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LAS DOS TRIANGULACIONES: HACIA EL OBJETO EXTERNO Y HACIA EL CONTRASTE OBJETIVO/SUBJETIVO Sumario TERESA BEJARANO UNIVERSIDAD DE SEVILLA Primer vértice, creencia propia; segundo vértice, creencia ajena contradictoria con la propia; resultado, o sea, tercer vértice, la capacidad de interrogarse por la realidad en sí. Así proponemos reformular la triangulación intersubjetiva y lingüística de Davidson y su realismo humanizado. Y así reformulada la ponemos en relación, tanto de semejanza como de diferencia, con la triangulación inferior (imagen sensorial de un canal, imagen sensorial de otro canal, y como resultado el estímulo distal, o sea, el objeto percibido fuera de la piel y fuera, pues, del campo sensorialmente controlado), y con la consecuente simetría bilateral del cuerpo y del cerebro animal. ¿Qué sugerimos con esa puesta en relación? Sería sólo gracias a la comunicación lingüística y a la reestructuración que ésta impuso a un recurso mucho más primitivo (el de la triangulación conectada con la simetría bilateral cerebral), como el desarrollo pudo desembocar en aquella capacidad intelectual exclusivamente humana. INTRODUCCION «Nuestro sentido de la objetividad es la consecuencia de una especie de triangulación, una que requiere dos criaturas. Cada una interactúa con un objeto, pero lo que da a cada una el concepto del modo en que las cosas son objetivamente es la línea de base formada entre las criaturas por el lenguaje» (Davidson, 1982, pg, 327) 1 ¿Cuál es el propósito con el que Davidson recurre a la idea de la triangulación? Quizá es en 1990 2 donde más claramente explicita ese propósito. Davidson querría encontrar para la verdad una vía media que la «salvara de caer tanto en el relativismo de lo epistémico como en la deshumanización del 'realismo radicalmente no epistémico'» (pg. 298). «El relativismo reduce intolerablemente la realidad a mucho menos de lo que creemos que la realidad es; l. Davidson, D.: «Rational Animals», Dialéctica, 36, nº 4, 1982, pp. 317-327. 2 .Davidson, D.: «The structure and content of truth», The J ournal of Philosophy, June 1990, pp. 279-328.

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LAS DOS TRIANGULACIONES: HACIA EL OBJETO EXTERNO Y

HACIA EL CONTRASTE OBJETIVO/SUBJETIVO

Sumario

TERESA BEJARANO

UNIVERSIDAD DE SEVILLA

Primer vértice, creencia propia; segundo vértice, creencia ajena contradictoria con la propia; resultado, o sea, tercer vértice, la capacidad de interrogarse por la realidad en sí. Así proponemos reformular la triangulación intersubjetiva y lingüística de Davidson y su realismo humanizado. Y así re formulada la ponemos en relación, tanto de semejanza como de diferencia, con la triangulación inferior (imagen sensorial de un canal, imagen sensorial de otro canal, y como resultado el estímulo distal, o sea, el objeto percibido fuera de la piel y fuera, pues, del campo sensorialmente controlado), y con la consecuente simetría bilateral del cuerpo y del cerebro animal. ¿Qué sugerimos con esa puesta en relación? Sería sólo gracias a la comunicación lingüística y a la reestructuración que ésta impuso a un recurso mucho más primitivo (el de la triangulación conectada con la simetría bilateral cerebral), como el desarrollo pudo desembocar en aquella capacidad intelectual exclusivamente humana.

INTRODUCCION

«Nuestro sentido de la objetividad es la consecuencia de una especie de triangulación, una que requiere dos criaturas. Cada una interactúa con un objeto, pero lo que da a cada una el concepto del modo en que las cosas son objetivamente es la línea de base formada entre las criaturas por el lenguaje» (Davidson, 1982, pg, 327) 1 ¿Cuál es el propósito con el que Davidson recurre a la idea de la triangulación? Quizá es en 19902 donde más claramente explicita ese propósito. Davidson querría encontrar para la verdad una vía media que la «salvara de caer tanto en el relativismo de lo epistémico como en la deshumanización del 'realismo radicalmente no epistémico'» (pg. 298). «El relativismo reduce intolerablemente la realidad a mucho menos de lo que creemos que la realidad es;

l. Davidson, D.: «Rational Animals», Dialéctica, 36, nº 4, 1982, pp. 317-327. 2 .Davidson, D.: «The structure and content of truth», The J ournal of Philosophy, June 1990, pp. 279-328.

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pero, por otro lado, el realismo deja -resultado no menos lamentable que el anterior- a las oraciones verdaderas sin nada interesante o instructivo a lo que puedan corresponder» (pg. 303, y también 309). Para salvarse de caer en esos dos abismos, habría -dice Davidson- que mostrar «una conexión entre verdad y creencia, pero sin dejar por ello de aceptar que el creer algo no lo hace generalmente verdadero» (pg. 305). En cuanto se perfile y aclare en qué consiste esa conexión, ya podrá haber un realismo que, siendo de tipo humano, y no sólo juzgable desde los ojos de Dios, sea auténticamente antirrelativista, es decir, que no sea inmanente al esquema conceptual que la persona acepte. Veamos ahora cómo Davidson intenta poner la idea de triangulación al servicio de esos propósitos y preocupaciones. El acuerdo intersubjetivo que gracias al lenguaje puede ser captado por un sujeto convertirá su creencia subjetiva individual en una verdad objetiva, y ello porque -Davidson, 19913- «aunque cualquiera de nuestras creencias, tomada sola, puede ser falsa, es imposible que la mayoría de nuestras creencias sea falsa, ya que una creencia de cualquier clase, verdadera o falsa, descansa para su identificación sobre un fondo de creencias verdaderas». Es decir, los dos vértices de partida, los dos que el sujeto posee, son la creencia propia del sujeto y la creencia ajena que gracias al lenguaje le ha llegado. Ninguno de los dos es otra cosa que creencia; ni uno ni otro tomado aisladamente salta a la verdad objetiva. La verdad objetiva está en principio totalmente fuera del alcance del sujeto. Pero, igual que se puede determinar la situación de la cima de una torre altísima si conocemos los ángulos con los que se la mira desde dos puntos separados por una distancia dada, del mismo modo, es decir, por un ejercicio de triangulación parecido, podremos calcular ese otro inasible tercer vértice que es la verdad objetiva.

Pues bien, en el presente trabajo vamos a recoger la idea davidsoniana de triangulación (pensamiento propio, pensamiento ajeno captado en un mensaje lingüístico, y verdad objetiva), pero reformulándola. Para nosotros, el segundo vértice sería un pensamiento ajeno contradictorio con el que el sujeto tuviera sobre el mismo asunto. También Davidson, ya lo vimos, admite que pueda haber desacuerdo, pero para él lo que importa en esos casos es el fondo común de creencias sobre las que descansan ambos contradictorios pensamientos. En cambio, para nosotros es el desacuerdo por el desacuerdo lo que interesa: Los vértices primero y segundo han de chocar y desmentirse mutuamente y no llegar a imponerse ninguno sobre el otro. Y, consecuentemente con eso, el tercer vértice en la reformulación también será distinto de como es en Davidson. En efecto, si nuestra triangulación ya no atiende a la coincidencia confirmante, no podrá tampoco tener como tercer vértice la 'verdad objetiva en cuanto intersubjetiva' que en la propuesta original se buscaba. En vez de eso, lo que nosotros proponemos que se conseguiría es la actitud interrogativa que apunta a la realidad misma -como quiere el realismo que no se contenta con lo epistémico-, pero sin acabar de poseerla cognitivamente -como era menester para que no dejara de ser una capacidad humana-. Con esto, la vía media

3. Davidson, D.: «Epistemology extemalized», Dialéctica, vol. 45, nº 2-3, 1991, pp. 191- 202.

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anhelada por Davidson se alcanzaría por lo menos igual de bien que en su formulación4•

Pero es que además la nuestra tiene la ventaja de atender justo a la más básica entre las capacidades cognitivas exclusivamente humanas, a la que supone justo la ruptura con lo animal. ¿Acaso lo que enfoca Davidson -esa búsqueda, ya se sabe, de confirmación de la propia creencia individual-, acaso, repito, puede eso darse si no se alcanza antes la desconfianza respecto al pensamiento, o, lo que es lo mismo, la conciencia de que no son lo mismo las propiedades con las que pensamos una realidad y las propiedades de esa realidad en sí? Y no sólo más primaria, sino también quizá más decisiva y definitoria se podría decir que e5 la conquista que aquí hemos colocado como tercer vértice. En efecto, todo el progreso cognitivo descansa precisamente en ese preguntarse que sigue siempre activo e inagotable por más respuestas que se vayan consiguiendo.

Pues bien, hay -argüiremos'- otra triangulación inferior, animal tanto como humana, con respecto a la cual la triangulación exclusivamente humana tal como aquí la hemos reformulado guardaría una relación de afinidad y de parentesco evolutivo, a la vez que también, claro está, de profunda diferencia. Esa triangulación, la inferior, explica cómo el objeto es percibido como fuera de la piel del sujeto perceptor, cómo puede eso suceder a pesar de que el control sensorial del organismo acaba en su piel. En el presente trabajo emplearemos la presentación que da Lloyd, 1987 y 1989, y en ocasiones, y sin que ello suponga olvido de las otras numerosas presentaciones que la idea ha tenido, designaremos a la triangulación inferior como triangulación de Lloyd. «La representación es un proceso de triangulación informacional. Su finalidad es la especificación de los estímulos distales. Alcanza esa finalidad a base de reunir el producto de múltiples canales informacionales integrados en su punto de confluencia.»(Lloyd, 1989, pg. 195-196)5• En concreto, el primer vértice es la imagen próxima brindada por un canal sensorial; el segundo vértice, la imagen próxima, ligeramente diferente aunque del mismo objeto, que es brindada por otro canal sensorial; y el resultado, o tercer vértice, es la imagen distal, el contenido perceptivo en que ya el objeto aparece como externo al organismo.

¿Por qué aquí hemos apostado por la idea de que podía ser muy provechoso confrontar las dos triangulaciones, la superior reformulada y la inferior? Por lo pronto, mirar a las dos conjuntamente sirve para no confundir el plano superior y el plano inferior

4. Sólo igual de bien que en la formulación original, si se adopta un determinado sentido del término 'verdad', pero mejor que en aquélla, si se adopta otro. En efecto, si por verdad se entiende sólo la pertenencia real del predicado al sujeto, entonces las afirmaciones acertadas, y, por tanto, la gran mayoría de las creencias con respaldo intersubjetivo, estarían proporcionando la verdad. Pero en cambio, si se exige que la verdad tendría que hacer justicia a la naturaleza completa del referente designado y estar captando todos sus inagotables rasgos, entonces la verdad sería algo no poseíble (salvo en el terreno metalingüístico -de código, · o de actos de habla ajenos o propios- y metacognitivo ), y, en consecuencia, la única manera de no desvincularse por completo de las ambiciones del realismo no epistémico sería invocar, como en el tercer vértice de nuestra· formulación, la capacidad de interrogarse por la realidad en sí.

5. Lloyd, D.: Simple Minds, MIT, Cambridge, 1989.

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a la hora de referirse al extemalismo. Al percibir, hay una convicción de que el objeto es externo, pero esa convicción no se acompaña con ningún reconocimiento del contenido perceptivo como mero contenido mental, ni tampoco, por tanto, como distinto, a aquello que lo causa. En cambio, cuando un sujeto, tras captar la contradicción entre el pensamiento suyo y el ajeno, llega a preguntarse por cómo será la realidad misma, qué propiedades tendrá más allá de las propiedades con que se la piensa, en ese nivel ya, el extemalismo (si se quiere seguir llamándolo así) consiste precisamente en la conciencia de que las propiedades de la realidad misma no se reducen a las propiedades que esa realidad tiene en nuestros pensamientos.

Pero, más allá de conjurar los peligros de confusión, el atender conjuntamente a las dos triangulaciones puede hacemos comprender cuál es el núcleo común a las hazañas que ellas suponen. En efecto, tanto en una como en otra, el resultado, o sea, el tercer vértice, apunta de modo definido a algo que para el organismo es por naturaleza -y sigue siéndolo tras la triangulación- imposible de poseer. Si los transductores sensoriales con que cuenta el organismo no van más allá de su piel, ¿cómo sus imágenes sensoriales van a poder estar situadas más allá de esa frontera? Si acerca de cualquier realidad no puede haber en la mente sino pensamientos, ¿cómo lo que el sujeto maneja mentalmente va a poder ser la realidad misma? Pero sin que dejen de mantenerse esas dos imposibilidades, el sujeto logrará un triunfo en los dos niveles, triunfos basados ambos en un ejercicio triangulatorio. En el nivel inferior, logra situar fuera, ya que no -daro está- la imagen sensorial o subrepresentacional, sí el contenido perceptivo o representacional6

• Y en el nivel superior, llega a ser capaz de interrogarse por aquellos rasgos desconocidos, cualesquiera que sean, que la realidad en la que él piensa estará ya entonces, no más tarde, teniendo en sí misma, más allá de como está siendo pensada. Al lado de esa semejanza entre los dos niveles triangulatorios hay también una diferencia abismal. Y es precisamente esa diferencia lo que hace atractivo el intento de descubrir una relación evolutiva entre las triangulaciones superior e inferior. En efecto, lo que se va a intentar aquí proponer es que la curiosidad metafísica, ese interrogarse por la realidad misma del que se irían derivando, sin acabarnunca de satisfacerlo por completo, todos los progresos cognitivos, esa, en definitiva, capacidad culminante, podría depender justo de la reestructuración de un recurso primitivo a manos de la comunicación lingüística, es decir, a manos de la especial intersubjetividad que aparecería tras el lenguaje. Ese recurso primitivo -la triangulación que se emplea en las percepciones, y la especialización hemisférica, de mera contralateralidad, que se da en el cerebro animal- habría sido transmutado en el nivel superior en una triangulación cuyos dos vértices de partida son la creencia propia del sujeto y el opuesto mensaje lingüístico ajeno, y que seguiría teniendo que ver con la

6. Si los contenidos mentales no fueran experimentados como fuera del organismo, entonces serían biológicamente redundantes respecto a los procesos fisiológicos, es decir. entonces es cuando incurrirían en aquella 'absurda redundancia' de la que Eccles habla en sus ataques al epifenomenalismo.

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especialización hemisférica, pero esta vez con la exclusiva del cerebro humano, regida por un criterio ya diferente a la contralateralidad. Naturalmente, los hemisferios cerebrales que sostienen la triangulación superior son por su complejidad completamente distintos a los del cerebro que basta para la inferior: millones de años de evolución separan el acceso a lo perceptivo y el surgimiento de lo humano. Pero -y éste es el punto que aquí nos interesa-la complejidad de los hemisferios humanos no daría lugar de modo directo e inmediato a esa capacidad de interrogarse por cómo podría ser la realidad en sí misma, sino justo a la comunicación lingüística, y sería a partir de ésta -y precisamente, sin aplicar sobre ella nada que en sí mismo constituyera un esquema novedoso (el esquema de la triangulación era a esas alturas absolutamente no novedoso)- como se llegaría a aquella característica de la inteligencia humana. La novedad directamente decisiva e inmediatamente causal sería, pues, sólo la comunicación lingüística.

Como se ve, el foco de nuestro interés es la triangulación de nivel superior, en concreto en la reformulación que aquí se propondrá de la idea de Davidson. Pero justo -ya se sabe- para servir a ese interés, vamos a dedicar toda la Parte 1 del presente trabajo a estudiar la triangulación inferior o perceptiva. (Si el lector tiene, como a mí me gustaría que tuviese, una curiosidad fundamentalmente antropológica, le ruego que resista con paciencia la Primera Parte, pues, aunque lo que ahí se expone no es aún lo interesante, es, en cambio, algo que aprovecharemos para el propósito que nos interesa). Paso a enumerar los apartados de la Parte l. Veremos cómo, partiendo de la semántica causal de Dretske, presenta Lloyd la triangulación perceptiva (1.1). Y también que a un autor tan alejado de la semántica causal como lo es Searle, paladín de 'la primera persona', se le presenta el mismo problema de fondo que es encarado por Lloyd (1.2). Después, (1.3), se reconvertirá en argumento a favor de Lloyd un 'experimento pensado' que, en la mente de su autor -Austin, D. 1990-, pretendía ser una objeción contra el extemalismo perceptivo, y además se señalará el vínculo entre el triunfo de la simetría bilateral sensoriomotora y la explicación triangulatoria de la percepción. Y, por último, (1.4), intentamos desenganchar una de otra dos distintas vertientes de Lloyd -su presentación de la triangulación inferior, por un lado, y, por el otro, su frustrante olvido de la conciencia en todos sus grados-, desengancharlas para impedir, claro está, que los reparos que merecidamente atrae la segunda vertiente salpiquen a la triangulación perceptiva.

En la Parte 11, nos centramos ya por fin en lo que conecta directamente con nuestras miras antropológicas. Partiremos de la forma con que se presenta la triangulación superior en Davidson. Allí (11. l) atendemos a un determinado presupuesto que Davidson parece admitir (el de que los animales no tendrían propiamente pensamientos), que es tal que si nosotros lo aceptáramos, ello nos facilitaría nuestro propósito de mostrar que sólo por vía intersubjetiva y lingüística puede llegar un sujeto a interrogarse por la realidad misma. Y, mal que nos pese para nuestros propósitos, renunciamos a compartir ese cómodo presupuesto, decisión que tiene como consecuencia el que nuestra triangulación haya de presentarse como condicionada a una premisa sobre cuya aceptación esperamos

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que se pronuncien en el futuro las ciencias empíricas (la premisa de que los contenidos prelingüísticos son radicalmente unitarios, y de que la parte antigua, no nueva, de éstos no tiene, por tanto, la independencia atencional que necesitaría para ser experimentada como 'el pensamiento anterior ya desmentido'). El ya fundamental II.2 desarrolla la reformulación, ya arriba anunciada, que nosotros proponemos de la triangulación de Davidson. En el II.3, argüimos que la captación de una creencia ajena contradictoria con la propia sólo puede producirse por la recepción de un mensaje que tenga al menos dos elementos significativos cada uno de ellos modificando al otro, y de los cuales uno de ellos sea compartido por el pensamiento propio del sujeto, y el otro proporcione la diferencia entre el pensamiento ajeno y el propio del sujeto. En el II.4, partiendo de la afirmación de que un mensaje de esas características ha de depender necesariamente del lenguaje, se intenta fundamentar el paralelismo entre la diferencia 'triangulación inferior / triangulación superior' y la diferencia 'especialización hemisférica contralateral / especialización hemisférica exclusivamente humana', para de ese modo poder calibrar en sus justos términos la novedad de la triangulación superior.

En la Parte III, o Conclusión, las enseñanzas obtenidas al haber comparado los dos niveles de triangulación, intentamos aprovecharlas para insistir en que el elemento crucial en la constitución de lo humano habría sido la interpersonalidad proporcionada por el lenguaje.

1) LA TRIANGULACIÓN DE PRIMER NIVEL

1.1) Los antecedentes de la propuesta de Lloyd.

¿Dentro de qué marco diseñó Lloyd su propuesta de que la capacidad de percibir un objeto como externo resultaría de la integración de al menos dos canales informacionales cuyos campos tengan una zona en común? Tanto en Lloyd, 19877

, como en Lloyd, 19898,

se advierte claramente que fue en el marco de uno de los problemas con el que se había topado Dretske, y en general toda la semántica causal9• En efecto, quienes consideran que hay que remitirse a la causa del contenido informativo, están forzados a buscar una

7. Lloyd, D.: «Mental Representation from the Bottom to Up», Synthese, 70, 1987, pp. 23-78. 8. Ver arriba, nota 5. 9. Si con la semántica causal se admite que el contenido perceptivo es determinado por aquello que es su

causa, entonces habrá que precisar cuál, entre todos los eslabones de la cadena causal, es aquél al que corresponde ese papel determinante. El problema será, pues, el de cómo descartar tanto los estímulos próximos -las imágenes retinianas, p.e.- como, por el otro extremo, las causas del evento que llega a ser percibido. Pero en la necesidad de descartar la idea de que los estímulos próximos puedan ser el contenido de la percepción, la semántica causal viene a coincidir con aquellas semánticas de la percepción que me parecen más acertadas -a saber, las semánticas que, siendo de primera persona, quieran no obstante dar razón de la exterioridad del objeto-.

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justificación para descartar las causas más inmediatas, o -como normalmente se las llama- estímulos próximos, p.e., las imágenes retinianas en lo visual, pero las dos pretendidas justificaciones que, una detrás de otra, urdió Dretske no resultaron con­vincentes 10

• Pues bien, ante ese atolladero lo que Lloyd propone es, por un lado, sustituir la 'causalidad' por la 'dependencia entre eventos' 11, y, por otro lado, -y esto es lo que a nosotros nos interesa-describir la diferencia entre representación (o contenido perceptivo) y sensación subrepresentacional, de tal manera que la incapacidad de los estímulos próximos para se." el contenido informativo ya no nos asombre sino que, por el contrario, resulte necesaria. Si buscamos un párrafo breve que muestre cómo Lloyd triunfa frente a aquel problema que Dretske no lograba solucionar, leamos en Lloyd, 1989, pg. 58: «Si los campos receptivos de los dos receptores se solapan, entonces hay una región focal a alguna distancia enfrente del dispos.itivo, en el punto o. Mientras que los dispositivos sin esa característica detectaban, sí, energía procedente de fuentes distantes, pero no podían discriminar entre fuentes distantes y cercanas (y no podían, por tanto, ir más allá de su propia piel), el nuevo dispositivo, en cambio, es capaz de señalar la presencia de un estímulo en una particular posición distal». Esa triangulación propuesta por Lloyd, ésa que tiene como datos de partida el contenido sensorial de un canal, y el contenido sensorial de un segundo canal que comparta parcialmente el campo controlado por el primero, está inspirada en Braitenberg, 198412

, a quien Lloyd cita repetidamente, y también en el funcionamiento, conocido desde hace tiempo, de la visión en profundidad a partir de las imágenes bidimensionales que se forman en una y otra retina. Sin embargo, a pesar de esos antecedentes --0, mejor dicho, de esas completas apariciones previas del núcleo de su propuesta-, a pesar de ello, repito, llamamos aquí triangulación de Lloyd a la triangulación inferior o perceptiva, porque este autor la presenta en un panorama evolutivo que nos ayuda a verla como la hazaña en que realmente consiste.

1.2) Confrontación con una propuesta alternativa menos lograda.

Pero el problema que es resuelto por la primera triangulación, no se lo han encontrado sólo quienes operaban a partir de la teoría de Dretske. En el fondo, es ese mismo problema el que acucia a un autor como Searle, cuyos presupuestos (punto de vista de primera persona, y rechazo de cualquier dato que no esté en la mente del sujeto) son completamente distintos a los de Dretske (la' semántica causal' es paradigmática del enfoque de tercera persona). Es verdad que a Searle ese problema no se le presenta planteado del mismo modo, es decir, no se le presenta como el de explicar la elección del

10. Dretske, F.: «Misrepresentation» en Bogdan, R. (ed.), Belief" F orm, Content and Function, Clarendon Press, Oxford, 1986, pg. 34 y 35. Véase en Lloyd, 1989, pg. 48, la merecida descalificación de ese segundo intento de Dretske.

11. Lloyd, 1989, pp. 48-49.

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estímulo distal como el objeto de percepción (el problema de la selectividad lineal, en la jerga de los seguidores de la semántica causal). En vez de eso, lo que le urge a él es explicar cómo «dos experiencias fenomenológicamente idénticas pueden tener conte­nidos diferentes»13

, o, en otras palabras, cómo sería posible adaptar su internalismo -su mentalismo de primera persona- de modo que no sea derribado por el argumento de la Tierra gemela. Dos personas que situadas en lugares distintos contemplen sin embargo escenas absolutamente idénticas, tendrán experiencias perceptivas absolutamente indistinguibles, pero, a pesar de ello, sus percepciones serán percepciones de objetos distintos: ¿Es esto la sentencia de muerte para el mentalismo de primera persona defendido por Searle? Está claro que, para conjurar el peligro que para su postura entrañaba el argumento de Putnam, Searle había de intentar dar cuenta de la diferencia de las percepciones sin para ello recurrir a mirar el entorno desde un punto de vista distinto al del sujeto. Por tanto, la tarea que a él se le presenta es la de describir eso, ese estado mental que es el contenido perceptivo, como percepción de lo de fuera. Y ahí reconocemos el problema visto en Lloyd. Es verdad que 'lo externo al sujeto' era para Lloyd lo que está «más allá de la piel del sujeto, o, dicho de otro modo, más allá de sus transductores sensoriales», mientras que para Searle, en cambio, es lo externo a la mente. Pero, tan significativa y todo como es esa diferencia, podemos afirmar que es uno mismo el problema de fondo al que se enfrentan ambos autores. Si no se puede percibir sino lo que le ha llegado a uno, lo que está ya en uno (en la propia mente/ en el propio organismo), ¿cómo puede entonces suceder que lo que se percibe sea lo de fuera -lo externo (a la propia mente/ al propio organismo)-?

Una vez que hemos mostrado en qué coinciden las preocupaciones de Searle y las de Lloyd, y que hemos podido dar así del problema una formulación más general, pasemos a comparar las propuestas de uno y otro, pues quizá sea ése el mejor medio para realzar el valor de la de Lloyd. ¿A qué recurre Searle? ¿Qué es lo que en su propuesta «atravesará la frontera entre el contenido intencional y el mundo natural»14? El recurso de Searle es algo que paradójicamente tiene el defecto de inspirarse demasiado en la idea clave de sus enemigos los externalistas. En efecto, los externalistas habían querido despachar el asunto diciendo que el objeto externo es la causa de la representación (aunque, como ya sabemos, el asunto así despachado volvió a entrar a través de la ventana horadada por la candidatura de los estímulos próximos), y esa idea, la de causa, es precisamente la que toma Searle15

, aunque, eso sí -por algo estamos ante un apasionado defensor del punto de vista de primera persona-, interiorizándola, convirtiéndola en un rasgo de la vivencia del sujeto. He aquí cómo Searle describe la percepción visual: «Tengo una experiencia visual (de que hay un vagón amarillo allí, y de que el hecho de

12. Braitenberg, V., Vehicles, Cambridge, MIT, 1984. 13. Searle, J.: lntentionality, Cambridge U.P., 1990, (primera ed., 1984), pg. 50. 14. Searle, 1990 / 1984, pg. 74.

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la presencia allí de un vagón amarillo está causando esta experiencia visual)» (Searle, 1983, pg. 48, o también pg. 61).

Ahora bien, esta tentativa de solución a nuestro viejo problema atribuye una enorme sofisticación a esa capacidad común a animales y humanos que es el percibir. Pues para que la idea de una causación, es decir, la idea de una relación entre un elemento que es causa y otro elemento distinto que es efecto, formase parte del contenido perceptivo, se necesitaría que la criatura percipiente distinguiera entre su contenido mental y aquello externo que causa tal contenido. Pero esa distinción es una conquista de la conciencia reflexiva, y exigirla para las percepciones convertiría a éstas en algo que nos resultaría chocante conceder a los animales -incluso a los superiores, no digamos ya a la rana en la que ejemplifica Lloyd su propuesta-16

• El fallo 17 de la propuesta de Searle, además de tener que ver con lo que acabamos de decir, o sea, con su excesiva inspiración en el enemigo externalista, y también, como apuntamos en una nota anterior, con sus demasiado ardientes deseos de apuntalar la idea de causa, lo podemos asimismo relacionar fácilmente con algunos rasgos característicos de su autor. En efecto, la naturaleza concreta de ese fallo encaja tanto con la constante atención de Searle al punto de vista de primera persona -atención que, al ser ejercida por él, acaba siempre dando el punto de vista de un humano adulto y preocupado por la filosofía- como igualmente con su confianza en el sentido común, y, en concreto, en nuestro caso, en el sentido común que recurre a la verbalización de la introspección.

Por supuesto, la propuesta de Searle puede entenderse también de modo que la vivencia de la relación causal no tendría que emplear propiamente la idea de causa, ni por tanto tampoco la diferenciación entre el contenido mental causado y el objeto externo causante. En esa lectura, lo de la causa habría sido sólo una manera de hablar, un inadecuado verter en términos reflexivos lo que se capta sin reflexión alguna. En definitiva, de acuerdo con esa interpretación Searle se habría reducido a afirmar que, a pesar de que todo cuanto un sujeto percibe ha de haberle llegado a ese sujeto y ha de ser, pues, un estado interno suyo, a pesar de ello, en las percepciones se tiene, no obstante, la seguridad de que se está percibiendo algo externo18

• Pero eso no sería ninguna pro­puesta explicativa, sería sólo aquello que se quería explicar.

15. Precisamente Searle (1990 / 1984, pp. 124-5) intenta, en tono de campeón del antiescepticismo, extender la idea de causa más allá de donde la dejó Von Wright.

16. Lloyd, 1989, cap. 5, especialmente pg. 139 y 143. 17. Visto desde nuestro propósito de comparar, y, para ello, de distinguir claramente los dos niveles de

triangulación, el fallo de la propuesta se hace más llamativo, ya que se basaría en una confusión de los dos niveles, o, más concretamente, en una atribución de características de muy alto nivel a una capacidad no exclusivamente humana. Collins, C. «Body-intentionality»,/nquiry, 31, 1989, pp. 495-518, critica (pp. 504-506) a Searle en el mismo sentido.

18. Parece que Searle, intentando sin duda rebajar el alto nivel cognitivo que exige a la percepción, respalda en algún párrafo una tal interpretación de su propuesta. Pg. 49: «El sentido en el que la experiencia visual es autorreferencial es simplemente que ella figura en sus propias condiciones de satisfacción. La

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Así pues, en Searle, o bien encontramos una propuesta no válida de solución, o bien no encontramos ninguna propuesta de solución. Y a la vista de la propuesta de Lloyd, que triunfa allí donde Searle fracasa, podemos decir que lo que hace fracasar a Searle es su rechazo «a ver la intencionalidad como una combinación de elementos más simples» (Searle, 1983, pg. 26, y también pg. 37 y 79). En efecto, si Lloyd consigue explicar cómo esas experiencias mentales, esas estimulaciones internas al organismo que son las sensaciones, pueden llegar a ser vivenciadas como objeto externo y colocado a una determinada distancia (o dicho a la inversa y de modo aún más afín a Searle, explicar cómo lo externo deja de ser necesariamente asunto de tercera persona y pasa a ser también19 de primera persona), ello -ese triunfo- se debe a que Lloyd describe la percepción como el resultado de un ejercicio triangulatorio que integra y va más allá de lo que al sujeto le es entregado por unos elementos más simples20

• Esos elementos simples de Lloyd -huelga subrayarlo- serían cada uno por separado incapaces de resolver el problema. El segundo canal transductor es tan interno como el primero, y tan incapaz, por tanto, de sostener la exterioridad de la representación. Pero, aunque es tan

interno como el primero, es otro, y eso basta. En efecto, en cuanto sean ligeramente diferentes los estímulos próximos que de la zona de convergencia entreguen uno y otro canal, ya podrá una triangulación proporcionamos un tercer vértice que será ya externo al sujeto. Así pues, a base de combinar sólo elementos que por separado no alcanzan el nivel, es como éste es alcanzado: Retengamos esta idea porque nos será útil cuando en la Segunda Parte lleguemos a lo que será, ya se sabe, el objetivo fundamental de este trabajo.

1.3) Dos argumentos a favor de la propuesta de Lloyd. El Dual Tube de D. Austin, y la simetría bilateral.

El primer argumento está tomado de D. Austin, 1990, aunque21 allí no figura como alegato en favor de Lloyd, sino,justo casi al contrario, como una objeción al externalismo abanderado por la Tierra Gemela. Recordemos que de este famoso 'ejemplo pensado' se podía sacar la siguiente lección: Por más que alguien, mientras está realmente en la Tierra

experiencia visual por sí misma no dice eso, sino que simplemente lo muestra». La dicotomía wittgensteiniana decir/ mostrar aplicada con este propósito, puede ser muy sugerente, pero, desde luego, no es un intento de explicación.

19. El deseo de encontrar la síntesis entre el punto de vista de primera persona y el de tercera es hoy quizá más apremiante que nunca. A vramides, A.: M eaning and Mind, MIT, 1989, puede serun típico ejemplo de ello.

20. Nosotros, pues, estamos de acuerdo con que los elementos de partida sean más simples que la representación o contenido mental que de ellos se deriva. Ahora bien, como se verá en el apartado 1.4, no aceptamos la descripción que de los elementos de partida da Lloyd.

21. Austin, D.F.: What is the meaning of'This'? A Puzzle about Demonstrative Be/ief, Comell Univ. Press, Ithaca. 1990.

Las dos triangulaciones 33

Gemela, crea estar en la Tierra,, por más que ese alguien tenga el convencimiento de que se está refiriendo al objeto A cuando en realidad es al objeto A-gemelo al que está apuntando, resultará siempre, no obstante, que cuando él diga «eso» ante el objeto A­gemelo, o lo señale con el dedo, o simplemente lo perciba, en todos esos casos estará refiriéndose al objeto A-gemelo. Es decir, mientras que las designaciones nominales pueden ser hechas caer en el error por las creencias equivocadas del hablante, la percepción y el mero demostrativo, en cambio, serán inmunes a los engaños en que pueda estar sumido el su j ~to. Así, el argumento de la Tierra Gemela demostró la condición externa del objeto de percepción, y desde entonces la posibilidad de un nuevo argumento contra tal condición externa venía pareciendo descartada. Pero sorprendentemente D. Austin ha logrado reabrir el debate. Ahora bien, las características de la objeción que él levanta contra el externalismo redundarán -pasamos ya a mostrarlo- en un apoyo de la triangulación, es decir, en un apoyo del particular recurso con que Lloyd explica que la exterioridad del objeto de percepción, lejos de ser contraria a los hechos, es necesaria dados los hechos.

La objeción de Austin frente al externalismo consiste en un 'experimento pensado', un caso de bizquería circunstancial, adaptativa e inconsciente. «Un sujeto con esa habilidad miraría por un aparato, con el que desde hace tiempo está familiarizado, consistente en una pantalla opaca que tendría un pequeño agujero para cada ojo. De esos agujeros salen sendos tubos que pueden ser orientados en un gran número de direcciones, y que en el momento del experimento y sin que el sujeto lo sepa apuntan ambos a un mismo punto rojo situado enfrente. El sujeto coloca sus ojos en los agujeros y mira. Y como por hipótesis él no es consciente de la dirección que cada uno de sus ojos toma, no se dará por tanto cuenta de que el punto que ve por el ojo izquierdo y que ha bautizado como esto, es el mismo que el punto que ve por el ojo derecho y que ha bautizado como eso»22

• La conclusión que Austin extrae es la de que así queda' demostrado que el referente de «esto» -el contenido de la percepción­no es el objeto externo. Si ese referente o contenido fuera el objeto externo, entonces el sujeto, que es perfectamente capaz de afirmar que «lo que ha llamado esto = lo que ha llamado esto», tendría que ser capaz de afirmar con la misma seguridad que «esto= eso». Pero esta segunda seguridad no la podrá tener nuestro individuo. Y a se ve por qué el argumento supuestamente prointernalista de Austin es en realidad un apoyo de la propuesta de Lloyd. En efecto, las extrañas condiciones que D. Austin tiene que imaginar para poder urdir su contraejemplo a la exterioridad del objeto son justo la negación de las condiciones que son responsables de que el organismo normal logre asignar a lo percibido el vértice tercero, y, por tanto, una localización externa a la piel. Así pues, lo que de D. Austin no admitimos nosotros no es su exposición del caso de los dos tubos: El que se den las condiciones de tal experimento pensado (¡esa inconciencia de en qué estado de bizquería se está!) es sólo un supuesto de trabajo, y como tal lo aceptamos (otra cosa distinta es que nos gusten o, por el contrario, nos cansen ya un poco, los 'experimentos pensados'). Lo que

22. Austin, D., 1990, pp. 20-23.

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de verdad rechazamos se encuentra descrito en la siguiente línea: «Es duro comprender cómo la necesidad de un dispositivo (como espejos, lentes, o como nuestros dos tubos) podría reducir la efectividad del ejemplo»23

• En efecto, esa comprensión cuya ausencia («es duro comprender», hemos leido) le sirve a Austin para intentar poner a salvo su conclusión internalista, ya no está ausente sino presente: La tenemos en Lloyd.

Otro apunte a favor de la explicación triangulatoria se nos vendrá a las manos en cuanto miremos panorámicamente a la biología animal. La dualidad de canales que preconiza Lloyd, ¿no encaja acaso con el hecho de que la simetría bilateral se va haciendo cada vez más preponderante conforme la cadena evolutiva asciende? No hay duplicidad para todos los órganos, pero sí que la hay para los órganos sensoriales y motores. En cambio, en los vegetales no encontramos nada semejante a la simetría bilateral animal: aunque cada hoja aisladamente puede presentarla (seguramente por causas mecánicas a lo D' Arcy Thompson), el organismo vegetal, el organismo sin percepción ni movimien­to, no lo hace. Pero atendamos -ello es aún más importante- a cómo culmina la simetría bilateral animal, a cómo su encarnación más acabada es la dualidad hemisférica de los cerebros anteriores al hombre. Los hemisferios del cerebro animal se reparten la tarea con arreglo al criterio de la contralateralidad: a cada uno de ellos le corresponde el control aferente primario y eferente del lado opuesto del cuerpo. Por supuesto, Lloyd es consciente de que su propuesta encaja con la dualidad de hemisferios cerebrales24

• Si nosotros hemos querido dedicarle a esta idea el presente párrafo, es porque después nos interesará el haberle dado más énfasis del que le da Lloyd.

1.4) Intentando acercar la 'psicología sintética' de Lloyd a lo biológico.

El título de un apartado del libro de Lloyd reza «¿Puede ser realmente tan simple la representación?»25

• Todo lo que se dice en ese apartado es inobjetable, pero sin embargo no evita que la propuesta de Lloyd, al fin y al cabo inspirada en los «vehículos» de Braitenberg, siga dejando descontento a cualquiera que no esté dispuesto a acallar la convicción que todos tenemos sobre lo que es un animal. En efecto, el dispositivo tiiangulatorio que en su libro se nos describe proporciona, sí, el tercer vértice, pero ¿a quién? Nosotros no vamos en absoluto a rechazar la aportación que esa propuesta constituye, pero sí queremos reconocer sus limitaciones, y preguntarnos si podría ser extendida de modo que se acercara a lo biológico26

23. Austin, D., 1990, pg. 26. 24. En la sugerencia «Transductores cruzados podrían dar lugar a conexiones cruzadas» (Lloyd, 1989, pg.

59 y nota 1 del tercer capítulo), hay en efecto una alusión a la contralateralidad que rige la especialización hemisférica animal.

25. Lloyd, 1989, pg. 83. 26. El acercamiento a lo biológico está ahora haciéndose un hueco junto al enfoque -procesamiento de

infonnación- que en los años 70 dominaba casi absolutamente. Véase Neumann, O., «Introduction», en

Las dos triangulaciones 35

Creo que para la línea toda de la 'psicología sintética' (sintética en el sentido en que se dice 'caucho sintético') y de la inteligencia artificial, podría ser muy beneficioso el que sus seguidores se plantearan el considerar la percepción y acción de los animales como instrumentos generados a partir de -y para el servicio de- algo más básico. En efecto, con ese planteamiento se podría ya uno librar de la necesidad de escoger entre opciones tan poco atractivas como la de escamotear del nivel perceptivo la conciencia27

, o la de postular que ésta aparece allí de modo repentino e inexplicable, o la no menos desesperada de intentar derivarla del ejercicio triangulatorio mismo. Pero ¿por qué el retroceder a un escalón anterior va a facilitar las cosas?, ¿cómo se resuelve el nuevo problema que así se plantea, es decir el problema de cómo ese grado superprimario de conciencia aparecería en los niveles anteriores a la capacidad perceptiva? Aunque no lo podamos resolver, el nuevo problema es ya más glosable al menos. Cuando al tropismo vegetal, punto en el que no habría aún absolutamente nada de conciencia, se le añade la capacidad animal de actuar, entonces el tropismo debe transmutarse en un recurso azuzador de la acción, y así es como aparece la pauta consumatoria animal (o deseo entendido en el sentido más primario, es decir, deseo sin evocación de lo deseado). Pues bien, la pauta consumatoria con sus sensaciones de satisfacción y de azuzadora insatisfacción constituiría el grado primero de conciencia, grado que puede darse en el nivel meramente subrepresentacional, o, dicho de otro modo, anterior a la percepción. Pero ese grado primario de conciencia no se pierde, sino todo lo contrario, cuando surgen, para servir de guía a la acción, las percepciones. Lo que estamos queriendo sugerir, por confusamente que sea, es que una reconstrucción en esa línea, siendo, como la quería Lloyd, 'desde abajo', no dejaría ya, sin embargo, escapar ese ingrediente imprescindible de la percepción que es la conciencia. La capacidad animal de desplazamiento y búsqueda necesita ser puesta en marcha por una sensación de insatisfacción (o de vacío determinado que pide relleno), y ser desconectada por una de satisfacción, y en tales sensaciones estribaría el grado ínfimo de conciencia. Y las percepciones -grado segundo de conciencia- originariamente surgieron con la función de que el organismo supiera hacia dónde debía desplazarse para conseguir rellenar la pauta consumatoria28 que en ese momento estuviese clamando por ser satisfecha.

Neumann, O. y W. Prinz (eds.),Relationships Between Perception andAction: Current Approaches, Springer­Verlag, 1990.

27. Si algún lector quisiera reservar el término 'conciencia' para la humana, le ruego, por favor, que lo sustituya a lo largo de todo el apartado 1.4. Nada más lejos de mi pensamiento que el intentar negar la exclusividad humana de las capacidades del nivel más superior.

28. Hay dos clases distintas de deseo, muy alejadas una de otra por sus niveles evolutivos. La clase superior de deseo, en el que se evoca el objeto deseado, y que es, por tanto, posterior a alguna percepción de tal objeto, ha sido muchas veces la única tenida en cuenta (Es, por ejemplo, la única que considera Searle, y de ahí que considere al deseo como no primario biológicamente -pg. 36, y también 105-). Pero desde que Lorenz, descartando la pseudosolución narcotizadora que podía encontrarse en el término 'instinto', se preguntó cómo animales perceptivamente novatos son capaces de buscar el estímulo adecuado y de reconocerlo cuando lo

36 Teresa Bejarano

Para acabar nuestra propuesta de añadido a Lloyd, puntualicemos que, dentro de ese marco, la percepción, para lograr conectar su contenido con una pauta consumatoria innata (pautas consumatorias innatas serían siempre las metas últimas de todo deseo animal) necesitará, salvo en los limitados y simples casos de señales desencadenantes innatas, apoyarse en una asociación condicionada, y ello aunque la cualidad percibida sea realmente del objeto. Es decir, el sonido (campanillazo) de la carne del experimento pauloviano no habría necesitado un procesamiento especial ni superior al exigido por cualidades menos chocantes de la carne. Todas ellas, las normales lo mismo que la extraña y coyuntural, dependerían del aprendizaje, en el sentido de que sólo gracias a éste llegarían a vincularse con el deseo innato del alimento, es decir, con una pauta consumatoria originariamente ajena a todo contenido empúico, pero cuyo perfil bien definido bastó para discriminar el estímulo apropiado que encajaría allí29

• Los autores que, por el contrario, prescinden de las pautas consumatorias y consideran que el deseo ha de ser siempre secundario a la percepción -siempre deseo de algo que, percibido anteriormente, es evocado mientras es objeto de deseo-, esos autores, repito, no tienen más opción que, o bien la que vimos en Lloyd, de escamotear a las percepciones su rasgo de actividad consciente, o bien postular al nivel perceptivo el surgimiento a partir de cero de una conciencia ya relativa­mente desarrollada, como lo es la que acompaña a la percepción animaPº.

En la reconstrucción desde abajo que acabamos de sugerir, la conciencia perceptiva estaría, en cambio, separada de lo inerte por dos escalones -el tropismo vegetal, primero, y el deseo animal primario (o sea, deseo sin evocación de lo deseado), después-. Y, por tanto, lo que estamos criticando a Lloyd no es que su explicación opere desde abajo -»from bottom to up», como se lee en el título de Lloyd, 1987- sino, justo al contrario, que, al seguir esa dirección, no lo haga desde suficientemente abajo (abajo en lo evolutivo). Aunque sean tan desmañadas las sugerencias que acabo de hacer, creo que podrían contribuir a que no todos los defensores de la conciencia frente a enfoques como la psicología sintética o la inteligencia artificial, no todos al menos, repito, se vean obligados a rechazar completamente la propuesta de Lloyd, que es una propuesta a la que nosotros recurriremos en nuestros intentos de aclarar la triangulación superior.

11) LA TRIANGULACIÓN DE NIVEL SUPERIOR

Davidson invocó la idea de una triangulación para explicar cómo podría uno venir a tener el contraste 'creencia subjetiva/ verdad objetiva'. Según él, cuando a través del

hallan, no podemos ya desatender la clase más primaria de deseo, el que consiste sólo en que una pauta consumatoria innata se activa como meta y pide ser rellenada.

29. Si en la paradoja de Menón se distinguen dos posibles lecturas, respectivamente interesadas en la búsqueda instintiva, y en el preguntarse humano, entonces podríamos decir que Lorenz elaboró la solución para el primer nivel.

Las dos triangulaciones 37

lenguaje, dos criaturas pueden comunicarse sus creencias sobre una misma cosa, es cuando pueden así llegar al concepto de verdad intersubjetiva como opuesto al de creencia subjetiva. Nosotros aquí vamos a inspirarnos en esa propuesta de Davidson, pero vamos también, como en la Introducción ya se adelantó, a modificar algunos de sus aspectos. En nuestra reformulación el elemento clave ya no será la coincidencia o acuerdo entre la creencia ajena y la propia, sino, justo al contrario, el desacuerdo; y correspondientemente, el resultado de la triangulación, o sea, el tercer vértice, ya no será una verdad conseguida, sino sólo la capacidad de interrogarse siempre por la siempre inagotable realidad en sí. Pero antes de pasar a tal reformulación, conviene que decidamos sobre un asunto previo.

11.1) ¿Aceptamos o no un supuesto que aparece en Davidson y que proporcionaría una base firme a la propuesta reformulada?

Las denominaciones de 'creencia' y 'pensamiento', Davidson las reserva para lo proposicional, es decir, para lo que, dependiente del lenguaje, tiene los rasgos de sintáctico y conceptual. De entrada, eso podría parecer sólo una decisión terminológica, podría interpretarse meramente como que él, queriendo reservar la designación de 'pensamiento', no la emplea para lo que nosotros llamaríamos pensamiento prelingüístico. Pero ¿está totalmente claro que él reconozca que los animales son capaces de lo que nosotros llamaríamos pensamiento prelingüístico? ¿Cómo debemos entender la afirmación de Davidson31 sobre la .semejanza entre atribuir pensamientos y deseos al misil y atribuírselos al animal? Para nosotros, esa afirmación no sería aceptable más que si se la entiende sólo como un modo de subrayar la inadecuación de nuestro hablar proposicional tanto a un caso como a otro. Pero no es seguro que Davidson se abstenga de otra interpretación más fuerte. Después de todo, algunos de los autores que actualmente hablan del pensamiento animal, lo conciben como una formulación en menta/ese o sea, en un supuesto lenguaje del pensamiento, que, como tal lenguaje, sería conceptual y sintáctico; y el sensato distanciamiento frente a tales opiniones podría haber empujado a Davidson a ese otro rechazo -¡nada de pensamientos animales!-, que ya para nosotros

30. Esa segunda postura es la de muchas requisitorias contra la inteligencia artificial o psicología sintética. (No me estoy refiriendo a Searle: éste, aparte del objetivo de polemizar contra la Inteligencia Artificial, tiene también el de proponer el internalismo y defenderlo contra la Tierra Gemela). Para poner un ejemplo completamente típico, podríamos mencionar a Mendonc¡:a, W.P., «Brain and Mind: On the consequences of Conceptual Confusion in Cognitive Psychology», Epistemología, XI, 1988, pp. 29-54. En efecto, ahí se denuncia una y otra vez, y siempre con toda razón, que «las descripciones de la percepción como ternplate (or rninitemplate)-rnatching dejan escapar, no sólo la exterioridad del objeto, sino también al percipiente» (y esto segundo, añado yo, ya no lo recupera Lloyd). Pero Mendonc¡:a no añade nada para intentar hacer más explicable la conciencia perceptiva.

31. Davidson, 1982 (véase arriba, nota 1) pg. 323.

38 Teresa Bejarano

sería excesivo e injusto. Además, Avramides, 198932, p.e., da por sentada la lectura

fuerte: «Davidson, 1982, sostiene la chocante opinión de que los animales carecen de toda clase de pensamiento».

Pues bien, davidsoniano o no, ese supuesto, el de que los animales no tendrían lo que en cierta terminología podría llamarse pensamiento prelingüístico, debemos noso­tros calibrarlo con todo cuidado. Para ver por qué ese punto importa tanto para nuestra reformulación, podemos aprovechar unas líneas de Davidson, 1982: «La sorpresa (p.e., creer tener una moneda en el bolsillo, y en el momento siguiente comprobar que el bolsillo está vacío) requiere un contraste entre lo que yo creía y lo que creo, de modo que si resulto sorprendido, vengo a creer que mi creencia original era falsa»33• Como se ve, si nosotros decidimos que los animales tienen pensamientos, se nos planteará en seguida la cuestión de si la sorpresa tal como nos la describe Davidson se dará o no en los animales. Y esta cuestión ya afecta directamente a nuestra propuesta reformulada. En efecto, de lo que decidamos en esta nueva encrucijada, dependerá si podremos o no seguir proponiendo que es sólo por la comunicación lingüística como se accede por primera vez34 a un contenido mental contradictorio con el propio, y de ahí al tercer vértice reformulado. Pero ese dilema, y su posible amenaza para nuestra propuesta, no se nos plantearía, repito, si de acuerdo con el mencionado supuesto, negáramos pensamientos a los animales.

Sabiendo ya a lo que atenernos, vamos aquí, con todo, a admitir el que los animales tienen pensamientos. Y entonces, para defender, como es nuestro propósito, la exclusividad humana del acceso al contraste 'creencia equivocada/ realidad', tendremos que en­frentarnos a una alternativa que, si bien difícil de probar, es, hoy por hoy, también difícil de desmontar, la de conceder auténtica sorpresa a los animales que acaben de ver frustrada una expectativa suya. Esa alternativa está precisamente presentada y defendida en Avramides, 1990, pg. 121-123: <<El animal con capacidad de aprender de sus propios errores, el animal 'educable' en la terminología de Bennett, sería capaz de acceder en cierta manera al contraste entre objetividad y subjetividad, y, por tanto, el acceso a este contraste sería una cuestión de grados».

Cuando un animal en un determinado momento ve desmentida por su percepción su creencia inmediatamente anterior, ¿es o no el caso de que ese animal en ese momento esté viniendo a considerar falsa su creencia anterior -a considerarla .una mera creencia

32. Avramides, 1989 (véase arriba, nota 19), pp. 117-119. 33. Davidson, 1982, pg. 326. 34. La comunicación lingüística sería indispensable sólo y únicamente para la constitución del tipo de

proceso que es el acceso al contraste 'subjetivo/ objetivo', En efecto, una vez constituido tal tipo, podrán ya en adelante darse casos de acceso intrapersonal, es decir, ajeno a la comunicación (aunque seguramente nunca ajeno al lenguaje). Pero el que haya una gran separación entre las exigentes condiciones que son necesarias para la génesis primera, y aquellas otras condiciones, mucho más laxas, que bastan a los casos 'que viven de las rentas', ese hecho no es sino la norma general. ·

Las dos triangulaciones 39

subjetiva no adecuada a la realidad-? La respuesta a ese interrogante creo que tendrá que esperar a los resultados futuros de las ciencias empíricas. Y de aquí que nosotros estemos desde el principio planteando la triangulación de segundo nivel como dependiente de una premisa aún no asentada35

• Pero vamos a intentar al menos glosar un poco la cuestión36•

Un rasgo que evidentemente tienen las percepciones animales es la advertencia de lo que es nuevo respecto al momento anterior. Ahora bien, esa puesta a punto de la 'captación del entorno' (o 'mapa cognitivo'), ¿cómo es llevada a cabo por el animal? Si resultara que la advertencia de la novedad de unos rasgos basta para que los otros rasgos, los que han permanecido, mantengan como activada en la mente del perceptor la percepción antigua y obliguen, por tanto, a éste a constatar la falsedad presente de tal percepción, si ése fuera, repito, el futuro dictamen de las ciencias empíricas, entonces el animal sería capaz de acceder al contraste. Si, en cambio, se comprueba que la advertencia de las novedades se produce sin romper la unidad de la percepción, su unicidad de momento atencional, entonces no habría lugar para ninguna consideración (ni, yendo a lo que nos interesa, para ninguna constatación de la falsedad) de una creencia anterior. Traer aquí a colación lo que sobre el 'fondo' como mero soporte de la atención a la 'figura' se dijo en la escuela de la Gestalt sería, hemos de reconocerlo, demasiado vago e infundamentado37

Así que, como ya hemos dicho, todo esto debe quedar a la espera de las ciencias empíricas, que, o bien, para contento nuestro, descartarán, o bien, por el contrario, confirmarán la vía prelingüística e intraindividual como un acceso al contraste 'creencia subjetiva/ realidad objetiva'.

35. Eso es deducir a partir de una hipótesis, pero no se da aquí el caso de que la conclusión sea una predicción más fácil de observar que la hipotética premisa. Pero entonces, si las conclusiones que nosotros obtenemos a partir de nuestra premisa hipotética no son en absoluto más comprobables que ésta, ¿para qué obtenerlas? Lo primero que se me ocurre responder es que el asunto sobre el que tratan es máximamente interesante (en eso, en interés, sí que se ha ganado al avanzar de la premisa a la conclusión), pero así no estoy justificando nuestro movimiento, sino en todo caso explicando qué -la vocación filosófica, o como quiera llamársela- es lo que me empuja a mí a hacerlo. Afiado, pues, que el extender y glosar la hipótesis de partida, por más que sea sin hacerla directamente comprobable, acrecienta de todos modos la posibilidad de que esa hipótesis llegue a establecer contacto con otras que, si la suerte ayuda, podrían incorporar elementos ya más asequibles a la investigación empírica.

36. Como en seguida se advertirá, la cuestión es la de si el pensamiento es necesariamente sintáctico o no, o dicho de otra forma, si acierta Fodor con su mentalese, o. por el contrario, aciertan quienes creen (p.e., Sinha, Ch., Language and Representation: A socio-naturalistic Approach to Human Development, Harvester, V orces ter, 1988, pg. 64) que «los seres humanos, como otras especies proceden en la mayoría de las ocasiones, por conocimientos o reconocimientos 'simples', que no necesitan recurrir continuamente a representaciones discursivas o actitudes proposicionales».

37. Y seguirá desgraciadamente siéndolo incluso aunque traigamos a colación la sugerencia de Cornsweet (citado por van der Heijden, en Neumann y Prinz, eds. Relations between perception and action, Springer­Verlag, Berlín, 1990, pg. 220) de que una de las funciones de la inhibición lateral sería la de suprimir los estados fijos, las noticias viejas.

40 Teresa Bejarano

Pero añadamos todavía otra glosa. Como se mencionó líneas arriba, la posibilidad del acceso animal es aceptada por A vramides, quien para ello se inspira en aquel concepto de 'educabilidad' que usó Bennett. De descartar esa alternativa, nosotros somos incapaces -ya el lector sabe tan triste realidad-. Pero lo que sí haremos es subrayar las malas consecuencias que para el propósito principal del librb de A vramides tiene el aceptar esa posibilidad. El propósito fundamental de A vramides es defender una concepción de la mente -<<una concepción subjetiva que una las perspectivas de la primera y la tercera persona»38-. Para nuestra autora, la clave está en considerar que «lo que el intérprete observa no es mera conducta física, sino conducta impregnada de mentalidad, conducta mentalísticamente considerada, en definitiva, conducta interpre­tada»39. Y esa idea de Avramides me parece, por cierto, muy acertada. La imitación terciaria (o comprensión de la interioridad de un modelo externamente percibido), que es con lo que, adoptando terminología piagetiana, yo vendría40 a identificar esa «inter­pretación de conducta ajena», es precisamente una de las características que distinguen a los monos, y, dentro de éstos, principalmente a los más evolucionados. Parece, pues, sensato suponer que a la altura de esas capacidades faltaría ya sólo un pequeño paso (en el apartado 11.3 hablaremos de esto) para llegar a lo humano, y que, por lo tanto, la idea de A vramides es un paso por el buen camino. Pero al final del libro, la autora tiene el mérito de saber plantearse una autoobjeción: «¿Por qué no va a ser correcta una concepción subjetiva de la mente que se restrinja a la primera persona y prescinda de hacer referencia a la tercera persona?». Y a eso no puede propiamente replicar: «Con­fieso que soy incapaz de probar que esa objeción esté equivocada»41

Pues bien, yo creo que, si se admite aquella premisa que está pendiente de confirmación por las ciencias empíricas, entonces sí será posible replicar a esa objeción. Pero, en cambio, si, como Avramides sostiene, se considera que sería ya 'subjetividad de primera persona' aquélla conseguida sin antecedente alguno de mediación interindívidual, es decir, si se acepta el acceso prelingüístico e intraindívidual al concepto de subjetividad como opuesto al de realidad objetiva, en esos supuestos, no habrá esperanza ninguna de poder defender esa síntesis de los puntos de vista de primera y de no-primera persona que con tan buenos ojos vemos que Avramides propone para su concepción subjetiva de la mente. Pues tal esperanza a mi entender42

, puede estribar sólo en lo siguiente: subjetividad de primera

38. Avramides, op. cit. pg. 159. 39. Ibidem, pg. 157. 40. En «Interpretación de proferencias e imitación», Thémata, I 992, nº 2, he propuesto que la recepción

del lenguaje en todos sus niveles -a empezar por la descodificación fonémica, hasta llegar a la captación de las intenciones de la proferencia- estaría siempre pivotando sobre la imitación -por parte, claro está, del receptor- de aquella interioridad del hablante -interioridad cinestésico-motora, o de pensamiento o de intención- que habrá dado lugar a la conducta verbal en cuestión.

41. A vramides, op. cit. pg. 159 42. En «Sobre la génesis de la conciencia de sí mismo», Thémata, nº 6, 1989, pp. 23-44, intenté en ese

sentido plantear cuál podría ser la génesis de la conciencia -de la conciencia exclusivamente humana, esta vez.

Las dos triangulaciones 41

persona no podría surgir si no se establece una separación dentro de la interioridad indiscriminada primitiva entre el pensamiento propio del sujeto y aquel otro pensamiento que, habiéndole llegado al su jeto, no puede por incompatibilidad ser aceptado como propio por éste, sino que ha de ser asignado a un tú opuesto al yo del sujeto (En seguida, en cuanto pasemos a refonnular la descripción davidsoniana original del segundo vértice, se argüirá en favor de eso).

11.2) Propuesta de Davidson y propuesta reformulada. Los vértices segundo y tercero de la triangulación superior.

Al principio del presente trabajo hemos dicho que, comparada con la propuesta original de Davidson, la reformulada que aquí se presenta incide en un hito más básico y en una frontera más importante. Para mejor ver eso, debemos fijarnos en cómo es la situación propia de la triangulación inferior. A esas alturas, el pensamiento-el contenido mental acerca de algo-no ha empezado todavía a considerarse a sí mismo un pensamiento subjetivo. Al principio, antes del acceso al nivel superior, no hay todavía idea alguna del contraste 'pensamiento / realidad'. El término 'egocentrismo adoxástico', tal como lo define Earle, 198843 , me parece perfecto para definir esa etapa. Pues bien, ¿qué es necesario para superar ese punto de partida, para romper el egocentrismo adoxástico? En ese punto no se adelantaría nada con que el sujeto encontrara acordes su propia creencia y la conducta de otros: ¿qué falta le hace ningún respaldo a quien no distingue todavía entre su pensamiento y larealidad? Por eso, el respaldo intersubjetivo y la triangulación toda de Davidson no describirían la ruptura del egocentrismo adoxástico sino un momento posterior, estarían en suma atendiendo a un avance bastante alejado ya de la frontera por la que lo humano se separa de lo animal. Para superar el nivel inferior y atravesar así la frontera decisiva, es la triangulación de la propuesta reformulada lo que se necesita.

Nos dedicaremos ahora a profundizar en los vértices segundo y tercero de nuestra reformulación. El apartado próximo (el 11.3) estudiará la cuestión de cómo el segundo vértice puede constituirse dentro del sujeto o, dicho de otra forma, cómo el sujeto puede llegar a pensar un pensamiento mientras, y a la vez, que se abstiene de creerlo. Y justo ahora, en el presente apartado, nos vamos a ocupar del tercer vértice. Pero antes retomemos lo que en la introducción se expuso sobre la propuesta reformulada. El tercer vértice sería la realidad en sí, a la que el sujeto puede apuntar, pero de la que al mismo tiempo reconoce que va más allá de todos los rasgos que de ella haya ya pensado. Y esa relación-que, por más que no sea una de dominio cognitivo, es real y efectiva-, el sujeto no podría establecerla sin contar con el segundo vértice, o, lo que es lo mismo, sin haber . antes logrado captar un pensamiento ajeno contradictorio con el suyo propio.

43. Earle, W. J.: «Thoughts and Beliefs», Diálogos, 50, 1987, pp. 57-72.

42 Teresa Bejarano

En efecto, el segundo vértice -el pensamiento ajeno-, que, al contrario de lo que era el pensamiento, o contenido perceptivo, propio del sujeto, es ya una realidad externa al sujeto, resulta, no obstante, todavía cognitivamente poseíble en principio para el sujeto. Y así, a través de esa particular realidad externa que, entre todas las realidades externas, es la única que el su jeto puede poseer cognitivamente en sí misma, sólo, repito, a través de ese segundo vértice, sería como el sujeto puede llegar a apuntar a las otras realidades externas, por más que no pueda nunca, claro, acabar de poseerlas cognitivamente en sí mismas. El esquema formal brindado por la frase «Si no amas a tu hermano al que ves, ¿cómo vas a amar a Dios, al que no ves?» ( 1, Juan, 4, 20) sería, pues, utilizable para describir el proceso de la triangulación superior reformulada: Si no atiendes a la interioridad del otro, que es algo que puedes conocer, ¿cómo vas a apuntar a todo lo que está más allá de lo que conoces?

Con el tercer vértice reformulado tiene que ver, ya lo adelantamos en la Introducción, la capacidad de interrogarse por cómo será en sí misma la realidad. Ese interrogarse sería, a mi entender, exclusivo del ser humano. Mientras que la expectación animal se reduciría a aguardar la percepción venidera, el preguntador humano, en cambio, enfoca rasgos no conocidos que, cualesquiera que sean, él sabe que están ya presentes en la realidad a la que en ese momento está atendiendo44

• Pero en este punto conviene distinguir entre la interrogación dialógica y esa capacidad de la que estamos tratando. Cuando preguntamos a otra persona, (en los casos normales, o sea, dejando aparte aquéllos otros, como el de las preguntas de examen, que sólo secundariamente pudieron generarse), no tenemos todavía por qué estar teniendo conciencia de la diferencia entre el pensamiento, que nosotros suponemos acertado, de esa persona y la realidad misma. En ese sentido, no debemos identificar la interrogación dialógica y la capacidad que hemos propuesto que sería el resultado de la triangulación superior reformulada. Pero tampoco debemos olvidar su estrecha relación. Primero, porque lo verdaderamente difícil estribaría en apuntar a algo distinto de la percepción propia, presente o venidera: una vez dado ese paso, ya no puede tardar el siguiente, el de darse cuenta de que también los interlocutores de uno tienen lagunas cognitivas. Y en segundo lugar, porque la interrogación dialógica ya consigue algo que es vital para toda interrogación, a saber, el lograr apuntar con precisión al desconocido objeto de la pregunta.

Veamos ese logro un poco más despacio. Está claro que aprovechando el papel sintáctico de la incógnita (Juanito ha comido x /¿Qué ha comido Juanito?), se puede

44. El hecho de que en la pregunta pueda a veces utilizarse el futuro -'¿Quién será el asesino?, ¿Quién resultará ser?'-, no obsta para que, contraponiéndola a la expectación del animal que espera ansioso una percepción decisiva, digamos que la interrogación humana enfoca rasgos desconocidos pero ya presentes. Por mucho que la resolución o respuesta sea un episodio todavía no sucedido (y ese nivel epistémico es el que se refleja en el futuro de los ejemplos), con todo, el interrogador está apuntando al individuo que ya ha cometido el crimen.

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describir ésta. Y en ese sentido, podemos decir que el interrogador piensa el objeto de su interrogación. Pero en otro sentido, también está claro que aquello que se busca en la interrogación no ha sido captado todavía por quien está buscándolo. Cuando en un caso policíaco aún sin resolver, pero en el que ya se ha descubierto que el crimen fue cometido por una sola persona, alguien dice «el asesino», ese alguien está apuntando a una y sólo una persona: tiene justo la dosis suficiente de sabiduría para lograr eso45

• De las demás cualidades del asesino no se sabe nada, y sin embargo -aquí está la gran hazaña- en la interrogación se está apuntando a todas esas cualidades desconocidas46• El objeto de la interrogación está, pues, fuera de la zona controlada por el pensamiento, y a la vez, sin embargo, estaría siendo enfocado por el pensamiento. Justo igual que en la triangulación inferior o perceptiva, pero a un nivel revolucionariamente distinto.

Así, aunque nosotros seguimos rechazando como absurdo cualquier clase de 'realismo metafísico' que requiriera un punto de vista externo desde el cual comparar las creencias propias con el mundo, afirmamos, sin embargo, que el ser humano puede apuntar con su pensamiento a la realidad en sí que está más allá de las creencias, tanto individuales como intersubjetivas. En ese apuntar, eso sí, tal realidad estaría sólo como tercer vértice, o vértice externo a la zona de control. No tenemos de esa realidad en sí nada parecido al dominio que tenemos de nuestras creencias (de nuevo, tanto individuales como intersubjetivas: nuestra triangulación contempla algo distinto que la de Davidson). Pero como meta de algunas capacidades nuestras, la realidad en sí puede ya ser algo con lo que tengamos relación, y no sería, pues, 'inhumana'.

Además de la capacidad de interrogarse, que es la que hasta ahora hemos mencionado, también el amor tendría como meta la realidad en sí. Podemos sugerirlo con unas consideraciones que hace Sousa, 198747

• En un punto de su libro habla, en efecto, del intrigante problema que se puede llamar «de Alcmena, en honor de la fiel esposa de Anfitrión, a la que Zeus fue capaz de seducir sólo cuando tomó la forma de Anfitrión. Nosotros tendríamos que asumir que Zeus consiguió una apariencia del todo convincente: adoptó, aunque sólo temporalmente, claro, y en cierto sentido estricto permaneciendo

45. En «Sobre la negación: En busca de un nuevo argumento contra el origen intrapersonal de ese tipo de pensamiento», Pensamiento, nº 128, vol. 47, 1991, pp. 469-479, y más concretamente en su apartado V, trato también sobre la interrogación, pero poniendo el énfasis mayor en otro aspecto distinto al que aquí nos interesa.

46. En Corradi Fiumara, Gemma, The other side oflanguage: A Philosphy oflistening, Routledge, New York, 1990, se polemiza contundentemente contra las alabanzas que la tradición hermenéutica ha prodigado a la pregunta. «¡Cuántas veces una pregunta no está predeterminando, con una autosuficiencia imperialista y arrogante, la respuesta que va a recibir! ( ... ) Las preguntas pueden muy bien no tener nada de apertura ni de disponibilidad humilde ante el otro o ante la realidad( ... ), aunque, por supuesto, queda siempre la posibilidad de que la respuesta eluda la naturaleza restrictiva de la pregunta» (pp. 34-37). Los reparos de Corradi son oportunos, pero de todos modos, sigue siendo verdad que el núcleo de la interrogación es una conciencia de la propia ignorancia, y un aspirar hacia algo que está más allá de cuanto uno controla cognitivamente.

47. De Sousa, R.: The rationality of emotion, Cambridge, MIT, 1987.

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síempre Zeus, todas las propiedades de Anfitrión. Así, el hombre que aquella noche Alcmena amó era, por hípótesís, cualitatívamente el mismo que su marido, aunque no el mísmo numéricamente. Pero, sí Alcmena amaba a su esposo, ¿no era ello por las cualidades de éste? No estoy queriendo implicar que las cualidades de éste tuvieran que haber sído todas amables. Lo que ella amaba acerca de él podía haber sido algo bastante desprovisto de mérito. Sin embargo, tiene que haber habido algo que ella amara en él, y cualquier cosa que esto fuera, Zeus lo tenía. Esto implica aparentemente que su deseo de ser fiel en aquellas circunstancias (o el disgusto que no haberlo sido le provocó cuando descubrió al fin la verdad), es sólo compatíble con un amorque es literalmente irracional por completo. Pues cualquier razón que ella tuviera para amar a Anfitrión, por sutil que esa razón fuera, tenía que referirse a alguna de las propiedades de éste. Y, por hipótesis, Zeus las tenía todas.» (pg. 8). O también, sobre un ejemplo tomado de una novela de ciencia-ficción, y con una añadidura muy valiosa -el paréntesis-, que lanza un cable a nuestro anterior punto de la capacidad interrogativa: «El doppelgiinger es idéntico a su modelo, incluso por el hecho de que aquélla ante quien el doppelgiinger aparece, no lo conoce todo acerca de él, lo mismo que no lo conocía todo acerca del modelo (Sí el doppelgiinger no pudiera sorprenderla, entonces no sería convincente. Cualquier per­sona real que tú conozcas, te proporcionará algunas sorpresas)» (pp. 99-100).

11. 3) La captación de la creencia ajena: ¿Cómo se llega, en la triangulación superior, al establecimiento del decisivo segundo vértice?

La creencia ajena, la capta el sujeto observando algún tipo de conducta del otro, eso es claro. La cuestión es qué clase de conducta48

• ¿Qué es necesario para que a un sujeto le llegue una creencia ajena distinta a la que él alberga sobre justo la misma cosa?

Empecemos por señalar que si yo, estando convencida de que la mesa en la que estoy escribiendo es cuadrada, oigo que alguien me dice: 'La mesa en la que estás ahora escribiendo es redonda', captaré la contradicción entre los dos pensamientos -el mío y el ajeno-. El lenguaje con predicación bastaría, pues. Pero ¿podríamos arreglarnos con menos?

La comunicación lingüística sin predicación (y, por tanto, sin necesidad de sintaxis) puede también conseguir el mismo resultado. Pensemos en las peticiones e llamadas de una sola palabra, que constituyen, por cierto, los primeros mensajes que sor dominados por el niño -los primeros no sólo a nivel de producción, sino tambié1 receptivamente49

-. ¿Acaso el oyente de una llamada no queda informado de que e

48. En Avramides, 1989, op. cit., obtenemos el requisito de que la conducta habrá de poder ser interpreta( e «infundida con mentalidad». Estamos de acuerdo, pero hay que seguir precisando más.

49. Ver mi «Adquisición del lenguaje y antropología», Diálogo Filosófico, nº 19, Enero/ Abril 1991, p 32-45, concretamente el apartado I, c.

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hablante cree que el individuo llamado está cerca ~lo suficientemente cerca como para oir la llamada-? ¿O, en el caso de la petición, informado de que el hablante cree que quedan existencias de lo pedido? Pero esa creencia que así le llega al oyente puede estar en contradicción con la propia creencia del oyente sobre el paradero del individuo llamado, o sobre el estado de las reservas del material pedido.

Pasamos ahora a otro caso. Una sola palabra, pero de función predicativa, o sea, una predicación cuyo sujeto está elíptico pero puede ser proporcionado por la situación física o el contexto de su emisión. Es indudable que nosotros, adultos muy alejados del momento de la constitución histórica del lenguaje, podemos captar también ahí una opinión ajena contradictoria con la propia. Lo único que, eso sí, cabe añadir es que, aunque en apariencia esas producciones son tan simples como las del caso anterior (una sola palabra en los mensajes para pedir o llamar, y una sola palabra en estas predicaciones truncadas), sin embargo su aparente simplicidad involucra la sintaxis, a diferencia de lo que sucedía antes -diferencia esta que es importante cuando lo que uno se plantea es el origen del lenguaje50-. En efecto, esas predicaciones de una sola palabra son posibles sólo gracias a la vertiente morfosintáctica -risa vs. reir, o, para dar un ejemplo que conecte con la descripción por Luria51 del «Arre» del niño holofrástico,jinete vs.cabalgar52

Hasta ahora, pues, hemos hallado dos vías: sintaxis (en los casos primero y tercero), y entonación (es sólo de la entonación de lo que en el caso segundo pende todo el sentido de petición o llamada). Tanto la sintaxis como la entonación han de aplicarse a una palabra, a una pauta articulatorio-fonética. A la palabra, o bien se la monta sobre una pauta entonatoria cuyo significado se combina con el de ella, o bien se la enlaza con otras palabras que modifican, corrigen o completan lo que ella aisladamente significaba, pero, tanto en uno como en otro caso, lo que sufre tales procesos es una palabra (o una pauta articulatorio-fonética significativa, pues si suponemos que el segundo o más primitivo caso pudo darse ya antes de la constitución de la sintaxis, entonces en él no habría aún verdadera palabra).

Reflexionemos por qué en los tres casos tenía que ser así, por qué, para que un oyente pueda captar una creencia ajena contradictoria con la suya propia, tiene que recibir algo en donde un elemento significativo (la entonación o la sintaxis) se aplique a otro elemento significativo (la palabra, la pauta articulatorio-fonética significativa). Imaginemos que hubiera sólo un elemento significativo, sólo un término sin entonación y sin sintaxis -sin sintaxis, ni desplegada, ni tampoco del tipo latente en la vertiente morfosintáctica, al que arriba se aludió-. Lo que sucedería entonces es que la manera

50. Ver nota 4 del trabajo citado en nota 49. 51. Luria, A. R.: Conciencia y lenguaje, Pablo del Río, ed., Madrid, 1980 (Iª ed. en ruso, 1979), pg. 33

o 53. 52.Este argumento lo he usado en «Recensión de Hablando de lo que se habla, Agustín García Calvo,

Lucina, 1989»,Er, 1992.

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como el referente de ese único elemento significante vendría a ser pensado por el oyente, sería con todos y sólo los rasgos que en la opinión de éste tuviera. Pero entonces es imposible que así el oyente pueda captar nada que sea distinto de su propia creencia sobre el objeto en cuestión. Por ejemplo, si yo recibo sólo el significado 'mesa', o sólo el significado 'circular' (aunque, para suprimir, como ya se explicó, la pista morfosintáctica de la palabra aislada, deberíamos decir algo como 'redondo' /'redondel'/ 'redondear'), si sólo uno de esos dos elementos significativos sin añadidura de ninguna clase es -repito- lo que yo recibo, entonces, o bien, con el primero, entenderé la mesa a mi modo, o bien, con el segundo, captaré una idea de círculo que nunca se me ocurriría aplicar a la mesa que yo tengo por cuadrada; y naturalmente, en ninguno de los dos casos habré recibido la creencia ajena contradictoria con la mía. Por eso, para que pueda ser recibida una de creencia ajena contradictoria con la propia, es un requisito absolutamente necesario el que haya dos elementos significativos en el mensaje. Así, el que uno de ellos sea entendido según las creencias del receptor no importará, ya que después vendrá el otro elemento significativo, y con él la novedad que diferencia a la creencia transmitida por el mensaje de aquella otra creencia que sobre lo mismo tuviera de antemano el receptor.

Pero lo que con el punto anterior hemos mostrado es que, si se admite lo que hemos llamado nuestra premisa condicionada (es decir, la de que genéticamente el contraste 'objetividad/ subjetividad' se adquiere sólo mediante la captación de una opinión ajena contradictoria con la propia), entonces habrá que admitir también que el acceso a tal contraste depende de la comprensión de un mensaje que tenga al menos dos elementos significativos cada uno de ellos modificando al otro. Ahora bien, si tras eso seguimos, como manda la coherencia, manteniendo nuestro supuesto de que en el percepto prelingüístico, por mucha que sea la riqueza de detalles que se capte, no hay unidades atencionalmente independientes, entonces tenemos que decir que mensajes de esa clase no pueden encontrarse sino en el lenguaje o en actividades53 que compartan (¿hayan heredado?) de él su rasgo nuclear. Sólo sirven, en efecto, aquellos mensajes donde cada uno de los elementos significativos ha de ser procesado él solo en una primera instancia, y así, el primer elemento del mensaje puede llegar a formar un contenido mental antes de que llegue el segundo elemento y lo corrija.

53. No me refiero a actividades como la escritura, el Morse .. ., que son lenguaje sin más, sino a las artes no verbales. Estas obligarían al espectador a recibir el percepto, además de como tal percepto unitario, también como una articulación sintáctica (estoy llamando aquí articulación sintáctica a toda unidad de orden superior que integre partes que hayan cada una requerido un momento atencional independiente y no subsumido en una Gestalt unitaria).

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11.4) Unos hechos que apoyan nuestra insistencia en el parentesco entre las triangulaciones inferior y superior.

Acabamos de ver que, para que un sujeto llegue a captar una creencia ajena contradictoria con la suya propia, ese sujeto tendrá que recibirun mensaje compuesto por dos elementos que, procesados en la recepción uno con independencia del otro, lleguen a modificarse recíprocamente. En el lenguaje (seguramente, la primera actividad donde se consiguió esa dualidad de elementos) éstos son, uno, una pauta articulatorio­fonética54 significativa, y el otro, o bien una combinación sintáctica en la que el anterior elemento se integre, o bien una entonación sobre la cual éste se haya producido. Pues bien, ahora hemos de atender a cuáles son las sedes fisiológicas de la recepción de esos tres elementos -las pautas articulatorio-significativas, la entonación y la sintaxis-. Haciéndolo así, encontraremos, como el título de este apartado anuncia, un apoyo de orden evolutivo­biológico para nuestra opción de tomar en serio la afinidad entre las dos triangulaciones (y tomándola en serio, reducir -ya se sabe- la novedad de la superior al nuevo campo de aplicación del viejo esquema, y así mostrar que la única responsable directa del resultado del nivel superior sería la interpersonalidad posibilitada por el lenguaje).

Pero empecemos por recordar que los dos canales que dan lugar al primero y segundo vértice de la triangulación inferior, se plasman en definitiva en la especialización hemisférica propia del cerebro de los animales: Allí cada hemisferio está más especialmente enlazado a los receptores sensoriales del lado opuesto del cuerpo. Y recordemos también que en el cerebro humano nos encontramos además, y sobrepuesta a la anterior, otra división de trabajo entre los hemisferios. ¿Cuál es ese criterio de división que surge sólo con el ser humano? Las tareas manuales finas -o más concretamente, conformadas por aprendizaje imitativo-están bajo el control del hemisferio izquierdo (en los individuos diestros), y ello incluso si de modo penoso y forzado una tal tarea es en algún momento realizada por la mano más torpe. Y en cuanto al lenguaje, éste, tanto a nivel de producción como de recepción, se distribuye entre los dos hemisferios: El izquierdo, que a partir de Broca se bautizó como el hemisferio lingüístico, no controla en realidad sino lo articulatorio-fonético (que es también, claro está, la vertiente conformada por imita­ción), pues lo entonatorio corresponde al hemisferio derecho55.

54. Una pauta articulatorio-fonética, y, por tanto, una pauta conformada por imitación, y cuya 'comprensión perceptiva' dependería también (recuérdese nuestra anterior nota 40) de la imitación (latente a cargo del receptor, en este caso). A esto es a lo que remitíamos cuando en el apartado 11.1 dijimos que a la altura evolutiva en la que se conquista la imitación terciaria (o imitación calibradora de la interioridad del modelo), a esa altura, repito, es ya sólo un pequeño paso el que faltaría para lo humano (Ese pequeño paso -ahora podemos ya concretarlo- consistiría en la conjunción de las dos bandas, la imitativa de lo articulatorio-fonético y la entonatoria).

55. Así pues, un aspecto de la biología del cerebro - aquella particular especialización hemisférica que es exclusiva del ser humano- dependería de la imitación gracias a la cual el niño ha conformado las pautas que ha ido adquiriendo, y, por tanto, podríamos decir que no sería producto solamente de la biología. Ese es justo

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Dado que en el anterior párrafo no se ha hablado todavía de la sintaxis, lo que ahora, sin más elaboración, podríamos conseguir es bien poco. Pero, de todos modos, descri­bamos ese poco. En el tipo más primitivo de mensaje con dos elementos, o sea, en los mensajes de petición o llamadaholofrástica, cada uno de los dos elementos significativos corresponde a un hemisferio. La recepción de lo articulatorio-fonético es incumbencia del hemisferio izquierdo. La entonación será recibida en un primer momento por el hemisferio derecho, y sólo después, aplicada al resultado de la comprensión de la pauta articulatorio-fonética para, integrándose con ella, modificarla. Habría, pues, dos momentos diferentes en la comprensión de la pauta articulatorio-fonética: en el primer momento, sin colaboración todavía del hemisferio derecho, esa pauta llevaría a la activación de la creencia propia del sujeto, pero, en el segundo momento, cuando ya haya llegado, vía cuerpo calloso, al hemisferio izquierdo la aportación del otro hemisferio, una segunda cosa será activada, a saber, la creencia ajena contradictoria con la propia del sujeto.

Podemos, pues, advertir dos diferencias entre, por un lado, los vértices de partida de la triangulación inferior, y, por otro,,los de la superior. Una diferencia estriba en que los vértices primero y segundo de la triangulación inferior se constituyen simultánea­mente (simultáneamente, por ejemplo, se forman en las dos retinas las dos imágenes de la zona de convergencia). En la triangulación superior, en cambio, la única que estaría activada en principio es la creencia propia, o primer vértice, y sólo después, en un momento inmediato pero posterior, aparecería la creencia ajena y se constituiría el segundo vértice. Esta sucesividad ha de ponerse en relación, claro, con lo que decíamos al final del apartado anterior -el 11. 3-. Para notar la otra diferencia, atendamos a cómo la correspondencia simple que en la triangulación inferior enlaza los dos primeros vértices con las zonas meramente receptivas de los dos hemisferios, se transmuta, cuando pasamos a la triangulación superior, en una correspondencia más compleja (y más en consonancia con la sucesividad): La regla no es ya que el segundo vértice sea brindado por el hemisferio ajeno al primer vértice, sino que ahora, el segundo vértice se consigue gracias a que finalmente en el hemisferio responsable del primer vértice se llega a la integración de las aportaciones de los dos hemisferios.

Esas diferencias son muy claras, hay que reconocerlo. Pero, para que el balance sea justo, no se debe de ninguna manera dejar de subrayar la coincidencia que ha aparecido entre las dos triangulaciones. En las dos, la dualidad de vértices de partida, está relacionada con los dos hemisferios cerebrales: En la triangulación inferior, está relacionada con la especialización hemisférica que es propia a la vez de los animales y los humanos, y en la triangulación superior o exclusivamente humana, con la especialización hemisférica que sólo aparece con el hombre. Pero -y aquí es donde queríamos llegar- eso es justamente lo que sería de esperar si la afinidad entre las dos triangulaciones -la afinidad a nivel de la hazaña y del recurso que ellas suponen- es algo que debe tomarse en serio.

Ahora, naturalmente, tenemos que recordar que en el esbozo anterior no se ha tenido en cuenta para nada la sintaxis, y que, por tanto, quedan fuera de él la mayoría de

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los mensajes lingüísticos. Así pues, es urgente ver qué pasa con la sintaxis en relación con la distribución hemisférica del lenguaje. Y para ello, empecemos preguntándonos qué es una oración de varias palabras. Es una secuencia de pautas articulatorio-fonéticas significativas, pero no sólo eso. Parte intrínseca de la oración es también la entonación que la ciñe como unidad, la entonación que, al ser reconocida como una sola pauta entonatoria, logra imponerse a los sucesivos momentos dotados de independencia atencional e integrarlos, como si en vez de ser lo que en realidad son, es decir, atencionalmente 'ndependientes, constituyeran, por el contrario, una Gestalt (o unidad perceptiva) del tipo que forman los sonidos susceptibles de conteo no verbal56

• La función de ceñir y de estructurar desempeñada por los vínculos de concordancia morfológica viene a colaborar en la obra de la recepción unificada, pero el integrador primario que urge al receptor (quien en principio carece de aquel elemento -la meta u objetivo-que unifica de raiz la producción) es la entonación. Por supuesto, en la escritura no se recoge lo entonatorio (cosa muy distinta es que acerca del tipo entonatorio de cada oración se den pistas), y sin embargo, el lector comprende la combinación sintáctica; pero igualmente es verdad que no sólo el lector en voz alta, sino también el absolutamente silencioso (y éste ¿para qué sino para darse una facilidad a sí mismo?), pone ese ingrediente -como en la escritura anterior a los signos de puntuación ponía las divisiones necesarias-. La mera yuxtaposición de los significados de las distintas palabras no basta para la comprensión sintáctica. Hace falta que se integren, transformándose recíprocamente, y ello sucede ante todo y primariamente gracias al recurso de la entonación, por más que en su defecto (sordos congénitos) algún otro recurso o melodía cinética pueda hacer sus veces.

Pero veamos más de cerca -nunca será aquí excesiva la insistencia- hasta qué punto el receptor es obligado a tratar la combinación de palabras como una unidad. Nos tenemos que dar cuenta de lo que ocurre en la sintaxis, y más en concreto, en la que lo es por antonomasia, la predicación, que, al ser la única función comunicativa que

el retoque que Sinha, 1988 (citado en nuestra anterior nota 36), pg. 104, propone que hay que hacerle a la 'metáfora paleomórfica'.

56. García Calvo, A., Del lenguaje, I, Lucina, 1979, ha descrito inmejorablemente esa función de las pautas melódicas del lenguaje (tanto las de campo acentual, o, lo que es lo mismo, de nivel de palabra, como las entonatorias ), todas las cuales lograrían que, mientras ellas se producen o reciben, «todo suceda como si el tiempo no pasara». Ahora bien, ese su englobamiento de los dos niveles de pauta melódica necesita una puntualización. La pauta melódica ceñidora de la palabra no ha de superar ningún obstáculo: ahí, los distintos sonidos, al carecer, cada uno aisladamente, de significado, no necesitan momentos atencionales independientes para cada uno. En cambio, la unidad entonatoria oracional tiene que imponerse a la independencia con que cada palabra es en un primer momento comprendida. Esas dos tareas de unificación debemos considerarlas muy diferentes en dificultad y rango: sus análogos respectivos, en efecto, serían -propongo-, por un lado, el conteo no verbal (hasta de siete elementos, lo mismo simultáneos que sucesivos, en urracas y otros animales 'almacenadores'), en el cual sólo el todo es atendido, y, por otro lado, el conteo verbal, con su exigencia de atención tanto a la unidad como al todo o unidad de orden superior.

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necesita indispensablemente de la sintaxis, habría sido la única capaz de generar ésta (aparte de ser -y esto es importante en el contexto de nuestra argumentación- la función que parece más desligada de lo entoilatorio ). Lo que allí, en efecto, ocurre es que se puede lograr alterar las creencias que acerca de lo primero referido en la combinación sintáctica el oyente tuviera de antemano -y a requerimiento de las primeras palabras recibidas hubiera activado-. Si yo tengo el convencimiento de que alguien está en el despacho de al lado, y de pronto me dicen que está de viaje, el pensamiento mío acerca de esa persona sufrirá, en relación con el detalle de su paradero actual, un auténtico vuelco. El contenido mental activado en el receptor por el elemento temático de la predicación no es sólo sometido a la yuxtaposición de los significados que le siguen, sino que ha de ser transformado por ellos, de modo que al final de la comprensión sintáctica el receptor se encuentre con una unidad de pensamiento nueva para él57

Pues bien, ese enorme logro, ese asombroso hecho de que en la comprensión sintáctica surja una unidad nueva, sería posibilitado -he aquí lo que en este apartado estamos proponiendo- por la doble naturaleza que caracteriza a la oración: por un lado, en efecto, la oración es varias unidades significativas, pero, por otm lado, y a la vez, es una única unidad entonatoria. El compromiso al que, para conciliar esas dos naturalezas, se llega implica, claro está, el surgimiento de una nueva capacidad -la de concebir unidades de orden superior-. Pero, si la combinación sintáctica verdaderamente tal, es tan dependiente de su naturaleza de pauta unitaria, y, por tanto, de su ingrediente entonatorio, entonces la comprensión sintáctica tendrá lugar del mismo modo que la comprensión de las peticiones o llamadas asintácticas.

Esa afinidad entre la comprensión de los dos tipos -sintáctico y holofrástico- de lenguaje, glosémosla ahora enlazando con lo que a nosotros nos interesa, es decir, ciñéndonos a cómo el receptor captaría la contradicción entre la creencia propia y la ajena sobre el mismo objeto. Recordando, pues, lo que arriba dijimos acerca de la comprensión del tipo 'palabra (o mejor, ya se sabe, prepalabra) más entonación', notemos ahora que en la comprensión de los mensajes sintácticos habría también dos momentos. Primero se daría la comprensión de la primera palabra con valor referencial concreto, y esta comprensión, que se atiene, claro está, a las creencias propias del receptor sobre tal referente, es incumbencia del hemisferio izquierdo. El segundo momento llegaría cuando, una vez que, de nuevo por el hemisferio izquierdo, se han comprendido todas

57. El destinatario adecuado de una predicación, es decir, el que necesitaba ser instruido por ella, recibirá, cuando comprenda el conjunto de la oración predicativa, una idea que él antes no tenía. Pero también para el productor, la oración que él ha constituido sintácticamente, supone una novedad: en efecto, por más que el contenido de la oración corresponderá al pensamiento pre lingüístico que de antemano el hablante tuviera sobre ese asunto, sin embargo, la forma sintáctica (o de unidad de orden superior que integra partes que son atencionalmente independientes), esa nueva forma, repito, con que el hablante posee ahora aquel pensamiento, es completamente nueva, y una novedad, además, capaz de dar lugar a otras adquisiciones revolucionarias -concretamente, a ideas fabricadas a base de combinar algunas de aquellas unidades/ partes-.

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las restantes palabras, esa yuxtaposición de significados es ceñida, y urgida a la modificación recíproca -ceñida y urgida, ya se sabe, por la aportación que desde el hemisferio derecho ya ha tenido por entonces tiempo de llegar-.

Nos queda entonces que en los dos tipos de lenguaje, la creencia propia del sujeto sería producto sólo del hemisferio izquierdo, y la ajena contradictoria con la suya propia, lo sería, en cambio, de los dos hemisferios conjuntamente. Y antes (cuando empezamos tratando sólo de la comprensión de los mensajes asintácticos), ya se vio que, en medio de las evidentes diferencias, esa relación entre vértices de partida, por un lado, y hemisferios cerebrales, por otro, está sugiriendo, está, se podría decir, clamando por ser emparejada con esa otra relación que se da entre los vértices de partida de la triangulación animal y la otra especialización hemisférica, la que, basada en la contralateralidad, el ser humano comparte con los animales. Para conquistar, pues, la capacidad de apuntar a la realidad misma, para llegar así a una característica tan fundamental de la inteligencia humana, se estaría aplicando un viejísimo recurso, aunque, claro está, sobre un campo revolucionariamente nuevo. Así pues, es a esa novedad, es a ese campo, el de la comunicación lingüística (que, naturalmente, no pudo surgir sino en un cerebro muy complejo, y, ante todo, capaz de conducta conformada por imitación), a lo que hay que atribuir la responsabilidad última y crucial de cuanto la triangulación superior supone.

III) CONCLUSIONES. COMPARACIÓN ENTRE LOS DOS NIVELES TRIANGULA TORIOS.

En este trabajo hemos estudiado tanto la común condición de hazaña que poseen las dos triangulaciones como la diferencia que separa a los resultados de una y otra. ¿Por qué insistir en lo común? Porque ése es el camino para intentar hacer explicable aquello -absurdo por demasiado maravilloso-- que resulta de la triangulación superior, a saber, la trascendencia fuerte (no mero extemalismo inferior) de lamente humana (no del pensamiento, porque el pensamiento no capta nunca, con la excepción que ya sabemos, las cosas en sí, sino de la capacidad, nada inhumana, sino característicamente humana, de apuntar a las cosas con toda su desconocida realidad, cualquiera que ésta sea, y no sólo con los rasgos con que las estemos pensando). Naturalmente, el viejo esquema triangulatorio se aplica ahora, en el nivel exclusivamente humano, a unos recursos -pautas articulatorias dotadas de significado y conformadas por imitación-que son nuevos, y mucho más evolucionados que los que bastaban en el nivel anterior. Pero la novedad y sofisticación de esos recursos no les impide ser fácilmente explicables. Y así es como, atendiendo a la simplicidad del viejo mecanismo juntamente con los fácilmente explicables nuevos recursos, se puede hacer que lo que antes parecía absurdo, ahora se vea como una consecuencia.

Y en lo diferente, ¿por qué nos ha interesado insistir? Por supuesto, para hacer justicia a la exclusividad del intelecto humano, y al abismo que lo separa de la mente animal. Pero, más allá de eso, también para defender la ya menos obvia propuesta de que

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el intelecto exclusivamente humano tiene como su causa última y definitiva una capacidad que se diría más relacionada con lo moral que con lo intelectual. En efecto, ¿de qué hemos hecho derivar tanto, por un lado, la sintaxis -esto en otros trabajos anteriores58

-, y con ella (recuérdese lo insinuado en la anterior nota 57) la creación de ideas nuevas, como, por otro lado, -esto ya en las presentes páginas- la posibilidad de que el sujeto se refiera a las realidades en sí mismas y no a las realidades como sean pensadas por él? Pues de la capacidad de captar la interioridad del prójimo, de concebir a un sujeto como yo, pero distinto a mí59• Pero entonces resultaría que, entre todas las capacidades superiores ex­clusivamente humanas, la de concebir al prójimo como semejante a mí pero distinto de mí, sería la raíz de las demás6(). La perfección del cerebro humano, aunque necesaria, no resultaría, según eso, suficiente: Hacen falta al menos dos cerebros, dos individuos,para que las facultades individuales exclusivamente humanas surjan. Como se ve, en esta propuesta, estamos dando a la consabida idea acerca de la génesis social de la mente humana un sentido más fuerte y radical del que se acostumbra: No serían sólo las conquistas de las diferentes culturas, sino las más básicas facultades intelectuales exclusivamente humanas (la resolución creativa de problemas, y el interrogarse acerca de cómo es en realidad aquello que se está pensando) las que necesitan de lo social, y de lo social entendido, no al modo suave, reificado, de patrimonio, sino al modo de interacción estrictamente personal.

58. En «Sobre la articulación remática», Contextos, nº 9, 1987, pp. 19-34, y también en «Adquisición del lenguaje y antropología», Diálogo Filosófico, 19, 1991, pp. 32-45, he propuesto que el elemento temático de la predicación sería el contenido mental, presuntamente inadecuado o incompleto, que el hablante supone que el oyente posee sobre la cosa en cuestión. Pero entonces el origen de la predicación, y por tanto, de la sintaxis, estaría en la imitación (por el lenguaje, ya se sabe, posibilitada) de la interioridad del otro, o más exactamente, de un aspecto de su interioridad que ya por fin (a diferencia del esquema corporal sobre el que pivotaban las más avanzadas imitaciones de los chimpancés) está vinculado al individuo y no a toda la especie.

59. Y tal capacidad, ¿no sería además el primer paso para una motivación no biológica sino libre? Desde luego, el que un sujeto se autodé estímulos basados en la imitación de la interioridad ajena no será sino en muy contadas ocasiones un acto de libertad moral; en la mayoría de los casos de atención a situaciones reales (y, por descontado, en todos los que se interesan por una ficción) ese autodarse habrá sido, en efecto, determinado por el deseo de evitar, y de evitar a muy bajo costo (a un costo de baratura 'supranormal ')el aburrimiento. Pero cuando la atención a la interioridad del otro empiece a tener exigencias molestas, «cuando el objetivo de aliviar el dolor del otro entra en conflicto con el objetivo de proteger el tiempo o los recursos de uno mismo» (para decirlo con palabras de Eisenberg, N. y P. Mussen, The Roots of Prosocial Behavior in Children, Cambridge Univ. Press, 1989, pg. 154), entonces ya el seguir autodándose ese estímulo -autodándoselo simplemente porque es un estímulo que trae la verdad de lo que está allí delante de uno- sí sería un acto libre.

60. Por supuesto, -y a la altura de estas líneas el lector lo sabe ya muy bien- nosotros reconocemos que, entre todas las capacidades exclusivamente humanas, la más básica sería la de la comunicación lingüística. Pero entonces, ¿cómo es que en el texto acabamos de dar ese título a la interpersonalidad o captación del pensamiento ajeno? Para justificar esa aparente contradicción, hemos de puntualizar que, para iniciar todo el proceso de constitución de lo humano, bastaría un tipo de comunicación lingüística cuya función -pedir o llamar- no es exclusivamente humana. Así pues, ese primitivo tipo de mensaje lingüístico, si bien sería exclusivamente humano tanto por su procedimiento (doble banda entonatoria y articulatorio-fonética) como por sus inagotables consecuencias, no lo sería, en cambio, desde el punto de vista funcional.