¡La Generación del 68 y el México de Hoy! Homenaje a Raúl Álvarez Garín

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Por Félix Hernández Gamundi

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¡La Generación del 68 y el México de Hoy! Homenaje a Raúl Álvarez Garín

Por Félix Hernández Gamundi

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Cuauhtémoc Cárdenas SolórzanoPresidente

Víctor García Zapatadirector

Jorge Linarescoordinador de Proyectos

Ivonne Villalóncoordinadora de análisis y divulgación

Montserrat Castillocoordinadora de logística y administración

Paula Santoyoservicio social

consejo consultivo

Félix Hernández Gamundi / Alicia ZiccardiSergio Benito Osorio / Dolores González Saravia / Jorge Cadena-Roa

Javier Esguevillas Ruíz / Carlos Lavore

1° Edición: Editado por la Fundación para la Democracia –Alternativa y Debate– A.C. México D.F, 10 de julio de 2014

Fundación para la Democracia, Alternativa y Debate A. C.

Diego Rivera 140, Colonia Guadalupe Inn, Álvaro Obregón. CP 01060,

México, D.F., Teléfono: 6553 2261

www. fundaciondemocracia.org

Impreso y hecho en México

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Fundación para la Democracia, Alternativa y Debate A. C.

Desde su nacimiento en México en 1995, la Fundación para la Democracia es una asociación civil dedicada al fortalecimiento del pensamiento progresista, mediante el fomento al debate, la formación y la divulgación de las políticas públicas y los proce-sos sociales que impulsan el mejoramiento de la calidad de vida, la soberanía, la democracia, la igualdad y el progreso en México, en América Latina y el mundo.

Desarrolla sus actividades con la convicción de que es necesario promover entre los jóvenes y los diversos sectores de la sociedad los valores de la libertad, la independencia, la solidaridad entre los individuos, y entre los pueblos, el trabajo, el progreso, el bien-estar, el derecho a un desarrollo ambientalmente sustentable, la democracia, la tolerancia, la justicia, la paz, el rechazo y combate a todo tipo de explotación, así como al uso de la fuerza para resolver controversias entre naciones e individuos, anteponien-do los intereses colectivos a los individuales en el ejercicio de la acción pública.

El presente texto es publicado con motivo de la entrega del Premio Amalia Solórzano que en reconocimiento a sus aporta-ciones a la lucha por la democracia, la justicia, la igualdad y la soberanía, el Centro Lázaro Cárdenas y Amalia Solónzano entrega a Raúl Álvarez Garín.

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Sobre el autor

Félix Hernández Gamundi es ingeniero, egresado de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME) del Institu-to Politécnico Nacional. Fue miembro Permanente del Consejo Nacional de Huelga en 1968, representando a la ESIME, y preso político de octubre de 1968 a mediados de 1971. Fue co-funda-dor de la Revista Punto Crítico, donde también participó en la dirección hasta 1990, año en que se dejó de publicar. En cuanto a su trayectoria académica, destaca que, entre 1978 y 1981, fue Coordinador General de Extensión Universitaria de la Universi-dad Autónoma de Guerrero. También es especialista en estudios de planeación para el uso y gestión de recursos naturales. De ahí que, en los últimos 36 años se haya enfocado en la ingenie-ría de proyectos de desarrollo rural y la gestión sustentable del agua y la energía; especialmente de energías renovables, área en la cual ha trabajado en América Latina y el Caribe. Pero, sobre todo, Félix Hernández Gamundi siempre ha sido un luchador constante por la democracia, la justicia, la soberanía y la igual-dad en México y el mundo, principios, ideales y camino que ha compartido por largo tiempo con Raúl Álvarez Garín, luchador homenajeado por él en este texto.

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Dice el pensamiento mexicano conservador, conformista y pesimista que “el 68 no sirvió de nada”. Esta corriente de opi-nión, junto con los represores del movimiento, acuñó la frase de que “los líderes se vendieron”; es la calumnia y la falta de argumentos de quienes, en su momento, defendieron el auto-ritarismo y la violencia del Estado en contra del pueblo.

La gesta escenificada entre el 26 de julio y el 2 de octubre, los 68 días transcurridos entre el estallido y la masacre, pasa por una secuencia que demuestra que el tiempo político es otro al cronológico y que, cuando se trata de hechos históri-cos, lo importante es lo que se hace y se dice en ese momento y, aún más, su trascendencia.

Algunos dijeron que fue una derrota, mientras que otros tantos más optaron por el olvido. Pero existen también todos los que recuerdan el 2 de octubre como parte de su juventud y el valor de la rebeldía, hayan o no estado aquella tarde en Tlatelolco. Pese a la fuerza y la violencia utilizada por el régimen, el 68 no es una derrota, ni de los estudiantes, ni de quienes les dieron su apoyo comprometido y emocionado, tampoco de las convicciones democráticas. 1968 no es una derrota, es un parto.

1968 no es una derrota, es un parto.

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Ese movimiento estudiantil es un expediente abierto en México porque, aún hoy, influye en nuestra cultura política: en la lucha para abrir paso a los cambios desde la sociedad organizada en torno a demandas específicas o generales; en los debates sobre los derechos de manifestación, las libertades democráticas, el derecho a la expresión; en la exigencia de la población por los derechos a la información, el respeto a la legalidad y al Estado de derecho; el respeto a la Constitución; contra el corporativis-mo y por los derechos individuales; en la lucha contra la mani-pulación del voto, contra el fraude electoral y por la integridad del sufragio libre y secreto; en la lucha por el empleo digno, en la batalla que continúa por defender la soberanía nacional en el mundo globalizado de hoy; en suma, en la lucha por la paz, por la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia plenas.

La generación del 68 se identificó con los ideales democráticos, sembrando una referencia política e histórica. Cuestionó la co-rrupción, el doble discurso demagógico que escondía intereses hegemónicos a través de actos ilegales y autoritarios que se im-ponían mediante el control y la represión.

Pese a los distintos puntos de vista, en las asambleas de cada escuela, a las puertas de centros de trabajo y en el Consejo Nacional de Huelga, prevaleció la unidad y se le respondió al régimen con inteligencia y audacia, derrotando el discurso de provocadores a sueldo que, mediante la propuesta de acciones supuestamente “radicales”, pretendían propiciar o justificar la represión. Contra éstos y la estrategia del Estado, surgió la propuesta de Raúl Álvarez para que la marcha del 13 de septiembre fuera silenciosa y así responder al gobierno y a su campaña difamatoria, que pretendía justificar la represión di-ciendo que los estudiantes eran saqueadores y provocadores del desorden social.

La generación del 68 se identificó con los ideales democráticos, sembrando una referencia política e histórica. Cuestionó la corrupción, el doble discurso demagógico.

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Raúl mismo ha dicho, en su extraordinario libro La Estela de Tla-telolco, que después de esta marcha, el gobierno —encabezado por Díaz Ordaz y Luis Echeverría— optó por la represión como “respuesta” ante la creatividad y la autoridad moral y política del movimiento. Vino así la toma de CU. Posteriormente, el Casco de Santo Tomás con el Ejército y fuerzas policiacas, seguido por la planificación y ejecución, a sangre fría, de la masacre del 2 de octubre para aplastar la insurrección popular bajo el argumento de salvar la Olimpiada, que se inauguraría el 12 de octubre de aquél fatídico año.

La generación del 68 luchó a contracorriente de la “unidad nacional” autoritaria y el chovinismo que persiguió al pen-samiento universal como “ideas extrañas”, misma que defi-nió a los críticos y opositores como eslabones de una conjura internacional.

Hoy Lecumberri es el Archivo General de la Nación. Lo que antes encarceló derechos y libertades, hoy pareciera encerrar la memoria y convertir la historia de las luchas democráticas en esfuerzos sin raíces. La prisión de Lecumberri es el símbolo de la criminalización de las ideas y las luchas sociales. Pero también es un monumento a la falta de voluntad del gobierno para lograr la verdad histórica y reconocer aquel legado que nos llevaría a eliminar la injusticia en México.

El Movimiento Estudiantil Mexicano de 1968 fue un aconteci-miento latinoamericano y mundial. Se identificó con el pen-samiento antimperialista, particularmente con la Revolución Cubana, inspirado en lo más rico de las luchas nacionales de Independencia, de La Reforma, la Revolución Mexicana y el pensamiento revolucionario universal. Reivindicó la rebeldía de Hidalgo y Morelos, de Francisco Villa y Emiliano Zapata; el nacionalismo de Lázaro Cárdenas; el legado de Carlos Marx y

El 68 existió en un contexto, inmerso en un aire de identificación entre las luchas por la democracia y de liberación; contra la dependencia y el subdesarrollo.

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Lenin, así como de Ho Chi Min; sin olvidar el ejemplo ético y moral de Ernesto ‘El Ché’ Guevara.

Con ello, atrajo al país a muchos intelectuales latinoamerica-nos y de la socialdemocracia europea. Las nuevas ideas sobre el mundo viajaron entre las manifestaciones de París, Sao Paulo, Berlín, San Francisco y otras muchas ciudades en el mundo, es-tableciendo puentes contra la Guerra Fría, reclamando la paz en Vietnam y el apego al principio de la no intervención.

El 68 existió en un contexto, inmerso en un aire de identificación entre las luchas por la democracia y de liberación; contra la de-pendencia y el subdesarrollo de Asia, África y América Latina, que le daba sentido profundo al pensamiento democrático del movimiento, y lo identificaba con la vanguardia del pensamien-to libertario.

Para la generación de 1968 ser revolucionario estuvo siempre vinculado al principio de ser demócrata. Fue una definición política y ética que cuestionó hasta sus cimientos al aparato corporativo impuesto en sindicatos, gremios, organizaciones campesinas, populares y empresariales. El discurso oficial se escuchaba demagógico y caduco frente a las tendencias que buscaban universalizar las ideas de progreso y solidaridad en-tre los pueblos del mundo. El nacionalismo revolucionario del PRI, al igual que su consigna basada en la unidad nacional como instrumento ideológico de cohesión, se había agotado.

Ser revolucionario era ser transformador y luchar por la inde-pendencia y la democracia, era luchar por el cambio en todos los aspectos de la vida. Se discutía sobre la sexualidad, la familia, los medios de comunicación, la ética y la estética, las relaciones entre jefes y subalternos, entre profesores y estudiantes, entre gobernantes y gobernados. En pocas palabras, se cuestionaba las reglas de relación entre todo y entre todos.

Para la generación de 1968 ser revolucionario estuvo siempre vinculado al principio de ser demócrata.

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Surgieron principios de plena vigencia, como la solidaridad, la concientización, la participación, la libertad de los opositores. Así, la idea de revolución adquiría un nuevo sentido, puesto que reclamaba congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Para el “establishment”, éste era el lenguaje de las ideas extrañas: el antinacionalismo y la subversión —que solo podían venir del extranjero.

Todos estos principios se convirtieron en acción política, ya que el gobierno, en su respuesta frente a los 6 puntos del pliego peti-torio y al reclamo de diálogo público, respondía defendiendo un vetusto “principio de autoridad” que no debía ser cuestionado y que era el argumento final contra los opositores y críticos a los que acusaba de “subversivos y traidores a la patria” si no acata-ban la voluntad oficial.

El gobierno había utilizado el argumento de la subversión y, de-rivado de él, el uso de la violencia y la cárcel. Sobran ejemplos de ello: en las huelgas estudiantiles en defensa del Instituto Politécnico Nacional desde 1943; en las de Guerrero contra las masacres de Caballero Aburto; en la Universidad Nicolaíta de Morelia en 1966; en la de Sonora, en 1967; con los mineros de Nueva Rosita y Palau. Incluso desde antes en las luchas agra-ristas; contra los ferrocarrileros; contra los maestros; contra los internados del IPN en 1956; y las normales rurales de Ayotzi-napa en Guerrero, Salaices y Saucillo en Chihuahua, así como para masacrar a los campesinos en Atoyac y el levantamiento en Madera Chihuahua en 1965. Había utilizado la represión, el asesinato, encarcelamiento y despido contra el movimiento médico, el de los trabajadores petroleros y contra los telegra-fistas, sin olvidar el abominable asesinato de Rubén Jaramillo y su familia, después de un abrazo traicionero del entonces Presidente López Mateos, a la manera de los asesinos que ultimaron al General Emiliano Zapata.

Ser revolucionario era ser transformador y luchar por la independencia y la democracia, era luchar por el cambio en todos los aspectos de la vida.

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Lecumberri antes de 1968 ya se había llenado de dirigentes sin-dicales, maestros, artistas, intelectuales, médicos y periodistas criminalizados por sus convicciones. Lecumberri, la Cárcel de Mujeres o las Islas Marías eran las cárceles para los comunistas. Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Ramón Danzos Palomino, Víctor Rico Galán, José Revueltas, Othón Salazar y Benita Ga-leana ya tenían un lugar en la prisión cuando llegaron Raúl Ál-varez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Salvador Martínez de la Rocca (El Pino), Heberto Castillo, Pablo Gómez, Eduardo Valle (El Búho), Fausto Trejo, Salvador Zarco, Leobardo López Arretche “El CUEC”;, Luis González de Alba, Gerardo Unzueta, Mario Hernández, Ana Ignacia Rodríguez (La Nacha), Roberta Aven-daño (La Tita), Adela Salazar, Elí De Gortari, Luis Tomás Cabeza de Vaca, José Tayde Aburto, Enrique Avila, “El Menor”, “el Tor-zón”, “Tongolele”, el “Motzorongo” y el de la voz, junto con cientos de compañeros más.

Previo a 1968, Raúl era un conocedor de todas estas experien-cias, tanto en el ámbito sindical como del universitario. Naci-do en el seno de una familia revolucionaria, permanentemente comprometida con las causas populares, desde muy joven estuvo en la trinchera de la solidaridad con las luchas de los fe-rrocarrileros, los electricistas, del magisterio, los médicos o los campesinos de todo México. Era ya un destacado militante en la solidaridad internacional. En todo ese recorrido, un luchador joven y comprometido como Raúl, obtuvo la experiencia para valorar con claridad meridiana la trascendencia de cada deci-sión que asumió el Consejo Nacional de Huelga.

* * *

El movimiento estudiantil de 1968 tuvo más aliados de los que se ha pensado. Una de las figuras destacadas de respaldo al mo-vimiento y la defensa de la justeza de sus demandas, además del rector Javier Barros Sierra —en defensa de la autonomía univer-sitaria—, o de Octavio Paz —con su renuncia a la Embajada en India—, fue el General Lázaro Cárdenas. Él y su familia fueron claves, no sólo en la protección de dirigentes (como consta en el

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testimonio de Heberto Castillo sobre su persecución), sino a lo largo de los escritos publicados por el General Cárdenas (des-de 1968 y hasta el día de su muerte) en defensa de los presos políticos y exigiendo su liberación.

Esta defensa no era solamente desde el plano de la denuncia sobre las ilegalidades contra los presos, sino por su identi-ficación como hombre de Estado y como revolucionario con las demandas y propósitos del movimiento estudiantil que marcara a la generación de 1968 y al México de nuestros días.

De ahí vendría un hecho poco conocido: la lucha y la relación que estableciera Raúl con Cuauhtémoc Cárdenas desde 1987. Así lo revela la defensa que hicieran Punto Crítico y los mo-vimientos que impulsara desde su organización, como la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México, en apoyo, primero a la candidatura única, y meses después en favor de Cuauhtémoc Cárdenas. Punto Crítico se convirtió en la primera fuerza de la izquierda en apoyar su candidatura presidencial, rompiendo el veto de quienes la impugnaban desde una visión sectaria e infundada. Raúl es un impor-tantísimo artífice de esa alianza, que diera lugar al resultado de 1988 y, posteriormente, a la fundación del Partido de la Revolución Democrática.

* * *

Luego de 1968, vinieron muchos y diversos frentes de batalla. La izquierda creció numérica y cualitativamente. El pensamiento político y económico, las artes, el periodismo, los medios de co-municación, los sindicatos, la actividad editorial, la música, el teatro, los contenidos en la educación, las iglesias progresistas, los movimientos urbanos, las universidades públicas (señalada-mente el proyecto de la Universidad Pueblo de la Universidad Autónoma de Guerrero), la arquitectura y la filosofía, se desa-rrollaron en clara oposición a la política del gobierno y en la resistencia contra los grupos oligárquicos.

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Vino la insurgencia sindical con el movimiento electricista, di-rigido por Rafael Galván, quién concitó y logró los primeros ejercicios de unidad de acción popular posteriores a 68.

La represión del 10 de junio de 1971 aceleró la decisión de la lu-cha armada contra el régimen, ante la percepción de que todos los caminos estaban cerrados. Hubo llamados desafortunados al olvido y el perdón, como el que hiciera Carlos Fuentes plan-teando que la disyuntiva de que México era “o Echeverría o el fascismo”, que fuera abiertamente rechazado como propuesta de apertura política.

Las guerrillas urbanas y rurales acercaron las luchas sociales y estudiantiles a la idea de la revolución. Se profundizaron así las diferencias con los que planteaban una alternativa electo-ral, pero al final de este proceso, y en medio de un gran debate dentro de la izquierda, junto al poderoso movimiento social representado por la CNTE, la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, los movimientos urbanos, los frentes populares regionales, el sindicalismo universitario, las universidades en demanda de subsidios y las luchas sindicales, arribaron explícita e implícitamente a la Reforma Política de 1977, que legalizara y otorgara registro al Partido Comunista Mexicano.

Así nació la presencia de la izquierda en la Cámara de Diputa-dos. Ya para 1976, en la revista Punto Crítico, y pese a la cercanía con movimientos sociales y organizaciones que planteaban el abstencionismo electoral, Raúl defendió con una portada la jus-teza de llamar a votar por Valentín Campa —pese a las críticas— puesto que en el debate se buscaba establecer que las formas de lucha eran el medio mas no el fin, y que, en esa batalla, por his-toria y consecuencia, debíamos permanecer unidos.

El puente entre 1968 y mucho de lo que somos hoy, es, sin lugar a dudas, 1988. El punto de encuentro de las corrientes de pensamiento y de decisión política entre 1968 y nuestros días, es 1988.

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Vinieron los años de la crisis y la izquierda creció en diversos sectores de la sociedad y en las urnas se mantuvieron los regis-tros, pero los avances se caracterizaban por el gradualismo y la disputa por las posiciones plurinominales. Muy lejos estaba la idea o los objetivos de ganar elecciones por mayoría ante la ma-quinaria electoral respaldada por el corporativismo, que aplastó a todas las oposiciones en las urnas.

Sin embargo, el sismo de 1985 y la respuesta popular insurgente que lo sucedió, recordó la fuerza y la energía social de 1968. La terquedad por demostrar que los cambios políticos y sociales en México no los provocan las instituciones, sino las rupturas y que estas se originan en la calle, los barrios, las vecindades, las es-cuelas, en el campo y en los centros de trabajo, cuando el abuso toca y pone al descubierto la exclusión y la ignominia. Así, en 1985, la tragedia y el comportamiento gubernamental en los pri-meros días, bastaron para que en la capital sucumbiera la vieja estructura de la Regencia y se fortaleciera la idea ciudadana de contar con un gobierno propio.

Una nueva conciencia ciudadana y política se habían sembra-do entre los escombros de la Ciudad que crecerían en barrios y colonias, en la UNAM, el Polítécnico, la UAM y todos los centros educativos, donde el rescate de damnificados creó una nueva generación de pensamiento juvenil, que dos años después se manifestaría en la lucha del Consejo Estudiantil Universitario, el CEU de 1987, hasta donde llegó y siguió ex-presándose la generación del 68.

El puente entre 1968 y mucho de lo que somos hoy, es, sin lugar a dudas, 1988. El punto de encuentro de las corrientes de pensa-miento y de decisión política entre 1968 y nuestros días, es 1988.

En 1988 se convierte en fuerza política, y opción alternativa para el país, la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Ésta tenía como

El año de 1988 no es una simple jornada electoral: es una revolución política

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antecedente la identificación y el vínculo entre el cardenismo his-tórico y la izquierda socialista, que restablecieron en la memoria la obra del Presidente Lázaro Cárdenas y el vigor nacionalista: la fundación del IPN, la educación socialista y las Normales Rurales como pilares del proyecto educativo; la expropiación petrolera; el desarrollo de las empresas estratégicas y las bases para un Mé-xico moderno; la reforma agraria; la apertura de México al exilio español, antifascista y latinoamericano, cuando la propuesta del PRI y desde el viejo régimen era el neoliberalismo y la institucio-nalización de la dependencia mediante la integración económica hacia el norte.

El año de 1988 no es una simple jornada electoral: es una re-volución política donde se fusionó la corriente histórica que defendió desde el gobierno, y mediante la creación de institu-ciones sociales, los principios de la Revolución Mexicana y la izquierda democrática y socialista que venía empujando desde 1940, para construir sobre las mismas bases revolucionarias un país distinto al de la simulación, el entreguismo, el fraude, la corrupción, el autoritarismo, el chovinismo, el anticomunismo y la antidemocracia.

Vino luego la fundación del PRD, que levantó los ánimos de muy amplios sectores de luchadores sociales. Este es, claro, un proyecto político que hoy necesita ser revisado, si es que verda-deramente pretende permanecer como un instrumento para la emancipación de los mexicanos y la construcción de un nuevo modelo de país, que el pueblo reclama incesantemente.

* * *

En 1970, desde Lecumberri, Raúl Álvarez promovió la publica-ción de “Los Procesos de México 1968 (La Criminalización de las Víctimas)”, un libro que compendia las acusaciones y defensa de los presos políticos del Movimiento Estudiantil de 1968. En este esfuerzo colectivo encabezado por él, participamos también Gil-berto Guevara Niebla, Luis González de Alba, Félix L. Hernán-dez Gamundi, Salvador Martínez della Rocca y Miguel Eduardo

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Valle Espinoza. Esta publicación, junto con el cuaderno titulado “Tiempo de Hablar” y los alegatos de defensa de Raúl, de José Revueltas y “El Búho”, constituyen la piedra inicial de nuestra demanda permanente por hacer coincidir la verdad histórica con la verdad jurídica en torno de la represión y los crímenes de Estado cometidos en México contra los mexicanos y sus luchas de liberación, específicamente, para aclarar y castigar a los res-ponsables de las masacres del 2 de octubre del 68 en Tlatelolco y el 10 de junio de 1971.

Después de varios intentos del Poder Ejecutivo por impedir la investigación de los hechos y para proteger la impunidad de los responsables de la masacre de Tlatelolco, en 1998 la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó a la PGR admitir la de-nuncia penal en contra de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y más de 60 militares de alto rango por los delitos de genocidio y Lesa Humanidad.

Muy largo ha sido este camino. En el año 2001, el Ejecutivo Fede-ral estableció la Fiscalía Especial para investigar y promover el castigo de los criminales de Estado, encabezados principalmente por Luis Echeverría. Después de una investigación meticulosa, la Fiscalía presentó cargos formales en contra de Luis Echeverría y otros co-acusados, precisamente por el delito de genocidio. Sin embargo, faltó voluntad desde lo más alto del poder del Estado para llevar el proceso a sus últimas consecuencias, a pesar de que Echeverría Álvarez estuvo en prisión domiciliaria por más de un año, como consecuencia de una orden de aprehensión emi-tida por un Juez Federal.

No había antecedente en América Latina de que un ex mandata-rio hubiese sido acusado por el Estado y encarcelado por el delito de genocidio. Ahora hay varios, sobre todo militares golpistas,

...nuestra demanda permanente por hacer coincidir la verdad histórica con la verdad jurídica en torno de la represión y los crímenes de Estado cometidos en México contra los mexicanos y sus luchas de liberación.

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pero Echeverría fue el primer caso de esta naturaleza. Negro pri-vilegio del Estado Mexicano autoritario y represor.

No están cerrados los casos del 2 de octubre y del “halconazo”, a pesar de la cínica protección que se ha querido dar a Echeve-rría desde los poderes de la Unión y de los ocupantes del poder ejecutivo desde 1968 y hasta la fecha. El caso del 10 de junio se ventila en la justicia internacional, y lo del 2 de octubre todavía es reclamable en las instancias nacionales, y lo estamos haciendo y vamos a insistir. En esto, también Raúl Álvarez ha sido impla-cable, y el Comité 68 no declina en sus esfuerzos.

Pero más importante aún es reconocer que, desde siempre, son miles de jóvenes los que se suman a estos esfuerzos, y son ellos los protagonistas principales en las marchas que cada año recla-man justicia para estos casos y exigen el fin de la violencia en contra de los luchadores sociales, y el fin de la impunidad de que disfrutan los represores de ayer y de hoy.

Previo a 1968 y previo a estos procesos judiciales, en México para nadie tenía sentido reclamar responsabilidades de este tipo a los gobernantes, pero hoy los reclamos de justicia están presentes en todo el país. También en el terreno judicial, es la demanda por el respeto de las leyes, el respeto de la legalidad derivada del Constituyente de 1917; es la exigencia por el respeto al Estado de Derecho. Es la exigencia para que el poder se someta al imperio de la Ley y los gobernantes cumplan con la obligación de la ren-dición de cuentas ante los electores, sus patrones.

El gobierno sofocó la movilización con la represión del 2 de octubre, pero allí mismo nació una nueva generación de militantes por la libertad que, a largo de mas de 45 años, ha tenido una presencia vital en todos los campos del quehacer nacional

En la construcción de una Patria Nueva, Soberana, justa y generosa.

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En síntesis:

La Generación del 68 se nutrió de las experiencias de los lucha-dores que le antecedieron, y las recreó para superar la amenaza del descabezamiento de los movimientos, como fueron las expe-riencias previas; de manera espontánea aplicó métodos de di-rección colectiva, a partir de las bases que actuaron en las asam-bleas diarias y en las brigadas de información para el pueblo. Eso fue el CNH, un espacio de diálogo, de debate y construcción de acuerdos a partir de procesos profundamente democráticos, y una rendición de cuentas continua, cotidiana. Esa fue la razón de la demanda de DIÁLOGO PÚBLICO. Fueron muchos los com-pañeros que aportaron experiencia en este proceso, en medio de ellos, la experiencia y la sensibilidad política de Raúl Álvarez fueron determinantes en todo momento, y todos aprendimos y nos nutrimos de ellas.

El gobierno sofocó la movilización con la represión del 2 de octubre, pero allí mismo nació una nueva generación de mi-litantes por la libertad que, a largo de mas de 45 años, ha tenido una presencia vital en todos los campos del quehacer nacional: en la academia y en la ciencia; en el periodismo; en los movimientos sociales iunsurrectos; en la construcción de las organizaciones del pueblo; en los partidos políticos; en la solidaridad internacional. En la construcción de una Patria Nueva, Soberana, justa y generosa.

Algunas veces hay quien pregunta: el movimiento, ¿fue un triunfo o una derrota? ¿Sirvió de algo? La respuesta está ahí. Junto con Raúl Álvarez Garín, yo afirmo que entre los mayores

Junto con Raúl Álvarez Garín, yo afirmo que entre los mayores aportes de esta generación, está el haber reivindicado el derecho del pueblo para hacer política; la recuperación de los espacios públicos para manifestar y expresar sus ideas y demandas; la dignificación de la actividad política, privilegiando en ella la ética y el valor de las ideas propias.

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aportes de esta generación, está el haber reivindicado el derecho del pueblo para hacer política; la recuperación de los espacios públicos para manifestar y expresar sus ideas y demandas; la dignificación de la actividad política, privilegiando en ella la ética y el valor de las ideas propias.

Muchas luchas están pendientes; las demandas del pliego pe-titorio del movimiento de 68 fueron resueltas, a la manera del estado autoritario, después de sofocada la movilización, pero fueron resueltas en su totalidad.

Intentando impedir nuevas concentraciones estudiantiles, el gobierno descentralizó el sistema educativo nacional y crecieron los centros de enseñanza superior por todo nuestro territorio; los mexicanos aprendimos una muy rica lección de movilización y de organización que se reproduce en todos los ámbitos de la vida nacional.

Hoy luchamos por viejas y nuevas demandas. Por ejemplo, hoy reinstalamos la demanda de desaparición del cuerpo de gra-naderos de la Ciudad de México, por ser un instrumento de la represión como aquél que desapareció hace más de 40 años.

A partir de 1968, y a lo largo de todo este tiempo, el pueblo mexi-cano ha cambiado. Hoy se expresa de forma intolerante contra del autoritarismo reconstituido. El Pueblo Mexicano, la sociedad toda, ha cambiado y ha renovado su afán de libertad. El Estado sigue siendo el mismo, autoritario.

Como digo, tenemos viejas demandas insatisfechas y tenemos nuevas demandas también. Hoy tenemos que luchar por la no criminalización de la protesta social, por mantener los es-pacios de expresión política, por defender nuestros recursos

…en estos tiempos hemos acumulado experiencia suficiente para construir un país nuevo, con libertad, con empleo, con justicia y en democracia plena; un país soberano.

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naturales, comenzando con los energéticos; por el campo, la tierra y el agua, que son de la nación.

Yo afirmo que en estos tiempos hemos acumulado experiencia suficiente para construir un país nuevo, con libertad, con em-pleo, con justicia y en democracia plena; un país soberano.

Por ello, amigos y amigas, como en estos días ha dicho Raúl Álvarez: ¡En la lucha nos veremos!

¡En la lucha nos veremos!

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¡La Generación del 68 y el México de Hoy! Homenaje a Raúl Álvarez Garín se imprimió en julio de 2014 en México, D.F.