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La actividad predial campesina en la ruralidad neoliberal
El caso del territorio de Quinchao1
En el presente artículo, se analiza la forma específica que ha tomado la actividad predial
campesina en el contexto de la nueva ruralidad “neoliberal” en el territorio del archipiélago
de Quinchao, en la provincia de Chiloé. Aparte de la introducción (1), el texto contiene tres
apartados. En el primero (2), se definen los conceptos principales para el abordaje del
problema: campesinado y territorio rural. En el segundo apartado (3), se describen las
transformaciones más importantes que ha vivido el territorio de Quinchao a propósito de
los cambios productivos durante las últimas décadas y cómo se inserta la actividad
campesina en este nuevo contexto socioeconómico. Finalmente, en el último apartado (4),
se realizan tres críticas a la política con que INDAP ha guiado el accionar del Programa de
Desarrollo Territorial Indígena en el territorio de Quinchao.
1. Introducción
El territorio en el cual se realiza esta investigación, el archipiélago de Quinchao, se ubica
en la parte central de la provincia de Chiloé, frente a la ciudad de Dalcahue, en el mar
interior que separa a la isla grande del continente (Chaitén). El archipiélago de Quinchao
está dominado por la isla de Quinchao, segunda en extensión de la provincia, de origen
continental y cuyos bordes más cercanos a la isla grande (canal Dalcahue), se ubican, de
norte a sur, frente a Tenaún, Dalcahue, Putemún y Rilán, entre las islas de la comuna de
Quemchi (Butachauques) y las de Castro (Quehui y Chelín). Son dos las comunas del
archipiélago: Curaco de Vélez, que ocupa poco más de la mitad de la isla de Quinchao en el
sector más occidental, y Quinchao, que aparte del territorio en la isla del mismo nombre,
agrupa a nueve islas “menores” (mapa 1).
1 Fernando Baeza Rivas, licenciado en Sociología, Universidad de Chile
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Mapa 1
La población total del territorio, según el censo del 2012, alcanza a las 11.758 personas,
distribuyéndose un 30% en la comuna de Curaco de Vélez, y el resto en Quinchao. La
ciudad principal del territorio, que funciona como cabecera de ambas comunas, es Achao,
de unos 3.500 habitantes, ubicada en el centro de la isla de Quinchao, “mirando” hacia las
islas interiores. La situación de ciudad cabecera de Achao es evidente, concentrando
prácticamente la totalidad de servicios presentes en el territorio, razón por la cual dos o tres
días a la semana la ciudad se ve mucho más animada que el resto del tiempo, debido a la
llegada de las “lanchas de recorrido” desde todas las islas menores. En todo caso, para
ciertos efectos Achao es simplemente una ciudad de paso, pues Castro, a poco más de una
hora de viaje, representa una mejor alternativa para el consumo o para acceder a servicios
de diversa índole, principalmente salud.
Más allá de las transformaciones económicas que ha vivido el territorio por la llegada y
salida de empresas externas, sobretodo pesqueras, la población está marcada por el
desarrollo de la actividad agropecuaria. La gran mayoría de quienes no viven en las
ciudades (Achao y Curaco de Vélez), desarrollan actividades agropecuarias, concentradas
en los rubros papas, hortalizas y ovinos, a los cuales podría agregársele la explotación
bovina, aunque en un lugar más secundario.
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El objetivo de este artículo es definir a modo general la actividad predial en la actualidad
del territorio de Quinchao, a partir de los cambios económicos y productivos, para desde
aquí determinar líneas de investigación sobre el “nuevo” sujeto campesino que emerge de
dichas transformaciones propias de la nueva ruralidad en el neoliberalismo. En esta
ocasión, los fenómenos más o menos tradicionales de la ruralidad actual respecto a la
combinación entre la proletarización y la mantención de la producción campesina, se
asumen como punto de partida desde el marco conceptual, y además se demuestra al
analizar las transformaciones productivas del territorio. Es decir, en la misma concepción
de los campesinos ya se reconoce que su radio de acción se ha limitado progresivamente
hacia el ámbito de lo doméstico. Esto se puede demostrar a través de los datos obtenidos en
una investigación en terreno, que ha incluido la realización de más de treinta entrevistas a
agricultores usuarios del Programa de Desarrollo Territorial Indígena (PDTI), de INDAP,
tanto en el sector de la isla Quinchao como en tres de las islas menores: Meulín, Alao y
Apiao. Además, se realizó una encuesta a los estudiantes de segundo y cuarto medio del
Liceo Insular de Achao, lugar al cual acuden jóvenes de diversos lugares del territorio y la
provincia, por lo cual se consideró estratégico para obtener información desde las más
diversas realidades geográficas y socioeconómicas. Esos mismos datos contienen
información valiosa para determinar cuáles han sido los cambios en la subjetividad del
campesino, y por eso la pregunta por el territorio toma relevancia, entendiendo a este como
el espacio donde las estructuras y los actores confluyen y se regulan mutuamente (Santos,
1995), momento en el cual el rol de las políticas de fomento productivo toman un lugar
central, siendo el INDAP uno de los más importantes agentes de estos procesos. No se trata
entonces de realizar el ejercicio mecanicista de definir las transformaciones productivas
para luego suponer qué ocurre con los sujetos, sino de indagar ambas direcciones del
fenómeno.
2. Claves de análisis: campesinado y territorio rural
Lo primero que es necesario señalar, es que aquí se parte de una concepción del
campesinado como parte del capitalismo, o más bien, de la sociedad capitalista, tanto en
términos empíricos como analíticos, lo que quiere decir que ni a nivel de estructuras, ni de
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prácticas existe una oposición intrínseca entre campesinado y capitalismo. Al contrario,
como señalaba Ernest Mandel, uno de los más grandes intelectuales marxistas del siglo XX,
“sin el papel que han desempeñado y todavía desempeñan en el mundo las economías y las
sociedades no capitalistas o sólo semicapitalistas sería muy difícil aprehender los cargos
específicos de cada etapa sucesiva del modo de producción capitalista, etapas como la del
capitalismo británico de libre competencia… y el capitalismo tardío de la actualidad”
(Mandel, 1979, pág. 25). En consecuencia, el análisis de la situación actual del
campesinado, de su producción, su trabajo extra-predial y, en fin, de la relación entre
territorios rurales y no rurales es relevante porque permite aprehender los cargos
específicos del capitalismo tardío o neoliberal maduro de la actualidad.
Esta imbricación entre campesinado y capitalismo no tiene nada de novedosa, pues fue uno
de los principales temas de interés de los estudios “clásicos” del campesinado: Lenin,
Chayanov, Wolf, centraron su atención en esta relación, e incluso fenómenos que
parecieran novedosos del neoliberalismo, como la “externalización del riesgo en el agro”,
que es la forma particular que adopta una parte de la producción rural en el territorio de
Quinchao – la actividad alguera –, ya fueron advertidos incluso antes de la aparición de
estas teorías clásicas. Es el caso del trabajo de Karl Kautsky La cuestión agraria, publicado
en 1898 donde explicaba cómo la empresa Nestlé compraba la producción de los
campesinos de la región de Vevey, en el centro de Europa, imponiéndoles condiciones tales
que reducían a los productores a meros trabajadores a domicilio de la empresa, aun cuando
mantenían la propiedad formal de los predios. Chayanov, hacia finales del XIX había
observado que los campesinos rusos presentaban niveles de resistencia tales, que eran
capaces de bajar sus precios de producción para que las mercancías (alimentos y materias
primas) tuvieran precios finales incluso menores a los de la agricultura capitalista. Samir
Amin explica con claridad cómo este detrimiento de los precios conllevaba la
proletarización de los campesinos, aun manteniendo la propiedad formal de sus tierras: en
primer lugar, “porque la renta de la tierra (renta imputada a la propiedad) se ve anulada”, y
luego, “la remuneración del trabajo –a la que se reduce el precio de los productos – se
alinea bajo el valor de la fuerza de trabajo proletario” (Amin, 1980, pág. 40).
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Antes de seguir, cabe preguntarse cómo es posible seguir hablando de campesinos ante los
procesos de subordinación al capitalismo señalados. En otras palabras, ¿qué es lo que
define al campesino más allá de la relación histórico-concreta de la producción campesina
con el modo de producción dominante? Hasta aquí se ha definido al campesinado
básicamente en su relación con el capital y el capitalismo, pero “la existencia del
campesinado no sólo implica una relación entre el campesino y el que no lo es, sino un tipo
de adaptación, una combinación de actitudes y actividades cuyo fin es apoyar al labrador en
su esfuerzo por mantenerse a sí mismo y a su clase dentro de un orden social que amenaza
su conservación” (Wolf, 1971). En este sentido, es importante tener en cuenta algo tan
obvio como importante: la principal preocupación del campesinado, tanto individual como
colectivamente, es la reproducción de sus condiciones materiales de vida. Dicha
reproducción se juega fundamentalmente en conseguir, por un lado, los alimentos e
insumos básicos, y por otro, acceder a ciertos servicios, como educación y salud, alejados
del hogar y del predio (en este caso, en Achao, Dalcahue o Castro), y en ocasiones también
el acceso a “consumo suntuario”, que en general se trata de telecomunicaciones como TV
cable y telefonía celular. Para obtener todos estos productos y mercancías, cada familia
combina las actividades prediales con otras que se presenten en el momento: venta de
productos agrícolas, trabajo asalariado, o la venta de otras mercancías extraídas del
territorio, como la luga y el pelillo en Quinchao. A esto es lo que se refiere Wolf con la ida
de “adaptación”. Esas estrategias adaptativas son seguidas por cada familia, y por el
conjunto de los sectores campesinos de un territorio, pero no siguen una tendencia única:
“no existen procesos de cambio unilineales, sino que la proletarización o la acumulación de
capital avanzan o retroceden de acuerdo a una gran cantidad de condiciones internas y
externas al campesinado” (Rivera, 1988, pág. 31).
Rigoberto Rivera habla de estas estrategias, pero destaca lo que es común al campesinado
tanto de la actualidad como aquél que se encontraba inmerso en otros sistemas económicos
y, seguramente, en cualquier formación social: el rol del ámbito doméstico (producción
para el autoconsumo), a diferencia del ámbito predial (producción para la acumulación de
capital y/o para la comercialización). Esto es especialmente cierto en los pequeños
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productores campesinos, que es la condición de los agricultores del territorio en cuestión,
cuya mediana de hectáreas por predio es de 3,5. Según Rivera, en la pequeña agricultura “lo
que da sentido y continuidad a la mantención del campesinado es más bien al ámbito
doméstico. En estos casos se observa que el ámbito doméstico es lo más estable, mientras
lo predial es variable… En ausencia de condiciones de producción, por tanto, la fuerza de
trabajo normalmente utilizada en el predio puede ser reorientada al empleo asalariado. En
cambio, el ámbito doméstico es permanente. Por tanto, lo que da sentido y permite
identificar a un grupo de hogares como campesinos, en lo fundamental es la estructura y
orientación del ámbito doméstico” (Rivera, 1988, pág. 40).
El carácter diversificado de las actividades en las familias campesinas, repartiéndose entre
trabajo predial y extra-predial, asalariado y por cuenta propia, es un fenómeno constitutivo
del campesinado en el capitalismo, y no un fenómeno pasajero que marque una tendencia,
por ejemplo, hacia la proletarización total de los agricultores. Cuando el mismo Marx
hablaba de la acumulación originaria y del proceso de disociación entre productores y
medios de producción en el contexto del capitalismo industrial, señalaba que “la
manufactura hace brotar una nueva clase de pequeños campesinos que sólo se dedican a la
agricultura como empleo secundario, explotando como oficio preferente un trabajo
industrial, para vender su producto a la manufactura, ya sea directamente o por mediación
de un comerciante” (Íbid, pág. 636). De este modo, según Marx, la disociación no se
efectúa absolutamente de un momento a otro, ya que los campesinos no abandonan por
completo la producción directa de sus medios de existencia al mantener la agricultura para
el autoconsumo, cuestión que releva también Vio Grossi al conceptualizar categorías
intermedias entre el campesino (del modo tradicional campesino de producción) y el peón
(del modo de producción capitalista), que eran los dos extremos posibles a los que se veían
forzados los productores rurales cuando eran separados de los medios de producción (Vio
Grossi, 1990).
Si bien tradicionalmente se ha entendido que la disociación entre productores y medios de
producción genera directamente obreros libres dispuestos a vender su fuerza de trabajo a
cambio de un salario, en el origen del capitalismo la relación salarial no es fundamental,
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sino que va a ser una consecuencia posterior. Esto es clave, porque entonces cabe la
posibilidad de comprender que en un primer momento del capitalismo no sólo se
desarrollan las categorías fundamentales (burguesía y proletariado), sino que también hay
un espacio, acotado, para que los peones-campesinos (Vio Grossi) o “nuevos pequeños
productores” (Marx) puedan también desenvolverse en las dinámicas del mercado, aun
cuando lo hacen desde una posición totalmente subordinada respecto a la industria
manufacturera y del resto de la sociedad, como se ha mostrado ya.
La participación en actividades tanto prediales como extra-prediales, supone distribuir el
tiempo en ambos espacios, tanto a nivel familiar, cuando parte de los integrantes se dedican
con cierta exclusividad a la actividad extra-predial, o a nivel individual, cuando cada
persona divide su jornada entre ambas actividades. También se puede dar el caso, que es el
que ocurre en el territorio de Quinchao, de que en una parte específica del año (el verano)
se concentran las actividades extra-prediales, por lo que los recursos obtenidos por esa vía
deben ahorrarse y ser distribuidos en los meses de invierno.
Una síntesis bastante actual de la definición de campesinado es la que presenta Durston, la
cual “mantiene el elemento de unidad productiva hogareña y su base en la gestión y
explotación de los recursos naturales. No obstante, agrega dos elementos que, según
diversos estudios empíricos, son de fundamental importancia en el campesinado de todos
los países en desarrollo, a saber: la pertenencia a una comunidad local, en que las redes de
relaciones interpersonales son esenciales no sólo para las estrategias económicas de los
hogares y sus miembros, sino también para otros ámbitos cruciales de la vida humana,
como la amistad, la religión, el esparcimiento y el sentido de pertinencia. Y esto nos lleva
al segundo factor esencial en esta definición ampliada de campesinado: los integrantes de
una comunidad campesina comparten un sistema sociocultural propio, en que las creencias
y normas complementan las relaciones e instituciones sociales, y viceversa” (Durston, El
capital social campesino en la gestión del desarrollo rural, 2002, pág. 13).
En este punto, con la inclusión de la comunidad local y el sistema sociocultural propio,
Durston abre paso a la concepción territorial de la ruralidad y del espacio donde vive el
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campesinado. En este sentido, es posible decir que el territorio es en primer lugar un
espacio de interacciones económicas, y en segundo lugar, que el territorio representa a una
comunidad con un sistema sociocultural propio (aunque no limitado a lo campesino). Así
entonces, podría decirse que esta concepción inicial del territorio se enmarca en lo que
Canales denomina como la perspectiva “sistémico-comarcal, que por observar los
encadenamientos o dinámicas internas del objeto, se encuentra con el territorio como el
locus en que aquellos encadenamientos son posibles y razonables”. La idea de
encadenamiento es aquí la central, asumiendo que al territorio le es inherente una cierta
unión interna, como la que presenta Berdegué cuando se refiere a la unidad que subyace a
los distintos niveles de lo rural, a saber, el territorio, la comuna, el villorrio (intervención de
Julio Berdegué en Güell, 2005). Es evidente la conexión económica que subyace al
territorio de Quinchao, especialmente respecto a la ciudad cabecera, Achao, lo que se puede
apreciar en el dinamismo que esta ciudad adquiere con la llegada de las lanchas, tanto de
recorrido como de carga. Pero no solamente es la economía lo que le da unidad interna al
territorio, sino que también es su institucionalidad – la participación social, las políticas de
desarrollo y descentralización, hasta las instancias y formas del capital social existentes al
interior de las comunidades y entre estas y las instancias de representación2 – y su
geografía, que determina las condiciones materiales de producción, ya sea por la calidad de
los suelos o por su ubicación respecto a los espacios de mercado, lo que podría definirse
como su renta diferencial.
En un nivel de abstracción mayor, Milton Santos habla del territorio, en este preciso texto
igualándolo a la noción de espacio, y señala lo siguiente: “El espacio no es ni una cosa ni
un sistema de cosas, sino una realidad relacional: cosas y relaciones juntas. Por esto su
definición sólo puede situarse en relación a otras realidades: la naturaleza y la sociedad,
mediatizadas por el trabajo… debe considerarse como el conjunto indisociable del que
participan, por un lado, cierta disposición de objetos geográficos, objetos naturales y
2 Es notable la centralidad que toma la política entre los habitantes del territorio. Gran parte de las actividades colectivas tienen, o se le atribuyen una connotación política, la mayoría de las veces está destinada a la construcción de lazos clientelares entre las comunidades y “los políticos”. Al respecto, ver (Durston, Duhart, Miranda, & Monzó, 2005).
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objetos sociales, y por otro, la vida que los llena y anima, la sociedad en movimiento”
(Santos, 1995, pág. 28). Con este concepto, Santos elevó el concepto de territorio (o
espacio) a una categoría sociológica central, tanto para el análisis como para la toma de
posturas políticas y las decisiones de los actores respecto al proyecto de desarrollo,
específicamente de las políticas públicas que encuentran en el territorio su unidad de
acción. En este sentido, al revisar la literatura sobre territorio (Canales, 2011; Barkin, 2001;
Fernandes, 2008; Kay, 2009; Schejtman & Berdegué, 2004; Echeverri & Sotomayor,
2010), pueden ubicarse distintas posturas, que no son sólo teóricas, sino también
ideológicas, las cuales pueden sintetizarse en tres, en un continuo que va desde el
capitalismo agrario hasta el enfoque de la cuestión agraria. Cada uno de estos enfoques
tiene una concepción sobre cuál es el espacio y el actor que impulsa el desarrollo territorial,
cuál es el proceso que debe ocurriré en él respecto a los campesinos. Tienen unidades
distintas, y también presentan deformaciones particulares: reformismo, territorialismo y
comunitarismo.
Diagrama 1. Posturas y enfoques sobre el territorio
Optimista-Conservador Pesimista-Transformador
ENFOQUE CAPITALISMO AGRARIO
ENFOQUES INTERMEDIOS
CUESTIÓN AGRARIA
Espacio del desarrollo
Mercado Articulación Territorio-Mercado
Desarrollo endógeno
Actor del desarrollo
Agroindustrias Agricultores capitalistas Campesinos
Proceso fundamental
Proletarización Encadenamiento productivo
Autonomía
Nivel de planificación
Localidad Territorio Territorio
Deformación Reformismo Territorialismo Comunitarismo
El reformismo en el desarrollo rural se refiere a todos los intentos sistemáticos que se
realizan para posibilitar la inserción del territorio al mercado, fundamentalmente a través de
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la entrada de grandes sumas de capitales externos bajo la forma de agroindustrias y, en
menor medida, por el fomento al encadenamiento productivo entre pequeños productores y
el mercado externo al territorio. El territorialismo, como deformación, implicaría la
adopción de ciertos elementos centrales de las tendencias capitalista y de la cuestión
agraria, lo que provocaría contradicciones que afectarían negativamente al desarrollo del
territorio, como por ejemplo, la promoción de la entrada de agroindustrias al mismo tiempo
que el incentivo a la formación de una identidad romántica sobre lo rural. Finalmente, el
enfoque comunitarista se presentaría en aquellas comunidades campesinas que buscan
formas de enfrentar al neoliberalismo sin caer en una lógica de inserción en los mercados.
El principal propulsor de esta corriente es David Barkin, quien señala que el comunitarismo
se basa en tres principios fundamentales: autonomía, autosuficiencia y diversificación
productiva (Barkin, 2001; Kay, 2009). Estas tres corrientes, debe recordarse son opciones
políticas antes que teóricas.
3. El territorio de Quinchao y los cambios de la “nueva ruralidad”
La extensa presentación conceptual realizada, podría sintetizarse en lo siguiente: gran parte
de los fenómenos observables en el sector rural respecto a la situación y estrategias del
campesinado, puede inscribirse en tendencias que son constitutivas de la relación entre el
capitalismo y el modo campesino, y no necesariamente significan una proletarización de los
labradores, sino más bien una diversidad de estrategias adaptativas que parten de la base de
la mantención del trabajo en el ámbito doméstico y que tienen por objetivo la reproducción
y mejora de las condiciones materiales de reproducción de la familia campesina. Por otra
parte, el territorio es el lugar donde estas interacciones entre estructuras económicas,
sociales, políticas y culturales tienen lugar, tantos las que emergen desde el territorio como
las que a él llegan desde el exterior. El territorio es una unidad primero analítica, y luego de
planificación, que tiene como base sus condicionantes geográficas, su organización
institucional (desde el capital social comunitario hasta las instituciones políticas) y que, “en
última instancia”, se moldea por las transformaciones económicas y productivas motivadas
interna y externamente.
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En este contexto, los fenómenos que genéricamente se han agrupado bajo la idea de “nueva
ruralidad” son, ante todo, las expresiones que en el período neoliberal (desembridado, al
decir de Harvey) ha tomado la relación entre campesinado y capitalismo. Sobre el concepto
de nueva ruralidad existe una amplia dispersión3, pero podría referirse la síntesis de Sergio
Gómez, en vinculación con el trabajo de Arilson Favareto. Según Gómez, la nueva
ruralidad surgiría en el momento en que la estrategia de desarrollo neoliberal, con el
mercado como eje central, logra imponerse por sobre el impulso y la protección del Estado.
En esta nueva situación, destacan: “creciente diversificación de las actividades rurales (es
decir, pluriactividad y multifuncionalidad) y la importancia de los empleos e ingresos no
agrícolas en las estrategias de sustento de los campesinos y de los trabajadores agrícolas”
(Gómez, 2011). Para describir la ruralidad actual, Gómez acude a un texto de Arilson
Favareto, extrapolando a nivel latinoamericano lo que él había observado para el caso
brasileño. Estas seis características son “i) Cambios en el perfil demográfico de las áreas;
ii) la importancia de la agricultura en el escenario internacional que no se refleja en la
generación de trabajos e ingresos; iii) la metamorfosis de la cuestión agraria donde la
agricultura ya no es la principal creadora de trabajos e ingresos; iv) la convivencia de dos
formas sociales de producción; v) el territorio como unidad de planificación; y vi) el
surgimiento de una economía desde la nueva ruralidad” (Gómez, 2011; Favareto, 2009).
En el caso del territorio de Quinchao, los cambios asociados a la nueva ruralidad pueden
ubicarse en la tendencia generalizada de los procesos de modernización y la entrada de
capitales trasnacionales a los territorios rurales, lo que en otros textos se ha denominado
como “glocalización”4. El caso de Quinchao, como el de gran parte de la zona centro-sur de
Chiloé, aquejada de un minifundismo ya estructural, muestra una historia donde la reforma
agraria se mantuvo ausente en términos de expropiación y reestructuración de la tenencia
de la tierra, pero la influencia del Estado comenzó a ser decisiva, especialmente en el 3 Una buena síntesis de la discusión en torno al concepto se encuentra en la primera parte del artículo de Canales en la Revista Paraguaya de Sociología, la cual se compone de artículos que, a su vez, representan quizás las cuatro posturas más generalizadas respecto al tema rural (Canales, 2011). 4 El concepto es de Robertson, y más tarde fue ampliado por Ulrich Beck (1998) en el marco de su concepción de la globalización y el globalismo. También Santos (1995), sin enunciar el concepto, se refirió a lo mismo.
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impulso de ciertos rubros a costa de otros. En una síntesis muy general, puede decirse que
si bien el territorio no pasó por la Reforma, vivió un proceso equivalente a ella, tanto por
los objetivos que tenía el Estado al momento de intervenir como por sus consecuencias
modernizadoras.
La intervención estatal en Chiloé comienza en los primeros años de los 60’. Fue la
destrucción provocada por el terremoto de Valdivia de 1960 lo que motivó la “aparición”
del Estado por el archipiélago, hasta entonces apenas incorporado por los gobiernos en sus
políticas públicas: “El Estado chileno se hace presente para aliviar, según declaraciones de
la época, las heridas del tizón y del gran sismo que remeció la geografía isleña” (Salieres,
Le Grix, Vera, & Billaz, 2005, pág. 81). Por esos años, la situación tradicional de la
agricultura chilota, “que aún hoy día lleva la impronta de sus orígenes; [se caracterizaba por
sus] reducidos espacios para los cultivos y animales, actividades sobre el bosque y el mar,
orientación principal al autoconsumo” (Salieres, Le Grix, Vera, & Billaz, 2005, pág. 81).
Conceptualmente, la situación que más se repite en Chiloé es la “pequeña agricultura
familiar”, o, en términos de Chayanov, “unidad económica campesina” (Chayanov, 1979).
Básicamente, la agricultura chilota consiste en un sistema de rotación de cultivos que
alterna las papas con las praderas naturales, conviviendo con la crianza de bovinos y ovinos
que sirven de ahorro o fondo de emergencia para la economía familiar. Por otra parte, juega
un papel clave la solidaridad campesina, ejemplificada en la minga para la realización de
trabajos pesados e intensivos. También el complemento tierra-mar ha sido central en la
economía campesina “desde siempre”, y en general la producción en el predio y la pesca-
recolección en la playa se hacían en función del consumo de la familia, por lo que se podía
encontrar ‘de todo un poco’: “Cada chilote que iba a la esquila o a buscar trabajo a Punta
Arenas o Natales, solía llevar 10 o 20 gallinas y un centenar de huevos, además de algunas
otras cosillas sacadas de la huerta y almácigos urbanos y rurales, todo lo cual no montaba
cuatro pesos, pero sintetizan bien lo que cada familia tenía en su campito y nos da alguna
idea de la economía de los habitantes rurales” (Urbina, 1996, pág. 65). Según el relato de
los propios agricultores, en este tiempo la producción predial generaba excedentes
considerables, y en estos las familias campesinas encontraban su sustento:
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Cuando nosotros nos crecimos, mis papás sembraban harto, y ellos de lo que sembraban
también vendían, y también generaban un ingreso para seguir subsistiendo. Pero ahora la
gente está sembrando para el autoconsumo, porque en realidad el fertilizante es caro,
entonces ya como que no se siente la necesidad de sembrar tanto, si en el fondo no vas a
recuperar ni siquiera lo que perdiste. Agricultora de Putique, Quinchao
Según los propios agricultores, la diferencia principal entre ese período y el actual, respecto
a la agricultura, es la inexistencia en la actualidad de poderes compradores como antes, por
lo que no se justifica ya producir excedentes. Esto se asemeja bastante a lo que la literatura
sobre la historia agraria chilote (Ramírez, Modrego, Yáñez, & Mace, 2010; Salieres, Le
Grix, Vera, & Billaz, 2005; Urbina, 1996; CET, 2006) muestra sobre la provincia previo a
la década del 60’. Ya en los 50’ la crisis de la papa (el tizón) sumergió a la economía del
archipiélago en una profunda depresión de la cual nunca pudo recuperarse, tras lo cual
Chiloé perdió su condición de principal productor nacional de papa. Por eso, tras los
infértiles esfuerzos del Estado, la llegada de las salmoneras y pesqueras al archipiélago
durante los 80’ fue recibida con bastante optimismo por los chilotes, que prontamente se
dispusieron a trabajar en las empresas. Para 1992, eran ya más de diez mil los empleos
creados directa o indirectamente por la industria salmonera, produciendo cada trabajador
cerca de 11,8 toneladas de pescado, cifras que para el 2004 crecerían hasta cincuenta y tres
mil trabajadores, con una producción de cada trabajador directo que superaba las 15,7
toneladas.
Gran parte de los estudios que han abordado el impacto de la salmonicultura en Chiloé
(aparte de los ya citados, Amtmann & Blanco, 2001) concluye que el aumento del empleo
asalariado en las empresas ha ido en directo detrimiento de la economía campesina,
cuestión que es cierta, pero con matices. Dos situaciones se pueden encontrar típicamente
en la trayectoria por estos años: en menor medida, un abandono total del trabajo en el
predio, ya sea que esto signifique la partida de la familia a la ciudad (Curaco de Vélez,
Achao o Dalcahue) o el paso de agricultor a mero “habitante rural” (Ortega, 1987). Este es
el caso de una campesina de la isla de Meulín, que al enfrentarse a la necesidad de financiar
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los estudios superiores de su único hijo, decidió irse con su marido trabajar a la salmonera
en Dalcahue, con el objetivo de ahorrar para comenzar su propio negocio en la isla:
Yo esa plata la junté y puse mi mercado particular, porque en esa ya mi hijo ya iba
saliendo del colegio, estaba en tercero medio en Achao, y pensando que algún día podía
ser otra persona, y no seamos todos iguales, porque yo nunca tuve un estudio, solamente la
enseñanza básica y mis papás nunca tuvieron las posibilidades de mandarme a otro lado
porque no tenían, no había la plata. Y yo no quise que mi hijo quede aquí, metido acá,
como yo. Porque yo sé que lo que yo hice, luché, pero que todos no tenemos la misma
suerte. De repente a lo mejor hay otra persona que tiene mucho más fracaso en la isla y no
ha podido salir adelante tampoco. Entonces ahí empezó a estudiar él. Agricultora isla
Meulín, Quinchao.
Esta situación es bastante particular. De hecho, es importante relevar el que, tras seis meses
en Dalcahue, esta familia retornó a Meulín para instalar su mercado particular y volver al
trabajo del campo. Lo común, en cambio, fue que uno o dos miembros se fueran al trabajo
en la pesquera, quedando al menos la mujer a cargo del predio, la mantención de las huertas
y los animales. La mayoría de los relatos son de este tipo:
Ahí vinieron las empresas, ahí entró mi marido, y ya lleva 20 años trabajando ahí, en la
pesquera. Toda su vida trabajó de guardia de seguridad, lleva como 20 años trabajando de
guardia de seguridad. Y yo me dedico al campo, aquí a mi siembra, a mi huerto, a los
invernaderos, a las mermeladas, o sea hago de todo. Es que en la vida hay que hacer de
todo, porque si le va mal en una cosa… en todo no le va a ir mal. Agricultora de Palqui,
Curaco de Vélez
El abandono de la actividad agropecuaria que señalan los estudios que analizaron la
salmonicultura “versus” la economía campesina, se refleja en los rubros más tradicionales
(papas y trigo), donde el impacto fue ciertamente abrupto, pasando, por ejemplo, los
cultivos de trigo en la comuna de Quinchao desde 860 hectáreas en 1976 a 46 en 2007,
mientras que las papas disminuyeron desde 1.242 hectáreas hasta 436 hectáreas en el
mismo período. Sin embargo, estos datos no permiten hablar con propiedad sobre la
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evolución del campesinado, recordando las definiciones dadas al principio, especialmente
cuando se habló de la importancia del ámbito doméstico. Los datos que se disponen en la
presente investigación aun permiten un análisis sólo preliminar, pero son un aporte para al
menos plantear un contrapunto a las conclusiones tan categóricas que se han dado hasta
ahora. Si se analizan los datos de los rubros pecuarios y hortaliceros, lo que se tiene es una
situación un tanto distinta a la agrícola tradicional. A nivel provincial, el número de
bovinos ha aumentado sostenidamente durante los últimos tres censos agropecuarios,
mientras que en la comuna de Quinchao disminuyeron cerca de un 17% en el período 1976-
1997, pero en el período intercensal siguiente (2007), recuperaron niveles de crecimiento
moderados (3%). En el caso de los ovinos, la situación es similar entre la comuna y la
provincia: un brusco descenso entre 1976 y 1997 de aproximadamente un 50% (2,4%
anual) para luego volver a crecer en un 33% hasta 2007 (3,3% anual). El caso de las
hortalizas, fundamentalmente “huerta casera”, registra un descenso recién entre 1997 y
2007, pero en los 20 años que pasaron entre el censo de 1976 y el de 1997, las hectáreas
destinadas a esta actividad se mantuvieron prácticamente inalteradas. Es decir, los rubros
que requieren menos fuerza de trabajo y representan mayor rentabilidad o son
imprescindibles para la mantención de la dieta familiar se mantuvieron (hortalizas y
porcinos), o no han disminuido con la fuerza que el impacto del trabajo asalariado hubiera
hecho suponer (bovinos), o bien, tras una fuerte caída se han recuperado considerablemente
(ovinos).
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La encuesta realizada en el Liceo Insular muestra datos bastante interesantes respecto a la
situación de las actividades campesinas en la actualidad. En primer lugar, cabe destacar que
si bien tanto la encuesta del liceo como la CASEN 2009 muestran que la PEA ocupada en
actividades campesinas alcanza a cerca del 30%, los estudiantes que declararon la
existencia de al menos un tipo de producción campesina en el hogar alcanzaron al 67,7%,
siendo el principal de los rubros la papa con el 61,1% del total. Otros rubros de importancia
son la crianza de aves de corral, de cerdos, de ovinos y de bovinos, además del cultivo de
hortalizas. Todos estos rubros se encuentran presente entre el 40 y el 50% de los casos. Por
otra parte, el 47,7% de aquellos hogares que registraban algún tipo de producción,
señalaban que “todo o casi todo” de lo producido se destinaba directamente al consumo,
proporción que aumenta al 88,1% al incluir las categorías superiores a la mitad de la
producción. Por contraparte, sólo el 5,3% señaló que más de la mitad de la producción se
destinaba a la venta, mientras que el 55,3% seleccionó la opción “nada o casi nada”. Por
último, el 10,7% de los encuestados señaló que “nada o casi nada” de la alimentación de la
familia provenía de la producción familiar, mientras que el 64,7% señaló que al menos la
mitad de la alimentación provenía de la producción del predio.
Con estos datos, se puede plantear al menos preliminarmente que la importancia de las
actividades campesinas, especialmente de aquellas que Rivera caracterizaba como “del
0
5000
10000
15000
20000
25000
1976 1997 2007
Gráfico 1. Ganadería comuna Quinchao (cabezas)
Bovinos Ovinos Porcinos
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200
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800
1000
1200
1400
1976 1997 2007
Gráfico 2. Agricultura comuna Quinchao (hectáreas)
Trigo Papas Hortalizas
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ámbito doméstico”, sigue siendo fundamental, tanto para alimentar a la familia, como para
comerciar alguna pequeña parte de los excedentes. En este sentido, cabe preguntarse por
cuáles han sido los cambios realmente importantes en el territorio durante los últimos años
en el campesinado como sujeto social. Un tema de investigación que se abre, asociado a la
inquietud por la subjetividad, es el destino que han tenido los ingresos económicos que han
aumentado en las últimas décadas, tanto los provenientes del trabajo asalariado como
aquellos producto de la actividad alguera desarrollada durante los veranos. No son pocos
los relatos que hablan de un aumento en la inversión realizada en el predio, con recursos
provenientes de actividades extra-prediales: construcción de bodegas, invernaderos, cercos,
mejoramiento de praderas, compra de animales, son algunas de las acciones que gran parte
de los habitantes del territorio rural de Quinchao han emprendido para mejorar las
condiciones de la producción, en pos de mejorar los ingresos que por esta vía se obtienen,
aun cuando esto no signifique el “salto” hacia la comercialización de excedentes, sino
muchas veces la facilitación de las actividades campesinas. El caso del abandono del
cultivo del trigo, por ser demasiado trabajoso y poco rentable frente a los bajos precios de
la harina y el afrecho, o el fin de la agricultura orgánica, que demandaba conseguir el abono
a base de excremento animal, tierra de hoja de monte y lamilla recolectada en la playa,
muestra claramente esta tendencia, al preferir los agricultores comprar harina, afrecho o
fertilizante químico. Al preguntarle a una agricultora de Curaco cuál era la diferencia entre
la agricultura actual y la realizada antes de la llegada de las empresas, ella respondió:
La diferencia es que antes se hacía todo orgánico, era todo abono orgánico, todo que se
hacía en la casa. Ahora no, ahora es todo con fertilizante, maquinaria… La gente sabe
hacer fertilizante orgánico, pero prefieren comprar, porque es más cómodo, más limpio.
Agricultora de Los Palquis, Curaco de Vélez.
Anteriormente, la misma agricultora relataba:
Con la llegada de las salmoneras la gente perdió todo lo que era artesanía y todo lo que
era campo, el hecho de estar trabajando, tenían un sueldo mensual y el día libre se
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dedicaban a descansar, a no... Nada. Y cuando se vino el virus, en la salmonera se fue
eliminando personal y ahí tuvo que volver la gente a retomar su trabajo de casa.
Una vez que se cuente con los datos del próximo censo agropecuario, será importante
observar en qué medida se produjo este retorno a la actividad campesina después de la
crisis del salmón del 2007-2008, pero más interesante aún es determinar los cambios en la
subjetividad del campesino, o más bien, conocer al nuevo campesinado que, con mejores
condiciones de vida, con mayores exigencias de consumo e incluso con un cierto olvido de
las actividades tradicionales, ha debido retornar a ese “santuario de autonomía y
supervivencia”, como le llamó Wolf al predio en momentos de depresión económica (Wolf,
1971).
4. El INDAP y el PDTI en Quinchao
Considerando lo expuesto, se puede concluir realizando un análisis crítico de la labor de
INDAP, a partir de la experiencia concreta del Programa de Desarrollo Territorial Indígena.
Este programa ha sido impulsado por el instituto como parte de las respuestas del Estado
chileno a la ratificación del convenio 169 de la OIT sobre derechos de los pueblos
indígenas. Los principales componentes del programa son la asistencia técnica, la entrega
de bonos en insumos y materiales para el predio, y, por definición de su norma, la
generación de “acciones de cooperación que fortalezcan el capital social y cultural y la
confianza entre los grupos de usuarios” (División de Fomento INDAP, 2011, pág. 5). Estas
acciones deben cimentar las bases para el desarrollo de acciones asociativas y
emprendimientos colectivos. En este sentido, el PDTI sería el primer programa del INDAP
que incluye ciertas nociones que van más allá de lo directamente productivo, tanto por la
población a la que se destina (comunidades, asociaciones y agrupaciones de hecho
indígenas), como por las acciones de fortalecimiento del capital social y cultural. Sin
embargo, se han observado una serie de falencias tanto en el programa como en el instituto,
que van desde los principios orientadores de la política de fomento hasta la ejecución de las
actividades. Aquí se analizarán brevemente tres de las críticas más globales.
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La primera crítica, es que el instituto y las entidades asociadas a él en la ejecución de sus
programas, carecen de una mirada reflexiva sobre el territorio y el impacto de las acciones
de fomento en los usuarios. El INDAP se jacta de ser una entidad “técnica”, entendiendo
con esto que todo su actuar tiene que ver con la mejora de rendimientos productivos y, en
gran parte de los casos, la comercialización de la producción. Con esto, el instituto ha caído
en un economicismo preocupante, limitando su mirada del desarrollo a verificadores que no
siempre se relacionan con una mejora real de la calidad de vida de los usuarios. Mark
Granovetter (1985) hablaba de cómo, más allá de la institucionalización y relativa
independencia que habría tomado el mercado en el capitalismo avanzado (Polanyi, 1989),
la acción económica siempre se encuentra “incrustada”5 en la trama de relaciones sociales
que constituyen la sociedad mayor, razón por lo cual estas acciones no sólo son
determinadas por el cálculo racional costo-beneficio, sino por una serie de otros factores.
Por esto, limitarse a los criterios técnicos de la producción y la actividad predial (la acción
económica en este caso) es un error y una simplificación que incluso atenta contra el
sistema ideológico y cultural de los usuarios (comunidades indígenas, para el PDTI). Es
decir, el instituto cae reiteradamente en el error del “territorialismo”, al impulsar al mismo
tiempo acciones de “rescate cultural” y un giro en las actividades económicas tendientes a
una racionalidad inexistente en esa cultura territorial que se quiere rescatar. Quizás por esto
mismo es que las acciones de INDAP y sus programas no han tenido los efectos esperados,
pues su lógica está todo el tiempo tensionándose con las bases de la comunidad campesina,
sin tener mayor impacto en la población (o peor aún, reduciéndose su actividad a un
asistencialismo vicioso).
La segunda crítica, está en que el enfoque que ha tenido INDAP asume la existencia de
campesinos cuyas características están ausentes en el territorio, y probablemente en gran
parte del país: pareciera ser que la formulación de la política y los programas, desde
Santiago, alcanza a mirar sólo sus alrededores. La realidad del valle central no tiene nada
que ver con la de Chiloé o Quinchao6. Los rendimientos productivos, el tamaño de los
5 “Embeddedness” 6 Por lo demás, este es un error reiterado de los programas de fomento en el archipiélago. A propósito del actuar estatal durante la crisis de la papa y los efectos del terremoto de 1960, Urbina señala que la
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predios, las posibilidades de comercialización son todos factores que atentan contra el
tránsito de los campesinos por el continuo autosustento-comercialización que postula la
norma del programa y que se traduce en la segmentación de usuarios con la que opera (el
85% de los usuarios del programa en el territorio de Quinchao pertenece al segmento de
autosustento). En 1987, a partir de algunas entrevistas publicadas de altos personeros de
INDAP y del Ministerio de Agricultura, Ortega concluía que para el, por ese entonces,
nuevo modelo de desarrollo, los “verdaderos agricultores” no se encuentran en la pequeña
agricultura. Aquellos campesinos que explotan predios de unas pocas hectáreas, para usar
los términos del neoliberalismo, no pueden ser los emprendedores que den la fuerza motriz
a la economía. Han pasado de productores a “simplemente” habitantes rurales, incluso para
la estadística. “Según este criterio, provincias tan agrícolas como Chiloé, no tendrían ni
campesinos, ni agricultores, sino una multitud de habitantes rurales” (Ortega, 1987, pág.
197). Veinticinco años después, esta conclusión sigue con una frustrante vigencia.
Por último, una tercera crítica que se le puede realizar al instituto, es la insistencia en
fomentar y apoyar siempre sólo un rubro por agricultor, para que este tienda a concentrar
sus esfuerzos en esa actividad. Por ejemplo, si el diagnóstico indica que el rubro principal
de un productor es la papa, una serie de obstáculos surgen cuando el campesino pide
asistencia para obtener forraje para los animales, o un invernadero para la huerta. Habiendo
quedado demostrado que, aún hoy, el campesinado chilote se define por su actividad
doméstica, que se basa en la diversificación productiva, persistir en el fomento de la
monoproducción es un grave error que, entre otras cosas, pone en jaque la relativa
autonomía que representa el predio para el suministro de alimentos al hogar campesino. En
este sentido, es más probable que un agricultor por sus propios medios obtenga el forraje o
construya el invernadero antes que le dedique mayor exclusividad al rubro que el instituto
determinó como prioritario.
preocupación de los gobiernos y los diseños de las políticas tropezaban “con una realidad que exigía planes más realistas y distintos de los aplicados en otras regiones del país. Lo que daba resultados en Cautín no servía en Chiloé. Era obvio, pero no siempre se reparaba en eso” (Urbina, 1996)
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En definitiva, lo que falta en INDAP es anteponer el desarrollo de las familias campesinas y
la mejora de la calidad de vida de estos, mediante la actividad productiva de los ámbitos
doméstico y predial, al éxito de sus propios programas, que en su excesivo centralismo
pierden potencialidad. Evidentemente no se trata de una crítica a las voluntades de quienes
trabajan en estos programas, sino de enfatizar la importancia de la reflexión constante por
parte del instituto y las entidades ejecutoras para que cada uno de ellos pueda tener la
certeza de que la actividad que realiza efectivamente incide en una mejora integral y
sustentable de la calidad de vida de los campesinos.
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