo, lo hizo retirarse a tiem po para no ponerlo a hacer ridiculeces com o don Q uijote, en unos mares contam inados con subm arinos nucleares. Sepan que el R ey del M ar soy yo,

    que tengo perturbado el corazn.Entonces m am i, L ita empez a ver de noche el espec

    tro: un aparecido de esos que en A ntioquia solan esconder en vida lo que tenan, en un entierro, y muertos regresaban de noche, a joder a los vivos, desde el ms all. A qu te entierro y aqu te tapo, el D iablo me lleve si de aqu te saco deca el

    viejito tacao en el acto trascendental de enterrar la olleta de

  • fettvo repleta de morrocotas de oro, bajo un zapote, bajo un oan & jo, entre los resquicios de la tapia de un m u ro, o bajo el

    lia socavn. M uerto el viejito, se converta en un alma en pena; del Purgatorio no poda salir hasta que un alm a caritativa no se sacara el entierro. Eran los aparecidos. E l que le

    cupo en suerte a m am i se le presentaba en sueos y le deca:

    L k : est bajo el zapote . A l da siguiente los peones a escarbar, a tum bar el zapote: nada, no haba nada, si acaso una m ueca

    vieja sin cabeza. Entonces por la noche se le vo lva a aparecer el espectro y rectificaba: La: m e entendiste m al: no est bajo

    d zapote: est ba jo el naranjo . Cul? E l grande, en la por

    cada*. Y a echar a tierra el naranjo grande de la portada. N ada, tam poco haba nada. N o haces caso La: est en el techo de la

    pesebrera : haba que tumbarle el techo a la pesebrera, y las

    pobres vacas quedaban durm iendo a k intem perie, a cielo raso. A las ocho o nueve de k noche, antes de irse a dorm ir, L a em

    pezaba a ver el fantasma por doquier: en la som bra de un naran

    jo, de un zapote, de un pltano, de un lim onero. Las som bras le

    hacan seas. Los penachos largos del platanar la llam aban, como

    brazos: E n nom bre de D ios Todopoderoso, diga qu quiere ,

    conminaba L k a una mata de pltano. N o respondan nada. Las

    som bras por lo general no responden. N i las m atas de pltano.

    Enseoreado de sus sueos, de naranjo en naran jo y de

    pltano en pk tan o , el espectro se fue acercando a la casa y una

    noche a L a le indic: bajo el piso del corredor delantero, bajo

    la quinta azalea. M ovieron k maceta de la abuela, rom pieron

    la baldosa y cavaron en k tierra: lo de siem pre: nada, no haba

    nada. Q u raro deca La aqu fue donde indic! Ests

    segura le preguntaban de que fue en la quinta azalea? Se

    gura com o que me llamo L a . Pero en la noche el espectro le

    se akb a bajo la cuarta, y al da siguiente, a vo lver a cavar en el

    corredor. D e geranio en geranio, de azalea en azalea se rom pi

    todo el piso del corredor delantero. D espus el espectro m os

    tr una pared de la sala: y a abrirle un boquete a la pared de la

    sala. E l espectro declar solem nem ente m i abuelo debe

    de ser d on Francisco A ntonio V illa , el anterior dueo de Santa

    i - T i 36

  • 37A nita, que ya m uri . Callaron todos. Por primera vez en cien aos dejaron de hablar a un tiem po, y en el silencio expectante la voz del abuelo reson tumbal y hueca y sali por la perforacin de la sala. H ac un poco de m em oria La. Cm o era l? Bajito? S, bajito dijo La , barrign . Era l: don Francisco A ntonio V illa , un hom bre riqusim o, el espectro. Y la fiebre empez a subir de treinta y siete a treinta y ocho, a treinta y nueve, a cuarenta grados. D os das despus estaban tum bndole el techo al cuarto de Elenita. E l fantasma una noche, con dedo rgido, le indicaba a La: aqu , y otra all . D onde marcaba el dedo haba que amanecer a cavar. Le tum baron a O vidio su cuartito de viejas en pelota. La, por D ios deca papi, el nico que conservaba la cabeza fra , ya deja esa obsesin . N o . C olom bia es matriarcado. N o deca ella , no es por el inters del dinero. C o n m i m arido y mis hijos tengo de sobra . Era por sacar un alm a en pena del Purgatorio.

    Prim ero fue el cuarto de Elenita, despus el de O vidio , despus los nuestros, despus el com edor. E l abuelo anocheca dudando: Santa A nita, su casa, qu iba a ser de ella? Pero el espejism o ureo le haca amanecer decidido: reverberaban en el horizonte las m orrocotas de oro, y a tum bar. L a abuela, en la cocina, antes de que se la tumbaran dijo: Si quieren acabar con la casa, acaben con ella . E l tono era de am argo reproche: lo tom aron por aprobacin. D e cuarto en cuarto terminamos durm iendo todos, en prom iscuidad de tugurio, en el de los abuelos: el ltim o en caer. A s term in la finca Santa A nita: por una am bicin.

    E l enciclopdico, el estadstico, el im previsible, el incom parable O vid io me depar el nico trasteo feliz de m i vida. C ada Santa A nita com o la casa U sher, se im puso regresar a M e- delln. Ivn nos prest su volqueta. Ivn, herm ano de L a y de O vid io : para honor suyo to nuestro. M dico rural y gente sensata: sus ltim os aos se los consagr a estudiar chino antiguo. Cargam os su volqueta de bote en bote con nuestros muebles y a M edelln ! O vid io al volante; D aro, A nbal y yo de copilotos. Papi haba partido adelante en su carcacha, con La y el resto de la fam ilia, liberndonos de la sacra potestad. Y a correr!

  • Cincuenta, sesenta, setenta ochenta, noventa, cien, ciento veinte, ciento treinta kilmetros, reventaba

    el marcador, Y nosotros: Mas, ms, ms O vidio, hundle ms ei acelerador . Poco ms haba que recomendrselo a quien atttttcnia i alma embriagada de velocidad. Pasaban postes,

    w vacas, pasaban casas. De poste en poste iban los cables de ia hiz: cinco hilos como un pentagtama. Pasaba un poste y xas! Otro v zas! Otro y zas! Dndonos bofetadas. Hileras de mirlos instalados despreocupadamente en los cables, en plena conversacin. La corriente elctrica 1 pasaba bajo las patas, hacindoles cosquillas. Algera al viento volaba la volqueta de , Ovidio, rauda como un gaviln. Y los baches? Los baches ni se sentan, eran colchn de plumas. O mejor dicho de agua, porque acababa de llover. Esparcamos el agua de los charcos remojando a los transentes del camino con un chaparrn. Jua jua jua jua jua! Quedaba un pobre estpido empapado, sorprendido, corrido, avergonzado, dicindonos hijueputas, pero con la velocidad que llevbamos qu bamos a or! Ms O vidio, ms, ms! En una curva vol a la izquierda una silla y fue a dar a un gran charco. En la siguiente, a la derecha, vol un colchn. N o nos detenamos. Quin detiene un blido de fuego! D e las casitas campesinas se precipitaban hombres, mujeres, nios, perros, J a recoger lo que les aventbamos. Ah les va un silln, una olla, pobretones! Les llova del cielo lo que no haban trabajado. U na bendicin. Ovidio era un irresponsable. Daro un irresponsable. Anbal un irresponsable. Yo un irresponsable. Qu ms da!

    Cruzamos la Ayur de un suspiro, levantando m anantiales de agua. El radiador se moj, pero era tanta la velocidad que se sec en el acto y la volqueta sigui. Pasaban borrosas las casas campestres de los ricos de E l Poblado... M anchas fugaces de colores en un transporte de felicidad. Ciento cuarenta! C arros y camiones se apartaban a nuestro paso, reverentes, como quien ve pasar a su lado una revelacin. H undle ms el acelerador, Ovidio, la carretera es nuestra! C iento cincuenta y estall el velocmetro. La carretera era nuestra. Frenticos, vertiginosos, endemoniados, posedos por el demonio de la velo-

    38

  • 39cidad, tomamos la bajada del Poblado a Medelln acelerando, y entramos a la zona fabril, a la recta final. Entonces, frente a la fbrica de oxgeno Fano (Fbrica Nacional de Oxgeno. Para qu ser esa idiotez del oxgeno, Ovidio?), entonces, entonces... Entonces... Cuidado Ovidio que viene un bache inmenso! Inmenso, inmenso, inmenso. Y en ese bache inmenso tron la carrera y tron el carro. Buuuuuuum! Se despanzurr la vol- queta de Ivn con nuestros muebles dando un acorde de tnica: do mayor.

    Y aqu hay un ligero bache en el relato (tambin los relatos tienen baches), que lo puede llenar quien quiera con la reaccin de papi en Medelln. Yo no. A otra cosa.

    M am i, Lita, con su voluntad caprichosa y tornadiza quiso tambin aprender a manejar. Y tuvimos que conseguirle un instructor de choferes: M i Rey, el mejor de Medelln. M i Rey enseaba en una camioneta muy vieja, una Ford, de los comienzos de la era industrial. Pero La Rendn tena cinco grandes problemas para aprender a manejar: sus cinco hijos. A clase tena que asistir con los cinco: los tres que ustedes ya conocen y otros dos: Silvio y Carlos: cuarto y quinto fruto respectivamente del rbol prdigo que habra de dar muchos ms. Cuando aterriz Carlos, papi nos llam a presentrnoslo: Levntense, que van a conocer a otro hermano! La estaba en su cuarto, en su cama grande arropada con cien sbanas no se fuera a resfriar. Religiosamente, las mujeres de entonces guardaban cuarenta das de cama tras el parto, comiendo, reponindose, para no morir. N os inclinamos con los ojos muy abiertos sobre la cunita de Carlos y l rompi a llorar. Q u joda, otro nio berrietas!

    Dos aos tendra Carlos, y Silvio uno ms, cuando asistieron a las clases de M i Rey. La primera clase: doa La conociendo el carro, sus partes externas, sus adminculos, lo que es. Vam os a enumerarlas en original y traduccin espaola: Esto que ve aqu, doa La, es la rueda de manejar : el volante. Y esta palanca de aqu son los cambios : las velocidades. Que son seis: neutra, primera, segunda, tercera, directa y reversa. El pedal del pie izquierdo es el cloch : el embrague. Y este otro

  • | pie derecho es el freno, que va a ser el ms importante pasa t e r f , Qu quera decir M i Rey? Q ue lo que iba a aprender Lia era a frenar? No a manejar? Y esta palanca que usted ve, que se jala con la mano izquierda, as, es la em ergen -f d a : eJ heno de mano. Tambin muy importante para usted. En caso de pnico, jale la emergencia hundiendo el pedal del pac derecho y soltando d acelerador . Y cul es el acelerador? cortbamos nosotros . Todava no se lo ha explicado . El aceksador es ste, doa La , y se lo mostraba sin hacernos caso.Y ella: Aaah...

    Las clases eran lunes y mircoles a las tres de la tarde. Manejando l, M i Rey llevaba su camioneta desde nuestra calle en pendiente hasta una calle plana y desierta. A ll empezaba la dase, sus explicaciones. M es y medio haba transcurrido y por esa calle plana, desierta, La no haba avanzado un solo metro. M i Rey no quera que arrancara hasta tanto no supiera hacer tos cambios. Y La era incapaz de hacer los cambios. Se trababa, los trababa.

    Com o los an co nios estbamos hartos de la calle plana ( Otra vez la misma historia!), M i Rey se vio obligado a dar un paso ms en su instruccin. Y arranc La a su lado, llevando ella d volante: la rueda de manejar! E n la primera esquina meti un frenazo que me record a mi abuelo: descalabr a Silvio. Y al hospital a coserlo!

    A los tres meses La estaba aprendiendo a arrancar en pendiente: por la subida ms en pendiente del barrio M anrique, que es una pared. Con el pie derecho tena que dejar de frenar y simultneamente acelerar, una com binacin de m ovimientos para ella imposible: se le iba el carro hacia atrs. M e tapo los odos cerrando los ojos, y ah vamos barranca abajo de culos, hasta que los reflejos aterrados de M i R ey hundan el freno, con chirrido horripilante, ponindole trmino a una ciega carrera en reversa hacia lo hondo, hacia el cam posanto.

    M i R ey desisti de hacerla arrancar en pendiente. Simplemente, doa La, no se meta por ninguna subida. V aya siempre en plano o en bajada . Saludable consejo en una ciu

  • 41dad de montaa. Un mes despus, La presentaba su examen para recibir la patente: en subida: la hicieron arrancar en una calle en pendiente, la falda de Buenos Aires que est cerca a la Direccin de Trnsito. Las cinco criaturas fuimos con ella, a darle apoyo moral e indicaciones. El perito examinador sudaba su terror a chorros. Regresamos a la Direccin de Trnsito con l manejando: Ver usted, doctor le dijo a papi, que era un jefe poltico importante : su seora no sabe manejar, pero si quiere usted que yo le d licencia se la doy, para que maneje carro y

    / avin .E l nico viaje que hizo La de chofer patentado fue a

    Santa Anita, a visitar a la abuela: un diez de mayo, da de la madre. Le llevbamos un pastel. A l lado de La iba papi, ocupando el lugar que en la instruccin ocupaba M i Rey: alerta, m uy alerta. Slo llegamos hasta Envigado: a la entrada del pueblo La atropell un nio: lo mand rebotando de un trancazo al pavimento. Lo mat! gritamos todos, y La se ech a llorar. Papi baj del carro a recoger el cadver, pero el nio se levant como si nada, y sacudindose el susto se fue a jugar. Los nios antioqueos somos as: machos y verracos, no nos mata ni un camin. A l llegar a Santa Anita, manejando papi, La rompi su patente y ech al aire los pedacitos de su sueo de chofer.

    Lita, que no aprendi a manejar, me ense a leer. Nos instalbamos en la ventana de la sala con la cartilla, un librito ilustrado con figuritas. Aprend las vocales, las consonantes. Con inseguro trazo las iba garrapateando en un cuaderno cuadricu-1 J \ f . t < >y> \ r / _ i t >> u i u nlado. Cual es estar La c . Y esta: La a . C y a :ca; sy a : sa; ca y sa: Casa! Y estaba dibujada en la cartilla la casa. Por qu se llamara ese librito cartilla? Cuando el abuelo estaba enojado deca: A m no me pongan cartilla . Qu tena que ver una cartilla con la otra? Cartilla era un motivo de rabia? Casa, gato, pap, mam... Y despus de las palabras se iban formando frases en la cartilla, con sus correspondientes ilustraciones. H aba una que no podr olvidar: El enano bebe . Y se vea al enano con su copa. Qu beber el enano? Aguardiente?

  • con demonios. Si bien el prim er da los demonios iban agarrando fuerza. A m

    ,y tras de conversar un poco con la m aes- | m e abandon. M e dej solo cortando el cordn

  • rror! sc sacaban sangre. El nio tal le sac sangre a tal otro. La expresin corra de boca en boca por el saln, cargada del siniestro prestigio de una pualada asesina en una crcel.

    U n profesor de gimnasia fue contratado para meternos en cintura: H ijos de la gran puta, conm igo s no van a poder nos deca su m irada torva. Y el contingente de los treinta gallos de pelea, que abusaba de la maestra, empezaba a temblar com o gallinas. ram os unas nias cobardonas de pantaln: panta- loncito corto azul oscuro, camisita blanca de manga corta y una especie de batn blanco de rayas azules que entonaba el conjunto: la capa del rey.

    E l autobs que a las cinco nos devolva a nuestras casas una tarde me olvid. H ube de salir entonces del colegio de las herm anas a pie, para retornar, com o Ulises, a m i lejano hogar: por mares de torm enta desafiando naufragios. C laro que no se naufraga a pie, pero se puede m orir: treinta cuadras azarosas que eran cien kilm etros, cruzando el barrio La T o m a, de los camajanes. E l barrio estaba en un hoyo csm ico, agujero negro del U niverso por el cual corra una quebrada ruidosa y sucia com o su alm a. H aba que bajar por una escalera de cem ento y subir por otra tras de cruzar un puente de tabla, quebradiza: rugiendo el m onstruo abajo. Q uien metiera la punta de un

    dedo en las aguas inm undas de la quebrada La T o m a m ora de tifo; en cada m ilm etro cbico de lquido mortal haba cinco m illones de corynebacterium diphteriae y ricketsias: O vidio las cont. A m n de yersinias pestis destrozadoras de ganglios, pas-

    teurellas m ultocidas acuchilladoras de pieles, shigellas dysen- teriae perforadoras de intestinos, pseudom onas rom pedoras de

    odos, listerias m onocytogenes, vibriones colricos, francisellas

    tularensis, bordetellas pertussis, erysipelothrix insidiosas, mil qui

    nientos tipos de salm onellas, un escuadrn de proteus vulgaris

    y putrefactosos, brucellas, klebsiellas, veillonellas, treponemas.

    Para qu seguir? Preferible dejarme caer en el abismo. M is pasos

    inciertos avanzaban por el puente de tablones m ovedizos hacia

    el desenlace fatal: a quien lo cruzara lo rem ataban en la escale

    ra de subida los camajanes. A dnde ir este niito riquito hi-

  • Vino de consagrar? Enigmtica y transparente, inslita y cotidiana, la fiase con su imagen ha llegado a tener ms realidad para m| dWfl. ocn veces ms que la de esc Ser Creador de que taaio haban, con Su Divina Providencia. El enano sosteniendo su copa se ha incorporado a los huesos de mi cabeza. S que habr de acompaarme siempre, hasta mi ltimo momento, con el Diablo a mi izquierda, en la impenitencia final. El enano bebe... Y qu!

    Tiempos antediluvianos de mi niez en que ocho kilmetros era el fin del mundo, y en que la bragueta de los pantalones tenia botones. Cuando aprend a leer me metieron a la escuela, a un colegio de monjas que en el primer ao era mixto: inocentes niitas mezcladas con demonios. Si bien el primer da los llevaban aterrados, los demonios iban agarrando fuerza. A m me llev La una tarde, y tras de conversar un poco con la maestra (la seorita) me abandon. Me dej solo cortando el cordn umbilical que me una a ella, a mis hermanos, a papi, a la abuela, al abuelo, a mi casa, a Santa Anita, a mi felicidad. Empec a dar unos alaridos tales que se dira un marrano que estuvieran acuchillando en el matadero. Despus, a fuerza de abandono, me calm. En las horas sucesivas fueron llegando otros marranos acuchillados, que abandonaban sus mams. A las cinco un autobs reparta a los marranos ya calmados, llevndolos de vuelta a sus respectivas casas o porquerizas. Dados mis extensos conocimientos en letras, me convert en profesor auxiliar de la seorita, para ensearle al resto de los marranos a leer: El-e-na-no-be-be- vi-no. Segua bebiendo el borrachn.

    Para los socilogos histricos y para los historiadores del lenguaje, que se lleva el viento, anoto aqu que el peor insulto que se le poda decir a un nio entonces era el de nia. Era echarle encima un alud de herencia espaola, una tonelada de honor espaol. Se le suba al infante la rabia a la cabeza, y a pelear. Y esos guerreros de cinco o seis aos, caballeros de pip, por el insulto de nia se batan durante los recreos como gallos de pelea levantando el polvo del patio, hasta que los separaban o hasta morir. Se reventaban las narices a trompadas y oh ho-

  • 43_____ i ............... ...........rror! se sacaban sangre. El nio tal le sac sangre a tal otro. La expresin corra de boca en boca por el saln, cargada del siniestro prestigio de una pualada asesina en una crcel.

    Un profesor de gimnasia fue contratado para meternos en cintura: 'Hijos de la gran puta, conmigo s no van a poder nos deca su mirada torva. Y el contingente de los treinta gallos de pelea, que abusaba de la maestra, empezaba a temblar como gallinas. ramos unas nias cobardonas de pantaln: panta- loncito corto azul oscuro, camisita blanca de manga corta y una especie de batn blanco de rayas azules que entonaba el conjunto: la capa del rey.

    El autobs que a las cinco nos devolva a nuestras casas una tarde me olvid. Hube de salir entonces del colegio de las hermanas a pie, para retornar, como Ulises, a mi lejano hogar: por mares de tormenta desafiando naufragios. Claro que no se naufraga a pie, pero se puede morir: treinta cuadras azarosas que eran cien kilmetros, cruzando el barrio La Toma, de los camajanes. El barrio estaba en un hoyo csmico, agujero negro del Universo por el cual corra una quebrada ruidosa y sucia como su alma. Haba que bajar por una escalera de cemento y subir por otra tras de cruzar un puente de tabla, quebradiza: rugiendo el monstruo abajo. Quien metiera la punta de un dedo en las aguas inmundas de la quebrada La Toma mora de tifo; en cada milmetro cbico de lquido mortal haba cinco millones de corynebacterium diphteriae y ricketsias: Ovidio las cont. Amn de yersinias pestis destrozadoras de ganglios, pas- teurellas multocidas acuchilladoras de pieles, shigellas dysen- teriae perforadoras de intestinos, pseudomonas rompedoras de odos, listerias monocytogenes, vibriones colricos, francisellas tularensis, bordetellas pertussis, erysipelothrix insidiosas, mil quinientos tipos de salmonellas, un escuadrn de proteus vulgaris y putrefactosos, brucellas, klebsiellas, veillonellas, treponemas. Para qu seguir? Preferible dejarme caer en el abismo. Mis pasos inciertos avanzaban por el puente de tablones movedizos hacia el desenlace fatal: a quien lo cruzara lo remataban en la escalera de subida los camajanes. A dnde ir este niito riquito hi-

  • iuepuoar pensaban vindome pasar, "Habr que bajarlo. Pe- fcaq^tSie iban a bajar? La maletica de ios tiles? La cartilla
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    Napolen. De plato fuerte venan los Ejercicios Espirituales, nuestra semana de pasin. No han vivido estas vacaciones? Entonces no saben qu es una confesin sacrilega ni la impeni ten ci a final. Voy a explicar. Al confesor se le dice todo, absolutamente todo, y quien algo omita se jodi. Hay que decir cmo, cundo, cuntas veces, dnde, con quin y el telfono. Si por buena educacin se calla algo, la comunin que sigue es sacrilega, y de confesin sacrilega en comunin sacrilega el pecado se va acumulando, como deuda de pas subdesarrollado, hasta el Juicio Final. Un obispo que pas en vida por un santo varn, muerto, el da de su entierro, se levant del atad en pleno oficio de difuntos y ante toda la congregacin aterrada dijo: No os engais hijos mos sobre mi santidad: voy camino al Infierno por una confesin sacrilega que hice en mi juventud. Y se despe en la Eternidad.

    En cuanto a la impenitencia final, les daba ms bien a los que estudiaban con jesutas, como Voltaire. En el lecho de muerte se negaban a recibir al confesor, y si ste, humilde, santo, se colocaba a la derecha como buen conservador, el moribundo giraba la cabeza con desprecio para dar el dltimo suspiro por la izquierda, donde estaba Lucifer, liberal. Qu jesutas ni qu Grace Line! A m dnme cien jesutas por un salesiano.

    Al pecado de pensamiento, por si usted no lo sabe, sigue el pecado de obra. Como los dos causan infierno, se pasaba del uno al otro con toda naturalidad. As pues, el riesgo estaba en el primero. Y he aqu que de la noche a la maana un enjambre de malos pensamientos empezaron a importunarme con insidia, como abejas africanas empeadas en clavarme su punzn. Aterrado, mova de un lado al otro la cabeza con fuerza para sacudrmelos, con grave riesgo de un desprendimiento de retina.

    Dice la ciencia teolgica, condensada en el catesismo del padre Astete, que los enemigos del hombre son tres: Mundo, Demonio y Carne. Por el primero no me preocupaba: qu me iba a importar esa bola estpida que va dando vueltas por el vaco sin ton ni son! Pero el segundo me tentaba con el tercero

  • my no me dejaba en paz. La carne, fea palabra! Cuando Luca le 1 comentaba a san Nicols sacndola de su contexto propio: La came Ha subido mucho , yo me extraaba. Qu! Ha subido bt laida o d solomo? O subieron las putas? Qu quera decir? Ahora bien, si el segundo enemigo tentaba con el tercero no eran dos sino uno. La ciencia teolgica mostraba en este punto dena falta de rigor. Era como esos manifiestos del doctor Goye- neche, sempiterno candidato a la presidencia de Colombia, que vitfiaen la Ciudad Universitaria y sacaba cien votos, uno de los

    personajes que han pasado por mi vida a menos de cinco metros (a Jean Paul Sartre lo vi sentado en el Tre Scalini de la Plasta Navona en Roma). Empezaba la proclama del doctor Go- yeneche: Los tres ms graves problemas de Colombia son: Uno y Dos .

    Concebido en forma de breves preguntas y respuestas, el catedsmo del padre Astete era un modelo de pedagoga y dencia religiosa. A una respuesta que enunciaba el complejo postulado teolgico de las tres personas distintas y un solo Dios verdadero en la Santsima Trinidad, recuerdo que segua esta pregunta: Por qu? Y a tal pregunta una respuesta genial: Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que saben responderlo . Les chutaba el padre Astete a los pobres doctores de la Iglesia la pelota de la gran complicacin. Pero su servidor, que detesta el ftbol, nunca quiso chutar, y empezaba a razonar, a blasfeman Cmo era eso de que Jesucristo trocaba el agua en vino en las bodas de Cann? Estaba alcahuetiando la borrachera? Y por qu sacar furioso a los mercaderes del templo? M i casa no es cueva de ladrones sino sitio de oracin , y fuete. Perda la paciencia porque unos pobres seores con mujer e hijos estaban trabajando? Por qu no los hizo entonces ricos si no quera que trabajaran? O por qu no les construy un mercado? Y para qu hizo al dego de nadmiento si despus lo cur? O no lo hizo l sino el Padre? Entonces, los desastres que haca el Padre los remediaba el Hijo? Por qu ms bien no ponerse antes de acuerdo los dos? O los tres? Porque eran tres, o no? Dnde estars Franois Marie Arouet! Bajo tierra, claro, pero a ms de

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  • 47cinco mil metros de la superficie, en el ltimo crculo, adonde van los que cometen el gran pecado de pensar. Quiero terminar como t, en tierra caliente.

    He gozado del privilegio de ser en Semana Santa uno de los doce apstoles, y de salir un Corpus Christi en carro alegrico convertido en santo. Justa compensacin a mis desvelos por dominar el catecismo del padre Astete