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Los Cuadernos del Pensamiento LA MAQUA DE ESCRIBffi COMO SBOLO Raúl Guerra Garrido P or paradójico que resulte, si de pronto se paralizasen todas las máquinas de es- cribir, el mundo se detenda. Quizá alguno aprovechara el momento para ba- jarse de él. Todos los trabajos, sus productos y consecuencias, por más dispes que parezcan, desde el pisar uva a la laminación de chapa en o pasando por el trasplante de riñón, terminan dele- treándose en las teclas que configuran una carta, en la mayoría de los casos comercial: un océano de letra impresa, un tamborileo de infinitas pulsa- ciones procedente del más universal de los ele- mentos musicales de percusión. En principio la máquina de escribir, como todas las máquinas, es inocente. Esto no es verdad por- que el maquinismo es perverso, pero el origen de la perversidad no radica en la máquina sino en la mente del hombre que no las utiliza para liberarse de trabajo material sino pa crear trabo alie- nado. Por supuesto que en un principio, recién salida de fábrica, a la máquina de escribir debe- mos suponerla neutral, no sabe redact y puede o no cometer ftas de ortogra, todo depende del dictador y de la secretaria que copia el dictado, la única virtud intnseca que podemos atribuirle es si tiene buena letra, mas la caligra es virtud estética que en ningún aspecto ético puede influir, por lo que la máquina de escribir sigue siendo neutrál, y es en este carácter neutral, por natura- leza ambiguo, en donde radica su capacidad de símbolo. El mensaje esotérico, por el que el hombre ro- mánico conocía las verdades tradicionales, le era 76 trasmitido mediante el símbolo, figuras de capite- les que necesitaban de un camino iniciático para su interpretación, y es así como aceptamos la simbología de la máquina de escribir para interpre- t el mundo contemporáneo, como simbolismo primordial o trascendente, por supuesto, sino materialista) superador de la simple metára o alegoría. Un símbolo donde lo ambiguo es esencia pues si bien marca una dirección no se decide por ninguno de los dos sentidos, lo cual nos puede llevar a metas tan diferentes como a la liberación o a la esclavitud. Si en el medioevo era en el templo donde se manistaba el símbolo, hoy lo hace en la oficina, lugar mejor iluminado, pero no por ello más esclarecedor o alegre. Las letras de la máquina de escribir lucen como emblemas, en su teclado se encierran todas las p0sibilidades del hombre. Lo vio magníficamente Pedro Salinas en su Underwood girls: Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas, entre todas sostienen al mundo. Míralas, aquí en su sueño, como suben, redondas, blancas y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia, lenta, de nieve, de viento, signos. Sigue en versos igual de bellos, pero no pasa de la metára pues tampoco era esa la intención del poema. Signos de rma variada, desde los que imitan la cursiva de una caligraa inglesa hasta los que se disazan de dígitos cibeéticos, renglones que empiezan a marcar el filo de un nava que sepa al que escribe del que lee. ¿O los une? La máquina de escribir es una herramienta de trabajo, de un trabajo denominador común de to- das las ocupaciones posibles y que direncia de rma nítida el del que dicta del de que copia al dictado. En el ejemplo clásico de je-secretaria late ya toda la ambigüedad del símbolo, mientras que para el primero el «pasar a máquina» es una

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Los Cuadernos del Pensamiento

LA MAQUINA DE ESCRIBffi COMO SÍMBOLO

Raúl Guerra Garrido

Por paradójico que resulte, si de pronto se paralizasen todas las máquinas de es­cribir, el mundo se detendría. Quizá alguno aprovechara el momento para ba­

jarse de él. Todos los trabajos, sus productos y consecuencias, por más dispares que parezcan, desde el pisar uva a la laminación de chapa en frio pasando por el trasplante de riñón, terminan dele­treándose en las teclas que configuran una carta, en la mayoría de los casos comercial: un océano de letra impresa, un tamborileo de infinitas pulsa­ciones procedente del más universal de los ele­mentos musicales de percusión.

En principio la máquina de escribir, como todas las máquinas, es inocente. Esto no es verdad por­que el maquinismo es perverso, pero el origen de la perversidad no radica en la máquina sino en la mente del hombre que no las utiliza para liberarse de trabajo material sino para crear trabajo alie­nado. Por supuesto que en un principio, recién salida de fábrica, a la máquina de escribir debe­mos suponerla neutral, no sabe redactar y puede o no cometer faltas de ortografía, todo depende del dictador y de la secretaria que copia el dictado, la única virtud intrínseca que podemos atribuirle es si tiene buena letra, mas la caligrafía es virtud estética que en ningún aspecto ético puede influir, por lo que la máquina de escribir sigue siendo neutrál, y es en este carácter neutral, por natura­leza ambiguo, en donde radica su capacidad de símbolo.

El mensaje esotérico, por el que el hombre ro­mánico conocía las verdades tradicionales, le era

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trasmitido mediante el símbolo, figuras de capite­les que necesitaban de un camino iniciático para su interpretación, y es así como aceptamos la simbología de la máquina de escribir para interpre­tar el mundo contemporáneo, como simbolismo primordial (no trascendente, por supuesto, sino materialista) superador de la simple metáfora o alegoría. Un símbolo donde lo ambiguo es esencia pues si bien marca una dirección no se decide por ninguno de los dos sentidos, lo cual nos puede llevar a metas tan diferentes como a la liberación o a la esclavitud. Si en el medioevo era en eltemplo donde se manifestaba el símbolo, hoy lohace en la oficina, lugar mejor iluminado, pero nopor ello más esclarecedor o alegre.

Las letras de la máquina de escribir lucen como emblemas, en su teclado se encierran todas las p0sibilidades del hombre. Lo vio magníficamente Pedro Salinas en su Underwood girls:

Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas, entre todas sostienen al mundo. Míralas, aquí en su sueño, como suben, redondas, blancas y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia, lenta, de nieve, de viento, signos.

Sigue en versos igual de bellos, pero no pasa de la metáfora pues tampoco era esa la intención del poema. Signos de forma variada, desde los que imitan la cursiva de una caligrafía inglesa hasta los que se disfrazan de dígitos cibernéticos, renglones que empiezan a marcar el filo de un navaja que separa al que escribe del que lee. ¿O los une?

La máquina de escribir es una herramienta de trabajo, de un trabajo denominador común de to­das las ocupaciones posibles y que diferencia de forma nítida el del que dicta del de que copia al dictado. En el ejemplo clásico de jefe-secretaria late ya toda la ambigüedad del símbolo, mientras que para el primero el «pasar a máquina» es una

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Los Cuadernos del Pensamiento

labor intelectual, para la segunda lo es manual. No importa que a veces sea la misma persona quien realice las dos funciones, la capacidad de dictar imprime carácter y eso se demuestra en la capaci­dad de oficio, el poeta pasará sus versos a má­quina golpeando con dos dedos y jamás alcanzará el ritmo endiablado de mil pulsaciones por se­gundo de una mediana mecanógrafa. Sin embargo la máquina sigue siendo la misma para ambos, mantiene impenetrable su apariencia neutral, dól­men burocrático que se erige como cita, lugar de encuentro para la variedad contemporánea en donde todo -la luna, los políticos, los negocios, los discos- tiene dos caras.

El símbolo necesita de una materialidad con­creta para manifestarse y si antes, para el capitel, era la piedra labrada, hoy para la máquina de escribir lo es su imagen en las revistas ilustradas y demás medios socio masivos de comunicación, ad­quiere la máxima potencia cuando se aproxima a la publicidad o a la ilustración sinóptica, en donde se nos muestra de manera abundante y contradic­toria, profusa y confusa.

Los anuncios de detergentes, electrodomésticos y demás productos de consumo hogareño nos muestran a la mujer «liberada» trabajando en una oficina, siempre escribiendo a máquina, siempre es ella la que copia el dictado, no la que dicta, confunden (¿intencionadamente?) el trabajo rutina­rio con el creativo y la máquina de escribir, que aquí no redime de nada, se nos muestra como el máximo símbolo de una sociedad que llamamos machista para entendem9s y no insistir en el tema.

Para esta mujer, el arquetipo secretaria, su tra­bajo es una servidumbre y el «darle a las teclas» equivale a lo de estar «amarrado al duro banco». El señor Olivetti Jo sabe muy bien y cuando quiere promocionar sus productos cambia el sentido de la imagen ya que no puede cambiar de símbolo. La mujer, de radiante belleza, emerge apoyándose en la carrocería de la máquina de escribir como si se tratara de la de un descapotable. Lo que simula

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ignorar es que el fondo de la cuestión es el mismo. El trabajo manual, material, alienante, se puede representar de forma irónica confundiendo teclas y dientes de un animal feroz dispuesto a devorar el ánimo del más osado.

La apoteósis, por extensión, nos conduce a los nuevos microprocesadores que funcionan con un teclado que hay que accionar como si se tratara del de una máquina de escribir, la mayoría de los ejecutivos (varones en un 99 %) que tienen que manejar estos cerebros electrónicos se niegan a hacerlo porque consideran femenino teclear, hasta tal punto que los fabricantes están transformando estos ordenadores para que funcionen con la voz humana, darle órdenes orales a una máquina es «viril», darle órdenes accionando un teclado es «femenino».

Al hombre la ambigüedad del símbolo le otorga siempre las cotas más altas y sublimes, las de jefe, dictador, las de un trabajo creativo que es quin­taesencia en lo artístico, de su rodillo asciende hacia las nubes el papel con un texto poético, que puede transformarse en dibujo, celuloide o cual­quier otra fantasía, la máquina de escribir permite todas las metemsícosis imaginarias, trascodifica lo verbal en Jo audioicónico, la novela en la película, pero siempre a manos del hombre, una presencia tan abusiva que ni siquiera es necesario el repre­sentarle, es la omisión del sujeto como suprema sofisticación del exhibicionismo. El techo máximo del símbolo se alcanza añadiendo unas cuerdas, cadenas, esparadrapo, lo que sea capaz de inmovi­lizar su carro y se transforma en el grito esencial de la inteligencia, en proclama a favor de la liber­tad de expresión.

La máquina de escribir se erige así, neutral pero dócil a la rosa de los vientos, en símbolo de una sociedad monolítica que conduce indiferente a sus ciudadanos por las mismas calles, mezclados los siervos con los semidioses. Es el ambiguo �símbolo, _tan equívoco como exacto, de ��nuestro tiempo. �