La ventana de María

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Cuento redactado basado en personajes reales y vivencias propias

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LA VENTANA DE MARÍA

El amor imposible clava la mirada en el pecho hasta poseer el alma…

En un cálido verano de 1883 desde la ventana de una vieja casucha se asomaba una dulce joven de 17 años, con largos y ondulados cabellos rubios, un par de grandes y tristes ojos azules y unas rosadas mejillas en las que figuraba una que otra peca, su nombre era María. Todas las tardes soleadas se sentaba en el mismo diván para ver pasar a los seminaristas que iban de paseo, bajaban la cabeza sin enderezar el cuerpo y marchaban en dos filas pausados y austeros con sus imponentes sotanas negras que apenas y dejaban ver su silueta y sus Biblias bajo el brazo dirigiéndose por esas empedradas calles del centro de la ciudad. Había un seminarista entre todos ellos que marchaba siempre erguido con gallardo porte y una impecable pulcritud. Su negra sotana dibujaba su cuerpo airoso, flexible y esbelto; su rostro delineaba una gran sonrisa que era capaz de atraer varias miradas, una pequeña nariz respingada y unos bellos y grandes ojos negros que a lo lejos se notaban; mientras andaba con aquel grupo por aquellas calles siempre silbaba una apacible canción era una tonada tal como el canto de un ruiseñor. Una tarde del 30 de julio María se sentó como todos los días a observar a través de su ventana y vio a los seminaristas andar a un paso lento y despreocupado que se dirigían a la catedral de ese lugar, desfilaron frente a sus ojos pero detrás de todos ellos hubo algo que especialmente le llamó su atención, erguido y gallardo iba abstracto en sus pensamientos el seminarista de los ojos negros; la joven lo siguió con la mirada hasta que su silueta se perdió por los senderos del pueblo. Una nueva inquietud nació en el corazón de María y se preguntaba quién era ese nuevo seminarista que con solo verlo despertó un extraño palpitar en su corazón. María era hija la única hija en una familia cortesana y sus padres nunca estaban en casa siempre se la pasaban en viajes por toda la región ya que poseían grandes viñedos que tenían que supervisar de vez en cuando; pero no estaba sola tenía una nana que la cuidaba su nombre era Amelia una mujer de mediana edad que era su confidente, su compañía día y noche, prácticamente su segunda madre. -Nana ¿Quién es ese nuevo seminarista que ha llegado al pueblo?, lo he visto hoy por primera vez y valla que es diferente al resto. -Mi niña él es un joven misterioso, el párroco lo presentó en la misa de anoche y

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parece que acaba de llegar de un lejano lugar, no mencionó su nombre simplemente dijo que estaría aquí por corto tiempo. Con esas palabras la jovencita se quedó pensativa mirando la tarde morir por su ventana y esperando el siguiente día para poder ver de nuevo al misterioso seminarista. Llegó la tarde del siguiente día y de manera ansiosa María se sentó en el diván acostumbrado y a lo lejos pudo percibir que venía el grupo con sus sotanas negras y un poco retrasado con pasos lentos y pensativos caminaba el seminarista de los ojos negros, la joven lo miró fijamente cuando justo estaba pasando frente a su ventana, pero esta vez fue diferente, él dirigió su cabeza hacia esa vieja casucha y a través de la ventana pudo ver a María, con sus ojos fijos en ella y un mirar intenso, sin una mínima expresión o un gesto solo le dejó el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros. -María es hora de dormir, ¿dónde estás? ¿Acaso no me escuchas?, por fin te encontré niña traviesa pero ¿Por qué sigues ahí en la ventana? ¿Qué estás observando? ¿Por qué no me respondes? La joven tenía su mirada fija desde hacía ya dos horas en la dirección por donde vio pasar al grupo de seminaristas. La nana continuó diciendo: -No es bueno que te afanes tanto por ver a esos muchachos, mejor duerme, tus padres llegarán mañana y no querrás que te encuentren con unas enormes ojeras en tu lindo rostro. -Me miró nana, me miró y no he podido sacar esos ojos de mi cabeza, quiero saber quién es, te suplico que me lleves mañana a la parroquia solo quiero saber su nombre te lo prometo que haré lo que me digas y no tardaremos para que mi padres nos encuentren en casa. -Está bien mi niña pero ya vete a dormir, tienes que guardar energías porque mañana será un largo día.

Comenzaba a amanecer, los techos de las casas se empezaban a iluminar con el resplandor del sol de verano, un rayo de luz acarició la cara de la pequeña María la cual al instante se levantó, porque sin duda para ella ese era un día especial, rápidamente se vistió, peinó sus cabellos y corrió con su nana para que pudieran llegar temprano a la parroquia antes que los seminaristas salieran.

-Nana, nana ¡vámonos que se nos hace tarde! -Mi niña yo sé que estás emocionada pero antes que todo está tu bienestar así que por lo menos desayuna algo no puedes irte así con el estómago vacío. -Está bien nana pero rápido no quiero que se vayan de paseo los seminaristas y no me de tiempo para siquiera saber cuál es su nombre.

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-Debes saber controlar esa cabecita tan loca que tienes, siendo paciente las cosas van a salir mejor.

Apenas terminaron de desayunar y juntas se dirigieron a la parroquia del pueblo, eran las 8:30 de la mañana cuando llegaron a la entrada, Amelia se detuvo a saludar a una comadre suya que iba saliendo de la misa, mientras que María movía de un lado hacia otro sus grandes ojos azules tratando de encontrar al misterioso seminarista.

-Vamos adentro Nana pues creo que están por salir.

Amelia se despidió de su comadre y siguieron su ruta; se quedaron paradas justo en la parte frontal del edificio y desde ahí María vio al grupo alistándose para salir y lo único que pudo hacer fue ver al seminarista de los ojos negros el cual giró su cabeza y contempló a la joven con una extraña mirada, poco después ellos se fueron y no dieron pie a preguntas ni encuentros; María se sentía intrigada cada vez más así que decidió entrar con el sacerdote y preguntarle acerca de aquel misterioso muchacho. -Señor cura quisiera hablar un momento con usted. -Sí claro pequeña dime ¿qué pasa? -Veo al grupo de seminaristas todas las tardes frente a mi ventana pero hay uno nuevo que nunca había visto y me gustaría saber quién es. -Verás, su nombre es Sebastián y es un seminarista misionero que ha venido de tierras muy lejanas para servir por un corto tiempo, es un tanto callado y misterioso, siempre que lo observo está leyendo o meditando, en realidad no habla mucho, usualmente se queda despierto hasta tarde observando la bóveda celestial y escribiendo en un pequeño cuadernillo que tiene, es lo poco que sé de él, en fin ¿he contestado tus dudas pequeña? -Sí claro, gracias señor. Cerca de las 10:00 am salieron de la iglesia y se apresuraron al mercado a comprar frutas, semillas y algunos panes ya que los papás de María llegarían a su hogar cerca del medio día. En punto de las 12:00 preparaban todo para recibir a los padres, cuando de pronto llegó un telegrama que decía: AMELIA:

Estamos en uno de los viñedos de California, no podremos llegar sino hasta el siguiente mes ya que se nos ha presentado un compromiso muy grande de trabajo, por favor cuida la casa y a nuestra dulce niña dile que la amamos y que pronto regresaremos.

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Atentamente.

Señor y señora Nájera

La nana leyó el telegrama y se entristeció porque sabía que María ansiaba ver a sus padres así que de una forma sutil le dijo lo que ocurría:

-Mi niña tengo una noticia para ti. -¿Qué pasa nana?, mis padres no llegarán ¿cierto? -Sí lo harán querida solo que hoy no será. -Lo imaginé, creo que de alguna forma ya estoy acostumbrada a vivir de esta manera. -No lo tomes así, ellos te aman solo que tienen que trabajar duro para poder sostener a la familia. -Pues pareciera que les importa más el trabajo que su propia hija, pero algún día cuando ellos necesiten de mí ya no estaré de la misma forma que no estuvieron cuando los necesité. -Mejor ya no pensemos en esas cosas, no queremos ponernos tristes, ¿qué te parece si preparamos un rico pastel? -Así estoy bien no te preocupes, me iré a mi habitación.

Decepcionada y molesta la joven cerró su puerta y se sentó junto a la ventana acostumbrada a mirar hacia el cielo, no le quedaba más, pasó horas sentada sola y triste, pero cerca de las 6:00 pm escuchó algunos murmullos que se aproximaban y rápidamente dirigió su mirada hacia el final de la calle, caminando venían los seminaristas pero no los veía a todos solo a uno de ellos, su seminarista de los ojos negros; pasó frente a esa ventana gallardo y esbelto y observó a la niña con una mirada tal que pareciera decir ¡te quiero! Esa noche María ya no pensaba más, no había otra cosa en su corazón, el mundo ya no importaba para ella solo tenía en su pensamiento a Sebastián aquel misterioso joven del que apenas y sabía su nombre. Ansiosa esperaba que pasaran las horas para verlo de nuevo y poder por lo menos decirle una palabra; sin embargo, transcurrieron los días y pasaba el grupo excepto el seminarista de los ojos negros; la joven estaba desesperada por saber qué había pasado, ¿Por qué no aparece? Se preguntaba.

Esperó varios días más hasta que llegó el domingo, muy temprano ella y su nana se prepararon para ir a misa. Mientras estaban dentro de la iglesia sentadas escuchando el sermón del cura, la joven miraba hacia cada rincón buscando algún

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indicio que le dijera dónde estaba su seminarista. Apenas salieron de misa y un pequeño niño de ropas rasgadas, zapatitos sucios y una carita inocente se aproximó a donde se encontraba la joven con su nana y le entregó un pequeño sobre y salió corriendo. Llegando a su casa se encerró en su habitación y ansiosa abrió el viejo y polvoriento sobre, el cual traía en su interior una carta un poco rota que decía:

“Sé que no me conoce, pero la he visto todos los días a través de esa ventana, no imagino su nombre pero me encantaría poder charlar con usted alguna vez, tal vez es mucho pedir pero me sentiría honrado si pudiéramos encontrarnos al atardecer en el terreno baldío que está junto al cementerio, la esperaré paciente por si decide corresponder a mi invitación”.

p.d. es usted muy bella.

Atte. Sebastián Villalba Apenas terminó de leer la carta empezó a planear el modo de llegar al lugar del encuentro, eran las 5:00 pm y faltaba una hora para que se ocultara el sol, así que presurosamente fue a la cocina para hablar con Amelia y le dijo que saldría un par de horas a caminar por el centro agregó que se sentía triste y que prefería ir sola. La joven caminó hacia el cementerio invadida por los nervios porque era el primer encuentro con su seminarista y a lo lejos vio una sotana negra esperando bajo un gran árbol, entonces se apresuró, al verla el seminarista no sabía qué decirle era la primera vez que veía una joven como María cara a cara. -Señorita buenas tardes permítame presentarme, mi nombre es Sebastián soy un seminarista misionero y vengo de Valladolid, debo decir que es un gusto estar con usted y me pregunto si podría decirme su nombre. Sonrojada la joven contestó:

-Mi nombre es María y realmente no hay mucho qué decir sobre mí pero quiero que me permita hacerle algunas preguntas. -Sí, pregunte lo que quiera- dijo el seminarista con cierto titubeo. -¿Cuál es la razón de que quisiera verme?, ¿y por qué en este lugar tan apartado? -Aunque tal vez no sea prudente decirle toda la verdad lo haré. Desde el primer momento que vi su rostro a través de esa ventana no he podido sacarla de mi mente, todos los días esperaba el momento de pasar frente a su casa y ver esos

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hermosos ojos, disculpe si parezco atrevido pero no puedo ocultar más este sentimiento y yo sé que no es correcto estar tan apartados del pueblo pero soy un seminarista y no puedo ver, hablar, ni siquiera pensar en una mujer, solo que en toda mi vida no había conocido a alguien que desde el primer momento se metiera en lo más profundo de mis pensamientos y debo confesar una cosa, nunca quise ni quiero ser seminarista, quiero una vida normal como la de cualquier otro hombre, quiero una familia, un hogar. -Entonces ¿por qué lo hace? ¿Por qué sigue ahí si no lo desea? -Hace cinco años en su lecho de muerte mi padre me hizo jurarle que yo serviría a Dios mediante el sacerdocio y desde entonces estoy dentro del seminario, pero no soy feliz- dijo con un semblante de abatimiento. -¿Sabe?, nunca he entendido por qué los seminaristas no pueden tener una esposa. -Mire le explicaré un poco en qué consiste, dentro de las reglas del seminario hay algo que se llama Celibato, es un rito en el cual se obliga a los seminaristas a contenernos de todos los deseos o afectos y mantenernos puros por el Reino de los Cielos, tenemos que dedicar toda nuestra libertad al servicio de Dios y de los hombres; en conclusión, tengo prohibido enamorarme o siquiera pensar de forma especial en alguien. -Comprendo- replicó María, -y ¿qué hacen dentro del seminario? Lo he visto por fuera y no me parece que la vida ahí sea nada emocionante. - No lo es en absoluto, verá en el edificio no nos enteramos de lo que pasa fuera excepto cuando salimos a los recorridos, somos 300 dentro, la palabra mujer está totalmente prohibida, es como un pecado mortal; vivimos en un profundo silencio la mayor parte del día, tenemos una disciplina implacable, un estudio intenso y ordenado. -¿Cómo fue que salió para encontrarse conmigo si hay tantas reglas? -Me arriesgué demasiado, debe saberlo, pero ya no podía ocultarlo más, sobre todo los últimos días que no la vi me di cuenta que no puedo, si usted no está conmigo me muero ¡Me muero!, no la quiero asustar ni nada parecido, simplemente quería que usted los supiera. -Debo confesar que desde la primera vez que pasó con el grupo de seminaristas y lo vi a través de mi ventana, no hubo otra cosa en mis pensamientos que no fuera usted, estaba pendiente todas las tardes para verlo pasar y ver sus ojos por lo menos un momento, pero ¿qué podemos hacer? usted tiene ya un destino, un compromiso, un juramento. -No me importa nada si no estoy a su lado, ya veremos qué hacer, no me importa morir mientras sea entre sus brazos. Al escuchar esas palabras los ojos de la joven brillaron de manera especial y el seminarista tomó su rostro entre sus manos y le dio un beso en la frente, a lo que ella respondió con un inocente abrazo.

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Empezó a caer una oscura noche y los dos corrieron María a su casa y Sebastián al seminario, con solo un adiós y la ilusión de volver a verse. Entró presurosa a su casa y Amelia estaba tejiendo sentada en el sofá esperándola, y la cuestionó de por qué había llegado a esa hora, la joven le contó todo lo que había pasado y Amelia se preocupó porque sabía que no era correcto ver al seminarista ya que ellos lo tenían terminantemente prohibido. -Mi niña no es bueno que veas a ese muchacho, yo sé que sientes algo por él te conozco como a la palma de mi mano y he visto cómo todos los días esperas el momento en que pase frente a tu ventana para poder verlo, pero si llegan a descubrir que él tiene una relación o que simplemente está viendo a una joven a escondidas lo van a desterrar a un lugar de donde nunca volverás a saber de él, esas son las reglas de seminario. La niña se preocupó; por una parte quería seguirlo viendo pero no concebía la idea de que lo arrancaran de sus brazos, sin decir ni una palabra corrió y se encerró en su habitación con esos pensamientos en mente. Los días pasaban y Sebastián de vez en cuando le mandaba cartas con aquel amiguito suyo y se encontraban al atardecer en aquel terreno baldío junto al cementerio, reían, se contaban sus miedos, sus sueños y veían morir el sol tras las montañas llenas de árboles que anunciaban el otoño, el seminarista regularmente le cantaba una canción en lo que acariciaba su largo cabello, mientras que ella se recostaba sobre su pecho y lo abrazaba fuertemente. Juntos pasaron los mejores momentos, con más amor del que mucha gente conoce en toda su vida, llevaban varias semanas viéndose y Sebastián le dijo: -María, he llegado al grado que no puedo estar más sin ti por favor vámonos lejos de aquí a donde nadie controle nuestras vidas y podamos disfrutar de nuestro amor, yo te amo y haría cualquier cosa para que seas feliz, ya no quiero estar encadenado al seminario, lo único que deseo es estar contigo toda mi vida, ¿qué dices? La joven se quedó callada, no sabía qué responderle, ella quería estar con él pero sabía que no podía dejar a sus padres y a su amorosa nana. -No es tan fácil para mí, aunque también quiero estar junto a ti, necesito pensarlo muy bien y creo que debemos esperar. -Está bien esperaré lo que sea necesario.

Se acercó lentamente a ella, tomó su rostro entre sus manos y la besó suavemente, lo cual la joven correspondió con cierta timidez.

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Dos semanas después cuando el otoño estaba por darle paso al invierno, el seminarista se preparaba para el encuentro con su amada y al salir del seminario, el sacertote, que era el director, logró ver cómo se escabullía entre los arbusto así que lo mandó seguir por dos seminaristas de una orden mayor. Sebastián iba presuroso y precavido para que no lo vieran de la forma como lo había hecho las últimas siete semanas, pero sin darse cuenta que esta vez lo seguían, llegó donde se encontraba María la abrazó y beso; apenas vieron esto y los seminaristas regresaron a contare al sacerdote lo que ocurría. Al momento que regresó Sebastián al seminario, apenas abría la puerta trasera por donde siempre se escapaba para ver a María, y al momento de dar la vuelta vio a todos los miembros del seminario esperándolo, al momento el joven se quedó sin aliento. Entonces replicó el sacerdote: ustedes dos llévenlo a la sala de juicios, caminaron todos hacia allá y los seminaristas que llevaban a Sebastián lo sentaron en la sillas de los acusados, entonces empezaron las preguntas. -¿Dónde se encontraba joven? -Solo caminaba y meditaba como acostumbro. -Es mejor que diga la verdad o la condena será peor. -Le puedo asegurar que no oculto nada señor. -Si es así entonces ¿Por qué estaba con una joven a la cual besaba y abrazaba en aquel terreno baldío que está cerca del cementerio? -No es así Señor se lo juro. -Ahórrese juramentos vanos, los seminaristas Lorenzo y Agustín lo vieron, no puede engañarnos solo recuerde cuáles son las reglas y por si no lo hace le refresco un poco la memoria; de acuerdo al rito del Celibato cualquiera que desobedeciere alguna de las reglas será desterrado y mandado a donde no podrá volver jamás y olvidará hasta quién es usted, y permítame informarle que ha desobedecido la regla más grande, ha pisoteado el buen nombre del seminario y de los clérigos aquí presentes. En cuanto escuchaba todo esto el joven temblaba y solo pensaba en María y el gran miedo que tenía de no volver a ver esos ojos que le habían traído la mayor felicidad en esos meses. Los clérigos que dirigían el seminario lo sentenciaron al destierro lo mandarían a una isla al otro lado del país, le dieron solamente dos días para preparar sus cosas y lo tenían bajo vigilancia todo el tiempo, él no sabía qué hacer estaba desesperado y se preguntaba ¿por qué en el punto máximo de su felicidad era condenado a la peor desdicha nunca antes imaginada? No le quedaba más, su mundo se había venido abajo en un abrir y cerrar de ojos así que solo pudo escribirle una carta a su joven amada.

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5 de diciembre de 1883 María: Ha pasado algo terrible me han descubierto, los clérigos se han enterado de nuestros encuentros y me han sentenciado al destierro, en dos días me trasladan, estoy deshecho no quiero dejarte, pero tampoco quiero que por mí seas desdichada, yo te amo y quiero que encuentres a alguien que te haga feliz y tengas una hermosa familia, no te preocupes por mí yo estaré bien no importa que solo viva de recuerdos, el saber que piensas en mí me mantendrá vivo y por favor no llores porque nuestro amor vivirá por siempre en mi corazón y te prometo que no pasará ni un solo día en que no piense en ti. Con amor tu seminarista.

Era una mañana fría y nublada el 7 de diciembre cuando recibió la carta la joven y sin pensarlo ni un instante corrió hacia el seminario sin importarle nada y justo cuando llegó a la entrada un carruaje escoltado iba alejándose en el horizonte; así que le preguntó a uno de los seminaristas que estaba en la puerta a quién llevaban en el carruaje. -Ese que va allá señorita es un infractor de la ley, es un seminarista llamado Sebastián que acaba de ser desterrado, pobre no desearía su suerte, arriesgar la vida por una mujer, ¡patrañas!-. Justo cuando terminó de decirle eso a María entró al seminario. La joven se desplomó sobre sus rodillas con el corazón destrozado y con sus grandes ojos azules cansados por tanto llorar, en ese momento llegó Amelia y como pudo la abrazó y la llevó a su casa. -Ay mi niña te dije que no era bueno que te encontraras con ese muchacho. Amelia trató de consolar a la joven pero no podía, pasaron varios días y María solo se la pasaba sentada en el diván mirando a los seminaristas a través de su ventana esperando a que su gallardo y esbelto seminarista de los ojos negros apareciera detrás de aquel grupo para observarla con ese mirar intenso que había clavado en lo más profundo del corazón de la joven al mismo tiempo que unas grandes lágrimas recorrían sus rosadas mejillas, de igual forma el seminarista se sentaba junto al mar todas las tardes a recordar los mejores momentos de su vida y pensar en aquellas canciones que le cantaba a la joven, esa sonrisa y esos ojos que parecían pedazos de cielo, esperando a que por poder divino o por una jugada del destino sus caminos se volvieran a cruzar y así poder volver realidad aquel amor imposible.