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El Muriaga y otros relatos Osvaldo Lezama

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El Muriaga y otros relatosOsvaldo Lezama

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Imagen de cubierta: La murga de la juventud. Archivo G. Lezama. Diseño de cubierta: Fernando Zabala.Diagramación: Forma Estudio

Impreso en Tradinco, octubre de 2011.

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Osvaldo Lezama

El Muriaga y otros relatos

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“Gracias a la vida, que me ha dado tanto.Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,

así yo distingo dicha de quebranto, los dos materiales que forman mi canto,

y el canto de ustedes que es mismo canto,y el canto de todos que es mi propio canto.”

Violeta Parra

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A MAnErA DE PróLoGo

Estos relatos fueron escritos entre 1966 y 1971. Los leímos en el exilio y no sabemos si el autor tenía, realmente, la intención de publicarlos. Pese a ello, después de conversar con familiares y ami-gos resolvimos editarlos como un homenaje póstumo al narrador.

Cuando los releíamos, lo recordabamos recitando a olinto: “Yo soy más, mucho más de Rivera/ que el Cerro del Marco./Soy amigo del Puente da Raça/ y lo mismo de Paso de Castro/ Me doy bien con la Piedra Furada/ con la calle Brasil tengo tratos/ y citas nocturnas…”; “…en mis tiempos de alegre muchacho/ hice más de un tirito a la taba/ y jugué mis partidas al sapo…”; “Conocí a Juan Barullo de cerca/ intimé con Ciriaco/ y la negra María das Dores/ enseñóme a benzer el quebranto.”

Algunos de los personajes evocados por el poeta aparecen en estos relatos, a los que se hicieron contadas modificaciones en su sintaxis respetando, fielmente, el texto de los mismos.

Finalizada la tarea de selección, corrección y armado, hemos resuelto anexar fotografías, copias de volantes, afiches, listas, etc. que permitan al lector ubicar al relator en el contexto social y político de sus narraciones.

Esta publicación no habría sido posible si no hubiera contado con el apoyo y la intervención, fuere en la lectura crítica de los rela-tos, en la búsqueda de documentos y fotos y en la composición de los textos, de mi compañera Marina Cardozo, mi hermana Leonor Amanda, mis hijos Felipe y rafael, mi prima Beatriz Pintos, mi compañero de utopías Fernando Zabala y Enrique Zabala y Javier Enciso, pacientes asesores gráficos.

A ellos mi agradecimiento.Grauert Lezama Pintos

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FLor DE PAyADA

Más de una vez hemos oído contar que Quevedo, sin precisar si se trataba de don Francisco de Quevedo y Villegas el insigne escritor español, pero suponemos que sí ya que éste fue también famoso por su poesía festiva y satírica, encontrándose en la Corte participando de una recepción real al saludar a la reina, que era renga, le envió una ofrenda floral acompañada de una tarjeta con una frase rimada que señalaba el defecto físico de la soberana. Quevedo habría, cruelmente, escrito: “¡Entre el clavel y la rosa, su Majestad escoja!”

Haya o no ocurrido lo narrado, podemos asegurar que allá por principios de siglo, para ser más precisos en 1902, el Teniente Alcalde don Francisco de Mello y el payador don Tomás Pérez y Vignoli protagonizaron una singular payada, en la que éste último recurrió a frases rimadas para encubrir su ironía. De la misma forma que Quevedo al saludar a la reina.

Los hechos fueron estos: el citado funcionario judicial, de contextura baja y rechoncho, se ofendía tremendamente cuando, en su presencia sobre todo, se le endilgaba el mote de “Chico-Toco”1. reaccionaba entonces en forma airada, amenazando con sanciones legales a quienes le encajaban el mote.

La payada o poético lance ocurrió en el almacén de don Pedro Cardillac, ubicado en la esquina de Sarandí y Florencio Sánchez, donde actualmente funciona la Sociedad de Fomento rural. El día del suceso que narramos quizás fue un domingo o un feriado en horas matutinas. Al pasar por la acera frente al comercio el Teniente Alcalde, uno de los contertulios, desde adentro, le grita “Chico-Toco!”. Dándose por aludido, éste se detiene, gira sobre sí mismo y, en voz alta, responde:

1 Del portugués: cepa, parte del tronco de una planta inmediata a la raíz.

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“Teniente Alcalde afamao,yo soy Francisco de Mello;a mi nombre han difamao,porque sé cumplir con celo.

Está bien que me llamen Chicoque es mi nombre familiar,pero ¡Toco! no permito,y no lo voy a tolerar!

Sepan pues los concurrentes,que aunque chiquito me ven,que si me llaman Tocohe de aplicarles la Ley.”

Entonces hace su aparición don Tomás Pérez y Vignoli que también se hallaba en el almacén, payador de fama, oriundo de Montevideo, quien pulsa su guitarra y canta con versos repen-tistas2:

“Forastero en este pago,tengo el altísimo honorde saludar al Alcalde,honra de ésta población.yo me llamo Tomás Pérez,la guitarra se tocar;como desde chico tocohoy de viejo toco más.

2 Versos recopilados por el poeta Agustín r.Bisio. nuestra versión recoge la tradición oral de algunos contemporáneos de los protagonistas.

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Puede mandar don Francisco,que también sé improvisar;diga si le gusta el canto,pues sino, toco nomás”.

El Teniente Alcalde que no era ningún negado tuvo, en esa magna ocasión, que tascar el freno y quedarse en silencio. La pi-caresca improvisación de Pérez y Vignoli quien, reiteradamente, le endilgó el “toco” que tanto fastidiaba a don Francisco de Mello, no le permitió pronunciar su acostumbrada admonición y ame-naza de “aplicar todo el peso de la ley” a sus presuntos ofensores.

Desconocemos los detalles finales de este torneo oratorio, y nada podemos agregar a payada tan sabrosa, cuyo “vuelo lírico” es de incuestionable jerarquía y aún perdura en la memoria de muchos veteranos riverenses.

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El autor mateando, en una pausa durante la construcción de la Represa de OSE en la Cu-chilla Negra.

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Un HoMBrE

Se ha dicho, no recordamos quien, que “…la primera función del hombre, es ser hombre” o que el primer oficio del hombre es ser hombre.” Función u oficio, vienen a ser lo mismo. Sin reservas, compartimos ambas definiciones. Con una sola aclaración: son un acierto con algo de dogmatismo.

Sumar algún calificativo o adjetivo a esa definición, por ejem-plo: un hombre entero, un hombre cabal, un hombre en toda la acepción del vocablo, todo un hombre, etc. sería caer en redun-dancias.

Para nosotros, un hombre fue el coronel Don Eduardo La-meira a quien conocimos en nuestra adolescencia riverense.

A través de una pátina pertinaz e implacable, los años idos deterioran y envuelven en su bruma acontecimientos que, cuando ocurrieron, creímos trascendentes unos, pequeños otros y que, con el correr del tiempo, ahora no son ni lo uno ni lo otro. Pero los que narramos, vividos en su mayoría, otros que nos contaron, sirven para rescatar con todos sus perfiles, la estampa del varón que ob-viamente, por la diferencia de edades, no tratamos en profundidad.

El coronel Lameira era de mediana estatura, de cabello largo y blanco, con ojos de mirada noble y un empaque cordial. Ca-balgaba con natural prestancia su caballo criollo, vestido con un atuendo donde se destacaba, sobre el ámbar oscuro de su liviano poncho, el pañuelo blanco o negro de uso continuado.

Por relatos de mi padre y sus amigos podemos decir que fes-tejaba, con una sonrisa, las bromas de buena ley, una nota amena o alguna feliz reminiscencia. En reuniones familiares y cuando se armaba alguna guitarreada, pedía la bolada y se largaba con una vidalita que repetía a menudo: “Aparicio y Lamas, vidalita/ y Acevedo Díaz, son los tres luceros, vidalita/ de la Patria mia”.

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Don Eduardo Lameira era un coronel de la vieja estirpe. ofi-cial destacado en las fuerzas de Aparicio Saravia, junto a quien se batió muchas veces. En 1904,en Paso del Parque del Daymán, -una batalla sangrienta donde fueron derrotados los blancos-, estuvo derrochando coraje en las primeras filas del combate. En Masoller, donde cayó “El Aguila del Cordobés”, también combatió Lameira.

Cuando lo conocimos, es decir: desde donde arrancan nuestros recuerdos, la ciudad de Santana do Livramento estaba a merced de una familia feudal, de horca y cuchillo. Todos sus integrantes tenían en su haber una siniestra lista de asesinatos, perpetrados con la ayuda de “capangas” provenientes de distintos lugares, del norte y del sur de Brasil.3

Uno de aquellos señores, dueños de tierras y vidas, no sólo en Brasil sino también en suelo uruguayo hasta donde, cruzando la frontera, llegaban en sus tropelías, se llamaba Saturnino y era sobrino del Prefecto de Livramento.

Un día, con ventajas en el terreno y en las armas, con varios guardaespaldas, este sujeto maltrató de palabra a un familiar del coronel Lameira. El agredido mantuvo reserva de lo ocurrido, esperando, sin duda alguna, otro encuentro con ventajas y des-ventajas parejas para ir a un definitivo ajuste de cuentas.

Pero la incidencia trascendió y se enteró el Coronel. En-tonces, sin perder su habitual estilo de vida, una tarde orientó su

3 Fueron frecuentes las invasiones al territorio oriental de militares y civiles armados brasileños, durante los siglos XIX y XX. Por ejemplo: el 1º de noviembre de 1903, en un tiroteo entre soldados brasileños y policías riverenses muere un soldado brasileño y es detenido un hermano del Prefecto de Livramento. Los jefes de los regimientos 1º y 5º de Caballería brasileros al mando de sus tropas (unos 400 hombres) avanzan hacia rivera para rescatar a los presos y se produce un tiroteo con soldados de la Guardia Urbana. El “Episodio de Las Campanas” determinó que el Gobierno de Batlle y ordóñez enviara dos regimientos como medida precautoria en defensa de la soberanía nacional. El Partido nacional, responsable de la Jefatura Política y Policial del departamento fronterizo, exigió el retiro de las tropas pero Batlle mantuvo su decisión y los blancos se alzaron en armas.

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caballo hacia el norte y cruzó la frontera buscando la Prefectura de Livramento. Al llegar se apeó, enlazó las riendas en la rama de un jacaranda4 y entró en el edificio. Su cara no expresaba ningún cambio anímico. Iba en busca del jerarca cuyas funciones oficiales equivalían, simultáneamente, a Prefecto y Jefe de Policía. Las otras, de capitán del clan y caudillo omnímodo, se las arrogaba él con la complacencia de unos y la cobardía de muchos.

Cuando un funcionario intentó detenerlo, balbuceando un: “¿qué desea?” –“Lo que deseo no es con usted”, dijo el Coronel Lameira, siguiendo por el pasillo y franqueando la puerta del des-pacho del Prefecto sin anunciarse. Este, sorprendido y no menos alarmado, pues conocía y sabía los puntos que calzaba su ines-perado visitante, tartajeó un “¿qué pasa?” –“Pasa”: -le contestó el Coronel- entrando en el terreno indiferencial del tuteo, (no cabía un tratamiento de usted o circunspecto en aquel momento), “que conociéndoles no tenía que sorprenderme ningún tipo de canalla-da de ustedes y sé que vos y tus parientes sean Flores o Fernández, solo han sido, son y serán asesinos de la especie más ordinaria. De los que mandan matar a la gente decente, a quienes les repugna transar con ustedes, y que ni vos ni tu forajida parentela se animan a enfrentar y asesinar por mano propia!”

El aminalado Prefecto, nervioso y desencajado, sólo atinó a decir: “Pero amigo, escúcheme, escúcheme amigo…”; -“¿amigo?, rebatió el Coronel Lameira, -“ustedes no tienen amigos; más de uno que confió en ustedes fue asesinado. Por envidia o por celos. Los hermanos Pereira de Souza, a quienes ustedes temían, fueron asesinados desde las sombras cuando se retiraban a la noche de un club social; mi compatriota Abel Carballo, lo mataron por la espalda tu sobrino Saturnino y sus capangas; otro, asesinado por tu hermano a mansalva y con alevosía, fue el funcionario Juan Agui-rre… Pero para que seguir con esta macabra lista que vos conoces mejor que yo. Hoy vine porque Saturnino con sus capangas, como

4 Arbol americano de flores azules, cultivado en parques y jardines.

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es su estilo, ofendió a un familiar mío que no pudo reaccionar por estar desarmado y solo frente a los seis u ocho bandidos que acompañaban a tu sobrino. no sé si estás enterado de este asunto, pero es difícil que lo ignores. Porque vos sos el jefe de esa morralla y vengo a pelearte. Estoy, como ves, solo. Te convido a salir hasta la plaza y allí arreglaremos las cosas!”.

Un largo rato esperó el Coronel Lameira, parado frente al Prefecto en su despacho. Pero éste permaneció mudo, anonadado.

“¿Así que no peleas? Entonces me voy. ¡Pero no te olvides que te hago responsable, si atacan a mi pariente!”

De lo narrado, no hubieron testigos oculares. Pero si testigos “audibles” que hicieron de auditorio con las orejas pegadas a las puertas del despacho del Prefecto.

Los mismos que esa noche contaban, en ruedas de café, como el Coronel Lameira “le metió pechera” al brasilero, con paso sereno y firme salió de la Prefectura, desató el caballo, montó, se acomodó el poncho y silbando una vidalita, al trote regresó a rivera.

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LAS AnDAnZAS DEL Dr. TUrEnA

Las andanzas y aventuras en rivera del Dr. José Pedro Turena, fueron muchas y de muy variada índole aunque, todas, matizadas con similares gradaciones. La mayoría, o la casi totalidad, con un desenlace de humor gris, que unos cuantos incautos aceptaban y aplaudían proclamándole defensor de los pobres. En cambio, esta-ban los que de lejos avizoraron que al Dr. Turena algo le “patinaba en la sesera” y, finalmente, otros que reían de sus ocurrencias que calificaban de payasadas.

Don Pedro decía ser abogado y doctorado en Francia. En la Sorbona de París. Si así fue, lo que no estaba confirmado, vaya la gracia que le habría producido a roberto de Sorbón, fundador de la famosa universidad, las engañifas, gansadas y barrabasadas del Dr. Turena. Pero eso no podía ocurrir de forma alguna, ya que el francés vivió y murió en el siglo XIII y el uruguayo anduvo penando y haciendo penar a mucha gente, en el siglo XX.

rivera ejercía una gran atracción sobre el Dr. Turena o éste personaje suponía, pese a su no bien equilibrado caletre, que sus pobladores eran todos tontos y se prestaban a tomar en serio su delirio de trasnochada prosopopeya.

Indudablemente habríamos muchos zonzos pero, también, estaban los que no lo eran, los que desde la primer visita del Dr. Turena a la septentrional ciudad uruguaya, supieron “calibrar” sus devaneos tan cargados de oropeles.

obviamente no vamos a narrar todos los hechos que protago-nizó el abogado de la Sorbona. Fueron muchos, algunos, los menos, pintorescos y otros con un final tragicómico, sin faltar los que casi terminan en noticia muy a propósito para la crónica roja. Los su-cesos en que intervino, ocurrieron en las décadas del 20 y del 30.5

5 1920/1930

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Tal vez el primero, que tuvo ribetes de irreverente comicidad, se produjo cuando el Directorio del Partido nacional, acompañado de un nutrido grupo de conspicuos integrantes de esa colectividad política, se trasladó a rivera y de allí a territorio brasileño, con el fin de transportar a Montevideo los restos de Aparicio Saravia, que estaban en campos de la familia Pereira de Souza, en el municipio de Santa Ana do Livramento.

Cuando se iba a iniciar la ceremonia del caso, solemne y patética, sin que nadie lo esperara, sorpresivamente, el Dr. Turena comienza a hablar en un tono profundamente grave, imprimiendo a sus palabras singular énfasis, rematando su perorata con una enérgica exhortación, casi conminatoria, a que los presentes se pusieran de rodillas ante los restos del gran caudillo.

El terreno era un barrial, pues durante varios días y hasta la víspera había llovido copiosamente.

Durante breves instantes los asistentes vacilaron, pero no tuvieron otra opción que arrodillarse sobre el lodo cuando, con vo-zarrón de trueno, el Dr. Turena reiteró su imperativa arenga. Hasta aquí el asunto, después de todo, estuvo revestido de un homenaje de justicia póstuma, teniendo en cuanta, entre otras motivacio-nes, la veneración de aquellos ciudadanos al “Águila del Cordo-bés”. Pero lo que les disgustó con razón, fue que el abogado de la Sorbona no se arrodilló, permaneciendo de pie, con la tramposa excusa de continuar ocupando la tribuna que él improvisó por su única cuenta y en, consecuencia, no se embarró los pantalones. Inolvidable jugarreta para los que allí estuvieron presentes.

Tiempo después, fue profusamente distribuido en las zonas suburbanas de la ciudad de rivera un volante anunciando que, en determinado día y a tal hora, se llevaría a cabo en la Iglesia un gran reparto de víveres y ropas entre los pobres. ni que hablar que en la fecha señalada, frente a la parroquia, se congregaron más de un millar de personas, animadas de una impaciencia esperanzada, esperando que empezara el reparto.

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A todo esto, el que menos enterado estaba de tan caritativa cita era el Cura Párroco. Grande fue su desazón cuando el sacristán le avisó lo que estaba ocurriendo y le entregó uno de los volantes del caso. Desprevenido ante tal acontecimiento, solo le quedó el recurso de salir y hablar con aquella gente que empezaba a voci-ferar con palabras en las que ya apuntaba la ira.

El sacerdote merced a su bien ganada fama de piadoso, dota-do de una generosidad por todos reconocida, -sin excluir a los no adeptos a su religión-, logró calmar a la multitud y convencerla de que había sido engañada. Finalmente, no sin que el Párroco dejara bien aclarado que tanto los concurrentes como él, fueron víctimas del ocio o mala fe de algún “desdichado”, todos se retiraron en orden. Más tarde, cuando se enteró quien había sido el autor de la maniobra, entre apenado y enojado, tuvo ganas, si hubiera tenido facultades, de aplicarle la excomunión.

nosotros, que conocimos a ese sacerdote, sabemos que, aún pudiendo, no hubiera sancionado tan gravemente al inculpado, a quien perdonó casi enseguida.¿y quien otro, sino el nunca bien ponderado Dr. Turena, podía ser el autor de tamaño desaguisado?

Pero, prosigamos con las andanzas de nuestro personaje.El letrado de la Sorbona proclamaba, a todos los vientos y

a cada instante, su patriotismo y su religiosidad. Cantaba loas a Artigas, Lavalleja y oribe, (a rivera no lo mencionaba nunca); afirmaba, y reafirmaba, que era un fiel creyente de la doctrina sustentada por “su” Santa Madre Iglesia Apostólica romana. Esto último, al parecer, era el motivo de sus frecuentes visitas a iglesias, casas parroquiales, monasterios y colegios católicos.

Transcurridos unos meses del “reparto de víveres” en la Parroquia de rivera, que fraguó su delirante “sesera”, hizo una prolongada incursión por el Estado de río Grande del Sur. Una gira que abarcó diversas ciudades. Entre ellas, San Gabriel en la que, cumpliendo su inveterada costumbre, visitó la Iglesia Matriz. Prolongada fue la visita y la charla. y entre los muchos temas de la conversación, con seguridad teología en primer término, uno de

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los presentes refiriéndose a las frecuentes revoluciones que ensan-grentaron aquél Estado recordó que, precisamente en fecha muy próxima, se cumpliría el aniversario de una cruenta batalla librada durante la rebelión del año 1923. Toma entonces la palabra el Dr. Turena, quien tocado en su “amor por el prójimo” y en su religio-sidad, la que seguramente le hacía temer por los muertos, entre los que habría contritos arrepentidos, pero muchos más impenitentes, que habían perdido la viva en esa batalla, dispuso que incontinenti se celebrara en aquel templo un funeral solemne por el alma de los caídos no sólo en tan sangrienta batalla sino, también, por todos los que perecieron en la contienda fratricida de 1923.

El Párroco le manifestó que mucho le apenaba establecer, en ese momento, que llevar a cabo la muy cristiana iniciativa del Dr. Turena presentaba obstáculos casi insalvables, por no decir insuperables, ya que para oficiar un funeral solemne, tanto en aquella iglesia como en las otras del municipio de San Gabriel, no se contaban con los sacerdotes indispensables que, a tales efectos, se ajustaran al rito y liturgia a que obligan las leyes inviolables que consignan los textos de los sagrados cánones y demás disposicio-nes eclesiásticas.

Como no podría ser de otra manera, contraatacó el abogado visitante quien, fiel a su ortodoxo verbalismo, afirmó categórica-mente que los gastos originados por el traslado de los sacerdotes de otros municipios, implícitamente: costos de pasajes, estadía, estipendio que les correspondiera según el arancel eclesiástico, imprevistos, etc., -más una remuneración extraordinaria en la que, desde luego y acrecentada, estaría comprendido el Párroco-, así como lo que se invirtiera en ornamentar el templo, lo que se abo-nara al organista y cantores del coro, en fin, todo, absolutamente todo, sería costeado de su peculio.

Durante largo rato el Presbítero se mantuvo firme en su po-sición pero, finalmente, sus “defensas fueron abatidas” por la tenaz verbosidad de aquella alma tan piadosa, y acabado exponente de un cristianismo auténtico puro, como era el Dr. Turena.

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y en la fecha preestablecida, se celebró el solemne funeral cumpliéndose, estrictamente, con el ritual. Participaron de la ce-remonia, sacerdotes de otros municipios quienes especialmente, y a tales efectos, viajaron a la ciudad de San Gabriel.

Quien no estuvo presente en tan pomposo acto, pues la noche anterior se había ausentado de la referida ciudad brasileña, fue el Dr. Turena. ¿Huyó o fue mera coincidencia su alejamiento? Vaya uno a saberlo, pero la cuestión fue que el Párroco tuvo que hacer frente a todos los gastos que totalizaron una importante suma de contos de reis.6

Consumada semejante indelicadeza, que evidentemente tuvo visos de sacrílega estafa, el abogado de marras hizo su aparición en otra ciudad del citado Estado brasileño: en Santa Ana do Livra-mento. Allí, cumpliendo su invariable costumbre, hizo una visita al Colegio de las Hermanas Teresianas quienes, en aquella época, luchaban denodadamente en conseguir recursos para llevar ade-lante la construcción del edificio asiento del Colegio, cuyas obras estaban paralizadas por falta de numerario.

Situación muy propicia para que inmediatamente el ilustre visitante, con el gesto de gran señor que le era peculiar, expresara a la Hermana Superiora que podía estar tranquila ya que el problema aludido, que tanto afligía a la congregación, desde aquel momento estaba resuelto. Sólo faltaba que le informara el monto total de lo que necesitaban para la terminación del edificio. Bastaba que le dijeran las cifras, aumentadas prudentemente para los imprevistos, que él, al día siguiente o más tardar dos fechas después, donaría en efectivo el dinero necesario para finiquitar la obra de referencia. Para ello, sólo tendría que concurrir a la Sucursal del BroU en rivera y llenar los requisitos pertinentes.

A la Hermana Superiora y demás compañeras, al oír pro-mesa de tal magnitud, casi les da un soponcio. Pero prontamente reaccionaron y, muy lúcidas por cierto, suplicaron al Dr. Turena

6 Moneda brasileña.

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repitiera su promesa ya que, a ellas siervas de Dios, les parecía un sueño milagroso. y, por supuesto, el ofrecimiento fue ratificado.

La donación, tan hermosamente promisoria para las Herma-nas Teresianas, ese día las dejó extáticas y las indujo a quebrantar la norma que les prohibía compartir la mesa con personas del otro sexo.

Entonces, Turena fue invitado a almorzar, -se nos ocurre un menú extraordinario-, en el refectorio del citado colegio.

y fue tanta la alegría de las Hermanas que, cuando se hubo retirado el visitante, la Superiora se comunicó telefónicamente con el Párroco de la Iglesia de rivera a quien participó tan maravillosa novedad, agregando que estaba segura que todo era obra de Dios. Sin lugar a dudas, el único capaz de realizar aquel milagro.

Cuando el Presbítero, (se trataba del mismo que fue vícti-ma cuando el reparto de víveres), oyó el nombre del mensajero milagroso, se rió a carcajadas y explicó a la asombrada Superiora quién era el personaje de la promesa y sus hazañas.

ocioso nos parece narrar, como finalizó el episodio de la promesa a las Hermanas Teresianas. Qué otra cosa podría ocurrir sino la desaparición de escena del egresado de la Sorbona que, una vez más, desmintió en los hechos su fementida fe en los preceptos de su Santa Madre Iglesia Apostólica romana.

Pero corren los días y los meses, no los años, ya que antes de transcurrir las 365 jornadas del ciclo anual tenemos nuevamente en rivera al Dr. José Pedro Turena, con su prestancia de gran señor, noble y arrogante, pronto a dispensar favores a quien quiera que fuere, pues su estirpe de hidalgo católico, apostólico, romano, no cae en las discriminaciones propias de los individuos plebeyos. Coincide su llegada a la tierra sino prometida elegida, -desde lue-go elegida- por nuestro personaje como fértil y propicia para sus “prosopopéyicas” hazañas, con un certamen “gallináceo” que ha despertado gran interés entre los granjeros de la zona.

La avicultura de raza en el departamento norteño estaba poco desarrollada, pero ello no impedía que la exposición y concurso

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que se llevarían a cabo, dejara de atraer la atención de chacareros y vecinos en general. También, como no, la presencia en el local donde se realizaría el certamen (calles Dr. Ugón y F. Sánchez) del inefable Dr. Turena.

Terminada la exposición, dictaron sus fallos los jurados. otorgaron premios, accésit, menciones y, cumpliendo lo previa-mente convenido con los expositores, procedieron a subastar las aves.

Entonces la tomó Turena. Allí estaba con su figura de pa-triarca rasurado, y ademán pontificio, presto a emitir su opinión terminante sobre cosas que no sabía pero, dicha de tal forma, que amilanaba a los no doctos presentes y nadie le rebatía.

Elogios y censuras, estas más que aquellos, dichas con engo-lada voz producían un certero impacto entre los asistentes.

no terminaba el rematador de pronunciar su elemental in-troito y ya Turena hacía su oferta. Tan excesivamente alta que nadie se atrevía a repujar. Tan generosas sus ofertas que rebasaban las esperanzas más optimistas de los interesados, procediendo el martillero, rápidamente, a bajar el mallet7 pues, con justa razón, sabía que era imposible superar semejantes posturas.

Y casi simultáneamente, podríamos decir ipso facto, aquel caballero, más impetuoso y temerario pero mucho menos hidalgo que el Señor de la Mancha, aunque tan pícaro y con menos sesos que Sancho, procedía a obsequiar las gallinas, rematadas con tanta prodigalidad, a cualquiera de los presentes -al que tuviera más cerca- sin preferencia ni discriminaciones.

y subasta va y remate viene, lógicamente llegó el momento en que todos los “plumíferos”, sin que se le escapara ningún lote, fueron adquiridos y regalados por el personaje de marras. Quien dejó contentos a todos: expositores, rematadores y, en mayor gra-do, a los agraciados con obsequios tan sorpresivos como inespe-rados. A estos últimos les duró la alegría por algún tiempo. Todo

7 Martillo

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lo contrario les ocurrió a los demás involucrados en el asunto, cuya euforia fue muy efímera. ¿De qué forma podría prolongarse su alegría, si al buscar al “benefactor” éste había desaparecido sin pagar lo que había subastado?

ni aquel día, ni nunca más, se hizo ver entre los organizado-res damnificados de la exposición de avicultura. no hubo, pues, rendición de cuentas.

Después de tan destacada performance, se ausentó de rivera por un lapso más o menos prolongado.

Pero el hombre era “volvedor” y volvió nomás, para dedicar todos sus bríos a la política, convirtiendo en cotidiana tribuna el obelisco donado por la colonia italiana que, en aquella época, esta-ba emplazado en el centro de la Plaza río Branco, (posteriormen-te fue trasladado a la Avenida Centenario esquina Lavalleja). Su oratoria se desentendía de blancos, colorados, verdes o amarillos. ¡Qué esperanza! Eso era una minucia. Apuntaba y disparaba su artillería pesada, contra la decena de pacíficos vecinos comunistas que eran todo el contingente de don Eugenio Gómez, en aquella época diputado y líder de las huestes marxistas-leninistas. En tan loable tarea el hombre de la Sorbona entraba en trance y, como un auténtico cruzado, combatía a muerte a los infieles sarracenos del marxismo que, en pleno siglo XX, tenían la bárbara osadía de atacar a la santa madre iglesia católica apostólica romana. Los combatía sin dar ni pedir cuartel.

En todos los mítines, por modestos e inofensivos que fue-ran, organizados por el minúsculo grupo bolchevique de rivera aparecía el Dr. Turena, acompañado por unos cuantos vivos, y mayor número de papanatas, dispuesto a provocar incidentes de toda índole apoyado, lógicamente, por los guardianes del orden público, apabullando, merced a esas ventajas, al reducido núcleo de sus fieros contrincantes. ¡Heresiarcas, negadores de Dios y ene-migos peligrosos de la sacrosanta patria!

Tanto se acostumbró aquel pajarraco, salido hasta ahora no sabemos de dónde, a esas pequeñas victorias, más que de plaza

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pública de feria callejera, que se engolosinó de tal forma que, de-jando de un lado a la gente de la tercera internacional, ahora la emprendía noche a noche, utilizando el obelisco ya citado, contra las autoridades comunales por el precio de la carne, cuyo mono-polio de faena y venta ejercía el Concejo Departamental.

Es tan viejo como el mundo que cuando se promueve un movimiento contra los precios de los artículos de primera nece-sidad, - y en nuestro país la carne fue y sigue siendo de primerí-simo orden en la dieta popular-, basta que alguien publicite con terquedad y porfía pertinaz todos los argumentos veraces y falaces preconizando su rebaja para que, de todos los rincones, surjan “entusiastas” adeptos de los cuales se arroga el liderazgo algún vivo con fines electoreros o de los otros.

y así ocurrió con el Dr. Turena, triunfador, por amplio margen sobre la “tremebunda y siniestra decena de los rojos”, -no de Avella-neda8, sino de la hoz y el martillo-, inofensivos vecinos de rivera.

En nuestra ya larga existencia, jamás vimos semejante des-borde de demagogia e inigualado alarde de histrionismo. Cen-tenares de mujeres y hombres lo acompañaron en su furibunda campaña, exigiendo abaratar el precio de la carne.

Lo peor no fue que Turena no pagara los capones que faenó y parte de los cuales entregó al pobrerío, (la parte del león se la llevaron los vivos que lo rodeaban), lo tremendo, que lindaba con lo canallesco, fue la esperanza de mejores días que hizo prender en el corazón de aquella gente sencilla que, a pesar de su reiterada hambre y de las mentiras también reiteradas que soportaba de distintos caudillajes, aún tenía reservas espirituales para creer las fementidas palabras de quien, por desequilibrio, aventurerismo histriónico o perfidia, jugaba con ellos como marionetas.

Hubo momentos en que el asunto tomaba un cariz grave, preñado de sordas amenazas contra concejales y componentes de

8 Por los colores del club de fútbol argentino Independiente que usa camisetas rojas.

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la Asamblea representativa9 a quienes imputaban el encarecimien-to de la carne primero, por su incapacidad y segundo, por peores pecados: por coimeros y ladrones. Calificativos dichos en la plaza pública por el Dr. Turena que, indudablemente, se extralimitaba en su oratoria “guerrera” y no medía las consecuencias que podrían acarrear sus repetidas instigaciones.

El clima se fue tornando muy tenso, en escala progresi-va, y en el pueblo ya no se hablaba de otra cosa que del choque que inevitablemente se produciría entre las huestes enardecidas y las autoridades comunales. Cuando tal estado de cosas tomó un volumen insospechado no se descartaba ni siquiera el atentado personal a los jerarcas de la comuna y a los diputados departa-mentales miembros de la Asamblea representativa. no faltaron los incidentes de menor cuantía, que presagiaban algo mucho más grande. Sin descartar una asonada. Para ello no le faltaban ganas a aquella turbamulta que, todos los días y a cada instante, se iba envalentonando con las arengas del Dr. Turena. También él con-tagiado por el virus que sembraba a diestra y siniestra.

Hasta que llegó la noche en que la Asamblea representativa, en sesión extraordinaria, como único asunto del orden día, ana-lizaría el problema del abastecimiento de la carne a la población. Tratarían en esa sesión de esclarecer, exhaustivamente, todo lo que tuviera relación con el monopolio municipal del abasto, tema que se había tornado único comentario de la calle dejando, en general, muy mal parada la reputación de los componentes de la citada Corporación.

Como era de esperar, el cuerpo comunal legislativo inició la sesión con quórum máximo, gran expectativa y un público que ocupaba totalmente la cuadra de las calle Sarandí entre Florencio Sánchez y rodó, donde hubo que cortar el tránsito de vehículos. Capitaneando ese público, el Dr. Turena que lo arengaba con al-tisonante estilo.

9 órgano comunal similar a las actuales Juntas Departamentales.

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En aquel entonces no había parlantes que informaran, a los que estaban fuera del local, la marcha de las deliberaciones y esto más enardecía a la gente que ya estaba “madura” para desman-darse. Tal cosa hubiera ocurrido, con consecuencias imprevistas, cuando el Dr. Turena, con voz de mando, ordenó imperativamente: “¡vamos!”, enderezando sus pasos hacia la puerta del local que ocupaba la Asamblea representativa. Detrás marcharon sus más fervorosos hinchas. Pero ni el letrado de la Sorbona ni sus adeptos habían tenido en cuenta que, formando una compacta barrera que abarcaba todo el frente del edificio, en aquel momento objetivo del “avance”, estaba la policía que comandaba el Comisario Jesús Vieira da Cunha, funcionario que a su corrección sumaba un valor personal a toda prueba.

El Dr. Turena no obstante su aparente desequilibrio, -siem-pre entre un plato con milanesas y otro con alambre de púas, seguro optaba por las milanesas-, pudo pensar y pensó, en el corto trayecto que lo separaba de la policía, que si no deponía sus des-plantes belicosos le iba a ir muy mal. Con decisión ultra-rápida se detuvo y volviendo la cara a sus huestes les ordenó: “¡a la plaza!”.

Fue pues, una sola frase: “Vamos a la plaza”. Así terminó aquel episodio que comenzó marcialmente y remató en una bufonada. Aquella noche, los moradores de rivera, casi unánimemente, rie-ron y rieron a mandíbula batiente.

Era de esperar que Turena se llamara a sosiego después de aquel amargo trance que hubiera amilanado al de más agallas. Pero nuestro personaje era de una pertinacia a prueba de proyectiles de cañón. En su fallida aventura de tomar por asalto el local de la Asam-blea representativa, perdió muchos admiradores. Algunos que le rodeaban de buena fe y, también, una gran mayoría de logreros10. no obstante, él, egresado de la prestigiosa Universidad de la Sorbona, sólo hizo un lapso muy corto a sus andanzas. Mientras tanto no dejaba de pasear por las calles de la ciudad su gallarda figura, llena

10 Avivados, oportunistas.

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de señorial prestancia, no oyendo y si oía no atendía, las chanzas de los infaltables irreverentes. Burlas que, lógicamente, se merecía.

no podía durar mucho la inactividad del Dr. Turena. Su inagotable dinamismo sainetero tenia que explotar de alguna forma. Sólo esperaba que se presentara una nueva oportunidad, para poner en marcha su insoportable genio. y llegó el día que tan ansiosamente esperaba. Lo que no esperaba era la contundencia con la que lo iban a golpear.

La incidencia ocurrió con marcados ribetes de humor negro. Fue, sin lugar, a dudas un gran mazaso recibido por el Dr. Turena en pleno “testuz”.

A fines de 1932, o principios de 1933, había llegado a rivera en gira política el Consejero nacional de Gobierno, Dr. Baltasar Brum. ocioso y redundante sería detenernos, aunque fuera bre-vemente, en trazar la biografía de Brum, cuya personalidad, con justicia, recogió la historia.

Sus admiradores y otros que no lo eran, pero reconocían sus quilates, se dieron cita en la plaza pública para oír la palabra del Dr. Brum. Inconfundible era el estilo oratorio del ex-Presidente de la república, ahora Consejero nacional de Gobierno. Era sobrio, elocuente y profundo.

Entre el numeroso auditorio no podía estar ausente el Dr. Turena y cuando el Dr. Brum puso punto final a su discurso y se disponía a retirarse, el letrado de la Sorbona, que no podía dejar pasar tan propicia oportunidad para dejarse oír, prácticamente tomó por asalto la tribuna y, a grito pelado exhortó al Dr. Brum a que le prestara oídos.

A las muchas virtudes que conformaban la recia figura de aquel preclaro ciudadano que fue el Dr. Brum, se sumaba una gentil tolerancia para quienes no compartían sus ideas políticas, sus credos religiosos o filosóficos. no se retiró, pese a que nada le obligaba a escuchar y “sufrir la perorata” del Dr. Turena.

Se mantuvo a pie firme mientras el docto, sabio y erudito “modelado” en la Sorbona, empezó su archiconsabido blá, blá…,

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con su fervorosa adhesión a la Santa Madre Iglesia Apostólica romana y su entrañable amor a Dios. Amor y temor; amor que le impelía ser piadoso y generoso a manos llenas para, de tal forma, salvar su alma del infierno y temor de no ser lo suficientemente merecedor de ganar el paraíso, pues siempre le parecía que se quedaba corto en sus múltiples acciones de caridad. Luego dejó el cielo y el infierno, para proseguir con su acendrado patriotismo no igualado y, mucho menos, superado por algún compatriota. Su inigualada veneración por los próceres de la independencia, así como su idolatría por el himno, la bandera y el escudo de la patria, a los que reverenciaba constantemente, rematando su chauvinismo con un panegírico al lema del escudo chileno: “Por la razón o la fuerza”.

Claro está que fue mucho más extensa la locuacidad paqui-dérmica del Dr. Turena, que se nos tornó monótona y fatua para seguirla sin que nos fatigara. no ocurrió lo mismo con el Dr. Brum quien, con verdadera abnegación, no sólo escuchó sino que, al terminar el Dr. Turena su catártico y espeso discurso, el Consejero nacional retornó a la tribuna, suponemos para no desairar a su colega doctorado en la Francia de los Luises, Versalles y Trianón, imperio del lujo, la pompa, la desaprensión, y el summun de las pasiones tremendamente desbordadas

El Dr. Brum era dueño de una incuestionable fineza de es-píritu y jamás subestimó a ninguna persona, por encumbrada o modesta que fuera, condición que hizo que rebatiera con tranquila serenidad las paparruchas que el Dr. Turena no tuvo empacho en emitir. Quizás, con la ilusoria esperanza de enmudecer a aquella extraordinaria figura tallada en fulgente granito y a quién el bronce perenne ya estaba reclamando para la inmortalidad.

Lamentablemente no existe una versión taquigráfica de las palabras de Brum. recordamos su réplica contundente porque fue la última vez que le vimos y oímos hablar en una tribuna.

Más o menos el Dr. Brum expresó (con una elocuencia que no somos capaces de traducir) lo siguiente: “…que en su casi medio

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siglo de vida, no recordaba haber hecho ningún bien de relevancia, así como ningún mal premeditado e irreparable. Pero aseguraba que si algún bien tuvo oportunidad de llevar a cabo, lo hizo por el bien mismo, sin esperar recompensa de clase alguna, ni por parte de quien había beneficiado ni calculando ganar el paraíso, en el cual no creía, como tampoco temía ir al infierno castigado por haber inferido el mal impremeditadamente. Tales premios y sanciones divinas le tenían, pues, sin cuidado y tranquila estaba su conciencia. Quería a su patria y reverenciaba a sus próceres, como cualquier uruguayo, pero sin caer en los extremos de creer-la mejor que otras “patrias”, sin subestimarla ni sobreestimarla. oía con el respeto debido al Himno nacional y con igual respeto valoraba la bandera y el escudo, pero comprendía y justificaba que compatriotas con hambre, desamparados por el Estado, sin ningún apoyo de los económicamente poderosos, concretando: los infelices, los desposeídos de pan, techo, ropa, los que nada tenían y carecían de todo, no podían conmoverse al escuchar la suprema canción de la patria y lógico era que para ellos no tuvieran ningún significado los símbolos que encarnaban la bandera y el escudo. Con referencia al lema del escudo chileno: “Por la razón o por la fuerza”, estaría siempre y en cualquier circunstancia, buena o mala, con la razón. Podría la razón ser pisoteada, avasallada, es-carnecida, negada, vilipendiada, eclipsada, todo ese daño inferido precisamente por la fuerza. Tal desgracia sólo duraría un lapso más o menos prolongado, pero no tan largo que, para siempre, impidiera su resurgimiento con mayor vigor, con una pujanza incontenible, que derrotaría a la fuerza. Mientras que la fuerza sólo tendría efímeras victorias, perecederas, hasta que finalmente sería destrozada y aniquilada por la razón. Su lema personal e íntimo y que anhelaba fuera el de todos los orientales, era “Por la fuerza de la razón”. “Distinguido colega Dr. Turena, así pienso y esa será mi posición inconmovible. Jamás transaré con la fuerza y contra ella lucharé hasta el último instante de mi existencia.”

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no fueron éstas exactamente sus palabras. Las suyas tenían la incuestionable jerarquía explícita de aquel hombre excepcional y héroe civil, que fue Baltasar Brum. Su hidalguía, superando la fatiga, le permitió, antes de dejar la tribuna saludar cordialmente a quien había promovido con su impertinencia la polémica en la Plaza río Branco de la ciudad de rivera.

El Dr. Turena intentó, histriónicamente, proseguir el debate pero el Dr. Brum se alejó modesta y majestuosamente, (aunque parezca una paradoja), recibiendo una cerrada ovación.

Al día siguiente, el jurisconsulto de la Sorbona se ausentó de rivera, a la que nunca más volvió. nadie lamentó su alejamiento.

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CErTIFICADo DE “VALor ProBADo”

Muchos países entre los cuales, en primer término, las con-sideradas grandes y civilizadas potencias, tienen la arraigada y secular institución de las condecoraciones. Materializadas en cruces, medallas veneras y otras pomposas insignias de bronce o hierro, revestidas de oro y plata, algunas engastadas con piedras preciosas, inclusive brillantes.

Cuanto afán, nerviosismo, insomnio, nos imaginamos pade-cerá más de uno para que le cuelguen en la solapa o le “enhebren” en el cuello, una de esas ostentosas expresiones de vanagloria.

Entendemos que tal institución, nacida en imperios y mo-narquías, es incompatible con el ideario republicano aunque haya, desde luego, repúblicas que las practiquen y hasta mandatarios (evidentemente sin firmes convicciones republicanas), que acep-tan y se enorgullecen de ser condecorados. Tal lo ocurrido con más de un compatriota nuestro, entre los cuales quien, además de ser gobernante de una república democrática, integra un par-tido popular y que, en reciente data, no tuvo empacho en recibir una condecoración otorgada, nada menos que, por el sangriento dictador guaraní.11

También están los que toman la cosa “pa´ la butifarra”, como el reciente caso de los “Beatles” al ser condecorados por la reina de Inglaterra. y sino vean; según la agencia UPI, en noticia publicada por los diarios de Montevideo el 24 de marzo de 1970, ocurrió lo siguiente: “Marihuana antes de la condecoración. París 23, (UPI). El “Beatle” John Lennon dijo en el curso de una entrevista, publi-cada hoy aquí, que él y otros miembros de ese conjunto musical fumaron marihuana en un lavatorio del Palacio Buckingham antes

11 Gral. Alfredo Stroessner. Dictador paraguayo desde 1954 hasta 1973. Derro-cado se asiló en Brasil

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de ser condecorados por la reina Isabel. Lennon fue preguntado por un cronista del semanario francés “L’Express” si había tomado en serio el honor y si se sintió impresionado. Según la publicación, Lennon dijo que interpretó todo el caso “como algo jocoso”.

obvio sería, entonces, establecer nuestra discrepancia con este asunto no sólo por su origen sino, también, porque no siempre los condecorados son merecedores de ello. Para este sentimien-to nuestro, republicano y demócrata, en nada han pesado otras opiniones, entre las cuales, por ejemplo, la difundida cuarteta epigramática:

“En tiempos de las bárbaras naciones,colgaban de la cruz a los ladrones,y en el siglo que llaman de las lucesdel pecho de ladrones cuelgan cruces”.

ni tampoco la interrogación de la poetisa italiana del siglo pasado, Herminia Fua-Fusinato:

“¿Por qué al hombre más torpe y majaderole conceden la cruz de caballero?”

Quizás sí hayan influido las opiniones de algunos intelectua-les sobre el fenómeno de las condecoraciones que creemos vienen al caso y transcribimos a continuación.

Por ejemplo: octavio Mirbeau, humorista francés (1848-1917), en su cuento “Escrúpulos”, escribe que un ladrón, al narrar su autobiografía expresa: “Pertenezco a un círculo aristocrático, tengo muy buenas relaciones y el gobierno recientemente me ha condecorado”.

El novelista, poeta y dramaturgo español, Don ramón del Valle Inclán (1870-1936), en su novela “Tirano Banderas”, biogra-fiando a un embajador homosexual, dice: “Don Mariano Isabel Cristino Queralt y roca de Togores, Ministro Plenipotenciario

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de su Majestad Católica en Santa Fé de Tierra Firme, Barón de Benicarlés y Caballero Maestrante, condecorado con más “lilailas que borrico cañí…”.12

otro celebrado novelista francés, roger Peyrefitte, en su libro “Los Judíos”, a propósito de condecoraciones, sostiene que “…durante el sitio de Plevna, una bomba de tiempo cayó cerca del general Skobeleff y un soldado saltó y la arrojó al albañal.” “-Me has salvado”, le dijo el general. -¿Como te llamas? -Moise ben Lévy! -¿Qué prefieres, cien rublos o la Cruz de San Jorge? -¿Qué vale la Cruz de San Jorge? -¡oh! cuatro o cinco rublos, pero confiere honor. -Pues bien, que vuestra excelencia me de noventa y cinco rublos y la Cruz de San Jorge”.

Jorge Amado, consagrado novelista brasileño, en su novela “Los viejos marineros”, cuyo protagonista central es el Comandan-te Vasco Moscoso de Aragón, Capitáo de longo curso 13, hablando de este singular personaje que se graduó de Capitán de la marina mercante sin haber navegado nunca, título que obtuvo mediante un examen ficticio, expresa: “El Capitán de Puertos Comandante George Dias nadreau, aproximóse y saludándole le dijo: -Usted está perfecto, el propio Vasco da Gama sentiría envidia si lo viese. Falta apenas una cosa para completar toda una prosapia. -¿Qué? Se alarmó Vasco. -Una condecoración, m´hijo. Una bella conde-coración. -¿no soy militar ni político, donde conseguirla? -Con-seguiremos… Sólo te costará unos cobres. ¡Pero vale la pena!´”

“El Dr. Gerónimo de Paiva, Jefe de Gabinete de la Gober-nación, se encargó de las negociaciones con el Cónsul portugués, dueño de una pastelería en la Plaza Municipal, para así hacerle sentir el interés del Gobierno en aquella honra a conferir al Co-mandante Vasco Moscoso de Aragón. -¿Pero se trata de Aragon-sito, de la firma Moscoso & Cía., al pie de la Subida a la Montaña? -Pues es el mismo, sí señor. Solamente que ahora él es Comandante

12 En dialecto: “…astucias o tretas de borricos gitanos”.13 Del portugués: Capitán de extensa ruta.

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de la Marina Mercante. -no sabía que se hubiese embarcado… -no se embarcó, pero se presentó al concurso que exige la ley. -Pues conocí mucho al abuelo, un portugués derecho, un hombre de bien. ¿y por qué su Augusta Majestad condecorará al nieto? Gerónimo golpeó la ceniza del habano y alargó el ojo cínico. -Por sus relevantes hechos marítimos. -¿Marítimos? Que yo sepa, ni siquiera se embarcó… -no embrome “seu” Fernandes, el hombre paga. Su augusta y arruinada Majestad condecora a nuestro buen Aragonsito. ¿Qué diablos quiere usted aún discutir? Invente los motivos, arregle lo encomendado por unos ricos contos de réis… y si otro pretexto no hubiere, recuerde que él se llama Vasco y Co-mandante, nieto de portugueses, casi pariente del Almirante Vasco da Gama.” Así sellóse definitivamente la gloria del Comandante Vasco Moscoso de Aragón cuando, después de algunos meses y el pago adelantado de cinco contos, su Majestad Don Carlos I, rey de Portugal y Algarves, le otorgó el grado de Caballero de la orden de Cristo, (de una antigüedad de 700 años, llegada de la época de las Cruzadas), “por su notable contribución a la apertura de nuevas rutas marítimas”.

“Con medalla y collar. ¡Cosa de ver!”. Ernest Hemingway, durante la guerra civil española, en-

tre sus crónicas escribió “Los italianos en la guerra”, de la que transcribimos un breve pasaje que dice: “No hay nada más que conocer al Mussolini de antes de subir al poder y de hacerse su leyenda. Saber que no fue ningún jabato 14 en la guerra; que no fue condecorado ni una sola vez, en un frente donde se solía condecorar a un soldado por el simple hecho de atacar cuando se ordenaba un ataque…”.

Sobre el tema nos llegó, hace unos días, “Uno de tantos, no-vela de un fracasado”, un libro del Dr. Aldo L. Ciasullo, aboga-do, diplomático y político, quien conoce en detalles los recursos apelados por casi todos los embajadores, fuere el país que fuere,

14 Grosero, soez, inculto.

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para lograr una condecoración. Sobre ello escribe Ciasullo: “…los Embajadores que lucen tantas condecoraciones, cintas y medallas, tanto collarín y banda, que deben ponérselas por turno al no haber sitio donde colgarlas. Condecoraciones que han conseguido con leves insinuaciones y frecuentes comidas…”.

Tal vez, en todo esto, lo que hay son hombres cargados de complejos de inferioridad, pensamos nosotros.

nuestro país, en buena hora, no otorga condecoraciones. Quizás al no ser una gran potencia, porque es subdesarrollado o en vías de desarrollo, por no haber alcanzado la “civilización” requerida para tales homenajes o por mantener un remanente de la dignidad de los hombres de la Patria Vieja.

Hasta la primera década del siglo pasado, teníamos otras condecoraciones. Que no se colgaban en las solapas ni se osten-taban públicamente.

Veámoslo. Había llegado el verano a rivera y si bien enero venía soleado y caluroso, había sido precedido por un diciembre frío y ventoso que obligó a los riverenses a enfundarse en sobre-todos, ponchos y otras prendas invernales aunque se vieron “va-lientes” que, en mangas de camisas o con livianas ropas de brin, desafiaron las sudestadas. Los meteorólogos aficionados, doctos en fenómenos atmosféricos, no pudieron explicar el origen de las anormalidades que hicieron descender la columna mercurial a 10 o 15 grados durante treinta días.

Pero ahora, en pleno enero, la temperatura era la de la es-tación. Los gorriones, habitantes sin apremios de desalojos o lanzamientos, volaban de plátano en plátano, que en esos años ornamentaban la calle Sarandí, y arreciaban con sus trinos ru-tinarios y monótonos que, por viejos y oídos, no concitaban la atención de nadie.

El calor superaba los 30 grados. Una mañana, alrededor de la hora 7 y 30, ingresó a la Administración de rentas -en la actualidad una Sucursal de la Dirección Gral. Impositiva-, el Teniente (r) nacianceno Frós. Iba a pagar un impuesto, quizás la contribución

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inmobiliaria. Fue atendido por el funcionario J. rodríguez y sin que sepamos el por qué, (quizás la fatiga de una noche desvela-da por el calor que afectaba a ambos o el excesivo aumento del impuesto a pagar) se generó una polémica entre el recaudador y el contribuyente. La discusión fue subiendo de tono hasta que el funcionario desafió al Tnte. (r) Frós a salir a pelear a la calle.

Pero entonces el desafiado respondió con una larga, insólita e inesperada afirmación: “Conmigo no pelea cualquiera. Tampoco aquel que se le ocurra “meter pechera” haciendo alarde de un co-raje que puede o no tener pero que, hasta ahora, nadie le conoce. Para pelear conmigo, oígame bien, tiene que poseer un certificado de valor probado”.

-“¡Qué certificado, ni que valor probado, ni que niños en-vueltos; vos vas probar tu valor ahora!”, gritó el funcionario. Don nacianceno lo miró fijo, se ajustó la golilla colorada y, sin levantar la voz, respondió: –“¡Claro que lo voy a probar, con un documento fehaciente y no con baladronadas!” Salió de la oficina yendo hasta su caballo que estaba atado a la rama de un paraíso y sacando un papel de la montura lo alcanzó a su contrincante diciéndole: “¡Lea, y lea en voz alta!”. rodríguez miró el papel sellado, amarillento por los años y, con ojos muy grandes, empezó a leer:

“El Ministro de Guerra y Marina que suscribe, CErTIFICA: que el Sargento del regimiento de Caballería nº 3, don nacianceno Fros, probó su valor en forma indubitable, con ejemplar compor-tamiento, durante todo el transcurso de la Batalla de Masoller, acción librada el día 1º del cte. mes, en el paraje del mismo nom-bre, donde fueron derrotadas las fuerzas subversivas que hicieron abandono del campo cruzando la frontera rumbo al Brasil. A todos sus efectos, extendemos el presente, en Montevideo, a los treinta días del mes de setiembre de mil novecientos cuatro.- (Fdo.) Gral. Eduardo Vázquez, Ministro”.

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El airado funcionario sacudió la cabeza y, amagando una sonrisa, devolvió el certificado a su dueño diciéndole: -“Sírvase y disculpe. ¡Fue el calor!”.

La polémica y su desenlace se incorporaron al anecdotario riverense. Pero estamos seguros, además, que Don nacianceno Fros jamás cambiaría la sobria condecoración del certificado por alguna de las que, “gratuitamente”, se otorgan por servicios presta-dos a hombres de empresas, diplomáticos, embajadores, cónsules o militares, recargadas de filigranas de oro o plata que se llevan en las solapas de chaquetas o sacos y centellean bajo las luces de los salones de organismos internacionales, cancillerías o casas de gobierno.

Pasados los años, una calle de rivera lleva su nombre.

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UnA SErEnATA DISonAnTE

Allá por 1925 y pico, cuando recién habíamos cumplido quince años, -deberíamos decir hoy con el excelso nicaragüense Félix rubén García Sarmiento15: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”-, visitábamos todos los días la “residencia” de Evergisto Acosta, en la esquina de las calles Monseñor Vera y Uruguay. Allí recibimos el espaldarazo de “hombres”, exigencia “sine qua non” del dueño de casa para ser admitidos en la misma.

Como no había nada parecido a una tizona para la ceremonia de ingreso o iniciación, el negro Acosta cumplió la misma con un escobazo suave sobre nuestra espalda. Fue un momento de intensa emotividad, rubricada con una oración de gran vuelo lírico pronunciada por nuestro padrino. otro tanto ocurrió con Fidelis Cavalheiro (nenito) y osvaldo Catalogne (Ferruja).

A las tertulias de la mansión de Monseñor Vera y Uruguay, también eran habitués Armando oriol, Dieguito Espinosa, José Ghemí (El Peje), omar Freire, el Gaucho Acosta, Belito Vieira da Cunha, el minuano Chiribao (cantor en descenso), el rochense Angel de los Santos (ex-sargento de caballería, descendiente de Francisco de los Santos, el famoso chasque, cuyo nombre reco-gió la historia de nuestra Independencia), el “doctor” Francisco Pachiarotti, el brasilero Cabellito (tuerto y revolucionario voca-cional), su primo Benjamín Cabello y otras relevantes figuras de la juventud riverense.

Cuando se barrían las piezas, y se procedía a cumplir con otros elementales preceptos de limpieza, era porque se esperaba la visita de alguna dama que podría ser Celina, Marina o Etelvina.

15 nombres y apellidos legales del poeta rubén Darío.

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Mate amargo a toda hora; tortas fritas cuando llovía; guitarra y cantos todos los días y todas las noches. naipes, siempre. En noches propicias, serenatas por extensas zonas urbanas y subur-banas de rivera.

Belito Cunha, con su empecinada inquietud, se había pro-puesto aprender a tocar el pistón (corneta de llaves) y consiguió en el Municipio que le prestaran no sólo ese instrumento musical de viento sino, también, algunos otros entre los cuales: un trombón (de varas), un helicón (bajo), etc, que pertenecieron a la desapare-cida Banda Municipal y que estaban arrumbados en el Corralón.

Convenció a Dieguito Espinosa,-que no tenía oído ni para cantar el arroz con leche (ojo: reproducimos, no plagiamos), que aprendiera a tocar el bajo. Todas las tardes Dieguito soplaba, emi-tiendo un infernal ruido, aquel aparato grandote16. Insistía con “sacar” el tango “Viejo rincón” y le pedía al Peje Ghemí, que algo se defendía, le cantara la letra; una ayuda inútil por supuesto.

Una noche que estaba transcurriendo bastante aburrida, resolvimos con el Peje y Dieguito salir de serenatas. no estaban presentes ninguno de los amigos capaces de “rascar” una guitarra, pero ello no nos arredró. Para eso estaba Dieguito con su bajo, bri-llante después de largas frotaciones con franelas y líquido pulidor. Acompañaría al Peje, que no sabía la letra de “Quemá esas cartas”, en boga entonces, pero quería aprenderla. Para eso la tenía escrita.

Saldríamos a las 20:30. Dieguito llevaría el helicón, el Peje cantaría y yo portaría un farol, imprescindible pues, aunque UTE no contribuía todavía a la oscuridad de las calles del pueblo, era necesario alumbrar el trayecto que seguiríamos.

Debemos confesar, con cierto tardío rubor, que nuestras se-renatas aunque románticas, en esencia tenían un trasfondo ma-terialista como se verá más adelante, diferenciándose, en muchos matices, de las serenatas que narra rubén Darío en su cuento “La larva” donde escribe: “…algunas veces se oían ecos de músicas

16 Instrumento musical de aire, de forma circular y gran tamaño.

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o cantos. Eran las serenatas a la manera española, las arias y ro-manzas que decían, acompañadas con la guitarra, las ternezas románticas del novio a la novia. Esto variaba desde la guitarra sola y el novio cantor, hasta el cuarteto, un piano y aún orquesta completa, que tal o cual señorito adinerado hacía sonar bajo las ventanas de la dama de sus deseos. yo tenía quince años, un ansia grande de vida y de mundo. y una de las cosas que más ambicio-naba era salir a la calle con la gente de una de esas serenatas”. “Un día supe que por la noche habría una serenata. Más aún, uno de mis amigos, tan joven como yo, asistiría a la fiesta cuyos encantos pintaba con las más tentadoras palabras”. “Logré salir a la calle, en momentos en que, a lo lejos, comenzaban a oírse los acordes de violines, flautas y violoncelos. Me consideraba un hombre. Guiado por la melodía, llegué pronto al punto donde se daba la serenata. Mientras los músicos tocaban, los concurrentes tomaban cerveza y licores. Luego, un sastre, que hacía de tenorio, entonó primero “A la luz de la pálida luna” y luego “recuerdas cuando la aurora…”.

Con Martín Echevarría, Manue-lito Gil y Juan Scaraffuni, listos para salir a una serenata. Lezama, de pie, es el 2º desde la izquierda.

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Así describe Darío las serenatas de Metapa, su ciudad natal, que se parecían muy poco, como afirmé antes, a la que estábamos abocados aquella lejana noche en nuestros pagos fronterizos.

En nuestro evento carecíamos de guitarras, violines, flautas, violoncelos y hasta de cantores. Sólo contábamos con el helicón, es decir con el descomunal bajo manejado por la inexperiente mano y la ausencia de mofletes y oído musical de Espinosa y, en el rol de cantor, de “poco posibles”, el Peje, que ni siquiera había podido memorizar su obsesiva “Quemá esas cartas”.

y con esos magros recursos nos lanzamos a la calle, pala-deando a priori el cercano éxito.

El primer homenajeado fue Isidro González, instalado con un almacén de ramos generales en la esquina de Fructuoso rive-ra y Monseñor Vera. Fijamos el lugar y a quien ofreceríamos la serenata, sabiendo que el agradecimiento de Isidro aparejaría el obsequio de, por lo menos, una botella de caña que serviría para estimularnos en nuestra romántica empresa.

y bien, iba a iniciarse la serenata y Dieguito se creyó obli-gado a afinar su instrumento. Aspirando todo el aire que podría caber en sus pulmones, soltó la primera nota… ¿nota? ¡ otra que nota! Fue un bufido que, creemos, hizo trepidar las paredes de las casas vecinas.

Empezó entonces la serenata. El Peje Ghemi hechó mano al papel con la letra de “Quemá esas cartas”; Dieguito se puso a soplar con decisión su helicón, mientras nosotros, modestamente, levantando el farol alumbrábamos el papel con el texto del tango. En algún momento, distraídos, movíamos el farol, obligando al cantor a trabucar los versos: “Quemá esas cartas donde he grabado/ solo y enfermo mi desgracia atroz/ que nadie sepa que te quiero tanto/ que nadie sepa que muriendo estoy.”

“Afirmado a los pedales”, como dicen los muchachos, el Peje repetía el final de la siempre vigente canción de Juan Pedro López, mientras Dieguito, briosamente, soplaba y soplaba el bajo.

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En el momento en que el Peje bisaba, otra vez, “que nadie sepa que muriendo estoy”, por una ventana asomó la cabeza del dueño de casa quien, con voz tronante y ademán amenazador, nos gritó: “van a morir sí, pero a patadas si no se mandan mudar enseguida!”. Uno de nosotros retrucó: “si no contribuís con una botella de caña a esta “turné”, que recién largamos, haciéndote el honor de ser el primero a quien dedicamos nuestra serenata, el Peje vuelve a cantar hasta que amanezca”.

El homenajeado cambió de tono y, de la amenaza, pasó al ruego: “Les doy la caña pero, por favor muchachos, terminen con ese bochinche”.

Pasamos por alto lo de bochinche y, previo recibo de la botella de caña, transamos. Allí nomás quemamos las naves como Cortés, (en nuestro caso las cartas de Juan Pedro López que, al fin y cabo, era lo que él suplicaba), y en forma fraternal y equitativa empeza-mos a paladear el viejo, pero siempre eficaz, ahogador de penas.

A partir de esto, y para siempre, se acabaron nuestras sere-natas.

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LEnTES y BIGoTES

Donde actualmente está el Cine Astral, (Sarandi casi Floren-cio Sánchez), estuvo el Club Artigas, una entidad social de efímera vida. Una noche se llevaba a cabo en el citado club, una asamblea general muy concurrida y no menos borrascosa. Hacía pocos días se había realizado una kermesse benéfica y se rumoreaba que un directivo, que actuó en dicho acontecimiento con funciones de tesorero, no había rendido cuenta del líquido obtenido que sería una considerable suma de pesos.

El debate acalorado, se tornaba de gran violencia sin que los socios más moderados consiguieran aplacar los ánimos. Entonces pidió la palabra don Juan Garay. Este era solamente tocayo del que realizó la segunda fundación de Buenos Aires y a quien no le unía ningún parentesco. La falta de ascendencia prócer, aunque él era proceroso, estaba compensada en nuestro Garay, por su cotidiano buen humor y su invariable cordialidad. Condiciones por las que cosechaba abundante y afectuosa amistad. otras bellas prendas espirituales poseía, sobresaliendo su fervor patriótico y su constante veneración a los héroes de nuestra independencia. Artigas, Lavalleja, rivera, sin omitir a oribe (don Juan jugaba con la casaca blanca del equipo del Cerrito), eran recordados y exaltados diariamente y con cualquier pretexto. Por ello, su soli-citud para hablar produjo expectativa y hasta suspenso entre los asambleístas.

“Señoras y señores, estimados consocios”, fueron sus prime-ras palabras. “Sigo atento el debate que viene desarrollándose y confieso que estoy alarmado, casi consternado, por la agresividad de los interventores. no justifico de manera alguna las ofensas que, no obstante veladas, se están infiriendo mutuamente. Por eso los exhorto, por los intereses impersonales de nuestra institu-ción, a que reflexionen antes de seguir el peligroso rumbo que han

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tomado. Pido que sigan el ejemplo… (aquí, como no podía ser de otra manera, asomó el entrañable sentimiento patriótico, fervoroso e irreversible de don Juan Garay), ejemplo sí, mis amigos, del héroe máximo, el General Artigas”. A esta altura el orador se vuelve de espaldas y poniéndose de frente a una biblioteca de poca altura, agita el índice señalando el retrato del vencedor de Las Piedras que, colocado encima del mueble, ornamentaba el salón de actos. Luego prosiguió:”repito, tomen ejemplo de este caballero sin miedo y sin tacha!”. Pese a haber mezclado en sus recuerdos a Artigas y al francés Pedro de Terrail, Señor de Bayardo, inconsciente de su metida de pata, don Juan, sin dejar de hablar, volvió a ponerse de frente a los asambleístas, continuando su exhortación, encendida, vibrante y llena de santas intenciones.

Fue el instante propicio que aprovechó Juan Vico, presto siempre a alguna travesura, para sustituir el retrato de Artigas por uno de rodó, intuyendo acertadamente que Garay volvería “a la carga” y señalaría el retrato con su índice reverente para el patriar-ca, pero admonitorio para sus consocios. Cuando en efecto tal cosa sucedió, el asombro se reflejó en su rostro que, de intensa palidez, pasó a un rojo violento y estallando en ira, gritó su inolvidable

En una despedida de soltero en el Club “Artigas”. Lezama es el 3º, desde la izquierda, de pie, en la 2ª fila.

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pregunta: “¿Pero se puede saber quién fue el sinvergüenza, el ca-nalla traidor que le puso lentes y bigotes a Artigas?”.

Sillas que caen, asambleístas que acompañando sus asientos también ruedan por el piso, que se incorporan rápidamente, que avanzan y retroceden pechándose, otra vez cayéndose y levantán-dose, un vocerío babilónico, todos preguntan, nadie se entiende, interrogan en vano sobre lo ocurrido, unos rien a carcajadas al borde de las lágrimas, nadie sabe nada, mientras Don Juan se desgañita impotente, queriendo explicar el ultraje y la profanación hecha al inmortal Artigas.

La loable arenga de don Juan Garay sólo consiguió una breve tregua, quebrada por la irreverencia juvenil de su tocayo Juan Vico. El dinero de la kermesse no apareció.

Poco tiempo después se extinguió la corta existencia del Club Artigas. Acontecimiento doloroso para muchos, pero en forma especial para aquel buen vecino, buen amigo, buen patriota que fue don Juan Garay, quien en la memorable asamblea que hemos contado, pudo también haber repetido otra de sus lapidarias frases:

“nunca jamás, como dijo aquél, no recuerdo, quizás, tal vez, puede ser, no sé, dijo él, no permito de manera alguna que nadie le falte el respeto al padre de los orientales”.

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JUAn BArULLo

Hasta la derrota del movimiento revolucionario de 1904, de acuerdo con el pacto de nico Pérez17, fue rivera uno de los seis departamentos en que el Jefe Político y la Policía a sus órdenes, pertenecían al Partido Blanco.

En aquella época vivió Juan Barullo. Quizás y sin quizás, el personaje típico más pintoresco de toda la historia de nuestro departamento.

no tuvimos el gusto de conocerle, ya que murió cuando con-tábamos muy pocos años de edad.

Lejos estaba aún de tener rivera aguas corrientes y servicios sanitarios, cuyas tuberías, etc, recién empezaron a ser instaladas en 1931.

Cabe señalar, que la primera barométrica llegó a rivera allá por 1911. Hasta entonces era muy importante, y suponemos bien remunerado -(a pesar de que no había leyes que ampararan a los trabajadores dedicados a tareas insalubres, ni laudos ni convenios colectivos)-, el oficio de limpiador de pozos negros, sin eufemis-mos: water closet, letrinas, excusados o retretes.

Juan Barullo fue el ejemplar más eficiente de ese gremio.Posiblemente por su ocupación, después de trabajar toda

la noche dormía por la mañana y al llegar los atardeceres la “sbornia”18 le acompañaba indefectiblemente. no era la sbornia de vino que pone alegre y hace cantar a los itálicos, sino la de

17 El 1º de marzo de 1903 asumió la Presidencia de la república, José Batlle y ordoñez. El 16 de Marzo se produce el levantamiento de Aparicio Saravia que dió lugar al Pacto de nico Pérez, firmado el 22 de ese mismo mes. Pero la paz duró poco. El 1ºde enero de 1904 los blancos comienzan sus movilizaciones. Estalla la revolución . El 10 de setiembre de 1904, muere Aparicio Saravia herido en Masoller. 18 Del italiano: borrachera.

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caña brava, la que al decir del Viejo Pancho, el pulpero misturaba con pimienta. nuestro personaje tenía alguna similitud con el del tango, ya que no bebía para olvidar ninguna traición femenina, lo hacía de puro “curda” nada más, sin descontar que sus estados etílicos tal vez borrarían el recuerdo poco fragante de su trabajo nocturno.

Juan Barullo era colorado como sangre de toro, lo que evi-denciaba su coraje en aquellos días en que la policía de rivera era, toda, del bando contrario.

Una tarde sí y la otra también se ponía una golilla roja, se ins-talaba frente a la Jefatura de Policía, ubicada en el mismo lugar en que está hoy, y durante largo rato, con su inconfundible vozarrón vivaba al Partido Colorado, al que dedicaba sus mejores loas, en tanto que denostaba al Partido Blanco y a sus próceres, no dejando nunca de enrostrarles haber “asesinado al finado Quinteros”, tra-bucando el paraje con los nombres de César Díaz, Manuel Freire, Francisco Tajes, etc, inmolados en Paso de Quinteros.

Al Capitán Etchepare, un montevideano con fama de guapo que integraba la plana mayor de la Urbana (así se denominaba la Policía Blanca), cada día le agradaba menos la presencia y actitud de Juan Barullo. nada menos que frente al cuartel general de las milicias blancas.

Tanto llegó a no gustarle el asunto que, con algunos subalter-nos de su confianza, planificó la detención del “sublevado”, -jus-tificada claro está por los agravios que le hacía a la autoridad y al partido del Capitán-, y, además, el simulacro de su “fusilamiento”.

Una tarde, el oficial blanco puso en marcha su plan. Apenas había llegado el “salvaje colorado” hasta el costado de la plaza río Branco, para iniciar su cotidiana “oratoria” contra los blancos, fue detenido y alojado en una de las celdas ubicadas al fondo de la Jefatura. De allí fue sacado al poco rato y metido en un barril re-bosante de materia fecal, ya preparado para someter al provocador al castigo ideado por el Capitán.

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Aunque parezca que existía alguna afinidad entre el “con-denado”, dado su oficio, y el contenido de la improvisada pieza de tortura, de la que emergía sólo su cabeza, no era así. Juan Barullo estaba muy desacomodado y le agradaba, muy poco o nada, el momento que estaba viviendo.

Del desagrado, pasó a la inquietud y a la alarma cuando oyó la imperativa voz de mando del Capitán Etchepare que ordenaba: “¡Presentarse el pelotón de fusilamiento!”. rápidamente se presen-taron, aproximándose a pocos metros del siniestro barril, ocho soldados que se colocaron cuatro parados y cuatro arrodillados. “Preparen armas”, ordenó el oficial, oyéndose inmediatamente el metálico sonido de los cerrojos de los fusiles; Como un tronido se oyó ordenar a Etchepare: “¡¡Apunten!”. A esta altura el “conde-nado” hizo lo único que le aconsejó el pánico: se zambulló en el ominoso líquido. Pasaron algunos segundos, no hubieron disparos y Barullo emergió. Dos o tres veces repitió el Capitán su juego de humor negro, podríamos agregar: y maloliente. Después, Juan Barullo fue sacado del barril, reintegrado a la celda y al otro día puesto en libertad.

Poco tiempo después ocurrió la batalla de Masoller que para rivera trajo, como consecuencia inmediata, la designación de un Jefe Político y de Policía del Partido Colorado. Fue nombrado don Julio Abellá y Escobar. A efectos de darle posesión del cargo, viajó desde Montevideo el Dr. Carlos Travieso.

El día que se llevaba a cabo la ceremonia del caso, mucha gente concurrió al local de la Jefatura. En instantes que hacía uso de la palabra el representante del Poder Ejecutivo y se refería a los atropellos de la Urbana, recordando el episodio de la tortura a que fuera sometido un ciudadano dentro de un barril de excre-mentos y orines, fue interrumpido. Cesó de hablar para prestar atención a quien, con fuerte y bien timbrada voz, ante el silencio expectante de la concurrencia y no menos curiosidad del orador capitalino, afirmó: “¡Doctor.., Doctor.., seu Doctor, el que comió mierda fui yo!”.

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A grito pelado, Juan Barullo reclamó su protagonismo en la narración del orador. Lo hizo con orgullo vindicativo, sin quejas ni reclamos.19

Pero, además, nuestro personaje, entonces con unos cuan-tos años encima, era un hombre muy orgulloso de su oficio. no rechazaba ofertas. Cumplía eficientemente sus tareas y no lo aco-bardaban los tamaños de los pozos a desagotar, ni donde estuvieren ubicados. Si estaban en el centro de la ciudad allí iba y si eran en el Cerro del Marco o en el del Telégrafo, también les metía latas, palas y baldes sin asco. no tenía casi competidores y, sobre todo, en las calles céntricas sus vecinos confiaban en Juan Barullo y su profesionalidad.

Pero pasaron los años, el progreso también alcanzó a rivera y aparecieron las primeras barométricas. El trabajo empezó a mer-mar para Juan Barullo quien debía competir contra las máquinas, la rapidez de sus servicios e, incluso, sus tarifas.

Una tarde de verano mientras una barométrica funcionaba a full desagotando el pozo negro de la Casa Parroquial, lindera con la Iglesia, frente a la Plaza río Branco, se atascó. El encargado de los trabajos no logró volver a hacerla funcionar y los olores del pozo negro llegaban hasta la calle Sarandi. El cura párroco, a sugerencia de un vecino, resolvió recurrir a Juan Barullo.

Lo ubicaron en el Cerro del Marco al atardecer, bastante encurdelado. De salida se negó a terminar el trabajo que había quedado a medio hacer. Tuvo que ir el cura a convencerlo.

A regañadientes, tambaleándose, bajó del cerro rumbo a la Iglesia.

Con sus baldes, palas, latas, piolas y botellas de caña, mirando desafiante al encargado de la barométrica, se arremangó la camisa y, en calzoncillos, puso “manos a la obra”. En poco más de dos horas, el pozo negro quedó vacío.

19 Juan Barullo hizo su “aclaración y precisión” al Dr. Carlos Travieso. no, según otra narraciones, al Dr. Asis Brasil, refugiado político brasileño que vivió en rivera

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Esa noche, con su ropa dominguera y un gran pañuelo colo-rado, Juan Barullo se paseó por las calles céntricas de rivera, muy feliz y a tropezones, gritando, a todo pulmón, mientras se golpeaba el pecho: “¡A baronesa se entupe20, mais Joao Barullo nâo!”.

20 Del portugués: obstruido, tapado.

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EL rEPETIDo DISCUrSo DE PABLo BAnDErA

no era un almacén. Si así le llamáramos estaríamos dando la falsa sensación de un comercio. Era un infraboliche, instalado en una casi tapera urbana, lo que poseía Pablo Bandera. Existencias: un poco de caña brasilera, idem de yerba, mucho menos de un kilo de tabaco (procedente también del país vecino) y media docena de cajas de fósforos.

Hasta allí, en compañía de otros congéneres, tan carentes de numerario como nosotros, íbamos de tarde en tarde en los días de nuestra primera juventud.

Bandera no era, precisamente, un loco. Tal vez fuera un “loco lindo”. Siempre estaba de buen humor; nunca se quejaba de nada ni de nadie, jamás lo vimos enojado ni aún cuando alguno de no-sotros, con inconsciencia juvenil, lo hacía objeto de alguna broma de mala ley. reía casi de continuo y sólo se ponía fugazmente serio al finalizar su “discurso”. Por otra parte, no lo decía con frecuencia. Sólo lo “pronunciaba” algunos anocheceres, ante nuestro insistente ruego, y en honor, casi siempre, a un nuevo cliente.

Entonces parecía que nuestro anfitrión y bolichero se ponía en trance. Con pausada voz y ajustado ademán, en esencia decía, lo que transcribimos a continuación, aclarando que no se trata de la reproducción exacta de sus palabras, pero sí de una interpretación fiel no de su pensamiento, sino de la envoltura de su oración. Así hablaba Bandera: “..rememorando la idogrecia de la empollerosa y de la hipocondria que se atraca en mi garguero y revienta jus-tamente en la pared de adentro de mi cabeza, que corre por mi espina sorzal y sale por los callos de mis pieses, les digo a ustedes, que están y no están aquí y que cuando no están quiero que estén y no puedo, no quiero ir a buscarlos para que me hagan este pe-dido.¿ De qué quieren que les hable? ¿De la estrella que todas las noches me mira y me conversa y cuando le quiero contestar, se

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esconde? ¿o quieren que les cuente el asunto de la vieja ramona que salió pariendo cuando ya era abuela? ¿que les hable de mis amores con Celeste caminando a la luz de la luna, que se apagó para siempre cuando ella se casó con el estanciero Fagundez? no, de eso no quiero hablar. Más mejor que les cuente las hazañas del flaco Herculano García, que los viernes se volvía lobisón. Pero tampoco tengo lembranza de ese asunto. Sólo me acuerdo que el Flaco murió, sigún decían, de una sincopledia cardial y, a propósito de su muerte, yo ya morí varias veces. Morí cuando la señorita Ema Bordenave, la única máistra que tuve, se volvió pa´l pueblo, dejando en el aire su perjume, que mucho tiempo estuvo metido en mis narices y junto con su aroma yo veía, de día y de noche, su cara, su pelo, sus ojos, su boca, todo su cuerpo… y morí cuando en un hoyo del camposanto pusieron a mi madre, la apretaron con tierra

El autor en el boliche de Pablo Bandera esperando a sus amigos.

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y nunca más la vide; morí muchas veces más, pero no quiero hablar más de muerte ni de nada. Si quieren que les diga un discurso, me lo piden otro día. Porque agora ya estoy sintiendo adentro mío, la elítica astrata que me güelve triste. Pronto, se acabó!”.

Ese fue siempre, palabra más palabra menos, el famoso dis-curso que le oíamos a Bandera y que rubricábamos con aplausos, alabanzas y carcajadas. Muchos años después, recordando gentes y hechos de nuestro pueblo intentamos, sin resultado, ahondar en el significado de las palabras del lejano y definitivamente ausente orador.

Cuando formábamos parte de su auditorio, sólo transitába-mos en la superficie del sentido de sus discursos. Sabíamos que “sorzal” sustituía a dorsal; que “lembranza, tomado del idioma del país vecino, era recuerdo y que “sincopledia cardial” significaba un síncope cardíaco.

¿Pero qué pensaba realmente Bandera? ¿Qué cosas pasaban por los meandros de su cerebro cuando decía: “idogrecia de la empollerosa y de la hipocondria”?, pues él no era nervioso ni me-lancólico y ¿qué pensar de “la estrella que lo miraba, conversaba y se escondía?”; de “la luna que se apagó para siempre” cuando su enamorada Celeste se casó con el estanciero; de las “varias veces que murió”; ¿que quería decir cuando hablaba de la elítica astra-ta? Quizás había oído, no leído pues no sabía leer, lo de elíptica abstracta, elíptica o abstracta…Vaya uno a saberlo.

Lo cierto es que nunca sabremos, en concreto, quien era y cómo era por dentro Pablo Bandera.

En nuestros años mozos, “un loco lindo” que nos hacía reír y que ahora, después de medio siglo de existencia, vuelve a hacernos sonreir recordando su enigmático discurso.

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PEDro GUAPo

Sin mucho esfuerzo vencimos la tentación de titular este rela-to: “Un guapo de 1935”. Teníamos el temor de aparecer plagiando al dramaturgo argentino Samuel Eichelbaum, que tituló su cono-cida obra teatral, adaptada también al cine,: “Un guapo del 900”.

no recurrimos al plagio porque la figura del guapo que traza Eichelbaum, es una ficción de los guapos rioplatenses de las postri-merías del siglo pasado, muy bien lograda, con colores y pinceles manejados magistralmente. Estas líneas cuentan, en cambio, la vida de un hombre que realmente existió.

Lo conocimos y tratamos en la década del 30 y vive radicado, ahora, en una ciudad del Estado de Guanabara (Brasil). Se llama Pedro rosell y el apodo de “Pedro Guapo”, no lo buscó ni lo hala-gaba. no era vanidoso y sus hazañas fueron espontáneas y justas, sin mayores aspavientos y siempre respondiendo a provocaciones.

Con los desvalidos y débiles, tenía un trato de igual a igual. Con los fuertes y arrogantes, que se tornaban agresivos o prepo-tentes, los reducía a pura guapeza.

Historia de guapos hemos oído muchas. Desde el que le escu-pió el vaso de caña al comisario del pueblo, guapo también; aquel que peleó solo contra todos los policías del lugar; el que se llevó enancada a la novia del matón la noche de bodas; el preso que encerraron en la jaula de la tigra, en la quinta de Máximo Santos, en la Avda. de las Instrucciones, que, con el mango aguzado de una cuchara, mató a la fiera; el que atrapó al lobisomen en Paso de la Estiba e, incluso, la del guapo que en un alarde de coraje y humor, le escupió el oído a una crucera que daba botes para todos lados…

A esos guapos, no los conocimos ni de vista.Tampoco conocimos a los guapos y valientes que aparecen a

lo largo de la historia universal. no obstante nuestro descreimiento

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no somos irreverentes y, por ende, damos por cierta la existencia de aquellos.

Como una introducción al tema, vamos a recordar lo que se cuenta respecto de algunos de los que actuaron en la “cuenca del Plata”.

Por ejemplo, el sanducero Fausto Aguilar que al lanzarse a la batalla en Coquimbo arengó a sus soldados con una frase patética, bravía y paternal: “A sacarse los ponchos muchachos, que en el otro mundo no hace frío!”.

El historiador José Ma. Fernández Saldaña, en su “Diccio-nario uruguayo de biografías”, al citar la frase de Aguilar dice que le “recuerda al griego de las Termópilas”.

Máximo Pérez, fue un caudillo de Soriano a quien nuestros historiadores no han hecho justicia. Si se refieren a él, lo hacen escuetamente y, casi siempre, subestimándole cuando es mere-cedor de otro tratamiento por su honestidad, lealtad y valentía. Su honradez surge, sin discusión, cuando manejó los dineros del Estado en el ejercicio de la Jefatura Política del departamento de Soriano. La lealtad a su Partido y a Venancio Flores, la demostró antes y después del asesinato del Jefe de la Cruzada Libertadora. Su guapeza estuvo de manifiesto, muchas veces, hasta su muerte el 4 de julio de 1882 peleando, lanza en mano, al frente de una revolución que empezó en Soriano y se cerró en Isla del Hospital, departamento de rivera.21

yamandú rodríguez, en su poema “La carga de Arbolito” escribe: “Toparon en Arbolito los Muniz con los Saravias. De un lado divisas rojas, del otro divisas blancas”… “Desde entonces en la Banda oriental, las madres bendicen a sus hijos, diciéndoles “Dios te haga guapo como Chiquito Saravia!”.

Fue grande, a su manera, Antonio Floricio Saravia cuando desafía la muerte y ésta lo abate en su famosa carga a lanza. no

21 Sólo el Prof. Guillermo Lockart, lo reivindica en su libro: “Máximo Pérez, un caudillo”.

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menos noble el poeta colorado, cuando en sus versos rinde ho-menaje al guerrillero blanco.

En otra lucha fraticida, en la tarde del 1º de setiembre de 1904, en Masoller, frente a las tropas blancas que superaban las suyas en una proporción casi de 10 a 1, el General José nemesio Escobar, Jefe de la Avanzada del Ejército gubernamental, ordena desensillar a sus hombres e inicia la batalla.22

Un historiador pone en un mismo plano las decisión del Gral. Escobar y la de Hernán Cortés, cuando quema sus naves. ¿Parti-darismo sectario, patrioterismo o exageración literaria? Creemos que no. En esencia, los riesgos de no retroceder ni embarcarse en sus naves, son los mismos para el oriental y el español. En la adversidad, si flaquearan no podrían volverse atrás…

De apellido Valiente eran cuatro hermanos “porongueros” o “trinitarios”: Agustín, Miguel, Juan Bautista y Dionisio. Todos estuvieron en la batalla de Coquimbo. Los tres citados en primer lugar, combatieron en un mismo sector del combate y encontra-ron allí la muerte. El cuarto, Dionisio, sobrevivió y al sepultar a sus hermanos, dijo: ”…entierran a los tres, porque no estábamos los cuatro”.

El caudillo riojano Angel V. Peñalosa, “El Chacho”, valiente, generoso y caballeresco, enfrentó al dictador porteño Juan Ma-nuel de rosas cuando las provincias argentinas combatían contra Buenos Aires. Fue derrotado y desterrado a Chile. regresó con 50 hombres y organizó en La rioja las fuerzas que iban a combatir contra la ciudad-puerto de Buenos Aires. Lo asesinaron el 8 de no-viembre de 1863, en el villorrio de olta, “…cosido a puñaladas en su propio lecho, mientras dormía, por un asesino que se introdujo

22 El Gral. José nemesio Escobar estaba al mando de las tropas de las avanza-das de las fuerzas gubernamentales. Depuesto por el Ministro de Guerra, Gral. Eduardo Vázquez, desacata la orden (“El general Vázquez que se vaya a la puta que lo parió!”), ordena desensillar y abre fuego sobre el ejército blanco. Después de formalizada la batalla se suma el grueso del ejército

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en su campo en el silencio de la noche; fue enseguida degollado y el asesino huyó llevándose su cabeza”, afirma José Hernández.23

Dos años antes, el 2º de setiembre de 1861, Sarmiento le había escrito a Mitre: “no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.

Un nombre que no aparece en la historia oficial de nuestro país, pero sí en la memoria popular, es el de Martín Aquino. Un individuo controvertido, quien más allá del juicio de sus contem-poráneos, no fue el único responsable del trágico camino que anduvo en vida.

Aquino, un guapo de ley, peleó y mató sin ventajas. A diferen-cia de los modernos delincuentes o pistoleros, no mató para robar y sin ventajas murió peleando. Fue el último matrero oriental.

Pero, ahora bien, volviendo a nuestro Pedro Guapo, es ne-cesario precisar que no lo encasillamos con los guapos míticos y, menos aún con los valientes que hemos rememorado.

Pedro rossel nació en Fray Bentos. De mediana estatura, ru-bio, de ojos azules, con una discreta melena ondulada, su apellido nos lleva a suponer que era de ascendencia inglesa, teniendo en cuenta que en su ciudad natal está instalado el Frigorífico Anglo, donde han trabajado muchas personas de orígen británico. Era muy atildado en el vestir y lucía trajes de colores sobrios.

En 1935 tendría entre 33 y 38 años. Portaba habitualmente un puñal, su arma preferida. Quizás por lo que dice Juan M. Ma-gallanes: “el puñal macho, seguro, mudo. no la pistola gritona, novelera”.

Una vez nos contó que cuando era adolescente trabajó en el Anglo, pero un día pasó a Gualeguaychú en la Argentina. Después siguió a Paso de los Libres y, al poco tiempo, cruzó el río Uruguay y se instaló en Uruguayana. Es entonces que trabajando en un cabaret brasileño, aprende un nuevo oficio: fichero o profesional

23 José Hernández lo llamó “El Cid Campeador riojano”.

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de ruleta. Se convirtió en un diestro clasificador y ordenador de fichas por sus valores y colores. Pero, además, aprendió a conocer directamente la heterogénea fauna del mundo nocturno.

Un día, el del descanso semanal, matando el tiempo, deam-bulando por la ciudad se topa con un mitin político. Escuchando al orador, que se autoelogiaba, oyó que éste, entre alabanzas y ala-banzas, afirmó enfáticamente: “Eu, riograndense peito de aço!”24

Este floripondio, le hizo mucha gracia a rossel quien lo grabó en su memoria

Al cabaret donde trabajaba nuestro amigo asistía, y era habi-tué, un temible caudillo, matón, amo y señor de la ciudad. Andaba siempre acompañado y protegido por una decena de paniaguados y guardaespaldas. Una noche, ante la negativa de una mujer de que se sentara y le hiciera compañía, acostumbrado a que le obedecie-ran, primero la agredió soezmente de palabras, intentando después golpearla. Fue entonces que, en forma mesurada, intervino Pedro rossel diciéndole al matón que dejara tranquila a la muchacha. Este, sorprendido de la intervención de rossel, se volvió iracundo apuntándole con el revólver. Pero mayor fue su sorpresa, que se transformó en miedo, cuando más que sentir intuyó sobre el costa-do izquierdo de su pecho la punta del puñal del fraybentino quien, socarroneamente, le decía: “…guarda el revólver, riograndense peito de aço Guardalo porque te vas a lastimar con él”. El matón enfundó su arma y se retiró, rápida y estratégicamente seguido por sus “capangas”25. Los otros parroquianos del cabaret, que temían los desmanes del matón, se solazaron en grande y uno de ellos, que se perdió en el anonimato, ofició de sacerdote rebautizando a rossel, quien, desde aquella noche y para siempre, pasó a ser “Pedro Guapo”.

nuestro personaje no anduvo por la vida, lanza en ristre con la adarga al brazo, enderezando entuertos, como el sin par

24 En portugués: ”yo, riograndense, pecho de acero.25 Guardaespaldas, cómplices.

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Caballero de la Mancha pero, en su presencia, no toleraba que se atropellara a personas humildes, desamparadas o inermes ante la prepotencia.

En Uruguayana, Pedro Guapo protagonizó otros enfrenta-mientos similares al narrado y, aunque por su intrepidez, contó siempre con la fracción del minuto que le hubiera permitido herir o matar a un rival, jamás lo hizo. Porque, precisamente, era guapo y no un asesino.

Cuando dejó esta ciudad, anduvo por otros lugares de río Grande do Sul, siempre precedido de su fama de hidalga guapeza. Un día llegó a Santa Ana do Livramento, frente a rivera, y allí siguió trabajando en la ruleta del cabaret “La Caverna”. Muchas veces, después de terminar de trabajar, concurría a la “La Galle-ga”, un centro nocturno que pese a no contar con ruleta, bacará o monte, era tan “prestigioso” como los otros de su ramo. Una de esas noches, una pareja de policías uniformados, 26 resolvió hacer un registro de armas, sometiendo a los clientes a todas clase de manoseos y vejámenes. Cuando se enfrentaron a rossel éste, serenamente, se puso de pie. Esto no lo libró de recibir el mismo trato que tuvieron los otros asistentes. Pero los policías no sabían que este hombre “no era de correr por tortas” y que, disimulando el ultraje, levantó los brazos y, cuando le palpaban la ropa, rápida-mente bajó su diestra hasta el revólver del policía, lo tomó, enca-ñonó al otro a quien intimó la entrega del arma y, sin apresurarse, empuñando en cada mano un revólver, retrocedió de espaldas hasta la salida, y ganó la calle diciéndoles, con una ancha sonrisa, a los uniformados: “riograndenses, peitos de aço, salgan a buscar sus armas!”. Hizo dos disparos al aire y, lentamente, recorrió los metros que separan y unen a Livramento y rivera. En territorio uruguayo, le explicó a un agente policial lo sucedido y le hizo entrega de los dos revólveres.

26 PP. “Pedro y Paulo”, Patrulla Militar.

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Cabe agregar, a esta altura, que Pedro Guapo sólo espetaba lo de “riograndense, peito de aço” a matones o prepotentes. Tra-taba con respeto, dispensándoles un trato cordial y amistoso, a los ciudadanos brasileños.

La noche siguiente a la incidencia que narramos, Pedro Guapo trabajaba, normalmente, en su habitual ocupación en “La Caverna”.

Podríamos extendernos narrando otros hechos, donde Pedro rossel (a) “Pedro Guapo”, fue protagonista. Pero solamente vamos a recordar dos.

El primero: una noche en “La Gruta Azul”, un restaurante de Livramento que tenía horario de corrido, estaban cenando Pedro Guapo con Dorival da Silva, un amigo riverense, cuando entró Pedruca, un individuo siniestro que en Porto Alegre había asesi-nado a tiros de carabina a cuatro personas. Como era conterráneo y correligionario del Gobernador del Estado de río Grande do Sul, lo salvaron de una condena a prisión perpetua mediante un certi-ficado médico que diagnosticó que sufría enajenaciones mentales con estallidos de violencia… Fue internado en un hospital por un corto lapso y luego liberado.

Pedruca era un ser tenebroso, de aspecto patibulario. Vestía una capa negra, tenía una larga cabellera, unas patillas enormes y usaba un sombrero de anchas alas. Todo su atuendo se sumaba a su aspecto físico. Esto fue quizás lo hizo que rossel fijara la vista en su antiestético tocayo. Ello provocó la reacción de Pedruca quien increpó a rossel, más o menos así: “¿Qué me está miran-do?”. Sonriendo, Pedro Guapo le dijo:”Te miro para elegir el lugar donde te voy a pinchar”. El asesino rápidamente, quizás porque venía con el arma empuñada debajo de su capa, extrajo el revólver y apuntando al uruguayo apretó varias veces el gatillo pero fallaron los disparos. Con igual rapidez Pedro Guapo, desenvainó el puñal, saltó sobre el matón, lo colocó sobre su pecho y, burlonamente, le preguntó: “¿Dónde querés que te lo clave, riograndense peito de aço?”, mientras hacía correr la aguzada punta del arma sobre el

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cuerpo del despavorido asesino. reiteró la pregunta varias veces, sin respuesta. Lo miró con asco y le espetó: “¡andáte, infeliz de porquería!”.

Pedruca, el “Peito de aço”, no esperó la orden por segunda vez y rajó de “La gruta Azul” mientras Pedro Guapo reía con ganas.

El segundo: está situado en un caluroso atardecer cuando junto a mis amigos Martín Echevarría, Manuelito Gil, Juan ro-drigo y Juan Scaraffuni, ante sendos vasos de chopp, rodeábamos una mesa, de las decenas que cubrían la ancha vereda del “Café Internacional” en Livramento, que estaba ese día totalmente col-mado de brasileños y uruguayos sedientos.

A una distancia de unos dos metros, en otra mesa, estaba el Prefecto de la ciudad rodeado de correligionarios y “capangas”. Este individuo era el factótum político, dueño y señor de la re-gión y los acompañantes formaban su “guardia pretoriana”. Las órdenes del jerarca municipal, con atribuciones de jefe de policía y corifeo absoluto, no se discutían y se acataban siempre. Sus se-cuaces habían implantado la ley del revólver, avasallando vidas y jueces. Eran personal a sueldo para los crímenes ordenados por el caudillo de marras.

Estábamos, entonces, en nuestra rueda picoteando diversos temas cuando llegó Pedro Guapo. Vestía, aquel tórrido atardecer, como era su estilo: un adecuado traje de lino blanco, camisa tam-bién blanca y una corbata azul con lunares rojos. nos dirigió un par de bromas,referidas al calor y las cervezas, hasta que sus ojos dieron con el Prefecto y sus acólitos. Se puso tenso, quizás recor-dando los crímenes aleves que habían cometido, y, sin aguantarse, dirigiéndose a nosotros preguntó: ”¿…no vieron por aquí a algún valiente riograndense “peito de aço?”; repitiendo la pregunta varias veces, agregando: “…de esos guapos que pelean mano a mano, siempre con una ventaja de 10 a 1, asesinos y cobardes…” y otros calificativos del mismo orden.

En la mesa vecina nadie se dio por aludido, absorbidos en una conversación que no oímos pero que sospechamos fue el

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recurso para desentenderse de las provocaciones de rossel. Poco minutos después, el Prefecto abandonó la mesa seguido de sus capangas.

nosotros creemos que se fueron con un gran alivio, quizás mayor que el nuestro que estuvimos sudando por partida doble por el calor sofocante y por lo que pudo haber sido trágico para quienes estuvimos en la línea de fuego del posible tiroteo.

El oriental y fraybentino Pedro rossell, -Pedro Guapo-, quizás se molestaría con lo narrado sobre su tránsito por tierras norteñas. Son recuerdos de un tiempo lejano narrados como un sincero homenaje al único guapo que hemos conocido sin negar, por supuesto, la existencia de otros.

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LA DESErCIon DE Un CoMBATIEnTE

orlando José Scaletti era un buen obrero carpintero, con-dición que, junto con su sangre itálica, heredó de su padre Don Francesco Scaletti, experto en trabajar maderas; tan fanático ga-ribaldino como gustador de la polenta “con pajaritos”, que acom-pañaba con repetidas dosis del tinto. La polenta saturada de tuco y el vino, áspero, astringente y copioso, aumentaban su eufórica alegría cotidiana, que sólo daba paso a raros enojos, más estri-dentes que peligrosos, cuando algún irreverente negaba al héroe de dos mundos27.

Don Francesco era capaz de tolerar hasta los agravios per-sonales, pero nunca permitió la más pequeña alusión ofensiva a su ídolo: “El león de Caprera”. Si ello sucedia, Scaletti estallaba en denuestos en italiano, tales como: “maledeto”, “figlio de una putana”, “bafanculo28” y otros calificativos de su corto, pero mor-tífero, repertorio.

Su hijo, orlando José, tenía, a su vez dos entrañables pasio-nes. “Hobbies”,como se dice ahora, que eran: dirigir murgas y la pi-rotecnia. Lo primero lo hacía desastrosamente tanto que, en lugar de alegrar, deprimía a su esmirriada audiencia en los tablados de Carnaval. La Comisión Municipal de Fiestas resolvió prohibir las actuaciones de las murgas de Scaletti adoptando una salomónica resolución: declarar sus murgas fuera de concurso, otorgarles un pergamino y establecer un premio vitalicio a conceder en cada carnaval, considerando la antigüedad y los méritos, como en el caso de los ascensos militares.

no ocurría lo mismo con su artesanía pirotécnica. En ella, maniobraba hábilmente la pólvora y los cartuchos confeccionando

27 Giuseppe (José) Garibaldi, nacido en niza el 04-07-1807. Falleció el 02-06-1981 en la isla de Caprera (Italia).28 En italiano: maldito, hijodeputa, andá a la mierda.

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bombas y cohetes de excelente calidad. Un día se compró un ca-ñoncito de utilería, que cargaba y disparaba, con estampidos en-sordecedores, cartuchos de grueso calibre. Con esa pieza de arti-llería participaba Scaletti en todas las asambleas políticas, remates, fiestas, cumpleaños, casamientos, pencas cuadreras, etc., como un acreditado y rentado técnico. Esa actividad lo llevó a reducir sus trabajos de carpintería. Empezaron, entonces, a llamarle: “El artillero”… Le gustó el nuevo sobrenombre. Con los años, sustituyó el cañoncito por un mortero.

Ahora bien, durante muchos años algunos festejos populares, entre ellos más de un Carnaval, fueron perturbados por nuestros hermanos de la vecina ciudad de Santana Ana de Livramento. Con saldos de muertos y heridos y personas a quienes les llevó mucho tiempo recuperarse de sus malos recuerdos o procesar el duelo por sus familiares muertos.

Hubieron otros hechos, ajenos a fiestas y carnavales, que alteraron también la paz de los riverenses. resultaría fatigoso mencionar todos esos incidentes, pero sí debemos incluir en esta crónica algunos de aquellos que, en nuestra opinión, fueron los más graves. Estos, en su mayoría, se sucedieron a lo largo de la consolidación de las fronteras del País.

Entre otros, podemos enumerar por ejemplo, que el 28 de abril de 1869 tropas brasileñas invadieron nuestro país llegando hasta la zona de Curticeiras, enfrentándose a soldados y civiles orientales con un saldo de numerosos muertos y heridos.

El 31 de diciembre de 1886 soldados del 18º Batallón de Infantería y del 4º de Caballería del ejército brasileño sostienen un largo tiroteo con ciudadanos orientales. no se conoce si hu-bieron víctimas. Pero, el 5 de enero de 1887, en rivera Chico, fue secuestrado el Sgto. Juan B.Barcalá, trasladado a un cuartel brasileño fue azotado, estaqueado, rapado a cuchillo y arrojado desnudo a la calle.

El 23 de agosto de 1893 el ejército brasileño ingresó a nuestro territorio persiguiendo a integrantes de las fuerzas federalistas que

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combatían en rio Grande del Sur. Los invasores se internaron más de dos leguas en territorio oriental, asaltando y saqueando viviendas de civiles desarmados que fueron secuestrados –llevados al Brasil- o degollados. El 28 de agosto, cinco días después de la in-cursión de las fuerzas brasileñas, fueron asesinados, por soldados al mando del Capitán Juan Francisco Pereira de Souza, el Guarda de Aduanas Medardo González y el Tnte. Silvestre Cardozo.

El 27 de agosto de 1897 un grupo de civiles y soldados bra-sileños, armados a guerra, asaltaron el local donde se editaba el periódico “o Canabarro”, publicado por exiliados republicanos, empastando su tipografía y destrozando la máquina impresora.

El 1º de noviembre de 1903, mientras se efectuaba la ins-talación de una campana en la Iglesia de rivera, se produce un incidente entre guardiaciviles y soldados brasileños. En la balacera muere el soldado nizan Vieira da Cruz y es detenido Gentil Gó-mez, hermano del Prefecto de Livramento, que estaba requerido como responsable del asalto a la imprenta de “o Canabarro”. Sus compañeros y compatriotas amenazaron con invadir rivera para rescatarlo. Se movilizaron 400 hombres de los regimientos 1º y 5º de Caballería, con asiento en Livramento, al mando del Cnel.Ata-liva Gómez, apostándose sobre la línea divisoria. Del lado oriental, en defensas ubicadas en las calles Sarandí, Ituzaingó y Agraciada, a dos cuadras de la frontera, se atrincheraron 80 hombres de la Guardia Urbana al mando de Carmelo L.Cabrera, Jefe Político y de Policía. Después de un tiroteo de más de una hora y ante la fuga del prisionero con su custodia, los brasileños se retiran.

El “Episodio de la Campana” determinó que el gobierno de José Batlle y ordóñez decidiera el envío de dos regimientos del Ejército, el 4º y el 5º de Caballería, como medida precautoria en defensa de la soberanía nacional. El Partido Blanco, responsable de la Jefatura Política y Policial del departamento fronterizo, exi-gió el retiro del regimiento pero Batlle mantuvo su decisión y los blancos se alzaron en armas. La revolución de 1904, liderada por

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Aparicio Saravia es historia conocida y no corresponde en esta crónica detenernos en ella.

Es interesante destacar, sin embargo, que, en la memoria y en el imaginario de los riverenses, la violencia de los hechos narrados se trasmitió de generación en generación. De una u otra forma fueron incorporados a la historia, oral y escrita, de una frontera que se definió y consolidó lentamente a mediados del siglo pasado. Ello explica el relato que sigue y los personajes del mismo.

retomando entonces nuestra narración, cuyo primer pro-tagonista fue orlando José Scaletti, debemos ir a 1935. Ese año, en febrero, en pleno carnaval, una noche los riverenses con gran derroche de serpentinas, papelitos y lanza perfumes, bailaban y “puxavam cordón” en el centro de la Plaza río Branco,(Sarandi y Monseñor Vera). Al baile asistía un buen número de “clases” y soldados del ejército brasileño, destacado en Santa Ana do Li-vramento.

Las locuras que patrocina y encubre el dios Momo, junto a su hermano Baco, originaron la tragedia. Primero trompadas y patadas y, cuando interviene la policía, los soldados brasileros sacan sus armas de fuego y disparan contra los policías. Uno de los proyectiles produce la muerte de un joven de apellido rebollo, totalmente ajeno a los incidentes, quien se encontraba a más de cincuenta metros del lugar de los hechos. Su muerte, y la cantidad de víctimas seriamente heridas y con riesgo de vida, exacerbaron los ánimos obligando a la policía a actuar, rápida y en forma fir-me, deteniendo a los protagonistas; entre ellos, a varios soldados brasileños. En esta jornada sangrienta, el Comisario Jesús V. da Cunha, con su reconocido valor personal, dirigió los procedimien-tos y aseguran, testigos de la refriega entre uruguayos y brasileños, que “se metió en la jaula de los leones” al cruzar la línea diviso-ria Uruguay-Brasil para capturar a los soldados en su huída. no menos de una decena fueron detenidos y puestos a disposición de la Justicia. La mayoría de ellos, después de ser interrogados y probar su inculpabilidad fueron liberados. Al final sólo quedaron

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presos un sargento y dos soldados confesos de haber efectuados los disparos.

Al otro día, a partir de las 12 horas, empezó a circular, con visos de verosimilitud, la noticia de que los sargentos de la unidad a la que pertenecían los presos se aprestaban a sacar el regimiento a la calle, cruzar la frontera y liberar a sus compañeros de armas. El rumor dejó de ser tal cuando un oficial superior de la Brigada Estadual, con asiento en Santa Ana, confirmó las intenciones de los sargentos.

La policía y el regimiento militar destacado en rivera, los únicos “dispositivos de combate” usando la jerga militar, pasaron a estado de alerta y fueron acuartelados. Muchos riverenses se presentaron a solicitar armas y un puesto de lucha para contribuir a la defensa de nuestra soberanía.

También “el artillero” orlando José Scaletti reclamó su lugar. Lo aceptaron y le entregaron una carabina, “más larga que espe-ranza de pobre”, que lo aventajaba en su estatura por no menos de

La murga de la juventud. De pie, 1º a la izquierda, batuta en mano, Orlando J. Scaletti; 2º a la izquierda, apoyado sobre una rodilla, soplando un trombón, Osvaldo Lezama.

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medio metro. nosotros fuimos testigos directos de eso así como del corrillo que se formó a su alrededor, mientras nuestro personaje sacaba pecho y empinándose en un vano intento de dominar el auditorio formado en su entorno, sentaba cátedra de tácticas de guerra.

En eso estaba Scaletti cuando un chistoso, desde un auto en marcha, gritó dirigiéndose a quienes estábamos reunidos pero, seguramente, en particular al Artillero: “…se vinieron los bra-sileros!!!”. Primero gran silencio en el corrillo hasta que Scaletti, soltando la carabina, se larga a correr… desesperado. Hizo una rápida y correcta “descarga de talón”, según otro chistoso de esos que nunca faltan.

Los brasileros no invadieron y, días después la gente co-mentaba que “El artillero”, en su disparada, llegó hasta el puente del ferrocarril, distante algunos kilómetros del centro. Pernoctó, aunque talvez insomne, en aquel lugar, donde fueron sus amigos a buscarlo al otro día. Cuando le dijeron a Scaletti que nada había sucedido y que sólo fue una falsa alarma, bajó la cabeza, entrelazó los dedos de sus manos y no dijo una sola palabra.

Después se volvió taciturno, se dejó crecer una luenga barba, abandonó murga, carpintería, pirotecnia y, también el baño, hasta el final de sus días.

Una simple broma malogró todas sus virtudes y, esencial-mente, frustró su vocación de combatiente y guerrillero. Una ca-tástrofe para sus conterráneos y amigos, inconsolables durante largos años.

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LoS rECUrSoS DE VILLALBA

rogelio Villalba fue un jugador profesional, un tahúr, que, como otros muchos colegas, vino a vivir a rivera cuya ubicación geográfica, frente a la ciudad brasileña de Santa Ana do Livramen-to la hacía una zona propicia para manejar con éxito sus habilida-des con una baraja de naipes.

Villalba vivía sujeto, lógicamente, a los avatares de su acti-vidad. Con períodos de “gran autonomía de vuelo” y otros con violentos aterrizajes, sin paracaídas.

Muchas veces con billetes ganados a clientes que sólo sabían jugar “a suerte y verdad”, rachas de “plata dulce” en la jerga de los tahures. otras veces, sin tener ni “con que hacer cantar a un ciego”. Como la mayoría de sus colegas, rogelio, era muy ocurrente y olfateaba de lejos a un “candidato”.

Ahora bien, es sabido que en 1935 los opositores al dictador Gabriel Terra intentaron, sin éxito, un movimiento revolucionario que fue rápidamente sofocado. En el movimiento, participaron el caudillo don Ezequiel Silveira y un militante batllista con re-levancia intelectual, Justino Zabala Muniz, ambos arachanes, al mando de la llamada “División Cerro Largo” al norte del país y, en el sur, don ovidio Alonso comandando la “División Colonia”, que se batió valientemente en Paso Morlán.

En el corto lapso que duró la rebelión, enero del 35, en los montes de Cuaragatá, bajo el bombardeo de la aviación del go-bierno, entre otros luchadores perdió la vida el Teniente Enrique Goicoechea Segovia, de quien éramos amigos.

Al estallar la rebelión, el Gobierno dispuso que el ejército y la policía con asiento en rivera y zonas suburbanas, marcharan hacia Cerro Largo. La ciudad quedó desguarnecida de la noche a la mañana; un hecho insólito que provocó el comentario de un

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ciudadano brasileño quien, jocosamente, comentó que “o povo ficó por conta do à toa!29

En víspera de estos hechos, rogelio Villalba había sido de-tenido por la policía, a raíz de un incidente con un contrincante ocasional donde se intercambiaron disparos de armas de fuego, del cual salieron ilesos los dos. Villalba fue detenido, pero el otro pudo cruzar la frontera hacia Brasil.

A la mañana siguiente de la detención de Villalba, los efecti-vos que formaban la policía de la seccional 1ª, desde el Comisario hasta los caballerizos, cumpliendo la orden del gobierno marcha-ron rumbo a Cerro Largo.

Esa día, nosotros que vivíamos a unas cuadras de la comisa-ría, en Avda. Brasil entre Agraciada y Uruguay, cuando pasábamos ante la misma nos topamos con Villalba sentado a la puerta del edificio policial.

Después del saludo ritual, le preguntamos que hacía en aquel lugar y recibimos una insospechada respuesta: “Estoy preso”. y ante nuestra sorpresa, agregó, sonriendo: “Como todos se han ido a la revolución, aunque preso, me creo obligado a cuidar la comisaría”.

otra vez, cuando Villalba andaba más pobre que Martín Fierro en los fortines del norte, una noche en el Casino de rivera, observando como al desgaire las mesas de ruleta y punto y banca, pero con los cinco sentidos puestos en que apareciera un “candi-dato” (un punto), apareció uno.

Era un hombre joven, que vestía camisa negra, llevaba una barba negra de muchos días y mostraba los signos inequívocos de estar de duelo, por la muerte de algún familiar.

Lo vio Villalba y se le fue al humo. Le dio un apretado abrazo y, con voz quebrada, le acompañó el sentimiento y se extendió en consideraciones: “cuanto lo lamento, éramos amigos, mucho me duele su muerte, de la que me enteré tarde sino hubiera ido al velorio…” y otras más durante un largo rato. En ningún momento

29 Del portugués: “El pueblo quedó a cargo de nadie”

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hizo referencia al sexo del finado, ni al parentesco que unía al muerto con su interlocutor.

El doliente, como no podía ser de otra forma, agradeció emo-cionado e invitó a Villalba a tomar un café que después fueron dos o tres. Entre café y café, hablaron de la ruleta, del bacará, de la mala suerte para el juego, etc. etc .aprovechando Villalba para, patéticamente, decir que esa noche había perdido unos cientos de pesos y recalcando que era todo el efectivo que portaba. Cuando “el punto” estuvo a punto, le infirió un sablazo de cien pesos en calidad de un préstamo, lógicamente.¿Cómo le iba a negar el préstamo, el joven de camisa y barba de luto?

Fueron cien pesos de los de antes. Cuando no había inflación ni quiebras de bancos y la gente podía confiar sus ahorros a la custodia de estas venerables instituciones. Cabe agregar que Vi-llalba conocía a su prestamista, como nosotros a Cristóbal Colón.

En otra oportunidad, cuando se llevaba a cabo una kermesse benéfica en un club social del pueblo, donde además de los entrete-nimientos pagados, verbigracia: las infaltables cédulas que vendían las jóvenes más agraciadas, había una ruleta y monte clandestinos, pero con la aquiescencia del juez y la policía, quienes así contri-buían generosamente a la recaudación del Club.

Los empresarios de la “bolita de marfil” y los naipes eran ni-canor C. y Jaime L., dos cofrades de Villalba, que venían “echando buena” desde hacía unas semanas.

Villalba, transcurridas algunas horas de la reunión, se puso nervioso porque no aparecía la chance de paliar su larga racha de “vacas flacas”. Estaba a punto de irse cuando sus ojos dieron con una joven quien, pese a sus ornamentos físicos, estaba sola y, al parecer, bastante aburrida. Se acercó a los “banqueros” nicanor Carvalho y Joaquín L. y les planteó la siguiente jugada: por 200 pesos se arriesgaría a besar a la bella solitaria, allí, en pleno salón de fiesta. Los desafiados, también profesionales del juego, aún conociendo las carencias de numerario de Villalba, aceptaron la apuesta.

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Villalba, entonces, se acercó a la hermosa joven con paso decidido, le extendió la mano y, al mismo tiempo la besó en la mejilla, mientras le decía: “¿Como estás Marita, como está tu pa-dre?”. La joven contestó, muy molesta, que no se llamaba Marita, que nunca lo había visto y que su padre vivía en Durazno. Villal-ba, con simulada sorpresa, le preguntó si “no era ella hija de su gran amigo Hermenegildo ruiz” y, ante su negativa, le pidió mil perdones… y se retiró a cobrar la jugada. Que, una vez más, le había salido redonda.

otra noche en “La Caverna” observó, con sus adiestrados ojos de lince, que a un apostador a la ruleta se le había caído una ficha de nácar de las de más valor. otro de los asistentes, que también vio caer la ficha, ni corto ni perezoso la pisó y, después de algunos instantes, la recogió del suelo. Villalba lo miró fijamente y, sin mediar palabras, levantó ambas manos colocando su índice derecho sobre la mitad del izquierdo haciendo un juego de vaivén con el dedo diestro. El nuevo dueño de la ficha entendió la seña y la mitad de su valor pasó a Villalba.

Pero la historia del peso falso es la más interesante. El peso falso se lo regaló a Villalba un colega de menos agallas, que no se atrevió a darle curso. El problema era encontrar una forma de hacerlo circular. Una minucia y café chico para Villalba.

El peso de Villalba no corrió las aventuras ni tuvo la suerte de la moneda falsa del relato del mejicano Gutiérrez nájera. Este, en su cuento: “Historia de un peso falso” escribe que: “El caballero se paró junto a la mesa de la ruleta. no sé que encanto tiene esa bolita que corre, brinca, ríe, da y quita dinero…”; “Pero nuestro hombre estaba en la cierto de que iba a salir el 32!”; “Lo había vis-to. ¿Pondría allí el peso falso?… Con la mano algo trémula, abrió la cartera buscando algún billete de banco que, por supuesto, no estaba en casa. Volvió a cerrarla, sacó el peso y, resueltamente, con un ademán de gran señor, lo puso al 32… Lo que son las cosas.! Los buenos mozos tienen mucho campo ganado. Hay hombres que llegan a ministros en el extranjero, a ricos, poetas, sabios…

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sólo porque son buenos mozos. y el peso aquel, ya lo hemos dicho, era todo un buen mozo… muy bien vestido… El tallador cantó: colorado el treinta y dos. ¡Había ganado!”

El peso de Villalba, en cambio, mientras estuvo apostado a la ruleta fue mal mirado y rechazado. Después su dueño probó suerte con los naipes y se arrimó a una mesa de monte. Tranqui-lamente apostó el peso falso a una sota, por ser de oro y mujer. Pero el tallador, mirando a nuestro personaje, sentenció: “Su peso no va”. Sin comentarios, retiró su apuesta y esperó el cambio de talladores.30 Cuando esto ocurrió, volvió a apostar y por simple cábala lo hizo al as de espadas. “no va el peso”, dijo el profesional. Levantó el peso y, dando un rodeo, por tercera vez, en otro mesa, se jugó al caballo de copas y, se repitió lo de “¡El peso no va!”

Villalba vio que no daba para más. Enfundó la mandolina y abandonó el lugar, pero sin sentirse derrotado. Con su despreciado peso falso daría “batalla” en otros frentes. A la mañana siguiente Villalba entró al Bar “La Cueva”, ex-Cantina Bottaro, le ordenó al patrón, Manolo Castiñeiras, que le sirviera una caña. La paladeó y repitió el pedido. Sacó entonces, hasta aquel momento, su desven-turado peso falso y lo arrojó sobre el mostrador diciendo: -“Co-brate, Manolo”. El cantinero lo tomó, lo miró detenidamente, lo hizo sonar sobre el estaño y, con un gesto de duda, dijo: -“Hum… que mala cara tiene este peso”. –

“También, con la mala noche que pasó”, replicó Villalba.

30 Los que llevan la baraja en el monte o la banca.

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MALEnA

Malena Toledo se llamaba y coincidimos, en un todo, con Homero Manzi y Lucas Demare cuando con acierto expresan en el hermoso tango “Malena” que su numen inspiradora “canta el tango como ninguna…”. Exactamente: cantaba como ninguna. ni antes ni después que la que conocimos hemos oído otra cancionista “que al yuyo del suburbio” perfumara con su voz, como lo hacía Malena.

Lo que sabemos de tan singular artista, no nos lo contaron. Es un conocimiento de “primera mano” que nos retrotrae a nuestra juventud.

ocurrió en 1935 en el cabaret “La Caverna” de Livramento. A propósito de este dancing discrepamos con el destacado escritor salteño Enrique Amorim cuando, en su cuento “De tiro largo”, sostiene que… “La Caverna tiene los guardias en la puerta. Es un sótano sórdido. Luego de separar el cortinado rojo, hay que bajar con cautela. Es un agujero con luces”.

Amorin no ha estado certero en su descripción. Le falta ob-jetividad. Ello nos hace pensar que estuvo muy de pasada, fugaz-mente, en “La Caverna”. Allí, generalmente, había un funcionario policial en la puerta externa que sólo entraba a los salones de juego: ruleta, bacará y monte, al bar o al salón de bailes, cuando era requerido por los empresarios. Funcionario que con aquellos que se conducían correctamente, siempre actuaba en forma correcta.

“La Caverna” no era un sórdido sótano sino un subsuelo muy amplio, con un techo bastante alto. no estaba amoblada ni decora-da con pompa, como los cabaret parisinos o los porteños “Tabarís” o “Armenonville” que Amorín podría haber frecuentado, pero no era un “agujero con luces”, sino un local cómodo y ventilado para cuyo acceso se usaban 4 o 5 escalones que se bajaban sin necesidad de cautela alguna. Si “La Caverna” sólo fuera “un sótano sórdido”, como dice el escritor salteño, no tendría explicación que por allí

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desfilaran consagrados intérpretes de la música popular brasileña y uruguaya y/ artistas de fama internacional.

Entonces, sin sumarnos a la polémica sobre quien inspiró a Homero Manzi a escribir la letra de Malena. Si dedicó su tango a Azucena Maizani, nelly omar o Malena Toledo nosotros en 1935 oímos cantar a Malena de Toledo en “La Caverna”, en Livramento, y “su voz de sombra”, de “tono oscuro” y “quebrada”, con “pena de bandoneón” nos conmovió profundamente.

El tango de Manzi y Demare, es posterior a la actuación de la cantante en Livramento y habría sido escrito y compuesto en 1941. Pero eso, es otra historia.

Ahora bien, hace un tiempo, con otros amigos recordando los años jóvenes y hablando de política y tangos, nos informaron que Manzi, -Homero nicolás Manzione-, era argentino, nacido en Concepción del Uruguay el 1º de noviembre de 1907, falleció el 3 de mayo de 1951 en Buenos Aires. Fue letrista, director de cine y militante político. Muy joven adhirió a la UCr (Unión Cívica radical); junto a Arturo Jauretche y raúl Scalabrini ortiz intervi-no en la organización de ForJA, (Fuerza de orientación radical de la Joven Argentina), y en 1947 se incorpora al Peronismo. Su admiración por Juan Domingo Perón la plasma en dos milongas: “Milonga a Perón” y “Milonga a Evita”.Entre sus milongas y tangos más famosos, están Barrio de Tango, Milonga Sentimental, Roman-ce de Barrio, Sur y Malena.

nos enteramos, además, que Demare, -Lucio Demare ric-cio- también era argentino. nació el 9 de agosto de 1906 y falleció el 6 de marzo de 1974. Pianista y compositor de música para películas actuó con éxito en Europa, en particular en España. Fue alumno de Minotto Di Cicco y siendo un adolescente trabajó como pianista en el Vapor de la Carrera en la travesía Buenos Aires-Montevideo-Buenos Aires. En 1926 viaja París y se incorpora a la orquesta de rafael y Juan Canaro. Después de una gira por Italia, España y Portugal regresa a la Argentina y se integra en 1935 a la orquesta de Francisco Canaro. Luego, en 1938, formó su propia orquesta

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con el violinista Vardaro. Más tarde con Juan D´Arienzo y Carlos Di Sarli generaron la mítica “década del 40”. Entre sus tangos más famosos están: “Mañana zarpa un barco”, “Solamente ella”, “Tal vez será su vos”y “Malena”. Poco antes de morir, fue propietario y dirigió una tanguería en Buenos Aires, en el barrio de San Telmo, llamada “Malena al Sur”.

y supimos, finalmente, que nuestra Malena, la que oímos en “La Caverna”, era argentina, nacida en Santa Fé en 1906 y fallecida el 23 de enero de 1960 en Montevideo. Su verdadero nombre era Elena Tortolero. Muy joven, en 1929, se incorporó como cantante a la orquesta de Vardaro-Pugliese y cuando se disuelve el conjunto viajó a Brasil donde trabajó en dancing y cabaret de Porto Alegre y San Pablo. Allí la conoció Manzi en 1941 al regresar a Buenos Aires de una gira por México. La voz aguardentosa, la voz de cabaret, de Malena de Toledo lo habría seducido e inspirado a escribir la letra del tango que musicalizó Demare.

En “Marcha”, del 23 de enero de 1970, en “Memorias de un pianista montevideano”, escribe Jaurés Lamarque Pons: “Alguien dijo que era Malena la que había inspirado al famoso tango de Manzi y Demare. Puede ser que sí, puede ser que no, pero estoy seguro que lo merecía. Conocí a Malena a finales de la década del 40, en “La Mezquita”. Llegó acompañando y como secretaria del tenor mexicano Genaro Salinas. Malena era oriunda de Buenos Aires. Bastante alta, de edad madura, vestía con sobria elegancia y tenía una voz grave que sonaba como una caricia. Una noche que nos habíamos quedado sin público, le pedimos a Malena que cantara. Uno de los músicos pasó el dato que lo había hecho en sus buenos tiempos y muy bien. Todos nos aprontamos ansio-sos para aseverarlo. y Malena cantó para nosotros, los músicos y para tres mozos que estaban desmantelando las mesas y que se quedaron petrificados cuando sonó su voz. La melodía y la letra de “Mano a mano” tomó una vigencia insospechada en sus labios que decían, más que cantaban, de manera insuperable. La emoción del tango nos hermanó, nos envolvió a todos profundamente. Sí,

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Malena cantaba el tango como ninguna. Quizás ella, allá en los tiempos idos de los cabaret porteños, había sido una estrella. Su arte, pensaba escuchándola, hubiera merecido, sin lugar a dudas, otro destino.”

Con otros amigos de la bohemia riverense, tuvimos el privi-legio de oírla cantar tangos y sambas en portugués.

La noche que cantó en “La Caverna” también a nosotros “la emoción del tango nos hermanó” y “envolvió a todos profun-damente”.

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Un AJUSTADo CrITErIo DE JUSTICIA SoCIAL

no había leído a los teóricos del socialismo, (padres de la criatura como diría el negro Muriaga), ni al judío-inglés ricardo, ni a los alemanes Carlos Marx y Federico Engels y sus respecti-vas obras: “El Capital” del primero y “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, del segundo. Tampoco leyó a los teóricos-prácticos de la doctrina citada: Vladimir ylich Ulianov (Lenin) y León Brostein (Trotsky).

Si los leyó, ni lo calentaron ni lo enfriaron. Lo mismo pasó con la 1ª, la 2ª, la 3ª y 4ª Internacional.

no fue militante activo de algún partido político y, mucho menos, un agitador de izquierdas o de derechas, aunque al margen de la política partidaria se agitó bastante.

Tampoco le atraían el fascio de su compatriota Benito Mus-solini, ni el nacionalsocialismo de Adolfo Hitler.

ni nuestros conterráneos ni nosotros supimos en que Facul-tad italiana, (¿roma, Génova, nápoles o Florencia?) se doctoró romeo. Pero, además, ¿doctorado en qué ? ¿Medicina, Derecho, Teología, Filosofía y Letras, odontología, Ciencias Económicas, Química o Veterinaria ? ni la vieja rufina, en la que se habían reencarnado Allan Kardec, Conan Doyle con su Sherlock Holmes, Sexton Blacke, Marcelo Pierrot, el doctor Charcot y el comisario Pardeiro, quienes la asistían para que conociera no sólo vida y milagros, sino hasta el pensamiento de toda la fauna riverense; ni doña Palmira, la gran cartomante; ni el eximio mano santa y vidente Florencio, fueron capaces de descifrar lo enigmático del doctorado del Dr. romeo.

Estamos seguros que nuestro personaje carecía de un título universitario. Pero, en cambio, sin lugar a dudas, había sido Li-cenciado en la escuela de la vida.

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Previo a narrar su memorable intervención y discurso un 1º de Mayo, nos detendremos a recordar su intervención cuando asesina-ron a nuestro compatriota Abel Carballo en un cabaret de Livramento.

Una noche en un dancing al otro lado de la frontera, el pis-tolero Clementino, de triste fama en el norte uruguayo, hirió en forma alevosa en un baño a Carballo. Consumada su agresión, Cle-mentino, con sus “capangas” se retiraron rápidamente del cabaret. Su víctima, que falleció a los tres días de ser baleado, logró volver al salón de baile. El asesino, a quien uno de sus secuaces avisó que Carballo estaba vivo, volvió al cabaret para ultimar al herido. Fue entonces cuando el doctor romeo, que estaba prestando auxilio a Carballo, desenfundado su revólver increpó a Clementino, gri-tándole: “no des un paso más, hijo de puta, porque te quemo!”. El criminal, ante esta amenaza, abandonó el local y huyó del lugar.

Este ligero perfil del italiano, nos da una pauta aproximada del hombre que vivió durante muchos años en rivera, cuya apa-riencia física, sus andanzas por el pueblo y su pintoresco vocabu-lario, escondían los meandros de su alma.

recordemos ahora su discurso en una tribuna obrera, a la que subió, a contrapelo de su apoliticismo, compelido por las circuns-tancias. Fue un lejano 1º de Mayo, después que los trabajadores riverenses manifestaran por la calle Sarandi y se concentraran en una de las plazas del centro de la ciudad donde, en homenaje a los obreros inmolados en Chicago, se llevaría acabo la parte oratoria.

Entre los asistentes al acto estaba el doctor romeo. En calidad de espectador, lógicamente. Para pasar un rato. ¿Cómo saberlo a ciencia cierta?. nuestro personaje no era un asalariado y, mucho menos, un proletario. Era un intelectual su-génesis que integraba un sector indefinido de la sociedad riverense. Pero ello no des-cartaba que le interesara oír hablar de los mártires de Chicago, de la lucha de clases, de la opresión burguesa y la lucha de los trabajadores, más allá de estar encasillado o no políticamente.

Aquel 1º de Mayo, creemos que el doctor romeo, durante el desarrollo de los discursos, reflexionaba sobre sus contenidos

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y el secular pleito entre pobres y ricos. De sus meditaciones lo sacó otro asistente al acto que, en su semisbornia31, se le ocurrió que el doctor romeo hiciera uso de la palabra. Este se sorprendió por el planteo pues nunca había subido a una tribuna. Insistió el mamao, a quien apoyaron otros espectadores, también en estado etílico aprovechando la fecha.

Hubo una larga negativa por parte del doctor romeo pero, al final, se rindió y subió al estrado. Estuvo un lapso más o menos extenso, divagando, hasta que agarró la onda, se largó a hablar y remató su intervención con una sentencia que se hizo popular y sigue vigente hasta ahora:

“Mis amigos…, mis compañeros, estoy seguro que muy pronto arriverá el giorno de nostra vendetta, de la nostra terribe-le venganza…il giorno cuando los ricos comerano mierda!… si, camerano mierda!”

31 Del italiano: medio borracho.

La campaña anticomunista y contra Cuba desembarca en Rivera en 1962. Algunos “activistas” con carteles en la línea divisoria frente a la tienda “Siñeriz”.

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Primero, sorprendidos por el vaticinio del orador, los asis-tentes permanecieron en silencio para luego romper en entusiastas y sostenidos aplausos…

Pero el orador, con reiterados gestos, pidió silencio y agregó, solemnemente, “¡ y los pobres, los pobres… mierda también!”.

Finalizada su intervención, cerrada en forma tan académica, y a la que imprimió semejante vuelo lírico, hubo quienes le pre-guntaron al doctor romeo como era posible que, después de tan hermoso vaticinio para los ricos, rematara su discurso augurando lo mismo para los pobres.

El doctor romeo, mirándolos tiernamente, ratificó su pro-nóstico con una interrogante: “¿el día que los ricos coman mierda, que otra cosa podrán comer los pobres?”

Luego, con un dejo de tristeza y sacudiendo la cabeza, agre-gó: “… siempre que logren conseguirla, aunque sospecho que no tendrán esa suerte!”.

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Un ASUnTo DE Honor

Presidía la Junta Departamental de rivera en 1938, don Virgiliano Altéz Altiano. La cacofonía no disminuía en lo más mínimo, los ornamentos que engalanaban la persona polifacética del Presidente. Hacía pocos años que residía en nuestra ciudad, a la que llegó procedente de Tacuarembó de donde era oriundo. Se decía, aunque nunca se confirmó, y quizás fuera una calumnia de sus adversarios políticos, que de su pueblo natal se “había alzado con unos volatines”. Expresión en desuso usada en nuestro país, sobre todo en el norte, que significaba que el aludido había huido con un circo, después de algún golpe en “fundo ajeno”. Pero la acusación no estaba probada.

Don Virgiliano llevaba con bríos unos bigotes mosqueteriles y no le faltaba cierta prestancia, lo que subrayaba con palabras y gestos tribunicios.

Tenía alguna semejanza física, nada más que física, con Don Quijote: “seco de carnes, enjuto de rostro…”. En cuanto a la otra faz del Señor de la Mancha, se parecía tanto como una máquina de pasar café a un avión a chorro.

Era una mezcla de Tartufo, Viejo Vizcacha y el Lazarillo de Tormes.

Para terminar esta semblanza de nuestro personaje, diremos que era el arquetipo de un Procurador, de los que tanto abunda-ron en el primer tercio de este siglo. Triturador de papel sellado, pesadilla de jueces, flagelo de viudas y huérfanos con derechos sucesorios. Todo lo contrario al Caballero de la Triste Figura, de quien decía el Bachiller Sansón Carrasco que era “el derecho de los tuertos, el amparo de los huérfanos, la honra de las doncellas, el favor de las viudas y el arrimo de las casadas”.

Don Virgiliano escondía los torcidos vericuetos de su alma con una vestimenta siempre pulcra, y sus rapaces ojos, tras unos

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quevedos de oro. Si algo le faltara a su exterior, agregamos que no abandonaba nunca un bastón de aúrea empuñadura que blandía gallardamente al cerrar sus diarias controversias en una esquina cualquiera de rivera. Inflexible, además, en juzgar faltas ajenas, con las propias era misericordiosamente tolerante.

Por aquellos días, cuando era jerarca edilicio don Virgiliano, quedó vacante el cargo de Secretario del legislativo comunal. Bien remunerado y con tareas muy llevaderas, su vacancia atrajo a una legión de aspirantes que se movieron, en todas direcciones, bus-cando acceder al cargo. Unos en el plano político, otros mediante vínculos familiares que podrían o no influir en la designación y hubo quien, según rumores generalizados, más conocedor de “los bueyes con que araba”, -lisa y llanamente-, compró el cargo. nexo obligado y determinante en la designación, don Virgiliano Altez, Presidente de la Junta.

Verdad o chisme pueblerino, el negocio produjo un clima de expectación entre los riverenses. Tanta que, cuando la Junta Departamental, convocó a una sesión extraordinaria, para consi-derar como único punto del día el nombramiento del secretario del cuerpo, la barra, desde muy temprano, estaba colmada por un público que esperaba con fruición los acontecimientos que se avecinaban y se tejían toda clase de comentarios mezclados con duros calificativos y bromas al respecto.

La sala de sesiones y la barra ocupaban un pequeño salón y a oídos de don Virgiliano y sus colegas llegaban, nítidamente, las palabras poco gratas de los asistentes.

El Presidente era un hombre de buen hígado, pero la situa-ción tomaba un cariz inaguantable y él no iba a permitir semejante desafuero. Por eso, agitó enérgicamente la campanilla y campanu-damente, conminó a los desaforados a que guardaran compostura pues el cuerpo trataría “un asunto de honor y, honorablemente, adoptaría una resolución”. Entonces la chusma, como diría más tarde don Virgiliano, en un coro poco afiatado pero perfectamente oíble, emitió su cantata llena de florilogios tales como: chorro,

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ladrón, cínico, callate sinvergüenza, anda a presidir el congreso internacional de asaltantes, estafadores y carteristas.

El Presidente permaneció impertérrito, volvió a agitar la campanilla, amenazó con hacer desalojar la barra, pero los asis-tentes tampoco se inmutaron siguiendo con sus “laudatorios” cali-ficativos en un prolongado sostenido… Cuando se aquietó algo la barra, don Virgiliano Altez expresó: “…señores ediles, como ven, no podemos empezar la sesión debido a los rumores de los asisten-tes a la barra que, desaforadamente, no permiten que sesionemos!”.

nueva réplica del auditorio que obliga al Presidente a ratificar su advertencia de “que hay exceso de rumores!”. Vaya eufemismo al que recurrió don Virgiliano, para referirse a la andanada de in-sultos que estaba recibiendo. Pero nuestro personaje siguió desde la Mesa: ”la vocinglería de quienes no merecen un mínimo de atención por parte nuestra, -atención de hombres honestos como quienes integramos este deliberativo comunal-, no hará torcernos del claro camino de nuestro deber y, con la representación que investimos, otorgada por el pueblo en libres y puros comicios, pa-saremos por encima de esta turbamulta que nunca, nunca, nunca jamás nos amedrantará”.

Todo esto dicho con solemne y engolada voz.Así, entre rumores y más rumores de la barra y discursos de

don Virgiliano, se abre un acto breve, y “constructivo”, que permite a la Junta Departamental hacer la designación de su Secretario ren-tado. rentas de las cuales anticipó su gratificado agradecimiento a la mayoría de los ediles quienes, para designarlo, “hicieron una cuestión de honor de la votación, recorriendo el claro camino del deber sin amedrentarse”.

y, no siendo para más, “¡se levanta la sesión!”

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DESPErTADor o CEnTInELA

Humberto Diglio nació y concurrió a la escuela en Santa Ana do Livramento, la ciudad más austral del Brasil, pero hablaba un castellano fluido, sin acento, como un rioplatense más. Quizás por-que su madre era uruguaya y él estuvo empleado, durante largos años, en una tienda de rivera. Su castellano confundió, más de una vez, a estrellas de cabarets de Porto Alegre, Curitiba, río de Janeiro, Bello Horizonte y otras ciudades del país que descubrió el lusitano Cabral.

Un día, año 1935 o 36, a Humberto le resultó chico el escena-rio de rivera-Livramento y enfiló hacia la metrópoli gaúcha, con un traje que le prestó, sin retorno, su amigo Clovis da Costa, un paulista que cantaba tangos con sentimiento gardeliano. A Hum-berto, además del traje prestado, hubo que financiarle el boleto de ferrocarril, con una trabajosa y lenta colecta entre sus amigos, dueños de una fraternidad que iba en dirección contraria a sus magrísimas finanzas. Así, se marchó Humberto rumbo a Brasil.

En Porto Alegre, al poco tiempo, se consagró como vidrie-rista, un oficio que desconocía, trabajando para una elegante boutique ubicada en la exclusiva “rua da Praia”. Fue cuando tuvo un romance con Iracema von Maczenbach. Lo de von, quizás no fuera cierto. Pero la mujer descendía de algún junker prusiano, o de alemanes “muy arios”, por su estatura, su color de piel, los cabellos y sus ojos celestes.

Después, en río de Janeiro, fue dueño –por el corto lapso de 15 días- de una cigarrería o tabaquería, en sociedad con una amiga procedente del non-sancto barrio carioca “da Lapa”. La so-ciedad duró lo que dura un lirio, pero ¿quién le quita lo bailado a Humberto?.

Entre sus idas, venidas y actividades varias, nuestro amigo se dió el lujo de ser en Montevideo el representante del famoso fakir

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y ayunador Urbano quien estuvo expuesto más 20 días dentro de una caja de vidrio, en un local de 18 de Julio.

Los ayunos de Urbano no impidieron, de manera alguna, que su “representante” casi agotara el stock de churrascos con papas fritas y huevos de las cervecerías y restaurantes cercanos al “ayuno” del fakir.

Humberto Diglió anduvo “peregrinando”, sin sayo ni san-dalias de fraile, pero sí con trajes de medida, por Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, Quito, Bogotá, Caracas y México. no quiso visitar los Estados Unidos porque decía que no sabía inglés, no le gustaban las comidas enlatadas y, sencillamente, tampoco le caían bien los yanquis.

Ahora bien, cuando fuimos a visitarlo a Brasil, una noche, en la ciudad que baña el río Guaíba, en compañía del santanense romeo Viola y el uruguayo J. J. López Silveira, un alférez que dejó las filas del ejército en repudio al dictador Gabriel Terra y, poco después del encuentro que narramos, se integró a las Brigadas Internacionales que se batieron contra el fascismo en la defensa de Madrid, Humberto nos narró una historia increíble, una alu-cinación de borrachos.

“En Montevideo, la capital de ustedes y un poco mía por concomitancia, conocí a Elba. Una mujer que quise mucho y qui-zás la única que amé. y, que sigo amando.” Comenzó su relato. Humberto.

“Muchos amaneceres nos sorprendieron juntos, después de andar y andar por las calles montevideanas. Esas caminatas las hacíamos cuando no podíamos pagar una amueblada32 pero, otras veces, recalábamos en algún boliche y nos enzarzábamos en po-lémicas literarias, teatrales, musicales e, inclusive, políticas. Con discrepancias y coincidencias exteriorizadas vehementemente. En-tonces, Elba no daba el brazo a torcer en sus posiciones, mientras

32 Casa de citas.

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yo, en mi fuero íntimo, celebraba sus argumentos y su rebeldía. Sin ceder en mis argumentos, muchas veces, por machismo quizás.

ni a ella ni a mí, nos gustaban los amueblados. Cuando al-gún amigo, poseedor de un apartamento, nos prestaba las llaves, nos alegrábamos mucho y planeábamos, con regodeo, nuestro encuentro en el “bulín”.33

Un día llegó a nuestras manos las llaves de uno, ubicado, si la memoria no me falla, en el Buceo, en la calle rivera, pasando Villa Dolores. Era pequeño pero muy cálido. no había espejos viejos, ni butacas desvencijadas, ni cortinas de cretona descoloridas, ni radios mal sintonizadas.

Estaba la cama de matrimonio, con sus dos mesas de luz y sus veladoras que la flanqueaban. En la de la izquierda, una radio con buena sintonía. En la otra, a la derecha, un reloj despertador, de metal, azul, grande, con las agujas paradas y sin su tictac mar-cador del tiempo.

Lo que ocurrió con ese aparato marcador del tiempo, en mitad de una madrugada, me ha hecho pensar, más de una vez, que ofendido por el abandono en que se le tenía o quizás celoso por lo que veía y oía, o vaya uno a saber porque, esa madrugada resolvió tomarse su venganza. Una acción premeditada y aleve, sin muertos ni heridos, pero sí con dos seres, Elba y yo, que en el inacabable lapso de varios minutos, pasamos de la sorpresa a la alarma y al miedo.”

A esta altura del relato de Humberto, simultáneamente ro-meo Viola, López Silveira y yo, lo interrumpimos gritando: “…termina de una vez con tu cuento, historia o lo que sea, pero no sigas con el suspenso…!”

“ya sabía yo, respondió el narrador, que iba a tropezar con la incrédula estolidez de ustedes, pero prosigo y termino”. Se acomo-dó en la silla, nos miró fijo, y dijo: “…En el preciso instante, en el maravilloso momento del paroxismo, de lo transitorio pero eterno,

33 Apartamento o casa de soltero.

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cuando Elba y yo entrábamos en la perecedera pero celestial sin-fonía de la pequeña muerte, empezó a sonar lo que creíamos era el timbre de la puerta, pero que resultó ser la campanilla del reloj que, movido o empujado por una invisible mano, se desplazó de la mesa de luz y estaba en el piso, agitándose con convulsiones epilépticas y sonando rabiosamente”.

“Después, mucho después, Elba rió con su querida risa y yo la acompañé riendo también. Les juro que tuve unas ganas bárbaras de arrojar el despertador por la ventana!”

“Los años se han ido pero, entre las brumas de mis recuerdos, se destaca éste. yo me enredo en conjeturas, suposiciones, dudas y más dudas. ¿Qué habría en las marañas del engranaje de aquel reloj” “Que fuerza desconocida lo empujó desde la mesa de luz e hizo sonar su campanilla en el silencio de la madrugadas? Les aseguro que al entrar aquella noche al apartamento, descubrí el reloj en la mesa de luz, lo tomé en mis manos y estaba detenido.”

“Esto quería contarles”, dijo Diglio. ni romeo Viola, des-aprensivo crónico, ni López Silveira, erudito en el materialismo histórico, ni yo, nos reímos.

Los tres sabíamos que Humberto Diglio, perdido ahora en algún camino de nuestra América del Sur, no era afecto a ficcio-nes, ni a especulaciones fantasiosas. Menos aún cuando el relato se cerró con su voz quebrada por la emoción.

Hicimos lo que entendíamos que correspondía en aquel mo-mento, nos fuimos del café y en la noche portoalegrense buscamos un “buteco”34 para tomarnos unas cuantas cañas bravas.

34 Boliche pobre.

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PAnES y núMEroS

En 1924 comenzó a regir la Ley nº 7690, del 7 de enero del mismo año, que creó el registro Cívico nacional, que, en el transcurso de casi medio siglo, con modificaciones más de forma que de fondo, continúa vigente. y ojalá su vigencia perdure en el tiempo, porque es la herramienta legal que, con la Ley de Eleccio-nes, garantiza la pureza del sufragio.

La oficina Electoral Departamental que se instaló por dispo-sición de la citada ley, fue integrada con los siguientes funcionarios: Enrique Jara (Jefe), Martín A.Pírez (Secretario), Miguel Anollés Egaña (Dactilóscopo), Fulgencio Magan (Fotógrafo) y oscar Wer-ner (Conserje), a quienes tuvimos el agrado de conocer y tratar.

Años más tarde, fuimos empleados de esta oficina por un lapso de 14 años y guardamos recuerdos muy gratos de nues-tra vida de burócrata. Los señores Jara y Piriz, desempeñaron, posteriormente, cargos de jerarquía en dependencias de la Corte Electoral en Montevideo. El Secretario Don Martín A. Pirez era oriundo de Tacuarembó, tierra de “guapos y nadadores” pero él nunca hizo alarde de esas virtudes y fue un excelente funcionario, “sentencioso, ocurrente y minucioso”. Esto último era una condi-ción nata tanto que, a todo aquel que concurría para su inscripción cívica don Martín le leía en que consistían los delitos electorales, quienes incurrían en éstos y sus penalidades. Cuando algún co-lega le hacía notar que era inútil extremarse en tal tarea, ya que la mayoría no entendía el asunto, don Martín replicaba que era necesario leer la “cartilla” para que si alguno resultaba incurso en alguno de los delitos, no alegara no haber sido advertido sobre los delitos electorales.

Un día cayó a inscribirse un hombre joven que, cuando se procedía a llenar los numerosos formularios que arman el

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expediente de inscripción, al formularle don Martín una pregunta sobre su profesión contestó que era contador.

El Secretario, ante la vista de su modestísima ropa tuvo sus dudas y amplió su interrogatorio preguntándole si era perito mercantil, “no señor, soy contador de panes en lo de Bottaro!”, respondió el muchacho.

A don Martín no le sentó la contestación y quedó mascullan-do su desagrado haciéndole al contador otra pregunta. Esta, sobre su nacionalidad, que no correspondía hacerla pues el certificado de nacionalidad, agregado el iniciarse la solicitud de inscripción, probaba tal extremo en forma fehaciente. Cabe agregar, ahora, que en rivera hay una tradicional rivalidad entre los clubes Lavalleja y oriental, decano y vice-decano, respectivamente, del fútbol lo-cal. Cuando el funcionario preguntó: “¿oriental?”, el interpelado contestó muy serio: “Lavalleja”!.

Pero como no hay dos sin tres, había otra pregunta que no correspondía hacerla y que sólo se explica porque don Martín se había “embalado”. En la “hoja de filiación” que integra el expediente hay un espacio a llenar: “Defectos físicos o señales que presenta el rostro”. Con mirarle entonces la cara al declarante, basta para verificar si hay que dejar alguna constancia. Pese a ello, Don Mar-tín le preguntó al “contador” que origen tenía una cicatriz en su mejilla derecha, recibiendo como respuesta: “fue un cañonazo”! “¿En que batalla?” preguntó don Martín expectante. “Que batalla ni batalla” contestó el muchacho y agregó: “una madrugada en la cuadra de la panadería, bromeando con un compañero éste me tiró “un pan viejo y duro que llaman “cañón”, que me pegó en la cara, me cortó y quedó la cicatriz que usted ve!”

El Secretario no hizo más preguntas y quedó “más serio que una estaca”.Los colegas de don Martín, presentes en la oficina, rieron con ganas y otros, respetuosamente, salieron al patio para gozarla plenamente.

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EnoJo y réPLICA

Cuando éramos funcionarios de la oficina Electoral Depar-tamental, fuimos compañeros de Juan Carlos Castillo, un amigo de todas las horas. Por todos conocido como el “Coco Castillo”, quien aún presta servicios en dicha repartición pública.

Un día nos dijo que estaba sorprendido, y hasta apenado, porque habiendo escrito una carta al Juez de Paz y oficial del re-gistro de Estado Civil de la 2ª sección, solicitándole un certificado de nacimiento, para la inscripción cívica del familiar de un amigo, había recibido una carta del referido magistrado, en la que este le manifiesta un tremendo enojo, porque Castillo lo había llamado Pedro en lugar de Inocente que es su verdadero nombre. reafir-maba su malestar, negándose al envío del documento solicitado. Mi amigo no necesitó proclamar la buena fe de su error. Todos conocíamos la corrección de su función administrativa.

Después de leer la iracunda respuesta del Juez, le sugerimos a “Coco” Castillo que volviera a escribirle, disculpándose por su lamentable equivocación y reiterándole la solicitud del certificado. Si tenía éxito, ya habría tiempo de poner los puntos sobre las íes.

y así ocurrió. Cuando nuestro compañero recibió el recaudo que había originado el enojoso asunto, colaboramos con él en re-dactar una carta al Juez de marras. Debemos consignar aquí que éste, hasta cierta altura de su vida, había usado el nombre de “Ino-cente P. roballo”. Como Inocente, seguido de la inicial del segundo nombre y la primer sílaba del apellido paterno permitían que se burlaran de él pronunciando sus nombres de corrido: “inocente-perrobayo”, fue que, entonces, resolvió, llamarse Inocente roballo.

La carta que le enviamos, de la cual guardamos copia, dice:“rivera,( día, mes, año).“Señor Juez de Paz y oficial del registro de Estado Civil,“de la 2ª. sección. Estación Ataque.

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“Usted, -en forma totalmente injustificada-, se enojó tremen-damente porque en una carta que le envíe hace algunos días, me equivoqué “inocentemente” (este derivado de su nombre me sirve a mí, pero no a su enojo) y le llamé Pedro en lugar de Inocente. Si usted se hubiera llamado sólo Pedro, habría sido tocayo de San Pedro; del Emperador ruso, Pedro el Grande; de los “emperadores del Brasil, Pedro 1º y Pedro 2º; de Pedro del Terrial, “Señor de Bayardo, el Caballero sin miedo y sin tachas”; en fin, de muchos otros ilustres Pedros y hasta de don Pedro Britto 35 .“Figúrese que honor hubiera sido Para Ud., además de tocayo, parecerse en algo a éste último Pedro”. “Pero llamarse Inocente Pedro roballo Pereira! hágame el favor don “Inocente roballo Pereira!”.

“Termino sin expresarle mi saludo y diciéndole que futura-mente “tampoco lo saludaré, por ser usted un tonto a todos los premios”.

“Juan C. Castillo”.Lógicamente la carta fue dactilografiada, también el nombre

del remitente, para evitar una denuncia administrativa o querella judicial.

El destinatario no dio señales de vida. Pero debe haber su-frido varios amagues de hidrofobia…

35 Don Pedro Britto era vastamente conocido y famoso en los departamentos del norte uruguayo y en los municipios brasileños fronterizos con nuestro país. Debía su fama, según comentarios populares, porque madre naturaleza lo había dotado de excepcionales, por no decir descomunales, atributos masculinos.

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EL únICo MArTín TrABAJADor

En 1937 trabajábamos con los amigos José Haiache y Ar-mando oriol, en una oficina Inscriptora Delegada, encargados de llevar a cabo el empadronamiento cívico de las personas residen-tes en la Zona Electoral B y, a cuyos efectos, recorrimos diversos parajes de la 9ª sección de nuestro Departamento.

José Haiache, que sigue como funcionario de la oficina Electoral Departamental, es un uruguayo de ascendencia sirio-libanesa, condición que, unida a sus andanzas de experto con los naipes, lo dotaron de una euforia chispeante, con matizadas ocu-rrencias, en los momentos de inactividad funcional en los años citados, que nos hacían reír mucho.

Más de una vez, dejando de lado las bromas, nos relataba hechos e incidencias de su vida trashumante a lo largo y ancho del país.

Memorables jugadas de gofo y monte, a veces a suerte y ver-dad, otras a sólo suerte y la mayoría al margen de ambas cosas, con dramáticos desenlaces en los cuales el revólver o el puñal dijeron la última palabra.

Haiache tenía un código de honor no escrito, pero estricta-mente respetado y cumplido que obliga a que, en largas jornadas de “carpeta”, se observen ciertas normas, tanto los ganadores como los perdedores. Ese código lo conservó y siguió aplicando cuando abandonó definitivamente la baraja y hechando raíces en rivera se convirtió en un eficiente funcionario electoral. Especializándose como técnico dactilóscopo.

De este amigo, aprendimos mucho en nuestra juventud. y creemos que ello nos fue muy útil en etapas posteriores, con de-cisiones de las cuales no nos arrepentimos.

Cuando terminamos nuestra actividad en Cuñapirú, en un local cedido por don Victoriano Bentancourt, la oficina

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Inscriptora se trasladó a la Carretera a Corrales de Abasto, insta-lándose en una casa propiedad de don Martín X, ubicada en una chacra, bastante grande, con una huerta muy bien cuidada y gran variedad de hortalizas. El horticultor era el dueño de casa.

Inmediatamente de instalada la oficina y, como no podía ser de otra manera, Haiache se relacionó con el propietario, mante-niendo ambos, largas y animadas conversas.

Charla va, charla viene, nuestro amigo le preguntó a don Martín si era él quien había sembrado y, con tanto esmero, cuidaba las plantas. La respuesta fue afirmativa y el interrogado se extendió en detalles, agregando que trabajaba solo porque le desagradaba el trabajo a desgano de peones inhábiles y haraganes.

Después de felicitarlo, Haiache le dice, muy serio: ¡“Usted es el único Martín trabajador que registra la historia del mundo!”. Agregando, ante la cara de sorpresa de su interlocutor: “Sí, señor. Sino oiga. no lo voy a fatigar oyéndome la relación detallada de vidas y milagros, -si los hubo-, de los cinco papas, todos los reyes, monjes, músicos, escritores, sabios, políticos, etc. que fueron sus tocayos, que quizás trabajaron, pero no mucho, y en su gran ma-yoría, no se ganaron el pan con el sudor de sus frentes.

Voy a citarle a los Martín, que nos tocan más de cerca: el peruano Beato Martín de Porres, se dedicó a los milagritos o mi-lagros, -para no pecar de irreverente-, entre ellos el más conocido de juntar en su capa o sayo, a todos los ratones que molestaban en su convento de Lima, la ciudad de los virreyes, ordenándoles que se fueran a roer a otra parte, órden que los roedores acataron ipso facto, por lo cual el señor Porres pasó a llamarse el “Santo de los ra-tones”. otro Martín, el español Juan Martín (a) El empecinado, que se encaprichó en guerrear, con bastante éxito, contra los franceses cuando invadieron la península y después contra el absolutismo de monarcas hispanos. Un argentino, el general San Martín, un héroe sin vuelta de hoja, que se pasó guerreando contra los godos en varios países de América a los que independizó del yugo es-pañol. Fue grande, claro está. Pero lo que hizo, fue eso: guerrear.

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otro argentino, destacado entre los sabios latino-americanos, Martín Gil, se pasa mirando las estrellas y quiere anticiparse a la naturaleza pronosticando lluvias, temporales o sequías. También argentino era el general Martín Güemes, héroe de las luchas por la independencia americana, “aburrido” de lancear españoles, lo que para él no era trabajo alguno, murió lanceado en una de sus cargas de caballería. Pero para que usted, don Martín, no sospeche que soy parcial en mi narración, le voy a citar a un distinguido correligionario suyo, extraordinario orador y parlamentario, que nunca trabajó, quiero decir: trabajar duramente, bajo necesida-des y rigores. Me refiero al doctor Martín recaredo Etchegoyen., consejero nacional y senador casi vitalicio. También Martín Fierro con quien mucho simpatizo y admiro, no lo niego, no hizo otra cosa que cantar y pelear.

nuestro compatriota, el poeta Zorrilla de San Martín, es-cribió versos muy hermosos como “La leyenda patria” y “Tabaré”, trabajos primorosos, que, sin duda alguna, no le hicieron sudar.

En la Junta Electoral con compañe-ros de trabajo. Lezama de pie, en la 2ª fila, es el 5º, desde la izquierda.

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Conviene recordar, además, al monje alemán Martín Lutero, quien le enmendó la plana a la iglesia católica apostólica romana, amar-gándoles la vida a papas y cardenales, pero que, lo que dice trabajar, no tenemos noticias. El oriental Martín Aquino, que no era fami-liar de Santo Tomás de Aquino, por el genio que gastaba; guapo como las armas, se dedicó a matar policías hasta que murió en su ley, allá por Cerro Largo, peleando contra comisarios y milicos, tampoco era un trabajador rural.

Pero para no seguir enumerando sólo a ejemplares humanos, porque esto se está poniendo más largo que esperanza de pobre o chorizo de estancia, termino refiriéndome a un pájaro, ave por fuera y avechucho por dentro, que al fin y al cabo es un simple “pejicida”, asesino de peces; le estoy hablando del Martín Pescador, flor de avivado, que a orillas de arroyos y lagunas, posado en la rama de un árbol, con ojos brillantes y una rapidez que asombra se zambulle o en el agua y, sin errar una, sale con una mojarrita en el pico”.

“¿Qué más puedo decirle don Martín? ¡Martín trabajador, por ahora, sólo lo conozco a usted!”.

nada repuso el horticultor, mirando a lo lejos. nada agregó el turco Haiache entrando a la oficina. Después nos enteramos que la huerta ya no existía y que don Martín, frecuentemente, se largaba a escabiar a los boliches cercanos en la frontera brasilera.

¿Quizás no quiso seguir siendo el único Martín trabajador? Vaya uno a saberlo.

Los años se han ido, pero los recuerdos de nuestro trabajo de funcionarios de una oficina inscriptora en rivera, se mantienen frescos, lozanos, haciéndonos a menudo sonreir mientras repa-samos lo vivido.

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LA GrAn JUGADA

Que se consumó en rivera, se consumó. Podemos asegurarlo y con nosotros los conterráneos memoriosos que allí vivían, a finales de la década de los 30.

Conocimos muy mucho a los protagonistas que si bien dis-taban , el espacio que hay de la tierra a cualquier planeta –inclu-sive la luna que es la que está más cerca- de ser figuras consulares eran, en cambio, tan populares que no había habitante de nuestra ciudad, por distraído que fuera, que no estuviera enterado de la existencia, vida y milagros de estos ciudadanos que no inventaron ni la caña ni el vino pero, en cambio, fueron sus incondicionales adeptos, sus más grandes adoradores y sus mejores consumidores. Sus conspicuos ingurjitadores porque, en lugar de beber, tragaban atropelladamente las bebidas a su alcance.

¿Quien no ha oído contar más de una vez de una gran jugada donde los contrincantes apostaron al número más alto de una carta de la baraja o de una tirada de dados, todo su dinero, otras veces su campo y haciendas, su comercio, su mujer y hasta la vida?

Sospechamos que, con excepción del dinero, el campo y el ganado, su comercio o la vida misma, ganar o perder otras cosas les importaba un bledo. Por el contrario, creemos que preferi-rían perder a la consorte, cónyuge, concubina o amante, y que tal apuesta se llevara a cabo de puros jugadores que eran y nada más.

¿Quiénes fueron los protagonistas de la gran jugada que in-tentamos narrar? Uno, Joaquín dos Santos (h); el otro, Setembrino Pérez de Carvalho. Ambos, negros. negrazos… tanto que además de descender heredaron el color,-sin perder pigmentos-, de los esclavos traídos del Congo, Mozambique o Angola. Los dos eran orientales, nacidos en rivera, pero sus progenitores procedían de fazendas36 de señores feudales sitas en río Grande do Sul.

36 estancias

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La esclavitud de sus antepasados, que no calentaban ni en-friaban a nuestros personajes, fue, indudablemente, la antítesis para que la referida “yunta de negros” nunca trabajara. Quizás por haber acumulado hereditariamente el inconmensurable cansan-cio, la tremenda fatiga, que les produjo a sus padres esclavos las bárbaras tareas bajo el implacable látigo de sus amos. Por atavis-mo e inconsciente reacción, gozando ambos de la más completa libertad la empleaban, desde que amanecía hasta altas horas de la noche, en ingerir cuanta caña aguantaran sus organismos. Fi-nanciaban su adicción pasando, a hombro y de vez en cuando, tablas de encofrados para la construcción desde Livramento a las barracas de rivera.

Pero, en los mostradores de los boliches fronterizos su amis-tad se fue desgastando. Años y años de mamarse juntos y opinar lo mismo sobre las mujeres y el amor, la amistad y la lealtad, la existencia del más allá… en fin, sobre todas las cosas de la vida y la muerte. Temas que los enlazaba en charlas interminables, interrumpidas por largos silencios, fueron suplantadas por refra-nes y sentencias que introdujeron las primeras discusiones entre Joaquín y Setembrino.

Cuando levantando su vaso, porque escabiaban en vasos, no en copas, Joaquín decía: “yo chupo para aliviar mis penas / pero ellas aprendieron a nadar”, Setembrino, empinaba su vaso y se largaba con: “caña, maldito tormento / ¿qué haces ahí afuera? veni para adentro!” y así seguían vaso tras vaso, en una competencia de cañas y versos.

Los dos, también eran timberos. Se apilaban al monte, al siete y medio, al cunca 37, la taba… o lo que fuere. Pero cuando jugaban entre ellos, pico a pico, nunca apostaban dinero. Jugaban “por la vuelta” y las botellas de Marumbí, Bacachirí, John Bull o Velho Barreiro, iban y venían de uno a otro negro. Iban, por supuesto llenas y venían vacías.

37 Juego de naipes, con dos barajas y comodines.

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Una tarde, después de agotar el repertorio de sentencias y refranes, con los ojos rojos, babeándose, a media lengua, Joaquín le dijo a Setembrino: “Vamo´a jugar por algo que duela”, y el otro, asintiendo con la cabeza, contestó: “Tamo´”. –“Vamo´a ver cual de los dos aguanta más”.

Se pasaron los brazos por los hombros y fueron a orinar al fondo del boliche. Volvieron abrazados y le dijeron al bolichero, en dúo: “Poné otra botella”. A esa altura ya se habían bajado un litro de la Marumbí. En menos de dos horas liquidaron la otra botella y con señas, ya no hablaban, ordenaron una más.

El bolichero amagó no despacharles. Los negros sacudieron las cabezas y arrimaron los vasos. El patrón llenó los vasos… Se-tembrino levantó su vaso para brindar, buscó el mostrador con la otra mano, no lo encontró y se desparramó junto al estaño…

Joaquín, con los codos afirmados en el mostrador, lo miraba fijo.

Llamaron a un vecino que era médico quien, después de auscultar al caído, sentenció: “La quedó. ¡Un típico coma etílico!”.

Joaquín, giró el cuerpo, agarró el vaso, se afirmó en el mos-trador y mirando al otro negro, sacudiendo la cabeza, sentenció: “Perdiste”.

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Un CEnSo ELECTrónICo

Hace algunos años, el Ministerio del Interior tomó la plau-sible resolución de llevar a cabo un censo de la fauna uruguaya.

A esos efectos remitió circulares a las Jefaturas de Policía, las que, a su vez, transcribieron la citada disposición ministerial a sus respectivas comisarías urgiendo el cumplimiento de la misma.

Sabido es que los inventos y descubrimientos antes de tomar estado público con el nombre de su autor, culminan un proceso más o menos prolongado, a veces de largos años, con la partici-pación e intervención de varias personas perdidas injustamente en el anonimato.

Mucho de eso ocurrió con el Comisario de la 4ª sección del Departamento de rivera, don nemensio B. quien, enterado de la mencionada circular, se abocó a dar rápido cumplimiento a su contenido pero, luego, no fue incluido en la lista de funcionarios felicitados por el Ministerio.

Debemos consignar que en la época en que se llevaba a cabo el censo en cuestión, todavía la ingeniería de sistemas o compu-tación no se había desarrollado y no se contaba tampoco con las máquinas que convierten en casi divina la perfección de fichajes, contabilizaciones, clasificaciones, etc.

Pues bien, por los fueros de la justicia, no titubeamos en proclamar que el Comisario Don nemensio B. fue un precursor de la contabilización electrónica. Con precisión matemática realizó el censo ordenado. Veamos el resultado, según el oficio elevado a la Jefatura:

“Dando cumplimiento a lo dispuesto en el oficio-circular de esa Superioridad he procedido, con el personal a mis órdenes, a censar la fauna del territorio de la seccional a mi cargo con el siguiente resultado:

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“apereás ......................................................................197“ardillas ......................................................................105“cotorras .....................................................................319“carpinchos ................................................................123“comadrejas coloradas .................................................97“chingolos ...................................................................417“gorriones ...................................................................425“lagartos .......................................................................67“lechuzas ....................................................................218“liebres .........................................................................83 (a)“mulitas .....................................................................124 “Ñandúes ...................................................................150 (b)“Raposas ......................................................................48 “zorros ..........................................................................37 (c)“zorrinos ......................................................................41“palomas de monte ....................................................321“perdices .....................................................................139“perdigones ..................................................................73“tatúes ..........................................................................64 (d)“teruteros ...................................................................139“tucutucos ..................................................................169 (e)“víboras de cascabel .....................................................74“víboras de coral ..........................................................47“víboras de la cruz (cruceras) .....................................85

Observaciones: (a) no se puede asegurar la exactitud de tal número por lo difícil de contarlas, (b) la misma observación que en el caso de las liebres, (c) por razones que se comprenderán no podemos responsabilizarnos sobre su cantidad, (d) la misma obser-vación expresada en el caso de las liebres y los ñandúes, (e) La misma observación expresada en el caso de liebres, ñandúes y tatuses).

Claro está que en el oficio de la Seccional 4º. se escribe: capinchos, ñanduses, zorrillos y tatuses y salta a la vista que el

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funcionario policial omitió censar algunas especies, pero ello, por cierto, no disminuye la importancia de su labor.

En la zona del Comisario don nemensio B. no existían pumas ni yaguaretes ni otros fieras semejantes. Tampoco, según surge del informe, fueron avistados gatos monteses, gatos de pajonales o chajas, porque si los hubieran detectado, dado el sistema contable del Comisario, los hubieran incluido en el censo

Ignoramos si fue sancionado por mentiroso e irrespetuoso.nosotros, si nos hubiera tocado actuar como sus superiores

jerárquicos, no lo hubiéramos sancionado por el censo, sino por no haber exterminado las víboras que minuciosamente procedió a contar.

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EL DIAGnóSTICo DE SArASoLA

Con Beethoven Sarasola (Pituto), actualmente visitador mé-dico de un laboratorio montevideano, fuimos compañeros de tra-bajo en la Administración del Centro de Salud Pública de rivera. Además de amigo, en toda la extensión del vocablo, era un funcio-nario excepcional, como muy pocos de todos los que conocimos en nuestra larga vida de burócratas y seguimos conociendo a lo largo y ancho del país. Pese a su estricto sentido de responsabilidad, Sarasola sabía colocar, en el momento justo, una broma, un buen chiste o una perfecta imitación de los Demóstenes del pueblo y de sus figuras “consulares y patricias”, dirigentes vitalicios de diversas instituciones sociales, benéficas o deportivas.

Su arte de eximio imitador no se limitaba a voces solamente, incluía, además, una adecuada mímica del tribuno de turno de quien recordaba largos trozos de oratoria.

Distantes varios lustros de aquella época, rememoramos y volvemos a reírnos de las chispeantes humoradas de Sarasola, a quien estamos reconocidos por los momentos que, amén de una eficiente colaboración, nos alegraba con sus salidas ayudándo-nos a soportar nuestras obligaciones administrativas. Un trabajo donde, la mayoría de las veces, fuimos impotentes tratando de aliviar el dolor de tanta gente. Trabajábamos en un establecimiento hospitalario lleno de carencias de todo orden, desde la falta de medicamentos y víveres hasta las imperdonables omisiones de la gran mayoría de los técnicos y la tremenda incapacidad del personal de enfermería.

no seguiremos hablando del amigo Pituto para no dar lugar a que algún presunto lector nos critique por habernos bandea-do en los elogios. Tampoco seguiremos hablando de las miserias sublevantes del hospital de rivera, llamado, por pura paradoja: “Centro Departamental de Salud Pública!” narraremos, eso sí,

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cuando Sarasola tocando de oído, pero mucho más “de visu”, for-muló un terminante diagnóstico sobre las posibilidades de vida de un paciente ingresado con convulsiones y ardiendo de fiebre.

Se trataba de un compañero que integraba el personal even-tual de nuestro Hospital: don Evaristo M., un septuagenario con tenaces veleidades donjuanescas, quien, claro está, no brindaba sus arrebatos amorosos a damas de su edad, sino a mujeres ma-duras o muy jóvenes. Por aquellos días lo habíamos visto, en más de un lugar del pueblo comandando una carga a lanza, mucho más arrojada que la de Chiquito Saravia en Arbolito, a alguna agraciada adolescente.

Una de esas veces nos dijo Sarasola: “ese anciano vá a perecer en la demanda..” y así fue. Una tarde, alzado entre ocho fornidos y voluntarios brazos, nuestro funcionario fue ingresado a la Sala de Urgencia.

Entonces Sarasola, muy serio, engolando su voz, emitió el diagnóstico: -¿sabés que tiene el abuelo? -no. -Pues nada más ni nada menos que una “Bronco neumonía súbita, por enfriamiento de materia fecal pos-coito obligado”.

Con sorpresa y asombro, aguantando la risa, le hicimos re-petir el diagnóstico reiteradas veces. nuestro improvisado “hi-pocrático funcionario” pasados algunos minutos, después de mirar detenidamente a don Evaristo y, sin quitarle una sola letra al diagnóstico, moviendo la cabeza con tristeza, agregó: “¡sólo un milagro puede salvarlo!”.

A más de un médico le transmitimos el patético diagnóstico de Sarasola y todos fueron contestes “en que, pese a estar al margen del rigorismo científico, muchas veces ocurrían cosas inexplica-bles”. “Que el pronosticado desenlace fatal podía darse”.

y se dio nomás. Pocos días después hubo velorio. El óbito del veterano consternó a más de una desconsolada Doña Inés.

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UnA MAESTrA “CAnTInFLErA”

Previo a avanzar en este relato con algunos de los dislates dis-cursivos de nuestro personaje, (entuertos que ni el Hidalgo Señor de la Mancha, lanza en ristre y la adarga al brazo, podría desfacer), sugerimos a los posibles lectores de estas líneas que relean, con cuidado, el adjetivo del título sin fiarse de deducirlo en base a la primera sílaba. Si así lo hicieran confundirían el término, trasto-cándolo por otro parecido pero de un sentido totalmente opuesto. Cantiflero derivativo arbitrario del nombre del cómico mexicano Cantinflas, nada tiene que ver con canfinflero38, del lunfardo, una condición que remotamente podía tener la maestra señorita A.G., acabado ejemplo de austeridad monjil que exudaba, toda ella, una inflexible moral, desde la punta del pelo más largo hasta los tacos de sus zapatos de normalista de colegio religioso. Vestía, además, blusas con mangas y faldas largas, éstas rozando los bordes de su calzado. La parte superior de su atuendo le llegaba a la barbilla, el peinado con un sempiterno rodete, y una cara de aristas y ángulos rocosos. Esto, en cuanto al rostro y al vestuario debajo del cual, sospechábamos, escondía más de un cilicio

ocioso es decir que era soltera y sin novio a la vista. “Sui-géneris” era su pedagogía. El programa de estudios era subesti-mado, menospreciado o ignorado, para dar paso a graves exhor-taciones a sus alumnos a cumplir sus severas reglas de moral que, seguramente, los inocentes niños no lograban entender. Todo ello matizado con constantes censuras a sus colegas porque, según ella, no sabían inculcar a sus alumnos una buena educación, sanas costumbres, etc. etc.

Era difícil aceptar que esta mujer fuera maestra. Pero había que rendirse a creer que poseía tal título pues llegó a ejercer la

38 Proxeneta.

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Dirección de la Escuela nº 44, de Paso de Castro, una zona su-burbana de la ciudad de rivera.

nuestro personaje jamás dejaba de intervenir, con largas y tediosas peroratas, en las efemérides patrias que la fascinaban. En estas oportunidades nombres de próceres, lugares y fechas, eran indefectiblemente trabucados por la señorita Directora que, además, nunca encontraba una frase para cerrar su oratoria. Un 19 de abril, por ejemplo, previa orden de que todos los maestros y alumnos se reunieran en el salón más espacioso de la Escuela para evocar la gloriosa cruzada lavallejista, aprovechó para endilgarles su discurso con una campanuda innovación. Entre otras cursile-rías, dijo: “…el día 33 de abril de 1825 desembarcaron en la Playa de la Agraciada, 19 orientales que nos dieron la Independencia. Con ellos vinieron Artigas, Lavalleja, oribe y rivera.”

Suponemos que involucró en la epopeya al “fundador de la nacionalidad oriental” porque su caletre no concebía a Artigas ausente del trascendental hecho y a los dos, mencionados al final de su frase, los juntó porque su moral de hierro no le permitía tomar partido en cuestiones de colorados y blancos.

Cuando un 7 de setiembre visitaron su escuela maestros y escolares brasileros de Livramento, lógicamente la Directora no podía dejar pasar la visita sin dar rienda suelta a su afición tri-bunicia. Después de transitar largo rato por el trillado camino de la confraternidad de ambos países la emprendió, con énfasis y laudatorias palabras, con el himno y la bandera de los hermanos brasileros. “Hermosa música y bella letra tiene la canción magna de ustedes! y la bandera oro-esmeralda, ¡oh, qué bonita! con su color verde que simboliza la esperanza y el amarillo… el amarillo… el amarillo… -silencio expectante de la audiencia-, el amarillo… que.. si fuera blanco, simbolizaría la pureza!”.

Podríamos reeditar otras magníficas perlas oratorias de la se-ñorita maestra. Pero no creemos necesario hacerlo para consagrar y rescatar del injusto olvido a quien, con tanto brillo, prestigió la abnegada profesión de José Pedro Varela. no obstante terminamos

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esta narración, recuperando de uno de sus últimos discursos su particular concepción del panamericanismo.

El Día del Panamericanismo se celebraba en todas las escue-las uruguayas, por una disposición de las autoridades de Ense-ñanza Primaria. En la Escuela nº 44, de Paso de Castro, donde A. G. era la Directora, daba lugar a una conmemoración con mucho público, conformado con los familiares de los escolares: padres, hermanos, abuelos y tíos . Esta vez, después de un divague muy confuso, con explicaciones y referencias, que nadie entendió, nues-tra Directora, superando oratorias precedentes, habló extensa-mente, incursionando en terrenos que no conocía. La cuestión era hablar y hablar. Llevaba casi una hora discursiando cuando apremiada, señas mediante de sus colegas, cerró su enredada y confusa disertación, “más enmarañada que mota de negro”, con conceptos que ni al que “asó la manteca” se le hubieran ocurrido, afirmando: “En fin, y para terminar, panamericanismo quiere de-cir… este… quiere decir… bueno, bueno como el pan!”.

Uno de los asistentes, sin poder contenerse, exclamó:”Dale, nos vamos… no la soporto más”.

Caricatura de O.Lezama dibu-jada por su amigo L. Caballero en 1944.

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MoZA DE CorAJE

Tiene más de un nombre. Quienes se precian, con o sin de-recho, de hablar correctamente le llaman “lobishomen”; sería una contracción de los vocablos lobo y hombre. Los habitantes del campo uruguayo, menos académicos o marginados de la gramática le dicen, simplemente: lobisón. Hay también, una minoría, que le dicen “lobiscan”, cruza de perro y lobo, afirmando que posee el olfato del primero y la ferocidad del segundo, lo que le permite ser baqueano en cualquier terreno.

Pero esta cruza no nos parece de recibo. El lobo, según una definición científica, es un mamífero de la familia del perro pero indomesticable. Fuere o nó correcta la clasificación de lobiscán, en definitiva ambos serían parientes sanguíneos muy cercanos, como primos. La diferencia radicaría entre la astucia de uno y la nobleza del otro. En el diccionario de Espasa-Calpe encontramos que el lobisón es: “un animal fabuloso, al cual la superstición de la gente del campo, atribuye las más variadas y caprichosas formas”. 39

Los filólogos Adolfo Berro García, uruguayo, y José Cruz ro-lla, argentino, sobre el tema sostienen, el primero: “Lobisón, nom-bre masculino. Dícese también lobinson, aunque la voz corriente en el Uruguay es lobison. Se llama la persona que, de acuerdo a la supestición de la gente de campo, se transforma al caer la tarde en cualquier animal. Aúlla durante la noche y suele presentarse al viajero.” “Duende, trasgo, espíritu travieso. De ahí procede la voz usada en nuestra campaña: lobisón, que conserva la vocal tónica y pierde por apócope la vocal e . La etimología del vocablo exige que se diga lobisón y nó lobinson.”

39 Se asemeja al endriago . Un monstruo fabuloso cuyo cuerpo estaba formado con partes de hombre y fieras.

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Cruz rolla, el segundo, escribe: “Se trata de un mito uni-versal. El lobisón actúa durante la noche, por lo cual simboliza las sombras. Personifica la muerte, en contraposición con la luz del día, que es la vida. Como otros mitos representa las fuerzas naturales. Se considera lobisón a todo séptimo hijo varón, siempre que los seis primeros fueren también varones. Aún hoy, el vulgo cree que estas personas al dar la medianoche se transforman en la bestia a que se refiere el mito y concurren a los cementerios, donde realizarían tareas macabras y repugnantes”.

Augusto Meyer, incursionando en este tema, sostiene: “Lo-bisomen: todos sabemos que la superstición es antiquísima y de todos los pueblos. En rio Grande do Sul, Juan B Ambrosetti, re-cogió la siguiente copla :

“Dentro de mi pecho tengoun dolor que me consume.Cumplo mi destino,en traje de lobisón”.

El mito del lobisón aparece en cuentos y novelas de mu-chos escritores. Entre los que recordamos, por ejemplo, Jorge Luis Borges, en la “Biografía de Tadeo Cruz”,(el compañero de Martín Fierro),y Jorge Amado, en “Tierras sin fin”, (narrando la vida en las plantaciones de cacao brasileñas).

En nuestra región, los inveterados frecuentadores de cuanto velorio hubiera en la vecindad, especializados en cuentos y adivi-nanzas pavas, cuando agotaban su repertorio de “enigmas senci-llos” recurrían a una adivinanza, que puede variar de forma, pero siempre con el mismo final. Verbigracia: “¿qué es, un animal que tiene el tamaño de un ternero grande, cabeza de perro, orejas de burro, patas de tigre, melena de león, ojos que echan fuego, boca y dientes de caballo?”. Luego del silencio, más o menos prolongado de los asistentes, viene el consabido: “¿se dan por vencidos?”, “Sí”,

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responden los contertulios. ¡“El lobisón”!, proclama con regocijo el preguntón.

Una vez, a uno de estos amenizadores de velorios le pregun-taron: “¿ya que usted sabe tanto de lobisones, háganos el favor de explicar si una mujer violada por un lobisón queda preñada, que va a parir o a alumbrar?”. Hasta hoy, no hay quien arriesgue una respuesta a esta pregunta.

Los lobisones también han merecido versos de poetas nati-vistas, alguno de esos vates, incluso, aparecen en sus rimas prota-gonizando peleas y combates con tales engendros, poniendo en fuga siempre a sus terroríficos contendientes

Pero, basta de definiciones del lobisón. narremos, rápida-mente, lo que sucedió en un rancherío de Paso de Ataque, en la 4ª sección de nuestro departamento. Según decían, en la década de los cincuenta, por aquellos parajes andaba de correrías un lobisón, que llenaba de pavor a sus moradores. Estos, los viernes, día que hacía su aparición, en forma indefectible, el diabólico ser, mucho antes de la puesta del sol, se encerraban en sus casas, trancando puertas y ventanas, evitando encender las luces.

Hombres de “pelo en pecho”, acostumbrados a todos los peligros, algunos veteranos de nuestras revoluciones, donde sus corajes fueron puesto a prueba; que no conocían “el color ni el olor del miedo”, no se arriesgaban en esas noches a ser sorprendidos por el lobisón en algún camino de la zona.

Sumándose a los comentarios del pueblo, trasciende el en-frentamiento de un policía, -compelido por sus funciones a salir los viernes de noche a hacer la ronda-, con el terrible ser o animal. En su relato el policía, de probada valentía en más de un procedi-miento contra ladrones y contrabandistas, aseguraba que no tuvo más remedio que huir, después de toparse con el fabuloso animal, descargarle a quemarropa su revólver sin dar en el blanco y perder su puñal, de oro y plata, en el entrevero.

Ahora bien, en un ranchito de este paraje vivían dos mujeres solas. Sin compañía. Eran madre e hija y ésta, según las mentas era

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sumamente hermosa. Estaba “como sándia pa´rajar con la uña”, y por la moza suspiraban los paisanos de la vecindad. Ella se hacía la desentendida de sus requerimientos amorosos, lo que contribuía a despertar la curiosidad de la gente de Paso Ataque. Más de uno sospechaba que, entre la paisanita y un vecino casado, había un idilio muy lejos de ser platónico, pese al disimulo de la pareja.

Un día, varias jubilados, algunas viejas y paisanos ociosos comentaban, a la sombra de unos árboles, las correrías del lobisón. Entonces una vieja, madre de la agraciada moza de nuestro relato, inocentemente o disimulando una alcahueta o rústica celestina, astuta y taimada, dice: “Guapa es mi hija. Cuando los viernes de noche, el lobisón golpea la ventana del rancho, ella sale decidida, pelea a brazo partido con el feroz bicho, se oyen los jadeos y las quejas del animal, le quita el cinturón con el dinero y lo hace juir!”.

Uno de los de la rueda bajo los árboles, de amplias bom-bachas, botas y espuelas, facón a la cintura, poncho, chambergo requintado y rebenque empuñado, con más barba y sotabarba que un fraile, replicando a la vieja dijo: “…con los machos pasa todo lo contrario, ni semos suficiente pa´ pelearlo y, mucho menos, pa´sacarle el dinero!”.

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EL CAPITÁn GonZÁLEZ

Era del sur, pero muy adaptado al norte. Mulato, canoso y obeso, dueño de un caminar cansino que desmentía su permanente dinámica cuando de comer se trataba, el capitán González no era graduado en las luchas por la Independencia, tampoco en las de la Triple Alianza, Arbolito, Tupambaé o Masoller, sino en las no menos cruentas batallas por el diario puchero! A la vista estaba que de esas peleas había salido siempre victorioso. Lo probaba su gran volumen físico que revestía una estirada piel, siempre reluciente de grasa.

Le conocimos en una estancia riverense, donde toda su ocu-pación era comer y entretener a la cocinera, a los peones y al pa-trón, -cada dos o tres meses cuando visitaba las casas-, con dichos y relatos de sus aventuras a lo largo y ancho del país

Suponemos que en otros tiempos, más joven y menos gor-do, había sido un buen jinete porque en sus charlas, que tocaban varios temas, se hacía siempre un lugar para hablar de caballos y carreras, cuadreras o reglamentadas.

Sobre equinos nos endilgó flor de mentira. Al ocurrírsenos elogiar una yegüita de su propiedad, aprovechó el Capitán para asegurarnos seriamente que su cabalgadura era hija, nada menos, de la famosa yegua Madame recamier, ganadora de varios clásicos en Maroñas. nos enteramos tiempo después, que Madame reca-mier, la yegua, no la francesa célebre, había corrido en nuestro principal hipódromo hacía más de cincuenta años…

De sus muchas habilidades para ganarse el pan, sin el sudor de la frente, contaremos dos. La primera, su inigualable arte de vender en las “cuadreras” carpinchitos asados haciéndolos pasar por lechones… nunca ningún paisano y, mucho menos un pue-blero, le descubrió la jugada y, muy por el contrario, saborearon con deleite la carne del roedor anfibio.

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La otra habilidad, la segunda, la desarrolló en Montevideo en el transcurso de una “Semana Criolla” en la rural del Prado. El Capitán había tenido que viajar hasta la capital, -muy contrariado-, debido a una infección en un brazo que lo obligó a internarse en un hospital donde permaneció largo tiempo. Cuando egresó, con su salud restaurada a medias, su situación financiera era peor que la de los “pupilos del licenciado Cabra”40. Al dejar el hospital, anduvo sin rumbo hasta que recordó haber oído hablar de las “domas” en el Prado y orientándose hacia allí, “a patacón por cuadra”, consiguió, con mañas, entrar a la rural sin pagar lógicamente la entrada.

Como era su costumbre inveterada, estuvo observando a la gente y sus movimientos, constatando que gran parte de la con-currencia tenía problemas para reponer el agua caliente de sus termos. y, una vez más, sacó a relucir sus recursos. Se agenció, con sus insuperables martingalas, una lata grande de unos veinte litros, juntó papeles de diarios que estaban esparcidos por todo el predio de la rural, encendió un fuego y sobre dos piedras de regular tamaño colocó la lata con agua. Al poco rato estaba vo-ceando: “agua caliente para los termos!!!” convirtiendo el aviso en un pregón que retumbaba en las paredes de los pabellones de la rural. Ese, y los días subsiguientes, vendiendo agua caliente ganó muchos pesos con los que, además de solventar los gastos de su manutención, le permitieron regresar al norte.

El Capitán González era, además, un maestro consumado en preparar y hacer asados con cuero. no lo decimos sólo nosotros sino que tal “maestría” fue probada y luego avalada por Luis Batlle Berres cuando fue Presidente de la república. Allá por mediados del año 1949 el Primer Mandatario visitó nuestro departamento y fue invitado, a la estancia de un correligionario en Costa de Corra-les, a un asado con cuero. Batlle Berres y su comitiva llegaron ya de noche al establecimiento de campo, donde estuvimos nosotros y otros amigos presentes.

40 Los fulleros de “El buscón”, de Francisco de Quevedo.

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El responsable del asado con cuero no podría ser otro que el Capitán González, quien, con insuperable afán, se dedicó a una tarea que le era muy grata: ¡hacer asados!

El lugar donde lidiaba el Capitán estaba, aquella noche tor-mentosa, en una semipenumbra iluminada sólo por los relám-pagos que anunciaban lluvia. Hasta allí llegó el Presidente quien, desenvainando un pequeño cuchillo, intentó darle un tajo al asado. Lo intentó, porque el Capitán González con un gestó rápido y voz ceñuda le espetó: “¡Epa bárbaro, no me toque el asado… espere a que esté pronto, carajo!”

Todos aquellos que conocieron por trato directo o por refe-rencias autorizadas al ex-gobernante a quien nos referimos, saben que le desagradaba mucho que le llevaran la contraria. Empero, en aquella noche norteña, frenó su deseo de probar el asado y, envainando el cuchillo, inició un cordial coloquio con el Capitán. Hubieron mutuos pedidos de disculpas, del sin par asador por no haber reconocido al Presidente por la oscuridad reinante, aunque se sospecha que había identificado al Presidente de la república, y de éste por intentar darle un tajo al asado antes de tiempo.

El Capitán González que por primera y, probablemente, úl-tima vez hablaba con un Presidente, por aquello de que “…a la ocasión la pintan calva” no dejó pasar la misma y se explayó en una amarga queja porque el Comisario de Costa de Corrales no lo dejaba trabajar. Esto sorprendió en sumo grado a Batlle Berres, quien puso en duda que ello ocurriera pero, ante la insistencia del interlocutor en su protesta, llamó al Jefe de Policía del Departa-mento, que participaba de la reunión, y le trasladó la denuncia. También el jerarca policial expresó su sorpresa y sus dudas, pero el Capitán ratificó sus quejas. Se sucedieron una serie de preguntas y respuestas: “-Que sí; -Que no puede ser, -Que no me deja traba-jar”, hasta que al fin se aclaró el asunto: el Comisario no permitía que el Capitán trabajara en carreras, bailes, kermeses y fiestas en general, haciendo funcionar un “yaburú”. Hubo que explicarle a Battle Berres que “yaburú”, voz brasileña del tupi-guaraní, es el

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nombre de un juego lleno de trampas, ligeramente parecido a la ruleta, con un disco metálico convexo y circunvalado a espacios iguales por varillas cortas de un mismo tamaño. El “croupier” hace girar el disco que, después de algunas vueltas, es frenado por una pequeña chapa de metal con forma de una ballena que al detenerse determina el número ganador, sol o luna.

Cuando se aclaró el tipo de trabajo al cual quería dedicarse el Capitán González, le fue restituida la confianza al cuestionado Comisario y, aunque ello no era necesario, le explicaron a nuestro personaje que el juego del “yaburú” estaba prohibido en todo el país. Este, sacudiendo la cabeza, cabizbajo, carraspeó fuerte, se disculpó por tener que atender el asado y retornó a las parrillas.

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DoS CAUDILLoS HISTórICoS (*)

Cuando decimos “históricos” se comprenderá que nos re-ferimos a la historia de nuestro departamento, aunque pudiera ocurrir que los méritos de estos dos conterráneos trasciendan un día las fronteras de la Patria y se proyecten hasta Alaska y las Malvinas. De gente de menos relevancia se cuentan sus hazañas en otras tierras.

no es una exclusividad de nuestro pueblo la existencia de caudillos. no hay lugar en Latinoamérica que no cuente con pe-queños y grandes “cabos electorales” como los llaman los yanquis, permitiendo sospechar que también existen caudillos en el país de nuestros bien amados hermanos del norte. Quizás, también, los haya en la secular y muy civilizada Europa puesto que en todos lados se cuecen habas.

Caudillos hubieron, y todavía puede haberlos, ladrones, pre-potentes y sanguinarios. Felizmente los dos a quienes recordamos en estas líneas no integraron esa tenebrosa especie, si bien desco-llaron en otros sentidos.

El primero se llamaba J. V. pero era conocido por Don Pepe. Vivió para la actividad político-partidaria; fue pródigo, crédulo y hasta ingenuo. Formó en las filas de quienes dentro del batllismo apoyaron la candidatura presidencial de Julio María Sosa y fue incansable en la campaña electoral a la que dedicó todas las horas del día y gran parte de la noche.

Derrotado Sosa en las elecciones, quienes lo apoyaron re-solvieron organizarse en una agrupación que bautizaron “Por la Tradición Colorada” y que tuvo una corta existencia. Sus dirigentes de primera fila habían sido destacados ciudadanos del batllismo y precisamente por ser decididos integrantes del partido de Batlle

* o “400 jinetes a caballo vienen bajando la sierra” y “945 afiliados”!.

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y ordóñez entendieron, tal vez sinceramente equivocados, que la primer magistratura tenía que ser ejercida por un hombre de su misma posición política por ser, entre otras razones, el batllismo mayoría dentro del Partido Colorado.

Después de trascurrida la etapa electoral, los sostenedores de la candidatura de Sosa se reintegraron, en forma paulatina, al Batllismo.

Pero antes que ello sucediera, una noche durante la sesión del Comité Ejecutivo Departamental de la Agrupación “Por la Tradi-ción Colorada”, con la asistencia de nuestro personaje, un dirigente en uso de la palabra estaba considerando un asunto importante y a cierta altura de su intervención exaltó la personalidad de Don José Batlle y ordóñez. Fue entonces que el otro Pepe, el nuestro, es decir don José V., sorprendido por el panegírico a Batlle que hacía el orador lo interrumpió para expresar, en forma solemne: -“Com-pañeros, no entiendo lo que está diciendo el orador ya que si semos sosistas no semos batllistas y si semos batllistas no semos sosistas”.

Por más que se le aclaró el asunto y se le reiteró que ambas posiciones no eran excluyentes y que, al contrario, se comple-mentaban ya que Julio Ma. Sosa y quienes lo votaros eran todos batllistas, como era de notoriedad pública, nuestro caudillo o “cabo electoral” no aceptó las explicaciones.

Lo narrado ocurrió allá por 1927. Don José V. años después, desvinculado del Partido “Por la tradición colorada”, organizó otra agrupación de su exclusiva propiedad. Juntó 50 firmas y solicitó a la Junta Electoral el registro del Distintivo “Patria y Ejército”. nada lo ligaba a las fuerzas castrenses. Era un republicano probado pero ello no obstaba para que fuera, también, un ferviente admirador del ejército. Un sentimiento incompatible con la ideología batllista, a la que había abrazado de lleno hasta poco tiempo antes.

A la nueva Agrupación dedicó todo su entusiasmo y afanes. Vendió su único patrimonio: una modesta casita, se compró un Ford de la década del 20 y recorrió todo el departamento de rivera. Con su Agrupación, reintegrado al Partido Colorado, bajo el sub-lema

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Dos Listas riverenses de 1931. La 23 del “sosis-mo” y 28 del “batllismo” con el Distintivo: “Patria y Ejército”

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“Batllismo”, intervino en las elecciones de 1931 y “Patria y Ejército” obtuvo 38 votos! Doce menos que las 50 firmas presentadas ante la Junta Electoral. no faltó un gracioso, funcionario de la oficina Electoral, que largó la versión de que “como había llovido durante el día de los comicios, los 12 que disminuyeron no habían desertado del “ejército de la patria” sino que encogieron debido a dicho factor climatérico. Lo de climatérico sirvió para que otro sostuviera que ello era natural porque los 12 omisos eran, en su mayoría, adultos mayores. Un tercer comentarista del resultado electoral de “Patria y Ejército”, discrepando con las opiniones citadas, emitió la suya propalando que “el lodazal que produjo la intensa precipitación plu-vial, impidió el desplazamiento normal de la poderosa artillería de “Patria y Ejército” y cerró el avance de su infantería hacia las urnas”!

Pero volviendo a los días en que Don Pepe era “sosista”, re-memorando la jornada preelectoral cuando las huestes que apo-yaron la candidatura de Julio María Sosa llevaron acabo una gran asamblea, con la presencia del candidato y de Enrique rodríguez Fabregat, poco antes de iniciarse el acto, uno de los dirigentes responsables del éxito del mismo, muy nervioso le pregunta a Don Pepe a que hora llegaría el contingente de correligionarios que el acaudillaba y éste, muy suelto de cuerpo, le contesta: “400 jinetes a caballo vienen bajando la sierra para incorporarse a la asamblea!”. La verdad es que hasta hoy ningún jinete, a caballo o a pié, engrosó el mitin del sosismo.

El otro caudillo de esta narración, don M.Machado, fue tam-bién como su correligionario Don José V., un fervoroso militante político cuyo entusiasmo lo llevó a batir records en la fundación de agrupaciones y clubes, pre y post actos eleccionarios. Con los consiguientes cambios de nombres, claro está, pero siempre dentro del mismo Lema.

Le gustaba la tribuna y su oratoria aún se recuerda en ruedas de conversas riverenses. En uno de sus desopilantes discursos dijo: “Correligionarios, los aorto a trabajar por el trunfo de nuestro glo-roso Partido”. no sabemos si su exhortación fue cumplida. Pero otra

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vez, aortando a que se inscribieran en el registro Cívico nacional, expresó: -“todo compañero que no esté escrito tiene que hacerlo enseguida. Si no tiene el decumento prescindible que me avise que yo lo saco y también consigo la odencia en la oficina lectoral”.

no obstante sus sensacionales discursos, la nota más alta la dio con la inauguración o reinauguración de un club partidario. Hubo abundante propaganda radial, también una profusa distri-bución de volantes invitando al acto al que asistirían los candidatos a la Diputación y al Concejo Departamental.

y llegó el día señalado y junto a los candidatos estuvimos presentes. Cuando llegamos al local del nuevo baluarte partida-rio, había en el mismo tres personas: el caudillo, su esposa y el encargado del asado. Tres, que no pasaron de tres, y a los que se sumaron los candidatos y su comitiva.

El exiguo número de tres, no achicó de manera alguna al gran dirigente y organizador de la conferencia quien, antes de ini-ciarse la parte oratoria a cargo de los candidatos, expresó: -“como el secretario de este nuevo gran baluarte, no puede asistir, pido que uno de los muchacho que acompañan a nuestros prestijosos candidatos haga de secretario interno y lea la lómina de afiliados”.

Un joven de la comitiva tomó la posta y una libreta indizada que le alcanzó el caudillo, quien prosiguió diciendo: “Compañero abra el libro en la letra “A” y lea al final de la foja la suma de afi-liados”. obediente el secretario interino, cantó “65”. “Siga con la letra “B” pidió el dueño del índice. “48”, leyó el secretario ad-hoc y siguió así letra por letra hasta la “Z”. Al llegar a ésta, solemne-mente, dijo el caudillo: “Como ven distinguidos correligionarios, este club cuenta con 945 afiliados!!!”.

Hubieron aplausos y felicitaciones. Más tarde los candidatos, revisando lo actuado, coincidieron en que 945 menos los 3 afi-liados que estaban en el local, arrojaba un total de 942 presuntos electores, cifra que se tornaba tremendamente difícil de reunir aún cuando el caudillo recurriera a toda la elocuencia de sus clásicos discursos.

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UnA PESCA SEnSACIonAL

Para nelson Pintos (*)

Cuando éramos gurises sólo conseguíamos pescar, en el mo-desto arroyo del pueblo, mediante un alfiler doblado, atado a un piolín, con un corcho de alguna botella de vino como boya y un pedazo de caña de tacuara, insignificantes mojarras y cazar, con una honda o gomera, única arma de que disponíamos, algún go-rrión paupérrimo en carnes. nunca logramos, quizás por nuestra pésima puntería, una caza mayor. Aunque para el caso, pudiera haber servido un pájaro bobo.

Por eso, (un entendido podrá decir: un trauma por frustra-ción), nunca nos atrajo la pesca y menos la caza, como deportes, y jamás nos dedicaríamos a esos menesteres como profesionales. Pero ello no incide para que simpaticemos con los pescadores y cazadores criollos. Los primeros, pasan interminables horas a las orillas de los arroyos, muy pocas veces ríos, esperando que las líneas de sus aparejos den señales de que hay un pez que está por ensartarse o, mejor dicho, “anzuelarse”. Quietud y silencio del pescador que semeja la práctica de un rito, quizás ancestral. ni hambre, ni frío, ni lluvia, ni cansancio le arredran en esa faena que muchas veces resulta vana. Sin siquiera el premio de un minúsculo pescadito que venga a calmar, minimamente, su fallida ictiofagia.

Los mismos sacrificios, plenos de abnegación, pueden ano-tarse en los cazadores. Con la variante de que en lugar de per-manecer estáticos, caminan largas y extenuantes jornadas, con iguales resultados al de un pescador: sin cobrar una sola pieza para su morral virgen.

* “El Negro Latero”, tenaz y abnegado pescador de lagunas y arroyos riverenses.

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La única, y mínima diferencia entre ambos es que el primero, si alguna vez lo desea, y puede, recurre al SoyP (Servicio oceano-gráfico y Pesca), en cuanto el cazador no cuenta con la posibilidad de un consuelo similar. Tendrá que esperar la creación, por parte del Estado, del ente que destine a sus burócratas, procedentes del comité partidario, a la caza de perdices, perdigones, patos, liebres, etc.. organismo que, se nos ocurre, podría llamarse: SErCAZ (Servicio de Caza), o InCAZ (Industria Cazadora), o InCAPAZ (Industria Cazadora por Azar). Su nombre, y sigla correspondien-te, no serían un problema, tampoco financiar su funcionamiento. El personal sería seleccionado, mediante concursos cerrados, entre familiares y correligionarios, éstos acreditando méritos certifica-dos por las autoridades partidarias.

Quienes dicen conocerles, aseguran que, por un sentimien-to de “revancha compensatoria”,los pescadores y cazadores mag-nifican el resultado de sus actividades. En fin, cierto día, como ocurría con frecuencia, se formó una rueda de pescadores, todos funcionarios del hospital, en la que participaban Federico Díaz (Químico Farmacéutico), Alberto González (Aux .de rayos X), Gualberto Sosa (Guarda Sanitario), Lauro González (Electricista) y r.Larrosa (Enfermero). Este último, había en la víspera regresado desde “La Coronilla”, un pesquero de fama internacional en la costa del Departamento de rocha, después de su licencia anual. Allí había pescado y, lógicamente, la palabra la tenía él.

Con lujo de detalles, y un entusiasmo muy emotivo, narró que había sido protagonista de algo que no olvidaría jamás. Des-pués de varios días de pescar en pleno océano, sabedor sólo de pescas en tajamares, lagunas y/o arroyos de rivera, con suerte variada, “una tarde inolvidable, con un poco de viento y amenaza de lluvia,” empezó a contar Larrosa, “ví que uno de los aparejos empezó a correr… Me apuré en agarrarlo y, sólo con tantearlo, presentí que era un bicho grande”; empecé a recoger la línea y el animal hacía mucha fuerza”. “Fue una lucha tremenda entre algo desconocido y yo”. “Con miedo a que me cortara la línea, lo fui

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trayendo y logré sacarlo a la orilla del agua”. “Ustedes no podrán, ni remotamente, imaginarse lo qué pesqué”.

Todos, a coro, con una curiosidad que había ido in-crescen-do, preguntaron: “¿Qué pescaste?” –“nada menos que un caballo marino”, dijo Larrosa.

“¡Bárbaro, no por lo que pescaste sino por la mentira!”, ex-clamó Federico Díaz. -“El caballo marino, llamado también hi-pocampo, mide sólo hasta treinta centímetros de largo, y no sale en aparejos”.

El narrador no pudo contestar porque la rueda se disolvió y sus integrantes debieron atender sus tareas. Pero Larrosa se quedó rumiando el desmentido. no podía quedar tan mal parado ante sus amigos y resolvió hablar más tarde con un vecino, que era profesor de historia natural, a quien preguntaría algunos detalles del bendito “caballo de mar”. Sin decirle, desde luego, el motivo de su consulta.

Entre otras cosas, el profesor le explicó el tamaño, la forma de nadar, colores, etc. del “caballito de mar” y agregó que “según la mitología, también se llamaban “caballos marinos” los que tiraban del carro de neptuno”. Esto último, le gustó a nuestro personaje para refutar al químico que lo había dejado en ridículo.

Al otro día, cuando se formó la rueda habitual, antes de que alguno empezara a hablar, mirando a Federico Díaz nuestro personaje, después de carraspear, dijo: “Ayer, se fueron y no me dejaron explicar la formidable pesca que tuve en “La Coronilla”. no se trataba de ese animalito insignificante que vos llamaste no sé cuanto del campo, sino de un verdadero caballo marino de los que cuenta la metología … “los que tiraban del coche de don Saturno!”.

Sus interlocutores lo miraron jovialmente sacudiendo sus cabezas… Los cronistas de esa época nunca precisaron cómo se cerró esta polémica pesquera y mitológica.

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EL MUrIAGA

“El Muriaga, desde ha rato,no se puede resistir,

y, con sus dedos de sapo,repiquetea en la guitarray acompaña el tamboril:

toque-toc, toc-toc, toque-toc, toc-toc.”

Agustín R.Bisio

El naturalista inglés Carlos roberto Darwin, (1809-1882), es el autor de la teoría de la selección natural de las especies. Sus libros le dieron renombre mundial .De todos ellos, cabe citar dos: “El orígen de las especies” y “El orígen del hombre, la selección natural y la sexual”, de 1859 y 1871 respectivamente.

Bastan estos breves datos biográficos del investigador y filó-sofo británico, para lo que pretendemos narrar.

Creemos, obviamente, que nuestros conterráneos, inclusi-ve nosotros, claro está, -salvo alguna excepcional excepción- no habíamos leído a Darwin; desconocimiento bibliográfico que no impedía que hasta ellos y nosotros no hubiera llegado la fama del citado naturalista, a través de su teoría de la selección natural de las especies de la que sólo sabíamos, y repetíamos, que “el hombre desciende del mono” y que sólo faltaba encontrar el eslabón perdi-do, para probar la teoría del científico inglés. Así como también, con la pretensión de un chiste, el complemento de la aseveración de Darwin, de autor anónimo pero criollo por su irreverencia, “… y el mono desciende del árbol”.

Si temeraria resultara nuestra afirmación de que los rive-renses, en la época a que nos referimos, no fueron lectores de lo libros del inglés, podemos, en cambio, asegurar, sin incurrir en un error, que todos compartían su teoría del origen del hombre y la del eslabón perdido. Tenían poderosas razones para ello. no

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era una tesitura caprichosa, sino la convicción surgida de un co-nocimiento directo del ejemplar más acabado del “homu simius”, más simius que homu.

Porque, a diario y regularmente se cruzaban, veían, oían o hablaban con el eslabón perdido por las calles de rivera.

¿Qué otra cosa, sino el eslabón perdido, era Marciano Acos-ta? Marciano Acosta o el negro Muriaga. Mucho más negro Mu-riaga que Marciano Acosta.

¿Marciano Acosta? .¿Marciano Acosta? ¿quien conocía en rivera a Marciano Acosta? –nadie. ni la policía, ni las curanderas, ni las pupilas de los quilombos del Cerro del Marco, ni las viejas que tiraban las cartas y conocían a todo el mundo, sabían de la existencia de un tal Marciano Acosta. Pero eso sí, todo el pueblo conocía al negro Muriaga.

Pero el negro Muriaga sin lugar a dudas, era identificado como Marciano Acosta en el registro Civil y en el padrón de la Corte Electoral. Dos nombres para un solo cuerpo y un alma sola.

nosotros somos totalmente ignorantes en lo atinente a la antropología y la antropometría, desconocimiento que no nos im-pidió haber conocido las “entretelas” de muchos antros riverenses. Entonces, a pesar de nuestra ignorancia, trataremos de describir al Muriaga, conscientes de que será difícil lograr un retrato fiel del mismo..

A la inversa de un antropoide, en lugar de ser un mono pa-recido a un hombre era un hombre parecido, muy parecido, a un mono. Le caía en todo su alcance aquello de que la cigüeña tuvo que hacer dos viajes a casa de sus padres: uno, cuando lo dejaron con el vagido primigenio, y otro, más tarde, a suplicar que la per-donaran por lo feo que era el bebito.

y razón tenía la zancuda ave, porque para feo era feaso. “Peor que pegarle a Dios” y para negro, negraso; como si lo hubieran recubierto con una capa indeleble de alquitrán. Un negro azul, como dicen en la frontera.

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Cuando creció, no mucho, digamos cuando se hizo adulto, la cosa se agravó sin redención, hasta caer en desahúcio.

Era tan asimétrico que sus extremidades superiores aventaja-ban en mucho a las inferiores. Patituerto, como si hubiera domado barriles a lo largo de su vida. Imberbe, en cuyo rostro, ¿rostro?, un mascarón de proa totalmente yermo no asomaba el más in-significante pelo. Una cara de ternero nonato como para agraviar a cualquier barbero y causar el malhumor de los vendedores de hojas de afeitar.

Aquello tan manido de que “no tiene dos dedos de frente” no le era aplicable, pues su frontal no se acercaba a esa minidimen-sión. Tenía, además, unos ojos de batracio desorbitados, con una esclerótica amarilla de matices rojos. Una nariz fugitiva, donde tendría que estar ubicado el órgano externo de la respiración y el olfato, tenía dos descomunales fosas que, en permanente protesta, cuestionaban sus exuberantes belfos que ni con la mejor predis-posición, en una caritativa tolerancia, podían llamarse labios. El inferior colgaba sobre el mentón y ambos circundaban una boca enorme. Una “boca de tormenta”41 más que una boca humana.

Hablaba incomprensiblemente, con un lenguaje lleno de chi-llidos… como un bosquimano. En cambio, cuando tocaba la gui-tarra, cantaba e imitaba, según él cualquier instrumento musical fuera de viento, cuerdas o percusión, se convertía en un hombre orquesta. Aporreando la guitarra, con el yuca al acordeón y la Gavina zarandeándose a su lado, solían amenizar aniversarios,42 casamientos, bautismos y bailongos los fines de semana.

Más de una vez, y voluntariamente, nos hicimos flagelar oyendo sus horrorísimas imitaciones. Alaridos guturales, mez-clados con una dislalia o tartamudez insoportables.

Pero si nosotros, que por no tener otra cosa que hacer, de puros ociosos, le bancabamos a Muriaga sus espeluznantes

41 Desagüe pluvial.42 Cumpleaños.

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conciertos, peor le fue a un inocente novio que próximo a su ca-samiento tuvo la desgraciada ocurrencia de llevar, al filo de una medianoche, hasta la ventana de su prometida al Muriaga, con la tierna y apasionada intención de despertarla con una serenata.

¿Qué la despertó? ¡la despertó! Pero fue tan grande el enojo de la dama que no perdonó nunca lo que calificó de “insolente e irrespetuosa algazara, propia de chusmas”, rompiendo sus relacio-nes con el desafortunado galán.

Creemos innecesario narrar otros insucesos provocados por el virtuosísmo del negro Muriaga al pulsar su guitarra o imitar otros instrumentos musicales.

Pero, además, cuando hablaba, como dijimos antes, no lo en-tendía ni la madre. Tampoco los funcionarios municipales cuando el Muriaga concurría a la Intendencia buscando informes sobre el trámite de un expediente donde reclamaba la propiedad de un terreno sito en la planta urbana de rivera. Como no tenían nada que notificarle, cierto día le espetó al funcionario actuante: -“P´a mi, que hay fraile”. -“¿Fraile?, preguntó el empleado, en tren de se-guir bromeando. -“Fraile, sí” repitió Muriaga. -“¿Cómo va a haber fraile si la Intendencia no es un convento”, retrucó el burócrata. y recontraretrucó nuestro personaje: -“Con viento o con Bento, us-tedes me hacen venir todos los días “al pedo y al litro”, como había soltado una vez su defensor, el procurador lusitano don Manoel de oliveira Sobresa, fuerte en trapisondas y en latín, ante la queja de su cliente que “siempre estaba Ad-Pédem Líttere”.

Finalmente lamentamos recordar parcialmente una payada entre el Muriaga y Pituto Sarasola, que podría hacer más ameno este relato y que fue celebrada durante mucho tiempo por quie-nes la oyeron allá por 1953, cuando el Muriaga era protegido de nuestro amigo y hermano Evergisto Acosta, que lo alojaba en su casa de reyles casi Anollés.

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Si lográramos recordarla, sería un cierre divertido de las an-danzas del Muriaga43, con su guitarra, tartamudeos, risas y enojos, por las lejanas calles de rivera.

43 otros personajes que conocimos, y tratamos personalmente, fueron: la cu-randera Mâe Bemvinda, el Cartola, Policarpo, María Cachorro -rodeada siempre de perros-, Pablo Bandera -con su discurso-, el pardo Macaco Baio y su hijo Macaquinho –que vivían en el Cerro del Marco-, el verdulero Capulano -que anunciaba su reparto soplando un cuerno de vaca-, la Gavina, la cartomante Palmira, la vieja rufina –que se sabía todos los chismes del pueblo-, Florencio –manosanta y vidente-, Ciriaco -con su temblequeo y la latita llena de monedas-, Luisinho - dirigiendo el tránsito subido a las garitas de la calle Sarandí, el negro oriente, guapo y nadador, asentado en la Laguna de Pinheiro, y el Guaiaba con la bolsa de arpillera llena de huesos y sus temibles insultos.

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DAToS BIoGrÁFICoS

osvaldo LEZAMA LArA16/04/1910 - 01/04/1971

Hijo de Felipe LEZAMA y CArrAL y Leonor LArA MArTInEZ

Trabajó como Escribiente en la Parroquia de rivera de 1924 a 1934; de Auxiliar en la construcción de la represa de Aguas Corrientes en la Cuchilla negra de 1934 a 1936; como Auxiliar Dactilóscopo en la oficina Electoral de 1937 a 1946 y como Administrador del Hospital de rivera desde 1947 hasta 1954.

Maestro masón fue iniciado, colado y exaltado en la Logia “Unión y Fraternidad Riverense”, de la Gran Logia de la Masonería del Uruguay, del rito Escocés, Antiguo y Aceptado.

De familia colorada, (su padre llegó a rivera en 1904, como Es-cribiente del Estado Mayor del 2º regimiento de Caballería, al mando del Cnel. Pablo Galarza), adhirió al “Batllismo” muy joven y se vinculó, a través de su primo Arturo Lezama, a la Agrupación “Avanzar” liderada por el Dr. Julio César Grauert. Ejerció el periodismo partidario en distintas épocas desde las re-dacciones de Noticias, La Palabra, Ruta, Democracia, Batlle y La Idea.

En 1928, como candidato a la Asamblea representativa, (Junta De-partamental), integra la Lista 8, del Partido Colorado, Sub-Lema: “Por el Partido y el Departamento”, Distintivo “Lista Juventud”, con las candidaturas del Dr.Miguel Aguerre Aristegui y Sr. Alfredo Le-pro al Concejo de Administración Departamental (Intendencia).

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En 1931, como candidato a la Junta Electoral, integra la Lista 11, del Partido Colorado, Sub-Lema: “Por los ideales batllistas”, Dis-tintivo: “Bisio-Esteves”, con las candidaturas de Agustín r.Bisio y Luis Esteves al Concejo de Administración Departamental (In-tendencia). En 1933,* con Agustín r. Bisio, Alfredo Lepro, Bernardo Ferrei-ra Avila, Delibio Paiva olivera, Servando M.Prestes, Coralio ri-vero Antunez, Héctor Garagorry y otros compañeros organizan la “Comisión Departamental Juventud Batllista” cuyos cometidos fueron la reorganización del Partido y la resistencia a la dictadura terrista.

En 1934, el batllismo, los nacionalistas independientes y los socia-listas se abstienen en las elecciones parlamentarias y en el plebisci-to para ratificar la Constituyente del año anterior instrumentada por el dictador Gabriel Terra.

En 1935 colabora con los batllistas exiliados en Livramento en el intento de provocar un alzamiento militar y civil para derrocar a Gabriel Terra. Conoce a Alfeo Brum, Justino Zavala Muniz y Washington Fernández e inicia con ellos una larga amistad. En la organización del levantamiento participaron blancos independien-tes, batllistas y algunos militares. En la “revolución del 35”, llamada también de los 9 días, “todo falló: los horarios, la sincronización, los tres regimientos, los suministros y los enlaces, lo elemental, todo, menos el coraje”, comenta un historiador.

En los años 1936/1939, durante el período de la Guerra Civil española, se integró al movimiento de apoyo a la republica. Pos-teriormente, durante la 2ª Guerra Mundial, se sumó a quienes combatían el nazismo y el Fascismo en nuestro país.

* Junio/agosto

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En 1938, el batllismo y los blancos independientes mantuvieron su posición de abstenerse. Los socialistas y los comunistas vota-ron un candidato común: Emilio Frugoni. Por primera votaron las mujeres y la fórmula Baldomir-Charlone ganó las elecciones.

En 1940, con Mozart Sarasola, Gilberto da Costa obrer, Atilio Vieira da Cunha y otros compañeros, organizan la “Juventud Bat-llista Batlle-Brum-Grauert”, participando en las elecciones internas del Batllismo efectuadas ese año.

En 1942, integra la nómina de titulares a la representación nacio-nal de la Lista 20, del Partido Colorado, Sub-Lema: “Batllismo”, con las candidaturas del Dr.Juan J. Amézaga y el Dr.Alberto Guani a la Presidencia y Vicepresidencia de la república, respectiva-mente.A la Intendencia Departamental los candidatos fueron los Sres.Carlos T. Gamba, Alfredo Lepro y Dr.Italo Batello con el sistema preferencial de suplentes.

En 1946, con Carlos T. Gamba y Alfredo Lepro como titulares a la representación nacional, integra la Lista 20, Partido Colorado, Sub-Lema: “Batllismo”, Distintivo: “Por Batlle y su obra”, con las candida-turas de los Sres. Tomás Berreta y Luis Batlle Berres a la Presidencia y Vicepresidencia de la república respectivamente. El Sr. orestes Machado Leal fue el candidato a la Intendencia Departamental.

En 1950, junto a orlando Bonilla, Héctor Garagorry, Carlos Serón, Elir Pereira, Coralio rivero Antúnez, Enrique Cottens, ovidio Mello Paz, nelson Pintos, Celso rivero, Pedro J. Hoffman, os-mar Fernández, Fernando Castillos, niberta Espinosa de Cottens, Víctor A. Pérez, Felisberto Zampetti, Heraclio Fernández, Vicen-cia Castro, Brum A.Tito, José rebollo, Juan Segui, Vasco Posada, Albertina S.de Bustamante, Félix Macedo, Jeremías W. de Mello, Aura Sosa de Azevedo, Queser Zacker, Elio L.Pintos, Carlos y.

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Von der Putten, Pablo Díaz, Francisco A. Camargo, Pedro Flores, nemencio Borba, nicolás Farías del Pino, rafael Gallo y otros compañeros, organizan el “Movimiento Renovador Batllista”.

Ese año es proclamado candidato a la Intendencia Municipal y en las elecciones nacionales integra, como 2do. Suplente, la Lista 29, Sub-Lema “Batllismo”, Distintivo “Por 50 diputados batllistas”, que postuló al Ing. Manuel rodríguez Correa (oriundo de rocha) como titular a la representación nacional y al Sr. Pompilio García (oriundo de San José) como 1er. Suplente. Electo diputado por distintos departamentos, rodríguez Correa renuncia y lo suple Pompilio García quien desempeña el cargo durante todo el pe-ríodo. El Dr. orlando V. Gil es electo Intendente Departamental.

En 1951, (noviembre) como delegado del Movimiento renovador Batllista en la campaña por el Colegiado, integra la “Comisión Departamental Colorada Pro-reforma de la Constitución”, Presi-dida por el Dr. Italo Battello, como Vice-Presidentes el Sr. Agustín r.Bisio y el Tnte. Cnel (r) Camilo Techera. El Secretariado lo integran los Sres. Bernardo Ferreira Avila, osvaldo Lezama, José Ma. Vico y Tnte.Cnel. (r) Aníbal Gaye.

En las Elecciones Internas del Partido Colorado Batllismo, (19-09-1954) es electo al Comité Ejecutivo Departamental y a la Convención nacional, en la Hoja de votación nº 2, Sub-Lema “Lista 29”, Dis-tintivo “Agustín R. Bisio”, la que obtuvo más del 50% de los votos emitidos y once integrantes en el Comité Ejecutivo Departamental.

En 1954 es electo representante nacional con el Sub-Lema “Ba-tllismo”, Lista 29. El Sr. Guido Machado Brum es electo, a su vez, Presidente del Concejo Departamental bajo el mismo Sub-Lema.

El 28 de julio de 1958, es retado a duelo por el Sr. Manuel Flores Mora, Diputado por Montevideo, electo por el Batllismo Lista

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15. El Tribunal de Honor fue integrado por el Dr. Amílcar Vas-concellos, el Cnel. oscar Petrides y el Cnel. Armando Lerma. Los padrinos de Flores Mora fueron el Senador Teófilo Collazo y el Cnel. n. García. Los padrinos de Lezama fueron el Diputado por Artigas, Sr. José Mendy Brum y el Sr. Hermenegildo ruibal. El Tribunal falla que no hay lugar duelo.

En 1958 es reelecto representante nacional con el Sub-Lema “Por la Unidad del Partido”, Lista 2929. El Sr. Carlos de Mello es electo al Concejo Departamental bajo el mismo sub-lema.

En 1959 el Diputado osvaldo Lezama envía sus padrinos y reta a duelo al Cnel.Pascual Bailón da Cruz, ex-Jefe de Policía. Sus pa-drinos fueron el Dr. Dalcy Perdomo y el Sr. Enrique Cottens. Los padrinos del Cnel. da Cruz fueron el Concejal Sr. Guido Machado Brum y el Cnel. Aníbal Gaye. El Tribunal de Honor integrado por el Dr. Pedro L.Quartara, el Dr. Ismael Magariños y el Esc.Fernando Segarra, falla que no hay lugar a duelo.

En 1962 osvaldo Lezama adhiere a la candidatura del Gral.oscar Gestido al Consejo nacional de Gobierno. En rivera apoya el Sub-Lema “Unión Colorada y Batllista”, Lista 11, con las candidaturas del Prof. Washington rodríguez a la Diputación y el Sr. Enrique Cottens, al Concejo Departamental.

En 1966 integra la Lista 275, Sub-Lema “Por la Unión del Partido”, que postuló al Dr. Amílcar Vasconcellos y al Sr. renán rodrí-guez a la Presidencia y Vicepresidencia de la república, a osvaldo Lezama a la representación nacional y a Mozart Sarasola, a la Intendencia Municipal.

En 1971, integrando un grupo de militantes batllistas, adhiere al “FRENTE AMPLIO”, fundado el 5 de febrero de 1971.

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APénDICE

De acuerdo a lo expresado en el prólogo, siguen reproduc-ciones de fotos, listas, afiches, convocatorias, volantes, etc. que permiten, en nuestra opinión, situar al narrador en el contexto social y político de sus relatos.

La documentación está ordenada en cuatro bloques. En el primero: las listas electorales desde 1928 a 1966; en el segundo: volantes, afiches y dos textos de prensa; en el tercero: fotos de actos y reuniones partidarias; en el cuarto: fotocopias de las carátulas de dos periódicos editados por el “Movimiento renovador Batllista” y la “Agrupación José Batlle y ordoñez”, respectivamente.

Los originales de algunos de estos materiales fueron facilita-dos para su reproducción por familiares de compañeras y compa-ñeros de nuestro padre en su actividad político partidaria. otros, integran el archivo personal organizado por el narrador.

Cabe agregar que consultados los archivos de de la Corte Electoral, de la oficina Electoral de rivera, de las Bibliotecas na-cional y del Poder Legislativo, no se logró ubicar ejemplares de la Lista 29, del Partido Colorado, Sub-Lema “Batllismo”, de las elecciones de 1954.

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Año 1928.

Año 1931.

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Año 1942.

Año 1946.

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Año 1954, elecciones internas.

Año 1950.

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Año 1958.

Año 1962.

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Año 1966.

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Año 1950.

Año 1950.

Año 1954.

Año 1950.

Año 1958. Año 1962.

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“Democracia”, 05-07-1952. A no confundir.

“Batlle”, 2-03-1958. Caraduras. “La Escoba”, 1- 04-1954. A escobazo limpio por Rivera

La polémica interna: dos artículos y un “tercero” desde Montevideo

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“Batlle”. 1er. Número: 2-05-1956. “El progreso de Rivera por la acción seria y eficaz del Batllismo”. Directores: Orlando Bonilla, Ing. Luis E. Pachiarotti. Redactores: Dr. Orlando V.Gil, Prof. Washington Rodríguez. Administración: Alcides Battistessa, Osmar Fernández.

“DEMOCRACIA”. 1er. Número: 21-10-1950. “Con Batlle y el pueblo por la Democracia Integral”. Director Responsable: Orlando Bonilla. Redacción: Coralio Rivero Antúnez y Carlos Serón. Administrador: Ovidio Mello Paz.

Reproducciones de periódicos

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Noviembre de 1954. Acto de cierre de la campaña electoral del Movimiento Renovador Batllista, Lista 29, frente al local de la Agrupación “Julio César Grauert” en Presidente Viera y G.Anollés. En la tribuna Osvaldo Lezama, a su izquierda Ovidio Mello Paz y Santiago Busconi. Detrás Don Héctor Garagorry. El niño es Elbio Cuello (Nenito).

Campaña electoral de 1950. De izquierda a derecha: Guido Machado Brum, Gabriel Almansa, Orestes Machado Leal, Orlando Gil, Pompilio García, Grauert Lezama Pintos, Brum A.Tito, Coralio Rivero Antúnez, Basilicio Alves y Osvaldo Lezama. (segundo, cuarto, octavo, noveno, décimo, decimoprimero, décimosegundo, décimotercero, décimocuarto y décimoquinto).

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Noviembre de 1958. Cierre de la campaña electoral del Movimiento Renovador Batllista y la Agrupación “José Batlle y Ordoñez”, Lista 2929, apoyando la reelección del Diputado Osvaldo Lezama

Otra toma del acto de la Lista 2929. En la tribuna el Diputado Osvaldo Lezama.

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Diciembre de 1962. Acto de la “Unión Colorada y Batllista”, en Tranqueras. Saludando con el sombrero en alto Don Horacio Pintos Berruti, a su izquierda la Sra. Niberta Espinosa de Cottens y el Esc. Delibio Paiva Olivera. Frente a ellos, de perfil al fotógrafo, el Sr. Omar Mulattieri.

Reunión de camaradería celebrando el resultado de las elecciones de Noviembre 1954. Con los Vereadores (*) de Santa Ana de Livramento: Aurelio Dargiello, del Partido Social Democrático (PSD) y Joaô Adhemires, del Partido Trabalista Brasileiro (PTB).De izquierda a derecha: Dargiello, Lezama, Adhemires y H. Fernández.(*) Ediles.

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Osvaldo Lezama haciendo uso de la palabra. A su izquierda Enrique Cottens y Orlando Bonilla.

El Vereador (Edil) Aurelio Dargiello, felicitando fraternalmente a integrantes del Movimiento Renovador Batllista, Lista 29. De izquierda a derecha: Osmar Fernández, Cuello, Lezama, Dargiello y Bonilla.

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Elecciones de 1954, En el local del “Movimiento Renovador Batllista”, Lista 29.De izquierda a derecha: Osmar Fernández, Delmar Cuello, Joaô Adhemires, Osvaldo Lezama, Grauert Lezama Pintos, Félix Macedo, José Rebollo y Ovidio Mello Paz.

Homenajes a Batlle al cumplirse el XXVII Aniversario de su muerte. El 26 de junio de 1956, en Sarandí y Lavalleja, se efectuó un acto de homenaje a Batlle. El 7 de julio de 1956, en el cine América, se celebró un 2do. Acto. En la foto, una reunión de coordinación: de izquierda a derecha: Bernardo Ferreira Avila, Washington Fernández, Osvaldo Lezama y Guido Machado (primero, tercero, septimo y octavo.)

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InDICE

A manera de prólogo ........................................................................7Flor de payada ...................................................................................9Un hombre ......................................................................................13Las andanzas del Dr. Turena .........................................................17Certificado de “valor probado” .....................................................32Una serenata disonante ..................................................................39Lentes y bigotes ...............................................................................44Juan Barullo .....................................................................................47El repetido discurso de Pablo Bandera ........................................52Pedro Guapo ...................................................................................55La desercion de un combatiente ...................................................64Los recursos de Villalba .................................................................70Malena .............................................................................................75Un ajustado criterio de justicia social ..........................................79Un asunto de honor ........................................................................83Despertador o centinela .................................................................86Panes y números .............................................................................90Enojo y réplica ................................................................................92El único Martín trabajador ............................................................94La gran jugada .................................................................................98Un censo electrónico ....................................................................101El diagnóstico de Sarasola ...........................................................104Una maestra “cantinflera” ............................................................106Moza de coraje ..............................................................................109El Capitán González .....................................................................113Dos caudillos históricos ...............................................................117Una pesca sensacional .................................................................122El Muriaga .....................................................................................125Datos biográficos ..........................................................................131Apéndice ........................................................................................137

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