La Crisis Modernista

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La crisis modernista http://textoshistoriadelaiglesia.blogspot.mx/2007/10/la- crisis-modernista.html (13.11.2014) Bajo el influjo de causas muy diversas —como las filosofías irreligiosas, el cientifismo decimonónico y el Protestantismo liberal— tomó cuerpo en la Iglesia el fenómeno modernista. El Modernismo, que en el ánimo de algunos habría de reconciliar Catolicismo y mentalidad moderna y superar la pretendida quiebra entre la fe y la ciencia, venía en la práctica a vaciar de contenido sobrenatural la fé católica. San Pío X cortó el paso resueltamente al Modernismo. Fue un papa valiente que atendió por encima de todo a los «intereses de Dios» y promovió con ardor la piedad cristiana. 1. Los primeros años del siglo xx, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se recordarán siempre como un período brillante y feliz de la historia europea, que vino a truncar el estallido de la más inútil y absurda de las contiendas bélicas. Pero aquel período, contemplado desde el punto de vista de la vida cristiana, no fue una época fácil y sin problemas. Los hubo de todo orden, los unos causados por la hostilidad de los adversarios de fuera, los otros originados desde dentro de la propia Iglesia; una Iglesia regida durante este tiempo por el último de los papas que ha merecido el honor de los altares: San Pío X (1903-1914). 2. Durante aquellos años, la dinámica anticlerical se dejó sentir con particular intensidad en los países latinos del mediodía de Europa: aquellos, precisamente, que contaban con poblaciones de mayoritaria tradición católica. Portugal, tras la proclamación de la República (1910), expulsó a los religiosos del país, separó la Iglesia del Estado y confiscó los bienes eclesiásticos. En España, la célebre «ley del candado» aparece como un reflejo mitigado del anticle-

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Artículo sobre historia de la Iglesia

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La crisis modernista

http://textoshistoriadelaiglesia.blogspot.mx/2007/10/la-crisis-modernista.html (13.11.2014)

Bajo el influjo de causas muy diversas —como las filosofías irreligiosas, el cientifismo decimonónico y el Protestantismo liberal— tomó cuerpo en la Iglesia el fenómeno modernista. El Modernismo, que en el ánimo de algunos habría de reconciliar Catolicismo y mentalidad moderna y superar la pretendida quiebra entre la fe y la ciencia, venía en la práctica a vaciar de contenido sobrenatural la fé católica. San Pío X cortó el paso resueltamente al Modernismo. Fue un papa valiente que atendió por encima de todo a los «intereses de Dios» y promovió con ardor la piedad cristiana.

1. Los primeros años del siglo xx, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se recordarán siempre como un período brillante y feliz de la historia europea, que vino a truncar el estallido de la más inútil y absurda de las contiendas bélicas. Pero aquel período, contemplado desde el punto de vista de la vida cristiana, no fue una época fácil y sin problemas. Los hubo de todo orden, los unos causados por la hostilidad de los adversarios de fuera, los otros originados desde dentro de la propia Iglesia; una Iglesia regida durante este tiempo por el último de los papas que ha merecido el honor de los altares: San Pío X (1903-1914).

2. Durante aquellos años, la dinámica anticlerical se dejó sentir con particular intensidad en los países latinos del mediodía de Europa: aquellos, precisamente, que contaban con poblaciones de mayoritaria tradición católica. Portugal, tras la proclamación de la República (1910), expulsó a los religiosos del país, separó la Iglesia del Estado y confiscó los bienes eclesiásticos. En España, la célebre «ley del candado» aparece como un reflejo mitigado del anticlericalismo en boga. Pero fue Francia el escenario de la más violenta ofensiva contra la Iglesia.

3. Los gobiernos franceses de signo radical hicieron gala de un laicismo militante, que provocó el enfrentamiento con la firme entereza de Pío X, secundado fielmente por el secretario de Estado Merry del Val. Francia rompió las relaciones con la Santa Sede, se abrogó el Concordato (1905), los religiosos perdieron el derecho a enseñar y muchos fueron expulsados del país. Los bienes eclesiásticos fueron también confiscados, lo que significaba que la Iglesia francesa, por segunda vez en poco más de un siglo, era despojada de su patrimonio y privada a la vez de la ayuda estatal que venía recibiendo, como compensación, desde tiempo de Napoleón. En adelante, el culto y los sacerdotes no contarían con otros recursos que las contribuciones de los católicos, y el uso de los templos tendría como único fundamento jurídico el precario título de la posesión de hecho.

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4. Grandes fueron, pues, los embates que hubieron de sufrir, durante los primeros lustros del siglo xx, la Iglesia y los católicos de varios países europeos. Sin embargo, los peligros más graves fueron de índole doctrinal y procedían del interior de la propia Iglesia. Ya a finales del siglo XIX, el papa León XIII había denunciado el llamado «Americanismo» que, partiendo de la supuesta experiencia del Catolicismo norteamericano, propugnaba que, también en Europa, la Iglesia, para recuperar su eficacia, se adaptase a los nuevos tiempos y concediera mayor atención a las virtudes naturales y a la vida activa. Pero la gran crisis doctrinal que agitó a la Iglesia, hasta el punto de constituir quizá el acontecimiento capital de la época de Pío X, fue la crisis modernista.

5. El Modernismo pudo estar animado en sus orígenes por la inquietud apologética de ciertos católicos, ansiosos que, a su juicio, llevaba la Iglesia en el campo de la historia, la filosofía y la exégesis bíblica. El Modernismo —que sufrió de modo sensible el influjo del Protestantismo liberal alemán— trataba de «racionalizar» la fe cristiana, con el fin de hacerla aceptable a la mentalidad «moderna», vaciándola al efecto de la carga de los dog-mas y aun de todo contenido sobrenatural. Los modernistas no trataban de abandonar la Iglesia; pretendían «reformarla» desde dentro, y sus posturas tenían un deliberado acento de ambigüedad, de acuerdo con la afirmación de Tyrrell de que Cristo habría dejado no una doctrina, sino un espíritu. La filosofía del Modernismo era el Inmanentismo, que erigía la «conciencia religiosa» en norma suprema de la vida cristiana. Los modernistas forjaron incluso un modelo ideal de sacerdote, que Fogazzaro convirtió en el héroe de su novela «El Santo».

6. La exegesis bíblica, parcela predilecta de la acción modernista, fue cultivada por Alfredo Loisy, la figura más importante de este movimiento. Loisy aplicó a los libros sagrados —como si se tratara de simples textos históricos— las reglas de la crítica racionalista, sin tener en cuenta su condición de libros inspirados y haciendo caso omiso de las enseñanzas de la Iglesia sobre la interpretación de la Biblia, reiteradas por León XIII en la encíclica Providentissimus Deus. Entre las conclusiones a que llegó Loisy estaba la de que el «Reino», a que se refiere constantemente el Evangelio, fue en la mente de Cristo puramente escatológico, de un futuro en el más allá, y que la Iglesia habría sido una imprevista consecuencia de la no realización de la «errónea» creencia de Jesús en un inminente final de los tiempos. Se ponía así en entredicho la divinidad de Jesucristo y se desnaturalizaba la historicidad de su Resurrección, considerada como un fruto del «entusiasmo» creyente de la primera comunidad cristiana.

7. Las doctrinas modernistas nunca se expusieron de modo orgánico, sino en forma de retazos parciales. Para abarcarlas en todos sus aspectos, fue preciso que la encíclica Pascendi —que definió el Modernismo como «encrucijada de todas las herejías»— ofreciera una exposición sistematizada. Por lo que hace a la extensión alcanzada por el

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movimiento modernista, ha de decirse que tuvo considerable audiencia en círculos eclesiásticos e intelectuales —minoritarios, pero influyentes— de Francia, Italia e Inglate-rra. Pío X cerró resueltamente el paso al Modernismo. El decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi (1907) denunciaron y condenaron estas doctrinas. La exigencia del «juramento antimodernista» a los profesores eclesiásticos y a otros muchos clérigos fue una medida disciplinar de indudable eficacia. La crisis modernista quedó así cortada por la decidida intervención pontificia. No puede decirse, sin embargo, que quedara resuelta, como pondría luego de manifiesto el rebrote modernista que habría de aparecer con sorprendente fuerza a mediados del siglo XX.

8. San Pío X hubo de poner coto, también, a ciertos excesos a que dio lugar la intervención de católicos en la vida pública, que la Santa Sede había alentado desde tiempo de León XIII. La exageración en el compromiso temporal indujo al papa a disolver la «Obra de los Congresos», muy ligada entonces a Romolo Murri, y a poner término en Francia a las actividades de los «curas demócratas», condenando a la vez al movimiento «Le Sillón», de Marc Sagnier. Esto no excluía, sin embargo, que la Iglesia siguiera favoreciendo una recta participación de los católicos en la vida política, como lo demostró en Italia el virtual le-vantamiento del non expedit, que permitió, a partir de 1913, la participación de los católicos en las elecciones legislativas

9. .El mundo de la preguerra recibió, sobre todo, de Pío X el vigoroso impulso espiritual que caracterizó todo su pontificado. «Los intereses de Dios», ése fue el criterio supremo que guió la acción del papa en todos los terrenos. Un criterio que le indujo a adoptar, en las relaciones con Francia o en la lucha contra el Modernismo,, actitudes de fortaleza sobrenatural que a los ojos de algunos parecían chocar con los dictados de la prudencia humana. La preocupación por la santidad de los sacerdotes, la redacción de un nuevo Catecismo, la concesión de la Primera Comunión a los niños- desde la edad del discernimiento, fueron otras tantas pruebas del ardiente celo pastoral de San Pío X. Un celo que le llevó también a tratar de poner al día la vida de la sociedad cristiana, mediante la renovación de su derecho tradicional. Bajo Pío X, la Iglesia adoptó el principio moderno de la Codificación, y por mandato suyo el cardenal Gasparri inició la labor preparatoria, que culminaría después de su muerte con la promulgación por Benedicto XV del primer Código de Derecho Canónico (1917)