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Gracia a Vosotros: Desatando la Verdad de Dios, Un Versículo a la Vez La perseverancia de los santos, 1ª Parte Escritura: Escrituras Seleccionadas Código: 90-270 John MacArthur Como ustedes saben, fue el domingo por la noche pasado que llegamos al mensaje final en la epístola de Judas. Esa declaración maravillosa, con la cual Judas cierra su carta. “Y aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén. Y, Judas cerró su epístola con esa gran declaración, de que somos guardados sin caída. Somos guardados por Dios, y por lo tanto, Dios merece toda la gloria. Y, eso nos llevó a una doctrina que es conocida como “la perseverancia de los santos”. La perseverancia de los santos. Los verdaderos creyentes perseveraran en la fe, hasta el final. Con frecuencia esa doctrina es llama la doctrina de la “seguridad eterna”. Algunas veces, en cierta manera, es expresada de una manera breve con la frase, “Una vez salvo, siempre salvo”. Y claro, todas esas cosas son verdad. Y, quiero que entienda usted que esta es una doctrina histórica. Le señale la última vez que es el componente más importante de la salvación. Porque si la salvación no fuera permanente, entonces la doctrina de la elección sería cuestionada. La doctrina de la justificación sería cuestionada. La doctrina de la santificación sería cuestionada. Y, la doctrina de la glorificación sería cuestionada. El llamado de Dios sería cuestionado. Y, por lo tanto, la obra del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo sería también cuestionada. Y entonces, lo que hace, del todo de las doctrinas de la salvación, el llegar a unirse y mantenerse unidas, es la naturaleza eterna de la salvación, la perseverancia de los santos. Y, esta ha sido la doctrina histórica de la verdadera iglesia. 1

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Gracia a Vosotros: Desatando la Verdad de Dios, Un Versículo a la Vez

La perseverancia de los santos, 1ª Parte Escritura: Escrituras Seleccionadas

Código: 90-270

John MacArthur

Como ustedes saben, fue el domingo por la noche pasado que llegamos al mensaje final en la

epístola de Judas. Esa declaración maravillosa, con la cual Judas cierra su carta. “Y aquel que

es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con

gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador sea gloria y majestad, imperio y potencia,

ahora y por todos los siglos. Amén. Y, Judas cerró su epístola con esa gran declaración, de

que somos guardados sin caída. Somos guardados por Dios, y por lo tanto, Dios merece toda

la gloria.

Y, eso nos llevó a una doctrina que es conocida como “la perseverancia de los santos”. La

perseverancia de los santos. Los verdaderos creyentes perseveraran en la fe, hasta el final.

Con frecuencia esa doctrina es llama la doctrina de la “seguridad eterna”. Algunas veces, en

cierta manera, es expresada de una manera breve con la frase, “Una vez salvo, siempre

salvo”. Y claro, todas esas cosas son verdad.

Y, quiero que entienda usted que esta es una doctrina histórica. Le señale la última vez que

es el componente más importante de la salvación. Porque si la salvación no fuera

permanente, entonces la doctrina de la elección sería cuestionada. La doctrina de la

justificación sería cuestionada. La doctrina de la santificación sería cuestionada. Y, la doctrina

de la glorificación sería cuestionada. El llamado de Dios sería cuestionado. Y, por lo tanto, la

obra del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo sería también cuestionada.

Y entonces, lo que hace, del todo de las doctrinas de la salvación, el llegar a unirse y

mantenerse unidas, es la naturaleza eterna de la salvación, la perseverancia de los santos. Y,

esta ha sido la doctrina histórica de la verdadera iglesia.

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El año fue 1644, el lugar fue Westminster, Abbey, la Abadía de Westminster. Esa iglesia de

Londres tan famosa. El recinto adentro de la Abadía era llamada, “El Salón de Jerusalén”. La

congregación ahí en el año 1644, fue una congregación, una junta de las mejores mentes

teológicas, y de los más grandes eruditos bíblicos en Inglaterra. Los puritanos eran la fuerza

dominante ahí. Los puritanos bien conocidos, amantes de las Escrituras, amantes de Dios,

amantes de Cristo, amantes de la verdad. Y, estos puritanos, se reunieron unos cien de ellos,

con señores y gente común y corriente. Ahí estaban todos juntos. Y, se embarcaron en un

esfuerzo de cinco años, cinco años de estudio intenso de la Escrituras. Cinco años de diálogo

intenso. Cinco años de un esfuerzo de erudición intenso. Cinco años de discusión. Cinco años

para producir una declaración doctrinal.

Cinco años más tarde, en el año de 1649, terminaron su tarea, y produjeron lo que es

conocido como “La Confesión de Fe de Westminster”. La confesión de fe de Westminster.

Puritanos bien conocidos, como Thomas Goodwin, James Usher, Jay Lightfoot, Samuel

Rutherford, Jeremías Burroughs, y el presidente del grupo, el que guió el grupo, un hombre

llamado Twisse. T-W-I-S-S-E. Laboraron durante estos cinco años, para producir lo que ha

llegado a ser el credo cristiano más importante, conocido como, “La Confesión de Fe de

Westminster”.

En ese credo, entre otras cosas, hay una declaración acerca de la seguridad de la salvación.

Acerca del hecho de que la salvación es eterna. Esto, ellos estaban convencidos que era lo

que la Biblia ensenaba. No lo llamaron la seguridad de la salvación. De hecho, la llamaron la

perseverancia, y la nombraron de manera correcta. En La Confesión de Westminster de Fe,

hay una declaración breve y no ambigua.

La confesión dice esto, y cito: “Aquellos a quienes Dios ha aceptado en su Hijo amado,

llamado de manera eficaz y santificado por su espíritu, no pueden de manera total ni final,

caer de un estado de gracia. Si no que ciertamente perseverarán hasta el final en ese estado,

y serán salvados eternamente”. Fin de la cita.

Esa es la declaración expresada de manera precisa y resumida, esa declaración que expresa

lo que la Biblia enseña acerca de la perseverancia de los santos en la Confesión de

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Westminster. Y francamente, esa declaración no necesita ser mejorada, no necesita ser

alterada. Así como se expresó, expresa de manera precisa lo que la Biblia enseña. Cualquier

persona que ha sido aceptada en el Hijo amado de Dios, llamado de manera eficaz a la

salvación, y santificado por el Espíritu, no puede de manera total ni final, apartarse o caer de

ese estado de gracia. Si no que ciertamente perseverará en ese estado de gracia hasta el

final, y será salvado eternamente.

Esto, claro, es apoyado por muchas, muchas escrituras. No es como si tuvieran que haber

buscado por mucho tiempo, para encontrar pasajes de las Escrituras. Esta fue una de las

cosas en las que estuvieron involucrados, aclarando a lo largo de esos cinco años. Pero,

pasajes, por ejemplo, como Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: Que el que oye mi

palabra, y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, sino que ha

pasado de muerte a vida”. Juan 3:16 y 18: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio

a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino tenga vida eterna.

El que en él cree, no es condenado o es juzgado”.

Otros pasajes que quizás no son tan bien conocidos, Juan 6:37: “Todo lo que el Padre me da,

vendrá a mí; y al que a mi viene, ciertamente no le echaré fuera. Porque Yo he descendido del

cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la

voluntad del que me envió, que de todo lo que Él me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo

resucite en el día postrero. Esta es la voluntad de mi Padre.; que todo el que ve al Hijo y cree

en Él, tenga vida eterna; y yo mismo lo resucitaré en el día postrero”.

Ahí está ese texto monumental, en el cual vemos que nadie se pierde ahí en las grietas, en el

proceso de la salvación. A quien el Padre escoge, Él atrae. A quien Él atrae, Él atrae a Cristo.

Y, todo aquel que es atraído a Cristo, viene, y cuando él viene, Cristo lo recibe, lo guarda, y lo

resucita en el día postrero. Lo mismo es expresado de otra manera por parte de Jesús, en

Juan capítulo 10 versículos 27 al 29.

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y nunca

perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y

nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos”. Indicando la

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seguridad del creyente. Él sabe quiénes somos. Él nos guarda en su mano. El Padre nos

guarda en su mano y nadie nos puede sacar.

Muchas otras escrituras son dignas de nuestra atención. Pienso en Juan 4:14: “Todo aquel

que bebe del agua que yo le daré, nunca tendrá sed; pero el agua yo le daré se convertirá en

él una fuente, un manantial de agua que lleva la vida eterna”. Una vez que el manantial es

abierto, nunca se seca. Es un manantial de vida eterna. En 1 de Corintios capítulo 1, leemos

que aquellos que están en Cristo, versículo 8, 1 de Corintios 1, “son confirmados hasta el fin,

irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo”. Somos confirmados hasta el fin,

encontrados irreprensibles, hallados irreprensibles en el fin. Bueno y, ¿qué pasa si pecamos?

Bueno, pecamos. Pero, nuestros pecados habiendo sido cubiertos por Cristo, nos dejan

irreprensibles.

Y, el versículo 9 tan importante: “Dios es fiel, a través de quien fuisteis llamados a la comunión

con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. Dios es fiel, quien les llamó para confirmarlos hasta el

final, y llevarlos hasta ser irreprensibles, y los llevó a ser irreprensibles a su presencia eterna.

Y, de nuevo, 1 Tesalonicenses 5:23 y 24: “Ahora el Dios de paz mismo os santifique por

completo; y todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sean guardados completos, irreprensibles

hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Esta es la firme afirmación de que el Dios que

nos santificó, nos preservará completos, intactos, irreprensibles de nuevo, en la venida de

nuestro Señor Jesucristo. El siguiente versículo, el versículo 24 dice: “Fiel es el que os llama,

el cual también lo hará”. Él fue fiel en llamarlo a usted a la salvación, y Él será fiel en

preservarlo hasta que esa salvación sea completada.

Y, le recuerdo de nuevo de 1 de Juan 2:19: “Salieron de nosotros, pero realmente no eran de

nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; y salieron

para que se manifestase que no todos son de nosotros”. Los verdaderos creyentes se quedan

y permanecen, no porque tienen el poder por sí mismos de hacerlo, no. Es así como lo señalé

la semana pasada. Si no porque el mismo Dios que los llamó, el mismo Dios que los justificó,

el mismo Dios que los está santificando, ha prometido glorificarlos.

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La Confesión de Westminster de manera precisa, afirma que la fe salvadora no puede fallar.

No puede fallar. Y, en este punto, creo que es crucial que nosotros entendamos lo que la

perseverancia de los santos no significa. Esto nos ayudará a entender lo que significa.

En primer lugar, no significa que los cristianos nunca fallan. No significa que los cristianos no

fallan de manera seria y de manera severa en sus vidas cristianas. Fallamos. Lo que significa,

es lo que la confesión dice que significa. No fallan de manera completa o final. Fallar sí. Fallar

severamente, sí. Fallar repetidamente, sí. Fallar completamente, no. Fallar finalmente, no.

La Confesión de Westminster, procedió a decir esto y vuelvo a citar: “No obstante, los

creyentes pueden a través de las tentaciones de Satanás y del mundo, a través de la

prevalencia de la corrupción que permanece en ellos, a través del descuido de sus medios de

preservación, caer en pecados terribles, y por un tiempo continuar en ellos. Mediante los

cuales provocan el desagrado de Dios, y entristecen a su Espíritu Santo. Y, llegan a ser

privados de alguna medida de sus gracias, y comodidades, y sus corazones se endurecen, y

sus conciencias son heridas, y lastiman y escandalizan a otros, y traen juicio temporal sobre sí

mismos”. Fin de la cita.

Y, los escritores de la Confesión de Westminster, entendieron que esto no quiere decir que

somos perfectos. Decir que perseveramos, no quiere decir que somos perfectos. Hay

corrupción que permanece en nosotros. Existe el descuido de los medios de la gracia.

Tropezamos en pecados terribles y continuamos en ellos durante un tiempo. Provocamos el

desagrado e Dios, entristecemos al Espíritu, y traemos sobre nosotros mismos la privación de

algunas medidas de gracia y consuelo, y comodidad. Existe la realidad del pecado que

endurece el corazón y la conciencia herida que no funciona como debe. Existe la realidad de

herir y escandalizar a otros en la iglesia, y afuera, y traer sobre uno mismo juicios temporales,

y disciplinas temporales.

En otras palabras, la perseverancia no significa perfección. Esto no es lo que estamos

diciendo. De hecho, no hay perfección aquí en absoluto. Y entonces, de esta manera en un

sentido describe a todos nosotros a un grado u otro. Y entonces, cuando decimos que los

creyentes perseveran, no estamos hablando de perfección, no estamos hablando de alcanzar

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un estado de perfección. Estamos hablando de perseverar en la fe, y no algo que está aislado

del fracaso.

En segundo lugar, es importante entender que no solo la perseverancia no significa

perfección, si no que tampoco significa que cualquier persona, y toda persona que entre

comillas “acepta” a Cristo, puede entonces vivir como quiera, sin temor alguno del infierno. No

es suficiente tener una fe superficial en Cristo. No es suficiente tener un compromiso

superficial con Cristo, un interés superficial en Cristo. No es suficiente tener ciertos buenos

sentimientos hacia Jesús, y hacer un compromiso momentáneo con Él. Eso no es lo que la

Confesión de Westminster estaba diciendo.

Y, esa es la razón por la que – y, esto es importante – la manera correcta de describir esta

doctrina es, “la perseverancia de los santos”, en lugar de “la seguridad eterna”. No es solo que

estamos eternamente seguros, es que estamos eternamente seguros, debido a que nuestra fe

persevera. En Juan 8:31 y 32 Jesús dijo: “Ustedes son verdaderamente mis discípulos, si

perseveran en mi Palabra”. Los verdaderos discípulos continúan en la fe y no viven como

incrédulos.

Respaldados por sus frutos, ustedes pueden conocerlos. Porque como Efesios 2 dice:

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y eso no de vosotros, pues es don de Dios;

no por obras, para que nadie se gloríe”. Pero, aunque su salvación no es por obras, el

resultado de su salvación son las obras. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo

Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en

ellas”.

Una persona que entre comillas “ha aceptado” a Jesús, tomó una decisión hacia Jesús, repitió

una oración, y procede a vivir en un patrón de vida pecaminoso, sin temor alguno del infierno,

porque cree que está eternamente seguro, está engañado. Esa es la razón por la que

tenemos que tener cuidado cuando hablamos acerca de la doctrina de la seguridad eterna.

Como si una oración hace que usted esté seguro para siempre. Y por cierto, esto es lo que es

enseñado por muchas personas. Todas esas personas que niegan la doctrina del Señor, de

Cristo, todas esas personas de no-Señorío, afirman que una oración repetida o hecha en una

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ocasión hace que usted esté eternamente seguro sin perseverar. Esa es una representación

equivocada de lo que las Escrituras enseñan. Y, esa es la razón por la que yo escribí el libro,

El Evangelio según Jesucristo. Y, el seguimiento de ese libro, El Evangelio según los

Apóstoles. Eso no es verdad.

Entonces, hablar de la seguridad del creyente, no está en sí mismo mal, estamos seguros.

Pero, la otra expresión es más cuidadosa y es más precisa. No es verdad que alguien está

seguro sin importar cuánto viven en pecado, cuánto se han vuelto contra Cristo. E inclusive lo

han negado de manera abierta, como muchos han dicho. La seguridad es simplemente una

realidad debido a la perseverancia. Un creyente puede pecar, como he dicho, puede pecar

seriamente, puede pecar repetidamente, pero, él no se va a entregar a sí mismo al pecado. Él

no va a estar otra vez bajo el dominio total del pecado. Él no va a estar otra vez bajo el

dominio total del pecado. Él no va a perder la fe en Cristo. Y, él no va a negar a su Señor y el

Evangelio.

Ningún verdadero creyente va a darle la espalda a la santidad, y va a abrazar al pecado al

mismo tiempo.1 Juan 3:10, muy simple. “Por esto los hijos de Dios y los hijos del diablo son

obvios; cualquiera que no practica justicia, no es de Dios”. Es así de simple. Cualquier

persona que no practica justicia, no es de Dios. Y, el versículo previo dice: “Ninguno que es

nacido de Dios practica el pecado”. No es el patrón no quebrantado de su vida. Entonces, no

es suficiente decir que si usted hizo una oración en una ocasión, tomó una decisión en una

ocasión, sin importar cómo vive, sin importar cuál es su patrón de vida, sin importar si niega a

Cristo más adelante, usted todavía está eternamente seguro. No. La doctrina de la seguridad

del creyente está ligada a la fe perseverante del creyente.

La doctrina de la perseverancia entonces es esto. En la salvación, a usted se le dio una fe

sobrenatural por parte de Dios, para creer el evangelio, para creer el testimonio del Espíritu

Santo acerca de Cristo. Y por lo tanto, para creer en Cristo, y habiendo venido a Cristo, usted

ha llegado a conocer al Dios vivo y verdadero. Esta fe es un regalo sobrenatural que Dios le

dio a usted. Es un regalo de gracia y es un regalo de misericordia.

De nuevo, Efesios 2:8 y 9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de

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vosotros, es don de Dios”. La gracia es de Dios y también la fe. Y, ¿qué tipo de fe le da él a

usted? ¿Una fe temporal? Si la fe salvadora es un regalo de Dios, entonces, ¿qué tipo de

regalo Dios le da a usted? Él no le va a dar un regalo de fe temporal. Y, si su salvación

depende de una fe humana, le prometo que va a morir. Y, eso es lo que yo dije la semana

pasada. Si pudiéramos perder nuestra salvación, la perderíamos.

Esta es la razón por la que Jesús dijo: “El que perseverare hasta el fin, el mismo será salvo”.

Usted puede identificar a los salvos. Usted puede saber quiénes son los que van a entrar a la

salvación plena en la siguiente vida. Son aquellos cuya fe soporta, persevera hasta el final,

porque es una fe que persevera. Ese es el tipo de fe que Dios da. Muy diferente que la fe

humana. Muy diferente de la fe humana. Muy diferente.

Le puedo dar una ilustración simple de cómo la fe humana funciona. Vivimos por fe humana,

digo, vivimos por fe humana cada día de nuestras vidas. Usted va a un restaurante, usted

ordena algo y se lo come. Ese es un acto de fe. Así es. Usted no sabe lo que es, no sabe

quién ha estado tocándolo, usted no sabe de dónde vino, no sabe en qué condición está, no

sabe quién lo cocinó. Usted no tiene idea. Le sirven a usted algo en un vaso y se lo toma. Le

dicen lo que es, pero, usted no sabe lo que es. Ese es un acto de fe.

Inclusive, más allá de eso, usted abre la llave en casa, llena el vaso y se lo toma, y no tiene

idea de lo que hay en la tubería de su casa. Es un acto de fe. Usted se mete a su automóvil, y

echa a andar usted. Y, usted inicia un proceso de entre cuatro a ocho explosiones, y usted no

teme de que usted va a explotar. Aunque usted tiene ahí un motor de combustión interna, ahí

en sus rodillas. Y, usted va ahí por la autopista a 120 kilómetros por hora, a toda velocidad,

sin esperar en ningún momento que venga un tráiler, y venga en la dirección opuesta a usted,

en el mismo carril que va usted. Es un acto de fe.

Usted va al doctor, y usted dice: “Doctor, duérmame y ábrame, y sáqueme lo que quiera”.

Usted no conoce al doctor, ni a nadie más ahí en la sala de operaciones. No tiene idea de lo

que están haciendo ahí. Yo creo que ese es un acto bastante significativo de fe. Vivimos por

fe todo el tiempo. Todo el tiempo.

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Pero, hay una razón para eso. Esa es una fe educada. Esa es una fe humana entrenada.

Hemos vivido lo suficientes como para saber que los motores no explotan. Y, hemos vivido lo

suficiente como para saber que los doctores normalmente sacan lo correcto, y no dejan sus

herramientas ahí adentro cuando terminaron. Hemos vivido lo suficiente como para saber que

la comida que usted come está bien, porque la ha estado comiendo durante años. Y, tomar el

agua está bien, porque ha estado tomándola por años. Y entonces, este es un tipo de fe

educada y entrenada.

Pero, cuando hablamos de creer en Jesucristo, usted literalmente tiene que negarse a sí

mismo, abandonarse de manera total, y entregarse a alguien a quien usted nunca ha visto, y

nunca ha experimentado, y no puede conocer o experimentar hasta que llegue a ese

abandono completo. A ese abandono total. Eso demanda una fe que va más allá de la fe

humana normal. Eso demanda una fe que es un regalo de Dios, una fe sobrenatural. Y, el

único tipo de fe que Dios da, es una fe que persevera.

Usted no podría, no podría producir su propia fe para ser salvo. Ni podría producir suficiente fe

por usted mismo, para mantenerse salvo. Y, si usted fuera a depender de su propia fe,

fracasaría cuando Dios no hiciera lo que usted pensaría que debe hacer. Cuando Él no

cuidara de su vida, de la manera en la que usted piensa que debe cuidar. Y, cuando usted

enfrentara muchos desánimos, decepciones, tragedias, y tristezas, etcétera, etcétera, su

propia fe humana constantemente sería más y más débil. Y, comenzaría usted a cuestionar

todo tipo de cosas, debido a su experiencia. Y, debido a su experiencia, no sostendría su fe,

no sería sustentable su fe, por lo menos de manera visible para usted. Lo que usted esperaba

de Dios, particularmente si alguien le dijera: “Ven a Jesús y todo va a ser maravilloso”.

Es el regalo de fe, fe sobrenatural dada por Dios que persevera. De tal manera que usted

cree, aun cuando todo no parece salir como usted cree que debe salir. Esta fe que persevera,

es humanamente inexplicable. Es humanamente inexplicable. Ha llevado a mártires hasta la

estaca, hasta la guillotina, hasta la pérdida de todo. No es humanamente explicable. La

seguridad en Cristo entonces, está ligada a una fe perseverante que soporta o persevera

hasta el final.

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Y, cualquier idea de la salvación que deja fuera la seguridad, es una distorsión de la verdad.

Y, cualquier idea de la seguridad que deja fuera la perseverancia, es una distorsión de la

verdad. Usted no puede tener la salvación sin la seguridad. Usted no puede tener vida eterna,

que no es eterna. Y, usted no puede tener una salvación segura, sin una fe perseverante.

Entonces, obviamente no significa que somos perfectos, pero, significa que perseveramos. Y,

no es suficiente repetir una oración una vez, y después vivir como un incrédulo el resto de su

vida, y pensar que usted ya la tiene y está seguro. Esa es una distorsión terrible. Y, lo vuelvo

a decir, cualquier idea de salvación que deja fuera la seguridad, es una distorsión de la

verdad. Cualquier idea de la seguridad que deja fuera la perseverancia, es una distorsión de

la verdad.

Ahora, hay tantos textos que podríamos estudiar en relación con esto. Pero, permítame

llevarlo a un texto que creo que nos va a ser muy útil. Pase a 1 Pedro capítulo 1. 1 Pedro

capítulo 1. Este es un texto muy, muy rico. Este es uno que en cierta manera se abre ante sus

propios ojos. Pero, quiero que vea los versículos 3 al 9. Versículos 3 al 9, y quiero leérselos.

Esto llega como una especie de doxología, muy parecido al final de Judas. Y, aquí se expresa

una bendición gloriosa hacia Dios por nuestra salvación eterna. Escuche lo que Pedro escribe.

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos

hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para

una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para

vosotros”. Y, aquí está la frase clave. “Que sois guardados”. Podría subrayar eso. Ese es el

corazón del pasaje. Pedro está bendiciendo a Dios, por la protección divina. “Que sois

guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada

para ser manifestada en el tiempo postrero”.

Ahora observe que esas dos cosas están ligadas. Somos guardados para recibir esta

herencia eterna y esa protección viene a nosotros mediante la fe. Versículo 6: “En lo cual

vosotros os alegráis”. Claro. ¿Quién no se regocijaría o se alegraría? “En lo cual vosotros os

alegráis”. Porque estamos protegidos. “Aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,

tengáis que ser afligidos en diversas pruebas”. Y vienen para probar nuestra fe. “Para que

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sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se

prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado

Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os

alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de

vuestras almas”.

Ahora, quiero que vea el corazón de este pasaje. Versículo 5: “Que sois guardados. Y sois

guardados mediante la fe”, versículo 5. Versículo 8: “No lo veis ahora, pero creen en él”. Ahí

está de nuevo el énfasis en la fe. Versículo 9: “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la

salvación de vuestras almas”. Y, aquí él se refiere a la salvación final, la glorificación.

Como puede ver, este asunto de la seguridad de ser guardado, ser protegido, está ligado a

una fe perseverante. Ahora, antes de que veamos los detalles de ese pasaje, en cierta

manera quiero darle un panorama. No creo que voy a poder terminar, así que terminaremos el

próximo domingo por la noche. Inclusive, quizás el próximo domingo por la noche, no lo sé.

Eso fue escrito por Pedro. Ahora, permítame detenerme y hablar de Pedro. Todos sabeos

quién fue Pedro, ¿verdad? Si alguien, si alguien iba a escribir un tratado acerca de la

perseverancia de los santos, debería ser Pedro. Realmente debería haber sido él. Él es la

persona correcta para dar testimonio de la perseverancia, porque si hubo una persona en el

Nuevo Testamento, quien constantemente era susceptible al fracaso, ¿quién era? Fue Pedro.

Fue el hombre mismo que escribió estas palabras, porque él fue el hombre quien experimentó

con mayor frecuencia la protección de una fe perseverante. Creo que en su caso, en cierta

manera fue una fe de rebote.

En base a los registros de los evangelios, ninguno de los discípulos de nuestro Señor, fuera

de Judas, claro, fracasó de una manera más miserable que Pedro. Intempestivo, ambicioso,

sentimental, egoísta, titubeante, débil, cobarde, arrogante. En varias ocasiones él invitó a

reprensiones fuertes por parte del Señor. Creo que ninguna fue más severa que la de Mateo

16:23, en la cual Jesús lo vio cara a cara y le dijo: “Quítate de delante de mí – ¿qué? –

Satanás”. Ahora, ese es el límite. Cuando el Señor te identifique como la herramienta de

Satanás seriamente, haz tropezado seriamente. Y, usted recuerda que el punto bajo ocurrió

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casi inmediatamente después del punto más elevado de su vida, registrado en el mismo

capítulo, en el versículo 16, cuando dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y, Jesús

dijo: “Carne y sangre no te lo revelaron, sino mi Padre que está en los cielos”.

Pero, Pedro es este gran ejemplo de lo alto y lo bajo. El punto extremo más elevado y el punto

extremo más bajo. Pedro es prueba de que un verdadero creyente puede tropezar y tropezar

seriamente, y fracasar, y fallar, y fallar seriamente, y ser débil y cobarde, y negar de manera

temporal al Señor. Pero, debido a que ha recibido una protección mediante una fe

perseverante, producida en su corazón por la obra soberana de Dios, él nunca falla

completamente, y él nunca falla finalmente.

No pasó mucho tiempo después de esa negación que él salió, e hizo, ¿qué? Lloró

amargamente. Queriendo desesperadamente sea restaurando. Inclusive Jesús le dijo en

Lucas 22, que esto iba a pasar. Él le dijo en Lucas 22 versículo 31: “Simón, Simón, he aquí

Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”. ¿Entiende usted que Satanás no

puede hacer nada a nadie a menos de que tenga permiso? Satanás es el siervo de Dios. Él

no puede hacer nada más de lo que Dios le permita que haga. Él quería destrozar a Pedro,

porque él sabía lo importante que Pedro era para la misión del evangelio. Pero, observe el

versículo 32, esto es algo que debe subrayar, algo que nunca debe olvidar.

Lucas 22:32, escuche: “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”. Para sacudirte,

para descubrir si eres real. Me encanta esto. Versículo 32: “Pero yo he pedido por ti, para que

tu fe no falle”. ¡Wow! He pedido, he orado por ti, para que tu fe no falle. Y, le voy a decir una

cosa, si así es como Jesús oró, eso es lo que va a pasar. Su fe no va a fallar.

Pedro, como usted sabe, pensó que el Señor no entendía lo fuerte que Pedro realmente era.

Pedro pensó que él iba a estar bien, y él da testimonio de eso en el versículo 33. Él le dijo:

“Señor, contigo estoy listo para ir a la cárcel y a la muerte”. Y, Él le dijo: “Yo te digo Pedro, que

el gallo no cantará hoy hasta que me hayas negado tres veces que me conoces”.

Jesús permitió que sucediera. Satanás no podía tentar a Pedro, si el Señor no lo hubiera

permitido. Y, Él lo permitió. Sabiendo que la fe de Pedro no fallaría, porque Él oró porque su fe

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no fallara. Y, su oración siempre es oída y respondida por el Padre, porque Jesús siempre ora

conforme a la voluntad del Padre, así como el Espíritu intercede, según la voluntad del Padre.

Dice usted: “¿Por qué? ¿Cómo es posible que Él permitió que eso pasara?” Para que la

prueba le probara a Pedro, le demostrara la naturaleza perseverante de su fe. El Señor no

necesitaba saber que la fe de Pedro era real, pero Pedro, sí. Y, le voy a decir por qué, más

adelante en el texto. Dice usted: “Bueno sí, el Señor oró por Pedro, que su fe no fallara. Pero,

¿qué hay acerca de nosotros?” Pase a Juan 17. Pase a Juan 17. Aquí usted encuentra al

Señor orando. Esta es su oración Sumo Sacerdotal.

Y, podemos empezar en el versículo 9: “Pido por ellos. Estoy orando por aquellos que creen.

No pido por el mundo, sino por aquellos a quienes Tú me has dado; porque tuyos son, y todas

las cosas que son mías, son tuyas, y las que son tuyas son mías; y he sido glorificado en

ellos”. Jesús está orando por los creyentes, no solo los que estaban vivos en ese entonces, si

no también en el futuro. Y, versículo 11: “Ya no estoy en el mundo”. Él estaba percibiendo que

Él se iba a ir. Y, sin embargo, “ellos están en el mundo, porque yo voy, yo me voy. Yo me voy

a tener que ir y los voy a dejar aquí, y yo voy a ti. Padre Santo”, Él dice esto, “guárdalos en tu

nombre, el nombre que tú me has dado, para que sean uno así como nosotros somos uno”.

¡Wow! Qué oración tan sorprendente. “Padre, guárdalos”. No solo a Pedro, no solo que la fe

de Pedro no falle, si no la fe de ninguno de ellos. Guárdalos a todos los que me has dado, a

todos los elegidos, a todos los justificados, a todos los santificados. Guárdalos. Guárdalos en

tu nombre, coherente con quién eres Tú, el gran Dios poderoso, todopoderoso, omnisciente,

que guarda a los que son suyos, para que todos seamos uno en la gloria de ese día, cuando

toda la humidad redimida sea congregada a tu presencia.

De manera más específica, pase al versículo 15. Jesús sigue orando y dice esto: “No te pido

que los quites del mundo”. Necesitamos que estén en el mundo para que evangelicen. “Pero

guárdalos del maligno”. Aquí Jesús está intercediendo, como nuestro gran Sumo Sacerdote, a

favor nuestro, pidiéndole al Padre que nos guarde, nos guarde, nos proteja para que nuestra

fe no falle. Versículo 17, Él añade: “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad”. Versículo

18: “Como tú me enviaste al mundo, yo los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí

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mismo, para que ellos mismos también sean santificados en la verdad. No te pido solo por

éstos, sino por aquellos que creen en mí a través de su palabra”.

“No solo por los creyentes ahora, sino por los que creerán a través de la palabra que estos

creyentes predican. Quiero que todos sean uno, así como tú, Padre, estás en mí y yo en ti,

para que ellos estén también en nosotros, para que el mundo pueda creer que tú me enviaste.

Y la gloria que me has dado, les he dado a ellos, para que ellos sean uno, así como somos

uno. Yo en ellos y tú en mí, para que ellos sean perfectos en unidad, para que el mundo

pueda saber que tú me enviaste, y los amaste así como me amaste a mí”.

Jesús dice esto: “Padre, quiero mostrarles la gloria. Quiero llevarlos a la gloria eterna. Quiero

que los protejas. Quiero que te aferres a ellos. Quiero que los guardes. Quiero que te

asegures de que su fe nunca falle, para que todos estemos juntos como uno en la gloria

eterna. Como fue planeado y como fue la intención en la fundación del mundo, cuando tú

echaste a andar este plan redentor. Guárdalos del maligno. Santifícalos por tu palabra.

Tráelos a la gloria eterna, para que puedan compartir con nosotros en esa gloria. Y, no solo

estos”. Dice el versículo 20: “Sino toda persona que creerá en mí a través de sus palabras”. Y,

usted y yo estamos incluidos en ese versículo, versículo 20, porque creímos a través de las

palabras que fueron escritas por los apóstoles.

Entonces, como puede ver, el Señor Jesucristo está intercediendo por Pedro, como una

ilustración, en Lucas 22. No es algo raro, no es algo excepcional. Es la misma intercesión que

Él lleva a cabo en Juan 17. Y, no es solo para los apóstoles en ese entonces, si no por todos

aquellos que creerían, para que el Padre los guardara y los llevara a la gloria eterna intactos,

como uno en Él, y en el Hijo.

Y por cierto, esta no solo fue una oración momentánea que Jesús ofreció ahí en Juan 17, en

el huerto esa noche. Él ora así el día de hoy y todo día, y todo el tiempo. Hebreos 7:25.

Escuche este gran versículo, Hebreos 7:25: “Él puede salvar para siempre”. Así debería ser

esa frase. Él tiene la capacidad, Él puede salvar para siempre, Él puede salvar para siempre a

aquellos que se acercan a Dios a través de Él. Él puede salvar para siempre a aquellos que

se acercan a Dios a través de Él. Y, aquí está por qué. Debido a que Él siempre vive para

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hacer intercesión por ellos.

Esta oración en Juan 17, es una oración que Jesús continúa orando. En todo momento,

nuestro gran Sumo Sacerdote a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros, capaz de

salvarnos para siempre, porque Él siempre vive para hacer intercesión por nosotros. Somos

guardados, somos protegidos por una fe perseverante, que es sustentada y mantenida hasta

el fin, mediante la intercesión del Señor Jesucristo mismo.

Y, como mencioné hace un momento, el Espíritu Santo entra en este gran ministerio de

protección. Romanos 8, el Espíritu Santo ayuda en nuestra debilidad. No sabemos cómo orar

como debiéramos. “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Esto no es

hablar en lenguas o algo así. No es lo que usted dice, es lo que el Espíritu Santo dice. Y, no

es algo expresado, es algo no expresado. Es una comunión trinitaria interna, silenciosa,

privada en la cual, “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles”. No hay

palabras, es el Espíritu intercediendo a favor nuestro. “Y, el que escudriña los corazones, ese

es Dios. Conoce la mente del Espíritu, porque Él intercede por los santos, según o conforme a

la voluntad de Dios”.

Entonces, Cristo ora de acuerdo con la voluntad de Dios, para que nuestra fe no falle, porque

el Padre nos guarde. El Espíritu ora según la voluntad de Dios y como resultado, siguiente

versículo: “Todas las cosas nos ayudan a bien, a los que aman a Dios y son llamados según

su propósito. Porque a los que antes conoció, él justificó, a quien él justificó, él glorificó”.

La intercesión de Cristo garantiza nuestra gloria futura. La intercesión del Espíritu Santo

garantiza nuestra gloria futura. El propósito del Padre, garantiza nuestra gloria futura, porque

Él nos conoció de antemano, nos predestinó, nos llamó, nos justificó, y Él nos va a glorificar.

Porque su propósito desde el principio, fue conformarnos a la imagen de su hijo. Él no lo salvó

para que usted estuviera en una relación temporal. Él lo salvó para conformarlo a la imagen

de su Hijo en la gloria eterna, para darle a usted la santidad misma de Cristo.

Cuando usted piensa en el cielo, no es que nos veremos como Jesús físicamente. Es que

seremos como Jesús en términos de santidad perfecta. Hemos sido escogidos, llamados,

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justificados, santificados, y seremos glorificados. Somos guardados hasta esa hora y somos

guardados por una fe perseverante, sustentada por la obra intercesora de Jesucristo, quien

ora porque seamos protegidos de cualquier cosa que ataque esa fe, en la carne o el mundo, o

Satanás mismo.

Y además, y encima de esa intercesión a la diestra del Padre en el cielo, está la intercesión

del corazón del Espíritu Santo, quien está orando en maneras que ni siquiera sabemos cómo

orar. En una comunión silenciosa intertrinitaria, por la voluntad de Dios, y Dios está oyendo y

respondiendo esa oración. Y, el hecho de que Dios oye y responde esa oración, hace que

todo sea usado para bien. Todo.

Y entonces, somos sustentados por nuestra fe sobrenatural dada a nosotros por Dios. Y,

cuando Jesús le dijo a Pedro: “Oro porque tu fe no falle”. Él estaba diciendo lo que es verdad

en todos nosotros, el Señor intercede por nosotros, para que nuestra fe pueda perseverar. Y,

Él siempre ora de acuerdo con la voluntad del Padre, quien siempre responde oraciones, de

acuerdo con su voluntad.

Como dije la semana pasada, si su salvación dependiera de usted, usted nunca sería salvo. Si

mantener su salvación dependiera de usted, usted nunca sería salvo. Su fe humana no puede

salvarlo. Su fe humana no puede guardarlo. Por lo tanto, usted necesita una fe que no es

humana, una fe que es sobrenatural, que tiene que venir de Dios. La fe para creer en el

evangelio al principio, vino de Dios. Y, es una fe perseverante que siempre cree.

Escuche Jeremías 32:40. Esto amplía su entendimiento de esto, porque nos lleva al antiguo

testamento. Jeremías 32:40. Escuche ésta gran declaración. Esta es una – ésta es la

declaración acerca del Nuevo Pacto, el Pacto que nos salva. “Haré pacto eterno con ellos, que

no me volveré de ellos, y pondré mi temor en sus corazones”. Escuche, “para que ellos no me

dejen”. Para que ellos no se aparten de mí.

Qué declaración. Es la naturaleza de este pacto de salvación eterna, que Dios nunca nos

dejará y Él colocará en nosotros, en nuestros corazones un temor de Él, que es sobrenatural.

De tal manera que no le daremos la espalda, no lo dejaremos. Es un pacto eterno, de una

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salvación eterna, basada en una fe perseverante. Esta fe nunca falla. No hay cristianos

verdaderos que son desertores.

Dice usted: “Bueno, espere un momento. ¿Acaso la escritura no está llena de advertencias a

personas a que no caigan? Así como la que leemos en Hebreos 6:4, a no caer y hacer que

Cristo sea avergonzado. Así como la que leemos en 1 Timoteo capítulo 1, de esas personas

que terminaron naufragando en cuanto a la fe, ¿no somos advertidos acerca de eso? Aquellos

que han sido entregados a Satanás, que para que aprendan a no blasfemar, ¿acaso no hay

advertencias? Claro que las hay. Y, esas son advertencias a creyentes falsos. Esas son

advertencias a personas que no están comprometidas. Esas son advertencias a personas que

se han acercado al evangelio, y han hecho un reconocimiento superficial del evangelio, pero,

no uno real.

Y entonces, es crucial para nosotros, extremadamente crucial que entendamos que la doctrina

de la perseverancia de los santos, no significa que la gente que hizo una oración, o entre

comillas, “aceptó” a Jesús, o tomó una decisión por Jesús en algún tipo de experiencia

emocional, necesariamente está segura, y puede vivir como quiere. ¡No! Si realmente han

venido a Cristo, va a haber en ellos una fe perseverante, que se va a caracterizar por un amor

hacia la justicia, un amor hacia Cristo, y un odio hacia el pecado. No será perfección, pero,

indicará dirección hacia el camino de la justicia.

Bueno, nuestro querido Pedro, él entendió el poder de Dios para aguardar. Y, le voy a decir

una cosa, si Pedro hubiera podido perder su salvación, Él la hubiera perdido. ¿Qué tan cerca

se puede usted acercar a Satanás? De tal manera que el Señor lo ve a usted y le dice:

“¿Quítate de delante de mí Satanás?” No puede acercarse más a eso, que estar promoviendo

los deseos de Satanás. Pero Pedro, inclusive rebotó de eso. Regresó después de eso.

Observe Juan 21, después de todas esas negaciones, y fueron en tres ocasiones. Si usted las

multiplica, él lo hizo seis veces en tres ocasiones. Pero, cuando usted llega a Juan 21, Jesús

finalmente confronta a Pedro.

Y, simplemente para darle un trasfondo rápido, Jesús después de su resurrección se reunió

con los apóstoles, Jesús le dijo a los apóstoles: “Vayan a Galilea y espérenme ahí”. Bueno,

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fueron y cuando finalmente viene en el 21:1: “Los discípulos están en el mar de Tiberias. Y ahí

estaban Simón Pedro” – siempre nombrado primero, porque él es el líder – “y Tomás y

Natanael, y Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo y otros dos.

Y Simón les dijo: Yo voy a pescar”. Y, el idioma griego tiene una cierta – un cierto elemento de

finalidad. “Él dice: Voy a regresar a pescar”. Y, lo que él iba a hacer, era regresar a su carrera

antigua. Y claro, ellos salieron, se metieron al barco y no pudieron pescar nada. ¿Por qué?

Porque el Señor había redirigido a todos los peces. Ellos conocían ese lago, como la palma

de su mano. Crecieron pescando ahí. Ellos sabían exactamente en qué tiempo del día y en

qué temporada del año debían pescar, y en qué lugar.

Y, Jesús se apareció e hizo la pregunta que usted nunca quiere que Jesús le haga a alguien

que ha pescado toda la noche, y no ha pescado nada. “¿No tienen pescados o sí? ¿No tienen

peces o sí?” Ellos dijeron: “No”. Y entonces, Él dijo esto, que fue ridículo: “Echen las redes del

lado derecho de la barca y van a pescar”. Eso es algo insultante, ofensivo. ¿Qué? ¿Qué?

¿Qué crees, que pescamos solo de un lado? O, ¿quizás crees que el barco, la barca se

quede en un lugar? O, ¿quizás crees que los peces identifican o distinguen la derecha de la

izquierda? ¿Qué tipo de afirmación es esa?

Pero, Jesús siempre habló autoridad, y entonces hicieron lo que Él dijo. Y, pescaron a tantos

peces, que no podían ni siquiera subirlos a la barca. Y, después el discípulo a quien Jesús

amaba, ese es Juan, le dijo a Pedro: “Eh. Oye, es el Señor”. Y, ¿Pedro tuvo una fe

perseverante? Claro. ¿Fue débil? Sí. ¿Falló? Sí. Pero, claro que regresó, fue un rebote.

Versículo 7: “Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se puso su vestimenta externa” –

porque él estaba usando su atuendo interno para trabajar. “Y él se echó en el mar y los otros

discípulos llegaron en una barca”. Él tenía tanta prisa de ser restaurado, él odiaba tanto el

pecado que él vio en sí mismo. Él odió su propia desobediencia. Y, de manera intempestiva

se aventó y estaban a unos metros de distancia, y claro, el resto estaban diciendo: “Ese es

Pedro, nos deja aquí arrastrando esta cantidad enorme de peces hasta la costa”.

Llegaron y el Señor había preparado el desayuno. ¿Sabe usted cómo el Señor prepara el

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desayuno, no es cierto? Desayuno. Y, trajeron algunos de sus peces, 153 peces, dice el

versículo 11: “Jesús dijo: Vengan y desayunen. Y nadie dijo; ¿quién eres tú?” Sabían. Y,

después del desayuno, en el versículo 15, Jesús le dijo a Simón Pedro: “Simón, ¿me amas

más que éstos?” Qué pregunta tan provocativa, tan penetrante. “¿Me amas más que estos

peces, estas redes, esta manera de vivir, este estilo de vida? ¿Me amas más que estos otros

discípulos? Tú dijiste: Si todo mundo te dejara, yo nunca te dejaría. Dijiste que estabas

dispuesto a ir a la muerte conmigo. No fue así, Me negaste”.

Y, creo que la pregunta correcta es: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Él le dijo: “Sí Señor,

tú sabes que te amo”. Y, Él dijo: “Entonces enseña a mis corderos. Entonces, haz lo que te

diga. Yo te llamé a predicar y a enseñar, no a pescar”. Y, recuerde que Pedro lo había negado

tres veces. Y entonces, el señor lo iba restaurar tres veces.

“Él le dijo una segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Él dijo: “Sí Señor, tú sabes

que te amo. Tú sabes eso”. Y, Él le dijo: “Entonces, apacienta o pastorea mis ovejas. Haz lo

que te dije que hagas”. Y, él le dijo, por tercera vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Y,

Pedro estaba entristecido esta vez”. Esto le dolió. “Él estaba entristecido, porque le dijo la

tercera vez: “¿Me amas?” Y, él le dijo: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo”.

¿Por qué? Porque Dios mismo le había dado a Pedro una fe perseverante, un amor

perseverante hacia Cristo. ¿Débil? Sí. ¿Titubeante? Sí. ¿Qué tropezaba? Sí. Pero, nunca de

manera completamente y nunca finalmente, y siempre fue el primero con la disposición a ser

restaurado. Y, Jesús dijo: “Eso es todo lo que pido. Atiende a mis ovejas. Tú eres el pastor

que estoy buscando. Cuando eras joven”, versículo 18, “solías ceñirte a ti mismo y andabas a

donde querías; y cuando seas viejo, vas a estirar tus manos”. Él estaba hablando de la

crucifixión de Pedro. Y, así fue como finalmente murió. “Alguien más te va a llevar a donde no

quieres ir”. Y, esto dijo significando porque muerte glorificaría a Dios. “Pedro, vas a ser un

mártir”. Y, Pedro fue fiel hasta el final. Y, cuando llegó el momento de ser crucificado, él no

permitió que lo crucificaran de la manera normal, porque él no era digno, dijo él, de ser

crucificado como su Señor, y por ello lo voltearon de cabeza, y lo crucificaron de cabeza. Una

manera más terrible, más dolorosa de morir. Él soportó y perseveró hasta el final.

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No hay realmente nadie que esté mejor calificado para escribir acerca de la perseverancia de

los santos, de una fe perseverante, de un amor perseverante, fiel, de permanecer fielmente

hasta el final. No hay nadie que esté mejor calificado para escribir eso que Pedro. El hombre

que se arrepintió con lágrimas, el hombre que estaba sufriendo tanto por su propio fracaso,

que él se aventó al agua para nadar lo más rápido que pudiera, para llegar a Jesús. El que

tuvo tanta confianza en su propio amor y fe genuinos, que él le pidió al Señor que leyera su

corazón, sabiendo que lo que Él vería ahí, sabría que era la fe real. Y entonces, es apropiado

que Pedro nos hable de fe perseverante.

Regrese a 1 Pedro ahora, un comentario final. Cuando Pedro entonces en el versículo 5 dice:

“Que somos guardados mediante la fe”. Cuando él dice en el versículo 8: “Quien creyendo”.

Cuando él dice en el versículo 9: “El resultado de nuestra fe es la salvación final”. Pedro está

hablando a partir de la experiencia personal. Él sabía lo que era, a pesar de su debilidad, el

tener una fe inmortal perseverante. Y, esa es la fe que le pertenece a toda persona que

verdaderamente es salva. Y, como dije, al final Pedro fue fiel en proclamar a Jesucristo frente

a la muerte.

Ahora, en los versículos 3 al 9, hay seis elementos de nuestra protección. Seis elementos. Y,

le voy a decir cuáles son la próxima vez. Somos protegidos por una fe que tiene seis

elementos, seis realidades espirituales dinámicas operando en ella. Y Pedro, las presenta

aquí a nosotros para la próxima vez.

Señor, gracias por esta verdad que nos da tanta confianza, de que nuestra salvación es para

siempre. Que la vida eterna es obviamente eterna. Que aquellos a quienes el Padre escogió,

Él conformará a la imagen de su Hijo. Que aquellos a quien Él llama, eficazmente alcanzarán

la gloria. Que todos aquellos que son predestinados a ser conformados a la imagen de Cristo,

de hecho serán conformados a su imagen. Que todos los que son cubiertos por su justicia, un

día estarán delante de ti en el cielo, irreprensibles, que todos los que están siendo

santificados serán glorificados.

Señor, gracias por esta fe perseverante. Y, aunque a veces lucha y tropieza, y se cae, y

aunque pecamos y pecamos seriamente, y pecamos severamente, y pecamos repetidamente,

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nos vemos a nosotros mismos en Pedro, corriendo de regreso llorado, anhelando ser

obedientes. Anhelando ser útiles, anhelando ser restaurados, anhelando ser perdonados,

anhelando ser lavados. Recordamos a Pedro tropezando en la última cena, diciendo cosas

que indicaban su ignorancia. Pero, cuando fue confrontado dijo: “Señor, lávame, límpiame

desde arriba hasta abajo”. Y, ahí está la esencia de la fe que persevera.

Te ama a pesar de cómo actúa. Te ama a pesar de su debilidad y falla, y anhela la

restauración, y anhela la limpieza. Esta es la fe salvadora, verdadera. Este es el regalo, este

es ese regalo que nos has dado, por el cual te damos gracias. Te damos gracias y somos

confortados en la confianza de que perseveraremos hasta el final. Porque este regalo de fe es

una fe perseverante, y persevera porque Tú vives siempre para interceder, porque el Espíritu

ora por nosotros. Y, tanto el Hijo como el Espíritu, siempre oran conforme a la voluntad del

Padre. Y, la voluntad del Padre, es que todo lo que le da al Hijo, el Hijo lo resucite para gloria

eterna, y que nadie se pierda. Te damos gracias, oh Dios, porque toda la Trinidad está unida

para sustentarnos, hasta llegar a esa gloria eterna. En esto nos regocijamos en el nombre del

Salvador. Amén.

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