La Seguridad Internacional en el Año 10 DG (después de la Guerra Fría)

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"Contratapa: El año 1999 constituyó el décimo aniversario del fin de la Guerra Fría, si se tiene en cuenta su máximo simbolismo: la caída del Muro de Berlín. quienes creyeron que el fin de la compulsa entre superpotencias daría lugar a una etapa carente de conflictos signada por la paz y la cooperación, se equivocaron. En el orden emergente post Guerra Fría, la Seguridad Internacional vuelve a adquirir preponderancia, de la mano de nuevas y multiformes amenazas a la seguridad de los Estados y de la Sociedad. En la presente obra se hace un repaso de los principales contenidos de la Seguridad Internacional a las puertas del siglo XXI, incluyendo: los debates conceptuales generados tras el fin de la Guerra Fría, los conflictos intraestatales, los choques culturales a escala global, las amenazas transnacionales, las relaciones entre seguridad y desarrollo, el rol de las Naciones Unidas y la evolución de las operaciones de paz, entre otros."

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CRISIS

(Peligro-Oportunidad)

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Prólogo

n la mañana del domingo 13 de agosto de 1961, comenzó a ejecutarse la orden emitida por Walter Ulbricht, presidente de la República Democrática Alemana: aislar físicamente a Berlín Occidental, la porción

de la vieja capital que se hallaba bajo ocupación francesa, británica y norteamericana. La herramienta fue una pared de hormigón que, desde ese momento y para todos, fue el Muro de Berlín. Aunque los alemanes occidentales lo denominaron de otra manera: Schandmauer, el "Muro de la Vergüenza".

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Casi tres décadas más tarde, prácticamente había desaparecido el enfrentamiento ideológico bipolar que le daba sentido al Muro, y con él su razón de ser. El 9 de noviembre de 1989 fue reabierto y nunca más volvió a clausurarse. Hasta unos pocos días antes de esa fecha histórica, los destinos de la República Democrática Alemana habían estado regidos por Erich Honecker, un estalinista ortodoxo que insistió ad nauseam en la viabilidad del totalitarismo de izquierda, desconociendo el signo de los tiempos. Fue precisamente esa porfía la que motivó su dimisión, "por motivos de salud". Decía Paul Johnson que a la Historia le fascinan las ironías y las paradojas, y tenía razón: Honecker había sido el encargado de ejecutar en 1961 las órdenes de construcción del Muro. Desde aquellos memorables sucesos, la arena internacional registró profundos cambios en todos sus aspectos, y la esfera de la seguridad no fue una excepción. Más aún, la Seguridad Internacional se transformó en un campo de análisis más complejo que en épocas anteriores, un terreno donde pujan en forma permanente amenazas y riesgos multiformes, y oportunidades de cooperación y negociación. Las dos caras que los chinos le asignan a la crisis. Este trabajo habla, precisamente, sobre Seguridad Internacional. Pretende abordar sus aristas más relevantes, entre ellas su evolución conceptual; los conflictos intraestatales; las amenazas transnacionales; las relaciones de la seguridad con la economía, la tecnología y la cutura; la tesis del Choque de Civilizaciones y las operaciones multinacionales de paz. Su nivel de análisis alterna entre los planos descriptivo y explicativo, con énfasis en el primero. Por esta causa, no debe ser considerado un trabajo de naturaleza teórica. En todo caso es el reflejo de los puntos de vista de alguien que ha tenido el placer de estudiar Relaciones Internacionales, la bendición de ejercerla como profesión y la oportunidad de escribir un libro.

El Autor

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INTRODUCCIÓN: LA CATÁSTROFE

“La gran sorpresa se produjo con la

caída del Muro de Berlín. La Historia dudó en ese momento”

Jean Daniel (1995)

“La aceleración de la Historia se debe, probablemente, a la concatenación de fuerzas silenciosas a la obra durante

años y años; una circunstancia fortuita las combina y su mezcla provoca

cambios y explosiones. Colaboración entre la necesidad y el accidente: el

azar, más que la violencia, es el partero de la Historia”

Octavio Paz (1990)

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Una breve reseña del fin de la Guerra Fría

l año 1999 bien podría denominarse, en materia de política internacional, como el año 10 D.G (después de la Guerra Fría), en referencia a la magnitud cuantitativa y cualitativa del histórico evento

acontecido una década antes: la finalización de la compulsa de raíz ideológica por la hegemonía global que durante casi medio siglo habían sostenido los principales polos del sistema internacional, EE.UU. y la Unión Soviética. No hubo hecho que simbolizara de mejor manera ese suceso que la apertura y posterior derrumbe del oprobioso Muro de Berlín que separaba, en el medio de la histórica capital germana, el Este del Oeste, el totalitarismo de la democracia, la opresión de la libertad. Más importante aún, la caída del Muro no inauguraba una nueva etapa de coexistencia entre las dos ideologías políticas sino que evidenciaba la inviabilidad de una de ellas y la imposición de la otra.

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Esta inviabilidad se había evidenciado en cada rincón de Europa Central-Oriental a lo largo de 1989. En rápida síntesis, en enero se habían realizado grandes manifestaciones espontáneas por mayores libertades políticas en la plaza Wenceslao de Praga y en Leipzig; en febrero, el Partido Comunista Hú ngaro aceptó la implementación de un sistema pluripartidario, en tanto el encarcelamiento del intelectual Vaclav Havel redundaba en nuevas manifestaciones antigubernamentales en Checoslovaquia; en marzo se aprobó en Polonia la realización de elecciones libres para cubrir el 35 % de los escaños parlamentarios, mientras en Hungría el flamante Partido Independiente de Pequeños Propietarios celebraba su primer congreso nacional; en mayo el Partido Comunista Búlgaro anunció medidas para desregular la agricultura, mientras su homólogo húngaro expulsaba de sus filas a su máxima autoridad Janos Kadar; un mes después, las fuerzas polacas de oposición obtenían el 99 % de los sufragios emitidos para las elecciones parlamentarias, en tanto se reivindicaba públicamente en Hungría la figura de Imre Nagy, el gobernante que promovió los levantamientos de 1956; durante el bimestre julio-agosto, miles de ciudadanos de Alemania Oriental solicitaron asilo en las embajadas del gobierno de Bonn en Checoslovaquia y Hungría, los que luego fueron autorizados a trasladarse a Occidente por el gobierno de Budapest, que abrió su frontera con Austria. Noviembre y diciembre fueron, indudablemente, los meses clave. Durante el primero, las innumerables protestas masivas efectuadas en Alemania Oriental contra el gobierno, en reclamo de mayores libertades de expresión y elecciones libres, motivaron que el Consejo de Ministros y el Politburó renunciaran en pleno, abriéndose la frontera interalemana; ese momento fue el de la famosa "caída del Muro". Al mes siguiente y tras innumerables manifestaciones de la ciudadanía, renunció en Checoslovaquia el Primer Ministro Ladislav Adamec, convocándose a comicios libres donde triunfó Havel.

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En este sentido, junto al Muro se derrumbó lo que ha dado en llamarse "totalitarismo de izquierda" 1, cuyo rasgo esencial en términos regimentales era la concentración del poder y la toma de decisiones dentro de un partido político único, institución que no tenía limitaciones a su accionar ni rendía cuentas a otro polo de poder. En el plano político ese Estado-Partido prescindía del voto secreto y universal como vía para el establecimiento de las necesidades e intereses de la Sociedad; prescribía los diferentes pensamientos e ideologías políticas, reclamando para sí el monopolio de la verdad; con ese objetivo, por un lado empleaba en forma sistemática el terror policial y político, y por otro manipulaba a la ciudadanía mediante la censura, el monopolio estatal de la información y la supresión de las libertades de reunión y circulación; además, se ejercía un dominio absoluto de la vida cultural por parte de la ideología oficial. Como acertadamente se ha dicho, esta ideología era aún más autoritaria y asfixiante que el nazismo puesto que, al contrario que éste (sobre todo en relación al ejército), no dejaba ningún sector social fuera de su influencia2. Por su importancia, es necesario profundizar en el empleo sistemático del terror policial y político, por parte del totalitarismo de izquierda. No puede pasarse por alto que un reprochable mérito de este modelo es el de haber legitimado las prácticas modernas de exterminio masivo de ciudadanos disconformes con el régimen, traspolando a niveles colectivos el tradicional concepto judeocristiano de la responsabilidad (y consecuentemente también de la culpa) individual. El autor de semejante desviación fue Vladimir Illich Lenin, con su famoso decreto de enero de 1918, que instaba al Estado ruso a eliminar "todos los tipos de insectos dañinos" a la revolución del año anterior; rápidamente quedaron englobados en esta categoría desde prostitutas y especuladores financieros hasta anticomunistas, pacifistas, religiosos, campesinos opuestos a la colectivización del agro, intelectuales independientes y funcionarios partidarios caídos en desgracia ante la cúpula. Esta abolición del concepto de la culpa individual habilitó primero a Rusia, luego a los territorios incorporados a la URSS y finalmente a todos sus Estados satélites, a aplicar durante décadas el terror contra sectores sociales percibidos como enemigos del Estado, de manera indiscriminada. El recurso dialéctico que sustentaba esta política era magistral: ningún individuo podía estar en desacuerdo con el Estado porque, en la sociedad marxista sin clases sociales, el individuo era el Estado; por esta razón, un individuo sólo podía estar en desacuerdo con el Estado si era su enemigo. Aún hoy, a diez años de la caída del Muro, no se dispone de cifras ciertas sobre el número de víctimas que 1 Las carácterísticas del totalitarismo de izquiera descriptas constituyen una compatibilización de las ópticas de BROKL, Ludovír: “Transformación política, nuevo sistema político y nueva cultura política”, Maestría en Sociología, UNLZ/IVVVVE/Academia de Ciencias de la República Checa, módulo II, 1995; y IANNI, Octavio: A sociedade global, Editora Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1992, pp. 15-16 2 HABSBURGO, Otto: “La resurrección de la Otra Europa”, entrevista en Archivos del Presente Nº 2, 1995, pp. 155-165

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generó esta política; sin embargo, se ha estimado que sólo entre 1929 y 1936 perecieron en Rusia 10 millones de individuos, de muerte no natural; en igual sentido, desde esos momentos y al menos hasta el fin de la época de Stalin, cerca del 10 % de la población rusa fue privada de la libertad por el gobierno3. Desde la perspectiva de Paul Johnson, tal vez el más importante historiador de los hechos del siglo XX, la influencia de esta corrupción leninista de los valores judeocristianos excedió los límites de la égida de Moscú, para alcanzar a Alemania, con un cambio de forma: los enemigos del Estado ya no se determinaban en función de la ideología, sino de la raza. Hitler era un "determinista biológico" que no creía (como Marx) que el motor de la Historia fuese la lucha de clases, sino la raza; fue una suerte de "darwinista social" convencido de la superioridad natural de la raza aria, y del peligro que para ella suponía el judaísmo, con capacidad para contaminar su pureza. Pero, más allá de estas particularidades, el nazismo aplicó el terror político en forma masiva, de acuerdo al postulado leninista de la culpa colectiva4. Volviendo a las características del totalitarismo de izquierda, en la esfera económica postulaba la propiedad estatal de todos los medios de producción, incluyendo el sector servicios; consecuentemente, el Estado-Partido regulaba en forma absoluta las relaciones económicas y los comités de planeamiento estatales monopolizaban todas las decisiones sobre producción y distribución de bienes, salarios, precios e inversiones; con el monopolio de los medios de producción y del poder decisorio, la única vía de resolución de los problemas del bienestar de la población era mediante una política de pleno empleo y precios subsidiados, con subestimación absoluta de los criterios de productividad. Como consecuencia directa de las características del totalitarismo de izquierda en los planos político y económico, la estratificación social resultante era un artificio: los grupos sociales y los individuos dependían del poder político y sus decisiones, respecto a ventajas, privilegios y status, por lo cual la afiliación al Estado-Partido era condición sine qua non para la satisfacción de la más mínima demanda. El resultado era una organización jerárquica de la Sociedad a través del sistema de "nomenklatura", que prescribía la posición, las obligaciones y los privilegios de cada funcionario afectado al proceso decisorio, trocando beneficios y promociones por lealtad y obediencia. La caída del muro de Berlín, en el sentido de la finalización de la Guerra Fría y el fracaso del totalitarismo de izquierda, no tuvo lugar en forma descontextualizada de múltiples factores que incidieron en su desarrollo. No obstante, hasta pocos años antes prácticamente ningún estadista, periodista o 3 JOHNSON, Paul: Tiempos Modernos, Vergara, Buenos Aires 1988, pp. 280-281, 310 4 Ibidem, pp. 80-81, 88, 138, 348-349 La deformación de la ética judeocristiana de la culpa y responsabilidad individuales, con su correlato de relativismo moral y de derrumbe moral general, por la pérdida de puntos de anclaje fijos, es uno de los elementos clave (sino el más importante) del análisis que efectúa este historiador sobre el siglo XX.

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investigador lo había contemplado como un escenario con cierto grado de factibilidad. De hecho, si la presente práctica de analizar descriptivamente la situación internacional una década atrás se hubiera efectuado en esos momentos, los datos estratégicos relevantes de las postrimerías de los años `70 habrían sido un recrudecimiento de la puja entre superpotencias y, en el marco de esa confrontación, la pérdida de importantes posiciones por parte de EE.UU. En el transcurso de la administración demócrata de James Carter se había consolidado la influencia cubano-soviética en África, particularmente en los flamantes Estados que emergían de la retirada portuguesa, así como en Nicaragua, donde había monopolizado el poder el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Aún más importante que estos episodios, en términos tanto de la vigencia del expansionismo soviético como del inmovilismo norteamericano, fue la invasión a Afghanistán, en diciembre de 1979. Autojustificado en su deber moral de ayudar al régimen de Kabul a “defender los logros de la revolución de las acechanzas externas”, el Kremlin empleó por primera vez en forma directa al Ejército Rojo fuera de los límites del Pacto de Varsovia. En el territorio de esta alianza, en tanto, instalaba nuevos misiles SS-20 con cabezas múltiples orientados hacia el Oeste; simultáneamente los soviéticos comenzaban a reemplazar sus armas nucleares tácticas Frog, SS-1 Scud y SS-12 Scalebroad por los flamantes SS-21, 22 y 23, que carecían de equivalente en la alianza rival, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La finalización de los años `70 fue también el momento en que la Armada soviética estuvo en mejores condiciones de disputar el control del mar a EE.UU., incorporando unidades de combate ultrasofisticadas: los cruceros tipo Kirov y Blackcom-I y los submarinos clases Alfa y Thypoon, entre otros. En esos momentos el antagonismo Este-Oeste no mostraba perspectivas de decrecer, sino todo lo contrario. Estudios realizados en EE.UU. incluían entre los principales objetivos estratégicos de Moscú a la ampliación e intensificación de su influencia en Medio Oriente; el control de los recursos petroleros que insumían las economías desarrolladas occidentales; la reducción de la influencia global estadounidense, minando sus alianzas o promoviendo conflictos regionales; la mejora de las capacidades de su instrumento militar, sobre todo en el campo convencional vis á vis la OTAN; finalmente, la consolidación y aumento de los regímenes políticos ideológicamente afines a escala planetaria. Hasta tal punto eran sombrías las perspectivas de la relación Este-Oeste en aquellos momentos que una novela futurista escrita por jefes militares británicos, todos ellos expertos en estrategia y poseedores de información de alto nivel, aventuraba que hacia mediados de la década de los `80 podría tener lugar un conflicto militar entre los dos bloques5. En esa obra, la guerra encontraba sus raíces en el agotamiento del modelo comunista en Europa 5 HACKETT, John: La Tercera Guerra Mundial, Laser Press mexicana, Mexico 1980

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Central-Oriental y en la propia URSS, dada su incapacidad para elevar el nivel de vida de su población; esta insatisfacción ciudadana se traducía en la aparición de tendencias autonómicas o independentistas, en el caso de las repúblicas soviéticas asiáticas (que pretendían incorporarse a la zona de alto crecimiento económico que China y Japón impulsaban en el Extremo Oriente), y en el crecimiento de los movimientos democráticos antigubernamentales en los países del Pacto de Varsovia. Estos factores habían impulsado al Kremlin a escapar hacia adelante, buscando recomponer su hegemonía intrabloque mediante la ejecución de un plan orientado a generar diversas crisis mundiales en desmedro de los intereses de Occidente, especialmente de EE.UU. En el marco de una de esas crisis, Moscú intervino militarmente en forma directa en Yugoslavia, respondiendo a un pedido de ayuda formulado por el gobierno federal, para sofocar tendencias independentistas en Eslovenia. La intervención soviética en Yugoslavia había sido la gota que rebalsó el vaso de la indecisión de Occidente: con el objetivo de garantizar la neutralidad del país balcánico en esos momentos de agudización del conflicto Este-Oeste, EE.UU. destacó unidades militares a Eslovenia, donde accidentalmente se enfrentaron con el Ejército Rojo, por primera vez en la Historia. El Kremlin escaló este enfrentamiento desatando una ofensiva militar destinada a ocupar Alemania Federal, alegando la inminencia de un ataque germano a su contraparte oriental; tras más de dos semanas de desarrollo, la URSS no había logrado ocupar totalmente Alemania Federal y, para evitar una guerra prolongada que no podría sostener económicamente, lanza un ataque nuclear aislado contra Birmingham al tiempo que invita a EE.UU. a celebrar negociaciones de paz. Finalmente, la respuesta atómica occidental sobre Minsk es el detonante de revueltas nacionalistas descontroladas en toda la URSS y en varios países del Pacto de Varsovia, escenario anárquico en el cual hay un golpe de Estado en el Kremlin que pone fin a la contienda. Sin embargo, no fue esto lo que se observó hacia mediados de los años `80 sino todo lo contrario: el inicio del proceso de reformas conocido como Perestroika, tras el acceso a la máxima instancia decisoria de la URSS de Mikhail Gorbachov, el delfin de Andrei Gromyko que hasta ese entonces se había desempeñado como Secretario del Comité Central del PCUS. En más de un sentido, la llegada de este funcionario al poder implicaba un fuerte cambio en el perfil de la dirigencia del Kremlin: Gorbachov, nacido en 1931, era el primer dirigente soviético de la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial; también era el primer Secretario General con estudios universitarios (graduado en Leyes de la Universidad de Moscú), recurso que lo habilitaba a una comprensión más pragmática de las situaciones local e internacional; su dominio de los medios masivos de comunicación lo asemejaba al prototipo del político profesional de Occidente; además, Gorbachov planteaba cierta desviación del tradicional ateísmo marxista, desde el momento en que había sido bautizado en el rito cristiano ortodoxo.

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Oficialmente, la Perestroika consistía en una suerte de aggiornamiento de la ideología leninista que incluía la recomposición de los canales de comunicación entre el poder político y la Sociedad; una modificación de los procesos tradicionales de toma de decisiones, delegando atribuciones a niveles menores y descentralizados, en ambos casos más cercanos al ciudadano común; el relajamiento de las férreas pautas de control informativo y cultural, y cierta tolerancia a los disensos y críticas emanados de la ciudadanía, siempre y cuando las mismas no amenazaran el monopolio de poder por el Estado-Partido, tornándose conductas antisistema. La voluntad de Gorbachov de preservar el monopolio de poder por el Estado-Partido es un dato histórico de aquellos momentos que periodistas y académicos, en forma inconciente o premeditada, suelen soslayar, a resultas de lo cual ese líder político es percibido como un gran demócrata cuando en realidad fue un gran transformador, algo completamente diferente; el grueso de su capacidad democratizadora se concentró en los procesos electivos y decisorios del Partido Comunista de la Unión Soviética (lo cual de por sí tuvo una enorme significación), pero no sobrepasó sus límites. La XIX Conferencia de esa fuerza realizada en el año 1988, la primera de su tipo realizada en casi medio siglo, produjo la autorratificación de la misma como vanguardia política (concepto de Lenin) del pueblo soviético y vehículo de sus objetivos, cuyo papel conductor no debía ser debilitado; ese rol de vanguardia, agregaban las resoluciones de la conferencia, impartiría la dirección correcta para el progreso de la Sociedad en su conjunto, bajo la guía de las enseñanzas marxistas y leninistas6. En lugar de democracia, tal cual concebimos a este concepto en Occidente, la Perestroika tenía como principal objetivo la modernización de la Unión; como discriminara el historiador Yuri Afanassiev, uno de los principales intelectuales rusos contemporáneos, a lo largo de toda la historia rusa (y luego soviética) la democracia y la modernización habían constituido procesos independientes entre sí, siendo que lo segundo había sido un objetivo recurrentemente buscado, a diferencia de lo primero. Desde esta perspectiva Gorbachov se inscribía en la más profunda tradición rusa de impulso desde el poder de reformas modernizadoras, como la occidentalización promovida por Pedro el Grande o la abolición de la esclavitud por Alejandro II, tras la Guerra de Crimea7. En tanto proceso de modernización, la Perestroika apuntaba al incremento de la eficiencia de la estructura económica soviética y, por extensión, a la optimización de la inserción en un subsistema económico internacional cada vez más orientado hacia la multipolaridad. Hay que tener presente que, tras casi siete décadas de vigencia del totalitarismo de izquierda, la situación económica de la URSS era gravísima: la constante priorización del sector de la

6 GORBACHOV, Mikhail: Algo Más sobre la Perestroika, Emecé, Buenos Aires 1988, pp. 44-45 y 49 7 SORMAN, Guy: Os Verdadeiros Pensadores de Nosso Tempo, Imago, Rio de Janeiro 1989, pp.171-175

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Defensa en desmedro de otros sectores del aparato productivo había transformado a la Unión, como tantas veces se repetiría posteriormente, en un Estado subdesarrollado con status de superpotencia militar. Octavio Paz la consideró “un rascacielos edificado en un pantano”8, y los hechos parecían darle la razón: la calidad de vida del grueso de la población era por demás desilusionante y los desafiantes discursos proferidos desde el Kremlin hacia el poniente de la Cortina de Hierro no se compadecían con la caída de los niveles de productividad, el estancamiento del sector agropecuario, el desabastecimiento y, consecuencia natural de esto último, el crecimiento del mercado negro. Ya en diciembre de 1984, tres meses antes de convertirse en Secretario General del PCUS, Gorbachov había difundido un informe en el cual advertía que debían actualizarse las relaciones de producción, para revertir el estancamiento y la detención del crecimiento que se observaba en la URSS desde fines de los años 70, gracias a las cuales Occidente se estaba imponiendo en la compulsa ideológica. Agregó que las deficiencias del sistema se observaban a "una escala verdaderamente tremenda”, que el grado de complejidad e innovación que exigía su mejora era una tarea titánica y que, no obstante esas dificultades, la tarea era impostergable porque estaba en juego el futuro de la URSS como potencia floreciente en el siglo XXI9. Ese intento de la URSS por optimizar su inserción en el subsistema económico internacional, en un contexto donde las reglas del juego no se determinaban en ese plano sino en el político-estratégico, el del enfrentamiento bipolar, no estuvo descontextualizado del sesgo que había adquirido esa confrontación. Ya se ha visto que, en la visión de Octavio Paz, los momentos de cambio histórico surgen a partir de la interacción entre factores estructurales y acontecimientos puntuales; en el caso del desenlace de la Guerra Fría, si los factores estructurales estaban representados por una economía soviética al borde del colapso, el hecho puntual que los agravó se resume en tres letras: IDE, las siglas (en español) de la Iniciativa de Defensa Estratégica anunciada en los primeros meses de 1983 por el republicano Ronald Reagan, quien había sucedido a Carter al frente de la Casa Blanca e impreso un giro a la política exterior norteamericana, orientándola al fortalecimiento de la contención. La Iniciativa de Defensa Estratégica o “Guerra de las Galaxias” consistió en un complejo sistema de armas basadas en tierra, aire y espacio destinado a tornar inviable un eventual ataque misilístico soviético sobre suelo norteamericano, destruyendo a tales misiles con posterioridad a su lanzamiento en alguna de sus tres fases de vuelo: en aceleración hasta salir de la atmósfera, durante su trayectoria fuera de la misma o luego de su reingreso y en la etapa de acercamiento final al blanco (o blancos, en el caso de los misiles con cabezas

8 PAZ, Octavio: Pequeña crónica de grandes días, Fondo de Cultura Económica, México 1990, p. 21 9 ZAGORIA, Donald: "La contención en una nueva era", en DEIBEL, Terry & GADDIS, John Lewis (comps.): La Contención. Concepto y Política, GEL, Buenos Aires 1992, pp.369-376

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múltiples). Para lograr su objetivo, la IDE echaría mano de tecnología de última generación, cuyo empleo con finalidades militares había sido hasta ese momento extremadamente limitada, cuando no nula, como los cañones laser, los haces de partículas o la concentración de los rayos solares. A partir de estas características se puede comprender que el efecto de la Iniciativa en la relación interhegemónica fue el de invalidar en favor de EE.UU. el equilibrio nuclear plasmado en la Mutua Destrucción Asegurada. Así, el comienzo del fin de la Guerra Fría estuvo marcado por la imposibilidad soviética de aceptar el desafío que supuso la IDE, debido tanto a la carencia de los recursos tecnológicos necesarios como a la incapacidad de su exhausta estructura económica para soportar el esfuerzo que hubiera implicado el intento por contestar al mencionado reto con un contrareto equivalente. Cabría preguntarse si el pomposo título de hombre de la década del `90, con el cual la revista norteamericana Time honró a Gorbachov, no le hubiera correspondido a Reagan, siendo que la Guerra Fría fue ganada lisa y llanamente por EE.UU. Como ya se dijo, históricamente casi nadie le había asignado una cierta probabilidad de ocurrencia a la hipótesis de un fin de la Guerra Fría caracterizado por la abdicación soviética. Más aún, un desenlace de esa naturaleza no había sido previsto siquiera en el paradigma de la contención, base del pensamiento estratégico de EE.UU. y sus Estados aliados durante la contienda bipolar. Recordemos brevemente que doctrina de la contención se sustentó teóricamente en el –ya legendario- artículo “Las fuentes de la conducta soviética”, publicado en 1947 por George Kennan, bajo el enigmático seudónimo “X” (X: "The sources of soviet conduct", Foreign Affairs 25, July 1947, pp.556-562); en este trabajo, Kennan decía: "la acción política soviética es una corriente fluida que se mueve constantemente, en todos los lugares donde le sea permitido moverse, hacia una meta definida. Su preocupación principal consiste en asegurarse de llenar todas las grietas y rincones que le sean accesibles en la cuenca del poder mundial". Frente a este estado de cosas, la propuesta de Kennan incluía tres componentes: primero, mantener el equilibrio de poder global, evitando que la URSS lograra el control de los polos económicos que no eran propios ni estaban bajo control directo de los EEUU (Gran Bretaña, Europa Occidental y Japón), a los que había que ayudar en su recuperación; segundo, limitar la influencia soviética más allá de sus áreas de control, fomentando la división del movimiento comunista internacional; finalmente, lograr la modificación de la conducta externa de Moscú, promoviendo -vía un acuerdo político global- un modus vivendi que disminuya las tensiones globales y logre un equilibrio estable. Claramente, como ha dicho de manera simplificada Gaddis, la contención era solamente otra manera de decir que había que recuperar el equilibrio de poder en el mundo, sin apuntar a la eliminación completa de la

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URSS, como sí se buscó la rendición incondicional de Alemania y Japón en la Segunda Guerra10. Si la imprevisión del fin de la Guerra Fría evidenció las limitaciones que tienen los estudios de futuro en el campo de las relaciones internacionales, tales limitaciones se multiplicaron al enfocar la atención en los años venideros. Valga como ejemplo que en los mismos albores del año 1990 el vaticinio de Jacques Attali, respecto a las relaciones entre las dos Alemanias, fue que ambas partes se embarcarían en un proceso de acercamiento económico y político que les otorgaría una importancia descollante en el refuerzo de los vínculos entre las mitades occidental y oriental de Europa; al mismo tiempo aseguraba que la profundización de la Perestroika era el único camino a través del cual la Unión Soviética podría seguir siendo una gran potencia a fines del siglo11. Antes de terminar ese año las dos unidades políticas germanas se habían unificado y en diciembre de 1991 la URSS dejó de existir. Si la Perestroika estuvo fuertemente influida por el curso que había adoptado la contienda con EE.UU, la desaparición de la URSS fue consecuencia de la Perestroika. Aunque preveía el protagonismo exclusivo del Partido Comunista en el escenario político soviético, ese proceso de modernización se enfrentó al menos a tres desafíos que no tuvo la capacidad de superar con eficacia. En un plano axial, horizontal, de la ideología, en el interior de esa fuerza operaron fuertes tendencias centrífugas que redundaron en dos fuertes posiciones: una, que exigía la profundización y aceleración del proceso, dado que las expectativas que se habían generado en la ciudadanía respecto al cambio (básicamente de naturaleza socioeconómica); su figura más carismática era Boris Yeltsin, favorecido por una importante popularidad en Rusia, profundamente enfrentado con Gorbachov desde la época de la XIX Conferencia. La otra posición, contraria a la primera y esencialmente conservadora, afanosamente intentó moderar los cambios, e incluso hasta suspenderlos, sea por la pérdida de poder que implicaban para muchos jerarcas, por una percepción de traición a los postulados marxistas y leninistas, o por un simple rechazo a lo desconocido. También horizontalmente, pero fuera del partido, proliferaron entidades que ponían en tela de juicio los presuntos contenidos democráticos de la Perestroika, en tanto debía coexistir con un Estado-Partido, reclamando la instauración de un verdadero sistema político multipartidario. En un plano vertical, la descentralización y delegación de capacidad decisoria en el seno del Partido Comunista, junto al relajamiento parcial de la política estatal de control informativo y cultural, fomentaron la reaparición en toda la 10 Para un excelente análisis de los verdaderos alcances de la doctrina de la contención, consultar GADDIS, John Lewis: "Introducción: la evolución de la contención", y DEIBEL, Terry: "Las alianzas y las relaciones de seguridad: un diálogo con Kennan y sus críticos", en DEIBEL & GADDIS, op.cit. pp. 9-18 y 129-145 11 ATTALI, Jacques: Milenio, Seix Barral, México 1994, pp. 55 y 60

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geografía soviética de tendencias de raíz cultural, basadas particularmente en identidades étnicas o religiosas, que fluctuaron desde demandas a Moscú de una mayor autonomía hasta exigencias de una autodeterminación absoluta y el abandono de la URSS. En tanto estos fenómenos no tenían una manifestación ideológica, a punto tal que solían estar encabezados por filiales regionales del propio Partido Comunista, la Perestroika fue incapaz de articular una respuesta efectiva frente a los mismos. Lituania fue escenario de uno de los primeros movimientos independentistas y su ocupación militar, por tropas del ministerio del Interior y del comité de seguridad estatal KGB, puso seriamente en entredicho la imagen democrática que Gorbachov había construido en Occidente. Producto de la incapacidad de la Perestroika para responder de manera eficaz a los múltiples desafíos que enfrentaba, el margen de gobernabilidad de su mentor fue cada vez más exiguo, obligándolo a constantes negociaciones con las alas más reformistas y con los dirigentes más conservadores, y a sucesivas ampliaciones de las autonomías de las repúblicas de la Unión; esto último, al punto de aceptar la apertura de negociaciones para reemplazar el vocablo socialistas por soberanas en el nombre oficial del Estado, que de esta manera se volvía más federal. Al borde del colapso estatal, a mediados de agosto de 1991 las cúpulas de las FF.AA. y de la KGB intentaron llevar a cabo, con la complicidad de algunos integrantes del Poder Ejecutivo y el mutismo de la estructura del partido, un putsch revolucionario tendiente a desplazar del poder a Gorbachov y congelar el proceso de reformas; menos por la popularidad de este mandatario que por el rechazo a un retorno al antiguo régimen, en las principales urbes soviéticas tuvieron lugar multitudinarias manifestaciones que hicieron fracasar la intentona. En Moscú, epicentro de esas espontáneas demostraciones, Yeltsin, quien dos meses antes se había transformado en el primer presidente ruso democráticamente electo, se puso al frente de las mismas y desarrolló una rápida estrategia de acumulación de poder: ocupó la KGB y confiscó sus archivos, tomó el control de los medios de comunicación y prohibió en toda Rusia las actividades del Partido Comunista. Con estas medidas no sólo contribuyó decididamente al fracaso del acto anticonstitucional, sino privó a Gorbachov de toda capacidad para ejercer poder. En este sentido se ha dicho que Yeltsin movilizó a la ciudadanía para desbaratar el coup d`Etat militar mientras promovía el suyo propio, por lo cual en esos momentos la URSS había vivido en realidad dos golpes de Estado, uno de los cuales había sido exitoso. El resto es conocido: el 8 de diciembre Rusia, Bielorrusia y Ucrania, las tres repúblicas eslavas de la Unión, declararon públicamente que ésta dejaba de existir y cofundaron la Comunidad de Estados Independientes (Sodruzhestvo Nezavisimykh Gosudarstv); antes de fin de año todas las repúblicas soviéticas convalidaron esa disolución y se incorporaron (con la excepción de Georgia y las naciones bálticas) a la CEI.

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La desaparición de la URSS, el último de los imperios modernos, constituyó un evento sin parangón en la historia, puesto que jamás se había registrado una súbita implosión imperial sin que antes no se hubiera padecido la derrota de una guerra. Este colapso no hizo sino agregar confusión a aquellos momentos de cambio. En cierta forma, la famosa frase que dirigiera al sector político estadounidense el politólogo soviético Georgi Arbatov, "nosotros vamos a hacerles a ustedes algo terrible, vamos a privarlos de un enemigo"12, tuvo validez universal en lo que a pérdida de certezas se refiere. Los análisis del fenómeno terrorista suelen apelar al concepto psiquiátrico “stress postraumático” para identificar algunas de las secuelas que generan estos actos entre sus sobrevivientes, entre ellas la depresión; patologías del miedo; estados permanentes de ansiedad e incapacidad de sentir emociones; podría decirse entonces que el fin de la Guerra Fría en 1989, con el agregado de la implosión soviética dos años después, produjo una suerte de “stress postraumático global”. Por lo menos tres factores conspiraron contra la superación de ese estado de confusión y pérdida de certezas. Primero, como lo puntualizara Boutros Boutros Ghali en sus épocas como Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ningún grupo de actores relevantes del sistema internacional había hecho esfuerzo alguno por brindar al mundo una visión unificada y compatibilizada sobre el curso de los acontecimientos futuros, ni sobre sus reglas de juego. En este caso se rompía una constante de los principales acontecimientos internacionales modernos: después de las guerras napoleónicas se había reunido el Congreso de Viena; tras la Primera Guerra Mundial se había suscripto el Tratado de Versalles; luego de la Segunda Guerra Mundial, el turno había sido de la ONU13. Un segundo factor se vincula con el periodismo. La sorpresa que generó el final de la Guerra Fría en la prensa internacional no fue menor a la que causó en las comunidades política y académica, no obstante lo cual no pudo evitar la responsabilidad (y la oportunidad) de acercar a la ciudadanía de todo el globo los eventos que acontecían en aquellos históricos momentos. Sin duda incidió en esa conducta un cierto espacio ganado por el periodismo en el tratamiento de los asuntos mundiales, no sólo como mero expectador sino incluso con un cierto coprotagonismo; al fin y al cabo, como consignó Grunwald, el proceso de paz entre Egipto e Israel había dado uno de sus saltos decisivos en 1977, cuando el mandatario egipcio Anwar El Sadat admitió por primera vez a su contraparte Menachem Begin, en el contexto de un reportaje otorgado por ambos a uno de los programas más importantes de la televisión estadounidense, su disposición a viajar a Jerusalem para sostener conversaciones bilaterales.

12 IANNI, op.cit. p. 28 13 GHALI, Boutros Boutros: Las Naciones Unidas en un Mundo en Transición, conferencia pronunciada en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), Buenos Aires 14 de marzo de 1994

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Si el activo protagonismo del periodismo en materia de política internacional fue congruente con la tradición de esa actividad, estuvo facilitado por la globalización de las comunicaciones, sustentada en una revolución tecnológica, que permitió la llegada a todos los rincones del planeta en tiempo real de las imágenes del colapso de los totalitarismos de izquierda en Europa Central-Oriental, incluyendo la caída del Muro; en buena medida se cumplían, desde el punto de vista de la comunicación, los conceptos de Aldea Global que enarbolaban Marshall Mc Luhan y otros teóricos. La evidencia más palpable de la vigencia de una Aldea Global comunicacional surgiría con la llamada Guerra del Golfo, un acontecimiento prácticamente equidistante de la caída del Muro y la implosión soviética. Las imágenes de Bagdad en llamas se entremezclaron con tomas de las cubiertas de los portaaviones de la coalición, infografías computarizadas sobre el balance de fuerzas de ambos contendientes, flashes de manifestaciones pro y antiiraquíes en todo el mundo y panorámicas tomadas por las cámaras instaladas en la nariz de las bombas láser Paveway de EE.UU., al momento de esquivar en vuelo rasante edificios, para alcanzar sus blancos. Todo esto en vivo, erosionando el sentido del concepto distancia e imponiendo nuevos criterios de comunicación: "El encadenamiento fugaz de los flashes diluyó la clásica cadena causalista de los relatos informativos. En lugar de estructuras narrativas a lo Plutarco, ofreció sucesiones vertiginosas de imágenes, collages heteróclitos, ecos de pequeñas frases o consignas sonoras, que se rearmaban con una nueva lógica para muchos brutal o puramente incierta".14 Sin embargo, ni el espacio ganado en materia de política internacional ni la constitución de una Aldea Global en materia de comunicaciones, a partir de una revolución tecnológica, alcanzaron al periodismo para disipar la incertidumbre generada por el fin de la Guerra Fría. Esencialmente, la razón se vinculó con la modificación de la geografía política, a partir de la proliferación de conflictos internos e incluso de colapsos estatales, así como con la reemergencia de factores de raíz histórica y cultural antes que ideológica; ambas tendencias encontraron en la URSS su caso paradigmático. En la gran mayoría de los casos la prensa se encontró incapacitada para analizar en términos explicativos estas situaciones novedosas y desconocidas, ni sus raíces que usualmente se sumergían siglos en la Historia; por esta causa se adujo que el periodismo, antes que un Nuevo Orden Mundial, precisaba un Nuevo Orden de la Palabra15. Generalmente esta falencia no se pudo solucionar debido a los breves períodos de tiempo que duraban las coberturas ad hoc, a caballo de la dinámica de los acontecimientos, que no brindaban margen para un estudio pormenorizado del caso.

14 RIVERA, Jorge: “La tecnología domina al mundo”, El País 2 de abril de 1993, Supl. Cultural, p.7 15 GRUNWALD, Henry: “The Post-Cold War Press”, Foreign Affairs 72:3, summer 1993, pag. 12-16 El autor emplea aquí un juego de palabras, dada la similitud entre Nuevo Orden Mundial (New World Order) y Nuevo Orden de la Palabra (New Word Order) en el idioma inglés.

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Finalmente, el tercer factor excede en significación a los dos anteriores y en parte los justifica. A las falencias de naturaleza descriptiva, que en cierta medida se vinculan con las dificultades de la actividad periodística, explicativa y prescriptiva, en este caso relacionadas con la actitud de los principales actores estatales, debería agregarse que el fin de la Guerra Fría fue algo más que una profunda “modificación en” el sistema internacional: en realidad fue un radical “cambio de” sistema internacional. Un cambio que cualitativamente no puede ser definido como una crisis, pues fue mucho más abrupto y repentino (prácticamente carece de escalada), y no contempla posibilidades de reversión. El fin de la Guerra Fría, dando lugar a algo totalmente nuevo, fue una verdadera catástrofe, esto en los términos de René Thom16.

16 Ver, sobre la Teoría de la Catástrofe de René Thom, WOODCOCK, A. & DAVIS, M.: Teoría de la Catástrofe, Cátedra, Madrid 1989

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CONCLUSIONES: HACIA EL AÑO 20 D.G.

“ Los intelectuales del siglo xx no han sido

capaces de formular profecías que anunciaran lo que debería suceder. No nos dieron una hoja de ruta a cumplir o de la

cual desviarse. Así se explica que al inmenso alivio que trajo la caída del Muro

siga ahora una sensación general de desconcierto. Hemos salido de Egipto.

¿Cuál es la Tierra prometida?”

Mariano Grondona (1993)

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Una evaluación de la Seguridad Internacional, en el año 10 DG A fines de los años `90 y a una década de la finalización de la Guerra Fría, simbolizada en la apertura del Muro de Berlín, el sistema internacional revela una estructura compleja, en la cual la distribución de poder varía en los diferentes segmentos o subsistemas que lo componen. Producto de la implosión soviética, en el ámbito del poder duro (militar) se asiste a una virtual unipolaridad de EE.UU., el único actor con la capacidad para llevar a cabo una proyección de fuerza a escala global. Esa unipolaridad se transforma en multipolaridad en torno a las formas blandas, no militares, del poder, vinculadas esencialmente con la economía y la tecnología, registrándose la distribución de recursos y capacidades en torno a más de dos Estados. Considerada en conjunto la estructura del actual sistema internacional, que no responde a los cánones de un balance de poder tradicional, ha llevado a los estudiosos de los asuntos internacionales a acuñar conceptos como multipolaridad desigual o balance de poder asimétrico, con el objeto de poder describirla. En términos absolutos, en las postrimerías de la década del `90 estamos asistiendo al mayor nivel de expansión del sistema político democrático, en el sentido que le asigna a este término la modernidad de Occidente, así como del modelo capitalista de generación y distribución de riqueza. Nunca la democracia capitalista había sido puesta en práctica en tantos Estados, más allá de los resultados obtenidos, ni la suma de aquellos había cubierto similar proporción de la superficie del orbe. Empero, esta expansión no ha implicado necesariamente el triunfo de los ideales de Occidente, teniendo en cuenta las múltiples versiones existentes de democracia y capitalismo, producto de la influencia de factores culturales, históricos, económicos y geográficos en cada caso de aplicación. Conforme pasa el tiempo, la tesis del fin de la Historia de Fukuyama se muestra más la consecuencia del exitismo desmedido de la clausura de la Guerra Fría y menos una evaluación desapasionada y objetiva de la realidad. La puja entre las corrientes realista e idealista de la política internacional, en el segundo caso con especial énfasis en los postulados de la Paz Democrática, parece haberse resuelto a favor del realismo. En comparación con la Guerra Fría, el sistema internacional no es hoy más pacífico, ni registra cuantitativamente niveles de violencia ostensiblemente menores; de todos modos ésta cambió de forma predominante de expresión, privilegiando las intraestatales y transestatales, en desmedro de las interestatales. La proliferación de conflictos intraestatales, caracterizados por enfrentamientos de naturaleza cultural entre dos o más partes, fue uno de los rasgos de la primera década de la post Guerra Fría. En la mayoría de los casos, la génesis de estos conflictos muestra una compleja interacción entre dos variables independientes, la finalización de la contienda interhegemónica y el fenómeno

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de raíz tecnológica conocido como globalización, y otras dos permeables a las primeras y retroalimentadas entre sí, el antagonismo cultural y la crisis de gobernabilidad que resulta de la erosión de las estructuras estatales. El fin de la Guerra Fría dejó de limitar a los conflictos periféricos en función de un enfrentamiento bipolar, decretó la finalización de los esfuerzos de las antiguas superpotencias por sostener regímenes políticos ineptos e impopulares y dio vía libre a las tendencias a favor de la autodeterminación de los pueblos, que suelen manifestarse en el plano étnico. La globalización económica, por su parte, tiende a complicar la inserción en sus esquemas globales de numerosos países, agravando hacia el interior de los mismos graves cuadros sociales preexistentes. Así, tanto el fin de la Guerra Fría como la globalización comunicacional y económica están contribuyendo a reducir los márgenes de gobernabilidad de numerosos Estados, hasta el extremo de su virtual colapso, es decir, su transformación en un Estado fallido. En algunas ocasiones las tendencias de autodeterminación de los individuos, expresadas en sentido étnico, se originan en la merma de la gobernabilidad; en otras, se asiste a lo contrario, siendo tales tendencias las que influyen en la caída de la gobernabilidad. Más allá del sentido de esta relación causa-efecto, en los Estados que no son simultáneamente Naciones las variables gobernabilidad y autodeterminación siempre se retroalimentan en forma inversamente proporcional, en un verdadero círculo vicioso que se ve potenciado por contextos sociales premodernos donde la cultura política imperante desvaloriza las libertades y derechos individuales, y la pluralidad étnica. Los conflictos intraestatales de la post Guerra Fría muestran un nuevo tipo de violencia, legitimada más en la irracionalidad mítica que en la racionalidad ideológica, donde cada protagonista identifica a la contraparte como verdadera corporización de los males que lo aquejan. Esa violencia no reconoce límites, transformándose en un fin en sí mismo: una guerra total, que transgrede los postulados de la guerra moderna y de sus ejecutoras naturales, las FF.AA., en materia de logística, organización, empleo de la variable tiempo, tecnología, doctrina, dirección, alianzas, táctica, perfil del combatiente, aceptación y generación de bajas, marcos jurídicos de regulación, costos económicos y orientación social. Es en función de esta realidad que se está sugiriendo un replanteo conceptual de la Estrategia, que no sólo debe “pensar la guerra”, en el tradicional sentido interestatal, sino también “pensar la crisis” interna de los Estados. La extrapolación a niveles macro de numerosos abordajes analíticos a los mencionados conflictos intraestatales parece ser la causa de la popularidad que han adquirido en los últimos tiempos las lecturas del sistema internacional en clave cultural. En la consolidación de esas apreciaciones Huntington jugó un papel vital, al anunciar un futuro protagonizado por la competencia multipolar entre ocho grandes bloques miméticos con otras tantas civilizaciones, agregando que la muestra más acabada de ese futuro se encuentra en el Islam

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y su presunto carácter confrontativo con los valores de Occidente. Sin embargo, esta posición revela la persistencia de un pensamiento y un lenguaje estratégicos residuales de épocas de la Guerra Fría, que presupone siempre la existencia de un enemigo, y que tiende a caratular de tal manera a toda contradicción entre Estados o grupos de Estados. La presencia de un pensamiento estratégico residual en la tesis de Huntington relativiza su utilidad para comprender acabadamente numerosos episodios de la actualidad: los conflictos más usuales de la post Guerra Fría, los intraestatales, no muestran necesariamente la coexistencia de más de una civilización en pugna, ni toda relación entre civilizaciones es esencialmente una relación conflictiva, salvo que una de ellas perciba un intento de influencia o dominación por parte de la otra. Esto es válido en el caso del mundo islámico, que comenzó a ser percibido como amenaza en Occidente hacia finales de la década del `70, con la instauración en Irán de un régimen autoproclamado teocrático, de sesgo antioccidental, que respaldó en forma concreta a diversas organizaciones musulmanas extranjeras, muchas de las cuales empleaban la violencia para lograr sus objetivos políticos (el caso de Hezbollah sería paradigmático). Fue en esos momentos y debido a esas percepciones que apareció el concepto de fundamentalismo islámico. Lo que muestra el mundo islámico, finalizando el siglo, es un proceso de islamización fuertemente relacionado con el deterioro socioeconómico que experimentan las capas sociales más amplias de los Estados musulmanes desde mediados de la década del `70, cuando entran en crisis los modelos foráneos de desarrollo económico basados en la urbanización y la industrialización, y se deslegitiman las élites políticas laicas. A modo de respuesta la islamización, movilizada por las figuras religiosas en detrimento de la postura del Estado, implica que lo sagrado pasa a ocupar el lugar de tales modelos en la escena social y política. En su mayoría, los protagonistas de estos procesos desligan sus objetivos del empleo de la violencia, siendo sólo una proporción mínima de los mismos quienes adoptan la conducta contraria, amparándose en una distorsión del concepto jihad; aún en estos casos, el blanco primario de la violencia no es Occidente en general, sino gobiernos de países musulmanes que, en la visión de esos grupos ultras, se apartaron de las prescripciones del Corán. Son únicamente estas entidades radicalizadas, que deslegitiman al adversario mediante la manipulación de la retórica sagrada, las que merecen el apelativo de fundamentalistas. La promoción del empleo de la violencia contra blancos no sólo musulmanes por parte del régimen teocrático iraní y su desconocimiento a un conjunto de normas básicas de la política internacional (sobre todo la de soberanía de los Estados), verdadera raíz de las percepciones occidentales del Islam como amenaza, están más relacionadas con objetivos políticos de Teherán que con los dictados del Corán. El mantenimiento del balance de poder regional, la obtención del liderazgo del Mundo Musulmán, la eliminación de la oposición

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política en el exilio y el mantenimiento del apoyo ciudadano a la Revolución Islámica se incluirían entre tales objetivos. Si uno de los rasgos predominantes de la primera década de la post Guerra Fría, en materia de seguridad internacional, fue la proliferación de conflictos intraestatales de naturaleza cultural, otra de sus características distintivas fue la existencia de múltiples amenazas transnacionales, entendiendo como tales a aquellas situaciones o casos cuyo potencial de daño alcanza y cuya resolución exige la acción concertada de más de un Estado. El grupo de amenazas transnacionales que en la agenda internacional de la actualidad ostentan un status prioritario incluye a las migraciones masivas; el terrorismo; el crimen organizado y su subfenómeno más difundido, el tráfico y comercialización de estupefacientes; el deterioro del medio ambiente; la proliferación de armas de destrucción masiva y vectores y la guerra informática (o guerra cibernética). El incremento cuantitativo de los movimientos migratorios a partir del fin de la Guerra Fría es indisociable de dos factores ya mencionados, el aumento de conflictos intraestatales caracterizados por un alto grado de violencia y la globalización de raíz tecnológica; es este salto tecnológico, que en los países de avanzada se expresa en una automatización productiva que conspira contra la creación de empleo, el que contribuye a constituir las migraciones en amenaza: se percibe que sus protagonistas agravan situaciones sociales de por sí complicadas, transformándose en elementos indeseados, catalizadores de la violencia xenófoba y, en algunos casos, de conflictos intraestatales. A lo largo del primer decenio posterior a la contienda interhegemónica, el terrorismo se consolidó como una de las más peligrosas amenazas transnacionales. Esta jerarquía es el resultado de la combinación entre las características distintivas del fenómeno y la influencia que ejerce en el mismo el nuevo contexto internacional, tanto en lo estratégico como en lo tecnológico. Estratégicamente, ahora los Estados que sostienen al terrorismo son independientes respecto a contextos mayores (como fue la Guerra Fría) que limiten su capacidad decisoria; a partir de la autonomía de sus sponsors, las organizaciones terroristas ven facilitado su acceso a facilidades logísticas y medios financieros. En lo tecnológico, el empleo de nuevos y más potentes explosivos incrementa el potencial de daño, la rapidez y autonomía de los medios transporte permite alcanzar blancos lejanos y mejores vías de fuga, mientras el salto en el campo de las comunicaciones optimiza la operatividad. En su empleo de la violencia, el terrorismo internacional encuentra su punto de coincidencia con el crimen organizado, una de las más peligrosas amenazas perceptibles en el orden emergente de la post Guerra Fría. Lejos de circunscribirse al tráfico y comercialización de estupefacientes, como suele suponerse, sus acciones ilegales se diversifican en múltiples direcciones en forma simultánea y en más de un Estado, interactuando con otras entidades de su tipo en verdaderas redes globales y descentralizadas; en todos los casos, la corrupción y manipulación de funcionarios públicos es un rasgo característico

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de la criminalidad organizada. La actual situación de Rusia muestra que, bajo ciertas circunstancias, la expansión a escala global de la democracia capitalista y la globalización pueden tornarse funcionales al crimen organizado: en el primer caso, si coinciden un cierto vacío de poder generado por la retirada desordenada y poco transparente del Estado de la actividad económica y social, con la ausencia de una cultura política democrática arraigada en la población y sus elites; en el segundo, porque el agravamiento de la situación económica y social de numerosos Estados puede hacer que la criminalidad sea elegida por sectores sociales amplios como estrategia de mejora de su nivel de vida. Aún cuando el tráfico y comercialización de estupefacientes ha dejado de ser el punto nodal de la criminalidad organizada, su constante agravamiento durante toda la década del `90 y su consolidación como la mayor movilizadora de capitales ilegales a nivel global lo transforman, por sí mismo, en una amenaza transnacional. Al contrario que otras amenazas, y en similitud a algunas manifestaciones de terrorismo, en ciertos Estados el narcotráfico amerita respuestas de índole militar, en el marco doctrinario de los Conflictos de Baja Intensidad (CBI); esta opción se vincula, en forma directamente proporcional, con la probabilidad de que los carteles ilegales traduzcan su poder económico en feudalización territorial. Frente a la proliferación horizontal de armamento de destrucción masiva, donde las amenazas giran en torno a su posesión por Estados inestables y belicosos o por grupos terroristas o criminales, las respuestas que articuló la comunidad internacional en los últimos años privilegiaron la constitución y consolidación de regímenes ad hoc; sin embargo, sólo en relación a las armas nucleares se logró un grado de efectividad adecuado, al contrario que en los casos químico y biológico, que incrementan su potencial de amenaza a partir de la conjunción de dos factores: respecto a su fabricación, menores niveles de precios (de los insumos), complejidad tecnológica (que por otra parte es dual), requerimientos de infraestructura y riesgos de manipulación; en relación a su detección, la inexistencia de mecanismos eficaces de verificación. A pesar de la experiencia de la Guerra del Golfo, la comunidad internacional tampoco alcanzó un grado máximo de eficacia en su esfuerzo por neutralizar la proliferación misilística, dado que el régimen abocado a la cuestión no ha articulado mecanismos de imposición de su decisión a un Estado ni puede extender sus actividades a la esfera civil, en un contexto de empleo de tecnologías duales. El deterioro medioambiental está consolidado como amenaza transnacional, culminando un proceso de constante jerarquización iniciado más de dos décadas atrás. En la actualidad, el eje de la cuestión parece concentrarse en las respuestas de la comunidad internacional a aquellos Estados que promueven o consienten actividades percibidas globalmente como lesivas al medio ambiente. Generalmente, los mismos sustentan un limitado grado de desarrollo y justifican su conducta en proyectos orientados a la resolución de graves situaciones socioeconómicas internas, aún cuando el deterioro

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ambiental conspira contra sus propios objetivos: produce migraciones internas hacia los centros urbanos, que desbordan la infraestructura existente, elevan los índices de desempleo y subempleo, aumentan la criminalidad y deterioran los niveles de salubridad. Estos Estados son penalizados económicamente por dúmping ecológico, agravando aún más la brecha que los separa de los países desarrollados, quienes imponen las sanciones teniendo en cuenta criterios de competitividad global (eliminación de la competencia). Por otro lado, la flexibilización de los criterios de intervención que se registró en la primera década de la post Guerra Fría obliga a considerar como una hipótesis plausible el intento de internacionalización de territorios de alto valor ambiental (real o simbólico), alegando la ineficacia de los gobiernos locales en su protección. Cerrando el grupo de las amenazas transnacionales que en la primera década de la post Guerra Fría han adquirido más relevancia, la guerra informática es hija del actual salto tecnológico. La creciente interconexión de redes de computadoras y bases de datos (internetworking), y la dependencia pública y privada de las mismas, aumentan la peligrosidad de la guerra informática, cuyo objetivo básico es el control o destrucción de información. Las dificultades que plantea el enfrentamiento a los agresores informáticos se vinculan con la inexistencia de un frente de combate concreto (el mismo es virtual), así como de límites entre lo local y lo global, y entre lo público y lo privado; con los bajos costos operativos de esta actividad; con la ineficacia de los sistemas tradicionales de detección de agresores; y con la ampliación cuantitativa de los blancos susceptibles de recibir una agresión, siendo en cierta forma irrelevante si los mismos están físicamente protegidos o no. Si a lo largo del primer decenio de la post Guerra Fría se asistió a un cambio en la morfología de la violencia, cuya expresión privilegió las formas intraestatal y transestatal, en este último caso a través de un lote reducido de amenazas, las respuestas brindadas desde el campo de la Seguridad Internacional no siguieron necesariamente el mismo patrón; básicamente, las mismas continuaron girando en torno al Estado, sea como promotor o destinatario de la amenaza, y al poder militar, que nunca dejó de ser la última ratio de esos actores. Con esta orientación, en los últimos años se resolvió el llamado dilema de la Seguridad, cuyo desafío histórico fue evitar que el incremento en la seguridad militar de un Estado disminuya la seguridad de sus vecinos, mediante el concepto de Seguridad Defensiva. Este planteo propuso la adopción, por parte de los Estados, de una postura militar y un nivel de fuerzas que aseguren una defensa efectiva sin constituirse en amenaza para otros Estados, dando lugar a los modelos de Defensa No Ofensiva o Defensa No Provocativa. Por la misma época la complejización de los abordajes preventivos de la seguridad, cristalizados en las Medidas de Fomento a la Confianza (o Medidas de Confianza Mútua), desembocaron en el planteo conocido como Seguridad Cooperativa; su innovación radica en la busqueda y obtención de los objetivos estatales mediante el consentimiento de otras unidades homólogas, antes que

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a través de las amenazas de coerción, priorizando la cooperación y la prevención de conflictos. De todos modos, casos como el de Haití y el de Corea del Norte sugieren que este modelo se encuentra todavía en una situación embrionaria y que su implementación efectiva a nivel global podría llegar a demandar más de veinte años. La asociación entre Seguridad y poderes blandos, presente en los debates internacionales durante la compulsa entre superpotencias, se incrementó en la post Guerra Fría en función de la consolidación y expansión del proceso de globalización, sustentada en un importante avance tecnológico que se concentra principalmente en las Tecnologías de la Información. Producto de este salto tecnológico, en los últimos años las brechas existentes en materia de bienestar se han ido ampliando, tanto en el seno de cada Estado como entre países ricos y pobres. En los Estados desarrollados, la automatización productiva está reduciendo la demanda de mano de obra carente de altos niveles de formación y preparación, incrementando los niveles de desempleo y ampliando las brechas de ingresos entre diferentes sectores sociales. Estos efectos negativos se ahondan en los países de desarrollo limitado (más de la mitad de los Estados existentes), que revelan severos cuadros de descapitalización, caída de competitividad, pérdida de mercados externos, desinversión y desindustrialización; en forma directa, estos cuadros inciden negativamente en los campos alimenticio, sanitario y de la estabilidad social. A lo largo del primer trienio de la post Guerra Fría, a partir de las tareas del PNUD, fueron revalorados los efectos asimétricos de la globalización entre Estados con diferentes grados de desarrollo, por su incidencia en la conformación o agravamiento de situaciones susceptibles de ser evaluadas como amenazas, en sí mismas o por sus derivaciones potenciales. En el ámbito de la seguridad, este impacto de la globalización se tradujo en nuevas construcciones teóricas, como la Seguridad Humana y la Cultura de Paz. La primera alega que la resolución de conflictos no pasa sólo por el empleo de la fuerza, sino por otras respuestas de naturaleza económica, social y política, centradas en el individuo; en esa línea, se debe garantizar a los individuos un contexto de estabilidad que posibilite su desarrollo. La cultura de paz asevera que la educación, la cultura y la comunicación pueden contribuir a la resolución pacífica de conflictos, promoviendo una actitud cívica adecuada y un desarrollo económico y social equilibrado, dado que cierto grado de justicia social es imprescindible para lograr la paz. Ambos casos consideran a las ONG`s un actor imprescindible en su articulación; esto confirma que, aunque esas entidades no son un efecto de la finalización de la Guerra Fría, la superación de este enfrentamiento jerarquizó su promoción de los valores democráticos, su contacto con la ciudadanía, su efectividad en la inclusión de temas específicos en agendas de trabajo estatales y multilaterales, y su idoneidad en la ejecución de políticas diseñadas. En relación a la ONU, la finalización de la Guerra Fría significó para la misma un desafío a su capacidad para lograr y mantener la paz y la seguridad

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internacionales, en un nuevo contexto caracterizado por la proliferación de conflictos intraestatales y por la extensión de la ópticas sobre seguridad a dimensiones no militares ni interestatales. La primera respuesta a ese desafío no fue tanto el empleo multilateral de la fuerza contra Irak, en el marco de la Guerra del Golfo, sino la postura adoptada frente a las posteriores represiones de Hussein a las minorías kurdas y chiítas. El desenlace de esa colisión entre los derechos de los individuos y de los Estados fue el uso del instrumento militar para garantizar la distribución de ayuda humanitaria y la seguridad de grupos en riesgo; surgieron así las intervenciones humanitarias que caracterizaron a la primera década de la post Guerra Fría. A partir de la Guerra del Golfo se ha asistido a una modificación cuantitativa y cualitativa de la conducta de la ONU respecto al empleo de efectivos militares en operaciones de paz. En el primer caso, el desbloqueo de los mecanismos decisorios del CSNU, por la finalización del enfrentamiento ideológico entre EE.UU. y la URSS produjo un aumento de la cantidad de operaciones, de los recursos humanos involucrados en las mismas, y de su costo. Cualitativamente, aparecieron nuevos modelos de utilización del poder militar: además de prestar ayuda humanitaria a partir del derecho de injerencia, imponiendo en forma coactiva la paz, colaborando en la reconstrucción de un Estado colapsado y ejerciendo la Diplomacia Preventiva. Este último modelo, esbozado en el informe Agenda para la Paz, contempla instalación de fuerzas militares multilaterales dentro de los límites territoriales de un Estado amenazado por otro o bajo riesgo de conflicto armado interno; en los últimos tiempos, teniendo en cuenta las enseñanzas de la crisis desatada en Ruanda, la comunidad internacional está avanzando en uno de los puntos nodales de la Diplomacia Preventiva: la formación de una fuerza militar multinacional fuertemente armada, en estado de disponibilidad permanente (stand-by forces), para desarrollar las mencionadas acciones. La virtual unipolaridad de EE.UU. en el ámbito del poder duro (militar), y su indisputada capacidad para llevar a cabo una proyección de fuerza a escala global, se tradujo en las primeras etapas de la post Guerra Fría en su proclividad a emplear la fuerza en conflictos periféricos que no involucraran en forma directa sus intereses. Sin embargo, a lo largo del último lustro esa posición ha cambiado radicalmente, estableciéndose nuevos parámetros de intervención en conflictos regionales basados la relación costo-beneficio que surge de la contrastación entre el tipo de interés nacional afectado y los riesgos de la operación, en término de pérdida de vidas humanas. El desenlace de esa ecuación está íntimamente vinculado con la capacidad de Washington para reducir los riesgos que ofrecen las oportunidades de participación.

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La Seguridad Internacional, en los albores del siglo XXI Si hasta aquí hemos reseñado las principales características de la Seguridad Internacional en el año 10 DG, su análisis no ha hecho más que confirmar la dinámica que ha revelado este campo de las relaciones internacionales a lo largo del último decenio. Este dinamismo es, indudablemente, el principal escollo al momento de enfrentar el desafío de intentar esbozar, aún en sus trazos más gruesos, la evolución de esta temática en los próximos años; al fin y al cabo, como se ha mencionado al comienzo de esta obra, intelectuales y estudiosos de talla internacional, con acceso a la mayor y mejor información, vieron fracasar sus pronósticos cuando la tinta en que habían sido escritos aún no se había secado. Por lo pronto, sólo pueden hacerse limitados intentos de reducir los márgenes de incertidumbre sobre la evolución de la Seguridad Internacional, a través de la ubicación del tema dentro de un contexto más amplio, que lo pauta y condiciona: el de la evolución del orden emergente de la post Guerra Fría, a diez años de su inicio. Es en este nivel donde, a través de una atenta observación, parece descubrirse la existencia de fuerzas poderosas que le imprimen a ese orden en transición su impronta y que, al no revelar visos de debilitamiento, se proyectan inercialmente al futuro. Es imposible excluir, en un listado no exhaustivo, a seis de esas fuerzas en particular, que por convención denominaremos multipolaridad desigual, vigencia de la cultura, pérdida de soberanía, descongelamiento del sistema, globalización dual e impacto tecnológico. Por multipolaridad desigual entendemos la disimil distribución de poder en los diferentes segmentos del sistema, con unipolaridad estadounidense en el campo militar y una creciente multipolaridad en la economía y la tecnología. La vigencia de la cultura alude a la existencia de múltiples formas de vida espiritual personales o de grupos humanos limitados, estructuradas de diversa forma (comunidades étnicas, comunidades étnicas o naciones) y que, pese al carácter fractal de la cultura, en algunos casos son antagónicas con otras formas diferentes. La pérdida de soberanía implica el creciente debilitamiento de las capacidades reales del Estado para ejercer poder en su territorio, en desmedro de otro tipo de actores, percibidos como legítimos o no, o en beneficio de los derechos individuales en caso de colisión con estos últimos. El descongelamiento del sistema se refiere a la flexibilización, o desaparición, de los límites que imponía la lógica bipolar a la evolución de determinadas situaciones o la adopción de determinadas conductas, por parte de actores estatales o no estatales. El concepto globalización dual debe ser entendido como la ampliación de las brechas de bienestar, intra e interestatales, como resultado de la creciente integración internacional de los mercados y la

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internacionalización de las estrategias empresariales de producción. El fuerte sustento que provee el avance de la tecnología a la globalización, constituye a su vez el factor impacto tecnológico. Si nos basamos en lo mostrado por la primera década de la post Guerra Fría, los conflictos intraestatales mantendrán su presencia en el escenario internacional, dado que persistirán los factores que en mayor medida los han fomentado: el descongelamiento del sistema, la globalización dual y la vigencia de la cultura; este último elemento probablemente imprima al empleo de la fuerza en esos eventos características particulares, absolutamente diferentes a las de la guerra moderna tradicional. La globalización dual y la vigencia de la cultura también tendrán una indudable influencia positiva en la aparición de modelos de organización política y social que, en tanto diferentes a la modernidad de Occidente, pueden ser percibidos como una amenaza desde esta última civilización. Contribuirá a este estado de cosas que actores estatales o no estatales que promueven esos modelos contemplen el empleo de la violencia en el logro de sus objetivos, aún cuando esa opción sea opuesta a la ortodoxia del modelo; la enseñanza de los últimos años sugiere que esta alternativa es prácticamente inevitable. En suma, el mal llamado choque de Civilizaciones seguirá vigente y desde Occidente continuará percibiéndose al Islam como amenaza. Los flujos migratorios también serán influidos, en forma directamente proporcional, por la globalización dual; en función del impacto tecnológico actual posiblemente se incremente la letalidad potencial del terrorismo, en tanto el descongelamiento del sistema conspirará contra las limitaciones de sus actos, en términos geográficos o de intensidad. Similar influencia que en el terrorismo probablemente ejerzan el impacto tecnológico y el descongelamiento del sistema en relación a la guerra informática y a la proliferación de armamento de destrucción masiva no nuclear; por esa causa, ambas amenazas seguirán vigentes en los próximos años. En términos teóricos, también puede esperarse un crecimiento del crimen organizado, teniendo en cuenta que este fenómeno se verá favorecido por una constelación de factores; entre ellos, nuevamente debemos incluir a la globalización dual, tanto en lo que hace a la interconexión de los mercados de capitales de la cual se vale la criminalidad, como del atractivo que puede generar esta actividad en sectores sociales desfavorecidos por la tendencia globalizadora. Por cierto la vigencia de la cultura también generará un efecto dinamizador en la criminalidad organizada, en aquellos casos en que la cultura política imperante favorezca la corrupción. Una vez más, la globalización dual incidirá positivamente en el crecimiento de una amenaza transnacional, en este caso el deterioro medioambiental. Los Estados “perdedores” de la tendencia globalizadora difícilmente asignen recursos particularmente escasos a la cuestion ambiental, ni subordinen su

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actividad económica a condicionantes de ese tipo; por otra parte, los criterios de competitividad que impone el nuevo juego económico, influenciado por el impacto tecnológico, probablemente fomenten la imposición a estos actores de sanciones que agravarán aún más su situación. La asociación entre Seguridad y poderes blandos seguirá presente en los próximos años, consecuencia inevitable de la vigencia de la globalización dual; no sólo por ese motivo, sino también por la vigencia de la cultura, seguirán ganando terreno construcciones como Seguridad Humana y Cultura de Paz. Las ONG`s incrementarán su peso como actor en el subsistema de seguridad internacional, producto tanto de la globalización dual como de la pérdida de soberanía. La mayor capacidad decisoria que le genera a la ONU el descongelamiento del sistema, sumada a la pérdida de soberanía, también avalará su protagonismo de intervenciones humanitarias y otras formas de operaciones de paz no tradicionales, orientadas a mitigar los efectos de la globalización dual y las manifestaciones de la violencia enraizadas con la vigencia de la cultura. Hasta aquí, hemos visto la incidencia que tendrán las fuerzas estables que se hallan presentes en el orden emergente de la post Guerra Fría, en la evolución del subsistema de seguridad internacional. Una incidencia que, indudablemente, configura un pronóstico con altos niveles de conflictividad y una presencia multiforme de la violencia; en suma, una situación en la cual los niveles de inseguridad son, por lo menos, tan altos como en la actualidad. En esta línea de pensamiento, si dos de las cualidades que caracterizarán a la Seguridad Internacional en los albores del siglo XXI serán la conflictividad y la violencia multiforme, ya mencionadas, una tercera será la complejidad, vinculada con la dinámica de los fenómenos que lo integran. Estos fenómenos, influenciados por las fuerzas estables del orden mundial emergente, no tendrán lugar en forma aislada los unos de los otros; lejos de eso, interactuarán y, en la mayoría de los casos, se potenciarán sinérgicamente. Dentro de ese conjunto de múltiples interacciones convienen señalarse, por su importancia, las que girarán en torno a los conflictos intraestatales, los flujos migratorios, el crimen organizado, la proliferación de armamento de destrucción masiva y el deterioro ambiental.

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Por su capacidad de influencia sobre el resto de fenómenos, tienen particular relevancia los conflictos intraestatales: la experiencia indica que estos eventos potenciarán nuevas migraciones, las actividades criminales y el deterioro ambiental; en aquellos casos en que los contendientes respondan, en términos huntingtonianos, a las civilizaciones musulmana y occidental, probablemente deba agregarse a este listado el fortalecimiento de la percepción del Islam como amenaza. En sentido contrario, tales conflictos se constituirán en catalizadores directos de operaciones de paz no tradicionales, del involucramiento de las ONG`s y de iniciativas de Cultura de Paz. Otro fenómeno cuya presencia generará fuertes efectos en los restantes es el que alude a las migraciones masivas. Las enseñanzas de acontecimientos recientes hacen esperar que las migraciones detonen o agraven conflictos intraestatales, generen deterioros ambientales y, en el caso de flujos de procedencia musulmana orientados hacia Occidente, fomenten las visiones occidentales del Islam como amenaza; también en este caso puede esperarse un florecimiento de las iniciativas de Cultura de Paz, tanto para subsanar sus aspectos estructurales como para facilitar los procesos de adaptación de los inmigrantes en sus nuevos contextos. Los efectos de la criminalidad organizada también se expanden en múltiples direcciones, dentro del subsistema de Seguridad Internacional. En la medida que su crecimiento afecte los niveles de gobernabilidad de un Estado hasta extremos cercanos a su colapso, estará fomentando la eclosión de conflictos intraestatales; probablemente induzca la aparición de flujos migratorios protagonizados por individuos que intentarán escapar del contexto de criminalidad; mantendrá vigente las metodologías terroristas, que le son características, y otorgará nuevos visos de peligrosidad a la guerra informática. Al contrario que los otros factores mencionados anteriormente, los conflictos intraestatales y los flujos migratorios, es probable que el crimen organizado fomente la proliferación de armas de destrucción masiva, al menos en sus formas no nucleares. Tanto la mencionada criminalidad como el terrorismo verán incrementada su peligrosidad a causa de la proliferación de armamento de destrucción en masa, un fenómeno que dotará a los primeros de mayor capacidad de daño; tampoco puede descartarse que tal proliferación influya en las visiones occidentales del Islam como amenaza, en aquellos casos en que esa difusión involucre actores estatales o no estatales de esa extracción cultural. El deterioro ambiental podrá incluirse entre las causas mediatas de algunos conflictos intraestatales y, una vez eclosionados, en un factor de agravamiento de los mismos; la constante jerarquización de esta amenaza incrementará el protagonismo de las ONG`s como actores del subsistema y podría redundar en la aplicación de alguna forma de intervención multilateral, cuyos criterios se flexibilizan en forma permanente.

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Abordando desde otra perspectiva la interacción entre los fenómenos que, a tono con las fuerzas estables del orden mundial emergente, caracterizarán en los próximos años al campo de la Seguridad Internacional, se pueden efectuar previsiones igualmente pesimistas. No habrá fenómeno más afectado por los restantes que aquel constituido por los conflictos intraestatales, cuya permeabilidad será directamente proporcional a las migraciones masivas, la criminalidad organizada y el deterioro ambiental; en sentido inverso, la evolución de tales conflictos se verá negativamente influenciada por el desarrollo de operaciones de paz no tradicionales y por la aplicación de iniciativas de Cultura de Paz. Las iniciativas de Cultura de Paz y la aplicación multilateral de operaciones de paz no tradicionales también pueden limitar la traducción de algunas situaciones de migraciones masivas en términos de amenaza. Inclusive, aquellos flujos que se originen en el Mundo Musulmán y que se orienten hacia Occidente pueden mermar, en la medida en que se consoliden en esta última región geocultural las percepciones del Islam como amenaza. Sin embargo, las migraciones estarán fomentadas por los conflictos intraestatales, el deterioro ambiental y la existencia de altos niveles de terrorismo y crimen organizado. El potencial de daño del terrorismo se verá fomentado por la criminalidad organizada, la proliferación de armas de destrucción masiva y la guerra informática; estos dos últimos fenómenos, proliferación y guerra informática, también agravarán la situación del crimen organizado, el cual hallará en los conflictos intraestatales otro foco de alimentación. En lo que hace al deterioro ambiental, su agravamiento en función de los mencionados conflictos intraestatales y las migraciones masivas es por demás previsible, como también lo es el fortalecimiento de las ONG`s como actores del subsistema internacional. En otro orden de cosas, los altos niveles de interacción entre los fenómenos que caracterizarán a la seguridad internacional en los próximos años darán lugar a dos tipos de situaciones por demás significativas, que complejizarán aún más al subsistema: por un lado, la permanente retroalimentación entre muchos de esos fenómenos, dando lugar a la aparición de verdaderos círculos viciosos; por otro, la conformación dentro del subsistema de subsistemas aún menores y más específicos, integrados por más de dos fenómenos, que operan en una suerte de circuito cerrado. Respecto a las retroalimentaciones, tales son las relaciones que se presentarán entre los conflictos intraestatales, por una parte, y los flujos migratorios, la criminalidad organizada y el deterioro ambiental, por otro; la criminalidad organizada no sólo se retroalimentará con los conflictos intraestatales, sino también con la guerra informática y la proliferación de armamento de destrucción masiva, respectivamente; además, se registrarán otros feedbacks entre el terrorismo y la guerra informática, así como entre los flujos migratorios y el deterioro ambiental. Por último, la consolidación de las

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ONG`s como actores del subsistema de seguridad internacional se retroalimentará, en forma separada, con la realización de operaciones de paz no tradicionales y con la aparición de iniciativas de Cultura de Paz. En cuanto a lo segundo, un circuito cerrado que se perfila con nitidez es el que afecta a los conflictos intraestatales, los flujos migratorios y el deterioro ambiental. En un sentido secuencial tales conflictos fomentarán migraciones masivas que pueden afectar negativamente la preservación del medio ambiente, deterioro éste que retroalimenta los conflictos intraestatales; en sentido exactamente inverso, el deterioro ambiental generado por los conflictos intraestatales podrá inducir procesos migratorios cuya capacidad para agravar conflictos preexistentes o influir en la eclosión de otros nuevos no debe ser soslayada. En síntesis, tanto la incidencia en el subsistema de seguridad internacional de las fuerzas estables que se hallan presentes en el orden emergente de la post Guerra Fría, como las interacciones susceptibles de ser registradas entre los fenómenos que componen ese subsistema, permiten esbozar el siguiente escenario1, respecto a los albores del siglo XXI:

En líneas generales, se seguirá asistiendo a la aparición o prolongación de conflictos intraestatales, con empleo de la violencia; continuarán las percepciones occidentales del Islam como amenaza; los flujos migratorios masivos crecerán y mantendrán su vigencia el crimen organizado y las metodologías terroristas, posiblemente con mayores niveles de letalidad; la proliferación de armamento de destrucción masiva, especialmente en sus aspectos biológico y químico, no se habrá superado, como tampoco la amenaza que conlleva la guerra informática; el deterioro ambiental persistirá, así como las percepciones de amenaza que producirá. Frente a este contexto, iniciativas como Seguridad Humana y Cultura de Paz seguirán ganando terreno, las ONG`s se consolidarán como actores relevantes del subsistema y la ONU continuará promoviendo intervenciones humanitarias y operaciones de paz no tradicionales. Más específicamente, todos los fenómenos mencionados interactuarán entre sí, con disímiles niveles de intensidad. Por la cantidad de impactos que generarán, así como por la capacidad de retroalimentarse con otros fenómenos, jugarán un papel decisivo en la seguridad internacional los flujos migratorios, el deterioro ambiental y, muy particularmente, el crimen organizado y los conflictos intraestatales. Será especialmente este último tipo

1 Entendiendo a los escenarios en la forma en que los conceptúa el Saint Gall Center for Futures Research: “imágenes del futuro, que representan un proceso, están basados en una metodología, incorporan el conocimiento de expertos y facilitan el aprendizaje organizacional”.

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de conflictos el fenómeno distintivo del contexto de la seguridad internacional, en función de una cualidad inédita: el doble atributo de ser el fenómeno con mayor cantidad y calidad de interacciones con los restantes, e integrar el único subsistema específico dentro del campo de la seguridad internacional.

Nadie puede asegurar que este escenario, ni ningún otro, sean inevitables; metodológicamente, su utilidad se circunscribe a reducir los niveles de incertidumbre. En cambio, podría decirse que, salvo que acontezcan hechos por demás significativos, de naturaleza aleatoria –usuales en el campo de las Ciencias Sociales-, los contrastes entre el escenario planteado y la situación global de la seguridad internacional en los albores del siglo XXI serían limitados. Puesto que esos hechos significativos se vinculan con la voluntad humana y su capacidad de moldear el futuro, nítidamente aparecen dos cursos de acción para mejorar en los próximos tiempos la seguridad internacional. La primera de esas vías consiste en potenciar y desarrollar en forma conciente y constante dos fenómenos específicos del subsistema de seguridad internacional: las iniciativas de Cultura de Paz y la participación de la ONG`s. Hasta el momento, estos son los únicos fenómenos identificados que conspiran simultáneamente contra el estallido y desarrollo de conflictos intraestatales, las percepciones occidentales del Islam como amenaza, la jerarquización de los flujos migratorios en términos de peligrosidad y la opción por la metodología terrorista; a la vez, son parte vital e insustituible de las intervenciones humanitarias y operaciones de paz no tradicionales que continuará promoviendo la ONU. Con todo, esta opción tiene sus limitaciones, vinculadas con la ya descripta multiplicidad de interacciones que registrará el subsistema de seguridad internacional; por esa causa, su efectividad estará atada a cuestiones coyunturales. Transformar en estructural la efectividad coyuntural que pueda lograr la comunidad internacional, en su esfuerzo por mejorar los parámetros de la seguridad internacional en el futuro, obliga a trascender los límites de este subsistema. Esto implica operar con las fuerzas estables del orden emergente de la post Guerra Fría. Es en este plano donde los esfuerzos por reducir los niveles de conflictividad y violencia multiforme inherentes a la seguridad internacional redundarán en beneficios duraderos, si se logra disminuir el carácter dual de la globalización y reducir los antagonismos culturales existentes. Nada de esto es imposible. Recordemos, aún no ha llegado el fin de la Historia.

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