Las Ciudades Del Yage-Michael Taussig-Barrowgs

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5/13/2018 LasCiudadesDelYage-MichaelTaussig-Barrowgs-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/las-ciudades-del-yage-michael-taussig-barrowgs 1/4 ¿ Por qué será que la gente que toma yagé ve ciudades —y no solo los viajeros urbanos sino también los indios de las selvas que jamás pusieron los pies en una—? Esto me preguntaba una vez tras otra durante mi relectura de The Yage Letters Redux, de William Burroughs y Allen Ginsberg. Pu- blicado por vez primera en inglés en 1963 en un volumen delgado, negro, con un chamán ilustrando la cubierta, su rostro grabado en vibrantes trazos blancos, aca- ba de reeditarse al doble de su volumen, con magníficas notas y una exhaustiva introducción firmada por Oliver Harris, quien antes había editado las cartas que Burroughs escribiera entre 1945 y 1959. La ciudad-montaje Con justa razón, en su introducción a The  Yage Letters Redux Harris llama la atención sobre lo que Burroughs refiere, en dos cartas a Allen Ginsberg, como “la ciudad- montaje”, cuya primera mención aparece en una carta fechada el 28 de febrero de 1953 en el Hotel Niza de Pasto, aludiendo a lo que él considera una experiencia frus- trada con yagé en la región del Putumayo de Colombia, cerca del pueblo montañoso de Mocoa. “Esa noche —escribe Burroughs— tuve un sueño intenso, a colores, de una selva verde y un atardecer escarlata. También soñé con una ciudad-montaje que me era familiar pero que no pude identificar. Mezcla de Nueva York, ciudad de México  y Lima, que para entonces ni siquiera co- nocía. Estaba parado en la esquina de una calle ancha por donde pasaban coches, y había un parque vasto y abierto más abajo en la distancia. No puedo decir que estos sueños tuvieran alguna relación con el  yagé. Se supone que al tomar yagé se ven ciudades”.  Y se refiere al chamán como “un viejo farsante y borracho”, a quien vio por pri- mera vez “cantando sobre un hombre con evidentes signos de malaria”. Burroughs puede ciertamente ser un jodido, un real pedante. Por supuesto sabía que era ma- laria. Por supuesto sabía que el chamán era un borracho. Y por supuesto estaba dispuesto a rebajar a los chamanes a la ca- tegoría de roñosos estafadores. Aunque en cierta forma esto es un alivio en compara- ción con la deslumbrada exaltación de hoy Colombia, Estados Unidos y Europa —vale la pena destacar que los mismos lugare- ños, indígenas entre ellos (especialmente chamanes), son con todo, y mucho antes que Burroughs, escépticos con respecto a los chamanes. Cuando se habla de magia, la fe y el escepticismo van atados. En el caso de Burroughs, el escepticismo lo aporta él mismo, y la fe la proveerá el yagé: cuando el yagé funciona puede realmente darte vuelta (no olvidar que el efecto del yagé es notoriamente variable). Luego de aquella primera experiencia frustrada, Burroughs quedó muy impresionado con los poderes del yagé, poderes que nutrieron su escri- tura por el resto de su sorprendentemente larga vida. Ciertamente ya no habla de estafas la segunda vez que ve una ciudad, como lo cuenta en una carta a Allen Ginsberg, fechada el 10 de julio de 1953. Esta vez el hombre está totalmente afectado. Ha tomado yagé más o menos seis veces en los pasados cuatro meses, y con audacia increíble ha transportado un poco desde Pucallpa a Lima, donde, al menos esto es lo que dice, se lo toma él solo. Lo que me sigue pareciendo difícil de creer, abundan- tes como son las historias sobre los peligros es que debe siempre administrarse en ri- tuales estructurados sobre encantamientos  y cantos a los espíritus. Tal vez tomar yagé estando solo le per- mitía a Burroughs hacer de su propio chamán, por así decirlo, acomodando su indiferencia hacia el ritual en favor de un abordaje farmacológico del alucinógeno, abordaje que fomentaba el profesor de etnobotánica de Harvard Richard Evans Schultes, una especie de boy scout maduro, nexo entre Burroughs y el mundo del yagé del Putumayo. Schultes, figura clave para el gobierno de los Estados Unidos en la búsqueda de caucho amazónico durante la Segunda Guerra Mundial, tenía un in- terés por los alucinógenos naturales que no parece independiente del gobierno norteamericano –detalle que Burroughs se pierde no obstante su recelo acerca del Estado y su propensión a controlar mentes a través de las drogas. En una carta a Ginsberg desde Lima se percibe un cambio importante en la voz  y el tono de Burroughs si se les compara con los de cartas anteriores. Esta parece firmada por el mismísimo yagé. El Yo se ha diluido en un movimiento transformador protoplásmico. Lo primero que se pierde es el equilibrio. talismo. La sangre y la esencia de razas te atraviesan —negra, po mongol, nómada del desierto, p del cercano este, india— y “pasan cuerpo rostros todavía no concebid cidos, combinaciones aún no realiz Es este viaje que ocurre dentro y del cuerpo que constituye la Ci uda taje (ahora con mayúsculas) “dond los hombres posibles se dispersan gran mercado silencioso”. Todas las casas de la ciudad se jun sas de tierra con mongoles que par en umbrales humosos, casas de b madera de teca, casas de adobe, p ladrillo, casas del Pacífico Sur y m casas sobre árboles y sobre barcos, madera de cien pies de largo que a tribus enteras, casas hechas de c viejos y chapa, donde los ancianos tan sobre alfombras podridas para unos con otros mientras cocinan. de quemar, gigantes estructuras d oxidado que se alzan sobre cién basurales a doscientos pies de altu peligrosas divisiones construidas e formas de varios niveles y hamaca balancean sobre el vacío. La Ciudad-Montaje, “un lugar d pasado desconocido y el futuro em se unen en un zumbido sordo. En larvales esperando una forma de vi  Una ciudad india Mi amigo Florencio, indio inga vivía sobre el río Caquetá en las bajas putumayas de Colombia, m en español una experiencia simi la ciudad. Eran los comienzos de l ochenta; estábamos conversando en de un chamán cerca de Mocoa, un pequeño a los pies de unas altas p tes que conectan con la ciudad mo de Pasto —la más importante del lombiano— por un tortuoso cam zigzag que luego de una subida em pasa por el valle Sibundoy, hogar d indígenas inganos y kamsas. Fue valle donde se establecieron en 1 frailes capuchinos de Igualada —lo de las afueras de Barcelona, España tomar control de un enorme tra Amazonas que hasta ese moment tenido escaso contacto con la Iglesi Florencio tendría unos sesenta años cuando hablamos. Alguien m que murió algunos años después p so de cocaína. O, más probable, de un derivado de la cocaína. Dur  juventud, en 1932, había transport solina en piraguas desde Umbría a Asís para abastecer al ejército colo en la guerra contra el Perú. Era la p vez que soldados de una nación-Es Las ciudades del yagé Michael Taussig The Yage Letters Redux de William Burroughs  y Allen Ginsberg City Lights Books, 2006, 180 pp., US$ 13,95 La imagen que lo une todo, la protoescena de El  festín desnudo. FOTO NICOLAS TIKHOMIROFF - MAGNUM WWW.MIDOEDITORES.COM SET/NOV 2007  PR

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¿Por qué será que la gente quetoma yagé ve ciudades —y no sololos viajeros urbanos sino tambiénlos indios de las selvas que jamás

pusieron los pies en una—? Esto mepreguntaba una vez tras otra durante mirelectura de The Yage Letters Redux, deWilliam Burroughs y Allen Ginsberg. Pu-blicado por vez primera en inglés en 1963en un volumen delgado, negro, con unchamán ilustrando la cubierta, su rostrograbado en vibrantes trazos blancos, aca-ba de reeditarse al doble de su volumen,con magníficas notas y una exhaustivaintroducción firmada por Oliver Harris,quien antes había editado las cartas queBurroughs escribiera entre 1945 y 1959.

La ciudad-montajeCon justa razón, en su introducción a The

 Yage Letters Redux Harris llama la atenciónsobre lo que Burroughs refiere, en doscartas a Allen Ginsberg, como “la ciudad-montaje”, cuya primera mención apareceen una carta fechada el 28 de febrero de1953 en el Hotel Niza de Pasto, aludiendoa lo que él considera una experiencia frus-trada con yagé en la región del Putumayode Colombia, cerca del pueblo montañosode Mocoa.

“Esa noche —escribe Burroughs— tuveun sueño intenso, a colores, de una selvaverde y un atardecer escarlata. Tambiénsoñé con una ciudad-montaje que meera familiar pero que no pude identificar.Mezcla de Nueva York, ciudad de México

 y Lima, que para entonces ni siquiera co-nocía. Estaba parado en la esquina de unacalle ancha por donde pasaban coches, yhabía un parque vasto y abierto más abajoen la distancia. No puedo decir que estossueños tuvieran alguna relación con el

 yagé. Se supone que al tomar yagé se venciudades”.

  Y se refiere al chamán como “un viejofarsante y borracho”, a quien vio por pri-mera vez “cantando sobre un hombre conevidentes signos de malaria”. Burroughspuede ciertamente ser un jodido, un realpedante. Por supuesto sabía que era ma-laria. Por supuesto sabía que el chamánera un borracho. Y por supuesto estabadispuesto a rebajar a los chamanes a la ca-tegoría de roñosos estafadores. Aunque encierta forma esto es un alivio en compara-ción con la deslumbrada exaltación de hoy

Colombia, Estados Unidos y Europa —valela pena destacar que los mismos lugare-ños, indígenas entre ellos (especialmentechamanes), son con todo, y mucho antesque Burroughs, escépticos con respecto alos chamanes.

Cuando se habla de magia, la fe y elescepticismo van atados. En el caso deBurroughs, el escepticismo lo aporta élmismo, y la fe la proveerá el yagé: cuandoel yagé funciona puede realmente dartevuelta (no olvidar que el efecto del yagé esnotoriamente variable). Luego de aquellaprimera experiencia frustrada, Burroughsquedó muy impresionado con los poderesdel yagé, poderes que nutrieron su escri-tura por el resto de su sorprendentementelarga vida.

Ciertamente ya no habla de estafas lasegunda vez que ve una ciudad, comolo cuenta en una carta a Allen Ginsberg,fechada el 10 de julio de 1953. Esta vezel hombre está totalmente afectado. Hatomado yagé más o menos seis veces enlos pasados cuatro meses, y con audaciaincreíble ha transportado un poco desdePucallpa a Lima, donde, al menos esto eslo que dice, se lo toma él solo. Lo que mesigue pareciendo difícil de creer, abundan-tes como son las historias sobre los peligros

es que debe siempre administrarse en ri-tuales estructurados sobre encantamientos

 y cantos a los espíritus.Tal vez tomar yagé estando solo le per-

mitía a Burroughs hacer de su propiochamán, por así decirlo, acomodando suindiferencia hacia el ritual en favor de unabordaje farmacológico del alucinógeno,abordaje que fomentaba el profesor deetnobotánica de Harvard Richard EvansSchultes, una especie de boy scout maduro,nexo entre Burroughs y el mundo del yagédel Putumayo. Schultes, figura clave parael gobierno de los Estados Unidos en labúsqueda de caucho amazónico durantela Segunda Guerra Mundial, tenía un in-terés por los alucinógenos naturales queno parece independiente del gobiernonorteamericano –detalle que Burroughsse pierde no obstante su recelo acerca delEstado y su propensión a controlar mentesa través de las drogas.

En una carta a Ginsberg desde Lima sepercibe un cambio importante en la voz

  y el tono de Burroughs si se les comparacon los de cartas anteriores. Esta parecefirmada por el mismísimo yagé. El Yo se hadiluido en un movimiento transformadorprotoplásmico.

Lo primero que se pi erde es el equilibrio.

talismo. La sangre y la esencia de razas te atraviesan —negra, pomongol, nómada del desierto, pdel cercano este, india— y “pasancuerpo rostros todavía no concebidcidos, combinaciones aún no realiz

Es este viaje que ocurre dentro y del cuerpo que constituye la Ci udataje (ahora con mayúsculas) “dondlos hombres posibles se dispersangran mercado silencioso”.

Todas las casas de la ciudad se jun

sas de tierra con mongoles que paren umbrales humosos, casas de bmadera de teca, casas de adobe, pladrillo, casas del Pacífico Sur y mcasas sobre árboles y sobre barcos, madera de cien pies de largo que atribus enteras, casas hechas de cviejos y chapa, donde los ancianos tan sobre alfombras podridas paraunos con otros mientras cocinan. de quemar, gigantes estructuras doxidado que se alzan sobre ciénbasurales a doscientos pies de altupeligrosas divisiones construidas eformas de varios niveles y hamacabalancean sobre el vacío.

La Ciudad-Montaje, “un lugar dpasado desconocido y el futuro emse unen en un zumbido sordo. Enlarvales esperando una forma de vi

 Una ciudad indiaMi amigo Florencio, indio ingavivía sobre el río Caquetá en lasbajas putumayas de Colombia, men español una experiencia simila ciudad. Eran los comienzos de lochenta; estábamos conversando ende un chamán cerca de Mocoa, unpequeño a los pies de unas altas ptes que conectan con la ciudad mode Pasto —la más importante dellombiano— por un tortuoso camzigzag que luego de una subida empasa por el valle Sibundoy, hogar dindígenas inganos y kamsas. Fuevalle donde se establecieron en 1frailes capuchinos de Igualada —lode las afueras de Barcelona, Españatomar control de un enorme traAmazonas que hasta ese momenttenido escaso contacto con la Iglesi

Florencio tendría unos sesenta años cuando hablamos. Alguien mque murió algunos años después pso de cocaína. O, más probable, de un derivado de la cocaína. Dur

 juventud, en 1932, había transportsolina en piraguas desde Umbría aAsís para abastecer al ejército coloen la guerra contra el Perú. Era la pvez que soldados de una nación-Es

Las ciudades del yagéMichael Taussig 

The Yage Letters Redux

de William Burroughs y Allen Ginsberg 

City Lights Books, 2006, 180 pp.,US$ 13,95

La imagen que lo une todo, la protoescena de El  festín desnudo. FOTO NICOLAS TIKHOMIROFF

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d l i i d i d d d d l é l All Gi b El ib d f i b l P f

españoles del siglo XVI en busca del míticoEl Dorado y quizá alguno que otro soldadoinca siglos antes de la Conquista–. Floren-cio había servido a los frailes capuchinoscomo sacristán en Puerto Limón, y toda suvida había sido un ávido bebedor del yagé

que le daban los chamanes.Alrededor de 1960 había asistido a unchamán de Puerto Limón en la curación deuna mujer que sufría de dolores de cabeza.Tomaron yagé. Al tercer vaso Florencioempezó a tener visiones. Vio ángeles ba-

  jando del cielo para poner cristales sobresu frente, que captarían la esencia de laenfermedad y le otorgarían así el poder decurar; sobre su pecho, para que fuera bue-no con las personas y no hiciera mal; en lasmanos y en la boca, “para poder hablar concualquiera, para hablar con propiedad…

 Y es esto lo que te revela el yagé”.Entonces los ángeles se esfumaron y en

su lugar apareció otra visión o “pinta”,

como él la llamaba. La habitación se llenóde pájaros, muchos, pero esa visión tam-bién pasó y le siguió lo que él llamó “otrotipo de cuadro”.

 Y esto va formando una calle, ¿una ciudad,no?, que cada vez se ve con más claridad

  y que contiene una visión distinta en cadacuarto mientras las melodías emanan de losambientes más tranquilos. Así, quien primeroaparece es una persona del valle Sibundoy.Otros llegan cubiertos de esas plumas quellevan los chamanes que toman yagé… y así 

van formando una calle. Siguen apareciendo,algunos bailando a su propio ritmo, otros si-

 guen otra música. Aquí, se cubren con di feren-tes plumajes, todos llenos de espejos —gente,

  gente del yagé —, con collares de dientes detigre, y abanicos que curan, y todo cubierto de

oro. Es hermoso. Y siguen llegando y llegando,siempre cantando.  Entonces aparece un batallón del ejército.

¡Qué lindo! ¡Cómo me gusta! No estoy muyseguro de cómo visten los ricos, ¡pero los sol-dados de este batallón van vestidos mejor quecualquiera! Llevan pantalones y botas hasta larodilla de oro puro. Todo es oro, todo. Llevanarmas y marchan. Y yo quiero levantarme…

 para poder cantar con ellos, y bailar con ellos, yo también. Luego el chamán… con la pinta[imagen], anticipa que intento ponerme de

 pie para unirme a ellos, para cantar y bailar con ellos tal y como estamos viendo. Y luegoél, quien da el yagé –es decir, el chamán– losabe todo y se queda ahí callado, ¿sabiendo,

no? Y así es como aquellos que saben curar son informados. Porque al presenciar esto, soncapaces de curar, ¿o no? Y entonces le pasaneste cuadro a la persona enferma. ¡Y la perso-na se cura! Y le dije al chamán que me estabacurando, le dije: “¿Viendo esto, se aprende acurar?”. “Sí —me respondió—, al ver así, uno

 puede curar, ¿no?”.Florencio entró en una casa. Había tres

hombres de negro y detrás de ellos libroscon cruces que vomitaban oro. Una ca-tarata de oro. Cuando se le preguntó por

1 William Burroughs.   Naked Lunch,

2 Naked Lunch, p. 130.3 Naked Lunch, p. 283.4 Gerard Reichel-Dolmatoff,  Am

Cosmos: The Sexual and Religious Syof the Tukano Indians, University of

WWW. MIDOEDITORES.COM12 PR L  SET/NOV

qué estaba allí, dijo que había ido paraconocer, saber, ponerse al tanto. “Pero sitú ya sabes”, le dijeron, y lo bendijeron y ledieron el poder de hacer buenas obras alregresar a su tierra.

Es en esa ciudad, en la que cada cuarto

contiene su propia pinta y su música,donde aquellos seres parecidos a chama-nes con plumas y espejos, que él llama “lagente del yagé”, se convierten en soldadosdanzantes; es en ese punto que él quierelevantarse y bailar junto a ellos. Entra enla visión, o al menos lo intenta. “Y luego elchamán… con el cuadro, percibe que estoyintentando ponerme de pie para unirmea ellos, para cantar y bailar con ellos tal ycomo estamos viendo… Viendo esto soncapaces de curar, ¿no?”.

Siento que al decirme esto él me está pa-sando la imagen, y que yo al repetirla se laestoy pasando a ustedes.

New York City “Es la droga más poderosa que he proba-do”, Burroughs le escribió a Allen Gins-berg. “Quiero decir, es la que más alteralos sentidos”. El yagé fue la simiente de

  El festín desnudo1,  dijo Allen Ginsberg en1975, sin duda una de las más enérgicas

  y generosas invocaciones al modernismocomo montaje (al estilo Burroughs) algu-na vez realizada.

Sucedió justo después de que Burroughsvolviera de Sudamérica, durante su estadíaen casa de Ginsberg en la calle 7ª Este de laciudad de Nueva York. Mirando por la ven-tana trasera, que daba a la parte de atrás depatios y ventanas de otros departamentos

cruzados por escaleras de incendios y ten-dederos de ropa, Burroughs vio de repenteaquellas increíbles “ciudades-montaje” quehabía visto tomando yagé, ciudades que loasaltan a uno desde todas las esquinas yalturas de su obra, como lo ejemplifica eltítulo de uno de sus últimos trabajos: Ciu-dades de la noche roja. Lo que es maravillosoes que Ginsberg abre las persianas justo enel momento en que se forma el cuadro: laciudad de Nueva York, el yagé y la imagi-nación desbordante de William SewardBurroughs, artista de la representación.“Lo actuó todo —diría Ginsberg—, queera lo que solía hacer en sus números”.

Ginsberg recuerda que fue allí, en la calle7ª Este, donde Burroughs “tuvo una visiónrepentina de las estructuras, la gran ciudadde las estructuras de hierro que cuelganalto en el aire con hamacas que se balan-cean y gente que trepa de un nivel a otro.Una sobrepoblada ciudad de armazones,donde la gente se almacena ganándose lavida; tal y como viven hoy en las megaló-polis de calles cubiertas de basura; cuadrascon edificios arruinados; vagos reunidos enpandillas de motociclistas; ladrones, poli-cías, adictos y la CIA saliendo de zaguanes

 y chantajeándose unos a otros”.Mirando por la ventana, Burroughs (un

famoso misógino) se convierte de repenteen uno de sus propios personajes, una viejadesagradable que se estira en su balcónpara alcanzar la ropa lavada, y que luego

pasa a ser un cadáver desollado. Buse tiró al suelo. “A veces se caía continúa Ginsberg, “estaba tan con las payasadas de su imaginaclas imágenes le llegaban casi tan aticamente como en una película”.

Dentro de la imagenEntrar en una imagen debe de serlas experiencias más fascinantes ende una persona. Para Nietzsche, detrata justamente el momento dionpara Walter Benjamin es algo comal cine o a la concentración con qulos niños las ilustraciones coloreadlibros infantiles.

Florencio nos cuenta que la imla que está entrando, transmitidchamán, cura brujerías. ¿Acaso stambién la intuición que tuvo Butransmitirnos imágenes que puedlos equivalentes modernos de la b

tales como el control inconscieejercemos mediante nuestros mentales y los complots de los ch

  y del Estado? Para lograrlo, Buhace uso intenso de asociaciones cpero también se destaca en su escsaturación de color, empezando particulares propiedades cromátiatribuye al yagé, como cuando, endesnudo, escribe en una serie de“Notas de los efectos del yagé: las imcaen lenta y silenciosamente, compos de nieve… Serenidad… Se caelas defensas… Todas las cosas son lentrar o salir… El miedo simplemtiene lugar… Una hermosa sustan

fluye dentro de mí

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”.Entre otras cosas ve un rostro apared azul y plantas que germinaunos genitales. No extraña que htido que el cuarto vibraba. En el afarmacológico del libro, Burroughra: “Los destellos azules en los ojosracterísticos de la intoxicación con

A veces me pregunto si en sus viSudamérica Burroughs no habrá vilos indios desana, lejos del Putum

 jando el Amazonas por el río Vaupede hecho como imaginariamente la alfombra mágica que provee el En las largas conversaciones que Gerardo Reichel-Dolmatoff, antrde Colombia, con el indígena Destonio Guzmán, en su oficina univen Bogotá, encontró que él tambimucho para decir sobre el azul4

Guzmán el azul es el color de la Víasituado en el medio entre el amari

 y el rojo terrestre, o sea entre lo ma y lo femenino, entre el semen y laazul de los desana es esencialmentvalente, dice Reichel. Es beneficiosasocia con el sol, pero también desen sus asociaciones con el vómito, facción y las heridas. El azul de la Víes lo que te espera si tomas alucin

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Ol i P 1959 P 1971 [1968] 45 52

conecta, rompe, transforma. No extrañapues que Burroughs sintiera una hermosasustancia azul fluyendo dentro de sí.

Pero si hay un color sagrado, preferiríavolver al escarlata y verde del sueño queBurroughs tuvo la primera vez que tomó

  yagé, cuando vio lo que él llamó “la ciu-dad-montaje”. Yo escogería no el azul sinoel verde, el verde de la envidia que da pie ala brujería y que es en sí mismo el color del

  yagé, aunque, para ser honestos, el yagé—como todo lo que es sagrado— no es deningún color; es de ese negro del que ema-nan todos los colores. El yagé es una plantatrepadora —¿qué otra cosa podía esperar-se?—. Se abre paso contorsionándose paraun lado y para otro en las profundidadesnegras y húmedas de la selva, donde se es-conde gracias a sus retortijones y a su coloroscuro moteado. En el ritual de preparar el

  yagé para un chamán —invariablementeun hombre—, los indios añaden a la pasta

obtenida lo que ellos creen que es el ele-mento femenino: las hojas de chagropan-ga, oscuras y apenas rayadas, con formade corazón. Sin estas últimas no hay pintaposible —como dicen los indígenas—, yla pinta se refiere aquí al cuadro, a lo quenosotros llamamos “alucinación”, unapalabra que resulta más fácil de usar quede comprender. Pero allí está, claro comoel agua: una pinta es lo que es crucial, y espintura, o sea color.

En cuanto al rojo, se podría ver como unanuncio de muerte el que una mujer emba-razada o menstruando merodeara el lugardonde el yagé es preparado (una arboledasemisecreta) o donde se bebe. No conozco

un tabú más fuerte que este en relacióncon el yagé, tanto que estoy forzado a pen-sar que el chamanismo y ser mujer son losdos polos de un mismo flujo de energía, yque en efecto ambos se suman para unamisma y única cosa; uno es valorado comoel polo positivo, el otro es el negativo. Sinembargo, esta valoración es falaz, porqueal chamanismo se le atribuyen tantas fuer-zas negativas y de riesgo, inclusive la pro-pia muerte, como a la menstruación y alembarazo, que en sí mismos pueden versecomo positivos si se piensa en el misteriode la creación de la vida. Así creo que tienesentido pensar el chamanismo —según lohe experimentado en persona— como elequivalente masculino, por así decirlo, deaquellos poderes femeninos que en sí mis-mos, por ende, pueden considerarse igualde “chamánicos”. (Cito un ejemplo: en unaoportunidad durante los años setenta vivíen una casa junto al río Guamuez con in-dígenas kofanes. Se decía que la suegra delchamán, viuda de un chamán ella misma,tenía poderes chamánicos como prepararuna cerveza que atraía a los animales queserían sacrificados –ella ya había pasadopor la menopausia–).

¿Acaso algo de esto aparece en The Yage Letters? Bueno: Burroughs se ve convertidoen una negra, y luego en un negro cogién-dose a una negra, y Allen Ginsberg se en-frenta con la muerte en el ojo de una vaginasagrada, todas imágenes muy fuertes porcierto. Pero la imagen que lo une todo, meparece, es la Ciudad-Montaje de la calle 7ª

do y, más aún, de toda la obra de Burroughs.Lo que Burroughs hace, dijo Ginsberg, esver primero la ciudad de armazones y des-pués a esa mujer desagradable que recogela ropa que se transforma en cadáver, anteel cual ella agita los brazos frenéticamente.

Al igual que Florencio, Burroughs entra enla imagen y se convierte en aquella viejadesagradable que sacude los brazos ante elcadáver que se balancea en las escaleras deincendio que penden del cielo.

El chamanismo, sostengo, es la otra carade la moneda de la menstruación y del em-barazo. Lo masculino y lo femenino yacenen el centro del sistema que Burroughs, unhombre valiente y apasionado, hilaranteen sus referencias a la homosexualidadmasculina, no podía ver aunque estuviesetan cerca. Ni siquiera lo vislumbraba. Has-ta el momento en que miró por la ventanade la calle 7ª Este aquella Ciudad-Montaje,hirviente masa de pecado incipiente, que

aparecía ante sus ojos justo cuando él sedesplomaba sobre el piso.

La ciudad soñada de colportageEl cuerpo (Burroughs) y la muerte (Gins-berg) se destacan en The Yage Letters.Doblegado por las náuseas en su primeraalucinación real con yagé, Burroughs selanza hacia la puerta, pero apenas si puedecaminar. No tiene coordinación. Sus piesson como bloques de madera. Vomita conviolencia y luego se queda atontado, comoenvuelto en capas de algodón. “Seres lar-vales me pasaban por delante de los ojosen una bruma azulada, y cada uno de ellossoltaba un graznido obsceno, burlón…

Debo haber vomitado seis veces. Estabaen cuatro patas, sacudiéndome por losespasmos de las náuseas. Escuchaba misarcadas y gemidos como si fueran los deotra persona”.

Allen Ginsberg pulsa otra cuerda, máspróxima a la idea —de “inspiración pro-fana”— que Walter Benjamin desarrollaen su ensayo sobre surrealismo de 1929,donde de hecho celebra las picaduras demosquitos y el vómito incontrolable queprovoca el yagé. Aunque al principio seirrita, luego acepta que lo piquen, pues estole permite sentir que su cuerpo se expandeen el universo. Junto con los ladridos deperros y el croar de ranas, sus quejas pasana formar parte de la canción del Gran Ser,que anuncia que también él tendrá queconvertirse en mosquito cuando el mundose vomite a sí mismo.

Por otro lado, cuando Burroughs se sien-te amenazado se refugia en la pseudofar-macología y toma barbitúricos con nota-ble sangre fría, logrando soltarse mediantelo que él dio en llamar el método del malcomportamiento, que es justamente loque le prescribe a Ginsberg para combatirsu terror a perder el alma y que no es otracosa que la Ciudad-Montaje. “Un lugardonde el pasado desconocido y el futuroemergente se unen en un zumbido sordo.Entidades larvales esperando una formade vida”.

Comparemos con Walter Benjamin. “Laverdadera imagen del pasado discurrevolando. Únicamente podemos asir el pa-

damente justo en el instante en que puedeser reconocida y que nunca más volvemosa ver”. En Tesis de filosofía de la Historia,Walter Benjamin mantenía la esperanzade una redención de las injusticias delpasado mediante el recurso de penetrar en

esa imagen fugaz. Esto es lo que Benjaminescribe a partir de lo que él llamó “el estadode emergencia” y lo que yo, luego de misexperiencias con yagé, llamo “el espaciode la muerte”, refiriéndome a la conquistaespañola con toda su violencia y sus bruje-rías entre españoles, africanos e indígenasdel Nuevo Mundo.

Es indudable que tanto Benjamin comoBurroughs escriben desde un “estado deemergencia” y sin embargo, por lo que yosé, Burroughs jamás leyó ni una palabra deBenjamin. Es divertido imaginárselos con-versando, tal vez en una de las “caminatascoloridas” de Burroughs que arrancaban enel Hotel Beat de París. Aunque podríamos

también denominarla “caminata urbana”,evocando así el tema central del pensa-miento de Benjamin en su madurez, lo queél llamó colportage y que hace referenciaa la síntesis del montaje cinematográfico,ese caminar por la ciudad hasta perderseen ella como un flaneur , todo bajo una per-cepción maravillosamente alterada, comoocurre cuando se toma hachís, peyote yopio. Colportage es el principio operativode la Ciudad-Montaje.

El último trabajo de Benjamin, el manus-crito de mil doscientas páginas publicadoen inglés bajo el título de The Paris Arcades,es precisamente ese colportage: una seriede fragmentos inconclusos, en su mayoría

citas, sobre el París decimonónico comopaisaje soñado del capitalismo y del cual elcapitalismo despertará autotransformado.“El nuevo método dialéctico de hacer his-toria —escribe Benjamin— se revela comoel arte de experimentar el presente comoun mundo consciente, un mundo al que deverdad se refiere ese sueño que llamamospasado. Atravesando y llevando consigo loque ha sido recordar el sueño5”.

No puedo dejar de preguntarme si todaesta superposición de cine, drogas y cami-natas por la ciudad —este colportage— esprecisamente lo que Burroughs sintió que

era el mundo consciente, al que el se refiere como verdad, cuando mirventana de la calle 7ª Este. En ese iconectó la ciudad de Nueva Yorkselva de Colombia y Perú, del mismen que Florencio se conectó con la

de soldados-chamanes-danzantesBurroughs como Florencio bregrepresentar y fusionarse con lo quezambullen dentro de la imagen qudijo el chamán, es lo que cura las brimagen que experimentan como unextática concentrada en la ciudad. ¿qué es la ciudad? Al parecer, un fantástico, como un bosque encanel que puede suceder cualquier coembargo un lugar al que la historidial le ha concedido la suficientideológica y matices como para pra uno de imágenes a lo largo de u

  y más aún —ciudad como en ciucivitas, ciudad de ciudades, es deci

que estableció nuestras leyes y concivilización—. Palabra y categoría paña (invadida por Roma) usó paraa los ciudadanos de los indios delMundo, lo racional de lo irracionaderado más animal que humano. Yantes que los españoles, también el tenía su ciudad en las tierras más altde donde sus hombres bajaban hselvas, sede del incesto, plumas brilchamanes con drogas poderosas.

  Y esto parece ser razón suficienexplicar por qué, cuando se toma ven tanto ciudades como jaguares,ciudad se construye durante la codel Nuevo Mundo como una imag

se ramifica. Para experimentar lo qrroughs llama un viaje espacio-tila Ciudad-Montaje hay que desplaztiempo y espacio sobre la obra imagde la Conquista, del mismo modoBenjamin yuxtapone el sueño conpertar como una clave y una mopoco explorada dentro de la histoderna. Y no pasemos por alto el heque existía la creencia de que losde las selvas donde Burroughs tomtambién tenían ciudades que erannadas por El Dorado, el hombre dquien fuera visto por última vez bcon plumas y espejos en la ciudadla colina.5Walter Benjamin,The Arcades Project , p. 389.

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“Una estupenda noticia”

 Abelardo Oquendo en La República de Lima 

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