La espuma de los días Últimos momentos con don Luis€¦ · prendente aspecto de fragilidad, pero...

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RESEÑAS Y NOTAS | 107 Un día de 1983 me llamó por teléfono: “De la Colina, venga usted mañana a casa a las cinco de la tarde; tengo algo para us- ted, y de paso nos despediremos”. Con el corazón encogido, porque ya sabía que desde hacía unos días Buñuel telefoneaba dando citas similares a otros amigos, fui hi- pócrita y pregunté: “Don Luis, ¿va usted a salir de viaje?”. —No, ningún viaje; venga usted a las cinco de la tarde —me respondió. En el volkswagen fui al día siguiente a la recoleta casa de la Cerrada de Félix Cue- vas ante la cual estuve paseando porque había llegado adelantado unos minutos y sabía que don Luis consideraba tan gro- sero acudir a una cita unos minutos antes como unos minutos después. Él me espe- raba ya en el recibidor, no en la salita don- de tantas veces conversamos y donde Pé- rez Turrent y yo, ante los tiernos ojos de la perra Tristanita, lo habíamos entrevis- tado durante dos o tres años para el libro Prohibido asomarse al interior. Conversacio- nes con Luis Buñuel. De pie, con un sor- prendente aspecto de fragilidad, pero bien erguido, estaba junto a un gran bulto rec- tangular y vertical envuelto en papel de estraza y atado con cuerdas. Me esforcé en aparentar serenidad cuan- do don Luis con voz grave pero no solem- ne dijo las últimas palabras que yo le oiría: —Amigo De la Colina, voy a prepa- rarme para bien morir. No nos veremos ya, ni responderé al teléfono. Acepte usted esto [el paquete a su lado] como un recuerdo mío. Gracias por la amistad, por los bue- nos momentos que hemos compartido y hasta por algunas riñas que nos han he- cho más amigos. Venga un abrazo. Me estremeció tanta grandeza. A este señor tan poeta del cine y de tan señorial calidad humana yo lo trataba desde hacía más de treinta años (desde cuando, en 1950, me eligió para el Pedrito de Los olvidados, pero sabiamente el productor Dancigers encontró que yo “no parecía ni- ño mexicano”). Tras el abrazo y un cobarde “hasta lue- go, don Luis”, tomé el paquete, salí de la casa, me metí al auto, lo conduje por la avenida Félix Cuevas y luego por San Fran- cisco, y, antes de llegar a mi casa en la ave- nida Río Mixcoac, paré en una esquina a llorar de cara contra el volante. Cinco o seis semanas después, a media tarde, cuando volví a casa desde un supermercado y a través de una tormenta que zarandeaba el automóvil por la avenida Universidad, Ma- ría, consternada, me recibió con la noticia, oída de la radio, de que Buñuel acababa de morir. Telefoneé a la casa de Buñuel, y Jeanne, en un español galicado, me com- probó la noticia y me sugirió que no fue- se al funeral, que don Luis había pedido ser cremado “en privado”. No estuve en la Gayosso de Félix Cue- vas (¡tan cercana a su casa!) donde fue velado y de la que partió a la cremación. Mejor así, porque prefiero conservar viva la imagen de los seres queridos, pero po- co después leí en algunos periódicos la no- ticia ¿debida a quién? de que “el escritor José de la Colina, amigo del cineasta, se llevó bajo el brazo las cenizas a un lugar que se ha mantenido en secreto”. Y casi oí susurrar al flamante fantasma de don Luis: “De la Colina, ¿pero va usted a guardar mi polvo como una reliquia? ¡Tírelo usted en cualquier terreno baldío, y que al me- nos sirva de abono!”. El regalo de don Luis (entre los que en la despedida también hizo a otros amigos) era la edición príncipe, en doce tomos, de Las mil y una noches en el barroco inglés y con las innumerables notas de Richard Burton. Libro un tanto insólito en la bi- blioteca de don Luis, que antaño pregona- ba su desinterés por los países no europeos: “¿Qué tendría yo que hacer en Estambul a las 3 de la tarde?”. En su juventud, señalando a México en un mapa, decía a sus amigos (como pudo decir de Estambul) que si se perdía de vista lo buscaran en cualquier parte menos allí. Y, vueltas que da el Destino, en México ha- bría de vivir más de la tercera parte de su vida y de hacer la mayoría de sus películas, entre ellas esa obra maestra tan feroz y amorosamente mexicana: Los olvidados. ENVÍO Don Luis, gracias por la amistad, por su obra y por esa foto ¿de qué año? en que es- tamos en un bar una cantina ¿de México o de Madrid? y que en tinta azul dice así: Nada de Biblias, verdad, Pepe. Muy ca- riñosamente L. Buñuel. La espuma de los días Últimos momentos con don Luis José de la Colina Luis Buñuel con José de la Colina

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RESEÑASY NOTAS | 107

Un día de 1983 me llamó por teléfono:“De la Colina, venga usted mañana a casaa las cinco de la tarde; tengo algo para us -ted, y de paso nos despediremos”. Con elcorazón encogido, porque ya sabía quedesde hacía unos días Buñuel telefoneabadando citas similares a otros amigos, fui hi -pócrita y pregunté: “Don Luis, ¿va usteda salir de viaje?”. —No, ningún viaje; venga usted a las

cinco de la tarde —me respondió.En el volkswagen fui al día siguiente a

la recoleta casa de la Cerrada de Félix Cue -vas ante la cual estuve paseando porquehabía llegado adelantado unos minutos ysabía que don Luis consideraba tan gro-sero acudir a una cita unos minutos antescomo unos minutos después. Él me espe-raba ya en el recibidor, no en la salita don -de tantas veces conversamos y donde Pé -rez Turrent y yo, ante los tiernos ojos dela perra Tristanita, lo habíamos entrevis-tado durante dos o tres años para el libroProhibido asomarse al interior. Conversacio -nes con Luis Buñuel. De pie, con un sor-prendente aspecto de fragilidad, pero bienerguido, estaba junto a un gran bulto rec-tangular y vertical envuelto en papel deestraza y atado con cuerdas. Me esforcé en aparentar serenidad cuan -

do don Luis con voz grave pero no solem -ne dijo las últimas palabras que yo le oiría:—Amigo De la Colina, voy a prepa-

rarme para bien morir. Nonos veremos ya,ni responderé al teléfono. Acepte usted esto[el paquete a su lado] como un recuerdomío. Gracias por la amistad, por los bue-nos momentos que hemos compartido yhasta por algunas riñas que nos han he -cho más amigos. Venga un abrazo. Me estremeció tanta grandeza. A este

señor tan poeta del cine y de tan señorial

calidad humana yo lo trataba desde hacíamás de treinta años (desde cuando, en1950, me eligió para el Pedrito de Losolvidados, pero sabiamente el productorDancigers encontró que yo “no parecía ni -ño mexicano”). Tras el abrazo y un cobarde “hasta lue -

go, don Luis”, tomé el paquete, salí dela casa, me metí al auto, lo conduje por laavenida Félix Cuevas y luego por San Fran -cisco, y, antes de llegar a mi casa en la ave-nida Río Mixcoac, paré en una esquina allorar de cara contra el volante. Cinco o seissemanas después, a media tarde, cuandovolví a casa desde un supermercado y através de una tormenta que zarandeaba elautomóvil por la avenida Universidad, Ma -ría, consternada, me recibió con la noticia,oída de la radio, de que Buñuel acababade morir. Telefoneé a la casa de Buñuel, yJeanne, en un español galicado, me com-probó la noticia y me sugirió que no fue -se al funeral, que don Luis había pedidoser cremado “en privado”. No estuve en la Gayosso de Félix Cue -

vas (¡tan cercana a su casa!) donde fuevelado y de la que partió a la cremación.Mejor así, porque prefiero conservar vivala imagen de los seres queridos, pero po -co después leí en algunos periódicos la no -ticia ¿debida a quién? de que “el escritorJosé de la Colina, amigo del cineasta, sellevó bajo el brazo las cenizas a un lugarque se ha mantenido en secreto”. Y casi oí

susurrar al flamante fantasma de don Luis:“De la Colina, ¿pero va usted a guardar mipolvo como una reliquia? ¡Tírelo usteden cualquier terreno baldío, y que al me -nos sirva de abono!”. El regalo de don Luis (entre los que en

la despedida también hizo a otros ami gos)era la edición príncipe, en doce tomos, deLas mil y una noches en el barroco inglésy con las innumerables notas de RichardBurton. Libro un tanto insólito en la bi -blioteca de don Luis, que antaño pregona -ba su desinterés por los países no europeos:“¿Qué tendría yo que hacer en Estambula las 3 de la tarde?”.En su juventud, señalando a México en

un mapa, decía a sus amigos (como pu dode cir de Estambul) que si se perdía de vistalo buscaran en cualquier parte me nos allí.Y, vueltas que da el Destino, en México ha -bría de vivir más de la tercera parte de suvida y de hacer la mayoría de sus películas,entre ellas esa obra maestra tan feroz yamorosamente mexicana: Los olvidados.

ENVÍO

Don Luis, gracias por la amistad, por suobra y por esa foto ¿de qué año? en que es -tamos en un bar una cantina ¿de Méxicoo de Madrid? y que en tinta azul dice así:

Nada de Biblias, verdad, Pepe. Muy ca -riñosamente L. Buñuel.

La espuma de los díasÚltimos momentos con don Luis

José de la Colina

Luis Buñuel con José de la Colina