La Oposicion obrera a la dictadura

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La oposición obrera a la dictadura (1976-1982) Pablo Pozzi http://www.serviciosesenciales.com.ar/libro.php?id=121 Resumen Todo buen estudio histórico comienza por la conclusión. Ésta siempre es el re- sultado de una posición política e ideológica. No importa cuánto lo disfracemos, o cuán inconscientemente lo hagamos, nuestra opinión sobre el desenlace de la historia siempre está al principio. En general la profesión tiende a tratar de silen- ciar este aspecto central del trabajo del historiador centrándose, en cambio, en una aparente objetividad positivista que hace eje en la precisión y el cúmulo de la investigación. Lo que se deja de lado es la discusión sobre los significados de la experiencia humana y el cómo nosotros la interpretamos. La obligación moral y política que todos tenemos de interpretar la totalidad de un hecho histórico no debe confundirse con la tarea de asignar responsabilidades políticas y morales por crímenes específicos. El comprender un hecho histórico es en sí mismo un hecho moral y político, y la capacidad de comunicar esa interpretación histórica es algo que puede, en principio, brindar instrumentos para tomar mejores decisiones po- líticas y morales en el futuro. En este sentido, la discusión sobre la clase obrera argentina bajo la dictadura de 1976-1983 no ha sido una mera disputa académica. De hecho, la conformación de una perspectiva particular, que postula la derrota histórica de la clase obrera argentina, se ha convertido en la base material para renunciamientos políticos e ideológicos de todo tipo. Sin embargo, la realidad de la clase obrera siempre reabre el debate. En esta discusión los desacuerdos conti- nuarán sin resolución definitiva a largo plazo. Por un lado, porque los procesos de la investigación y su interpretación son siempre abiertos, planteando conclusiones tentativas hasta que los modifica una mejor investigación. Pero más aún, porque los desacuerdos, como casi todos los debates históricos importantes, contienen un componente ideológico esencial que hace a la visión del historiador en cuanto al papel histórico de la clase obrera. Veinte años después Hacer un nuevo prólogo a una obra siempre es un problema, sobre todo porque había transcurrido poco tiempo desde que terminé la primera versión de este trabajo y ya quería cambiarla toda. Como expresé antes: toda obra es esencialmente inacaba- da. Habría que agregar que también es un testimo- nio personal y profesional de época. He optado por no corregir errores, ni reescribir el trabajo, ni siquie- ra agregué la investigación realizada posteriormente, precisamente por esta razón. Por otro lado, mi ca- racterística personal es que una vez que escribí una investigación, no la quiero ver nunca más. En el ca- so de este libro eso ha sido muy difícil, sobre todo porque aún hoy, veinte años más tarde, me siguen invitando o me conocen en el movimiento obrero ar- gentino por haberlo escrito. Así, ésta fue una obra de historia militante y también de historia académica. Por un lado es his- toria tradicional, construida en base a trabajo de archivo, de la prensa escrita, de informes guberna- mentales y de ONGs, de estadísticas y de la historia oral donde los recuerdos de los protagonistas nos permiten un acceso privilegiado a los trabajadores politizados de la década de 1976-1983. De hecho, es- te trabajo fue la base de mi tesis doctoral en la Uni- versidad de Nueva York en Stony Brook. Por otro lado, es una historia dirigida y pensada más allá del mundo académico. Sus interlocutores imagina- rios eran los activistas obreros que estaban en aquel entonces (1984-1987) intentando construir un movi- miento obrero democrático, clasista y combativo y que se enfrentaban a una historia oficial que decía que los trabajadores no eran más protagonistas de la historia y que habían colaborado o consentido la dictadura militar. Más allá de todo lo anterior, quie- ro comenzar retratando un par de experiencias con Imago Mundi, (12 de febrero de 2008 11:45) — www.serviciosesenciales.com.ar 1

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  • La oposicin obrera a la dictadura (1976-1982)

    Pablo Pozzihttp://www.serviciosesenciales.com.ar/libro.php?id=121

    Resumen

    Todo buen estudio histrico comienza por la conclusin. sta siempre es el re-sultado de una posicin poltica e ideolgica. No importa cunto lo disfracemos,o cun inconscientemente lo hagamos, nuestra opinin sobre el desenlace de lahistoria siempre est al principio. En general la profesin tiende a tratar de silen-ciar este aspecto central del trabajo del historiador centrndose, en cambio, enuna aparente objetividad positivista que hace eje en la precisin y el cmulo dela investigacin. Lo que se deja de lado es la discusin sobre los significados dela experiencia humana y el cmo nosotros la interpretamos. La obligacin moraly poltica que todos tenemos de interpretar la totalidad de un hecho histrico nodebe confundirse con la tarea de asignar responsabilidades polticas y morales porcrmenes especficos. El comprender un hecho histrico es en s mismo un hechomoral y poltico, y la capacidad de comunicar esa interpretacin histrica es algoque puede, en principio, brindar instrumentos para tomar mejores decisiones po-lticas y morales en el futuro. En este sentido, la discusin sobre la clase obreraargentina bajo la dictadura de 1976-1983 no ha sido una mera disputa acadmica.De hecho, la conformacin de una perspectiva particular, que postula la derrotahistrica de la clase obrera argentina, se ha convertido en la base material pararenunciamientos polticos e ideolgicos de todo tipo. Sin embargo, la realidad dela clase obrera siempre reabre el debate. En esta discusin los desacuerdos conti-nuarn sin resolucin definitiva a largo plazo. Por un lado, porque los procesos dela investigacin y su interpretacin son siempre abiertos, planteando conclusionestentativas hasta que los modifica una mejor investigacin. Pero ms an, porquelos desacuerdos, como casi todos los debates histricos importantes, contienen uncomponente ideolgico esencial que hace a la visin del historiador en cuanto alpapel histrico de la clase obrera.

    Veinte aos despus

    Hacer un nuevo prlogo a una obra siempre esun problema, sobre todo porque haba transcurridopoco tiempo desde que termin la primera versinde este trabajo y ya quera cambiarla toda. Comoexpres antes: toda obra es esencialmente inacaba-da. Habra que agregar que tambin es un testimo-nio personal y profesional de poca. He optado porno corregir errores, ni reescribir el trabajo, ni siquie-ra agregu la investigacin realizada posteriormente,precisamente por esta razn. Por otro lado, mi ca-racterstica personal es que una vez que escrib unainvestigacin, no la quiero ver nunca ms. En el ca-so de este libro eso ha sido muy difcil, sobre todoporque an hoy, veinte aos ms tarde, me sigueninvitando o me conocen en el movimiento obrero ar-gentino por haberlo escrito.

    As, sta fue una obra de historia militante ytambin de historia acadmica. Por un lado es his-

    toria tradicional, construida en base a trabajo dearchivo, de la prensa escrita, de informes guberna-mentales y de ONGs, de estadsticas y de la historiaoral donde los recuerdos de los protagonistas nospermiten un acceso privilegiado a los trabajadorespolitizados de la dcada de 1976-1983. De hecho, es-te trabajo fue la base de mi tesis doctoral en la Uni-versidad de Nueva York en Stony Brook. Por otrolado, es una historia dirigida y pensada ms alldel mundo acadmico. Sus interlocutores imagina-rios eran los activistas obreros que estaban en aquelentonces (1984-1987) intentando construir un movi-miento obrero democrtico, clasista y combativo yque se enfrentaban a una historia oficial que decaque los trabajadores no eran ms protagonistas dela historia y que haban colaborado o consentido ladictadura militar. Ms all de todo lo anterior, quie-ro comenzar retratando un par de experiencias con

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  • Pablo Pozzi

    este libro para luego tratar de explicar y discutiralgunas cosas veinte aos despus de escrita la obra.

    Para m la historia es algo poderoso, emocio-nante y liberador. Por eso cuando escribo no lo ha-go para los colegas sino ms bien para comunicarlecosas que a m me parecen importantes al tipo co-mn de la calle. Eso a veces me sale bien, y otrasno tanto. En el caso de este libro, creo que me salibastante bien. Un ejemplo de esto ocurri hace quin-ce aos, cuando estaba investigando la historia delPRT-ERP. Haba ubicado a un santiagueo, viejomilitante, que haba sido condecorado por su orga-nizacin por su excelencia en el trabajo de masas.Yo quera que este hombre me contara su vida porque intua que lo que haba vivido era importantepara m como historiador y, sobre todo, como perso-na. Despus de perseguirlo bastante, l me dio unacita en un bar. Ah estbamos los dos, sentaditos,y yo con mi nica oportunidad de convencerlo dehablarme. Como buen intelectual yo hablaba hastapor los codos y l se limitaba a escuchar sin reac-cin. Yo estaba desesperado. Otro caf?, le deca,con la esperanza de tener ms tiempo de convencer-lo y de encontrarle la vuelta. Y nada. Finalmente,al cabo de largo rato, me dice: Vos te llams?Chau, sonamos, pens yo. Pozzi, le dije. Ah,s, vos escribiste un libro sobre la clase obrera y ladictadura no?. S, confirm, medio temblandorecordando que la edicin original de este libro era,efectivamente, de tapa azul. Era de tapa azul. . . S,era interesante. Podemos hablar. Yo me sent comoel mejor historiador del mundo. Sobre todo porqueno me haba dicho que era bueno, sino que era in-teresante. O sea, si bien no estaba de acuerdo contodo lo escrito, haba percibido que el libro era paral, un trabajador. En un breve minuto me sent tily que la historia era lo que yo crea que deba ser.

    Ms o menos por la misma poca yo participa-ba como profesor de historia del movimiento obreroen la escuela sindical de la UOM de Quilmes. Enesos aos pasaron por mi curso un par de centena-res de delegados metalrgicos. Una de las cosas quediscutamos era el captulo 3 de este libro, sobre laresistencia obrera a la dictadura (y debo confesarque algunos otros, sobre todo el captulo 2, los en-contraban muy ridos). Tanto debatir sobre la claseobrera argentina nos haba llevado a charlar bastan-te de Marx. Al final de una de las clases se me acercun joven chaqueo, que no deba tener ms de 23 o24 aos. Profe, me dice. Ese tipo Mars, era in-teresante no?. Sep. Dgame, cmo se deletreaMars. Eme, a, ere, equis, le dije. Marx, escri-bi. Y, dgame, de qu provincia es?. A m mepareci maravilloso. Para ese compaero, Marx era

    de tal actualidad que no slo tena que estar vivosino que deba ser argentino. Una vez ms, la histo-ria me pareci algo poderoso y liberador.

    En ambos casos lo que me quedaba en claroera que para ser un historiador de la clase, y para laclase obrera, haba que ser algo distinto a la anquilo-sada, aburrida y clasista academia. Ser de izquierday estar con los trabajadores no era tener un discursomarxistoide, sino que era una prctica social, unlenguaje, una relacin entre lo intelectual y la vidacotidiana de los trabajadores. Esto fue lo que tratde hacer cuando escrib este libro. Tena que haberotra forma de hacer historia; de hacer buena histo-ria. Por que no se trata slo de hacer populismo yhablar en fcil, sino ms bien de expresar cuestionescomplejas en una forma que pueda leer un obrero,sentirse reflejado, aprender de las experiencias y quele sirva para repensar su propia realidad. Esto im-plica que hay que saber mucha historia, que hay quemanejar teora, que hay que conocer mtodos, paradespus hacerlos accesibles y traducirlos en un estu-dio comprensible a cualquiera. La oposicin obrera ala dictadura (1976-1982) trat de ser eso: un traba-jo logrado que sintetizara la experiencia de un tra-bajador para que otros se puedan ver reflejados enella y puedan repensar su propia realidad. Un granhistoriador estadounidense, David Montgomery, quehaba sido obrero mecnico durante muchos aos ex-plic que l haba sido expulsado de su fbrica pormilitante. Como la lista negra no le permita volvera ser obrero se dedic a hacer la segunda cosa quems le gustaba, ser historiador. Y l no escriba lahistoria de la clase obrera, l escriba su historia. Yotrabaj durante aos en distintos establecimientos:automotrices, grficos, de joyera. No me engao, sibien los compaeros me queran, yo no era igual aellos. Como me dijo uno: Vos te podes ir de aqucuando quieras. Sin embargo, cuando escribo o en-seo historia escribo, tambin, mi historia y la deellos; y es para m y para ellos. Por eso este tra-bajo no tiene la falsa objetividad que pretende laacademia: esta es una historia politizada y para lostrabajadores.

    Este libro veinte aos despus

    Cuando investigu y escrib este libro existauna Argentina y una coyuntura poltica que fene-ci bajo los duros golpes de la economa de mer-cado. Todava exista el as llamado modelo eco-nmico mercado-internista, aunque muy desgasta-do; el movimiento obrero organizado era poderosoy la UOM segua siendo su columna vertebral; losltimos aos de la dictadura haban generado una

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  • La oposicin obrera a la dictadura (1976-1982)

    gran cantidad de jvenes activistas obreros que flu-yeron hacia la izquierda y hacia un sindicalismo an-tidemocrtico; crecieron el MAS y el PC, ademsde numerosas otras agrupaciones; Lorenzo Miguelperdi nueve seccionales en la UOM y el desafo delistas pluralistas en los sindicatos haca peligrar elpredominio del peronismo. Pero por sobre todas lascosas, muchsimos argentinos se volcaron a la parti-cipacin poltica en la conviccin que se poda mejo-rar la sociedad. Sin embargo, y por debajo de esto,tambin sabamos que el aparato represivo estabaintacto y que muchos de los polticos peronistas yradicales (como Luder y Alfonsn) estaban profun-damente comprometidos con el mismo. Y si algunotena dudas al respecto, bast el primer levantamien-to carapintada y las Felices Pascuas de Alfonsnpara confirmarlo.

    Por un lado yo quera aportar a la reconstruc-cin de una izquierda obrera y clasista. Por otro nosaba qu se poda y no se poda decir. As el li-bro tiene mucha informacin sobre la conflictividadobrera durante la dictadura, pero esta aparece co-mo absolutamente espontnea. Asmismo, se afirmaque se generaron nuevas camadas de activistas, sindecir cmo. Tampoco hay referencias a partidos po-lticos en el desarrollo de la conflictividad. Todo esoa pesar de que yo contaba con mucha informacinal respecto. Por ejemplo: en SAIAR de Quilmes laoposicin obrera se encontraba motorizada por mi-litantes vinculados a la JTP; en Littal, Avellaneda,los dos principales activistas eran de la FederacinJuvenil Comunista y del PST; en Alpargatas y enVolkswagen de Monte Chingolo, activaban militan-tes de Poltica Obrera; en Shell y en el Frigorfico Pe-dr militaban obreros comunistas; en UPCN-PAMIhaba compaeros que provenan de las JP Regio-nales; en Swift de Rosario haba viejos PRT-ERPal igual que en Luz y Fuerza de Crdoba y que envarios ingenios tucumanos; en el ingenio Ledesmade Jujuy activaba gente que haba estado ligada aVanguardia Comunista; en Aluar de Puerto Madrynhaba viejos setentistas que se haban cobijado enel Partido Socialista Popular. Y la lista era larga pe-ro, en aquel entonces, yo sent que hacer referencia aesto poda generar problemas de seguridad para loscompaeros. Hoy en da, veinte aos ms tarde, sepuede decir que en aquel entonces me equivoqu. Po-dra haber buscado formas de sealarlo sin delatara nadie y, al mismo tiempo, rescatar el papel de losmilitantes obreros que a riesgo de sus vidas se enfren-taron a la dictadura. Esto es as, sobre todo, porqueel libro deja la impresin que la dictadura arras contoda la militancia y en ese sentido abonaba a la olade despolitizacin que generaba el alfonsinismo. O

    peor an, no rescataba el papel heroico e ignoradode tantos y tantos militantes obreros revoluciona-rios. En sntesis, como en la prctica nadie saba sila democracia restringida alfonsinista era algo muytransitorio o si se iba a afianzar, evit tocar unaserie de temas que podan generar consecuencias ala seguridad de mis testimoniantes. As no cit tes-timonios, ni di datos sobre filiacin poltica. En laobra parecera que la clase obrera argentina tiene ca-ractersticas espontanestas. Esto claramente no esas.

    La obra tena una cantidad de discusiones y demarcos tericos subyacentes, amn de unas cuantascosas que no se dijeron y otras que representaron unanegociacin de la poca. En un plano poltico a mime interesaba particularmente la discusin en tornoal fascismo latinoamericano y las propuestas de ac-cionar que se derivaban del mismo. Para decirlo muysintticamente yo recordaba la vieja definicin apor-tada por Georgi Dimitrov: el fascismo es la dictadurasalvaje de los sectores ms concentrados del capitalfinanciero. En aquel entonces a m me pareci que es-ta definicin se aplicaba bastante bien a la dictaduraargentina de 1976-1983. Para muchos la discusin entorno a fascismo derivaba necesariamente en una re-signacin de las posiciones socialistas y del protago-nismo obrero, para concluir en frentes popularesdonde los revolucionarios fueran, en el mejor de loscasos, el furgn de cola de los partidos burgueses. Yono estaba de acuerdo. Como historiador haba ledobastante sobre la historia del fascismo italiano y co-mo militante me haba fascinado la claridad polticade las Tesis de Lyon de Antonio Gramsci. All, elrevolucionario italiano no slo reivindicaba el pro-tagonismo de la clase obrera, sino que propona elfrente nico como herramienta poltica alterna-tiva. Pero ms an, sus propuestas se basaban enuna claridad meridiana de pensamiento clasista. Asplanteaba que la funcin de la oposicin burguesademocrtica consiste, en cambio, en colaborar con elfascismo para impedir la reorganizacin de la claseobrera y la realizacin de su programa de clase.1En este sentido la burguesa antifascista sigue sien-do burguesa y por ende antiobrera. Mi postura eraque esto se poda aplicar a la situacin argentinacincuenta aos despus del Congreso de Lyon. As,yo discrepaba tanto de la posicin del Partido Co-munista como de Intransigencia y Movilizacin Pe-ronista y de los variados PRT-ERP, en cuanto a queno slo pensaba que la clase obrera segua siendo el

    1 Antonio Gramsci. Escritos polticos (1917-1933). Mxi-co. Siglo XXI Editores, 1981; p. 241. Tesis de Lyon, 1926.

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  • Pablo Pozzi

    protagonista de la historia, sino que era fundamen-tal plantear y construir alternativas revolucionariassocialistas.

    Ahora lo anterior alcanzaba para una toma deposicin, pero no para hacer historia. Asmismo, mu-chos militantes de la poca habamos ledo obras co-mo la de Julius Fucik, Reportaje al pie del patbuloo la de Jan Valtin, La noche qued atrs y ni hablarde la de Jorge Amado, Los subterrneos de la liber-tad. Estas obras me haban interesado por cuantoplanteaban la capacidad de resistir a la represin enlas peores condiciones. Y no es que supusiera que laclase obrera siempre lucha, sino ms bien que mepareca ilgico que una clase movilizada, con fuertesniveles de organizacin y tradiciones izquierdistas,simplemente se llamara a la quietud de la noche a lamaana. En este sentido, los estudios sobre los tra-bajadores bajo el fascismo y los testimonios (nove-lados o no) de las formas de resistencia subterrneatenan una importancia particular porque sugeranpistas para la investigacin. As, encontr los tra-bajos del marxista ingls Tim Mason sobre la claseobrera alemana bajo el nazismo.2 Este autor habaencontrado, en su extensa investigacin sobre la cla-se obrera alemana bajo el nazismo, que la represinabsoluta haba resultado en un aniquilamiento delactivismo y la militancia obrera. Tambin registrcuidadosamente la destruccin de formas de orga-nizacin y de toda una serie de redes culturales iz-quierdistas que los trabajadores haban desarrolla-do durante dcadas. Sin embargo, tambin encontrque esto no haba llevado a los obreros alemanes auna apata y quietud. Por el contrario, Mason descu-bri niveles de conflictividad y lucha que aprovecha-ban las caractersticas particulares del rgimen. Msan, lo que encontr Mason, a partir de revisar unaextensa documentacin disponible sobre la polticasocial nazi, era que la actividad de los trabajadorestena efectos que se podan percibir en la superes-tructura poltica como lmites o frenos concretos alos objetivos del nazismo. Esta actividad, l la lla-m oposicin para diferenciarla de resistencia,dado que entenda que sta ltima contena obje-tivos ms o menos perceptibles. As, l seal quelos obreros alemanes se rehusaron a colaborar conel rgimen no meramente a travs de la indiferen-cia o de la apata sino con formas identificables deaccin colectiva.3 La causa de este accionar resida

    2 Tim Mason. Social Policy in the Third Reich. The Wor-king Class and the National Community. Nueva York. Berg,1993. Esta obra recopila los estudios de Mason sobre el tema,que fueron publicados, en alemn, entre 1971 y 1977. Su pro-yecto de investigacin no pudo ser completado antes de sumuerte en 1990.

    3 Mason, op. cit., p. 12.

    en las tradiciones residuales de solidaridad prcti-ca -en la memoria de los derechos adquiridos y delas prcticas polticas colectivas que se remontabana las dcadas anteriores a 1933.4 Por ende, en elcaso de los obreros alemanes, su oposicin confor-maba un comportamiento que se poda identificarcomo clasista puesto que se basaba en una experien-cia social colectiva. Su pregunta era: Cmo pudola dictadura nazi establecerse en una sociedad cu-yas instituciones democrticas y fuertes tradicionesde movilizacin obrera deberan haber ofrecido su-ficientes garantas contra semejante invasin? As,not que la documentacin revela que el fracasodel rgimen en aplicar sus prioridades polticas so-bre la poblacin trabajadora era el resultado de lapreocupacin que ste tena con la posibilidad deuna oposicin generalizada,5 y no de la incompe-tencia de sus tcnicos y polticos. Por lo tanto, Ma-son plante que tanto como blanco de la represiny como objeto del miedo de aqullos en el poder,la clase obrera jug un papel crucial en la historiadel Tercer Reich. Ni el miedo ni la represin fueronun componente incidental o misterioso de las pol-ticas del rgimen: fueron una parte integral de laestructura econmica del sistema, un producto na-tural y necesario de la historia del movimiento obre-ro y del capitalismo alemn.6 Mason aclar que elprograma social de la dictadura nazi era eliminarla lucha de clases en la sociedad alemana y queeste programa fracas por la lgica socioeconmi-ca de la lucha de clases.7 En esto Mason descubrique la percepcin de que la poblacin alemana ha-ba apoyado al nazismo era una generalizacin queocultaba ms de lo que aclaraba. Por ende, estudila composicin social del partido nazi (NSDAP) pa-ra encontrar que ste se compona de relativamentepocos obreros, que rara vez ostentaban posicionesde liderazgo y que muy pocos sindicalistas, socia-listas y comunistas (aunque un nmero mayor deestos ltimos) se haban volcado al nazismo. Por en-de, planteaba que el NSDAP tena una base socialque era fundamentalmente y en su totalidad hostila los obreros.8 Esto gener una respuesta obreraque, si bien fue insuficiente, no por eso implic nicolaboracin ni consentimiento con el rgimen. Porltimo, Mason aclar que esto no implicaba ningntipo de teleologa obrerista y mucho menos un de-terminismo mecnico. La inevitabilidad de la luchade clases fue determinada por la estructura de clase

    4 Ibd., p. 135 Ibd., p. 11.6 Ibd., p. 25.7 Ibd., p. 40.8 Ibd., p. 49.

    4 Imago Mundi, (12 de febrero de 2008 11:45) www.serviciosesenciales.com.ar

  • La oposicin obrera a la dictadura (1976-1982)

    de la sociedad capitalista alemana [. . . ] pero no lasformas especficas y las configuraciones en las cua-les este conflicto se manifestaba en un determinadomomento.9

    La dictadura de 1976-1983 se ha convertido enun hito en la historia y en la conciencia de los ar-gentinos. La escueta sntesis del argumento de Ma-son (un argumento necesariamente muy complejo)me haba parecido de singular utilidad para pensarla clase obrera argentina bajo la dictadura. Por unlado, fue el sugerente anlisis de Mason lo que mellev a titular este libro oposicin, y no resistencia.Sobre todo porque me quedaba claro que lo que ha-ba ocurrido entre 1976 y 1983 no tena demasiadassemejanzas con la famosa resistencia peronista. staltima era una lucha que involucraba muchas cosas,pero principalmente el retorno del general Pern algobierno, y que muchos trabajadores vinculaban eseretorno con una vida mejor. As la resistencia tenaobjetivos polticos explcitos. En cambio la oposicinera un accionar clasista colectivo para defenderse delo que era una agresin salvaje sobre las conquis-tas y la vida del trabajador. Si bien ambos tenancontenidos de clase, me parecan (y me parecen) cua-litativamente distintos. Por otro lado, a m tambinme llamaba la atencin que los distintos analistasdel fenmeno supusieran que la dictadura se habaretirado en 1983 por incompetencia, o que todossupusieran que dcadas de experiencia colectiva cla-sista pudieran desaparecer de la noche a la maana.Es ms, casi todos aceptaban tcitamente que la cla-se obrera haba colaborado con la dictadura. Esto seconvirti en una especie de consenso aceptado portodos, sin necesidad de probarlo. La nica voz diso-nante era este libro, que s se basaba en investiga-cin. En su momento gener bastante discusin. Lonotable de la misma fue que rara vez se discutanlos datos; ms bien se me acusaba de politizadoy poco objetivo, como si las posturas contrarias seguiaran por algo ms que la ideologa (y en el casode muchos de mis contrincantes, por la convenienciapoltica del momento).

    An hoy queda claro que la discusin sobre laclase obrera argentina y la dictadura se encuentraenmarcada, fuertemente, no slo por una lectura dela ltima dcada sino tambin por una conclusinsobre las consecuencias y efectos de la dictadura de1976-1983 y la apertura democrtica. En este senti-do existe un reduccionismo que limita el anlisis ala dicotoma derrota versus victoria. En otras pa-labras, o la apertura democrtica fue un triunfo dela clase obrera y el pueblo, al estilo de la de 1973,

    9 Ibd., p. 55.

    o bien fue una derrota de la clase y la apertura sedebi a factores ajenos a la lucha de clases. Estavisin es notable puesto que, por lo general, se sus-tenta en escasa investigacin y una reificacin de laapertura de 1973 que la eleva a la categora de ti-pificacin histrica. As, aqullos cuyos intereses seven representados por variaciones del posmarxismoplantean la derrota; mientras que los que siguen afir-mando la centralidad histrica de la clase obrera seven reducidos a aseverar su triunfo.

    Existe, por supuesto, otra postura y la plan-teamos con Alejandro Schneider hace ms de unadcada.10 Si partimos de un anlisis que acepta quela apertura de 1973 fue atpica, en el sentido que sebas en un auge de masas y una ofensiva de la cla-se obrera y el pueblo muy clara, veremos que otrasaperturas en la Argentina estuvieron ms cercanas ala de 1983. La de 1945 fue producto de un golpe deestado; la de 1958 fue controlada y limitada hastael punto de que la expresin poltica mayoritaria fueproscrita. Sin embargo, en ambos casos es innegableque la lucha de clases jug un papel fundamental.Las transformaciones sociales y los conflictos de ladcada de 1930, el auge de la izquierda, y la movi-lizacin popular del 17 de octubre de 1945 fueronuno de los aspectos que marcaron los orgenes delperonismo. A su vez, la resistencia peronista marcfuertemente la eleccin de 1958. Fueron estas aper-turas un triunfo popular? Entendido como parte delproceso de lucha de clases, y aceptando que la mismaestablece tendencias y rara vez triunfos o derrotasntidas, es indudable que fueron un triunfo. Y esoa pesar de que las distintas alianzas reaccionariaslograron imponer lmites concretos.

    Qu pas en 1983? Aqu la discusin tiene dosniveles que estn fuertemente vinculados entre s.Primero, hubo oposicin de la clase obrera a ladictadura? Si entendemos oposicin como batallascampales, es indudable que no. Pero, si la entende-mos como un sinfn de pequeas acciones cotidianas,que incluyen desde el sabotaje y la huelga, hasta lareconstruccin de niveles de organizacin, es induda-ble que s la hubo. La investigacin realizada hastael momento demuestra que, por un lado, la dicta-dura perciba la existencia de serios problemas y dedescontento entre los trabajadores. Por otro lado, lainformacin disponible demuestra que hubo un desa-rrollo de la conflictividad que fue en ascenso duranteel perodo.

    10 Pablo Pozzi y Alejandro Schneider. Combatiendo al ca-pital. Crisis y recomposicin de la clase obrera argentina,1983-1993. Buenos Aires. El Bloque Editorial, 1993.

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    Por supuesto, la mera existencia de conflictos yotras formas de oposicin no significa que stas tu-vieran un efecto apreciable sobre la superestructurapoltica. De ah la segunda cuestin clave. Suponien-do que hubiera algn tipo de oposicin por parte delos trabajadores qu efecto tuvo? Una vez ms, lainformacin disponible demuestra a las claras quetanto la dictadura como distintos empresarios expre-saban su preocupacin en torno a una posible explo-sin social. A partir de 1977 distintas expresiones ofi-ciales hacen referencia al fantasma del Cordobazo.Adems, es demostrable que despus de momentosde conflictividad obrera (particularmente en 1977 yen 1979) hubo modificaciones en la superestructu-ra poltica. Despus de las huelgas de noviembre de1977 un sector de la dirigencia sindical adopt unaactitud ms de confrontacin con el rgimen. Lomismo podemos decir en cuanto a los partidos polti-cos a partir de 1979. Asmismo, la dictadura realizmodificaciones en su proyecto original. Obviamen-te, no todas las modificaciones son atribuibles a laconflictividad obrera pero es imposible descartarlacomo factor de importancia.

    Para la clase obrera y el pueblo es indiscutibleque la apertura de 1983, por limitada que fuera, erainfinitamente preferible a la dictadura. De hecho, laeleccin de Ral Alfonsn fue vivida por la poblacincomo una reivindicacin popular. En este sentido, lademocracia restringida de 1983 fue un triunfo. Peroque haya existido ese triunfo no implica que la dicta-dura no tuviera efectos y consecuencias profundos.Los trabajadores argentinos fueron duramente gol-peados por el rgimen; se perdieron conquistas; mu-rieron o fueron desaparecidos muchsimos militantesy activistas forjados durante dcadas. Sin embargo,la clase trabajadora emergi de la dictadura dispues-ta a recuperar niveles de organizacin, conquistas einclusive a los compaeros afectados por la repre-sin. Los aos 1984 y 1985 estuvieron repletos demovilizaciones en este sentido. Sin embargo, huboretrocesos en la clase obrera? Impusieron su pro-yecto los militares y la burguesa?

    La dictadura tuvo logros, pero tambin fraca-sos. Tuvo xito en destruir toda una generacin deactivistas, lo cual no es poco. Al decir de ellos, ga-naron la guerra. Sin embargo, y a pesar de quese avanz en esa direccin, no lograron construir laArgentina que tenan proyectada. Si bien hubo mo-dificaciones, sobre todo a nivel econmico, y nadiepretende que la apertura democrtica de 1983 fueraigual a la de 1973, es ridculo pensar que Juan Sou-rrouille y Carlos Menem hubieran sido necesarios deotra manera.

    Aqu, nosotros identificamos dos problemas fun-damentales que colorean el anlisis del perodo. Pri-mero, existe una confusin entre el militante, el ac-tivista y el conjunto de la clase. Tambin, existe unaproyeccin de sentires y valores de los sectores me-dios sobre el conjunto de los trabajadores. Segundo,existe una visin de la historia que es casi lineal yno un proceso.

    En cuanto a lo primero, Schneider y yo enten-demos al militante como aquel individuo que se or-ganiza en funcin de una organizacin poltica y alactivista como el que lo hace en una social. En am-bos casos son una minora politizada, activa y fun-damental dentro de la clase. Esta minora cumpleun papel clave en cuanto a la movilizacin social, alas reivindicaciones y a la capacidad de accin de laclase. Sin militantes y activistas, la clase lucha peroespontneamente y rara vez logra superar el planodefensivo. Sin embargo, esta minora politizada espasible de separarse y aislarse del conjunto de laclase. Esto es lo que intenta hacer la represin, y loque en muchos casos logr entre 1976 y 1977. Antela ofensiva de la burguesa, la clase obrera se replegy la militancia que segua a la ofensiva fue aisladay derrotada. En este sentido es posible derrotar a lamilitancia sin derrotar al conjunto de la clase, en lamedida que se separan uno de otro. Evidentemente,debido a la vinculacin entre ambos la derrota de losmilitantes tiene consecuencias y efectos sobre el con-junto de la clase, pero no necesariamente conformauna derrota global. El problema de analizar la dic-tadura de 1976-1983 es que vemos a la clase obreraa travs del prisma de la militancia. sta y muchosactivistas sienten, correctamente, que fueron derro-tados. Sin embargo, muchos trabajadores comunesno tienen el mismo sentir. Por ejemplo, distintos in-formantes marcaron que si bien 1976 fue duro, fueun momento ms dentro de una etapa negra que seinaugur en 1955.

    Esto tambin ocurre si consideramos la visinde la clase obrera que tienen los sectores medios. Pa-ra stos la dictadura signific prdidas apreciables,tanto a nivel econmico como social. Se restringi lamovilidad social ascendente, se limitaron las posibi-lidades de estudio y el acceso a la cultura, el progresode muchos sectores medios se vio fuertemente redu-cido. Ms an, stos fueron rudamente despertadosa la realidad de la lucha de clases por una represinpara ellos desconocida. Es evidente que para estossectores hubo un antes y un despus de 1976. As supercepcin de que hubo un retroceso, o por lo menosun cambio agudo en ese momento, es correcto. Peromuchos analistas suponen que lo que es cierto paraellos lo es para el conjunto. En trminos generales,

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  • La oposicin obrera a la dictadura (1976-1982)

    y con efmeros momentos de mejora, la situacin delos trabajadores ha sido mala desde 1955. El salariodescendi abruptamente en 1976; cierto, pero dentrode una tendencia descendente desde 1952. Es ciertoque se perdieron conquistas; pero tambin se perdie-ron en 1955, 1962, 1966. Hubo represin; pero paralos trabajadores sta existe por lo menos desde laRevolucin Libertadora. El acceso a la universidad,a la cultura y la movilidad social ascendente vienensiendo cada vez ms escasos para los trabajadoresdesde hace dcadas. Esto no quiere decir que los re-trocesos de 1976 fueron escasos, o que fue lo mismoque 1966. Lo que s quiere decir es que para el tra-bajador 1976 no fue el diluvio, sino ms bien un malmomento (quizs uno de los ms malos) dentro deun perodo negro que se inici con el derrocamien-to del general Pern. Todo esto no hace al golpe de1976 indiferente, y mucho menos sin consecuenciaspara los trabajadores, pero s lo pone en su correctadimensin.

    En cuanto al segundo aspecto, es notable la es-casa visin de proceso que sustentan muchos anli-sis. En casi todos los autores parecera que el golpede 1976 vino de la nada a cambiar todo. Esto es his-tricamente imposible. El modelo de acumulacinmercadointernista es cuestionado por la burguesapor lo menos desde 1966. Durante los ltimos cua-renta aos sta viene realizando cambios, dentro deavances y retrocesos, que le permitan construir unpas distinto del que emergi a partir de la crisisde 1929. En este sentido el golpe de 1976 represen-t una continuidad con el de 1966, al igual que elgobierno de Carlos Menem con la dictadura del ge-neral Jorge Videla. Pero al mismo tiempo, existenrupturas. Ms all de lo absoluto o no de su xito,cada renovado intento de la burguesa logr, limita-do por la lucha de clases, modificar aspectos de lasociedad argentina. De manera que 1989 no es iguala 1976, que no es igual a 1966, si bien existe entrelos tres una tendencia histrica. As, el golpe de 1976no fue el diluvio, sino ms bien la continuacin l-gica del proceso iniciado aos antes bajo el generalJuan Carlos Ongana. La incapacidad de percibir elproceso histrico que llev a la dictadura de 1976,se debe a una visin mecanicista de la historia quetiene poco que ver con la actividad real de los sereshumanos.

    Al igual que este libro se bas en muchos delos descubrimientos de Mason sobre el nazismo, ami tambin me parecieron tiles algunos de los con-ceptos que Juan Carlos Portantiero haba derivadode Gramsci, all por 1973. As me pareca que lanocin de empate se acercaba bastante bien a des-cribir la situacin argentina en 1983. Este planteo,

    sugerido en el captulo seis de este libro, es lo quems rechazo ha generado. Para muchos (si no to-dos) un empate evocaba una imagen futbolstica deun partido terminando uno a uno. Y era muy cla-ro que aqu haban ocurrido retrocesos importantespara los trabajadores, dentro de los cuales la muertede tantos activistas y militantes no era un aspectomenor. El rechazo liso y llano obtur tanto una dis-cusin sobre el resto del libro como sobre lo que elconcepto quera decir. Un empate gramsciano tienepoco que ver con el ftbol. De hecho lo que sea-la es que la dominacin de clases se da a travs decomplejos procesos de consenso y hegemona. Cuan-do stos se resquebrajan lo que ocurre es una crisisorgnica. Casi todos aceptbamos que, por lo menosdesde 1955, existi una crisis orgnica en la Argenti-na que dificultaba la dominacin. Para m el objeti-vo de la dictadura de 1976-1983 era efectivamente lareorganizacin nacional en funcin de resolver esacrisis orgnica y obtener el consenso necesario parahacer avanzar al capitalismo argentino una vez ms.Era mi planteo en aquella poca (y lo sigue siendoen la actualidad) que la dictadura no logr resolveresa crisis orgnica y en ese sentido lo que perdurabaen 1983 era una situacin de empate: La burgue-sa monoplica retiene su predominio econmico yavanza a este nivel, pero no tiene la hegemona po-ltica. Hoy en da creo que la dictadura de 1976logr algunas transformaciones que fueron la basematerial para los cambios emprendidos por Alfonsny completados por Menem. En este sentido, ambospresidentes son productos de la dictadura, y si hu-bo alguna derrota obrera de largo plazo sta ocurridurante el gobierno de Carlos Menem: slo l pudodeshacer las conquistas logradas durante el primerperonismo y transformar la sociedad argentina.

    Uno de los problemas centrales para explicar es-ta oposicin obrera era el definir y caracterizar a laclase obrera argentina. El primer modelo explicati-vo al que recurr fue uno que public James Petrasen 1981.11 Si bien pienso hoy en da que aquel ar-tculo es bastante superficial y contradictorio, haceveinte aos me pareci fascinante: era el nico queintentaba retratar las redes socioculturales que ge-neraban la cohesin de clase. Y esta cohesin era,para m, lo que posibilitaba lo que Mason identifi-c como formas identificables de accin colectiva.Al mismo tiempo me entusiasm con una afirma-cin de Juan Carlos Torre por la cual se refera a la

    11 James Petras, Terror and the Hydra: The Resurgen-ce of the Argentine Working Class; en James Petras, et al.,Class, State and Power in the placeThird World. Nueva Jer-sey, Rowman and Littlefield, 1981, p. 259. (Hay edicin encastellano, FCE).

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  • Pablo Pozzi

    clase obrera argentina como madura.12 Yo acep-t esto casi acrticamente sin observar que la nocinde Torre estaba ms vinculada al concepto de ma-durez como ciudadana que como conciencia declase, que era lo que a mi me interesaba y era loque estaba planteando Petras. En parte el proble-ma no fue de vagancia analtica de parte ma, nisiquiera de tratar de acomodar las definiciones a loque uno quera buscando un aval cientfico en al-gn analista reconocido. Era mucho peor que eso.Yo estaba enfrentndome por vez primera al proble-ma de cmo opera una clase social en la realidad. Loque uno siempre haba aceptado como postulados (laclase existe y tiene intereses anticapitalistas que laimpulsan a la lucha de clases) ahora deba probar-lo, porque lo que estaba discutiendo era algo que seopona al consenso cientfico y poltico. Cmo operauna clase social y cmo se demuestra en la prcticasu existencia eran problemas ms que serios.

    De ah recurr a definiciones ms plsticas e his-tricas de clase social: E. P. Thompson y RaymondWilliams. As, a partir de los anlisis de gente comoellos, adems de los de Petras y Mason, tuve que ir,en los aos siguientes a este libro, elaborando algu-nas ideas bsicas. stas se expusieron en obras pos-teriores y muchas estn an en evolucin. Lo centralde las mismas es la nocin de cultura obrera, enten-dida como una serie de costumbres, tradiciones ycomportamientos clasistas derivados de la experien-cia de pertenecer a un sector social determinado yen contraposicin a otros. Como seal en un traba-jo posterior13, hace ya dos dcadas Raphael Samuelpublic su investigacin sobre la militancia del Par-tido Comunista ingls (CPGB), centrndose en lazona del East End de Londres.14 A travs de tes-timonios, cartas, poemas, autobiografas y novelasSamuel logr reconstruir un rico mundo poltico ysocial asentado en una cantidad de tradiciones y ex-presiones culturales que mostraban un submundo iz-quierdista de una riqueza y vitalidad insospechadapara la mayora de los historiadores. El deslizamien-to y la resignificacin cultural de estas tradiciones enotras nuevas, l las llam los teatros de la memo-

    12 Juan Carlos Torres. Los sindicatos en el gobierno. Bue-nos Aires. CEAL, 1983, pp. 11-12

    13 Pablo Pozzi. La cultura de izquierda en el interior dela provincia de Crdoba. Historia Regional, No 22. SeccinHistoria del Instituto Superior del Profesorado No 3 Eduar-do Lafferrire, Villa Constitucin, octubre, 2004, p. 59.

    14 Raphael Samuel. The Lost World of British Commu-nism. New Left Review 154 (noviembre-diciembre 1985). YRaphael Samuel. The Lost World of British Communism:Two Texts. New Left Review 155 (enero-febrero 1986). Eltexto completo de la invetigacin fue publicado en 1988 comoThe Lost World of British Communism.

    ria.15 Eran pautas y criterios izquierdistas que sevivan no como poltica o ideologa sino como com-portamiento correcto, como sentido comn.16 La ca-pacidad que tuvo el CPGB, y luego el laborismo yel trotskismo, para entroncar con estos teatros dela memoria fue lo que permiti su insercin entreamplios sectores de trabajadores, an cuando no tu-viera casi impacto sobre la superestructura polticay electoral. As se dio un sincretismo entre nocionesizquierdistas y tradiciones radicales y artesanalesdel siglo XVIII que generaron una cultura obrera in-glesa en particular con una fuerte impronta clasistay combativa. De hecho, se conformaron en tradicio-nes, memorias, experiencias y un sentido comn quedieron por resultado una fuerte conciencia en s delos obreros ingleses que fue el elemento subyacentey homogeneizador clasista desde la huelga generalde 1926 hasta las huelgas de los mineros del carbndurante la dcada de 1980.17

    Este concepto complementaba aquellas ideas lan-zadas, y jams continuadas, por Petras hace ya vein-ticinco aos. Todava falta mucho para probarlo, so-bre todo porque una vez ms el consenso es que elobrero argentino es peronista o despolitizado. Creoque es infinitamente ms complejo, y que slo la de-sidia intelectual nos hace recurrir a modelos sim-plistas y que explican poco. La cultura izquierdistapuede discurrir por mltiples canales que no son s-lo los socialistas: tambin se ha expresado en formaspolticas como el anarquismo o como el peronismo.La marcha peronista podra perfectamente ser unhimno izquierdista, lo mismo que varios artculos dela Constitucin de 1949 o la Declaracin de la CGTde los Argentinos del primero de mayo de 1968.

    Pero lo fundamental era que debamos explicarpor qu la clase obrera argentina se haba opuesto ala dictadura. Un elemento fundamental, y la correade transmisin de esa cultura, eran los militantes.Si hubo oposicin obrera, a pesar de la represin (y

    15 Raphael Samuel. Theaters of Memory. 2 vols. Londres,Verso Books, 1994.

    16 Muchos de estos planteos se basan en la sugerente obrade Raymond Williams. En particular, vase Resources of Ho-pe. Culture, Democracy, Socialism. Londres, Verso Books,1989.

    17 Otro autor importante que se dedica a temas simila-res, particularmente a la relacin entre los comunistas y losafronorteamericanos, es Robin D. G. Kelley. Vase Sidney Le-melle and Robin D.G. Kelley. Imagining Home. Class, Cultu-re and Nationalism in the African Diaspora. Londres, VersoBooks, 1994. Si bien Kelley tiene una amplia y muy intere-sante obra, para este trabajo es particularmente relevante elartculo, en el libro ya citado con Lemmelle, titulado AfricsSons with Banner Red: African American Communists andthe Politics of Culture, 1919-1934. Tambin vase Paul Buh-le. Marxism in the country-regionplace US. Londres, VersoBooks, 1987.

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  • La oposicin obrera a la dictadura (1976-1982)

    yo creo que este libro prueba que s la hubo), enton-ces eso significaba que el trabajo gris y cotidiano delos militantes revolucionarios de las dcadas anterio-res haba tenido sus frutos. Esto implicaba que paracomprender a los obreros entre 1976-1983 haba quecomprender la relacin entre la militancia argentinay la clase obrera entre 1955 y 1976. Es ms, comoseal ms arriba, haba que repensar toda la cro-nologa de la historia social del perodo, tomando encuenta rupturas y continuidades.

    Por ltimo, y dejando de lado las polmicas pos-teriores que se derivaron de este libro, debo sealarque la investigacin tuvo algunos lmites concretos.Haba cosas que slo se podan probar a ciencia cier-ta teniendo acceso a documentacin empresarial ode los rganos represores. La primera edicin librose public en 1988. Unos aos ms tarde, AlejandroSchneider y Rafael Bitrn investigaron el perodo enZona Norte del Gran Buenos Aires llegando a con-clusiones muy similares a las mas. Poco tiempo des-pus Schneider, tuvo acceso al archivo del Ministeriode Trabajo de Zona Norte (un archivo que no exis-te ms) encontrando informes, datos y estadsticasde empresas y sus jefes de personal e incluyendo lascirculares de los comandantes militares dictatorialeszonales. En todos quedaba claro que las conclusionesque yo haba derivado de la informacin disponibleentre 1985 y 1987 era correcta. Pero ms an, haceun par de aos la Dra. Patricia Funes, que dirige laparte histrica del Archivo Provincial de la Memo-ria, que contiene el archivo de lo que fue la divisinde orden poltico de la polica provincial bonaeren-se, me mostr algunas de las carpetas que contienenlas informacin sobre la conflictividad obrera en lapoca. Una vez ms tuve la satisfaccin de ver con-firmado lo que planteaba. En sntesis, creo que estelibro an es vlido, a pesar de los problemas sea-lados. Me parece que todava debemos discutir laactividad de la clase obrera durante el perodo sinevitar, como seal al principio, los juicios ticos ymorales para poder apuntar ms certeramente lasresponsabilidades. Pero ms an, en un pas don-de tantas cosas se han quebrado en las tres dcadasdesde el golpe de estado, me parece fundamental res-catar que fueron seres humanos comunes, los cualescon entereza y dignidad, arriesgando todo lo que te-nan, supieron oponerse a la dictadura.

    He agregado al final de esta versin del traba-jo cuatro entrevistas con distintos activistas obrerosde la poca. Las entrevistas fueron hechas en 1988mientras terminaba la investigacin de este libro.Las cuatro me resultan, an hoy, interesantes tantopor lo que dicen como por lo que revelan sobre elinvestigador. En particular, la entrevista con Pata

    es ilustrativa de mi propia inmadurez en hacer estetipo de entrevistas: comet todos los errores posi-bles para un investigador. An as, tanto Pata comolos otros entrevistados demuestran una increble pa-ciencia con el joven imberbe que no entiende nada.Lo que se trasluce es que para ellos es importantetrasmitir, a travs de su historia personal, que lostrabajadores tambin ganaron la apertura democr-tica.

    Ya hace veinte aos era difcil poder expresarmi reconocimiento a la gran cantidad de amigos ycompaeros que han hecho posible este trabajo. Poruna parte es evidente que ellos no tienen la culpa delas opiniones aqu expresadas. Pero por otra su apor-te fraternal y solidario enriqueci mi estudio, sirvipara profundizar distintos aspectos, para cuestionary corregir otros, y para largas discusiones.

    Este estudio se inici hacia 1978 a raz de unaconferencia que el profesor James Petras, de la Uni-versidad del Estado de Nueva York (SUNY) en Bing-hamton, me permiti exponer ante su clase. En aquelmomento, literalmente, me mand una resea dela historia de la clase obrera argentina con una pe-dantera indigna de semejante causa. Petras, luegode escucharme cuidadosamente, con mucha finura ymuy educadamente, me indic que realmente yo notena la ms mnima idea de lo que estaba hablando.Y luego me sugiri un bibliografa mnima que debaleer. Incentivado por semejante papeln, y tambinpor el cario y la solidaridad expresada por un com-paero del calibre intelectual de Petras, decid que ltena razn y me puse a estudiar. Unos aos ms tar-de, en 1981, los editores del peridico del exilio De-nuncia publicaron una versin necesariamente muyperiodstica y polmica. En 1985 el profesor Alber-to Bialakowsky, de la Universidad de Buenos Aires,incluy otro borrador en una coleccin de artculospara sus estudiantes del Ciclo Bsico Comn.

    Finalmente, un ao en Estados Unidos, graciasal Programa de Intercambio Internacional entre laUniversidad de Buenos Aires y la Universidad deMassachusetts en Amherst me permiti el tiempoy los recursos necesarios para completar esta ver-sin del trabajo. Debo agradecer particularmente aBruce Laurie cuyo inters, aliento y apoyo fue fun-damental, especialmente considerando que la histo-ria argentina queda bastante lejos de sus intereses.Sin embargo, Bruce como antiguo militante obrero yestudiantil de la dcada de 1960, retiene una impor-tante perspectiva clasista y un inters internaciona-lista. Entre los colegas de la Universidad de BuenosAires los profesores Horacio Pereyra, Mara Adriana

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  • Pablo Pozzi

    Bernardotti y Felipe Duarte fueron de una ayuda in-valorable. La investigacin la realic al mismo tiem-po que Ernesto Salas estaba investigando sobre lahuelga del Frigorfico Lisandro de la Torre. En mediode su monomana y de la ma, nos las arreglamos pa-ra intercambiar ideas y discusiones que, por lo menosen mi caso, resultaron fundamentales para repensarla historia de la clase obrera argentina. Por ltimo,Rafael Bitrn y Alejandro Schneider, que en aquelentonces eran estudiantes de historia, y cuyo intersera similar al mo aportaron con su estudio detalladosobre la clase obrera en Zona Norte del Gran BuenosAires. Por ltimo, tanto la entonces bibliotecaria deUMASS, Pauline Collins, como la del North Ame-rican Congress on Latin America (NACLA), RuthKaplan, fueron una ayuda valiossima. Tambin de-bo agradecer al abogado Reed Brody. Fue a travsde Brody que me pude poner en contacto con algu-nos miembros del colectivo de Editorial Denuncia,hoy en da disuelto. Si bien me gustara agradecer-les con nombre y apellido es comprensible su deseode mantener el anonimato.

    Por ultimo, el mayor agradecimiento es a Ma-riana, Toni y Emilia que me llenan de alegra y ledan sentido a mi vida; son mi salvacin.

    Pilar, Crdoba 1 de marzo de 2006

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