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 Revista Chilena d e Estudiantes de Ciencia P olítica - La apología de la democr acia: 32-53 32 La apología de la democracia: una tensió n epistemológica en ciencia política Lincoyan P ainecura Medina 1. Quiero agradecer al Pro. Javier Castillo de la Universidad Católica de emuco, Magister © en Sociología de la Ponticia Universidad Católica de Chile, por su enorme disposición, consis- tencia y humildad de revisar, ordenar y criticar junto a mí el borrador de este ensayo. ambién mis gratitudes al Pro. Luis Valenzuela de la Universidad Católica de emuco, Doctor en Rela- ciones Internacionale s de la London School o Economics and Political Science, por sus certeras correcciones y su inuencia en mi presente reexión. No está demás s eñalar que cualquie r error u omisión en este artículo es exclusiva responsabilidad del autor. Resumen La ciencia política, históricamente, ha creado una conexión entre dos nes que conforman una contradicción: una ciencia neutral valorativamente, pero explíci- tamente apologética de la democracia. A raíz de esto, ha emergido una tensión epistemológica que, haciendo un uso discursivo del concepto democracia, ha ce- rrado la reexión normativa y ha direccionado ideológicamente la investigación empírica para preservar el status quo. Para entender esto buscamos determinar la esencia normativa del concepto de democracia; estudiar la neutralidad valorativa, poniendo énfasis en la obra de Max W eber y su relevancia para la ciencia política; y analizar la conjunción entre democracia y neutralidad a través de la epistemología, haciendo una breve referencia al caso de la ciencia política norteamericana, con el n de determinar que la neutralidad valorativa encubre una normatividad que impera en nuestra disciplina. La solución a la tensión episte mológica es el choque de normatividades diversas. Palabras Clave Epistemología en ciencia política neutralidad valorativa democracia Max Weber historia de la ciencia política Abstract Political science, historically, has created a connection between two ends that both conorms a contradiction: a value-neutral science, but explicitly apologetic o demo- cracy. Because o this, it has emerged an epistemological tension that, making a dis- cursive use o the concept democracy, it has closed the normative reection and guided ideologically the empirical research to maintain the status quo. o understand this we seek to determine the normative essence o the concept o democracy; study the value-neutrality, paying more attention in the Max Weber’s writings and its relevance  or politica l science; and analyze the link betwe en democracy and neutral ity throu gh the epistemology, making a brie reerence to the American political science, so as to determine that value-neutrality conceals a prevailing normative thinking in our eld. Te solution to the epistemological tension is the clash o diverse normativities. 1 Keywords Epistemology in political science value-neutrality democracy Max Weber political science history En una época de destrucción revolucionaria y anarquía tec- nológica, escuchamos hablar sobre “incrementalismo”. En una época de manipulación del público de masas, escuchamos hablar sobre “estabilidad democrática”. En un tiempo de gran riqueza y gran pobreza, escuchamos hablar sobre “disuasión” Lewis Lipsitz

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La apología de la democracia: una tensión epistemológic

en ciencia política

Lincoyan

Painecura Medina

1. Quiero agradecer al Pro. Javier Castillo de la Universidad Católica de emuco, Magister ©en Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, por su enorme disposición, consis-tencia y humildad de revisar, ordenar y criticar junto a mí el borrador de este ensayo. ambiénmis gratitudes al Pro. Luis Valenzuela de la Universidad Católica de emuco, Doctor en Rela-ciones Internacionales de la London School o Economics and Political Science, por sus certerascorrecciones y su influencia en mi presente reflexión. No está demás señalar que cualquier erroru omisión en este artículo es exclusiva responsabilidad del autor.

Resumen

La ciencia política, históricamente, ha creado una conexión entre dos fines queconforman una contradicción: una ciencia neutral valorativamente, pero explíci-tamente apologética de la democracia. A raíz de esto, ha emergido una tensiónepistemológica que, haciendo un uso discursivo del concepto democracia, ha ce-rrado la reflexión normativa y ha direccionado ideológicamente la investigaciónempírica para preservar el status quo. Para entender esto buscamos determinar la

esencia normativa del concepto de democracia; estudiar la neutralidad valorativa,poniendo énfasis en la obra de Max Weber y su relevancia para la ciencia política; yanalizar la conjunción entre democracia y neutralidad a través de la epistemología,haciendo una breve referencia al caso de la ciencia política norteamericana, conel fin de determinar que la neutralidad valorativa encubre una normatividad queimpera en nuestra disciplina. La solución a la tensión epistemológica es el choquede normatividades diversas.

Palabras ClaveEpistemología en ciencia política neutralidad valorativa

democracia Max Weber historia de la ciencia política

Abstract

Political science, historically, has created a connection between two ends that bothconorms a contradiction: a value-neutral science, but explicitly apologetic o demo-cracy. Because o this, it has emerged an epistemological tension that, making a dis-cursive use o the concept democracy, it has closed the normative reflection and guidedideologically the empirical research to maintain the status quo. o understand thiswe seek to determine the normative essence o the concept o democracy; study thevalue-neutrality, paying more attention in the Max Weber’s writings and its relevance

 or political science; and analyze the link between democracy and neutrality throughthe epistemology, making a brie reerence to the American political science, so as todetermine that value-neutrality conceals a prevailing normative thinking in our field.Te solution to the epistemological tension is the clash o diverse normativities.

1

KeywordsEpistemology in political science value-neutrality

democracy Max Weber political science history

En una época de destrucción revolucionaria y anarquía tec-

nológica, escuchamos hablar sobre “incrementalismo”. En unaépoca de manipulación del público de masas, escuchamos hablarsobre “estabilidad democrática”. En un tiempo de gran riqueza ygran pobreza, escuchamos hablar sobre “disuasión”

Lewis Lipsitz

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Introducción

Este artículo busca explicitar la existencia de una tensión epistemológica en la dis-

ciplina, debido a que el principio de la neutralidad valorativa en la ciencia política

intenta evitar la irrupción de lo político en relación a la producción científica. Sin

embargo, la neutralidad valorativa ha encubierto una normatividad única que, titu-

lada como “democracia”, niega la explosión y el choque de normatividades diversas.

Debo aclarar que no es el fin de este trabajo el poner en tela de juicio los valores que

la democracia prescriptiva defiende. Aquí no se encontrará una apología al autorita-

rismo, sino una reflexión estricta de lo que el uso discursivo de la democracia ha sig-

nificado para la ciencia política. En términos simples, no se critica sus supuestos, sino

el “rótulo”. Por otra parte, la disciplina ha estado desde sus inicios en un paulatino

proceso de autorrealización científica, en donde el principio de la neutralidad valor-

ativa ha sido uno de sus pilares. ¿Cómo entender, entonces, esta “defensa objetiva” de

la democracia? Ahora bien, para ello es necesario observar críticamente el por qué de

la falta de cuestionamiento al discurso democrático, con el fin de explicitar qué es lo

que realmente los politólogos están defendiendo desde su creación intelectual. Es por

este motivo que el trabajo responde a una inquietud epistemológica –el estudio de laproducción de conocimiento científico– en vez de a una intención teórico-normati-

 va, empírica o predictivo-causal. Sin embargo, se realizarán algunas aproximaciones

a la historia disciplinar y a su contextualización en un mundo de Guerra Fría, con

sus ulteriores consecuencias. La solución a la tensión es el choque de normatividades

políticas que debería imperar en nuestra disciplina, poniendo en tela de juicio tanto

a la neutralidad valorativa como al uso discursivo de la democracia.

Para clarificar la estructura del artículo, expondré la secuencia de los argumentos.

Primero, se enfrentará el uso discursivo de la democracia como valor incuestion-

able, con el fin de explicitar su carácter normativo y, por ende, ambiguo. Segundo,

se estudiará el concepto de la neutralidad valorativa, poniendo énfasis en la obra de

Max Weber. ercero, el incuestionable valor democrático y la neutralidad valorativa

darán origen a la tensión epistemológica, la cual observaremos en profundidad, haci-

endo hincapié en la ciencia política norteamericana. Cuarto, se reflexionará respecto

a algunas conclusiones emanadas del desarrollo del ensayo, con el fin de generar una

mirada integral y propositiva.

El por qué de la democracia

La democracia, en su sentido más clásico, corresponde a la idea del “gobierno del

pueblo”, aun cuando esta abstracción se confronte históricamente con su materi-

alización (Dahl, 1992). Charles E. Merriam, en “Te Assumptions o Democracy”  

(1938), plantea que los principales supuestos de la democracia son: (1) la dignidad

esencial del hombre; (2) la tendencia a la perfección de la raza humana; (3) la igual-

dad entre los beneficios del “bien común” y el de las masas; (4) la decisión popular

como definitoria en la dirección social y política; (5) la confianza en el cambio social

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por consenso en vez de la vía de la violencia. La democracia no se traduce, sin

embargo, en la abolición de todas las diferencias, sino que sólo en algunos campos,

como “igualdad ante la ley, igualdad en el sufragio, igualdad de oportunidades, en

dignidad, en formas básicas mínimas de vida” (Merriam, 1938:337)1. Por su parte,

en “La democracia y sus críticos” (1992), Robert A. Dahl señala que todo régimen

democrático consta de una Presunción de Autonomía Personal , la cual significa que

cada uno es autónomo para tomar decisiones colectivas en conjunto con los otrosciudadanos. Esta idea, junto a la Consideración Equitativa de los Intereses (igualdad

intrínseca entre los ciudadanos que componen el demos), sustentan el Principio

Categórico de la Igualdad , el cual sostiene que “ninguno está tanto mejor calificado

que los otros como para que se le confíe en forma excluyente la adopción de tales

decisiones colectivas obligatorias” (Dahl, 1992:121). De esta forma, la democra-

cia se transforma en “condición necesaria para tomar decisiones colectivas obliga-

torias” (Dahl, 1992:130). Por lo anterior, el mecanismo para desarrollar un proceso

democrático consta de participación efectiva, igualdad de votos en la etapa deci-

soria, comprensión esclarecida y el control del programa de acción (Dahl, 1992).

¿Quién que confíe en las instituciones representativas –y en sus supuestos resul-

tados favorables para el colectivo– podría poner en tela de juicio tales esquemas

teóricos? Sin embargo, al confrontarnos con la historia, podemos ver el asomo de

ciertas dudas respecto a si el discurso democrático realmente conduce a este tipo de

sociedades o, paradójicamente, nos lleva a algo “distinto”. Por ello, no es coinciden-

cia de que el “avance universal de la democracia” se dé en paralelo a la expansión

global de la órbita capitalista y al fin de la Guerra Fría.

Entre la universalización y la preferibilidad de la democracia real

Desde el colapso de la Unión Soviética y de sus satélites, se ha difundido la idea de

que la democracia debe ser entendida como un valor universal (Diamond, 2003).

Para Sen (2001), el belicoso siglo XX nos ha dejado la más grande de las enseñan-

zas: la urgencia de la defensa de la democracia. El autor parte de la base de entender

a la democracia como un medio para que los países alcancen nobles virtudes que

comprenden la libertad y la participación, la responsabilidad de los gobiernos y

la construcción de necesidades, derechos y deberes. Recurriendo al ejemplo de

Ghandi, Sen (2001) señala que “cuando Mahatma Ghandi defendía el valor de la

“no violencia”, no sostenía que se actuara de acuerdo con este valor en el resto del

mundo, sino que existían razones de peso para percibirlo como algo valioso” (Sen,2001:22). Atravesando el mundo, la democracia no depende de supuestos factores

culturales que inhiban su aparición, sino de su funcionalidad transversal a todas las

civilizaciones humanas (Sen, 2001, Diamond, 2003).

1 raducción propia

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Esta teleología democrática intenta, a mi juicio, extirpar la democracia, como punto

de discusión, del terreno de la normatividad, aun cuando se señale que “la historia

ha probado que es la mejor forma de gobierno” (Diamond, 2003:38). Por esencia, la

discusión normativa no puede ser reducida a una cosificación de “valores univer-

sales” que deban respetarse en todo el mundo, sino que es una constante construc-

ción deliberativa que, en última instancia, la definen personas, grupos humanos,

instituciones, Estados, etc. De hecho, es paradójico que se alberguen fenómenos tandivergentes bajo el nombre de la democracia. Un caso enigmático de esto ha sido

identificado por McFaul (2004) en cuanto a Estados Unidos y la invasión a Irak.

George W. Bush, bajo su Administración, justificó las invasiones a Irak como una

estrategia de expansión democrática frente a los ataques del 11 de Septiembre de

2001. En este caso, la universalización del valor democrático seleccionó como me-

dio a la coacción física, cumpliéndose una de las máximas de Maquiavelo: el fin jus-

tifica los medios. La comunidad internacional, tanto los países democráticos como

los que no encajan en esa definición, rechazaron la intervención norteamericana

por juzgarla como un avance en pos de intereses imperialistas. Sin embargo, para

McFaul (2004), esto no le quita mérito a la contribución preponderante de EstadosUnidos en cuanto a la promoción universal de la democracia, ni menos al valor

mismo de la democracia. El autor, siguiendo el argumento, señala que, debido a

que la democracia debe ser entendida como una norma universal, ésta no debe ser

monopolizada por Estados Unidos, sino que es una construcción global dirigida

por diversos Estados, ONG’s, etc. Por lo anterior, tener opiniones divergentes con la

política exterior norteamericana y defender la democracia como valor ya no es una

contradicción (como sí parecía serlo en la Guerra Fría)2 (McFaul, 2004).

Munck (2006) reafirma el hecho de que “la promoción de la democracia se inició en

gran medida como una iniciativa del gobierno de Estados Unidos y organizaciones

no-gubernamentales localizadas en la misma nación durante los años de la admin-istración Reagan” (Munck, 2006:160). Sin embargo, Estados Unidos ha compartido

el deber de expandir la democracia con diferentes actores que han emergido en

las últimas dos décadas (McFaul, 2004). Este compromiso global se ha asentado

en diversos tratados supranacionales, tales como la Declaración y el Programa de

Acción de Viena (1993), la Declaración del Milenio (2000) y la Carta Democrática

Interamericana (2001), empujando hacia el monitoreo de la misma (Munck, 2006).

Es menester de este monitoreo el asegurar que la democracia sea confrontada con

otros valores políticos, para así poner el énfasis en su contenido y no caer en el

“valor absoluto”, ya que el acento en los derechos políticos puede hacer desviar

la atención de los derechos sociales, éstos últimos presentes en algunos países nodemocráticos (Munck, 2006).

Aun cuando se estipulen todas las ventajas emanadas del régimen democrático,

2 De hecho, esta “contradicción” se mitiga en las palabras de Merriam (1938), cuan-do afirma que la democracia no es identificable con ningún tipo particular de organizaciónpolítica, económica, administrativa o ideológica, sino que es sólo una forma de asociaciónpolítica en donde las decisiones son determinadas por una gran mayoría de la comunidad.

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queda la interrogante si ésta ya se transforma en un universal  per se, como lo plan-

tea Sen (2001) o, simplemente, es un tema de preferibilidad. La preferencia por la

democracia corresponde al terreno ético-político asentado en la civilización oc-

cidental (Sartori, 2009). El concepto de “buena ciudad”, que es la raison d´être de la

democracia, es, a su vez, el núcleo de la civilización occidental, por ende, observado

deductivamente, si preferimos la democracia es porque existe una “superioridad

 valórica” en Occidente. Reconociendo que esta es una afirmación “políticamenteincorrecta”, Sartori (2009) se cuestiona de qué manera un juicio de valor se puede

demostrar racionalmente, y llega a concluir que la única manera de hacerlo es a

través de la comparación y el contraste. La falsedad de un concepto universal reside

en que éstos no pueden ser ni verdaderos o falsos, sino que son preferibles frente a

otros. Por ejemplo, “si nos atenemos a preguntas concretas –por ejemplo, la prefer-

ibilidad de la libertad sobre la cárcel, de más igualdad frente a menos igualdad, del

derecho de protestar respecto a una sumisión constante– entonces llegaremos a

obtener <<confirmaciones de preferencias>>” (Sartori, 2009:104-05). Si esta “pref-

erencia por comparación” la atenuamos con lo expuesto por Munck (2006) sobre

la relación entre los derechos sociales y políticos, llegaremos nuevamente a unadiscusión que parece no estar tan conclusa como se creía, ya que irían emergiendo

disyuntivas que desencadenarían en el poner en cuestión la democracia en térmi-

nos descriptivos. El choque de normatividades sería la respuesta, descosificando a

la democracia misma.

¿El tabú normativo de la democracia?

El no cuestionar a la democracia discursiva parece, irremediablemente, estar con-

denado a la explicitación normativa e ideológica, aun cuando se expongan sus ventajas, su preferibilidad frente a otros regímenes y tantas otras apologías diver-

sas. De hecho, cuando la democracia no “entrega” los resultados esperados para

la preservación de las instituciones existentes, la idea misma empieza a ser puesta

en discusión. Es por ello que autores como Bernard Crick han señalado que la

política misma debe ser defendida de la idea ambigua de democracia, ya que “cual-

quier idea clara y práctica debe ser defendida frente a vaguedades e imprecisiones”

(Crick, 2001:63). Asumiendo que existe un consenso sobre el no-consenso de qué

es una democracia y qué efectos debe generar, Crick (2001) explica que una democ-

racia puede generar tanto efectos positivos como negativos para la política. La tensa

relación entre democracia y libertad pone en jaque la noción de que la democracia

es positiva por sí misma. Por ello, hay que “moderarla” en sus expresiones extremas,

ya que “la doctrina democrática de la soberanía del pueblo amenaza la idea esencial

de que todas las sociedades avanzadas conocidas son inherentemente plurales y di-

 versas, condición que es la semilla y raíz de la política” (Crick, 2001:70). Empero, la

amenaza que genera la democracia a la libertad también se da en la relación inver-

sa, de hecho, “a pesar de los disturbios, las injusticias y las humillaciones, es posible

que el individuo goce de más libertad en las últimas etapas de un régimen colonial

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que en el ambiente de intolerante entusiasmo unitario de un nuevo gobierno nacio-

nal” (Crick, 2001:74). Siguiendo la idea aristotélica del “gobierno mixto”, la supedi-

tación de la democracia a la política, tal como lo concibe Crick (2001), se debe a

que “la democracia es un componente de la política; cuando reclama exclusividad,

destruye la política, <<reduciendo la armonía a mera monotonía, o un tema musi-

cal a una sola nota>>” (Crick, 2001:83). Como veremos en el apartado “Entre la

democracia y la neutralidad” , este tipo de afirmaciones se asientan en la concepciónliberal que subyace a la ciencia política, en el afán de “evitar los extremos”.

Más allá de reconocer que abordar la democracia prescriptiva y descriptivamente

es una interminable reflexión teórica, lo que quiero sentar en este artículo es que la

defensa de la democracia, por el hecho de ser una defensa (valga la redundancia), es

esencialmente normativa, más allá de sus efectos positivos o negativos. Aun cuando

parte de la base de que la democracia es el único camino conducente a la libertad y

a las identificaciones colectivas, Pizzorno (1985) nos señala que:

“Al inicio nos hemos preguntado si la democracia puede ser consid-

erada el régimen que mejor satisface los intereses presentes en unasociedad. Hemos visto que no hay forma no tautológica de respond-

er a esta pregunta. Quien lo ha intentado no lo logró, ya sea porque

ha simplificado demasiado la realidad, ya sea porque ha incurrido en

contradicciones inevitables” (Pizzorno, 1985:40).

La neutralización de lo político en la ciencia política

Ya aclarada la característica inherentemente normativa respecto a la democracia,

es necesario adentrarse en su relación epistemológica con la neutralidad valorativa.

La idea de que es necesario neutralizar el ejercicio de la valoración en toda discip-

lina social que se haga llamar científica no es algo reciente. Sus orígenes se pueden

rastrear desde hace siglos, en los ídola de Bacon, en el positivismo de Comte, en las

prenociones de Durkheim, etc. Más allá de estar en contra o a favor de aquello, es

innegable el hecho de que éste ha sido un requisito omnipresente en el desarrollo

de las ciencias sociales, sin embargo, los compromisos inherentes a los intereses del

investigador, y a las instituciones a las cuales éste pertenece, parecen poner en en-

tredicho cierta afirmación. El compromiso con la contingencia histórica, con una

ideología o con una militancia en una causa política representa una contradictio in

adjecto en relación a la neutralidad (Nohlen, 1985). Es por ello que el compromiso

político debe ser compatible con las exigencias científicas, ya que, aunque se parta

de la base de que la ciencia política no es neutra en cuanto a valores y objetivos, “es-

tos parámetros tienen su plena legitimidad sólo en el contexto del surgimiento de

una investigación y en el de la aplicación de sus resultados, pero tienen que supri-

mirse o desaparecer en el contexto interno de la argumentación científica” (Nohlen,

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2003:6-7). La reflexión de Nohlen (2003) nace enfrentada a “la tentación de que el

intercambio se politice, que la posición ideológica sustituya al argumento razon-

able, que la contingencia política se apodere de la ciencia política de modo que –al

final de cuentas– esta se perciba como parte de la política” (Nohlen, 2003:6).

Nohlen (1985, 2003) observa la neutralidad referida al investigador en particular.

Empero, la existencia de juicios de valor no sólo son determinados por los hombres

de ciencia, sino que también por la construcción epistemológico-lingüística de la

disciplina en la cual se asientan. Sartori (2012) reconoce que los contenidos valor-

ativos son parte constitutiva de la construcción lingüística de la filosofía, “dirigido

a captar el sentido de la vida, la esencia de las cosas y la razón de ser (teleológica,

no causal) del mundo” (Sartori, 2012:251). Es por ello que existe una constante

tensión entre este lenguaje ultrarrepresentativo de la filosofía y el lenguaje aséptico

de la ciencia. La Wertreiheit  (“desvinculación valorativa de la ciencia”) se ramifica,

a juicio de Sartori (2012), en dos tipos de escuela: la neutralización de los valores y

la cancelación de los valores. Mientras que la cancelación de los valores propugna la

idea de la tabula rasa en cuanto a los juicios de valor en la investigación científica,

la neutralización valorativa consiste en reconocer su existencia para así apartarlos

de los juicios positivos. Mientras que la cancelación se pretende transformar en un

principio constitutivo de la ciencia, la neutralización es la opción epistemológica-

mente más correcta para Sartori (2012), ya que se presenta como un principio regu-

lador. La cancelación valorativa como principio constitutivo supone un simplismo

analítico, ya que “ciencias como la psicología y la economía hicieron su camino per-

siguiendo y presuponiendo de modo más o menos implícito fines de valor. La me-

dicina no se perjudicó por considerar que la salud es un bien” (Sartori, 2012:253).

Mientras que unos fijan su atención en el investigador (Nohlen, 1985, 2003) y otros

en la construcción epistemológico-lingüística que hay detrás (Sartori, 2012), tam-bién está presente la observación en lo que atañe a la política científica (Albornoz,

2007). El complejo puente entre ciencia y poder es la política científica y, en él, las

definiciones epistemológicas no quedan intactas. Albornoz (2007) señala que “la

posición favorable a la neutralidad de la ciencia, arraigada en la comunidad cientí-

fica, enfatiza el carácter instrumental de los conocimientos científicos y tecnológi-

cos, atribuyendo el bien y el mal a los fines a los que se los aplique” (Albornoz,

2007:63). La ciencia tiene un carácter intencional, determinado por el investigador,

por la organización en la cual trabaja y por quién financia la investigación misma.

Parafraseando a Horkheimer, Albornoz (2007) señala que la ciencia reproduce las

relaciones sociales, ya que es funcional a los intereses involucrados en el juego delpoder, y porque recibe las cargas valorativas de los agentes de poder inmersos en la

dinámica. Los supuestos resultados objetivos de las iniciativas científicas se revisten

de valores definidos por las estructuras de poder. Es por ello que el autor concluye

que “la política científica expresa la forma en que tales procesos se resuelven, qué

intereses prevalecen y de qué manera son compatibles con las aspiraciones de equi-

dad y democracia” (Albornoz, 2007:64). La pregunta ahora es: ¿qué es lo ocurre

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particularmente con la ciencia política?

El aporte de Max Weber: la Wertfreiheit

Introducirse en la discusión sobre desde “dónde” se ejercen las cargas valorati-

 vas –investigador, disciplina, poder extra-científico, etc. – y cuál es el efecto deaquello en la construcción científica, requeriría un tiempo y profundidad que

aquí no se tiene. Ahora bien, en lo que atañe directamente a la ciencia política,

uno de los pilares epistemológicos fundamentales, sin duda, ha sido la obra de

Max Weber, en la cual profundizaremos. “El sentido de la <<neutralidad val-

orativa>> de las ciencias sociológicas y económicas” (1917) y “La ciencia como

 proesión” (1918) han sido los estudios más relevantes de Weber respecto al

tema3. Estos escritos han marcado un importante precedente en la definición

epistemológica de la disciplina, en miras de hacer una separación tajante entre

lo que es ser un político y ser un científico, tal como Weber señala en uno de

sus pasajes.

Para Weber (1917), las aulas están atiborradas de profesores que, revistiéndose

de intelectuales objetivos, propugnan juicios de valor. Estas valoraciones son

definidas como “las evaluaciones prácticas del carácter censurable o digno de

aprobación de los fenómenos influibles por nuestro actuar” (Weber, 1917:222).

Si bien, el juicio de valor no atañe a la empresa científica, hay ciertas salve-

dades que deben realizarse. En caso de que las valoraciones se permitan en

el ejercicio de la ciencia social (por ejemplo, la idea de “la lealtad al Estado”),

debe procurarse que todos los juicios de valor tengan lugar en el quehacer

académico, ya que si no, “la Universidad se convertiría […] en un seminario

sacerdotal, solo que sin poder conferir la dignidad religiosa propia de este”

(Weber, 1917:228). El valor es contraproducente con la ambición científica,

por lo mismo, Weber (1917) señala que la disciplina empírica sólo se limita a

mostrar: “1) los medios indispensables; 2) las repercusiones inevitables, y 3)

la concurrencia recíproca, de este modo condicionada, de múltiples valoracio-

nes posibles, en cuanto a sus consecuencias prácticas” (Weber, 1917:239). Para

clarificar la situación:

“Que se deba o no ser sindicalista es algo imposible de probar

si no se recurre a premisas metafísicas muy definidas que nun-

ca son demostrables, y que en este caso no lo son por ningunaciencia, cualquiera que sea. Si un oficial prefiere saltar por el

aire con su baluarte antes que rendirse, su acción puede, desde3 Sin duda, un tercer trabajo importante es “La «objetividad» cognoscitiva dela ciencia social y de la política social ” (1904), sin embargo, he decidido no considerarlopara este artículo, ya que se basa más que nada en una defensa del Archiv ür Sozialwis-senschaf und Sozial politik, revista en la cual trabajaba Max Weber, además, su con-tenido no dista mucho del expresado en “El sentido de la <<neutralidad valorativa>>”  (1917).

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cualquier punto de vista, ser absolutamente inútil en un caso dado,

si se la confronta con sus consecuencias; pero no es indiferente la

existencia o no de la intención que lo impele a tomar tal actitud sin

preocuparse por su utilidad. Esa intención es tan poco «carente de

sentido» como la del sindicalista consecuente” (Weber, 1917:245).

Por todo lo anterior, Weber (1917) afirma que es deber del intelectual mantener

“la cabeza fría” frente a los ideales, para conservar su capacidad de “pensador”. Laciencia no busca responder preguntas sobre “la verdad”, ya que estas preguntas no

importan tanto para ésta como las de carácter netamente científico (Weber, 1918).

Al igual que Sartori (2012), Weber (1918) ocupa nuevamente el ejemplo de la val-

oración en la medicina, pero concluyendo la negatividad de aquello. La medicina

tiene como axioma el conservar la vida y evitar el sufrimiento en lo posible, sin

embargo, “el médico conserva por todos los medios la vida del moribundo aun

cuando éste suplique ser liberado de ella” (Weber, 1918:40-41)4. Entre otros ejem-

plos, Weber (1918) recurre al caso de las ciencias históricas, ya que, si bien son

ilustrativas de una multiplicidad de fenómenos (políticos, sociales, artísticos, etc.),

“no responden por sí mismas a la pregunta acerca del valor positivo de estos fenó-menos, ni tampoco contestan a la pregunta de si vale la pena conocerlos” (Weber,

1918:41-42). La neutralidad, para Weber (1918), es parte de la probidad que todo

intelectual debe profesar, ya que se debe separar la verificación de los hechos y el

consejo sobre cómo se debe vivir en una sociedad. Max Weber (1918) finaliza su

escrito expresando que “si pregunta por qué razón no se deben tratar estos prob-

lemas en el aula, se le contestará: porque el profeta y el demagogo no tienen lugar

en la cátedra” (Weber, 1918:43).

La obra de Max Weber ha realizado un aporte inmensurable en la ciencia política.

Es por ello la importancia de revisar el desarrollo epistemológico de nuestra discip-

lina a través de los preceptos que han guiado su formación, con el fin de determinar

qué tan cercanos estamos de aquello y qué rol cumple la epistemología en la ciencia

política contemporánea. Esta tensión entre hecho y valor, entre empiria y norma-

tividad, será revisada a la luz de lo que en la ciencia política se ha escrito respecto

al tema, tomando como base la reflexión ya realizada en torno a los escritos de Max

Weber.

Entre la democracia y la neutralidad: reflexiones epistemológicas

En el apartado anterior, decíamos que una de las distinciones básicas que se dan

en torno a los valores en la ciencia social remite al uso del lenguaje, haciendo un

paralelo entre filosofía y ciencia (Sartori, 2012). El problema surge, tal como se

 verá, cuando en ausencia de un “lenguaje ultrarrepresentativo”, la ciencia de igual

manera tiene una normatividad implícita. De hecho, dado que la política es un

4 Esta discusión se puede contextualizar en los contemporáneos alegatos sobre elaborto y la eutanasia, trascendiendo de una reflexión técnico-científica para explorar el ter-reno de la valoración y la ética en la medicina.

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 Revista Chilena de Estudiantes de Ciencia Política - La apología de la democracia: 32-53

cusión deja a la luz es que “hoy no se puede decir nada interesante ni sugerente

sobre la realidad de la democracia si no es recurriendo a una definición ideal de

la democracia que oriente nuestras búsquedas e interrogantes sobre el fenómeno

democrático” (Cansino, 2007:24). El autor añade que “lo paradójico de todo este

embrollo es que la ciencia política nunca fue capaz de ofrecer una definición de

democracia lo suficientemente confiable en el terreno empírico, es decir, libre de

prescripciones y valoraciones” (Cansino, 2007:26), poniendo en tela de juicio su

carácter valorativamente neutral y libre de compromisos políticos7. Algunos casos

al interior de la disciplina pueden servir para reforzar este argumento.

 La política comparada. Con lo afirmado por Cansino (2007), el ideal weberiano

en ciencia política se ve desmoronado en su cimientos. De hecho, en el caso de la

política comparada, el valor de la democratización es parte de “los fines humani-

tarios del espectro de las ciencias sociales”, en donde “este compromiso normativo

no es sólo una preferencia de valor del investigador o una implicación prescriptiva

de sus hallazgos; está retejido dentro de la verdadera tela del análisis” (Whitehead,

2001:516). Laurence Whitehead (2001) señala que el postulado de la neutralidad

axiológica deberá, irremediablemente, ser puesto en duda, dado que “calificar unademocracia de <<consolidada>> no es meramente categorizarla sino también

 juzgarla” (Whitehead, 2001:528). Sin la pretensión de abandonar la idea de la obje-

tividad científica, el autor concluye que en la ciencia política “existe un noble pedi-

gree para el tipo de <<razón práctica>> y compromiso normativo, basado sobre las

artes del criterio social y la persuasión, que ha tendido a caracterizar los trabajos

mejores en el campo de la democratización comparada” (Whitehead, 2001:533).

 La teoría política normativa. Entendiendo a la teoría política como la base nor-

mativa de la disciplina, Mejía Quintana (2006) afirma que la ciencia política ha

generado su ruptura de la filosofía política a raíz de la creación de sus propias

unidades de análisis: “Estado, sistema político y poder –inferidas de la tradición

contractualista y hegeliano-marxista, funcional-sistémica y posestructuralista–

que, posteriormente, derivan en la de democracia como categoría estructural de

interpretación” (Mejía Quintana, 2006:33-34). La condensación de las unidades de

análisis en la democracia se debe al “giro que se produce en el marco del final de la

Guerra Fría, la crisis del Estado de Bienestar y la aceleración conflictiva del proceso

de globalización” (Mejía Quintana, 2006:34). Esta justificación epistémica, a la luz

de este trabajo, no responde sino a juicios políticos que nuevamente se extraen

durante el proceso de la Guerra Fría y de sus consecuencias ulteriores. De hecho, el

autor reconoce que la condensación en la democracia trae consigo la tensión entre

el consenso y el disenso, enfrentándose a un dilema que pone en cuestión a los

intelectuales marxistas y posestructuralistas: “la dificultad de transitar de la democ-

racia política hacia la social, sin que el tránsito sea distorsionado por la utilización

de la fuerza” (Mejía Quintana, 2006:44). Es por ello que, ya explicitado su carácter

ideológico, Mejía Quintana (2006) arguye que “la columna normativa de la ciencia

7 Una de las justificaciones que se dan en cuanto a la defensa de la democracia enciencia política es por su valor aparentemente “universal” e incuestionable (Diamond, 2003;McFaul, 2004; Sen, 2001).

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política tiene varias consecuencias prácticas, además de las mencionadas” (Mejía

Quintana, 2006:56).

 La técnica de la encuesta. En uno de sus trabajos, John Dryzek observa de qué

forma la ciencia política ha utilizado técnicas que naturalizan lo político. Entre las

técnicas que los politólogos han empleado en el desarrollo de la disciplina, una

de las más populares ha sido la encuesta, sobretodo en relación a los estudios de

opinión pública y de votación (Dryzek, 1988). Debido al poco conocimiento que

la ciudadanía tiene respecto a la política, las encuestas sirven para “reforzar un or-

den político imperante el cual trata a las masas políticas en términos de individuos

que son mayoritariamente pasivos, y sólo ocasional y mínimamente dispuestos

a participar en la vida política” (Dryzek, 1988:707)8. Dado que los instrumentos

científicos “neutrales” no existen, Dryzek (1988) afirma que las encuestas encierran

una naturalización de las relaciones políticas, determinadas por el diseñador de la

encuesta, entendiendo al ser humano alejado de la “acción”, por ende, partiendo

de la base de la no-política (1988:713-15). Así, la lógica de las encuestas de opin-

ión “toma una postura a favor de una política de una democracia débil” (Dryzek,

1988:721)9. En términos simples, Dryzek (1988) categoriza a la encuesta como un

instrumento más reforzador que crítico-propositivo del orden político.

 Los esquemas teóricos. Ahora bien, mientras Dryzek (1988) apunta al aspecto téc-

nico de la disciplina, otros autores descubren las cargas valorativas en las explica-

ciones teóricas. Desde el aspecto de la teoría, el clásico trabajo de Charles aylor

titulado “Neutrality in Political Science”   (1967) nos remite nuevamente a la con-

frontación entre la normatividad y los hechos. Los hechos en la ciencia política, nos

dice aylor (1967), supuestamente en nada nos ayudan a apoyar valor alguno, sin

embargo, existe una aceptación frecuente respecto a que éstos influencian nuestros

descubrimientos. El autor señala que los hechos sí son relevantes respecto a los va-lores, sin embargo, éstos están vinculados a ciertas explicaciones teóricas y no son

compatibles con otras. aylor (1967) expone el siguiente ejemplo: la idea de que las

democracias estables son “mejores” que las oligarquías estables (presente en el caso

de la obra “Political Man”  de Seymour M. Lipset), puede variar si asumimos el valor

de que los hombres son más felices viviendo bajo reglas que no se cuestionan. Sin

embargo, al asumir lo anterior, también la construcción teórica cambia (o debería

cambiar), ya que si la concepción de las necesidades, deseos y propósitos de los

hombres cambian, también cambia su explicación teórica (aylor, 1967).

Por todo lo anterior, Gerring y Yesnowitz (2006) afirman que los valores y los

hechos “no habitan mundos diferentes”, por ende, “la ciencia política debe ser rel-

evante para las preocupaciones prácticas y públicas –para asuntos que afecten vital-

mente al bien común” (Gerring y Yesnowitz, 2006:114)10. Es por ello que los autores

desarrollan un modelo de cuatro posibilidades para enfrentar esta dicotomía, a sa-

ber: (1) abandonar la ciencia a avor de la política : asumir el estudio de la política

8 raducción propia9 raducción propia10 raducción propia

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como parte de una confrontación de partidos o de ideologías, olvidando su carácter

de “ciencia social”; (2) abandonar la ciencia positivista a avor de la interpretación:

dejar de lado la investigación causal-predictiva, con el fin de “interpretar el mun-

do”; (3) abandonar la dicotomía hecho/valor : suponer que no existe tal dicotomía,

con el riesgo de perder la claridad entre ambas esferas; (4) abandonar la política:

preocuparse netamente de la ciencia y no de su relevancia social. Los autores no

abogan por la negación de la dicotomía, sino por la clarificación de la importanciadel pensamiento normativo en los estudios empíricos de la disciplina, ya que “la

buena ciencia social […], envuelve un “matrimonio” de la ciencia y la importancia

social– ciencia y sociedad” (Gerring y Yesnowitz, 2006:133)11.

La tensión epistemológica: el caso de Estados Unidos

Giovanni Sartori se cuestionó en su momento el carácter de la “clase teórica”, en-

tendiéndolo como ambiguo y apologético del poder político. Frente a la pregunta

de si los intelectuales son “servidores”, Sartori (2012) responde:

“En efecto, es así. No veo por qué la nueva “clase teórica” irá a ser

diferente en este aspecto a los intelectuales de todos los tiempos.

El intelectual vive sobre márgenes sutiles, carece de independencia

económica, opera en invernaderos y en torres de marfil. Salvo muy

nobles pero numéricamente escasas excepciones, no tiene vocación

de guerrero ni temperamento de combatiente. […] El humanismo

que repudia hoy los valores que había profesado hasta ayer, puede ser

tachado de traidor; pero una clase teórica de tipo técnico-científico

actúa en su trabajo sujeta a quien le suministra los instrumentos para

trabajar” (Sartori, 2012:330).

La ciencia política, como disciplina autónoma, ha nacido en las aulas de Estados

Unidos a finales del siglo XIX y la mayor parte de los académicos provienen o es-

tudiaron allá. Es por ello que creo necesario indagar en el cómo se ha manifestado

la tensión epistemológica en la academia norteamericana, cómo ésta ha propagado

sus connotaciones ideológicas de la democracia por el mundo y cómo, a raíz de lo

anterior, se han generado efectos prácticos. En la introducción a “Imagining the

 American Polity: political science and the discourse o democracy”   (2004), John G.

Gunnell ha señalado que la ciencia política norteamericana “se ha definido a sí mis-

ma como una ciencia dedicada a la comprensión y propagación de la democracia,y ha jugado un largo rol en valorar ese concepto e igualarlo con el sistema político

americano” (Gunnell, 2004:1)12. Si bien, la ciencia política se ha “exportado” por el

mundo, ésta “conlleva una relación única con la vida política y la ideología ameri-

cana. Y sus preocupaciones han sido tanto prácticas como académicas” (Gunnell,

2004:4)13  . El autor plantea que, aunque la disciplina se caracteriza por su anhelo11 raducción propia12 raducción propia13 raducción propia

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científico y su defensa de la democracia, y tomando en consideración de que han

existido relaciones importantes con el contexto socio-político, la ciencia política en

Estados Unidos no ha desarrollado una dependencia tan fuerte con el poder políti-

co, como en el caso de la academia europea. Otros autores no estarían de acuerdo

con dicha afirmación. Para Ball (1999), “la historia de la ciencia política estadoun-

idense es en aspectos importantes parte de la historia de la política estadounidense”

(Ball, 1999:62), y esto se debe entender, sobretodo en lo que concierne a la neutrali-dad, en el amplio contexto intelectual de Estados Unidos, en donde “la disciplina

se buscó un hueco y la legitimidad” (Ball, 1999:62). Un ejemplo interesante de los

ofrecidos por el autor es el caso de Woodrow Wilson, uno de los padres fundadores

de la disciplina y vigésimo octavo Presidente de los Estados Unidos (1913-1921).

Ball (1999) plantea que Woodrow Wilson entendió a la ciencia política como “dis-

ciplina” tecnocrática, vale decir, una “ciencia social de control cívico que sirve al

Estado mediante, entre otras cosas, el adiestramiento de especialistas en adminis-

tración pública y campos conexos” (Ball, 1999:64).

Las reformas políticas y el control social realizados en Estados Unidos, posterior

a la época de la República de Weimar en Alemania que permitió el ascenso de

Hitler, respondieron a la necesidad de “salvar a la democracia estadounidense de sí

misma” (Ball, 1999:65), en donde la ciencia política “podía contraponer su propia

concepción, con el marchamo de estadounidense, de la política democrática, en la

cual la racionalidad triunfa sobre la irracionalidad y el interés prevalece sobre la

ideología” (Ball, 1999:84). El movimiento norteamericano del fin de las ideologías,

señala el autor, se basa en la idea de que existía un supuesto “consenso estadoun-

idense en el interior [que] significaba que el surgimiento de movimientos políticos

milenaristas o utópicos de tipo marxista o de cualquier otro tipo era casi imposible”

(Ball, 1999:89)14. Es la razón, en base a lo anterior, por qué los comparativistas,

años después, llegarían a la obvia conclusión de que “el ejemplo más pleno del tipoideal de cultura cívica es la cultura política de los Estados Unidos” (Ball, 1999:90).

Así se puede observar que la visión de la democracia norteamericana en la cien-

cia política, desde mi punto de vista, no busca la divergencia de opiniones, sino

la uniformidad ideológica. En este mismo impulso, haciendo también una breve

revisión histórica, Berndston (1987) tilda irónicamente de “coincidencia” que, en el

período de expansión de la disciplina en los años veinte del siglo pasado, intelectu-

ales como Charles Merriam hayan estado en el centro de la política por sus cargos

en la American Political Science Association (APSA) y en el Social Science Research

Council  (SSRC), además de tener vínculos personales con John D. Rockefeller and

Franklin D. Roosevelt. Berndston (1987) afirma que “la tan llamada ciencia políticalibre de valores tenía sus propios valores, frecuentemente ligados con los objetivos

de la política exterior norteamericana” (Berndston, 1987:93)15 y que algunos com-

parativistas “neutrales” como Gabriel A. Almond apoyaban acérrimamente la idea.

Por lo mismo, el autor concluye que “es una tarea legítima intentar reconstruir los

objetos teóricos de la disciplina, y que es legítimo mirar esas prácticas discursivas

14 Palabras entre corchetes añadidas por el autor15 raducción propia

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las cuales han moldeado los objetos teóricos” (Berndston, 1987:97)16.

Una de las obras fundamentales y más autorizadas para observar el desarrollo de la

disciplina en Estados Unidos es “Te ragedy o Political Science: Politics, Scholar-

ship, and Democracy”  (1984) de David M. Ricci. El concepto de tragedia en términos

literarios es utilizado, según Ricci (1984), para indicar el enfrentamiento entre dos

fines: la búsqueda de la ciencia y el apoyo a los ideales democráticos. Ricci (1984)

señala que existe un movimiento circular en los objetivos de la ciencia política: (1)

se selecciona un fenómeno político a estudiar; (2) se estudia correctamente desde

el método científico; (3) el conocimiento no apoya los ideales democráticos; (4) se

retorna al campo de la política para seleccionar otro fenómeno, esperando que los

resultados futuros sean más satisfactorios. Si bien, la disciplina buscó apoyar desde

el conocimiento científico a la democracia, “nunca fue completamente claro que

una ciencia de la política produjera la clase de enseñanzas requeridas para una bue-

na ciudadanía y un mejor gobierno” (Ricci, 1984:70) 17. Esta situación se enmarca, a

 juicio del autor, en un contexto nacional de liberalismo, el cual nos hace aproximar-

nos a la respuesta de por qué la ciencia política, a pesar de su incesante búsqueda

de neutralidad científica, responde a los fines políticos ya establecidos para man-

tener el liberalismo. El fin de la Primera Guerra Mundial desemboca en un en-

frentamiento hacia los valores liberales. La ciencia política claramente no estaba

preparada para aquel escenario político, oscilando entre una defensa de la ciencia

y un valor liberal “pasado de moda”. En relación a esa época, Ricci (1984) destaca

las figuras de John Dewey y, fundamentalmente, de Karl Popper como los grandes

“revitalizadores” del liberalismo en términos teóricos, contribuyentes de que la

ciencia política pudiese volver a conectar la ciencia con el liberalismo. Popper, ha-

ciendo una analogía entre la ciencia y la democracia, plantea que la investigación

científica se puede dar en sociedades que, si bien no son perfectas, son “sociedades

abiertas”, recomendando “mantenerse alejado de la ideología, porque conduce soloal desorden político” (Ricci, 1984:128)18. La meta popperiana era la democracia

institucional y, ya conjugada nuevamente la ciencia con el ideario liberal, se da el

contexto en donde emergen los teóricos que dan inicio al behavioralismo. Sin em-

bargo, posterior a la esperanza conductista, la disciplina se caracterizó, a juicio del

autor, por cerrarse a la ciudadanía a través de un lenguaje altamente especializado,

en la cual se vuelven a recrear las condiciones de la tragedia literaria, definida por

Ricci (1984) como una constante. Este nuevo escenario ha sido criticado por Lipsitz

(1970), un contemporáneo al desarrollo del conductismo. Frente a la idea de que la

ciencia política se mostró irrelevante en relación a los problemas sociales y políti-

cos, como en el caso de la Guerra de Vietnam o la lucha por los derechos civiles,Lipsitz (1970) señala que la disciplina sólo ha servido como justificación al status

quo de Estados Unidos, sin confrontarlo críticamente. La democracia debe servir

a las necesidades humanas, por ende, la disciplina también. Sin embargo, el autor

afirma que el sistema socioeconómico norteamericano no es abordado en la gran

parte de la construcción teórica de la ciencia política por considerarse un tabú. A16 raducción propia17 raducción propia18 raducción propia

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mérico en lo que a profesionales de la ciencia política toca […] en el momento en

que el behavioralismo se erige como paradigma dominante” (Ruiz-Rico, 1975:192).

Es por ello que el establecimiento de un paradigma, nos dice Ruiz-Rico (1975),

se debe a factores extra-científicos, los cuales determinan qué teorías son “cientí-

ficas” en relación a su compromiso con el orden social establecido. El carácter

“democrático” de las sociedades capitalistas avanzadas asimila la oposición, haci-

endo alusión a “El hombre unidimensional ” de Herbert Marcuse, frente a lo cualRuiz-Rico (1975) se pregunta:

“¿cabe pensar […] que una sociedad aparentemente racional y libre

requiere en su interior algún grado de disenso —diríalo «propagan-

dístico»— y es confortable verlo encarnado en quienes no tienen

otra arma que la razón? ¿Hasta qué punto no se produce un des-

plazamiento del conflicto a planos simbólicos gratificando lo alter-

nativo y solidificando lo existente?” (Ruiz-Rico, 1975:203).

El uso discursivo de la democracia en la disciplina, como hemos visto a lo largo de

todo este trabajo, encierra paradojas irreconciliables. Debates silenciados y distan-cias abismantes entre la definición normativa, el estudio empírico y los resultados

prácticos en la disciplina. Aun cuando no abogo por la neutralidad, es inquietante

leer la afirmación de Max Weber cuando afirma que:

“Cuando se habla de democracia en una reunión política no se en-

cubre la posición personal; justamente, el tomar partido de manera

claramente reconocible es un condenado deber y una obligación. Las

palabras que se utilizan no son entonces los medios para un análisis

científico sino propaganda política dirigida a obligar a los otros a to-

mar una posición. No son las rejas del arado para ablandar el terreno

del pensamiento contemplativo, sino espadas contra el adversario,

instrumentos de lucha. Pero sería un sacrilegio utilizar la palabra en

este sentido durante una lección en una sala de clases. Cuando allí

se habla, por ejemplo, de la democracia en sus diversas formas se

analizarán las distintas maneras en que funcionan, se establecerán

las consecuencias particulares que tienen una u otra de estas formas

para las relaciones vitales, luego se compararán con otras formas de

ordenamiento político no democrático y se tratará, en la medida de

lo posible, de que el oyente esté en situación de encontrar el punto

desde el cual pueda tomar posición según sus propios ideales. Sin

embargo, el verdadero profesor se guardará muy bien de imponer

desde la cátedra ningún tipo de posición, ya sea expresamente o por

medio de sugerencias, puesto que como es natural la forma más des-

leal es aquella de “dejar hablar a los hechos”” (Weber, 1918:42-43).

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Conclusiones y reflexiones

El presente artículo no viene a poner en cuestión el carácter científico y metódico

–a causa de su compromiso valorativo– del gran reservorio de obras que se han

edificado en la ciencia política. De hecho, si asumimos que la valoración subyace a

la ciencia, no podríamos cuestionar su validez. El punto de quiebre, a mi juicio, se

da en la exclusión de posturas políticas alternativas que no encajen en la definición

de lo “normativamente correcto” para la disciplina. La ciencia política debe abrir

paso para que nuevas miradas de lo político se entronicen en ella, superando la dis-

cusión técnico-metodológica y entrando abiertamente a una discusión ideológica

de sus fines y alcances. Por esa razón recurrí constantemente a la obra de Max

Weber, con el fin de demostrar las paradojas existentes entre lo que los politólogos

 pretenden ser  y lo que son. Sin poder negar por más tiempo el juicio de valor, la

ciencia política tuvo que reconocer su existencia. Sin embargo, el problema es in-

tentar imponer una unidimensionalidad política en la disciplina.

Este trabajo tiene cinco conclusiones fundamentales que forman un movimiento

circular, similar al expuesto por Ricci (1984), las cuales dan origen a la tensiónepistemológica. Primera, la ciencia política se ha constituido en base a dos fuentes

de legitimación: una fuente epistemológica que es la neutralidad valorativa y una

fuente político-ideológica que es la democracia liberal. Segunda, la disciplina no

puede sostener epistemológicamente a ambas, ya que una es negación de la otra.

ercera, se mitiga la tensión epistemológica aludiendo discursivamente al caráct-

er incuestionable de la democracia como valor universal. Cuarta, la neutralidad

 valorativa reviste la tensión a través de una “ciencia comprometida pero objetiva”.

Quinta, cualquier apelación a esta configuración disciplinar es respondida en base

a las fuentes de legitimación de la ciencia política. En otras palabras, la ciencia

política tiene un “candado” entre la democracia y la neutralidad. Para salir de este

movimiento, nos queda elegir o la apología de la democracia o la neutralidad val-

orativa acérrima. Pero, si se elige la apología democrática, ¿se dará el choque de

normatividades o seremos un “seminario sacerdotal” de “funcionarios leales a la

democracia liberal”?

Cuando Max Weber defiende la idea de la neutralización de los valores, tal como se

expuso en ese apartado, es porque la presencia de un solo juicio de valor debe dar

paso también a que todas las valoraciones posibles estén presentes en la ciencia so-

cial (situación que él considera como acientífica, por lo demás) o, sino, las ciencias

sociales serían “seminarios sacerdotales”. Ahora bien, la situación de “seminario

sacerdotal” no es tan lejana de la condición de la ciencia política, sosteniéndoseesta afirmación en varios de los trabajos revisados (Lipsitz, 1970, Ruiz-Rico, 1975,

Ricci, 1984, Berndston, 1987, Dryzek, 1988, Ball, 1999). Siguiendo el modelo de

las posibilidades de Gerring y Yesnowitz (2006), la disciplina tiene sólo dos salidas

a esta tensión. En ese sentido, afirmo que las posibilidades de superar la tensión

epistemológica son: (1) asumir el concepto de neutralidad valorativa tout court ,

rechazando cualquier asomo de valoración o ideologismo, ya sea a favor de la de-

mocracia o no; (2) reconocer explícitamente la presencia de los juicios de valor y,

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sin caer en el “partidismo ciego”, permitir que todas las valoraciones posibles estén

presentes en la disciplina, aun cuando podamos juzgar negativamente la norma-

tividad de los otros intelectuales. Esta dicotomía responde al hecho de que, si bien

ésta no es una contra-apología de los valores democráticos, hemos visto cómo el

uso discursivo de la democracia en la ciencia política ha revestido de “democratiza-

dores” hechos que parecen no serlo tanto.

Así expresado, mi propuesta es abogar por el choque de normatividades; único

camino lógico, a mi entender, que contiene tanto el anhelo cientificista como la

reflexión valorativa, replanteándonos la noción de lo que es la ciencia social. El

choque de normatividades no es una situación acientífica, como diría Weber, sino

la expresión más honesta y concreta de una renovación en la ciencia política que

se resiste a ser funcional a intereses políticos que no conoce o que no comparte.

Sin embargo, en caso de que mi razonamiento sea efectivo y estemos frente a una

tensión epistemológica, cabe preguntarse por qué ésta ha permanecido todo este

tiempo en la ciencia política. La respuesta concretamente no la sé, aunque lo prim-

ero sería ver si los politólogos han dirigido sus esfuerzos en desenmascarar dicha

realidad. Es por ello que este trabajo insta a investigar varios fenómenos, tales como

la socialización en las universidades y la aprehensión de las pautas “correctas” en la

ciencia política, la historia de las altas personalidades de la disciplina, una mayor

profundización en los principios epistemológicos de la ciencia política, una nueva

mirada más integral a la historia de la ciencia política en cuanto a las experiencias

nacionales, trabajos empíricos que superen esta reflexión teórica y puedan dem-

ostrar causalidades en el fenómeno, entre otros. Espero este ensayo contribuya a

dicho proceso.

8/12/2019 La apología de la democracia: Una tensión epistemológica en ciencia política - Lincoyan Painecura

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 Revista Chilena de Estudiantes de Ciencia Política - Apology of democracy 32-53

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