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CARTA DE MADRID El reloj del nómada A hora que, por fin, tras mucho amago anterior, me tomaré unas vacaciones, no puedo evi- tar levantar la vista y mirar hacia el horizonte. Lo malo es que descubro que cada vez hay menos horizonte. Hace unos días se celebró en Madrid una conferencia sobre el No- madismo y la Trashumancia, y al pare- cer participaron en ella representantes de unos cuarenta millones de personas que aún practican una u otra cosa, en Asia, África y Europa. La noticia, re- dactada por Hernán Iglesias, contaba que el cuarenta por ciento de los mon- goles lleva este tipo de vida, así como el veinticinco de los tibetanos, el quince de los keniatas y el diez de los etíopes. También la tribu masai, al norte de Tanzania, algunos de cuyos miembros difuntos tuvieron el placer de oír con- tar cuentos a la maravillosa escritora danesa Isak Dinesen (le pedían a veces que “hablase como la lluvia”, esto es, con rimas), quien antes de poner sobre el papel una línea se estrenó bien con ellos. Un masai bien vivo, Martín Sa- ning’o, expuso en la conferencia: “Sólo queremos que se tenga en cuenta nues- tro modo de vida, con quinientos años de antigüedad”. Muchos más, diría yo sin temor a equivocarme. Y sin embar- go es un modo no ya amenazado hoy en día, sino en realidad condenado. Las dificultades de los pueblos nó- madas –que lo son por comercio, pero también por elección– resultan ya casi insalvables: en un mundo plagado de propietarios, en el que cada vez hay menos territorios que no estén acotados y no sean privados sino de libre paso, esas gentes disponen ya de muy pocos para quedarse temporalmente en ellos o atravesarlos. En el caso de los masai, la mayoría de los que conformaban sus rutas o transitorios asentamientos per- tenecen a empresas ganaderas, hoteles o parques zoológicos, y así, con tanta cortapisa y veto, mal pueden seguir con su pastoreo, esa opción de vida antiquí- sima y que no nos es aquí desconocida: como recordaba Iglesias, se refleja hasta en nuestras canciones: “Ya se van los pastores hacia Extremadura, ya se que- da la sierra triste y oscura”. No nos damos cuenta de a cuánto nos obliga el mundo organizado. Si uno se para a pensar, y a menos que sea un vagabundo, cualquier persona ha de poseer hoy por fuerza, como mínimo, un carnet de identidad, una cuenta bancaria, un número de teléfono y un domicilio. Lo grave es que por ahí se empieza, pero nunca se acaba en unas sociedades que, bajo su apariencia de democracias, son cada día más autorita- rias y totalitarias, más controladoras y restrictivas. Nunca me he explicado por qué nuestros contemporáneos tienen ese afán por regularlo todo, desde las prácticas sexuales hasta –al menos bajo la alcaldía loca de Madrid, que sigue: espanto– la manera de andar por las aceras. ¿Por qué cada paso o iniciativa de un individuo ha de quedar registra- da, consignada, notificada, archivada, ha de ser o no consentida? Hay muchas actividades que simplemente no deberían estar reguladas, ni laxa ni férreamente, nada. Nuestros Estados exigen un grado de conocimiento de nuestras personas y vidas que es llanamente incompatible con la libertad. Saben cuánto y cómo ganamos y cuánto y en qué gastamos; de ello nos sustraen un buen diezmo, inadecuada palabra para llegar a veces al cincuenta y seis por ciento; saben dónde vivimos y trabajamos, nuestro teléfono, nuestras actividades, nuestros gustos; nos filman en muchos sitios y ahora lo harán en las calles; para cual- quier transacción o negocio hemos de obtener su permiso, poner aquél en su conocimiento; también si se trata de una donación o regalo; incluso saben más allá de nosotros, si a nuestra muer- te dejamos deudas o herencias, y por supuesto se erigen en principales bene- ficiarios de las segundas. Y nosotros, dóciles, mansos, sin apenas pensamien- to propio y sin rebeldía, nos dejamos 102 : Letras Libres Julio 2000 {}

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El reloj del nómada 1 0 2 : L e t ra s L i b r e s J u l i o 2 0 0 0 CARTA DE MADRID cional, muy útil cuando la carne se ha puesto a hacerla de barragana del espí- ritu: “Es cierto, la carne es débil; pero no seamos hipócritas: el espíritu lo es mucho más”. Después viene esa línea indispensable que deberían memorizar algunos poetas primerizos, y algunos otros consagrados: “Poeta, no regales tu libro: destrúyelo tú mismo”. Y esta bre- LITERATURA Augusto Monterroso – Javier Marías Foto: Rogelio Cuéllar

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CARTA DE MADRID

El reloj del nómada

Ahora que, por fin, tras muchoamago anterior, me tomaréunas vacaciones, no puedo evi-

tar levantar la vista y mirar hacia el horizonte. Lo malo es que descubroque cada vez hay menos horizonte.

Hace unos días se celebró en Madrid una conferencia sobre el No-madismo y la Trashumancia, y al pare-cer participaron en ella representantesde unos cuarenta millones de personasque aún practican una u otra cosa, enAsia, África y Europa. La noticia, re-dactada por Hernán Iglesias, contabaque el cuarenta por ciento de los mon-goles lleva este tipo de vida, así como elveinticinco de los tibetanos, el quincede los keniatas y el diez de los etíopes.También la tribu masai, al norte deTanzania, algunos de cuyos miembrosdifuntos tuvieron el placer de oír con-tar cuentos a la maravillosa escritora

danesa Isak Dinesen (le pedían a vecesque “hablase como la lluvia”, esto es,con rimas), quien antes de poner sobreel papel una línea se estrenó bien conellos. Un masai bien vivo, Martín Sa-ning’o, expuso en la conferencia: “Sóloqueremos que se tenga en cuenta nues-tro modo de vida, con quinientos añosde antigüedad”. Muchos más, diría yosin temor a equivocarme. Y sin embar-go es un modo no ya amenazado hoy endía, sino en realidad condenado.

Las dificultades de los pueblos nó-madas –que lo son por comercio, perotambién por elección– resultan ya casiinsalvables: en un mundo plagado depropietarios, en el que cada vez haymenos territorios que no estén acotadosy no sean privados sino de libre paso,esas gentes disponen ya de muy pocospara quedarse temporalmente en elloso atravesarlos. En el caso de los masai,la mayoría de los que conformaban susrutas o transitorios asentamientos per-tenecen a empresas ganaderas, hoteleso parques zoológicos, y así, con tanta

cortapisa y veto, mal pueden seguir consu pastoreo, esa opción de vida antiquí-sima y que no nos es aquí desconocida:como recordaba Iglesias, se refleja hastaen nuestras canciones: “Ya se van lospastores hacia Extremadura, ya se que-da la sierra triste y oscura”.

No nos damos cuenta de a cuántonos obliga el mundo organizado. Siuno se para a pensar, y a menos que seaun vagabundo, cualquier persona ha deposeer hoy por fuerza, como mínimo,un carnet de identidad, una cuentabancaria, un número de teléfono y undomicilio. Lo grave es que por ahí seempieza, pero nunca se acaba en unassociedades que, bajo su apariencia dedemocracias, son cada día más autorita-rias y totalitarias, más controladoras yrestrictivas. Nunca me he explicado porqué nuestros contemporáneos tienenese afán por regularlo todo, desde lasprácticas sexuales hasta –al menos bajola alcaldía loca de Madrid, que sigue:espanto– la manera de andar por lasaceras. ¿Por qué cada paso o iniciativade un individuo ha de quedar registra-da, consignada, notificada, archivada,ha de ser o no consentida? Hay muchasactividades que simplemente no deberían estar reguladas, ni laxa ni férreamente, nada.

Nuestros Estados exigen un gradode conocimiento de nuestras personas yvidas que es llanamente incompatiblecon la libertad. Saben cuánto y cómoganamos y cuánto y en qué gastamos;de ello nos sustraen un buen diezmo,inadecuada palabra para llegar a vecesal cincuenta y seis por ciento; sabendónde vivimos y trabajamos, nuestroteléfono, nuestras actividades, nuestrosgustos; nos filman en muchos sitios yahora lo harán en las calles; para cual-quier transacción o negocio hemos deobtener su permiso, poner aquél en suconocimiento; también si se trata deuna donación o regalo; incluso sabenmás allá de nosotros, si a nuestra muer-te dejamos deudas o herencias, y porsupuesto se erigen en principales bene-ficiarios de las segundas. Y nosotros,dóciles, mansos, sin apenas pensamien-to propio y sin rebeldía, nos dejamos

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imponer, investigar, vigilar, avasallar,espiar. Los sueños de Hitler o Stalin sehan cumplido con creces, sólo que losdoblegados ni siquiera creen estarlo,una operación perfecta.

No está mal que los nómadas nos lorecuerden, algo. Se veía a Saning’o enuna foto, con collares y túnicas, un rostro agradable de mirada llamativa,alerta, en la que se percibía sapiencia,rencor, ironía y orgullo, una notablemirada de superioridad. En su muñecaderecha, sin embargo, un gran reloj depulsera moderno. ¿Qué hace ese nóma-da pendiente de la hora?, no pude evitar preguntarme. En ese reloj vi suderrota cantada: sólo la que en todosnosotros es algo más, irreversible. ~

– Javier Marías

LITERATURA

La fábula y demás ovejas

Qué animal tan complejo es unavaca, es útil y enigmático. Losexpertos en símbolos lanzan y

sostienen este enigma: la vaca es la ma-dre. El poeta Vicente Huidobro, autorde Altazor y heredero de un viñedo, ledaba a su vaca un uso especial: viajabaen barco con su esposa y con ella paraque a sus hijos no les faltara leche fresca.Hace unos meses Francia e Inglaterraestuvieron a punto de reanudar la gue-rra de los cien años gracias a las vacaslocas. Si una vaca es la madre, ¿qué se-rá una vaca loca? En su honor, para de-cir v chica o v labiodental, se dice v devaca. El más reciente libro de AugustoMonterroso, quien es el más recientePremio Príncipe de Asturias, se titulaLa vaca. Dice Tito que siempre lo hanimpresionado mucho las vacas muertasjunto a la vía del tren, y a partir de esaidea, en la misma sintonía que los burros (muertos y) podridos que impre-sionaban a Lorca y a Dalí, va y le poneLa vaca a un libro. A estas alturas ya po-demos empezar a distinguir dos letras:la b del burro de Lorca y Dalí y la v dela vaca de Monterroso. También pode-mos rescatar La letra e, que es el títulode su diario, o de sus “fragmentos de

diario” como él mismo dice, con todarazón, porque un diario rigurosamentedetallado tendría la extensión exacta dela vida de quien lo está escribiendo. Eneste diario, en la zona que comprendeabril de 1984, Monterroso desmonta lostemores que suelen paralizar al escritorque practica dicho género: “Hasta aho-ra he sido incapaz de hacer de esto unverdadero diario (la parte publicable).Demasiado pudor. Demasiado orgullo.Demasiada humildad. Demasiado te-mor a las risitas de mis amigos, de misenemigos”. Muy a propósito de estas“risitas”, Tito escribe en la zona demarzo: “los poetas y los escritores sedisparan unos a otros con lo que pue-den: cuando las palabras no le bastaron,Verlaine le pegó un tiro a Rimbaud”.

Los libros de Augusto Monterrososon contagiosos, lo primero que se an-toja después de enfrentarse con sus historias es tirarse a escribir, por ejem-plo un zorro listo o una rana que se esfuerza por parecer rana. Los animalesde sus fábulas están escritos con una facilidad muy difícil de conseguir, ydejan un asombro parecido al que pro-ducen esas bailarinas que, con un brevequiebre de cintura, cambian el ritmodel mundo. Tito Monterroso cuentaque su acercamiento a los clásicos na-ció, o salió disparado, de dos vectoresque normalmente, más que acercar,distancian: la pobreza de su familia y lafalta de recursos de la Biblioteca Na-cional de Guatemala, cuyo acervo serestringía a los clásicos; y subido en es-ta lógica de que la falta de recursos esmás bien una ventaja, observa que enlas librerías, los mejores libros, los clá-sicos, se venden por lo general en lasediciones más económicas.

Expongamos a continuación unosquiebres de cintura del libro Lo demás essilencio, de este maestro de la brevedad.Antes de comunicarnos que, en contrade la máxima de Heráclito, sí es posiblebañarse dos veces en el mismo río,siempre y cuando éste no corra muyaprisa y se cuente con un caballo o unabicicleta, nos dice: “el amor es mientrastodavía no lo es del todo”; y un pocomás adelante lanza esta coartada emo-

cional, muy útil cuando la carne se hapuesto a hacerla de barragana del espí-ritu: “Es cierto, la carne es débil; perono seamos hipócritas: el espíritu lo esmucho más”. Después viene esa líneaindispensable que deberían memorizaralgunos poetas primerizos, y algunosotros consagrados: “Poeta, no regales tulibro: destrúyelo tú mismo”. Y esta bre-

vedad interminable dedicada a las indi-vidualidades castas: “Virginidad: mien-tras más se usa menos se acaba”. Y esteotro aforismo de alturas inalcanzables:“Los enanos tienen una especie de sextosentido que les permite reconocerse aprimera vista”. En La oveja negra y demásfábulas, escritores, lectores y animalesnos vemos enfrentados con ese fenóme-no que el maestro Eduardo Torres,aquel célebre inclinado por las letrasclásicas, “agitado en lo interior, en números redondos, por mil pasiones”,hubiera podido expresar como: lo quelees es un espejo. En La oveja negra esta-mos todos y el que no es porque no seha buscado con suficiente atención. Eneste catálogo zoológico profundamentehumano, desfila el mono que, por suscompromisos sociales, reales o imagina-rios, acabó de místico; o el filósofo queinfiere distintas densidades, desde lue-go filosóficas, en la cola de un perro yen la de una serpiente; o el burro y laflauta pasmados hasta la negación anteel milagro de la nota musical; o esa ideaaterradora, que de ninguna manera

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Augusto Monterroso

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conviene echar en saco roto, de que sidos niños copulan, nueve meses des-pués darán a luz una viejita o un viejito.

En la misma frecuencia de VladimirNabokov, que andaba por el mundo ca-zando mariposas luego de escribir Lolitala terrible, Monterroso inocula a suslectores esos viejitos de pesadilla, o esarana muy rana cuyas ancas al final sabían a pollo y después, en plan de fábula, aparece en las fotografías, son-riente y apacible, abrazando a un gatito.Lo menos que merece don Tito Monte-rroso, nuestro clásico de la brevedad, esrecibir el Premio Príncipe de Asturiasflanqueado por su oveja negra y por sudinosaurio. ~

– Jordi Soler

CARTA DE BARCELONA

Otras voces

¿Existe la generación del crack, lade los hijos del boom? Parece quealgo se mueve. Eduardo Mendoza:

“Todos esos hijos del boom, Volpi, Pa-dilla, Garcés, por ejemplo, no sé quépasará […] Vienen con ganas de ocuparun terreno, cosa que hasta ahora no meparece que hubiera sucedido. Se incor-poraban nombres a la fiesta, pero queno venían dispuestos a hacer su propiafiesta, y creo que ahora esto está empe-zando”.

La narrativa latinoamericana vuelvea interesar en España coincidiendo, porotra parte, con cierto cansancio que empieza a producir la saturada Nuevanarrativa española, que, desde mi puntode vista, cada día se va pareciendo mása una galería de cuadros copiados. Seha producido una inflación, se ha escri-to y publicado demasiada narrativa española. Empieza a vislumbrarse unacrisis. Francisco Ayala: “Cualquiera esnovelista en este momento. Se cometióla imprudencia de acabar con el analfa-betismo, y ahora va uno, coge un lápiz yun papel, cuenta un día de su vida y laspaparruchas que se le ocurren, llega uneditor y le edita el libro […] Hay buenosescritores, sin duda, pero hay cientos deescritores malísimos”.

Ayala tiene más razón que un santo.La Nueva narrativa española se estámuriendo de éxito. Hay cientos de es-critores malísimos, aunque apenas hayquien se atreve a decir algo, porque noshemos vuelto chovinistas. Es horrible.Tantos años criticando el chovinismofrancés y ahora resulta que los chovinis-tas son españoles. La prensa, por ejem-plo, no para de decir que somos los mejores en tenis, en futbol, en golf. Nohay día en que no leamos que el Nuevocine español es de largo el mejor de Eu-ropa. El bombardeo mediático sobre elÓscar de Hollywood a Pedro Almodó-var fue un espectáculo bochornoso yprovinciano, al que contribuyó el pro-pio director al empeñarse en decirles alos americanos que el santoral de supueblito manchego era el mejor delmundo. De repente, de tanto hablar deAlmodóvar, todo el mundo se olvidó deVíctor Erice, nuestro mejor cineasta, alque un famoso productor le ha impedi-do llevar a cabo su ambiciosa adapta-ción al cine de El embrujo de Shangai, lanovela de Juan Marsé. ¿De verdad quese encuentra el cine español en un momento tan espléndido cuando a sumejor director se le tiene arrinconado?

Con nuestra narrativa, otro tanto. Sele ha estado prestando una atencióndesmesurada a cuanto aparecía comonarrativa española. Se ha llegado a decirque había entre cuarenta y cincuentanovelistas buenos. Una verdadera bar-baridad. La gente está empezando acansarse al ver que son engañados de-masiadas veces. Javier Marías: “A mimodo de ver, se está produciendo unasaturación que resultará tal vez muyperjudicial, equivalente a la que se produjo con los novelistas latinoameri-canos tras el boom. Se publicaron tantos,y todos fueron tan jaleados, que llegóun momento en que los lectores espa-ñoles, engañados demasiadas veces,dieron la espalda a todo cuanto veníade América Latina. El hartazgo ha durado un par de decenios”.

Ese hartazgo parece estar llegando asu fin, algo se mueve, se habla de unageneración del crack. Y todo esto almismo tiempo que la narrativa española

está entrando en una cierta crisis. Sobreel futuro de la nueva narrativa latinoa-mericana en España está claro que elmercado es quien tendrá la última pala-bra. La primera ya la tuvo ese mercado.Porque no seamos ingenuos: el interésrepentino por otra narrativa que no fue-ra la tan jaleada narrativa española nose produjo por romanticismo o por un“vamos a interesarnos de nuevo pornuestros hermanos del otro lado delAtlántico”; se produjo cuando el mer-cado interior en España se puso por lasnubes, los agentes elevaron el nivel delos adelantos y entonces, dado que latendencia era la lectura de textos enlengua española, los editores ampliaronel mercado en Latinoamérica, dondepodían volver a cobrarse las importa-ciones y donde las políticas neoliberalesdesprotegían y siguen desprotegiendo alas editoriales autóctonas.

Así las cosas, se tiene la impresiónde que en territorio español puede volver a generarse un boom latinoameri-cano como el de antaño. Bienvenida seaesa eclosión si llega. De hecho, es unaeclosión que viene gestándose desdehace ya tiempo. Primero llegaron losque vendían mucho en Francia y Ale-mania, epígonos del realismo mágico:Isabel Allende o Luis Sepúlveda. Mástarde, el sexo y el exotismo de Zoe Valdés. Después, Abilio Estévez, lospremiados por Alfaguara, unos cuantosimitadores de Reynaldo Arenas y, enfin, una vistosa colección de epígonosde los epígonos del sector más ranciodel realismo mágico. Y un día de pron-to, empezó a bajar una gente distinta delos vagones de un tren que también élcomenzó a experimentar cambios. Lle-garon los premios a Bolaño y a Volpi,autores desmarcados del boom y de altacalidad. Y con ellos, aunque tímida-mente, ha comenzado a llegar la granfiesta, ha empezado a llegar lo mejor–siempre lo mejor viaja en un furgónde cola de lujo–, han empezado a llegarlas obras de ciertos autores para míenormemente interesantes: autores que,por su sentido de la ruptura y el riesgo,avanzan ahora por los andenes españo-les con el discreto aire de los rezagados.

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Aira, Fontaine, Fresán, Rey Rosa, Sada,Villoro, por ejemplo.

Pero se produce un hecho que tantochovinismo español convierte en diver-tido. Es algo que acaba de señalar el crítico y editor Constantino Bértolo enla magnífica revista de literatura latinoa-mericana Guaraguao, que se edita en Bar-celona. Seguimos pensando que todopasa por España, que somos el centro.Una vez más, hemos vuelto a insistir enuna versión españocentrista del asunto,sin tener en cuenta que en la realidadmundial de ahora tal visión es más unsueño (imperial) que un hecho factible.Ya no somos la metrópoli. Basta viajar aMéxico para comprobarlo. Allí la litera-tura regional castellana –esa tan jaleadapor los chovinistas mesetarios– no esmás que el bochornoso espectáculo de laprovincia. Porque, si lo miramos bien, esmuy posible que la nueva lectura de lolatinoamericano se esté gestando en te-rritorio de los Estados Unidos. ~

– Enrique Vila-Matas

POLÍTICA

Adiós a Hafiz al-Assad

Hafiz al-Assad era el ministro deDefensa sirio en 1967. Fue unode los arquitectos de la desastro-

sa guerra que cambió la historia del Medio Oriente, en donde perdieron to-dos: agresores y agredido. Si-ria fue justamente despojadapor Israel de uno de los terri-torios estratégicos más valiosos del planeta: las férti-les colinas del Golán, que daban a Damasco acceso a unode los recursos más escasos delMedio Oriente, agua. El Go-lán había sido, por decenios,el refugio de francotiradoresde francotiradores sirios quetenían como blanco a los habitantes delos kibbutzim que poblaban las orillas dellago Tiberíades. El dominio del Golánle dio a Israel paz y acceso indisputadoa los recursos acuíferos del lago. ParaAl-Assad, las célebres colinas se convir-tieron en la base del irredentismo sirio y

en el sustento ideológico de su régimen.Al-Assad acabaría por encabezar

una presidencia autoritaria, cuasimo-nárquica, que gobernó a Siria hasta sumuerte el 11 de junio del año 2000. Como presidente, se convirtió en elobstáculo principal para negociar la pazentre los árabes e Israel y el protectorde todos aquellos radicales opuestos allegar a un acuerdo con “la entidad sio-nista”. A partir de 1967, blandió una diplomacia que abogaba por una solu-ción multilateral del conflicto entre Israel y los países árabes, que se opuso acualquier negociación bilateral y albergó en Damasco a las facciones palestinas más extremistas. Su objetivoexplícito era arrojar a los judíos al mar yrecuperar la tierra palestina, una Waqf–o sea, un territorio consagrado por ladivinidad para fines religiosos– queAlá había reservado para la eternidad alos musulmanes.

Al-Assad fue testigo impasible de lafirma de acuerdos bilaterales entreIsrael y Egipto, Jordania y la OLP deArafat. Con el apoyo soviético moviósus piezas con habilidad y prosiguió suinacabable guerra con Israel desde Líbano, donde treinta mil soldados sirios apoyaron los ataques de la guerri-lla Hizbollah, primero sobre el territo-rio y, luego, sobre el ejército israelí. Ladesaparición de la Unión Soviética loobligó, sin embargo, a flexibilizar su

posición. A fines de 1999envió a su secretario de re-laciones exteriores, Faroukal-Shara, a negociar con elgobierno del nuevo primerministro israelí Ehud Barak. La condición de Da-masco para llegar a unacuerdo era la devoluciónincondicional del territorio del Golán hastalas márgenes del lago

Tiberíades. Ni siquiera el retiro de losisraelíes de Líbano pudo vulnerar su intransigencia. Las pláticas fueron unfracaso y Al-Assad murió aferrado al territorio que él mismo perdió en 1967 yque no pudo recuperar jamás. ~

– Isabel Turrent

CINE

John Gielgud (1904-2000)

Es sabido que el siglo XX aportó a laactuación teatral la dosis de per-manencia que no había podido

alcanzar antes de la llegada del cine, yaque la fugacidad del escenario teatral eracambiada por la eternidad de la pantallacinematográfica. Así, pudimos conocerel trabajo de actores que, sin la cámaraque percibe más que el ojo humano, hubieran sólo alcanzado la fama de supropio nombre y no la de su creación.

También es sabido que los actoresingleses se recrean en la técnica y per-feccionan su interpretación hasta laexageración: cinco años dedicados a ladicción y a la producción de la voz sonun buen ejemplo.

Dentro de estas vertientes conocimosa un actor electrizante, justo, de inter-pretaciones variadas y cuyos fraseo ydicción asemejaban el sonido de “cadachelo y de los instrumentos de alientos”,como lo calificara un crítico teatral in-glés. John Gielgud es el último de esacamada de grandes actores británicos detradición shakespeareana, y que se conjuntaron a lo largo del siglo paraotorgarnos momentos inolvidables, tan-to en las obras de Shakespeare como enotras más modernas. Con su muerte, seva el último de esos actores y directoresque, conjuntados por el poderío econó-mico de Arthur Rank, promotor de laiglesia metodista, reunieron su talento ypromovieron verdaderas lecciones deactuación en películas como Ricardo III(1954): Cedric Hardwicke, Ralph Ri-chardson, John Gielgud y el director yactor Laurence Olivier, nombres punta-les para cualquier persona que pretendaaproximarse a la historia de la actuación.

John Gielgud entendió que el actor,para ser cabal, debe abarcar diversoscampos de actuación; así, hizo pelícu-las, tanto experimentales –como suinolvidable interpretación de Próspero,en Los libros de Próspero (1991) de PeterGreenaway, o en Providencia de AlainResnais– como comerciales: Arturo ii, Elleón del desierto o su interpretación delmaestro de piano en Claroscuro. Sin em-

El León de Damasco

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bargo, no sólo hizo cine, también unaenorme cantidad de televisión –culmi-nando en varias actuaciones de la serieque la BBC de Londres hizo con la RoyalShakespeare Company de la obra com-pleta de Shakespeare–, también teatroe, incluso, radio. Gielgud, en sus 96años, en papeles estelares o en presen-cias furtivas, marcó el siglo ydejó una gran herencia.

En su técnica, es importan-te resaltar su producción vocal. Su fraseo, pulcro y claro, y su dicción, sonora yvertical, nos enseñaron que lavoz es fundamental para el ac-tor; que, desde ella, el actorproyecta un conjunto cabaldonde el personaje crece omuere, vive y alcanza grandesalturas o simplemente dismi-nuye o derrota las terminales de energíadel creador. No será fácil olvidar la sono-ridad de la voz del fantasma de Hamlet enla película dirigida por Laurence Oliviero la contundencia presencial de EnriqueIV en la adaptación de Las alegres comadresde Windsor que es Campanadas a medianoche(1965) de Orson Welles. Vamos a añorara Gielgud como a los maestros que se van.

Mi padre siempre quiso, al final desu vida, dirigir Macbeth. No le dio tiem-po. Sólo puedo decir que ahora se fuetambién, al mismo lugar, el actor indi-cado para el papel. ~

– Carlos Azar Manzur

FILOLOGÍA

El español de la calle

En uno de sus memorables artícu-los de los años ochenta GabrielGarcía Márquez tronó contra el

Diccionario de la Real Academia de laLengua Española y en cambio elogió elDiccionario de uso del español, de MaríaMoliner. Como el malestar contra elDRAE es generalizado, la mayoría coin-cidió con García Márquez y prefirió elMoliner, aun cuando no es normativosino informativo, y en terrenos profe-sionales es un diccionario para escrito-res y no para lectores, y menos para

editores y correctores.El mismo fenómeno está sucediendo

con el nuevo Diccionario del español actual,que Manuel Seco, Olimpia Andrés, Ga-bino Ramos y colaboradores prepararondurante treinta años. Aunque en la“Guía del lector” se advierte que pres-cinde del rigor de los diccionarios

normativos y no sigue un criterio etimológico, y que esun diccionario del españolque se usa, no del que debe-ría usarse, también anunciaque, como todos, es selectivoaunque sea exhaustivo.

No deja de asombrar, sinembargo, que tenga tantamanga ancha, que sea tan flexible y que carezca de uncriterio que prevenga a losusuarios de que hay palabras

que, aunque se usen, se han derivado deotras mucho más certeras y precisas. Porejemplo, valida el muy común “desaper-cibido” y lo coloca a la altura de “inad-vertido”; acepta sin prejuicios “rol” comodefinición de “papel o función”, y semultiplican los ejemplos. Sin embargorechaza el uso de “poeta” para las muje-res, muy a la moda aún entre los leídos yescribidos que jamás utilizan “desapercibi-do”, “rol” o el afortunadamente en desu-so “presupuestar” (que sí acepta Seco).

Seco es muy cuidadoso con ciertasnormas, pero se abstiene de recomen-darlas; su rigor con el uso del género parece pasado de moda, cuando menosen México, en donde los políticos co-mienzan sus discursos y arengas con“maestras y maestros”, “niñas y niños”,“compañeras y compañeros”, con justiciasexual pero error gramatical. Pero ese ri-gor desaparece con algunas palabras queno son verbos nacidos de participios ogeneralizaciones, cuya deformación seentiende por el uso de los especialistas,como “planificación” (aunque no admitala salinista “planeación”), sino que sonaberraciones inexplicables como “con-cretizar” y “valorizar”, que uno creía exclusivas de la Facultad de Filosofía yLetras en los años ochenta.

Aunque hay que recordar la adver-tencia de que el español que se usa es el

que conforma este libro, no dejan depreocupar las consecuencias: que todovalga, que desaparezcan del mundo cotidiano las leyes que impiden la anar-quía de la que advertía Vargas Llosacuando García Márquez proponía me-nos tiranía ortográfica y gramatical. Yeste temor no es paranoia: este nuevoSeco no sirve para leer a los clásicos españoles y es insuficiente para la narra-tiva o la poesía hispanoamericana clásicao actual; su uso está restringido, comodice Zaid, para la comprensión de la li-teratura y de la prensa actuales. Pareceun despropósito hacer un diccionario de4,600 páginas, invertir tres décadas devida y trabajo, para que sólo sirva paraleer a Pérez-Reverte y a AlmudenaGrandes, pero no a García Lorca.

Queda sin embargo el esfuerzo extraordinario de recabar una base dedatos lingüística que seguramente ten-drá mejor uso posterior, aunque desdeluego está incompleta porque sólo es elespañol “actual” escrito y no el hablado,que resultaría igualmente atractivo aun-que duplicara el número de páginas.

Seco es autor de un muy consultadoDiccionario de dudas; la palabra más bus-cada en este clásico seguramente es pretencioso, que aparece en infinidad detextos; quien haya tratado de solucio-nar la dificultad en ese Seco sabe quese crean más confusiones, con esa y conotras palabras. Cuarenta años despuésla duda persiste, y sigue incluyendo“pretencioso” aunque sólo remita a“pretensioso”, sin ninguna explicación,sino ejemplos pretensiosos de que Celalo usa mal.

Y si alguien es exigente, puede recla-marle a Seco que su diccionario no seatan actual, porque en ninguna de sustres acepciones de “página” relaciona elvocablo con Internet, lo que quiere de-cir que, apenas aparecido, ya muestradeficiencias y ausencias notables.

De lo que no queda duda es de quetendrá más aceptación que el de la Aca-demia, aunque su definición de “perro”sea tan ridícula como la del DRAE de1957 (“una de cuyas patas levanta paraorinar”, la vieja; “Mamífero carnicerodoméstico, del que existen numerosas

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Gielgud como Próspero

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razas que cumplen distintas funcionespara el hombre”, la de Seco).

– Eduardo Mejía

HISTORIA

¿Siervos de la nación?

“La silla presidencial está embruja-da –comentó alguna vez EmilianoZapata–, cualquier persona buena

que se sienta en ella, se vuelve mala”.Desde luego, no llegó a conocer los ex-cesos presidenciales del México del siglo XX, pero su conocimiento de la“monarquía con ropajes republicanos”bajo el régimen de Díaz fue suficientepara sugerir, en 1914, que la única alter-nativa del país sería “quemar la silla”.

Bajo la célebre máxima “poca políti-ca, mucha administración” PorfirioDíaz enterró la importante tradicióndecimonónica del servicio público efi-ciente, honesto e independiente en todos sus niveles: de la presidencia dela nación al último peldaño de la admi-nistración pública. 34 años de dictadurabastaron para trastocar la ética de losservidores propiciando el servilismo ylealtad incondicional de la burocraciahacia el sistema porfiriano. El mismodon Porfirio hizo un retrato de los ser-vidores públicos –vigente hoy en día:

Los mexicanos están contentos concomer desordenadamente antojitos,levantarse tarde, ser empleados pú-blicos con padrinos de influencia,asistir a su trabajo sin puntualidad,enfermarse con frecuencia y obtenerlicencias con goce de sueldo, diver-tirse sin cesar, gastar más de lo queganan y endrogarse para hacer fiestas onomásticas. Los padres defamilia que tienen muchos hijos sonlos más fieles servidores del gobier-no, por su miedo a la miseria; a esoes a lo que tienen miedo los mexica-nos de las clases directivas: a la miseria, no a la opresión, no al servilismo, no a la tiranía.

Desde antes de que México viera consumada su independencia, la Cons-

titución de Apatzingán (1814), en su ar-tículo 52, contemplaba ya las virtudesimprescindibles para el ejercicio delpoder. Los servidores públicos debíangozar de “buena reputación, patriotis-mo acreditado con servicios positivos, ytener luces no vulgares para desempe-ñar las augustas funciones de este empleo”. Otro de sus artículos –adelan-tado para su época– ponía límites a losexcesos del poder, al considerar delito deEstado, sin cortapisas, la “dilapidaciónde los caudales públicos”.

Inspirada en los Sentimientos de la Na-ción de Morelos, la Constitución deApatzingán nunca llegó a tener vigen-cia. En las primeras décadas del Méxicoindependiente, la mayor parte de losfuncionarios mostraban un ánimo natu-ral de servicio. Las posibilidades delnuevo país se presentaban inmensas; ha-bía optimismo en el futuro de la nación.

Los pocos presidentes que pudieronejercer el poder sin verse amenazadospor las constantes revueltas y golpes deEstado lo hicieron con probada hones-tidad y cultura de servicio –aun los gobernantes que provenían de las “terribles entrañas” de la “reacción”predicaron con el ejemplo. Su objetivoera uno: el interés general.

Después de Guadalupe Victoria –es-cribió Manuel Payno– los presidentesde la República, cualesquiera que hayansido su conducta y opiniones políticas,continuaron viviendo en una especie desimplicidad y pobreza republicanas aque se acostumbró el pueblo. El sueldoseñalado al primer magistrado de la Re-pública ha sido de 36,000 pesos cadaaño (equivalente hoy en día al sueldode un profesionista de clase media), yde esta suma han pagado su servidum-bre privada y sus gastos y necesidadespersonales. Para honra de México sepuede asegurar que la mayor parte delos presidentes se ha retirado del pues-to, pobres unos, y otros en la miseria.

Desde luego la austeridad y honra-dez no eran suficientes para gobernarcon acierto. No faltaba “uno que otropresidente –escribió Francisco Zarco–que suele dar audiencia al empezar agobernar; después se cansa de oír una

misma cosa y se declara incomunicado”. La cultura de servicio tuvo su época

de oro en el periodo de la RepúblicaRestaurada (1867-1876). El Ejecutivo,los miembros del Congreso, magistra-dos y demás funcionarios gobernaronal país con apego irrestricto a la ley ycon una moral política que difícilmen-te se puede encontrar en otro periodode la historia mexicana. Con un sueldode 333 pesos mensuales como magistra-do de la Suprema Corte de Justicia dela Nación, Ignacio Manuel Altamiranoescribió: “No tengo remordimientos.Estoy pobre porque no he querido ro-bar. Otros me ven desde lo alto de suscarruajes tirados por frisones, pero meven con vergüenza. Yo los veo desde loalto de mi honradez y de mi legítimoorgullo. Siempre va más alto el que camina sin remordimientos y sin man-chas. Esta consideración es la únicaque puede endulzar el cáliz, porque esmuy amargo”.

Estos extraños seres –honrados, pro-bos, austeros–, liberales y conservado-res, presidentes, diputados, magistradosy demás funcionarios públicos que es-cribieron las páginas de la vida públicaen el siglo XIX, aparecen como una especie casi en extinción en el Méxicoactual. Aquellos hombres entendieronel significado de la palabra “mandato”,otorgado por el pueblo para dirigir coninteligencia, prudencia y acierto losdestinos del país. Hoy, las palabras deBenito Juárez recobran su sentido: “Apropósito de malas costumbres habíaotras que sólo servían para satisfacer lavanidad y la ostentación de los gober-nantes. Las abolí porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del go-bernante le viene de la ley y de un recto proce-der y no de trajes ni de aparatos militarespropios sólo para los reyes de teatro”. ~

– Alejandro Rosas Robles

CINE

Toda la carne al asador

Hay una forma de la inseguridadque se disfraza de grito y estallido para confundir al

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enemigo. Es el método que han practica-do los directores mexicanos debutantesen los últimos veinte años, ante el temorjustificado de que su ópera prima seatambién la última: en caso de duda,echar toda la carne al asador. El cine reciente está lleno de piezas sin conse-cuencia, aun en los contados cineastasque han subido el segundo peldaño, elcual no guarda relación ni siquiera conel anterior (Lolo y Fibra óptica de Fran-cisco Athié; Hasta morir y Todo el poder deFernando Sariñana; La mujer de Benjamíny La vida conyugal de Carlos Carrera). Sólo el afán celebratorio derivado de laferia de los “millones de espectadores”y los demenciales taquillazos (en rigorsólo dos, Sexo, pudor y lágrimas y La ley deHerodes) en que la publicidad ha conver-tido al cine mexicano desde hace dos años puede transformaren fábrica de obras maes-tras una posindustria queno sale aún del síndromede la ópera prima estriden-te; el caso más reciente,Amores perros, del ex con-ductor y ejecutivo radio-fónico y publicista Ale-jandro González Iñárritu.

Amores perros es la colisión de infor-tunios en la nada sutil forma de un acci-dente de tránsito donde vuelan trozosde auto, las llantas se incendian, la pistasonora es una explosión de vidrios y fierros. En un cruce de calles cualquierade la Ciudad de México, el joven y mísero Octavio (Gael García Bernal) sepasa un alto para escapar de la pandillaque le persigue por agredir a su abusivolíder; impacta su carro con el de la topmodel española Valeria (Goya Toledo),quien quedará lisiada de las piernas.Todo lo contempla El Chivo (EmilioEchevarría), pepenador amante de losperros. La película detallará la vida decada uno hasta ese encuentro y después:Octavio, sin oficio definible, ama a sucuñada Susana (Vanessa Bauche), vícti-ma sistemática de su esposo, el bestialRamiro (Marco Pérez), cajero de super-mercado, asaltante de farmacias y abusador de su mujer en sus ratos li-bres; Octavio descubre en el perro de la

familia, El Cofi, atributos como perrode pelea y lo usa como su mina de oropara hacer dinero y fugarse con Susana,pero su hermano le gana la partida; elperro es invencible, hasta que el líderde una pandilla, harto de perder, poneremedio a la carrera de triunfos con unbalazo. Huir de la pandilla y salvar alperro lo lleva al encontronazo con Vale-ria, quien convalecerá acompañada desu perrito faldero Richi en el departa-mento que le ha montado su amanteDaniel (Álvaro Guerrero); éste acababade abandonar a su familia para vivir suutopía última con la modelo y ahora latiene en silla de ruedas. Richi se meteen un hueco en la duela del departa-mento y no encuentra la salida ni la encontrará en varios días, mientras larelación entre Valeria y Daniel se vuel-

ve una pesadilla. Y sobreambas historias ha flotadola presencia de El Chivo ysu ejército de perros: es unviejo y greñudo pepenadora quien vemos ajusticiar deun balazo y sobre una mesade tepanyaki a un señortrajeado, pero también le

vemos seguir a una muchacha de clasemedia alta en quien de inmediato seadivina a su hija y, en consecuencia, alvacío existencial de su vida. El Chivorescatará a El Cofi del encontronazovial y lo curará, pero todavía debe cum-plir una última misión mercenaria: unjudicial nos informa que fue profesor universitario, guerrillero y preso políti-co hasta volverse, por un lado, un nihilista, por otro un benefactor de losperros callejeros y, agrega el espectador,un añorante de su rol paterno.

La película no oculta su pretensiónsociológica, su ambición panorámica deun estado de ánimo llamado “la Ciudadde México en tiempos de crisis”, que leharía embonar con las estructuras narra-tivas de vasos comunicantes y multipli-cantes del André Gide de Los monederosrotos, cuyo secreto cinematográfico pare-cen guardar y difundir Robert Altman(Nashville, Vidas cruzadas) y sus alumnosAlan Rudolph (Welcome to L.A., Los mo-dernos) y el Paul Thomas Anderson de

Magnolia. Pero tras la precisión del deta-lle social se esconde una lectura de clasemuy semejante a la del maestro obvio deGonzález Iñárritu, Arturo Ripstein: losmiserables carecen de toda capacidad dediscernimiento, de toda calidad moralpara salir de su hoyo; ya puede Octaviopisar el acelerador, vengarse a navaja-zos, seguir en su cuñada a la mujer desus sueños, su condición de clase locondena, algo que a Ripstein le hemosvisto hasta la fatiga (Mentiras piadosas,Principio y fin). De hecho, la historia deOctavio y El Cofi, a pesar de los tres añosde elaboración del guión por cuenta deGuillermo Arriaga, recicla la historiarulfiana de “El gallo de oro”, pero en untono más miserabilista aún que el de laversión ripsteiniana, El imperio de la fortuna. En cambio, la clase media em-presarial de Daniel y el propio Iñárritu,quien hace ahí un bit hitchcockiano, pue-de tener un destino paradójico, pero conla mirada en alto contra la adversidadque el viejo cine mexicano le reservaba alos pobres del arrabal, y al universitarioguerrillero devenido en matón, el Méxi-co de la crisis le reserva la redención final tras tantas décadas viviendo en elerror.

La película no sobrevive del todo alas astucias narrativas de Arriaga y losprodigios fotográficos de Rodrigo Prie-to; el tono vertiginoso y brutal de la historia de Octavio contiene además alpersonaje más interesante por irónico, elhermano asaltante dueño de la mejorfrase de la película: “Después de esteasalto me largo de aquí. Esta ciudad ca-da vez es más insegura”. Pero todo elepisodio ayuda cada vez menos a soste-ner el inexistente ritmo de la película; lahistoria de Daniel y Valeria cae en lo es-túpido con velocidad (¿por qué no lla-man a una casa dedicada a la instalaciónde duela para rescatar al perro y se qui-tan de tragedias?) a la que no ayuda loinverosímil de que Guerrero desate pa-siones en una top model. La película no serecupera del daño ni con la notable ac-tuación final de Echevarría y, justo esdecirlo, del perro Cofi, pero Iñárritu hadesplegado tal pericia visual, ha guarda-do tantos ases en la manga para la

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Una jauría de galgos morados

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última historia, que termina creando lailusión de una pieza redondeada... por sifuera la última vez. ~

– Gustavo García

CINE

Contra el doblaje

Hace poco, varias compañías delas realmente poderosas, Dis-ney y 20th Century Fox entre

ellas, obtuvieron un amparo contra unaley, concebida para proteger a la indus-tria nacional, que prohibía el doblaje depelículas en las salas de cine mexicanas.Así, vuelve a escena el debate sobre lapertinencia de doblar las películas,siempre difícil de llevar a buen puerto.

Los defensores del doblaje argu-mentan que permite arrastrar a mayorescantidades de público a las salas –ese esel cálculo de las compañías que em-prendieron el juicio–, y que cualquiermedida que acerque a la gente al cine

debe ser bienvenida. Otros argumentosson que los actores encontrarán másfuentes de ingresos, que el público tie-ne derecho a elegir cómo ver el cine, yque el subtitulado conlleva tambiénuna alteración de la obra, puesto queatrae hacia sí la mirada del espectador,de manera que estorba la apreciación desus valores visuales y de la actuación.Los enemigos de esta práctica, por suparte, argumentan, con razón, que ten-drá consecuencias económicas funestassobre la industria nacional, que apenascomienza a recuperarse tras una largaagonía. Habría que añadir que en Méxi-co tenemos un público que se ha acostumbrado a las películas con subtí-tulos durante años. Es el público quepuede invertir los cincuenta pesos quecuesta una función, y al que no parecehaberle faltado preparación o ánimo pa-ra saturar las salas cada fin de semana.

Lo indiscutible es que doblar una pe-lícula es siempre una forma de destruirel trabajo actoral, ya que la voz es un ele-

mento crucial de la interpretación, y el delos escritores, puesto que no hay guiónque sobreviva al proceso de ajustar losdiálogos a los movimientos de los labios.Hay que considerar también el peligro dela censura; pensemos en los mojigatos,reiterativos “¡infiernos!” y “¡diablos!”con los que nos hostiliza la TV, donde eldoblaje es una práctica vieja.

A quien guste de elogiar el doblajemexicano le recomiendo, justamente,una tarde de tele. Recuerdo ahora a unamigo, especialista en reconocer el puñado de voces utilizadas para doblartodos los comerciales, series y películasde la televisión nacional. Uno veía unapelícula y mientras el protagonista lan-zaba el enésimo “¡diablos!” de la tarde,mi amigo se acercaba y decía algo pare-cido a “Esa es la voz del anuncio decondones y del elefante de los cereales”.Le digo de una vez que no le daré elgusto de recitarme un enlistado pareci-do en una sala de cine.

– Julio Patán Tobío

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