La Religión y el Mundo Actual de Federico Salvador Ramón – 20 – Marruecos y España

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En portada

El cardenal Cisneros libertando a los cautivos de Orán – Francisco Jover y Casanova (1869).

Colección del Museo del Prado (Madrid). Depositado en el Palacio del Senado.

España.

Derechos de autor registrados

2017 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).

Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña

La Religión y el Mundo Actual - 20. Marruecos y España. Federico Salvador Ramón

Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia

Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La

Inmaculada Niña.

http://angarmegia.com - [email protected]

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La religión

y el

mundo actual - 20 -

Marruecos y España

Federico Salvador Ramón

Publicado en la revista mariana Esclava y Reina Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña

Agosto a Febrero Guadix (Granada) – España

1921/1922 zzz

Edición actualizada por

María Dolores Mira Gómez de Mercado

Antonio García Megía

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Esta serie de documentos recopila los artículos que Federico Salvado Ramón, bajo

el seudónimo de «Mirasol», publica en la sección “Apuntes Sociales”, con subtítulo

genérico La Religión y el Mundo Actual, de forma casi ininterrumpida en la revista

Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña, desde su segundo

número aparecido en febrero de 1917.

Con la intención pedagógica que caracteriza toda su producción escrita, el padre

Federico observa, analiza y comenta desde un punto de vista católico, apostólico, romano

y de esclavo militante, los matices y perspectivas que se suceden en los ámbitos filosófico,

social, cultural, histórico, político, y por supuesto, religioso, durante la turbulenta

transición que supone el cambio de centuria, cuyo impacto se extiende hasta el segundo

cuarto del siglo XX.

Se trata de una época de mentalidades en conflicto que concluyen con el trágico

estallido de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias posteriores.

Los ejes nucleares del cambio de mentalidad afectan a campos tan diversos como

la relatividad y la operatividad de los conocimientos, el problema de los valores, las

relaciones entre ciencia, filosofía —desde el entendimiento de que la opción que cada

intelectual escoge —ya sea desde el pensamiento conceptualista, ya desde el

irracionalismo y desde la reivindicación de la «experiencia y la intuición de la

inmediatez», que siempre implica elecciones éticas y políticas a veces abiertamente

contrapuestas.

El mundo en los albores del siglo XX se enfrenta a la remoción de los fundamentos

del saber en las ciencias y en la cultura filosófica. En las décadas finales del siglo XIX y

en los inicios del siglo XX, entra en crisis el modelo positivista de cientificidad y la

prevalencia de la razón y la ciencia que habían constituido la base de los grandes sistemas

del siglo XIX. El racionalismo tradicional se ve amenazado por la irrupción imparable de

los sistemas irracionalistas de Nietzsche, Bergson o Freud.

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Desde las últimas décadas del mil ochocientos y hasta la Primera Guerra Mundial,

sobre todo en Francia y en Alemania, la certeza positivista comienza a sufrir un intenso

proceso de erosión por las expansión de las posiciones irracionalista ya citadas y por la

transformación interna del propio positivismo, en el sentido de una mayor conciencia

crítica sobre las posibilidades, los límites y los métodos del saber científico, tal como se

manifiesta en la postulación sobre la fenomenología de Edmund Husserl.

Este decurso acelera el proceso de modernización emprendida por la burguesía

liberal hacia el capitalismo financiero que se aleja del capitalismo industrial alumbrado

en el siglo XVIII.

A ello se suman las transformaciones culturales sobrevenidas por las políticas de

expansión imperialista y colonial de las grandes potencias, exclusivamente europeas hasta

los inicios del siglo XX, a las que habrán de sumarse desde inicios de la centuria, los

Estados Unidos norteamericanos y el Imperio de Japón que sale fortalecido tras derrotar

al coloso Ruso en la guerra por el dominio de los territorios de Manchuria.

Este es el contexto en que se desarrolla la vida del padre Federico Salvador

Ramón, y, como queda dicho, esta su postura al respecto.

María Dolores Mira y Gómez de Mercado Antonio García Megía

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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La religión y el mundo actual

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Apuntes Sociales Marruecos y España

Los que conocen esta sección de Esclava y Reina saben perfectamente cuál es el

más ferviente deseo que en ella se manifiesta desde que nos dirigimos al Excmo. Señor

Maura, Presidente de la Liga Africanista, al Excmo. Señor Benlloch, Director de la

acción misional en España y al pueblo español en general, urgiéndole a que piense en el

gran problema que ha de resolver en la zona de influencia española en Marruecos, para

que así pueda España conocer los datos necesarios, a fin de que no nos hallemos a lo

mejor con la falta de algún elemento indispensable.

Para nosotros la cuestión magrebina es más religiosa que política, militar y

económica, y lo hemos dicho y repetiremos, si España no va a procurar en primer término

la conversión de los mores al catolicismo, no habremos hecho la obra que corresponde a

nuestra historia y que nos impone nuestra posición geográfica, antes que a otro pueblo

cualquiera de la tierra. Y tanto más nos obliga esta hazaña en el Magreb, cuanto con más

razón se puede afirmar de nuestra Patria que ha sido el gran apóstol de la civilización

católica en el inundo.

Porque así pensamos y esta es la principal trascendencia que damos a nuestra

influencia en Marruecos, nos complacemos en hacer nuestras estas palabras de El Siglo

Futuro que tomamos del artículo de fondo correspondiente al día 27 de dicho diario:

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FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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«Quizás forma parte de nuestra misión indiscutible la de sostener y propagar la

civilización católica. Tal vez esté llamada nuestra Patria a acabar con el error

mahometano, fuente de barbarie y opuesto a toda civilización, cultura y verdad».

Al día siguiente, el mismo respetable colega, en otro artículo muy digno de seguir

al primero que hemos citado, dice, refiriéndose ya al hecho de que nuestra Patria está

llamada a luchar y acabar con el error mahometano, palabras tan sesudas como éstas:

«Es necesario decir que la acción de España en la zona del protectorado está

reducida a un barniz de civilización material, y a eso que se llama atracción o

acción política que se reduce en suma a tirar un ferrocarril, abrir una carretera,

explotar unas minas, y crear tal o cual escuela para dar una instrucción, que si es

aprovechada por los indígenas, se aprovecha como la ha aprovechado Abd-el Krin,

que cursó estudios en nuestras escuelas de Ingenieros.

No ha preocupado a los Gobiernos españoles, ni por un momento, la

cristianización de Marruecos, la evangelización, la conquista espiritual religiosa de

los infieles, y unidos éstos por el vínculo más poderoso que es la religión, ¿qué ha

de esperarse de quienes están separados de nosotros por unas creencias

religiosas que les impone el odio al perro cristiano?»

Antes de seguir, queremos dejar aquí anotado el sensible descuido de que la prensa

se ha quejado de enviar, en estos tiempos de rapidez, los ejércitos a Melilla hasta sin sus

capellanes correspondientes. Advirtiendo, que no han faltado capellanes castrenses que

ganen la laureada de San Fernando en acciones de guerra realizadas en África.

Ante estas consideraciones, el articulista Mirabal, con muy sobrada razón,

continúa diciendo:

«¡Qué diferencia entre la labor españolista de aquel padre Lerchundi y la influencia

y autoridad de los frailes franciscanos, a lo que hacen los elementos civilizadores,

que sólo ven la civilización en el tráfico y en las exposiciones de productos y en

los negocios mercantiles!

¡Nuestra influencia! Más bien diríase que los influenciados de mahometismo son

los europeos que en África se establecen: respetan la Mezquita, adoptan las

costumbres, visten la chilaba, se cubren con el fez, toman el té en cuclillas...».

Y es que no puede ser de otro modo. Padecemos una educación acomodaticia

enervante en España y somos hasta tal grado menguados en nuestros liberales

procedimientos, que, en lo que toca a religión, no dudamos ser, en efecto, más

influenciados que civilizadores. Los negocios del Padre Lerchundi y de su no menos

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apostólico continuador, el Padre Cervera, no tienen relación, ni desde muy lejos, con los

negocios mercantiles que obligan a muchos a vivir a lo moro en África y en España.

Y porque así es, desgraciadamente para el Magreb y para nosotros, y para la

cultura y la civilización mundial, se impone y se impondrá cada día con más urgencia la

hermosísima conclusión con que el atinado articulista de quien copiamos termina su

trabajo. Dice así:

«En Marruecos no es posible otra política, ya que tanto se habla de la Reina

Católica y de su testamento, prodigiosa visión del porvenir que estamos tocando,

que aquella política que la reina Isabel siguió en sus estados de la Península para

dar la paz a su reino.

Mientras los moriscos y los judíos no fueron expulsados de España, no hubo paz.

Mientras no se alejó de la nación a sus enemigos naturales, la paz no fue posible.

Como no será posible jamás la paz mientras frente a las banderas cristianas se alce

el pendón verde del Profeta. Es decir, mientras la civilización española no penetre

por donde debe penetrar, ahuyentando las sombras del error religioso de las

inteligencias y llenándolas de la luz del Evangelio.

Por algo, los soldados de España que embarcaron con rumbo a las playas de

América, llevaron consigo para realizar aquella epopeya tanto guerreros como

sacerdotes, tanto conquistadores como misioneros».

Si, pues, de lo que se trata es de que haya paz entre moros y cristianos, el medio

más eficaz y concluyente es hacer desaparecer uno de los términos de la pelea, y altamente

consolador es para nosotros poder afirmar que el mahometismo es el llamado a

desaparecer, para dicha del mundo y gloria inmarcesible de nuestra España.

En otro tercer artículo de El Siglo Futuro, del día 29 del pasado mes, se escribía

este párrafo que a continuación anotamos y que dice así:

«Misión histórica primordial de España es la de ser portaestandarte de esa

civilización cristiana, y de tal misión forma parte indudable y quizás fundamental

la lucha contra la morisma, que dura sin casi interrupción desde don Pelayo hasta

don Alfonso XIII, constituye nuestra historia y los origen es de nuestra

nacionalidad actual a través de la Edad Media; prosigue en la Edad Moderna,

después de expulsados los moros de España, continúa en la época contemporánea

y sólo terminará, queramos o no, aunque para ello se necesite un siglo, con la

desaparición del mahometismo del mundo, con el que desaparecerá uno de los más

monstruosos instrumentos de barbarie que en el existen, y el que quizás más ha

estorbado la difusión del Evangelio y de la Iglesia».

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Luego, los que han de ser causas e instrumentos a la vez de que desaparezca el

mahometismo del Magreb, han de ser a toda costa trocados en fervorosos católicos en su

fuerza motriz y en la aptitud conducente al fin para que se destinan.

Tomando el distinguido articulista una de las fases de la cuestión, trata de ella con

el certero criterio católico que siempre distingue al honorable colega, con estas palabras:

«Hay que volver a la antigua concepción del Ejército español. Hay que volver a

aquel Ejército en el que un coronel ante un general, y un capitán o comandante

ante un coronel, eran como un simple recluta ante un superior de elevada

jerarquía. Hay que volver a aquel Ejército en que el compañerismo sólo existía

entre los que tenían igual grado y mientras lo tenían, pues fuera de eso sólo había

superiores y subordinados.

La verdadera concepción de la disciplina militar es aquella clásica, según la cual,

el inferior no puede permitirse ni siquiera pensar en alta voz en asuntos del

servicio, fuera de las órdenes recibidas de su superior.

Mientras esos conceptos no se restauren, nada habrá posible, y la nación, que es lo

que importa, sufrirá dolorosos fracasos, y si un jefe obrando por sí y ante sí obtiene

un éxito, hará más daño con él a su Patria que si hubiese fracasado.

El que no lo sienta así carece de la verdadera vocación militar, que es clase social

que no constituye una profesión, sino un estado, un verdadero sacerdocio, para el

que nos parecen pocos todos los honores y distinciones, pero para cuyo austero

ejercicio se requieren especialísimas y elevadas condiciones de carácter».

Después, para confirmar lo anteriormente dicho, añade:

«Alemania no fue derrotada, pero si la victoria de los aliados ha sido posible, se

debe a que, el hoy mariscal, Joffre acabó en el ejército francés con las iniciativas

personales, restableciendo la disciplina en grado tal, que, según testigos

presenciales, llegó a ser mayor en los últimos tiempos que en el mismo Ejército

alemán, que siempre fue de ella modelo».

Conformes de toda conformidad. Es indispensable la disciplina en el ejército,

como es necesaria la subordinación en todos los organismos que forman una nación, como

es imprescindible la obediencia en la familia y como es elemento de perfección, imposible

de sustituir por otro, en la vida religiosa, la observancia. Pero no tratando toda la cuestión,

aunque sí uno de los elementos más fundamentales con el asunto de la disciplina militar,

queremos recordar la pregunta con la que terminábamos nuestro artículo anterior y a la

que hemos de dar hoy respuesta en todo o en parte, repitiendo que eso de la disciplina

militar es una parte de la respuesta total.

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He aquí nuestras palabras:

¿Hay quien se eduque en España para trabajar después, con la debida aptitud, en

la educación de los hombres que nos toca civilizar en África? Y si no hay medios para

adquirir esta capacidad intelectual y religiosa, ¿quién es el que debe atender esta

necesidad?

Que en España no hay centros de preparación para formar los hombres que han de

ir a Marruecos, es indudable. Hasta de la falta de conocimiento del idioma moro se han

ocupado los periódicos por boca del gran patriota Armando Guerra, lamentándose muy

racionalmente de esa ignorancia tan digna de reproche.

De la instrucción meramente militar que recibe el soldado africano juzguen los

militares; de la instrucción intelectual cualquiera puede juzgar, por muy escasa que se le

suponga siempre será menos.

Ni el idioma, ni la Geografía, ni la Historia de la región de nuestra influencia son

conocidos por el soldado español que va al África; sabe lo que se alcanza por referencias

que vagan en el ambiente. ¡Cuántos van y vuelven sin saber leer y escribir! En tales

condiciones, sin conocer más terreno que el que se frecuenta, sin saber los hechos

realizados por los hombres en esos lugares y sin poder entenderse con los naturales del

país como no sea que éstos sepan el español, nuestra influencia por tal respecto será todo

lo menguada que se la quiera suponer.

Y de los fines que persigue España en África, ¿qué sabe nuestro Ejército y qué

saben los elementos civiles que forman nuestros pueblos de ocupación civilizadora?

¡Cuántos no saben mucho más allá de que es doble la retribución o de que son más

pingües las ganancias, o de que se está en mejor ocasión de ascender, o de que se pelea

por tener unas minas más o cosas por el estilo!

¡Cuántos que no han pasado de juzgar que sostenemos un ejército en Marruecos

para conseguir el barniz de civilización de que hablamos con Miraba!

¡Cuántos que piensan que la civilización es lo que conviene, lo que da utilidad, lo

que hermosea materialmente una o varias ciudades, al estilo de la elegante barbarie

europea que hoy disfrutamos, rebosante de toda suerte de antros para nutrir los vicios!

De cómo se vive en África y de cómo se debe vivir pocos se ocupan y menos se

preocupan. ¿A qué pensar en destruir los harenes, si, al fin y al cabo, se muestran más

recatados que las elegantes reuniones en cines, teatros, playas y bailes?

Si de lo que se trata es de enriquecerse a costa de los pingües negocios hechos o a

costa del tesoro español o de la pobreza mora, ¿para qué preocuparse de atender a los

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niños y niñas pobres haciendo resaltar la caridad cristiana, que es, sin duda, el verdadero

instrumento y causa eficacísima de la civilización católica?

Si de lo que se trata es de negociar con las almas, ¿quién se preocupará, como el

caso requiere, del negocio del alma mahometana para trocarla por el alma inspirada en la

pureza, desprendimiento y sacrificio del verdadero espíritu de Cristo? De haber pensado

con este espíritu, como dijimos con El Siglo Futuro, es indudable que en Marruecos habría

a la hora presente más sacerdotes, más religiosos y más espíritu cristiano, por lo tanto.

Que no hay bastantes sacerdotes, ni hay bastantes religiosos, ni hay iglesias

bastantes, ¡y decimos que vamos a civilizar! «Mentira autorizada de los tiempos».

España, la gran colonizadora, no ha civilizado negociando y enseñando a negociar;

ha civilizado derramando sus tesoros en sus colonias, aunque de ellos se hayan

aprovechado, en primer término, españoles de puro nombre.

Ha sufrido España una contrariedad en sus armas, y España entera renace a la vida

del amor patrio y se apresta como un solo hombre a lanzarse a reconquistar la superioridad

perdida y pueblos baturros y de toda España, y los nobles todos, y el mismo Rey, que

vendrá a merecer el sobrenombre de El Africano, todos, con nuestro magnánimo monarca,

se deciden a marchar al Magreb sintiendo en sus corazones los mismos afectos de Alfonso

XIII que, al conocer el desastre del valiente Silvestre, exclamó, arrasados los ojos en

lágrimas: «Es preciso reparar urgentemente el daño, puesto que el pueblo y el Ejército

siguen siendo los grandes héroes y los mártires de la Historia de España».

Y en la prensa hemos leído esta noticia:

«En los círculos aristocráticos, se afirma que varios caballeros de las órdenes mili

tares, se proponen convocar a junta anual a todos los capítulos, para organizar un

regimiento de caballería destinado a Marruecos».

Y no dudamos que el pueblo, la nobleza y el Rey, unidos al Ejército en el más

íntimo abrazo, sabrán imponer a las cabilas enemigas y a las que nos hicieron traición, el

correctivo indispensable para dejar asentada de una vez para siempre, si fuera posible, la

imperiosa necesidad de respetar al ejército y al pueblo de ocupación en África.

Así lo esperamos firmemente, sin género alguno de duda; pero ya, convencidos de

que nos impondremos militarmente y, hasta si se quiere, convencidos también de que, por

hoy, la disciplina militar recobrará todo su poderoso imperio, no podemos del mismo

modo convencernos de que después de restablecer el orden de la fuerza, restableceremos

igualmente el orden moral y religioso, disponiendo así el camino para acometer la ardua,

la magna, empresa de convertir a los moros a la fe de Cristo. Y si no hay en España ni en

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África centros de educación encaminados a preparar a los hombres que han de acometer

tamaña obra, propia de españoles, es evidente que deben crearse.

Pero, ¿quién es el que debe atender esta necesidad?, nos atrevemos a preguntar de

nuevo.

En vista de lo que antecede contestaríamos con estas palabras: el pueblo y el clero,

la nobleza y el ejército, el Gobierno y el Rey, toda España, cualquiera que sienta el amor

a la Patria, debe sentirse obligado a tomar parte en la obra civilizadora, que, por razones

de todo punto obligatorias se nos impuso y que, de no haberla recibido por unánime y

mutuo acuerdo de las naciones, nosotros mismos nos la hubiéramos tenido que imponer

por razón de nuestra historia y por exigencias geográficas.

No tratamos ahora de la parte que toca al elemento militar, creemos que nuestros

soldados cumplirán con su deber. Respecto al pueblo hemos de distinguir dos clases de

hombres: los puramente negociantes y los que se mueven por los altos ideales de la

civilización, subdividiendo a éstos en hombres de idealidad vaga e indeterminada, como

la sienten los hombres educados a la moderna en la escuela del liberalismo, y en hombres

de idealidad concreta y perfectamente definida, cuales son los formados en los sólidos e

indefectibles principios de la religión católica.

Y puesto que nosotros deseamos que todos los españoles sean del número de éstos

últimos, a éstos nos dirigimos y a éstos volvemos a preguntar, ¿quién es el que debe

atender a la urgente necesidad de enviar a Marruecos legiones de hombres formados

intelectual, moral y religiosamente para civilizar al África?

Para responder de la manera más precisa, diremos que los primeros obligados son

los religiosos y los sacerdotes, que están llamados en primer lugar a ponerse a la

vanguardia de toda hazaña en la que se trate de la gloria de Jesús.

Al lado de éstos deben figurar, y muy en primer término también, seglares de

verdadero fervor católico que deseen tomar puesto en este ejército de ocupación de las

almas mahometanas. Pero este ejército necesita sus pertrechos de guerra, y a

proporcionarlos están obligados el Católico Gobierno de la Católica España, los centros

africanistas, la Liga, antes que ningún otro, los círculos aristocráticos y las nobles

Hermandades de Santiago, de Montesa, etc., y todas cuantas existan en España como

recuerdos gloriosos de héroes que lucharon como leones en contra de la morisma, los

católicos pudientes costeando centros de educación apropiada para los apóstoles del

Magreb.

Todos los católicos en los que arda el celo de la fe, de la gloria de Cristo y de la

salvación de las almas, deben estudiar atentamente el modo de contribuir con su óbolo,

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con su inteligencia, con su voluntad o con su persona a tomar parte en esta nueva cruzada,

la más ingente que han presenciado los siglos, y para la que están llamados del modo más

singular, con llamamiento profético, los Esclavos de María.

Hermanos amadísimos de nuestras almas, la Santísima Virgen llama a las puertas

de nuestros marianos corazones. Meditemos todos, a los pies de nuestra invicta Reina

aquellas tan gloriosas palabras que el gran Vidente de la Esclavitud mariana dice de los

esclavos. Leámosla una vez más: «He aquí los grandes hombres que han de venir, pero a

quienes María formará por orden del Altísimo, para extender su imperio sobre el de los

impíos, idólatras y mahometanos».

Ya ha llegado el tiempo de que los esclavos marianos españoles nos aprestemos a

tomar, en esa conquista de la fe, la parte que nos corresponde. Empecemos a contarnos

siquiera los que sintamos deseos de tomar parte en esa empresa, reunámonos en un lugar,

por humilde y pobre que sea, animados del mismo espíritu, de la misma fe, de los mismos

deseos de sacrificar nuestras vidas por la conquista de las almas, ya que tantos hombres

nos dan ejemplo sacrificándose en aras del amor a la Patria. Luchen en buen hora los

soldados del rey y por él mueran, pero no demos ante el inundo el cobarde ejemplo de

que no tenga la católica España soldados invictos de las milicias de Cristo.

A los que tal piensen y quieran, por primera providencia, les ofrecemos compartir

con ellos la humildad de nuestra casa y la pobreza de nuestro pan.

Mas, como quiera que la Esclavitud de la divina María ha de estar constituida por

legión de hombres y de mujeres, a éstas también ofrecemos asilo humilde y pobre, pero

rebosante de celo por la gloria de María, nuestra Reina Inmaculada.

A ningún alma esclava de María le sea permitido decir, desde hoy, que vive

inactiva porque no hay quien la conduzca a trabajar en la viña del Padre de familias, pues

la Inmaculada María quiere esparcir los aromas de su pureza y el ungüento de sus virtudes

soberanas sobre la bárbara región de los harenes.

¡Esclavos de María, ya hay quien os espere!, la prontitud de vuestra llegada estará

en razón directa del amor más o menos fervoroso que sintáis a la Reina Inmaculada.

Empezamos a esperaros. Expectans expectavi.

Continua El Siglo Futuro con el fervoroso espíritu católico que lo distingue su

campaña instructiva acerca del ideal que debemos perseguir los españoles en nuestras

luchas en el Magreb, y en ese apostólico camino colocado, el 5 de Agosto, daba por

evidente la educación moral que es indispensable a nuestro ejército de ocupación,

especialmente en Marruecos, cosa que siempre se debe suponer realizada, y cada día con

más perfección, en la católica España.

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Ese valiente artículo de Mirabal termina con estos brillantes párrafos:

«Es harto deletéreo el ambiente que se respira en las calles de nuestras ciudades,

para que no intoxique a los soldados. Y por lo mismo que el peligro les busca y

acecha, es imprescindible que el remedio se aplique constantemente para evitar

que el veneno revolucionario y antipatriótico surta su efecto.

Ciertamente es de una gran oportunidad y de una gran urgencia la recomendación

que hace a los jefes de los cuerpos el capitán general de la primera región; hay que

atender cuidadosamente a la elevación del nivel moral del soldado, como dice el

señor Primo de Rivera.

Porque sin ideales, sin fe, sin Dios, sin sentir la Patria, y sin el firme concepto del

honor, nadie hay capaz de ofrendar su vida. Fuera de esos ideales, que no son de

la tierra, que no pertenecen a los sentidos, sino que son patrimonio del alma, nada

hay que lleve a los hombres al sacrificio y al heroísmo. Y ciertamente que no puede

tener grandeza ningún pueblo, donde estén en baja estos valores espirituales, que

son los que han sostenido ahora el ánimo de los defensores de Nador, que fueron

los que alentaron a los héroes de Baler, y que constituye a lo largo de la Historia

el espíritu de la raza española, que, si derramó su sangre sobre todas las tierras del

mundo, no fue por fines materiales, sino por la gloria de Dios, por la gloria de la

Patria y por el honor de la bandera, que ha sido besada por el sol en todas las

latitudes de nuestro planeta».

Y otro día, hablando de los peligros de que hay que librar al ejército español, decía:

«Pero, sobre todo, si ya que no esa instrucción patriótica los Gobiernos nos

evitaran la difusión de teorías corrosivas, que son las que están extendiendo el

espíritu anárquico en las gentes, ¿qué necesidad habría de convertir el cuartel en

escuela de patriotismo?

Desde niños hay que sentir la Patria y es deber esencial de todo gobernante

impedir que se mine y atente contra el espíritu patriótico de los gobernados,

porque si el espíritu patriótico se quebranta, ¿puede decirse que la colectividad es

una nación?».

Convencidos de que nuestro Ejército, si ha de tener por fin especial el de ser

portaestandarte de la civilización verdadera, ha de ser antes que nada católico y

enamorado de su Patria, confesarnos, con todo hombre que sepa lo que es civilizar, que

el soldado, aun suponiéndole modelo de religiosidad, es insuficiente y hasta inepto, si se

quiere, para consumar la educación de un pueblo.

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Y si tal aseveración hacemos del elemento militar, porque el que se impone por

las armas no es apto para cautivar por amor, no diremos menos del elemento civil, porque

éste, atento a los bienes de la tierra, difícilmente cuidará de los intereses espirituales.

Habida cuenta de estas razones, el correctísimo Alcover, fundándose además en

el favorable concepto que de los religiosos tienen los indómitos rifeños, dice:

«¿Qué es, pues, lo prudente, sino encomendar a los frailes la obra principal de

pacificación y civilización de los moros?

¿No nos moverá a ello la fe católica, como les movía a los Reyes Católicos el ansia

de salvar las almas de los indios?

Pues muévanos siquiera el interés patrio, el anhelo de ensalzar profundamente en

el corazón de aquellas tribus, más duros que sus rocas, la sagrada bandera de la

Patria. Más puede en estas cosas un fraile que cien soldados. ¿Quién civilizó y

sujetó al dominio de España a casi todas las Américas, sino los frailes?

Vaya, pues, la Cruz con la espada, y el camino será más seguro.

Y no nos alucinemos pensando que la civilización puramente material domará a

los moros, porque sólo les dará armas mejores y más fuertes para hacernos la

guerra. Abd-el Krim, el caudillo de los Beni-Urriaguel, es un civilizado.

Y, además, es posible que con la civilización materia1 pierdan los moros la nativa

rectitud de su índole salvaje, y entonces, ya no tendrán buen concepto de los

frailes.

Y no quedará más arbitrio, que extenuarlos a hierro y fuego, según el bárbaro

sistema de colonización empleado por los norteamericanos con los pieles rojas del

Far-West».

Se impone, pues, ir al Magreb con los apóstoles de Cristo, si es que se ha de hacer

algo altamente provechoso para las cabilas, para España, para Europa, para el mundo

entero.

«Ese algo más noble y más digno, dice Fabio, no es el delenda Cartago de Catón.

Es la destrucción de una barbarie que tiene en jaque lo que tantas veces amenazó

y devastó. Y es la destrucción de un fanatismo que cree que gana las delicias de un

paraíso sensual matando al perro cristiano donde quiera que lo tope. Y, junto con

esto, la defensa nacional contra las codicias europeas».

Por mil y mil razones, se impone, no tenemos inconveniente en repetirlo, ir a

Marruecos acompañados de los apóstoles de Cristo, los cuales, un día tuvieron fuerza,

con la ayuda de Dios, para cristianizar al mundo pagano, y otro para civilizar dos mundos

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desconocidos, idólatras y salvajes, y más tarde batieron con invicto denuedo las

ensoberbecidas falanges del protestantismo, y hoy, a no dudarlo, Dios suscitará a los

apóstoles del mahometismo, pues, a juzgar por tantas y tantas circunstancias, ha sonado

la hora de acometer esta soberana empresa, entre las apostólicas, con ser todos los

apostolados admirable urdimbre de heroicas hazañas.

Pero es preciso concretar cada vez más, y hoy nos complacemos en hacerlo sin

que nuestras palabras envuelvan más intención que la de un humilde ruego a quien nos

dirigimos, y el reconocimiento, siempre fervoroso, para todos los que trabajan

apostólicamente en el Magreb y, muy especialmente, para el sabio y celoso obispo de

Fessea y Vicario apostólico de Marruecos y para to dos los apóstoles que viven a sus

órdenes.

Nosotros creemos lo que es a todos evidente, que en el Rif no hay apóstoles

bastantes y, por lo tanto, que es preciso aumentar su número.

Nosotros miramos hoy de un modo singular a Melilla y contemplamos a esos

rifeños que, dando pruebas de un valor inaudito, se abalanzan a los parapetos, a las

alambradas y a los cañones con el insólito desprecio de esta vida que han de trocar, si

mueren, por la eterna región de las delicias inefables de los harenes, y sentimos, como

sacerdotes, el ansia de que los moros cambien esa envilecedora esperanza por el supremo

deseo de la vida purísima del Dios tres veces santo.

Y, al pensar en Melilla nos atrevemos a preguntar: ¿Será posible que no haya

Apóstoles en esa región mahometana decididos a dar cuanto sea menester por trabajar en

la conversión de esos hombres a Cristo?

Nosotros esperamos que no falten almas ansiosas de recorrer este glorioso

apostolado.

Uno tras otro hemos escrito sendos articules enderezados a estimular a los grandes

y a los pequeños para que piensen, especialmente, en el aspecto religioso que tiene el

problema eminentemente español de la ocupación de nuestra Zona en Marruecos.

Muchos, España entera se preocupa por el mejor resultado del problema militar

en África; muchos españoles, los que viven en el amado solar que empezó en Covadonga

y terminó en Granada, y los que viven en otras naciones atienden al estudio de este

problema en sus diferentes aspectos militar, económico, social, etc.; pero del lado

puramente religioso pocos lo consideran. El Siglo Futuro, y alguno que otro diario

católico menos directamente, han tratado este asunto.

De los artículos del colega integrista ya hicimos ahincada mención y hoy la

repetiríamos trayendo a la memoria el artículo «Ni católicos ni españoles», en el que se

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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estudian las causas de nuestro fracaso en Marruecos y en el que se pone como fin de

nuestra acción en el Magreb el expresado en estas preciosas palabras: «conquistar

Marruecos para Dios y para España».

Pero vamos creyendo que ni nuestros artículos, por faltos de autoridad y de

extensión en la publicidad, ni los de El Siglo Futuro, con su fervoroso sector de cristianos

lectores, ni los de los demás colegas católicos, aunque más o menos resabiados de

liberalismo, llegarán a prender en el ánimo del Gobierno en general ni de éste o aquel

ministro en particular hasta decidirlos a impulsar la evangelización mahometana en el

Riff.

Convencidos estamos de que esta empresa, la verdadera empresa civilizadora que

se ha de realizar en nuestra zona de influencia africana, más que de la vida oficial de la

nación ha de nacer de la vida cristiana de los españoles, del espíritu de fe católica que

arda en sus corazones, de la irresistible e ingeniosa fuerza de la caridad divina que inspiró

y fomentó y consumó en el mundo el apostolado de los españoles en las más salvajes

naciones.

Y como quiera que esta fe viva y caridad ardiente es de un modo especial

colocadas en las manos de los párrocos, a ellos acudimos en especial para que fomenten

entre sus feligreses, de un modo singular, este deseo de ser apóstoles del cristianismo en

el Magreb, en medio de los moros, con sus oraciones y con sus sacrificios, los que de otro

modo no puedan, y personalmente los que se sientan llamados a esta gloriosa empresa,

digna de corazones españoles.

A los párrocos, sí; a vosotros verdaderos sostenedores de la fe en el mundo, a

vosotros acude Esclava y Reina, porque es de vosotros incansable admiradora y tiene en

su alma el vehemente deseo de ser gran ayudadora de los párrocos todos del mundo.

Sabemos cuántas y cuan graves son las obligaciones que pesan sobre vosotros,

¿quién las desconocerá si piensa en el modo de hacer bien a las almas? Pero esa multitud

de obligaciones que pesan sobre vuestros hombros de ordinario, no obstan para que

acudamos a vosotros, a los párrocos españoles en primer término, para rogaros que en

vuestras constantes predicaciones públicas y familiares procuréis infundir, en los pueblos

que están a vuestro cuidado, el deseo, el ansia de la conversión de los sarracenos a nuestra

santa fe católica.

¿Podréis acaso, vosotros, venerables Párrocos, poned en duda que esta empresa es

una obra de suma importancia y trascendencia para la Religión Católica, de inmenso bien

para el mundo todo, de gran interés para España y de civilización indispensable ya para

Marruecos, puesto que la situación geográfica de este imperio lo hace tan vecino de

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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Europa, que es bochornoso para el mundo civilizado que viva sumido en la barbarie

mahometana?

No, imposible; vosotros, párrocos ilustrados de la iglesia española, más

conscientes cada día de la alta misión que la Iglesia y la Patria os confían, sabéis

perfectamente que la gloria de Dios pide el acrecentamiento del Reino de Cristo en el

mundo y que la destrucción de la bestia apocalíptica será de gran honor para el nombre

cristiano, y no ignoráis que muchos exégetas enseñan que esa bestia es el Mahometismo

y que ya son llegados los días de su destrucción total.

Y siendo así sólo falta la oración que clame al cielo pidiendo los apóstoles

debeladores de los hijos de Mahoma y Dios no dejará de encender en las almas esos

deseos, y con la predicación de los padres de los pueblos cristianos, ¿quién no espera que

alguno siquiera, de sus feligreses pueda desear que esas ansias lleguen a ser realidades y

venir a formar junto a los que sienten vivísimo este deseo y suspiran y acechan el

momento en que puedan llevar a la práctica esta máxima obra de la gloria de Dios y de la

salvación de las almas?

Y cuando haya número de hombres suficiente y debidamente dispuesto intelectual

y moralmente, entonces no faltarán modos de lanzarse humildemente a la empresa, sin

ostentaciones vanas ni aparatosas exhibiciones, un Portal de Belén, una Porciúncula, una

Cueva de Manresa sería muy adecuada escuela para formar a los apóstoles católicos,

conquistadores para Cristo del alma mahometana.

Que la empresa es difícil, lo sabemos. Que supone grandes gastos, no lo

ignoramos. Que, humanamente pensando, es una quimera, no se le esconde a nadie que

piense en este asunto.

Pero, ¿es acaso una obra del mundo la que apuntamos? No, no, ciertamente que

no. La conversión del mahometismo al cristianismo es tan difícil para los hombres, como

llegar con las manos al cielo, pero también tenemos presente que no es imposible nada

que pueda ser hecho para Dios, y la conversión de las almas es un vehemente deseo del

divino Apóstol, Cristo Jesús.

Y, si hasta humanamente se impone a España la necesidad de destruir al enemigo

mahometano que tenemos a nuestras puertas y nos hace cuanta guerra puede, y, si no hay

ya quien no esté persuadido que el modo de vencer a semejante enemigo no es otro que

hacer desaparecer la causa de esa enemistad, y como todos sabemos que el odio a Cristo

es lo que hizo a los mahometanos de Norte de África nuestros seculares enemigos, es

indudable que mientras no sean amigos de Cristo tampoco lo serán de nosotros.

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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Por este motivo, mis venerables párrocos, como mantenedores de la religión de

los pueblos y como los primeros patriotas de los mismos, os incumbe urgentemente el

deber de hacer a vuestros feligreses apóstoles del Magreb o ayudadores, a lo menos, con

sus oraciones, con su entusiasmo, con sus medios pecuniarios, con su cooperación

personal, si así Dios les inspirara, pues si tantos mueren hoy, volvemos a decir y

repetiremos cien veces, por el honor de la Patria, ¿qué mucho será que se hagan sacrificios

proporcionados por la salvación de esas almas, por las que dio su sangre el Salvador del

mundo y por las que quiere hoy que los hombres se apresten a dar la vida, si así fuera

menester, para sacarlas del estado de barbarie en que se encuentran?

Llenemos el ambiente español de este espíritu conquistador de almas, ahora que

en todos los pechos late el ansia de la conquista del Riff, más o menos cristianizada, pero

hagamos nosotros, los predicadores de Cristo, que se encienda en todos los corazones el

nobilísimo deseo de la conquista de las almas que un día latieron al unísono de San

Cipriano y San Agustín y de tantos sabios y mártires.

Y por si acaso fuera semilla que al caer en un alma buena fructificara, nos

atrevemos a lanzar a los cuatro vientos la idea de fundar un asilo para huérfanos de moros.

Nosotros sabemos que hay personas dispuestas a llevar la idea a la práctica, nosotros

sabemos que hay casa dispuesta para el caso, sabemos que hay quienes estén dispuestos

a dar cuanto tienen y puedan tener, pero es la empresa para muchos, es empresa de

grandes, y nosotros apenas nos atrevemos a inmiscuirnos en ella.

¡Dios mío, Jesús mío, si los hombres callan habla tú, que tu esclavo escucha!

A la clase de párrocos

Impulsados por las circunstancias de momento que atraviesa España, con motivo

de la guerra que sostiene con los moros, en la zona encomendada a su Protectorado, en el

Norte de Marruecos, nos atrevimos a llamar la atención de los párrocos españoles, seguros

como estamos, de que ellos son los principales factores del espíritu que anima a los

pueblos, sic populus, sic sacerdos, confiados de que los párrocos son los primeros

llamados a infiltrar en las almas de sus feligreses el espíritu de conversión al catolicismo

de los hijos del Rif, con lo que, por otra parte, imponíamos a la clase parroquial una

obligación tan pesada como urgente, sobre las muchas y no menos graves y perentorias

que pesan ya sobre los señores párrocos.

Esta obligación atañe hoy de modo muy singular a las tres naciones latinas, por

excelencia católicas, Italia, Francia y España, unida a las grandes responsabilidades que

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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en todos los órdenes de la vida gravitan con inexorable exigencia sobre el párroco, avivan

en nosotros cada vez más íntimamente el convencimiento de la necesidad que tiene el

clero parroquial de una ayuda extraordinaria, y estimula en nosotros el deseo vehemente

de que esa ayuda o esos hombres, fieles cooperadores, o coadjutores por amor, dejen de

vivir en la región de las esperanzas y vengan ya a la vida real lo antes posible, y, para

conseguirlo, pidiendo a Dios quedamos que nos depare una mano paternal que sepa y

quiera dar vida y sustentar a tales hijos de la Iglesia y para la Iglesia.

Que uno sólo de los que pueden, quiera, y la humilde, pero gigante, obra nacerá

tan espontánea, como el lirio en el valle y como la mejorana en la sierra.

Sobre las almas que a tal apostolado se apresten caerán, sin duda, las bendiciones

del gran Padre de familias, y las lluvias fertilizantes de la Sangre Preciosa del divino

Apóstol, y soplaran vehementes los vientos del día de Pentecostés, y flamearan las lenguas

de fuego que alentaran a los apóstoles en el Cenáculo, y, como indicio evidente de que

así ha de ser, nuestro amadísimo y muy venerado padre, el Papa Benedicto XV, tan

gloriosamente reinante, acaba de hablar al mundo con tanto encarecimiento y fervorosa

piedad de la importancia de la vida parroquial, que, en su discurso, declarando heroicas

las virtudes de un párroco francés, ha dicho que, según amoroso designio de la Divina

Providencia, la glorificación de Andrés Huberto Fournet se ordena a poner de manifiesto

la importancia del ministerio parroquial, así respecto de quien debe ejercitarlo, como

mirando a quien lo puede usufructuar.

No satisface a nuestro Santísimo Padre lo dicho antes, sin dejarlo probado, y

fundamenta su aserto acerca de lo providencial que es hoy tratar de la importancia del

ministerio parroquial, añadiendo estas palabras que son una irrefutable confirmación de

hecho. Benedicto XV dice así:

«Este plan divino apareció ya en las casi contemporáneas beatificaciones de dos

Párrocos llevadas a cabo por nuestro Predecesor, de venerable recuerdo, cuando

concedió el título y el honor de Beatos a Esteban Bellesini, Párroco de Genazzano,

y a Juan Bautista Vianncy, Cura de Ars. Y he aquí que, antes de cumplirse los

cuatro lustros de aquellas beatificaciones, la Iglesia señala hoy los adelantos en la

Causa de beatificación de otro Párroco».

Sentado tan lisonjero y avivador precedente para mover al mundo al respeto y

veneración que se debe a la vida parroquial, seguro nuestro insigne Romano Pontífice de

que han de darle respuesta afirmativa, pregunta con estas palabras:

«Esta frecuencia de Causas análogas, ¿no se ordena a persuadirnos de la grande

importancia que la vida parroquial puede tener en la suspirada restauración de la

sociedad cristiana?».

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

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Por nuestra parte convencidos estamos que no habrá restauración social mientras

no haya restauración parroquial y, por este motivo, todo cuanto se haga a favor de esa tan

deseada restauración nos parecerá escaso, y nos alegrará cuanto regocija a nuestro

Santísimo Padre, que dice en el mismo Pontificio Documento a que nos venimos

refiriendo, esta consoladoras palabras:

«En este instante Nos sonríe el recuerdo de la hermosa iniciativa, tomada

recientemente aquí en Roma para promover con oportunas asambleas el desarrollo

de las obras parroquiales».

Sí, cuanto se haga para ayudar al Párroco será poco. Si su acción no tiene límites,

los medios, por consiguiente, de que disponga no los deben tener tampoco.

El Párroco es hombre sujeto a todas las flaquezas, tibiezas, ignorancias y caídas

anejas a nuestra pobre naturaleza, ¿será mucho que la clase parroquial pueda disponer de

hombres tan fieles, como supone el voto de obediencia, y tan fervorosos para servirlos,

como supone el sacrificio de la propia iniciativa, con tal de secundar exactamente los

deseos pastorales del Párroco?

Indudablemente que es tan grande el ofrecimiento que no se nos alcanza otro más

excelente, pero no es menor el socorro que necesita el ministerio parroquial, si ha de tener

el prestigio y trascendencia social que Benedicto XV, en nombre ele Jesucristo, quiere

que hoy resplandezca en el Párroco.

Propio es de todos los tiempos que haya quien se sacrifique en aras del bien de las

almas, de donde resultó en todos los siglos, además del esplendor de la verdadera Religión

Católica, la cultura y bienandanza general acrecentada como fruto espontáneo de la paz

que inspira la fe de Cristo.

Es claro que este sacrificio, tantas veces repetido en la historia desde el supremo

sacrificio del divino Redentor, ha de nacer del amor divino, y sólo con las gracias

espirituales pueden las almas sentirse movidas a poner cada una de su parte cuanto sea

menester para que haya sacerdotes que se apresten al sacrificio de la propia voluntad y

del propio juicio, cuanto es menester, para ir en busca del bien de todas las parroquias,

como vuelan las nubes por doquiera, sujetándose del modo más perfecto a los Señores

Párrocos, que son los legítimos y naturales directores de las parroquias, que por su saber

y virtud y muy duro sacrificio llegaron a merecer en sus diócesis respectivas.

Pero, más que director, dice el gran Benedicto XV, el Párroco debe ser tenido

como padre, y, de lo que es un padre en la familia carnal, deduce, nuestro Santísimo

Padre, lo que debe ser el padre en la familia parroquial y, por ende, las virtudes que lo

deben adornar y el respeto con que debe ser tenido y considerado por sus feligreses.

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Por lo que hace al concepto de padre, que es propio del Párroco, dice el documento

citado palabras tan consoladoras como terribles, de donde, con toda evidencia, se deduce

que el Párroco no debe estar en su parroquia tan sólo como hasta hoy, que por

circunstancias de los tiempos, la situación del ministerio parroquial es tan delicada en

medio de los pueblos y tiene tan graves obligaciones y tan altas responsabilidades, que

de ordinario se hacen dificilísimas y, para no pocos, insoportables como no haya una

mano misericordiosa que se preste a la ayuda, al consuelo, a la defensa, a cuanto es

necesario en esta vida a todo hombre que toma sobre si responsabilidades que más afectan

a la vida futura que a la presente.

Lo repetimos, sin temor de ser desmentidos por aquellos que sienten la necesidad

de un socorro extraordinario para cumplir más satisfactoriamente los deberes

parroquiales, hoy no es bastante para el ministerio parroquial el auxilio que al Párroco

dan los respetables coadjutores que le secundan diariamente, ni el que de tarde en tarde le

ofrecen las misiones, éstas porque son pasajeras, aquellos porque su acción es más bien

física que espiritual.

Se impone una ayuda intensa por lo espiritual, y menos continua que la de los

coadjutores o vicarios de las parroquias, para que no pierda eficacia por la frecuencia en

sentirla los feligreses, ayuda que, aunque no sea tan vehemente como la que llevan por

todas partes los santos misioneros de tantas órdenes y congregaciones religiosas, sea

capaz de mantener el espíritu de fervor que en los pueblos encienden las misiones.

¡Que si es admirable el párroco que cumple con su misión! ¡Que si esta misión

tiene hoy un carácter más relevante! ¡Que si necesita ayuda extraordinaria! Bien nos lo

dejó dicho nuestro nunca bien amado santísimo Padre Benedicto XV como vimos en

nuestro artículo anterior correspondiente al número pasado de nuestra humilde revista.

Pero si es amoroso designio de la divina Providencia que en estos tiempos haya

párrocos que sirvan de modelos a los de su clase, como nos decía Su Santidad, sí es la

hora de fijarse sacerdotes y fieles en la alta importancia del ministerio parroquial, si el

mismo Santo Padre Benedicto XV, alaba a los que se prestan a servir de ayudas a los

párrocos en el difícil cumplimiento de su delicadísima misión en el seno de la Iglesia y

en medio de los pueblos, ¿cómo no insistir gustosos en este asunto por tan sólidas y

recomendables razones necesario y con carácter de urgencia?

Y para que sobre los mismos fundamentos descansen cuantas consideraciones nos

sugiera la inmensa labor que debe hacer el párroco empecemos por recordar los siguientes

párrafos del documento citado de nuestro Santísimo Padre. Dicen así:

«No andaría equivocado el que comparara la parroquia a una familia. Antes bien

semejante parangón ayuda a hacer comprender por una parte de qué virtudes ha

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de estar adornado el que ejerce el ministerio parroquial, y por otra en qué altísimo

concepto ha de ser tenido este ministerio por quienes según el ordenamiento

eclesiástico le están sometidos En efecto, como en toda familia bien ordenada el

padre anda solicito por el bien de los hijos, no sólo para el momento presente sino

también para lo porvenir, así también el párroco debe andar muy cuidadoso por el

bien de sus parroquianos. No le asuste la multiplicidad y variedad de tales bienes,

porque si el padre anda solicito por el bien religioso y moral, no menos que por el

material de los hijos, el parangón antes recordado pide que el párroco esté siempre

pronto, no tanto a asistir materialmente a sus parroquianos, cuanto a procurarles

la instrucción religiosa, el alivio en los dolores y el auxilio de tos consejos

oportunos en las dudas y las dificultades de la vida.

Ningún padre hay que no tome parte en las vicisitudes alegres o dolorosas de sus

hijos. Ningún padre rehúsa jamás el poner los tesoros de la propia experiencia al

servicio de los hijos, obligados por ventura a luchar contra las insidias puestas por

falsos amigos. ¿Y qué párroco no tomará espontáneamente parte en las fiestas que

alegran las familias de sus parroquianos, y no participará de su dolor en los días de

angustia y ansiedad?

Un párroco que esperase ser llamado a la cabecera de un feligrés moribundo no

cumpliría bien su oficio, precisamente porque no hay padre que se mantenga

alejado de su hijo hasta tanto que ese se halle postrado en cama. El buen párroco

debe vivir la vida de sus feligreses, como el padre vive la de los hijos.

De otra parte, como los hijos festejan al padre que va a visitarlos, así también los

parroquianos deben hacer alegre acogida al sacerdote, no sólo cuando va a

visitarlos en la enfermedad, sino también cuando se interesa por su suerte, y

especialmente cuando promueve la instrucción catequística de sus hijos.

También aquí puede aplicarse la comparación de la parroquia con la familia,

porque en ésta no sucede que los hijos se muestren desagradecidos al que anda

solicito por su bien presente o futuro. Queremos decir que el párroco debe ser el

consejero nato de sus feligreses, y que, por lo mismo, debe hallarse al corriente de

las cuestiones del día, aun las de orden económico».

Es una gran familia la parroquia, por pequeña que ésta sea. El padre de esa gran

familia es el párroco y si es el padre se le debe todo honor por los que son sus feligreses

que son sus hijos. Pero es evidente, así lo atestigua la experiencia de todos los tiempos,

que los feligreses son, por lo general, hijos en el respeto y en la consideración hasta con

los párrocos más descuidados, en presencia de ellos, al menos, aunque por detrás los

censuren, y el afecto de ellos esté lejos de él.

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

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Pero los párrocos, verdaderos padres, son queridos de sus feligreses, y si ellos les

causan trabajos, y hasta sinsabores, en ellos encuentran inefables consuelos. Si el párroco

es padre ha de alimentar, vestir y educar a sus hijos, una vez que los engendró para Dios

en el santo Bautismo. Y como quiera que el párroco, aunque padre del hombre feligrés

completo, debe atender especialmente a las necesidades del alma, de aquí que su oficio

es mucho más delicado y difícil que el de los padres carnales, desde el momento en que

aquellos asumen la responsabilidad de la educación religiosa de los hombres.

Téngase en cuenta, también, para mejor valorar la dificultades y sacrificios que

exige la misión parroquial, que si es tan ardua la pura instrucción intelectual, mucho,

muchísimo más, lo es la educación moral y religiosa, porque 1uchan en contra las

pasiones del hombre que tienden a dejarse llevar por los impulsos de las

concupiscencias. Pero es cierto que tales dificultades agigantan el ministerio parroquial e

infunden en el ánimo de los feligreses el más noble y desinteresado afecto. Por esto con

sencillísimas pero admirables frases dice el inmortal Benedicto XV, como hemos leído

antes, que de la comparación de la parroquia con la familia vienen a deducirse las virtudes

del párroco y el altísimo concepto en que ha de ser tenido por sus feligreses.

Mas, permitidme, mis venerables Párrocos, que insista una vez más sobre la

verdad que trato de hacer patente.

¿Será posible hacer una estatua de gigantescas proporciones y no dotarla de un

pedestal proporcionado?

Si ese pedestal se impone, y sólo puede ser formado por hombres que, por su gran

humildad, sean capaces de sustentar en lo más alto, la dignidad parroquial que Dios quiere

manifestar con singulares caracteres por un amoroso designio de su divina Providencia,

como nos dijo el Pastor de los pastores en las palabras que meditamos en nuestro artículo

anterior.

Pidamos, pues, al cielo que, de las piedras, haga hijos de Abraham y forme la

divina gracia ese sólido pedestal sobre el que se ha de levantar el honor parroquial sin

temor de que esa tan ingente estatua pueda rodar por tierra.

El párroco debe andar muy cuidadoso por el bien de sus parroquianos. ¡Qué

sencillas, qué breves son estas palabras! Qué fácil y prontamente se dicen, pero alguna y

[no] escasa dificultad han de ofrecer en la práctica cuando, inmediatamente, añade el

documento pontificio aludido:

«No le asuste al párroco, la multiplicidad y variedad de tales bienes: la

instrucción religiosa, el alivio de los dolores y el auxilio de los consejos oportunos

en las dudas y las dificultades de la vida».

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No hay que decir más: es padre el párroco.

El porvenir de los hijos es la gran preocupación de los padres. Aún no han nacido

los hijos y ya se desvelan los padres haciendo cuentas sobre la suerte que tocará al hijo de

sus entrañas en este mundo.

El párroco, más solicito aun, debe desvelarse pensando en el bien eterno de sus

feligreses, y así como el padre carnal todo lo ordena de ordinario al bienestar terreno de

sus hijos principalmente, y por eso trabaja y agencia y ahorra y busca cuantas ayudas tiene

a su alcance para el más encumbrado porvenir de sus hijos, así también el párroco se ha

de desvivir por sus hijos para enderezarlos a la vida eterna.

¡Cuántas instrucciones! ¡Cuántos ejemplos! ¡Cuántos sacrificios para corregir,

para defender, para levantar al caído, para confortar al débil, para más santificar al que

ama la perfección!

Los hijos tienen desobediencias, repulsas, tibiezas, enojos, indiferencias para sus

padres. Todo eso y más ha de sufrir el párroco de sus feligreses, y cuando más

atormentado se halle por el frío del desamor, del olvido, de la ingratitud, entonces clame

en el retiro, en la oración, cuando tenga en sus manos la Hostia consagrada: ¿Qué cosa

pude hacer por mis hijos que no haya hecho?

Y seguro de que en su flaqueza hizo cuanto pudo dispóngase a mayores sacrificios,

con el cáliz de la Sangre divina en sus manos y, dispuesto a consumirlo hasta las heces,

repita sin cesar en la divina presencia: No se haga mi voluntad sino la tuya.

Y así fortalecido, a ejemplo del Pastor divino, seguirá derramando bienes sobre

los buenos hijos y sobre los malos, como hace el Señor con su lluvia que la derrama lo

mismo para los justos que para los pecadores, y más aún, siguiendo con celo incansable

a los descarriados y recibiéndolos en sus brazos con las ternuras de que fue objeto el Hijo

Pródigo de parte de su padre, como nos enseña el mismo Jesucristo en su parábola.

Y si solícito ha de estar el párroco con sus feligreses cuando los bautiza y casa, los

confiesa y comulga, les predica y consuela durante la vida toda de ellos, ¿qué no deberá

hacer a la hora de la muerte? Este es el momento supremo en el paso de cada hombre

sobre la tierra, pero el párroco en presencia de su hijo enfermo no es simplemente el padre

que pierde el bien más querido, es, además, el defensor de un alma, por la que pelea

Satanás para llevarla a su reino de eterna maldición, es el gran confortador de un alma

que va a caer en las manos de Dios vivo, es el gran ecónomo del gran Padre de familias

que ha de suministrar al moribundo feligrés el Viático con el que pueda hacer su viaje a

la eternidad y con el que reciba el pasaporte conveniente para ser conciudadano de los

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ángeles del cielo, pudiendo mostrar al llegar a las puertas de la inmortalidad la prenda de

la gloria.

Por tan sobrada razón, lanza nuestro Santísimo Padre un anatema terrible para la

conciencia de los párrocos cuando escribe estas terminantes palabras: «Un párroco que

esperase ser llamado a la cabecera de un feligrés moribundo no cumplirá bien su oficio».

¡Pluguiera al cielo que de hoy en más no hubiera párrocos que sintieran el escalofrío de

la acusadora conciencia al leer las anteriores palabras!

Nosotros no venimos a dirigir reproches ni exigir responsabilidades, ni a hacer

cargos intempestivos, deseamos que llegue la hora de que un escuadrón de fidelísimos

sacerdotes se apresten a trabajar en pro de los párrocos para ayudarles a cumplir bien su

oficio, suavizándoles lo difícil del ministerio parroquial, haciéndoles la vida parroquial

agradable, y hasta, apetecible al considerar que disponen de un instrumento apto para

hacer a los feligreses humildes y fervorosos, y prontos siempre a secundar las iniciativas

parroquiales, instrumento que procure también interponerse entre el párroco y sus

enemigos hasta conseguir que los díscolos sean reducidos a obediencia, y los desdeñosos

atraídos del olvido de sus deberes divinos sean vueltos a las santas prácticas de los

verdaderos hijos de Dios.

Entonces es cuando el párroco siente la dicha de vivir la vida de sus feligreses y

éstos se regocijan con su párroco y le visitan o lo reciben con verdadera alegría, como los

hijos a su padre y oyen con sencillez sus instrucciones y con docilidad se someten a su

dirección seguros de que, siguiéndolo, hallan para ellos mismos el bien presente y futuro.

Pero si esto es consolador para el corazón de un párroco, supone un deber de

nobleza, de desinterés, de rectitud, de sabiduría, que exige una buena voluntad a toda

prueba. Recordemos el final de los dos párrafos que hemos transcrito al principio del

Discurso Pontificio y veamos si un párroco, un hombre de vía ordinaria y por sí sólo,

puede años y años cumplir bien su oficio:

«Queremos decirescribe Benedicto XV, que el párroco debe ser el consejero

nato de sus feligreses, y que, por lo mismo, debe hallarse al corriente de las

cuestiones del día, aun las de orden económico».

Nuestro respetable colega Anales de los Sacerdotes Adoradores a estas últimas

palabras ha puesto esta aclaración o explicación para que los párrocos, en especial,

comprendan mejor el alcance de las palabras del Papa:

«El Cardenal Almaraz por su parte ha dicho recientemente a todos los católicos

españoles estas palabras, muy para meditadas y llevadas a la práctica por nuestros

socios: Los primeros maestros de este fecundo apostolado de la acción social,

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FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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no son ni pueden ser otros que el Papa, los Prelados y Sacerdotes. Tratándose de

la práctica de la caridad y de la justicia, aún bajo estas nuevas formas de hacer el

bien a la humanidad, la predicación y enseñanza de estas virtudes, que pertenecen

al camino del cielo. De aquí la imperiosa necesidad de que el sacerdote, guiado

siempre por las luces de la teología y de la moral católica, se esfuerce en adquirir

conocimientos sólidos en las ciencias sociológicas, y en estudiar a fondo las

modernas tendencias y aspiraciones de la sociedad, para aplicar los principios

fundamentales de la ética cristiana al desarrollo y desenvolvimiento de la vida

social de los pueblos».

Al leer lo que antecede el alma queda perpleja y no sabe a qué decidirse, si a

postrarse ante la figura del párroco, como ante un ser superior, o a sonreírse escéptico

ante lo realizable; pero si la fuerza de los hechos obliga a lo primero, admirando al Párroco

de Genazzano y al Cura de Ars, y al Venerable Fournet, la misma imperiosa razón de los

hechos, aparte de las palabras de Benedicto XV, ya citadas en el artículo anterior, nos

obligan a convencernos que el párroco necesita hoy una ayuda singular de hombres santos

y sabios; San Juan Bautista Vianney y el Cura de Maillé, la necesitaron y la fundaron.

¿Podéis dudar, mis venerables Párrocos españoles, de que la fe popular está tan

decaída que apenas si es resorte para inspirar una acción grande o generosa?

La filantropía, la humanidad, la..., ¡no, sí!, ¡qué!...

Un espíritu exótico, huero, sin vigor, es el que nos galvaniza a las veces y nos hace

aparecer algo que, si bien se profundiza y no es mucho lo que hace falta ahondar,

demuestra bien a las claras que no es oro de verdadera ley el que se exhibe.

Que hay rasgos nobles, generosos, heroicos, ¿quién lo duda? Pero que el espíritu

de sacrificio que sustenta a la verdadera caridad está muy lejos de la generalidad del

pueblo español, eso también es evidente.

La inmensa mayoría de nuestros hombres, arrastrados por la acomodaticia

debilidad de ideas que inspira la educación que se basa en principios falsos, se convierten

en tránsfugas de todas las convicciones y de todos los procedimientos, acuciados, muy

especialmente, por el propio interés, si es que por algún concepto toma parte en los

raciocinios o en las obras.

Es necesario salir del estado de indiferencia en que se toman las verdades

religiosas, sobre todo, con el fin de que los hombres se convenzan de que así como, en

contra de los axiomas, todo es irracional, así también en oposición con la verdad revelada

no se puede sustentar doctrina alguna, sea del orden o de la ciencia que quiera.

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LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – MARRUECOS Y ESPAÑA

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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Y de tal manera debemos convencer a los pueblos de esta verdad, a que éstos

rechacen todo lo que la Iglesia Católica rechaza y defiendan con entusiasmo las doctrinas

del divino Maestro, y sientan ansias de que la religión católica se propague en todas las

naciones y en ellas se consolide con indestructible fuerza.

Mientras España no vuelva a sentir de este modo su religión nosotros afirmamos

sin temor de equivocarnos, que no está suficientemente capacitada para ejercer la benéfica

influencia que debe desarrollar en su zona del Magreb.

Con personas que miran con agrado que se favorezca la religión mahometana o

judía, es más, que desean que se eduque en sinagogas y mezquitas a los moradores de

nuestra zona de influencia, y lo que todavía sube más de punto, con personal director que

se opone directamente a la civilización cristiana entre los moros e israelitas, bien seguro

es que España nunca llegará al fin de su verdadero protectorado, porque nunca llegará a

hermanar con el pueblo que trata de civilizar, como no sea haciendo una colonia española

mahometana que llegaría a ser el más odioso enemigo de nuestra patria.

Una hojeada a la historia nos hará ver que los españoles se hicieron unos con los

visigodos cuando éstos se hicieron católicos abjurando el arrianismo, y pone a la vista el

hecho de que, en ocho siglos, sarracenos y españoles siempre fueron dos pueblos

diferentes, inconfundibles, y que así siguen siendo y serán hasta que los hijos de Mahoma

se conviertan en hijos de Cristo.

El miedo a tratar de convertir a los mahometanos del norte de África es de todo

punto irracional y por ser tal, diabólico. Pues decidme, ¿qué mal puede venir a nuestra

patria de ese intento llevado a la práctica? Si el intento fuera ejecutado por el Gobierno

Protector, se diría, aunque sin razón, que faltaba a esa cláusula que figura en los tratados

y que es esencialmente contraria al fin de los mismos, pues si el fin es civilizar a los que

viven en la barbarie, y a este estado deplorable los condujo el mahometismo, mientras

éste, causa de la barbarie, no desaparezca, subsistirá la barbarie por el mahometismo

engendrada. Esto es evidente.

Además, los tratados, el último y los anteriores, podrán prohibir que se moleste a

los magrebinos, por imponerles la religión católica a tiros, a cañonazos, a bayonetazos;

pero prohibir que se les predique, que se hagan con ellos obras de beneficencia cristiana

(no por el fantasma de la humanidad, más por cuenta más alta, por Cristo, por puro amor

del Redentor divino, que por todos dio su sangre), eso nadie lo puede prohibir. No hay

fuerza humana capaz de sujetar la fuerza irresistible de la palabra de Dios cuando el

Espíritu Santo inspira a los apóstoles la conversión de tales almas, o de tal pueblo.

La palabra de Dios es más vehemente que la espada de dos filos, es más libre que

las águilas, es más irresistible que el simún del desierto, y abate a los más altos cedros,

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pero no como juzgan los corifeos y cobardes defensores de la falsa libertad. La religión

del Crucificado se impone con hombres que no usan más armas que el Crucifijo ni más

cadenas que el Rosario; que hacen el bien y son recompensados con la muerte, que es lo

que recibirán por primera providencia los apóstoles de los judíos y mahometanos del

Magreb.

Y vuelvo a preguntar de nuevo, ¿habrá fuerza humana, llámese como quiera, que

pueda oponerse racionalmente a ese apostolado divinamente bienhechor?

La historia responde negativamente. Atengámonos a sus enseñanzas, que ella es

la maestra de la vida.

Pero si hubiera alguna fuerza entre los hombres capaz de contrarrestar a los

apóstoles que, sin temer a nada ni a nadie, vuelan a donde el menor soplo del Espíritu

Santo les lleva, ¿sería ésta, por ventura, la de unos gobiernos que a medida que son más

impíos, son más defensores de la libertad en la emisión del pensamiento, ya por la palabra

hablada o escrita? Y ese vuestro amor a la libertad, aunque falso, os obliga, en sana lógica,

a dejar libre al predicador de Cristo.

Y, ¿cuánto no os obligará a permitir las morales enseñanzas del cristianismo la

nefanda responsabilidad que adquiráis al tolerar toda clase de enseñanzas

desmoralizadoras de palabra y de obra?

¿Es que siempre ha de tener más libertad el vicio que la virtud, el error que la

verdad?

Imposible. España despierta, España se levanta, España vuelve a embrazar el

escudo y blandir su invicta lanza y quiere volver a ser grande, y quiere volver a las

cumbres de la gloria en donde se hizo convecina de los cóndores, y, al primer envite de

su valor, sacudirá altiva a la plaga de langosta mediatizada sin ideales ni convicciones que

la enerva, y los sustituirá por hombres, verdaderos varones de recia complexión más en

el alma que en el cuerpo, y sabrán, dando su propia sangre, ganar de nuevo para Cristo

las almas de los judíos y mahometanos.

¿Hay en España hombres de este temple? ¿Los hay bastantes? Háyalos, que no los

haya, el formarlos es indispensable, y vuestra es la labor especialmente, Párrocos

españoles.

Haced a vuestros catecismos futuros soldados de Cristo; impregnad en las almas

de esas futuras madres el amor al apostolado cristiano y, muy particularmente, a este

apostolado español que hasta la fuerza nos impone.

Venimos ya mucho tiempo hace, clamando a los sacerdotes españoles para que se

apresten decididamente a tomar parte en esta acción misionera que impulsara, el nunca

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suficientemente bien amado por nosotros y por el mundo entero, Benedicto XV, pero no

hemos ocultado nuestro principal intento, atraer parte de esa apostólica acción hacia

Marruecos, pues nos creemos solicitados a esta empresa por el divino amor, y la Iglesia

Católica y la Patria nos inducen ciertamente a tomar parte, siquiera sea la más humilde,

en esta empresa de titanes y en la que, a no dudarlo, resultarán una misma la civilización

de mahometanos y judíos.

Y cuenta, desde ahora para siempre, lector doctísimo, que al decir civilización

queremos decir conversión, pues nos convencemos cada día más de lo vano de la palabra

civilización y protección, y cuantas sean a éstas sinónimas, para expresar nuestra acción

en Marruecos, pues siendo verdad tan evidente que la religión de Mahoma llevó a la

barbarie en que hoy se encuentra el imperio de Marruecos, es igualmente clarísimo que,

mientras los mahometanos no dejen de serlo, seguirán siendo tan bárbaros como hoy y

como fueron ayer, porque si no se quita la causa, que es el mahometismo, es de todo punto

imposible quitar la barbarie que es su efecto directo e inmediato.

Una advertencia debo hacer en este punto, y es que mis consideraciones acerca de

España en Marruecos no suponen que yo quiera pasar por africanista, ni mucho menos.

Yo apenas sé que hay un Marruecos y que ahora vivo en Melilla, y tanto menos me juzgo

conocedor de esta región del Rif, cuanto más oigo a personas muy doctas y

experimentadas en estas tierras que no se atreven a decir que conocen el modo de ser de

los moros, y hay muchos, añaden, casi a nadie excluyen, que han escrito, y escriben, libros

en los que demuestran que nada conocen casi de la vida íntima de estas regiones. Y,

además, que hay otros que, habiendo escrito libros sobre Marruecos, si se ven en el caso

de ejercer acción en este país, lo hacen en contra de sus propios escritos.

Repito, pues, por consiguiente, que yo trato estas cuestiones como apóstol, como

misionero, no como africanista.

He dicho como apóstol y misionero, y todavía me parece demasiado y hasta

censurable jactancia. Quiero decir que siento amor inmenso a esta obra de la conversión

mahometana y cuanto por conseguirla hagan, me parecerá siempre poco. Y por este

vehementísimo deseo llevado, enseñé y escribí sobre este asunto cuanto juzgué prudente,

y por eso piso hoy tierra africana y espero que, atisbando desde esta plaza española en

África, desde los altos resquicios que ofrece el elevadísimo punto de mira religioso, no

dejaré de vislumbrar, iluminado con la divina gracia, el modo más apto para llegar a la

conversión mahometana empezada en el Rif, que por ser la región más indómita y amante

de su vida independiente, y no pocas veces nómada, ofrece ventajas de incalculable valor

para la consecución de nuestro amadísimo fin.

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Por locura tendríamos en las actuales circunstancias tratar de un apostolado de

pura predicación católica entre estas cabilas, siquiera fueran las más cercanas, inmediatas

casi a Melilla, pues, de momento, no dudamos que sería contraproducente y encendería

la llama de la lucha con carácter puramente religioso, lo que aparte de ser un escándalo

internacional, originaria una protesta casi unánime en el ejército de ocupación por no estar

suficientemente preparado, por lo que atañe a la religión, para llevar a cabo su acción de

protectorado en nuestra zona de influencia.

La empresa por hoy, debe tener la lentitud propia de toda obra de educación. El

tiempo que un padre tarda en educar a sus hijos, por numerosos que sean, parece que será

suficiente, si Dios bendice el trabajo que se preste para conseguir el laudabilísimo fin de

educar un número más o menos crecido de niños moros recogidos de entre los huérfanos

que tengan de cuatro a ocho años.

Quince o veinte años de trabajo producirán un número mayor o menor de moros

educados bien y en católico, y de ellos habrá hombres con carreras diversas y distintos

oficios, y nadie dudará que puede haber también sacerdotes y éstos, ¿quién no creerá que

serán mañana los que formen en las primeras avanzadas del ejército verdaderamente

civilizador de nuestra zona de influencia?

La ignorancia y la indiscreta ansia de conseguir al punto el fruto del árbol que se

acaba de plantar, impele a muchos a juzgar pesada esta empresa, olvidándose que hace ya

más de cuatro siglos que es Melilla española y que nada de eso se hizo, cuando se debió

hacer desde que aquí llegamos, si nuestro intento, al dominarla, hubiérase inspirado en el

espíritu de nuestra excelsa reina, Isabel I.

Eduquemos niños y niñas moras en cristiano y bien pronto, relativamente,

habremos adelantado el cincuenta por ciento en la empresa de la civilización de

Marruecos. Quien viene a estas tierras bien pronto echa de ver cuanta es la necesidad de

la educación moral en altos y bajos.

Ojalá que nuestros gobiernos empezaran por hacer una verdadera selección moral

de los elementos directores que envían a Melilla –suponemos que en toda la Zona será

igual–, porque así la honestidad, el decoro profesional y el de clase, no sufriesen

menoscabo, y la honradez social no padeciese desdoro ante los mismos que vienen a

civilizar, en primer término, y, en segundo lugar, ante las cabilas a quienes pensamos

educar con instrumentos las más de las veces ineducados, ejemplares de todo vicio,

maestros de blasfemos y hasta…

No faltan personas honorabilísimas en esta ciudad, pero abundan las escandalosas.

Que entiendan las primeras que, por patriotismo, se impone corregir a las segundas o

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expatriarlas a lo menos de estos lugares que deben ser verdaderas escuelas públicas de

honradez a toda prueba.

Y si España no se preocupa por llegar a conseguir que así sea, está en el ambiente

y en la lengua de todos, que el desastre de Anual se repetirá muy en breve. Con larga

honradez y gastos convenientes, es seguro que España sería más que respetada, muy

querida en estas tierras tan necesitadas de la bendición del Señor de los ejércitos y del

Príncipe de la paz, Cristo Jesús.

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La Religión y el Mundo Actual - 20. Marruecos y España. Federico Salvador Ramón

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