Libro Gramsci La Otra Politica

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GRAMSCI: LA OTRA POLÍTICA

DESCIFRANDO Y DEBATIENDO

LOS CUADERNOS DE LA CÁRCEL

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GRAMSCI: LA OTRA POLÍTICA

DESCIFRANDO Y DEBATIENDO

LOS CUADERNOS DE LA CÁRCEL

LUCIO OLIVER (RESPONSABLE)

ANA GOUTMAN, ALDO GUEVARA, MARIANA LÓPEZ DE LA VEGA,

EMILIANO MORALES, LAURA NIETO, LUCIO OLIVER, JAIME ORTEGA,

ROBERT QUINTERO, FRANCESCA SAVOIA

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Este libro es resultado del proyecto PAPIIT IN305811 de la DGAPA de la Universidad Nacional Autónoma de México: “Transformaciones recientes del Estado ampliado en América Latina: una aproximación desde la sociología política de Gramsci”.

Diseño de la cubierta: Efraín Herrera

Primera edición: 2013

D.R. © 2013 Universidad Nacional Autónoma de México

D.R. © 2013 David Moreno Soto

Editorial ItacaPiraña 16, Colonia del MarC.P. 13270, México, D.F.tel. 5840 [email protected]@hotmail.comwww.editorialitaca.com.mx

ISBN 978-607-7957-42-3

Impreso y hecho en México

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ÍNDICE

Introducción. La politicidad en Gramsci . . . . . . . . . . . . . . 9 A. LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS Y EL ANÁLISIS DE LAS RELACIONES DE FUERZAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 1. El historicismo de la fi losofía de la praxis. . . . . . . 13 2. La praxis de Gramsci en época de “revolución pasiva”: más allá de Croce y Bujarin . . . . . . . . . . 24 3. La praxis: relaciones de fuerzas y acción política 41 B. LA CRÍTICA DEL ESTADO MODERNO. . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 1. Primer momento: el elemento de dominio en la refl exión sobre el Estado liberal . . . . . . . . . . . . 54 2. Segundo momento: el Estado “democrático- burocrático avanzado” moderno . . . . . . . . . . . . . . 56 3. Tercer momento: la crisis orgánica del Estado capitalista moderno . . . . . . . . . . . . . . . 65 4. Cuarto momento: la crítica histórica del Estado moderno y la nueva concepción de lucha estratégica 76 C. LAS PROBLEMÁTICAS DE LA HEGEMONÍA, LA LUCHA DE POSICIONES Y LA SOCIEDAD REGULADA . . . . . 75 1. La cuestión de la hegemonía . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 2. Historia y teoría en torno de Occidente . . . . . . . . 82 3. Intelectuales masa y fi lósofos democráticos . . . . . 87 4. Subalternidad y lucha por una sociedad regulada 96

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101

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INTRODUCCIÓN

LA POLITICIDAD EN GRAMSCI

Durante un año nuestro seminario colectivo “Descifrando y de-batiendo los 29 Cuadernos de la cárcel de Gramsci”, llevado a cabo en 2011/2012 en la Universidad Nacional Autónoma de México, realizó un intenso trabajo de lectura de los Cuadernos asociado a intercambios con renombrados estudiosos naciona-les e internacionales y a lecturas histórico-políticas necesa-rias para ubicar y tratar de comprender con cabeza propia las aproximaciones y elaboraciones teóricas del autor.

Después de la investigación se nos planteó el problema de cómo exponer los resultados de nuestro trabajo de descifra-miento y debate. El criterio elegido fue el de reconstruir un elemento que encontrásemos como dominante, un hilo conduc-tor del pensamiento y la preocupación de Gramsci, a partir de las conexiones tanto históricas como teóricas de sus polémicas, y, sobre todo, en las intencionalidades, los aportes y el análisis de la obra.

En medio de nuestro trabajo, se publicó en México una re-copilación de clases académicas de José Aricó, un viejo estu-dioso de los Cuadernos en América Latina, quien argumenta que Gramsci era sobre todo un teórico de la política bajo la socialidad moderna; lo que nos ayudó a plantear en nuestro seminario la siguiente premisa: un núcleo central del aporte de Gramsci gira en torno al rescate y reconstrucción tanto de

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las formas históricas como del peso, papel, conceptualización y alcances transformadores del poder y la política en el marco de la fi losofía de la praxis.

Nuestra perspectiva —sin duda infl uida por el convenci-miento de que hoy también hay una subestimación teórica del signifi cado y sentido de esas formas ideológico-políticas— nos llevó a refl exionar con Gramsci alrededor de la teorización de las relaciones de fuerzas, el Estado y la política. Siguiendo a Marx, Gramsci encuentra que las contradicciones profundas de las modernas relaciones sociales capitalistas se asoman y se dirimen en dichas formas, esto es, ahí “se expresan y luchan por resolverse”.

La política, espacio conformado histórica y estructuralmen-te, pero siempre terreno abierto de confl icto, en calidad de pro-ceso y construcción compleja de voluntad, había sido dejada de lado en su época por las visiones crítico-catastrofi stas dominan-tes en el movimiento social ante el avance del capitalismo y que en Italia amenazaba con ser subsumida y apartada también en un periodo en el que se presentaban en el horizonte mundial nuevos fenómenos como el fascismo y el americanismo. Ello porque se pensaba que la violencia no dejaría ninguna opción de quehacer político alternativo o que la revolución pasiva y la modernización conservadora pospondrían para mucho más tarde la oposición política activa. Dejada de lado también por la tendencia dominante de las corrientes revisionistas de la Inter-nacional Socialista del siglo XX y por los virajes de la revolución soviética bajo Stalin, se echó al bote de la basura la ardua ex-periencia de lucha política del movimiento bolchevique y de los Consejos de Fábrica del norte italiano. Gramsci coincidió con Lenin en la necesidad de revalorar la política en los procesos fundacionales de los partidos comunistas y más tarde, en la cárcel, se dedicó a la profundización teórica y analítica del es-tudio las formas ideológicas de la sociedad italiana articuladas por lo que llamó las cuestiones “vaticana” y “meridional”.

El poder y la política son relaciones sociales que confi guran una dominación, por ello, en las sociedades occidentales en las que se ha expandido y domina, el poder y la relación del capital han llevado a la conformación de mediaciones e instituciones orgánicas complejas: en sus extremos, sociedad política y so-

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INTRODUCCIÓN. LA POLITICIDAD EN GRAMSCI 11

ciedad civil. En esas mediaciones actúa la fuerza económica, política y militar de las estructuras y fuerzas sociales dominan-tes. Al respecto, la aportación peculiar de Gramsci es mostrar que la posibilidad de sintetizar a la sociedad, de unifi car las fuerzas y la sociedad en su conjunto, y de proyectar una su-premacía como universalización ocurre como una ardua lucha por construir la capacidad histórica, fi losófi ca, ideológica y po-lítica de una voluntad colectiva nacional popular que abarque a la sociedad toda y tenga un asidero especial en la sociedad civil, en el mundo organizado y consciente de la vida social de los ciudadanos, los grupos sociales y la ciudadanía individual y colectiva, con deberes y derechos. En síntesis, eso tiene una denominación conceptual: la hegemonía.

Para Gramsci, la hegemonía como núcleo central del poder y la política se construye en la lucha, pero en una lucha his-tórica y condicionada por estructuras económicas, políticas e ideológicas. Por ello, Gramsci aporta una nueva estrategia: la perspectiva de la compleja guerra de posiciones antes, durante y después de acceder al poder, pues éste se entiende como una relación entre fuerzas sociohistóricas, políticas e ideológicas.

Por lo anterior, la politicidad en Gramsci es el hilo conduc-tor de la primera parte de este trabajo e indudablemente tam-bién de la lectura que llevan a cabo los autores de la segunda parte. Y reiteramos: en nuestra perspectiva, la cuestión que nos ocupa no se refi ere a un problema de los años treinta del siglo pasado, es un debate hoy urgente, a inicios del siglo XXI, justo ante la crisis de legitimidad de la política y lo político y ante la crisis de la democracia de los sistemas políticos y de los partidos. Las fuerzas del orden usufructúan la apoliticidad y el desencanto, pues imponen sus decisiones como fenómeno tecnoburocrático. Lo único que puede modifi car esta situación es una revitalización de una política compleja de lucha de posi-ciones en todos los espacios de la sociedad: la sociedad política, las mediaciones, la sociedad civil, los espacios estructurales; esto es, en lo que Gramsci denominaba el Estado integral. Una recuperación que pasa por rescatar la teoría y su vínculo con la política. El trabajo que dejamos en manos del lector es una búsqueda en ese sentido.

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A. LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS

Y EL ANÁLISIS DE LAS RELACIONES

DE FUERZAS

1. EL HISTORICISMO DE LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS

La refl exión de Gramsci en los Cuadernos se desarrolla, a nues-tro parecer, en dos frentes principales: el análisis de lo histó-ricamente determinado y la paralela elaboración de categorías teóricas aptas para recogerlo en tanto que condensaciones abs-tractas de fenómenos histórico-concretos. De la expresión “ma-terialismo histórico” se ha dado el mayor peso al primer térmi-no, mientras que debería dársele al segundo: Marx es esencial-mente un “historicista”, etcétera (C4, §11). Gramsci considera a Marx como un continuador de la fi losofía de la inmanencia, la que en él, sin embargo, está depurada de todo carácter meta-físico y trasladada al terreno concreto de la historia (C4, §17).

Al inicio de su refl exión acerca del marxismo como concepción materialista de la historia, Labriola enfatizaba: “Es preciso re-cordar que el sentido de esta doctrina se infi ere ante todo de la posición que la misma asume y ocupa enfrente de aquellas con-tra las cuales efectivamente se levantó, y especialmente contra toda clase de ideologías” (Labriola, 1971: 13). Una posición, la de la concepción materialista de la historia según Labriola, crí-tica de toda envoltura metafísica, la que —sustrayendo al ser

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social la autoría de su propia obra, y transfi riéndola al mito, sea de la Ciudad de Dios, el Espíritu Absoluto o el puro momen-to económico— impide una visión clara de las “razones, leyes y ritmo” del proceso histórico (ibid.: 18). Según Labriola, son los mismos autores de las vicisitudes históricas —sean ellos masas populares o clases dominantes— los que velan la racionalidad social de sus propias acciones, una racionalidad anclada en el antagonismo de clase y en la jerarquización del trabajo social, bajo la apariencia de formas de conciencia “supersticiosa o ex-perimentada, ingenua o refl eja, madura o naciente, impulsiva o amaestrada, caprichosa o razonadora” (ibid.: 25). Fetichizada en idea, en una enunciación de apariencia teórica, esta fi losofía popular es y tenía que ser concebida como pura inmanencia, es decir, no como simple artifi cio, sino ella misma como fenó-meno histórico. “En razón de que en la historia, que hay que comprenderla totalmente, carne y hueso forman un solo objeto” (ibid.: 22), la fi losofía no es sino deviene, es ella misma una for-mación histórica cuyo examen implica el análisis de la relación entre movimiento real y movimiento aparente, para la sucesiva recomposición de esta trama compleja como totalidad.

Para Labriola, contra toda fi jación metafísica, sea el espe-jismo de corte idealista o positivista, espiritualización o natu-ralización de la materia social —orígenes ambos de una lectura fatalista del devenir—, la fi losofía tiene que ser vista como ela-boración superior del proceso de conformación de las subjeti-vidades colectivas. En este sentido, la fi losofía es inmanente a la cosa de la cual se fi losofa, ella misma es producto de las fuerzas sociales y sus relaciones en calidad de mediación ne-cesaria para la solución temporánea de su confrontación en la producción de la vida social. En tanto que método de análisis crítico de esta trama compleja entre la producción por parte del ser humano, de su ambiente social, y la paralela producción de sí mismo, el materialismo histórico es fi losofía de la praxis y sólo como tal fi losofía de la historia, cuando por la misma hay que entender el examen de las tendencias del movimiento y no un sistema doctrinario de la fi nalidad del tiempo histórico. Vale decir: es una perspectiva teórico-práctica en continuo de-sarrollo por su propio involucramiento en la circunstancialidad del momento.

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El arribo de la refl exión teórica de Labriola al marxismo, a fi nales de la última década del siglo XIX, había tenido lugar paralelamente a su participación en el proceso de formación del partido socialista italiano. Su llegada al materialismo histórico y la conexa actividad política constituían la conclusión de un largo proceso de elaboración teórica volcado a sacar las con-clusiones emancipatorias de la fi losofía alemana, viendo en la socialdemocracia y en un proletariado heredero de la fi losofía clásica los horizontes contemporáneos a través de los cuales se podría superar el aislamiento de la tradición fi losófi ca ita-liana del círculo de la cultura europea de fi nales del siglo XIX, una reclusión que Labriola veía enraizada, tanto respecto de la alta cultura como de las vertientes subversivas y populares, en la parcialidad del proceso unitario y en la detención de una modernización capitalista, tan tempranamente iniciada en la Italia del siglo XVI, misma por la cual tardaba en producirse en la península una refl exión rigurosa del materialismo histórico.

En la Italia de fi nales del siglo XIX el marxismo se encon-traba, para Labriola, en la encrucijada entre el desinterés del socialismo ofi cial hacia la obra de Marx y la derivación neo-idealista del marxismo operada por la intelectualidad hegelia-na napolitana. Respecto a esta última, expresión de una re-fi nada elaboración intelectual, Labriola refl exionaba como el momento de la cultura

en la cual precisamente los idealistas sitúan la suma del progreso, estuvo y está por necesidad de hecho bastante desigualmente dis-tribuida […] Todos los progresos del saber sirvieron hasta ahora para diferenciar el grupo de los adoctrinados y para distanciar cada vez más las masas de la cultura [mientras que la historia re-cordada es la historia] de la sociedad que tiende a formar el Estado o lo ha formado ya (ibid.: 46).

Y sin embargo, la respuesta socialista, confi gurándose al mirar a Europa no podía conferir a las masas populares el arma de la contra-cultura.

Una vez consolidada la corriente reformista de la socialde-mocracia alemana, junto con la estabilización del capitalismo posterior a la crisis del 1870, Labriola —inicialmente atraído

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por la refl exión teórica de Bernstein y su rechazo del socialis-mo utópico—, advertía la necesidad de defenderse tanto de la corriente revisionista y su denuncia de la “crisis del marxis-mo” por supuesta incapacidad previsora de Marx, como de la ortodoxia de Plejanov y su defensa a ultranza de la hipótesis catastrófi ca a través de una lectura abierta de la obra de Marx, la cual debía considerarse no como sistema doctrinario cerra-do sino como método de análisis de la situación histórico-real en continuo desarrollo y evolución; una criticidad necesaria para entrever y actuar frente a la complejidad del capitalismo contemporáneo y para sustituir, en Italia, un marxismo intro-ducido apriorísticamente por uno capaz de asimilar las carac-terísticas y problemáticas específi cas de la cultura nacional post-unitaria, problemáticas que Labriola identifi caba con la necesidad de una formación democrática y socialista de las ma-sas populares (Garin, 1970; Gerratana, 1972; Santucci, 2006).

Considerado por Gramsci un caso único en el marxismo na-cional, Labriola había denunciado el vicio metafísico por medio del cual las relaciones se vuelven cosas y estas cosas a su vez se vuelven sujetos operantes en mitos, insistiendo en que, mien-tras la metafísica considera los términos de la relación como presupuestos, la elegancia y fl exibilidad del pensamiento dia-léctico, el de la fi losofía de la praxis, se fi ja en el proceso, en la relación misma, empujando a sumergirse en lo concreto de las correlatividades histórico-sociales. La progresiva afi rmación, en los Cuadernos, de la fi losofía de la praxis como sinónimo de materialismo histórico responde a la precisa elección de Gramsci de situarse en un terreno cognitivo de escaso éxito en ese entonces tanto en Italia como en el movimiento comunista internacional: el del meollo de la calidad fi losófi ca del marxis-mo, su independencia, vale decir, de las premisas epistémicas tradicionales. En el Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, así como en el Marx de las Tesis sobre Feuerbach, texto central para la elaboración teórica del comunista italiano, la cuestión de la autosufi ciencia fi losófi ca del materialismo histórico, fun-damentada en la superación del dualismo clásico, no repre-senta, así como no representaba en Labriola, aún en estado embrionario, una mera disquisición de fi losofía teorética, sino una preocupación teórico-política históricamente determinada.

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“El marxismo”, denuncia Gramsci,

ha sufrido una doble revisión, esto es, ha dado lugar a una doble combinación. Por un lado, algunos de sus elementos, explícita o implícitamente, han sido absorbidos por algunas corrientes idea-listas (Croce, Sorel, Bergson, etcétera, los pragmatistas, etcétera); por el otro, los marxistas “oficiales”, preocupados por encontrar una “filosofía” que contuviese al marxismo, la han hallado en las derivaciones modernas del materialismo filosófico vulgar o incluso en corrientes idealistas como el kantismo (Max Adler). Labriola se distingue de unos y otros con su afirmación de que el marxismo es una filosofía independiente y original. En este sentido hay que trabajar continuando y desarrollando la posición de Labriola. La tarea es muy compleja y delicada. ¿Por qué el marxismo ha corrido esta suerte de parecer asimilable, en algunos de sus elementos, tanto a idealistas como a los materialistas vulgares? (C4, §3).

La respuesta a esta última pregunta estaba contenida en la búsqueda de un regreso a la fi losofía de Labriola, considerada por Gramsci como fi losofía del momento estatal en su concep-cion integral y la posibilidad de una nueva civilización. Para Gramsci, la especifi cidad italiana del proceso de confi guración histórica de la cultura nacional, cuya concreción política era el Estado-nación, residía en la reiterada ausencia de un proceso de reforma civilizatoria que incluyese las formaciones sociales, políticas e ideológicas populares y, como tal, que fuese radical-mente nacional, lo que fue reemplazado en la península por un proyecto de reiterada restauración. Como veremos históri-camente repetido en el fascismo, ello fue el cimiento de una doble degeneración del arma crítica de las masas populares, la fi losofía de Marx, en benefi cio del dualismo fi losófi co. Éste quedaba así críticamente desglosado por Gramsci como concre-ción abstracta de un antagonismo social concreto entre masas populares y clase dominante, donde cada posicionamiento ideo-lógico, como la correlación de fuerzas a él subyacente, enlazaba y alimentaba al otro.

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Se puede observar, en general, que las corrientes que han intenta-do combinaciones de la filosofía de la praxis con tendencias idealis-tas son en su inmensa mayoría [de] intelectuales “puros”, mientras que la que ha constituido la ortodoxia era de personalidades inte-lectuales más marcadamente dedicadas a la actividad práctica y por lo tanto más ligadas (con lazos más o menos extrínsecos) a las grandes masas populares [...] (C16, §9).

La ideología de la clase dominante en su época, según Gramsci, “ha tenido y tiende a tener” como matriz epistémica la fi losofía especulativa, incapaz —por su discurso abstracto-teórico, propio del intelectual puro, del intelectual tradicional en tanto que sector social separado de las masas— de elaborar una cultura popular, y de convertirse así en bloque ideológico sin absorber elementos propios de su contrincante. Por un lado, confi nándolo a su vulgarización economicista y tachándolo de canon empírico de interpretación histórica, Croce, intelectual orgánico de las fuerzas liberales, había logrado asimilar la cri-ticidad del marxismo desviándola como “historia ético-políti-ca”, misma que Gramsci defi ne como una “hipóstasis arbitra-ria y mecánica del momento de la ‘hegemonía’” (C10, Sumario, punto 7), una desviación especulativa que, como tal, no tenía, sin embargo, potencial de arraigo en las masas populares; por otro lado, la efectiva vulgarización materialista operada por los divulgadores alemanes y soviéticos de las tesis de la II y III Internacional, por los marxistas “ofi ciales”, justifi cada, sobre la base del “apremio pedagógico”, por la necesidad inmediata, vale decir, de contraponerse a la forma más refi nada de la cul-tura moderna —la idealista— y, al mismo tiempo, con la pre-tendida intención de elevar a las masas de sus prejuicios pre-capitalistas que, aun derivando en la penetración popular del marxismo, lo había transformado en prejuicio y superstición privándolo así de las armas críticas necesarias para combatir la ideología de las clases cultas.

Y sin embargo, incluso vulgarizado, el marxismo contenía en sí las condiciones de su propia superación crítica para con-formarse, en la perspectiva gramsciana, como un vasto movi-miento cultural capaz de unifi car moralmente a la sociedad y convertir así la Restauración en Reforma (C4, §3).

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Es en el Cuaderno 4 (parágrafo 3) donde Gramsci estima al materialismo histórico como coronamiento de todo un movi-miento de reforma intelectual y moral caracterizado por la dia-léctica entre cultura popular y alta cultura y, “así como es”, se presenta como el aspecto popular del historicismo moderno. En el parágrafo 24 del mismo cuaderno, introduce al “historicismo popular” en calidad de potencial superación de todo ideologis-mo constitutivo del binomio reacción-revolución y, como tal, de “máximo historicismo”. La alusión al marxismo es, sin embar-go, explicitada en el Cuaderno 16 (parágrafo 9) como reelabo-ración de las notas citadas. La fi losofía de la praxis, subraya Gramsci en la nota mencionada, ha atravesado un proceso de laceración de la unidad dialéctica entre materialismo y espiri-tualismo, un alineamiento ideológico que, examinando el largo proceso de conformación histórica de la modernidad capitalis-ta, se revela como reiterada confrontación entre movimiento popular y oligárquico, entre masas e intelectuales, entre cultu-ra popular y alta cultura.

El dualismo fi losófi co, así como el correspondiente dilema epistémico acerca de la relación estructura-superestructura, es, para Gramsci, condensación abstracta de la correlación en-tre fuerzas subalternas y dominantes, una confrontación his-tórica cuya resolución progresiva, el pasaje de la necesidad a la libertad, el momento catártico, la alternativa entre Reforma y Renacimiento, entre, vale decir, penetración de masas sin elaboración cultural y elaboración cultural sin arraigo en las masas (Frosini, 2004), depende de la capacidad de los sectores populares de elevar por su propia iniciativa histórica el “pre-juicio” de su sentido común al grado de fi losofía y, viceversa, la fi losofía a rango de sentido común, superando así aquel estado de subalternidad ideológica asegurado por la iniciativa de una inteligencia externa a ella. Sólo si la fi losofía —léase marxis-mo— se hace popular elaborando en sentido crítico el sentido común para así transformarlo en buen sentido, se hará progre-so, reforma; en caso contrario sirve al intelectualismo abstracto de la clase dominante, juega a favor de la reacción.

La preocupación de Gramsci, como la de Marx, es epistémi-ca y normativa: conferir a las masas populares y al proyecto político históricamente transformador la fuerza derivada de la

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criticidad para así elevar lo popular a cultura superior y, vice-versa, convertir la alta cultura en cultura de las masas popula-res, proceso que implicó para Gramsci hacer de la teoría de las relaciones de fuerzas el principio nuclear de su entera refl exión. Una teoría, la de las relaciones de fuerzas, que constituye a nuestro parecer la traducción de los principios de la fi losofía de la praxis de Marx, elaborados en las Tesis sobre Feuerbach, en el análisis de la superestructura, cuando por esta última hay que entender la elaboración por parte de Gramsci de una teoría marxista de la política orgánicamente perteneciente a su teoría social.

El Marx de Gramsci es, como subraya Fabio Frosini, el Marx del Prólogo del 59: Los hombres toman conciencia de las contradicciones en el terreno de las ideologías, enunciado ela-borado sin duda a partir de las Tesis sobre Feuerbach. Ya en las Tesis aparece claramente lo que en Marx es “ésta su nueva construcción, ésta su nueva fi losofía” (C4, §3). La práctica del sujeto social (la praxis), nos deja intuir Gramsci, es el corazón de la autonomía fi losófi ca del marxismo:

ni el monismo materialista, ni el idealista, ni “Materia”, ni “Es-píritu” evidentemente, sino “materialismo histórico”, o sea, acti-vidad del hombre (historia) en concreto, esto es, aplicada a cier-ta “materia” organizada (fuerzas materiales de producción), a la “naturaleza” transformada por el hombre. Filosofía de la acción (praxis), pero no de la “acción pura”, sino precisamente de la acción “impura”, o sea, real (mundana) en el sentido profano de la palabra (C4, §37).

La “acción impura” era, en Marx, el trabajo social, el trabajo en sus formas históricas y, en su dimensión amplia, la activi-dad humana en el conjunto de las relaciones sociales (Tesis 6) puesto por Gramsci en el centro de su propia lectura y releído o traducido, como nos aprestamos a ver, como Bloque Histórico.

En las Tesis sobre Feurbach, texto aparentemente secun-dario y fragmentario que Gramsci toma el cuidado de tradu-cir (Appendice “Estratti dai quaderni di traduzione”, Grams-ci, 2007), la intención de Marx, nos indica Bolívar Echeverría (Echeverría, 2011), es disputar en el proceso histórico de la lu-

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cha social el horizonte cognitivo de la crítica y del movimiento político de los trabajadores contra la fetichizada confi guración moderna-capitalista del discurso dominante. Se trata, para el Marx de las Tesis, de no polemizar con dos corrientes fi losófi -cas, sino de revolucionar las premisas cognitivas del discurso fi losófi co clásico de manera tal que haga del marxismo como discurso teórico un momento constitutivo de la actividad prác-tico-política. La praxis en Marx es la actividad subjetiva y obje-tiva sustentada en el trabajo social en el sentido de la actividad histórico-política de las fuerzas sociales que, al mismo tiempo, se confi gura como proceso de constitución subjetiva y método de construcción práctica y aprehensión teórica de la realidad como proceso dado por una relación necesaria entre la confor-mación de sentido de lo real y la realidad misma.

La relación entre estructura y superestructura, insistirá Gramsci, es una problemática central del marxismo en tanto que el momento de la criticidad reside en un análisis que per-mita reconstruir la articulación necesaria entre sujetos empí-ricos y subjetividad histórica. La mediación es la praxis, lo que Marx entendía por proceso de conformación de las subjetivida-des históricas a partir del posicionamiento de las fuerzas en el trabajo social también Gramsci lo ve como práctica política. En ambos casos la praxis no es algo dado sino el proceso histórico-social del antagonismo implícito en la construcción histórica de la unidad social y, en cuanto tal, criterio de verdad (Tesis 2). Sin embargo, a nuestro parecer en Gramsci esta totalidad contradictoria que Marx identifi caba con el carácter social del trabajo y con la apreciación del trabajo como actividad históri-co-política queda traducida como unidad ideológico-política que se produce a través de la confrontación entre proyectos antagó-nicos de organización de la sociedad y la paralela conformación de sentido, en breve, como bloque histórico concreto (C10, §12 y §13). Este es un proceso antagónico cuya resolución tempo-ral es el momento fi losófi co vinculado a la acción de masas en la historia, es decir, el momento de sistematización racional y universal de la concepción del mundo que corresponde a una hegemonía que adquiere realidad fetichizada y cosifi cada en el momento estatal.

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El punto que queremos subrayar es que así como en Marx la dimensión estructural era también una forma ideológica de relación con la realidad, Gramsci concibe la dimensión superes-tructural como forma objetiva de relación con la realidad. Así, al asumir un carácter ontológico (Frosini, 2004), la dimensión superestructural obtiene en Gramsci un valor gnoseológico y normativo: es el mismo proceso de conformación de la concien-cia política y de la crítica de su cosifi cación en el momento esta-tal en tanto que proceso unitario y contradictorio. Esta concien-cia permite el análisis de las condiciones de posibilidad para que los dirigidos intervengan críticamente en el proceso que tiende a subvertir el poder de los que los dirigen.

En este sentido, por lo tanto, la teoría de las relaciones de fuerzas es, —como subraya Giuseppe Vacca (1994)— el desa-rrollo teórico-práctico de la fi losofía de la praxis, de la refl exión crítica sobre y de la paralela conformación del sujeto colectivo como sujeto político. El movimiento comunista, insiste Vacca, había sido también derrotado para Gramsci, entre otras cosas, por no haber desarrollado su propia autonomía teórica; es de-cir, por no atender a la necesidad de una reformulación crítica como momento necesario de la constitución del sujeto político. De hecho, los Cuadernos pueden verse, considerando la pre-sencia o ausencia en ellos de una teoría histórico-política, como un proyecto de rescate del marxismo de su divulgación econo-micista y su desviación idealista a fi n de conferir a las masas populares la criticidad necesaria para la elevación de su pers-pectiva ideológica al nivel de la fi losofía, es decir, de un vasto movimiento cultural capaz de unifi car moralmente a la socie-dad (C4, §3) en el contexto de la primera posguerra, de crisis del movimiento comunista y de embate de la reacción fascista.

Podemos así concluir de esta primera refl exión que la auto-nomía fi losófi ca del marxismo, el contener en sí mismo la posi-bilidad y necesidad de independizarse de premisas cognitivas presupuestas en otras concepciones, no es un tercer elemento abstracto entre materialismo e idealismo, sino el análisis de las condiciones de posibilidad histórica de la autonomía de clase de las masas populares. Como método de análisis y estrate-gia política, esta autonomía consiste en la construcción de la voluntad colectiva sobre la base de determinadas relaciones

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antagónicas que se expresan en confrontaciones ideológicas y sistematizaciones fi losófi cas asumiendo que la diferencia entre ideología y fi losofía refl eja el grado de estabilización de la mis-ma correlación de fuerzas en la dimensión política en tanto me-diación necesaria del desarrollo de esta correlación en sentido progresivo o regresivo.

La praxis política, nexo crítico entre lucha política popular, teoría fi losófi ca, objetividad, ideología y subjetividad, permite así articular acción, análisis y norma; marxismo como movi-miento político y como teoría crítica, y marxismo como proyecto normativo.

Toda ideología es expresión abstracta de la resolución mo-mentánea de antagonismos histórico-sociales y, como tal, apa-riencia; es decir, no una ilusión mistifi cadora, sino una popula-rización de la fi losofía, de la elaboración teórica de un determi-nado proyecto de sociedad hasta reducirla al rango de creencia, y paralela elevación de esta última al rango de sistematización universal. Sin embargo, la especifi cidad del marxismo en tanto que fi losofía de la praxis es la conciencia de esta función ideo-lógica de la fi losofía y de la necesidad fi losófi ca de la ideología, y, como tal, historicismo “absoluto”, esto es, “liberación total de todo ‘ideologismo’ abstracto, la real conquista del mundo histórico” (C16, §9). De este carácter de historicismo absoluto deriva la posibilidad del marxismo de pensarse como parte de la contradicción, lo que eleva así a principio político de acción la necesidad de su propia autocrítica (C4, §45). Y es en calidad de historicismo absoluto que la fi losofía de la praxis

se basta a sí misma, contiene en sí todos los elementos fundamen-tales no sólo para construir una concepción total del mundo, una filosofía total, sino para vivificar una organización práctica total de la sociedad, o sea para convertirse en una civilización integral, total (C4, §14).

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2. LA PRAXIS DE GRAMSCI EN ÉPOCA DE “REVOLUCIÓN PASIVA”: MÁS ALLÁ DE CROCE Y BUJARIN

Comprender el arribo de Gramsci a una conceptualización del marxismo como fi losofía de la praxis conlleva una reconstruc-ción previa del proceso a través del cual en la época fascista el otrora máximo dirigente del Partido Comunista Italiano llegó a pensar esta formación política como proyecto político de ma-sas. Se trata de un proceso refl exivo paralelo a la consolidación de la reacción en cuyo análisis en términos de relaciones de fuerzas Gramsci necesitaría evidenciar el progresivo esfuerzo del movimiento comunista italiano de quitar a los socialistas el lugar de principal referente de las masas populares. Gramsci fue en Italia el principal teórico y organizador de este esfuerzo contra el revisionismo histórico y contra la paulatina degene-ración de la estrategia del movimiento comunista europeo que redujo el internacionalismo a una versión simplifi cada y vulgar del sovietismo. Una reconstrucción detallada de este doble pro-ceso iría más allá de las preocupaciones de este escrito.

Apoyándonos en la obra de Paolo Spriano (1982), cardinal en la historiografía marxista del Partido Comunista Italiano, queremos mostrar cómo la elaboración gramsciana de catego-rías teórico-políticas en los Cuadernos tiene su asiento en bue-na medida en la problematización de la relación histórica entre la consolidación del fascismo y las difi cultades y debilidades que impidieron a los comunistas construir un movimiento po-pular capaz de frenar el ascenso de la reacción.

En los años treinta, Gramsci había llegado a interpretar el fascismo como un proceso de creciente socialización productiva y de la más alta competitividad industrial sin una correspon-diente modernización político-cultural de las masas y asegura-do por el intervencionismo estatal en la producción y mediante la estructuración corporativa del trabajo. Este intervencionis-mo impedía la organización autónoma de los sectores popula-res, al mismo tiempo que obtenía el consenso de gran parte de las masas rurales (C10, §9). En la refl exión de Gramsci desta-ca el carácter novedoso de la reacción fascista como fenómeno de revolución pasiva capaz de contener los efectos de la crisis capitalista mediante la reorganización económico-social desde

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arriba, y la consecuente necesidad de centrar los esfuerzos co-munistas en organizar un movimiento antagónico de profundo arraigo popular dirigido por una fuerza política dotada de au-tonomía ideológica.

En la reconstrucción historiográfi ca de Spriano, podemos ver que ya en sus intervenciones en el Ordine Nuovo Gramsci había adoptado desde los primeros años de la década del veinte una posición diferente a la de dirección bordiguista, que identifi ca-ba el fascismo como “mero instrumento de la burguesía” y que proponía revelar ante las masas el oportunismo socialdemócra-ta, para acelerar la revolución proletaria. Era la tesis del “tanto peor, tanto mejor”. Desde el periódico, el dirigente sardo daba voz a la necesidad de investigar la razón histórico-social de un fenó-meno hacia cuya complejidad se mostraba sensible, reconocer su base clasista en el gran capital —agrario, industrial y fi nancie-ro— y en la componente pequeño-burguesa, y su razón política en una disgregación estatal síntoma de una disgregación social más profunda.

A nivel internacional, es entre el III y IV Congreso de la Internacional Comunista (Comintern)1 (1921-1924) que el fas-cismo empieza a ser considerado como fenómeno grave por el movimiento comunista internacional, y es con relación a su composición de clase y su relación con las otras fuerzas bur-guesas, que la Internacional realizará los sucesivos cambios de línea estratégica y directivas en los V, VI y VII Congresos.

A partir del III Congreso de la IC (1921) la palabra de orden es la del “frente único”. Ello sobre la base del reconocimiento de que se estaba produciendo una inversión de tendencia en la relación de fuerzas desfavorable a una táctica ofensiva. Lenin había sugerido a los comunistas europeos separarse orgánica-mente de los socialistas y luego aliarse con ellos, ahora como fuerza política independiente. ¿Cómo trasladar la orientación de la Comintern y, con ésta, la alianza obrero-campesina, al contexto italiano, donde el PCI, nacido de la escisión de Livorno de 1921, veía en la denuncia y no en la colaboración estratégica

1 Abreviatura en ruso de la Organización Comunista Internacional o III Internacional.

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el principal instrumento para conquistar la dirección de la ma-yoría de los trabajadores?

Con las Tesis de Roma, redactadas en el primer congreso programático del partido, la evaluación del fascismo por parte de Bordiga quedaba falseada en el mismo esfuerzo de consti-tuir una identidad autónoma: la dirección asimilaba el fenó-meno fascista a la exacerbación de la contraofensiva política capitalista, misma que, como tal, no habría necesitado destruir las instituciones democráticas. El corolario táctico era evitar la solidaridad durante el “paréntesis” de la violencia militarista con las que eran consideradas fuerzas burguesas de izquierda a fi n de no confundir al proletariado y frenar lo que todavía se pensaba como inevitable avance revolucionario.

Aparecía aquí con toda su fuerza una concepción del parti-do como conciencia de las masas en manos de la vanguardia. Una concepción que, subraya Spriano, signifi có el abandono de las instancias democráticas y libertarias que había animado el grupo del Ordine Nuovo, las cuales, según el historiador, ten-drá también presentes Gramsci al momento de asumir la di-rección del partido y redefi nir su estrategia. Con dichas instan-cias se relaciona, sin embargo, el origen de la refl exión teórica gramsciana cerca de la relación orgánica entre intelectuales y masas, misma que en su sentido más restringido será leída como relación entre partido y militantes, y en su sentido socio-político, como relación orgánica entre teoría y práctica. No por casualidad Gramsci asociará a Amadeo Bordiga con Benedetto Croce —aun cuando solamente en “tal sentido”, es decir, el del intelectual puro— (C10, §1).

Con la “Marcha sobre Roma” (1923) el fascismo hará ma-nifi esto su proyecto político de conquista del Estado. Mientras tanto, el IV Congreso de la Internacional registra ofi cialmente el retroceso general del movimiento revolucionario en Occiden-te y el éxito de la contraofensiva reaccionaria lanzando como consigna la del “frente único” interpretado como alianza en-tre fuerzas políticas comunistas y socialistas. Ante el ascenso de la reacción en Alemania, la Comintern teme un renovado ataque de las fuerzas capitalistas a las Repúblicas Soviéticas y lanza, en tono de condena histórica, su requisitoria contra los comunistas italianos responsabilizándolos de facilitar la

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llegada de Mussolini al poder y decidiendo, por primera vez en su corta historia, nombrar como autoridad a los dirigentes de una sección nacional. Aún defendiendo, a la par de Bordiga, las razones de la escisión de Livorno y compartiendo con él la aversión a la minoría interna reformista —liderada por Tas-ca— y a los socialistas, Gramsci ya ha elaborado para entonces una apreciación distinta de la relación con la Comintern y una nueva concepción de partido. Contrario a la idea de hacer del PCI el perno de un movimiento de oposición contra la hegemonía bolchevique, Gramsci rompe con la vieja dirección para formar un nuevo grupo —a la derecha de Bordiga y a la izquierda de Tasca— que se constituyó en un centro hacia el cual confl uye la mayoría de los cuadros dirigentes, casi todos provenientes de la experiencia ordinovista, y que permite a Gramsci asumir el rol de secretario general.

Mientras tanto, el entero espectro de las fuerzas parlamen-tarias en Italia —que abarca desde los católicos del Partido Popular y la izquierda liberal y republicana hasta los socialis-tas— revela la incapacidad de frenar el ascenso del fascismo al poder por vía de las instituciones existentes. Entre 1924 y 1925 el paréntesis aventiniano, vale decir la salida del parla-mento de las fuerzas democráticas y la opción por la resisten-cia pasiva, termina en fracaso político y en demostración de impotencia por parte de la oposición constitucional, anclada en el rechazo a recurrir a la movilización de masas y aprovechar la coyuntura de emoción generalizada que se desencadenó con motivo del asesinato a manos fascistas del diputado socialis-ta Matteotti. Desde l’Unitá, Gramsci apela a que los sectores obreros y campesinos, organizados en su mayoría por los so-cialistas, se movilicen en contra del régimen. La ruptura entre comunistas y socialistas se hace radical. Con la reapertura del parlamento el gobierno fascista obtiene el voto de confi anza de la mayoría aterrorizada por una posible movilización política de los sectores populares, lo que, junto al consentimiento de la monarquía y del Vaticano, permite a Mussolini proceder hacia la toma defi nitiva del poder. El fracaso del Aventino fi rma el fi n del Estado liberal en Italia: ilegalización de las organizacio-nes civiles y sindicales, eliminación del derecho a huelga y a la libertad de prensa, conversión de la milicia fascista en cuerpo

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armado del Estado y creación del Tribunal Especial. En pala-bras de Spriano: fascistatización del Estado y estatización del fascismo.

En 1924 la línea de Gramsci es la del “frente único desde abajo”, es decir, la articulación entre fuerzas obreras y campe-sinas en el terreno de la lucha social y política revolucionaria de clase. Gramsci ha llegado a concebir la autonomía de clase no como principio purista sino como proceso en construcción que tiene que desarrollarse a través de una operatividad po-lítica centrada en transformar el “frente único” de diseño es-tratégico en un impulso unitario real, vale decir, en expresión de fuerzas políticas y sociales concretas articuladas bajo la ini-ciativa de los comunistas. Desde esta perspectiva, la alianza obrero-campesina llega a ser concebida por Gramsci no sólo como problema de relación de clase sino como la “cuestión meri-dional”, es decir, también como problema ideológico territorial; el “frente único” como cuestión nacional y, en fi n, la autonomía de clase como capacidad hegemónica por construirse a través de una elaboración ideológica continua en contacto directo con las masas populares.

La de Gramsci es una crítica radical a la concepción van-guardista del partido a partir, por un lado, de una concepción orgánica de la relación entre espontaneismo de las bases y fun-ción organizativa e ideológica de la dirigencia política, y, por el otro, del reconocimiento de la formación de superestructuras complejas, en primer lugar los grandes partidos de masas obre-ros y campesinos y las organizaciones sindicales. En referencia a este último punto, más tarde conceptualizado como paso de la guerra de movimientos a guerra de posiciones, queremos su-brayar que la refl exión de Gramsci arranca de la denuncia de la reestructuración fascista de la relación entre sectores popula-res y Estado, a través de la persecución sistemática de toda for-ma de organización productiva y sindical autónoma, desde las cooperativas y ligas campesinas hasta los sindicatos obreros, y el reencuadramiento de los trabajadores industriales y rurales en las corporaciones fascistas. Siguiendo la reconstrucción his-tórica de Spriano, el viraje gramsciano puede ser encuadrado en el contexto de la reestructuración del partido no sólo con el fi n de adaptarlo a las necesidades del presente sino también

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para superar aquel estado de aislamiento y dispersión debido tanto a la persecución fascista como a la intransigencia de su dirección originaria, Gramsci intenta impulsar dicha reorgani-zación a través de la actividad teórico-práctica, es decir, a tra-vés de un análisis de la correlación entre fuerzas progresistas y reaccionarias que tratan de movilizar a su favor a distintos sec-tores de la clase trabajadora, así como a través de la búsqueda de nuevos instrumentos organizativos y de propaganda —des-de una posible reactivación del movimiento en las fábricas y en el campo (los “comités obreros y campesinos”, “actualización” de los consejos) hasta el esfuerzo periodista y pedagógico per-manente— con la fi nalidad de establecer las bases de un gran movimiento de masas capaz de conducir la lucha antifascista hacia el desenlace revolucionario a través de una transforma-ción de las bases moleculares del Estado democrático. Gramsci y los otros dirigentes consideran todavía posible este desenla-ce de ahí la necesidad para el PCI de construir una teorización autónoma de las problemáticas específi camente italianas con el fi n de intervenir activamente en el movimiento de oposición democrático-constitucional al régimen para reorientar a los sectores populares hacia la lucha de clase.

Sin embargo, con la supresión de todo margen de oposición institucional, a partir de 1926, año de promulgación de las le-yes excepcionales fascistas, el régimen elimina los espacios en que es posible la afi rmación concreta del “frente único desde abajo”. Mientras tanto, en la Comintern la línea del “frente único” ha entrado en un proceso de revisión que se consolida en el V Congreso, el de la segunda bolchevización de las secciones nacionales, vale decir, de creciente centralización y llamado a la disciplina en estrecha correlación con el avance del frac-cionamiento interno del comunismo soviético y teniendo como trasfondo el debate sobre el fracaso de la revolución alemana. Zinóviev, todavía presidente de la IC, desarrolla una lectura de la coyuntura en términos de crisis generalizada del capitalis-mo. Es también el inicio de la identifi cación del régimen demo-crático-burgués y el fascismo y, por lo tanto, de anti-fascismo y revolución socialista.

Este es el periodo del Congreso de Lyon, primero en el que la nueva dirección del PCI obtiene el consenso de la mayoría

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gracias al trabajo organizativo entre las masas bajo la guía de Gramsci. En esta ocasión Gramsci centra su análisis de la especifi cidad italiana en la debilidad el capitalismo nacional, base del compromiso entre industriales del Norte y los gran-des propietarios hacendatarios del Sur, un equilibrio que se encontraría ahora amenazado por una radicalización del anta-gonismo de clase debida al proceso de concentración fi nanciera e industrial promovido por el Estado fascista. La especifi cidad histórica del fascismo no constituye, para el dirigente comu-nista, la expresión homogénea de la clase dominante sino un fenómeno de masa que examina a partir de la individuación de las correlaciones de fuerzas. Para el Gramsci de las “Tesis de Lyon”, en una primera fase, la consolidación del régimen fas-cista se fundamenta en la formación de una nueva burguesía agraria que, gracias a la mentalidad pequeño-burguesa de las masas rurales y urbanas ha logrado la constitución de un movi-miento sufi cientemente agresivo para conquistar el Estado. El fascismo se afi anza así como expresión de la unidad orgánica entre la oligarquía industrial y la rural, lo que permitirá una modernización capitalista que excluye a las masas populares de la participación y control de la vida pública y, por lo tanto, en contraposición al modus operandi de la vieja clase dirigente liberal y democrática, que ha contribuido a la consolidación de la reacción manteniendo las masas obreras y campesinas en estado de pasividad.

Esta concepción gramsciana del fascismo como sistema de poder implica también una concepción del partido comunista como formación política y organizativa en contacto orgánico permanente con las masas populares para intervenir en un sistema de fuerzas en permanente movimiento y modifi carlo. La dirigencia comunista italiana ve encaminarse este contexto hacia una posible ruptura del nuevo bloque de poder. El pro-ceso de modernización productiva dirigido desde el Estado fas-cista conllevaría el paulatino debilitamiento de la posición de la pequeña burguesía, la cual, viendo todavía en el régimen el instrumento de su propia defensa, presionaría sobre el mismo para evitar ser aplastada por el gran capital. Este análisis de las contradicciones económico-sociales de la política de la reac-ción permite a Gramsci legitimar la necesitad de una alianza

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de clase entre proletariado del Norte y masas empobrecidas del Sur. De ahí la necesidad, por un lado, de fomentar la organi-zación unitaria e independiente de las masas rurales para así romper el bloque agrario y, por el otro, de disputar a la reacción el terreno cotidiano de la lucha por una representación sindical autónoma en un contexto de represión orientado a la supresión de todo movimiento obrero.

Sin embargo, como señala Spriano, el agudo análisis de Gramsci no puede medir todavía un fenómeno que se con-solidará en toda su fuerza en los siguientes quince años, es decir, aún no se puede evaluar del todo la capacidad del Es-tado totalitario y sus instrumentos de dominio, represión y consenso para reestructurar el espacio público del enfrenta-miento político de manera que impida la incidencia en él de la oposición popular y así posponer la explosión de sus propias contradicciones internas. En 1926, este cuasi inevitable error de evaluación de la capacidad de estabilización capitalista del fascismo conduce a la dirección del PCI al rechazo a la oposi-ción democrática al régimen. El PCI tardará largo tiempo en reconocer y criticar este error de esquematismo sobre la base del examen de la complejidad de las fuerzas políticas, socia-les e ideológicas al servicio del fascismo. Estas problemáticas histórico-concretas se encuentran en la base de la profundidad crítica desarrollada por Gramsci desde la cárcel.

En 1926, con el inicio de la estalinización, tiene lugar un cambio cualitativo en la lucha de poder en la Internacional. El estado mayor del nuevo Estado soviético se encuentra em-peñado en la batalla interna contra lo que denomina el “ultra-izquierdismo”para descalifi car el frente de oposición aglutina-do alrededor de Trotsky y Zinoviev. El primero ya ha denun-ciado públicamente la degeneración del partido y del Estado soviético en autocracia estalinista y su renuncia a la revolución mundial. La línea directiva del “socialismo en un solo país”, teóricamente articulada por el análisis de Bujarin, concentra su refl exión en la situación económica y política internacional, se muestra incluso sensible a la burocratización y la paulatina identifi cación entre partido comunista y aparato estatal de la URSS.

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A partir del reconocimiento de la reestructuración y racio-nalización de los procesos productivos, en particular en el capi-talismo estadounidense, Bujarin prevé un periodo de relativa estabilización del sistema capitalista, en el que la única estra-tegia posible es el fortalecimiento interno del socialismo sovié-tico. Comienza entonces la etapa de las sanciones disciplina-rias: Zinóviev será retirado de la presidencia de la Comintern y sustituido por Bujarin y luego expulsado, junto con Trotsky, del Comité Central. El PCI, aún del lado de la mayoría, expresa, a través de la famosa carta de Gramsci de 1926, su preocupa-ción por mantener estratégicamente la unidad organizativa e ideológica del grupo dirigente soviético dadas sus responsabili-dades internacionales. En dicha carta la crítica de Gramsci se centra en las consecuencias internacionales de alimentar en la Comintern el fraccionismo de derecha y de izquierda alejando así el proyecto de unidad orgánica del movimiento comunista dibujado por Lenin y que Gramsci considera el rasgo más ori-ginal de la experiencia bolchevique y del desarrollo creativo del marxismo.

A partir del VI Congreso (1928), la Comintern se centra en una virulenta campaña de denuncia de la socialdemocra-cia europea. Después de la acuñación de la consigna de “clase contra clase” (en la IX reunión plenaria), en el VI congreso (y, más aún, la X reunión plenaria de 1929) se exacerba el viraje izquierdista de la Internacional a través de la plena acepta-ción de la fórmula de “socialfascismo”. La nueva línea directiva de la Comintern es ahora parte del embate de Stalin contra Bujarin y del cambio de la política interna y externa que el primero impone a través de una lectura instrumental de la cri-sis del capitalismo y de la supuesta inminencia del confl icto bélico. A la reticencia de Bujarin a un ataque frontal contra de las fuerzas socialdemócratas Stalin contrapone el así llamado “tercer periodo” de la fase imperialista, en el cual el antago-nismo intercapitalista habría cedido lugar a la contradicción fundamental entre capitalismo y socialismo; sobre esta base construye la tesis de que la socialdemocracia está empeñada en crear las condiciones para una embestida internacional con-tra el bolchevismo y la consecuente necesidad de liquidar toda corriente “desviacionista” que se oponga a la movilización de

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la clase obrera en defensa de la URSS. El extremista viraje esta-linista impone a las secciones nacionales la cautela necesaria para evitar la imputación de oportunismo, una preocupación importante especialmente para el PCI, que desde sus orígenes, como subraya Spriano, tiene fama de no ortodoxo.

En Italia, el Estado ocupado por el fascismo ha declarado ilegal toda asociación contraria al régimen y ha revocado el mandato parlamentario a los diputados de las oposiciones. El mismo Gramsci es víctima de la represión sistemática contra los comunistas y encarcelado a fi nales de 1926. Entre las fuer-zas antifascistas, la red comunista es, por el momento, la única que se mantiene activa en territorio nacional y se esfuerza en construir un análisis que vaya más allá de la mera condena del fascismo como cuestión moral, una enfermedad temporal del Estado liberal y la clase dirigente. A partir de la tesis de la relación orgánica entre fascismo y capitalismo, la dirección, ahora bajo la guía de Togliatti, plantea que hay una radicali-zación del antagonismo de clase particularmente en el contexto italiano, donde la debilidad de la burguesía explica el recurso tanto a la violencia como a formas paralelas de reorganización socio-económica cuya capacidad de generar consenso empieza a reconocer.

Sin embargo, ante el confl icto entre Bujarin y Stalin el PCI da un viraje a la izquierda con la fi nalidad de evitar la sospecha de oportunismo y su aislamiento del movimiento comunista in-ternacional. La dirección optará, con Gramsci encarcelado y de-dicado a sus refl exiones solitarias, por la línea de “clase contra clase” frente al fortalecimiento del bloque de poder reacciona-rio con la celebración de los Patti Lateranensi con el Vaticano y el segundo golpe fascista que da lugar a la sustitución del parlamento por el “Gran Consejo”. El PCI interpreta el ascenso del bloque reaccionario como una eliminación de las fuerzas intermedias, con la consecuente radicalización de la lucha de clase. Togliatti declara la revolución proletaria, y no la revo-lución popular, a la orden del día. Mientras tanto, frente a la crisis económica, el gobierno de Mussolini ha iniciado el rescate de empresas e institutos fi nancieros con el que establece una articulación más fuerte entre poderes económicos y políticos, lo cual le permite descargar los efectos de la crisis sobre una

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masa trabajadora más controlada a través de la combinación de consenso y coerción. Ya sin Gramsci en la dirección, a fi -nes de la década de los treinta el PCI asume posiciones que el mismo Togliatti criticará unos años más tarde, con el viraje de 1934-35, en el VII Congreso de la Internacional, el error estratégico-político de la identifi cación de la socialdemocracia con el socialfascismo que debilitara la resistencia popular con-tra la reacción.

El alineamiento de la nueva dirección del PCI a las directri-ces izquierdistas de la internacional, insiste Spriano, signifi ca el paulatino abandono de todos los rasgos distintivos origina-rios de la propuesta gramsciana. Como señalamos arriba, al momento de la crisis de 1929, y de la radicalización del viraje a la izquierda de la Internacional, Gramsci se encuentra en la cárcel, marginado de la lucha inmediata y sin posibilidad de intervenir en las decisiones de la dirección del partido. Al escribir los Cuadernos, Gramsci no ha cambiado su concepción relativa a la función dirigente de la Comintern y a la necesidad de que los italianos se mantengan como parte del movimien-to comunista internacional. Al mismo tiempo, centra su pro-grama de estudio, nuestro autor se empeña en una refl exión crítica de la experiencia histórica comunista, cuyo núcleo es la problematización de la relación entre dirigencia política y bases, entre intelectuales y masas y entre teoría y práctica. Gramsci intenta así impulsar el movimiento obrero hacia la autonomía de clase y la hegemonía o capacidad de dirección del conjunto de las fuerzas populares —la sociedad civil capitalista en proceso de reestructuración americanista— inmovilizadas y desorganizadas como consecuencia de la función tradicional de contención de la socialdemocracia, contra la cual Gramsci per-manecerá siempre en abierta oposición, y bajo la subordinación ideológica y política a las fuerzas de la reacción.

La conciencia de la estabilización fascista ha reforzado en Gramsci una visión de la estrategia revolucionaria como con-junto de acciones a enfrentar el bloque de poder en su totalidad orgánica, es decir, tanto en la sociedad política como en la so-ciedad civil, a fi n de garantizar una conquista estable del papel dirigente de los comunistas en el movimiento antifascista y, abrir paso a la constitución de un nuevo bloque histórico antes

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de la llegada al poder, un paso previo necesario para asegurar la conversión de la cuestión democrática en revolución socialis-ta. A partir de la crítica a la línea del ataque frontal, Gramsci toma plena conciencia de la enorme complejidad de la tarea revolucionaria en Italia, donde la reacción ha privado al prole-tariado de los medios indispensables para ejercer su función di-rigente, entre ellos los espacios ideológicos. De ahí la necesidad de actuar no sólo desde el partido hacia afuera sino, en primer lugar, en el interior del mismo a través de un proceso de auto-crítica con fi nalidades práctico-políticas. En este proceso de au-tocrítica reside el sentido histórico profundo de los Cuadernos y en particular de la concepción del marxismo de Gramsci como fi losofía de la praxis.

Estas últimas consideraciones de orden historiográfi co nos permiten ubicar las refl exiones críticas elaboradas por Gram-sci sobre Benedetto Croce y Nicolás Bujarin, quienes encarnan polos opuestos, uno de derivación idealista y el otro de dege-neración mecanicista, para evitar tomar una posición afín a la débil burguesía liberal o al izquierdismo radical. La superación de este dilema implica el desarrollo teórico-práctico de la auto-nomía ideológico-política de las masas populares, es decir, en breve, la mediación de la praxis.

Para Gramsci “el problema Croce” era el entero problema de la historia y la cultura italiana (Frosini, 2004) y en la Ita-lia de la primera posguerra, la fi losofía de la praxis constituía la real alternativa a Benedetto Croce. Distanciándose de sus iniciales posiciones socialistas, ya en la época fascista Croce se había consagrado como el mayor representante de la desviación especulativa de la teoría historiográfi ca. Con su traducción del materialismo histórico en “historia del momento ético-político” (C10, primera parte), Croce participa, según Gramsci, en un proyecto ideológico de liquidación de los aspectos críticos del marxismo europeo. El “papa laico” se colocaba así en aquella tradición, ya denunciada por Labriola, de aislamiento de la alta cultura italiana respecto del proyecto de conformación del Estado-nación.

Para Gramsci, la refl exión historiográfi ca de Croce tenía un valor instrumental fundamental en la conformación de la autonomía teórico-política del movimiento comunista italiano.

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En primer lugar, la popularidad del historicismo crociano se basaba en su crítica de la fi losofía como sistema doctrinario ce-rrado, lo que le permitía a Croce presentar su propia refl exión como solución a problemáticas histórico-concretas y, paralela-mente, como “reacción frente al ‘economismo’ y al mecanicismo fatalista, aunque se presente como superación destructiva de la fi losofía de la praxis” (C10, §12).

De hecho Croce había construido su propia gloria a partir de un rechazo a la concepción metafísica del devenir históri-co, incluida la de la estructura económica como nuevo deus ex machina, e interpretando el concepto marxista de apariencia como falsa conciencia, con lo cual negaba al materialismo his-tórico cualquier preocupación de orden superestructural. Sin embargo, en la fi losofía de la praxis el concepto de apariencia indicaba, para Gramsci, la historicidad absoluta de las formas superestructurales, que eran explicables como actos prácticos y confi guraciones de la subjetividad social que permitían en-tender la vida social como unidad ético-moral. La comprensión de esta unidad en sentido historicista y no especulativo impli-caba el análisis del carácter antagónico de la dialéctica entre Reforma y Restauración, vale decir, parafraseando a Hegel, entre el nacimiento de una nueva concepción (antítesis) supe-rior a la preexistente y la resistencia opuesta por ésta (tesis), un proceso cuya resolución en términos progresivos o regresi-vos (síntesis) dependía de la práctica política.

Lo que en una concepción histórica y concreta del devenir como la de la fi losofía de la praxis era también un proyecto de civilización, quedaba en Croce idealísticamente traducido como momento ético-político, es decir, no como actividad concreta por medio de la cual un proyecto de sociedad y su correspondiente concepción del mundo permea toda una sociedad a partir de superar las concepciones precedentes, sino como realización apriorística de la racionalidad de la historia. A través de esta mutilación de la dialéctica hegeliana, la historia crociana del momento ético-político constituía según Gramsci la traducción en lenguaje especulativo de la historia del momento de la he-gemonía (C10, §7).

Con base en esta lectura conservadora de la racionalidad predeterminada del devenir histórico, Croce declaraba la nece-

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sidad, para el intelectual, de no empeñarse en el acto históri-co real (C10, §6). Al resolver el problema de la inmanencia en sentido idealista, Croce se hacía portavoz de una concepción de la fi losofía y del intelectual como algo que debía separarse de la ideología y de las masas, a las que de esta manera quedaba apriorísticamente negada no sólo la posibilidad sino la nece-sidad de salir del “estado religioso” de una concepción de la realidad conforme a una moral mitológica para acceder, según Croce, al “estado fi losófi co”, entendido éste como actividad teo-rética creadora de un nuevo pensamiento en tanto era, según Gramsci (C10, §5) creadora de nueva historia. Sin embargo, la apoliticidad crociana del intelectual puro era, para Gramsci, “Grande política”; es decir, la concreción fi losófi ca de un largo proceso de modernización y paralela conformación del Estado-nación. En Italia, este proceso se había caracterizado por el temor de las clases dirigentes hacia cualquier intervención de las masas populares como factor de progreso histórico. A causa de este temor la confi guración unitaria no había confl uido en un proyecto nacional-popular sino en una revolución pasiva, un proceso reaccionario que los moderados interpretaban positiva-mente como programa político consciente (C10, §6).

No por casualidad el racionalismo metafísico del sistema crociano se refl ejaba en una historiografía que excluía el mo-mento del confl icto, de la correlación de fuerzas, para centrarse en el consenso y consolidación del sistema ético-político. Croce personifi caba, para Gramsci, la conceptualización propia de la débil burguesía liberal italiana que carecía de la capacidad es-tructural y la voluntad política de incorporar al proyecto de Es-tado-nación la participación y los intereses históricos de las ma-sas populares. Croce encarnaba el “jacobinismo deteriorado”, una función de dirección impositora y no de elaboración crítica de ideologías que propiciaba el mantenimiento de las masas en condición de subalternidad. De ahí que en los años treinta Gramsci se preguntara si la historiografía de Croce, centrada en los periodos sucesivos a 1815 a 1871, no era en realidad una historiografía de la Restauración adaptada a las necesidades y los intereses del liberalismo moderado del siglo XIX para evitar la organización político-radical de las masas populares a través de un proceso de reforma funcional para mantener el poder de

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las clases tradicionales. Estas necesidades eran ahora satisfe-chas por la reorganización fascista de la sociedad italiana como “revolución pasiva”.

Si para Gramsci Croce encarna al intelectual puro de la bur-guesía liberal, Bujarin ocupa el polo opuesto, de popularizador de un marxismo mecanicista que, en su antítesis contra la alta cultura, se limita a descalifi carla y hacerla a un lado ignorando así el momento de la superación crítica, de un marxismo cons-tructor de un nuevo sentido común desarrollado a partir de la confrontación entre la cultura popular y la alta cultura.

El Ensayo popular de Bujarin se publicó en 1921 como parte del intento soviético de hacer llegar el marxismo a las masas. Fue traducido a distintos idiomas, entre ellos el francés, en el que llegara a las manos de Gramsci antes de su encarcelación (Zanardo, 1985).

Conviene analizar con mucho cuidado la crítica de Gramsci al intento de Bujarin de “manualizar” el marxismo a través de su Teoría del materialismo histórico. Es errónea la idea de que la crítica de Gramsci al marxismo de Bujarin es la misma que se trataba de imponer desde la III Internacional a partir del proceso de estalinización. No obstante, es difícil identifi car el Ensayo popular como referente del “marxismo ofi cial” aunque si formó parte de la degradación teórica que sufrió el marxismo durante las luchas fraccionarias soviéticas que benefi ciaron la burocratización en detrimento del conocimiento teórico-crítico. A pesar de que Bujarin ocupara el cargo de secretario de la Internacional después de la destitución de Zinóviev el Ensayo popular no fue un texto ofi cial de la Comintern,

Entre las múltiples críticas que recibió Bujarin, Gramsci fue quien llevó a mejor término esa labor. Ya en 1922, en la Carta al XIII Congreso del PCUS, también conocida como su testamen-to político, Lenin afi rmaba que las concepciones de Bujarin no podían considerarse plenamente marxistas, además de ado-lecer de falta de comprensión del método dialéctico. También Kautsky y Lukács criticaron el Ensayo popular, el primero por considerarlo una burda expresión economicista disfrazada de materialismo histórico, el segundo afi rmando que dicha obra era simplemente un intento malogrado de sistematización del

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marxismo privado de cualquier cualidad científi ca (Zanardo, 1985).

El autor del Ensayo popular mezcla diversos principios teó-ricos que intenta cobijar como “materialismo histórico” pues es heredero de la lucha de los marxistas rusos contra el populis-mo, simultánea con el embate contra el oscurantismo religioso pre-capitalista es una singular alianza con distintas posiciones opositoras al zarismo bajo la bandera de una peculiar interpre-tación del carácter científi co de la teoría de Marx y Engels. Sin embargo, en el Ensayo popular este intento de conferir legiti-midad racionalista al marxismo cae en un mero cientifi cismo que identifi ca ciencias naturales y ciencias sociales y fuerzas productivas sociales e instrumento técnico. Para Gramsci, es-tas desviaciones de la criticidad del pensamiento de Marx en-contrarán su paralelismo en el lorianismo italiano.

Ya el índice general del Ensayo popular revela la impronta positivista: 1. Materialismo histórico: la causa y el fi n de las ciencias sociales (causalidad y fi nalismo); 2. Determinismo e indeterminismo (necesidad y libre albedrío); 3. Materialismo dialéctico; 4. La sociedad; 5. El equilibrio entre la sociedad y la naturaleza; 6. El equilibrio entre los elementos de la sociedad; 7. Ruptura y restablecimiento del equilibrio social; 8. Las cla-ses y lucha de clases.

Debido a su eclecticismo teórico, el Ensayo popular nunca tuvo para la Comintern un carácter de obra central, simple-mente sirvió en su momento para diferenciar el marxismo so-viético, aunque de una manera rústica, de las concepciones teó-rico-políticas de la II Internacional. No pretendemos justifi car o defender a Bujarin sino argumentar que la principal función del ensayo fue la popularización del marxismo entre las masas. Un esfuerzo divulgativo que, aún enmarcado en la lucha contra los populistas por la construcción del Estado obrero ruso, des-cuidó la base crítica del marxismo haciéndolo aparecer como un materialismo mecánico y estéril, irrefl exivo y ajeno a la noción de praxis.

La escasa presencia del Ensayo popular en las discusiones de la III Internacional nos obliga a preguntarnos por los mo-tivos de la preocupación de Gramsci por críticar los plantea-mientos de Bujarin. Éste tiene la intención de llegar a aquellos

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sectores que tradicionalmente no cuentan con formación inte-lectual en el “sentido común” del término; por ello el objetivo principal es el sentido común, o como él lo llama de Gramsci, o la “fi losofía de los no fi lósofos” (C11, §13) es decir, a aquella concepción de la realidad que se adquiere desde la a-criticidad construida y difundida por las clases dominantes.

Para Gramsci, preocupado por la conformación del “buen sentido” revolucionario, la recepción masiva del marxismo des-de una visión mecanicista y evolucionista difi cultaba la cons-trucción de un nuevo orden intelectual y moral entre los secto-res populares a partir de una comprensión de la potencialidad crítica del marxismo. En esta dirección, el ataque de Gramsci contra Bujarin se enmarca dentro de la misma reelaboración del marxismo como fi losofía de la praxis, y si bien no podemos considerar al Ensayo popular como una obra esencial del mar-xismo de la III Internacional sí fue uno de los instrumentos uti-lizados para determinar quiénes estaban a favor o en contra de la nueva línea de la Comintern impuesta por la estalinización. En su crítica del Ensayo popular, Gramsci partirá del concepto de “ortodoxia” para combatir el eclecticismo de Bujarin.

Para Gramsci el sentido del marxismo como fi losofía de la praxis reconfi gura el concepto de ortodoxia fundamentándo-lo en la autosufi ciencia fi losófi ca de la teoría de Marx. Según Gramsci, la propuesta de Bujarin es la simple contraposición de lo popular y lo que se considera alta cultura. Desde esta perspectiva, Bujarin desconoce cómo lo popular se construye sobre la base de relaciones de dominación en las cuales las ma-sas asumen la identidad de subalternos. “El Ensayo popular se equivoca al partir […] del presupuesto de que a esta elabora-ción de una fi losofía original de las masas populares se oponen […] las concepciones del mundo de los intelectuales y de la alta cultura” (C11, §13).

Gramsci demuestra que las presuposiciones del Ensayo po-pular, a pesar de su aparente radicalismo, no rompen con el idealismo fi losófi co ni, por lo tanto, con el bloque dominante, debido a que olvidan el momento de la confrontación crítica a través de la cual se puede avanzar hacia una concepción autó-noma desde la consideración de que “todo hombre es fi lósofo”, es decir, que la fi losofía, el momento de la criticidad, no es exclusivo

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de los grupos intelectuales, sino que está contenido, aún a nivel embrionario, en la inmediatez del sentido común. Sin embargo, Gramsci, no idealiza lo popular; más bien se propone rescatar el famoso enunciado del prólogo del 59:

[…] la humanidad siempre se plantea sólo tareas que puede resol-ver, pues considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando menos, se hallan en proce-so de devenir (Marx, 2007).

Se trata de demostrar la posibilidad de una elaboración crítica de la concepción inmediata, común o popular de la realidad a fi n de convertirla en una concepción coherente con la necesidad política.

Lo que Gramsci rechaza del Ensayo popular es, por lo tanto, la nula presencia de la praxis. Para él como lector de Marx, Bujarin ha dejado de lado el problema central de la construcción de una subjetividad capaz de llevar a cabo la transformación social; desde ahí lo acusa de pre-marxista que ignora que la fi losofía de la prax-is signifi ca la construcción de la criticidad a partir de la construc-ción de la fuerza popular en el mismo proceso de confrontación con las fuerzas dominantes. En este sentido, podemos concluir que, para Gramsci, la fi losofía debe devenir política para seguir siendo fi losofía y la fi losofía de la praxis tiene que convertirse en teoría de las relaciones de fuerzas.

3. LA PRAXIS: RELACIONES DE FUERZAS Y ACCIÓN POLÍTICA

La noción de “fuerzas histórico-sociales operantes” en lucha y en determinado equilibrio en la sociedad (incluyendo al Esta-do) ocupa un lugar central en la refl exión de Gramsci. Intenta llevar el interés dominante en la II Internacional en las con-tradicciones de las relaciones sociales de capital al estudio de la manifestación concreta de esas contradicciones en confl ictos y luchas por la hegemonía y, consecuentemente, como formas ideológico-políticas. La fi losofía de la praxis se aboca así al análisis de las relaciones de fuerzas como un problema teórico

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cuya complejidad se deriva del hecho de que las fuerzas no se manifi estan como tales en la vida social. Las fuerzas se trans-forman en programas políticos y actores político-ideológicos a través de un proceso que exige un desarrollo teórico-práctico que se despliega en el tiempo y en el espacio, en las luchas por la construcción de capacidades políticas nacionales y en ac-tos de voluntad; es decir, en fi n, de un complejo procesamiento histórico-político de la voluntad colectiva.

Ugo Pipitone (1994) afi rma que en 1870, cuando Italia com-pletó su movimiento unitario a pesar de las graves contradic-ciones debidas al desarrollo desigual del capitalismo interno, no hubo algo parecido a una revolución social: la burguesía norteña tomó el control del país sin haber expresado una fuerza política propia. En “Experiencias de salida del atra-so” asienta que “los movimientos populares fueron duramente reprimidos. Los reducidos grupos de burguesía industrial y agraria prefi rieron renunciar a asumir en primera persona un papel de dirección política nacional” (Pipitone, 1994). Es lo que, con gran lucidez, señaló desde la cárcel el dirigente comunista Antonio Gramsci:

La función del Piemonte en el Risorgimento italiano es la de una “clase dirigente” [...] Este hecho es de la máxima importancia para el concepto de “revolución pasiva”. Es decir, el hecho de que no haya sido un grupo social el dirigente, sino que un Estado haya sido el “dirigente” del grupo que debería haber sido dirigente [...] Es uno de los casos en que existe la función de “dominio” y no de “dirección”: dictadura sin hegemonía (C19, § 59).

En la experiencia de la unidad italiana hay un traslado de poder y no una refundación nacional unitaria del poder, esa será la base del Estado de compromiso, incompleto, que sin duda llevará a la crisis posterior del Estado liberal italiano. Según Pipitone:

Una vez conquistada la unidad nacional era natural (a falta de una presencia política de la burguesía capaz de establecer rumbos diferentes) que la política económica de la nueva Italia no fuera otra sino la extensión a todo el país tanto de la estructura ad-

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ministrativa fiscal como de las grandes orientaciones económicas prevalecientes en el antiguo Estado piamontés (ibid: 187).

Ahora bien, en el análisis de la peculiar situación en la que tiene lugar la fundación del nuevo Estado nacional de 1870, Gramsci elabora sus apreciaciones con elementos que, en el discurso político de aquel momento, no parecían evidentes. Se propone sacar a luz lo que no está mostrado, señalar, vale de-cir, el efecto de evidencia como algo socio-históricamente cons-truido al exponer una característica defi nitoria del proceso his-tórico político italiano que lo lleva a la crítica de la ideología. La perspectiva socio-histórica desde la que fundamenta su ar-gumentación desde la que incluye la situación de enunciación e inter-discursividad. El análisis gramsciano contribuye a com-prender cómo funcionan las estrategias de dominio —en este caso las de los liberales de la época— a partir de un conjunto de tesis relativas a la ideología, el poder o la hegemonía, que atañen al sujeto en la fi losofía de la praxis y que desembocan en la pregunta por las fuerzas que operan en un determinado periodo histórico y determinan su relación con éste.

Para ahondar en nuestro análisis de la argumentación en el discurso practicado de Gramsci en sus Cuadernos de la cár-cel sigamos el siguiente itinerario: 1. su interés en la cuestión de “¿qué lenguaje será mejor comprendido?”, le permite exponer la relación entre investigación y exposición; 2. su análisis de la perspectiva aportada por Marx en la Introducción de 1857 so-bre el método de la economía política; 3. la dilucidación del problema que plantea Maquiavelo en El Príncipe, relativo a la conformación ideológico-política de la fuerza alternativa.

En cuanto a la relación entre los cánones de investigación y de exposición como relación de conocimiento desde la perspec-tiva de la fi losofía de la praxis, Gramsci señala que estable-cer los diferentes grados de relaciones de fuerza no es en sí un problema ideológico sino un problema de análisis de la reali-dad, un problema de “investigación” que condiciona al arte y a la ciencia política como “un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares útiles para des-pertar el interés por la realidad efectiva y suscitar intuiciones políticas más rigurosas y vigorosas” (C13, § 2). Sin embargo, la

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investigación se distingue de la exposición, de modo que “los elementos de observación empírica que suelen hallarse expues-tos confusamente en los tratados de ciencia política” pueden “encontrar su lugar en los diversos grados de las relaciones de fuerza” (ibid.). Así, puntualiza,

hay que comenzar por las relaciones de fuerza internacionales [...] para pasar a las relaciones objetivas sociales, o sea al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, a las relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior del Es-tado) y a las relaciones políticas inmediatas (o sea potencialmente militares) (ibid.).

El conocimiento de “la situación” dentro una determinada realidad se resuelve enla cuestión de “cómo hay que establecer los diversos grados de relación de fuerzas” y este análisis, no supone que el conocimiento está dado por la ideología sino que es resultado de la articulación entre investigación y exposición.

En segundo lugar, Gramsci ubica el estudio de las relacio-nes de fuerza en un marco histórico general que va más allá de la actividad o la voluntad específi ca de las fuerzas que depende de las relaciones entre estructura y superestructura propias de una determinada realidad. Estas relaciones se esclarecen en el Prólogo a la crítica de la economía política, de 1859, cu-yos enunciados se refi eren a la dinámica de la sociedad en su conjunto, vale decir, a la sociedad, como sujeto de la fi losofía de la praxis. Desde esta perspectiva las fuerzas son realmente activas e infl uyentes en la medida en que se construyan con base en el interés general. Esta conclusión se desprende de la proposición según la cual “ninguna sociedad se impone tareas para cuya solución no existan las condiciones necesarias y su-fi cientes o que éstas no estén al menos en vías de aparición y desarrollo” y que “ninguna sociedad se disuelve y puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones” (C13, § 17).

Gramsci retoma el papel que desempeñan en el entramado de fuerzas los componentes objetivos y subjetivos. El compo-nente que aprecia las condiciones materiales es la fuerza elo-cutiva o el sujeto como incorporación de lo subjetivo en lo obje-

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tivo —“la humanidad se propone”—, de modo que lo objetivo y lo subjetivo no están separados, sino que son indisociables de acuerdo con la metodología histórica de Gramsci orientadas al examen de hechos históricos y en los que el valor de la voluntad se conjuga de acuerdo con la “necesidad histórica”. La refl exión de Gramsci permite salvar los escollos de una generalización teórica común en la tarea política, que suelen conducir al error emocional y pasional también común en los análisis histórico-políticos que “consiste en no saber encontrar la justa relación entre lo orgánico y lo ocasional”, así como guardarse de “los propios deseos, las propias pasiones inferiores e inmediatas que suceden como autoengaño cuando quieren sustituir el aná-lisis objetivo e imparcial” (ibid.).

El análisis que lleva a cabo Gramsci de la relación entre lo orgánico y lo ocasional da paso al estudio de la estructura para así conocer los movimientos orgánicos relativamente perma-nentes y ubicar en ellos los movimientos llamados de coyuntura, que son ocasionales y accidentales, esto, no obstante, para reco-nocer la relación de interdependencia que existe entre ambos.

Gramsci intenta evitar los reduccionismos de las corrientes economicistas e ideologistas. Para tal fi n, concibe, por ejem-plo, los años de la primera guerra mundial como una fractura histórica que se aprecia mejor cuando se entiende por qué las cuestiones que se acumulaban molecularmente en la estructu-ra antes de 1914 alcanzaron precisamente en ese año el grado de “masa crítica”, modifi có la estructura precedente. También observa el movimiento sindical en el que se reúnen procesos de desarrollo de diversa importancia y signifi cación (parlamenta-rismo, organización industrial, democracia, liberalismo) que refl ejan la constitución de una nueva fuerza cuya importancia histórico-social ya no es posible pasar por alto. En ambos ejem-plos Gramsci combina en sus consideraciones lo estructural con lo superestructural y lo orgánico con lo ocasional. Así, en su es-tudio dirigido a captar las analogías entre el periodo posterior a la caída de Napoleón en Francia y el que siguió a la guerra de 1914-1918, se esfuerza en amarrar dos puntos de vista: “la división territorial y la otra, más vistosa y superfi cial, de la ten-tativa de dar una organización jurídica y estable a las relaciones internacionales” (ibid.).

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Como ya hemos visto, el objetivo de Gramsci es defi nir un procedimiento político teórico adecuado al sentido histórico de la realidad del momento de acuerdo a los principios de la fi loso-fía de la praxis y evitar

exponer como inmediatamente operantes causas que por el contra-rio son operantes mediatamente o afirmar que las causas inmedia-tas son las únicas causas eficientes. En un caso se tiene el exceso de economismo o de doctrinarismo pedante; en el otro, el exceso de ideologismo (ibid.).

Aunque la distinción entre movimientos y hechos orgánicos y entre movimientos y hechos de coyuntura u ocasionales deba, para Gramsci, aplicarse al análisis de todos los tipos de situa-ción, nuestro autor la coloca como bisagra de la preocupación político-practica relativa a la conformación del sujeto político:

la observación más importante que debe hacerse […] en todo aná-lisis concreto de las relaciones de fuerza es ésta: que tales análisis no pueden y no deben ser fines en sí mismos [...] sino que adquieren un significado sólo si sirven para justificar una actividad práctica, una iniciativa de voluntad (ibid.).

Para que la fuerza de voluntad sea aplicada con éxito, Gram-sci sugiere que los análisis de las relaciones de fuerzas indiquen

cuáles son los puntos de menor resistencia, donde la fuerza de la voluntad puede ser aplicada más fructuosamente [...] la tarea esen-cial es la de ocuparse sistemática pacientemente en formar, desa-rrollar, hacer cada vez más homogénea, compacta, consciente de sí misma a esta fuerza (ibid.).

Si el lenguaje de la agitación política no sólo deber ser com-prendido sino capaz de articular cada propuesta con la fi na-lidad de erigir la fuerza colectiva, entonces la fi losofía de la praxis tiene que oponerse tanto al economismo como al ideolo-gismo. Si la balanza se inclina hacia las causas mecánicas se instaura el doctrinarismo pedante del “economismo”, si hacia el otro lado, se exalta artifi cialmente el elemento voluntarista

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e individual, el “ideologismo”. Para evitar ambas desviaciones, Gramsci destaca el carácter objetivo de la superestructura: “La tesis según la cual los hombres adquieren conciencia de los confl ictos fundamentales en el terreno de las ideologías no es de carácter psicológico o moralista, sino que tiene un carácter orgánico gnoseológico” (C13, § 18); Leído desde la fi losofía de la praxis, este caracter objetivo implica considerar a la dimensión ideológica no solamente como un problema político para los di-rigentes sino también relativo al movimiento histórico de la so-ciedad en su conjunto: “se ha olvidado también otra proposición de la fi losofía de la praxis: la de que las ‘creencias populares’ o las creencias del tipo de las creencias populares tienen la vali-dez de las fuerzas materiales” (ibid.).

En lo relativo al problema de la conformación de la fuerza alternativa en el El príncipe, de Maquiavelo, Gramsci estructu-ra la propuesta de la fi losofía de la praxis a partir del análisis de lo concreto de acuerdo con las proposiciones de método de la Introducción de 1857, de Marx, en las cuales las determi-naciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto por el camino del pensamiento y del análisis de las diversas determinaciones y relaciones entre los fenómenos. Sin embar-go, Gramsci tiene presente la afi rmación de Marx según la cual “la fuerza propulsora de la historia […] no es la crítica, sino la revolución” (Marx, y Engels, 1958: 40). Y esa noción de la “revolución como fuerza motriz de la historia” está también im-plícita en el llamado que Maquiavelo hace en El príncipe a la creación de un Estado unitario italiano, llamado que entraña un nuevo bloque histórico que capta la unidad de estructura y superestructura. Maquiavelo

quiere crear nuevas relaciones de fuerzas y por eso no puede dejar de ocuparse del “deber ser”, ciertamente no entendido en sentido moralista [...] El político en acción es un creador, un suscitador, pero ni crea de la nada ni se mueve en el vacío [...]; se funda en la realidad efectiva, pero ¿qué cosa es la realidad efectiva? ¿Es acaso algo estático, inmóvil o no es más bien una relación de fuerzas en continuo movimiento y cambio de equilibrio? (C13, § 16).

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En la recuperación de esa tentativa de Maquiavelo, ade-cuándola, sin embargo, a la lucha política comunista italiana del siglo XX, Gramsci esclarece aspectos relevantes de la fun-ción histórica del nuevo partido político de los trabajadores “el moderno príncipe” que Gramsci quiere desarrollar como movi-miento político-histórico de transformación de Italia en la cri-sis del liberalismo y del capitalismo. Su concepción del partido no pretende privilegiar la organización formal del centralismo burocrático como se estaba haciendo en los partidos comunis-tas, sino el movimiento político que agrupa las luchas de tra-bajadores, campesinos, intelectuales orgánicos y masas. Este conjunto de fuerzas se transforma en un intelectual colectivo, una unidad orgánica de estructura y superestructura como un movimiento que se apropia del mito del príncipe y se constitu-ye como “un elemento de sociedad complejo en el cual ya tiene principio el concretarse de una voluntad colectiva reconocida y afi rmada parcialmente en la acción” (C13, § 1). El partido político moderno es “la primera célula en que se agrupan gér-menes de voluntad colectiva que tienden a hacerse universales y totales” (ibid.).

Gramsci examina la arbitrariedad o necesidad del “deber ser”, vale decir, el plano en el que “el político en acción es un creador, un suscitador, pero ni crea de la nada, ni se mueve en el vacío”. El “deber ser”, la acción política, la praxis, es, para Gramsci, el único criterio de verdad, “la única interpretación realista e historicista de la realidad, la única historia en acción y fi losofía en acción, la única política” (C13, §16). El realismo que profesa el “deber ser” es el realismo de Maquiavelo quien, según Gramsci, nun-ca pensó en cambiar la realidad él solo, desde la crítica, sino mostrar “cómo deberían operar las fuerzas históricas para ser efi cientes” (ibid.).

Para Maquiavelo, el mito es también uno de los elementos simbólicos subjetivos motivadores de la acción política de las masas y Gramsci, totalmente de acuerdo con esa perspectiva, considera que la obra de Maquiavelo es ella misma ejemplo de la fuerza del mito, de una ideología política “que se presenta no como fría utopía ni como doctrinario raciocinio, sino como una creación de fantasía concreta que actúa sobre un pueblo dis-

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perso y pulverizado para suscitar y organizar en él la voluntad colectiva” (C13, §1).

Gramsci recupera el aporte de Maquiavelo para proponer formas de acción ideológicas o “simbólicas” que enriquezcan la capacidad creativa de la fuerza popular operante y que sin em-bargo no se restrinjan a lo simbólico sino que desemboquen en un proyecto crítico alternativo mediante a una reforma inte-lectual y moral que permita procesar políticamente el paso del sentido común al buen sentido y a un nuevo programa histórico de largo alcance. El moderno príncipe, el movimiento político de los trabajadores, organiza esta reforma y él mismo es la ex-presión activa y operante de ella.

Para fi nalizar nuestro estudio de la relación entre fi losofía de la praxis, historicismo y relaciones de fuerza en Gramsci retomaremos su pregunta acerca del sentido en que

se pueden identificar la política y la historia y por consiguiente toda la vida y la política. ¿Cómo, por ello, todo el sistema de las superestructuras puede concebirse como distinción de la política y por lo mismo se justifica la introducción del concepto de distinción en una filosofía de la praxis? (C13, § 10).

Para Gramsci la respuesta a esta interrogante apunta al concepto de “bloque histórico”, el cual tiene utilidad exacta-mente en la medida en que expresa la unidad, en la acción polí-tico-cultural, de elementos pertenecientes a planos o momentos diversos (naturaleza y espíritu, estructura y superestructura, economía y política, etcétera). En la lucha por un nuevo bloque histórico, dice Gramsci, es imprescindible una nueva concep-ción de la política y de la ciencia política; ésta “debe ser con-cebida en su contenido concreto (y también en su formulación lógica) como un organismo en desarrollo”, Desde la perspectiva de la fi losofía de la praxis, esta organicidad expresa la unidad entre historia y política, entre estructura y organización para la acción, entre voluntad y autoconocimiento social y político.

Ahora bien, esa complejidad propia del conjunto social como totalidad histórica —aquí examinada desde la perspectiva del historicismo absoluto de la fi losofía de la praxis— adquirirá

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B. LA CRÍTICA DEL ESTADO MODERNO

En el análisis del Estado moderno que lleva a cabo en los Cua-dernos de la cárcel Gramsci sigue determinados criterios para pensar y construir categorías histórico-teóricas acerca del po-der político público y la política en la contemporaneidad. Estos criterios revelan algunos elementos de su concepción del poder en la sociedad moderna que ayudarán al lector a seguir la ex-posición iniciada en la parte anterior.

En primer lugar, Gramsci considera el Estado moderno, como algo más que un aparato de poder. Su perspectiva priori-za la construcción político-ideológica y político-militar de deter-minadas fuerzas sociales en lucha por la supremacía en deter-minados territorio y temporalidad. Esta perspectiva no excluye el que, aun siendo una construcción histórico-política y cultural gestada en la lucha social que involucra a toda la sociedad, el Estado constituye, en el capitalismo, lo que Marx denomina “una comunidad aparente” y exterior a la estructura económi-ca basada en el interés privado egoísta, lo que signifi ca, para Gramsci, que la voluntad colectiva y la existencia política de la comunidad se construyen en cierta medida “fuera” de dicha estructura.

Gramsci señala reiteradamente que, si bien en situaciones normales las relaciones de fuerza y poder existen en calidad de relaciones objetivas en la estructura económico-social, no es posible alterarlas en ese mismo terreno pues, como plantea

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citando el Prólogo de 1859 de Marx, las contradicciones de la sociedad se expresan y se resuelven en el plano de las formas ideológicas,1 en el cual el Estado constituye el momento supre-mo y universal del desarrollo político-ideológico y político-mili-tar de las fuerzas sociales en relación y lucha.

Otra idea, complementaria de la enterior, es que, aun cuan-do la supremacía en la relación de fuerzas se gane en las for-mas de la sociedad civil, se dirime políticamente en el Estado en tanto éste es el ámbito universalizador y de síntesis de una nueva voluntad colectiva elaborada y dirigida por un determi-nado grupo social (C13, § 1). Al plantear el problema en térmi-nos de voluntad colectiva, Gramsci distingue en éste dos aspec-tos: por un lado, la comunidad social “aparente” que el Estado representa se “conquista” como “construcción de voluntad” en la lucha político-ideológica, esto es, como un “acto de voluntad” y no como resultado natural de tendencias estructurales, y, por otro lado, la disputa entre las fuerzas políticas por desarrollar e imponer una determinada concepción y proyecto de comunidad social con la cual el Estado se identifi que tiene su corolario en una determinada relación entre dirigentes y dirigidos, gober-nantes y gobernados, dado que en su concepción la voluntad colectiva “comunista” debe corresponder a una necesidad histó-rica y, como tal, formar parte de la autoorganización y autocon-ciencia de la sociedad dentro de la cual busca tener una mayo-ría orgánica, vale decir, asentada en la organización y cultura de los grupos populares productivos y sus extensiones sociales en laesfera de la circulación de las mercancías.

Un segundo criterio metodológico se desprende de la con-cepción del Estado a partir del historicismo: la unidad historia-fi losofía e historia-política se expresa en la existencia de esta abstracción real creada por la historia en su devenir, esto es, el poder público integral no es sólo una noción teórica que surja de

1 En el “Prólogo de 1859” a la Contribución a la crítica de la economía política, Karl Marx dice lo siguiente: “siempre es menester distinguir entre el tras-tocamiento material de las condiciones económicas de producción, fi elmente comprobables desde el punto de vista de las ciencias naturales, y las formas ju-rídicas, políticas, religiosas, artísticas o fi losófi cas, en suma, ideológicas, den-tro de las cuales los hombres cobran conciencia de este confl icto y lo dirimen”.

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la mente analítica de un intelectual sino que es ante todo una necesidad de la historia en tanto poder necesario para organi-zar orgánicamente a la sociedad moderna (C10, parte 2). Sin las monarquías absolutas primero, y las monarquías constitu-cionales y las repúblicas, después, la sociedad capitalista no se hubiese expandido como lo hizo ni hubiese pasado de la forma mercantil a la capitalista liberal y de ésta a los monopolios, y es impensable que sin las instituciones del Estado moder-no —la burocracia, el parlamento, los partidos, los sindicatos, las asociaciones civiles, la prensa, los medios de comunicación, las escuelas, etcétera— el individuo y la colectividad hubiesen logrado alcanzar en el capitalismo contemporáneo, el grado de desarrollo y afi rmación de derechos y deberes, de instituciones políticas y, en fi n, de civilización y cultura que existe hoy día. En ese sentido, el Estado es manifestación de la unidad profun-da entre historia y política (C10, § 2).

De la misma manera que es la unidad orgánica entre es-tructura y superestructura (C13, § 17), siendo el organismo de un grupo, el Estado se expande como interés general en un sis-tema de alianzas y de equilibrios. El Estado es, por lo tanto, también en ese mismo proceso, bloque histórico (C13, § 18), catarsis (C10, § 2) y, en fi n, voluntad colectiva expresada como despliegue de la capacidad de dirección y dominio (C19, § 24). Por ello dice Gramsci: “lo que de realmente importante hay en la sociología no es más que ciencia política” (C15, § 10), pero una ciencia política que expresa la unidad orgánica entre his-toria y política.

Un tercer criterio metodológico de Gramsci se refl eja en la idea de que el Estado capitalista, tanto el liberal como el demo-crático social de masas, surge de un proceso de disputa por la hegemonía y de lucha de posiciones entre los grupos sociales nacionales que involucra a las formas de cultura específi cas; sólo así se puede desplegar una acción de voluntad para con-formar un nuevo Estado que pueda llevar a la sociedad autore-gulada (C13, § 17). En ese sentido, lo nacional es resultado de fuerzas históricas y corrientes ideológicas y políticas dentro de un territorio y un tiempo, cuya constitución tiene primacía res-pecto de lo internacional que, sin embargo, lo condiciona. Así por ejemplo, para Gramsci, la cuestión meridional y la cuestión

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vaticana concentran la unidad (con dominación y hegemonía) entre cultura y política en los grupos sociales de la sociedad ita-liana y sobre ambas está asentada la dominación, el consenso y la hegemonía del Estado de “compromiso” entre la burguesía industrial del Norte y la oligarquía rural del Sur, ambas usu-fructuando la ideología elitista y papista que impregnaba la conciencia común de los obreros septentrionales y de los cam-pesinos del centro y del sur de Italia, que existían en calidad de grupos subalternos respecto a los grupos dominantes y dirigen-tes del nuevo Estado surgido del Risorgimento.

Después de exponer los criterios anteriores, pasamos a enun-ciar los tres grandes momentos de la construcción conceptual de Gramsci sobre el Estado moderno como síntesis de la relación de fuerzas, expresión de la capacidad de construcción de una voluntad colectiva resultado de y la supremacía ideológica y po-lítica, de un determinado proyecto histórico.

1. PRIMER MOMENTO: EL ELEMENTO DE DOMINIO EN LA REFLEXIÓN SOBRE EL ESTADO LIBERAL

La unidad orgánica entre sociedad y Estado se expresa de ma-nera distinta en los diferentes periodos del desarrollo capita-lista moderno: bajo el capitalismo naciente, a inicios del Re-nacimiento europeo, esa unidad se constituye en el marco de la nueva economía por la capacidad y del nuevo poder político para expandir el dominio mercantil capitalista y así dar pie al desarrollo de los grupos sociales modernos. La monarquía absoluta liberal primera forma de Estado unitario en (Portu-gal, España, Inglaterra, Francia), capaz de fomentar la unidad nacional y de mercado entre los individuos ya desligados de su pertenencia a las formas feudales rurales y a las antiguas corporaciones urbanas medievales.

De lo anterior se desprende que, el Estado para Gramsci, es en primer término el dominio del poder; sin embargo, desde el Renacimiento, como observa aludiendo a la obra de Maquiave-lo, para que el poder del príncipe exista como dominio se requie-re asimismo de la iniciativa política y de la voluntad colectiva cristalizada tanto de los monarcas como de los pueblos (C13, §

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1-5). En Italia se logró constituir después de cuatro siglos du-rante los cuales prevaleció la fase económico-corporativa naci-da de las comunas medievales del siglo XV que subordinaba al incipiente capital comercial a la tutela de fuerzas cosmopolitas e internacionales como el papado y las grandes potencias impe-riales austriaca y española.

Gramsci desarrolla el criterio de que la modernidad trae consigo procesos y fuerzas que transforman la vieja sociedad y expanden la sociedad mercantil y la producción capitalista así como la tendencia a construir nuevos Estados que sustituyen a los anteriores, todavía plenos de anteriores resabios feudales (C8; § 1, C19, § 2 y 3). Así la unifi cación de Italia en un Estado moderno es resultado de un movimiento conocido como el re-surgimiento de Italia (Il Risorgimento) que es una expresión del impulso transformador de la Revolución Francesa, de los procesos de transformación mercantil capitalista de largo al-cance y de la lenta conformación de un bloque histórico nuevo que toma cuerpo en las luchas del siglo XIX que culmina en 1870 con la unidad e independencia de Italia (C19, § 2, 3, 4 y 24).

Sin embargo, el Estado moderno que surgió de Il Risorgi-mento conllevó el logro de la unidad e independencia naciona-les bajo la expansión del Reino del Piamonte de Víctor Manuel II y la paralela subordinación del partido de Mazzini y Gari-baldi. Fue, pues, un Estado monárquico liberal de compromiso y no unitario, una extensión del Reino del Piamonte sin insti-tuciones que se abrieran a la participación amplia y plena de las otras regiones y de las masas populares italianas en los asuntos públicos. La afi rmación del Estado se combinó orgá-nicamente con un proceso de revolución pasiva que determinó que Italia entrara en la modernidad capitalista a través de la exclusión de las masas de la dinámica política.

Gramsci analiza Il Risorgimento para entender el juego de fuerzas y corrientes —sociales, históricas, políticas, ideológi-cas— y las razones de la capacidad de los moderados dirigi-dos por Camilo Benso (Conde de Cavour) para imponer una revolución-restauración o una revolución pasiva sin hegemonía (C8, § 25) gracias también, a la incapacidad del Partido de Ac-ción. El análisis de Gramsci busca desprender lecciones polí-ticas del comportamiento de los grupos sociales y los actores

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políticos (C19, § 24) tomando en cuenta que el Estado, como relación de dominio, que debió poner una prolongada lucha po-lítica y armada para constituirse e imponerse, es también “di-rección” a la vez que resultado de un largo y complejo proceso de formación de la voluntad y la iniciativa política colectivas.

La noción de dirección es fundamental para entender el Es-tado de compromiso que surge de las luchas de Il Risorgimento. En un primer momento es mera extensión del poder del rey del Piemonte quien logra subordinar a los ejércitos populares del Sur y a su dirigente Garibaldi, lo que impide la constitución de un Estado capaz de crear la unidad italiana desde abajo y como unidad moderna a partir de la reforma agraria y la expansión del industrialismo y el comercio (Pipitone, 1994; Parker, 1997)

El examen de la experiencia italiana del siglo XIX, le permite a Gramsci entender que el Estado moderno unitario, además de dominio, requiere voluntad colectiva y dirección político-cul-tural y para ello es necesario un bloque histórico que articule la unidad orgánica de las fuerzas políticas, los intelectuales y los grupos sociales.En Italia este proceso transcurre a lo largo del siglo XIX y en él los moderados representaban el grupo orgánico evidente del bloque que gana el poder del Estado en 1870 y que impuso su dominio sin hegemonía plena (C13 y C19). Por el lado popular, esa organicidad no logró constituir un bloque alternativo pues carecía de un programa de reforma agraria y de unidad italiana desde abajo que permitiese a los grupos dirigentes jacobinos y a los sectores avanzados de la burguesía articularse con los campesinos del Sur, tener una participación autónoma y superar de esta manera la inercia de la subalter-nidad (C25).

2. SEGUNDO MOMENTO: EL ESTADO “DEMOCRÁTICO-BUROCRÁTICO AVANZADO” MODERNO

La refl exión en torno a las características del nuevo Estado ita-liano lleva a Gramsci a comparar ese proceso nacional con los otros habidos en Europa y a tratar de recoger los rasgos básicos de esas experiencias que conforman de otro tipo de Estado en

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el último cuarto del siglo sobre todo en Alemania, que había sufrido profundos cambios después de la guerra con Francia de 1871 (C13, § 7). Gramsci identifi ca así la nueva tendencia en Europa a la conformación de un Estado que no sólo es domi-nio de élites (C8, § 11 y 20) sino que ha adquirido la forma de Estado democrático de masas y elabora entonces la noción de Estado integral o ampliado, que se basa en la unidad orgánica de sociedad política y sociedad civil.

Como consecuencia de la modernización institucional y so-bre todo de las luchas populares, y en particular de los trabaja-dores, el Estado deja de ser liberal tradicional para constituirse en nueva democracia de masas, abierto a una lucha política basada en el reconocimiento amplio de derechos y deberes de sindicatos, partidos, excombatientes, órganos de opinión pú-blica y nuevas mediaciones burocráticas de educación, policía y seguridad social abiertas a la reglamentación y a la parti-cipación ciudadana tanto urbana como campesina. En Italia se desarrolla este proceso a partir de la concesión del sufragio universal masculino en 1912-13 y la codifi cación de nuevos de-rechos como el derecho a la organización laboral, con un incre-mento sorprendente: “en Italia la Confederazione Generale del Lavoro pasa de 190,000 afi liados en 1907, a 384,000 en 1911 y a 2,200,000 en 1920” (Borón 2004).2

Ese incremento de derechos se produce a la par la extensión del poder de la burocracia civil en los órganos del Estado, como expresión de la nueva economía monopólica centralizada. Este fenómeno da lugar al problema de la organización del consen-so, vale decir, de la expansión de nuevas formas de relación entre sociedad civil y sociedad política, ya no abstractas ni di-fusas, sino resultantes del surgimiento de nuevas mediaciones que vinculan a la sociedad con el poder.

En su análisis de las transformaciones históricas del Estado Gramsci elabora el concepto de hegemonía civil y la consiguien-te necesidad de diseñar una nueva política por parte de la fuer-za progresista; es decir de una guerra de posiciones tanto en la

2 En su artículo de 1972, “El Estudio de la movilización política en América Latina. La movilización electoral en la Argentina y Chile”, Atilio Borón com-para datos de estadísticas electorales y políticas en América Latina y Europa.

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sociedad civil como en la sociedad política. “La clase burguesa se postula a sí misma como un organismo en continuo movi-miento, capaz de absorber a toda la sociedad, asimilándola a su nivel cultural y económico: toda la función del Estado es trans-formada: el Estado se vuelve ‘educador’, etcétera” (C8, § 2).

Paralelo al desplazamiento del eje del desarrollo econó-mico-político de Francia a Alemania, el paso del capitalismo mercantil de competencia hacia el capitalismo centralizado de los grandes monopolios después de la derrota de la Comuna de París, conlleva, según Gramsci, la conformación de Estados con crecientes y poderosas burocracias racionales-formales. El Estado liberal europeo se transforma en un Estado democrá-tico-burocrático de masas caracterizado por la expansión y el papel activo de una nueva sociedad civil que va más allá de las mediaciones parlamentaria y burocrática (las viejas mediacio-nes hegelianas, C1, § 45 y 48). Gramsci concluye así que este cambio se sintetiza en el viraje del concepto de revolución per-manente al concepto de hegemonía civil (C13, § 7 y 18).

Para Gramsci, el reto es comprender ese proceso de trans-formación del Estado moderno liberal en el nuevo Estado capi-talista monopolista, con sus nuevas formas de legitimación y mediación, que ya no es legitimado sólo ni principalmente por el voto sino por la adhesión organizada de las masas y los gru-pos de interés y poder ubicados en empresas, sindicatos y aso-ciaciones civiles que ya el viejo Engels había observado y que Gramsci sintetiza como el paso del predominio de la guerra de movimientos, es decir, del movimiento espontáneo de masas in-conscientes dirigidas por minorías conscientes, por la guerra de posiciones, o sea por la participación y lucha en una sociedad organizada y consciente en los distintos ámbitos del Estado y de la sociedad civil, lo que entraña la necesidad de modifi car la estrategia de la acción política en el Estado moderno.

Estos cambios ponen en cuestión la noción del Estado liberal y llevan a Gramsci a acuñar un nuevo concepto que recoja las características del nuevo Estado europeo las cuales —si bien existen en su plenitud en Alemania— muestran la tendencia que seguirán los otros Estados europeos y posteriormente los latinoamericanos, con las particularidades propias de su pecu-liar conformación histórico-política.

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La realidad del nuevo Estado moderno europeo incluye a la propia sociedad civil organizada, con derechos y participación en la vida laboral y los asuntos públicos. Este Estado “inte-gral” o “ampliado” va más allá del poder de las minorías polí-ticas activas y las élites dirigentes y está conformado con, en y por la actividad de las distintas organizaciones, instituciones y actores de la sociedad civil, incluyendo a las organizaciones centralizadas de empresarios. En él la sociedad política y la sociedad civil se identifi can orgánicamente —aunque para el análisis se distinguen metodológicamente— y guardan entre sí una relación de principio óptimo que Gramsci caracteriza como proporciones defi nidas entre sociedad civil y sociedad política (C13, § 31).

Este nuevo Estado democrático de masas que se constituye como un determinado “equilibrio de fuerzas en correlación” que abarca e integra a la sociedad civil, pone en cuestión la noción prevaleciente en la ciencia política ofi cial de la época —y en cierta medida continuada hasta hoy—, el Estado es como el es-pacio de las instituciones y prácticas denominadas “políticas” en las que la sociedad como tal no tiene participación directa sino que es representada por los políticos institucionalizados en organismos e instituciones jurídicamente reglamentadas. Gramsci entiende que eso ya no es verdad para el Estado euro-peo moderno, que articula orgánicamente los núcleos formales e institucionales del poder con sociedades concretas que tienen defi nición pública como los órganos de difusión y asociaciones de confl uencia de derechos sociales, culturales y políticos. Para Gramsci ya no esposible que la sociedad política y la sociedad civil existan por separado; sin embargo, pueden contraponerse política y socialmente las posiciones y perspectivas de ambas y así generar una crisis de representatividad que permita a la burocracia ocupar un lugar de excepción para resolver la escisión temporal.

En ese contexto de ampliación del Estado y de dominio de la burocracia política, Gramsci observa que la cultura se vuel-ve ámbito conjunto del Estado y de la sociedad civil, terreno desde el cual se difunde e impone una civilización, vale decir, una concepción de vida y un determinado sistema de reproduc-ción económica capitalista. Si el Estado actúa como educador

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los grupos sociales en la sociedad civil crean el conformismo de masas en un espacio de indiferentismo jurídico (C13, § 7 y 24).

En ese proceso de confi guración de un Estado integral, los intelectuales se confi guran como el medio para perpetuar la hegemonía en la sociedad política y la sociedad civil y expresan la lucha de los grupos sociales, cada uno de los cuales tiene su vez su propio conjunto de intelectuales: “los intelectuales son los ‘encargados’ por el grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político” (C12, § 1). Gramsci investiga el papel de difusión ideo-lógica y la génesis de la hegemonía del intelectual de la alta cultura, el cual sistematiza un proyecto general de hegemonía, pero sobre todo, por ser un fenómeno nuevo y estructural en la modernidad capitalista, del intelectual “masa”, que es el que acompaña en las labores directivas económicas, sociales y polí-ticas la expansión de los grupos sociales en la nueva economía capitalista; vale decir, los técnicos y organizadores como exten-sión del empresariado capitalista, así como los sindicalistas y los políticos que acompañan al proletariado. Estos intelectua-les y sus redes y estructuras organizativas en la sociedad civil son la base del nuevo Estado moderno democrático burocrático de masas, la expresión de la sociedad civil organizada para el consenso:

En el mundo moderno, la categoría de los intelectuales, así enten-dida, se ha ampliado de forma inaudita. Han sido elaboradas por el sistema social democrático-burocrático de masas imponentes, no todas ellas justificadas por las necesidades sociales de la produc-ción, aunque sí justificadas por las necesidades políticas del grupo dominante fundamental (C12, § 1).

Esos intelectuales modernos, tanto los orgánicos como los tradicionales, son los mediadores de la hegemonía y, en el caso de los intelectuales progresistas, los motores de la lucha contra la subalternidad de las grandes masas populares. En el Estado moderno los intelectuales colectivos (de la alta cultura y de la gran masa de organizadores y técnicos) del grupo social capi-talista y mercantil, tienen un papel central en la construcción y universalización del proyecto capitalista moderno (C12, § 1,2

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y 3). Gramsci critica la idea de que hay una separación estruc-tural y propone que se trata más bien de una relación de “dis-tinción e identidad” entre masas y dirección, estableciendo al mismo tiempo la diferencia metodológica entre espontaneidad de las masas y dirección consciente (C3, § 48).

Como ya hemos visto, la adhesión consciente de las masas a un proyecto político pasa por la transformación del sentido común y la creación de un buen sentido, pero también —aña-dimos ahora— por una dirección consciente arraigada en las masas, que sea parte orgánica de éstas y que potencialice y desarrolle conscientemente su experiencia y que, por lo tan-to, niegue al Estado existente poniendo la subalternidad como problema más allá de la oposición política. Esto es justamente lo opuesto a la relación que el fascismo estableció con las ma-sas, en base en el criterio de la obediencia ciega e irracional.

Lo anterior acentúa el papel del “príncipe moderno”, el par-tido innovador de los trabajadores, en su lucha por una reforma económico-política e intelectual-moral en un proceso consciente de construcción de una nueva voluntad política colectiva (C8, § 21 y C13, § 1). Sin embargo, Gramsci habla del proyecto polí-tico y de la organización política no en su sentido efímero sino en su connotación histórica, como el suscitador de una nueva voluntad colectiva y un nuevo consenso en la sociedad civil.

Lo que le preocupa a Gramsci no es cómo se destruye el capitalismo y el Estado existente, sino cómo se superan am-bos, es decir, el complejo proceso por medio del cual la socie-dad se organiza y se hace consciente, en las condiciones del capitalismo (al cual no lo ve en situación de crisis terminal), de que se trata de actuar en un proceso histórico de media-no y largo plazo en el que se pasa de la subalternidad a la autonomía en el que se construye un proyecto alternativo:

La unidad histórica de las clases dirigentes ocurre en el Estado, y la historia de aquéllas es esencialmente la historia de los Estados y de los grupos de Estados [...] la unidad histórica fundamental, por su concreción, es el resultado de las relaciones orgánicas entre Estado o sociedad política y “sociedad civil”. Las clases subalternas, por definición, no están unificadas y no pueden unificarse mientras no puedan convertirse en “Estado” (C25, § 2, 3 y 5).

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En este contexto, Grasci ve el americanismo como una eta-pa intermedia del capitalismo en la que el Estado moderno se afi anza como Estado democrático-burocrático de masas con irradiación de derechos y con los grupos sociales productores subordinados a los proyectos empresariales capitalistas: “la hegemonía nace de la fábrica y no tiene necesidad de ejercerse más que por una cantidad mínima de intermediarios profesio-nales de la política y la ideología” (C22, § 1 y 2).

Las refl exiones de Gramsci acerca de la “americanización y el fordismo” suponen un examen atento del corporativismo italiano del cual el fascismo constituye su máxima expresión (De Felice, 1978; Di Benedetto, 2000). Gramsci detecta en que la reorganización económica y política de la sociedad italiana en el interregno de la posguerra y la crisis del 29 brindan al el bloque hegemónico la oportunidad de dirigir, a través de una “revolución pasiva”, las mutaciones sociales necesarias para consolidar un ordenamiento basado en la acumulación del ca-pital al mando del sector fi nanciero y el fortalecimiento de “lo que Gramsci en otra parte de los cuadernos llamara ‘el sistema democrático-burocrático’” (Portantiero, 1983).

La americanización, en tanto modo o concepción de vida ba-sada en la forma de gestión productiva conocida como fordis-mo, entraña de modo contradictorio y confl ictivo las distintas tentativas de reorganización hegemónica del corporativismo. En efecto, el corporativismo es algo más que “la transición a una economía media” en la que el viejo mecanismo autorre-gulado por el mercado y la libre competencia es sustituido por “elementos del plan”, vale decir, por “instrumentos de control del ciclo y de las contradicciones” (Di Benedetto, 2000) en tan-to incluye el intento de cimentar en el Estado un nuevo com-promiso de masa garantice el dominio del bloque en el poder. Desde esta perspectiva es posible captar con más claridad las implicaciones de esta particular variación de construcción de hegemonía y organización de la sociedad política “que se ma-nifi estan predominantemente como exaltación del Estado en general, concebido como algo absoluto, y como desconfi anza y aversión a las formas tradicionales del capitalismo” (C22, § 14).

Pero Gramsci no piensa que en la construcción del america-nismo en Europa estén ausentes aporías y dilemas estructura-

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les, pues considera que la “composición demográfi co racional” de Italia y Europa, esto es, la composición de clases y relaciones de fuerza dentro de las estructuras sociales de los Estados, en-traña obstáculos formidables para su adecuación a su proceso. En efecto, la americanización exige un ambiente o una estruc-tura social (o la voluntad decidida de crearla) que corresponde a un Estado liberal en el sentido del liberalismo económico en el cual

la libre iniciativa y del individualismo económico [...] llega con me-dios propios, como “sociedad civil”, por el mismo desarrollo histórico, al régimen de concentración industrial y del monopolio. Ello exige la desaparición del tipo semifeudal de rentista en Italia para lograr la transformación industrial […] La política económica financiera del Estado es el instrumento de tal desaparición (C22, § 6).

Sin embargo, Gramsci advierte que esta no es la nueva orientación del Estado Italiano, y que, en consecuencia el cor-porativismo (al menos como lo piensa Fovel), en tanto “premisa para una forma italiana de la americanización” (C22, § 6), en-traña enormes problemas y tensiones en su puja por adotar las estructuras económicas y políticas en Italia.

Un tipo de Estado adecuando al americanismo implica una forma de organización social racionalizada en la que “la ‘es-tructura’ domina más inmediatamente las superestructuras y éstas son ‘racionalizadas’ (simplifi cadas y disminuidas en nú-mero”) (C22, § 11).

Sin embargo, este menor peso de las superestructuras ha de interpretarse con arreglo a una lectura histórica. Si bien en el fordismo, y por tanto en el americanismo, la hegemonía parte de la fábrica, Gramsci acentúa el hecho de que tampoco en el caso americano tiene lugar una superación efectiva y radical de las relaciones de fuerza precedentes sino que se lleva a cabo más bien un intento de “reforma” o “revolución pasiva”.

En el ámbito de la subjetividad y de la conciencia, la presen-cia del “trabajador colectivo” se registra como mero resultado pasivo del desarrollo capitalista desde el momento en que las masas racionalizadas que encarnan el nuevo tipo de hombre en sus formas organizativas y de conciencia están en su fase

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“económico-corporativa”. En el americanismo no hay fl oreci-miento superestructural alguno, o sea, no se plantea todavía la cuestión fundamental de la hegemonía (C22, § 10; Di Bene-detto, 2000); por lo tanto, los momentos de generalización de la política conocidos en Europa como “revolución burguesa” no reaparecen bajo la forma de difusión institucional de los apara-tos hegemónicos en el conjunto de la sociedad civil de Estados Unidos. Dicho más claramente, “América no tiene todavía una concepción del mundo y un grupo de grandes intelectuales que dirijan al pueblo en el ámbito de la sociedad civil: en ese sentido es verdad que América está bajo la infl uencia de Europa, de la historia europea” (C6, § 10).

Desde esta perspectiva se puede observar que la concepción del mundo que se busca generalizar como adecuada para la reproducción plena del capital es la europea, y no sólo en Es-tados Unidos sino en el resto de América, en Latinoamérica.Por supuesto que esta tendencia se observa teniendo en cuenta particularidades propias de cada región en términos histórico-político, de composición socio-étnica y de formas de dominio.

Gramsci comprende que la reorganización productiva y so-cial inherente al americanismo impacta en la forma estatal, ocasionando una reducción de instituciones superestructura-les al generarse un fenómeno de resonancia hegemónica de la sociedad civil sobre el corpus social. De modo recíproco, “el sistema democrático-burocrático” se implica directamente en el funcionamiento de la organización productiva allí donde es necesario fortalecer y masifi car un modo de vida funcional al fordismo, es por ello que “el puritanismo puede convertirse en ideología estatal” (C22, § 11). La forma histórica del Estado, así como la difusión de un tipo de cultura, interceptan con el pro-ceso de organización del aparato productivo, estableciéndose así las coordenadas precisas y las relaciones de poder implíci-tas para el despliegue de un proyecto de dirigencia sustentado en la revolución pasiva del americanismo. Esta concepción no sólo desplaza la visión capitalista de la crisis que sustentan algunas tendencias de la III Internacional Comunista y ofrece además, una idea no instrumental del Estado, vale decir, un análisis no supeditado de manera lineal a la base productiva de las sociedades. Gramsci reitera la importania fundamental

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de considerar la composición política de los Estados y la co-rrelación de fuerzas en la sociedad, esto es, la conformación histórica de las estructuras sociales, con sus consustanciales formas de dominio y posibilidades hegemónicas, para valorar fenómenos como el americanismo.

3. TERCER MOMENTO: LA CRISIS ORGÁNICA DEL ESTADO CAPITALISTA MODERNO

Para Gramsci, la victoria sobre las crisis económicas provoca-das por las contradicciones inherentes al capitalismo es un acto de voluntad organizada y de progresivo desarrollo político-ideo-lógico de la fuerza crítica operante del capitalismo y de sus ins-tituciones; esto es, no considera posible la destrucción del capi-talismo por la crisis, sino la superación del sistema mediante la voluntad colectiva nacional popular. Para Gramsci, una crisis económica no crea de por sí una crisis política, es decir, una crisis histórica del Estado en su conjunto o una nueva voluntad colectiva con un nuevo fi n político. Cuando una estructura or-gánica, es decir, una determinada fase de desarrollo capitalista en una determinada formación social, entra en crisis económi-ca genera condiciones ideológicas adecuadas para el despliegue de una crítica histórica y una actividad política entre las masas que incremente la actividad de una fuerza operante para un nuevo fi n político alternativo (C13, § 17).

Con base a lo anterior, Gramsci critica la posición de Rosa Luxemburgo sobre la Revolución Rusa de 1905, en la que en-cuentra a la vez rasgos economicistas y espontaneístas. Para Gramsci, admitir que la crisis económica pueda generar bre-chas hacia la construcción de contra-hegemonía implicaba evi-tar el determinismo economista ya que la sociedad civil en los Estados modernos es una estructura resistente a dichas crisis y sus efectos catastrófi cos.

Las superestructuras tienen la función análoga a la del sis-tema de trincheras en la primera guerra mundial: a pesar de que se destruya la superfi cie externa del frente adversario, su línea defensiva sigue siendo efi caz. Así en tiempos de crisis las clases contrarias a la hegemonía de las clases dirigentes esta-

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blecidas no se organizan automaticamente ni se vuelven activa-mente opositoras ya que las trincheras ideológicas de las clases dirigentes siguen de pie dentro de la sociedad civil incluso en época de catástrofe fi nanciera (C13, § 24).

A este respecto, cabe reconocer los elementos de la socie-dad civil que forman parte de estas trincheras ideológicas, las cuales, a pesar de las condiciones económicas poco favorables, logran resistir a nuevas ideologías y posturas contra-hegemó-nicas. De ahí que la economía resulte ser sólo una parte de la organización de la sociedad y del Estado pues existien factores políticos y culturales fundamentales para superación del capi-talismo a partir de una voluntad orgánica en las fuerzas capa-ces de rebasar su condición de subalternidad.

¿Cuáles son entonces los factores que defi nen a una crisis orgánica, es decir a una crisis de hegemonía de la clase dirigen-te y del Estado en su conjunto, la cual puede o no desembocar en una nueva voluntad colectiva organizada? Como se dijo an-tes, una crisis orgánica es mucho más profunda que una crisis económica, aunque si ésta se prolonga en el tiempo puede crear una situación de putrefacción estructural.

Una crisis orgánica, pone en marcha diversos factores, algu-nos de carácter objetivo y otros que son resultado de los confl ic-tos ideológico-políticos y de las políticas de los Estados los gru-pos económicos. Un factor objetivo es la tendencia a desplazar la libre competencia capitalista por el centralismo económico-político capitalista y los monopolios.

Desde fi nales del siglo XIX se produjo una transformación or-gánica del capitalismo mundial. El proceso de concentración y centralización del capital propició el surgimiento de empresas monopólicas fi nancieras cuya expansión es el medio a través del cual tiene lugar la tendencia del capitalismo al dominio mun-dial de los Estados vehículos de sus intereses. De hecho se produjo una subsunción mundial del trabajo al capital que se manifestó en confl ictos continuos que llevaron a la Primera Guerra mundial. El paso a la fase monopólica imperialista del capitalismo ahon-dó las contradicciones de la relación de capital frenando los es-tímulos al progreso técnico y afectando todo el movimiento eco-nómico con tendencias al estancamiento y a la descomposición (Lenin, 1916). El imperialismo, resultado intrínseco al proceso

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de monopolización, genera el incremento extraordinario del sector rentista, es decir, del sector alejado de la participación en la producción, ocasionando el parasitismo de grandes gru-pos empresariales y dando lugar al enriquecimiento fi nanciero de un pequeño número de países. Ello facilita también cierta corrupción en las capas superiores del proletariado, reforzando el oportunismo, así como el incremento de la inmigración de obreros de países periféricos a los países imperialistas.

Para Gramsci, los efectos desfavorables del imperialismo para un amplio sector de la sociedad en determinadas situacio-nes, pueden traducirse en el fracaso de las empresas políticas, lo cual puede transformarse a su vez en el tránsito de la pasivi-dad política a la actividad opositora de vastas masas sociales. Estos factores son fundamentales en las crisis orgánicas, o cri-sis de hegemonía de la clase dirigente (C13, § 23).

Las clases dirigentes tienden a perder legitimidad como consecuencia de dichos fracasos institucionales y ante la irrup-ción política de las masas como oposición activa. La crisis de hegemonía se presenta a medida que se genera la separación del vínculo orgánico entre dirigentes y dirigidos, la que a su vez crece cuando dejan de funcionar los espacios de mediación entre la sociedad civil y la sociedad política, como los partidos políticos y el parlamento y se fortalece la burocracia.

En periodos de crisis orgánica los grupos sociales se separen de los partidos tradicionales, es decir, que el partido político deja de ser reconocido como la expresión de la clase o la fracción de la clase a la que representa, lo que propicia un crecimiento de la fuerza e infl uencia de la burocracia tanto en el terreno civil como en el militar y el político. Cuando el estrato burocrá-tico y la burocracia que media entre los proyectos y la sociedad civil llegan a sentirse independientes de la masa social a la que se supone representan el partido político parlamentario se vuelve algo anacrónico, con un vacío de contenido social que be-nefi cia a una nueva facción de la burguesía que ahora se exige como burocracia dominante y dirigente sobre toda la sociedad (C13, § 23).

Para aclarar lo que se entiende por burocracia se puede par-tir de concebir al Estado como “todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente no sólo justifi ca

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y mantiene su dominio sino que logra obtener el consenso ac-tivo de los gobernados” (C15, § 10). Esto permite a Gramsci plantear que en condiciones de crisis de representatividad los grupos dominantes buscan sustituir la hegemonía por la im-posición de la organización, lo cual abre la puerta a una nueva función mediadora y de organización entre dominantes y do-minados en la que es esencial la actividad organizativa y de administración de los intelectuales orgánicos y tradicionales (Portantiero, 1983).

Los intelectuales fungen como vehículos complejos del gru-po dominante; entre sus funciones se encuentra la generación de hegemonía y la organización de diversos grupos subalternos para estructurar su consenso activo y su disciplina frente a los gobernantes. Existe una tendencial correspondencia entre in-telectuales y burocracia desde la época de los Estados liberales en los que se formaron castas de administradores. Posterior-mente, bajo el Estado democrático burocrático de masas, la cri-sis de representación de los partidos se da cuando los intelec-tuales ya no se asumen como expresión de una clase sino que tienden a dispersarse y a vincularse a otros grupos sociales. Ese confl icto entre los intelectuales y la dirección política re-presentativa es resultado de la separación creciente de la direc-ción técnicamente adiestrada respecto de la sociedad civil, de la intelectualidad respecto de la sociedad política, la cual genera así un desplazamiento de la base histórica del Estado.

Paralelamente a la refl exión de Gramsci, el tema de la bu-rocracia también fue abordado profundamente por Max Weber. En las primeras décadas del siglo XX él observaba un proceso de burocratización creciente en su propio país, Alemania, con grados de especialización y de relaciones jerárquicas de autori-dad permeadas por la racionalidad formal (Weber, 1982). Este proceso formaba parte de una crisis del capitalismo competitivo liberal y, por ende, de una crisis de la relación entre Estado y sociedad civil ante la cual Weber replanteó nuevas formas de he-gemonía. El entendía la burocratización como “el instrumento de la socialización de las relaciones de dominación; la victoria del cálculo y la planeación centralizada; de la organización so-bre el individuo” (ibid. p. 18). Estas tendencias eran convenen-cia de las crecientes exigencias administrativas a partir de la

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centralización económica empresarial capitalista y la complica-ción ascendente de la cultura.

Weber proponía la superación de aquel estado de cosas a tráves de un esquema racional que relacionara la democracia con el capitalismo y con el sistema político en un nuevo Estado de masas dirigido y controlado, todo ello a partir de la centrali-dad del parlamento y del sufragio universal, sin que estos cam-bios pasaran por encima de los intereses de la nación; es decir, de la conducción burocrática.

Sin embargo cabe preguntarse ¿qué entendía Weber por ta-les intereses? Si consideramos, con Gramsci, al Estado como una herramienta y un complejo de actividades que utiliza la clase dirigente para ejercer hegemonía sobre las clases subal-ternas, entonces podemos decir que los intereses de la nación weberiana eran en realidad los intereses de los grupos sociales capitalistas monopólicos.

Según Portantiero, lo que Weber proponía era un pacto es-tatal en donde se equilibraran la burocracia, los partidos po-líticos, los grupos de intereses y el Estado, dándole un poder mayor al parlamento para controlar el conocimiento técnico y el monopolio de la información con el fi n de controlar a la bu-rocracia (Portantiero, 1983, capítulo 1). Sin embargo, la con-dición del Estado de masas siempre resultaba para Weber un problema que no podía ser superado con una vuelta al viejo parlamentarismo, pues de ser así bien podría ser confi scado por la izquierda como resultado de una politización y autono-mía crecientes de la sociedad civil. Por lo anterior, Weber ar-gumentaba una conceptualización del capitalismo a partir de una peculiar asimilación entre Estado y empresa, basada en un proceso previo de separación del trabajador de los medios de producción en la economía, de los medios bélicos en el ejército, de los medios materiales administrativos en la administración, etcétera (Portantiero, 1983: 17). Esta concentración de los me-dios materiales de producción en un motor fundamental del proceso de burocratización. Según Weber, el capitalismo tiende a generar una contradicción insuperable que hace que la ra-cionalización y la separación de los trabajadores de los medios de producción devenga inevitablemente en una crisis de repre-

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sentación, es decir en un paulatino alejamiento entre sociedad civil y sociedad política.

Según Gramsci, al mismo tiempo que la burocracia fun-ciona como fuerza restauradora de la hegemonía de las clases dominantes, a partir del aniquilamiento de la fuerza crítica y de la recuperación de la ascendencia ideológico-política de los dirigentes entre las fuerzas aliadas exacerbación de dicha he-gemonia puede degenerar en un alejamiento de las masas con el Estado a tal grado de provocar la crisis orgánica de este últi-mo. Dicha crisis orgánica refi ere entonces al debilitamiento de la hegemonía de la clase dirigente y del vínculo entre sociedad civil y sociedad política, crisis que refuerza y es reforzada por la creciente burocracia (C13, § 23, 27 y 36). Este proceso indica también una disgregación de los grupos sociales capitalistas y un obstáculo para su expansión. No obstante, siguiendo los pasos de Gramsci, debe considerarse con cautela la posibilidad de un devenir catastrófi co de una crisis aunque sea orgánica en todo análisis serio. En el caso de una crisis orgánica del Estado moderno capitalista hay que tener en cuenta que el Estado se puede recomponer en varios de sus aspectos, incluyendo el de su dominación.

Gramsci refl exiona en sus escritos carcelarios la necesidad de analizar los rasgos modernos de la hegemonía así como el papel y la funcionalidad de las instituciones mediadoras entre masas y clases dominantes. Estas instituciones fungen como trincheras de esas clases y en su momento, ante la crisis, bus-can una restauración o revolución pasiva a partir de tramas organizacionales sumamente complejas.

Siguiendo la concepción anti-catastrofi sta, a pesar de que exista una crisis de hegemonía —en la que las masas han deja-do de creer en lo de antes y se ha deteriorado la infl uencia ideo-lógico-cultural de la clase dirigente—, las clases subalternas pueden verse obstruidas por la falta de capacidad para orien-tarse rápidamente y reorganizarse al de generar un proyecto distinto al dominante. Además, la clase dirigente cuenta con un personal numeroso así como con orgánicos que pueden re-cuperar el control sobre las masas a partir de la reorganización de éstas de modo que las clases tradicionales conserven el po-der y lo refuercen aniquilando cualquier intento de resistencia.

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En Italia, el paso al Estado organizado con el advenimiento del fascismo en la segunda década del siglo XX se apoyó en la presencia activa de una burocracia ya crecientemente domi-nante, como vimos debido a la centralización del poder econó-mico y político. Esta realidad como fi n normativo, fue, para el pensamiento conservador de la época de Gramsci, una mane-ra de regular la crisis y subordinar la actividad de las masas. Gramsci ve que ese intento de regulación se contrapone a los movimientos transformadores de los trabajadores dirigidos a constituir un proyecto político para darle el poder a la sociedad organizada y regulada, lo cual representa la meta de la estra-tegia comunista de Gramsci.

Dicha estrategia conlleva la superación de la pequeña polí-tica y la opción por la gran política (C8, § 28 y 48; C13, § 5). En este camino los movimientos políticos y sociales populares y los portadores de los proyectos políticos alternativos (el partido comunista en la época de Gramsci) deberán asumir el papel de suscitadores y organizadores de una nueva voluntad colectiva, con el fi n de participar en una compleja guerra de posiciones en los ámbitos político, cultural y económico. Para Gramsci esta lucha de posiciones asume un carácter multifacético en tanto tiende a activar políticamente una fuerza contrahegemónica y así transformar diversos espacios institucionales y sociales con reformas que articulan propuestas económicas, políticas, intelectuales y morales.

Se trata de un ataque en varios frentes que rompe con la separación entre sociedad política y sociedad civil, que propone cambios profundos en el poder legislativo pero también crear, participar y transformar un movimiento popular dinámico que impulse cambios y nuevas políticas, con nuevos aliados, en resistencia pero también en ofensiva, así como activo en los diversos terrenos en los que se constituye la hegemonía (po-lítica e ideológica), tales como las instituciones y organizacio-nes de la vida política y civil, partidos, sindicatos, medios de comunicación, escuelas, universidades, asociaciones de barrio, comunidades, etcétera. Por lo tanto, la idea de que la guerra de posiciones se limita a la actividad partidaria parlamentaria y electoral signifi ca reducir el sentido que le da Gramsci a esa noción, la cual se refi ere ante todo a la disputa por la hege-

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monía en lo político y en lo social orgánicamente proyectado y realizado.

La trasnsición de un Estado moderno organizado con la cla-se burguesa como clase dirigente a una sociedad organizada con proyecto alternativo a la supremacía capitalista es para-lelo al paso de la pequeña a la gran política. Como veíamos con Weber, la clase dominante siempre tenderá al dominio bu-rocrático gubernamental y al parlamentarismo controlado; es decir, siempre optará por la pequeña política, que privilegia cuestiones parciales y cotidianas en el interior de una estruc-tura ya establecida, en donde las luchas son únicamente por la preminencia entre las diversas facciones de la clase dirigente.

Según Gramsci, la gran política es aquella que “comprende cuestiones vinculadas con la fundación de nuevos Estados, con la lucha para la destrucción, la defensa, la conservación de de-terminadas estructuras orgánicas económico-sociales” (C13, § 15). Por tanto, la recomposición constante del capitalismo bajo el Estado moderno actual así como la reformulación de sus for-mas de dominación son parte de la gran política, la cual a su vez busca excluir la gran política impulsada por el movimiento político de la fi losofía de la praxis del ámbito de la vida estatal los movimientos reducen todos a pequeña política.

El paso hacia una sociedad organizada comienza, pues, por cuestionar aquel estado de cosas en donde sólo se lucha en tér-minos de pequeña política y pasar a la gran política en el sen-tido de reorganización radical del Estado para la cual es ne-cesaria la organización autónoma de la sociedad civil y de su incidencia en lo público. Gramsci propone un parlamento de masas que vincule a la sociedad civil con la sociedad política, de tal modo que se logre la unidad de voluntad capaz de llevar a la sociedad autorregulada.

4. CUARTO MOMENTO: LA CRÍTICA HISTÓRICA DEL ESTADO MODERNO

Y LA NUEVA CONCEPCIÓN DE LUCHA ESTRATÉGICA

De lo anterior se desprende que la crítica de Gramsci no se dirige sólo al dominio del Estado, a la ascendencia de la bu-

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rocracia gobernante, a las insufi ciencias del proyecto político insufi ciente del Estado de compromiso, sino que está dirigida al fenómeno de la hegemonía que establece el vínculo orgánico: “Estado dentro de la sociedad civil” y “sociedad civil dentro del Estado” (C13, § 7; C25 § 5).

La perspectiva gramsciana implica promover, en la lucha política de la nueva fuerza histórica, una crítica a las concep-ciones ideológicas, culturales y políticas de los grupos sociales dominantes y a las instituciones que dominan en la sociedad civil. Para llevarse a la práctica, esta perspectiva requiere de una nueva unidad de voluntad entre trabajadores y obre-ros urbanos, campesinos rurales y sociedad organizada en los espacios civiles de la nación, una unidad que no puede dejar de incluir la dignifi cación económica de los trabajadores como parte de la reforma intelectual y moral. Como vimos, en Italia en la época de Gramsci esa unidad de voluntad conllevaba la decisión política de enfrentar la cuestión meridional y la cues-tión vaticana así como superar la subalternidad de los grupos sociales populares en términos políticos e ideológicos.

El objetivo de Gramsci era crear un poder público vincula-do orgánicamente con el movimiento y la organización de los trabajadores como poducto de la transformación del Estado y a la sociedad a partir de un nuevo equilibrio de fuerzas en el cual actuara un nuevo sujeto progresista popular operante que buscara disputar la supremacía, esto es, el dominio, pero sobre todo la dirección intelectual y moral (C13, § 18, 24, 31; C19, § 24). Eso signifi ca la propuesta de crear una sociedad civil nueva, con otras capacidades políticas, que impulsara el autogobierno y que abriera paso a una sociedad autoorganiza-da y autoregulada, que profundizara la disputa entre fuerzas histórico-políticas en torno a lo público y en el Estado.

Para ello era preciso enfrentar y terminar con la hegemonía imperante en términos políticos, culturales, civiles y económi-cos, construir una contrahegemonía política y civil que fuera mucho más allá de la anterior dirección política, intelectual y moral a través de una compleja lucha de posiciones que, reitera-mos, no implica el retorno al presidencialismo o al parlamenta-rismo como sedes de la hegemonía y que tampoco excluye que en determinada circunstancia y lugar se vea complementada

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e incluso rebasada por la lucha de movimientos. El horizonte fi nal de esta lucha de posiciones está dentro y a la vez fuera del republicanismo, incluso más allá del jacobinismo radical y del parlamentarismo electoral, y pretende que la sociedad transformada, reorganizada, politizada y consciente sustituya paulatinamente al poder del Estado por el autogobierno. Esta transformación del Estado y de la sociedad no será consecuen-cia de la acción del Estado político ni de la propaganda polí-tico-cultural de individuos voluntariamente organizados en la sociedad civil, sino de la lucha ideológico-cultural de los movi-mientos sociales orgánicos de los trabajadores con infl uencia y capacidad de universalización sobre el conjunto social entero, lo cual exige una larga tarea de construcción orgánica de la capacidad hegemónica.

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C. LAS PROBLEMÁTICAS

DE LA HEGEMONÍA, LA LUCHA

DE POSICIONES Y LA SOCIEDAD

REGULADA

1. LA CUESTIÓN DE LA HEGEMONÍA

En la teoría política la noción de hegemonía ha sido utilizada con distintas acepciones. En el marxismo y en el pensamiento de Gramsci representa la concreción de la posibilidad de una acción política a partir del análisis social desde la perspectiva de la totalidad histórico-social. Preguntarse y pensar en térmi-nos de hegemonía, como hemos registrado anteriormente, nos refi ere al conjunto de las relaciones sociales entre las clases dirigentes y las subalternas, pero también al estado de la co-rrelación de fuerzas y su articulación con respecto al dominio, la coerción y el consenso. En Gramsci la noción se diferencia precisamente porque pone énfasis en la lucha, el confl icto y an-tagonismo en el seno del orden social. Para él no es posible comprender la hegemonía sin la lucha política y social lo que da a la lectura gramsciana del término un carácter no sólo no-vedoso sino heurísticamente más potente:

¿es por casualidad o por una razón tendenciosa que Croce inicia sus narraciones desde 1815 y 1871, o sea que prescinde del mo-mento de la lucha, del momento en el que se elaboran y agrupan

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y alinean las fuerzas en contraste, del momento en que un siste-ma ético-político se disuelve y otro se elabora en el fuego y con el hierro, en el que un sistema de relaciones sociales se desintegra y decae y otro sistema surge y se afirma, y por el contrario asume plácidamente como historia el momento de la expansión cultural o ético-política? (C10, §9).

El problema fundamental ante el que estamos cuando nos referimos al “pensar en términos de la hegemonía” no es otra cosa que la forma del ejercicio del poder y de la dominación política en los tiempos modernos, los de la sociedad burguesa, cuando un programa o proyecto político tiene la sufi ciente fuer-za y vigor para plantear la dirección política de las masas. En términos concretos, con Gramsci podemos decir que el poder y la dominación se plantean en una sociedad dividida entre “gobernados y gobernantes, dirigentes y dirigidos”, pero dicho poder no puede realizarse sino como intento de dirección cons-ciente que busca alterar tal relación.

La noción de hegemonía abarca varios ámbitos de la vida social dentro de la totalidad histórico-social incumbe, por tan-to, a los órdenes de la política, la economía y la cultura. Esta noción considera la sociedad civil y la sociedad política como ejes que articulan la posibilidad de aprehender la totalidad en su forma histórico-concreta. Dice Gramsci que en la sociedad burguesa la premisa está en la división entre gobernantes y gobernados y que “toda la ciencia y el arte políticos se basan en este hecho primordial, irreductible” (C15, § 4). Esta premisa atraviesa toda su obra y su crítica de la política mediante la ampliación y reformulación de las nociones clásicas de la teoría política burguesa, que conciben como irremplazable la forma de dominación existente y naturalizan las relaciones capitalis-tas de producción como relaciones de poder (Marx, 2005).

Entender y criticar la forma del ejercicio del poder y la do-minación le sirve a Gramsci para reconstruir, sobre la base de concepciones novedosas o no siempre reconocidas en el mar-xismo tradicional —tanto de la II como de la III Internacional, con excepción de Lenin— una propuesta teórico-política dife-rente que apunte a considerar elementos que no se tienen en cuenta cuando la crítica es exclusivamente económica. Gramsci

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advierte que una crítica francamente economicista no devela el sentido del ejercicio de la dominación y de la separación entre gobernantes y gobernados, pues un análisis considere sólo el nivel de las relaciones de producción omite u obvia la aparición de una dirección política consciente y el proceso de construc-ción de la hegemonía.

Para entender la noción de hegemonía en Gramsci es con-veniente situarla, como lo referimos en el punto anterior, en el plano de lo que él mismo llama “gran política”, o sea, de la necesidad de plantearse los problemas que se refi eren a la fun-dación de Estados y de nuevas formas de organización de la producción. Pero Gramsci también es consciente de que existen sólo no “movimientos orgánicos” (C13, § 17) sino que también es necesario comprender a cabalidad los movimientos de co-yuntura, aquellos que refi eren al ejercicio de la hegemonía en su cotidianidad e involucran a determinados grupos dirigentes y personalidades en su relación con las masas. Saber distin-guir el alcance y el contenido de ambos niveles es fundamental para poder discernir las líneas de desarrollo que asume la he-gemonía. Sin embargo ambos momentos, comparten la carac-terística de mantener, reforzar o perfeccionar la división entre gobernantes y gobernados.

¿Cuál es, entonces, la premisa sobre la que se debe cons-truir una crítica de la hegemonía entendida como la compleji-dad del ejercicio del poder y de la dominación o, en otras pala-bras, como una construcción orgánica que imbrique proyecto y dirección consciente? Gramsci critica el “economicismo” propio de las teorías liberales pero también el de los marxismos pre-ñados por el positivismo del estilo de la II Internacional al par-tir, como premisa fundamental, de la necesidad de entender desde una perspectiva metodológica y no orgánica, la separa-ción entre sociedad política y sociedad civil. El ejercicio de la hegemonía se articulará siempre en la relación entre sociedad política y sociedad civil. Las teorías “economicistas” (liberales o marxistas positivistas) son incapaces de entender a cabali-dad la forma de ejercicio del poder precisamente porque conci-ben algo que es relativo como algo total, a saber la separación entre el momento del Estado-instrumento y el momento del Estado-sociedad civil. Por tanto, al absolutizar lo relativo no

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distinguen el peso específi co de la construcción orgánica que se apuntala al imbricar la dirección política de una sociedad y el proyecto político de una clase o de un conjunto de clases en alianzas. Al advertir los elementos que conforman esta cons-trucción orgánica que se gesta en la sociedad burguesa, Gram-sci reformula la concepción de Estado que hasta ese momento domina en los discursos teóricos: “que por Estado debe enten-derse además del aparato gubernamental también el aparato ‘privado’ de hegemonía o sociedad civil” (C6, § 137).

Al reconocer la relación entre sociedad civil y sociedad po-lítica entendiendo que es ahí, en este proceso de unidad y de diferencia, de confl uencia y mutua determinación, donde se en-cuentra la totalidad del ejercicio del poder y de la dominación, es posible construir en concepto de Estado adecuado al entendi-miento de la construcción orgánica de la confl uencia entre pro-yecto y dirección consciente en la sociedad burguesa. Gramsci insistirá mucho en este punto: la reformulación del concepto de Estado es fundamental toda vez que hemos distinguido y reunifi cado sociedad civil y sociedad política pues aquí se juega la posibilidad de una crítica a la sociedad burguesa y su forma de ejercicio del poder y la dominación:

“En la política el error se produce por una inexacta com-prensión de lo que es el Estado (en el signifi cado integral: dic-tadura + hegemonía)” (C6, § 155). La concepción de Estado en Gramsci es novedosa pues sin perder de vista el elemento dic-tatorial, coercitivo y de imposición de las relaciones sociales que constituyen al capitalismo como orden social no cree que ellas solas basten para ejercer el poder. Por eso, en oposición a las diversas tendencias “economicistas”, Gramsci ha revalori-zado el frente de la política y la cultura y construido la noción de hegemonía apelando al elemento consciente de los proyec-tos políticos como complemento de la teoría del Estado-fuerza. Estas premisas permiten generar una nueva concepción que paunta superar la estrategia política cuarentaiochesca de “re-volución permanente”, desfasada ya en el siglo XX. Como vimos en el apartado sobre el Estado democrático-burocrático de ma-sas, la idea del Estado-instrumento (o gendarme) se amplía al incluir la represión y la coerción como momentos irreductibles del Estado capitalista al servicio de la clase en el poder.

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Por otro lado, Gramsci atiende a las consecuencias de aquel escrito de Engels de 1895 en el que afi rman que se acabaron las revoluciones y revueltas basadas exclusivamente en minorías y barricadas. La fórmula de “la revolución permanente”, que erróneamente Trotsky creyó reactualizada en 1917, en reali-dad había sido superada para Occidente desde la derrota de la Comuna de París. Lo que Engels había previsto Gramsci lo observa en su primera etapa, y lo que el siglo XX se encargará de demostrar es que el orden social cuenta con un sistema de trincheras cada vez más poderosas enclavadas en la sociedad civil que permiten soportar los asedios políticos y militares clá-sicos. El Estado moderno es un Estado de masas que las inte-gra. En este sentido, la sociedad civil le da fortaleza al Estado e impide su derrumbamiento como consecuencia de la acción de grupos de conspiradores, crisis económicas y revueltas como las del siglo XIX.

La época moderna tendría esta novedad histórica: no sólo el ejercicio del poder se logrará a través de los órdenes insti-tucionales clásicos de la coerción como el ejército, la policía u otros similares, sino que la dominación vendría acompañada de formas de conseguir el consenso sobre aquellos a los que se imponen determinadas relaciones sociales, es decir el consenso viabilizado por el sistema de trincheras llamado sociedad civil. El Estado sería la síntesis de este proceso social en el que no hay dictadura pura pero tampoco consenso absoluto: sería el lugar en donde prive la posibilidad de que el proyecto y la di-rección se fundan como totalidad. Habría, pues, que recurrir a más formas que las represivas y coercitivas para lograr la dominación social: la hegemonía es la respuesta. Gramsci es categórico al respecto:

El ejercicio “normal” de la hegemonía en el terreno que ya se ha vuelto clásico del régimen parlamentario, se caracteriza por la com-binación de la fuerza y del consenso que se equilibran diversamente sin que la fuerza domine demasiado al consenso, incluso tratan-do de obtener que la fuerza parezca apoyada en el consenso de la mayoría expresado por los llamados órganos de la opinión pública —periódicos y asociaciones— los cuales, por lo tanto, en ciertas si-tuaciones, son multiplicados artificiosamente (C13, § 37).

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La hegemonía pretende ser una normalidad en el Estado moderno, toda organización estatal busca el consenso de las masas. Sin embargo, esta forma no sería posible por sí sola; no bastan para la dominación en la sociedad burguesa los par-lamentos, los periódicos u otros instrumentos similares —los cuales, para Gramsci, en la división de poderes del siglo XX, están más cerca de la sociedad civil que del aparato del Es-tado (C6, nota 81), lo cual ha variado el día de hoy—. Éstas son expresiones de un proceso de construcción de relaciones sociales más amplias que Gramsci ubicará pertinentemente en la cotidianidad, en la “pequeña política”. Se trata de elementos novedosos en el sentido de que no se limitan a las estructuras estatales o políticas (principalmente instituciones), sino que se amplían al conjunto de la sociedad y se expanden hacia ella de manera cotidiana. El sistema de trincheras adquiere todo su sentido en este periodo histórico pues modifi ca las formas de la dominación, el poder se asienta en estructuras diferenciadas y en nuevas instituciones. En las distintas formas del proceso no sólo prevalece el consenso sino que dependiendo de la lucha pueden abrirse paso diversas formas coercitivas articuladas con las primeras.

En este momento adquiere mayor relevancia la distinción-unidad entre sociedad civil y sociedad política. La producción de la hegemonía no se ubica solamente en el nivel de la so-ciedad política (Estado, instituciones, parlamento), sino que se construye a partir de su relación con el sistema de trincheras en que se ha convertido la sociedad civil. Aunque en ocasiones parte del Estado, su efectividad reside en la medida en que sea recibida en el seno de la sociedad civil o, en otras palabras, en que la dirección política esté afi ncada en la sociedad. Si no hay oposición a esta construcción orgánica el proyecto del que el Estado es síntesis tendrá buen fi n, la sociedad civil será el conjunto de trincheras que permitan al Estado y a la relación orgánica entre dirección política y proyecto sobrevivir pese a las arremetidas críticas. Se construye así un proyecto político de dominación que busca tener consenso o bien ser impuesto por la fuerza mientras logra consolidar una relación que no sólo sea coercitiva.

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La relación entre fuerza y consenso o, mejor dicho, entre la fuerza represiva y la dirección política no es lineal. Una no excluye a la otra, aunque tampoco hay entre ellas relación de necesidad. Normalmente la dirección política consciente se construye sin dejar de lado la fuerza represiva, ésta nunca es-tará descartada. Cualquier construcción orgánica requerirá siempre el elemento de la fuerza.

¿Cómo entonces podemos entender estas novedades históri-cas a las que Gramsci alude en su reformulación de la concep-ción orgánica del poder y la política modernos? Veamos esta cuestión en su dimensión cultural:

Si todo Estado tiende a crear y mantener cierto tipo de civilización y de ciudadano (y por lo tanto de convivencia y de relaciones indivi-duales), tiende a hacer desaparecer ciertas costumbres y actitudes y a difundir otras, el derecho será el instrumento para este fin (junto con la escuela y otras instituciones y actividades) y debe ser elaborado para que sea conforme al fin, para que sea máximamen-te eficaz y productivo de resultados positivos (C13, § 11).

Esta novedad que motivó que Gramsci investigara ciertas formas de la hegemonía. Observó que en la cultura también se expresan las fuerzas históricas de la sociedad y, subrayó la im-portancia de cuestionar la hegemonía político-cultural. Según Gramsci la “alta cultura” es la forma en que la clase dominan-te, sus aliados y el sector de la sociedad que le es afín consoliden su proyecto político y su visión del mundo.

Analizar la hegemonía cultural implica centrarse en la ex-presión ideológica de las contradicciones y observar cómo las fuerzas histórico sociales proyectan simbólica e idealmente el mundo y lo transforman; es decir, entender cómo el proyecto de la clase dominante busca que la apariencia sea vista como la única realidad posible. La sociedad burguesa moderna no es sólo la expansión de las relaciones sociales en el tiempo y en el espacio, también es la extensión de las relaciones de poder, dominación y dirección a espacios antes no imaginados.

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2. HISTORIA Y TEORÍA EN TORNO DE OCCIDENTE

El concepto de Occidente es ante todo una construcción his-tórica. Las relaciones Norte-Sur y Este-Oeste son reales y se crearon con el desarrollo de la sociedad burguesa europea. Sin embargo, el concepto Occidente es también una construcción arbitraria y convencional de la alta cultura europea. Occi-dente ha desempeñado su papel hegemónico pasando de ser la expresión de una alta cultura local —la europea— a paradig-ma de un modelo civilizador; como fuerza geocultural, traspasó los límites de Europa, se instaló en todos los rincones del orbe y se arraigó como forma dominante de expresión cultural (eu-rocentrismo) ocultando sus diferencias internas y sus contra-dicciones. En la época de expansión del capitalismo mercantil y de la dominación imperial ibérica las clases dominantes euro-peas, de manera particular las españolas, inventaron la noción de universalidad de su cultura. Hoy las palabras Occidente y Oriente han adquirido un signifi cado extracardinal e indican no sólo relaciones entre conjuntos de civilizaciones sino sobre todo la diferencia entre sociedades de capitalismo expandido y sociedades con fuertes rasgos precapitalistas.

Gramsci indaga la conocida división metodológica entre la sociedad civil y el Estado en Oriente y Occidente:

en Oriente el Estado lo era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad civil había una justa relación y en el temblor del Estado se discernía de inmediato una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado era sólo una trinchera avanzada tras la cual se hallaba una robusta cadena de fortalezas y de casamatas; en mayor o menor medida de un Estado a otro, se comprende, pero precisamente esto exigía un cuidadoso reconocimiento de carácter nacional (C7, § 16).

Gramsci parte de la posición de Lenin que reclamaba un horizonte a la vez nacional y europeo, habiendo comprendido la necesidad del cambio de la guerra de maniobras, aplicada vic-toriosamente en Rusia hasta inicios de la revolución de 1917, a la guerra de posiciones en Occidente; sin embargo, dicha mo-difi cación estratégica ya acompañó en cierta medida la orien-

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tación de la lucha bolchevique por el poder soviético de abril a octubre de ese mismo año. Esta transformación se hacía aún más necesaria en Occidente, donde la guerra de posiciones, que permitía concentrar fuerzas sociales en el proceso de construc-ción orgánica de la dirección consciente y el proyecto político. Su misión fundamental era nacional y exigia un previo recono-cimiento de los elementos de resistencia presentes en la socie-dad civil. La diferencia de fondo con la guerra de movimientos consiste en que si esta última se aboca a la insurrección de masas bajo la dirección de minorías conscientes en lucha por la captura del Estado, la guerra de posiciones plantea un conjun-to de procesos volcados a la transformación previa del Estado como institución y relación social; de ahí la necesidad de una relación orgánica entre mayorías y dirigentes para la construc-ción colectiva del proyecto político. No se trata solamente de ocupar lugares en el Estado político, sino de realizar una lucha multivariada en el Estado integral (dentro y fuera del espacio de la sociedad civil). El fi n es cuestionar, transformar y disolver el orden socio-político desde su sistema de trincheras, que no es posible sin la participación consciente de las masas populares.

Gramsci identifi ca claramente “Occidente” con el proceso de modernización industrial y tecnológico capitalista que ya ve asomarse en su forma fordista en las nuevas formas de pro-ducción estadounidenses; no obstante, añada al mismo tiempo el carácter político de dicha utilización técnica y en particular su pertinencia e idoneidad en la época del Estado integral. El concepto de Occidente involucra la forma capitalista de producción y, con ésta, la gestión racionalizada de la fuerza de trabajo; ese es el legado de la revolución industrial, también como instrumento simbólico diferenciado de otras formas de civilización. Gram-sci hace hincapié en el valor de la nueva superestructura que, en su opinión, no puede ser reducida sólo a una referencia pu-ramente geoespacial sino también, en última instancia, a una transformación en el ámbito de las relaciones sociales de pro-ducción que conlleva una “nueva forma de vida” y el intento de “una nueva cultura”.

A lo largo del capitalismo histórico, la idea y la práctica de una noción limitada del progreso y el desarrollo han sido las herramientas fundamentales para la construcción de la cultu-

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ra occidental, noción sin la cual no es posible entender el vigor de su expansión geocultural. La ideología del “progreso” ha ac-tuado tradicionalmente como elemento constitutivo de la he-gemonía capitalista cultivado e impuesto por las clases domi-nantes y sus aliados sobre el conjunto de las clases dominadas. En términos geo-históricos, los distintos países también han adoptado acríticamente esta noción europea de origen al igual que la de desarrollo, asimilándolas y tratando de emularlas en todos sus rasgos. Estudiar tales nociones como parte constitu-tiva de la hegemonía occidental es fundamental para Gramsci pues incumben no sólo a los elementos de coerción imperialista que impone la civilización burguesa por medio de la violencia militar, sino sobre todo a la formación de una nueva mentali-dad moldeada al calor del proceso de y expansión capitalista.

El nacimiento y la evolución de las ideas de progreso y de-sarrollo corresponden a la conciencia difusa de que ha sido al-canzada una cierta relación entre la sociedad y la naturaleza por la cual los seres humanos en su conjunto estarían más se-guros de su futuro y podrían concebir racionalmente sus pla-nes existenciales y actuar de forma racional conforme a ellos. Respecto de la primera de estas nociones, Gramsci afi rma que el progreso ha sido una ideología democrática y que sirvió po-líticamente para la formación de los modernos Estados consti-tucionales. En ese sentido la visión de progreso, como señala Marx, jugó un papel “progresista” frente al antiguo régimen. Gramsci ratifi ca también la crisis de dicha noción no en el sen-tido de que se haya perdido la fe en la posibilidad de dominar racionalmente la naturaleza, pues esa convicción acompaña a toda la sociedad moderna, sino en el sentido de la pérdida de su dimensión “democrática”, y esto en un momento en que los “portadores” ofi ciales del progreso se han vuelto incapaces de controlar el dominio sobre lo natural suscitan el surgimiento de fuerzas destructivas —en benefi cio de sus intereses y de la reproducción de capital— más angustiosas y peligrosas que las del pasado tales como las crisis, la desocupación y la guerra. La crisis de la idea de progreso no es, pues, crisis espiritual, sino crisis de sus portadores sociales, es decir, del proyecto civiliza-torio hegemonizado por la clase burguesa dominante.

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Según Gramsci la crisis de proyecto político burgués es para refl ejo de la crisis de Occidente como modelo cultural he-gemónico. Después de la Reforma, dice, se concretó una unidad ideológica europea fundada en tres pilares básicos: el espíritu crítico, el espíritu científi co y el espíritu capitalista o industrial (C1, § 76). Esta unidad se ha quebrado, señala Gramsci. Si los dos últimos pilares son más sólidos, el primero ya no lo es; de-bido a eso las élites intelectuales de Occidente sufrirían por la falta de armonía entre conciencia crítica y acción política. Al mismo tiempo, el hecho de que la conciencia crítica hubiera quedado restringida a un pequeño círculo favoreció la ruptu-ra del aparato ideológico. Por lo tanto esta crisis de la forma cultural dominante, que conlleva la fractura de la unidad en-tre criticidad y practica, está también articulada a la caída del mito del progreso indefi nido y al optimismo que de él dependía, vivido por las masas en forma de religión. Frente a este quie-bre, Gramsci lanza la consigna: “debemos salvar al Occidente integral; todo el conocimiento, con toda la acción” (C1, § 76).

En el origen de la crisis cultural de Occidente estaba la pri-mera guerra mundial, que obligó a las potencias europeas a plantearse la cuestión de cómo reconstruir la hegemonía do-minante disgregada por el propio confl icto bélico en práctica-mente todos los Estados. Éste fue el contexto histórico de la discusión sobre la fuerza y el consenso que atravesó toda la teoría política de la época y la reconstrucción postbélica de los aparatos estatales. La disgregación del “aparato” hegemónico se debió a que grandes masas antes pasivas se pusieron en movimiento en forma caótica y desordenada sin una voluntad política colectiva, pero también a que las clases medias, que en la guerra tuvieron funciones de mando y responsabilidad, al perderlas en la “paz” quedaron marginadas o desocupadas y, lo más importante, porque las fuerzas antagónicas no pudieron organizar en su provecho ese desorden a fi n de desarrollar una nueva confi guración hegemónica capaz de asimilar a las clases subalternas:

El problema era reconstruir el aparato hegemónico de estos ele-mentos antes pasivos y apolíticos, y esto no podía realizarse sin mediar la fuerza: pero esta fuerza no podía ser la “legal”, etcétera.

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Como en cada Estado el conjunto de las relaciones sociales era dis-tinto, distintos tenían que ser los métodos políticos de empleo de la fuerza y la combinación de las fuerzas legales e ilegales. Cuanto mayor es la masa de apolíticos tanto mayor deber ser la aportación de fuerzas ilegales. Cuanto mayores son las fuerzas políticamente organizadas y educadas tanto más hay que “cubrir” el Estado legal (C7, § 80).

Ya expusimos ampliamente cómo le confi ere Gramsci par-ticular importancia al tipo de civilización que empezaba a en-treverse en Estados Unidos vía el americanismo y el fordismo. Gramsci veía en ello no sólo una nueva forma civilizatoria sino también la base para la construcción de una “nueva cultura” o un “nuevo modo de vida” centrado en los cambios de las rela-ciones de producción y la consecuente necesidad de reformular el tipo de Estado que regularía dichas transformaciones (C22, § 6 y 15). Sin embargo, si la hegemonía es la base de la cons-trucción de todo Estado Gramsci subrayaba la importancia de la génesis de una civilización entendida como la manera de or-ganizar la totalidad sociohistórica.

El interés de Gramsci en el americanismo y el fordismo, al igual que en la reforma protestante y luterana, refl eja la con-dición cultural y sociopolítica de la época en la que escribía. Gramsci proyecta un movimiento doble, una tensión entre el trabajo como actividad creadora, valor central de la moderni-dad como proyecto civilizatorio, y el trabajo devaluado por la confi guración capitalista de la modernidad.

Lo que ahora nos interesa destacar es que Gramsci ve en el americanismo no sólo una nueva forma de producción de la hegemonía en el terreno específi co de la economía, como ya se mencionó antes, sino también de la actividad político-cultu-ral. Era la época en que comienza la consolidación del auge económico-social de Estados Unidos, leída por Gramsci como posible fase intermedia de la crisis histórica Europea de ini-cios del siglo XX frente a la cual el viejo continente reaccionaba contraponiendo a la racionalización productiva estadounidense la supuesta superioridad de su propia tradición cultural. Si el americanismo tenía sus condiciones de posibilidad en la elimi-nación de sectores poblacionales sin función productiva, pro-

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ceso favorecido por no haber vivido la experiencia feudal, la “tradición” europea se caracterizaba precisamente por la exis-tencia de sectores parasitarios base histórica de la administra-ción estatal tales como el clero y los intelectuales tradicionales.

Para Gramsci, el americanismo era también un fenómeno totalizante que abarca la dimensión privada familiar y la regu-lación del instinto sexual y es componente central de la racio-nalización de la esfera productiva.

El profundo interés de Gramsci por el fenómeno del ameri-canismo obedece a que la innovadora organización de la pro-ducción capitalista implicaba una transformación de la rela-ción orgánica entre las prácticas materiales de los individuos y sus formas de pensar y sentir que estaba cambiando a su vez el horizonte cultural ideológico de Occidente.

3. INTELECTUALES MASA Y FILÓSOFOS DEMOCRÁTICOS

Entendemos por cultura hegemónica una concepción del mun-do que le da sentido a la vida de los gobernados, que perpetúa su posición de subalternos y que se reproduce, de manera privi-legiada, en el sistema de trincheras de la sociedad civil. La he-gemonía, como proyección cultural-civilizatoria de un Estado, es el proceso de producción de una determinada concepción del mundo capaz de dar sentido a la forma en que está organizada la totalidad de un orden social cuyo éxito depende de la exis-tencia o no de una relación orgánica entre sociedad política y sociedad civil.

Gramsci es consciente de que ningún Estado recién fundado puede proyectar directamente una forma cultural o civilizato-ria plenamente constituida. En los momentos “orgánicos” o de “gran política”, como los nacimientos de los Estados modernos éstos aplican una política de acentos económico-corporativos para reorganizar la forma de producción-distribución-circula-ción en la que el momento cultural es ante todo negativo:

el plan cultural será sobre todo negativo, de crítica del pasado, tenderá a hacer olvidar y a destruir: las líneas de la construcción

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serán todavía “grandes líneas”, esbozos, que podrían (o deberían) ser cambiadas en cualquier momento para que sean coherentes con la nueva estructura en formación (C8, nota 185).

En esta relación constitutiva del conjunto de la dominación burguesa el Estado abarca la unidad y diferencia de sociedad política y sociedad civil. Ambas partes de la ecuación confor-man la hegemonía, ya sea por el lado de la fuerza, ya sea por el del consenso, mediante la cual adquiere legitimidad la vio-lencia estatal. La posibilidad de aspirar al consenso se da en una sociedad donde el Estado sea capaz de proyectar formas culturales y civilizatorias que le permitan asimilar a la socie-dad civil y consagrar su proyecto político de alta cultura como cultura nacional popular.

Sin embargo, las formas que asume esta búsqueda del con-senso son variables. Un Estado que requiere superar su políti-ca económicacorporativa busca el consenso a través de la des-trucción del pasado y sus formas institucionales y culturales. Durante la transformación del modelo económicoproductivo dicho Estado deberá difundir una forma cultural propositiva. En este momento tiene lugar la producción de concepciones del mundo que dan sentido a la relación gobernantes-gobernados y el sistema de trincheras empieza a funcionar como el verdade-ro lugar en que se viabiliza la dirección política y cultural. Este momento, plenamente afi rmativo de una forma civilizatoria, es el de la“hegemonía civil”, el proceso de construcción ideológica de la dirección política en el Estado integral. Aquí ya no hay lugar para los elementos “economicistas” o “corporativos” sino que la política comienza a ocupar de manera plena el lugar central.

En esta fase el Estado se expresa no sólo como fuerza sino como síntesis de una sociedad civil que tiende a ser moldea-da, dada su atomización y dispersión previas, por un proyecto políticocivilizatorio de más amplias dimensiones. De ahí que Gramsci ponga atención sobre todo en los encargados de viabi-lizar plenamente la hegemonía. En su análisis los intelectua-lesmasa hacen las veces de mediadores y posibilitadores de la hegemonía civil.

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El papel de tales intelectuales es fundamental para la re-producción de la hegemonía; ellos se encargan de mediar entre lo productivo y lo político para socializar los mecanismos que contribuyen a realizar las tareas de dirección tanto técnica (en el proceso productivo) como política (en el proceso de produc-ción de la hegemonía) (C12, § 1):

por intelectuales es preciso entender no sólo aquellas capas co-múnmente designadas con esta denominación sino en general todo el estrato social que ejerce funciones organizativas en sentido lato, tanto en el campo de la producción como en el de la cultura y en el político-administrativo: corresponden a los suboficiales y oficiales subalternos en el ejército y también, en parte, a los oficiales supe-riores de origen subalterno (C19, § 26).

Así como entre sociedad civil y sociedad política, o gober-nantes y gobernados, se puede conformar una unidad orgánica, también puede haberla entre intelectuales y masas (C13, § 36). Sin embargo, la producción de la hegemonía en cuanto tal se logra con plenitud sólo cuando dichos intelectuales asumen su relación orgánica con una masa de tipo nacional-popular (C14, § 18). Por el contrario, bajo la hegemonía burguesa, los inte-lectuales son un elemento privilegiado frente a la masa, están de hecho del lado de los gobernantes. Al tipo particular de in-telectuales que surgen en el seno de una determinada relación social estructurada Gramsci los denomina “orgánicos”: “puede observarse que los intelectuales ‘orgánicos’ que cada nueva cla-se crea consigo y elabora en su desarrollo progresivo son en su mayor parte ‘especializaciones’ de aspectos parciales” (C12, § 1).

Los intelectuales cumplen una tarea fundamental en la consolidación de la hegemonía y en su reproducción. Gram-sci considera que para actuar política y socialmente y no sólo abstracta o fi losófi camente los intelectuales requieren no sola-mente entender sino sentir y apasionarse. No se puede hacer política-historia sin esta com-pasión, vale decir, sin la conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación.

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Simultáneamente, gracias a la intervención de los intelec-tuales, el sentir del pueblo adquiere el carácter de conocimien-to crítico:

El error del intelectual consiste en creer que se pueda saber sin comprender y especialmente sin sentir y ser apasionado [...] o sea que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) si es dis-tinto y separado del pueblo-nación, o sea sin sentir las pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolas y en consecuencia expli-cándolas y justificándolas en esa situación histórica determinada, y vinculándolas dialécticamente a las leyes de la historia, a una concepción superior del mundo científica y coherentemente elabo-rada, el saber; no se hace política-historia sin esta pasión, o sea sin esta conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación. En ausencia de tal nexo, las relaciones del intelectual con el pueblo-nación son o se reducen a relaciones de orden puramente burocrático, formal; los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio (el llamado centralismo orgánico). Si la relación entre los intelec-tuales y el pueblo-nación, entre dirigentes y dirigidos, entre gober-nantes y gobernados, es dada por una adhesión orgánica en la que el sentimiento-pasión se convierte en comprensión y por lo tanto en saber (no mecánicamente, sino en forma viva), sólo entonces la re-lación es de representación y se produce el intercambio de elemen-tos individuales entre gobernados y gobernantes, entre dirigidos y dirigentes, o sea que se realiza la vida de conjunto que es la única fuerza social, se crea el bloque histórico (C11, § 67).

La función del intelectual no radica, pues, en una cuestión axiológica sino en el papel que juega en el sistema de trinche-ras de la sociedad civil. Gramsci escribe al respecto:

el gran intelectual debe también él lanzarse a la vida práctica, convertirse en un organizador de los aspectos prácticos de la cul-tura, si quiere seguir dirigiendo; debe democratizarse, ser más actual: el hombre del Renacimiento ya no es posible en el mundo moderno, cuando en la historia participan activa y directamente masas humanas cada vez más ingentes (C6, § 10).

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Así los intelectuales que comparten el sentir del pueblo-na-ción son orgánicos cuando su relación con éste reside en el sen-tido profundo de la tesis onceaba sobre Feuerbach: los fi lósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras, de lo que se trata es de transformarlo. La relación de inter-dependencia y retroalimentación entre teoría y práctica, entre intelectuales y pueblo, entre conocimiento y sentir, es, como ya hemos visto, la relación entre sentido común y buen sentido. Cada grupo social posee su lectura inmediata de la realidad, la cual es documento de sedimentaciones fi losófi cas anteriores, mediación necesaria entre el folclore y la crítica fi losófi ca. En un continuo movimiento y desarrollo, el sentido común se hace buen sentido a través de la razón crítica, proceso por medio del cual el intelectual orgánico o fi lósofo democrático se gesta él mismo entre las fi las del pueblo.

Así después de un largo rodeo de la fi losofía de la praxis nos regresa a la concepción gramsciana no como elaboración in-dividual de conceptos sistemáticamente coherentes sino como actividad colectiva orientada a la transformación de lo popular en la cultura transformadora de la realidad cuya legitimidad teórica queda históricamente demostrada en la medida en que se vuelve concretamente universal, hegemónica. Aquí la praxis del fi lósofo democrático:

Por eso puede decirse que la personalidad histórica de un filóso-fo individual es dada también por la relación activa entre él y el ambiente cultural que él quiere modificar, ambiente que reacciona sobre el filósofo y, obligándolo a una continua autocrítica, funciona como maestro. Así ha sucedido que una de las mayores reivindica-ciones de las modernas clases intelectuales en el campo político ha sido la de las llamadas libertad de pensamiento y de expresión del pensamiento (prensa y asociación), porque sólo donde existe esta condición política se realiza la relación de maestro-discípulo en los sentidos más generales arriba mencionados y en realidad se realiza históricamente un nuevo tipo de filósofo que se puede llamar filóso-fo democrático, o sea el filósofo convencido de que su personalidad no se limita al propio individuo físico, sino que es una relación so-cial activa de modificación del ambiente cultural [...] La unidad de ciencia y vida es precisamente una unidad activa, en la que sólo se

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realiza la libertad de pensamiento, es una relación maestro-alum-no, filósofo-ambiente cultural en el cual se ha de actuar, del cual se han de extraer los problemas necesarios que habrá que plantear y resolver, es decir la relación filosofía-historia (C10, parte 2: §44).

Gramsci, como Marx, reconoce que la fi losofía es estéril e inefectiva si no se funda en los procesos históricos de una for-mación socio-política particular. El conocimiento y la fi losofía pueden tener infl uencia político-histórica sólo en virtud de su diseminación y proliferación en la sociedad; en eso tiene un papel importante el lenguaje y la retórica como instrumento a través del cual el pueblo es persuadido y se obtiene su consenso. Todo lenguaje signifi ca cultura y fi losofía, incluso en el sentido común, como manifestación de una multiplicidad de hechos or-gánicamente coordinados y coherentes.

En Gramsci la actividad teórica es un elemento mayor de la relación necesaria entre sentir y saber, o entre particular y conciencia hegemónica. Para la fi losofía de la praxis las ideolo-gías son todo lo contrario de arbitrarias, más bien son hechos históricos reales que, cuando son instrumento de dominio, hay que combatir y develar por razones no de moral sino de lucha política ya que la fi losofía de la praxis se propone hacer inte-lectualmente independientes a los gobernados. Gramsci afi rma que

se puede decir que la filosofía de la praxis no sólo no excluye la historia ético-política sino que incluso la fase más reciente de de-sarrollo de ésta consiste precisamente en la reivindicación del mo-mento de la hegemonía como esencial en su concepción estatal y en la valorización del hecho cultural, de la actividad cultural, de un frente cultural como necesario junto a aquéllos meramente econó-micos y meramente políticos (C10, § 7).

Gramsci deduce de esta tesis la importancia que tiene el momento cultural incluso en la actividad práctica colectiva debido a que cada acto histórico no puede ser realizado sino por el “hombre colectivo”, o sea, presupone el agrupamiento de una unidad “cultural social” por la que una multiplicidad de voluntades disgregadas con heterogeneidad de fi nes se funden

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en torno a uno mismo sobre la base de una concepción común del mundo que puede ser general y particular, ya sea transito-riamente operante por la vía emocional, o permanente ya que la base intelectual es muy arraigada, asimilada y sobre todo vivida, de modo que puede convertirse en pasión. Aquí es donde se ve la importancia del lenguaje como un logro colectivo que se da en un mismo clima cultural.

Así en la relación entre cultura y educación engarzan for-mas fundamentales de la transmisión de un saber unifi cado o de su crítica. La institución escuela cumple una función en la reproducción de la hegemonía pero a la vez la práctica pedagó-gica tiene la posibilidad de ser una herramienta liberadora. En esta actividad la relación maestro-alumno es una relación acti-va y recíproca, todo maestro es siempre alumno y todo alumno es al mismo tiempo maestro. Sin embargo, la práctica pedagó-gica no se limita a relaciones específi camente escolares en las cuales las jóvenes generaciones se relacionan con las viejas y asimilan sus experiencias y los valores históricamente necesa-rios para madurar y desarrollar su propia personalidad histó-rica y culturalmente superiores. Para Gramsci “esta relación existe en toda la sociedad en su conjunto y para cada individuo respecto a otros individuos, entre clases intelectuales y no inte-lectuales, entre gobernantes y gobernados, entre élites y segui-dores, entre dirigentes y dirigidos, entre vanguardias y cuerpos de ejército” (C10, § 44).

Por otro lado, toda relación de hegemonía es necesariamen-te una relación pedagógica y se verifi ca no sólo en el interior de una nación, entre las diversas fuerzas que la componen, sino en todo el campo internacional. La contrahegemonía de un centro directivo sobre los intelectuales medios y bajos tiene dos líneas estratégicas: primero, la formación de una concepción general de la vida, una fi losofía que confi era a los adherentes la criticidad para oponerse a las ideologías dominantes como principio de lucha; en segundo lugar, un programa pedagógico que interese y ofrezca en su campo técnico una actividad más homogénea y más numerosa a la fracción de los intelectuales y los docentes, desde maestros de niños hasta académicos de universidad. En estas estrategias es de central importancia el fi lósofo democrático.

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Gramsci también advierte que si las universidades y todas las instituciones que elaboran las capacidades intelectuales y técnicas no son permeadas por el realismo viviente de la vida nacional sólo forman cuadros nacionales “apolíticos”, cuya for-mación mental es puramente retórica y no nacional. Así es como explica que la burocracia se enajenaba del país

y a través de las posiciones administrativas, se convertía en un verdadero partido político, el peor de todos, porque la jerarquía bu-rocrática sustituía a la jerarquía intelectual y política: la burocra-cia se convertía precisamente en el partido estatal-bonapartista (C3, § 119).

La burocracia crea una legitimidad diferenciada distinta de la que nace en la fábrica porque se basa en la centralidad, en los monopolios modernos y en la jerarquización. Como dice Marx en su Crítica de la fi losofía del derecho de Hegel, la buro-cracia se erige como clase universal y hace del Estado su pro-piedad privada.

En la burocracia también se puede observar la capacidad de organización de la sociedad que genera la empresa capitalista. Su desarrollo y expansión tiene repercusiones en la consolida-ción de las relaciones de poder ya que legitima las formas de organización de la sociedad capitalista. Como vimos, este im-pacto está presente en el americanismo a través de la difusión de un sentido común que es funcional a la reproducción de la hegemonía imperante. Al igual que cada estrato social posee un particular sentido común, el Estado elabora la concepción particular propia de las clases dominantes pues no es agnóstico y trata de difundirla.

La conciencia colectiva no se da de manera sencilla, como si fuera una explosión. Gramsci analiza en sus Cuadernos el proceso de creación de una conciencia colectiva homogénea, na-cional y unitaria que exige condiciones e iniciativas diversas. Una de ellas es la difusión de un modo homogéneo de pensar y actuar. Es labor de los intelectuales que reproducen la hegemo-nía imperante sistematizar con sus propias herramientas una forma de ver y entender la realidad social correspondiente a los intereses de la clase dominante. “Siempre se puede caer en el

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error de pensar que cada estrato social elabora su conciencia y su cultura del mismo modo, con los mismos métodos o con los métodos de los intelectuales de profesión.” Ese, dice Gramsci, es un error iluminista. Los intelectuales de profesión tienen la capacidad de combinar la inducción y la deducción, de genera-lizar sin caer en el formalismo vacío de utilizar ciertos criterios de discriminación, cosas que hace una especialidad, una califi -cación, que no es un hecho del simple sentido común.

He ahí pues que no basta con la premisa de la difusión orgánica desde un centro homogéneo de un modo de pensar y actuar homo-géneo. El mismo rayo luminoso pasando por prismas distintos da refracciones de luz diferentes: si se quiere la misma refracción se requiere toda una serie de rectificaciones de los prismas indivi-duales (C24, § 3).

Gramsci recalca que los modos de pensar, las creencias y las opiniones no se generan por explosiones rápidas y generaliza-das sino casi siempre por combinaciones sucesivas. Para él la ilusión explosiva nace de la ausencia de espíritu crítico.

El trabajo educativoformativo que desempeña un centro ho-mogéneo de cultura, la elaboración de la conciencia crítica que éste promueve y favorece sobre una determinada base histórica que contenga las premisas materiales para esta elaboración, no puede limitarse a la simple enunciación teórica de principios de métodos claros. El trabajo necesario es complejo, debe haber deducción e inducción combinadas, identifi cación y distinción, demostración positiva y destrucción de lo viejo, pero no en el terreno de lo abstracto sino en lo concreto, sobre la base de lo real.

La propuesta de Gramsci consiste en construir un bloque intelectualmoral por medio del cual se haga políticamente po-sible el progreso intelectual y político de las masas populares y no de sólo grupos de intelectuales. La comprensión crítica de los seres humanos se produce mediante una lucha de hegemo-nías políticas con direcciones contrastantes que se dan tanto en el campo de la ética como en el de la política. Para Gramsci, la conciencia de ser parte de una fuerza hegemónica que es con-ciencia política, es sólo la primera etapa para llegar a la fase

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subsiguiente y progresiva, la de la autoconciencia, donde teoría y práctica se unifi can. Esa unidad no es un hecho mecánico, sino un devenir histórico que empieza en un plano instintivo de independencia para llegar hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo coherente y unitaria.

He ahí por qué debe hacerse resaltar cómo el desarrollo político del concepto de hegemonía representa un gran progreso filosófi-co además de político-práctico, porque necesariamente implica y supone una unidad intelectual y una ética correspondiente a una concepción de lo real que ha superado el sentido común y se ha con-vertido, aunque dentro de límites todavía restringidos, en crítica (C11, § 12).

4. SUBALTERNIDAD Y LUCHA POR UNA SOCIEDAD REGULADA

El análisis de la hegemonía requiere considerar factores his-tóricos, económicos, culturales, sociales, políticos, espaciales y temporales que se articulan en una totalidad, sin dejar de lado la especifi cidad del momento histórico determinado. El concep-to de hegemonía, vinculado al de Estado integral permite la consolidación de un análisis de fuerzas certero, lo que posibilita en primer lugar, poner en el centro la problemática de una al-ternativa a la hegemonía imperante.

Gramsci parte de la premisa de que la supremacía de un grupo social en una situación histórica concreta se presenta como dominio y como dirección intelectual y moral. Pero ese dominio puede transformarse en una crisis orgánica o crisis del Estado en su conjunto:

En cada país el proceso es distinto, si bien con un contenido simi-lar. El contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que se produce ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra) o porque vastas masas (especialmente de campesinos y de pequeño burgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad polí-

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tica a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución. Se habla de crisis de autoridad y esto precisamente es la crisis de hegemonía o crisis del Estado en su conjunto (C13, § 23).

La concepción gramsciana de hegemonía es dinámica en tanto que entiende que la hegemonía no es nunca un resultado alcanzado de una vez y para siempre sino que tiene que ser constantemente renovado, recreado, defendido y modifi cado. No es un estado inmóvil, una situación de equilibrio estable. La hegemonía implica tensión, una tendencia y un contraste. La hegemonía de una clase es manifestación de su capacidad para encontrar formas nuevas de manejar los confl ictos socia-les, de cooptar y quitarles el fi lo que subvierte a las nuevas manifestaciones de resistencia surgidas desde otras clases so-ciales, de recomponer constantemente los equilibrios perdidos. La hegemonía nunca es inmóvil. Es una expresión de la lucha entre los grupos sociales históricos, de las relaciones de fuerza dinámicas que constantemente se renuevan en una sociedad. De ahí la dimensión relacional presente en la concepción gram-sciana, pues la hegemonía es algo en constante redefi nición a partir de los vínculos que la clase dominante establece con las demás clases.

El análisis de las manifestaciones, consolidación y ejercicio de la hegemonía nos lleva a preguntarnos ¿dónde está la con-centración de la hegemonía burguesa y con qué herramientas contamos para pensar y transformar o eliminar la hegemonía imperante en el camino hacia una sociedad regulada?

La concepción compleja de la hegemonía tiene implicacio-nes relativas al análisis de la realidad pues contempla también el correlato posible de otra forma social en la cual la sociedad pueda constituirse más allá de la dominación y el consenso y abrir paso a una sociedad autoregulada.

Por su parte, se puede pensar la noción de subalternidad a partir de que se entiende cómo se establece la subordinación y la dominación específi ca bajo la hegemonía. Este concepto nos permite entender que en diferentes tiempos y momentos histó-ricos se generan relaciones de subordinación ideológico-cultu-ral y político que van más allá de la explotación y la relación

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capital-trabajo y abarcan el conjunto de las formas de domi-nación histórica y sus expresiones espaciales y temporales. El planteamiento de Gramsci permite evaluar todos los ámbitos y planos de la vida social así como problematizar las formas en que la hegemonía se desarrolla y se impone a veces de manera velada y otras abierta.

Los subalternos invocan, además de al proletariado, al con-junto de explotados y gobernados que contribuirán con estrate-gias diferenciadas a combatir la hegemonía imperante, toman-do en cuenta que el proletariado desempeña un papel central aunque no agota todo el ámbito de lo popular. En otras pala-bras, en Gramsci está presente la idea de la construcción de un proyecto político amplio que logre convertirse en dirección consciente del proletariado y de los trabajadores en sentido am-plio, en movimiento y programa del conjunto de sectores explo-tados y gobernados. El intelectual colectivo orgánicamente vin-culado al movimiento político —el partido político en términos de Gramsci— tiene un papel central en suscitar y organizar ese proyecto.

¿Cuáles son las condiciones que permiten a los subalternos la construcción de una voluntad popular para conformar un proyecto contrahegemónico?

La historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica […] Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos dominantes, aun cuando se revelan y su-blevan: sólo la victoria permanente rompe, y no inmediatamente, la subordinación. En realidad, aun cuando aparecen triunfantes, los grupos subalternos están sólo en estado de defensa activa (C25, § 2).

Al analizar la formación de los grupos subalternos, Gramsci plantea lo siguiente en sus notas metodológicas:

Las clases subalternas, por definición, no están unificadas y no pueden unificarse mientras no puedan convertirse en Estado:

Su historia, por lo tanto, está entrelazada con la de la sociedad civil, es una función disgregada y discontinua de la historia de

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la sociedad civil y, por este medio, de la historia de los Estados o grupos de Estados (C25, § 5).

De lo anterior se deriva todo un programa de investigación:

Es preciso estudiar 1) la formación objetiva de los grupos socia-les subalternos a través del desarrollo y las transformaciones que tienen lugar en el mundo de la producción económica, su difusión cuantitativa y su origen en grupos sociales preexistentes, de los cuales conservan durante cierto tiempo la mentalidad, la ideología y los fines; 2) su adhesió n activa o pasiva a las formaciones polí ticas dominantes, los intentos de influir en los programas de estas for-maciones para imponer reivindicaciones propias y las consecuen-cias que tales intentos tienen en la determinació n de procesos de descomposició n y de renovació n o de neoformación; 3) el nacimien-to de partidos nuevos de los grupos dominantes para mantener el consenso y el control de los grupos subalternos; 4) las formaciones propias de los grupos subalternos para reivindicaciones de carácter restringido y parcial; 5) las nuevas formaciones que afirman la au-tonomía de los grupos subalternos pero en los viejos cuadros; 6) las formaciones que afirman la autonomía integral, etcé tera (C25, § 5).

Gramsci se pregunta por la posibilidad de superación de la subalternidad y sus caminos. Uno de ellos es la conquista de la autonomía a partir de que el movimiento político de los subal-ternos comprenda cómo está estructurado el aparado hegemó-nico y las diversas dimensiones de la hegemonía, lo que conlle-va identifi car con claridad los diversos proyectos políticos en confrontación, es decir, el proyecto político del que son presa.

El intelectual colectivo —para Gramsci el príncipe moder-no— tiene una función primordial en la construcción de una sociedad regulada. Ejerce su infl uencia para promover el desa-rrollo de una nueva fuerza histórico-política y para modifi car las relaciones de fuerzas. Para Gramsci, el análisis de la rea-lidad del nuevo príncipe y su papel en la organización de los subalternos aporta elementos fundamentales para impulsar la constitución de una fuerza histórico-política en el ámbito de la gran política. El intelectual colectivo vinculado orgánicamente al movimiento político, en el marco de la confrontación hegemó-

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nica, plantea también la posibilidad de pensar una concepción distinta de partido y, con ésta, una sociedad regulada para lo cual se requiere conocer profundamente el poder, las formas en que se conjugan dominación y consenso y las relaciones socia-les estatales e intraestatales que acompañan a la hegemonía imperante.

Gramsci señala la necesidad de diferenciar entre el concepto de Estado-clase y el de sociedad regulada. Esta última conlleva un desarrollo político de la sociedad civil que implica el término del Estado integral y la potencialización de una autonomía que permite que la sociedad se autorregule y en la cual la igualdad política exista a la par de la económica en el marco de una so-ciedad múltiple y diversa no fundamentada en la explotación de una clase (C6, § 12).

La sociedad regulada implica cambios profundos en la confi -guración de la vida social lo que involucra luchas agudas entre las fuerzas existentes. En esta situación la cuestión de la direc-ción política se vuelve una problemática central para desterrar las relaciones de dominación. El objetivo de la lucha principal radica en crear el poder del trabajo social en la sociedad civil y una visión política que conlleve una dirección colectiva emanci-padora, autónoma y crítica.

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Gramsci: la otra política. Descifrando y debatiendo los Cuadernos de la Cárcel, de Lucio Oliver, responsable, se terminó de imprimir en los talleres de Impresio-nes y Acabados Finos Amatl, S. A. de C. V. Fray Juan de Torquemada 108, Colonia Algarín, México, D. F., en ene-ro de 2013. Se tiraron 1000 ejemplares. La edición estuvo al cuidado de David Moreno Soto. Formación de originales: Casa Prieto Servicios Editoriales.

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