La Letra Grande · bra Fedor Mihailovich Dostoievski es contra sí mismo, y no hay guerra más...

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La Letra Grande La Letra Grande La Letra Grande El drama moral de Fedor Dostoievski Crónica Literaria: Por Jorge Arturo Flores ¿Premonición o Coincidencia?: por Roberto Castillo Best Sellers: John Grisham: por J. H. Filop Además en este boletín Escribir bien: Mucho más que una destreza Mucho más que una destreza Mucho más que una destreza Mucho más que una destreza Por Ernesto Langer Moreno Por Ernesto Langer Moreno Por Ernesto Langer Moreno Por Ernesto Langer Moreno —————— —————— —————— —————— Arte y Trascendencia Arte y Trascendencia Arte y Trascendencia Arte y Trascendencia Por Santiago Marín Por Santiago Marín Por Santiago Marín Por Santiago Marín Boletín literario Nº 2 / Volumen 1 / Septiembre 2010

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La Letra GrandeLa Letra GrandeLa Letra Grande

El drama moral de

Fedor Dostoievski

Crónica Literaria: Por Jorge Arturo Flores ¿Premonición o Coincidencia?: por Roberto Castillo

Best Sellers: John Grisham: por J. H. Filop

Además en este boletín Escribir bien: Mucho más que una destrezaMucho más que una destrezaMucho más que una destrezaMucho más que una destreza Por Ernesto Langer MorenoPor Ernesto Langer MorenoPor Ernesto Langer MorenoPor Ernesto Langer Moreno ———————————————————————— Arte y Trascendencia Arte y Trascendencia Arte y Trascendencia Arte y Trascendencia Por Santiago MarínPor Santiago MarínPor Santiago MarínPor Santiago Marín

Boletín literario Nº 2 / Volumen 1 / Septiembre 2010

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La correspondencia más

breve de la historia.

Víctor Hugo se encontra-ba de vacaciones en el ve-rano de 1862, pero inquie-to por saber cómo iba la venta de su gran obra “Los Miserables”, le envió a su editor una nota en la que escribió:

“?” A vuelta de correo reci-

bió la respuesta de éste que decía:

“¡”

HUMOR LITERARIOHUMOR LITERARIOHUMOR LITERARIOHUMOR LITERARIO

CONTENIDOCONTENIDOCONTENIDOCONTENIDO

El Drama de Dostoievski - 3 - Las terribles contradicciones morales del escritor ruso.

Escribir Bien: mucho más que una destreza - 6 - Consejos literarios por Ernesto Langer

Guillermo Labarca: Mirando al Océano - 7 - Crónica literaria por Jorge Arturo Flores

Arte y Trascendencia - 9 - Memorias Culturales de Santiago Marín

¿Premonición o Coincidencia? - 13 - Las extrañas similitudes de la literatura con la realidad presentadas por Roberto Castillo

Best Sellers: John Grisham - 16 - Uno de los superventas cuyas obras han sido llevadas al cine. Por J. H. Filop

EDITORIAL

Siguiendo con nuestro propó-

sito, entregamos en este número material de gran valor para los escritores, pues contiene artícu-los de análisis literario, consejos para escritores, nuestro espacio dedicado especialmente a los best sellers, etc. Es lamentable, hoy en día, la

ignorancia que muchos autores tienen respecto de la literatura universal, lanzando libros con temas y tratamientos que consi-deran originales, pero que para quienes tienen alguna cultura al respecto, descubren rápidamen-te sus orígenes. También hay otros que, apro-

vechando la ignorancia del lec-tor, publican libro tras libros, éxitos de venta, con frases y comentarios extraídos de múlti-ples libros y autores ya olvida-dos. La estafa intelectual de hoy en

día solo es posible combatirla con el conocimiento, educando a lectores y escritores serios, para poder ralear la maleza, expo-niendo del medio a gran canti-dad de farsantes y estafadores que, lejos de hacer un aporte, no hacen sino ensuciar un arte que debe ser respetado. El estudio de los clásicos gre-

colatinos es prácticamente in-existente. La enorme cantidad de obras escritas en aquellas culturas, permanece en el más miserable silencio. Y el resultado de ello es sencillo: basta con acudir a esa cantera para extra-er textos completos y publicarlos como propios, previo retoques vulgares. En los próximos números ire-

mos presentando a algunos de estos autores y obras, que ser-virán para descubrir que hay algunos “literatos” estafadores cuyo ingenio no sobrepasa la capacidad del plagio.

No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir y decirlo.

OSCAR WILDE

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a gran lu-cha que li-

bra Fedor Mihailovich Dostoievski es contra sí mismo, y no hay guerra más cruel y despia-dada, mas sin cuartel, que aquella. En él no existe la autocomplacencia, carece de misericordia para con sus vicios y debilidades, detesta sus defectos y sus fallas, pero extrae de aque-llo la médula que le permi-te interpretar, a través de la manifestación de su exis-tencia, el alma de todo ser humano.

Descubre que en todo defecto hay un factor res-catable. La epilepsia le ate-naza con sus garras miste-riosas, pero adora aquel momento previo al falaz ataque que, según lo con-fiesa, le inunda de lucidez

y calma. Así también,

El drama de

Dostoievski

Por Santiago Marín Arrieta

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aquellos sentimientos en-contrados que, por una par-te le impulsan a los burde-les a satisfacer la pasión de su sangre y, por la otra, sufrir hasta el tuétano por haber derrochado los últi-mos copecs que le queda-ban, arriesgando así su fa-milia y su futuro. Aquellos vívidos momentos de debi-lidad carnal y tortura mo-ral, están plasmados de forma magistral en sus obras, escondiendo su ori-gen en los nombres, ahora eternos, de sus personajes. Sus arranques temporales de locura sexual son los de Nicolás Stavrogin, que lle-ga a la infamia de contraer matrimonio con una coja, demente y miserable mu-jer, con la única finalidad de burlarse del matrimo-nio, pero que, una vez de regreso de aquella insania, se mortifica sin piedad,

buscando en los demás el perdón que es incapaz de ofrecerse a sí mismo, además de no comprender este mundo plagado de contradicciones donde el bien en ocasiones es mal y viceversa. En su guerra contra esta presión moral nace Raskolnikov, mal lla-mado el “superhombre” ruso, que no es más que un miserable confundido, co-mo cualquier otro hijo de vecino. Así lo ve uno de-ambular, deleitándose de su acto criminal, sin justifi-carlo o, mejor dicho, justi-ficándolo con su falta de justificación, hasta comen-zar a sentir el tormento de, no la culpa, sino que todo lo contrario; una extrava-gante carencia de culpa, una no-culpa mefistofélica, para finalmente ceder ante la tortura que Lisa padece a consecuencia de su in-

humanidad. Pero en Dostoievski,

siempre frío y metódico en sus descripciones, plenas de detalles prosaicos que agigantan el dramatismo, prevalece finalmente la esperanza, pero no aquella que ha de culminar en un “happy end” grotesco, sino en la esperanza de una re-dención a través del sufri-miento. Ello es lo que mo-tiva a Aliocha, para salvar a su hermano de una justi-cia que no resistiría, acusa-do de haber asesinado a su padre, el más vil de los Ka-ramasov, siendo el culpa-ble su putativo engendro Smerdiakov. Y así tam-bién, Aliocha justifica su existencia, redime su vani-dad y eleva su espíritu, por el sacrificio, a la condición de santidad. Porque esa era la esperanza de Dostoievs-ki; alcanzar su redención.

De una representación de Crimen y Castigo

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Carente del valor físico y moral para enfrentarse a aquella realidad, la logra, una y mil veces, encarnán-dose en sus héroes santifi-cados, así como también encarna sus demonios, sus bestias sanguinarias y sen-suales.

Toda aquella tragedia moral termina por descri-birnos las múltiples facetas que esconde cada alma humana; los turbios y sedi-centes pensamientos que se ocultan en los más recóndi-tos pliegues de nuestra conciencia, emergen allí como bestias pestilentes, para decirnos finalmente en un susurro, como al oí-do, “esto somos, no te avergüences”. Hay una es-pecie de carcajada diabóli-ca mezclada con un llanto infantil e inocente, que jus-

tifican aquella aseveración. Porque ¿quién no ha tenido pensamientos turbios, in-decentes y hasta crimina-les? Quién diga yo, acaba de tener el peor de todos. La obra de Dostoievski bien podría subtitularse, como Balzac llamó a la

suya la Comedia Humana, la Comedia Moral. Porque todas las torturas que persi-guen al insigne ruso, sus miserias morales, sus atro-ces deslices y sus crimina-les pensamientos, no repre-sentan finalmente mas que la confusión de un alma libre que desea ser esclava de su medio, someterse a sus reglas morales, humi-llarse ante las instituciones, sólo para “ser alguien”, ser estimado y respetado. Por-que Dostoievski, genio in-comparable, rebosante de sabiduría humana, inigua-lable descriptor de almas, profundo analista del vicio y la virtud, no se conside-raba a sí mismo más que un pequeño burgués. ����

Afiche de una representación

teatral de El Idiota

Una curiosa presenta-

ción de Crimen y Casti-go en comic.

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a literatura es un territorio

sin camino. Apenas, quizás, algunas huellas de esclarecidos pasajeros. Pe-ro la dirección y el movi-miento los forja irremedia-blemente cada uno. Cada quien holla el sendero a su manera. Y lograrlo es difí-cil.

Muchos se pierden privi-legiando el oficio a despe-cho de su persona, encan-tados y atraídos por cantos de sirena, como son el re-conocimiento y la fama.

Pero con el tiempo hay quienes maduran, cuando comprenden que antes que el escritor y, mucho más importante, es el desarrollo de ser persona. Porque de la calidad de ésta última depende el sabor perdura-ble expresado en la escritu-ra que se entregue a los lectores.

Véase el fracaso de todo aquello que es nada más que pose o moda. Brilla en el firmamento el tiempo que dura un pestañeo y luego se apaga para siem-pre. ¿Por qué sucede de esta manera? La razón de fondo es una: la escritura

Escribir bien: mucho más que una destreza.

sin alguien dentro es fuego fatuo.

Así, sólo quienes com-prenden la destreza y el talento como una experien-cia integrada a las otras dimensiones de ser perso-na, pueden alcanzar gran literatura. ¿Cómo podría ser de otro modo? Es inútil pretender ser un gran escri-tor si antes no se ha hecho el esfuerzo de crecer en humanidad.

Y esto no es rápido, toma tiempo. Casi siempre mu-cho más que el necesario para dominar únicamente la técnica, el oficio; asunto clave para ser un buen es-critor, pero de ningún mo-do el único importante y decisivo.

Escribir exige un fondo mayor en el que pueda ci-mentarse la palabra. Escri-bir bien es fruto de entrega,

Por Ernesto Langer Moreno

de arrojo, de trabajo consi-go mismo. Y tal disposi-ción es una experiencia que crea obras habitadas de amplitud humana. Así, en las palabras de un buen escritor, quien lee debe poder vislumbrar las pro-fundidades del espíritu y sumergirse en ellas, para salir enriquecido.

Todo lo demás es mero espejismo estéril, aunque brille por un tiempo a base de candilejas y habilidosas estrategias de publicidad.

Por lo dicho, aspirantes, aprendices e iniciados en la literatura, estamos llama-dos a trabajar primero so-bre nosotros mismos, para escribir después, algo que realmente valga el esfuerzo y la pena. Entonces, sólo entonces, podremos ser buenos escri-tores. ����

LLLL

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l escritor Gui-llermo Labar-

ca (1879-1954) publicó muy poco en su vida literaria. Tan sólo 3 libros: “Al amor de la tie-rra” (1906), “Mirando al océano”(1911) y "Los cie-gos" (1913). Posteriormen-te lo cogió la carrera políti-ca y no volvió a escribir.

Sin embargo, basta, a veces, un sólo texto para ser ungido por la gloria literaria.

Con la pequeña novela o nouvelle Mirando al

Océano, que fue premia-da en el Concurso Cente-nario, Guillermo Labarca consiguió el aplauso uná-nime de la crítica y no pocos lectores.

Pero también tiene otro trabajo que es visitante obligado en las antologías de cuentos. Nos referimos a “Vásquez”, un relato que trata de las peripecias, me-jor dicho, de la tragedia de un pescador y el sufrimien-

to de su familia. Es un tex-to patético que, en pocas paginas, despacha todo un contexto de trastorno, ten-sión dramática, fatal desen-lace.

Labarca, según algunos está entre los precursores del cuento nacional, con algo de Maupassant y Jules Romains.

Su obra cumbre es Mi-

rando al Océano (Diario

de un conscripto). LA NOVELA La temática del libro en

comento trata sobre la vida de un joven que huye del

Crónica Literaria

GUILLERMO LABARCA: GUILLERMO LABARCA: GUILLERMO LABARCA: GUILLERMO LABARCA: MIRANDO AL OCEANOMIRANDO AL OCEANOMIRANDO AL OCEANOMIRANDO AL OCEANO

Por Jorge Arturo Flores

Dibujo de Guillermo Labarca

Huberston por Manuel Thompson

“mal de amor” y se refu-gia, increíblemente, en la atroz disciplina del servi-cio militar. Escrito en pri-mera persona, el relato na-rra las vicisitudes que corre el protagonista en una isla al sur de Chile. Escrito con lenguaje pulcro, medido, equilibrado, que dice lo justo y necesario, sin aden-trarse en la sicología de los personajes, atrapa por la sencillez del relato, por lo bien escrito y porque, con pocas palabras, va descri-biendo el increíble mundo militar mirado desde su interior.

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Es cierto que otros lo sobrepasan en crudeza.

Pero la mirada de Labar-ca, si bien no oculta las barbaridades que se come-ten, se pasea por las mise-rias humanas mostrándo-las, pero, ante todo, sugi-riendo.

Hay protagonistas. El principal es el capitán,

un hombre colérico, que estalla a menudo, adorador de la rudeza, cruel, muy lejano de la simpatía. Ca-sado con una mujer rubia, dulce, mansa, a quien gol-pea y que es un boceto de cierta dignidad. Tiene una hija Marieta que es igual a su madre y a quien el te-niente, otro personaje, mi-ma con especial interés.

Allí hay una historia de amor sugerida.

El teniendo suspira por la mujer del capitán. Pero nada se dice, sólo se traslu-ce y eso es el gran imán del estilo y la tarea del au-tor.

Conocemos a otros pro-tagonistas, como el pesca-

dor Rabiza, Jesús y su mu-jer, llamada igual; Romero, …y nada más. El resto per-manece difuminado alrede-dor de la faena, aunque muestra, con cierta gelidez, la rabia, el terror, la furia frente a las injusticias del mentado capitán.

La disciplina militar, por cierto, no provoca aplausos ni regocijo.

Es un mundo terrible, donde predomina el terror, el miedo, la indignidad humana.

El lector piensa, a veces, cómo es posible que exis-tan este tipo de situaciones en una humanidad que se dice civilizada y religiosa. Atenta contra cualquier inteligencia el salvajismo humano que se ejerce so-bre sus congéneres. Cómo es posible, cavila el leyen-te, que existan hombres que disfruten ordenando medidas denigratorias, in-dignas, sobre otros.

El tema es polémico y en la actualidad, al menos en nuestro país, las cosas se

han morigerado y, al pare-cer, la crueldad de la disci-plina ha disminuido.

El punto es otro: es ver la necesidad de tener fuer-zas armadas en un planeta que cada vez se deshace en guerras intestinas.

Alguna vez florecerá el árbol de la paz.

UN LIBRO NECESARIO Conviene releer a menu-

do a los clásicos de nues-tras letras. Si bien provie-nen de otra época, con otras costumbres y modas, hay textos a los cuales el paso del tiempo no les hace mella y mantienen su vigencia sin ningún proble-ma, pudiendo leerse tanto en el Centenario (1810-1910) como ahora, en el Bicentenario (1910-2010).

“Mirando al Océano” cumple esa premisa. Es una novela bien lograda, mejor escrita, clara, medi-da, sencilla en su construc-ción, con buen tratamiento del lenguaje y acertado di-bujos de los caracteres.

Al igual que González Vera, insigne estilista, Gui-llermo Labarca, al pulir el estilo, permite que la emo-ción no se enseñoree y podría inferirse que le falta un poco de ella. Pero, ya lo sabemos, la belleza no da llamaradas y en este caso eso se aprecia. Buen libro, excelente na-rrador, grata relectura. � � � �

Amanda Labarca,

de soltera Aman-da Pinto, mujer

de Guillermo La-

barca, de quien

adoptó su apelli-

do.

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ería tedioso –e imposible-, analizar todos los autores que han dejado huella en mi

ánimo. Son muchos. Pero después de haber hecho un desordenado recorrido y haber expresado algunas ide-as a la ligera, creo prudente traspasar la barrera de las adulaciones y las críticas, para inclinarnos un poco so-bre este abismo de expresio-nes e intentar encontrar su trasfondo.

¿Qué intenta la literatura? ¿Cuál es su razón de ser? La respuesta es simple, pero des-piadada: trascender. ¿Por qué despiadada? Porque pone fuera de lugar a todos aque-llos que, por simple vanidad, garrapatearon tonterías para hacerse notar en su tiempo. En esto, la literatura –como todo arte-, es implacable. Es una especie de sacerdocio que absorbe por completo, pero que, a la vez, estimula en forma profunda y comple-ta, prácticamente todas las fibras sensibles de nuestro ser. Todo esto tiene su origen en un hecho fundamental, y que nos diferencia en forma radical con todas las demás

especies creadas por la natu-raleza, por lo menos, las co-nocidas hasta ahora: la imagi-nación. La capacidad de crear nuestros propios mundos, de construir con la sola fuerza de nuestra inventiva, etéreos pero consistentes universos, es un factor de divinidad que, quizás, por lo engañoso de su forma y lo poderoso de su estímulo, nos ha llevado a creer en la existencia real de sus construcciones, cuando en la realidad no es así. Es tanta la fuerza que posee la imaginación, y tanta la rele-vancia que ejerce en nuestra existencia que, buscando per-feccionar una naturaleza que nos resulta despótica e inexo-rable, inmensamente cruel en la forma de dar y exigir a cambio implacablemente, que hemos constituido una “sobrenaturaleza” protectora y benéfica que nos emancipe, en parte, de esta esclavitud inevitable. Sin embargo, de una u otra forma, los dioses trajeron a los demonios y am-bos, más tarde o más tempra-no, exigieron sacrificios tanto o más crueles que la naturale-za misma. La búsqueda de una protección superior que nos amparara de las cruelda-des de la naturaleza y del ca-prichoso destino, ha resulta-do, finalmente, quizás más onerosa que el aceptar los hechos de la vida en su real dimensión, orientando nues-tra imaginación al maravillo-so universo del sueño, quizás melancólico, del imposible

¿Qué intenta la literatura? ¿Cuál es su razón de ser? La respuesta es simple, pero despiadada:

trascender. ¿Por qué despiadada? Porque pone fuera de lugar a todos aquellos que, por simple vanidad,

garrapatearon tonterías para hacerse notar en su tiempo.

Por Santiago Marín Arrieta

SSSS

ARTE Y ARTE Y ARTE Y ARTE Y TRASCENDENCIATRASCENDENCIATRASCENDENCIATRASCENDENCIA

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inalterable. Comprender: he allí el

auténtico sentido de la litera-tura. Hundirse en lo profundo del alma humana, escarbar en los pliegues de nuestra con-ciencia –y sub-consciencia-, los ocultos miste-rios que origi-nan los actos humanos. Todos los escritores han hechos de sí mismos sus pro-pios conejillos de indias, aun-que oculten sus rasgos bajo nombres su-puestos y aspec-tos diferentes. Han tomado modelos de sus conocidos, amigos y extra-ños, pero en los personajes nacidos de aquellas mezclas, hay mucho más del propio autor que lo que pudiera haber del modelo original. Una vez construida la idea principal, nos lanzamos al desarrollo de la misma y, sin darnos cuenta, estamos atra-pados en nuestra propia obra, ya que, generalmente, estas terminan escribiéndose a sí misma. Parafraseando a Mi-guel Ángel, diría que uno en realidad no escribe; solo pinta las letras que ya existían en el papel. Así mismo, ningún escritor ha podido librarse de la influencia de sus obras –y no me refiero a los efectos del éxito y del fracaso que, dicho sea de paso, son abso-lutamente secundarios y ac-cesorios a la obra misma-, sintiendo quizás con mayor fuerza que cualquiera, el im-pacto de sus propias convic-ciones, debilidades, errores, defectos y ansias. Y es natu-ral, ya que al escribir no hacemos sino poner en blan-co y negro nuestra alma cris-

talina y, en aquel traspaso insolente, como en un parto, sentimos los dolores de la pujanza, para luego deleitar-nos con los mimos de lo crea-do. Son hijos. Cada libro es-

crito, cada cuento o poema, artículo o nota, son nuestros hijos amados que, no se pien-se otra cosa, también dan sin-sabores y alegrías.

Lamentablemente en nuestro tiempo, al parecer, una tragedia entristece la fa-milia intelectual, una maldi-ción que se ha propagado como un virus; la prolifera-ción de hijos deficientes men-tales. Porque ¿de qué otra forma podemos calificar la gran cantidad de basura lite-raria que inunda las librerías? Los escritores de vocación han sido desplazados por los de oficio, los contadores lite-rarios que cobran por pala-bras o páginas, los que escri-ben para el deleite barato de la chusma, los que exponen como propias y nuevas, ideas añejas olvidadas o jamás co-nocidas, sentenciadores tras-nochados que anuncian cata-clismos de toda índole, seudo científicos que lanzan teorías estúpidas para deslumbrar a los estúpidos, eruditos a la ligera que opinan sobre mate-rias que sólo han ojeado su-perficialmente y, quizás los

peores de todos, novelistas rebuscados que amasan en-gendros abortivos, salpimen-tados de sexo y violencia in-justificados, con el único afán de causar impacto, revuelo,

noticia, escándalo. ¿Qué quedará de ello para el porvenir? Na-da. Quizás un futuro Menéndez y Pelayo rebusque en estas cu-riosidades arqueológi-cas el entendimiento de una época intelec-tualmente estéril. Porque se ha olvidado –o se desconoce com-pletamente- el trasfon-do de la literatura, y de todo arte en general, como ya lo menciona-

mos: trascender, dejar huella, plasmar sabiduría eterna. Al-gunos dirán que Petronio, siendo un pornógrafo, tras-cendió; sin duda tiene dere-cho, puesto que su obra no se reduce a las manifestaciones explícitas, sino que, amplian-do el espectro, como era de esperar de un hombre inteli-gente, observa, expone, juz-ga, ríe, perdona, compadece, participa, justifica y castiga. ¿Y qué del marqués de Sade? No solo es un pornógrafo, sino que, además, un perver-tido. La Filosofía del Tocador es una obra inmunda, pero genial. Así como Justine y Juliette, que en el fondo son continuaciones de la primera, expone una bajeza moral, un deleite monstruoso, una vani-dad sexual extrema y una satisfacción criminal, cuya lectura nos mueve –debería decir “conmueve”- a pensar que, si un hombre escribió aquello y, según se comenta, también lo experimentó, en-tonces significa que aquellas aberraciones están en el hom-bre, en cualquiera. A Sade le debemos el haber tenido el

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valor de expresar sus más pestilentes sensaciones, naci-das de una mezcla del instin-to y la vanidad intelectual. Conocer aquello es funda-mental para descubrir nuestro propio yo interno, pues ese conocimiento, y sólo a través de él, es que podemos, final-mente, controlar las diversas bestias que habitan solapada-mente en nuestras oscuras intenciones ocultas.

¿Criticarán también a Ra-belais? Su obscenidad es, generalmente, vulgar, grotes-ca. Hay momentos en que, al parecer, el cínico monje no hacía más que insultar por el gusto de hacerlo. Pero, cuan-do aplicamos una lectura mas dedicada y profunda, descu-brimos el llamado que se es-conde tras todo ello: la burla de la credulidad, la bajeza de los elevados, la elevación de los aplastados, las injusticias del capricho... Hay tanto para extraer de Rabelais, como de un filón de oro. Quién sólo navegue por las palabras nun-ca comprenderá nada, nunca será un lector. En cambio, aquel que decida aguantar la respiración y zambullirse en el océano ignoto de las in-tenciones ocultas, podrá maravillarse con la belle-za deslumbrante que se esconde bajo la super-ficie, donde los peces multicolores y las al-gas sinuosas, constru-yen un mágico paisaje.

¿Que soy injusto? ¿Que sí hemos tenido autores importantes en este último tiempo? Pero, ¿dónde? Nadie más que yo, un adicto a la lectura, quisiera saber dónde se ocultan. Cuando uno analiza los pre-mios Nobel de los últimos veinte años, salvo honrosas excepciones, dan ganas de llorar a gritos. ¿Cómo puede

otorgarse un premio que reci-biera Faulkner, Heminway, Neruda, Bergson, etc., a ga-rrapateadores de páginas en blanco –y que continúan así-? Para un escritor de vocación, un auténtico literato, recibir ese premio, actualmente, ser-ía casi una bajeza: salvo por los miles de dólares que lo acompañan.

Recuerdo cuando en los ’80 los fundamentalistas de las Leyes del Mercado –porque lo fueron-, las aplica-ron a todo. La premisa esen-cial era la del “autofinan-ciamiento”. Y daba mucha ira ver a jovencitos imberbes, recién salidos del cascarón universitario, pontificar con ideas que no entendían y plantearlas como dogmas en una sociedad que escapaba absolutamente a su compren-sión. Esos mismos niñitos declaraban, muy sueltos de cuerpo, que si la cultura no se podía “autofinanciar”, debía desaparecer. Los absolutis-mos terminan por devorar a

los más liberales. ¡Ese fue el criterio que, aplicado a escala mundial, ha convertido el arte en una mazamorra nausea-bunda! Porque, ¿cómo puede sobrevivir un artista verdade-ro? Sólo volviéndose comer-ciante, publicista y contador, es decir, asumiendo roles que terminan por distraerlo abso-lutamente de su vocación. ¿Quién pierde con ello? To-dos. Quizás la economía reci-ba un minúsculo aporte, pero la historia habrá perdido un creador. ¿Que creadores so-bran? Eso lo dicen, precisa-mente, quienes son incapaces de motivar su imaginación, reventados por el espeso mundo del cálculo económi-co o político, aquellos que no ven más frontera para el pro-greso humano que llenar la tripa, la cuenta bancaria y el hogar de artefactos que nunca se van a utilizar. Eso es lo que hacen todas las especies, en general. Lo que nos dife-rencia, lo que nos hace supe-riores, es precisamente la ca-pacidad de trascender y esa trascendencia nada tiene que ver con números o votos, sino con la imaginación.

¿No saben que el crédito existía en sumeria y en

Egipto hace cinco mil años? Entonces ya se fundaban bancos, se otorgaban préstamos, letras de cambio, se especulaba con el in-terés... ¿Y quién re-cuerda a esos imperios

por este aspecto? Nadie. Egipto está en nuestra

mente por las pirámides, la esfinge, el Valle de los

Reyes, las riquezas de sus sepulturas, el Libro de los Muertos o el de los consejos de Amenemope. Sumeria es la azul muralla de Babilonia, los leones alados, los gigan-tescos leones cuatrimorfos de

La medalla del codiciado

Premio Nobel

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los asirios, la leyenda de Gil-gamesh. Los romanos fueron unos administradores magní-ficos y eficientes, pero, ¿quién los recuerda por ello? ¿Y los griegos? Rapiñas por naturaleza, famosos por su deshonestidad, han pasado a la historia como modelos de inteligencia y creatividad. ¿Alguien nos recordará por haber creado el dinero plásti-co o las transacciones vía Internet? En lo futuro la gen-te hablará de los diseños de aviones y autos, de las mega-ciudades cuajadas de edifi-cios gigantescos y arrogantes, de los diseños de las páginas Internet... Nadie nos recor-dará por lo prosaico, sino por lo trascendente. Y la econom-ía es prosaica, y debe serlo; ese es su espíritu y es respeta-ble por ello. Pero no tiene derecho a imponer su criterio al resto del mundo, porque su área de influencia es específi-ca y, en cuanto la traspasa, destruye con su chatura cual-quiera elevación individual.

La literatura ha sido vícti-ma de todo esto. Las editoria-les, piratas por excelencia, no les interesa el contenido ni la profundidad, sino solo la co-mercialización. Mientras ellos puedan dar la mascada del león, todo es coser y can-tar. Pero en cuanto fallan los cálculos contables, el mundo se les desmorona. ¿Que es un negocio? Nadie dice otra co-sa. Quizás todo en la vida sea, finalmente, un negocio y eso nada tiene de malo. Lo malo es cuando el negocio está animado sólo por el es-trecho afán del lucro, sin nin-guna otra consideración. Por lo demás, los más grandes negocios de la historia han tenido su base en la imagina-ción, la audacia y la trascen-dencia. Julio Verne jamás hubiera conseguido publicar

un solo libro si no hubiera contado con el apoyo inteli-gente y simpático de un edi-tor que terminó por convertir-se en su amigo de toda la vi-da. Porque no es solo ganar dinero. Se puede ganar dinero y hacer amigos, se puede ga-nar dinero y ser creativo, se puede ganar dinero y dejar un valor para la posteridad. In-cluso se puede ganar dinero y ser honrado. Si se piensa en ganar dinero como un fin, se ha perdido la vida, ya que ésta no depende de los pre-cios, sino de los valores. Esta es, en mi modesta opi-nión, la razón principal de la decadencia intelectual de nuestro tiempo. ¿Quién escri-be, hoy en día, para deleitarse a sí mismo? El deleite provie-ne de una cuenta bancaria con muchas cifras. Los escri-tores de oficio se han pose-sionado del “mercado” de los

lectores. Y la falta de buena literatura los ha ido medio-cratizando al punto de no sa-ber diferenciar entre un Bal-zac y un Dumas, o entre un Neruda y un Fuguet. El lector de hoy es como las moscas, que se entretiene con la mis-ma pasión en una torta, como en el excremento. Y como son los lectores los que, en cierta medida, hacen a los escritores, los primeros tienen los segundos que se merecen. Y la culpa –aunque aborrezco ese concepto malicioso debo usarlo-, la culpa principal, la tienen los verdaderos escrito-res que, abochornados y aco-bardados, o se pasaron al ene-migo o no volvieron a sacar la pluma del tintero. Una es-pecie de suicidio inconscien-te, pero igualmente trágico. ����

Biblioteca de Alejandría

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ienen los escrito-res una intuición

que trasciende a sus escritos? Y quizás lo más extraño de todo, el desarrollo de la imaginación ¿es capaz sensibilizar al escritor al punto de predecir el futuro?

Esta pregunta puede parecer artifi-ciosa e intencionada, pero los hechos, en algunos casos, da mucho que pen-sar. Veamos unos ejemplos.

En “Las Aventuras de Arthur Gor-don Pym”, escrita en 1850, Edgar Allan Poe nos relata la historia del nau-fragio de un barco cerca de las Islas

Malvinas, del cual sobreviven cuatro tripulantes. Desesperados por el hambre luego de un tiempo, deciden que para que tres de ellos sobrevivan, uno tiene que morir y servir de alimento. Lo echan a la suerte y el elegido es el coci-nero de la embarcación, llamado Ri-chard Parker.

En 1884 una goleta británica zozo-bra cerca de una isla al sur del Atlántico y sólo sobreviven cuatro tripulantes que, al poco, desesperados por el hambre, asesinan a uno de ellos para comérselo. La víctima se llamaba Richard Parker.

¿Tienen algunos escritores la facultad de la anticipación? ¿O son

simplemente coincidencias notables?

Por Roberto CastilloPor Roberto CastilloPor Roberto CastilloPor Roberto Castillo

¿PREMONICIÓN O ¿PREMONICIÓN O ¿PREMONICIÓN O ¿PREMONICIÓN O COINDICENCIA?COINDICENCIA?COINDICENCIA?COINDICENCIA?

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Jonathan Swift, en “los Viajes de Gulliver”, una de las más amargas sátiras en contra de la sociedad y la condición humana escrita en 1726, nos cuenta que el plane-ta Marte posee dos lu-nas, llamadas “Miedo” y “Terror” y nos describe su diámetro y su órbita. Recién siglo y medio más tarde, en 1877, los astrónomos descubren las lunas de Marte, cu-yos diámetros y órbitas son casi idénticos a los expuestos por Swift. Los científicos llamaron a esas lunas “Fobos” y “Deimos”, que en griego significa “Miedo” y

“Terror”. Ninguno de ellos había leído jamás la obra del autor ir-landés.

Sin duda que uno de los casos más notable es también el de Julio Ver-ne con sus novelas “De la Tierra a la Luna” y “Alrededor de la Luna”, donde describe el viaje de una nave a nuestro satélite, anticipándose en varios detalles de lo que sería el viaje de la Apolo 11, como el lugar de despegue, el lugar de aterrizaje, los tripulan-tes, etc. Verne es uno de los más notables casos de “anticipación” cono-cidos, pues varias de sus obras anunciaron el por-venir, como “Veinte Mil Leguas de Viaje Subma-

Jonathan Swift

Julio Verne

Portada de la primera edición

de Los Viajes de Gulliver

rino”. Pero hay otra antici-

pación notable en el ca-so de la Luna, y es la novela “Viaje a la Luna” del autor estadounidense Lester del Rey, que en 1954 relata como la na-ve “Apolón” se posa en el suelo lunar, de la que desciende el comandante

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Armstrong que pisa por primera vez nuestro satélite natural.

Quizás el caso más dramático se es-tas “coincidencias” la protagonizó el es-critor Morgan Robertson que, en 1898, publicó la novela “Futility” que relata el naufragio de un enorme barco de placer, considerado como imposible de hundir, en su viaje inaugural entre Londres y Nueva York, al chocar con un iceberg. Y las coincidencias continúan, pues el ca-pitán del barco se apellidaba Smith y el barco mismo, en la novela, se llama “Titán”. Las características técnicas del barco descritas por Robertson son asom-brosamente similares a las del Titanic, cuyos planos fueron realizados recién en 1909. “Futility”, como es de sospechar, se convirtió casi en un best sellers luego del famoso naufragio.

Y la pregunta sigue presente: ¿tienen algunos escritores la facultad de la anti-cipación? ¿O son simplemente coinci-dencias notables?

Decida usted la respuesta… ����

Las características técnicas del barco descritas por Robertson son asombrosamente similares a las del Titanic

El Capitán del Titanic,

Edward John Smith

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John Grisham

Legítima Defensa

Por J. H. FilopPor J. H. FilopPor J. H. FilopPor J. H. Filop

e imagina ser un escritor que ya ha vendido 250 mi-llones de ejemplares en todo el mundo? Ese autor se llama John Grisham, estadounidense nacido en Ar-kansas el 8 de febrero de 1955. Recibió su título de doctor en derecho en 1981 y luego de ejercer la abo-gacía por casi una década, se dedicó de lleno a escri-bir novelas de suspenso y acción ambientadas gene-ralmente en tribunales de justicia y bufetes de aboga-dos.

Su experiencia y conocimientos judiciales le han permitido crear varias obras que llegaron a convertir-se en best sellers, para luego ser llevadas al cine.

Grisham es un experto en thrillers judiciales que muestran el submundo que yace entre los expedientes de un caso, los intereses obscuros de los abogados y jueces, las exigencias de una sociedad que clama por justicia y las insólitas aristas de personajes protago-nistas de sus famosas novelas.

Su primera obra fue “Tiempo de Matar”, seguida por “La Tapadera”, que fue el libro más vendido en EE.UU. el año 91.

A ellos, se suman otros tantos éxitos como: “El Informe Pelícano”, “Cámara de Gas”, ”Legítima De-fensa”, “El Socio”, “El Intermediario” y recientemen-te en el 2009, su novela “La Trampa”.

Para quienes gustan de la buena lectura en el género policial y de suspenso, John Grisham es un imperdible. ����