La interpretacion del mundo de la representacion a la acción
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La interpretacion del mundo, de la representacion a la
accion: Una mirada desde la geografıa francesa
Jerome Monnet
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Jerome Monnet. La interpretacion del mundo, de la representacion a la accion: Una mi-rada desde la geografıa francesa. G.Capron, C.Icazuriaga Montes, S.Levi, E.Ribera Carbo,V.Thiebaut. La geografıa contemporanea y Elisee Reclus, Publicaciones de la Casa Chata,pp.135-159, 2011. <halshs-00714003>
HAL Id: halshs-00714003
https://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00714003
Submitted on 3 Jul 2012
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Publicado en: CAPRON Guénola & alii (eds.), La geografía
contemporánea y Elisée Reclus, México D.F: Publicaciones de la Casa
Chata, 2011, p.135-159 (traducción: Karla Sánchez y Esbed Cavazos)
La interpretación del mundo, de la representación a
la acción: Una mirada desde la geografía francesa
Jérôme Monnet
Instituto Francés de Urbanismo, LAB‟URBA, Université Paris-Est
El objetivo de este capítulo es el de examinar, a través de un
corpus de referencias francesas, cómo la geografía encara la
problemática de la interdeterminación entre lo físico y lo mental, la
exterioridad y la interioridad, lo objetivo y lo subjetivo, el mundo y el
sujeto. Empezaremos por observar cómo la progresiva emergencia de la
llamada “geografía de las representaciones”, en resonancia con la
semiología, la sociología, la antropología y más recientemente las
neurociencias, significó tentativas para teorizar el circulo de
retroalimentación entre las representaciones sociales y la construcción
del espacio: se trató de reunificar el mundo visto como producto social
y el mundo visto como productor de la sociedad. Terminaremos con
una reflexión para rebasar estos dualismos gracias a una teorización de
la acción a través del concepto de interpretación.
1. Mito, signo y representación en las ciencias sociales francesas del
siglo XX
En 1985, la revista L‟espace géographique propuso un análisis
de “20 años de geografía de las representaciones” (Bailly 1985). Es
entonces que se puede hablar de la emergencia de una matriz
conceptual combinando diversas nociones: representación, percepción,
espacio vivido, imaginario, práctica socio-espacial y territorialidad,
para confrontar los dualismos objetivo/subjetivo, realidad/imagen,
social/individual (Colligon 1999; Di Méo 1994). Más allá de la
geografía, existen ejemplos contemporáneos de reflexión sobre las
relaciones entre estructura y coyuntura, determinismo y casualidad,
estado y proceso, o sobre el “relativismo de la observación” entre los
historiadores (Lepetit 1993). El concepto de representación aparece y se
difunde con la integración de las temáticas de la comunicación y del
comportamiento, cuya ascendencia se encuentra en la conceptualización
del inconsciente por la psiquiatría y del psicoanálisis por una parte, y en
el desarrollo de la lingüística científica, por otra parte.
El concepto de representación aparece con los numerosos
estudiosos de la primera parte del siglo XX que se interesaron por los
orígenes e implicaciones de los mitos, entre ellos historiadores del arte
(Caillois), filósofos (Bachelard), antropólogos (Lévi-Strauss) y
lingüistas (Barthes). El mito se encontró en la encrucijada de las
ciencias del comportamiento y de las ciencias del lenguaje cuando fue
considerado como una de las modalidades de construcción de la
realidad y de la actualidad (Barthes 1957: 9). Con Roger Caillois (1938:
156), el relato es la expresión de una visión del mundo que desemboca
en la problemática de la percepción y la cognición. Con Mircea Eliade
(1952), los geógrafos franceses encontraron una referencia recurrente
para una hermenéutica de la centralidad complementaria de los modelos
matemáticos del análisis espacial (Bailly, Ferras & Pumain 1992;
Claval 1995; Pinchemel 1988; Racine 1993).
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 2 sur 17
En la misma época de mediados del siglo XX es cuando se
publican otras obras de referencia para las ciencias sociales que
atribuyen más importancia al concepto de representación. En 1955,
Claude Lévi-Strauss analiza las relaciones entre organización social y
espacial: el mapa del pueblo Bororo como modelo del universo mental
de los habitantes fue muy citado (Barthes 1970: 11; Choay 1972;
Sémiotique de l'architecture 1982: 124; Frémont 1976: 33. Cuando
Roland Barthes publica sus famosas Mythologies, Gaston Bachelard
publica La poétique de l‟espace
(1957), donde presenta la
fenomenología de la casa. Estas obras corresponden a un giro, porque
su amplio y largo impacto abre paso al paradigma de la significación.
Antes ésta era limitada a los objetos totalmente creados por la voluntad
humana (las artes), pero entonces fue extendida a todos los objetos
materiales bajo todas las formas: “el mito es un sistema de
comunicación, es un mensaje. […] el mito no es un objeto, un concepto,
una idea: es un modo de significación, es una forma” (Barthes 1957:
193). Todo el medio ambiente se vuelve significante, y la semiología o
la semiótica se transforman de ciencias del lenguaje en ciencias
generales de la significación.
Este impacto del “descubrimiento de los signos” (Calvino 1969:
45) se nota en las referencias a inicios de los años 1970 y hasta los años
1990 (Choay 1972: 11; Ferras 1990: 9; Brunet, Ferras & Théry 1992:
387, 411; Lussault 1993: 1). En el transcurso de los años 1980,
arquitectos y antropologos intentaron crear una semiología de la
arquitectura y una antropología del espacio, unidas por la problemática
del espacio visible, experimentado o vivido por el individuo, en
convergencia con los trabajos de Edward Hall (1966) sobre la
“proxémica” o los de Kevin Lynch (1960) sobre la “imaginabilidad” o
legibilidad del espacio urbano.
A.J. Greimas explicó que “recibir mensajes espaciales, […] es
„vivir‟ la ciudad […]. Vivir en la ciudad significa para el individuo […]
ser el lugar hacía donde convergen todos los mensajes espaciales”
(Greimas 1979: 39). Así el individuo aparece como el “lugar” por
excelencia de la percepción de los mensajes espaciales y de la
experiencia de la ciudad: hasta ahora la mayoría de los geógrafos se
resiste a adoptar tal postulado, pero los arquitectos lo recibieron muy
bien (Sémiotique de l'espace 1979; Sémiotique de l'architecture 1982;
Sémiotique de l'architecture 1984).
Una tentación de la semiología del espacio fue considerar que la
verdad última del espacio se encontraba en las reglas de la
comunicación inter-humana más que en la realidad vivida por el sujeto.
Para los arquitectos interesados por la semiología, la naturaleza del
espacio no radicaba en su materialidad sino en su representación:
“¿Qué sentido tiene cuestionarse sobre la „materia‟ del espacio
público cuando tantos pensadores modernos se enfocaron a demostrar
su naturaleza simbólica y lingüística?” (Gournay 1988). La
“antropología del espacio” (Paul-Lévy & Ségaud 1983) postula
igualmente que el verbo es primero. Marc Augé matiza este postulado,
evocando el “tratamiento simbólico del espacio realizado por todas la
sociedades para volverlo al mismo tiempo utilitario y significativo”
(Augé 1986: 11). Sugiere que la “realidad vivida” se encuentra en el
cruce de nuestras geografías “cotidiana y banal” por una parte,
“simbólica e imaginaria” por otra parte (Augé 1990: 28). De su lado,
Marc Abélès (1987) explicó que un uso ritualizado por gestos muy
codificados llega a jerarquizar los lugares según su sacralidad y a
marcar el espacio con significados.
Las investigaciones de Pierre Pellegrino y sus colaboradores
tuvieron la originalidad de adoptar una escala tradicional de la
geografía, la región. Su artículo sobre “identidades regionales,
representaciones y ordenamiento territorial” intenta extender la
semiología a un espacio cuyas formas no son totalmente producidas por
la voluntad de actores, a diferencia de las formas arquitectónicas.
Pellegrino decía: “si el espacio es una forma de nuestra relación con
los objetos […] e instituye la identidad de los objetos para nosotros, su
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 3 sur 17
representación centra esta forma sobre nosotros y contribuye a nuestra
identidad” (Pellegrino 1982: 256).
Más allá de la semiología, la evolución de varias disciplinas se
combinaron en la influencia que tuvieron en la geografía académica
francesa en el transcurso de los años 1970. Es el caso de la historia de
las mentalidades y de la ideas. En 1965, Françoise Choay propuso un
análisis de los modelos de sociedad implícitos en los proyectos urbanos
de los siglos XIX y XX, demostrando cuánto la representación
determina la acción sobre la ciudad. Se encuentra una aproximación
similar con la obra de Jean-Pierre Vernant publicada el mismo año, que
propone un análisis de la centralidad y de la construcción de los
espacios público y privado en la antigua Grecia. En la misma línea
aparece la historia de lo imaginario, representada por obras como la de
Georges Duby (1978) o por historiadores franceses investigando sobre
México (Aguila 1980, 1983; Dumas 1982; Duverger 1983; Gruzinski
1988, 1990). Los estudios de la psicología cognitiva interesaron
también a la geografía durante el periodo de los años 1970 y 1980:
Abraham Moles y E. Rohmer (Moles 1992) ayudaron a geógrafos a
conocer la obra de Jean Piaget sobre las relaciones del niño con su
entorno y a adoptar la noción de percepción.
En adición con estas corrientes francesas de pensamiento, hay
que mencionar dos obras estadounidenses atípicas inspiradas por
estudios sobre la percepción visual, y presentes en la bibliografía de
varios geógrafos. Una es The image of the City de Kevin Lynch: se trata
de una metodología de análisis de percepción visual de la ciudad; el
objetivo es ofrecer una herramienta para el urbanismo operativo,
diferendo de la semiología: “este análisis se limita a los efectos de
objetos físicamente perceptibles, las otras influencias sobre la
“imaginabilidad” tal como el significado social de un barrio, sus
funciones, su historia e incluso su nombre, se dejarán de lado” (Lynch
1960: 46). Esta propuesta fue criticada como ambigua por el semiólogo
Roland Barthes (1971: 11) e insuficiente por el sociólogo Raymond
Ledrut (1976: 26). Por otra parte, The Hidden Dimension de Edward
Hall (1966) representó una propuesta de antropología física y cultural
del espacio (la “proxémica”) buscando la identificación de los
determinantes naturales y culturales del comportamiento humano en el
espacio.
2. Emergencia de la geografía de las representaciones, de las
percepciones o del espacio vivido.
La entonces joven revista L‟espace géographique publicó en
1974 dos números temáticos reflejando las preocupaciones académicas
de la época: “paisaje y análisis semiológico” y “espacio y percepción”.
El primero explora las implicaciones geográficas del programa
popularizado por Roland Barthes, actualizando los estudios del paisaje
por su potencial “lectura” sistémica como corpus de signos. Una de las
implicaciones del programa semiológico es el enfoque sobre la
constitución del corpus (¿cómo, por y para qué?), otra es el
cuestionamiento sobre la percepción del paisaje (¿quién lo percibe, en
qué condiciones?). Así nació una “geografía de la percepción”, influida
por el behaviorismo transmitido por la psicología: Vincent Berdoulay
consideraba “la percepción como un conjunto de procesos
constituyentes, un nexo en la red de relaciones motivando al individuo,
su comportamiento y su entorno” (L‟espace géographique n°3-1974:
187). Otra influencia es la del estructuralismo antropológico: “los
rasgos del paisaje y su percepción traducirían la estructura profunda de
los grupos y lo que cimienta su arquitectura” (ídem: 185).
Esto fue el inicio de un movimiento. En 1977, Antoine Bailly
publicó La perception de l'espace urbain, donde explica que el paisaje
(entendido como entorno percibido) “posee una legibilidad que sirve
de materia prima para una construcción activa […] El espacio es
entonces el producto de la estructura del paisaje […] y el resultado de
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 4 sur 17
la actividad y experiencia perceptual del sujeto” (Bailly 1977: 22).
Espacio, entorno o paisaje son considerados como construidos o
producidos, como significativos, y como soportes de una experiencia
que involucra al sujeto: “la ciudad, por una parte es imagen visual,
pero también es experiencia, símbolo. Percepción y representación se
juntan para crear una actitud” (idem: 89). Al mismo tiempo, el
quebequense Luc Bureau escribía: “más allá de la identificación y de la
modelización del medio ambiente, el estudio de la percepción entra
necesariamente en la red de significados que el hombre instala sobre
los objetos y que refleja su experiencia” (Cahiers de Géographie de
Québec 1977: 190). Este programa científico alcanza una dimensión
política con otro quebequense, Marcel Bélanger: “una de las tareas de
los geógrafos de este país se ha vuelto estudiar las representaciones,
los valores y las ideologías por y según las cuales un territorio se
desarrolla y toma forma” (Idem: 118); esta declaración coincide con un
auge de la lucha nacionalista quebequense. En los años 1980, se
manifiesta un nuevo interés por los “territorios de identidad” (Espaces
Temps 1989), a partir del cual el territorio y la identidad colectiva se
convierten en palabras claves de la geografía cultural (Collignon 1988).
En el número mencionado arriba de Cahiers de Géographie de
Québec, el geógrafo suizo Claude Raffestin abogaba por la articulación
entre dos polos de la disciplina: la “geografía del paisaje” y una
“posible geografía de la territorialidad”; “una representa lo „visto‟
cuando la otra busca representar lo „vivido‟. El lenguaje del paisaje es
el de las formas y de las funciones cuando el lenguaje de la
territorialidad es el de las relaciones” (Cahiers de Géographie de
Québec 1977: 125). Con la noción de “vivido”, se introducía lo que
vimos anteriormente aparecer como “experiencia”, “actitud” o
“comportamiento”. Estos términos son claves en la obra cuyo titulo
simboliza el éxito de la noción muy difundida de “espacio vivido”: se
trata del libro de Armand Frémont, La région, espace vécu, donde él
afirmaba que “la región, si es que existe, existe como espacio vivido.
Vista, percibida, sentida, querida o rechazada, modelada por los
hombres y proyectando sobre ellos las imágenes que los modelan”
(Frémont 1976: 14). Describe el círculo de retroacción en el cual se
producen “imágenes del espacio que condicionan las percepciones y
construyen en consecuencia nuevas realidades” (idem: 82). Según
Frémont la noción de espacio vivido obligaba a la geografía a
incorporar lo ignorado hasta entonces: todo lo que da sentido a la
experiencia del espacio, y en particular lo imaginario.
La noción de espacio vivido parece surgir de una larga historia de
reflexiones filosóficas y fenomenológicas sobre la realidad y lo vivido.
Pero me parece que esta inspiración fue problemática porque el espacio
vivido fue cargado con las contradicciones de la noción de “realidad
vivida”: para algunos autores ésta se opone a la realidad “imaginaria”,
mientras que otros la oponen a la realidad “objetiva”. Para Claude Lévi-
Strauss (1955: 138), la realidad vivida es del lado del objeto, de la
naturaleza, opuesta a la realidad soñada por el sujeto y la cultura.
Françoise Choay (1965) parece adoptar el mismo dualismo cuando
opone “utopías y realidades”. Al contrario, Roland Barthes parece
oponer lo vivido con lo objetivo: “dos barrios se yuxtaponen si nos
fiamos del mapa, es decir a lo „real‟, a la objetividad; al contrario
cuando reciben dos significados diferentes se separan totalmente en la
imagen urbana: el significado es vivido en oposición completa con los
datos objetivos” (Barthes 1971: 12).
Entonces, se concibe el espacio vivido bajo formas muy distintas,
y a veces imprecisas: “el territorio, concebido como el área […]
limitada y privilegiada en la percepción y la práctica del hombre, es un
nivel interesante, o mejor dicho esencial, del análisis del espacio
vivido” (Espaces vécus et civilisations 1982: 35). Estas definiciones del
territorio y del espacio vivido aparecen como sobredeterminadas por la
ambigüedad de la evocación del “hombre”, pues no se diferencia si se
trata del ser humano como abstracción, o del conjunto de seres
humanos formando la humanidad considerada como sujeto colectivo, o
el individuo como sujeto concreto. Otros autores consideran que el
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 5 sur 17
sujeto es la sociedad, cuando explican que “el acercamiento del
espacio vivido, de su semiología y de los territorios de identidad
depende del inventario de los símbolos que materializan en el suelo lo
vivido por una sociedad y sus mayores representaciones culturales”
(Antheaume 1984: 357). Postular el espacio vivido como la
materialización no de la vida sino de lo vivido por una sociedad
implica que en este “vivido” se encuentra una conciencia que no existe
en la vida en su conjunto.
Lo “vivido” tal como fue concebido por Barthes se encuentra en
el trabajo de Jean-Paul Lévy, representado como el reino de la
experiencia, de lo cotidiano y del individuo, autorizando la “noción
abstracta y desencarnada” de centralidad de “nutrirse de símbolos y
sentidos” (Lévy 1987: 51). El territorio de las funciones se opone
entonces al espacio de las “prácticas cotidianas vividas” (idem: 307).
Sus relaciones aparecen a través de lo que Lévy llama “percepciones”
pero que otros conceptualizan como “representaciones”, pues se trata
del discurso de la gente sobre su experiencia de la ciudad. Esta
concepción de las percepciones se encuentra igual en la dicotomía
planteada por Xavier de Planhol entre el “espacio percibido” y el
“espacio vivido”: el primero remite a la “presencia” de una entidad
geográfica en la imaginación y el sueño, en las creencias y en la fé”; el
segundo remite a su presencia “en los hechos y en las cosas” (Planhol
1988: 281). La percepción es totalmente diferenciada de la experiencia
sensible, al contrario de su concepción en otras fuentes.
En su Géographie universelle, Brunet hace del espacio vivido el
principio de unificación entre percepciones, prácticas y afectos:
“El espacio vivido es no solo el espacio de vida que uno
práctica, sino también el espacio tal como es vivido, sentido aún
más que percibido, frecuentado y habitado, con todos sus
afectos. Esta hecho de lugares, de edificios y de personas, y
también de signos y marcas, pulsiones y repulsiones, recuerdos y
proyectos” (Brunet 1992: 20).
Este autor desplaza la dicotomía:
“El espacio vivido y sus imágenes son de índole individual (…).
El espacio vivido soporta solo parcialmente las representaciones del
espacio: los relatos en el pasado, la televisión ahora, comunican otras
experiencias y generan otras representaciones” (idem: 22).
Entonces, las representaciones generadas por la experiencia y las
imágenes individuales del espacio vivido se oponen a las
“representaciones colectivas”, “estructuras sociales de reproducción de
la familia, de la propiedad y del poder” (idem: 175).
La noción de espacio vivido es ambigua porque remite a la
relación entre mundo exterior y mundo interior del individuo, lo que no
facilita una simple objetivación. Después de estar usada durante los
años 1980 para significar una dimensión de la realidad, la noción se
empobreció y está menos utilizada en los últimos 10 años. En el índice
del manual Géographie culturelle de Paul Claval (1995), “espacio
vivido” es mencionado solamente dos veces, al igual que “percepción”;
en contraste, “representación” es mencionado 11 veces, y “práctica” 6
veces.
3. Prácticas sociales y geografía cultural
Los trabajos de los geógrafos que vamos a analizar ahora
quedaron enmarcados bajo tres conceptos cuya emergencia acabamos
de ver: prácticas, espacio vivido y representaciones. A partir de los
finales de los setenta, la “geografía de la percepción” dejó de ser
invocada, con la excepción de algunos trabajos originales sobre los
sabores o los olores (Collignon 1998). Para explicarlo, mi hipótesis es
que la disciplina encontró un obstáculo epistemológico que los
geógrafos no quisieron o no supieron rebasar: enfrentar la escala del
individuo (Monnet 1999a). En contraste con el interés por las prácticas
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 6 sur 17
sociales, el individuo y su micro-escala (el cuerpo, la intimidad o
familiaridad, el hogar, los gestos cotidianos) se quedaron fuera de los
estudios geográficos, con algunas excepciones (Barthe-Deloisy 2003).
Creo que perseguir el estudio de las percepciones llevaba
necesariamente a observar las relaciones del cuerpo con el entorno y a
plantear cuestiones sobre la identificación de la persona y sobre la
conciencia. Durante los años 1970, la “nueva geografía” quiso romper
con la geografía descriptiva “clásica” (Claval 1995b). Fue una lucha
por el reconocimiento de la geografía como una de las ciencias sociales,
como la historia y la sociología, que dominaban entonces los debates
académicos y públicos. Mi hipótesis es que los geógrafos abandonaron
a la psicología y a la fenomenología la problemática de la percepción y
de la relación individualizada con el entorno, para dedicarse a los
fenómenos de masa.
La geografía de las prácticas sociales (ya no individuales) del
espacio, inspirada por la sociología, está bien representada por las obras
de Michel-Jean Bertrand (1978) y de Xavier Piolle (1979). El primero
considera las prácticas como determinadas por las imágenes más que
por las “realidades”: El centro de la ciudad atrae menos por su oferta
real que por su significación”. No es un dato objetivo, ni un espacio
homogéneo, se modela a partir de una imagen fundada en la experiencia
y la percepción, incluso en la imaginación; se espera de él más de lo
que puede dar y, aunque que sea sub-equipado, está sobre-practicado”
(Bertrand 1978: 165-166). En esta perspectiva, la imagen es engañosa e
induce a los usuarios a “sobre-practicar” espacios que no lo merecen.
En contraste, el trabajo de Piolle sobre la relación de los ciudadanos a
su ciudad considera que las prácticas y las representaciones del espacio
urbano se determinan mutuamente. Asimismo, la “geografía de las
representaciones” otorga una dimensión estructural y funcional tanto a
las prácticas como a lo simbólico y a la percepción (Bailly 1985: 203).
Las prácticas, a veces llamadas usos, aparecen entonces como
uno de los niveles ineludibles de la realidad en los trabajos de ciertos
geógrafos, a semejanza de lo vivido en las obras de Barthes o Ledrut. Si
hay un debate, es más sobre sus determinantes. Para algunos autores,
las prácticas, espaciales o territoriales, son “condicionadas” por los
“valores o sistemas de valores” o “resultan” del imaginario individual y
social (Espaces vécus et civilisations 1982: 23; Bailly 1985: 203);
invitan a tomar en cuenta “todas las prácticas sugeridas, propuestas,
orientadas, impuestas; todas las relaciones entre una ciudad y sus
usuarios” (Ferras 1990: 17). Para otros, son los lugares quienes son
“determinados”, “identificados” o “definidos” por las prácticas
(Maximy 1985; Lévy J.P. 1987: 96; Pinchemel 1988: 408): “en sus
representaciones como en sus elementos materiales, el paisaje es
primero el productos de la praxis, de una práctica que se ejerce sobre
el mundo físico, entre simple retoque y artefacto integral” (Brunet
1992: 28).
Fue para dar cuenta de la importancia de los sistemas de valores
que la “geografía cultural” empezó a desarrollarse en Francia como
consecuencia de los debates sobre la percepción y la semiología. En
1977, Marcel Bélanger reclamaba “una geografía que integraría el
análisis cultural en su objeto” y para quien “el estudio de la
„percepción del medio ambiente‟ (…) introduce la posibilidad de una
geografía cultural cuyo objeto sería primero los valores y las
representaciones, que generan las formas del medio ambiente”
(Cahiers de géographie de Québec 1977: 118). En 1981, la revista
L‟Espace géographique publica a su vez un número temático sobre “el
acercamiento cultural en geografía”. En 1987 fue cuando Paul Claval y
sus colaboradores crearon el “Laboratorio Espacio y Cultura” en la
universidad de París-IV Sorbona. En 1992, reunieron a geógrafos de
otras universidades y organismos de investigación para editar la revista
Géographie et cultures (ediciones L‟Harmattan).
La formula “geografía cultural” se impuso en Francia a otras
denominaciones que marcaban un terreno de investigación más
estrecho. Uno de los exponentes de la geografía de las representaciones,
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 7 sur 17
Antoine Bailly (1984, 185, 1992), intentó importar de Estados Unidos e
Inglaterra el concepto de “geografía humanista” (Bailly & Scariati
1990), que correspondía a diversos intentos para insertar el campo de
las creencias y los valores en una producción científica dominada por la
llamada geografía “radical”. Esta se enfocaba entonces a los
mecanismos espaciales de la dominación social (Harvey 1973). Para
algunos autores anglo-hablantes hacía falta integrar la cultura en los
esquemas explicativos:
“Se creó un problema mayor por dar demasiado poder
explicativo a conceptos como „el mercado‟ o „el modo de
producción‟, cuando no se le dio la atención necesaria a las
acciones humanas y a los comportamientos, valores y creencias
ligados a estas acciones” (Agnew, Mercer & Sopher 1984).
La geografía “cultural” a la francesa parece corresponder a la
geografía “humanista” anglo-americana, con la diferencia que la
primera se enfocó más en las representaciones y la segunda más en la
experiencia. Del lado francés, hubo un abandono relativo del estudio de
las percepciones y del comportamiento de los individuos. Pero los
geógrafos se interesaron en el territorio como cosa representada tanto
como representación del orden social. Decía Joel Bonnemaison:
“El espacio geográfico no se puede separar de la naturaleza ni
de las relaciones de fuerza políticas o económicas que lo
orientan y lo moldean, y tampoco se puede separar de la cultura
quien lo percibe a través el prisma de sus representaciones y
símbolos” (1984: 351).
Paul Claval insistía de la misma manera sobre las
representaciones:
“La aprehensión del mundo y la sociedad se hace a través de los
sentidos [y] la sensación nunca es pura: el individuo vive en una
sociedad, usa un vocabulario de formas y colores que predeterminan lo
que siente; percibe el mundo a través de los cuadros de análisis que
recibió. […] La cultura hace que las representaciones pasen de unos a
otros” (1995: 61).
Las representaciones se volvieron entonces el objeto privilegiado
por la geografía cultural francesa, un concepto-clave que permaneció
desde la época del interés por el espacio vivido. Pero la lectura de la
obra de Dardel, publicada en 1952 pero olvidada hasta su
“redescubrimiento” en 1990, contribuyó a la reintroducción en el debate
académico de la problemática de la relación entre la conciencia humana
y la percepción del mundo, al momento de la emergencia de las
ciencias cognitivas durante los años 1990. En un artículo sobre
“geografía fenomenológica y ciencias cognitivas” (Copeta 1994), se
mostró el vinculo entre la fenomenología de Heidegger y la de Dardel y
se apuntó el cambio de perspectiva producido por las ciencias
cognitivas y la incorporación de la problemática del sujeto en la
geografía. En Francia, la obra de Augustin Berque representa el
“desarrollo de la geografía en la perspectiva de la fenomenología
hermenéutica” (Berque 1996: 188), con referencias a Dardel, Heidegger
o el filósofo japonés Watsuji. Para Berque,
la percepción “se puede interpretar como una congruencia entre
los particular y lo general. Si cada cosa fuera totalmente
particular, nuestro cerebro nunca la reconocería y el mundo no
tendría ningún sentido. Para que el mundo tenga sentido, es
necesario que cada cosa particular refleje algo de lo general; y
para que el conjunto prácticamente infinito de las cosas tenga el
sentido de un mundo, es necesario que este conjunto se refleje en
la conciencia de cada uno de nosotros” (idem: 178).
Mencionar el cerebro, la conciencia y el sujeto individual sigue
siendo raro entre los trabajos que se adscriben a la geografía de las
representaciones o de los “sistemas simbólicos” (idem: 179). La
perspectiva de Berque se caracteriza por no considerar los objetos en si
mismos, hablando de configuraciones espaciales o de sus
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 8 sur 17
representaciones, y prefiere enfocarse en el sistema de interrelaciones e
interacciones entre el sujeto y el medio ambiente.
4. Las divergencias sobre el lugar de las representaciones entre lo
“real” y lo “ideal”.
Las relaciones genealógicas y epistemológicas entre geografías
“de la percepción”, “de las representaciones”, “cultural”, “humanista” o
“fenomenológica” no son sencillas, pues las concepciones de la
percepción, la representación, el espacio, el sujeto o el objeto son
disímiles de un autor al otro. El largo sombrero de la geografía cultural
cubre un conjunto complejo y a veces contradictorio de investigaciones.
Lo ilustran tanto la variedad de los temas publicados por la revista
Géographie et cultures como las definiciones externas de la corriente,
por ejemplo este libro destinado a estudiantes universitarios de
pregrado que opone dos grandes tipos de explicación geográfica.
“La geografía […] combina dos grandes tipos de relaciones
explicativas: las que interpretan la variedad del mundo por la
diversidad de los entornos naturales sometidos a la acción
humana, y por la desigualdad de los conocimientos técnicos y la
diversidad de las culturas implicadas en la transformación de
estos entornos (relaciones „verticales‟ entre las sociedades y la
región del mundo donde se localizan): las que dan cuenta de las
disparidades observadas a partir de relaciones „horizontales‟
entre los lugares y determinadas por la forma en la cual las
sociedades producen el espacio geográfico, dependiendo de sus
características antropológicas, de sus formas de organización
social y el estado de las técnicas a disposición. […] La primera
orientación era la de la geografía llamada „clásica‟ […]. Hoy se
encuentra en el centro de las preocupaciones de la llamada
geografía „cultural‟ o de algunos estudios sobre el medio
ambiente. La segunda constituye lo que se llama el análisis
espacial” (Pumain & Saint-Julien 1997: 5).
Esta división del mundo geográfico francés es problemática en
varios aspectos. Por una parte, no ubica explícitamente algunas
corrientes muy productivas, como la geopolítica personificada por Yves
Lacoste y por la revista Hérodote, probablemente implícitamente
integrada en la geografía cultural. Por otra parte, la separación entre
estudios de las relaciones „verticales‟ y „horizontales‟ pone la relación
con el entorno „natural‟ del lado de la geografía cultural y como un
problema reservado a una aproximación „ideográfica‟, mientras las
“características antropológicas” remiten una aproximación „nomotética
y modelizante‟. Así el campo del análisis espacial parece ampliarse a la
totalidad de las relaciones que estructuran el espacio humanizado, tal
vez para escapar a la crítica de los que consideran que no es más que
geografía „cuantitativa‟: “En estas corrientes tecnocráticas de la
geografía […] se pretende establecer las „leyes del espacio‟ para
justificar, seudo-científicamente, unas representaciones que reducen a
formas geométricas las complejas configuraciones geográficas”
(Lacoste 1993: 680).
Más allá de sus diferencias, estos autores dan cierta centralidad al
concepto de representación. Por ejemplo, el libro mencionado de
análisis espacial ofrece una llamativa presentación de la noción de
distancia según las representaciones sociales asociadas con ella:
“La distancia entre dos lugares es siempre definida como el
intervalo más corto por recorrer para ir de un lugar al otro.
Para el individuo, significa una separación; su representación
implica una información anterior o una anticipación sobre el
lugar de destino; su recorrido necesita esfuerzos, un gasto
energético. Pero la distancia no solo tiene connotaciones de
dificultades, sino también es lo que permite crear espacio,
mantener alejado, y también viajar” (Pumain & Saint-Julien
1997: 26).
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 9 sur 17
Por esto la distancia es una realidad a la vez objetiva y subjetiva,
una distancia “real” y otra “percibida” según estas autoras. La primera
es la distancia “geográfica” o “física”, muy imperfectamente conforme
a las propiedades de la distancia matemática (no nula, no negativa,
simétrica y proba la desigualdad triangular): la distancia geográfica no
es simétrica porque “el espacio geográfico no es isotrópico y no tiene
las mismas propiedades en todas las direcciones” y no prueba la
desigualdad triangular (el camino directo no siempre es el más corto).
La distancia percibida “se revela por los comportamientos” y se mide
en “posibilidades de contacto, de información sobre los lugares o en
familiaridad con las personas y las actividades presentes en estos
lugares”. La segunda es la representación de la primera: “la distancia
percibida es parte de las distancias cognitivas (antes llamadas
distancias mentales) traduciendo las representaciones psicológicas,
individuales o colectivas, de las distancias topográficas”. (idem: 28)
Este ejemplo demuestra que representantes del análisis espacial
no niegan la realidad de los fenómenos “culturales”, pero los
subordinan a los fenómenos “físicos”: esta subordinación está realizada
por el proceso de representación, que aparece muy funcional según
estas autoras. He aquí la cadena explicativa de la relación sujeto-objeto:
el comportamiento del sujeto desvela su representación de la distancia,
y esta representación es una interpretación de la distancia “real”. La
distancia física parece el fundamento a partir del cual se elabora la
representación, la cual determina el comportamiento. Yves Lacoste
propone exactamente la misma cadena causal al revés:
“Para la geografía todo es cuestión de sentimientos o para
decirlo de otra forma, de representación. „Geo-grafiar‟, es
dibujar, describir y representarse la Tierra. ¿Con qué objetivo?
Primero para imaginar lo que uno podría emprender en este
territorio […]. Todo esto no es ajeno a la cuestión del poder y la
acción” (Lacoste 1996: 42).
Así las representaciones aparecen como el motor de la
organización y la producción del espacio o territorio y por lo tanto son
un objeto privilegiado de la geopolítica y la geografía en general:
“Ya que la geopolítica, en tanto procedimiento científico, tiene
como objeto el estudio de las rivalidades territoriales de poderes
y sus repercusiones en la opinión [pública], y porque es por la
intermediación de las representaciones que se puede entender el
interés estratégico o el valor simbólico de estos territorios […],
es necesario implementar los métodos y razonamientos de un
saber científico precisamente espacializado –de allí su nombre–
en la construcción y el análisis de las representaciones de
espacios y territorios: la geografía” (Lacoste 1993: 30).
Muchos autores reconocen explícita o implícitamente el círculo
de retroalimentación entre el sujeto o actor (o la humanidad) y el
espacio (o el entorno) pero pocos integran en su demostración la
interacción entre lo “factual” y lo “ideado” (“matriz e huella” el uno
para el otro, cf. Berque 1990: 44) o entre la “estructura” y lo “aleatorio”
o el “libre arbitrio” (Pumain 1993: 282). Es más frecuente que los
razonamientos divaguen entre dos determinismos: uno hace de las
representaciones y los comportamientos una adaptación del sujeto a su
entorno y el otro hace del espacio geográfico el producto de las
acciones y concepciones del actor. Uno considera que el
comportamiento “resulta” de representaciones-arquetipos “procedentes
de alguna otra parte” (Ferras 1990: 35), otro dice que la representación
de los espacios es “un asunto individual, mas o menos determinado por
las culturas, las informaciones, incluso los mitos y las representaciones
colectivas […]. Es mas o menos el desfase con lo real, por sesgos
individuales y sociales” (Brunet 1992: 387, enfatizado por mi).
En el corpus de autores estudiados, aparece un dualismo
semántico recurrente. Este asocia u opone sistemáticamente lo real a
ciertos adjetivos o sustantivos:
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 10 sur 17
real se opone a imaginario
verdadero falso
objetivo subectivo
objeto sujeto
material ideal
concreto abstracto
hecho dicho
acción representación
consciente inconsciente
dado construído
Fuente: corpus bibliográfico del estudio (Monnet 1999b).
Una de las principales contradicciones del dualismo
ejemplificado arriba es la de ubicar la representación en posiciones
antagónicas: 1) si lo real se opone a lo imaginado, la representación no
es real; pero 2) la oposición sujeto-objeto diferencia el acto de
representar (la representación-acción o proceso) del objeto soporte de la
representación. Existen entonces representaciones “reales” (objetos que
son imágenes –cuadros, fotos- o textos, etc.) mientras la representación-
acción quien produjo estos objetos esta catalogada como “irreal”, por
ser subjetiva e ideal. Esto lleva a decir que lo irreal produciría lo real.
En los textos, constatamos que la mayoría de los autores no conciben
las representaciones como acciones, sino como objetos dotados de una
estructura estable, de límites y de finalidades.
Esta paradoja explica tal vez que los geógrafos hayan tenido
problemas para estudiar los procesos de producción de las
representaciones-objetos, porque esto habría implicado estudiar los
sujetos productores, manipuladores, transmisores o consumidores de
estos objetos; tal vez resultó más evidente estudiar las meta-
representaciones abstractas que los objetos y los sujetos. Otra manera
de presentar esta paradoja es considerar que los geógrafos privilegiaron
las maneras las más abstractas de representar el espacio geográfico
(cartografía, estadísticas), y dejaron en el orden de lo subjetivo las
realidades las más concretas de la existencia de los individuos: lo más
abstracto se volvió más objetivo, y lo concreto se volvió subjetivo… La
única forma de salir de estos dualismos contradictorios es enfocarse
sobre las relaciones y sobre los procesos que sostienen las relaciones. Si
las representaciones se consideran como productos, hay que enfocarse
sobre sus condiciones de producción. Al igual de las ciencias cognitivas
y la psicología de la percepción, la geografía puede estudiar el conjunto
de procesos a través de los cuales el sujeto individual relaciona su
realidad interior con la realidad exterior, o como el actor social articula
los espacios o entornos individuales y colectivos.
5. Representación, acción, interpretación
Parece ahora necesario reflexionar en círculo (de
retroalimentación o retroacción) con las representaciones y las
acciones: “la acción implica la noción de un plan en función de una
meta. […] La noción de representación es central en los modelos de
control de la acción” (Decety 1998: 34). Pero si se adopta una escala
geográfica, esta propuesta es complicada por el hecho que el sujeto
individual nunca deja de existir (lo que los geógrafos a veces olvidaron)
al mismo tiempo que pertenece a una serie potencialmente infinita de
sujetos colectivos. Así las interacciones del individuo toman lugar en el
mismo tiempo:
a) con su entorno sensorial interpretado por su
individualidad;
b) con un número siempre cambiante de otros individuos
(cuya percepción e interpretación de su entorno nunca es exactamente
idéntica, y nunca ocupan estrictamente el mismo espacio-tiempo);
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 11 sur 17
c) con cada una de las entidades colectivas a las cuales
uno pertenece (cada una produce su propia interacción con el medio de
vida e influye sobre la relación directa del individuo con cada medio de
vida).
Estas interacciones cambian según la frecuencia temporal, las
intenciones, la intensidad de los fenómenos, etc. Existen entonces
jerarquías establecidas por los individuos y los grupos y entre ellos.
Para abordar esta complejidad sistémica, propongo en esta quinta
sección explorar una manera de sintetizar las modalidades de la relación
con el mundo, reunificando la dualidad representación-acción (o
real/ideal, sujeto/objeto, etc.).
El espacio es la sustancia física de las interacciones y relaciones:
de la relación del sujeto con el objeto, de si-mismo a los otros, del
nosotros a ellos, de la conciencia al mundo. Adoptando una perspectiva
objetivista o subjetivista, el espacio es siempre una condición de la
relación entre los términos. La conciencia, el conocimiento o la
comunicación necesitan diferencia y distancia: en esta perspectiva el
medio ambiente es el médium. He aquí cinco variables analíticas de
esta relación.
5.1. El proceso
Se trata aquí de insistir sobre la cadena operativa del proceso que
relaciona al sujeto con el mundo. Por ejemplo, adoptando el campo
semántico de la producción: cuando uno se pregunta cómo se produce
un espacio, se obliga a mirar lo que pasa entre productor y producto, es
decir el mismo proceso de producción. La hipótesis que justifica el
enfoque en este proceso, es que éste define o determina en gran parte
tanto el productor como el producto. Esto implica renunciar a captar un
estado de las cosas, de los lugares o de las identidades. En esta
perspectiva, la ciudad, hablando de una en particular o del espacio
urbano en general, no se puede concebir en sí misma, pero al contrario
solo a través de los procesos por los cuales se construye, deconstruye y
reconstruye en cada momento por las acciones y las representaciones de
sus habitantes o usuarios.
5.2. La permanencia
Cuando el proceso implica entender una cosa tal como se está
haciendo, reconocer la estabilidad de esta cosa bajo alguna forma,
permite entender que ella existe en otra dimensión distinta a su proceso
de producción. El mismo proceso produce algo irreversible, pues el fin
del proceso no significa el fin de lo producido. Esta dimensión es
fundamental en la comprensión de los fenómenos geográficos, porque
así se estabilizan realidades que entran en una temporalidad propia,
distinta de la de los procesos que las realizaron. Se trata de la inercia
diferencial entre los objetos (o las formas) y los procesos, porque la
permanencia de los primeros no depende totalmente de los segundos.
Lo producido o el producto tienen una permanencia propia,
determinada por las condiciones de su materialidad, que influyen
retroactivamente en los procesos de producción: por ejemplo, las
edificaciones urbanas existentes condicionan los procesos edificativos
contemporáneos.
5.3. El sujeto
En las ciencias sociales, se usa “sujeto” en acepciones
específicas: el individuo (paciente de los psicólogos), el ciudadano
político (sujetado a una autoridad) o el sujeto filosófico (opuesto a
objeto). Aquí me refiero a esta última acepción, no para perpetuar el
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 12 sur 17
dualismo sujeto-objeto, al contrario, sino para remitir a la problemática
del ser, individual o colectivo, sujeto de conocimiento. La conciencia y
el mundo nacen al mismo tiempo para cada individuo: tomar conciencia
de sí, es simultáneamente tomar conciencia del mundo (tanto entorno
físico como ambiente social o conjunto de colectividades). En el
proceso de identificación de los actores colectivos por los individuos
como distintos “nosotros” o “ellos” con bases étnicas, clasistas,
culturales, nacionales o sexuales, aparecen referentes geográficos
(lugares, regiones, países, etc.): así el sujeto aparece como un elemento
esencial del proceso de organización del espacio.
5.4. La relación
Si nuestra relación con el mundo está parcialmente determinada
por las condiciones de nuestro nacimiento al/en el mundo, esta relación
se puede entender como una interacción o interdependencia entre estas
instancias, como invita el pensamiento contextual y sistémico de la
complejidad (Morin & Kern 1993: 190). El mundo (el planeta) es
“explicable cuando es interpretado por quienes lo hacen y nos dicen, a
su manera, lo que quieren hacer con él” (Lévy 1996: 24). El
pensamiento que podríamos llamar procesual o relativista permite
articular que, cuando la conciencia de sí mismo nace de la conciencia
del mundo, cuando el sujeto se instituye a sí mismo mientras instituye
el objeto, o cuando la causa y el efecto existen solo el uno por el otro,
estos términos solo se pueden estudiar a través de la relación que crean
entre sí. Para la geografía, esto implica reconocer y entender cómo la
relación entre los sujetos geográficos, sus conocimientos y sus acciones
concretas produce la organización material de su mundo, y por
consecuente la del mundo en general.
5.5. El mundo
El mundo del cual estamos hablando mantiene todas las
dimensiones por el cual es conocido: es a la vez el planeta, el universo,
la humanidad, el espacio, el medio ambiente, el entorno… En el sentido
común, es la “realidad exterior” opuesta a la conciencia de sí mismo (la
“realidad interior”) en el continuum que es nuestra relación con el
mundo. El mundo se caracteriza siempre con una cierta materialidad,
que implica parcialmente su permanencia. Para manejar nuestra
relación con el mundo, jugamos con contradicciones. Por una parte, la
conciencia o la idea remiten a la abstracción o a la imaginación, a
menudo consideradas como irreales o ilusorias, opuestas en todo caso al
mundo concreto, cuya realidad parece más segura. Pero por otra parte,
nadie duda de la realidad de los sentimientos, de las emociones o de los
pensamientos: el miedo es real cuando su causa puede ser irreal… Y
para terminar, mantenemos cierta confusión cómoda sobre la realidad
de “yo”: el sujeto o la conciencia no es la totalidad del “yo”, porque mi
cuerpo, a pesar de ser una cosa material como otras, es “yo” también.
Por lo tanto, la dialéctica conciencia/mundo aparece más bien
como un sistema analítico de la copresencia del “yo” y del mundo,
cambiante según las concepciones de uno y otro. Simplificando este
sistema, se puede decir que el mundo del individuo es su entorno,
incluyendo los otros individuos; el mundo de la colectividad, es el
universo conocido por experiencia y por información. Cuando la
humanidad se está volviendo una colectividad conciente de sí misma, el
planeta se vuelve como un mundo integrado para (casi) todo el mundo.
Retomando la propuesta de J. Lévy (1996: 23) sobre el papel de la
sincronización de distintos fenómenos en la unificación del mundo (o al
contrario su fragmentación a través de la desincronización), yo
propondría llamar “sintopización” (neologismo construido con la raíz
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 13 sur 17
griega “topos” –lugar) la correspondencia de distintos fenómenos en el
mismo lugar y la experiencia simultanea del mismo fenómeno en
distintos lugares. Así el mundo aparece como la interconexión o
encajamiento de muchos mundos individuales y colectivos, entre los
cuales cada medio ambiente instituido por una relación especifica,
constituye un cierto mundo para cierto sujeto. Entre los mundos
posibles, se puede mencionar por ejemplo:
- “mi” pequeño mundo, el hogar familiar, tal vez mi
segmento de calle;
- el mundo de mi barrio ya es una comunidad imaginada
(Anderson 1983; Di Méo 1994);
- “mi” ciudad es un mundo muy importante pero bastante
borroso y fluido, oscilando entre el territorio reducido de la ciudadanía
política local (municipalidad…) y la conciencia de la conurbación
interdependiente en términos de empleo o servicios.
Este mundo de relaciones y procesos abarca muchas
contradicciones que no tendrían lugar en los mundos absolutistas del
objetivismo o del subjetivismo. Pero precisamente lo que da su realidad
al mundo relativista es permitir la coexistencia de mundos
contradictorios (por causas, razones, sentimientos, emociones,
sensaciones, intereses, lógicas…). Por lo tanto una geografía que
pretende explicar la realidad del mundo como medio ambiente de la
humanidad tiene que preocuparse de las acciones humanas tanto como
de las representaciones sociales. Pero estos mundos son fluidos y
borrosos. No hay dudas sobre la realidad de un mundo francés o
mexicano, pero hay dudas sobre sus límites (¿hasta qué punto la
Guyana es Francia? ¿O Los Ángeles es México?). Incluso el mundo
global, el globo terrestre, tiene límites fluidos, dependiendo de la
variabilidad de la presencia humana en los océanos o en el espacio
celeste. Los mundos de la humanidad nunca se fijan definitivamente, en
las representaciones como en las acciones, porque tenemos conciencia
de una incertidumbre sobre su permanencia o su realidad.
Conclusiones: representación y acción en una teoría de la
interpretación del mundo
Las condiciones en las cuales se instituye la relación con el
mundo (es decir con todo lo que no es sí-mismo, en distintas escalas)
producen lo que es el mundo: un entorno si se le considera como una
exterioridad, o el medio ambiente del cual el ser humano es parte. Si se
considera el medio ambiente no como exterioridad sino dentro de una
perspectiva procesual o relacional, no se le considera como un mundo
de objetos en lo absoluto, sino como el medio ambiente del ser humano:
éste está en el medio de su medio, siendo al mismo tiempo el medio
ambiente de otras cosas y entidades (nuestros microbios, por ejemplo).
En la relación entre el ser humano y el mundo, se pueden diferenciar
dos modalidades u orientaciones de la relación. En la orientación
sujeto-mundo, el sujeto es una realidad que actúa en el mundo y lo
transforma efectiva y materialmente. En la orientación mundo-sujeto de
la relación, el mundo es una realidad que el sujeto tiene que concebir y
entender; para el geógrafo, esto implica analizar cómo el sujeto “toma
en cuenta” la realidad del mundo, lo que se impone al sujeto.
Esta relación bidimensional o bidireccional me lleva a identificar
dos procesos fundamentales en el performance geográfico del sujeto: la
interpretación del mundo y el ordenamiento del mismo. La
interpretación es una acción ideal del sujeto, que influye sobre el
mundo sólo si el sujeto actúa en el mundo. Por lo tanto, el acto de
pensar no es suficiente para cambiar el mundo. La permanencia de éste,
en tanto realidad exterior al sujeto, no puede ser afectada sino por una
acción concreta del sujeto. La misma permanencia del mundo, en tanto
realidad objetiva, actúa sobre el sujeto: por una parte porque el ser
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 14 sur 17
humano es una realidad física regida por las mismas reglas objetivas del
mundo físico; por otra parte porque cualquier actuación del sujeto tiene
como objetivo la eficiencia de la misma en y sobre el mundo. Aparece
un círculo de inter-determinación entre el sujeto y el mundo: una
interpretación correcta de la realidad garantiza la adaptación del sujeto
a su mundo, lo que se logra cuando el sujeto logra adaptar el mundo a
sus objetivos.
Existen varios ejemplos de sujetos colectivos o sociedades que se
adaptaron a su mundo mientras lo adecuaron en forma relativamente
estable durante un periodo, pero que desaparecieron cuando su mundo
cambió brutalmente bajo una presión externa que estas sociedades no
pudieron adecuar. Un ejemplo estudiado por arqueólogos o etno-
historiadores son las sociedades americanas precolombinas, destruidas
por las novedades introducidas por los conquistadores europeos
(Bernand & Gruzinski 1991; Gruzinski 1988, 1990; Todorov 1982,
1989). Una hipótesis por debatir sería que el derrumbe de los sujetos
colectivos y de su mundo fue proporcional al grado de complejidad de
la relación sujeto-mundo. En consecuencia, uno puede preguntarse si
los grupos que se perpetuaron después de la colonización lo pudieron
hacer porque siendo pequeños y periféricos habían incorporado su
dependencia, vulnerabilidad o marginalidad como realidades de su
mundo, lo que les permitió integrarse en un nuevo orden del mundo
mejor que los pueblos que se consideraban ellos mismos en el centro de
un mundo sin alternativa. La representación o interpretación, por una
parte, y la acción, u ordenamiento territorial, por otra parte, son
intrínsecamente políticos, porque contribuyen a la relación de cado uno
con los otros, y a la transformación ideal y material de un entorno
compartido en mundo común.
¿Por qué sustituir ahora los términos de interpretación y
ordenamiento a los de representación y acción? Primero, porque la
representación es una acción sobre el mundo, sincrónica con las otras
acciones que transforman el mundo conforme a su representación:
migrar, edificar, labrar, etc. Segundo, porque la “geografía de las
representaciones” es una corriente de la disciplina que se enfocó en los
objetos soportes de las representaciones, con su permanencia propia,
como referentes de otras acciones sobre el mundo. La interpretación
obliga a volver la atención hacía el sujeto consciente, actor del acto de
representación; con la dimensión cognitiva, se recupera la herencia de
la geografía de la percepción. Sustituir interpretación por
representación permite ampliar el estudio a un conjunto de procesos y
acciones que constituyen la relación con el mundo de individuos y
colectivos en sus respectivos medios de vida. Inversamente, hablar de
ordenamiento territorial permite reducir el campo de las acciones
humanas observadas por los geógrafos a las que tienen como objetivo o
consecuencia el ordenamiento del medio de vida, incluyendo la escala
individual a todas las escalas tradicionales de la geografía.
De cierta manera, mi propuesta es la de disolver la dualidad
interpretación-ordenamiento como un solo objeto de estudio para los
geógrafos, la relación entre seres humanos y su(s) mundo(s): estudiar el
mundo de los humanos, es a la vez prestar atención a las acciones
concretas de ordenamiento del primero y a las razones, metas y motivos
de los segundos. El ordenamiento territorial o espacial realiza (vuelve
real) una interpretación del mundo. Una teoría de la interpretación del
medio de vida nos ayuda a entender cómo interpretamos lo que
percibimos y hacemos del mundo, y cómo realizamos y comunicamos
lo que interpretamos. Por lo tanto, la metáfora teatral de la
interpretación permite entenderla, al mismo tiempo, como una creación,
una variante, una reproducción y una realización. El resultado de la
interpretación es el mundo. La interpretación geográfica por excelencia,
es el ordenamiento del mundo en todas sus escalas.
MONNET, Jérôme (2011), “La interpretación del mundo, de la representación a la acción”. Page 15 sur 17
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