La Miranda - Navidad 2009

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La miranda DIARIO de IBIZA JUEVES 24 Y VIERNES 25 DE DICIEMBRE DE 2009 | 29 El cuento de la Navidad PÁGINAS DE CULTURA Nº 83 32 CARLES FABREGAT: CINE NAVIDEÑO | 34 VICENTE VALERO: PASSAU, STIFTER, EL DANUBIO [email protected] - blog.diariodeibiza.es/lamiranda ILUSTRACIÓN: PEDRO ASENSIO Victor Balcells, Ben Clark, Albert Prats, Bartomeu Ribes y Mario Riera publican hoy en La miranda su «cuento» de navidad, ilustrado por el pintor Pedro Asensio. Se trata de un género literario cada vez con más ramificaciones, proveniente del llamado «espíritu navideño», un concepto del siglo XIX, tal como explica Helena Tur en un artículo donde repasa la trayectoria literaria de esta fiesta. Páginas 30 y 31

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Número monográfico del suplemento La Miranda, del Diario de Ibiza, dirigido por Vicente Valero. Selección de cuentos de navidad y nota de Valero sobre el Danubio y Stifter.

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La mirandaDIARIO de IBIZA JUEVES 24 Y VIERNES 25 DE DICIEMBRE DE 2009 | 29

El cuento de la Navidad

PÁGINAS DE CULTURA Nº 83

32 CARLES FABREGAT: CINE NAVIDEÑO | 34 VICENTE VALERO: PASSAU, STIFTER, EL DANUBIO

[email protected] - blog.diariodeibiza.es/lamiranda

ILUSTRACIÓN: PEDRO ASENSIO

Victor Balcells, Ben Clark, Albert Prats, Bartomeu Ribes y Mario Riera publican hoy en La miranda su«cuento» de navidad, ilustrado por el pintor Pedro Asensio. Se trata de un género literario cada vez conmás ramificaciones, proveniente del llamado «espíritu navideño», un concepto del siglo XIX, tal comoexplica Helena Tur en un artículo donde repasa la trayectoria literaria de esta fiesta. Páginas 30 y 31

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DIARIO de IBIZA

Cinco historias ejemplares

EL CUENTO DE LA NAVIDAD

Jueves, 24 y viernes 25 de diciembre de 2009 | La miranda

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O ¿Cómo se llamaban los invitados? pre-guntó Scarpa. Ella lo miró. Luego señaló unode los platos y dijo: allí debía sentarse Jean.Y se quedó así, con el dedo extendido sobrelas velas; resultaba macabro. Pablo Scarpa selevantó de su sitio y se sentó en el sitio deJean. Bebió un trago de su copa y dijo: Hola,soy Jean, acabo de llegar, señora Leopardi,lamento el retraso, había un atasco. Ella, per-pleja, miró a Scarpa; se llevó la mano al men-tón y sonrió. Por favor, Jean, llámame Lis,tampoco soy tan vieja. Scarpa dijo, oh, Lis,qué hermosa que estás hoy, ¿Qué has hechopara cenar? La señora Leopardi se rió y dijo:siempre pensando en comer. No te voy a ser-vir hasta que no lleguen Paul y Sartre. Seña-ló otros dos asientos vacíos. Pablo Scarpa semovió hasta el asiento de Paul. Aquí estoy,Lis, ¿sabes qué? anoche estabas en mi sueño:íbamos a los Alpes y éramos niños, cómopasa el tiempo. Te veo muy bien, Paul, dijoella, ¿aún corres por las mañanas? ¡Claro!,dijo Scarpa, mientras me lo permitan las pier-nas, correré. ¿Dónde está Sartre? preguntóLis Leopardi. Scarpa se puso en el sitio deSartre. ¡Por favor! Esta mañana se ha hun-

dido la bolsa, ¿Qué voy a hacer con mi vida,Lis? ¡Estoy arruinado! Pablo, creciéndose enel papel, hizo ver que miraba su reloj de pul-sera, suspiró y se hundió en el asiento. Sar-tre, dijo la señora Leopardi poniendo la manosobre el brazo de Scarpa, la bolsa siempresube y baja, pero tú haz el favor de sentartebien, arriba. Mi querida Marguerite, dijo des-pués mirando otro sitio vacío, por fin has lle-gado. Pablo Scarpa sintió un escalofrío. Des-pués se sentó en el sitio de Marguerite, se tocóel pelo y encendió un cigarrillo. Lis, los hom-bres nunca aprenderán, dijo Scarpa con vozde mujer. ¿Desde cuando fumas? preguntó laseñora Leopardi. Scarpa miró el cigarrillo ydespués sus uñas. Pues no sé, dijo, me he afi-cionado a los cigarrillos mentolados. La se-ñora Leopardi se rió, o quizá lloraba. Eresuna pija, Marguerite, dijo, nunca aprende-rás. ¿Y tú, Carolina?, dijo mirando a otro si-tio vacío, has llegado un poco tarde... Scar-pa se puso en el sitio de Carolina. Ay, Lis,mira que eres quisquillosa, dijo con voz chi-llona Scarpa, me quedé dormida en casamientras leía a Aristóteles. ¿Aristóteles?, pre-guntó la señora Leopardi. Sí, sí, dijo Scarpa,

como lo ves Lis, labelleza está en la to-talidad del cuerpodesnudo, ¿Qué opi-nas Marguerite?Scarpa se movió al sitiode Marguerite y se con-testó a sí mismo: Claro,claro, Carolina, tú siempre tanfilosófica, el cuerpo desnudo y blabla bla. Scarpa volvió al sitio de Ca-rolina. Cuando veas un cuerpo des-nudo lo comprenderás, dijo, y luego hizoun aspaviento y añadió: no soporto tu ciga-rrillo mentolado. La señora Leopardi se lopasaba bien mirando aquella escenificación.Pablo Scarpa se sentó en el sitio de Paul y ha-bló con voz ronca: y dígame, señor Scarpa,¿a qué se dedica usted? Pablo volvió a su si-tio y dijo, bueno... yo soy biógrafo. Amigos,ahora que estamos todos, ¿No sería pruden-te que empezáramos a comer? preguntó laseñora Leopardi a los comensales. Scarpa sepuso en el sitio de Jean. Oh, sí, por favor, Lis,¡Estoy muerto de hambre! cogió un tenedory lo enarboló arriba. Luego se movió al sitio

de Marguerite y dijo, mirando al sitiode Jean: ¡Grosero! Calma, dijo la se-

ñora Leopardi, no os peleéis, ense-guida traigo el primer pla-

to: Beignets de fleurs de cour-gettes. ¡Oh, magnífico! excla-

mó Scarpa, y realmente sonócomo si lo hubieran dicho

seis personas a la vez. Yasí fue. De pronto esta-

ban todos en la mesay nadie había olvi-dado pasar la no-chebuena con laseñora Leopardi.

Ella reía, las velas vibraban por el vocerío,aunque en realidad fuera una corriente deaire, aunque todo fuera una farsa: las velasvibraban por el vocerío. En el lago, de noche,los amigos se bañan. Cada uno nada cercadel otro, pero apenas puede ver nada. El aguaes negra, las voces de los demás llegan leja-nas, el chapoteo; uno comprende lo solo quese está allí y en todas partes. Hay que ir concuidado: según dicen, por las noches es cuan-do los monstruos salen a cazar.

Banquete de Navidad

VÍCTOR BALCELLS MATAS

O (A la senyora Pino). Vacances de Nadal. Vacances somiades i espera-des amb fruïció, perquè eren les primeres del curs. Anàvem a l'escola quehi havia just dalt del cine Catòlic. Ja començava, primers anys de la dè-cada prodigiosa dels seixantes, el fred encara en blanc i negre a la ciutatd'Eivissa que semblava una còpia poc millorada d'algun decorat de ‘Plá-cido’, l'extraordinària pel·lícula de Berlanga que mai hauríem de deixarde veure, com a mínim una vegada a l’any, assegura algú que conec bé.

Els records. Els records són allò del que devem procedir i els hem dedonar la benvinguda, contra l’oblit. Records, però quins? Elsenyor Núñez, e.p.d., tan excel·lent i bona persona com era,tan divertit i optimista sempre, canari descendent per viamaterna de l’insigne i meravellós novel·lista Don Benito Pé-rez Galdós, fumador sempitern de cigarrets negres, va dirque aquell any hi hauria un Betlem vivent i em va pregun-tar si hi voldria fer de pastor. El senyor Núñez i la seuanombrosa família vivien al pis de baix del nostre, a lamateixa escala que donava a l’avinguda d'Espanya, comara, però amb pocs cotxes que passaven, llavors. Moltprop, el Puig des Molins, on jugàvem fins que nos’hi veia i les rata-pinyades volaven amb remorosanerviositat, descrivint cercles impossibles contra lafosca i la necròpolis reblerta de roques, de tapareres,d’oliveres i d’ametllers que començaven a florir.

Hi hauria un Betlem vivent, d’acord, ja m’a-nava bé, i més si el senyor Núñez ho deia i m’hiconvidava a ser-ne partícip. No vull confon-dre els miracles de la memòria amb les indis-posicions de la carn relligada amb l’esperitja no gaire innocent ni vigorós. Però vol-dria provar de dir amb senzillesa el que ésbastant, i tanmateix em fa vergonya d’es-criure-ho, per què?, sagrat i importantíssim.El senyor Núñez em va donar, per al meu pa-per de pastor, una pell de moltó.

El Betlem vivent es va fer a les coves que hi ha devora el museu ar-queològic, a l’esplanada de davant Can Partit, als peus del puig. Aques-tes només són unes notes que permetin la visita a l’emoció mig desbo-cada d’aquell infant que jo era, amb pell de moltó al Betlem vivent queva organitzar el senyor Núñez, a les coves del Puig des Molins, davantla via Romana molt poc asfaltada, o mica.

Pell de moltó

BARTOMEU RIBES

O Desembre degluteix amb desgana els fulls delcalendari, però, així com s’atraca Nadal, n’UrpesGuidon sent que la ressaca permanent que arros-sega des que li varen robar la filla es desfà i deixapas a unes palpitants ganes de viure. Potser sónels llums de Nadal o la loquacitat dels anuncis te-levisius; la paga extra o l’alegria febrosa de la gent;l’excentricitat de tot plegat... No el sabria dir amb

exactitud, el perquè d’aquest vigor renovat.Ni falta: ara tot l’aproxima al got migple, cap a un goig de dir i sentir les coses

que no experimentava des del naixe-ment na Maldruska, i això és l’impor-tant. Pensant en la nit de Nadal, la bon-humorada el va fa imaginar i riure: ladisfressa, el regal, la sorpresa que ja és

tradició.– És pot saber per què dimonis

parles tant? –na Mirja-nia no entén el seu nou

estat ni tanta loquacitat.– Ehem... això... no

ho sé, crec que..., ah,per cert, escolta, aquestNadal no el podré pas-sar a casa. Tenim un

viatge d’empresa, per tre-ballar en equip i re-

forçar els vinclesafectius. Diuen

que fa falta que ensconeguem millor, més

intimitat.– Urpes, un altre any igual... Ummm...,

bé, què hi farem...? Mentre no intimidis massa ambcap companya. On has deixat el comandament?

- Intimidis no, intimis. Ve d’intimar no d’inti-midar.

Només explica el seu pla a en Zeco Abruvàfils,un amic que té una disfressa de Pare Noël perquè

dos nadals enrere va fer de figurant en un centrecomercial. Sol contar-ne anècdotes i la Mirjania hiriu molt. De fet, durant aquells dies l’anaren a veu-re un parell de vegades, tot i que no li agrada gai-re anar als centres comercials al Nadal des que elsva desaparèixer l’alegria, plens com estan de ne-nes que li fan pensar en na Maldruska. Li semblauna conxorxa per fer-li encara més evident que maimés no la veurà.

Abans de girar silenciosament la clau pel panyde ca seua, n’Urpes es col·loca la barba i s’allisa laroba vermella i baldera. Es palpa els pantalons is’atura a la butxaca, on porta el regal. Respira, en-tra, escolta remor de plats i es dirigeix cap a la cui-na de puntetes. Salta al llindar al crit del tradicio-nal «Hou hou hou! Bon Nadal!». Na Mirjania, enZeco i una nena sopen a taula. Tenen un pollastrea l’ast de la botiga de menjars del barri, un plat depatates fregides, una ampolla de vi negre enceta-da i una fanta de taronja. Se’l miren i la petita pro-rromp en un joiós «El Pare Noël!». Na Mirjaniaamaga una salutació amb la mà, com no volentdesfer la màgia i la incredulitat que captiva la pe-tita. En Zeco fa el mateix, tot picant-li l’ullet.

N’Urpes agafa la nena de la mà i la du a l’habi-tació de na Maldruska. Ell solia portar-la a dor-mir, i en sentia l’escalfor als braços. La finestra s’en-fronta a la ciutat, una extensió fosca i pigmenta-da de llums. Pel cel hi passa un helicòpter fregantels edificis, que ho omple tot amb el bat bat de lesaspes i el brunzit del motor. Després s’allunya. Des-prés el silenci. Na Maldruska es posa dreta i miraal cel encès. Li agafa les barbes al Pare Noël i li de-mana el regal. N’Urpes treu de la butxaca una cap-seta. Pensa en els Nadal que passaren i en tot elque li manca. La nena l’engrapa i marxa cap a lacuina corrent amb la capseta a la mà.

– Papà, papà, el Pare Noël ja torna a plorar. Unaaltra vegada! Jo, quin rotllo, m’havies dit que en-guany no ploraria!

Pare Noël

ALBERT PRATS COSTA

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31EL CUENTO DE LA NAVIDAD

La miranda | Jueves, 24 y viernes 25 de diciembre de 2009

O La carrera de un mendigo empezaba alfinal de la calle. Se apostaba en el núme-ro cien, puede que el más espabilado se co-lara un poco, empezando directamente enel 95, pero por lo común la tácita ley eramuy estricta en lo que respecta al posicio-namiento, si bien no especificaba nadaacerca de las metodologías posibles a lahora de pedir.

Pero pronto el fenómeno de la calle Pro-greso atraería a un número insostenible depordioseros provenientes de ciudades ve-cinas, incluso se decía que había llegadogente de las provincias limítrofes. Y es quetodo el mundo hablaba de la calle Pro-greso.

La mañana del desastre, el alcalde man-tenía un pleno extraordinario para paliarla sequía que se había cobrado un terciodel ganado de Güecela del Río. En ese mo-mento Joaquín, con un destornillador en lamano y la linterna entre los dientes, erasólo, a ojos de doña Herminia que le ob-servaba expectante desde el quicio de lapuerta, dos piernas algo gruesas, embudi-

tas en unas Levis de segundamano y unas botas de cueroque bien podría haber pertene-cido a un comandante del tercerReich. «Foy a ené que fedirle la fieza oñaminia». «¿Qué?» «E foy a ené que ea, unnento… Que voy a tener que pedirle la pie-za digo, que esto no se puede arreglar», dijoJoaquín, emergiendo de debajo del frega-dero. No creo que le cueste mucho». «Bue-no… pues si no queda más remedio…¿Quiere un té?» «Herminia es que la..»«Ah, ya, claro, se me olvidaba… si es quebasta que te falte algo para que…»

Lo que sucedía en la calle Progreso po-dría tener, seguramente, algún tipo de ex-

plicación matemática,algo que hablaradel factor A, con-dicionado por losfactores B,C y D,

dividido por la E…quién sabe. Y sin em-

bargo escapaba a toda lógica. Los mendi-gos empezaban pidiendo al final de la ca-lle, a medida que pasaban los días avanza-ban, número a número, llegando final-mente al uno, donde estaba la plaza. Allí,en traje, solían sentarse en una de las te-rrazas, tomaban un café, leían la prensa yluego utilizaban el móvil para llamar a untaxi. Pero la mañana del desastre no en-

contró ningún mendigo en el número 98,ni tampoco en el 92, ni siquiera en el 86.El alcalde sudaba y volvía a preguntar denuevo. «¿Y no se puede traer entonces?»El hombre que tenía enfrente le ofrecióuna mirada cansada. «Verá, como ya dijeantes…» En ese momento Joaquín regre-saba a casa por la calle Progreso. Teníahambre. El vacío de su estómago era pro-porcional al vacío de sus bolsillos, perosus tripas no le daban tregua. En ese mo-mento se le ocurrió una idea. Se sentó allímismo, en el número 53, y extendió unamano para pedir. Al principio nadie sefijó, pero poco a poco la gente le fue re-conociendo y algunos decidieron sentar-se también. Y otros, y otros más. Hastaque la ciudad entera, con la excepción delalcalde y el pleno, se apretujaba en la ca-lle Progreso con la palma mirando haciaun cielo que no ofrecía ni una gota deagua. «Lloverá», sentenció el alcalde mi-rando pensativamente las luces navideñaspor la ventana. «Lloverá. Y lloverá des-pués sobre mojado».

O Al verlo sentado en su escritorio en ple-na noche, un escalofrío indefinible me re-corrió la piel. Había subido al piso supe-rior y me llamó la atención ver la tenue luzque se reflejaba desde su cuarto. Eran ya lascuatro de la mañana y algunos chicos delCentro de Menores habían salido de fiesta,pero él se había quedado aduciendo can-sancio. No pude evitar asomarme y verlosentado en su mesa llorando en la penum-bra. No me atreví a decirle nada, pero enmitad del silencio del largo pasillo, no mecostó imaginar por qué estaba así. Había-mos hablado durante la cena de sus preo-cupaciones y a pesar de que intenté cal-marlo para que disfrutara de la Noche-buena, sabía que en su interior seguía em-boscado en sus angustias. Madhi era un chi-co alegre, pero cuando algo le preocupabade verdad se encerraba en sí mismo y le cos-taba mucho sincerarse. No es que hubieradejado de confiar en mí, pero sabía que yano me creía, y que por mucho que le dije-ra, me veía impotente ante las razones quele empujaban cada día más hacia el vacío.

En pocos días iba a cumplir los diecio-cho años y por tanto tendría que dejar elCentro, sin que aún nadie hubiera sido ca-paz de darle una alternativa de futuro con-vincente. Ya habían pasado más de tresaños desde que se fue de Bamako y habíatomado un tren rumbo a Mauritania. Tresaños desde que en una noche oscura, apro-vechando el despiste del capitán, se coló enuna de aquellas barcazas que llevaban a Eu-ropa, tres años desde que llegó desfalleci-do a las costas de Canarias y después de unperiodo de internamiento, lo metieron enun avión por primera vez en su vida y lo lle-varon a otra tierra sin nombre. «Esta serátu casa», le dijeron mientras entraba en unedificio de pabellones fríos e impersonales.La mayor fuerza que le acompañaba eranlas palabras que le había dicho su padre almarcharse: «sacrifícate y ten respeto, así teabrirás camino en la vida». Una vez allí, co-noció a educadores y monitores que le die-ron una agradable bienvenida y también a

otros menores a los que vio como extrañosy que con el tiempo se convertirían en suscompañeros. Sentía temor ante todo aque-llo, él era diferente, era negro y había oídoque en esa tierra había gente dispues-ta a recordárselo de la peormanera. Fue fiel a las pa-labras de su padre ydejó de ser aquel niñocallejero que todo eldía andaba bus-cando como pi-llear de un lado aotro. Salir de sucasa fue una ex-periencia que lehabía marcadoprofundamen-te, ver la miradade su madre des-pidiéndose en lapuerta, a sushermanos dán-dole ánimos, asu padre mos-trando enterezaante la despedi-da, a sus perrosladrando comolocos. Después elmar en plenanoche, su pe-queñezante aque-lla inmen-sidad, sumiedo amorir aho-gado o se-diento, su llegada a aquellugar extraño donde le miraban consospecha, el interior de aquel recintoque aún no acababa de acogerle...

Pasó el tiempo y se fue adaptando a sunueva vida, aprendió el idioma e hizo ami-gos. Cogió confianza con sus educadores yempezó a sentirse querido, algo que nuncahubiera imaginado que pudiera sucederle.

Empezó a estudiar y a aprender un oficioaunque sus padres le hubieran insistido enque se pusiera a trabajar cuanto antes paraenviar dinero a casa. Poco a poco fue sin-

tiéndose a gusto. Había puesto muchoempeño para que en el Centro

hubiera una buena convi-vencia entre los compañe-

ros, pues para él aquellaya era su casa. Se ha-bía hecho amigo detodos aunque conge-

niara más con unosque con otros y enalguna ocasión ha-bía llegado a inter-mediar en diferen-tes conflictos entreellos mostrandouna madurez pro-pia de un adulto.

Siempre tuvo uncomportamientoejemplar del cualsus educadores es-taban muy satisfe-chos, pero él sen-tía que eso no ha-bía sido suficiente.Ahora, viéndolo

sentado en suescritorio, po-

día percibirsu soledad,notabacomo se

sentía derro-tado y creíaque las pala-

bras que le había dicho su pa-dre no habían servido para nada. Sus edu-

cadores llevaban meses intentando que susalida del centro no fuera traumática y con-tara con suficientes recursos para ganarseun porvenir en la vida. Hoy por hoy, tresaños después, aquel chico seguía sin per-miso de trabajo, pues le habían puesto de-masiadas trabas administrativas para con-

seguirlo. Se había esforzado, había hechoprácticas de trabajo y había cumplido contodas sus obligaciones, pero veía la cara deimpotencia de quienes realmente intenta-ban ayudarle y no conseguían nada y eso lehacía sentir una enorme frustración.

A quienes debían resolver sus papelespoco les importaba que se viera abocado ala ilegalidad, o a tener que dedicarse a laventa ambulante como había visto hacer amuchos de sus compañeros africanos. Aho-ra pensaba que todo era una gran mentiray que quizás era cierto lo que le habían di-cho de que en esa tierra los trataban de ma-nera diferente. Sin saber porqué, le estabancerrando las puertas a poder ganarse la vidahonradamente cuando él sabía que otroschicos que habían llegado en su misma si-tuación sí lo habían conseguido. Se sentíaun ser insignificante en un mundo rodeadode personas anónimas a las que no impor-taba en absoluto. Su único apoyo eran suseducadores que siempre le habían mostra-do su cariño, pero sabía que pronto los per-dería y que no podía pedirles nada cuandosaliera de allí.

Y aún así quería creer en un futuro por-que su padre le había enseñado a no des-fallecer y creía que todo lo que él había su-frido para llegar hasta allí estaba por en-cima de la talla de aquellos que no erancapaces de ver la justicia de sus actos.Aquellas personas estaban demasiado le-jos en sus despachos para detenerse a ima-ginar la angustia que sentía. De espaldasen la oscuridad, me daba cuenta cómo elmundo se le venía encima, pensaba en lodesagradecida que podía ser a veces la viday podía sentir cómo el eco de las campa-nas de la Navidad rebotaban en su inte-rior con amargura. Vivía como propioaquel miedo que el chico había vivido alllegar a aquella tierra, ese miedo que vol-vía y se le pegaba a la piel como un tem-blor ajeno que le removía el alma y le de-jaba desolado en mitad de la noche pormucho que afuera sonaran canciones depaz y felicidad.

Última Navidad en el Centro

MARIO RIERA

Calle Progreso

BEN CLARK

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CINE

Jueves 24 y viernes 25 de diciembre de 2009 | La miranda

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DIARIO de IBIZA

Paradójicamente (o tal vez no), los gran-des relatos basados en el llamado «espíri-tu navideño» se diría que nacieron comofruto de la dificultad en épocas de crisis ygrandes cambios. Fue en plena revoluciónindustrial –cuando el aumento de pobla-ción proveniente de las colonias británicasy la industrialización mantenían a un inci-piente proletariado en las condiciones másinjustas, incluyendo a los menores– queCharles Dickens escribió su ‘Cuento de Na-vidad’ (A Christmas Carol) (1843), del quehan derivado la mayoría de argumentos ci-nematográficos del género, aún hoy en día.

Otro gran referente de la temática navi-deña (que en realidad surge a partir de unaversión libre del cuento de Dickens) lo ha-llamos en ‘¡Qué bello es vivir!’, película di-rigida por Frank Capra en 1946, recién ter-minada la II Guerra Mundial, si bien en unode sus pasajes retrata también la época dela Gran Depresión que marcó el período deentreguerras.

En esta breve enumeración de los pilaresfundacionales del género, cabe también in-cluir un tercer título cinematográfico, ‘Deilusión también se vive’ (Miracle on 34thStreet), cinta dirigida por George Seaton en1947, que guarda muchos puntos en co-mún con la de Capra, realizada sólo un añoantes, coincidiendo con ella en la crítica alpujante mercantilismo y su tendencia a des-deñar valores como los de la solidaridad ola necesidad de otorgar un trato humano alos más desfavorecidos.

Mezclando estos tres títulos en sus posi-bles combinaciones obtendremos la casi to-talidad de argumentos con que Hollywo-od alimenta anualmente ese subgénero dela comedia fantástica, incluidos aquellosejemplos destinados a subvertirla, como esel caso de la poética ‘Pesadilla antes de Na-vidad’, relato gótico resultante de conjurarel lado oscuro de las constantes del cine na-videño.

De Dickens a CapraDe hecho, aunque se trate de un título ol-vidado por las nuevas generaciones, ‘De ilu-sión también se vive’ está en la base de‘¡Vaya Santa Claus!’, la saga con que nosvienen atormentando desde hace quinceaños, a una por lustro, por la que un tipocorriente (por supuesto divorciado y conun niño que sufre la situación) se «carga-rá» accidentalmente al verdadero SantaClaus, debiendo ocupar él mismo su lugara causa de una misteriosa cláusula previs-ta para estos casos. Lo que justifica que enSudamérica el film recibiera el título, másajustado al original, de ‘Santa Cláusula’,desvirtuado aquí por la intervención de losdistribuidores españoles.

La diferencia es que mientras en el filmde Seaton de 1947 nunca llegaba a quedarclaro si quien decía ser Papá Noel (EdmundGwin) lo era en realidad –un acierto a con-tabilizar en el haber de la película–, en lostítulos de parecido argumento que pueblancada año las pantallas (grandes y peque-ñas) de noviembre a enero, el pobre deshe-redado de la fortuna que reclama, sin éxi-to al principio, ser considerado el verdade-ro Santa, acaba por revelarse como tal entodos los casos, para regocijo de la inmar-cesible inocencia infantil y asombro de la

descreída tropa adulta.Si ‘¡Vaya Santa Claus!’ resulta de la ba-

nalización de un relato ya de por sí algo ba-nal aunque no falto de encanto –‘De ilu-sión también se vive’–, la inmensa mayoríade películas navideñas protagonizadas porepígonos de Mr. Scrooge, banalizan la exal-tación del «espíritu navideño» que inau-gurara Dickens, dejándolo en un enfrenta-miento maniqueísta entre los buenos inge-nuos, fieles al niño que llevan dentro, fren-te a los escépticos contrarios a la Navidad(por lo que parece, buena por naturaleza),si bien siempre acaban por llevarse el gatoal agua los primeros, previa conversión delos segundos tras haber visto la luz (¡comopara no verla, con esas casas que parecenpatrocinadas por una confederación hi-droeléctrica!).

Al fin y al cabo, cuando Dickens perfi-ló los rasgos de su Mr. Scrooge –a quienhizo pasar de viejo ogro avaro y obsesio-nado con el trabajo a anciano benefactor,imbuido por el mensaje de la Navidad–faltaba todavía un cuarto de siglo para queKarl Marx publicara el primer tomo de ‘ElCapital’, con lo que el escritor británico

no contaba con el concepto de «lucha declases» para confrontarlo con los abusosde la época victoriana, debiendo echarmano de la providencia y la moral cris-tiana para remediar con un final feliz sushistorias de miseria y explotación, de lasque las víctimas eran siempre criaturasdesafortunadas.

Por lo que hace a su famosa cinta ins-pirada en el cuento de Dickens, Frank Ca-pra dividió a Mr. Scrooge en el malvadoMr. Potter (Lionel Barrymore) por unlado, y en el honrado George Bailey (Ja-mes Stewart) por otro. Tras volver de laguerra, ambos con el grado de coronel, pa-rece que tanto Capra como Stewart que-rían no sólo revitalizar sus carreras –cla-ramente desfalleciente la del director,quien había ya dejado atrás su mejor mo-mento, coincidente con el New Deal deRoosvelt–, sino notar el calor del público,como una suerte de redención por su con-dición de supervivientes de una contienda–susceptible de hacerles tambalear la fe enla Humanidad–, que finalizó con el lan-zamiento de la bomba atómica y fue ca-paz de alumbrar una idea tal como la de

los campos de exterminio.Si Mr. Scrooge debía su redención al tor-

mento de unos fantasmas que le mostra-ban pasado, presente y futuro, George Bai-ley se salva del suicidio al que estuvo apunto de conducirle la ruina económica,no por los oficios de un fantasma sino porlos de un ángel obligado a ganarse sus alas.Recurso almibarado que le valió a Capranumerosas críticas, disconformes con elingenuo ‘buenismo’ que en su opinión des-tilaba la cinta. Desde luego, ahora sabe-mos que la manera de combatir el capita-lismo salvaje encarnado por Mr. Potter noparece hallarse en el optimismo entusias-ta ni en la solidaridad vecinal.

Pero una mirada capaz de sustraerse ala visión meramente ritual de este clásicoque nos deslizan anualmente entre el tu-rrón y las campanadas, permite descubrirque lo que está en juego en ‘¡Qué bello esvivir!’ es el suicidio del hombre borradotras las demandas de los demás, del hom-bre que corre el riesgo de volverse invisi-ble a causa de vivir la vida de otros, mien-tras renuncia a la suya propia.

Capra, cuya carrera estaba ya decli-nando, hace que se obre el milagro: todoslos habitantes de Bedford Falls, conscien-tes de la vida de renuncia que ha llevadoGeorge para que puedan cumplirse sussueños (los de ellos), acudirán a la llama-da de ayuda como un solo hombre. Casode creérnoslo, ¡eso sí que sería un milagroy no el de las alas!

Pero una mirada todavía más atenta,como ha señalado el crítico Juan Zapater,mostraría que el desfile de amigos y veci-nos al final de la cinta –para contribuir consus ahorros a la salvación de George– «separece mucho a ese sueño por el que unomismo puede asistir a su funeral, y así per-cibir el afecto que en vida le fue negado».

Efectivamente, ‘Qué bello es vivir’ con-tenía demasiados aspectos sórdidos paraque pudiera ser un éxito en su momento.Ha debido esperar su ritual repetición te-levisiva –cuando ya Capra duerme el sue-ño de los justos–, para que todos reconoz-camos el talento de un director que mien-tras lo filmaba sabía que estaba escribien-do en letras de molde su testamento.

CARLES FABREGAT

«Tras volver de la guerra,ambos con el grado de coronel, parece quetanto Capra comoStewart querían no sólorevitalizar sus carreras,sino notar el calor del público, como unasuerte de redención por su condición de supervivientes de la contienda»

Cine navideñoDickens y las películas ‘Qué bello es vivir’ y ‘De ilusión también se vive’ son las referencias navideñas del cine

Franz Capra ‘Qué bello es vivir’ (1946)

‘De ilusión también se vive’ (1947) ‘Vaya Santa Claus’ (1994)

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DIARIO de IBIZA

Si, después de la Segunda Guerra Mun-dial, el origen de las oenegés no es otro queun paternalismo que pretende ayudar,pero sin cambiar en absoluto las diferen-cias económicas entre distintos sectores opaíses, algo similar ocurre con el «espíri-tu navideño» que surge a mitad del sigloXIX. Surgimiento que se da entre una nue-va burguesía fruto de las revoluciones in-dustriales y, en consecuencia, de las dife-rencias sociales que ocasiona la tenenciade los medios de producción por parte deuna nueva clase frente a la precariedad delproletariado que trabaja para ella. Es apartir de aquí que las fechas navideñas vendeteriorada la esencia de un cristianismoque predicaba la hermandad de una vezpara siempre en favor del auge de una ca-ridad que, como buen creyente, se reali-zará una vez al año, pero, como toda li-mosna, no cambiará la estructura social.

Sin embargo, los virtuosos acomodadosse sentirán estupendas personas ante estegesto misericordioso y excepcional. Tam-bién, en esta época, aparece la base co-mercial y favorable al consumismo queimpregna las actuales fechas. Por ejemplo,en 1843, Henry Cole inventa la primerapostal navideña con la estampa de unailustración de Juan Callcott Horsley y espor esa época cuando se ponen de modaSanta Claus (que no adquirirá la imagenactual hasta su adopción por parte deCoca-cola), el árbol de Navidad y los re-galos y celebraciones, donde, la soledad,se convierte en el más insoportable de losdolores. Pero, para evitarla, están los mi-lagros.

Relatos navideñosLa literatura, como reflejo social, no estáexenta de este nuevo espíritu navideño-burgués que exige que, entre comilona ycomilona, nos acordemos un ratito de losque pasan hambre, como quien colaboracómodamente con una oenegé y no seplantea cambiar su estatus ni el de a quie-nes cree ayudar una vez cada tanto. Enesta literatura, los protagonistas suelenser niños, mendigos o personas muy ma-yores, como si todos ellos personificaranla debilidad. Sin embargo, en algunos ca-sos, estos ingredientes ñoños para des-pertar el espíritu de la navidad en el lec-tor, van acompañados de una crítica so-cial dirigida, en gran parte, a esa burgue-sía cuyo carácter hipócrita destaca entretodos sus defectos.

Tal vez, entre algunos de los ejemplosque veremos, el más paradigmático de esteEspíritu de la Navidad lo encontremos enla transformación de Scrooge, condenadoa la soledad por su carácter huraño y unamisantropía avara e inverosímil. Aquí, en‘Un cuento de Navidad’, de Dickens, lafastamagorización de presente, pasado yfuturo en un momento en que el tiempoparece estar detenido (concretamente, du-rante Nochebuena), consiguen la reden-ción milagrosa de un personaje insensibley que, desde el nuevo amanecer en Navi-dad, repartirá su fortuna y compartirá sutiempo con los más desfavorecidos. Éstosson, precisamente, los protagonistas queaparecen en las visiones de Scrooge en susviajes por los tiempos.

Otro ejemplo de milagro lo encontra-mos en ‘Maese Pérez el organista’, de Béc-quer, y en la música de un viejo órgano,sin manos que lo toquen, durante unaMisa del Gallo, como si el talento recla-mase su autoría después de la suplanta-ción. Pero en Bécquer no son de extrañarestos homenajes al genio. Angelical estambién la música del hermano Longinosen ‘Un cuento de Navidad’, de Rubén Da-río, personaje que gozó del honor de can-tar ante Jesús una Nochebuena que se cru-zó con los Reyes Magos antes de morir,como si su generosidad y abnegación hu-biesen sido premiadas en vida y el eco deese premio abarcara a toda su comunidad.

Un niño enfermizo y apático, en ‘Uncuento de Navidad’, de Pardo Bazán, re-cupera las ganas de vivir en Nochebuenaante la representación de un Nacimientopreparado con todo cuidado de detallespara atraer su interés, algo que no hubie-ra podido suceder si no hubiera nacido enalta cuna. Y también en Nochebuena nosencontramos con la curación (o exorcis-mo) durante la Misa del Gallo de una mu-

jer que había enloquecido desde que se ha-bía comido un huevo que había encon-trado entre la nieve, en ‘Un cuento de Na-vidad’, escrito por un burlón Maupassant,que no olvida su predilección por lo si-niestro antes que por el nuevo espíritu na-videño.

En Nabokov, en cambio, el milagro,aunque ocurre la víspera de Navidad, nose produce por un hecho extraordinario,sino por lo cotidiano extraordinario in-herente a la propia existencia: mientras unhombre piensa en su hijo muerto, ante él,una crisálida se convierte en mariposa. Sinembargo, es en ‘Vanka’, de Chéjov, don-de echamos de menos un milagro que sa-bemos que no se va a producir: Vanka, unniño de 7 años que ha sido enviado a tra-bajar por cuenta ajena, escribe a su abue-lo durante la Nochebuena para que lo res-cate de su situación.

Tampoco se produce ningún milagro en‘Un recuerdo navideño’, de Truman Ca-pote, donde la Navidad es un mero pre-texto para hablar de la ternura de la rela-ción entre una mujer mayor con principio

de alzheimer y un niño pequeño. En una mezcla de azar y milagro (por-

que de nuevo estamos en vísperas de Na-vidad), Fuzzy, un personaje de O'Henry,primero recibe una recompensa y luegosalva su vida, aunque su embriaguez nole permita comprenderlo. Ocurre en‘Cumplidos pascuales’, donde el contras-te entre clases sociales es notable. Igual-mente, la crítica social y la distinción en-tre clases la hallamos en Dostoievsky, en‘Un árbol de Navidad y una boda’, don-de, además del reparto de regalos y su ca-lidad según la categoría de quien lo reci-be, de un modo amargo, se denuncia unapederastia que triunfará por el estatus so-cial del pervertido.

Los regalos como tema central pode-mos apreciarlo en ‘El rey Baltasar’, de Cla-rín, donde un funcionario roba una pe-queña cantidad de dinero para no defrau-dar a sus hijos en Navidad. En un entor-no de corrupción, el gesto compasivo y sa-crificado del funcionario le suponen lacondena al paro. El sacrificio también lohallamos en ‘Regalos perfectos’, de O'-Henry, donde el absurdo de la costumbrese hace evidente tanto en el gesto de élcomo en el de ella.

Bradbury también escoge el tema del re-galo para ‘Un cuento de Navidad’, dondese realza el valor de la belleza, apreciadasobre todo por la mirada de niño. Y mi-rada de niño es la del pequeño personajede Alarcón en ‘La Navidad del poeta’,donde, durante su primera celebración deNochebuena y entre la alegría de sus fa-miliares, queda impresionado con el po-pular estribillo «... y nosotros nos iremos/ y no volveremos más», con el que tomaconciencia de la fugacidad del tiempo ydel débil sentido de la vida.

HELENA TUR

«En algunos casos, estosingredientes ñoños paradespertar el espíritu de la navidad en el lector,van acompañados de una crítica socialdirigida a la burguesía»

«En Nabokov el milagro no se produce por un hechoextraordinario: mientras un hombre piensa en su hijo muerto, ante él, una crisálida se convierte en mariposa»

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La miranda | Jueves, 24 y viernes 25 de diciembre de 2009

Literatura de navidad

«La literatura, como reflejo social, no está exenta de este nuevo espíritu navideño-burgués...»

El llamado «espíritu navideño» surge a mediados del siglo XIX y se convierte en tema literario

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TURNO DE PALABRAS

Jueves 24 y viernes 25 de diciembre de 2009 | La miranda

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Se diría que tres ríos son demasiados parauna sola ciudad, sobre todo si la ciudad es pe-queña y uno de los tres ríos se llama Danubio.Y sin embargo, Passau emana armonía clási-ca como una vieja ciudad italiana y en la dis-posición de sus casas, plazas y calles encon-tramos una paz aristocrática y seductora. Talvez sea ésta la ciudad más católica de Alema-nia, con permiso de Ratisbona, así que las igle-sias se le aparecen al paseante aquí y allá, consu arquitectura bávara y acogedora. En la pla-za de la Catedral hay mercadillo navideño conmercaderías muy diversas, desde figuritas parael belén hasta jerseys de lana. Y, por supuesto,no falta la cerveza local, una de las más cele-bradas del país. Suenan los villancicos alema-nes, siempre tristes.

Mientras paseamos, bajo una fina lluviaque, de un momento a otro, puede convertir-se en nieve, se hace de noche. Son las 4 de latarde. De día y de noche, los tres ríos que aquíconfluyen, el Danubio, el Inn y el Ilz, ofrecensu espectáculo sereno, convirtiendo a la ciu-dad en una orilla, casi en una isla se podría de-cir, una isla prodigiosa en la frontera con Aus-tria. El Danubio engulle al Inn y al Ilz y conti-núa con su orgulloso nombre traspasando lafrontera. Uno podría, si tuviera tiempo, mu-cho tiempo, subirse a uno de estos ferrys queahora duermen en las calles-orillas de la ciu-dad para viajar a las ciudades de Viena y Bu-

dapest, para llegar hasta el Mar Negro...A diferencia de muchos villancicos españo-

les, alegres y atolondrados, con sus peces en elrío y su fum fum fum, los villancicos alemanesson de una seriedad estremecedora y de unatristeza única. Suenan en la noche de los tresríos, mientras la gente come en las plazas sussalchichas y bebe sus cervezas. Hace un frío deperros. Necesitamos un café, sí, pero uno cadamedia hora. Entre uno y otro, hablamos deAdalbert Stifter, de sus extraños relatos llenosde nieve, cielo azul, ríos y montañas, pero so-bre todo lleno de personas bondadosas.

Si nos hubiéramos subido a un ferry en elDanubio, aquí en Passau, una de las primerasciudades que nos hubiéramos encontrado porel camino, al otro lado de la frontera, sería Linz.En esta ciudad de Austria, desde 1848 hastasu muerte en 1868, vivió Adalbert Stifter, enuna casa cuyas ventanas asoman todavía alDanubio. La vida de este escritor, que en su ju-ventud quiso dedicarse a la pintura, fue en casitodos sus aspectos monótona y poco feliz.(También aquí, en Linz, también en una casaasomada al Danubio, vivió otro pintor frus-trado: Adolf Hitler).

En los relatos y en las novelas de Stifter, elmundo aparece ante nuestros ojos siempremuy mejorado. De haber conseguido ser pin-tor, Stifter habría sido sin duda uno de aque-llos retratistas que adulan siempre a su mode-

lo. Había en él un afán muy noble de perfec-ción, seguramente adoptado de su trabajo,también monótono y poco feliz, como profe-sor particular. Puede que sus libros soslayen,con sus argumentos y personajes, su propiavida desgraciada, que acabó en suicidio. Su ma-nera de evitar la tragedia en sus obras, de cons-truir personajes llenos de bondad –como si vi-vieran una perpetua navidad interior–, de es-quivar los abismos de la conciencia, refleja sinembargo un espíritu inquieto, un buen cono-cedor de los enigmas del ser humano y de lacomplejidad social del mundo. En 'Brigitta',en 'Abdías', en todos los relatos que compo-nen 'Piedras de colores', por mencionar sóloalgunas obras que han sido traducidas al cas-tellano, nos encontramos una y otra vez con

personajes cuyo papel en el mundo no pareceser otro que el de restablecer, más allá de la tra-ma trágica de la existencia, los caminos casi in-visibles de la felicidad.

¿Por qué nos gusta Stifter? Cuando leí su lar-guísima novela 'Verano tardío', me pareció ha-ber asistido a la representación de un mundoque habría podido ser. Imagino que éste erauno de los efectos de lectura que su autor pre-tendía. Stifter cultivaba una rara enfermedady buscaba contagiarla a sus lectores: la nostal-gia por lo que no ha existido. La fidelidad a unalto ideal moral y estético de vida es la carac-terística más visible en la literatura de Stifter,tantas veces rechazada o mal entendida. Susrelatos y novelas no dan, ciertamente, la me-dida del mundo real, pero nos invitan conti-nuamente a conocer la posibilidad del bien, dela belleza, de la armonía con la naturaleza, delamor y de la amistad. Y lo hace desde una pers-pectiva completamente independiente, es de-cir, desde una perspectiva que no representa nia la burguesía ni al campesinado de su tiempo,ni al catolicismo ni a la aristocracia.

Se diría que los valores que expresan los re-latos y las novelas de Adalbert Stifter repre-sentan sólo al individuo anónimo que busca laverdad en un mundo donde todo es mentira.Y su más particular aportación literaria con-siste en que este raro individuo, de una mane-ra u otra, consigue siempre encontrarla.

DIARIO de IBIZA

Passau, Stifter, el DanubioVICENTE VALERO

«Stifter cultivaba una raraenfermedad y buscabacontagiarla a sus lectores:la nostalgia por lo que no haexistido. La fidelidad a unalto ideal moral y estéticoes la caraterística másvisible de su literatura»

El Danubio a su paso por la ciudad bávara de Passau V. V. M.