Leslie Marmon Silko - Storyteller (Selección)

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Literatura Norteamericana Departamento de Letras – FaHCE - UNLP Leslie Marmon Silko Contador de historias 1 Contador de historias (Storyteller) Cada día el sol salía un poco más bajo en el horizonte, moviéndose más lentamente hasta que un día se sintió agitada y comenzó a llamar al carcelero. Se dio cuenta de que había estado sentada muchas horas, sin embargo el sol no se había movido del centro del cielo. Últimamente el cielo no había tenido buen color; había estado de un azul pálido, casi blanco, incluso cuando no había nubes. Se dijo a sí misma que no era buen signo que el cielo no se distinguiera del hielo del río, congelado sólido y blanco contra la tierra. La tundra se elevaba detrás del río pero todos los límites entre el río y las colinas y el cielo se habían perdido en la densidad del hielo pálido. Gritó de nuevo, esta vez algunas palabras en inglés que se le metieron al azar en la boca, probablemente maldiciones que les había escuchado a los perforadores de petróleo el invierno anterior. El carcelero era esquimal, pero no le hablaba a ella en yupik. Había observado que cuando la gente de las otras celdas le hablaban en yupik, él las ignoraba hasta que hablaban en inglés. Se acercó y la miró. Ella no supo si él entendía lo que le estaba diciendo hasta que miró detrás de ella a la pequeña ventana alta. Miró el sol, se volvió y se alejó. Ella pudo oír tintinear las hebillas de sus pesadas botas de nieve al irse caminando hacia la parte delantera del edificio. Era como los otros edificios que trajeron con ellos la gente blanca, los gussucks; edificios de la Oficina de Asuntos Indígenas y de la escuela, edificios portátiles que llegaban partidos al medio, en barcazas por el río. Los cuadrados paneles de metal sobresalían con las capas de material aislante que tenían dentro. Había preguntado una vez qué era y alguien le dijo que era para mantener el frío afuera. Ella no se había reído entonces, pero lo hizo ahora. Fue hasta la pequeña ventana de vidrio doble y se rió a carcajadas. Pensaban que podían mantener el frío afuera con ese relleno amarillo fibroso. Miren el sol. No se movía; estaba congelado, atrapado en medio del cielo. Miren el cielo, sólido como el río con hielo que había atrapado al sol. No se había movido por largo tiempo; en unas pocas horas más estaría débil, y la escarcha pesada comenzaría a aparecer por los bordes y se extendería a través de la cara del sol como una máscara. Su luz era amarilla pálida, adelgazada por el invierno. Podía ver que pasaba gente por los caminos tapados de nieve, saliéndoles el vapor del aliento de las capuchas de sus parkas, las caras ocultas y protegidas por gorgueras gruesas de piel. No había autos ni vehículos para nieve ese día; el frío había silenciado las máquinas. El metal se congelaba; se partía y resquebrajaba. El petróleo se endurecía y las partes móviles se atascaban sólidamente. Había visto que eso le sucedió el invierno anterior a las grandes máquinas amarillas y a las perforadoras gigantes cuando llegaron para perforar pozos de prueba. El frío las detuvo, y se quedaron indefensas. Su aldea estaba a muchas millas río arriba de este pueblo, pero en su mente podía verla claramente. Su casa no estaba cerca de las casas de la aldea. Se encontraba sola en la rivera río arriba de la aldea. La nieve se había deslizado hasta los aleros del techo del lado norte, pero del lado oeste, junto a la puerta, el sendero estaba casi limpio. El verano anterior había clavado jirones de hojalata roja sobre los troncos. Lo había hecho por el color rojo brillante, no por agregar calor de la manera en que la gente de la aldea lo había hecho. Este invierno final se había estado acercando ya desde entonces; había habido signos de su acercamiento por muchos años. 1 Selección y traducción de Gabriel Matelo.

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  • Literatura Norteamericana

    Departamento de Letras FaHCE - UNLP

    Leslie Marmon Silko Contador de historias1

    Contador de historias (Storyteller) Cada da el sol sala un poco ms bajo en el horizonte, movindose ms lentamente hasta

    que un da se sinti agitada y comenz a llamar al carcelero. Se dio cuenta de que haba estado sentada muchas horas, sin embargo el sol no se haba movido del centro del cielo. ltimamente el cielo no haba tenido buen color; haba estado de un azul plido, casi blanco, incluso cuando no haba nubes. Se dijo a s misma que no era buen signo que el cielo no se distinguiera del hielo del ro, congelado slido y blanco contra la tierra. La tundra se elevaba detrs del ro pero todos los lmites entre el ro y las colinas y el cielo se haban perdido en la densidad del hielo plido.

    Grit de nuevo, esta vez algunas palabras en ingls que se le metieron al azar en la boca, probablemente maldiciones que les haba escuchado a los perforadores de petrleo el invierno anterior. El carcelero era esquimal, pero no le hablaba a ella en yupik. Haba observado que cuando la gente de las otras celdas le hablaban en yupik, l las ignoraba hasta que hablaban en ingls.

    Se acerc y la mir. Ella no supo si l entenda lo que le estaba diciendo hasta que mir detrs de ella a la pequea ventana alta. Mir el sol, se volvi y se alej. Ella pudo or tintinear las hebillas de sus pesadas botas de nieve al irse caminando hacia la parte delantera del edificio.

    Era como los otros edificios que trajeron con ellos la gente blanca, los gussucks; edificios de la Oficina de Asuntos Indgenas y de la escuela, edificios porttiles que llegaban partidos al medio, en barcazas por el ro. Los cuadrados paneles de metal sobresalan con las capas de material aislante que tenan dentro. Haba preguntado una vez qu era y alguien le dijo que era para mantener el fro afuera. Ella no se haba redo entonces, pero lo hizo ahora. Fue hasta la pequea ventana de vidrio doble y se ri a carcajadas. Pensaban que podan mantener el fro afuera con ese relleno amarillo fibroso. Miren el sol. No se mova; estaba congelado, atrapado en medio del cielo. Miren el cielo, slido como el ro con hielo que haba atrapado al sol. No se haba movido por largo tiempo; en unas pocas horas ms estara dbil, y la escarcha pesada comenzara a aparecer por los bordes y se extendera a travs de la cara del sol como una mscara. Su luz era amarilla plida, adelgazada por el invierno.

    Poda ver que pasaba gente por los caminos tapados de nieve, salindoles el vapor del aliento de las capuchas de sus parkas, las caras ocultas y protegidas por gorgueras gruesas de piel. No haba autos ni vehculos para nieve ese da; el fro haba silenciado las mquinas. El metal se congelaba; se parta y resquebrajaba. El petrleo se endureca y las partes mviles se atascaban slidamente. Haba visto que eso le sucedi el invierno anterior a las grandes mquinas amarillas y a las perforadoras gigantes cuando llegaron para perforar pozos de prueba. El fro las detuvo, y se quedaron indefensas.

    Su aldea estaba a muchas millas ro arriba de este pueblo, pero en su mente poda verla claramente. Su casa no estaba cerca de las casas de la aldea. Se encontraba sola en la rivera ro arriba de la aldea. La nieve se haba deslizado hasta los aleros del techo del lado norte, pero del lado oeste, junto a la puerta, el sendero estaba casi limpio. El verano anterior haba clavado jirones de hojalata roja sobre los troncos. Lo haba hecho por el color rojo brillante, no por agregar calor de la manera en que la gente de la aldea lo haba hecho. Este invierno final se haba estado acercando ya desde entonces; haba habido signos de su acercamiento por muchos aos.

    1 Seleccin y traduccin de Gabriel Matelo.

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    Fue porque senta curiosidad acerca de las grandes escuelas a donde el Gobierno enviaba a las otras chicas y chicos. No haba jugado mucho con los chicos de la aldea mientras creca porque ellos le tenan miedo al viejo, y huan cuando llegaba su abuela. Fue porque estaba cansada de estar sola con la vieja cuyo cuerpo se haba estado agarrotando desde cuando la chica tena memoria. Sus rodillas y nudillos estaban grotescamente hinchados, y el dolor le haba apretado la piel morena de la cara tirante contra los huesos; le dej los ojos duros como las piedras del ro. Una vez la chica pregunt qu era lo que le haca esto a su cuerpo, y la vieja se haba levantado de coser botas de piel de foca, y la mir fijo.

    Las articulaciones, dijo la vieja en voz baja, murmurando como el viento a travs del techo, tengo las articulaciones hinchadas de rabia.

    A veces no contestaba y slo la miraba fijo. Cada ao hablaba menos y menos, pero el viejo charlaba msa veces toda la noche, sin dirigirse a nadie ms que a s mismo; con voz suave y deliberada, contaba historias, moviendo sus lisas manos marrones encima de las mantas. No haba pescado ni cazado con los otros hombres por muchos aos, aunque no estaba tullido ni enfermo. Se quedaba en la cama, oliendo a pescado seco y orina, contando historias todo el invierno; y cuando llegaba el tiempo clido se ubicaba en su lugar a la orilla del ro. Se sentaba con una larga vara de sauce, removiendo el musgo ardiendo sin llama que haba preparado en contra de los insectos mientras continuaba con sus historias.

    El problema era que ella no haba reconocido las advertencias a tiempo. No vio lo que la escuela gussuck le hara hasta que entr caminando al dormitorio y se dio cuenta de que el viejo no haba mentido acerca de ese lugar. Pens que estaba tratando de asustarla como sola hacerlo cuando era pequea y su abuela estaba afuera cortando pescado. No le haba credo lo que dijo sobre la escuela porque saba que quera retenerla en la casa de troncos. Ya saba lo l quera.

    La matrona del dormitorio le baj los pantalones y la azot con un cinturn de cuero porque se rehusaba a hablar ingls.

    Esos aldeanos atrasados, deca la matrona, porque era una esquimal que haba trabajado para la Oficina de Asuntos Indgenas por mucho tiempo, dejaron que esta se hiciera demasiado grande para aprender. Las otras chicas murmuraban en ingls. Saban cmo funcionaban las duchas, y se lavaban y ataban el pelo de noche. Coman comida gussuck. Ella se quedaba en la cama y se imaginaba qu podra estar cosiendo su abuela, y qu estaba comiendo el viejo en su cama. Cuando lleg el verano, la enviaron a casa.

    La manera en que la abuela la haba abrazado cuando se fue a la escuela haba sido una advertencia tambin, porque la vieja no la haba abrazado o tocado en muchos aos. No como el viejo, cuyas manos estaban siempre cazando, como cuervos dando vueltas perezosamente en el cielo, listas para tocarla. No se sorprendi cuando el cura y el viejo se reunieron con ella en la pista de aterrizaje para decirle que la anciana haba muerto. El cura le pregunt dnde quera ir a vivir. Se refiri al viejo como a su abuelo, pero ella no se molest en corregirlo. Ya haba estado pensando en eso; si se iba con el cura, la enviara lejos a la escuela. Pero el viejo era diferente. Saba que no la enviara de nuevo a la escuela. Saba que quera que se quedara con l.

    Una vez le dijo que ella se volvera demasiado vieja para l ms rpido de lo que l se volvera para ella; pero de nuevo no le haba credo porque a veces menta. Le haba mentido sobre qu le hara si se acercaba a su cama. Pero en tanto pasaron los aos, se dio cuenta de que lo que deca era verdad. Se volvi inquieta y fuerte. No tena paciencia por el viejo que nunca haba cambiado sus movimientos lentos y suaves bajo las mantas.

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    El viejo se la pasaba en la cama todo el invierno; no la dejaba ms que para usar el orinal en el rincn. Dormitaba con la boca un poco abierta; los labios temblaban y a veces se movan como si estuviera contando una historia incluso mientras soaba. Ella se puso las botas de piel de foca, los mukluks forrados de franela rojo brillante que su abuela le haba cosido, y at los pompones de tejido rojo trenzado alrededor de sus tobillos sobre los pantalones grises de lana. Se subi el cierre relmpago de la parka de piel de lobo. Su abuela la haba usado muchos aos, pero el viejo dijo que antes de morir, le haba dejado instrucciones de enterrarla con un pulver negro viejo, y que le diera la parka a la nia. La piel de lobo era color crema y plata, casi blanca en algunas partes, y cuando la anciana caminaba por la tundra en invierno, se volva invisible en la nieve.

    Se dirigi caminando a la aldea, haciendo su propio sendero a travs de la nieve profunda. Una tralla de perros de trineo atados fuera de la casa al borde de la aldea tironeaban de sus cadenas a los saltos para ladrarle a ella. Sigui caminando, mirando el cielo atardecido en busca de las primeras estrellas de la noche. Estaba clido y los perros estaban alertas. Cuando hiciera fro de nuevo, los perros se acurrucaran quietitos, demasiado adormilados por el fro para ladrar o tirar de las cadenas. Se ro en voz alta porque eso los haca aullar y gruir. Una vez el viejo la haba visto azuzar a los perros y sacudi la cabeza; As que ese es el tipo de mujer que eres, dijo, en invierno nosotros dos no somos diferentes que esos perros. Esperamos en el fro a que alguien nos traiga un poco de pescado seco.

    Se ri en voz alta de nuevo, y sigui caminando. Pensaba acerca de los perforadores gussuck. Eran extraos; la miraban cuando ella pasaba caminando cerca de sus mquinas. Se pregunt cmo se veran debajo de sus pantalones forrados de plumn de pato; quera saber cmo se moveran. Seran diferentes al viejo.

    El viejo le dio un grito. Ella sacudi los hombros con tanta violencia que se golpe la cabeza contra la pared de troncos. Lo ol!, chill l, tan pronto como entraste! Estoy seguro ahora. No me puedes engaar! Las piernas flacas le temblaban debajo de los pantalones anchos de lana; se tropez con las botas descalzo. Las uas de sus pies eran largas y amarillas como garras de pjaros; ella haba visto una grulla gris el verano pasado pelendose con otra en las aguas bajas de la orilla del ro. Se ri en voz alta y le sac el hombro por el que l la tena agarrada. Se par frente a ella. Respiraba fuerte y temblaba; se lo vea dbil. Probablemente se morira el prximo invierno.

    Te advierto, dijo, te advierto. Se arrastr a su camastro luego, y meti la mano debajo de su vieja almohada sucia en busca de un trozo de pescado seco. Se recost en la almohada, mirando al techo y masticando las tiras secas de salmn. No s lo que te dijo la vieja, dijo, pero va a haber problemas. Mir a ver si lo estaba escuchando. Su rostro de repente se relaj en una sonrisa, sus oscuros ojos rasgados se perdieron en las arrugas de la piel morena. Podra decrtelo, pero ya ests ms all de las advertencias. Puedo oler lo que hiciste toda la noche con los gussucks.

    Ella no comprenda por qu vinieron a ah; la aldea era tan pequea y estaba tan ro arriba que incluso los esquimales que se haban ido a la escuela no queran volver. Se quedaban ro abajo en el pueblo. Decan que la aldea era demasiado tranquila. Estaban acostumbrados al pueblo donde estaba la escuela, con luz elctrica y agua corriente. Luego de todos estos aos lejos en la escuela, se haban olvidado cmo tirar las redes en el ro y cundo cazar focas en otoo. Cuando le pregunt al viejo por qu los gussucks se molestaban en venir a la aldea, sus angostos ojos brillaron de agitacin.

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    Slo vienen cuando hay algo que robar. Les resulta demasiado difcil conseguir animales de piel ahora, y las focas y los peces se han vuelto difciles de encontrar. Ahora vienen por el petrleo en lo profundo de la tierra. Pero esta es su ltima vez. Su resuello era rpido; sus manos gesticulaban al cielo. Se acerca. A medida que se acerca, el hielo empujar el cielo. Sus ojos estaban totalmente abiertos y mir fijo las vigas bajas del techo durante horas sin pestaar. Ella recordaba todo esto ntidamente porque l comenz la historia ese da, la historia que contara desde entonces. Comenzaba con un oso gigante que l describa msculo por msculo, desde la curva de los colmillos de marfil hasta los remolinos de pelo en la cima de la mollera maciza. Y durante ocho das no durmi, sino que se la pas contando continuamente sobre el oso gigante cuyo color era el azul plido del hielo glaciar.

    La nieve estaba sucia y gastada en el sendero junto a la puerta. A cada lado del sendero, la nieve llegaba por encima de su cabeza. Frente a la puerta haba manchas amarillas irregulares derretidas en la nieve en donde los hombres haban orinado: ella se detuvo en la entrada y se sacudi la nieve de las botas. El saln estaba a oscuras; una linterna de kerosn junto a la caja registradora arda bajo. Los largos estantes de madera estaban repletos de latas de porotos y carne en conserva. En el estante inferior un frasco de mayonesa estaba roto y goteaba unos cogulos blancos aceitosos sobre el piso. No haba nadie en el saln excepto el perro amarillento durmiendo delante de la gran vidriera del mostrador. Por el reflejo pareca estar encima de los cuchillos y las municiones dentro del mostrador. Los gussucks dejaban a los perros dentro de sus casas; no pareca importarles el olor que despedan los perros. Dicen que somos sucios por la comida que comemospescado crudo y carne fermentada. Pero nosotros no vivimos con perros, dijo una vez el viejo. Ella oy voces en la sala trasera, y el sonido de las botellas contras las mesas puestas con fuerza.

    Siempre se sentan confiados. El primer ao esperaron que se rompiera el hielo en el ro, y luego trajeron sus grandes mquinas amarillas ro arriba en barcazas. Planeaban perforar pozos de prueba durante el verano para evitar el congelamiento. Pero los rastros y tumbas de sus mquinas todava estaban all, al borde de la tundra sobre el ro, en donde el barro estival se las haba tragado apenas antes de que dejaran de ver el ro. La gente de la aldea se haba juntado a mirar a los hombres blancos, y a rerse mientras ellos sacaban las mquinas gigantes, una a una, fuera de la rampa de acero hacia las zonas pantanosas; como si la cantidad misma de vehculos de alguna manera fuera a volver slida la tundra. Pero el viejo dijo que se comportaban como desesperados, y que volveran. Cuando la tundra congelada se solidific, regresaron.

    Las mujeres de la aldea ni siquiera se asomaban a la sala de atrs. El cura les haba advertido. El almacenero la estaba mirando porque no permita que los esquimales y los otros indios se sentaran a las mesas de la sala de atrs. Pero ella saba que no podran echarla si uno de los clientes gussucks la invitaba a sentarse con l. Cruz la sala. La miraron fijo, pero ella tena la sensacin de que caminaba en lugar de alguien ms, no ella misma, de modo que no importaba que la miraran. El pelirrojo tir de una silla y la movi para que ella se sentara. Ella mir al almacenero mientras el pelirrojo le serva un vaso de vino tinto dulce. Ella quera rerse del almacenero de la manera en que se rea de los perros, que estiraban las cadenas y le aullaban.

    El pelirrojo sigui hablando con los otros gussucks alrededor de la mesa, pero desliz una mano debajo hacia su muslo. Ella mir al almacenero a ver si an la observaba. Se ri en voz alta de l y el pelirrojo dej de conversar y se volvi hacia ella. Le pregunt si quera que se fueran. Ella asinti y se levant.

    Alguien en la aldea haba estado contndole cosas acerca de ella, dijo l mientras caminaban hacia su trailer. Eso es lo que entendi de lo que l deca, pero el resto no lo oy. El quejido de los

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    grandes generadores en el campamento se chup el sonido de sus palabras. Pero el ingls ya no le interesaba ni tampoco nada que los cristianos en la aldea pudieran decirle acerca de ella misma o el viejo. Sonri ante el efecto del aire bajo cero sobre las luces elctricas alrededor de los trailers; no brillaban. Dejaban slo agujeros amarillos chatos en la oscuridad.

    A l le llev mucho tiempo prepararse, incluso despus de que ella se desvistiera para l. Esper en la cama con las mantas encima, mirndolo. l ajust el termostato y encendi velas en la habitacin, apagando las luces elctricas. Busc en una pila de discos hasta encontrar el adecuado. Ella no estaba segura de lo que hizo ltimo de todo: peg algo en la pared detrs de la cama donde poda verlo mientras estaba encima de ella. Estaba arrugado y blanco de fro: empuj su cuerpo contra el de ella en busca de calor. Le gui las manos a sus muslos; le daban chuchos.

    Ella haba vuelto una ltima vez porque quera saber qu era lo que pegaba a la pared encima de la cama. Cada vez que terminaba, el se estiraba y lo despegaba, doblndolo con cuidado de modo que ella no lo viera. Pero esta vez estaba preparada; esper su ltimo jadeo y repentino desplome encima de ella. Se desliz de debajo y se puso de pie junto a la cama. Mir la foto mientras se vesta. l no levant la cabeza de la almohada, y mientras dejaba la habitacin ella crey orle castaetear los dientes.

    Cuando lleg oy al viejo moverse. Comparado con el trailer del gussuck, la casa de troncos se senta fresca. Ola a pescado seco y carne curada. La habitacin estaba a oscuras excepto por el parpadeo amarillo de la llama en la ventana de mica de la estufa de aceite. Se acurruc frente a la estufa y mir las llamas por largo tiempo antes de encaminarse a la cama donde su abuela haba dormido. La cama cubierta con un montn de harapos y jirones de pieles que la vieja haba guardado. Tante en el montn hasta que sinti algo fro y slido envuelto en una manta de lana. Empuj sus dedos alrededor hasta que sinti la piedra lisa. Mucho tiempo atrs, antes de que llegaran los gussucks, haban quemado aceite de ballena en la lmpara grande de piedra que daba luz y calor al mismo tiempo. La vieja haba guardado todo lo que podran necesitar cuando llegara el momento.

    Por la maana, el viejo sac un trozo de carne seca de caribou de debajo de sus mantas y se lo ofreci. Mientras ella no estaba, unos hombres de la aldea haban trado un atado de carne seca. Ella lo mastic despacio, pensando en la manera en que seguan viniendo de la aldea a hacerse cargo del viejo y sus historias. Pero ahora ella tena una historia, acerca del gussuck pelirrojo. El viejo supo en qu estaba pensando, y su sonrisa hizo que se le redondease la cara ms de lo que era.

    Y?, dijo, qu era?

    Una mujer montada por un perro.

    l se ri despacio y se encamin al barril del agua. Hundi una taza de lata.

    No me sorprende, dijo.

    Abuela, dijo ella, haba algo rojo en el pasto esa maana. Lo recuerdo. Nunca antes haba preguntado acerca de sus padres. La vieja dej de abrir las panzas de los pescados que pondra a secarse sobre las rejillas de sauce. Los msculos de su mandbula tiraron tan fuerte hacia el crneo que la chica pens que la vieja no podra hablar.

    Les compraron al almacenero una lata llena de eso. Tarde a la noche. Les dijo que era alcohol del que se puede tomar. Pagaron con un rifle. La voz de la vieja sonaba como si cada

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    palabra le robara fuerzas. Ya no serva de nada el rifle. Ese ao haban llegado los botes gussuck disparndoles con grandes armas a las morsas y las focas. No qued nada para cazar despus de eso. Entonces, dijo la anciana, en voz tan baja que la chica no le haba odo en mucho tiempo, no les dije nada cuando se fueron esa noche.

    Justo all, dijo, sealando los postes cados, medio enterrados en el ro y el pasto alto, en el refugio estival. El sol estaba a mitad del cielo esa noche. Temprano a la maana cuando an estaba bajo, lleg el polica. Le dije al intrprete que le dijera que el almacenero los haba envenenado. Haca bosquejos en el aire delante de ella, mostrndoles cmo sus cuerpos yacan torcidos en la arena; contar la historia era como esforzarse por caminar a travs de la nieve espesa; el sudor le brillaba en el pelo blanco alrededor de la frente. Le dije al cura tambin. Le dije que el almacenero menta. Se alej de la chica. Mantuvo la boca an ms tensa, slida, no de pena o ira, sino en contra del dolor, que era todo lo que le quedaba. Nunca les cre, dijo, casi nada. No me sorprendi que el cura no hiciera nada.

    Vena viento del ro y doblaba el pasto alto sobre s mismo como olas de ro. Pudo sentir el silencio que dej la historia, y quiso que la vieja siguiera.

    Escuch ruidos esa noche, abuela. Sonidos como alguien que canta. Estaba claro afuera. Pude ver algo rojo sobre el piso. La vieja no le contest; se acerc a la pileta en el piso llena de pescado junto a la mesa de trabajo. Clav el cuchillo en la panza de un pescado blanco y lo puso en la mesa. El almacenero gussuck dej la aldea despus de eso, dijo la anciana y mientras arrancaba las entraas del pescado, de otra manera, te podra contar ms. La voz de la anciana se fue con el viento que soplaba desde el ro; nunca hablaron de eso de nuevo.

    Cuando los sauces se llenaron de hojas y creci el pasto alto a orillas del ro y alrededor de los pantanos, sali a caminar temprano en la maana. Mientras el sol estaba an bajo sobre el horizonte, escuch al viento que vena del ro; su sonido era como la voz ese da de hace tanto tiempo. A la distancia, poda or los motores de la maquinaria que los perforadores haban dejado el invierno anterior, pero no se acerc a la aldea o al almacn. El sol nunca dej el cielo y el verano se volvi el mismo largo da. Slo los vientos apantallaban el sol para hacerlo brillar o dejarlo volverse penumbra.

    Se sent junto al viejo en su lugar a orillas del ro. Removi por l el fuego humeante, y se sinti ensancharse y adelgazar al sol como si hubiera sido partida de la panza a la garganta y colgada de una estaca de sauce en preparacin para el invierno entrante. El viejo ya no habl ms. Cuando los hombres de la aldea le traan pescado fresco lo ocultaba en lo profundo del pasto donde estaba fresco. Despus que l entr, ella abri el pescado y lo extendi a secarse sobre la rejilla de sauce de la manera en que la vieja lo haba hecho. Dentro, l dormitaba y conversaba consigo mismo. Haba hablado todo el invierno, despacio e incesantemente, acerca del oso polar gigante asechando al cazador solitario por los hielos del mar del Bearing. Luego de todos esos meses que el viejo haba estado contando la historia, el oso estaba a unos cien pies del hombre; pero la niebla se haba cerrado a su alrededor y el hombre slo poda oler el hedor acre a amonaco del oso, y or el crujido de la costra de nieve bajo sus zarpas gigantes.

    Una noche escuch al viejo contar la historia en sueos toda la noche, describiendo cada cristal de hielo y los sonidos levemente diferentes que hacan debajo de cada zarpa; primero la izquierda y luego la derecha, luego las patas traseras. Su abuela estaba de repente all, una sombra alrededor de la estufa. Ella le habl en su voz baja parecida al viento y la chica tuvo miedo de sentarse para escuchar ms claramente. Quizs lo que dijo estuviera dirigido al viejo porque l dej de contar la historia y comenz a roncar despacio de la manera que lo haca tiempo atrs cuando la vieja lo regaaba por contar sus historias cuando otros en la casa estaban tratando de dormir. Pero las ltimas palabras que escuch fueron claras: Tomar mucho tiempo, pero se debe contar la historia. No debe haber mentiras. Se acerc las mantas al mentn, despacio, para que sus

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    movimientos no se vieran. Pens que la abuela hablaba de la historia del oso; por entonces no saba de la otra historia.

    Dej al viejo resollando y roncando en la cama. Camin a travs del pasto del ro brillando de escarcha; el color verde estival brillante ya se haba desvanecido. Vio el sol moverse por el cielo, ya bajo en el horizonte, alejndose de la aldea. Se detuvo junto a los postes cados del refugio estival donde sus padres haban muerto. La escarcha brillaba sobre la arena del ro tambin; en unas pocas semanas habra nieve. La luz previa al amanecer sera del color de una vieja. Un cielo de vieja lleno de nieve. Haba habido algo rojo tirado en el piso la maana en que murieron. Lo busc de nuevo, empujando a un lado el pasto con la bota. Se arrodill en la arena y mir bajo la estructura cada en busca de rastros de eso. Cuando lo encontr, supo lo que la vieja nunca le haba contado. Se acurruc cerca de los postes grises y apoy la espalda contra ellos. El viento la hizo estremecerse.

    La lluvia estival haba lavado el barro de entre los palos; junto a las paredes de troncos los bloques empapados se apilaban a la altura de su cintura y haban perdido su forma cuadrada y les haba crecido manchas suaves de musgo de tundra y pasto de briznas tiesas inclinndose por el peso de las semillas erizadas. Mir al noroeste, en la direccin del Mar de Bearing. El fro bajara de all a encontrar tajitos angostos en el barro, huecos de lluvia en la capa exterior de tierra que protega la casa de troncos. La tundra verde oscuro se extenda a lo lejos chata y continua. De alguna manera el mar y la tierra se juntaban; por los colores verde oscuro ella saba que no haba lmites entre ellos. As es cmo llegara el fro: cuando los lmites desaparecieran el hielo polar recorrera el terreno hasta el cielo. Mir el horizonte por largo rato. Se quedara en ese lugar del lado norte de la casa y vigilara el horizonte noroeste, y eventualmente lo vera venir. Vigilara su acercamiento en las estrellas, y lo oira llegar con el viento. Estos preparativos no eran familiares, pero gradualmente los reconoci como reconoca las huellas de pies en la nieve.

    Vaciaba el orinal del viejo dos veces al da y mantena el barril lleno de agua de hielo derretido del ro. Antes de que se pusiera a contar la historia de nuevo, l ya no la reconoci ms, y cuando le hablaba, la llamaba por el nombre de su abuela y le hablaba de gente y eventos de mucho tiempo atrs. El oso gigante se arrastraba sobre su vientre por la nieve nueva, lo suficientemente cerca ahora como para que el hombre pudiera or el ronquido de su respiracin. Interminablemente en una suave voz cantarina, el viejo acarici la historia, repitiendo las palabras una y otra vez con delicados toques.

    El cielo estaba del gris de los huevos de la grulla de ro; su densidad se curvaba hacia la delgada costra de escarcha que ya cubra la tierra. Mir el color rojo brillante de la lata contra el suelo y el cielo y le dijo a los hombres de la aldea que les trajeran pedazos para el viejo y para ella. Para perforar los pozos de prueba en la tundra, los gussucks haban usado cientos de barriles de combustible. La gente de la aldea parta los barriles abandonados a orillas del ro, y machacaba la lata roja en planchas chatas. La gente de la aldea usaba las tiras de lata para reparar las paredes y los techos para el invierno. Pero ella las haba clavado a las paredes de troncos por el color. Cuando termin, se alej con el martillo en la mano, sin darse vuelta hasta que estuvo lejos, en la cresta encima de la ribera del ro, y luego mir atrs. Sinti un escalofro cuando vio cmo el cielo y la tierra perdan ya sus lmites, confundindose entre s. Pero la lata roja penetraba el denso color blanco de la tierra y el cielo; defina el lmite como una herida revelaba las costillas y el corazn de un gran caribou apunto de escaparse y perderse por siempre para el cazador. Esa noche el viento aull y cuando ella escarb un agujero a travs de la gruesa escarcha del lado interno de la ventana, no pudo ver nada ms que el blanco impenetrable; si estaba soplando nieve o la nieve se haba acumulado tan alto como la casa, no lo saba.

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    Haba descendido de repente, y ella se par de espaldas al viento mirando al ro, con sus aguas humeantes coaguladas de hielo. El viento haba soplado nieve encima del ro congelado, ocultando las delgadas vetas azules por donde corra el agua bajo el hielo traslcido y frgil como la memoria. Sin embargo, poda ver las sombras del lmite, los bosquejos de senderos que eran delgadas ramas de solidez saliendo hacia tierra. Pas das caminando sobre el ro, observando los colores del hielo que la sostendran con seguridad, pateando con el taln de la bota las costras de nieve, buscando con los odos sonidos slidos. Cuando pudo sentir los senderos a travs de la planta de los pies, se fue al medio del ro donde el agua gris y rpida se agitaba debajo de un delgado panel de hielo. Mir hacia atrs. Sobre la rivera a la distancia pudo ver la lata roja clavada a la casa de troncos, algo no tragado por la pesada panza blanca del cielo o atrapado en los pliegues de la tierra congelada. Haba llegado el momento.

    La piel de lobo alrededor de la capucha de su parka estaba blanca por la escarcha que haca su aliento. La calidez interior del almacn la derriti, y sinti diminutas gotitas de agua sobre el rostro. El almacenero sali de la sala de atrs. Ella se abri la parka y se par junto a la estufa de aceite. No lo mir, pero en vez mir al perro amarillento, cubierto de matas de pelo apelmazado, durmiendo delante de la estufa. Pens en la foto del gussuck, pegada a la pared encima de la cama y se ri en voz alta. El sonido de su risa era penetrante; el perro amarillo se puso de pie de un salto y el pelo se le eriz en la espalda. El almacenero la estaba mirando. Quiso rerse de nuevo porque l no saba lo del hielo. No saba que estaba merodeando la tierra, o que ya haba empujado su camino hacia el cielo para aferrar al sol. Se sent en una silla junto a la estufa y sacudi su largo pelo suelto. Era como un perro atado todo el invierno, mirando mientras los otros son alimentados. l record cmo ella se haba ido con los perforadores de petrleo, y sus ojos azules se arrastraron como moscas por el cuerpo de ella. Puso lo labios como si quisiera escupirla. l odiaba la gente porque tenan algo de valor, dijo el viejo, algo que los gussucks nunca pudieron tener. Pensaron que podan tenerlo, chuparlo de la tierra o cortarlo de las montaas, pero eran tontos.

    Haba una mata de pelo de perro en el piso junto a su pies. Ella pens en el aislamiento amarillo salindose del relleno; la defensa de ellos contra el congelamiento hacindose pedazos a medida que avanzaba sobre ellos. El hielo se acurrucaba en el horizonte noroeste como el oso del viejo. Se ri en voz alta. El sol estara bajo ahora; haba llegado el momento.

    La primera vez que l le habl, ella no oy lo que le dijo, entonces no contest o siquiera lo mir. l le habl de nuevo pero sus palabras eran slo ruidos saliendo de su boca plida, temblando ahora que se le comenzaba a desatar la ira. La tirone de un brazo y la silla se volc detrs de ella. Le temblaban los brazos y ella sinti sus manos tensarse, tirando ms fuerte de los bordes de la parka. Levant un puo para pegarle a ella, su cuerpo delgado agitndose de ira; pero el puo se derrumb ante el deseo que tena por las cosas valiosas, que, como el viejo haba dicho apropiadamente, eran la nica razn por la que haban venido. Pudo escucharle el corazn latir mientras la tena cerca y arqueaba su cadera contra ella, gruendo y respirando con espasmos. Ella se deshizo en un giro y se escabull por debajo de sus brazos.

    Corri con el mitn sobre la boca, respirando a travs de la piel para proteger sus pulmones del aire helado. Poda or que l corra detrs de ella, con la respiracin pesada, el ocasional ruido del metal tintineando con el metal. Pero l corra sin parka ni mitones, respirando el aire helado; su fuego le exprimi los pulmones contra las costillas y fue suficiente para que no pudiera alcanzarla cerca del almacn. En la rivera del ro se dio cuenta de cun lejos estaba de la estufa y los trozos de relleno amarillo que apartaban el fro. Pero la chica no poda correr muy rpido a travs de las estribaciones al borde del ro. La penumbra estaba luminosa y l todava poda ver claramente en la distancia; supo que la alcanzara por eso sigui corriendo.

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    Cuando ella se acerc al medio del ro mir sobre su hombro. l no iba detrs de ella; iba derecho a travs del hielo, siguiendo la distancia ms corta para alcanzarla. Estaba cerca entonces; su rostro torcido y escarlata por el esfuerzo y el fro. Haba satisfaccin en sus ojos; estaba seguro que podra superar su carrera.

    Ella conoca el ro, al punto del instante cuando el hielo se combaba en fracturas del grosor de un cabello, y los sonidos de rotura de las astillas ganaban envin con la apertura del hielo hasta que se liberaba el agua gris y rpida. Se detuvo y se volvi al sonido del ro y el repiquetear de fragmentos de hielo en remolino en el lugar donde l se hundi. Se sac un mitn y subi el cierre de su parka hasta la garganta. Entonces tom conciencia de su propia respiracin rpida.

    Se movi despacio, pateando el hielo por delante con el taln de la bota, tanteando los tendones de hielo que la sostuvieran. Mir delante y todo a su alrededor; en la penumbra, el denso cielo blanco se haba fundido con la tundra llana cubierta de nieve. En la frentica corrida haba perdido su posicin en el ro. Se qued quieta. La orilla este del ro se haba perdido en el cielo; a los lmites se los haba tragado el blanco helado. Pero entonces, a la distancia, vio algo rojo y de repente fue como ella lo haba recordado todo esos aos.

    Se sent en su cama y mientras esperaba, escuch al viejo. El cazador haba encontrado un pequeo montculo irregular en el hielo. Baj la capucha de piel de castor; la piel interna humeaba con el calor y el sudor de su cuerpo. La dej dada vuelta sobre el hielo para asechar al oso y esper viento abajo encima del montculo de hielo; llevaba un cuchillo de jade.

    Ella pens que podra ver el final de la historia por la manera en que l resollaba las palabras; pero l an se serva de su provisin de pescado seco y le chorreaba el agua al tomarla con la taza de lata. Toda la noche lo escuch describir cada bocanada de aire que el hombre tomaba, cada movimiento de la cabeza del oso como si tratara de atrapar el sonido de la respiracin del hombre, y probara el viento en busca de su olor.

    El agente estatal le hizo preguntas, y la mujer que limpiaba la casa del cura las traduca al yupik. Queran saber qu le haba pasado al almacenero, el gussuck que haban visto correr tras ella por el camino hacia el ro tarde la noche anterior. No haba vuelto, y le jefe gussuck en Anchorage estaba preocupado por l. Ella no contest por largo tiempo porque el viejo de repente se sent en la cama y comenz a hablar agitadamente, mirndolos a todosel agente con sus anteojos oscuros y la mucama en su parka de corderoy. Se la pasaba diciendo: La historia! La historia! Eh-ya! El gran oso! El cazador!

    Le preguntaron de nuevo qu le haba ocurrido al hombre del almacn Northern Commercial. l les minti. Les dijo que era seguro tomarlo. Pero yo no voy a mentir. Se levant y se puso la parka gris de piel de lobo. Yo lo mat, dijo, pero no miento.

    El abogado volvi de nuevo, y el carcelero abri las puertas de acero y abri la celda para dejarlo entrar. Le hizo seas al carcelero de que se quedara para oficiar de traductor. Ella se ri cuando vio que el carcelero se vera forzado por este gussuck a hablarle en yupik. Le cay bien este abogado gussuck por eso, y por el pelo que se le adelgazaba en la cabeza. Era muy alto, y a ella le gustaba pensar acerca de la exposicin de su cabeza al congelamiento; se pregunt si l sentira

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    descender el hielo desde el cielo ante que los otros. l quera saber por qu le haba dicho al agente estatal que haba matado al almacenero. Algunos aldeanos haban visto lo ocurrido, dijo, y fue un accidente. Eso es todo lo que tienes que decirle al juez: fue un accidente. Se la pas repitindoselo una y otra vez, lentamente en voz fuerte pero gentil: Fue un accidente. Corra detrs de ti y se hundi en el hielo. Eso es todo lo que tienes que decir en la corte. Eso es todo. Y te dejarn ir a casa. A tu aldea. El carcelero tradujo las palabras hoscamente, con los ojos fijos en el piso. Ella neg con la cabeza. No voy a cambiar la historia, ni siquiera para escapar de este lugar e ir a casa. Tuve la intencin de que muriera. Hay que contar la historia tal cual ocurri. El abogado exhal con fuerza; sus ojos parecan cansados. Dgale que no podra haberlo matado de esa manera. Era un blanco. Corri detrs de ella sin parka ni mitones. Ella no podra haberlo planeado as. Hizo una pausa y se volvi hacia la puerta de la celda. Dgale que har todo lo que pueda por ella. Le voy a explicar al juez que su mente est confundida. Ella ri en voz alta cuando el carcelero tradujo lo que el abogado haba dicho. Los gussucks no entendan la historia; no podan ver la manera en que se la deba contar, ao tras ao como el viejo lo haba hecho, sin errores ni silencios.

    Mir por la ventana al cielo blanco congelado. El sol finalmente se haba soltado del hielo pero se mova como un caribou herido corriendo con la fuerza que slo encuentran los animales moribundos, saltando y corriendo con los pulmones destrozados por las balas. Su luz era dbil y plida; empujaba vagamente a travs de las nubes. Se volvi y enfrent al abogado gussuck.

    Empez hace mucho tiempo, enton con firmeza, en el verano. Temprano a la maana, recuerdo, algo rojo en el pasto alto del ro

    Al da siguiente de que muriera el viejo, llegaron los hombres de la aldea. Ella estaba sentada al borde de la cama, frente a la mujer que el agente haba contratado para que la vigilara. Entraron despacio a la habitacin y la escucharon. Al pie de su cama dejaron salmn rey que haba sido abierto y secado el verano anterior. Pero ella no hizo ninguna pausa ni dud; sigui con su historia, y nunca se detuvo, ni siquiera cuando la mujer se levant para cerrar la puerta detrs de los hombres de la aldea.

    El viejo no haba cambiado la historia incluso cuando supo que se acercaba el fin. Las mentiras no podran detener lo que se vena. Se retorca en la cama, tirando de las mantas sueltas, golpeando contra el piso atados de pescado seco y carne. El cazador haba estado en el hielo demasiadas horas. Los vientos helados sobre el montculo de hielo le haban entumecido las manos en los mitones, y el fro lo haba dejado exhausto. Sinti un simple temblor muscular en la mano y no pudo detenerlo, se le cay el cuchillo de jade; se hizo aicos en el hielo, y el oso azul glaciar se dio vuelta lentamente para enfrentarlo.

    ***

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    Mujer amarilla Mis muslos se aferraron a los suyos con humedad, y vi levantarse el sol a travs de los

    alerces y los sauces. Los pajaritos marrones venan del ro y daban saltitos en el barro, dejando rasguos en la costra de un blanco lcali. Se baaban en el ro en silencio. Poda or el agua, casi a nuestros pies donde el canal angosto y rpido burbujeaba y lavaba el verde musgo desgreado y las hojas de los helechos. Lo mir junto a m, enrollado en la manta roja sobre la blanca arena del ro. Me limpi la arena de entre los dedos de los pies, frunciendo los ojos porque el sol estaba encima de los sauces. Lo mir por ltima vez, durmiendo en la blanca arena del ro.

    Tena hambre y segu por el ro hacia el sur por el camino en que habamos llegado la tarde anterior, siguiendo nuestras huellas que ya estaban borrosas por los senderos de las lagartijas y los caminitos de los insectos. Los caballos todava estaban tirados, y el alazn relinch al verme pero no se levant; quizs porque el corral estaba hecho de ramas gruesas de cedro y los caballos no haban sentido todava el sol como yo. Trat de ver ms all de las plidas mesas rojas hacia el pueblo2. Saba que estaba all, incluso si no poda verlo, sobre la colina de areniscas sobre el ro, el mismo ro que se mova a mi lado y haba reflejado la luna la noche anterior.

    El caballo sinti el calor debajo de m. Sacudi la cabeza y pate la arena. El bayo relinch y se recost contra el portn tratando de seguirnos, y me acord de l dormido en la manta roja junto al ro. Desvi el caballo a un lado y lo at cerca del otro, camin hacia el norte con el ro de nuevo, y la arena blanca se deshizo en huellas sobre huellas.

    Despierta!

    Se movi dentro de la manta y gir la cabeza hacia m con los ojos an cerrados. Me arrodill para tocarlo.

    Me voy.

    Sonri ahora, los ojos an cerrados. Vienes conmigo, recuerdas? Se sent entonces con su pecho oscuro desnudo al sol.

    A dnde?

    A mi casa.

    Y voy a volver?

    Se puso los pantalones. Me alej caminando, sintindolo detrs de m y oliendo los sauces.

    Mujer amarilla, dijo.

    Di vuelta la cara hacia l. Quin eres?, pregunt.

    Se ri y se arrodill en la rivera baja de arena, lavndose la cara en el ro. Anoche adivinaste mi nombre, y supiste por qu vine.

    Mir el agua detrs de l, poco profunda, movindose y trat de recordar la noche, pero slo pude ver la luna en el agua y recordar el calor de su cuerpo a mi alrededor.

    Pero slo dije que eras l y que yo era la Mujer Amarilla. No lo soy en realidad. Tengo mi propio nombre y vengo del pueblo del otro lado de la mesa. Tu nombre es Silva y eres un extrao que encontr junto al ro ayer a la tarde.

    Se ri levemente. Lo que pas ayer no tiene nada que ver con lo que hagas hoy, Mujer Amarilla.

    2 Las palabras mesa (como tipo de montaa) y pueblo estn en espaol en el original.

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    Ya lo s, eso es lo que digo. Las viejas historias acerca del espritu de katsina y la Mujer Amarilla no pueden ser acerca de nosotros.

    A mi bisabuelo le encantaba contar esas historias. Hay una acerca del Tejn y el Coyote que se fueron a cazar y anduvieron todo el da, y cuando el sol se pona encontraron una casa. Haba una nia viviendo all sola, y tena el pelo y los ojos claros y les dijo que podan quedarse a dormir all con ella. El Coyote quera quedarse con ella toda la noche de modo que mand al Tejn a un agujero de perro de las praderas, dicindole que pensaba que haba visto algo en l. En cuanto el Tejn se meti en el agujero, el Coyote bloque la entrada con rocas y se apur a volver con Mujer Amarilla.

    Ven, dijo suavemente.

    Me toc el cuello y me acerc a l para sentir su aliento y or su corazn. Yo me preguntaba si Mujer Amarilla haba sabido quin era; si saba que se volvera parte de las historias. Quizs haba tenido otro nombre con el que su esposo y sus parientes la llamaban de modo que slo el katsina del norte y los contadores de historias la conocieran como Mujer Amarilla. Pero no segu; lo sent a mi alrededor, empujndome hacia la blanca arena del ro.

    Mujer Amarilla huy con el espritu del norte y vivi con l y sus parientes. Se fue por mucho tiempo, pero entonces un da volvi y trajo dos nios gemelos.

    Conoces la historia?

    Qu historia? Sonri y me atrajo ms hacia l al decirlo. Tuve miedo al recostarme all sobre la manta roja. Todo lo que poda saber era cmo se senta l, clido, hmedo, su cuerpo junto a m. As es cmo pasa en las historias, pensaba, sin pensar en nada ms all del momento en que se encuentra con el espritu de katsina y se van.

    No tengo por qu ir. Lo que cuentan en las historias fue real slo entonces, all en el tiempo inmemorial, como dicen.

    Se puso de pie y seal mis ropas entrelazadas con la manta. Vamos, dijo.

    Camin a su lado, respirando fuerte porque caminaba rpido, su mano en mi cintura. Dej de tratar de separarme de l, porque su mano se senta fresca y el sol estaba alto, secando el lecho del ro en lcali. Ver a alguien, eventualmente ver a alguien, y entonces estar segura de que es slo un hombre, un hombre de por aqu cerca, y estar segura de que no soy Mujer Amarilla. Porque ella viene del pasado y yo vivo ahora y he ido a la escuela y hay carreteras y camionetas que Mujer Amarilla nunca vio.

    Fue un paseo cmodo a lomo de caballo hacia el norte. Not a lo largo del ro el cambio de los lamos en enebros rozndonos al pasar por las estribaciones y finalmente hubo slo piones, y cuando mir hacia la orilla de la altiplanicie pude ver pinos creciendo en los bordes. Me detuve un momento a mirar abajo, pero la arenisca plida haba desaparecido y el ro se haba ido y haba colinas de lava oscura a nuestro alrededor. Me toc la mano, sin hablar, pero siempre cantando despacito una cancin de las montaas y mirndome a los ojos.

    Tena hambre y me pregunt qu estaran haciendo ahora en casa, mi madre, mi abuela, mi esposo, y el beb. Haciendo el desayuno, diciendo: A dnde se fue?, quizs la secuestraron. Y Al recurriendo a la polica tribal con los detalles: Se fue caminando por el ro.

    La casa estaba hecha con rocas de lava negra y barro rojo. Estaba muy por encima de las millas y millas de arroyos y largas mesas. Sent el olor montas a picea y arbustos. Me qued junto al alazn, mirando el pequeo y tenue pas por el que bamos pasando, y me estremec.

    Mujer Amarilla, ven adentro que est clido.

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    Encendi el fuego en la estufa. Era una estufa vieja con panza redonda y una cafetera esmaltada encima. Slo haba la estufa, unas mantas navajo desvadas, una cucheta y una caja de cartn. El piso estaba hecho de adobe alisado, y haba una pequea ventana que daba al este. Seal la caja.

    Hay papas y una sartn.

    Se sent en el piso con los brazos alrededor de las piernas empujndolas hacia su pecho y me miraba frer las papas. No me import que me mirara porque siempre estaba mirndome; me haba estado mirando desde que lo encontr sentado en la rivera del ro cortando hojas de ramitas de sauce con un cuchillo. Comimos de la sartn y se limpiaba la grasa de los dedos en sus Levis.

    Has trado a otras mujeres aqu?

    Sonri y sigui masticando, entonces dije: Siempre usas los mismos trucos?

    Qu trucos? Me mir como si no entendiera.

    La historia de ser un katsina de las montaas. La historia acerca de la Mujer Amarilla.

    Silva se qued en silencio; su rostro estaba calmo.

    No lo creo. Esas historias no podran ocurrir ahora, dije.

    Neg con la cabeza y dijo despacio: Sin embargo algn da hablarn de nosotros, y van a decir: Esos dos que vivieron hace tanto tiempo cuando cosas as pasaban.

    Se puso de pie y sali. Com el resto de las papas y pens sobre todo esto, sobre el ruido que haca la estufa y el sonido del viento de montaa afuera. Record ayer y el da anterior, y luego fui afuera.

    Pas por el corral hacia el costado donde el sendero angosto corta a travs de la roca negra. Estaba parada en el cielo sin nada ms a mi alrededor que el viento que bajaba del pico azul de la montaa detrs de m. Poda ver imgenes vagas de montaas a la distancia por millas a travs de la vasta extensin de mesas y valles y llanuras. Me pregunt quin estaba all sintiendo el viento de montaa en esos precipicios azules a pique, quin camina sobre las agujas de pino en esas montaas azules.

    Puedes ver el pueblo3? Silva estaba de pie detrs de m.

    Neg con la cabeza. Estamos demasiado lejos.

    Desde aqu puedo ver el mundo. Se acerc al borde. La reservacin navajo comienza all. Seal el este. Los lmites de los Pueblo estn ah. Mir debajo de nosotros hacia el sur, de donde pareca llegar el sendero estrecho. Los tejanos tiene sus ranchos all, donde comienza el valle, el Valle de Concho. Los mejicanos tienen ganado all tambin.

    Trabajas para ellos?

    Les robo, contest Silva. El sol caa detrs de nosotros y las sombras estaban llenando el terreno debajo. Me apart del borde que caa por siempre en el valle debajo.

    Tengo fro, dije. Voy adentro. Comenc a preguntarme acerca de este hombre que poda hablar el idioma de los Pueblo tan bien pero que viva en la montaa y robaba ganado. Decid que este hombre Silva deba ser navajo, porque los hombres Pueblo no hacan cosas como sta.

    Debes ser Navajo.

    3 pueblo en espaol en el original.

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    Silva dijo no con la cabeza suavemente. Pequea Mujer Amarilla, dijo, nunca te das por vencida, no es cierto? ya te dije quin soy. La gente navajo me conoce tambin. Se arrodill y desenroll la cucheta y extendi las mantas sobre un trozo de lona. El sol se haba puesto y la nica luz en la casa vena de afuera, la tenue luz naranja del anochecer.

    Me qued parada y esper que l se metiera entre las mantas.

    Qu esperas?, dijo, y me cost tambin. Me desvisti lentamente como la noche anterior junto al ro, besndome la cara con suavidad y pasando sus manos por mi vientre y mis piernas. Se sac los pantalones y luego ri.

    De qu te res?

    De tu respiracin fuerte.

    Me separ y le di la espalda.

    Me dio la vuelta y me sujet entre sus brazos y el pecho. No entiendes, no es cierto?, pequea Mujer Amarilla. Vas a hacer lo que yo quiera.

    Y de nuevo estaba a mi alrededor con su piel resbalosa contra la ma, y yo tena miedo porque comprend que su fuerza poda lastimarme. Me qued debajo de l y supe que poda destruirme. Pero despus, mientras dorma a mi lado, le toqu el rostro y tuve esa sensacin, la misma sensacin por l que me domin esa maana junto al ro. Lo bes en la frente y l me abraz.

    Cuando me despert por la maana se haba ido. Me sent extraa porque por mucho tiempo me qued sentada sobre las mantas y busqu a mi alrededor en la pequea casa algunos objetos suyos, alguna prueba de que haba estado all o quizs de que volvera. Slo quedaban las mantas y la caja de cartn. Faltaba el .30-30 que estaba apoyado en el rincn, y tambin el cuchillo que haba usado la noche anterior. Se haba ido y yo tena la oportunidad de irme tambin. Sin embargo, primero tena que comer, porque saba que iba a ser un largo camino hasta mi casa.

    Encontr damascos secos en la caja de cartn, y me sent sobre una roca al borde de la altiplanicie. No haba viento y el sol me daba calor. Estaba rodeada de silencio. Dormit con los damascos en mi boca, y no cre que hubiera carreteras o vas ferroviarias o ganado que robar.

    Cuando despert, mir la tierra negra de montaa a mis pies. Hormiguitas negras se amontonaban entre las agujas de pino junto a mis pies. Debieron haber sentido el olor a damasco. Pens en mi familia lejos all abajo. Deberan estar preguntndose acerca de m, porque esto no me haba ocurrido nunca antes. La policial tribal hara un reporte. Pero si el bisabuelo no estuviera muerto les hubiera dicho qu estaba pasando; se hubiera redo y hubiera dicho: Robada por un katsina, un espritu de la montaa. Volver a casa, generalmente lo hacen. Hay suficientes de ellos para manejar los asuntos de la casa. Mi madre y mi abuela criarn al beb como me criaron a m. Al encontrar a alguien ms, y seguirn como antes, excepto que habr una historia acerca del da en que desaparec mientras caminaba junto al ro. Silva haba venido por m; l dijo que lo haba hecho. Yo no decid irme. Solo fui. Las flores lunares florecieron en las colinas de arena antes del amanecer, justo mientras yo lo segua. Eso es lo que pensaba mientras caminaba por el sendero a travs del pinar.

    Era medioda cuando regres. Cuando vi la casa de piedra record que haba tenido la intencin de volver a casa. Pero eso ya no tena importancia, quizs porque haba pequeas flores azules creciendo en la llanura detrs de la casa de piedra y las ardillas grises jugaban entre los pinos cerca de la casa. Los caballos estaban en el corral, y haba carcasas con carne colgando del lado en sombras del pinar grande frente a la casa. Las moscas zumbaban alrededor de la sangre coagulada que colgaba de las carcasas. Silva estaba lavndose las manos en un balde lleno de agua. Deba haberme odo llegar porque me habl sin darse vuelta.

    Te he estado esperando.

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    Fui a caminar por el pinar grande.

    Mir en el balde lleno de agua sangrienta donde flotaban pelos marrones y blancos de animal. Silva se qued all dejando gotear sus manos y examinndome a propsito.

    Vienes conmigo?

    A dnde? le pregunt.

    A vender la carne en Mrquez.

    Si ests seguro de que est bien.

    Si no fuera as no te lo hubiese preguntado, contest.

    Ech el agua antes de deshacerse del balde y lo puso boca abajo cerca de la puerta. Lo segu hasta el corral y vi cmo les pona la montura a los caballos. An junto a los caballos se lo vea alto, y le pregunt de nuevo si era navajo. No dijo nada; slo dijo no con la cabeza y sigui cinchando la montura.

    Pero los navajos son altos.

    Monta el caballo, dijo, y nos vamos.

    Lo ltimo que hizo antes de partir hacia el empinado sendero fue agarrar el .30-30 que estaba en el rincn. Desliz el rifle en la cartuchera que colgaba de su montura.

    No tratan de atraparte?, pregunt.

    No saben quin soy.

    Entonces para qu trajiste un rifle?

    porque vamos a Mrquez donde viven los mejicanos.

    El sendero se enderezaba en una saliente angosta empinada a ambos lados como la espina de un animal. De un lado poda ver a dnde se diriga el sendero alrededor de las grises colinas rocosas y desapareca hacia el sudeste donde las mesas de arenisca plida aparecan a la distancia cerca de casa. Del otro lado haba un sendero que iba hacia el oeste, y mientras miraba muy a lo lejos pens ver un pueblito. Pero Silva dijo que no, que estaba mirando al lugar equivocado, que slo cre ver las casas. Despus de eso dej de mirar a la distancia; haca calor y las flores silvestres cerraban sus ptalos profundamente amarillos. Slo las cerosas flores de cactus florecan bajo el brillante sol, y vi cada color que puede tener un cactus en flor; los blancos y los rojos estaban an en capullo; pero los purpreos y los amarillos estaban florecidos, completamente abiertos y eran los ms hermosos de todos.

    Silva lo vio antes que yo. El blanco montaba un caballo gris, viniendo hacia nosotros por el sendero. Viajaba rpido y las patas del caballo gris mandaban las rocas del sendero hasta los arbustos rodantes secos. Silva hizo seas de que me detuviera y nos quedamos mirando al blanco. No nos vio enseguida, pero finalmente su caballo relinch a los nuestros y se detuvo. Nos mir brevemente antes de recorrer las trescientas yardas que lo separaban de nosotros. Detuvo el caballo frente a Silva, y su rostro joven y regordete qued bajo la sombra de su sombrero. No nos mir mal, pero sus plidos ojos pequeos se movan de los sacos empapados de sangre que colgaban de mi montura al rostro de Silva y luego a mi rostro.

    Dnde consiguieron esa carne fresca? pregunt el blanco.

    Estuve cazando, dijo Silva, y cuando acomod su peso en la montura el cuero cruji.

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    Mientes, indio. Has estado robando ganado. Hemos estado buscando al ladrn por mucho tiempo.

    El ranchero era gordo, y el sudor empez a empapar su camina vaquera blanca y la tela mojada se le pegaba a los rollos de grasa de la panza. Pareca casi estar jadeando por el esfuerzo de hablar, y ola rancio, quizs porque Silva le daba miedo.

    Silva me mir y sonri. Da la vuelta y sube la montana, Mujer Amarilla.

    El blanco se enoj cuando oy a Silva hablar en un idioma que l no poda entender. No intentes nada, indio. Slo sigue camino a Mrquez. All llamaremos a la polica estatal.

    El ranchero debe haber estado desarmado porque estaba muy atemorizado y si tena un arma la tendra que haber sacado entonces. Volv mi caballo y el ranchero grit: Detngase! Mir a Silva por un instante y hubo algo antiguo y oscuro, algo que pude sentir en mi estmago, en sus ojos, y cuando mir de reojo su mano vi que tena el dedo en el gatillo del .30-30 que an estaba en la cartuchera de la montura. Le golpe los flancos al caballo y los sacos de carne cruda se bambolearon contra mis rodillas en tanto el caballo trepaba el sendero. Fue difcil mantener el equilibrio, y por un momento pens sentir que la montura se deslizaba hacia atrs; fue por eso que no pude mirar atrs.

    No me detuve hasta que alcanc la cresta en donde el sendero se bifurcaba. El caballo jadeaba y apareci una pelcula oscura de sudor sobre su cuello. Mir abajo en la direccin de donde vena, pero no pude ver el lugar. Esper. El viento suba y empujaba aire clido. Mir al cielo, azul plido y lleno de delgadas nubes y rastros de vapor dejados por los aviones.

    Creo que dispararon cuatro tiros; recuerdo haber odo cuatro explosiones huecas que me recordaron a la caza del ciervo. Podra haber habido ms tiros despus de eso, pero no pude orlos porque mi caballo corra de nuevo y las rocas sueltas hacan mucho ruido al desperdigarse bajo sus patas.

    A los caballos se les hace difcil correr cuesta abajo, pero tom esa direccin en vez de hacia arriba de la montaa porque pens que era ms seguro. Me sent mejor corriendo con el caballo hacia el sudeste ms all de las colinas redondas y grises cubiertas de cedros y rocas de lava negra. Cuando llegu a la llanura a la distancia pude ver los manchones verdes de alerces que crecan junto al ro; y ms all del ro pude ver el comienzo de las mesas de arenisca plida. Detuve el caballo y mir atrs a ver si alguien vena; entonces me ape y le hice dar la vuelta al caballo, preguntndome si volvera a su corral bajo los pinos en la montaa. Me mir por un momento y luego tom un bocado de arbustos rodantes verdes antes de volver trotando al sendero con sus orejas apuntando hacia delante, llevando su cabeza elegantemente inclinada hacia un lado para evitar pisar las riendas sueltas. Cuando el caballo despareci sobre la ltima colina, los sacos llenos de carne an se bamboleaban a los golpes.

    Camin hacia el ro por un camino forestal que saba que eventualmente me llevara a un camino pavimentado. Pensaba esperar junto al camino a que alguien pasara, pero para la hora en que llegu al pavimento haba decidido que no era tan lejos para ir caminando y segu el ro de vuelta por donde Silva y yo habamos venido.

    El agua del ro saba bien, y me sent a la sombra de un grupo de sauces plateados. Pens en Silva, y me sent triste de dejarlo; adems, haba algo extrao acerca de l, y trat de entenderlo durante el camino de regreso a casa.

    Volv al lugar a orillas del ro donde l haba estado sentado la primera vez que lo vi. Las hojas de sauces verdes que l cortaba de la rama estaban an tiradas ah, marchitndose al sol. Vi

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    las hojas y quise regresar con l, a besarlo y tocarlo, pero las montaas estaban demasiado lejos ahora. Y me dije a m misma, porque lo creo, que alguna vez l volvera y me esperara de nuevo en el ro.

    Segu por el sendero ro arriba hacia el pueblo. El sol se pona, y pude sentir el olor de que estaban cocinando la cena cuando llegu a la puerta de mi casa. Pude or sus voces dentro: mi madre le estaba diciendo a mi abuela cmo hacer Jell-O y mi esposo, Al, jugaba con el beb. Decid decirles que un navajo me haba secuestrado, pero lament que el bisabuelo no estuviera vivo para or mi historia porque eran las historias de Mujer Amarilla las que ms le gustaban.

    ****

  • Literatura Norteamericana

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    Contar historias (Storytelling)

    Deberas entender

    cmo era

    entonces,

    porque es igual

    incluso hoy.

    Hace tiempo ocurri

    que su marido se fue

    a cazar ciervos

    antes del amanecer

    Y entonces ella se levant

    y fue a buscar agua.

    Temprano a la maana

    se fue caminando al ro

    cuando el sol estaba sobre

    la gran mesa roja.

    l la esperaba

    esa maana

    entre el sauce y el tamarac

    junto al ro.

    Hombre Bfalo

    en polainas de bfalo

    Ya llegaste?

    S, l dijo.

    Estaba sonriendo.

    Porque vine por ti

    Ella mir

    el agua clara.

  • Literatura Norteamericana

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    Pero dnde pondr mi jarra?

    Boca abajo, aqu, le dijo l,

    en la ribera.

    Ms te vale que tengas una buena historia,

    Le dijo el marido,

    sobre dnde estuviste los ltimos

    diez meses y cmo explicas estos

    nios mellizos.

    No! Ese chisme no puede ser cierto.

    Ella no se fug

    Ella fue raptada por Un mexicano

    En la fiesta de Seama.

    Ya sabes

    mi hija

    no es

    esa clase de chica.

    Fue

    en el verano

    de 1967.

    Las noticias en la TV informaron

    de un secuestro.

    Cuatro mujeres Laguna

    y tres hombres navajo

    se fueron al norte

    por el Ro Puerco

    en un Ford 56

    y el FBI y

    la polica estatal estaban

    como locos tras los rastros

  • Literatura Norteamericana

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    de botellas de vinos y

    panties de talla 42

    colgando de los arbustos y rboles

    a lo largo de la ruta.

    No nos pudimos escapar de ellas, le dijo al polica ms tarde.

    Tratamos, pero ellas eran cuatro y

    nosotros slo tres.

    Era

    ese navajo

    de lamo

    ya sabes,

    el alto

    buen mozo.

    Me dijo

    que me matara

    si no iba con l

    Y luego

    llovi tanto

    y los caminos

    se pusieron tan barrosos.

    Es por eso

    que me llev

    tanto tiempo

    volver a casa.

    Mi marido

    me dej

    despus de or la historia

    y se mud de nuevo con su madre.

  • Literatura Norteamericana

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    Fue mi culpa y

    no se lo reprocho tampoco.

    Podra haber contado

    La historia

    mejor.

  • Literatura Norteamericana

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    La historia de Tony Ocurri un verano cuando el cielo estaba ancho y caluroso y las lluvias estivales no llegaron;

    disminuyeron las ovejas, y los arbustos rodantes se pusieron marrones y murieron. Len volvi del ejrcito. Lo vi parado junto a la vuelta al mundo al otro lado de la gente que haba venido a vender melones y chile el Da de San Lorenzo. Me grit; Ey Toni! Me puso incmodo que gritara tan fuerte, pero luego vi la botella de vino en la bolsa de papel madera.

    Qu tal, amigo?

    Me aferr la mano y la sostuvo apretada como un blanco. Sonrea. Es bueno estar de vuelta en casa. Me pidieron que baile maanaes slo la Danza del Maz, pero espero no haberme olvidado de cmo es.

    Te la vas a acordarva a volver todo cuando suene el tambor. Yo estaba contento, porque saba que Len era de nuevo parte del pueblo. El sol estaba polvoriento y bajo en el oeste, y la procesin pasaba junto a nosotros, llevando a San Lorenzo a sus espaldas hasta el nicho en la iglesia.

    Quieres que comamos algo?, pregunt.

    Len se ri y le dio golpecitos a la botella. No, eres el nico que necesita comer. Toma un dlarall venden hamburguesas. Seal ms all de la calesita a un puesto de algodn de azcar y una mquina de conos helados.

    Fue entonces cuando vi al polica hacindose camino a los empujones entre la multitud alrededor del puesto de hamburguesas y la carpa de bingo; vena firmemente hacia nosotros. Record que Len tena vino y me fij si el polica nos miraba; pero llevaba anteojos oscuros y no le pude ver los ojos.

    No dijo nada antes de golpearlo a Len en la cara con el puo. Len cay al polvo, y la bolsa de papel flot en el vino y los pedazos de vidrio. No se mova y la sangre le sala de la boca y la nariz. Pude or una sirena. La gente se amonton alrededor de Len y se empujaban. Los policas tribales se arrodillaron junto a Len, y uno de ellos lo busc con la mirada al polica y le pregunt qu estaba pasando. El polica grandote no contest. Miraba los rastros pequeos de sangre en el polvo cerca de la boca de Len. El polvo se empap de sangre casi antes de gotear al pisohaba sido un da muy seco. El polica no se fue hasta que pusieron a Len en el asiento trasero del patrullero.

    La luna ya estaba alta cuando llegamos al hospital de Albuquerque. Esperamos largo rato fuera de la sala de emergencias con Len sostenido entre nosotros. Siow y Gaisthea se la pasaban preguntndome, Qu pas, qu le dijo Len al polica? y les cont cmo estaba slo parado ah, a punto de comprar una hamburguesanunca antes lo habamos visto.

    Me dejaron cerca de la casa. La luna haba bajado ms hacia el oeste y dejaba las filas apretadas de casas bajo largas sombras. La quietud respiraba a mi alrededor, y quise huir de lo que se senta detrs de m en la oscuridad; y las historias acerca de las brujas corran conmigo. Esa noche tuve un sueoel polica grandote me sealaba con un hueso largoellos siempre usan huesos humanos, y la blancura brill plateada a la luz de la luna donde yo estaba. No tena rostro humanoslo unos ojitos redondos, ribeteados de blanco en una mscara ceremonial negra.

    Len estuvo mejor en unos pocos das. Pero estaba amargado, y todo de lo que hablaba era del polica. Se la pasaba diciendo: Lo voy a matar al maldito bastardo si llega a volver por aqu.

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    De algo como un polica es mejor olvidarse, y trat de que Len lo entendiera. Ya termin ahora. No puedes hacer nada.

    Me preguntaba por qu los hombres que regresaban del ejrcito eran picapleitos en la reserva. Len lo llev incluso a la reunin de la aldea. Lo discutieron, y los ancianos decidieron que Len deba haber estado bebiendo. El intrprete ley el pasaje de la versin revisada del cdigo de ley y orden del pueblo acerca de la posesin de intoxicantes en la reservacin, de modo que nos levantamos y nos fuimos.

    Entonces Len me pidi que fuera con l a Grants a comprar un rollo de alambre de pas para su to. En el camino nos detuvimos en Cerritos a cargar gasolina, y entr al almacn para comprar un refresco. l estaba ah. Me detuve en la puerta y di la vuelta antes de que me viera, pero si era realmente lo que yo tema, entonces no necesitara vermeya sabra que estbamos all. Len esperaba con el motor encendido casi como si supiera lo que le iba a decir.

    Vmonosel polica est ah dentro.

    Len aceler y la camioneta hizo eses en la carretera. Ech un vistazo por el espejo retrovisor. Ni vi el auto.

    Escondido, le dije.

    Len sacudi la cabeza. No puede hacerlo de nuevo. Valemos tanto como ellos.

    Los chicos que volvieron siempre hablaban as.

    El cielo estaba caliente y vaco. Los arbustos rodantes medio crecidos estaban secos y chatos y marrones al lado de la carretera, y a travs del valle, el calor reverberaba sobre los maizales marchitos. Incluso las altas montaas ms all de las mesas de arenisca plida estaban de un azul polvoriento. Tena miedo de quedarme dormido as que mantuve los ojos puestos en las montaas azulessin permitir que se cerraranempapndose en calor; y luego supe por qu haba llegado la sequa ese verano.

    Len me sacudi. Viene detrs de nosotrosel polica nos est siguiendo!

    Me di vuelta para mirar y vi la luz roja girando encima del auto, y pude imaginarme la imagen oscura del hombre, pero donde debera estar la cara estaban slo las lentes plateadas de los anteojos oscuros que llevaba puestos.

    Detente Len! Quiere que nos detengamos!

    Len tir el auto al costado y lo detuvo en la banquina angosta de grava.

    Qu diablos quiere? a Len le temblaban las manos.

    De repente el polica estaba parado al lado del auto, gesticulando para que Len bajara la ventanilla. Meti la cabeza adentro, moliendo la goma de mascar en la boca; el olor a Doublemint estaba por todos lados.

    Salgan. Los dos.

    Me par al lado de Len entre la maleza seca y el pasto amarillo alto que atravesaba el asfalto y repiqueteaba en el viento. El polica examin la licencia de conductor de Len. Evit mirarlo a la carasupe que no podra mirarlo a los ojos, as que fij la mirada en sus wellingtons negros, con los puos del uniforme negro doblados sobre ellos; pero los ojos se me iban hacia el cinturn negro del arma. Me temblaban las piernas, y trat de mantener los ojos lejos de los suyos.

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    Sin embargo, era como aquella vez cuando era muy pequeo y mis padres me advirtieron que no mirara a los ojos a los bailarines enmascarados porque me atraparan, y mis ojos no dejaban de mirar.

    Cmo te llamas? Su voz era aguda y me distraa del sentido de las palabras.

    Recuerdo que Len dijo, l no entiende bien el ingls, y finalmente dije que era Antonio Sousea, mientras se me desviaban los ojos por mirar ms all de los anteojos escarchados de plata que llevaba puestos; pero slo se me reflejaban el rostro distorsionado y los ojos fruncidos.

    Y entonces el polica nos mir fijo por un rato, en silencio; finalmente se ri y mastic la goma de mascar ms despacio. A dnde van?

    A Grants. Len hablaba en ingls muy claro. Podemos irnos?

    Len retorca la cadena de la llave alrededor de sus dedos, y sent al sol por todos lados. El calor se hinchaba desde el asfalto y cuando pasaban los autos, nos soplaban el aire caliente y el olor del motor.

    A m no me gustan los tipos listos, indio. Es a causa de ustedes bastardos que yo estoy aqu. Me transfirieron aqu debido a los indios. Pensaron que no encontrara muchos por aqu. Pero yo los encuentro. Escupi la goma de mascar en la maleza cerca de mi pi y volvi al auto patrulla. Mientras se alejaba pateaba la grava y el polvo.

    Volvimos a la camioneta, y pude sentir el gusto del sudor en la boca, entonces le dije a Len que daba lo mismo que volviramos a casa ya que estara esperndonos all.

    No puede hacer eso, dijo Len. Tenemos derecho a estar en esta carretera.

    No poda entender por qu Len se la pasaba hablando de derechos, ya que no era derecho lo que estaba detrs de esto. Pero Len no pareca entender; no poda recordar las historias que contaba el viejo Tefilo.

    No me sent seguro hasta que dejamos la carretera y pude ver el pueblo y mi propia casa. Era medioda, y todos estaban comiendola aldea pareca vacahasta los perros se haban arrastrado fuera del calor. La puerta estaba abierta, pero slo haba silencio, y tuve miedo de que algo le hubiera pasado a todos. Entonces, en cuanto abr la puerta mosquitero mis hijitos empezaron a llorar pidiendo ms Kool-Aid, y mi madre dijo, no, y hubo ruido de nuevo como siempre. El abuelo coment que el viaje a Grants haba sido muy rpido, y dije s y no di explicaciones porque slo los preocupara.

    Len es un buscapleitosquisiera que no andes con l. A mi padre no le gustaba que hubiese problemas. Pero saba que el polica era algo terrible, y incluso con hablar de eso se corra el riesgo de traerlo cerca de todos nosotros; as que no dije nada.

    Esa tarde Len habl con el Gobernador, y l le prometi enviar cartas a la Oficina de Asuntos Indgenas y al Jefe de la Polica Estatal. Len pareci satisfecho con eso. Met la mano en el bolsillo en busca de la punta de flecha con el trozo de cuerda.

    Para qu es eso?

    Se la pas. sala alrededor del cuellocomo la ma. Ves? Por si acaso, le dije, para proteccin.

    No crees en eso, verdad? Seal el .30-30 apoyado contra la pared. voy a llevar esto conmigo siempre que ande en la camioneta.

    Pero no puedes estar seguro si matar a uno de ellos.

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    Len me mir y se ri. Qu te pasa, dijo, te lavaron el cerebro para hacerte creer que un .30-30 no mata a un blanco? me devolvi la punta de flecha. Usa las dos t

    El to de Len me pregunt si quera quedarme en el campamento de las ovejas por un tiempo. Los corderos estaban grandes, y no habra mucho qu hacer, as que le dije que s. Partimos temprano, mientras el sol estaba todava bajo y rojo en el cielo. La carretera estaba vaca, y me sent junto a Len imaginando cmo habra sido antes de que hubiera carreteras e incluso caballos. Len sali de la carretera hacia el camino del campamento que trepa por las mesas de arenisca hasta que de repente todos los rboles son pioneros.

    Len mir por el espejo retrovisor- Nos est siguiendo!

    Me empez a temblar el cuerpo y no estaba seguro de poder hablar. Ya no queda dnde esconderse. Eso nos sigue por todos lados.

    Len me mir como sin entender lo que deca. Entonces mir ms all de Len y vi que el auto patrulla estaba al lado nuestro; las ramas de pioneros azotaban y araaban el costado de la camioneta como tratando de forzarnos a salir del camino. Len sigui manejando con las dos ruedas derechas en los surcosgolpeando y araando los rboles. Len nunca miraba directamente y entonces no pudo darse cuenta de cmo los reflejos se la pasaban movindose por las lentes espejadas de los anteojos oscuros. Estbamos en un can angosto de arenisca plida a ambos ladosel can que terminaba en un manantial donde crecan sauces, pasto y florcitas azules.

    Tenemos que matarlo, Len. Debemos quemar el cuerpo para estar seguros.

    Pareci que Len no estaba escuchando. Desee que el viejo Tefilo estuviera all para hacer un cntico con las palabras adecuadas mientras lo hacamos. Len detuvo la camioneta y salian no entenda qu era. Me sent en la pick-up con el .30-30 sobre mis piernas, y tena las manos resbalosas.

    El polica grandote estaba de pie delante de la camioneta, de cara a Len. Cometiste un error, indio. Voy a molerte a palos. Levant la cachiporra despacio. Me gusta pegarle a los indios con esto.

    Se movi hacia Len con el palo en lo alto, y era como el hueso largo en mi sueo cuando me lo apuntun hueso humano pintado de marrn para que pareciera de madera, para esconder lo que realmente era; eso hacen ellos, ya sabestallan el hueso en forma de cuchara y lo usan en la casa hasta que la vctima se acerca.

    El disparo son lejano y no me acord de apuntar. Pero l estaba quieto en el piso y la varita de hueso estaba cerca de sus pies. Los arbustos rodantes y el pasto alto amarillo estaban rociados de sangre brillante y lustrosa. Estaba de espaldas, y la arena entre sus piernas y del lado izquierdo se estaba empapando de sangre oscura y pesadano haba llovido por largo tiempo, e incluso los arbustos se estaban muriendo.

    Tony! Lo matastemataste al polica!

    Aydame! Vamos a prenderle fuego al auto.

    Len actuaba extrao, y me miraba como si quisiera salir corriendo. La cabeza le tambaleaba y se mova de atrs adelante, y la mano derecha y las piernas dejaron rastros individuales en la arena. El rostro era el mismo. Los anteojos oscuros no se le haban cado y me enceguecan con sus reflejos de sol caliente hasta que empuj el cuerpo al asiento delantero.

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    El tanque de gasolina explot y las llamas se extendieron debajo del auto. Los neumticos llenaron el ancho cielo de espirales de espeso humo negro.

    Dios mo, Tony. Qu te pasa? Mataste a un polica. Len estaba plido y temblaba.

    Me limpi las manos en los Levi. No te preocupes, ya est todo bien ahora, Len. Eso est muerto. A veces toman formas extraas.

    Los arbustos rodantes alrededor del auto se prendieron fuego, y pequeas olas de calor reverberaban hacia el cielo; al oeste, se estaban juntando nubes de lluvia.

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    Hace mucho tiempo Hace mucho tiempo

    en el comienzo no haba gente blanca en este mundo

    no haba nada europeo. Y este mundo podra haber seguido as

    excepto por una cosa: Brujera.

    Este mundo estaba ya completo incluso sin gente blanca.

    Haba de todo Incluyendo brujera.

    Entonces ocurri.

    Estos brujos se juntaron. Algunos vinieron de muy muy lejos

    cruzando ocanos cruzando montaas.

    Algunos tenan ojos rasgados otros tenan piel negra.

    Todos se juntaron para una lid de la manera en que ahora hay torneos de bisbol

    excepto que esta lid era en cosas oscuras.

    Bueno, entonces se juntaron todos

    los brujos de todas las direcciones brujos de todos los Pueblos

    y todas las tribus. Tenan brujos navajo,

    Algunos hopi, y unos pocos zuni. Llevaban a cabo un congreso de brujos,

    Eso es lo que era En la cima de las colinas de lava

    al norte de Caoncito se juntaron

    para jugar en las cuevas con sus pieles animales.

    El zorro, el tejn, el lince y el lobo rodeaban el fuego y a la cuarta vuelta

    saltaban en su pieles de animales.

    Pero esta vez no fue suficiente y uno de ellos

    quizs un sioux o algn esquimal comenz a alardear. Eso no fue nada,

    Miren esto.

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    As es como comenz la lid.

    Entonces algunos de ellos levantaron las tapas de sus grandes ollas,

    llamando al resto a echar una mirada:

    bebs muertos en sangre a hervor lento crculos de crneos cortados

    extrados los sesos. Medicina de brujos

    a secar y moler en polvo para nuevas vctimas.

    Otros desataron atados de cuero de objetos asquerosos: Pedernales oscuros, brasas de chozas quemadas donde

    yacen los muertos Remolinos de piel

    Cortes de yemas de dedos Rebanadas de penes y puntas de cltoris.

    Finalmente hubo slo uno

    Que no alarde de sus hechizos y poderes. El brujo se qued en las sombras ms all del fuego

    y nadie nunca supo de dnde provena este brujo de qu tribu

    o si era mujer u hombre. Pero lo importante fue

    que este brujo no alarde de oscuros carbones tronadores o abalorios del tamao de hormigueros.

    ste slo les dijo que escucharan: Lo que tengo es una historia.

    Al comienzo todos rieron

    pero este brujo dijo Okay sigan

    ranse si quieren pero mientras cuente la historia

    comenzar a ocurrir.

    Puesta ahora en movimiento puesta en movimiento por nuestra brujera

    para que obre por nosotros.

    Cavernas a travs del ocano en cavernas de colinas oscuras

    gente de piel blanca como la panza del pescado

    cubiertos de pelo.

    Entonces se alejaron de la tierra

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    Luego se alejaron del sol Luego se alejaron de las plantas y los animales.

    No ven vida cuando miran

    solo ven objetos. El mundo es una cosa muerta para ellos

    los rboles y los ros no estn vivos las montaas y las piedras no estn vivas.

    El ciervo y el oso son objetos No ven vida.

    Tienen miedo

    Le tienen miedo al mundo. Destruyen lo que temen. Se temen a s mismos.

    El viento los soplar a travs del ocano

    Miles de ellos en botes gigantes Pululando como larvas

    fuera de hormigueros aplastados.

    Traern objetos con los que pueden disparar a muerte

    ms rpido que los que puede el ojo ver.

    Matarn las cosas que temen todos los animales

    la gente se morir de hambre.

    Envenenarn el agua se llevarn el agua en remolinos

    y habr sequa la gente se morir de hambre.

    Tendrn miedo de lo que van a encontrar

    Le tendrn miedo a la gente Matan lo que temen.

    Aldeas enteras sern arrasadas Aniquilarn tribus completas

    Cadveres para nosotros Sangre para nosotros

    Matar matar matar matar.

    Y aquellos a quienes no maten morirn de todas maneras

    ante la destruccin que vean ante la prdida

    ante la prdida de sus hijos la prdida destruir al resto.

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    Departamento de Letras FaHCE - UNLP

    Ros y montaas robados la tierra robada se comer sus corazones

    y arrancar sus bocas de la Madre. La gente se morir de hambre.

    Traern enfermedades terribles que la gente nunca ha conocido.

    Tribus enteras morirn cubiertas de llagas supurantes

    cagando sangre vomitando sangre.

    Cadveres por nuestro obrar

    Puesto en movimiento ahora puesto en movimiento por nuestra brujera

    puesto en movimiento para obrar por nosotros.

    Tomarn el mundo de ocano a ocano

    se volvern unos contra otros se destruirn unos a los otros

    Aqu arriba En estas colinas

    Encontrarn las rocas, rocas con venas verdes y amarillas y negras. Prepararn el diseo final con estas rocas

    lo llevarn al mundo y todo estallar.

    Puesto en movimiento Puesto en movimiento

    Para destruir Para matar

    Los objetos que obran por nosotros Los objetos que actan para nosotros

    Haciendo brujeras para hacer sufrir para atormentar

    para el nacido muerto el deforme el estril el muerto

    Girando en remolinos Girando en remolinos Girando en remolinos Girando en remolinos

    puesto en movimiento ahora puesto en movimiento.

    As los otros brujos dijeron

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    Departamento de Letras FaHCE - UNLP

    Okay, t ganas; te llevas el premio, Pero lo que dijiste recin

    no es tan divertido no suena tan bien.

    Estamos bien sin ello Podemos pasarla bien sin ese tipo de cosas.

    Retralo. Desdice esa historia.

    Pero el brujo dijo no con la cabeza

    A los otros en sus apestosos cueros de animal, piel y plumas. Ya ha sido soltado. Ya estn en camino.

    No se lo puede desdecir.

    ***

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    El hombre que enve nubes de lluvia Lo encontraron bajo un lamo virginia. Su campera y pantalones Levi eran azul claro

    desteido de modo que fueron fciles de ubicar. El gran lamo se hallaba alejado de un bosquecito de lamos sin hojas que crecan en el arroyo4 ancho y arenoso. Haba estado muerto por un da o ms, y las ovejas vagaban y se desperdigaban por el arroyo. Len y su cuado, Ken, juntaron las ovejas y las dejaron en el corral en el campamento antes de volver a la alameda. Len esper bajo el rbol a que Ken llevara la camioneta a travs de la arena al borde del arroyo. Frunci los ojos al sol y se abri la camperahaca calor para esa poca del ao. Sin embargo arriba de las montaas azules al noroeste haba nieve todava. Ken baj unas cincuenta yardas haciendo eses por la orilla baja que se deshaca y traa la manta roja.

    Antes de envolver al viejo, Len sac un pedazo de cuerda de su bolsillo y at una plumita gris al largo pelo cano del viejo. Ken le pint la cara. Le traz una raya de blanco en la arrugada frente morena y le traz una tira de pintura azul en las mejillas. Se detuvo y mir cmo Ken arrojaba harina de maz y polen al viento que haca revolotear la plumita gris. Luego Len pint con amarillo debajo de la ancha nariz del viejo, y finalmente, cuando termin de pintar de verde el mentn, sonri.

    Mndanos nubes de lluvia, Abuelo. Pusieron el atado en la caja de la camioneta y lo cubrieron con una lona gruesa impermeable antes de volver al pueblo.

    Se dirigieron a la carretera por un camino vecinal arenoso. No mucho despus de pasar por el almacn y la oficina de correos vieron venir el auto del Padre Paul. Cuando l reconoci sus caras aminor el auto y les indic con la mano que se detuvieran. El joven cura baj la ventanilla del auto.

    Encontraron al viejo Tefilo?, pregunt en voz alta.

    Len detuvo la camioneta. Buen da, Padre. Recin estuvimos en el campamento. Ya todo est bien.

    Gracias a Dios por eso. Tefilo es un hombre ya muy viejo. Ustedes no deberan dejar que se quede solo en el campamento.

    No, ya no lo har ms.

    Bien, me alegra que lo entiendas. Espero verte en la misa esta semanate extraamos el domingo pasado. Fjate si puedes hacer que Tefilo vaya contigo. El cura sonri, los salud con la mano y ellos siguieron.

    Louise y Teresa esperaban. La mesa puesta para el almuerzo, y el caf hirviendo en la estufa de hierro negro. Len mir a Louise y luego a Teresa.

    Lo encontramos bajo un lamo en el arroyo grande cerca del campamento. Supongo que se sent a descansar a la sombra y nunca se levant. Len fue a la cama del viejo. El chal rojo a cuadros ya estaba sacudido y extendido con cuidado sobre la cama, y una camisa de franela nueva y un par de Levis nuevos y rgidos estaban doblados junto a la almohada. Louise sostuvo la puerta mosquitera mientras Len y Ken entraban la manta roja. l pareca pequeo y marchitado, y luego de que lo vistieron en su nueva camisa y pantalones pareci ms encogido.

    4 En espaol en el original.

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    Ya era el medioda porque las campanas de la iglesia tocaron el ngelus. Comieron habas con pan caliente, y nadie dijo nada hasta que Teresa sirvi el caf.

    Ken se puso de pie y se coloc el sombrero. Voy a ver a los sepultureros. Slo la capa de arriba del suelo est congelada. Creo que puede estar listo antes de que oscurezca.

    Len asinti con la cabeza y termin su caf. Al rato de que Ken se hubiera ido, los vecinos y la gente del clan llegaron en silencio a abrazar a la familia de Tefilo y dejar comida sobre la mesa porque los sepultureros tendran que comer cuando hubieran terminado.

    El cielo al oeste estaba pleno de luz amarilla plida. Louise estaba afuera con las manos en los bolsillo de la campera verde del ejrcito de Len que le quedaba demasiado grande. Ya haba terminado el funeral, y el viejo haba tenido sus velas y sus bolsas de medicina y se haba ido. Ella esper hasta que el cuerpo estuvo en la camioneta antes de decirle algo a Len. Le toc el brazo, y l not que las manos de ella todava tenan polvo de la harina de maz que haba esparcido alrededor del viejo. Cuando habl, Len no la pudo or.

    Qu dijiste? No te escucho.

    Dije que estuve pensando en algo.

    En qu

    Que el cura le asperje agua vendita al Abuelo. Para que no tenga sed.

    Len mir los mocasines nuevos que Tefilo haba confeccionado para las danzas ceremoniales del verano. Estaban casi ocultas bajo la manta roja. Se estaba poniendo fro, y el viento empujaba el polvo gris por el angosto camino vecinal. El sol se acercaba a la mesa larga donde desapareca durante el invierno. Louise se qued ah temblando y mirando su rostro. Luego l se subi el cierre de la campera y abri la puerta de la camioneta. Voy a ver si est.

    Ken detuvo la camioneta en la iglesia, y Len se baj; y luego Ken manej colina abajo donde esperaba la gente. Len golpe a la vieja puerta labrada con los smbolos del Cordero. Mientras esperaba mir arriba a las campanas gemelas del rey de Espaa con la ltima luz del sol derramndose alrededor de ellas por la torre.

    El cura abri la puerta y sonri cuando vio quin era. Entra! Qu te trae esta noche?

    El cura se dirigi a la cocina, y Len se qued con la gorra en la mano, jugando con los bordes y examinando el livingel sof marrn, el silln verde, y la lmpara de bronce que colgaba de una cadena del cielo raso. El cura arrastr una silla de la cocina y se la ofreci a Len.

    No gracias, Padre. Slo vine a pedirle si pudiera llevar agua bendita a la tumba.

    El cura se dio vuelta alejndose de Len y mir por la ventana al patio lleno de sombras y las ventanas del saln comedor del claustro de las monjas del otro lado del patio. Las cortinas eran pesadas, y la luz desde dentro apenas pasaba; resultaba imposible ver a las monjas dentro cenando. Por qu no me dijiste que estaba muerto? Podra haberle dado la Extremauncin.

    Len sonri. No era necesario, Padre.

    El cura se mir los mocasines marrones raspados y el dobladillo gastado de la sotana. Para un entierro cristiano lo es.

  • Literatura Norteamericana

    Departamento de Letras FaHCE - UNLP

    Su voz era distante, y Len pens que sus ojos azules parecan cansados.

    Est bien, Padre, slo queremos que tenga mucha agua.

    El cura se hundi en el silln verde y levant una revista misionera lustrosa. Pas las pginas coloreadas llenas de leprosos y paganos sin mirarlas.

    T sabes que no puedo hacer eso, Len. Tendra que haber hecho la Extremauncin y una misa de funeral por lo menos.

    Len se puso la gorra verde y se levant las solapas. Se hace tarde, Padre. Tengo que irme.

    Cuando Len abri la puerta el Padre Paul se levant y dijo: Espera. Dej la habitacin y volvi vestido con un grueso sobretodo marrn. Lo sigui a Len por la puerta y a travs del patio en penumbras hasta los escalones de adobe al frente de la iglesia. Ambos se agacharon para pasar por el entrada de adobe. Y cuando salieron para la colina hacia la tumba slo medio sol era visible por encima de la mesa.

    El cura se acerc a la tumba despacio, preguntndose cmo se la