La epopeya de la clausura ¿El depósito de lo eterno?fo de cabecera, Henri Bergson. Leí lo que...

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RESEÑAS Y NOTAS | 103 Para escribir un ensayo sobre José Vascon- celos en el que no diga lo que ya he dicho una vez más, me puse a estudiar a su filóso- fo de cabecera, Henri Bergson. Leí lo que pude en desorden: Thibaudet, Jankélévitch, Deleuze, Benda. La teoría del tiempo y la duración, que yo conocía de oídas, me pa- reció prodigiosa de leer. Cito uno de mis subrayados de la edición prologada por Gar- cía Morente de la Introducción a la metafí- sica. Dice Bergson: Cualquiera que haya ensayado con éxito la composición literaria, sabe que, cuando el tema ha sido largamente estudiado, todos los documentos recogidos, todas las notas tomadas, es necesario, para comenzar el ver - dadero trabajo de composición, algo más, un esfuerzo, a menudo penoso, para colo- carse de golpe en el corazón mismo del te - ma y para buscar, lo más profundamente po- sible, un impulso, al que, después de todo, habrá que dejarse ir. Ese impulso, una vez recibido, lanza al espíritu por un camino donde encuentra los datos que había reco- gido y otros detalles más; se desarrolla, se analiza a sí mismo en términos cuya enu- meración sería infinita... Mi ignorancia de Bergson, al menos, puede acogerse en un comentario de Jac- ques Monod, quien en 1970 se preguntaba intrigado qué demonios le había pasado a la popularidad del único filósofo ga nador del Premio Nobel de Literatura, lectura de preparatorianos antes de la Segunda Gue- rra Mundial y después de ésta convertido en antigualla. Bergson no está en la Pléia- de y apenas en 2006 empezó a aparecer en Francia una edición crítica, la primera, de sus obras. Y una vez ratificada mi ignoran- cia como hija de mi tiempo, leo los panfle- tos (1926) de Benda contra Bergson, su bes - tia negra. Dijo mi admirado Julien Benda que Bergson es un filósofo para señoras mun - danas y para literatos. “Pues eso soy, literato y mundano”, me digo satisfecho y aprovecho un viaje a París para comprarme mis berg- sones. A las burlas de mi otro yo, en el te nor de “Mira que venir a descubrir a Bergson a los casi cincuenta años y en la segunda dé - cada del XXI”, le respondo: “¿Qué tiene de malo? ¿No es acaso la filosofía el depósito de lo eterno? ¿Qué más da descubrir a Aris- tóteles en el siglo XIII o en el XXV?”. Sin dejarme intimidar, seguí bordando con mi nuevo hilo negro hasta que buscan- do otra cosa (siempre estoy buscando otra cosa), me topo con Einstein. Notas de lec- tura (FCE, 2009), el librito que hicieron Car- los Chimal y Gerardo Herrera Corral, res- catando un folleto que Alfonso Reyes hizo imprimir en sólo cincuenta ejemplares, pa- ra hacer circular entre los amigos sus ave - riguaciones y al que los editores le agrega- ron tres notas einsteinianas rescatadas de las Obras completas. Así que no nos hemos movido mucho: de Vasconcelos a Reyes, que hacen esqui- na en la colonia Condesa, motivo del cé- lebre “Diálogo de los muertos” (1979) de JEP, que acabo de releer. En fin, del Eins- tein, de Reyes, saco lecciones inmediatas, no sobre el físico alemán, sino sobre Reyes (de su Einstein algo se me habrá pegado), me descubro otra vez ante la claridad y el cariño con que decide —solamente— ha - cer legibles sus notas de lectura sobre un La epopeya de la clausura ¿El depósito de lo eterno? Christopher Domínguez Michael Henri Bergson Albert Einstein

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RESEÑASY NOTAS | 103

Para escribir un ensayo sobre José Vascon-celos en el que no diga lo que ya he dichouna vez más, me puse a estudiar a su filóso-fo de cabecera, Henri Bergson. Leí lo quepude en desorden: Thibaudet, Jankélévitch,Deleuze, Benda. La teoría del tiempo y laduración, que yo conocía de oídas, me pa -reció prodigiosa de leer. Cito uno de missubrayados de la edición prologada por Gar -cía Morente de la Introducción a la metafí-sica. Dice Bergson:

Cualquiera que haya ensayado con éxito la

composición literaria, sabe que, cuando el

tema ha sido largamente estudiado, todos

los documentos recogidos, todas las notas

tomadas, es necesario, para comenzar el ver -

dadero trabajo de composición, algo más,

un esfuerzo, a menudo penoso, para colo-

carse de golpe en el corazón mismo del te -

ma y para buscar, lo más profundamente po -

sible, un impulso, al que, después de todo,

habrá que dejarse ir. Ese impulso, una vez

recibido, lanza al espíritu por un camino

donde encuentra los datos que había reco-

gido y otros detalles más; se desarrolla, se

analiza a sí mismo en términos cuya enu-

meración sería infinita...

Mi ignorancia de Bergson, al menos,puede acogerse en un comentario de Jac-ques Monod, quien en 1970 se preguntabaintrigado qué demonios le había pasado ala popularidad del único filósofo ga nadordel Premio Nobel de Literatura, lectura depreparatorianos antes de la Segunda Gue-rra Mundial y después de ésta convertidoen antigualla. Bergson no está en la Pléia-de y apenas en 2006 empezó a aparecer enFrancia una edición crítica, la primera, desus obras. Y una vez ratificada mi ignoran-cia como hija de mi tiempo, leo los panfle-tos (1926) de Benda contra Bergson, su bes -tia negra. Dijo mi admirado Julien Bendaque Bergson es un filósofo para señoras mun - danas y para literatos. “Pues eso soy, literatoy mundano”, me digo satisfecho y aprovechoun viaje a París para comprarme mis berg-sones. A las burlas de mi otro yo, en el te norde “Mira que venir a descubrir a Bergson alos casi cincuenta años y en la segunda dé -cada del XXI”, le respondo: “¿Qué tiene de

malo? ¿No es acaso la filosofía el depósitode lo eterno? ¿Qué más da descubrir a Aris -tóteles en el siglo XIII o en el XXV?”.

Sin dejarme intimidar, seguí bordandocon mi nuevo hilo negro hasta que buscan -do otra cosa (siempre estoy buscando otracosa), me topo con Einstein. Notas de lec-tura (FCE, 2009), el librito que hicieron Car -los Chimal y Gerardo Herrera Corral, res-catando un folleto que Alfonso Reyes hizoimprimir en sólo cincuenta ejemplares, pa -ra hacer circular entre los amigos sus ave -riguaciones y al que los editores le agrega-ron tres notas einsteinianas rescatadas de lasObras completas.

Así que no nos hemos movido mucho:de Vasconcelos a Reyes, que hacen esqui-na en la colonia Condesa, motivo del cé -lebre “Diálogo de los muertos” (1979) deJEP, que acabo de releer. En fin, del Eins-tein, de Reyes, saco lecciones inmediatas,no sobre el físico alemán, sino sobre Reyes(de su Einstein algo se me habrá pegado),me descubro otra vez ante la claridad y elcariño con que decide —solamente— ha -cer legibles sus notas de lectura sobre un

La epopeya de la clausura¿El depósito de lo eterno?Christopher Domínguez Michael

Henri Bergson Albert Einstein

asunto —Einstein— que con el paso detiempo corto habría concitado el ejércitode tantos divulgadores, excelentes, malos yregulares que le hubieran ahorrado el em -peño a don Alfonso, quien aprovechó ellap so que le dejó una misión diplomáticaen el Brasil para ocuparse de Einstein, enel año de 1938. No estaba obligado por na -da ni nadie para hacer su librito y, sin em -bargo, lo hizo.

Mientras disfruto a Reyes y admiro sureligiosidad (¿de qué otra forma llamar asu oficio?) voy y consulto, para otra cosa,Imposturas intelectuales (1998), el libro deAlain Sokal y Jean Bricmont que arremetiócontra los filósofos llamados posmoder-nistas y su uso embaucador y farsante de laciencia. Descubro, con pena, que dedicanun capítulo al pobre Bergson, a quien acu-san de haber dado comienzo con ese malcientificismo en filosofía. Parece que no hu -

bo manera de hacerle entender al filósofofrancés la teoría de la relatividad, empresapedagógica en la que participó el mismoEinstein. Crucifican a Bergson con una citade Bertrand Russell donde dice que éste pre -fiere los malos razonamientos a los buenos,declara irresolubles las dificultades momen -táneas y considera cualquier fracaso del in -telecto un error tonto. Luego Sokal y Bric-mont le perdonan la vida a Bergson: cuandosupo su causa perdida, retiró del mercadoDuración y simultaneidad, pues escribía (adiferencia de los Deleuze, los Lacan, lasKristeva) para ilustrar al público y no paraabrumarlo. Pero el golpe está dado: Berg-son no estuvo, dicen, a la altura de la cien-cia de su tiempo.

Vuelvo a Reyes y destaco la absoluta faltade ínfulas en su Einstein. Sonrío y me quie -ro ir a la cama beatífico cuando se aparecemi otro yo (que es similar al Vasconcelos que

regaña a Reyes en el inventario de JEP) y miotro yo se pone flamígero: “Por hacer esascosas, como publicar un fo lleto con sus no -tas de lectura sobre Einstein, Reyes se ga -nó el apodo de ‘el tontito’ que le pusieronBioy Casares y Borges. Bergson y todos losfilósofos, quizá despreciables y deshonestosa quienes ponen en su lugar Sokal y Bric-mont, tuvieron el arrojo de pen sar el mun -do y si se equivocaron en grande es porquelo apostaron todo. Al pensamien to lo creanlos ambiciosos como Bergson y no los es -coliastas como Reyes. ¡Para qué sirve eseEinstein! ¡No sirve para nada, es inocuo! Esotra cortesía, de las muchas inútiles y zon-zas cortesías que ofreció don Alfonso!”.

En vano trato de argumentarle a mi otroyo que Reyes nunca se pretendió filósofo yhago la alabanza de los divulgadores y de supapel civilizatorio. Pero mi otro yo está muyenojado y yo también acabo por estarlo.

104 | REVISTADE LA UNIVERSIDADDE MÉXICO