Lectu Ra

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Historia de un joven indio iletrado En los primeros años de la conquista de América, algunas tribus indias que no sabían leer ni escribir se sorprendían mucho cuando veían a los hombres blancos hablando con los libros. Y no podían entender que el papel pudiera contener mensajes. Para los que no conocían la escritura, un libro o una simple hoja de papel eran objetos tan mágicos e incomprensibles como aquellos espejos que devolvían su imagen. Cuentan las leyendas que uno de aquellos hombres blancos que llegaron a América mandó en cierta ocasión a un joven indio que llevara una cesta de higos a un amigo suyo, que vivía en una aldea próxima. Y junto con la cesta le entregó una nota con las siguientes palabras: Querido amigo: Te envío esta cesta llena de higos que he recogido de una higuera de mi propiedad. Jamás había probado un fruto tan dulce y tan delicioso. Espero que nos veamos pronto. Un abrazo. El indio cogió la cesta y se puso en marcha dispuesto a cumplir el encargo con toda celeridad. Pero por el camino sintió deseos de probar uno de aquellos frutos. Y así lo hizo. Y le pareció tan delicioso que no resistió la tentación de comer otro y después otro y otro más, hasta que dejó la cesta a la mitad. Cuando el indio llegó a la aldea, entregó la cesta al destinatario. Éste leyó la nota, vio los higos y le dijo: -¡Ah, truhán, te has comido parte de los higos que me traías! -No, señor –aseguró el indio–, yo no he comido ningún higo. -¿Cómo que no? Este papel te acusa. Dice que me traías una cesta llena de higos y la cesta está mediada. Faltan muchos higos y te los has comido tú. A pesar de que las evidencias le acusaban, el indio negó una y otra vez que hubiera ni tan siquiera probado un solo higo, y maldecía el papel tachándolo de ser un testigo falso y mentiroso. El hombre blanco sintió pena de aquel muchacho y le dejó marchar, no sin antes darle una nota para que se la entregara a su amigo. Te agradezco el regalo que me haces. Pero has de saber que una buena parte de los higos ha desaparecido durante el camino. De vuelta a su aldea, el indio entregó la nota a su señor, quien se quedó pensativo. -Así que fuiste comiéndote los higos, ¿no es así? –dijo dirigiéndose al indio. -No, señor –respondió el indio con toda firmeza–. Le aseguro que los higos llegaron tal como usted me los entregó. -Está bien, volverás a llevar otra cesta a mi amigo para que éste pueda disfrutar de estos frutos tan maravillosos que la tierra nos da. Y volvió a llenar otra cesta con higos. Pero esta vez contó uno por uno los higos que mandaba a su amigo para que no hubiera ninguna equivocación. Y a continuación escribió otra nota que decía así: Querido amigo: Siento que la vez anterior no te llegaran suficientes higos. Esta vez te mando exactamente cuatro docenas. Cuando pasen unos días te mandaré más.

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Historia de un joven indio iletrado

En los primeros aos de la conquista de Amrica, algunas tribus indias que no saban leer ni escribir se sorprendan mucho cuando vean a los hombres blancos hablando con los libros. Y no podan entender que el papel pudiera contener mensajes. Para los que no conocan la escritura, un libro o una simple hoja de papel eran objetos tan mgicos e incomprensibles como aquellos espejos que devolvan su imagen.Cuentan las leyendas que uno de aquellos hombres blancos que llegaron a Amrica mand en cierta ocasin a un joven indio que llevara una cesta de higos a un amigo suyo, que viva en una aldea prxima. Y junto con la cesta le entreg una nota con las siguientes palabras:

Querido amigo:Te envo esta cesta llena de higos que he recogido de una higuera de mi propiedad. Jams haba probado un fruto tan dulce y tan delicioso.Espero que nos veamos pronto. Un abrazo.El indio cogi la cesta y se puso en marcha dispuesto a cumplir el encargo con toda celeridad. Pero por el camino sinti deseos de probar uno de aquellos frutos. Y as lo hizo. Y le pareci tan delicioso que no resisti la tentacin de comer otro y despus otro y otro ms, hasta que dej la cesta a la mitad.Cuando el indio lleg a la aldea, entreg la cesta al destinatario. ste ley la nota, vio los higos y le dijo:-Ah, truhn, te has comido parte de los higos que me traas!-No, seor asegur el indio, yo no he comido ningn higo.-Cmo que no? Este papel te acusa. Dice que me traas una cesta llena de higos y la cesta est mediada. Faltan muchos higos y te los has comido t.A pesar de que las evidencias le acusaban, el indio neg una y otra vez que hubiera ni tan siquiera probado un solo higo, y maldeca el papel tachndolo de ser un testigo falso y mentiroso. El hombre blanco sinti pena de aquel muchacho y le dej marchar, no sin antes darle una nota para que se la entregara a su amigo.Te agradezco el regalo que me haces. Pero has de saber que una buena parte de los higos ha desaparecido durante el camino.De vuelta a su aldea, el indio entreg la nota a su seor, quien se qued pensativo.-As que fuiste comindote los higos, no es as? dijo dirigindose al indio.-No, seor respondi el indio con toda firmeza. Le aseguro que los higos llegaron tal como usted me los entreg.-Est bien, volvers a llevar otra cesta a mi amigo para que ste pueda disfrutar de estos frutos tan maravillosos que la tierra nos da.Y volvi a llenar otra cesta con higos. Pero esta vez cont uno por uno los higos que mandaba a su amigo para que no hubiera ninguna equivocacin. Y a continuacin escribi otra nota que deca as:

Querido amigo:Siento que la vez anterior no te llegaran suficientes higos. Esta vez te mando exactamente cuatro docenas. Cuando pasen unos das te mandar ms.

El indio tom nuevamente la cesta y la nota y se dispuso a cumplir con el encargo. Y como haba ocurrido la vez anterior, por el camino no pudo resistir la tentacin de probar los higos. Pero antes de meter sus manos en la cesta, mir con recelo aquella nota de papel. Y ni corto ni perezoso, la meti bajo una gran piedra que haba a la orilla del camino y se sent a la sombra de un rbol, asegurndose bien de que el papel no le pudiera ver. Luego comi un higo, y otro, y otro... Y cuando ya se hubo hartado, levant la piedra, sac el papel y continu alegremente el camino hacia la aldea.El destinatario de los higos le recibi con satisfaccin. Recogi la cesta, ley a nota y cont los higos: slo haba treinta y dos.-Maldito pcaro, otra vez te has vuelto a comer los higos. Y esta vez, segn dice la nota, te has comido exactamente diecisis. Mereces un castigo por servir tan mal a tu seor.En esta ocasin el indio se qued espantado de la sabidura de aquel papel que lo acusaba. Miraba perplejo la nota y se deca una y otra vez a s mismo que era imposible que le hubiera visto ni tan siquiera tocar los higos. Pero al fin, no tuvo ms remedio que confesar:-Perdn, seor, pero es que no pude resistir el olor tan delicioso que sala de la cesta.Y a continuacin, se arrodill ante aquel trozo de papel que todo lo vea y todo lo contaba, y prometi solemnemente, cumplir en adelante cualquier encargo que se le hiciera con la mayor fidelidad.Autor annimo