La Amistad de Cristo - Robert Hugh Benson

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    La Amistad

    de Cristo

    Robert Hugh Benson

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    The Friendshipof Christ

    byLongmans, Green,

    and Co.

    Fourth Avenue & 30th Street, New YorkLondon, Bombay, and Calcutta

    1912

    Nihil ObstatRemigiusLafort, D.D.

    Censor.

    Imprimatur+ John Cardinal Farley

    Archbishop of New York.New YorkFebruary 28, 1912.

    Edicin sin valor comercial. Jorge BensonMoldes 1157 Buenos Aires

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    La Amistadde Cristo

    p. Robert Hugh BensonInglaterra, 1912.

    Traduccin y adaptacinp . Jorge Benson

    Argentina, 2012.

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    Robert H. Benson naci en Inglaterra en 1871.Hijo del entonces Arzobispo de Canterbury y Primadode la Iglesia de Inglaterra, estudi en Eton y Cambridge,y en 1895 se consagr como ministro anglicano.Cuando descubri las maravillas de la Iglesia Catlicaadhiri a ella con toda libertad y determinacin, superan-do no pocos obstculos, desde inconvenientes prcticoshasta dolorosas incomprensiones. Fue ordenado sacerdo-te catlico en 1904.Destac como predicador, escritor, conferencista enEuropa y Estados Unidos. De sus ms de cuarenta obras,Lord of the World (Seor del mundo) es una de las ms

    conocidas.Muri a los cuarenta y dos aos de edad en 1914, y des-pus de la Gran Guerra, lamentablemente, muy pocos seacordaban de l.Presentamos, de entre sus obras, esta pequea joya de laespiritualidad. Hemos intentado hacerla accesible paratodos los que, sensibles a la amistad, quieran hacerseamigos del mejor Amigo de todos. Y para todos los que,

    conociendo a Cristo, se animen a acercarse ms a l.Benson nos ayuda a ver a Cristo delante nuestro, con losbrazos abiertos, esperndonos

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    Originalmente estos captulos fueron sermones, predi-cados entre los aos 1910 y 1911, publicados en Nueva

    York un ao despus, hace exactamente un siglo.El texto en ingls puede encontrarse en la Biblioteca dela Universidad de Notre Dame, EEUU,http://archives.nd.edu/episodes/ visitors/rhb/fc.htm.Slo nos queda desear que, al traducirlo y adaptarlo anuestros lectores, hayamos sido fieles transmisores de laexpresin clara y convincente, de la argumentacin lgi-ca e inteligente, del fervor y piedad de Monseor RobertHugh Benson.

    En Buenos Aires, octubre de 2012.

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    Te dir como le conoc;

    Haba odo hablar mucho de l , pero no hice caso.

    Me cubra constantemente de atenciones y regalos, pero nuncale di las gracias.

    Pareca desear mi amistad y yo me mostraba indiferente.Me senta desamparado, infeliz, hambriento y en peligro, y l

    me ofreca refugio, consuelo, apoyo y serenidad; pero yo segua siendoingrato.

    Por fin se cruzo en mi camino, y con lgrimas en los ojos mesuplico; ven y mora conmigo.

    Te dir como me trata ahora;

    Satisface todos mis deseos.Me concede ms de lo que me atrevo a pedir.Se anticipa a mis necesidades.Me ruega que le pida ms.

    Nunca me reprocha mis locuras pasadas.

    Te dir lo que pienso ahora de l

    Es tan bueno como grande.Su amor es tan ardiente como verdadero.Es tan prodigioso en Sus promesas, como fiel en cumplirlas.Tan celoso de mi amor como merecedor de l.Soy su deudor en todo, y me invita a que le llame amigo.

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    Descubriendoal Cristo Amigo

    No es bueno que el hombreest solo.1

    La amistad es una de las vivencias ms fuertes ymisteriosas de la vida humana.Los filsofos materialistas suelen reducir las emo-ciones ms sublimes, como el arte, la religin, elromance, a los instintos puramente carnales de pro-pagacin o conservacin de la vida fsica; pero susteoras no alcanzan para explicar las formas de amis-tad que se dan entre varones, entre mujeres, o entrevarn y mujer.La amistad no es una mera manifestacin del sexo,y as David puede decir a Jonathan: Tu amistad era

    para m ms maravillosa que el amor de las muje-res 2; ni es una simpata derivada necesariamentede intereses comunes, porque el sabio y el loco pue-den formar una amistad tan fuerte como puede darseentre dos sabios o dos locos; ni es una relacin ba-sada en el intercambio de ideas, porque las amista-des ms profundas prosperan mejor en el silencio

    que en la conversacin. Y as dice Maeterlinck:1 Gen 2: 182 2 Sam 1, 26

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    Ningn hombre es realmente mi amigo, hasta queno aprendimos a estar juntos en silencio.Y decimos que es una realidad tan poderosa comomisteriosa. Es capaz de elevarse a un nivel de pasinmayor que el de las relaciones entre los sexos, yaque es independiente de los elementos fsicos nece-sarios para el amor entre esposo y esposa. La amis-tad no busca ganar ni producir nada. Al contrario,puede sacrificarlo todo. Incluso donde no pareciera

    haber un motivo sobrenatural, podra reflejar en unplano natural las caractersticas de la caridad divina,incluso ms claramente que el amor matrimonialsacramental. As, como dice san Pablo, en la amis-tad tambin el amor es paciente, es servicial; elamor no es envidioso, no hace alarde, no se envane-ceno procede con bajeza, no busca su propio in-

    ters El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todolo espera, todo lo soporta3. Por eso, aunque pue-de prescindir de la sexualidad, la amistad podra serla sal del matrimonio perfecto.La amistad es uno los aspectos supremos de la ex-

    periencia humana, como el arte, como lo fuera lacaballera, incluso como la religin, y no es cierta-

    mente el menos noble.Por otro lado, casi no hay una experiencia ms suje-ta a la desilusin. Puede endiosar bestias, y decep-cionarse al encontrar que son humanas. No hay peoramargura en esta vida que cuando un amigo nosfalla, o cuando le fallamos a l. Aunque la amistadtiene en s misma un cierto aire de eternidad, que

    aparenta trascender todos los lmites naturales, nohay emocin tan a merced del tiempo. Somos capa-

    3 I Cor. 13, 4-7

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    ces de forjar una amistad, pero podemos crecer fuerade ella, y estamos continuamente haciendo nuevosamigos. Como puede ocurrirnos en la religin, en laque progresamos en el conocimiento del verdaderoDios mientras vamos formando imgenes e ideasinadecuadas de la divinidad, que en su momentoadoramos, pero que vamos cambiando por otras.Mientras estamos en la infancia vamos descartandocosas infantiles.

    La amistad es una de las pasiones ms sublimes, deesas que se alimentan de las cosas terrenales, peroque son continuamente insatisfechas con ellas. Pa-siones que nunca se consumen, pasiones que hacenhistoria, que miran siempre hacia el futuro y nohacia el pasado.Pero la amistad es una pasin que, tal vez sobre

    todas las dems, ya que no se agota en elementosterrenales, apunta a la eternidad para su satisfacciny al amor divino para responder de sus necesidadeshumanas. No hay sino una explicacin inteligiblepara los deseos que genera y que nunca cumple; hayuna amistad Suprema a la que apunta toda amistadhumana; un Amigo Ideal en el que encontramos de

    un modo perfecto y completo aquello que buscamosentre sombras en los rostros de nuestros amoreshumanos.

    I. Esto es, a la vez, un privilegio y una responsabili-dad de los catlicos, que conocen tanto a Jesucristo.Es su privilegio, ya que un conocimiento inteligente

    de la persona, los atributos y las obras del Dios en-carnado es una sabidura infinitamente mayor que elresto de las ciencias en su conjunto. Conocer al

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    Creador es incalculablemente ms que conocer suCreacin.Pero es tambin una responsabilidad; porque el res-

    plandor de este conocimiento puede ser tan grandecomo para impedirnos ver el valor de sus detalles. Elbrillo de la divinidad de Cristo puede eclipsar Suhumanidad, como podramos perder la unidad delbosque si nos quedamos en la perfeccin de losrboles.

    Los catlicos entonces, ms que otros, son propen-sos, con todos sus conocimientos de los misterios dela fe, de Jesucristo como su Dios, Sumo Sacerdote,Vctima, Profeta y Rey, a olvidar que Sus deliciasson estar con los hijos de los hombres ms que rein-ando sobre los serafines; a olvidar que, si la Majes-tad divina lo mantena sentado en el trono de su

    padre, su Amor lo hizo venir a transformar a Sussiervos en Sus amigos.As, por ejemplo, hay personas muy piadosas que a

    menudo se quejan de su soledad en la tierra. Rezan,frecuentan los sacramentos, hacen todo lo posiblepara cumplir con los preceptos cristianos; y, cuandocumplieron con todos sus deberes, se sienten solas.

    Eso es prueba evidente de que no entendieron unode los grandes motivos de la Encarnacin. Adoran aCristo como Dios, se alimentan de l en la Comu-nin, se purifican con su preciosa Sangre, esperanverlo cuando venga como su Juez. Y, sin embargo,no experimentaron nada o casi nada de ese conoci-miento ntimo y ese compartir con El en que consis-

    te la Amistad divina.Quisieran alguien a su lado y a su nivel, que no sloles alivie un sufrimiento sino que sea capaz de sufrircon ellos, alguien a quien expresar en silencio los

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    pensamientos que no pueden expresar con palabras.Y no se dan cuenta que ese es precisamente el lugarque Jesucristo mismo quiere ganarse. No ven que elsupremo anhelo de su Sagrado Corazn es ser admi-tido, no solamente en el trono del alma o en el tribu-nal de conciencia, sino tambin en ese secretsimolugar del corazn donde uno es ms verdaderamenteuno mismo, y donde uno est, por lo mismo, mscompletamente solo.

    Los Evangelios abundan en expresiones de estedeseo de Jesucristo! Es cierto que hay momentos enlos que el Dios hecho Hombre manifiesta Su Gloria.Momentos en los que la ropa que vesta Jess res-plandece por Su divinidad. Momentos de manifiestopoder divino, cuando ojos que estaban ciegos seabran a la luz, cuando odos que estaban sordos

    para los ruidos terrenales oan la voz divina, cuandolos muertos irrumpan de sus tumbas para mirar aQuien primero les haba dado la vida y ahora se larecuperaba.Pero tambin hubo momentos terribles, cuandoJess se apartaba, a solas con Dios, en el desierto oen el huerto, cuando Dios clamaba, a travs de los

    labios de Su humanidad desolada, por qu me hasabandonado?Pero los evangelios nos hablan, sobre todo, de lahumanidad de Cristo. Esa que lloraba a su semejan-te, esa que fue tentada, esa que senta como noso-tros:Jess quera mucho a Marta, a su hermana y a

    Lzaro.4;Jess lo mir, y lo am.5 Lo am, pare-

    cera, con una emocin distinta del Amor divino,4 Jn. 11: 5.5 Mc. 10: 21.

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    que ama ciertamente a todo lo que hizo. Lo am porel ideal que ese joven poda realizar, ms que por elsimple hecho de existir, como existan tantos otroscomo l. Lo am como yo amo a mi amigo, como Elme ama a m.Tal vez en esos momentos, ms que en otros, Jessestim an ms Su humanidad, y se mostr msclaramente como uno de nosotros.Jess quiere atraernos, no cuando es elevado en lagloria de Su divinidad que triunfa, sino cuando seanonada en Su humanidad humillada.Sus obras portentosas nos llenan de asombro y sus-

    citan nuestra adoracin. Pero cuando leemos cmose sent, cansado, en el borde del pozo, mientras susamigos iban a buscar comida; o cuando, en el Huer-to, reproch en agona a aquellos de quienes espera-

    ba consuelo: no pudieron permanecer despiertos niuna hora conmigo? 6; o cuando mir y llam porltima vez, con ese nombre sagrado, al que habaperdido para siempre el derecho a serlo: Amigo,para eso has venido? 7. Entonces nos damos cuentaque Jess aprecia, mucho ms todava que la adora-cin de todos los ngeles en la gloria, la ternura, el

    amor y la compasin, es decir los sentimientos pro-pios de la amistad.Ms todava, Jesucristo nos habla ms de una vezen las Escrituras, y no meramente de manera impl-cita, sino clara y deliberadamente, de este deseosuyo de ser nuestro amigo. Por ejemplo, cuandodescribe esa casa solitaria, al anochecer, a la que

    llega y golpea a la puerta, esperando compartir afec-6 Mt. 26: 40.7 Mt. 25: 50.

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    tuosamente una comida: Y si alguien me abre (al-guien!), vendr y cenaremos juntos.8 El consuela aaqullos cuyo corazn est triste por la separacinque se aproxima: Ya no los llamar servidores,sino amigos,9 y les promete Su Presencia continua,ms all de las apariencias: donde estn dos o tresreunidos en mi Nombre, all estoy yo, en medio deellos. 10 Estar con ustedes todos los das. 11

    cuando lo hicieron con alguno de los ms peque-os de estos mis hermanos, me lo hicieron a m.12.Si hay algo claro en los Evangelios es esto: Jesu-cristo primero y ante todo desea nuestra amistad. Ysu reproche al mundo, no es tanto que el Salvadorlleg a los que estaban perdidos, y que stos se apar-taron de El ms todava de lo que estaban; no tantoque el Creador vino a su criatura y que sta lo re-

    chaz; sino que el Amigo vino a los Suyos, y lossuyos no lo recibieron.13Ahora bien, la certeza de esta Amistad de Jesucristo

    es el verdadero secreto de los Santos. Porque unopuede vivir una vida regular, es decir sin demasiadaoposicin a la voluntad de Dios, por muchos moti-vos menores. As, cumplimos los mandamientos

    para no perdernos el Cielo; evitamos el pecado paraescapar del Infierno; tratamos de no ser mundanos,aunque cuidando que el mundo nos respete.

    8 Apoc. 3: 20.9 Jn 15: 15.10 Mt. 18: 20.11 Mt. 28: 20.12 Mt. 25: 40.13 Jn. 1: 11.

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    Pero nadie puede avanzar dos pasos en el caminode perfeccin, si no es caminando al lado de Jesu-cristo. Y esto es lo que distingue la manera de vivirde un Santo. Y es lo que le da ese aire, por as decir,extrao. Como no hay nada ms grotesco, a los ojosde este mundo sin imaginacin, que el xtasis de unenamorado. El sentido comn todava no hizo a na-die hacer locuras. Al contrario, es lo que caracterizala cordura. Por eso el sentido comn nunca escal

    montaas, y menos todava se lanz al mar. Pero esesa alegra arrebatadora de la compaa de Jesucristola que ha producido esos enamorados, que fueron,por lo mismo, los grandes de la Historia. Es la pro-gresiva y apasionada amistad de Jesucristo la que hainspirado esas vidas, las que el mundo, pusilnime,llama antinaturales, y la Iglesia, con todo entusias-

    mo, llama sobrenaturales. Este sacerdote, exclamasanta Teresa en uno de sus momentos ms confiden-ciales con el Seor, este sacerdote es una personamuy adecuada para hacerla un amigo nuestro.

    II. Con todo, hay que recordar que, aunque estaamistad con Cristo es, desde ese punto de vista, per-

    fectamente comparable a la amistad entre dos hom-bres cualesquiera, desde otro punto de vista no tienecomparacin. Sin duda es una amistad entre Su almay la nuestra; pero el alma de Jess est unida a ladivinidad. Por lo tanto una amistad individual con Elno se limita a Su capacidad humana. Es hombre,pero no simplemente un hombre. El es el Hijo del

    hombre, pero es ms que eso. El es la Palabra Eternapor Quien todas las cosas fueron hechas y siguenexistiendo

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    Como tal, l se nos acerca por medio de diversoscaminos, siendo la misma Presencia que quiere lle-gar a cada uno. Por eso, no es suficiente conocerloslo interiormente: El espera ser conocido (si surelacin con nosotros va a ser la que El desea) entodas aquellas manifestaciones en la que El se nospresenta.Por eso, quien lo conoce nicamente como un com-

    paero y gua interior, todo lo querible y adorable

    que se quiera, pero no lo conoce en el SantsimoSacramento; o quien siente arder su corazn al ca-minar junto a Jess, pero no lo reconoce en la Frac-cin del Pan, no conoce ms que una perfeccinentre miles. Y nuevamente, aqul que llama a Jesssu Amigo en la Comunin, pero cuya devocin estan limitada y restringida que no lo reconoce en ese

    Cuerpo Mstico en el que habita y habla sobre latierra; o que es un devoto individualista que no en-tiende la realidad de una religin comunitaria, lo quees la esencia del Catolicismo; o que lo reconoce entodos estos aspectos, pero no en su Vicario, o en suSacerdote o en su Madre; o, incluso, que lo reconocey es un buen catlico, pero que no reconociera el

    derecho del pecador a pedir misericordia, o el delmendigo a mendigar, en el nombre de Jess; o quelo reconoce en circunstancias sensacionales, pero noen las opacas y tristes; en sntesis, aqul que recono-ce a Cristo en alguno de esos aspectos, pero no entodos (ni siquiera en aqullos de los que el mismoCristo habla explcitamente), nunca va a elevarse a

    ese grado de intimidad y conocimiento del Amigoideal que El quiere ser para nosotros, siempre anuestro alcance.

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    Vamos, pues, a considerar la Amistad de Cristo enalgunos de estos aspectos, sabiendo que no podemosvivir sin Jess, porque l es la Vida. Que es imposi-ble llegar al Padre si no es por El, que es el Camino.Que es intil buscar la verdad, si El no nos gua.Que hasta las experiencias ms sagradas de la vidasern infecundas a menos que Su Amistad las santi-fique.El amor ms sagrado es oscuro si no arde en Su

    sombra. El afecto ms puro -ese afecto que me une amis ms queridos amigos- es una falsificacin y unausurpacin, a menos que ame a mis amigos en Cris-to, a menos que El, el Amigo Ideal y Absoluto, seael lazo que nos una.

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    Respondiendo al Amigo

    que te conozcan a ti. 14

    La realizacin plena de una verdadera Amistad conCristo nos parece, a primera vista, inconcebible. Nosparece ms lgico y realizable adorarlo, obedecerle,servirlo e incluso imitarlo.Y es as, mientras no recordemos que Jesucristotom un alma humana como la nuestra, un almacapaz de alegras y tristezas, abierta a los ataques dela tentacin, un alma que realmente experimenttanto pesadez como xtasis, tanto oscuridad comolas alegras de la Visin. Y ser as mientras todoesto no se convierta, para nosotros, no solo en unhecho dogmtico aprehendido por la fe, sino en unhecho vital percibido por la experiencia.

    Porque, como en el caso habitual de dos personascuya amistad radica en una comunin espiritual, asse da entre Cristo y nosotros. Su alma, ese principiovital que llamamos el corazn, es el punto de con-tacto entre su divinidad y nuestra humanidad. Reci-bimos su cuerpo con nuestros labios; nos postramosenteros delante de Su divinidad; y abrazamos Su

    sagrado Corazn con el nuestro.

    14 Jn 6: 3.

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    I. Las amistades humanas suelen despertarse conalgunos pequeos detalles externos. Escuchamosuna frase, o una inflexin de voz, notamos la miradade unos ojos, o un gesto. Y esa pequea experiencianos parece el descubrimiento de un pequeo mundo.Tomamos ese detalle como el smbolo de lo que estdetrs; Y pensamos que hemos detectado una perso-nalidad bien adaptada a la nuestra, un temperamentoque, sea por su parecido con el nuestro, o sea por

    una armoniosa desemejanza, est precisamente indi-cado para ser nuestro compaero. Entonces comien-za el proceso de la amistad: nos mostramos, connuestras caractersticas; apreciamos las suyas, y pasoa paso encontramos lo que esperbamos encontrar, yverificamos nuestras conjeturas. Y ese proceso esmutuo. Hasta que descubrimos que nos hemos equi-

    vocado (como ocurre en muchos casos, aunque noen todos, gracias a Dios), o que el proceso simple-mente termin, como un verano que vino y se fue, yno hay ms fruto en esa relacin para ninguno de losdos.Pues bien, la Amistad divina, es decir la concienciade que Cristo desea nuestro amor y nuestra intimi-

    dad, y se nos ofrece como Amigo El mismo, gene-ralmente comienza de la misma manera. Puede seren la recepcin de algn Sacramento, o al arrodillar-nos ante el pesebre en Navidad, o al acompaar anuestro Seor en el Via Crucis. Quizs ya habamoshecho estas cosas y realizado esas ceremonias muyfervorosamente una y otra vez. Pero, de pronto, se

    nos ofrece una nueva experiencia. Entendemos, porejemplo, por primera vez, que el Nio est estirandosus bracitos desde ese pesebre no slo para abrazarel mundo sino para buscar nuestro afecto en particu-

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    lar. Entendemos, al ver a Jess ensangrentado y can-sado levantndose de Su tercera cada, que El nosest pidiendo a nosotros, muy personalmente, que loayudemos con Su carga. La mirada de esos divinosojos se fija en la nuestra, y pasa de El a nosotros unaemocin o un mensaje que nunca antes habamosasociado a nuestro trato con Jess. Y ese pequeodetalle ocurri! Golpe a nuestra puerta y le abri-mos; llam y le respondimos. A partir de ahora,

    pensamos, El es nuestro y somos Suyos. Aqu, porfin, nos decimos a nosotros mismos, est el Amigoque hemos buscado tanto tiempo: aqu est el Co-razn que entiende perfectamente el nuestro; la ni-ca Personalidad que podemos permitir que nos do-mine. Jesucristo dio un salto de dos mil aos, y sepuso al lado nuestro; l, por as decir, se baj del

    cuadro; se levant del pesebre. Mi Amado es mo yyo soy Suyo...

    II. La Amistad ha comenzado. Ahora sigue su pro-ceso. Y, como en toda amistad, es esencial que cadaamigo se revele completamente al otro, dejando delado cualquier reserva, y se muestre tal cual es. Por

    eso, el primer paso en la Amistad divina es la reve-lacin que Jesucristo hace de S mismo. Hasta esemomento, por ms consciente u obediente que puedehaber sido nuestra vida espiritual, ha habido un ele-mento predominante de irrealidad. Es cierto quehemos obedecido, que nos esforzamos por evitar elpecado, que hemos recibido, perdido y recuperado la

    gracia, que ganamos y perdimos mritos, que trata-mos de cumplir nuestro deber, que cultivamos laesperanza, que quisimos amar.

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    Todo esto es real, delante de Dios. Pero no ha sidotan real para nosotros mismos. Dijimos nuestrasoraciones? S. Pero tal vez no nos hemos comunica-do con El. Hicimos bien la meditacin, es decir quepropusimos los puntos, reflexionamos, hicimospropsitos y llegamos a una conclusin; pero el relojestaba delante marcando el tiempo, no sea que me-ditramos demasiado.Pero despus de esta experiencia nueva y maravi-

    llosa, todo cambia. Jess comienza a mostrarnos, noslo las perfecciones de Su pasado, sino tambin lasglorias de Su presencia. Empieza a vivir ante nues-tros ojos; l se despoja de las formalidades con lasque nuestra imaginacin lo haba revestido. l vive,se mueve, habla, acta, se desenvuelve. Comienza arevelarnos los secretos escondidos en Su propia

    humanidad. Y si ya conocamos Sus hechos, y pod-amos repetir el Credo, y habamos asimilado bas-tante teologa, ahora pasamos de un conocimientoacerca de El, a conocerlo a El. Empezamos a com-prender que la vida eterna comienza en este momen-to presente, porque ella consiste en que te conozcana ti, el nico Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesu-

    cristo.15

    . Nuestro Dios se est convirtiendo ennuestro Amigo.Por otro lado, El exige de nosotros lo que l mismonos ofrece. Si El se nos muestra tal cual es, pide quehagamos lo mismo. Como nuestro Dios, El conocede nosotros cada clula del cuerpo que El ha creado.Como nuestro Salvador, conoce cada instante en el

    que lo hemos desobedecido; pero, como nuestroAmigo, El espera que se lo digamos.

    15 Jn 6: 3.

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    Por lo general, la diferencia entre nuestro compor-tamiento frente a un simple conocido y frente a unamigo, es que, en el primer caso, buscamos ms bienpresentar una imagen conveniente y agradable denuestra personalidad, empleando el lenguaje comobuena presentacin, y utilizando la conversacincomo podramos usar un aparato; pero en el segundocaso dejamos de lado caretas y convencionalismos,y tratamos de expresarnos como somos, sin buscar

    que nuestro amigo piense de nosotros lo que no so-mos en realidad.Y esto es lo que se requiere de nosotros en la Amis-tad divina. Hasta ahora nuestro Seor se conformcon muy poco: acept un diezmo de nuestro dinero,una hora de nuestro tiempo, un poco de nuestrospensamientos y de nuestros sentimientos, todo eso

    que le ofrecemos en los actos de culto. l acepttodo eso en lugar de a nosotros mismos. Pero en losucesivo exige que todas esas formalidades cesen;exige que seamos completamente abiertos y sinceroscon l, que nos mostremos tal cual somos. Es decir,en una palabra, que dejemos de lado todas esas cor-tesas fciles con las que queremos quedar bien con

    El, y seamos totalmente autnticos.Es muy probable que cada vez que alguien se aleja,desilusionado, de la Amistad divina, no es necesa-riamente porque traicion al Seor, o lo ofendi, ono estuvo a la altura de Sus exigencias; sino porquenunca trat a Jess como un amigo. Porque no tuvoel coraje de cumplir con esa condicin absolutamen-

    te necesaria de toda verdadera amistad, es decir, unacompleta y sincera franqueza con El. Es mucho me-nos ofensivo para la amistad decir abiertamente: no

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    puedo hacer esto que me peds, porque me da mie-do, que andar buscando excusas para no hacerlo.

    III. A grandes trazos, este es el curso que debe tomarla Amistad divina.Luego debemos considerar ms detalladamente losdiferentes sucesos que la caracterizan. Sucesos eincidentes que, para nuestro consuelo, han sido ex-perimentados ya por muchos otros. Este Camino del

    Amor divino ha sido recorrido ya muchas veces. Ysiempre ha seguido, en gran medida, las lneas habi-tuales de toda amistad.As, hay momentos de sorprendente felicidad, en la

    Comunin o en la oracin, que nos parecen (comode hecho lo son) la suprema experiencia de la vida.Momentos cuando todo el ser es sacudido e invadido

    de amor, cuando el Sagrado Corazn ya no es sim-plemente un objeto de adoracin, sino algo que nosgolpea y late dentro del nuestro; cuando sentimosque el Amado nos besa y nos abraza.Hay tambin perodos de serena calidez, de tranqui-lidad, de un afecto fuerte pero razonable, de unaadmiracin que sacia a la vez la inteligencia, la vo-

    luntad y la sensibilidad.Y hay periodos, tambin, que pueden durar meses,o aos, de miseria y sequedad; tiempos en los quenecesitamos paciencia con nuestro Amigo divino,que parece tratarnos con frialdad o desdn. En esosmomentos vamos a necesitar nuestra mxima leal-tad, para no renegar de El como de alguien incons-

    tante y falaz, y perseverar a pesar de oscuridades ytinieblas.Sin embargo, al pasar el tiempo, y al salir de cadauna de estas crisis, nos afirmaremos ms y ms en la

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    decisin de seguir abrazados a nuestro Amigo. Por-que sabemos que sta es la nica Amistad en la quees imposible equivocarnos y desilusionarnos. Y queEl es el nico Amigo que no nos puede fallar. Setrata de la Amistad por la cual no podramos anona-darnos lo suficiente, ni llegaramos a exponernosdemasiado o a excedernos en ntimas confidencias,ni por la cual ofreceramos sacrificios demasiadograndes. Fue por este Amigo y por Su Amistad que

    dijo uno de sus ntimos: vale la pena tener todas lascosas como desperdicio, con tal de ganar a Cris-to.16

    16 Flp. 3: 8.

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    Haciendo lugar a Jess

    Lvame de mis culpas. 17

    La etapa inicial de la Amistad que se va formandocon Jesucristo es de una felicidad extraordinaria.Porque se ha encontrado el compaero perfectamen-te solidario y siempre presente. No es preciso queestemos pendientes de nuestro nuevo Amigo, ascomo tampoco prescindimos totalmente de El.Mientras atendemos las ocupaciones habituales,poniendo en cada detalle tanta atencin como siem-pre, nunca olvidamos que El est interiormente pre-sente: El est all como la luz del sol o el aire, ilu-minando, refrescando e inspirando todo lo quehacemos. De vez en cuando podemos dirigirnos a Elcon una palabra o dos; a veces El nos habla suave-

    mente. Tendemos a verlo todo desde Su punto devista; o ms bien desde nuestro punto de vista peroestando en El; as las cosas lindas nos aparecen to-dava ms encantadoras debido a Su belleza; lascosas tristes y dolorosas son menos angustiantesdebido a Su consuelo. Nada nos es indiferente, por-que El est presente. Incluso cuando dormimos,

    nuestro corazn est despierto para El.

    17 Sal 51: 4.

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    Sin embargo, esta es slo la etapa inicial del proce-so; y se nos hace dulce en gran medida porque todoes nuevo. Habremos experimentado un hecho tre-mendo, pero recin estamos comenzando. Delantede nosotros se abre un camino que termina slo en laVisin beatfica; pero hay que superar innumerablesetapas, antes de lograr ese fin.Porque la amistad, as formada, no es un fin en smismo. El deseo de Cristo es, ciertamente, perfec-

    cionarla tan pronto como sea posible. Pero no puedeser consumada por Su simple deseo. Necesitamosser purificados y educados perfectamente, comopara estar unidos con El por Su gracia. Purgados yluego iluminados; primero despojados de nosotrosmismos y luego adornados con Sus dones, y as esta-remos dispuestos para la unin final. Estas dos eta-

    pas son llamadas, por los escritores espirituales, laVa Purgativa y la Va Iluminativa, respectivamente.

    I. Al principio uno encuentra gran placer en esascosas exteriores que parecen estar santificadas por laPresencia de Cristo, y que estn ms directamenterelacionadas con Su gracia. Por ejemplo, si estamos

    recin iniciados en esta Amistad, sea por nuestraconversin, o por que recin despertamos a las glo-rias del Catolicismo (o en alguna forma imperfectadel Cristianismo a travs de la cual Cristo se noshizo presente), encontramos una alegra inmensaincluso en los detalles ms superficiales. La organi-zacin humana de la Iglesia, sus mtodos, sus for-

    mas de culto, su msica y su arte, todas estas cosasnos parecen enteramente celestiales y divinas.Pero de pronto aparece la primera seal de que es-tamos entrando realmente en la Va Purgativa, con

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    una especie de desilusin, que puede darse de dife-rentes maneras.Por ejemplo, con una catstrofe en esas ayudas ex-teriores. Un sacerdote indigno, una congregacindesunida, o un escndalo en ese nivel en el que Cris-to nos pareca precisamente ms intangible y supre-mo. Pensbamos que la Iglesia era perfecta, porquees la Iglesia de Cristo, o que el Sacerdocio era inta-chable porque es del orden de Melquisedec. Pero,

    muy para nuestra consternacin, vemos que hay unlado humano incluso en las cosas ms asociadas conla divinidad.El desencanto puede venirnos, tal vez, en relacincon las formas del culto. La novedad comienza adesgastarse, antes de formar hbitos de dulce fami-liaridad; y empieza a parecernos que esas cosas, que

    veamos como las ms directamente relacionadoscon nuestro nuevo Amigo, son en s mismas transi-torias. Siendo nuestro amor por Cristo tan grande,todos esos elementos exteriores, que tenamos encomn con El, nos parecan como maravillosamentebaados en oro; ahora el dorado comienza a palide-cer, y todo aquello empieza a mostrrsenos muy

    terrenal. Y, cuanto ms aguda fue la ilusin de nues-tro amor al comienzo, tanto ms agudo es ahora eldesencanto.Esta es, normalmente, la primera etapa de esta VaPurgativa: desilusionados con las cosas humanas,encontramos que despus de todo, por ms cristianasque sean, no son Cristo.

    Inmediatamente se presenta el primer peligro; nohay ningn proceso de limpieza que no tenga en smismo un cierto poder destructivo. Una persona msbien superficial perder su Amistad con Cristo (la

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    que pudo llegar a tener), junto con los regalos y ali-cientes con los que El quiso atraerla y conquistarla.Hay muchos que han fracasado en esta prueba; quehan confundido con un romance humano este pro-fundo amor; que dieron la espalda a Cristo tan pron-to como El quiso despojarse de Sus ornamentos.Pero, si resistimos, habremos aprendido nuestraprimera gran leccin: que la divinidad no est enestas cosas terrenales, que el amor de Cristo es algo

    ms profundo que los regalos que hace a Sus nuevosamigos.

    II. La siguiente etapa de purificacin radica en unacierta desilusin con las cosas divinas. Lo terrenalnos ha fallado, como si hubiera desaparecido. Ahoranos parece que lo divino nos falla tambin.

    Una frase brillante de Faber describe bien un ele-mento de esta desilusin, cuando habla de la mono-tona de la piedad. Llega un momento, tarde o tem-prano, cuando no slo las cosas externas de la reli-gin: msica, arte, liturgia, o las cosas externas de lavida terrenal: la compaa de los amigos, el trato conla gente, los negocios, cosas que al comienzo de la

    amistad divina nos parecan iluminadas con el amorde Cristo, comienzan a cansarnos. Todo lo que nosinspiraba comienza a perder valor. Por ejemplo, elejercicio de la oracin se convierte en algo pesado;la emocin de la meditacin, tan exquisita en suscomienzos, cuando cada meditacin era una miradaa los ojos de Jess, comienza a apagar sus vibracio-

    nes. Los Sacramentos, que como sabemos obran exopere operato (es decir, confieren su gracia sin de-pender, para ello, del fervor de quien los recibe), seconvierten en algo montono y cansador y, en la

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    medida en que uno puede verlo, no cumplen lo queprometen. Las mismas cosas que nos ayudaban pa-recen convertirse en una carga adicional.Entonces, uno se afirma en alguna gracia, en algndon o virtud que sabemos que el Amigo querra dar-nos, y cuando lo pedimos, ms an, lo suplicamos,no hay respuesta. Nadie responde. Vuelven las ten-taciones de siempre, como que nada ha cambiado ennuestra naturaleza humana. Si habamos pensado

    que esta nueva Amistad con Cristo haba cambiadopara siempre nuestro hombre viejo, y nuestras rela-ciones con El, ay!, somos los mismos de siempre. Yuno puede pensar que Cristo nos engaa con prome-sas que no puede o no quiere cumplir. Incluso enesos temas en los cuales tal vez ms nos habamosconfiado, y en aquello en lo que Cristo todo lo pue-

    de, nos parece que El se comporta con nosotrosigual que antes de ser tan amigosEsta etapa puede ser muchsimo ms peligrosa quela anterior. Porque, as como es relativamente msfcil distinguir entre Cristo y, por ejemplo, la msicalitrgica, no es tan fcil distinguir entre Cristo y lagracia, o ms bien entre Cristo y nuestras propias

    impresiones de lo que la gracia debera ser y obraren nosotros.Si uno se deja vencer por el desaliento, corre el pe-ligro de ir perdiendo, poco a poco, todo sentido reli-gioso. Brotan amargos reproches al Amigo que semantiene en silencio y no responde. Confi en Vos,cre en Vos. Pens que por fin haba encontrado mi

    Amado. Y ahora Vos tambin me fallaste.Un cristiano en este estado pasa fcilmente, en unataque de resentimiento y desilusin, sea a otra reli-gin (esas modernas modas pasajeras que prometen

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    regalos espirituales rpidos y sensibles), sea a esemismo estado en el que estaba antes de conocer aCristo (aunque, recordemos, aqul que descubri aCristo nunca va a quedar como antes de conocerlo).O, peor an, queda en ese estado, ms brutal y des-vergonzado, del cristiano desilusionado y cnico.El que es capaz de decirle a algn alma fervorosa:S, yo tambin estuve una vez as como vos. Yotambin, en mi entusiasmo juvenil, cre haber en-

    contrado el secreto Pero, con el tiempo, vas a verque ese romance no es real, y vas a volver a la nor-malidad, como yo. Tal vez, entre tanto misterio, lanica verdad sea la propia experiencia.Sin embargo, si a pesar de todo somos lo suficie n-temente fuertes como para seguir adhiriendo a loque ahora parece un mero recuerdo; si confiamos en

    que esa iniciacin en la Amistad de Cristo, lejanapero de admirable belleza, no puede terminar enaridez, cinismo y desolacin; si podemos seguir di-cindonos a nosotros mismos que es mejor arrodi-llarse eternamente ante la tumba de Jess, que vol-ver atrs a una vida mundana; entonces aprendere-mos que, cuando lo veamos resucitado (porque va a

    resucitar) no podremos abrazarlo como antes. Por-que El an no ascendi a Su Padre. 18 Aprendere-mos que el objeto de la religin es amar y servir aDios, y no que Dios nos sirva a nosotros.

    III. Y ahora empieza una tercera etapa, para comple-tar esta etapa de purificacin. El amigo de Jess ya

    sabe que las cosas exteriores no son Cristo, y que lasrealidades interiores tampoco son Cristo. Primero

    18 Cfr. Jn 20, 17

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    nos desilusionamos, por as decir, con el marco de laimagen, y despus con la imagen misma, aun antesde llegar al original. Ahora tenemos que aprender laltima leccin, y desilusionarnos de nosotros mis-mos.Hasta ahora, uno siempre crey, an humildemente,que haba algo en uno mismo y de s mismo queatrajo a Cristo. Pensamos, o al menos fuimos tenta-dos a pensar, que Cristo nos haba fallado. Ahora

    tenemos que aprender que somos nosotros los que lehabamos fallado a Cristo, y todo el tiempo, a pesarde profesarle ese amor algo infant il. Y esto es, a lavez, la verdadera esencia y el objeto de esta purifi-cacin. Una vez despojados de todo lo que nos cubr-a, de adornos y ropajes, ahora tenemos que ser des-pojados de nosotros mismos, para ser los discpulos

    que quiere Jess.As aprendemos, en esta tercera etapa, nuestra pro-

    pia ignorancia y nuestro pecado, nuestro sorpren-dente orgullo y autocomplacencia. Si hasta ahorapensbamos poseer a Cristo como un amante y unamigo, y conservarlo, ahora tenemos que aprenderque no slo debemos renunciar a todo lo que no es

    Cristo, sino que debemos renunciar a poseerlo. De-bemos contentarnos con ser posedos y sostenidospor El.Mientras uno mantenga una pizca de s mismo, tra-tar de mantener una amistad mutua, en el sentidode darle a Jess al menos algo de lo que uno recibe.Ahora uno enfrenta el hecho de que Cristo debe

    hacerlo todo, de que uno no puede hacer nada sin El,que uno no tiene otro poder que el que El nos con-cede. Y comienza a ver que lo que estuvo mal, hastaahora, no est tanto en lo que uno hizo o dej de

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    hacer, sino simplemente en el hecho de siempre erauno mismo el que buscaba poseer, y no ser posedo.Que nuestro propio yo se interpona al no desapare-cer totalmente en Cristo. Queramos curar los snto-mas de nuestra enfermedad, pero sin tocar la enfer-medad ni de lejos. Por primera vez, uno ve que nohay nada bueno, en s mismo, que no sea Cristo; queEl debe ser todo y nosotros nada.Ahora bien, si el cristiano ha llegado hasta aqu, es

    muy raro que encuentre su ruina en el puro orgullo.El mismo autoconocimiento que ha logrado es unacura eficaz contra cualquier autocomplacencia, yaque ha visto claramente, al menos por el momento,su propia limitacin e inutilidad.Sin embargo, otros peligros esperan. Uno de ellos

    puede ser el orgullo disfrazado muy sutilmente de

    sospechosa humildad. Y vamos a estar tentados dedecir: Ya que soy tan intil, nunca ms debera em-

    prender esas luchas ni alimentar esas aspiracionesde amistad con Dios. Tengo que renunciar, de unavez por todas, a esos sueos de perfeccin y a esasesperanzas de unin con Dios, y bajar nuevamente aun nivel comn y aceptable. Debo volver a mi lugar,

    sin buscar ms una intimidad con Cristo de la cual,evidentemente, soy indigno.Esa actitud puede llevar a la desesperacin, y hastaa alterar las facultades mentales. Y a decir, final-mente, sin la excusa del orgullo pero sin renunciar al:He perdido la Amistad de Cristo para siempre. Yhabiendo gustado regalos del cielo no tengo perdn.

    l me eligi y yo le fall. El me am, y yo he amadosolo a m mismo. Por eso voy a alejarme de Su Pre-

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    sencia. Aljate de m, Seor, porque soy un pe-cador.19

    Pero no hay que desesperar, ya que a esto nos ibanllevando las etapas anteriores (alguno podr pensar:si lo hubiera sabido!). Porque ahora el cristiano,amado por Jess, habiendo aprendido su ltima lec-cin de la va purgativa, est en condiciones deecharse al agua 20para llegar a El. Y esto es lo que

    haremos, si aprendimos la leccin. Si somos cons-cientes de nuestra nada, Cristo puede ser todo paranosotros. El orgullo, ni entero ni herido, ya no podrsepararnos de Jess, porque el orgullo, por fin, ya noestar herido sino muerto.El camino de la vida espiritual est lleno de huellasde frustrados, que podran haber sido amigos de

    Cristo. De los que fallaron porque Cristo, de pronto,se present sin Sus ornamentos; de los que no supie-ron distinguir entre las gracias de Cristo y el mismoCristo; y de los que por su orgullo herido se cerraronen su propia vergenza, en lugar de abrirse a la glo-ria de Dios.Todos estos procesos y etapas son conocidos, y

    tratados por los autores espirituales una y otra vez,desde este punto de vista o de otro. Pero la conclu-sin de todos ellos es la misma: Cristo purifica a Susamigos de todo lo que no es Suyo; El no les dejanada de s mismos, a fin de darse a ellos totalmente;porque nadie puede aprender la fuerza y el amor deDios, hasta que se echa en Sus brazos, completa-

    mente.1919 Lc 5: 8.20 Cfr. Jn 21: 7.

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    21 Sal 13, 4.

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    Iluminados por Cristo

    Seor, Dios mo,

    ilumina mis ojos!21

    Como hemos visto, Jess, en su deseo de unirnoscompletamente consigo, nos va despojando de todolo que obstaculizara la perfeccin de esa unin, paraque, una vez vacos de nosotros mismos y viendonuestra propia nada, nos abandonemos en Aqul que

    es el nico que puede sostenernos.Pero este proceso, casi puramente negativo, permitecontinuar con un gradual revestimiento de dones ygracias con que Jess quiere adornarnos. Ya nossacamos de encima el hombre viejo; ahora hay querevestirse del nuevo.

    I. La primera etapa del camino de purificacin, co-mo hemos visto, concierne a las cosas que son enrealidad exteriores a la religin: el cristiano se vahaciendo ms profundo, y al ser probado aprendeque esas cosas, y las emociones que despiertan, en smismas no valen nada.Pues bien, paradjicamente, el primer paso de laVa Iluminativa va a consistir en descubrir su utili-dad (la gracia, recordemos, es an ms paradjica

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    que la naturaleza). Y si en el camino de purificacinaprendimos que las realidades exteriores no pueden,en s mismas, sostenernos, en el camino de ilumina-cin aprenderemos cmo utilizarlas razonablementey a darles verdadero valor.Por ejemplo, a veces nos quejamos por problemas yobstculos que surgen y nos molestan innecesaria-mente: la presencia constante de alguna persona conla que chocamos inevitable y continuamente; o una

    permanente tentacin u ocasin de pecado de la queno podemos escapar; o una espina en la carne, o unaalteracin mental. O la prdida de alguien, que nosdej como sin luz y sin fuerza, con las alas cortadaspara elevarnos a Dios.Pero en esta etapa comenzamos a ver, con esa la luzque nos regala nuestro Seor, el valor de esas cosas.

    Vemos que no podramos lograr paciencia sobrena-tural, o compasin, o la grandeza de la caridad, amenos de tener cerca alguien que nos exija practi-carlas. Nuestra natural irritacin ante esa inevitablecompaa es clara seal de que necesitamos eseejercicio. La exigencia de un constante esfuerzo deautocontrol, y finalmente de verdadera compasin,

    es precisamente el medio por el cual logramos lavirtud.En lo que hace a las tentaciones, hay gracias quesolo se reciben con ocasin de ellas, como las gra-cias de inocencia y abandono, completo y persisten-te, en las manos de Dios. Fueron estmulos comoestos los que le ensearon al mismo San Pablo a

    entender,22

    como l mismo lo confiesa, que es slocuando la debilidad humana es ms consciente de s

    22 Cfr. 2 Cor. 12: 7-9.

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    espiritual.23 Reciben la fe como nuestro Seor nos

    dice que debemos recibirla, como un nio,

    24

    soste-niendo firmemente el conjunto del Credo, guiandosu vida por su luz, profesando morir antes que aban-donarlo, y santificando y salvando el alma por sim-ple fidelidad a l. Pero sin soar con desentraarlo, ysiguiendo adelante en total oscuridad.Alguien as gana indulgencias, por ejemplo, cum-

    pliendo las debidas condiciones; y quizs hasta es

    capaz de explicar bastante bien lo que son las indul-gencias. Pero la naturaleza de esta especie de tran-saccin espiritual es tan impenetrable, a sus ojos,como una joya en un estuche cerrado. Lo mismo leocurre con la doctrina del castigo eterno, o los privi-legios de Mara, o la Presencia Real. Adhiere a estascosas y vive de acuerdo a sus efectos y consecuen-

    cias. Pero estos misterios no le aportan la msmnima luz. Si camina en la fe, no es en base a veri-ficaciones. Si sostiene los dogmas de la fe, es inca-paz de compararlos con hechos naturales y de verlos numerosos puntos en que ellos encajan con otroshechos de su experiencia.Pero cuando llega la iluminacin, tiene lugar un

    cambio extraordinario. No es que los Misterios de-jen de ser misterios, ni que se pueda expresar enlenguaje humano exhaustivo, o concebir en imge-nes completas, esos hechos de la Revelacin queestn ms all de la razn. Pero, iluminada por elcirio de Dios, de algn modo empieza a brillar parasu percepcin espiritual cada una de esas joyas de

    verdad que, hasta entonces, haban sido opacas e23 Cfr. I Jn 4: 1; I Cor. 12, etc24 Cfr. Mc 10: 15; Lc 18: 17.

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    incoloras. Y entonces puede explicar las indulgen-cias, o la justicia del infierno. Tal vez no mejor queantes; pero ya no desde una impenetrable oscuridad.El cristiano en vas de iluminacin comienza a ma-nejar lo que antes slo tocaba, y a comprender me-jor lo que dice. Encuentra, por un determinado einexplicable proceso de verificacin espiritual, queaquellas cosas que ya tena por verdaderas son ver-daderas para l, tanto como lo son en s mismas; el

    sendero por donde caminaba a oscuras se hace mspatente a sus ojos. Hasta que, si por la gracia y laperseverancia llega a la santidad, pueda experime n-tar por el favor divino esas luminosas intuiciones, omejor dicho esa infusin de conocimiento que escaracterstica de los Santos.

    III. La tercera fase de la iluminacin, correspondien-te a la de la va purgativa, trata de las relacionesentre Cristo y el cristiano que disfruta de la Amistaddivina. Vimos que el ltimo paso de la va purgativaera ese abandono en los brazos de Cristo, que sloes posible cuando el alma ya no se cree autosuficien-te. El paso correspondiente en la va iluminativa es,

    por tanto, la luz que recibe el alma para apreciar lapresencia constante de Cristo en ella, o su presenciaconstante en Cristo.Y es en este punto que la Amistad divina se con-vierte en el objeto de su consideracin y contempla-cin. En adelante, no slo va a disfrutarla sino queva a comprenderla mejor. Esto no es otra cosa que la

    Contemplacin ordinaria.La Contemplacin extraordinaria, con sus gracias ymanifestaciones sobrenaturales y milagrosas, es unfavor otorgado por Dios motu proprio (pedirlo sera

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    presuncin). Es un estado que, en sus etapas inicia-les, siempre hay que tomar con desconfianza.Pero la Contemplacin ordinaria no slo puede pe-dirse en la oracin, sino que todo cristiano sincero ydevoto puede aspirar a ella, ya que est perfectamen-te a su alcance con la ayuda de gracias ordinarias.Ella consiste en una conciencia de Dios tan eficaz ytan continua que Dios nunca est totalmente ausentede sus pensamientos, al menos subconscientemente.

    Es un estado que el cristiano, como hemos dicho, enlos comienzos de su amistad con Cristo disfruta muyintensamente, aunque con cierta inestabilidad. Suvida, sus relaciones son alteradas por ella; Cristocomienza a ser la Luz que ilumina todo lo que ve:todo lo ve ahora a travs de El, o con El de teln defondo. La contemplacin ordinaria va a afirmarlo en

    ese estado, a la vez por su esfuerzo y por la gracia.No va a tener una continua conciencia de la presen-cia interior de Cristo hasta que no haya sido purifi-cado e iluminado respecto de todas las cosas exterio-res e interiores. Pero cuando estos procesos se hanllevado a cabo, es decir cuando Cristo ha entrenadoa Su nuevo amigo en los deberes y las recompensas

    que conlleva la Amistad divina, la contemplacinordinaria es, por decirlo as, la atencin que El espe-ra de nosotros. El pecado, por supuesto, en este es-tado, se convierte en subjetivamente mucho msgrave: pecados materiales se convierten fcilmenteenformales. Pero, por otro lado, la virtud es muchoms fcil, ya que es difcil pecar alevosamente

    cuando se siente en la propia mano la presin de lamano de Jess.

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    IV. Por supuesto, as como cada avance en la vidaespiritual tiene sus correspondientes peligros (cadapaso que nos eleva a Dios aumenta la distancia des-de la que podemos caer), aqul que ha alcanzadoesta etapa de la va iluminativa, que hemos denomi-nado contemplacin comn, tiene una responsabili-dad mucho mayor. El peligro supremo es el del indi-vidualismo, por el que, habindose librado del orgu-llo ms simple, llega a un nivel en el que se encuen-

    tra el verdadero orgullo espiritual y, con l, toda otraforma de orgullo, como el orgullo intelectual o emo-cional.Uno puede fcilmente infatuarse cuando llega a un

    punto donde puede decir con verdad: T eres milmpara, Seor.25 Y puede fcilmente terminar enel orgullo a menos que uno pueda completar la cita y

    aadir, suplicante: Dios mo, ilumina mis tinie-blas!26 Todas las herejas y sectas que quebraron launidad del Cuerpo de Cristo surgieron de un ilumi-nado amigo de Cristo. Prcticamente todos los gran-des heresiarcas alcanzaron un alto grado de conoci-miento interior, porque de otro modo no habranpodido atraer y desviar a otros seguidores de Jess.

    Lo que es absolutamente necesario, entonces, si lailuminacin no quiere terminar en desunin y des-truccin, es que, a ese aumento de la vida espiritualinterior, lo acompae un aumento de devocin ysumisin a la Voz exterior con que Dios habla en SuIglesia. Porque nada es tan difcil de discernir comola diferencia entre las inspiraciones del Espritu San-

    to y las propias aspiraciones o imaginaciones.25 Sal. 18: 29.26 Ibid.

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    Para los no-catlicos es casi imposible evitar estainfatuacin, esta dependencia de la experiencia in-terior. Y es lo que mantiene activo al Protestantis-mo, y sigue subdividiendo sin cesar sus energas,desde que carecen de esa Voz exterior con la quepuedan verificar sus propias experiencias. Pero esposible, tambin, que an catlicos formados e inte-ligentes sufran de esta enfermedad de esoterismo, eimaginen que lo interior debe evitar lo exterior, y

    que son ms capaces de interpretar a la Iglesia que laIglesia misma. Vae soli!: Ay del que est solo!27Ay de aqul que, habiendo recibido el don de laAmistad de Cristo y su consiguiente iluminacin,crea que disfruta, en su interpretacin, de esa infali-bilidad que l le niega al Vicario de Cristo! Cuantoms fuerte sea la vida interior, y cuanto ms alto sea

    el grado de iluminacin, ms necesaria se hace lamano firme de la Iglesia, y mayor debe ser el reco-nocimiento de su funcin.No debemos olvidar que es desde el crculo de losntimos de Cristo, de aqullos que conocen Sus se-cretos y saben encontrar la puerta del jardn secretodonde El camina a su gusto con los Suyos, de donde

    salen los Judas de la historia.

    27 Ecl. 4:10

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    Cristo enla Eucarista

    Yo soy el Pan de vida. 28

    Hemos considerado la realidad interior de la Amis-tad de Cristo. Amistad, hay que recordarlo, que seofrece no slo a los catlicos, sino a todos los queconocen el nombre de Jess y, si se quiere, a todoser humano. Porque nuestro Seor es la luz que ilu-mina a todo hombre,29 y es Su voz la que habla atravs de la conciencia, ms all de lo defectuosoque pueda encontrarse ese instrumento. Es l, elnico Absoluto, la Presencia que buscan a tientastantos corazones; como lo buscaban Marco Aurelio,Gautama, Confucio y Mahoma, con todos sus disc-pulos sinceros, aunque nunca hubieran escuchado el

    nombre histrico de Jess, o habindolo odo lo re-chazaron pero sin culpa. Y esto que decimos de laAmistad de Cristo, que se brinda tambin a los no-catlicos e incluso a los no-cristianos, sera terribleque no fuese as; porque en ese caso no podramosafirmar que nuestro Salvador es, realmente, el Sal-vador del mundo.

    28 Jn. 6: 35.29 Cfr. Jn 1: 9.

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    El Cristo del que los catlicos sabemos que se en-carn, y vivi esa Vida contada en los Evangelios,est siempre presente en el corazn humano. As secuenta de un anciano hind que, despus de escu-char un sermn sobre la Vida de Cristo, pidi elbautismo. -Pero cmo puede usted pedirlo tanpronto?, le pregunt el predicador. -Haba escu-chado antes hablar de Jess? - No, respondi elanciano, pero saba que exista, y lo estuve buscan-

    do durante toda mi vida.

    Cristo se encarn y sufri la muerte en la Cruz tam-bin para hacernos entender la verdadera naturalezade los pecados contra la conciencia, a nosotros queno sabamos lo que hacamos.30 Esto, nos dice elCrucificado, es lo que me has hecho, interiormente,

    toda tu vida.Ahora debemos considerar otro camino por el cual

    Cristo viene a buscar nuestra amistad. Otro modo yotros regalos que nos ofrece. No basta con conocer aCristo de una sola manera: estamos obligados, sideseamos conocerlo en Sus propios trminos y no enlos nuestros, a reconocerlo en cada una de las for-

    mas en que El elige presentarse. No basta con decir:- El es mi amigo, por lo tanto no necesito nada ms.No es de leales amigos Suyos rechazar como inne-cesarios, por ejemplo, la Iglesia o los Sacramentos,sin investigar primero si El realmente instituy estascosas como formas mediante las cuales El quierevenir a nosotros. Y, en particular, debemos recordar

    que en el Santsimo Sacramento El nos trae regalosque no podemos pretender de otra manera. A saber,

    30 Cfr. Lc. 23:34.

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    nos acerca y une a nosotros, no slo Su divinidad,sino tambin esa misma amable y adorable naturale-za humana que asumi en la tierra, y que asumipara eso mismo, para estar con nosotros.Si miramos hacia atrs, a lo largo de la Historia, el

    primer pensamiento que se nos ocurre en relacincon el Santsimo Sacramento es el de la Majestad enla que Cristo se ha manifestado, y cmo, a travs deSu Presencia sacramental, afirm abiertamente y

    vvidamente Su Real soberana sobre este mundo.Los que vieron monarcas terrenales seguir, con lacabeza descubierta, a Jesucristo en la Eucarista;aquellos que pudieron vivir momentos inolvidablescomo la bendicin al pueblo fiel desde lo alto de lasgrandes Catedrales, o la elevacin del Santsimo, alaire libre, para la adoracin de cien mil personas; o

    aquellos que, en menor escala, alguna vez fuerontestigos, quizs en algn pueblito, de una procesinde Corpus Christi, todos aquellos que han visto loshomenajes debidos no slo a la Divinidad, sino auna soberana terrenal, no pueden sino maravillarsede la forma en que, bajo Su propia direccin, eseSacramento que fue instituido en las ms pobres

    condiciones exteriores, en una pequea habitacinante unos pocos hombres muy sencillos, ha llegadoa ser el medio por el cual se hace visible al mundo,para adoracin u hostilidad, no slo Su humildad ycondescendencia, sino tambin su inseparable Ma-jestad.Pero a nosotros nos interesa ahora, ms particular-

    mente, la manera increble en la que Cristo, en suSacramento, se nos hace tan accesible a todo lo lar-go de nuestro camino y a nuestro propio nivel decomprensin; y cmo El nos ofrece Su Amistad de

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    una manera inconfundible para quienes se le acercancon sencillez,.

    I. La devocin abierta y manifiesta a Jess en el Sa-grario es, como sabemos, de desarrollo relativamen-te tardo. Sin embargo, es un progreso tan positivo yseguro, y querido por Dios, como el esplendor terre-nal que lo ha ido revistiendo, tanto como las conclu-siones dogmticas que, aunque no explcitamente

    elaboradas en los primeros siglos, estn irrefutable-mente contenidas en las mismas palabras de Cristo yestuvieron presentes implcitamente en las mentesde Sus primeros amigos.De hecho, como en muchos otros aspectos, la vidaeucarstica de Jess ofrece un sugerente y maravillo-so paralelo con Su vida sobre la tierra. En efecto,

    Aquel que era toda sabidura y todo poder crecaen sabidura y en estatura,31 es decir, manifestabagradualmente las caractersticas de la divinidad: Suvida y Su conocimiento, inherentemente presentesdesde siempre en Su personalidad. Aquel que traba-jaba en el taller del carpintero era, efectivamente,Dios desde el principio.

    Lo mismo ocurre en Su Vida eucarstica. Ese Sa-cramento, acerca del cual toda la doctrina Catlicaelaborada hasta el da de hoy ha siempre sido verda-dera y bien fundada, fue aumentando su propia ex-presin, y gradualmente fue desplegando lo quesiempre haba contenido.Jesucristo, entonces, habita hoy en nuestros Sagra-

    rios tan ciertamente como l vivi en Nazaret, y enla misma naturaleza humana; y El est ah, princi-

    31 Lc 2: 52.

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    palmente, para hacerse accesible a todos los que loconocen interiormente y quieren conocerlo ms per-fectamente.Es esta Presencia la que provoca esa pasmosa dife-

    rencia de atmsfera, reconocida incluso por muchosno-catlicos, entre las iglesias catlicas y las dems.Tan marcada es esta diferencia que se ofrecen milsupuestas explicaciones para ello: es el detalle, tansugerente, de ese punto de luz ardiendo al frente!

    Es la habilidad artstica fuera de lo comn con queadornan las iglesias! Es el aroma del antiguo in-cienso! Es todo eso, y no es eso: es lo que los catli-cos sabemos que es. Es la Presencia corporal delms hermoso de los hijos de los hombres, 32atrayen-do a S a Sus amigos!Delante de esta Presencia, por ejemplo, la novia

    ante el altar presenta la nueva vida que se le abre.Delante de ella el hombre cercano a su muerte ofre-ce la vida que se le acaba. Los que sufren, como losque estn felices, el sabio, como el simple o el insa-no; el anciano, como el nio, personas de distintotemperamento, nivel intelectual, nacionalidad, todosse unen en lo nico que puede unirlos: la Amistad de

    Aquel que los ama a todos.Podra haber algo ms tpico del Jess de losEvangelios que esta accesibilidad con la que El estesperando a todo el que quiera venir a l, que esaternura universal que no discrimina ni rechaza anadie? Podra haber algo ms caracterstico delCristo que habita en los corazones, que Aqul que es

    interiormente tan sencillo, Aquel que permanece tanpacientemente en nuestras almas, tambin se quede

    32 Cfr. Sal. 45:3.

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    en donde lo encontremos al desear reconocerlo noslo dentro nuestro, pero tambin fuera; no slo enel interior de la conciencia, sino tambin, por asdecir, en el espacio y el tiempo, ah donde tan a me-nudo parece eclipsarse Su presencia en el mundo?Es de esta manera, entonces, que El cumple eserequisito de la verdadera amistad, que llamamoshumildad. l mismo se pone a merced de ese mundoque quiere conquistar. Se ofrece en una apariencia

    an ms pobre que en los das de su carne.33 Sinembargo, por la fe, y por la enseanza de Su Iglesia,por las ceremonias con que ella saluda Su presencia,y por el reconocimiento por parte de sus amigos, Elindica, a los que lo buscan y lo aman, aun sin saber-lo, que es El mismo, el que est all, el que todos lospueblos aoran, el Amante de todos los corazones.

    II. Jess no viene directamente al Sagrario. Antes sepresenta en el altar, en la palabra de Su sacerdote, yen la forma de una vctima. En el sacrificio de lamisa se presenta al mundo, as como a los ojos deleterno Padre, realizando lo mismo que cuando esta-ba en la Cruz, lo mismo que hizo una vez y para

    siempre, el mismo acto por el cual nos muestra lafuerza de Su Amistad en cuyo nombre reclama nues-tros corazones. Nos muestra el punto culminante deese Amor, el ms grande de todos, por el que lleg adar la vida por sus Amigos.34Ciertamente, el Sacrificio del Calvario no est tan

    terminado y cerrado como un libro se termina y se

    guarda. Ni tampoco, como pretenden algunos, la

    33 O durante Su vida terrena: Heb. 5: 7 (N. del T.)..34 Jn 15: 13.

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    35 Heb. 13: 8.36 Ef.2: 18.

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    doctrina del sacrificio continuo de la Misa disminu-ye la perfeccin del Calvario.Al que goza de la Amistad de Cristo, este Sacrificio

    lo conecta, casi dira inevitablemente, con ese Jessque es el mismo ayer y hoy y para siempre.35 Yese final de Jess en la Cruz es en realidad un nuevocomienzo. En ese acto inaugural y supremo todoslos sacrificios convergen y, a su vez, El se proyectaen todas sus futuras representaciones; en tal sentido

    que Cristo permanece siempre el que fue en el Cal-vario, la eterna Vctima de cada altar, a travs delcual, nicamente, tenemos acceso al Padre.36El Sagrario, entonces, nos presenta a Cristo comoAmigo; y el altar nos lo muestra realizando, antenuestros ojos, ese acto eterno por el cual El obtieneen Su humanidad el derecho a exigir nuestra amis-

    tad.

    III. Y todava hay un ltimo peldao, an ms pro-fundo, que El desciende en Su humillacin hacianosotros. El paso por el cual nuestra Vctima y nues-tro Amigo viene a ofrecerse como nuestro Alimen-to.

    Porque, tan grande es Su amor para con nosotros,que no es suficiente para El permanecer como unobjeto de adoracin, ni es suficiente para El estar allcomo el que carg con nuestros pecados, ni tampo-co, sobre todo, morar en nuestras almas en unaamistad interior que slo los iluminados puedenapreciar. Sino que, en la Comunin, l desciende

    generosamente por ese camino que nosotros muchas

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    veces intentamos remontar. Y aunque estamos to-dava lejos,37 El corre a nuestro encuentro. All,haciendo a un lado esos pobres signos de realeza conque nos esforzamos por honrarlo, dejando las telasbordadas, las flores y las luces, El no slo se une anosotros con el alma, en la intimidad de la oracin,sino tambin con el cuerpo, en la forma sensible deSu vida sacramental.Este es el ltimo signo, y el ms grande, que El

    poda ofrecer. Tan propio de Jess! El mismo quese sent a comer con los pecadores, se da a S mis-mo como alimento. Aquel en cuya mesa quisiramosservir, se adelanta El mismo a servir a Sus amigos.Quien vive secretamente en el corazn, pero que seencarn a la vista de todos, repite una y otra vez eseacto culminante de amor y Se presenta bajo aparien-

    cias visibles ante esos ojos que desean verlo. Si lahumildad es lo esencial de la amistad, aqu est, sinduda, el Amigo supremo.Aquellos que todava no lo reconocen al partir el

    pan,38 por ms grande que pueda ser su conoci-miento interior de Cristo, no conocen todava ni unadcima de sus perfecciones.

    Si Jess, en su naturaleza humana, se limitara avivir en el Cielo a la derecha del Padre, no sera elCristo de los Evangelios. Si viviera, en Su naturale-za divina, nicamente en los corazones de quienes lorecibieren, no sera el Cristo de Cafarnam y Jeru-saln.Pero el Creador del mundo, que Se hizo una vez

    criatura; El que habitaba en una luz inaccesible y37 Lc 15: 20.38 Lc 24: 35.

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    descendi a nuestra oscuridad, ese es nuestro Dios,el que tan apasionadamente deseaba la amistad delos hijos de los hombres que Se hizo a nuestra ima-gen y semejanza.Y ese es Jesucristo, el del Evangelio y el de la vidainterior. El que, despus de resucitar ya no muerems. 39 El que elev nuestra naturaleza humanahasta esa gloria de la que una vez lo despojramoslos individuos de esa misma especie. El que, estan-

    do sobre todas las leyes naturales utiliza esas leyespara sus propios fines, y se presenta no una vez sinodiez mil veces como nuestra Vctima, no una vezsino diez mil veces como nuestra Comida, y no unasola vez, sino eternamente e inmutablemente, comonuestro Amigo. Ese es, decididamente, el Jess quehemos conocido en los Evangelios y en nuestros

    corazones, ese es, con todo derecho y para siempre,nuestro Amigo.Aprendamos, entonces, algo de Su humildad ante el

    Sacramento que es El mismo. As como El se des-nuda de esa gloria que le corresponde, nosotros de-bemos quitarnos ese orgullo que no nos correspon-de; debemos desvestirnos de lo que no son ms que

    harapos de auto complacencia y egocentrismo, losms grandes obstculos a los designios de Su amor.Debemos humillarnos hasta el polvo ante Sus pies,esos pies divinos que, no slo en Jerusaln dos milaos atrs, sino hoy mismo y en estas ciudades enque vivimos, viajan tan lejos para buscarnos y sal-varnos.

    39 Rm. 6: 9.

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    Cristo en la Iglesia

    Yo soy la vid,ustedes los sarmientos.40

    Hasta aqu, hemos considerado la Amistad de Cris-to en cuanto a nuestra relacin directa con El, elDios que habita en el corazn, y que est tambinpresente en el Santsimo Sacramento. Es decir,hemos examinado nuestra vida espiritual cultivadapor la Amistad de cada uno con nuestro Seor.

    I. Ahora bien, pocas cosas son tan difciles de diag-nosticar y tan fcilmente malinterpretados comociertos impulsos e instintos de la vida espiritual.Psiclogos modernos nos recuerdan lo que San Ig-nacio ense en su momento, con respecto a la des-

    concertante dificultad para diferenciar la accin deDios de la accin de esa parte oculta de nosotros queno est bajo la directa atencin de la conciencia.De pronto sentimos impulsos y deseos que parecenllevar la marca de un origen divino; slo cuando sonobedecidos o complacidas descubrimos que a menu-do no surgieron sino de nosotros mismos, por nues-

    tra formacin, o por una cierta asociacin o recuer-do, o incluso de un cierto orgullo, y que podran

    40 Jn 15: 5.

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    llevarnos a un desastre espiritual. Es necesaria unaintencin muy pura y un gran discernimiento espiri-tual para reconocer en cada caso la voz divina, ypara ser siempre capaces de penetrar el disfraz dequien, en las etapas superiores del progreso espiri-tual, tan a menudo se presenta a s mismo como un

    ngel de luz.Pueden ocurrir, y de hecho ocurren, tremendos nau-fragios, o al menos lamentables equivocaciones,

    entre muchos que haban cultivado con enorme em-peo su vida interior. No hay peor obstinacin quela obstinacin religiosa. Porque una persona espiri-tual se alienta a s misma en el camino equivocado,convencida de que est siguiendo una inspiracin delo Alto. No se ve a s misma como obstinada o per-versa. Al contrario, est convencida de que es una

    seguidora obediente de su gua divino. No hay fan-tico tan extravagante como un fantico religioso.A propsito, las crticas ms agudas al Catolicismo

    vienen principalmente de parte de quienes han culti-vado seriamente su vida interior. Y as, dicen quelos catlicos han sustituido una Persona por unaInstitucin; que son demasiado exteriores, demasia-

    do formales, y todo para ellos es demasiado oficial.Porque - si ya tengo a Jesucristo en mi corazn,dice esa crtica, qu ms necesito? Si tengo a Diosdentro de m: por qu tengo que ir a buscar un

    Dios fuera de m? Ya s que hay un Dios: importatanto conocer acerca de El? Un nio no est mscercano a su padre que su bigrafo? Ser 'ortodoxo'

    no es, despus de todo, tan importante: prefieroantes amar a Dios que poder disertar acerca de laSantsima Trinidad

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    Y as acusan al Catolicismo de ser tirnico y torpe:- No necesitamos ms gua que una conciencia ilu-minada por la Presencia de Jesucristo en el co-razn. Cualquier intento de establecer un sistema,nos dicen, fijar lmites, o pretender guiar las almasautoritariamente, "atar y desatar," todo eso, final-mente, es una negacin prctica de la autoridadsuprema de Cristo en nuestro interior.Qu podemos responder?Nuestra primera observacin es un argumento inne-gable: los cristianos que ms insisten en lo sagradode la vida interior y su eficacia como nica gua, sonhabitualmente los menos inclinados a ponerse deacuerdo sobre cuestiones religiosas. De hecho, cadanueva secta que aparece se basa en este reclamo(incesante desde el siglo XVI). Sin embargo, esa

    pretensin nunca se vio acreditada por la total uni-dad entre sus defensores, como debera ser el resul-tado si ella fuera verdadera. Si Jesucristo hubieraquerido fundar el Cristianismo sobre Su sola presen-cia en los corazones, como una gua suficiente haciala verdad, evidentemente habra fracasado en Sumisin.

    En realidad, la Iglesia catlica, acusada por algunosde usurpar el lugar y los exclusivos derechos deCristo, es mucho ms que un organismo o corpora-cin. Es, en cierto sentido, el mismo Jesucristo,obrando exterior y autoritativamente de esa maneraque no podra darse en la vida interior, sujeta comoest a mil engaos, malentendidos y complicaciones,

    para los que no habra otro remedio.

    II. En los Evangelios, hemos visto, Cristo proclamauna y otra vez su deseo de ser nuestro Amigo. Y los

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    Evangelios no dejan dudas de que no se trata de unarelacin meramente interior. Sin duda El quiere lle-gar al corazn de cada hombre que lo desea, perohace promesas an ms explcitas a quienes no seaslan con El, sino que se unen con otras almas.Su presencia donde hay dos o tres reunidos en Sunombre,41 su generosidad para con aquellos que seunan en la tierra para pedir algo,42 Sus promesasacerca de guiar a quienes Lo buscan comunitaria-mente, son mucho ms firmes que las que hace acualquier individuo.Y todava hay algo ms importante. Porque al decirYo soy la vid, ustedes los sarmientos43, anunciaJess no slo Su presencia sino una cierta identidadde S mismo con aqullos que lo representan institu-cionalmente. Y lo dice, finalmente, en esas frases

    impresionantes: el que los escucha, a M me escu-cha.44 .... Como el padre Me envi a m, Yo tam-bin los envo a ustedes.45 ... Lo que aten en latierra, quedar atado en cielo.46.... Vayan yhagan que todos los pueblos sean mislos.47... Yo estar siempre con ustedes, hasta el

    fin del mundo.48

    Esta es la perspectiva Catlica; y no solo la exige elsentido comn, sino que ha sido declarada con pala-bras de nuestro Seor an ms explcitas que cual-

    41 Cfr. Mt. 18:20.42 Cfr ibid. 18:19.43 Jn 15: 5.44

    Lc 10: 16.45 Jn 20: 21.46 Mt. 18: 18. Cfr. ibid. 16: 19.47 Mt. 28: 19.48 Ibid. 20.

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    quiera de Sus promesas de habitar en un individuo.A ninguno le dijo explcitamente: Estoy contigosiempre, exceptuando a Pedro, constituido Su Vica-rio en la tierra.Aqu, entonces, tenemos la manera de reconciliar el

    hecho, por un lado, de que Cristo viene a cada uno ynos habla a cada uno, y, por otro lado, el hecho deque nos es extremadamente difcil, incluso en cues-tiones de vida o muerte, tener una certeza total de

    que es realmente la Voz de Cristo la que nos habla,y no algn impulso meramente nuestro, o del ngelde luz. A saber, la respuesta catlica es que hay otraPresencia de Cristo, accesible para todos, a la que Elprometi garantas que nunca ofreci a nadie indivi-dualmente. En una palabra, El prometi Su Presen-cia en la tierra en un Cuerpo Mstico, y es a travs

    de ese Cuerpo que la voz de Cristo nos habla, exte-riormente y autoritativamente. Y es slo por la su-bordinacin a esa Voz que podemos comprobar siesas insinuaciones e ideas particulares son o no efec-tivamente Suyas.Es obvio, entonces, que un alma que busca la Amis-tad de Cristo no puede encontrarla solamente en la

    vida interior. Esta puede llegar a ser fuerte e intensa,y cultivndola podramos disfrutar realmente la Pre-sencia del divino Amigo, de manera muy personal,aun sabiendo poco o nada de Su accin en el mundo.Pero aumentan enormemente las posibilidades decrecer en la Amistad de Cristo para el que, no slolo conoce y estudia Su personalidad en el Evangelio

    (que nos ofrece el testimonio escrito de lo que fueSu vida en la tierra), sino que abre los ojos al asom-broso hecho de que Cristo todava vive y acta yhabla sobre la tierra a travs de la vida de Su Cuerpo

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    mstico. Y esa personalidad divina, esbozada en po-cas lneas hace dos mil aos, es explicitada a travsdel tiempo, siguiendo Su propia orientacin y en lostrminos de esa naturaleza humana que El ha unidomsticamente a s mismo.

    III. (i) Un catlico, teniendo en cuenta todo esto,debe desarrollar su Amistad con Cristo, pero con elCristo-en-el-Catolicismo. De hecho, uno de los

    hechos ms notables de la religin Catlica es lamanera en la cual esto es hecho casi instintivamentepor personas que, quiz, nunca han meditado sobreel motivo para hacerlo. Intuimos que la Iglesia esalgo ms que elImperio ms grande de la tierra, msque la Sociedad ms venerable de la historia; msque la Embajadora de Dios; ms, incluso, que la

    Esposa del Cordero. Todas estas metforas, an lasms sagradas, no agotan, ni mucho menos, esta rea-lidad divina. Porque la Iglesia es Cristo mismo.De aqu proviene esa especie de familiaridad quesentimos para con la Iglesia. Todo catlico, porejemplo, incluso aqul que apenas practica su reli-gin, sabe que nunca est totalmente desamparado o

    en el exilio. Se siente, no slo como puede sentirseel sbdito de un Reino o de un Imperio protegidopor la bandera de su pas, sino como uno que estacompaado por un Amigo. As, si visita iglesias enel extranjero, no es slo para visitar el SantsimoSacramento, ni para confirmar el horario de la misa,sino para entrar en la compaa de una misteriosa y

    reconfortante Personalidad, impulsado por un instin-to que apenas puede explicar. Pero lo que hace esperfectamente razonable, porque Cristo, su Amigo,

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    est ah. El est presente en ese centro de la Huma-nidad cuyos miembros son Suyos.(ii) Pero esto no es todo. En una verdadera amistadentre dos personas, el ms dbil de los dos se adaptaa los hbitos de vida y de pensamiento del ms fuer-te. Poco a poco el proceso contina, hasta que sealcanza ese estado de entendimiento mutuo que lla-mamos simpata perfecta.En la Amistad personal con Cristo esto es esencial.Debemos vivir y sentir con El, como nos dice SuApstol, sometiendo nuestra inteligencia humana

    para que obedezca a Cristo.49 As superamos nues-tra manera limitada y personal de mirar las cosas,nuestros esquemas e ideas. Y as nuestra vida estdesde ahora oculta con Cristo en Dios,50 Y ya novivimos; es Cristo quien vive en nosotros.51

    Este es, exactamente, el objetivo de nuestra amistadcon Cristo-en-el-Catolicismo.Cuando un convertido comienza su vida Catlica, ocuando alguien que ha sido catlico desde la cuna sedespierta a una madura reflexin de lo que significasu religin, es suficiente con creer todo lo que laIglesia ensea expresamente, y conformar su vida

    con esa enseanza. Como en la primera etapa de unanueva relacin, es suficiente ser corts y deferente,evitando caer en lo ofensivo. Pero a medida quepasa el tiempo, y la relacin se profundiza, esto yano es suficiente. Y lo que era cortesa en la primeraetapa, sera frialdad en la segunda. Cuanto ms seprofundiza esa relacin, ser absolutamente necesa-

    49 II Cor. 10: 5.50 Col. 3: 3.51 Cfr. Gal. 2: 20.

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    rio, si no se quiere estropearla, no slo armonizarmutuamente palabras y acciones, sino sintonizarpensamientos; y, no slo pensamientos, sino instin-tos e intuiciones. Dos amigos ntimos saben, cadauno, cul sera el juicio del otro ante una nueva si-tuacin, an antes de cualquier pregunta o intentosde explicacin. Cada uno conoce los gustos y dis-gustos del amigo, an antes de decirse nada.Esto es precisamente a lo que un catlico debe

    apuntar. La Amistad con Cristo en la Iglesia debeser realmente tal. Y sin este progresivo conocimien-to de Cristo nuestras relaciones con El no pueden sercomo El las quiere. Debemos tender, no slo a unaescrupulosa obediencia externa y bien formuladosactos de fe, sino a un modo de mirar las cosas engeneral, a una actitud instintiva, a una atmsfera

    intuitiva, como lo viven muchos catlicos fieles, anincultos. Los hay que, sabiendo poco o nada de teo-loga dogmtica o moral, pueden detectar con rapi-dez casi milagrosa tendencias sospechosas, quizsantes o mejor que un telogo formado.No hay camino ms directo para alcanzar esta nti-ma sintona con el Catolicismo que la paralela inti-

    midad con Cristo. Humildad, obediencia y sencillezson las virtudes sobre las que la Amistad divina, ascomo cualquier amistad humana, puede solamenteprosperar.Y, sin embargo, aun conociendo esta realidad muy

    bien, podemos sentir alguna especie de repugnanciaa esta actitud que podra parecerse al servilismo. Y

    hasta podramos objetar que, habiendo sido dotadosde un temperamento y un juicio independiente, ycon preferencias personales y hasta el don divino de

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    la originalidad, no podemos simplemente sacrificar-los y abandonarlosSin embargo, no nos dieron libre albedro paraque, con l, elijamos no tener otra voluntad que la deDios? Y no tenemos la inteligencia para ir apren-diendo a ponerla en armona con la sabidura divina?Y el corazn, no debe amar y odiar aquellas cosasque el Sagrado Corazn ama y odia? Porque, en launin con Dios, nada de lo que unimos con El se

    pierde. Por el contrario, cada talento es transforma-do, glorificado y elevado a una naturaleza superior.Nuestra alma verdaderamente ya no vive; sino quees Cristo quien vive en ella.Y si esto es cierto de la unin con Dios, lo es de launin con El en cualquier forma que Dios elige pre-sentarse. Y no habr vida ms sublime, sobre la tie-

    rra, que la de la imitacin total y abnegada de la vidade Jesucristo. No hay libertad ms grande que la delos hijos de Dios ligados por la perfecta Ley deAmor y Libertad.Una vez que hemos captado, por lo tanto, que laIglesia Catlica es la expresin histrica que Cristonos da de S mismo; una vez que vimos en sus ojos

    la mirada de Dios, y a travs de su rostro el delmismo Cristo; una vez que omos de sus labios laVoz que habla siempre como quien tiene autori-dad52; entonces comprenderemos que no hay aspi-racin ms noble que perderse a s mismo53 en esagloriosa Comunidad que es Su Cuerpo; no hay ma-yor sabidura que sentir con ella; no hay amor ms

    puro que el que arde en el corazn de la Iglesia, es

    52 Mt. 7: 29.53 Cfr. Mt. 10: 39.

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    ese Amor que, siendo Cristo el que la anima, es elmismo Salvador del mundo.

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    Cristo enSu Sacerdote

    La Gracia y la verdad nos han llegado por Jesu-cristo.54

    La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, de modo que aqulque anhela la Amistad de Cristo debe buscarla tantoen la Iglesia como en s mismo, o sea tanto exterior-mente como interiormente. Ciertas caractersticas deCristo, por ejemplo, cuyo conocimiento es esencialpara un verdadero entendimiento con El: Su autori-dad, Su infalibilidad, Su ardor incansable, etc., sonapreciadas plenamente slo en el marco de un fer-viente catolicismo.Ahora bien, la Iglesia Catlica es una comunidad

    tan amplia, que para muchos es imposible formarse

    de ella una imagen completa. Tienen, s, una idea, yla respetan interiormente; sin embargo, como laIglesia se presenta prcticamente a travs del sacer-dote, les parece que ella exalta demasiado la huma-nidad del sacerdote, a quien ni ella misma cree infa-lible. No objetaran que fuera simplemente esa Co-munidad Ideal la que fuera exaltada; pero les parece

    excesivo que sea el sacerdote, un ser humano indivi-dual, el que se presente a los ojos de los catlicos

    54 Jn 1: 17.

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    con el ropaje de Cristo, revestido de Sus prerrogati-vas.Esto es bastante cierto. Y la nica respuesta es queCristo realmente lo quiso as; e instaur un Sacerdo-cio que no slo lo representa y toma Su lugar, sinoque, en cierto sentido, es El mismo. Es decir, queCristo debe ejercer Sus poderes divinos a travs desu ministerio; y que la devocin y reverencia haciael sacerdote deben ser un homenaje directo al Sacer-

    docio eterno del cual participa el Ministro humano.Y si esto es as, resulta claro que el sacerdote, comola Iglesia misma, es uno de esos canales a travs delos cuales debemos desarrollar nuestra intimidadpersonal con el Seor.

    I. No es necesario extenderse acerca de la muy obvia

    humanidad del sacerdote. Ningn sacerdote es tandespistado como para olvidarlo siquiera por un ins-tante. An si su vanidad le impidiera ver sus propiosdefectos, los malos ejemplos de otros se lo recordar-an muy pronto. Muy frecuentemente algn desdi-chado sacerdote, aparentando elevarse paso a pasoen la vida espiritual, extendiendo su influencia y su

    reputacin y reuniendo admiradores a su alrededor,repentinamente ofrece al mundo una escandalosa ydolorosa muestra de su debilidad. No hablamos ne-cesariamente de una cada moral, lo que, gracias aDios, ocurre rara vez. Ms comnmente puede tra-tarse de un repentino decaimiento del celo apostli-co, o de un ataque de orgullo, lo que zarandea a

    aquellos que se haban apoyado en l. Y el mundorecibe un ejemplo ms del hecho de que los Sacer-dotes son hombres despus de todo Sin duda, lossacerdotes no son ms que hombres. Por qu ser,

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    entonces, que el mundo parece tan conmocionadocuando los ve tan humanos, si no es porque sabe, almenos subconscientemente, que son mucho ms queeso?...Y as es. En primer lugar, son embajadores de Cris-to. El est presente en ellos como un rey est presen-te en su representante acreditado. Cristo los delegaexpresamente cuando l manda a Sus apstoles quevayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a

    toda la creacin.55Esta misin, que se atribuye todo ministro o pastorcristiano, ya implica una enorme extensin de laPresencia virtual de Cristo en la tierra. Qu her-mosos son, en las montaas, exclamaba el profeta dela Antigua Alianza, los pasos del que trae la buenanueva y anuncia la paz!.56 Son hermosos ya que

    traen el mensaje de amor del ms hermoso de loshombres.57Sealemos, de paso, que el sacerdote, en la medidaque trate de ser original en lo que es substancial almensaje que debe transmitir, es infiel a esta misin.Cristo no enva a su embajador a inventar nuevosacuerdos o alianzas de reconciliacin, sino a trans-

    mitir la divina alianza.A veces se dice que la Iglesia Catlica es enemigadel pensamiento; que ella no ofrece ningn estmulo,sino ms bien al contrario, al que investiga lcida-mente en los dominios de la verdad; que ella calla orepudia a sus ministros en el instante en que stosempiezan a pensar o hablar por s mismos.

    55 Mc 16: 15.56 Is 52: 7.57 Sal 45:3

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    Y esto es exactamente cierto, en el sentido de queella no cree que la Revelacin de Dios pueda sermejorada ni siquiera por el ms brillante intelectohumano.Ella no censura a sus ministros que buscan origina-lidad en la forma de comunicar su mensaje, siemprey cuando el mensaje no sea oscurecido por esa or i-ginalidad. Ella no silencia a quienes presentan anti-guos dogmas en frases modernas. Ella repudia si,

    enfticamente, a quienes pretenden, como algunos lohan intentado, presentar dogmas nuevos revestidosde lenguaje tradicional.Cristo, presente en Su sacerdote, se sirve de suslabios para el mensaje divino. Y esto requiere, agre-guemos, gracias extraordinarias en el enviado. Por-que, por un lado, no hay nada tan irreprimible, nada

    que anhele tanto imponerse como la naturalezahumana. Y por otro lado, nada en lo que la mentehumana encuentre mayor placer especulando ydogmatizando que en la teologa. Sin embargo, lasgracias con que Cristo ha fortalecido su Iglesia sontan admirables, que ha llegado a ser un reproche entodo el mundo el que todos los sacerdotes ensean

    los mismos dogmas. Es un reproche por el que te-nemos que dar gracias a Dios.II. Desde que el divino Maestro Jesucristo ya nohabla en la tierra con sus propios labios humanos, Elnecesita, por lo que respecta a la predicacin de laRevelacin, utilizar otros labios humanos para esepropsito. Si la gracia y la Verdad nos han llegado

    por Jesucristo;58

    la predicacin de esa Verdad es

    58 Jn 1: 17

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    continuada por El a travs de la boca de Sus minis-tros autorizados.Pero si la comunicacin de la Verdad por ministroshumanos no quita nada a la prerrogativa de Cristocomo Profeta, la comunicacin de la Gracia por mi-nistros humanos tampoco atenta a la prerrogativa deCristo como Sacerdote. Y esto es esencial a la doc-trina Catlica del sacerdocio. Cristo vino a traer laVida, a sostenerla y a restaurarla cuando se haya

    perdido: porque El solo, el Prncipe de la Vida, po-see su remedio, el elixir de la Vida.Los fariseos tenan algo de razn, cuando argumen-taban acerca de quin puede perdonar los peca-dos, sino slo Dios?.59 Cmo puede este hom-bre darnos Su carne para comer?.60 Pero fallabanen sus premisas, ya que Cristo era ms que ho mbre.

    Cristo, la Fuente de la Vida, es el nico que puededar la Gracia. Como Cristo, que es la Verdad, es elnico que puede darnos Su Revelacin. Porque laGracia es a la Vida, lo que la Revelacin es a laVerdad. Y esa es la idea subyacente del SacerdocioCatlico, que El participa y capacita en ambos as-pectos, como un ministerio humano para ejercer las