LCDE080 - A. Thorkent - Mundo Olvidado

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LCDE080 - A. Thorkent - Mundo Olvidado

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MUNDO OLVIDADO

A . THORKENT

UN MUNDO OLVIDADOLA CONQUISTA DEL ESPACIO n. 80Publicacin semanal.Aparece los VIERNES.

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS MEXICO

Depsito Legal B - 1972Impreso en Espaa - Printed in Spain

A. THORKENT - 1972 sobre la parte literaria

JORGE NUEZ - 1972 sobre la cubiertaConcedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA. S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (Espaa)

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia.

Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S.A.Mora la Nueva, 2 Barcelona 1972

INTRODUCCINEl elevado nmero existente de Mundos Olvidados dificult grandemente la labor realizada por el Orden Estelar durante ms de tres siglos. Muchos de estos Mundos Olvidados precisaban la ayuda urgente de la organizacin terrestre, pero era materialmente imposible acudir a todos. Muchas eran las Unidades Exploradoras que el Orden enviaba a diversos puntos de la galaxia para iniciar los acercamientos, pero insuficientes a todas luces para evitar que en algunos planetas sumidos en el salvajismo se cometiesen desmanes, o que minoras esclavizasen a las masas ignorantes y se llevasen a cabo los crmenes ms ignominiosos. En varias ocasiones los miembros del Orden conocan de estos casos, pero se vean imposibilitados de actuar por estar as decretado por el Alto Mando, que por medio de los computadores elega los planetas, antiguas colonias del Gran Imperio, que deban ser integrados en la civilizacin porque aportaran al bien comn. Los planetas que en aquella poca mostraban escasas posibilidades de colaboracin eran catalogados como prohibidos y relegados a un acercamiento posterior, cuando las circunstancias lo permitiesen. (De HISTORIA DEL ORDEN ESTELAR, por K. L. Hokplins & NGun M-Sliop. Cuarta serie de Registros, Esfera nmero 876, lneas HD-9874 al HD-9895. Universidad de Amares III).

1Lars Lappa se sec el sudor con el dorso de la mano y mir con marcado orgullo los campos de su propiedad, maduros para iniciar en ellos la recoleccin. Aquel ao la cosecha se presentaba exuberante. Incluso despus de abonar la parte que correspondera a los seores, le quedara lo suficiente para pagar los albailes que deban construirle la casita para Sirgudar y l. Y le sobrara incluso para pagar un buen banquete con el que obsequiar a vecinos y amigos el da de la boda. Al recordar a Sirgudar, sus ojos se entornaron. Pensando en la muchacha que pronto iba a ser su mujer, una sonrisa inconcreta floreci en sus labios. Haba trabajado duro durante aos y peleado con los dems jvenes del poblado que tambin pretendan a Sirgudar. Ahora todos saban que Lars Lappa iba a ser su esposo y no la molestaban, temerosos de sus fuertes puos. Incluso se haban ofrecido a regalarles distintos objetos para el nuevo hogar. Era lo normal. Una vez que la muchacha se decida por un varn, los dems aceptaban deportivamente la derrota y no quedaban rencores. Sirgudar era la muchacha ms hermosa del poblado. Y quienes acostumbraban a viajar por los dems pueblos de la comarca, aseguraban que en ninguno de ellos haba una hembra como Sirgudar. Todo aquello llenaba de orgullo a Lars, ms incluso que la prometedora vista que ofrecan sus campos de trigo. Alz la mirada al cielo. Pronto anochecera. Sirgudar le haba prometido que al atardecer ira a buscarle. Juntos regresaran al pueblo. Lars estaba invitado a cenar en casa de sus futuros suegros. Ella le traera sus ropas ms lujosas para que l, despojndose de las radas de campesino, ofreciese un buen aspecto. Lars se arrim a la vereda. Por ella se acercaban dos personas. Entorn los ojos y descubri que una de ellas era Sirgudar. Quin era la otra? Hasta que no estuvieron a menos distancia, no supo que se trataba de Afanaiev, el edil. Por qu acompaaba a Sirgudar? Saludos, Lars dijo Afanaiev. Lars, despus de besar a su prometida, respondi: Saludos, edil. Y con la mirada le interrog acerca de su presencia all. Vena de visitar a los Larsons cuando me encontr a Sirgudar. Me dijo que te traa ropas y decid acompaarla explic. El muchacho tom de manos de Sirgudar el paquete con sus vestidos. Se retir tras unos matorrales y al cabo de unos instantes regres, vistiendo una tnica corta de color escarlata. Su casaca y faldelln de cuero los introdujo en un saco de lana, que se ech a la espalda. Luego los tres, en silencio, reemprendieron el camino de regreso al poblado. Sirgudar sugiri: Edil, debas sentarte esta noche con nosotros a la mesa. Afanaiev haba cumplido haca tiempo los cincuenta aos. Aquella circunstancia impidi que Lars sintiese celos por la invitacin formalizada por Sirgudar. Adems, el edil era amigo de la familia de su novia. El rostro de Afanaiev pareca preocupado. Lars apoy las palabras de Sirgudar, deseando verle contento. Me gustara poder conversar contigo en la sobremesa, edil. Hace tiempo que no cambiamos impresiones. El edil se volvi para mirar al joven. Le conoca desde que era un rapazuelo que alborotaba junto con otros el poblado; l, como mxima autoridad, tena que reprenderlo a menudo. Sinceramente apreciaba a Lars Lappa. Y le complaca que Sirgudar le hubiese elegido como esposo. De acuerdo. Desde que muri mi esposa apenas si gozo de una buena mesa. Tendremos carne a la brasa, filetes de pescado asados, frutas y buen vino, edil inform Sirgudar sonriendo. El buen vino de tu padre, el que guarda slo para los momentos importantes, querida Sirgudar, devolver la sonrisa al hurao rostro que hoy nos ofrece el edil coment, burln, Lars. Afanaiev se sinti sorprendido por las palabras de Lars. Notas sombro mi rostro, muchacho? Y quin no lo notara, edil? Parece el cielo que antecede a la tormenta. Tienes razn; se cierne la tormenta sobre nosotros. Ya tenan a la vista el poblado. Lars detuvo al edil tomndole del brazo. Qu quieres decir? Desde que te vi noto en ti algo..., no s, tal vez extrao. El edil, dirigindose a Sirgudar, pidi: Tus padres no saben que tienen una boca ms que alimentar esta noche. Por qu no te adelantas y les adviertes? Ella titube un instante. Lars le indic en silencio que acatase las palabras del edil, que claramente deseaba quedarse a solas con l. Cuando la muchacha se hubo alejado lo suficiente, el campesino, cruzando los brazos sobre su poderoso pecho, inquiri: Podr saber ahora qu pensamientos funestos rondan por tu mente, edil? Maana pienso subir a la fortaleza. Aquello impresion a Lars. Vas a hablar con los seores? Eso deseo. Espero que me escuchen. Por tu condicin de edil, lo deben hacer. No ests tan seguro. T nunca has visto a los seores de cerca. No sabes cmo son. Desde luego que no. Pero, qu vas a decirles? Afanaiev qued en silencio unos segundos. Luego respondi: Los componentes de unas caravanas procedentes del norte vinieron a verme esta maana. Me trajeron malas noticias. Recuerdos vagos de la niez acudieron a la mente de Lars. Y no eran nada agradables. Muerte, lucha, sangre y destruccin. Nada bueno proviene del norte asegur Lars. Exacto. Del norte slo pueden llegar los mirdos. La mirada del edil era taladrante cuando pronunci tales palabras. Y ellos traen consigo la muerte, el saqueo, la violacin de nuestras mujeres murmur Lars. S. Por eso debo visitar maana, a primera hora, a los seores. Segn me contaba mi padre a la luz del hogar durante los inviernos, ellos prometieron que nunca ms debamos temer a los mirdos; que con su poder cedido por los dioses acabaran con las invasiones. El edil suspir. Yo tambin recuerdo esa promesa. Nos fue hecha hace unos veinte aos, despus de que los mirdos dejasen esta regin arrasada como la palma de la mano. Los seores, una vez que regresaron de su estancia con los dioses, nos prometieron que se encargaran de los mirdos cuando volviesen a aparecer. Pareces dudar de que los seores cumplan su promesa. Es porque conozco a los seores, y cuando era tan joven como t conoc a esos salvajes del norte. Pero, de todas formas, maana ir a verles para recordarles su palabra. Estaban al borde del poblado. Las sombras de la noche pronto caeran totalmente sobre l. Algunas personas salan de sus hogares para encender las linternas colocadas sobre la entrada. De las chimeneas salan olores a comida, a sopa hervida y a carne recin asada, a frutas confitadas con abundancia de azcar. El poblado, como todos los das, pareca estar sumido en su buclica paz. Lars mir al edil, como si estuviese a punto de hacerle una pregunta. Afanaiev pareci adivinar cul iba a ser sta y explic: Hice jurar a los hombres procedentes del norte que nada dijesen. Puede tratarse de una falsa alarma. A veces los mirdos descienden un poco, pero no se trata siempre de una invasin en todas las reglas. Lars se mordi los labios. En los valles seramos suficientes para enfrentarnos con los mirdos, si tuvisemos armas. Los seores prohiben que las tengamos record el edil. Hace veinte aos estbamos igual que ahora. Los seores se retiraron a las alturas, al cielo. A dialogar con los dioses, segn dijeron al descender, y nada hicieron por ayudarnos. Mis padres se salvaron milagrosamente de la matanza o la esclavitud, pero cientos de hombres y mujeres fueron llevados al norte para servir de esclavos y concubinas a los mirdos. Acaso el ciclo tiene que volver a repetirse? Los seores dijeron entonces que los dioses les prohibieron actuar. Esta vez pudiera ser distinto. Puede, puede. No permitir, ya que no puedo luchar, que los mirdos hagan prisionera a Sirgudar, o que yo me convierta en su esclavo. Antes prefiero que los dos muramos. Si es cierto lo que dices, edil, me llevar a Sirgudar a las montaas. No te precipites, Lars. Recuerda que no debes decir nada a nadie. Yo te lo prohibo. Pero... Jrame que nada dirs. Quiz pueda liberarte de tu juramento maana, cuando regrese de hablar con los seores. Lars trag saliva y respondi: Te lo prometo. Haban llegado ante la entrada de la morada de los padres de Sirgudar, quienes ya estaban esperndoles con la mejor de sus sonrisas. Tras ellos, Sirgudar, con flores en la cabeza y un precioso vestido verde y amarillo, le prometa con sus ojos a Lars un venturoso porvenir. * * *La cena result, como profetizara la muchacha, copiosa, magnficamente condimentada y regada con abundancia de aejo vino. Fieme, padre de Sirgudar, tena fama en los valles por sus caldos. En la sobremesa se despuntaron largos cigarros que el dueo de la casa entreg y que se brind a encender con una astilla. La estancia se llen de aromtico humo mientras las mujeres comenzaron a trasladar la vajilla a la cocina. Hace unas horas estuve charlando con los hombres de la caravana que lleg hoy al poblado, edil dijo Fieme. Apenas si pudimos realizar transacciones, porque parecan tener muchos deseos de marcharse. Estaban nerviosos. Me di cuenta porque apenas regatearon ri. Obtuve buenos trueques. Me aseguraron que marcharan maana a primera hora. Por qu? Los mercaderes siempre permanecen con nosotros dos o tres das, no es as? El abundante y magnfico vino pareci hacer mella en la lengua del edil, que ante la sorpresa de Lars, dijo: Tan pronto perciben el humo, las ratas huyen del fuego. Fieme se quit el cigarro de los labios, mirando extraado al edil. Luego pos sus ojos en Lars, que se limit a encogerse de hombros. No poda hablar porque tema romper su promesa hecha al edil. Instantes despus, Afanaiev roncaba, derrumbado pesadamente en el silln de madera. El cigarro haba resbalado de sus dedos y Fieme lo arroj a las llamas de la chimenea. Luego, sentndose al lado de Lars, le dijo en voz baja: No he podido preguntarle al edil lo que quera, pero le he notado muy preocupado. Me parece que tendr que dormir aqu esta noche. Venciendo una pequea lucha interior, Lars recomend: Deber despertarle maana temprano y darle algo fuerte para que de su cabeza se disipen los vapores del alcohol. El edil tiene un trabajo urgente e importante que cumplir. Qu trabajo es ese? No lo s minti Lars. Slo me dijo que deba entrevistarse con los seores temprano. Hasta la cima, donde est la Fortaleza de Plata, hay un buen trecho. Deber salir al alba. Fieme pareca preocupado, pero asegur: Lo har, desde luego; pero esto no me gusta nada. Volvieron a fumar en silencio. En la cocina, las mujeres seguan limpiando los cacharros. Lars pens que pronto debera despedirse, despus de ayudar a su futuro suegro a subir al edil a una de las habitaciones. Pens si tendra ocasin de besar a Sirgudar. Pero ella ya se las apaara para acompaarle hasta el exterior, para que pudiesen prodigarse en las caricias. Hablaron de la cosecha de aquel ao, que prometa ser buena. Luego tocaron el tema de la casita que Lars tena en mente mandar a construir en las afueras del poblado, para cuando l y Sirgudar se casasen al llegar la primavera. Por ltimo, Lars se atrevi a preguntar a Fieme: Usted tendra pocos aos ms que yo la ltima vez que llegaron los mirdos. Cmo eran? Fieme mir la brasa de su cigarro y sonri tristemente, diciendo: Crees que ahora estara aqu, contigo, si me hubiese quedado para verles la cara? No, jovencito. Mi esposa y yo huimos. Y tuvimos suerte de que no nos atraparan. Ella ya por entonces estaba encinta de Sirgudar y te aseguro que lo pasamos muy mal hasta que la salvaje tormenta mirda pas y pudimos regresar.Lo que encontramos fue horrible. Estuvimos a punto de retirarnos, pero entonces empezaban a regresar los que tuvieron la misma suerte que nosotros y, ante la promesa de los seores, decidimos quedarnos. Se quedaron porque los seores prometieron que la prxima vez ellos destruiran a los mirdos? As es. Parece ser que los mirdos se enteraron de las palabras de los seores, porque desde entonces no se acercan a los valles. Qu hara usted si volvieran? Fieme se movi inquieto en su asiento. No me gusta que me preguntes eso, muchacho. Trae mala suerte. Por qu pensar en tales cosas? Porque puede ocurrir, no? Dgame qu hara si los mirdos franquearan el Desierto Amarillo. El hombre se restreg las manos. No s... Huira como la vez anterior. Pero desecha esas ideas, Lars. Los mirdos no regresarn. Y, si lo hicieran, estn los seores para castigarlos con el poder que les confiaron los dioses la ltima vez que llegaron hasta ellos para pedirles consejo. Sabas que los dioses les prestaron sus rayos, lo mismo que vemos en las noches de tormenta, para que nos defendiesen de los mirdos o de cualquier otra amenaza? Lars asinti. Eso dice la gente. Y debemos creer. Desde la cima, en su Fortaleza de Plata, los seores velan por nosotros. Podemos vivir confiados. Lars saba que el viejo Fieme era menos inteligente que el edil y, si con ste no se poda hablar de muchas cosas, menos poda hacerlo con aqul. Mir a Afanaiev. Segua roncando, tal vez ms profundamente que antes. Me marcho, Fieme. Si desea que le ayude a acostar al edil... El hombre suspir resignado, dando una ltima chupada a su cigarro antes de arrojarlo a la lumbre. Me sent halagado cuando Sirgudar anunci que el edil nos honrara sentndose con nosotros a la mesa. Me habra gustado hablar con l de muchas cosas; pero te juro, Lars, que nunca le vi beber con tanta ansia. Lars se acerc al edil. Lo mir fijamente. Comprenda que hubiese bebido tanto. La mxima autoridad del poblado estaba demasiado preocupada y encontr en el vino un olvido a sus problemas. A la maana siguiente se despertara con profundo dolor de cabeza, que se incrementara cuando recordase que tena que subir hasta la cima, hasta la morada de los seores, siendo portador de malas noticias. Mientras cargaba con el pesado cuerpo de Afanaiev, tomndolo por los sobacos mientras Fieme agarraba las piernas y suban las escaleras, se dijo que le gustara estar junto con el edil cuando ste se enfrentase con los seores. Pero aquello sera imposible. Excepto los ediles de los poblados, ningn habitante de los valles poda ver a los seores, representacin viviente de los dioses que poblaban las alturas. Antes de desaparecer por el recodo de la escalera, Lars vio a Sirgudar que apareca en el comedor. La muchacha le sonri. Saba que l se marchaba y estaba preparndose para despedirle. Por un momento, Lars se olvid de todo: del cuerpo que cargaba, de los seores, de los mirdos y del aparente peligro que parecan correr, segn los rumores trados al poblado por los hombres de la caravana. Todo su ser estaba concentrado en Sirgudar: en su cuerpo, en sus labios, que ansiaba volver a besar. 2sta ha sido una contrariedad que nosotros mismos nos hemos buscado. Los dems oficiales se volvieron para mirar a su comandante. Todos estaban de acuerdo con aquellas palabras. No haba existido la necesidad apremiante de detenerse en aquel lugar del espacio porque los detectores ultrasensibles captasen la presencia de una masa metlica flotando en el vaco. Haban salido de la velocidad superlumnica y ahora se encontraban con problemas para volver a ella. La masa metlica que llam la atencin de los servidores de deteccin result ser un viejo pecio de los tiempos del Gran Imperio en sus ltimos siglos, pero result de un inmenso peligro para la seguridad del Hermes. La capitana LeLoux, experta en historia, lo haba advertido antes del inesperado ataque que sufrieron y que les averi el sistema de navegacin superlumnica: Es una unidad automtica. Llevar siglos navegando a la deriva. Los rebeldes de Betelgeuse construyeron miles de esas naves para combatir las flotas imperiales. Apenas pronunciadas estas palabras, el Hermes vibr escandalosamente y la comandante Alice Cooper, tomando desesperadamente un micrfono, pregunt por los daos. Cuando la hubieron informado, se volvi hacia sus oficiales. Su rostro ensombrecido acompa estas palabras: Nos han dado bien. No podemos huir de ese mecanismo automtico. Tiene gracia! Tenemos que luchar contra una reliquia si no queremos que nos liquide. No era la primera vez que Adn Villagran vea a su jefa en accin, pero nunca recordaba que se hubiese comportado en forma tan nerviosa. Como siempre, Alice pareci adivinar los pensamientos de Adn y explic: Me irrita tener que combatir contra una unidad automtica. Espero que est lo suficientemente avejentada como para que no pueda disponer de todos sus elementos. Recuerdo haber ledo algo respecto a esos juguetes creados por los rebeldes de Betelgeuse. Me equivoco, LeLoux? La capitana neg con la cabeza. No, comandante. Los de Betelgeuse estuvieron a punto de adelantar la cada del Gran Imperio un par de siglos. Casi ganaron la guerra. He ledo bastante acerca de ese conflicto y creo que conozco lo suficiente esas unidades automticas como para estar de acuerdo con usted en que sera una suerte que la unidad se encontrase mermada de facultades. De otra forma... Qu? Sin medios de volver al hiperespacio, nuestras posibilidades de vencer a la unidad automtica apenas llegan al ochenta por ciento. Alice torci el gesto. No me gusta depender de ese margen tan escaso. Qu sugiere usted que le enviemos como regalo, LeLoux? Una docena de torpedos. Con eso ser suficiente para destruirla. Despus de consultar los cronmetros del cuadro de mandos, LeLoux pareca sonrer. Parece que al final hemos tenido suerte. Por qu? Han pasado cinco minutos desde que fuimos atacados. Las unidades de Betelgeuse, a pleno rendimiento, pueden disparar diez concentraciones de luz slida cada minuto. Recuerden que tienen que precisar de cierto tiempo, cuando no disponen de todos sus elementos, para producir nuevos medios de ataque en sus diminutas factoras automticas. Alice orden: Instalen pantalla energtica. Segundos despus recibieron la informacin de que una nueva andanada de luz concentrada se haba estrellado en la pantalla de energa. Esta vez el ataque no tuvo la menor consecuencia. Disparen torpedos dijo Alice por el micrfono de rdenes. Adn observ la pantalla gigante que dominaba el puente de mando. Haban aumentado la imagen lo suficiente para que la mole de acero que se les enfrentaba pareciese estar a menos de veinte kilmetros. Del Hermes partieron diez estilizados proyectiles a infernal velocidad. Todos contuvieron la respiracin durante los segundos que tardaron en alcanzar la vieja mquina de guerra. El punto luminoso, que era el centro automtico de defensa del desaparecido estado de Betelgeuse, se transform en una esfera carmes que en unos instantes se consumi en el espacio. Alice suspir aliviada. Ya est. Se dirigi a Kelemen: Ocpese de que los daos sean reparados, capitn. Kelemen asinti y baj del palco que dominaba el puente de mando. La tensin haba desaparecido. Por fortuna esa unidad automtica estaba casi totalmente averiada, comandante dijo LeLoux. De otra forma, era probable que nos hubiera dado un serio disgusto cuando abandonamos el hiperespacio y, durante unos instantes, estuvimos con nuestras defensas descuidadas. Estoy de acuerdo con usted, LeLoux asinti Alice. Debi habernos seguido a velocidad superlumnica durante un buen rato. El cerebro electrnico que la guiaba esper pacientemente a que salisemos a velocidad normal para atacarnos. Emiti una leve sonrisa. No me extraa que el viejo Gran Imperio las pasase mal con esos rebeldes de Betelgeuse, hace unos siglos. LeLoux dijo que deba inspeccionar algunas secciones del Hermes. Kelemen no podra ocuparse de todo. Alice dio su consentimiento y la oficial baj del palco, quedando all la comandante y el teniente Villagran solos. Alice aguardaba el regreso de Kelemen con el informe de los daos sufridos. Pareci descubrir entonces a Adn. Simulando sorpresa por su presencia all, hacindole creer que le supona en cualquier otro lugar, le dirigi una sonrisa amistosa. Adn, desde que salieron del sistema de Redon y despus de haber informado a Alice de sus propsitos de solicitar otro destino una vez que estuviesen de regreso en su base de Lira, apenas si haba cruzado con ella las palabras imprescindibles entre superior y subordinado. Estaba seguro de que Alice conoca desde haca tiempo, tal vez desde que estuvieron en Arat, su pasin por ella, su desesperado amor que su introvertida personalidad le impeda exteriorizar, porque no poda apartar de su mente la diferencia de graduacin que, segn su criterio, les separaba. Alice Cooper era un encumbrado oficial del Orden Estelar, que acababa de apuntarse un notable xito tras la estancia del Hermes en la Repblica de Aratcelon. En cambio l, nicamente era un oficial menor a sus rdenes. Su ego, tal vez alimentado por atvicas costumbres, se resista a admitir la superioridad de la hembra. Adn haba tomado la decisin de encaminar sus pasos por otros senderos de la vida militar dentro del Orden. Pretenda alcanzar los mismos honores que en la actualidad disfrutaba Alice. Quedndose a su lado nunca los conseguira. Saba de otras zonas de la galaxia donde las unidades del Orden se enfrentaban a verdaderos peligros, donde se poda ascender en poco tiempo si se tena la suerte de vivir un ao o dos. Alice, en ms de una ocasin, le haba querido demostrar que sus pensamientos eran exagerados. Pero Adn siempre haba preferido no pensar en tal posibilidad y s aferrarse a su idea de que, para pretender de ella algo ms que una simple amistad, deba demostrar que poda alcanzar la misma posicin que la muchacha disfrutaba. Me desagrada que, una vez en Lira, nos abandone, Adn. Las palabras de Alice le sacaron de sus pensamientos. La mir. Ella pareca tener deseos de hablar, de aclarar las cosas. Y l temi ser dbil, ceder a aquel impulso que algunas veces pareca dominarle y le gritaba que fuese ms prctico, que el amor poda encontrarlo sencillamente, sin necesidad de arriesgarse a perder la vida luchando en sitios donde las bajas que sufra el Orden aumentaban da a da. Ya le he dicho que abandono el Hermes con gran pesar, comandante. Ella se levant y quedse firme ante l. Dijo suavemente: La labor realizada por esta Unidad Exploradora en Redon ha sido magnfica. El trabajo de equipo fue eficiente. As lo hago constar en mi informe. El Alto Mando tendr en cuenta su labor personal, teniente. Adn sonri torvamente. S. Es posible que a m me den unas palmadas en la espalda; pero a usted le entregarn una medalla y la tendrn muy presente para un nuevo ascenso. Alice movi la cabeza. Es usted terco. Su obsesin har que se convierta en un suicida. No se detendr ante nada por conseguir lo que ambiciona. Lo peor de todo es que no estoy seguro de poder conseguir lo que ms deseo, comandante. Los ojos de la mujer parecieron brillar con ms intensidad. Adn empez a temer y a desear al mismo tiempo que ella le preguntase qu era lo que l deseaba ms ardientemente obtener. Pero la llegada de Kelemen lo estrope o salv todo. Comandante dijo el capitn. Los tcnicos aseguran que en veinticuatro horas tendrn listo el sistema de navegacin superlumnica. Alice frunci el ceo. Es una demora considerable dijo. No pueden hacerlo antes? Kelemen neg con la cabeza. No lo creo. Incluso puede ser que tarden algo ms. Debemos agradecer que no haya habido vctimas. S, es cierto Alice gir sobre sus talones para mirar la gran pantalla que les mostraba el espacio que les rodeaba y dijo: Este sector de la galaxia est registrado como carente de datos, si no me equivoco. En la Tierra nada saben de los sistemas planetarios de aqu. As es, comandante dijo LeLoux entrando en el palco. He buscado informes de esta zona porque supuse que estaramos aqu algn tiempo, que quiz podamos aprovechar. Todos se acercaron llenos de curiosidad a la capitana. LeLoux explic: El Alto Mando del Orden tiene sealado este sector como prohibido a toda clase de acercamiento fsico por carecer de datos suficientes. Algunos de sus planetas parecen haber estado habitados hace casi dos milenios, pues fueron colonizados en los comienzos de la gran expansin galctica. Los informes salvados despus de la cada del Gran Imperio nada aclaran al respecto. A qu distancia de nosotros se encuentra el sistema planetario ms cercano? inquiri Kelemen. A unos ocho mil millones de kilmetros replic LeLoux. Alice se rasc la barbilla, pensativa. Dijo: Bajo velocidad normal y mientras efectuamos reparaciones, podemos acercarnos a un par de centenares de millones de kilmetros de la estrella y enviar naves exploradoras monoplazas. El Orden nos agradecer los datos que les llevemos. Los tcnicos del observatorio ya estn haciendo investigaciones para determinar qu planetas pueden ofrecer condiciones ptimas de habitabilidad, comandante dijo, sonriente, LeLoux. Pens que usted decidira algo semejante. Alice dirigi una mirada complaciente a la mujer. No s qu hara sin usted, capitana. Parece adivinar mis pensamientos. La felicito. Gracias. Los tcnicos me han adelantado que son tres los planetas que parecen poseer condiciones tipo Tierra. Sobre todo, uno de ellos. En ese caso podemos enviar tres naves, una a cada planeta. Por supuesto, debern estar de regreso antes de veinte horas y, por ningn motivo, tomar tierra en cualquiera de los tres planetas. Se limitarn a recoger los informes de costumbre y filmar los posibles ncleos habitados. Alice dijo directamente a Kelemen. Podra ocuparse de elegir a los tres pilotos? A Adn le iban a resultar demasiado largas las horas hasta que las averas estuviesen reparadas y se apresur a decir: Solicito pilotar una de esas naves, comandante. Alice ocult una sonrisa que sus labios pugnaron por dibujar. Segundos antes, mientras hablaba, se dijo a s misma que la reaccin de Adn iba a ser aqulla. No tiene servicio durante las prximas veinticuatro horas, teniente? No, seor. Pese a que saba que sus palabras no iban a ser comprendidas por los capitanes Kelemen y LeLoux, Alice respondi: Autorizacin concedida, teniente. Parece que no est dispuesto a esperar su incorporacin a su nuevo destino para alcanzar honores. Le deseo suerte. Adn prefiri no contestar, lo que desagrad a los otros. Tanto Kelemen como LeLoux haban esperado unas palabras suyas que aclarasen el significado de las de Alice. 3En poco ms de diez minutos, Adn podra iniciar la penetracin en la atmsfera de aquel planeta exuberante de oxgeno con la navecilla que tripulaba en solitario. Mientras tanto, el Hermes, a unos mil millones de kilmetros de distancia, al otro lado de la estrella amarilla, reparaba las averas. A l le haba correspondido el segundo de los cinco planetas que componan el cortejo de aquel sol casi idntico al que alumbraba la Tierra. Las otras dos naves se dedicaban a inspeccionar el tercero y cuarto, pero se dudaba de que en ellos existiese vida. LeLoux no haba obtenido dato alguno de los archivos respecto a que siglos atrs hubiesen sido colonizados. Pero, de todas formas, podan constituir buenos mundos para una futura emigracin. La pequea nave que tripulaba Adn slo admita en su cabina una persona. El resto estaba dedicado al alojamiento de sensibles aparatos detectores, registros, analizadores y cmaras filmadoras. Tena que limitarse a volar a unos diez mil kilmetros sobre la superficie del planeta. Los aparatos se encargaran de todo el trabajo. Adn mir los cronmetros del tablero. Tena an cerca de diez horas para regresar al Hermes. Calcul que con slo cuatro abarcara toda la superficie del planeta si mantena una velocidad, dentro de la atmsfera, de diez veces la del sonido. Los indicadores le anunciaron que deba iniciar el descenso. Tom la palanca, y en ese momento not una ligera vibracin sobre el fuselaje, como si algn objeto metlico se hubiese posado en l suavemente, pero con firmeza. Arrug el ceo. Estaba apenas a cinco minutos de comenzar el descenso y deba antes averiguar de qu se trataba. Poda tratarse de algo peligroso. Pero la carlinga no le permita verlo. Sac la larga antena coronada por el objetivo visor y encendi la pequea pantalla que tena frente a l. Durante los primeros segundos no vio nada. Hizo girar el objetivo y entonces la sangre se le hel en las venas. A babor, muy cerca de los tubos propulsores, una semiesfera pareca estar adherida como una ventosa al fuselaje. Un sudor fro, pese al perfecto acondicionamiento de la carlinga, inund la frente de Adn. Saba de qu se trataba aquello. La unidad automtica de Betelgeuse, incluso despus de ser acabada, segua sembrando la destruccin. Se trataba de un pequeo dispositivo que, quiz segundos antes de que la alcanzasen los proyectiles del Hermes, haba lanzado al espacio. Estaba dotada de un fuerte explosivo de tiempo. Con toda seguridad se aproximaba al Hermes cuando l sali de all con su pequea nave y la gravedad de sta atrap la media esfera. Durante millones de kilmetros la media esfera lo estuvo siguiendo. Cuando Adn redujo la velocidad, el mortal dispositivo pudo alcanzarlo y adherirse al fuselaje. Ahora slo era cuestin de tiempo que el mecanismo automtico decidiese explotar. Lo mismo poda ocurrir dentro de un segundo que en unas horas. Nerviosamente, mientras la pequea nave iniciaba el descenso, Adn estableci contacto con el Hermes. El capitn Kelemen fue quien le escuch relatar la situacin en que se hallaba. Cunto tardar en descender en el planeta, teniente? pregunt Kelemen. Unos veinte minutos respondi Adn, sin dejar de mirar por la pantalla el oscuro metal de la media esfera. Tome contacto con la superficie, salga del aparato e intente desconectarlo. No existe otra solucin. Regresar al Hermes le llevar unas horas. No sabemos a qu tiempo est dispuesto ese dispositivo para que haga explosin. Adn mascull algunas palabras y respondi: De acuerdo. Confiemos en que nada ocurra mientras tanto. Pero cmo har para librarme de l? LeLoux tom el lugar de Kelemen y dijo: En la cspide encontrar una ranura que deber presionar. Entonces se abrir automticamente un segmento de la media esfera. Le mostrar el mecanismo de tiempo. Si encuentra un tubo de color verde o azul, no dude en arrancarlo con sus propias manos. Pero si lo ve rojo, no espere para salir corriendo y alejarse de la nave cuanto pueda, pues la explosin no tardar en producirse. Espero que den pronto conmigo. Tengo oxgeno en mi traje slo para seis horas grazn Adn. No se preocupe, Villagran. Era la voz de Alice, y Adn sinti una pequea satisfaccin porque ella se preocupaba por su suerte en persona. Seguiremos su rastro y no tardaremos en localizarle. No se preocupe por la nave. Lo importante es usted. Olvidando su peligrosa situacin, Adn respondi: Gracias, comandante, pero confo en volver al Hermes con la nave intacta. De todas formas, teniente era de nuevo la voz de LeLoux, olvdese del oxgeno. El planeta donde aterrizar parece disponer de una atmsfera tipo Tierra. Vaya, soy un tipo afortunado ironiz Adn. Les llamar ms tarde. La pequea nave entraba en la atmsfera. Adn no disminuy en nada la velocidad, confiando en que el fuselaje le protegiese contra la friccin. No quera perder tiempo, ni un solo segundo que pudiera serle vital despus. Penetr en una zona nubosa, que pronto dej atrs para sobrevolar sobre un ocano azul. Sus ojos buscaron desesperadamente tierra. As transcurrieron cerca de diez minutos, mientras que la nave segua perdiendo altura. De improviso, una lnea oscura surgi en el horizonte y Adn aument la velocidad de la nave. Pas raudo sobre unos enormes acantilados, y una densa selva comenz a discurrir debajo de l. Luego rocas, ms selva, unos ros, lagos y, por fin, observ unos claros. Con incontenible furia apret los dispositivos de aterrizaje vertical. Haba elegido el sitio para descender. Sus ojos solamente vean un gran espacio libre de obstculos. Nada ms. No vio a los seres humanos que, llenos de miedo, levantaban la mirada para observar aquel extrao pjaro plateado que descenda aullando y soltando fuego de sus entraas. * * *An no se haba disipado el humo cuando Adn, de un golpe, abri la carlinga y salt al suelo. Corri hasta donde estaba adherido el artilugio al fuselaje y su mano busc nerviosamente la hendidura, que al encontrar apret. Como le anunciara LeLoux, una porcin se abri. El complicado mecanismo se ofreci a los ojos de Adn. En seguida encontr el cilindro, que mostraba un color anaranjado. An no era rojo, pero tampoco el verde o azul que le poda indicar seguridad. Qu poda hacer? No quedaba tiempo para meditar; solamente para decidirse por una cosa u otra. Resueltamente, Adn sujet el cilindro y tir de l. Nada ocurri. Como algo inservible, la media esfera se desprendi del fuselaje y cay al suelo. Adn suspir aliviado, libre de la tensin que durante los ltimos veinte minutos le haba atormentado. Solamente entonces tuvo nocin de lo que le rodeaba. En su precipitacin por salir de la carlinga no haba bajado la visera de su casco. Por lo tanto, estaba respirando el aire del planeta. No tena necesidad de comprobar las lecturas de la nave para saber si era bueno o no. Sus pulmones respiraban perfectamente. Si su corazn tena un ritmo ms apresurado de lo normal, era debido a la tensin padecida, y no a otra causa. Se termin de quitar el casco y mir a su alrededor. Poda decir que estaba en la Tierra. No encontraba la menor diferencia. El sol estaba en el cnit y calentaba bastante, aunque corriese una ligera y fresca brisa. Algunos rboles a su derecha indicaban el comienzo de un bosque que ms adelante se espesaba. Por los dems sitios, vea algunas rocas y matorrales. Gir sobre sus talones y lleg a la conclusin de que se encontraba en un frtil valle. El horizonte lo cerraba un macizo montaoso, de cspides nevadas. Adn record que aquel planeta estaba prohibido, pero haba llegado all a causa de una emergencia. Su deber era ahora informar al Hermes. Desde la nave nodriza, sin duda alguna, le ordenaran el inmediato regreso. Ya que estaba all, pens, no deba desaprovechar la ocasin de recorrer un poco los alrededores. Slo perdera unos minutos. Luego regresara a la pequea nave, indicara que todo estaba bien y retornara al Hermes, cuando concluyera su inspeccin desde diez mil metros de altura. Pero la innata curiosidad de Adn no le impeda seguir siendo prudente. Ascendi hasta la carlinga y de un compartimento sac un cinturn que se ci a la cintura, del que penda una pistola de energa. Comprob la carga del arma, que apareca completa, y empez a caminar en direccin contraria del bosque, hacia donde el terreno comenzaba un suave declive. Tal vez desde all pudiese observar la totalidad del valle. Anduvo con todos sus sentidos despiertos, teniendo presente que siempre poda existir alguna alimaa salvaje dispuesta a saltar sobre l. Su sentido del peligro le avis de que algo se haba movido, aunque ligeramente, a su derecha. Sin dejar de caminar movi un poco la cabeza y an pudo ver cmo las ramas de un matorral terminaban de agitarse. Entonces lo que tras ellas se haba ocultado, al sentirse descubierto, ech a correr. Adn comprob que se trataba de un ser bpedo, un humano aparentemente, y vestido incluso. No dud en correr l tambin y pronto volvi a tener al fugitivo al alcance de sus ojos. Rpidamente se percat de que la persona era una mujer. Muy gil, por cierto: sorteaba los obstculos de una forma sorprendente. Adn tuvo que emplearse a fondo para ir ganando terreno. Por dos veces Adn extendi su mano para alcanzar a la mujer, llegando a rozarla. Ella se agit convulsa y grit: Lars, Lars! El grito sorprendi un tanto a Adn, y perdi algo de terreno. Enfadado consigo mismo, hizo un nuevo esfuerzo y, calculando la distancia, salt sobre la mujer. Ambos rodaron por el suelo. Adn no pretenda lastimarla, pero ella grit de dolor cuando, por unos segundos, su cuerpo estuvo aprisionado por el de l. En seguida se incorpor y la ayud a levantarse. Se preguntaba si ella entendera su idioma. No tengas miedo, muchacha dijo Adn. Saba que era difcil que la mujer, aunque fuese una descendiente de la Primera Era, hablase el idioma ms comn en la galaxia. Dese que ella dijese algo para averiguar si el lenguaje que empleaba era por l conocido. Pero un gran terror se haba apoderado de la muchacha, y si Adn no la hubiese tenido agarrada por la mueca, de nuevo hubiera echado a correr. No poda, al parecer, articular palabra. Sus ojos miraban llenos de miedo al terrestre, como si esperase lo peor de l. Adn le sonri. Una sonrisa amistosa es siempre un gesto de paz en cualquier parte del Universo. Pero el traje negro del terrestre, brillante en plata, segua sin inspirar la menor confianza en la muchacha, que al fin, sobreponindose a su miedo, grit: Socorro, Lars! Estoy aqu! Son los mirdos! Adn no tard mucho en comprender que la muchacha hablaba el idioma que siglos atrs se us en la regin de Cstor y Plux. El paso del tiempo no lo haba adulterado demasiado y l poda hablarlo. Acentuando su sonrisa, dijo: No temas. No voy a hacerte ningn dao. Estabas observndome? Si corr tras de ti fue porque quera saludarte y hacerte unos regalos. Me marchar en seguida. A quin llamas? Por toda respuesta, Adn sinti que un brazo de hierro le rodeaba el cuello y una voz a sus espaldas deca a la muchacha: Huye, Sirgudar, huye! Yo matar a este asqueroso mirdo. Adn apenas tuvo tiempo de volverse para detener el brazo del hombre que bajaba velozmente, empuando un agudo cuchillo, sobre su garganta. La punta del acero se detuvo, vacilante, a unos milmetros de la yugular de Adn. El terrestre pudo observar, mientras impeda que el cuchillo le abriese la garganta, el rostro del hombre que al parecer haba surgido en ayuda de la llamada Sirgudar. Era joven, de tez bronceada y en sus ojos poda leerse un inmenso odio contra l. Era fuerte, pero poseedor de una musculatura no controlada. Adn tal vez no lo fuese tanto, pero s dispona de una tcnica de lucha mucho ms avanzada que la del nativo. Con un par de estudiados movimientos se libr de l, le arrebat el cuchillo y en unos segundos lo tuvo en el suelo. Rpidamente le puso su pie derecho sobre el pecho, apretndole con la fuerza suficiente para impedirle moverse pero no lastimarle demasiado. Desde el suelo, el hombre solloz a la muchacha: Te dije que huyeras, Sirgudar... Te lo dije... Adn mir a la muchacha. Ella luchaba contra su deseo natural de ponerse a salvo y querer ayudar al hombre tendido en el suelo a merced del desconocido ser vestido de negro y plata. El terrestre comprendi que se encontraba en medio de una situacin tpica. El hombre civilizado se enfrentaba por primera vez con los nativos sumidos en la ignorancia que le suponan su enemigo. Deba de convencerlos que nada malo deban esperar de l. Levant el pie del hombre, tomo el cuchillo cado por la hoja y se lo tendi lentamente a su propietario, diciendo al mismo tiempo, para terminar de ahuyentar cualquier resto de animosidad en el nativo: Os repito que no soy vuestro enemigo. Por qu iba a serlo si nunca os haba visto antes? Sirgudar se acerc al hombre, que miraba alternativamente al terrestre y su cuchillo, como si dudase de lo que sus ojos estaban viendo y en las palabras de paz que le haba dirigido. Ests bien, Lars? le pregunt, trmula, la muchacha. Adn comprendi que el hombre se llamaba Lars. Sabiendo que era el momento de utilizar toda su diplomacia para terminar de disipar las ltimas dudas en los nativos, dijo: Lars est perfectamente, hermosa Sirgudar. He podido matarle, pero no lo he hecho porque no soy vuestro enemigo. Lars tom el cuchillo y lo guard entre la camisa y el cinturn. Su ceo todava estaba fruncido cuando pregunt: Quin eres t? No perteneces a este valle ni, por tus vestiduras, eres de cualquier otro cercano. Si no eres un mirdo, qu eres? Ignoro lo que es un mirdo. No podis creerme si os aseguro que me gustara ser vuestro amigo? Amigo nuestro? inquiri Lars, cada vez ms sorprendido. De dnde vienes que ignoras quines son los mirdos, por cuya causa tenemos que huir? Huis de los mirdos? Adn pens que aquello se estaba poniendo interesante. Lstima que tuviese que abandonar el planeta de inmediato. Por qu? Fue Sirgudar la que respondi: Los mirdos traen la muerte que impera en el norte. Vienen a robar, a esclavizar a los hombres jvenes, a violar a las mujeres, a matar a los viejos, a incendiar, a... Nos hemos rezagado del grupo que hua del valle aadi Lars. Sirgudar se perdi y yo me volv para buscarla. Nadie me quiso ayudar, porque todos tienen miedo Y no les culpo. Los mirdos deben estar furiosos porque apenas encontrarn gente en este valle. Adn entorn los ojos. Al parecer los llamados mirdos eran gente temible, dedicada al saqueo. Sonri y dijo: Me gustara enterarme de todo, pero no tengo ms remedio que marcharme. Mir a Sirgudar y agreg: S, en ese extrao aparato en que viste llegar y del que sal, muchacha. Me gustara hacer algo por vosotros; pero me es imposible. Yo... El terrestre vio cmo los nativos palidecan, y miraban a la derecha. Entonces oy Adn que de all procedan unos extraos ruidos, como si hierros golpeasen el suelo secamente. Los mirdos musit Sirgudar. Y Lars sac de nuevo su cuchillo, colocndose delante de la muchacha. Los ruidos se hicieron ms fuertes y Adn, precavidamente, acerc su mano a la pistola. Era la primera vez que estaba en un Mundo Olvidado en pleno retroceso tecnolgico. Su ltima estancia, en la Repblica de Aratcelon, haba constituido una sorpresa para todos los miembros del Orden Estelar al descubrir en el sistema planetario de Redon una comunidad que disfrutaba de una civilizacin notable. En este planeta suceda todo lo contrario: sus habitantes, olvidados de la tutela terrestre, vivan en lo que corresponda a la Edad Media de la Tierra. As pues, prepar su mente para la pronta aparicin de los temibles mirdos. Extraos animales surgieron de la espesura. Eran de tenebroso aspecto. Pero, sobre todo, quienes ms pavor infundan eran sus jinetes. Adn oy a Sirgudar gritar de terror ante la presencia de los mirdos. 4Adn conoca lo que era un caballo; pero las monturas de los mirdos era una burda parodia de ellos. Aunque de tamao y hechura parecidos, aquellos extraos corceles estaban recubiertos de una spera piel escamosa. Su cabeza, grande, terminaba en una cornamenta semejante a la del ciervo. Los ojos parecan rebosar de sangre. Los jinetes se cubran la cabeza con una especie de casco en forma de mscara. Ocultaban el rostro tras unos dibujos llenos de odio y muerte, de colores vivos. Plumas y pelajes de animal partan del casco y caan por los hombros. Las armas de los mirdos equivalan a las que usaron los guerreros terrestres un milenio antes que comenzasen los viajes por el espacio. Espadas de ancha hoja, puales, rompecabezas, arcos, flechas y carcaj portaban sus cuerpos, mientras que la mano que no sujetaba las bridas agarraba una lanza de aguda punta, adornada con trozos de tela de colores. Los invasores del norte debieron ver primero a los nativos e irrumpieron decididos en el claro, dispuestos a hacer prisioneros o a matar. Luego, ante la presencia del terrestre, hicieron que sus caballos con envoltura de reptil se detuviesen en seco. Adn comprendi que estaban confundidos con l, quiz por su porte decidido y sus ropas. Los mirdos eran ms de una docena. Uno de ellos llevaba una larga capa escarlata; deba ser el jefe del grupo. Adn, interponindose entre los guerreros y la pareja de nativos, dijo: Yo tambin soy un guerrero como vosotros, mirdos; pero vengo en son de paz. Mas luchar y os matar a todos si cometis la locura de atacarnos. El terrestre sinti sobre s las miradas incrdulas de los dos nativos y la de estupor de los mirdos. Aquellos guerreros deban estar acostumbrados a que sus enemigos huyesen ante su presencia. Quin era aquel extrao hombre vestido de negro y plata que osaba enfrentrseles? Adn termin de sacar su pistola energtica y la dispuso para disparar con toda su intensidad. La distancia que le separaba de los mirdos era suficiente para abatir a un buen nmero de ellos antes que pudiesen acercrsele lo suficiente para herirle con sus lanzas. Los mirdos debieron pensar que poco peligro poda ofrecer un hombre que nada ms sostena entre sus manos una ridicula maza de metal. Al nativo apenas s lo tuvieron en cuenta. El cuchillo que blanda caera pronto al suelo, cuando su dueo fuese atravesado por el primer lanzazo. El hombre que mandaba el grupo lanz un alarido de guerra y fue el primero en espolear su horrible caballo, que emiti un graznido parecido al de un pjaro de rapia. Los dems guerreros siguieron a su jefe, bajando sus lanzas y gritando tambin. Sirgudar chill, y Lars la apart de su lado dispuesto a defenderla. Adn se limit a levantar su pistola y apretar el disparador. Una cortina de fuego se levant ante los guerreros mirdos. Hombres y caballos parecan haber chocado contra una barrera infranqueable, cayendo los que iban en vanguardia en confuso montn de carne quemada y ropas llameantes. Huid de aqu! grit Adn a la pareja, al tiempo que l retroceda para buscar una posicin ms ventajosa ante un nuevo ataque. El terrestre tuvo que empujar a Sirgudar y Lars, pues ambos se haban quedado paralizados ante el efecto destructor de la pistola. Al cabo, los dos jvenes pudieron reaccionar y salir corriendo. Adn volvi su atencin a los mirdos. stos podan ser salvajes, sanguinarios y muchas ms cosas, pero no tenan nada de cobardes. Pese a que cinco de sus compaeros, junto con las monturas, yacan en el suelo medio carbonizados, los restantes volvan a la carga, acompaados por sus gritos de guerra. Aquella situacin desagradaba enormemente a Adn. Era casi un asesinato acabar con aquellos hombres con la pistola. Pero no tena otro remedio que hacerlo si no quera caer atravesado por las afiladas lanzas. Se trataba de su vida, y no exista entonces la menor duda de que antes de morir deba matar. De nuevo su arma funcion, describiendo un arco que construy otro muro de fuego destructor ante el cual los mirdos se estrellaron. Pero uno de los guerreros, el ms rezagado, dando un amplio rodeo y espoleando su montura, se situ casi detrs de Adn. Cuando ste se dio cuenta del peligro que corra, apenas si tuvo tiempo de saltar. La lanza pas lamiendo su pecho, rayando el metalizado traje negro. El nico superviviente mirdo volvi grupas y se lanz a una nueva carga. Adn levant el brazo derecho y dispar. El dardo de fuego concentrado convirti la cabeza del mirdo en una bola de fuego, que ardi por unos segundos. Luego, el cuerpo decapitado resbal del caballo, que emprendi un enloquecido galope. Comprob que no quedaban enemigos antes de guardar la pistola. Ech una mirada hacia el lugar por el que haban desaparecido los dos jvenes nativos. Dese que estuviesen a salvo pronto junto con los suyos. l deba regresar al espacio, al Hermes. Poda evitarse la tarea de sobrevolar el planeta recogiendo ms datos. Personalmente, haba obtenido los suficientes. Ya conoca lo bastante del planeta como para poder dar un informe completsimo. * * *Mientras caminaba para volver a su pequea nave de inspeccin, Adn pensaba que aquel planeta precisaba la rpida intervencin del Orden. Lstima que estuviese catalogado entre los prohibidos. Pasaran muchos aos antes que recibiese la ayuda de la Tierra, de su cultura. El Orden Estelar tena ante s centenares de Mundos Olvidados donde su presencia se haca necesaria. No poda socorrer a todos los planetas de la galaxia donde supervivieran restos de colonizadores de la Primera Era. Mas el informe que la comandante Alice Cooper emitira al Alto Mando poda ser vital para que ste considerase la necesidad de iniciar un Acercamiento en aquel planeta, donde la guerra, el pillaje y el desorden parecan imperar. Aunque no fuese inmediata, la ayuda poda adelantarse muchos aos. Minutos despus, cuando Adn lleg al claro donde dejara su pequea nave plateada, se llev una sorpresa al verla rodeada de guerreros mirdos. Varios de ellos haban subido y uno, ante la alarma de Adn, golpeaba con un pesado mazo el salpicadero. El terrestre, lleno de ira, corri hacia la navecilla, desenfundando al mismo tiempo la pistola y gritando para que los mirdos cesasen en su obra destructora. Los guerreros giraron la cabeza y empezaron a desenvainar las espadas de ancha hoja. Adn esquiv un mandoble y dispar. El desdichado se dobl en dos, y cay al suelo aullando de dolor mientras se llevaba las manos al achicharrado vientre. An tuvo Adn que poner fuera de combate a dos mirdos ms antes que el resto, lleno de miedo, huyese hacia el bosque, sin preocuparse de montar en sus caballos que a unos metros haban dejado. Adn salt dentro de la carlinga y palideci al comprobar el alcance de los daos ocasionados. Todos los mandos necesarios para la navegacin por el espacio estaban destruidos, as como los medios de comunicacin. La nave podra navegar an, pero sin indicadores automticos constituira una locura alejarse del planeta e intentar localizar al Hermes. Tena que quedarse all, esperando que sus compaeros le localizasen. Lo peor de todo era que no saban si l haba logrado desconectar a tiempo la bomba procedente de la unidad automtica de Betelgeuse. En realidad, lo que le estaba sucediendo se deba a su imprudencia. Debi conectar la pantalla protectora antes de echar a correr detrs de la muchacha llamada Sirgudar. De haberlo hecho, los guerreros mirdos nunca hubiesen logrado averiar la nave. Por el contrario, las descargas elctricas les habran escarmentado. Sac de un compartimento de la cabina un paquete con vituallas y algunas medicinas que se ech al hombro. Luego encendi el sealador magntico que ayudara en su localizacin a quienes le buscasen. Tambin conect el campo protector y empez a alejarse de all. Su nave estaba segura. Nada ni nadie podra hacerle ya ms dao del que le haban ocasionado. Pero atraera ms guerreros enemigos, y Adn no pensaba pasarse lo que le restaba de estancia en el planeta matndolos... o temiendo que alguna atvica arma blanca le alcanzase. Volvi a recorrer el mismo camino. Pronto pas por donde poco antes fuera atacado por la patrulla de mirdos. El lugar apestaba a carne quemada, por lo que apresur el paso. El terreno ascenda. Adn presuma que siguiendo aquella direccin pronto alcanzara a la pareja de nativos fugitiva de los invasores. Aprovechara las horas que deba estar en el planeta para terminar de completar su informe. Senta curiosidad por enterarse de muchas cosas que le intrigaban. Encontr el rastro de los dos jvenes cuando alcanz una cierta elevacin en el terreno que le permiti inspeccionar el valle que tena a sus pies. All abajo descubri varias columnas de humo. Indudablemente, los mirdos proseguan con su labor de saqueo y destruccin. Movi la cabeza, intentando comprender los motivos que haban llevado a los antiguos colonos de aquel planeta a olvidar la tcnica de sus antepasados y luego destruirse entre s utilizando atvicos medios de muerte. Pero aquello era una cuestin que deban resolver los psiclogos. Su intencin ahora era encontrar a los fugitivos habitantes del valle y enterarse de quines eran los mirdos y de dnde procedan. * * *Alice haba permanecido horas junto a los tcnicos de comunicaciones esperando la llamada de Adn. Su preocupacin haba ido en aumento a medida que transcurra el tiempo. Las otras dos naves que marcharon a los planetas restantes sealados por los astrnomos regresaron portando noticias de escaso inters. Los mundos que exploraron eran inhabitables. Solamente el que haba ido a inspeccionar Adn pareca ofrecer buenas condiciones de habitabilidad. Pero l no daba seales de vida. Pronto las averas del Hermes estaran reparadas y ella debera tomar una decisin. De pronto, uno de los tcnicos se volvi y anunci: Del planeta se percibe una dbil seal magntica, comandante. Localice el lugar para enviar naves de rescate. El hombre movi la cabeza con pesimismo. Es demasiado dbil. Apenas si puedo reducir el rea a unos cincuenta mil kilmetros cuadrados. Y temo equivocarme. Alice mascull: Nos llevar horas, tal vez das localizar al teniente. A su lado, el capitn Kelemen esperaba instrucciones. Disponga diez naves de salvamento, capitn. Que rastreen el rea localizada a suficiente altura como para no asustar a los nativos, si los hubiera. Ya conoce las reglas ante los Mundos Prohibidos. Debemos evitar sealar nuestra existencia, a no ser que los motivos sean muy poderosos. Recuerdo eso perfectamente, comandante respondi Kelemen, mientras pensaba que nunca haba visto a su superior perder tanto el control de sus nervios. Ojal no sea todo en vano. Por qu dice eso? espet Alice. El teniente ha debido tener tiempo de anular la media esfera adherida al fuselaje de su nave. De otra forma no habra sonado la seal magntica. Es cierto; pero estaba pensando que todo planeta encierra un cmulo de peligros ignorados. Alice se volvi para mirar furiosa al capitn, diciendo: Pues dse prisa, que salgan cuanto antes las naves de salvamento. Estamos perdiendo demasiado tiempo. * * *Lars haba dicho a Adn que su pueblo hua a las montaas para buscar en ellas salvacin del terror mirdo. Hacia all se dirigi el terrestre. O sus presentimientos le sirvieron, o tuvo la gran suerte de encontrarse al anochecer con un campamento de fugitivos. No eran muy numerosos, pero cometan la imprudencia de encender fuego para preparar los alimentos y calentarse del fro nocturno. Si l los haba podido localizar por el resplandor, los mirdos tambin podan servirse de tal indicio para sorprenderlos. Adn penetr decidido en el campamento. Los aldeanos se limitaron a levantar la mirada de sus cuencos de comida y observarle. Entonces el terrestre descubri a Lars, que acudi a l sonriente y con las manos extendidas. El muchacho haba debido contar a sus compaeros que el hombre vestido de negro era un amigo y le haba salvado a l y a Sirgudar de los mirdos. No haba miedo en los rostros de los fugitivos, pero s un profundo respeto hacia el terrestre, casi veneracin. Adn temi que incluso llegasen a arrodillarse ante su presencia. Estrech las manos a Lars y le sonri. Al fondo de las hogueras vio a Sirgudar, hermosa y serena. Tambin ella le dirigi una mirada de agradecimiento. Lars, volvindose a sus compaeros de huida, les dijo: No temis nada de este hombre. Gracias a l, como ya os dije, Sirgudar y yo pudimos huir de los mirdos. Un personaje se adelant de los dems, diciendo: Si no es un seor ni un dios, qu es? Cmo es que se atreve a enfrentarse con los mirdos? No veo que est armado... El muchacho dijo a Adn, sealando al hombre que haba hablado: Es Afanaiev, el edil de nuestro poblado. Le cont, como a los dems, cmo mataste a los mirdos; pero nadie me cree. Adn mir curioso al edil. El poder de matar a distancia slo pertenece a los dioses escupi Afanaiev. Y ellos nicamente pueden transferirlo a los seores. T no eres un seor, hombre de negro, no es as? Cierto. Ni dios ni seor soy replic Adn, consciente que deba adaptar su lenguaje al corto entendimiento de aquella gente si no quera confundirla an ms. Pero procedo de un lugar donde los hombres poseen igual poder al mo... y ninguno es un dios. El edil se acerc a Adn, fijndose en su arma enfundada. Sealndola, dijo: sta debe ser la pequea mquina que dijo Lars usaste para quemar a los mirdos, si no nos minti. Lars no minti. Con ella puedo matar a quien desee. Lars estaba un tanto sofocado. Adn no comprenda la terrible irritacin del edil. El muchacho, deseando disminuir la tensin que pareca ir en aumento, dijo al terrestre: Sintate con los padres de Sirgudar, con ella y conmigo, hombre a quien debo la vida. Tenemos carne recin asada y algo de vino que mi futuro suegro pudo traer. Adn se dej conducir por Lars hasta una pequea hoguera, donde una pareja madura vigilaba el asado de unos trozos de carne atravesados por una varilla de hierro. Ambos se levantaron y saludaron al recin llegado. El terrestre acept el vino servido en un cuenco, pero rechaz la carne. De su bolsa de emergencia sac unas tabletas que engull rpidamente. Not, por el rabillo del ojo, que el enfurecido edil se haba acercado hasta pocos metros de la hoguera y se sentaba sin dejar de mirarle. Nuestra hija nos lo cont todo, hombre de negro dijo Fieme, llenando de nuevo el cuenco vaco de Adn. Te agradecemos que la hayas salvado, junto con Lars Lappa, de caer en las garras de los mirdos. Llamadme Adn, por favor pidi el terrestre. No tiene ninguna importancia lo que hice por vuestra hija y Lars, amigo. Pero os agradecera que me contarais qu es lo que pasa aqu. Los nativos se miraron entre s, un tanto sorprendidos. No comprendan como alguien pudiese ignorar lo que estaba pasando. Ninguno de ellos, ni los dems que paulatinamente se haban estado acercando a la hoguera, dijo algo. Adn levant la mirada, posndola en la figura huesuda de un anciano que se apoyaba en un cayado muy viejo, tanto o ms que l. Su vidriosa mirada indicaba que haca muchos aos que haba dejado de ver. Deba tener cien aos o ms. Me llamo Heron, hombre de las estrellas dijo el anciano con voz segura. Yo puedo contestar a todas tus preguntas mejor que nadie. Lars susurr al odo de Adn: No le hagas caso. Todos sabemos que Heron est loco. Vive aqu, en las montaas, y proclama conocer la verdad; pero nadie le escucha. Si le toleramos es porque no es peligroso. Adn levant la mano. Luego pidi que ayudasen a Heron a sentarse a su lado, al abrigo de la hoguera. Mirando aquellos ojos ciegos, el terrestre pidi: Te ruego que hables, anciano. T, sin verme, sabes que procedo de las estrellas. Puedes explicarme eso? Desde la oscuridad de los tiempos mi familia ha vivido en las montaas dijo el anciano. Mi padre me transmiti la verdad que l recibi del suyo. Yo he querido comunicarla a los hombres, pero ellos nunca me hacen caso. S que los hombres viven por millones en las estrellas, que de all procedieron nuestros antepasados, que vinieron a instalarse en este planeta y que, olvidados por sus hermanos, perdieron la gran sabidura de la que otrora gozaran. Olvidaron su ascendencia noble y degeneraron en tribus, en clanes, en grupos ignorantes.Nosotros, los hombres del sur, aprendimos a cultivar la tierra, a pescar. Los hombres del norte slo saban luchar, combatir y matar. Saquear. He conocido cuatro invasiones de mirdos en mi vida. Cada vez sus perodos de bajada al sur son ms cortos. Esta vez slo han dejado pasar veinte aos desde la ltima vez para venir a proveerse de esclavos y mujeres. La prxima vez vendrn antes de los quince aos, hasta que nos aniquilen totalmente... No escuchis a ese loco! grit el edil Afanaiev. Est blasfemando contra los seores, contra los dioses. Los seores me prometieron que impediran a los mirdos llevarse esclavos al norte. Lars se levant impetuoso contra el edil. Calla t, servidor de mentirosos. Cuando las caravanas llegaban al valle anunciando la proximidad de los mirdos, t nos prometiste que iras a los seores para recabar su ayuda. Dnde est esa ayuda? Acaso no subiste hasta la fortaleza de los seores al da siguiente que te emborrachaste en casa de mis suegros? Claro que vi a los seores! grazn Afanaiev. Y qu te dijeron, qu falsas promesas te hicieron? El edil, sintiendo sobre s la mirada despreciativa de los hombres, respondi: Los seores me dijeron que iran a dialogar con los dioses, elevando su fortaleza a las alturas, donde ellos moran. Pero slo lo haran cuando los mirdos estuviesen aposentados en los valles! Si irritamos a los seores, dudando de ellos, de su bondad, no subirn a los cielos y nos abandonarn en manos de los mirdos. Y los ofenderemos si seguimos escuchando las blasfemias de Heron. El cerco humano estall en un murmullo de contradicciones. Heron dibuj una leve sonrisa bajo su blanca barba y dijo: Es cierto que los seores ascendern a los cielos en su fortaleza blanca, pero no ser para pedir ayuda a los dioses, sino para salvar su sucio pellejo. Pase su insolente mirada ciega, impidiendo con su altivez que nadie hablase y agreg: Ellos temen a los mirdos tanto como nosotros; nunca nos salvarn de su presencia. Sacrilego viejo! escupi el edil. Adn lo fulmin con la mirada. Deja hablar al anciano. Luego, a Heron, solicit: Contina. Durante las cuatro invasiones de mirdos que he presenciado desde estas montaas, antes que mis ojos perdieran la visin, siempre esos hombres que se hacen llamar seores, portadores de los deseos de los dioses, han huido en su fortaleza de metal ascendiendo hacia las estrellas, pero sin llegar a ellas, hasta que los mirdos, ahitos de sangre y cargados de prisioneros, regresaran en sus barcos al norte. Entonces volvan y tornaban a prometer que la prxima vez los dioses castigaran a los mirdos porque ellos as se lo haban pedido.Aos ms tarde, todo volva a repetirse: los mirdos regresaban y los llamados seores retornaban a los cielos hasta que el peligro pasaba. Mientras tanto, nosotros les tenemos que entregar parte de nuestras cosechas, de nuestros terneros, de lo mejor que producimos para que puedan vivir en su fortaleza, rodeados de placeres y dando continuamente falsas promesas de seguridad.Al mismo tiempo, impiden que nos armemos, que nos enfrentemos a los mirdos. Pero lo hacen porque tienen miedo de que llegue el da en que los hombres de los valles acudan a la cima donde tienen su fortaleza de metal y los maten. Blasfemia, blasfemia repeta el edil roncamente, pero casi nadie le haca caso esta vez. sa es la historia de este triste planeta, hombre de las estrellas termin el anciano suspirando. Mi padre saba, porque as se lo asegur el suyo, que llegara el da en que nuestros hermanos de las estrellas regresasen. Estoy prximo a morir; soy muy viejo. Dime, eres t a quien debemos esperar, el que desenmascarar a los falsos seores, servidores de dioses no existentes y que acabar de una vez por todas con la amenaza constante de los mirdos, que sangra cada generacin a quienes viven en los valles? Adn trag saliva, viendo la ansiedad que encerraban las palabras del anciano. Respondi: Vengo de las estrellas, Heron. Y pertenezco a la raza que hace siglos abandon en este planeta a tus antepasados. Tu pueblo hallar algn da la paz. Heron parpade sobre sus cuencas ciegas repetidas veces antes de decir: Quiz no haya llegado an el momento de la liberacin, pero tu presencia indica que est cercano. Aconsjanos, dinos qu podemos hacer para desor a los seores, para librarnos de los mirdos. Adn pidi antes que le explicasen qu era la fortaleza de metal de los seores, aunque l ya empezaba a sospechar de lo que se trataba. En el ltimo valle, sobre la montaa ms alta, existe una gran casa de metal plateado, como tu cinturn y botas, Adn dijo Lars. Yo nunca la he visto, pero los mayores, los que recuerdan la ltima invasin de mirdos, dicen que puede elevarse a los cielos con todos los seores en su interior. Adn empezaba a comprenderlo todo. Se levant, mir a los nativos y les dijo, queriendo que sus palabras sonasen seguras: Intentar ayudaros. Ahora apagad las hogueras, que pueden atraer hasta aqu a los mirdos; montad guardia, vigilad. Maana tendr algo que deciros. Y se alej del grupo, con la intencin de buscar un sitio apartado donde dormir. Haba notado sobre s la mirada esperanzada de Sirgudar. 5Adn despert con los primeros rayos del sol. El lecho de tierra no haba sido cmodo y estaba un tanto dolorido. Tom un par de tabletas con agua y se sinti mejor a los pocos segundos. Varios metros ms all, los nativos an dorman. Distingui a dos de los vigilantes que Lars haba montado siguiendo sus indicaciones. Al parecer, durante la noche no haba ocurrido ninguna novedad. Mejor as. Levant la mirada al cielo y no descubri estela alguna que le sealase la presencia de las naves de rescate. Un sudor fro le recorri el cuerpo. El Hermes ya deba tener reparadas sus averas. Cunto tiempo esperara Alice Cooper para intentar buscarle? La seal magntica de su pequea nave era muy dbil y sera tarea ardua localizarla. An necesitaran muchas horas para ello sus compaeros. Para entonces l deba estar junto a su aparato, si no quera quedarse en este planeta para toda la vida. Desech esos pensamientos y decidi que estaba necesitado de un buen bao. Oy el rumor de un riachuelo y hacia l se dirigi. Era de tranquilas y transparentes aguas. Sumergida en ellas, Sirgudar semejaba una mitolgica diosa terrestre. Su hermoso cuerpo, desnudo a la madrugada en el plateado lquido, se le ofreca candoroso y virginal. Adn no supo cunto tiempo estuvo espindola, admirndola. La muchacha se agitaba en el agua de forma encantadora, sumergindose en el lquido elemento, saliendo de l toda reluciente. Pareca estar jugando, saboreando aquel instante de pequeo placer e intimidad. Entonces Sirgudar lo descubri all, arrodillado cerca de la ribera y solt un gritito, cruzando las manos sobre los pechos. Lo siento se excus Adn. No quera asustarte. Vine a lavarme tambin. Voy a salir. Vulvete dijo ella. Adn le tendi la mano, brindndose a ayudarla. Estoy desnuda explic vanamente Sirgudar. El terrestre frunci el ceo. Por supuesto. Ven, la orilla est un poco resbaladiza. Por favor, vete. Mi ropa est cerca de ti. No puedo alcanzarla. Yo te la dar. Ven. Sirgudar suspir y, chapoteando, sali del agua. Adn ya haba tomado la tnica de ella y se la ayud a poner. Sus ojos, mientras tanto, nunca haban mirado el cuerpo desnudo de otra forma que no fuese admirativa ante tanta belleza. Tena fro y tuve que salir. De no ser por eso me habra quedado en el ro asegur ella. Por qu? Estaba desnuda, no? S, claro. No est bien que me vieras as. No lo entiendo. Te avergenzas de tu cuerpo? Eres muy hermosa. Lars debe estar orgulloso de ti. Sirgudar mir a Adn curiosamente. Es que de donde vienes las mujeres no van vestidas? l sonri. Naturalmente que s, pero con el nico afn de llevar lujosos vestidos o joyas, nunca por la hipcrita intencin de ocultar sus carnes. Nadie tiene en cuenta tal cosa. Pertenece a los viejos tiempos, anteriores a la Primera Era. Es un extrao mundo el tuyo, Adn. No me acostumbrara a l. Por qu? Debe carecer de nuestras costumbres, deseos... El rostro de l se nubl. No lo creas dijo. En muchas personas subsisten atvicos prejuicios. Por ejemplo, yo... Ella ri. No puedo creer que te autocompadezcas. Pues es cierto. No es frecuente entre los mos, pero mi ego me suele jugar malas pasadas ltimamente: se niega a admitir la superioridad o igualdad, al menos, de una mujer. Mientras yo mismo no me convenza de que puedo ser ms, me ser imposible pensar en ella como mujer. Mientras tanto, es mi superior. Sirgudar mir a Adn fijamente. Su mente sin cultivar, deba de ser, empero, de alto intelecto dormido, clamando porque alguien la ayudase a alcanzar la cima que fcilmente podra lograr. Oyeron un crujir de ramas y la voz de Lars llamar a Sirgudar. Debo irme dijo ella. Me separ de los brazos de Lars sin que l se diese cuenta. Dud y dijo: Creo que no debe vernos juntos. Adn iba a preguntar por qu, cuando record que se hallaba entre gentes distintas a l. Sirgudar se despidi con una sonrisa y, mientras la vea alejarse, se dijo que no deba sorprenderse ante el temor de la muchacha. Record su propio conato de celos en el planeta Arat, cuando la comandante Cooper fue citada por el vicepresidente. Lo que era una entrevista poltica, le pareci un encuentro amoroso. Despus de lavarse en las claras aguas del riachuelo regres al campamento, donde todo el mundo, excepto algunos nios, estaban despiertos. Tal vez no se haba fijado la noche anterior debido a la oscuridad, pero le pareci que haba ms gente que entonces. Lars le explic: Han estado llegando muchos grupos, Adn. Los mirdos han estado rodeando los valles, empujando a sus habitantes a ste. Y ahora nos confinan en estas montaas. Adn entorn los ojos. El anciano Heron, el edil Afanaiev y otros ediles de varios poblados, formaban un grupo, junto con muchas personas, cerca de l. Slo en Afanaiev descubri un sentimiento de animadversin. Entonces debis huir de las montaas dijo Adn. Heron le escuch. Movi su cabeza y dijo: Estos parajes no tienen salida que no est vigilada por los mirdos. Nunca han actuado as los mirdos en anteriores invasiones? pregunt Adn. Sirgudar y varias mujeres haban estado calentando una especie de infusin, que empezaron a repartir entre los hombres. Adn rechaz gentilmente la que le ofrecan. El nico que poda responder a la pregunta del terrestre era Heron. Los mirdos siempre han actuado de forma anrquica en sus invasiones repuso el anciano. Saqueaban, mataban, violaban y se llevaban a sus barcos a los hombres y mujeres que encontraban. Ahora es distinto. Desarrollan un plan preconcebido. Lo entiendes? Adn asinti. S, comprendo. Los mirdos quieren acabar con los valles, llevarse al norte a todos los esclavos que puedan. Me equivoco? No replic Heron dibujando una triste sonrisa. Y los que no puedan o no quieran llevarse, sern pasados a cuchillo. El crculo de nativos alrededor de Adn se haba incrementado considerablemente. Haba all gente de todos los valles. Y parecan esperar del terrestre palabras de aliento, de esperanza. Afanaiev, retador, se plant ante Adn, diciendo: Lars Lappa ha dicho que t podras librarnos de los mirdos gracias a tus poderes. Yo no lo creo. Adn comprendi que el edil pretenda desacreditarle, para as volver a recuperar su privilegiado poder en el poblado, una vez que los mirdos se hubiesen marchado. Aquel estpido no haba comprendido que nadie quedara con vida o libre en los valles para volver a reconstruir el poblado. Por otra parte, Adn se hallaba en la encrucijada de ayudar a aquellos seres desamparados, arriesgndose a quedar para siempre en aquel planeta si permaneca apartado de su pequea nave, o dejarlos correr su suerte, que al fin y al cabo era la que deban padecer si l no hubiera sufrido aquel percance que le oblig a aterrizar. Y no deba olvidar que se hallaba en un planeta prohibido por el Alto Mando del Orden, en el que no se deba intervenir sin expreso consentimiento. Pero olvidndose de todo y haciendo slo caso a sus sentimientos ms primitivos, Adn respondi con voz fuerte, para que todos le oyeran: Os ayudar a expulsar a los mirdos, pero vosotros, hombres de los valles, debis aprender a defenderos por vosotros mismos. Estoy seguro de que poseis la tcnica suficiente para construir espadas, lanzas, escudos y jabalinas. Ya disponis de hachas y machetes. Trabajad todo el da, templad acero y aprontaos para que maana, a primera hora, podis bajar a los valles a combatir a los mirdos. Un murmullo sigui a las palabras de Adn. Despectivo, Afanaiev dijo: El poder del hombre vestido de negro se basa en que nosotros, desoyendo las leyes de los seores, tomemos las armas para combatir. Dnde est el poder que Lars jur haba visto que este hombre utiliz contra los mirdos? Es un farsante! Antes de concluir sus palabras, el edil sac de su tnica la mano derecha, se la llev a la espalda y, proyectndola hacia delante, lanz contra Adn un corto pual. Adn haba intuido algn peligro, por lo que se limit a sacar la pistola y dispararla contra el edil. Heron haba permanecido a su lado y, ante la sorpresa de todos, se coloc ante el terrestre, recibiendo su pecho el afilado metal. Mientras Afanaiev caa apestando a carne quemada y convertido en una masa informe y negruzca, Adn apenas tuvo tiempo de tomar entre sus manos el liviano cuerpo del anciano. Los hombres de los valles tuvieron ocasin de ver el poder del terrestre, y gracias al sacrificio de Heron, pensaron que estaba protegido por los dioses. Por qu lo hiciste, anciano? pregunt Adn despus de confirmar que la pualada era mortal. Cmo supiste que el edil iba a intentar matarme, y dnde me encontraba yo? Por una leve fraccin de tiempo, Adn se imagin que los ojos del viejo relucan de vida, que le vea, cuando respondi: Son muchos aos en tinieblas, amigo. A veces veo ms que los que pueden ver. Tosi y apenas si pudo agregar: Debes vivir para salvar a esta pobre gente... Luego los prpados se cerraron sobre aquellos ojos sin vida, como ya lo estaba el frgil cuerpo que Adn segua sosteniendo. Enterrad a este hombre pidi Adn con voz quebrada. No saba cul poda ser la costumbre funeraria de aquel planeta, pero el enterramiento era algo comn entre los pueblos brbaros. A esta carroa, en cambio aadi, sealando lo que fue Afanaiev podis tirarla a algn barranco. * * *Con una ramita y sobre un trozo de terreno liso, Adn traz un rudimentario mapa de los valles con la ayuda de los nativos. Sealando un punto, Lars asegur: S, aqu est la fortaleza de los seores. Varios ediles, escarmentados por la suerte corrida por Afanaiev, asintieron en silencio, sumisos. Volvindose hacia ellos, Adn inquiri: Cuando vosotros tenis que entrevistaros con los seores, o entregarles los alimentos frescos que exigen a los aldeanos como tributos, qu hacis? Uno de ellos respondi: En la base de la fortaleza existe un dispositivo para llamar la atencin de los seores. Ellos, desde el interior, nos permiten entrar en una estancia con una gran ventana. Desde el otro lado, nos hablan. Cuando tenemos que entregar frutas y carne fresca, nos abren una puerta donde comienza un camino que nunca cesa de correr. Sobre l depositamos la mercanca, que se lleva al interior. Quieres decir que los seores conocen a todos los ediles de los valles? Ellos se miraron entre s. Nunca haban pensado tal cosa. Cuando un edil mora, el hombre ms fuerte o aqul que designara anteriormente el edil, ocupaba su puesto. No se informaba a los seores, puesto que ellos, en su sabidura, sabran que slo los representantes de los valles se atrevan a acercarse a la fortaleza. Adn sonri complacido ante tal informacin. Los vigas que haba mandado para espiar los movimientos de los mirdos aseguraban que stos se estaban concentrando en distintos puntos, como si se estuviesen preparando al asalto de los montes donde la poblacin estaba refugiada. Antes del atardecer iniciarn el definitivo ataque asegur Adn, ante las noticias de los vigas. En parte se senta reconfortado ante el ruido ininterrumpido que producan los nativos fabricando espadas y lanzas. Con el temple que deban dar al hierro, segn les ense Adn, sus armas seran ms fuertes que las de los mirdos. Pero pese a todo, saba que los nativos nunca podran vencer por s solos a las aguerridas huestes invasoras. Tena que hacer algo definitivo para que su bisoo ejrcito tuviese que acabar nicamente con grupos de aterrados fugitivos. Aquello servira para que los nativos elevaran su moral y, de producirse una nueva invasin, estuviesen en condiciones de rechazarla sin su ayuda. Adn termin de adiestrar a los hombres que antes haba elegido para que capitaneasen los distintos grupos. Les dijo dnde deban colocar sus fuerzas y que deban esperar a que se produjese la seal de atacar. Cmo ser esa seal? le pregunt uno de los hombres. No podra explicaros ahora cmo ser; pero estoy seguro que cuando se produzca ninguno de vosotros dudar de ella. Se levant y dijo: Ahora debo regresar hasta mi nave. Yo te acompaar se ofreci Lars. T deberas quedarte aqu, Lars intervino, inesperadamente, Sirgudar. Yo conozco el camino y puedo guiar a Adn. Ests loca replic Lars. Todo el terreno estar lleno de mirdos y... Venos los dos dijo Adn, temiendo que la discusin se prolongase demasiado. El tiempo se le estaba acabando. De todas formas, prefera a esos amigos cerca de l. Aunque corriese un serio peligro, al menos podra cuidar de ellos. * * *Estaba cercano el medioda cuando emprendieron la marcha monte abajo. Lars iba en cabeza, seguido de Sirgudar, que haba dejado su tnica y vesta unos calzones cortos. Adn caminaba el ltimo, dispuesto a intervenir con su arma al ms mnimo peligro. Por el camino se preguntaba si sus compaeros del Hermes ya habran localizado su pequea nave y, ante su ausencia, emprendido el regreso. Sonri de forma hiriente hacia s mismo, al suponer la reaccin de Alice. Ordenara su comandante la marcha, dejndole a l abandonado en un planeta salvaje? Adn se dijo que no iba a guardar rencor a Alice si as proceda. Slo estara cumpliendo con su deber. Aunque nadie le poda culpar de haber aterrizado en un planeta prohibido, siendo motivo de emergencia, era toda suya la responsabilidad de abandonar el rea de la pequea nave de inspeccin, que con su avisador magntico deba atraer a los grupos de rescate. Pero ya era tarde para arrepentirse. Estaba decidido a ayudar a la gente de los valles y, con xito o no, culminara sus propsitos. Llegaremos dentro de poco al sitio donde dejaste tu aparato que vuela, Adn anunci Lars. Se haban detenido para descansar un rato. Notando la mirada preocupada de Adn, Lars pregunt: Qu te ocurre? Todo va bien. Precisamente por eso estoy preocupado repuso Adn. Ya debamos habernos encontrado con mirdos. O es que los vigas se equivocaron cuando dijeron que estaban rodeando los montes? El semblante de Lars se ensombreci. Es cierto dijo. Pero yo, de todas formas, me alegro. Acaso temes por tu nave? No sonri Adn. No podran hacerle ms dao. Reemprendieron la marcha y Adn puso ms atencin a cada arbusto, a cada rbol, temiendo que de cualquier matorral surgiese uno de aquellos enmascarados guerreros. Al final llegaron al claro donde el da anterior aterriz el pequeo aparato. Adn detuvo a Lars y a Sirgudar, impidindoles ponerse al descubierto. Qu ocurre? pregunt el nativo. Los cadveres dijo Adn. No estn los guerreros que mat, los que me averiaron el grupo navegador y de comunicacin. El terreno alrededor de la plateada nave apareca vaco. Pero algunos trozos de l estaban chamuscados por los disparos que Adn efectu. Permanecieron unos minutos ocultos. Al cabo de ellos y no ocurrir nada, Adn dijo: Caminemos rpido hacia el aparato. En su mano derecha la pistola estaba amartillada y dispuesta a abrir fuego. Llegaron junto a la nave sin novedad. Adn sac el mando a distancia del campo de fuerza que la protega y lo desconect. Subi al interior de la cabina. Tuvo que fruncir el ceo al descubrir que la seal magntica era ms dbil que nunca. Dedujo que sus compaeros no haban descubierto an el lugar donde aterriz. Los cadveres deban habrselos llevado los guerreros mirdos. Las huellas que llenaban el claro eran de mocasines nativos. Aunque un poco apretados, los dos jvenes podran viajar con l en la nave. Entrad pidi. Sirgudar mir con cierto temor la nave. Si esto que llamas nave es capaz de volar, vamos a viajar por donde moran los dioses? No exactamente sonri Adn. Quiero ir hasta la fortaleza de los seores..., si es que an sigue en el lugar que me habis dicho. Como para llegar hasta ella caminando tendramos que enfrentarnos con todos los mirdos, es preferible viajar por el aire. Dices que eres un hombre como nosotros, Adn dijo Lars. Pero a veces lo dudo. Puedes volar como los seores y posees el poder que stos dicen que tienen los dioses. Qu eres en realidad? Adn estuvo tentado de responderle que un grandsimo tonto, al correr el riesgo de perder la oportunidad de marcharse en el Hermes, de no volver a ver ms a Alice y de otras tantas cosas en las que mejor no deba pensar. Pero, por todo, respondi: Confo en que dentro de poco podrs comprender muchas cosas. Vamos, adentro. Estaris un poco estrechos, pero el viaje durar pocos minutos. Entr primero Sirgudar y luego Lars. Este ltimo se fij en el panel de mandos con inters. Adn comprendi y explic: Cuando regres, despus de matar a la patrulla de mirdos y vosotros os marchasteis, otros invasores estaban dedicados de lleno a destrozarme la nave. Si me llego a retrasar unos minutos, ni siquiera nos servira para viajar dentro de la atmsfera. Acaso con este aparato puedes viajar a las estrellas, como Heron deca que los hombres podan hacer hace muchsimos aos? La pregunta de Lars sorprendi un tanto al terrestre. Bueno, quiz no tanto; pero s podra llegar hasta otra nave mucho mayor que sta, en la que puede caber toda la gente de un valle. Con las averas que tiene ahora, sera un suicidio salir al espacio exterior. Adn haba saltado al interior de la carlinga y manipulado en los mandos, milagrosamente ilesos, que le permitiran viajar por la atmsfera del planeta. Estaba a punto de soltar la energa por las toberas cuando un grito de Sirgudar le hizo levantar la mirada del salpicadero y posarla en el exterior, a travs de la transparente carlinga. El terrestre sinti un seco nudo en la garganta. Ni siquiera Lars, ensimismado en la contemplacin de las lucecitas que Adn haba estado encendiendo en el panel de mandos, haba visto la total transformacin ocurrida en el claro. Cientos de guerreros mirdos haban surgido de la espesura, montados sobre sus extraos caballos de aspecto reptlico. Rodeaban totalmente la navecilla, formando un compacto cordn humano, codo con codo. Las mscaras que cubran sus rostros parecan querer evidenciar claramente que estaban dispuestos a cobrarse debida venganza por la muerte de sus compaeros. Saban que el causante de la matanza de los guerreros que encontraron alrededor de la nave estaba ahora dentro de ella. Los hierros chocaban entre s y los cueros de las armaduras rozaban. Los monstruosos caballos lanzaban sus gemidos, parodias de bufidos, y pisoteaban nerviosos con sus pezuas la tierra batida. En aquellas circunstancias, el despegue era problemtico. Los jinetes estaban demasiado cerca de la pequea nave, cada vez ms cerca. Quiz pudiese atravesar la barrera humana y animal, pero Adn no quera arriesgarse. De entre los jinetes se destacaba uno de imponente aspecto, armadura ms lujosa, mscara ms terrible y penachos ms grandes. No llevaba lanza ni escudo; slo una enorme espada brillante al sol. Deba ser el jefe de los invasores mirdos. Adn record ciertas costumbres de los pueblos guerreros primitivos. Tal vez en aquel planeta fuesen iguales. De ser as, mucho esfuerzo poda ahorrarse. Ante el asombro de sus compaeros, sali de la cabina. 6El gesto de Adn impresion a los guerreros mirdos, quiz porque ya estaban pensando que iban a tener que atacar con sus lanzas el monstruo de metal donde se refugiaban los dos hombres y la mujer. El hecho de que el hombre que saban haba matado a catorce de sus compaeros saliera de su refugio, sin ninguna arma a la vista, les hizo pensar que estaba loco... o era demasiado valiente. Adn se volvi lentamente hacia la cabina, diciendo: Ocurra lo que ocurra, no salgis. Aqu estis seguros. Lars fue a protestar, pero el terrestre haba vuelto a conectar el campo de fuerza y la voz del nativo se esfum. A quienes estaban en su interior no poda hacer dao, y s a los que se atreviesen a acercarse a l, a tocarlo. Luego, caminando mesuradamente, Adn se aproxim al personaje que por sus pomposas indumentarias pareca ser el jefe. Si no estaban all congregados todos los mirdos que haban participado en la invasin, pocos faltaran. Eres t, hombre de ropas negras, quien mat con una poderosa antorcha a mis hombres? pregunt el jefe mirdo, sonando su voz a ultratumba al proceder de detrs de la mscara. De donde yo procedo, guerrero mirdo, los hombres se hablan sin que medie entre ellos un mascarn ridculo replic Adn, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando desafiante. Los mirdos se agitaron por unos segundos. Aquello que estaban presenciando no tena precedente en sus vidas! De un violento gesto, el jefe mirdo se arrebat la mscara de cuero y metal. Revoloteando sus plumas, cay al suelo. Adn pudo observar el rostro del jefe: hosco, barbudo, cruzado por varias cicatrices y con ojos inyectados en sangre. Soy Ubren el Poderoso, jefe de los mirdos Quin eres t que desde el suelo osas hablarme as? Irnico, Adn respondi: Me llamo Adn Villagran. No me llaman el poderoso, pero lo soy ms que t. Y para demostrarlo he descendido de mi caballo de hierro, mucho mejor y ms veloz que el tuyo. Yo no preciso de un sucio animal para ir de un lado a otro a ras del suelo. Yo viajo por las nubes y tan rpido que tus ojos no pueden seguirme. Aquel cmulo de insultos, que Adn haba elegido teniendo en cuenta la mentalidad primitiva de sus oponentes, caus el efecto deseado. Ubren empez a ponerse nervioso, an ms que sus numerosos guerreros. Anoche me contaron dos guerreros supervivientes lo que ocurri aqu dijo el jefe. No quise creerlo. Retiramos los muertos, fulminados por un rayo, tal vez, y decidimos esperar a que regresaras a tu montura de hierro, a la que nadie pudo acercarse. Adn sonri para s, pensando que aquella gente ya haba tenido una amarga experiencia con el campo de fuerza. Slo yo y mis amigos podemos montar en mi caballo de hierro. Vengo de un lugar muy lejano, de aquellos puntos que brillan en la noche. He sabido de vuestra maldad, mirdos, y estoy dispuesto a castigaros, a proteger a la gente de los valles. T solo? pregunt, burln, Ubren. S, yo solo. Tengo el poder de la antorcha que mata a distancia. Ya viste con tus propios ojos cmo quedaron tus estpidos guerreros por provocar mi clera. El jefe mirdo tard un instante en responder. Es posible que digas verdad. Las viejas sagas de mi pueblo afirman que en otros tiempos existan tales cosas. Incluso los habitantes de estos valles, esos cobardes que proteges en tu montura de hierro, afirman que sus afeminados seores poseen rayos capaces de aniquilar a un ejrcito entero; pero durante docenas, cientos de aos, mis antecesores han saqueado estas tierras. Y los seores se han limitado a elevarse en el aire, huyendo de nosotros. Mentalmente, Adn agradeci a Ubren aquella informacin complementaria, que aadida a los datos que ya posea supuso le iba a ser de gran utilidad ms adelante, si escapaba de aquella situacin. Te repito que yo no soy un cobarde, seor de los mirdos dijo Adn. Por el contrario, estoy dispuesto a castigar a esos individuos llamados seores por su cobarda. Pero antes me ocupar de vosotros. No me impresionas en absoluto, hombre vestido de negro mascull Ubren. Aunque tengas la antorcha que mata a distancia, no podrs con todos nosotros al mismo tiempo. S que uno de los guerreros que mataste estuvo a punto de ensartarte con su lanza. Adn presinti que estaba perdiendo terreno. Astutamente, pregunt: Estoy perdiendo el tiempo contigo, Ubren. Acaso eres el jefe supremo de los mirdos? No hay otro de superior rango al tuyo? Los ojos de Ubren brillaron de furia. Agitando su ancha espada, respondi: Slo Ubren el Poderoso, jefe de todos los mirdos, se teme a s mismo. Yo venc al anterior jefe en duelo hace ms de doscientos das. Promet a mi pueblo tener ms esclavos del sur diez aos antes que se cumpliese el perodo destinado para nuestra acostumbrada invasin. Adivin Adn los antecedentes y repuso: No solamente adelantaste la fecha, sino que te propusiste no dejar un solo sureo en estas tierras, para as evitar que otro ambicioso te rete antes de tiempo, no es as? Comprendo tu plan de rodear a toda la poblacin de los valles, cercarla en los montes e impedir que vuelvan a fundar pueblos. No slo llevaras al norte ms esclavos que ningn otro jefe anterior a ti, sino que privando de brazos que cultiven los campos, condenars a muerte a los seores. Y as, con el tiempo, te apoderaras de la fortaleza de metal. Ningn jefe mirdo hubiera sido tan poderoso como t.Tienes parte de razn al elegir tu apodo, Ubren. Pero yo destruir tus planes. Desvaras ri Ubren. Slo tengo que ordenar a mis hombres que disparen al mismo tiempo sus lanzas... Acaso no seras t capaz de matarme a m, sin recurrir a tus guerreros? Adn escupi las palabras, querindoles dar, al tono empleado, el mayor desprecio posible. Comprenda que su situacin empeoraba por momentos. Estoy seguro de que ellos piensan que su jefe es un cobarde, indigno de su puesto. Se preguntan por qu te obedecen. Los cientos de lanzas que se haban estado alzando volvieron a descender. Las mscaras se volvieron interrogantes en direccin a Ubren. ste, rojo de clera, dijo: Hablas as porque tienes tu arma que enva fuego, hombre vestido de negro. Con una espada en tus manos tu lengua quedara muda. Adn esperaba aquella ocasin. No dispongo de una espada. Que uno de tus guerreros me ceda la suya, si es que no le importa que la ensucie con tu negra sangre. Lo dicho por Adn levant un clamor indescifrable entre los guerrerros. Deban empezar a pensar que su jefe, el poderoso Ubren, tema al hombre vestido de negro aun sin su arma de fuego. Un jinete adelant su montura, acercndose a Adn unos metros. Aunque no vesta como Ubren, su mscara era macabra y rica en adornos, as como su capa era larga y cuidadosamente bordada. Desenvain su pesada espada. La tom por la hoja y tendi a Adn la empuadura, mientras deca a su jefe: Yo ceder al hombre vestido de negro mi espada, poderoso Ubren. Luego, con una entonacin que Adn pens que era irnica, agreg: Estoy seguro de que se teir con tu sangre, jefe. Adn tom la espada y la blandi. Era pesada, pero bien equilibrada y la empuadura resultaba cmoda. Mientras se acostumbraba a su peso, mir a Ubren y comprendi que el guerrero que le prest el