Leyenda del quesque

3
En la falda de un cerro lleno de piedras, en el que no se veía ni una brizna de hierba, había crecido una mata de queshque (quisco o cacto), que no tenía espinas como las tiene ahora. Aunque no había gota de agua en ese lugar y apenas caía por ahí la lluvia una que otra vez, la planta se hallaba siempre verdecita y el interior de sus gruesas hojas estaba constantemente lleno de un líquido blanco y de una pasta muy suave. Todos los días pasaban junto al cerro rebaños de llamas, vicuñas y alpacas y cuando tenían sed se acercaban al queshque y mordían las anchas hojas para refrescarse en su jugo. Claro está que al pobre le causaban dolor los mordiscos que le daban y decía: -¡Si tuviera con qué defenderme de los dientes de estos animales! Se hallaba una tarde muy tranquilo, cuando de pronto oyó un ruido que venía de la cumbre del cerro. Miró hacia arriba y vio que desde lo más alto bajaban corriendo una zorra y una gran piedra. La piedra llevaba la delantera y el animal iba tras ella, estirando las piedras lo más que podía. ¡No me has de ganar! -gritó la zorra. -¡Anda, palangana; si ya no puedes más, estás con la lengua afuera! -contéstale la piedra que, dando vueltas y botes entre las rocas, bajaba a cada instante con mayor rapidez, dejando atrás a su contrincante. De repente oyó el queshque que lo llamaban: -¡Tío queshque, tío queshque! Como consiguió sus espinas el Queshque

description

Típica leyenda andina

Transcript of Leyenda del quesque

Page 1: Leyenda del quesque

En la falda de un cerro lleno de piedras, en el que no se

veía ni una brizna de hierba, había crecido una mata de queshque (quisco o cacto), que no tenía espinas como las tiene ahora.    Aunque no había gota de agua en ese lugar y apenas caía por ahí la lluvia una que otra vez, la planta se hallaba siempre verdecita y el interior de sus gruesas hojas estaba constantemente lleno de un líquido blanco y de una pasta muy suave.    Todos los días pasaban junto al cerro rebaños de llamas, vicuñas y alpacas y cuando tenían sed se acercaban al queshque y mordían las anchas hojas para refrescarse en su jugo.    Claro está que al pobre le causaban dolor los mordiscos que le daban y decía:    -¡Si tuviera con qué defenderme de los dientes de estos animales!    Se hallaba una tarde muy tranquilo, cuando de pronto oyó un ruido que venía de la cumbre del cerro. Miró hacia arriba y vio que desde lo más alto bajaban corriendo una zorra y una gran piedra.    La piedra llevaba la delantera y el animal iba tras ella, estirando las piedras lo más que podía.     ¡No me has de ganar! -gritó la zorra.    -¡Anda, palangana; si ya no puedes más, estás con la lengua afuera! -contéstale la piedra que, dando vueltas y botes entre las rocas, bajaba a cada instante con mayor rapidez, dejando atrás a su contrincante.    De repente oyó el queshque que lo llamaban:    -¡Tío queshque, tío queshque!    Puso atención y se dio cuenta de que la voz era de la zorra.    ¿Qué quieres? -preguntó la planta.    -Tío queshque, ¿deseas hacerme un favor?    -¡Cómo no! -respondió le.    -Entonces, ataja la piedra y yo en pago te regalaré mis uñas.    "¿Uñas?", se dijo la planta. Pero si eso era precisamente lo que necesitaba. ¡Uñas para poder defenderse de las

“Como consiguió

sus espinas el

Queshque”

Page 2: Leyenda del quesque

llamas, las vicuñas y las alpacas que la mordían todo el día sin compasión!    -Enseguida te voy a ayudar -le contestó.    La piedra se le aproximaba más a cada rato, dando salto tras salto. La planta esperó que se le acercara lo suficiente y cuando ya la tenía a corta distancia, estiró cuanto pudo sus largas hojas, ni más ni menos que si fueran brazos, y la atajó sujetándola fuertemente.    Mientras tanto la zorra había ido avanzando. Pasó junto a la piedra, la cual estaba prisionera sin poder moverse, y llegó al pie del cerro, que era la meta de la carrera. Una vez allí levantó la cabeza y comenzó a gritar fuertemente:    -¡Piedra, pedroche, te gané!    La otra hacía esfuerzos por soltarse, pero la planta la sujetaba con firmeza.    -¡Todavía no la dejes libre, tío queshque! -suplicó la zorra-. Espera que me ponga a salvo; como me alcance, en venganza me da un machucón que me deja muerta en el sitio. ¡Gracias!    Y diciendo estas palabras partió a correr de nuevo, atravesó unos matorrales y escondiese en una cueva.    Cuando el queshque vio que el animal se encontraba ya a salvo, aflojó los brazos y soltó la piedra que gritándole mil insultos se fue a perder detrás de unos cerros.    Entonces la planta sintió algo raro. Se miró y vio que en los bordes de las hojas le habían crecido cientos de espinas parecidas a las uñas de la zorra.    Desde aquel día la zorra y el queshque son grandes amigos.

Ramiolra