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Las piedras negras

Las piedras negrasUn libro de lectura de Reading A–Z, Nivel Z

Número de palabras: 3,225

Escrito por Dina Anastasio • Ilustrado por Lisa Ing

V•W•Z

Libro original en inglés de nivel Z

Libro de nivel • Z

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Escrito por Dina AnastasioIlustrado por Lisa Ing

Las piedras negras

Las piedras negrasLibro de lectura Nivel ZThe Black StonesLibro original en inglés, Nivel Z© Learning A–ZEscrito por Dina AnastasioIlustrado por Lisa IngTraducido por Lorena F. Di Bello

Todos los derechos reservados.

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Las piedras

Tala echó un vistazo nerviosamente antes de levantar las dos piedras negras y pequeñas cerca de la orilla del río en la base de la montaña Apache Leap. Si su hermano la estaba mirando, iba a querer las piedras para él y ella no tenía intenciones de entregárselas. Ella las había descubierto; eran de su propiedad ahora.

Paco parecía preocupado y estaba lanzando piedritas a la corriente rápida del río, entonces, Tala se agachó y levantó las brillantes piedras negras del agua. Las piedras color negro azabache eran más oscuras que una noche sin estrellas y tan lisas como el vidrio, vidrio forjado por procesos naturales, diseñado por el enfriamiento veloz de la lava. Cuando ponía las piedras traslúcidas hacia el sol, la luz brillaba débilmente a través de ellas.

Tabla de contenido

Las piedras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

Volcanes y magia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

El experimento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

En búsqueda de las respuestas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16

Lágrimas apaches . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

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Paco miraba fijo los movimientos de las corrientes mientras trataba de memorizar los diseños complejos que se dejaban ver en ellas. Cada peregrinación hacia la orilla del río ofrecía nuevas oportunidades para observar detalles interesantes para su cuadro del paisaje. El río susurraba secretos a su subconsciente; él esperaba poder revelar esos secretos a través de su cuadro.

También estaba rastreando la orilla del río mientras trataba de encontrar un objeto de la buena suerte, un talismán, tal vez una punta de flecha o una piedrita de algún color inusual. Una codorniz era su guía; cada vez que ella se detenía y picoteaba la tierra, él buscaba su talismán en ese lugar. Si algo le llamaba la atención, lo examinaba, luego lo lanzaba al río si no era perfecto. En un momento, alzó la vista y vio a su hermana que sostenía algo hacia el sol.

—Eh, Tala, ¿qué encontraste?

Ella dejó caer sus manos a los costados inmediatamente. —¡Déjame ver! —gritó su hermano.

Tala gruñó y apretó las piedras con fuerza, pensaba que si era lo suficientemente rápida, podría esconderlas de su fastidioso mellizo. Tala se abrazó de las rodillas y escuchó las pisadas de su hermano que correteaba de una roca a otra, estaba cada vez más cerca.

A medida que él se acercaba más, a Tala le latía el corazón con fuerza en el pecho. Ella ya se sentía irritada, sabía que él se comportaría como una sanguijuela chupa sangre, como siempre. Cuando lo tuvo detrás, ella se levantó de repente y se alejó sin mirarlo.

—¡Muéstrame lo que tienes en la mano! —dijo Paco.

Tala sabía que si le revelaba las piedras a su hermano, él le imploraría y le suplicaría que se las diera, hasta que ella se pusiera furiosa o cediera a sus demandas indignantes. Tala giró para confrontarlo: —¡Estas piedras son mías! —gritó—. ¡Yo las encontré y me las voy a quedar, no me importa lo que tú digas!

—¡Solo muéstramelas! —le contestó Paco con un grito mientras la tomaba del puño y trataba de abrírselo.

—¡Mamá! —gritó Tala mientras apretaba las piedras en su puño—. ¡Mamá! ¡Paco me está

fastidiando otra vez!

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La Sra. Yates suspiró y se levantó de la roca chata en la que había estado sentada tranquila durante la última media hora mientras pensaba en lo complicada que se había vuelto su vida. La muerte de su esposo tres años atrás había sido difícil, pero ver a sus hijos tomar el enojo y el resentimiento que sentían sobre su muerte y volcarlo uno contra otro se estaba volviendo insoportable. Sabía que tenía que encontrar la manera de unir a Paco y a Tala, pero nada de lo que había intentado hasta ahora había funcionado. Tal vez hoy sería diferente. Tal vez en esta oportunidad encontraría la manera.

Durante unos pocos y preciosos minutos, los mellizos no habían estado peleando, lo que era inusual en ellos. Pero las cosas habían vuelto a la normalidad ahora, lo estaban haciendo otra vez, con uñas y dientes. “Si solo pudieran aprender a llevarse bien, si solo pudieran ser amigos”, pensó. Corrió hasta donde sus hijos estaban peleando, sus gritos eran cada vez más frenéticos mientras forcejeaban por algo que Tala tenía en la mano.

En la orilla del río, separó a los mellizos y los sentó sobre una roca. Ella se ubicó justo entre los dos y dejó que se calmasen antes de decir algo. Esperó para ver si alguno de los dos se disculpaba.

Paco se movía inquieto y Tala clavaba la punta del zapato contra la tierra repetidamente, pero ninguno dijo una palabra. El paisaje parecía contagiado del enojo de los mellizos: el río comenzó a agitarse, el cielo se oscureció y dos halcones chillaban y volaban en círculos en el cielo.

Tala apretó con fuerza sus piedras y pensó en cómo el río las había alisado y lustrado gradualmente erosionando los bordes ásperos un sinfín de veces. Estos pensamientos la distrajeron de su enojo, pero solo por un momento.

—¡Yo encontré las piedras! —dijo cuando se había calmado un poco—. Paco trató de robármelas, como trata de sacarme todo. Esta pelea es por su culpa, yo no hice nada.

—¡Sí hiciste algo! —insistió Paco—. ¡No me permitiste verlas, ni siquiera un segundo! ¿Por qué no

me dejaste ver cómo eran? No quería sacártelas, solo quería mirarlas.

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—¡Son mías! —gritó Tala.

—¡Todo es tuyo! —contestó Paco a los gritos—. Siempre parece que te estoy quitando las cosas porque nunca quieres compartir nada.

—¡Sí, claro! —Tala miró a su hermano a los ojos como si le clavara un láser—. Nombra una sola cosa que yo tenga que no hayas querido usar o quedártela.

Paco enfurecía en silencio.

La Sra. Yates cerró los ojos para poder pensar y poder bloquear la imagen de las caras de enojo de sus hijos; estaba agotada de las peleas y le rompían el corazón.

Volcanes y magia

—Sus peleas constantes me ponen muy triste —dijo la Sra. Yates suavemente—. Ustedes son hermanos, ¡son mellizos! Podrían ser grandes amigos toda la vida si intentaran llevarse bien o, si no lo consiguen, por lo menos tolerarse. ¿Lo intentarán por favor?

Tala y Paco se quedaron mirando el río en silencio y la Sra. Yates se dio cuenta, por sus mandíbulas apretadas y por la forma en que tensaban la espalda, de que no tenían intenciones de tratar de llevarse bien, ni ahora ni nunca.

Eran más parecidos de lo que ellos podían ver, ambos eran casos de tozudez extrema, no importaba lo que su madre hiciera para aflojarlos. “Tozudos como su padre —pensó para sí—. Al menos comparten eso”.

Suspiró y estiró la mano. —Dame las piedras, Tala —dijo.

—Pero no es justo —gimió Tala, todavía negándose a mirar a su madre. Estaba furiosa, pero sabía que cedería si miraba a su madre a los ojos y no estaba lista para renunciar a su enojo, estaba justificado—. Yo las encontré, no Paco. Son mías.

La Sra. Yates esperó. Tala tensó los labios del enojo, pero dejó caer las brillantes piedras negras sobre la mano de su mamá.

—No es malo estar enojado —dijo su mamá—. A veces la vida parece muy injusta. A veces nos quitan las cosas que amamos y no hay nada que podamos hacer al respecto. Es por eso que debemos apreciar a nuestros amigos y familia. Son más importantes que las cosas materiales que encontremos en el mundo.

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Tala se cruzó de brazos y sintió cómo se le endurecía el cuerpo. ¿Era un crimen tan grave querer quedarse con algo que había encontrado sola? No tenía nada especial para ella misma, ni siquiera su propio cumpleaños. Su hermano podía descubrir sus propios tesoros; ¿por qué parecía que siempre necesitaba tomar los de ella?

Un momento más tarde, la Sra. Yates les dijo a ambos que estiraran la mano mientras ella dejaba caer una piedra en cada una de sus palmas estiradas. Esperaba que cada uno de los hermanos se quejara de que el otro había recibido la mejor piedra, pero los mellizos se quedaron en silencio. El silencio fraterno continuó mientras conducía a ambos hijos por el sendero hasta llegar al carro y ninguno dijo una palabra en el viaje a la casa.

Tala y Paco podían ser mellizos, pero sus perspectivas sobre la vida eran muy diferentes. Tala veía el mundo como una científica, es decir que todo era una pregunta con respuestas que conducían a hipótesis y a teorías interesantes. Quería saber por qué el cielo se ponía anaranjado en el atardecer, cómo era que un caracol de mar hacía un sonido cuando lo acercaba a su oído y cuál era el origen de los relámpagos. Deseaba que su hermano pudiera ver la belleza del mundo real en vez de estar siempre creando explicaciones fantasiosas para todo.

Paco deseaba que su hermana pudiera ver que la belleza era digna de ser apreciada por sí misma. Había más en la vida que explicaciones científicas para todo. Veía el mundo como un lugar mágico, lleno de poemas esperando ser escritos. Él se maravillaba con la belleza de un atardecer anaranjado, con el misterio del eco en el caracol de mar, con el espeluznante y sin embargo emocionante poder de un relámpago.

Él se preguntaba si su piedra sería un portal que lo llevaría a mundos mágicos. Tal vez, si la frotaba tres veces aparecería un genio, o tal vez era un amuleto de la buena suerte que lo protegería toda su vida. Tal vez

estas piedras eran parte del secreto que el río estaba tratando de comunicarle.

Cuando Tala miraba su piedra vidriosa, preguntas burbujeaban en su mente: “¿Cuánto tiempo había estado la piedra allí? ¿Cuántos años tenía? ¿Se había formado con lava caliente que salía de un volcán?”.

Los mellizos discutieron sobre lo que era y lo que no era, sobre quién tenía razón y quién no, y…

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—¡Terminen! —gritó la Sra. Yates cuando ya no pudo escucharlos reñir ni un minuto más.

—¡Pero es una piedra de vidrio volcánico! —insistió Tala—. ¡Salió despedida de la tierra, y se enfrió, y…!

—¡Estás equivocada! —aulló Paco—. ¡Es una piedra mágica de la buena suerte!

La Sra. Yates dio un gemido y llevó a los mellizos hasta la computadora, se sentó entre ellos y la encendió.

El experimento

Mientras la computadora se abría, los mellizos comenzaron a discutir sobre qué sitio web abrirían primero.

—Tenemos que visitar un sitio web sobre talismanes —insistía Paco, pero su hermana sacudía la cabeza con frustración.

—Eso nos llevará mucho tiempo y no encontraremos nada sobre estas piedras en particular —dijo ella—. Tenemos que empezar con geología, con un sitio sobre volcanes…

—Eso es muy aburrido…

—Son mis piedras, así que…

—¡Ey! —Su madre alzó las manos—. ¿Puedo pedirles a ambos un favor? —dijo.

Los mellizos esperaron.

—Me gustaría que hagan un experimento —dijo y miró a su hija quien se había animado por la palabra—. Como un regalo para mí —continuó y miró a su hijo—. Quiero que ambos investiguen sobre sus piedras sin discutir, solo por esta vez. Yo trabajaré con ustedes para buscar las respuestas, pero sin peleas. La vida es mucho más divertida si cooperamos para resolver los problemas. ¿Está bien?

Tala y Paco se miraron durante algunos segundos y luego se encogieron de hombros. —Está bien —aceptaron de mala gana.

—¿Qué les parece que deberíamos buscar primero? —preguntó la Sra. Yates, con las manos en el teclado.

—Sé exactamente lo que deberíamos hacer —anunció Paco—. Deberíamos…

La mirada en la cara de su madre lo hizo dudar. Tal vez había una manera mejor de encarar este experimento.

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—Decídelo tú —le dijo a su hermana, quien inmediatamente sugirió buscar el nombre de las piedras. A Paco le molestó que ni siquiera se detuviera para agradecerle que la dejara comenzar.

—Escribamos las palabras vidrio volcánico en el buscador y veamos qué sitios web aparecen.

—No me interesan los volcanes —dijo Paco—. Escribamos piedras de la buena suerte.

—¡Vidrios volcánicos!

—¡Piedras de la buena suerte!

La Sra. Yates apoyó suavemente sus manos sobre los hombros de los niños y su mano firme pero amorosa tuvo un efecto sedante. Cuando se quedaron en silencio, hizo una sugerencia.

—¿Qué les parece si buscamos las dos cosas? —dijo—. ¿Y qué tal si agregamos el lugar donde encontraron las piedras también? —dijo mientras escribía las palabras vidrios volcánicos buena suerte montaña Apache Leap en el buscador. La Sra. Yates sabía que cuanto más específica fuera la búsqueda, más posibilidades tenían de obtener los resultados esperados.

Cuando apareció la larga lista de resultados de la búsqueda, Paco y Tala la estudiaron juntos, leyendo los nombres de los sitios web y las breves descripciones. Una de las descripciones mencionaba casi todos los términos que habían usado en la búsqueda.

Ambos señalaron la pantalla y dijeron: —Vayamos a ese —exactamente al mismo tiempo. Paco y Tala se miraron sorprendidos, habían coincidido realmente en algo. La Sra. Yates escondió una pequeña sonrisa y seleccionó el enlace del sitio web.

Mientras se descargaba el sitio, la Sra. Yates fue a contestar el teléfono y dejó a Tala y a Paco solos. Su silla vacía era como un abismo inmenso entre ellos y ninguno de los dos creía realmente que podría cruzarlo.

En búsqueda de las respuestas

El sitio web mostraba varias fotos de rocas que eran similares a las piedras brillantes que Tala había encontrado. Paco y Tala compararon sus piedras con las que estaban en la página y sonrieron.

—¡Esa es nuestra piedra! —dijeron al unísono, pero esta vez no se miraron; se sonrieron para ellos mismos. No iban a admitirlo, pero trabajar juntos realmente era divertido.

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Los mellizos se sentaron derechos y leyeron silenciosamente las palabras que estaban en el monitor.

—¡Te lo dije! —gritó Tala mientras empujaba a su hermano—. Nuestras piedras provienen del interior de la tierra. Se llaman obsidianas y fueron expulsadas por un volcán. ¡Es decir que tengo razón!

Paco estaba demasiado ocupado leyendo una parte diferente de la página como para escuchar a su hermana y cuando terminó dijo: —¡Tengo razón! ¡Te dije que estas piedras son piedras de la buena suerte!

—¿Ves eso? —dijo Tala, mientras señalaba la parte de la página que estaba leyendo, y Paco siguió el dedo y vio las palabras vidrio volcánico y leyó esa parte de la página. Luego le mostró a su hermana las palabras piedras de la buena suerte y la observó mientras ella leía.

—Parece que ambos teníamos razón —dijo Paco.

—Sí —coincidió su hermana—. Estas piedras tienen probablemente millones de años de antigüedad. Provienen del interior de la tierra y les han traído buena suerte a innumerables personas.

Por una vez, estaban trabajando juntos como un equipo.

—Leamos sobre la leyenda de las lágrimas de los apaches —sugirió Paco finalmente—. No explican mucho en esta página.

—Creo que deberíamos investigar un poco más —acordó Tala.

Los mellizos volvieron a la página de búsqueda, escribieron Lágrimas de apache y esperaron hasta que aparecieron varios resultados. Un sitio mencionaba a los apaches del Pinal, que era el nombre que se le daba a un grupo de apaches que se encontraban cerca de Superior, en Arizona, donde vivían Tala y Paco.

—Intentemos con este sitio —dijo Paco, y cuando su hermana estuvo de acuerdo se sintió alegremente sorprendido. Comenzaba a darse cuenta de que estaba cansado de pelear con ella por pequeñeces.

Esta página web mostraba una ilustración de un guerrero apache seguida de un poema llamado “Lágrimas de apache”. Tala y Paco leyeron el poema que estaba en la página web lentamente y con cuidado, y cuando terminaron lo volvieron a leer.

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Paco notó que su hermana frotaba la piedra entre sus dedos mientras leía y se preguntaba si estaría pidiendo un deseo. A Tala generalmente no le gustaban las leyendas —le gustaba leer sobre ciencias—, pero Paco se dio cuenta de que su hermana estaba intrigada por esta historia.

Decidió que leería más sobre volcanes y los diferentes tipos de piedras, y trataría de entender cómo la erosión había transformado las rocas en piedras lisas. Tal vez en el proceso, aprendería por qué estas cosas le fascinaban tanto a su hermana. Tal vez era su turno de pensar en compartir.

Por ahora, Paco y Tala decidieron escribir su propia versión de la leyenda así la tendrían para recordarla. Mientras Paco escribía las palabras, se dio cuenta de que esta debía de ser la historia que el río había estado tratando de contarle.

Lágrimas apaches

La leyenda de las lágrimas apaches

Muchísimo tiempo atrás, antes de que los hombres blancos llegaran, los apaches vagaban libremente. Pero llegó un momento en que los hombres blancos comenzaron a trasladarse hacia el oeste en busca de tierras. Con la esperanza de proteger sus tierras, los guerreros apaches salieron a su encuentro, pero los hombres blancos mataron a varios guerreros apaches. Llevaron a algunos guerreros hasta el borde de un acantilado. Antes que ser capturados, los guerreros preferían morir saltando por el acantilado. Cuando las mujeres apaches se enteraron de las muertes de sus guerreros, sintieron un dolor y una desesperación tan profundos que el Gran Padre incrustó sus lágrimas en las piedras negras que estaban en el río.

Quienes lleven estas piedras tendrán buena suerte siempre y quienes tengan estas piedras cerca nunca volverán a derramar lágrimas jamás, ya que las mujeres apaches han llorado en su lugar.

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Paco y Tala se apoyaron en el respaldo del asiento y estudiaron sus piedras en silencio, las ponían contra la luz, observaban el centro y pensaban en las mujeres que habían llorado por sus hombres. Un manto de tristeza los cubrió a ambos. Apagaron la computadora y pensaron en lo que habían aprendido.

Cuando la madre regresó, le contaron sobre la leyenda de las lágrimas apaches, se turnaban de manera natural, sin hablar uno encima del otro. La Sra. Yates se conmovió al ver cómo la leyenda había afectado a sus hijos.

—¿Puedes ver la lágrima de una mujer apache? —le preguntó Paco, mientras sostenía su piedra contra la luz.

La Sra. Yates tomó la piedra y dejó que la luz se filtrara a través. —Creo que sí la veo —dijo ella—. Es una lágrima por el hombre que perdió y es una lágrima por los niños tristes que él dejó. —Le devolvió la piedra a Paco, la colocó entre sus dedos y le apretó la mano con suavidad. —Es una lágrima que dice: “Ojalá mis hijos fueran felices”.

Paco y Tala se miraron durante un rato. Entendieron que sus peleas solo estaban aumentando el dolor que su madre sentía por la muerte de su padre. Entendieron que su padre no volvería y que necesitaban encontrar la manera de vivir en armonía como una familia otra vez.

Esa noche, después de charlarlo, Paco y Tala le dieron las piedras a su mamá. Al principio la Sra. Yates se negó a tomarlas ya que parecía que las piedras habían hecho que sus hijos fueran amigos otra vez. Finalmente, Paco y Tala la convencieron de que querían que ella tuviera las lágrimas apaches, entonces la Sra. Yates durmió con las piedras obsidianas debajo de su almohada esa noche. Al día siguiente, fue a la joyería para que le hicieran un collar con ellas. Cuando el collar estuvo listo, se lo puso y nunca se lo quitó. ¡Las lágrimas apaches realmente les habían traído buena suerte a todos!

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Glosario

abismo (sust.) fisura profunda en la tierra (pág. 16)

apache (sust.) miembro de un grupo de nativos americanos del sudoeste; el idioma de este pueblo (pág. 4)

confrontar (verb.) oponerse directa y abiertamente; enfrentarse (pág. 6)

corretear (verb.) trasladarse a un paso ligero (pág. 5)

fastidiar (verb.) molestar (pág. 6)

fraterno (adj.) relativo a los hermanos (pág. 11)

frenéticos (adj.) muy excitados y alterados (pág. 7)

hipótesis (sust.) explicaciones propuestas, basadas en evidencias limitadas, que todavía se tienen que probar (pág. 11)

indignantes (adj.) que sobrepasa los patrones de lo que está bien o es decente (pág. 6)

intrigada (adj.) que tiene mucha curiosidad (pág. 19)

obsidiana (sust.) roca lisa parecida al vidrio que se forma cuando la lava volcánica se enfría rápidamente (pág. 17)

pelear (verb.) estar en desacuerdo o disputando con enojo (pág. 7)

peregrinación (sust.) viaje espiritual a un lugar sagrado (pág. 5)

perspectivas (sust.) opiniones o puntos de vista individuales (pág. 11)

preocupado (adj.) ocupado pensando en otras cosas (pág. 4)

rastrear (verb.) ir de un lado a otro en busca de algo (pág. 5)

reñir (verb.) pelear por cosas sin importancia (pág. 13)

subconsciente (adj.) que existe en la mente, pero no está disponible en el proceso consciente del pensamiento (pág. 5)

talismán (sust.) objeto mágico que se cree tiene hechizos o encantamientos protectores (pág. 5)

teorías (sust.) explicación posible que no se ha probado como verdad todavía (pág. 11)

tolerar (verb.) sufrir o soportar algo desagradable (pág. 9)

traslúcidas (adj.) no trasparentes, pero que permiten el paso de la luz (pág. 4)

unísono (sust.) al mismo tiempo (pág. 16)

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