La responsabilizacion

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Carlos Arturo Ramírez Profesor Universidad de Antioquia KR- 950627 16. LA RESPONSABILIZACIÓN Carlos Arturo Ramírez Gómez Profesor Psicología U de A En último término, la moderación del sufrimiento , que sería el objetivo o propósito psicoterapéutico, resulta culminando en la responsabilización del sujeto. Que asuma su deseo, su destino y acepte ser responsable de lo que le ocurre; que deje de culpar (“responsabilizar”) a las circunstancias: la vida, “los demás”, “los otros”, la sociedad, la familia, los padres, el cónyuge, las autoridades, el jefe (siempre un amo ). Esto implica admitir que hay una parte al menos de lo que le ocurre de la cual es responsable directo o activo, así la mayor parte de las circunstancias y condiciones de su existencia le sean impuestas. Hay dos tipos de responsabilidad : indirecta (pasiva), frente a aquellas cosas o aconteceres que están dados y ante los que tenemos que responder, queramos o no. Es lo que algunos llaman responsabilidad fáctica. Los fatalistas opinan que todo está predeterminado, inclusive nuestra respuesta ante lo dado ( factum); pero los deterministas

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Carlos Arturo RamírezProfesor Universidad de Antioquia

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16. LA RESPONSABILIZACIÓN

Carlos Arturo Ramírez GómezProfesor Psicología U de A

En último término, la moderación del sufrimiento , que sería el objetivo o propósito psicoterapéutico, resulta culminando en la responsabilización del sujeto. Que asuma su deseo, su destino y acepte ser responsable de lo que le ocurre; que deje de culpar (“responsabilizar”) a las circunstancias: la vida, “los demás”, “los otros”, la sociedad, la familia, los padres, el cónyuge, las autoridades, el jefe (siempre un amo). Esto implica admitir que hay una parte al menos de lo que le ocurre de la cual es responsable directo o activo, así la mayor parte de las circunstancias y condiciones de su existencia le sean impuestas.

Hay dos tipos de responsabilidad : indirecta (pasiva), frente a aquellas cosas o aconteceres que están dados y ante los que tenemos que responder, queramos o no. Es lo que algunos llaman responsabilidad fáctica. Los fatalistas opinan que todo está predeterminado, inclusive nuestra respuesta ante lo dado (factum); pero los deterministas dialécticos sostienen que hay en toda situación elementos o variables indeterminadas que permiten elegir entre varias opciones (optar), que uno puede siempre responder de diversas maneras ante una situación, conforme con su propia elección y decisión. Esta posibilidad de elegir o libertad ( libre albedrío) conduce a la responsabilidad directa (activa).

Los existencialistas plantean que aun en las circunstancias más adversas podemos elegir: pueden obligarnos a hacer lo que no queremos, a ver, oír, oler, sentir, pero difícilmente a decir y casi nunca a pensar o desear: siempre queda un resto donde radica nuestra libertad de optar. La pérdida absoluta de la libertad y de la responsabilidad implica el desvanecimiento del

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sujeto y la consciencia, para quedar a merced de las circunstancias.

Lo que caracteriza al neurótico es, según Freud, su cobardía ética que le impide asumir una posición personal y decidir por una opción que sea su propia elección: prefiere quejarse continuamente de las circunstancias que lo “obligan” a ser o actuar de determinada manera; las cosas “le ocurren”, “le suceden”; no dice: “lo dañé” sino “se me dañó” —en el mejor de los casos— o “me lo hicieron dañar”. La histérica se queja de que la sedujeron…y lo siguen haciendo, para que haga lo que no quiere: la hacen desear contra su voluntad; aunque ella lo siente como un goce del que se sentirá culpable o resentida porque sabe que lo disfrutó aunque no sea capaz de reconocerlo. El obsesivo es incapaz de asumir las consecuencias y prefiere culparse y reprocharse, para retornar luego a las mismas formas de goce, aunque disfrazadas.

El proceso de responsabilización requiere un análisis de las condiciones de cada situación, que lleva a dividirla en cuatro franjas: lo inmodificable, lo transformable no deseado, lo transformable deseado pero no intentado y lo deseado intentado.

Lo inmodificable es aquello que ya no puede ser de otra manera (lo irremediable o incurable): lugar y fecha de nacimiento, padres; en general, el pasado. Sobre estos hechos se tiene en la actualidad una responsabilidad pasiva: hay que asumirlos y afrontarlos aunque no gusten.

Lo transformable no deseado es lo que puede cambiarse pero no se desea hacerlo: quizás el país de residencia (no el de nacimiento), el idioma que se habla (no la lengua materna), el trabajo; sobre esto hay una responsabilidad directa: se debe aceptarlo, asumiendo el hecho de que podría cambiarse pero que es uno mismo quien no desea hacerlo.

Lo transformable deseado pero no intentado , puede cambiarse, se “desearía” que cambiara, pero no se está dispuesto a hacer el esfuerzo o afrontar las consecuencias de intentarlo. Se puede anhelar aprender otro idioma, viajar a otro país, vivir en otro lugar, pero las transformaciones en el estilo de vida que exigen esos cambios pueden parecer inaceptables. Hay que admitir entonces que esos anhelos se quedarán en la fantasía

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porque uno mismo es el que no quiere llevarlos a cabo (“quisiera… pero no quiero”). En este punto es donde la histérica asume que no es su marido quien no la deja estudiar, o los hijos, sino el esfuerzo que requeriría armonizar las actividades y jerarquizarlas de distinta manera (¡tal vez abandonar esposo e hijos!).

Lo deseado e intentado es aquello que se puede, se anhela y se está dispuesto a cambiar; intentando, proyectando y realizando todas las actividades que se requieran para lograr la transformación. En ellas se deben concentrar todas las energías y esfuerzos para tratar de conseguir lo proyectado. El deseo estará entonces encauzado al elegir libre y responsablemente, y se evitará la dispersión en proyectos que de antemano se saben irrealizables por cualquiera de las razones anteriores. Esto no garantizará la consecución de lo pretendido pero sí aumentará mucho las probabilidades de obtenerlo.

Por otra parte, el ejercicio de la libertad y la responsabilidad no está supeditado al logro de resultados: intentar lo que se desea y quiere, poner en ello todo el empeño y hacer lo mejor que las circunstancias permitan es suficiente para todo aquel que privilegia el proceso, el camino y no solamente las metas; esta dialéctica entre los medios (el proceso) y los fines u objetivos permite una actitud distinta frente a lo que algunos llamarían fracaso.

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17. LA RESPONSABILIZACIÓN POR EL ENTORNO

El centro y el núcleo del entorno es un sujeto singular. Por ello, en el proceso de responsabilización, se comienza con la singularización : que el sujeto se haga responsable de su propio discurso, de su destino. Sin embargo, nadie está aislado ni puede —aunque quisiera— dejar de contar con los demás. Su entorno humano (inmediato: familia, amigos; o mediato: comunidad, país, humanidad) siempre influirá sobre él interna (pues interioriza valores) o externamente (los demás intervienen y actúan, y sus acciones tienen consecuencias sobre el sujeto).

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Lo mismo sucede con el ambiente o entorno ecológico : el hábitat, la zona geográfica, la tierra, el universo; los animales, las plantas, aun los minerales y la atmósfera, interactúan con el individuo.

La hipótesis de trabajo del analítico es que si cada uno se responsabiliza de su vivir y asume las consecuencias de sus actos, su actuar (y sufrir) se moderará, y entrará a una ética de la razonabilidad , donde tendrá en cuenta los intereses y sentimientos de los demás: es la consideración o cortesía . Ser consecuente es, precisamente, hacerse responsable (preferiblemente de una manera consciente y activa: ética) de las consecuencias de los actos, manteniendo una dialéctica entre el pensar, el decir, y el hacer. Evitar el divorcio entre la teoría y la práctica.

Es por esto que la causa o consigna freudiana: “hacer consciente lo inconsciente” culmina en la responsabilización por el entorno: trabajar para responsabilizarse y ayudar a los demás a hacerlo. El método analítico es un instrumento muy eficaz para lograr este objetivo, ya que lleva a un análisis del discurso y a su tramitación en el proceso secundario. Su transmisión constituye la parte operativa e instrumental de la causa analítica. Es una ética de la responzabilización , a diferencia de la ética zen, que lo es de la consecuencia (véase Tres tipos de responsabilidad).

La responsabilidad por el entorno contiene sus propios límites: yo no puedo responsabilizarme en lugar de otro, ni responsabilizarlo; cuando más, sólo culpabilizarlo. Pero puedo ayudar a alguien a hacerse responsable, mediante la transferencia del método analítico.

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18. SUFRIMIENTO Y RESPONSABILIDAD

Hay una parte del sufrimiento que es suplementaria, que está de más: un plus de sufrimiento. Es aquello que “nos aqueja debido a la queja”, porque no somos capaces de asumir la

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responsabilidad de nuestro sufrimiento. Sufrimos porque sufrimos, y nuestra queja —que es un reproche al Otro por hacernos sufrir— incrementa aún más este dolor.

La moderación del sufrimiento pretende en primer lugar terminar este goce suplementario, excedente. Moderación quiere decir modación , modalización , modulación ; esto es, cambiar el modo , la manera como el sujeto vive el sufrimiento. Se trata de un cambio en la posición subjetiva frente al goce.

Esta transformación se logra mediante la responsabilización: que el sujeto admita el hecho de que hay un sufrimiento inevitable y lo asuma así, pero también enfrente el sufrimiento evitable y lo que puede hacer para cambiarlo, si esa es su voluntad.

Lo que el psicoanálisis llama castración simbólica se refiere precisamente a esa elección fundamental que hace el niño entre “ser para la madre”, sujetado a su capricho, dejándose llevar por el deseo de ella y convirtiéndose en el objeto de su goce o, por el contrario, ser sujeto de su propio deseo, asumiendo la separación de ese Otro materno.

Esta elección la efectúa el niño con todo su ser: bejahung o verwerfung , diría Freud. Pero esta es su elección fundamental; de allí en adelante, si ha elegido responder por su deseo, “está condenado a la libertad”, según Sartre; situación tan angustiante, que confronta a un nuevo y terrible dilema: perversión o neurosis. O se vuelve un instrumento de la supuesta voluntad de goce del Otro, o no quiere saber nada de eso y se niega a admitir su responsabilidad en lo que le sucede, en un acto de pusilanimidad y cobardía moral, como la llama Freud en Estudios sobre la histeria , que es característica de la miseria neurótica, y que Lacan, retomando a Hegel, denomina la actitud de la bella alma , que caracteriza a aquellos a quienes las cosas “les ocurren” sin que ellos capten su participación.

Para Viktor Frankl, se trata de decidir de qué y ante quién somos responsables. Sin compartir su interpretación religiosa del tema, podemos afirmar que la cuestión del sufrimiento y la responsabilidad son correlativas del problema que muchos consideran el fundamental de la filosofía, por ser la piedra angular de la ética: el problema de la libertad. Si la definimos

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como la posibilidad de optar, de elegir entre dos o más opciones (libre albedrío), habremos de aceptar que cada momento de la vida pone en juego nuestra libertad, y que nuestras elecciones anteriores constituyen el pretérito (el karma , según los orientales), que pasan a ser condiciones determinantes del presente y del futuro.

Asumir nuestra responsabilidad por nuestras acciones y actitudes y, en particular por nuestro sufrimiento, es entonces la base de la asunción de nuestro destino y nuestra libertad, responsabilizándonos de lo que nos compete y renunciando a la cómoda pero esterilizante posición de reprochar siempre a los demás, al mundo o a Dios todo aquello de que nos avergonzamos o nos hace sufrir.

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225. LA CORTESÍA ANALÍTICA

La cortesía analítica es producto de un cierto escepticismo: ¿cómo saber si alguien realmente sabe de qué habla? Hay que preguntarle sin arrogancia (se es escéptico también sobre el propio saber). Es una actitud antifanática y antifundamentalista que se cuestiona la certeza de cualquier afirmación o actitud.

Esto facilita el respeto y consideración por la opinión o las costumbres ajenas, ya que podrían ser más valederas que las nuestras, en otras circunstancias, o en general. Un buen científico nunca expresa sus hipótesis dogmáticamente sino de una manera conjetural. Su vehemencia es muchas veces una exhortación y un desafío a los demás a participar en la investigación.

Los aristócratas griegos llevaron la cortesía a su máxima expresión al unirla con el tacto , en ese despliegue existencial de la areté que era la frónesis y que los romanos valoraban tanto, llamándola prudentia . Lacan dice que Pericles era un analista, y que fue en esta virtud que falló Sócrates, sobre todo al final de su vida (¿a propósito?). En la edad media aparece el mito de Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, que conduce a los

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gentlemen y a la cortesía exquisita del hombre o la mujer ‘bien educados’ de la sociedad inglesa: “por favor, sea tan amable de permitirme que lo ayude”.

Como la cortesía inglesa, la cortesía analítica evita toda ostentación, es discreta y sutil, como las tías de Marcel Proust. En un trabajo analítico bien dirigido, la intervención del analista es imperceptible pero eficaz. Y siempre parte de la mayor consideración y el respeto por los valores del analizante, aunque sea implacable en el análisis de su discurso, y sin complicidades con sus racionalizaciones y pretextos irresponsabilizantes. Por esa razón, la cortesía analítica es compañera inseparable del tacto y la consideración, y del kairos , u oportunidad, la ética del buen decir.

228. ESCUCHAR

Oir, más que estar dispuesto, es estar

expuesto.

S. Kovadloff

Escuchar es abrirse al sentir y al comprender, esto es, al interpretar. Por eso es un captar que analiza e interpreta. No basta sólo con el oír, oler, ver, gustar, tocar: hay que interpretar, y para ello aplicar un saber incorporado de análisis del discurso.

Es un estar atento pero desconcentrado, que intenta abrirse a cuanto ocurre para que opere dentro de uno, atraviese la intuición y produzca ocurrencias que puedan ser el fundamento de una posible intervención, quizás del actuar.

Formarse en la escucha es entonces analizar la intuición , esto es, estudiar a posteriori la pertinencia, los efectos de las ocurrencias, de las intuiciones. Y reflexionar sobre los prejuicios que llevan a los desaciertos, y sobre lo que, al contrario, motivó los aciertos. Y cuando haya tiempo y

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conveniencia de analizar, hacerlo antes de actuar.

Abrirse implica estar lo más desprejuiciado que la formación permita, para así poder dejarse penetrar por el decir, por el ser que quiere (o debe) ser escuchado. Hay que sentir con todo el cuerpo y cada uno de los sentidos, pero también analizar el discurso, interpretar. Por eso es un sentir analítico.

230. LA INTERPRETACIÓN DESDE LA DOCTA IGNORANCIA

El aporte fundamental de Lacan es la continuación (ir más adelante, proseguir) del método analítico. Es el auténtico retorno a Freud (que implica, por supuesto, una relectura concienzuda de sus textos, y el análisis de la clínica freudiana). Lo específico y característico del método freudiano o psicoanalítico es la escucha de las formaciones de lo inconsciente; pero también, es irse dando cuenta —lenta y paulatinamente— de lo que es lo esencial en el método analítico: aquello que Lacan nombró retomándolo de Nicolás de Cusa: La docta ignorancia .

El concepto como tal, ya estaba en Sócrates, en Pirrón, en Montaigne. Y luego, en cualquier analítico (o científico) que se respete; por ejemplo: Popper (véase su conferencia El conocimiento por la ignorancia ), Carl Sagan, o Michel Foucault.

Freud descubrió que no era su saber teórico el que tenía que transmitirle al paciente: cuando lo hacía, éste lo colocaba a un lado, no se apropiaba de él. Cuando su comportamiento se adecuaba a este saber del analista, lo hacía por sugestión, por transferencia. Había que lograr que el paciente llegara a su propio saber. La acción del analítico es dirigirlo en ese sentido, llevarlo un poco más allá. Pero no se trata de ponerle en frente un “supuesto saber” del analítico que sería su verdad.

Es ahí donde se desvían los kleinianos y analistas del yo (ego-analistas). Se quedaron en la técnica freudiana de los años 20 y no captaron los avances de los años 30 (los últimos 12 o 13

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años de la vida de Freud: 1927-1939) en los que cada vez fue llevando más allá esta actitud de la docta ignorancia, que es clara desde el comienzo, en su afán científico de verificación de la ineficacia del adoctrinamiento y la sugestión. Este camino lo lleva primero al abandono de la hipnosis, luego al análisis de las resistencias, y finalmente a la construcción del fantasma, y ‘la roca de la castración’ en el final de análisis. Es en este punto donde reside la diferencia fundamental de los freudianos con los kleinianos, anafreudianos, y otros. Si se estudia el concepto de interpretación en esas escuelas, se ve claramente que para ellos, la interpretación consiste en manifestar, expresar una conjetura (“verdad” dirían ellos) sobre aquello que el analista capta en el discurso del paciente, pero éste no. Como este sentido está muy alejado del pensamiento del paciente, lo consideran “realmente inconsciente”, a diferencia de los que se acercan más a su modo de pensar, que serían “preconscientes”. De esta manera diferencian la psicoterapia y el psicoanálisis: en el último se brindarían interpretaciones “profundas”, “inconscientes”, completamente ignoradas por el paciente, mientras en la psicoterapia sólo se le ayudaría a ir un poco más lejos en lo que él mismo va descubriendo. Pero, ¿cómo asegurar que la conjetura del analista es la verdad?

Se olvida que hay tres tipos de censuras: inconsciente, preconsciente y consciente. Para ayudar al paciente a superar la primera censura (inconsciente-preconsciente) hay que ayudarle a evocar imágenes, a verbalizarlas, a expresarlas. Que se atreva a plantear y exponer ideas disparatadas, inconexas, vergonzosas, impertinentes, obscenas... Todo ese imaginario que se queda en imágenes confusas y dispersas por efecto de la crítica del Super-Yo. En esa primera fase se ayuda al sujeto a simbolizar, a expresar en palabras: hacer preconsciente lo inconsciente.

Es en una segunda fase donde se le ayuda a articular estas expresiones, a conectarlas, relacionarlas, para que así pueda acceder al culmen de esta fase: hacer consciente lo preconsciente. Al paciente sólo se le presenta una conjetura (hipótesis) del analista cuando está cerca de llegar a ella; y siempre acentuando su carácter hipotético. Esto se da en todo tipo de trabajo analítico: en un grupo cognoscitivo (asesoría), por ejemplo, el analítico sólo expresa su opinión en momentos muy especiales en que puede llevar un poco más lejos el discurso del grupo, y siempre enfatizando que esta es sólo una

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posición más cuya solidez debe evaluarse, y sustentarse en la fortaleza de los argumentos y razones que la soportan, y que el propio analítico o los demás participantes suministran. El criterio de autoridad, de prestigio, de quien la profiere sólo es un punto de referencia sobre lo interesante que podría ser analizarla y sopesarla, no sobre su validez, la cual debe basarse en los criterios de consistencia y eficacia.

Esta actitud de la docta ignorancia es la que marca la verdadera frontera entre las escuelas psicoanalíticas: mientras más lejos se lleve esta actitud se será más analítico y, a la inversa, el adoctrinamiento es sólo una forma más de sugestión. Las diferencias entre las teorías son secundarias: cuando el analítico realmente conserva su ética, pone en suspenso los planteamientos teóricos que van en contra de ella en la situación concreta de la clínica, así no se percate de esto y continúe sosteniendo la misma teoría que no coincide con su práctica. Lo inverso también es verdad: quien no tiene esta actitud puede hablar muy bellamente de la docta ignorancia, pero muchas veces, ya en este mismo discurso se capta una actitud dogmática y aleccionadora: ¡adoctrina sobre la docta ignorancia!

Se puede entonces tener una actitud antianalítica para enseñar la teoría analítica, pero no para enseñar el método, porque este sólo se enseña mostrando la actitud. Y se puede tener una actitud analítica al enseñar teorías antianalíticas (¡cuantos “enemigos” del psicoanálisis han experimentado esto!). Nos importa entonces en qué momento, en qué concepto, en qué aplicación técnica o práctica fueron analíticos Freud, Lacan, Klein, Miller, (¡Ramírez!)… Cuándo se sostuvieron en el método y cuándo se dejaron llevar por la inercia de la doctrina , cuándo analizaban y ayudaban a analizar, y cuándo sugestionaban.

Los ejemplos de Freud y Lacan son instructivos: Freud insistía en el método analítico, en no imponer sus valores al paciente: pero algunas veces ‘se le iban las luces’. Muchas de las intervenciones que hizo a sus primeros pacientes, pero, más aun con Dora, con Paul (‘Hombre de las ratas’), con el ‘Hombre de los Lobos’, sólo contextualizándolas en el momento y el discurso respectivo, pueden comprenderse y entender su eficacia; pero, en ocasiones, sin darse cuenta, se salía de la actitud analítica y resultaba adoctrinando al paciente. Otro tanto

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le ocurría a Lacan, quien continuamente explicitaba su concepción del método analítico, pero ocasionalmente terminaba hablando como un oráculo dogmático. Sin embargo, lo importante es que intentaban actuar desde esta posición, se cuestionaban sus propios desfallecimientos, y rechazaban esta actitud dogmática aun en ellos mismos y persistían en continuar sosteniendo la actitud analítica.

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