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176
 .BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS Declarada de ikteiés nacional 43 ESTA COLECC lÓN SE PUBLICA BAJO 1.0s AllSPlClOS ALTA DlR ECC ldN DE LA PON TlFlCIA UNI\ ERSIDAD DE SALAMANCA 1A COMISI6N DE DICHA PONTIFICIA UNIYER SIDAD ENCARGADA DE L INMEDIATARELA C16N CON LA AC EST INTEGRADA EN E L N O 1982 POR LOS SENORES SIGUIENTES: PRESIDENTE Emmo. y Rvdmo. Sr. Dr. VICENTE ENRIQUE Y TARANC6N. Cardenal Arzobispo de Madrid Alcald y Gran Canciller de la Universidad Pontificia VICEPRESIDENTL: Ilmo. Sr. Dr. JUAN LUIS ACEBAL LUJAN, Rector Magnifico. VOCALES: Dr. ALFONSO ORTEGA CARMONA icerrector Aca ddmico: Dr. RAMON REVIJANO ETCHEVERR~A. Decano de la Facultad de Teología; Dr. JUAN SANCHEZ YSANCHEZ, Decano de la Facultad de Derecho Canónico; Dr. MANUEL APELO MARTINEZ. Decano de la Facultad de Ciencias Polílicar y So ciología; Dr. SATURNINO LVAREZ URIENZO ecano de la Facultad de Filosofía; Dr. JOSÉ ORO2 RETA. Decano de la Facultad de Filología Bíblica Trilingüe; Dr. JORGE SANS VILA. Decano de la Facultad de Pedagogía; Dr. GERARDO PASTOR RAMOS. Decano de la Facultad de Psicología; Dr. ROMAN SANCHU CHAMOSO. ecretario General de la Universidad Pontificia. SECRETARIO: irector del Departarnenlo de Publicaciones. LA EDITORIAL CATOLICA S. A . PARTADO 66 MADRID MCMLXXXll K ROL WOJTYL L RENOVACI~N EN SUS FUENTES Sobre la aplicación del Concilio Vaticano Z Z BIBLIOTECA D E AUTORES CRISTIANOS MADRID MCMLXXXll

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.BIBLIOTECA

DE

AUTORES CRISTIANOS

D e c l a r a d a d e i k t e i é s n a c i o n a l

43

E ST A C OL E C C lÓN SE PUB L IC A B AJ O 1.0s A l l S P l C l O S A L T A

DlR E C C ldN DE L A PON T lFlC IA UNI\ E R SIDAD DE SALAM ANC A

1A

COMISI6N

DE

DIC HA P ON T IF IC IA

U N I Y E R

S I D A D

ENCARGADA DE L I N M E D I A T A R E L A

C16N

C ON LA

AC EST I N T E G R A D A E N

E L

NO 1982 P OR L OS S E NO R E S S I G U I E N T E S :

P R E S I D E N T E

E m m o.

y

R v d m o .

Sr.

Dr.

V I C E N T E E N R I Q U E

Y T A R A N C 6 N .

Cardenal Arzobispo de Madrid Alcald y Gran

Canciller de la Universidad Pontificia

VICEPRESIDENTL:

I lmo. Sr.

Dr. J U A N L U I S A CE B A L L U JA N ,

Rector Magni f ico.

VOCALES: Dr. A L F O N S O O R T E G A CARMONAicerrector Aca

ddmico: D r . R A M O N

R E V I J A N O E T C H E V E R R ~ A .

Decano de la

Facultad de Teología; Dr.

J UAN SANC HE Z YSANC HE Z ,

Decano

de la Facultad de Derecho Canónico;

Dr.

M A N U E L APELO

M AR T INE Z .

Decano de la Facultad de Cien cias Polílicar y So

ciología;

Dr.

SATURNINOLVAREZ URIENZOecano de la

Facultad de Filosofía;

Dr.

J OS É O R O 2 R E T A . Decano de la

Facultad de Filología Bíblica T riling üe;

Dr.

JORGE SANS

VIL A.

Decano de la Facultad de Pedagogía;

Dr.

GERARDO

PASTOR

RAMOS.

Decano de la Facul tad de Psicología;

Dr. R O M A N S A N C H U

CHAMOSO.ecretario General de la

Universidad Pontificia.

SECRETARIO:irector del Departarnenlo de Publicaciones.

LA

EDITORIAL CATOLICA S. A. PARTADO 66

M A D R I D M C M L X X X l l

K ROL WOJTYL

L

R E N O V A C I ~ N

E N SUS F U E N T E S

Sobre la aplicación del

Concilio Vaticano ZZ

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS

M A D R I D M C M L X X X l l

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T í t u l o d e l a e d i c i ó n o r i g i n a l : U

PODSTAW ODNOWY

Studium

o

realizacji Vaticanum

II K r a k ó w

1972

La t r a d u c c i ó n h a s i d o r e a l i za d a p o r Jose L u i s L E G A Z A

I

Librcria Editricc Vaticana. Ciudad del Vaticano 1981

dr la edición española: Biblioteca dc Autores Cristianos

dr

La

Editorial Católica.

S

A. Madrid 1982

Mateo Inurria. 15

Depósito legal: M. 16.673-1982

ISBN

W220-1051-8

Impreso en Esparla. Printcd in Spain

I N D I CE G E N E R L

PRIMERA

PARTE

SIGNIFICADO FUNDAMENTAL DE LA INICIACION

CONCILIAR

CAP ITUL O .-Postulado del enriquecimiento de la fe

CAP ITU LO 1.-La fe como don de Dios

y

actitud consciente

del hombre

3

CAPITULO 11.-Fe

y

dizílogo 19

CAP ITU LO V.-Conciencia de la Iglesia como fundamento de la

iniciación mn al ia r 27

SEGUNDA PARTE

FORMACION DE LA COMCIENCI

C A P ~ T U L O.-Conciencia de la creaci 6n

35

C A P ~ T U L O1.-Revelacibn de la Santlsima Trinidad

y

concien-

a de la salvaei6n 43

C A P ~ T U L O11. Je su c r i s to

y

la wnciencia de la redend

h

53

1. La redención com o realidad perennemente referida al

hombre en e l mundo 55

2 La redención como realidad siempre presente en la

Iglesia

66

3 María en e l mister io de Cris to y de la Iglesia 79

C A P I T ~ J L OV.-Co nciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios 89

l. La vocación de la persona en la comun idad 91

2 Conciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios

ad intra

ad extra 97

3

Com unib n vinculo propio de la lglesia com o Pueblo

de Dios 107

4

Koinonía

y

diaconía

en la constitución jerárquica de la

Iglesia 117

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Pdgs

APITULO .-Cie naa hlitbriea y escatologia en la Iglesia

mmo Pueblo de Dios

125

1

Historia de la salvación 126

2. Evolución del mundo

y

crecimiento del reino 133

3. Carkcter cscatol6gico de la Iglesia: restauración del

mundo 142

4

Significado de la santidad. Maria, figura de la Iglesia 151

C R E A C I O N D E A C T i T ü D E S

CAPITULO.-Mlslh

y

testimonio como fundamento del

m -

quecimiento la fe

...

163

CAPITULO1.-AnPIlsis de la actitud de partldpnelóo

177

1. Munus sacerdotale: Participación en el sacerdocio dc

Cristo 179

a

Participación en el sacerdocio de Cristo 179

b Significado de la liturgia 186

2 Munus prophericum: Responsabilidad respecto a la

palabra de Dios 196

3. Munus regale: Fundamento de la moral cristiana 209

CAPITULO11.-Actitud de identidad humana y reepoasnbllidad

alstiana 219

l. Identidad

y

solidaridad 220

2. Ambitos principales de la responsabilidad cristiana 233

i

CAPITULOV.-Actitud ecuméniea

251

CAPITULO .-Actitud sp0st6lica 267

. Apostolado 268

2. Formacion 282

CAPITULOI. -C om tn ie db de la Iglesia mmo mmunidad 295

l. Sintesis de las estructuras

y

de las actitudes

296

2. Caracteres especificos de la comunidad cristiana: 318

3. Comunidad eclesial

y

libertad religiosa 326

S I G L A S

CI

=Constitución dogmática Lumen genrium. sobre la Iglesia.

CL =Constitución Sacrosancrum Concilium, sobre la sagrada

liturgia.

CM

=Constitución pastoral

Caudium et spes,

sobre la Iglesia en

el mundo actual.

CR

=Constitución dogmktica Dei Verbum. sobre la divina reve-

lación.

DAS

=Decreto

Apostolicam acruositarem.

sobre el apostolado de

los seglares.

DCS

=Decreto Inter mirifica. sobre los medios de comunicación

social.

DE

=

Decreto

Uniratls redintegrario.

sobre el ecumenismo.

DEC

=

Declaración Gravissimum educarionir. sobre la educación

cristiana de la juventud.

DFS =Decreto

Optotam rotius,

sobre la formación sacerdotal.

DIO

=Decreto

Orientalium Ecclesiarum.

sobre las Iglesias orienta-

les católicas.

DLR =Declaración Dignitalis humanae, sobre la libertad religiosa.

DM

=Decreto

Adgenles divinitus.

sobre la actividad misionera de

la Iglesia.

DMVS

=

Decreto

Presbyterorum Ordinis.

sobre el ministerio

y

vida

de los presbiteros.

DO =Decreto Christus Dominus. sobre el oficio pastoral de los

obispos.

DRNC =Declaración

Nostra aerate.

sobre las relaciones de la Iglesia

con las religiones no cristianas.

DVR

=Decreto

Perfectae cariratis.

sobre la adecuada renovación

de la vida religiosa.

V l l l

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I N T R O D U Z O N

Un obispo que ha participado en el Concilio Vaticano 11 se

siente en deuda con él. Es evidente. El Concilio, aparte de los

beneficios que se le han atribuido y seguirán atribuykndosele,

tiene un valor y un significado único e irrepetible para cuantos

han tomado parte en él

y

lo han puesto enpráctica, sobre todo

para los obispos, los padres conciliares. Participando activa-

mente durante cuatro aaos en el Vaticano 11 y elaborando sus

textos, lograron al mismo tiempo enriquecerse espiritualmente

en virtud de ese Concilio que estaban viviendo. La propia ex-

periencia de una comunidad universal constituía para cada

uno de ellos un inmenso bien, de alcance histórico. La historia

,

del Concilio -algo que sólo más tarde podrá ser escrito

exhaustivamente- estaba ya presente como acontecimiento ex-

cepcional en el ánimo de todos los obispos que tomaban parte

en él, a lo largo del período que va de 1962 a 1965; absorbía

por completo sus pensamientos, estimulaba su responsabilidad

y constituía una experiencia excepcional, en el marco de una

realidad profundamente vivida.

t

De esta experiencia -cancelada históricamente, pero espi-

ritualmente viva- brota inexcusablemente la exigencia de co-

rres onder a la deuda contraída, Y si nos preguntamos con

quien la emos contraído, vamos derechos -incluso pasando

por todas las personas, enunciados, mentalidades, actitudes,

prospectivas y toda la realidad visible de la asamblea

conciliar- hasta aquel que es el Invisible, el que incesante-

mente cumple la promesa hecha un día a los apóstoles en el

cenáculo: El os enseñará todo y os recordará cuanto yo os he

dicho (Jn 14,26).

Mediante la compleja experiencia del Concilio hemos con-

traído una deuda con el Espíritu Santo, con el Espíritu de

Cristo. Ese Espíritu que es el que habla a la Iglesia (cf. Ap 2,7)

y

cuya palabra durante el Concilio, y en su virtud, fue espe-

cialmente expresiva y decisiva para la Iglesia. Los obis os

miembros del Colegio, que han heredado de los apostoles a1;i

promesa que hizo Cristo en el cenáculo, están esvecialmente

obligados a ser conscientes de la deuda contraída con la pala-

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b ~ ~ I E w í r i t ~ . ~ ~ ~ ~ i I ~ u e ~ ~ . L o L o ~ ~ e

st xn nlip r

traducir

al lenguaje humano laqalabra de Dios. Esta expresión,-en

cuanto que es humana, puede ser imperfecta y estar abierta a

formulaciones siempre m ás exactas, pero es, al mismo t iempo,

auténtica, ya que contiene precisamente lo que el Espiritu

dice a la Iglesia en un determin ado mom ento histórico. De

este modo, la conciencia de la deuda procede de la fe

y

del

Evangelio, que nos permiten poner la palabra de D ios en len-

guaje humano contemporáneo, conectándola con la autoridad

del supremo Magisterio de la Iglesia.

Cristo dijo: Yo estoy con vosotros todos los dias hasta el

fin del mundo (Mt 28,20 . Palabras estas que han reverdecido

nuevamente en el Concilio.

La conciencia de la deuda con el Concilio va unida a la

necesidad de dar una resouesta. Es la fe la aue la exige. Y así

t iene que ser, dado que su esencia es una respuesta a la

a

bra de Dios, a lo que el hspiritu habla a la Iglesia. Por lo

tanto, cuando nos reterimos a la actuacion del Concil io, se

trata, en Último análisis, única

y

s ol am e nt e, d e e st a r e s ~ e s t a .

L a p ro sp e ct iv a vá li da p a r a v a lo ra r el v r o b l e m a l a d e l a

fe, es decir, su estructura vital en cada cristiano. De esta pros-

p e c t i v a l a onciencia de la deuda que hay

que pagar .

Y

si esta conciencia está viva en todo cristiano,

mucho más ha de estarlo en el obispo, ya que se trata de la

respuesta a la palabra del Espiri tu, a la expresión humana de

la que él mismo ha part icipado. En cuanto miembro del Con-

cil io, es test igo y, a la vez, deudor de esta palabra. Por el lo

debe sentir una auténtica responsabil idad con respecto a esa

respues ta integral de la fe, qu e la Iglesia el mu ndo han de

dar a la palabra del Señor, a la palabra del Espiri tu. En esto

consiste la continuidad del test imonio que procede del ce-

náculo.

Seria un error no tener en cuenta la actuación del Vatica-

no 11 en cua nto respuesta de la fe la palabra del Sefior trans-

mitida por este Concil io. Hay que auspiciar que la idea con-

ductora de la actuación del Vaticano 11 sea la que busca la

renovación emprendida por el Concil io como un a etap a histó-

rica de la autorrealizaci6n de la Iglesia. Y es que la Iglesia, a

.través del Concil io, ha especificado n o sólo qu é es lo que pien-

.-~ -

sa de s i misma, s i no t ambi én de aué manera qu ie r e r e a l i z a r~ a

si misma. La doctrina del Vaticano 11 aparece com o una ima-

g-pada a nu estro t ie mp o, de esa au to rre aliz ac ió n d e la

Iglesia, imagen que de diversas mane ras ha de penetrar en las

almas de todos los miembros del Pueblo de Dios. Si alguna

vez em plea mo s el término iniciación conciliar , lo hacem os

precisamente en este sentido. Iniciación quiere decir, o bien

introducción , o bien inequiv ocam ente participación en el

misterio . El obispo, testigo autén tico del Con cilio, es aquel

qu e cono ce su misterio , razón po r la cual carga principal-

mente con la responsabilidad de introducir e iniciar la realidad

del propio Concilio. Siendo, como es, maestro de la fe, le co-

rresponde principalmente exigir esta respuesta de fe, que debe-

ria co nstituir el f ~ t oel Concil io y la base de su actuación.

Este l ibro ha sido concebido com o un ensayo de inicia-

ción . No trata de ser un come ntario a los docum entos del

Vaticano 11, pues eso es tarea de los teólogos, quienes, por lo

dem ás -y hasta en Polonia- lo están infatigablemente ha-

ciendo. Este l ibro po dría considerarse más bien com o un vade

mkcum

que sirva de introducción a los

no 11, s i bien s iempre desde el ~ u n t o e vista de su actuación

en la vida y en la f e de la Iglesia. Por últ imo, este l ibro hay que

'considerarlo no como un trabajo cientifico, sino como un am-

plio documen to de trabajo en el ambito de la actividad de la

Iglesia

en el mundo, y en particular de la polaca. No olvide-

mos que la Iglesia busca en si misma y en el mundo una ade-

cuación a la verdad del Concil io, al soplo del Espiri tu que la

ha invadido.

Ofrendo y dedico este l ibro, muy especialmente a quienes

en la Iglesia de Cracovia me han ayudado desinteresadamente

y colabora n conmigo, en mi calidad de obispo, a poner en acto

el Vaticano 11.

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PRIMER

RTE

SIGNIFIC DO FUND M ENT L

DE

L ZNICI CZON CON CILI R

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C A P ~ T U L O

POSTUL DO DEL ENRIQUECIMIENTO DE

L

FE

En la base de la actuación del Vaticano

11

es decir, en la

renovación conciliar, hay que colocar e@rincipio)del enrique-

to una aclaración.

Esta clarificación reside en cierto modo en el hecho mismo

del Concilio y en su finalidad esencial. Entre los documentos

del Vaticano 11, la constitución sobre la revelación divina

ei

Verbum

es la que mejor ilustra el tema.

.La Iglesia camina a través de los siglos hacia la pleni-

tud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plena-

mente las palabras de Dios. (CR 8).

Esta tendencia de la Iglesia indica, a la vez,

la orienrncidn

Desde este punto de vista fundamental hay que juzgar la

realidad del Concilio Vaticano 11 y buscar los caminos de su

realización. Este criterio es el más adecuado y el que mejor se

corresponde con la realidad del Concilio, que, como acto del

Dios en la Iglesia (cf. Mt 7.24 27; Lc 6,649) . Las demás for-

mulaciones más bien parecen presentar aspectos parciales

y

secundarios respecto al esencial. No .ay ninguno que determi-

ne. mejor el proceso de autorrealización de la Iglesia que la

realidad de la fe y su enriquecimiento gradual. Sobre todo en

este punto hay que extremar la atención, en busca de su clave,

para comprender el pensamiento del Concilio y de cuantos es-

fuerzos se han hecho para realizarlo. Esfuerzos diversos y

cuantiosos, que conocemos gracias a las actuales facilidades

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informativas, pero que t ienen qu e corresponder a la verdadera

finalidad del Concilio, que es la que integralmente se busca.

El propio concepto d e enriquecimiento en la fe puede pare-

cer demasiado audaz si se t iene presente el gran número de

voces que se elevan acerca de la crisis de la fe, acerca de la

debilitación del sentido religioso, etc., voces que, por lo de-

más, han hallado eco incluso en los documentos del Vatica-

no 11. Por eso conviene precisar en qué sentido vamos a hablar

en este libro del enriquecim iento de la fe y

en quésentido enten-

demos el postulado fundamental de la actuacron de ~o nc ilE .'- A-

este respecto hay qu e adq uirir

concienci

exacta n o solo de la

finalidad esencial del co nc ilio -como ya se ha indicado-,

sino tambien de la t inatidad especifica que determinó la con-

vocsoria del Concil io Vaticano 11 y que, consecuentemente,

tuvo especial influencia en su deiarrollo v su carácter.

~ a n i ouan XXIII, q ue conv ocó el Concil io, com o su suce-

sor

y

la asamblea de los padres, han subrayad o frecuentemente

que este Concil io era an te todo pastoral y que, por tanto,

era necesario dirigir sus trabajos y tomar las decisiones en vir-

tud de esta situación. Tal circunstancia ha de estar presente

cuando de los trabajos del Concil io -que en si mismos cons-

t i tuyen una unida d completa- pasam os al trabajo de la Igle-

sia, que trata de autorrealizarse en el espiritu conciliar. Así,

pues, a la luz de los fines del Vaticano 11 - q u e ha querido ser

pastoral por encima de todo- es com o debemos considerar

nuestro po stulado del enriquecimiento de la fe y colocarlo

como base de cualquier actuación del Concil io y de cualquier

renovación.

Cabe decir que, en la historia de la Iglesia, todo concilio ha

sido oastoral, incluso por el hecho de que los obispos reuni-

dos. bajo la guía del Papa, son pastores de la Iglesia. Magiste-

rio significa enseñanza basada en la autoridad; enseña-ue

s la misión de los apóstoles y de sus sucesores, pues es parte

y, más aún, misión de su ministerio. Esta enseñanza, en su

contenido esencial , se ret iere a ias cuestiones de la te y de la

moral; es deci r, q U C T m m o nay qu e creer y, por lo tanrb,

m e m o s e viv ir se gu n e st a t e. La d oc tr in a d e la fe

y

de la

m ñ 5 ? n s t i t u y e l contenido de la

enseñanza de los pastores de la Iglesia, de forma que, por un

lado, los actos de

m1

del Manisterio tienen sinni-

ficado pastoral, y por otr o. lo s -diante su

protunda radicación en la fe y la moral, tienen significado doc-

t G stos actos de carácter pastoral contienen la doctrina

qu e la Iglesia anu ncia -y frecuentem ente la evidencia más-

buscando esencialmente alcanzar la plenitud de la verdad divi-

na (Jn 16,13).

Todo esto encuentra excepcional confirmación en el V

can o 11, qu e, con serv and o el carácter pastoral -más aú n, pre-

cisamen te en razón de su finalidad pastoral-, ha desa rrolla do

am ~ l i am ent e a doc t ri na de l a f e y consiguientemente, ha

puesto los cimientos de

s u e n r i a u e c i m i e n t ~

En la consideración de este objetivo fundam ental del Con-

cilio, objetivo que los padres de la Iglesia, reunidos junto a la

tum ba de San Pedro, tenian p or encima d e todo ante sus ojos ,

conviene también introducir otra dist inción que ha de permi-

tirnos profundizar en el propio significado pastoral del Conci-

lio. Es el caso que, examinando el conjunto del magisterio

conciliar, vemos cóm o los a s e la Iglesia tenian como

meta no sólo y únicamente responder a la pregunta de en qué

ue creer, de cuál es e l w a

o cosas por el estilo, sino que buscaban sobre

todo dar respuesta a otra pregunta más compleja: qué si~ nif ica

ser cre ente, ser católico, ser miembro de /o&lesia.

Y

se de&-

c ? e n l amplio contexto del

mun do actu al , de acuerdo , por cierto, con lo que exige la com-

plejidad de la pregunta.

La pregunta de qué quiere decir ser miembro creyente de

Ia;Iglesia es, des de luego, dificil y com pleja .

Y

lo es no sólo

porque p r esupone l a ~ r o o i a e rdad de l a

k

l a pura doct r ina,

s ino porque exige que es ta verdad se im ~l an te n la conciencia

1 hom bre y quede bien definida la acti tud o. mejor dicho, las

ersas acti tudes que consti tuyen el hecho de ser miembro

creyente d e la'glesia. Diriamos que en esto

el carácter pastoral del magisterio conciliar, correspondiente al

fin pastoral que S e propuso el Concil io. Un concil io pura-

mente doctrinal habria concen trado preferentemente su aten-

ción en precisar el significado de las propias verdades de la fe,

mientras que un concilio pastoral, sobre la base de las verda-

des que proclama, recuerda o esclarece, se propone ante todo

brindar un estilo de vida a los cristianos, a su mod o de pensar

y

de actu ar. P or eso es necesario llevar a la práctica el Concilio

con la m irada puesta en este est ilo. En elpresen te estudio. que

trat a de ponerse al servicio de esa actuación el Vaticano 11,

retendemos

fijar nuestra atención en la c m e los cris-

anos y en las actitudes que deben adoptar. Estas acti tudes, qu e

proceden de una conciencia crist iana debidamente formada,

pueden, de alguna mane ra, 'considerarse conio la prueba

auténtica de que el Concil io funcion a. En esta dirección es en

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LA F C O M O D O N D E D I O S Y ACTITUD CONSCIENTE

DEL HOMBRE

Habl ando de l p i q ue c i m i en t o de la f e

y

considerándolo

como po stulado fundamental d e la Iglesia, nos damo s cuenta

claramente de que estamos tocando la realidad sobrenatural .

de un encuent ro, únicoen su nénero. cuvo

u c w S re -

ción de sí mismo oor narte de Dios.

*Quiso Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a si

mismo

y

manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef

1,9)m (CR 2).

Así leemos en la constitución dogmática acerca de la reve-

lación divina. Es éste uno de tantos pasajes, tomad os del am-

plio texto concil iar, que hablan de la&iciativa de Dios de en-

contrars e con el hom bre. El hecho d e la ,revelación Darece

sobre onerse al hecho de la creación, formando sí una nueva

imension e este encuentro; dimensión a la vez sabren

atural e

=l.

.Dios, creando y conserv ando el universo por su Pala-

bra (cf. Jn 1,3), ofrece a los homb res en la creación un

testimonio perenne de si mismo (cf. Rom 1,19-20); que-

riendo ademas abrir el camino de la salvación sobrena-

tural , se reveló desde el principio a nuestros primeros

padresn (CR 3).

Según doctrina explíci ta del Vaticano

11

la fe es una res-

puesta part icular del hombre a la r

si mismo.

*Cu and o Dios revela, el hom bre t iene que someterse

con la fe (Ro m 16,26; cf. Ro m 1,5; 2C or 10,5-6)

-leemos a continu ación en el mism o documento-, con

lo cual el hom bre se entrega entera y libremente a Dios,

le ofrece el homenaje total de su entendimiento

y

vo-

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luntad , asintiendo librem ente a lo que Dios revela,,

(CR 5 .

La fe, según esto, no es únicame nte respuesta del intelecto

a u na verdad abstracta. Incluso la exacta afirmación de que tal

respuesta depende de la voluntad, no acaba de decirnos todo

acerca de la realidad de la fe. La obedien cia de la fe no hay

aquella facultad del alma humana. sino

es tr uct ur a ~e r s on a l e l

o debida respuesta del hombre a la revelación de si mismo

por parte de Dios consiste en el abandono en Dios por parte del

hombre.

Esta es la verdadera diimensión de la fe, cosa que no

onsistes(- en aceptar un determina do contenido, &o

aceptar la vocación misma y el sentido de la existencia. Por

eso, esto le supon e al ho mbre, al menos co mo principio y pre-

misa existencial , que, en la fe, disoone de sí abandonándose

enteramente a Dios. Esta dimensión de la fe es sobrenatural en

el sentido estricto de la palabra.

'<Para da r respuesta de la fe -leemos- es necesaria la

gracia de Dios, que

s

adelanta y nos a yuda, junto con el

auxilio del Espíritu Santo, que mueve el corazón y lo

dirige a Dios Para que el homb re pueda comprender

cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu

Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones.

(CR 5 .

Es precisamente esta dimensión fundam ental de la fe, di-

mensión que brota de la real idaa sobrenatural donde se hal la

Dios, la que sobre tod o hay q ue tener continuame nte presente

cuan do se habla de su enriquecimiento. Y es qu e se trar-lo

que const i tuye, siempre y b a ~ oodo s 10s aspectos, la esencia de

este enriquecimiento de la fe, y lo que debemos considerar al

analizar tanto su contenido como su momento existencial .

Trata mos aqui de hacer lo uno lo otro. El enriquecimiento

esencial de la fe en todos sus aspectos debe realizarse en esa

dimensión fun damen tal que viene puesta nuevamente de relie-

ve por la constitución sobre la revelación.

En es trecha conex ión con esto hemos de exam inar la partici-

pación del hombre en tal enriquecimiento.

o

declaración acerc a

e

la llbertod religiosa.

en sus dos p artes,

ha arrojado nueva luz

sobre este tema.

La primera parte enuncia el principio general

de la libertad religiosa basándose en el análisis de la propia

actitud religiosa, mientras la segunda lo hace a la luz de la

revelación. Común a ambas partes es la afirmación de que

.

existe una e s u e v l hombre como

fundamental aqui .

<<El cto d e fe es voluntario po r su p ropia naturaleza,

ya que el hom bre no puede adherirse a Dios, que se

revela a sí mismo, a menos que, atraído por el Padre,

r inda a Dios el obsequ io racional y libre Los hombres

deben r e s ponde r a D i os c r eyendo voluntaria mente^^

(DLR 10).

.Dios, ciertamen te, llama a los homb res a servirle en

espíritu y en verdad. Por este l lamamiento quedan el los

obligados en conciencia, pero no accionados. Porque

Dios t iene en cuenta la dignidad de la persona humana,

que El mismo ha creado, y que debe regirse por su pro-

pia determinación

y

usar de libertad. (D LR 11).

Y refir iéndose luego al modo de actuar de Cristo, quien

con su muerte y resurrección y, finalmente, envian do al Es-

píritu Sa nto, cump limentó

y

com pletó la revelación (CR 4),

la declaración sobre la libertad religiosa enseña:

-(Cristo) dio, en efecto, testimonio de la verdad, pero

no quiso imponerla por la fuerza a los que la contrade-

cian; (DL R- 11).

-

< La

evelación manifiesta la dignidad de la persona

humana en toda su ampli tud, demuestra el respeto de

Cristo a la l ibertad del h ombre en el cumplimiento de la

obligación de creer en la palabra de Diosn (DLR 9 .

a participación del hombre en este encuentro con Dios. en-

cuentro constitutivo de la fe es totalmente personal.

Lo demues-

tra la declaración sobre la libertad religiosa, que desarrolla, a

su vez, las afirmaciones de la constitución acerca de la revela-

ción divina. Estas afirmaciones se refieren al tema de la fe, es

decir , del hombre como sujeto de encuentro con Dios que se

revela a sí mismo, y marcan la profundidad específicamente

hum ana aue imulica la fe y en este caso, la dimensión particu-

lar de

la

p o s q n á i a ; q - e n la fe c on sc ie nk s e m a o i f k t a

en toda su plenitud. Precisamente desde este punto de vista del

sujeto personal se deben examinar también la posibilidad v la

exigencia del enriquecimiento de la fe. Y esto es tanto más

-acano 11 nos brinda

sólidas bases parael lo. Por eso conviene considerar la puesta

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en acto de esta doctrina como empresa f u n d a m e n ~ d e l ~ e -

novación conci@r. sc trata de nada complctamrnte nuevo.

ya que se inscribe en

pro~iáTendciiCiadFsiempr~fo?mar

el-do catolicismo consciente y las enXCRzascon?iliares

nos permiten afrontarlo con mayor valentia y responsabilidad.

Y ello en virtud de la declaración acerca de la libertad religio-

sa, que realiza un agudo análisis del acto religioso, a cuya luz

resplandece plenamente el significado personal de la respuesta

que damos, en la fe, al Dios que se revela.

~ P o razón de su dignidad -leemos en el texto- todos

los hombres, por ser personas, es decir, dotados de ra-

zón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una

responsabilidad personal, son impulsados por su propia

naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obliga-

ción moral de buscarla, sobre todo la que se refiere a la

religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la ver-

dad conocida

y

a ordenar toda su vida según las exigen-

cias de la verdad. DLR 2).

La reli ión puede definirse genéricamente como relación

del hm Dios. Relación que en el hombre tene--

damento en la naturaleza racional y libre, propia de la perso-

.

g m eso la

reliei n

es algo personal. El hombre lleva consi-

ao en la reliaión su libertad v se compromete a partir de un

Principio de cohe renc ia entre verdad realidad; sobre cuya

base se modela la fe como respuesta a la palabra de Dios, que

en ella se revela. Se trata en este caso de una res uesta que

por su esencia, es sobrenatural -como hemos S-i

a la vez, estrictamente personal. El hombre mantiene en ella su

Iibertad

y

asume el compromiso de acoger como verdad la

e la humanidad del hombre que hay que definir como algo

personal. L a fe es un problema de conciencia.

C a d a uno tiene la obligación, y , en consecuencia, tam-

bién el derecho de buscar la verdad en materia religiosa,

a fin de que, utilizando los medios adecuados, llegue a

formarse prudentemente juicios rectos y verdaderos de

concienciam DLR 3 .

El postulado de la fe consciente, del catolicismo consciente,

halla pleno apoyo en la toma de posición a través de la cual el

Concilio motiva el derecho a la libertad religiosa en una dimen-

sión social

y

pública. Al mismo tiempo que el derecho a la

libertad religiosa emerge de una lectura de la declaración conci-

liar auasi od extra. en lo aue se refiere al ordenamiento oúblico

-

la lesi que persiguc su a . al postulado ha

re ser entendido por encima dc todo como posrulado de enriqye-

cimiento de la fe p or uorre

del

s u o

enriquecimiento queco-

rresponde a la naturaleza del suieto que, además de ser persona,

Dios aue se revela a si mismo. La conciencia de la fe no se

identifica con la ciencia, aunque ésta consiste en una amplia

conciencia del contenido de la revelación, sino que- N

postulado de la fe consciente se orienta en esa dirección

El postulado de la fe consciente -n cuanto postulado del

enriquecimiento de la fe por part e del sujeto- no es otra cosa

que una constante solicitud del hombre para dar una respuesta

al Dios que se revela. Esta respuesta presuoone la aracia de la

fe y procede no sólo del hecho de la revelación, sino sobre

todo de la acción interior de Dios en el alma del hombre, aun-

que tal respuesta es al tiempo un acto consciente del h d e ,

pues se trata de una respuesta aue se da oersonalmente,

-El ejercicio de la religión, por su propia índole, consis-

te ante todo en los actos internos, voluntarios y libres

con los que el hombre se ordena directamente a Dios..

DLR 3 .

Respuesta que también se da comunitariamente:

.La misma naturaleza social del hombre exige que éste

manifieste externamente los actos internos de la religión,

que s comunique con otros en materia religiosa, que

profese su religión de forma comunitaria* DLR 3 .

Fieles al oensamiento del Vaticano

11

hemos de concebir y

 

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do interior y su significado trascendente conio de su carácter

exterior v social.

.Los acto s religiosos con los qu e el hom bre, en virtud

C A P ~ T V L O11

de su intima convicción, se ordena privada y pública-

mente a Dios, t rascienden por su naturaleza el orden

FE Y D I ALO G O

terrestre y temp oral> (DLR 3 .

-La verdad ... debe buscarse de mo do ap ropiado a l a

dignidad de la persona hum ana y su naturaleza social ,

es decir, mediante la libre investigación, con ayuda del

magisterio o ensefianza, de la comunicación y del diálo-

go, p or medio d e los cuales los hombres se exponen mu-

tuamente la verdad que han enco ntrad o o juzgan haber

encontrado para ayudarse unos a otros en la búsqueda

de la verdad; y u na vez conocida ésta, hay que adherirse

firmemen te a el la con el asentimiento personal^ ( D LR

3).

exión sobre la actuación del Concilio tiene

xplorar las múlt iples vías d e enriquecimiento

1

por el propio Concil io. Ue acuerdo con su

orientación pastoral , el Vaticano responde a la pregunta de

;qué quie re dec ir creyente?; ¿,qué significa ser miem bro d e La

Iglesia? Y en su resp esta toma en consideración la verdad

intrínseca acerca del om bre como persona, que vive en el

mundo y se ve condicionado de diversas maneras por los de-

más hombres y sociedades humanas. Esta verdad hemos de

tenerla presente en la iniciación de la reflexión sobre las rela-

ciones entre fe y diálogo. El concepto de diálogo aparece en las

enunciaciones de la Iglesia durante el Concilio, y Pablo VI le

confiere un significado especial

en su primera encíclica

Eccle-

siam suam. Conce pto este que, por lo demás, incluso en dicha

I

encíclica, asume otros muchos significados según el texto en

1

que se aplique. De todos mod os nos parece esencial concretar

I

la r e l a c i ó n e n t r e d e

o fe; y esto para explicar no solame n-

il

1

ii

te la prop ia idea de diálogo , sino también la orientación

OU~;ienifica para la Ielesia la vida c m

Esto se perfi la con especial t ransparencia cuando se con-

cibe la-con un sentido preferentem ente existencial. en cuan-

to est ad o de concie ncia aumd-&del creven te. Est a po stu ra

parece corresponder a las orientaciones del Concilio. La fe así

concebida es juntamente a cto y hábito habitus) del que se de-

1

i

8

I

l9

i

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rivan los actos particulares. La fe, pues, es una respuesta cons-

ciente, que el hombre brinda al Dios que se revela a si mismo:

respuesta al don puramente sobrenatural, que es, ciertamente,

don, pero que, a la vez, también -tal como expusimos en el

capítulo anterior- goza de carácter personal. Se trata de una

actitud religiosa madura del hombre y de una relación madura

con la verdad. L fe es asentimiento -leemos en el documen-

to conciliar-, es decrr. estar convencidos de la verdad de la

revelación.

En cuanto adhesión de convencimiento a la verdad

ceja de ser búsqueda de la verdad, en el sentido estricto de la

palabra. si bien. a la vez. se mantiene abierta a la ~osibilidad

de una búsqueda ulterior sobre la base en el marco de la

verdad conocida. Esta es la vía o

t o d e la fe, del aue antes hablamos.

Así, pues, el diálogo, además de coexistir con la fe. puede

ontribuir también a su enriquecimiento. En este sentido, apo-

yándonos en la declaración sobre la libertad religiosa. entende-

.

mos el diálogo en su acepción más genérica y simple, es

decir, como intercambio de ideas .

-...los hombres se exponen mutuamente la verdad que

han encont rado o juzgan haber encontrado para ayudar-

se unos a otros en la búsqueda (DLR 3 .

Si la fe es, por una parte, asentimiento , es decir, convic-

ción acerca de la verdad alcanzada en la revelación, por otra, y

en cuanto actitud conscientemente religiosa que trata de enri-

quecerse, connota el diálogo y lo acepta. El Vaticano 11 admite

el diálogo como metodo de e-cimTento de la

fe

Respon-

diendo a la pregunta de l e er miembro creyente

de? ,l Concilio afirma que eso significa estor con-

vencido de la verdad de la revelación y, al mismo tiempo, tener

acidad de didlogo.

Se trata en este caso de la capacidad de

ogar con hombres no convencidos, o que tienen otras con-

vicciones respecto a la verdad de la revelación. Una capacidad

de diálogo que no se limita a una serie de puntos, comunes a

todos los hombres -independientemente de su relación con la

revelación o, en general, con Dios-, sino que también aborda

temas referentes a la propia verdad de la revelación y a la

convicción de esta verdad.

No cuesta trabajo darse cuenta de que6

&o le plantea a la fe. a la& conscientem ente reliaiosa,

nas exiaencias ex plfc itas oue pueden y deben contribuir a enri-

-,Sin embargo, no se trata de un enriquecimiento me-

ramente intelectual. El diálogo no tiene, en este caso, un signi-

ficado puramente teológico, y mucho menos apologético .

ás bien parece que la idea del Concilio se ciñe a una realidad

aún más profunda, pues se trata de dar respuesta a la pregunta

de tipo existencial de ;que significa ser creyente y miembro

ombre que cree y es miembro de la Iglesia,

~$&?%ee'n? Iholamente en lo que rei ixc ta a Dios. como

respueSta a su revelación, sino tambien en lo que respecta a los

hombres. A este fin, el Concilio enseiía en Ia constitución so-

bre la Ielesia aue todos los hombres están llamados a consti-

tuir el Geb lohe ~ i o s CI 13 , pero tanto en este documento

como en otros manifiesta que existen cristianos separados, se-

guidores de religiones no cristianas, no creyentes y ateos. De

ahí que la fe en todo creyente, en todo miembro de la Iglesia

-cuando hay un convencimiento maduro y personal de que la

revelación es verdad-, puede y, más aún, debe connotar el

principio del diálogo.

*La Iglesia, en virtud de la misión que tiene de ilu-

minar a todo el orbe con el mensaje evangélico y de re-

unir en un solo Espíritu a todos los hombres de cual-

auier nación. raza o cultura. se convierte en seAal de la

&atemidad que permite y cónsolida el diálogo sincero.

CM 92).

El diálogo, en su actual sentido, significa intercambio de

ideas, significa también pregunta y respuesta y,finalmente,

una secuencia de preguntas y respuestas. Pero, además del diá-

logo concebido de acuerdo con las características apuntadas

hay que tener en cuenta el diálogo en sentido potencial, es

decir, en la disposición a él. Esta disposición se convierte en

realidad en el hombre creyente cuando éste, en la comunidad

de la Iglesia, brinda a Dios la respuesta a su revelación, y tal

disposición conviene porque hay hombres que no dan esa res-

puesta, o parecen no darla o la dan de otra forma. Lo cual no

se refiere sólo a los individuos, sino a masas enteras de la hu-

manidad actual, círculos de diálogo que dice Pablo VI en su

encíclica Ecclesiam suam. Cabria desentenderse de estos hom-

bres y estos círculos, contentándonos con una respuesta perso-

nal que diéramos a Dios mediante la fe en la Iglesia, pero el

Concilio ha adoptado otra postura, y, si en el pasado más bien

se aplicaba el método de la disyunción para conservar la pure-

za de la fe, el Vaticano Ii , por el contrario, ha señalado otro

camino para enriquecer la fe.

Esta vía se acerca más a la situación global del c reyente en el

mundo contemporáneo,

el cual, iluminado por la fe, se plantea

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una pregunta que se refiere diversamente a los creyentes y no

creyentes; una pregunta que no debe llevar a cierto grado de

indiferentismo, sino más bien a detenerse ante todo círculo fue-

ra de la Iglesia y en éstos ante todo hombre, con todo respeto

hacia la persona humana y su conciencia. Un respeto que va

aparejado con el sentido de responsabilidad para con la ver-

dad y el deber de una búsqueda sincera de la misma por parte

de cada uno, tal y como vemos en la declaración sobre la liber-

tad religiosa. El que se acoge a una actitud de indiferentismo

se mantiene y mantiene a los demás exonerados de tal deber;

en cambio, el método del diálogo presupone ese deber y, en

cierto modo, lo acrecienta.

t Todos los hombres están obligados a buscar la ver-

dad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia, y,

una vez conocida, a abrazarla practicarla. Confiesa

asimismo el sagrado Concilio que estos deberes rozan y

ligan la conciencia de lo shombres y que la verdad no se

impone de otra manera que por la fuerza de la misma

verdad, que penetra suave y, a la vez, fuertemente en las

almas (DLR

1 .

Si tenemos presente lo que el Concilioenseila acerca de la

persona humana y la conciencia, nos percataremos mejor del

significado del diálogo en el marco de todos loscírculos que se

mantienen fuera de la Iglesia.

Cuando exhorta al diálogo

y

sugiere su posibilidad y mdtodo, el Concilio lo hace siempre en

relación con

la

fe.

Basta fijarse en los siguientes textos:

La Iglesia católica exhorta a sus hijos a que con pru-

dencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración

con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de

la fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan

aquellos bienes espirituales y morales, así como los valo-

res socio-culturales que en ellos existen. (DRNC

2 .

La declaración acerca de las relaciones de la Iglesia con las

religiones no cristianas se dio prisa en subrayar, concisa pero

elocuentisimamente, los bienes y valores contenidos en ello.

La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas

religiones hay de verdadero y santo. Considera con sin-

cero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos

y

doctrinas que, aunque discrepen en muchos puntos de

lo que ella profesa y enseiia, no, pocas veces reflejan un

destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hom-

bres. Anuncia

y

tiene la obligación de anunciar constan-

temente a Cristo, que es

el camino, la verdad v la vida

(Jn 14.6). en quien los hombres encuentran la plenitud

de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo

todas las cosas- (DRNC

2 .

Análogas formulaciones sobre las relaciones de la fe con el

diálogo hallamos también, en mayor número, en el decreto

sobre ecumenismo, documento casi íntegramente dedicado a

este tema, al que dedicaremos un capítulo. Desde ahora. sin

embargo, hay que señalar determinadas formulaciones alta-

mente significativas:

Es necesario que los católicos reconozcan con gozo y

aprecien los bienes verdaderamente cristianos, proceden-

tes del patrimonio común, que se encuentran entre nues-

tros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer

las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la vida de

otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el de-

rramamiento de sangre (DE 4).

Para leer, en cambio, en otro lugar:

La

manera y el sistema de exponer la fe católica no

I debe convertirse, en modo alguno, en obstáculo para el

l

diálogo con los hermanos. Es de todo punto necesario

que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan

¡

ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que datia

I

a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino

y definido sentido. La fe católica hay que exponerla con

mayor profundidad y con mayor exactitud, con una for-

I

ma y un lenguaje que la haga realmente comprensible a

los hema nos separados. (DE 11).

Una simple mirada a los textos citados nos lleva a recupe-

rar el hilo de nuestro discurso, pues

e

 

o,

aunque sólo se le considere en su referencia potencial a los

hombres de fe diversa . exiee de cada uno -aparte del respe-

t o a personas y conciencias- una actitud conscientemente re-

ligiosa. Los documentos conciliares hablan claro cuando expli-

i

an que se trata precisamente de la actitud basada en la

relación c i o

ya en el capitulo anterior- que no debe sustraerse a la nme-

i

b_a del diálogo, en el que, por el contrario, manifiesta su pro-

pia madurez espiritual. No se trata, pues,

solamente de un exa-

men sobre las verdades de la fe, sobre el asentimiento que les

da a razón. sino é un examen relativo al amor al hombre, a los

23

3.-RrnovilObn cn m i

u nrrs

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hombres de convicciones distintas: un examen que se desenvuelve

slem re en

fácil seria, ciertamente, la fe "sin diálogo". Pero el Concilio

que quiere responder a la pregunta de "¿qué significa ser cre-

yente y ser miembro de la Iglesia?", no puede eximirse de él.

Cuán dificil sea este examen de una fe madura, es algo que

se deduce claramente de las páginas de los documentos conci-

liares dedicados a la relación con la no-creencia y el ateísmo.

"Quienes voluntariamente pretenden apartar de su co-

razón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen

el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de

culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto

su parte de responsabilidad. Porque el ateismo, conside-

rado en su total integridad, no es un fenómeno origina-

rio, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre

las que se debe contar también la reacción critica contra

las religiones

y,

ciertamente, en algunas zonas del mun-

do, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual,

en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no peque-

fia los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido

de la educación religiosa, o con la exposición inadecua-

da de la doctrina o incluso con los defectos de su vida

religiosa, moral y social, han velado más bien que reve-

lado el genuino rostro de Dios y de la religión,, (CM

19).

Tal vez aquí, más que en los otros dos "círculos de diálo-

go", se manifiesta lo que puede y debe ser el "diálogo" para la

fe. La vía de su enriquecimiento. En este camino madura la fe,

que clava su mirada, por así decir, en los contrastes extremos y

se exige a si misma plena coherencia. De hecho -especial-

mente de cara a la no-creencia del ateísmo- el examen más

dificil es el del amor al hombre, a los hombres, en el terreno de

la fe. Un examen así es todo un iuicio. Y el Concilio no omite

el juicio as er a de los motivos d b i s m p aceptados por los

propios ateos:

"La Iglesia se esfuerza por conocer las causas de la

negación de Dios que se esconden en la mente del hom-

bre ateo, y, consciente de la gravedad de los problemas

planteados por el ateismo y movida por el amor que

siente a todos los hombres, juzga que los motivos del

ateismo deben ser objeto de serio y más profundo exa-

men. (CM 21).

al mismo tiempo, se diriee también a la fe de

los cristianos creyentes, de los miembros de la Iglesia,-y les

plantea graves e

la fe:

El remedio del ateismo hay que buscarlo en la exposi-

ción adecuada de la doctrina en la integridad de vida

de la Iglesia de sus miembros Esto se logra principal-

mente con el -ni0 de fe viva v adulta. educada

para poder percibir con lucidez las dificultades v ~ o d e r -

las vencer. Gran número de mártires dieron y dan pre-

claro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su

fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana,

de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor,

sobre todo respecto del necesitado* (CM 21).

Según la doctrina del Concilio, el diálogo es la vía del enri-

acias a 61 la fe se vuelve especialmen te viva y vivificada por el

-El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el

Pueblo de Dios, congregado por Cristo, no puede dar

prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la

familia humana que la de dialogar con ella acerca de

todos estos problemas, aclarados a la luz del Evangelio,

y poner a disposición del género humano el poder salva-

dor que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo,

ha

recibido de su Fundador. (CM 3 .

siempre la necesaria pmdencia, no excluye a nadie por

parte nuestra, ni siquiera a los que cultivan los bienes

esclarecidos del espíritu humano, pero no reconocen to-

davía al Autor de todos ellos. Ni tampoco excluye a

aquellos que se oponen a la Iglesia

y

la persiguen de

varias maneras. &os Padre es el principio v el fin de

todos. Por ello. todos estamos llamados a ser herumw.

En consecuencia. con esta c o m h varaci bnbu man a)r

divina, podemos y debemos cooperar, sin violencias, sin

engaiíos, en verdadera paz. a la edificación del mundo*

(CM 92).

Como vemos, idea del diálogo hunde sus raíces en el

contenido de lal e -precisamente en lo que el Concilio Vatica-

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n o 11 h a m a y o r m e n t e d e s t a c a d o e i l u m i n a d o c o n s u s

ensefianzas- y a la vez, implica profundos valores moyales,

que cal if ican la existencia y desarrollo de la familia hu m an ae n

el mundo.

CONCIE NCIA DE LA IGLESIA CO MO FUNDAMENTO

DE L

INICIACION CONCILIAR

La vía del enrique imiento de la le reabierta por el Conci-

lio taticano 11, pasa por la conciencia de la Iglesia. Asi lo

estableció tambikn Pablo VI en la orimcrd encíclica de su oon-

tificado, pub licada el mismo aíío en qu e el Conc ilio prom;l&-

ba la constitución dogmática sobre la Iglesia:

Lumen genrium.

Esta consti tución consti tuye, en cierto sentido, la clave

a t

pensamiento conciliar en su totalidad. En ella volvemos a en-

contrar también el conjunto de Los carhinos del enriquecimien-

to de la fe, que parten del Vaticano hacia el tuturo. Este

mlsmo conjunto obra en casi todos los documentos concil ia-

res, si bien en grado diverso. El complemento m4s adecuado

de la constitución dogmática es la constitución oastoral acerca

de la Iglesia en el mÜndo de hoy, que comienza con las pala-

bras

Gaudium e f sues.

Por esta razón precisamente se hizo necesario aclarar preci-

samente

la relacidn e-diálogo . puesto que ello va esrrecha-

mente ligado a la conciencia de la Iglesia. La Iglesia es verdad

de fe y objeto de uno de los art ículos del Credo: Creo en la

Iglesia, que es una, s ant a, católica y apostólica . Si la 6ptica

del Concilio fuera puram ente doctrinal , a lo mejor la doctri-

na acerca de la verdad de la fe que se refiere a la Iglesia se

habría d esarrollado de otra manera. P ero precisamente en este

punto tenia e l Conci lio que ser eminentemente pas tora l . No

era posib le trata- Iglesia sola me nte co mo objeto . Er a

necesario expresa rla tambien com o sujeto . Semejante intea-

c ibn a co m~ af i ab a iertamente la pr imera o rem nta au e se hizo

e l ~ o n c i l i i : ccles ia . quid dicis de' te i p s a? :~ ~ l~ s ia ,

dices de

ti misma?

Esta pregunta dirigida a la QleSia-suieto, se endere-

=también a cu an to s co ns titu ye n este su jet o.

Iglesia , en efecto, es una co mu nida d única en su gknero.

No cabe duda de que es comunidad de ig comuniaaa de

respuesta incesante a la palabra de Dios, comunidad de hom-

bres vinculados y unido s entre si por esta respuesta. La comu-

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nidadsurgida de tal respuesta, del diálogo con Dios,a

na en cierto sentido la dimensión vertical de la Iglesia y. al

mismo tiempo. se abre a todos los hombres. La te unida al

diálogo constituve la dimensión horizontal dc la Iglesia~~que

no es sólo dimensión humanistica . La dimensión horizontal

~

ZGceCíe de la vertical v corresponde a la rcalidads revela-

ción, por la que sahcmos que Dioi quirre qu i iodos loslnim-

bres se salven y alcancen la conciencia de 3 vrrdad (Il'im

2.4 .

La conciencia de la lalesia no nuede restrineirse: debe

corresponder a la universalidad del plan divino de la sal;ación

y de la obra de la redención. Por su Darte.

n hori-

zontal penetra en la dimensión vertical. El Concilio vislumbra

acertadamente la base de esta última dimensión includ en

cada uno de los hombres:

La Iglesia, que por razón de su misión y de su com-

petencia no se confunde en modo alguno con la comu-

nidad política

...

es a la vez signo y salvaguardia del ca-

rácter trascendente de la persona humana (CM 76 .

El carócter trascendente de la persona, unido a la

. .

S obl-

nes del hambre para con la verdad.

constituye no sólo la base

1 diálogo, sino que

est ab lece t ambién e/ ámb it o s u b ~ e t i v o d p ~

conciencia de la l ~l es ia ,

a cual, en cierto sentido..semc~nfw.

G71.

ste ámbito es más amplio que el que circunscnbe la perte-

nencia a una u otra religión, en el cual el vinculo espiritual y la

posibilidad de diálogo radican en el resplandor de aquella

verdad que ilumina a los hombres , como cita la declaración

sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cnstia-

de la conciencia de la Iglesia, y cuyos caminos ha indicado el

Vaticano

11. contiene en si. como exnresión de la fe. la nrofe-

sión

y

el d&logo. El diálogo, pues, no es un método aieno a

la dimensión vertical de la Ielesia. como alguna vez se pensó,

sino que se trata de un esfuerzo aue acomnaiia a la profesión y

t e p o s

ICOS.

nara. en

Ía

respuesta de fe dada a Dios. hallar el sitio m o r n b r e

efinirlo. Esta matización es importante para la conciencia de

4 ,

:

la Ig esia. La dimensión horizontal de esta conciencia sigue a

la dimensión vertical. v no a la i u m a . Solamente sobre ia

únicamente competencia de la conciencia de la Iglesia. La idea

de diálogo de i a salvación no habla tanto ;e sus fines y

efectos cuanto, más bien, de sils presupuestos y del significado

con que debe ir sellado en la conciencia de la Iglesia y de todo

creyente.

La constatación de que las vias de enriquecimiento de la fe,

que del Vaticano 11 arrancan hacia el futuro, deben pasar por

la conciencia de la Iglesia, tiene para nosotros, en el ámbito de

las consideraciones presentes,

o/ro si~nifica do ambién.

Puede

hablarse de un significado- . .

Fieles al fin pastoral del Concilio, nosotros deseamos respon-

der más detalladamente a la pregunta de ;qué significa ser cre-

yente, ser miembro de la Iglesia? Respondiendo a esta oregun-

ta, querríamos en cierto modo

armonizar la conciencia

catdlica

formándola de acuerdo con el pensamiento del Conci-

lio. Querríamos también que a esta conciencia correspondie-

ran las actitudes es~i ri tuales roouestas nor el Vaticano 11. Lo

nas. El Concilio en este punto se convierte 'n portavoz de la

querríamos, convencidos de que'el ~on Ci lio, ue ha sido pa-

convicción de que los actos religiosos, por los que los seres

labra del Espíritu (cf. Ap 2,7.17.29 , debe lograr una gradual

humanos, privada y públicamente, se dirigen con decisión inte-

pero sólida actuación en la vida de la Iglesia. v. nor ende. en la

nor a Dios, trascienden por su naturaleza el orden de las co-

sas terrestres y temporales (DLR 3). La convicción acerca del

carácter trascendente de la relixión. del acto religioso. está es-

gechamente vinculada a la convicción del carácter trascendep

te de la persona humana. Esta es la característica propia del

hombre. Si la Iglesia, cual leemos en la constitución pastoral,

essigno y salvaguardia del carácter trascendente de la persona

humana , quiere esto decir que la conciencia de la Inlesia no

sólo está abierta a cada uno de los hombres,sino aue . a mayor

abundamiento, no puede rectamente constituirse más que en

relación con el hombre

y

en unión suya.

Por lo tanto, el enriquecimiento de la fe, que ha de brotar

de cada uno de los cristianos.

De

la concieic'ia de la ~glesia-

sujeto, que nos une a todos en la comunidad

y

nos niantiene

en relación con cada uno de los hombres, pasamos a la 1~1es;a-

objeto de la te. Esto no quiere decir que se trate de dos polos

opuestos entre los cuales oscile nuestuuensamiento. sino de

S

aspectos

de

una única -1idgdf iom ala Iglesia ; al mis-

o ti emp o, he gm &e n la Iglesia. Creerno: en la Iglesia y so-

mos la Iglesia. T2da la iniciación conciliar debe precisamente

corresponder a esta realidad.

La verdad sobre la Inlesia la tenemos al final del

Credo

~~

..

....

cristiano. La Iglesia, comg objeto de la fe, como realidad obje-

tiva revelada, presupone la realidad de Dios, de la Santisima

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  Trinidad, la realidad de la creación, de la revelacign y de la

redención. La Iglesia procede d e estas realidades, en las que se

halla su explicación y, por eso, en el

Credo.

se le da su luga r

después de ellas. Este or den de rea lidades es el que debe expre-

s ~ ~ i a c o n c i e n c i arataremos a continuación

de ilustrar de qué modo el Vaticano

11 nos ayuda a "armoni:

zar" esa conciencia y a formarla . La verdad sobre la Iglesia no

se establece solamente en nuestro

Credo.

junto a las demás

verdades, sino que permanece en estrecha

y

orgánica conexión

con ellas, pues las verdades de la fe no están solamente vincu-

ladas entre ellas, sino que además se compenetran reciproca-

mente. Por eso es imposible concebir la realidad de la Ielesia

úerido que en el contexto oX á-

.

s

dices de

ti

misma?

Marchando. pues, por la senda del enriquecimiento de la

fe, que Dasa por la conciencia de la Ielesia. hemos de tener

S-iempre pres ente elnrin inio ecioroca. Lo

p6

mero de todo es necesario someter cuanto ha proclamado el

Vaticano 11 al principio de la integración de la fe. El Concilio

no se ha ocupado del contenido integro de nuestra fe v no ha

recogido y formulado todas las ve;dades en un

Credo

Tan

sólo después del Concilio lo hizo Pablo VI, quien el

30

de

junio de 1968 pronu nció el

Credo PopuN Dei

con referencia

explicita al magisterio conciliar. Este

Credo

señala claramente

que las enseñanzas del Vaticano 11, centrado principalmente

en la realidad de la Iglesia, deben inscribirse orgánicamente en

el contexto del depósito de la fe, y, por ende, integrarse en la.

doctrina de todos los demás concilios anteriores y del magiste-

n o pontificio. Y si la verdad acerca de la Iglesia se profesa

hacia el final de nuestro

Credo

y, en sucesión lógica, viene

después de las demás verdades de la fe, no

está

fuera de lugar

hacer presente que ello corresponde a una sucesión histórica.

En efecto, el Conc ilio Vaticano 11, que se ha ocup ado particu-

larmente de la verdad ace rca de la Iglesia -y, por lo tanto, ha

sido un Concilio eclesiológico-, se ha celebrado en el siglo xx

y ha venido después de otros muchos concilios que se han

ocupa do especialmente de esas verdades de la fe que en el

Cre-

do

profesamos antes de la verdad sobre la Iglesia.

Si bien esta constatación n o debe tom arse en sentido dema-

siado exclusivo (o má s bien "disyuntivo"), precisam ente po r la

integridad de la fe y de la recíproca compenetración de sus

3

verdades -las profesadas , com o las vividas-, ;no debem os,

empero, i p o r a r la analogía existente entre la lógica interna de

la fe que profesamos en el

Credo

v la historia de su gradual

enriquecimiento. Sob re este trasfondo

se

o m ~ r e n d e e io r eq

ué consiste d i c h 6 p r i n c i o i o d e s

hila

?al, tra tándo se de la reciproca elación existente entre el depó-

sito de la revelación la c o n c i e n c i a r

e la

Iglesia.

Algo muy importante, bien para la completa actividad de la

I

Iglesia y su autorrealización, bien para el modo de pensar

y

de

obrar de los católicos y su conciencia y actitud. Algo muy

importante para la teologia, asi como para la enseñanza en

general, la catequesis y la homilética, campos estos de acción

abiertos hoy ante nosotros y que, más o menos conscientemen-

te, se ocupan precisamente de esta reciproca integración.

Hem os, pues, de afirmar que la integración posconciliar de

la fe no es una adición mecánica de los contenidos del magiste-

rio del Concilio a cua nto hasta aho ra representaba la enseñan-

za de la Iglesia; ni @quiera p uede de cirse que sea lo que en

riguroso lenguaje escolástico se llama

iuxlaposilivo

ya qu e La

inserción del pensam iento del Vaticano 11 en el ámbit o de to-

das las anteriores formulaciones de la Iglesia ya se produjo

con vistas al desarrollo histórico de los documentos.

Integra

mentr cl principio de identidad de la l

 

'us

ropios inicios: los ar>i>s- Cstr principio, o p r r u i

el Concilio, debe continuar siendolo. a fin de integrar todo

el patrimonio de lafe con la conciencia y en la conciencia de

la E E a .

En las reflexiones sucesivas trataremos siempre de aplicar

este principio, indispensable para el trabajo que se impone la

Iglesia, camino de su ulterior autorrealización. En los juicios

que se han pronunciado sobre el Concilio y la actividad de la

Iglesia en el periodo posconciliar se han acentuado con exceso

las divisiones y diferencias ent re el grup o de los llamados inte-

gristas y el de los progresistas, y, en cam bio, se ha puesto poc o

i

sobre el tapete la consideración de que unos y otros, en su

responsabilidad para con la Iglesia, han de dejarse conducir

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inexcusablemente por el principio y el imperativo de su identi-

dad y que, por consiguiente, unos y otros estaban y están obli-

gados a respetar el principio de integración, como condición

de la identidad e la misma. No tratamos, sin embargo, de

ocup arno s de este aspec to del problema,'sino que queremos

temon tarnos a la conciliar palabra del Esp titu en su simpli-

cidad y organicidad fundamentales. El Credo entero es reflejo

en la conciencia de la Iglesia,

y

a la vez la conciencia de la

Iglesia se extiende a todo el

Credo

hallando en todas las ver-

dades de la fe la base para formarse

y

profundizar en

si

mis-

ma. De ello son prueba elocuente los documentos del Concilio

Vaticano 11.

Más

adelante trataremos, por lo menos, de perfilar este

tema. aunau e no oodamos exoonerlo exhaustivamente

Aoare

con los que ~odemos e f i n i r riqüeza.

SEGUND RTE

FORM CION DE L CONCIENCI

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C P ~ T U L O

CONCIENCIA DE

LA

CREACION

ción, pensamos, más que nada, en la fe en Dios, Padre todo-

poderoso, creador ; esas palabras con las que da comienzo

todo

Credo.

Esta verdad de fe ocupa el primer lugar y empapa

todas las demás; incluso la verdad sobre la Iglesia,

y

forma la

conciencia de ella en sus mism isimas raíces. La conciencia de la

Iglesia está unida orgánicamente con la conciencia de la exis-

tencia de Dios creador del mundo y a la que corresponde la

conciencia de lo obra de la creación.

Puédesenos preguntar en qué medida el Vaticano 11 enri-

quece con esta perspectiva nuestra fe. Debemos responder di-

ciendo que, ante todo, él hereda esta fe y además la anuncia en

la riqueza y fuerza sustancial con que ha sido transmitida de

generación en generación por el pueblo de Dios en la tierra.

-El pa dre Ete rno -leemos al comie nzo de la consti-

tución Lumen gentium- por una disposición libkmma

arcana de su sabiduría y bondad, creó todo el univer-

so. (CI

2).

<<Siendo rincipio sin principio os crea libremente

po r un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad

El, además, difund ió con liberalidad, y no cesa de difun-

dir, la bondad divina, de suerte que es creador de to-

das las cosas. (DM 2).

tución Dei Verbum.

-Dios, creando

y

conservando el universo por su Pa-

labra (cf. Jn

1,3 ,

ofrece a los hombres en la creación

5

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un testimonio perenne de sí mismo (cf. Rom 1,19-20).

(CR 3 .

Esta es la vía a través de la cual la razón humana puede,

incluso con sus propias fuerzas, l legar al conocimiento de

Dios; ya lo había expuesto ampliamente el Vaticano 1, y el

Vaticano 11 lo recuerda:

*El santo Síno do profesa que el homb re puede cono-

cer a Dios, principio y f in de todas las cosas, con la

razón natural , por medio de las cosas creadas (cf . Rom

1,20 *

(CR 6 .

Esta es laconcien cia que procede de las cosas creadas ,

pero sigue planteada la cuest ión de si esta conciencia es con-

ciencia esencial d e Dios y de la ob ra de la creación. Al conceo-

to d e creador y de ob ra-d e la c reac ión pertenece tamb i in , en

cierta med ida, la paternida d de Dios y su designio arcano ;

digamos, su plan r ico en sabiduria y fmto de la bondad y

benevolencia del creador. La obra de la creación es hiia del

amor. La razón hum ana puede, con el lumen naturale , co-

x a ios en cuanto principio de todo cuanto existe.

conciencia del Crea dor de la abra de la creacidn ost tu l obvia-

mente la revelación de

mismo por Darte de Dios pues sin ella

no es posible que al intelecto solo se le alcance ni el designio

-cano , esto es, el plan etern o de la creación, ni sus motivos.

La conciencia de la -ntra aquí frente a la

ue se revel El Con cilio enseria explícitamente qu e Dio s

hombres en las cosas creadas un perenne testi-

monio de si mismo (CR 3). El térm ino testimonio es parti-

cularmente significativo, ya que, indicando el elemento de la

revelación contenida en la propia creación, muestra que la

creación es, dir íamos, primera y fundamental enunciación de

Dios; es su palabra, que exige, por encima d e todo, una res-

puesta de fe. El Vaticano 11 pretende ser guía de esa respuesta

de fe en este su esencial fundamento. Aunque pueda parecer

que no la desarrol le de modo especial y que más bien indique

la necesidad de integración con el contenido anterior de la fe.

sin e mb argo , in clus o en este te rre no , ofrece u n -¡en-

t

específico.

Este enriquecimiento procede de la real idad au e es el mun-

do . El modo en q ue esta real idad hace su aparición en los

trabajos del Concil io es algo que se presta a pro fundas refle-

xiones. En la primera etapa no estaba todavía perfi lada con

claridad. Fue Juan XXIII el que la introdujo, sefialándole al

Concil io la necesidad de elabo rar un d ocum ento sobre el tema

de la presencia de la Iglesia en el mun do co ntemp oráneo .

Este documento se l levó a efecto y ha alcanzado amplísimo

eco. Pero no es esto lo más importante. Lo importante es que

dicho do cum ento ha dad o lugar a que se esclarezca más inten-

samente la relación entre conciencia de la Iglesia y conciencia

de la creación. Al com ienzo de la const i tución pastoral sobre

la Iglesia en el mundo contemooráneo. el Concilio a U

es que debemos entender por ese mundo . Y, a n t e x e

nonerse a describir el mun do contem ooráne o . fo rmula lo

a u e v am o s a cita r e n s e ~ u ~ d a .omo queriendo indicar que el

mundo contemporáneo es un o de los momentos de este mundo

que expresa con sencillez la obra entera de la creación v su des-

arrollo unilateral en relación al Creador.

El mu ndo que (el Concil io) t iene ante si es, por tan-

to, el de los hom bres, esto es, la entera famil ia hum ana en

el con junto universal de las realidades entre las qu e ésta

vive; el mu ndo q ue es teatro de la historia humana ... el

mundo que los crist ianos creen creado

y

conservado en

existencia por el amor del Creador, esclavizado bajo la

gervidumbre, según el designio divino, a transformarse y

a a l canza r s u cons um ac i ón~~CM 2).

Así , pues, el concepto de mundo t iene en el docum ento

conci:iar much os signif icados, pero el fundam ental y más

apropiado es el que corresponde a la real idad de la

creado po r am or del Creador ; y su sostenim iento en exis-

tencia es una creaciun continug. ks sorprendente el hecho de

que el Concil io, que comenzó, por así decir lo, orientándose

hacia la realidad de la Iglesia, se haya después cruzado en su

camino. en apariencia sólo indirectamente. con la real idad de

la creación. si la constitución pastoral sobre la Iglesia en el

m undo a ctual es c o n s i d e r a d a t o co m~ le m en ta r io e

la const i tucjM doemática sobre la Iglesia, me atrevo a supo-

ner q ue el lo ha d e atr ibuirse no sólo al hecho de la problemá6-

ca de la contemporaneidad , sino más, seauramente. al de la

problemática del mundo y al de una vinculación entre la

c r -

yor alcance y pormen orización de lo oue

cución dogmatica sobre la Iglesia

El avance en estas coniide-

ractoncs de mostrará cuál es el signif icado qu r le correrponde

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al mundo en orden del enriquecimiento de la fe, cuyo ámbi-

to es la conciencia de la Iglesia. Detengámonos entre tanto en

la conciencia de la creación.

Toda la constitución

Goudium et spes. y en concreto el copi-

tulo ZZ de la primera parte dedicado al análisis de la actividad

humana en el mundo, arroja una luz especial sobre el tema en

cuestión. Respecto a este documento, el Concilio afirma muy

significativamente que la Iglesia desea unir la luz de la reve-

lación al saber humano para iluminar el camino recientemente

emprendido por la humanidad (CM 33 . Este es el camino

marcado al hombre por el Creador desde el principio.

Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el man-

dato de gobernar el mundo en justicia y santidad, some-

tiendo asi la tierra y cuanto en ella se contiene, y de

orientar a Dios la propia persona y el universo entero,

reconociendo a Dios como creador de todo. (CM 34).

Podemos decir que en esta frase viene formulada la m c j a

misma de la conciencia de la creación, obieto de la cual son, al

mismo tiempo, el mundo el hombre . Por eso, en la

pa-.

norámica de la obra de la creación. el hombre se sitúa. bien

desde fuera, en cuanto consciente del mundo, bien desdé den-

tro, en cuanto consciente de sí mismo. El Concilio se da cuen-

ta de la convicción, cada dia mayor en el mundo actual, de

que la humanidad puede y debe cada vez más perfeccionar

su dominio sobre las cosas creadas (CM

9).

es esta convic-

cibn, este proceso dinámico el que trata de iluminar en profun-

didad mediante la verdad sobre la creación.

De esto se habla de un modo seguramente más explícito en

el celebre pdrrafa dedicado al problema de lo outonomia de las

cosas creadas.

-Si por autonomia de la realidad terrena -leemos en

este párrafo- se quiere decir que las cosas creadas y la

sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el

hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco,

es absolutamente legitima esta exigencia de autonomia.

No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres

de nuestro tiempo. Es que además responde a la volun-

tad del Creador* (CM

36 .

En este pasaje encontramos un texto ciertamente esencial

para determinar las vias del enriquecimiento de la fe del hom-

bre actual:

propia naturaleza de la creación, todas

otadas de coiisistencia. v e r d a d m d

p o f i a s y

de un propio orden regulado, que el hombre

debe respetar con el reconociiiicnto

de

U rnetoaoiogía

aarticular de cada ciencia o arte.

Por ello. la investiea-

z ó n metbdica en todos los campos del saber, si está re-

alizada de una forma autknticamente científica y confor-

me a las normas morales, nunca será en realidad

contraria a la fe, porque kre a li da de s profanas y las de

la fe tienen su origen en un mismo Dios. ás aún, quien

con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar

en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saber-

lo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas

las cosas, da a todas ellas el ser* (CM 36 .

La autonomia de las cosas creadas no es sólo un derech?

del hombre, sino, ante todo, uno de sus deberes. peber del

seiior de las cnaturas, al que corresponde someteríaSaeT .

;ubordinarlas. Pero el camino que lleva, a esta meta pasa por

una subordinación e s o e c i f i r ~onciencra v de la ac-

humana a esa realidad que constituye todo ser c r e a L E h n &

iodo para conocer

y

actua r que -aunque no vaya acompaña-

do de la conciencia de la creación v de la relación consciente

'con el Creador- es va cierw encuentro con él. es siemure un

encuentro en lo obra de la creocidn y en el ámbito de la misma.

Este encuentro es orecisamente el de todos los hombres aue

respetan la justa a itono mia de las cosas creadas. Ahora bien,

esta autonomia indica indirectamente la necesidad de orde-

nar en la verdad , o más bien de subordinar en la verdad .

Necesidad esta que se refiere al hombre y a toda su actividad

respecto al mundo. hasta tal punto -como enseña el

Concilio-, que se encuentra siempre con el Creador.

La continuación del citado texto, en el que el Concilio se

opone al concepto erróneo de la expresión autonomia de las

realidades temporales , nos ilustra todavía más acerca del

tema de la conciencia de la creación.

Pero, si autonomía de lo temporal -leemos-

quiere decir que la realidad creada es independiente de

Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al

Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la

falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el

Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en

Dios, seacual fuere su religión, escucharon siempre la

manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la

39

4. RmovoriM en su fumies

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creación. Más aún, por el olvido de Dios, la propia cria-

tura queda oscurecida- (CM 36).

El texto tiene un carácter figurativo y es en cierto modo un

escorzo mental; sin embargo, percibimos claramente que en-

tramos en contacto con el núcleo más profundo del dogma de

la creación, del que nos abastecemos abundantemente. El

Concilio afirma, ante todo, que la verdad acerca de la creación

y

el Creador es común a casi todas las religiones, fuente del

lenguaje en sí y por si religioso de las criaturas. Por eso, la

afirmación de que las cosas creadas no dependen de Dios es

un atentado directo contra la esencia de esta verdad y este

lenguaje, ya que es como decir que ''las cosas creadas no han

sido creadas . Sin embargo, no se trata en este caso de una

contradicción conceptual. El dogma de la creación d e f w e l

modo más profundo la propia realidad. No sólo el concepto

ae creación carece de sentido si se le desnuda de la_id l

Creador , s ino aue la orooia realidad aue definimos con ese

que es Ta u t o r de es ta existencia, a l a que sostiene continua-

mente.

l

ser creado significa el ser que presupone al Creador

y

Creador se desvanece . Por eso, la autonomia de las

realidades temporales , concebida como negación de Dios

creador es, al mismo tiempo, negación de las criaturas. es des-

conocimiento de su carácter orkológico: $1 olvido de Dios

priva de luz a la propia criatura , razón por la cual comporta

una desorientación fundamental en la conciencia, en la acción

del hombre.

En apariencia, esta consideración tiene un sinnificado

negativo, mientras indirectamente, en cambio, emerge precisa-

mente de ella I afirmación de la obra de la crea cih , base de

e:

conciencia f e la Iglesia. La i

el

mundo .

v

su conciencia alcanza eón al

s e corresponde el mundo , pues todo el desarrollo dZ1

mundo logrado por el hombre no es otra cosa que una mani-

festación v revelación cada vez mayar de la o m dezla

creación.

.Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas lo-

gradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que

la criatura racional pretende rivalizar con el Creador,

están, por el contrario, persuadidos de que las victorias

del hombre son signo de la grandeza de Dios y conse-

cuencia de su inefable designio. Esta enseiíanza vale

igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque

los hombres y las mujeres que, mientras procuran el sus-

tento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma

que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con

razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la

obra del Creador (CM 34 .

La verdad sobre la creaci6n es esa verdad de fe con la que

el hombre se encuentra en el mundo más que con ninguna

otra. Esa que parece salir al encuentro de los interrogantes

fundamentales referentes a la existencia del mundo

y

al sentido

de la existencia del hombre en el mundo. Esta verdad sirve

para organizar sustancialmente toda la esfera de los valores,

ayudando, por ejemplo, a convencernos de que el hombre

vale más por lo que es que por lo que tiene , como dice la

constitución Gaudium

el

spes siguiendo a Pablo VI, y de ella

procede la afirmación posterior de que los progresos en el

campo técnico pueden proporcionar, por así decirlo, materia

a la promoción humana, si bien solos no pueden de modo

alguno realizarla (CM 35 .

Cuando constatamos que la conciencia de la creación es el

fundamento de la conciencia de la Iglesia, logramos descubrir

las orientaciones del enriquecimiento de la fe seiialadas por el

Concilio, que, penetrando en la obra de la creación, proclama

la verdad sobre el Creador. La verdad sobre Dios, que crea y

mantiene en su existencia al mundo, nos revela su trascenden-

cia y su aún más fundamental presencia en el mundo. Y es con

ésta con la que el hombre incesantemente se encuentra. La

Iglesia profesa esta verdad al comienzo de su Credo y el Con-

cilio nos ayuda a verla no solamente como una realidad que se

encuentra, por así decirlo, por fuera de la conciencia de la

Iglesia, sino como parte integrante de esta misma conciencia.

Hasta ahora hemos dado sólo un primer paso en esta direc-

ción, pero el primer paso determina los demás.

a

conciencia

de la Iglesia, con motivo de la obra de la creación, es, en cierto

modo, conciencia del mundo; y viceversa, la conciencia del

mundo empapada de la verdad sobre la creación y su Creador,

se hace conciencia de la Iglesia en su estructura fundamental.

Sobre ella continuamos contmyendo.

Se diría que el enriquecimiento de la fe -contribución del

Vaticano 11- parte no tanto de la conciencia de la creación

hacia las posteriores verdades de nuestro Credo cuanto preci-

samente de esas verdades hacia la conciencia de la creación,

ofreciéndole así un contexto de fe más rico.

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REVELACION DE LA SANTISIMA TRINIDAD

Y

CONCIENCIA DE LA SALVACION

.Dios, creando y conservando el universo por su Pa-

labra (cf. Jn

1,3 ,

ofrece a los hombres en la creación

un testimonio perenne de sí mismo (cf. Rom 1,19-20);

queriendo, además, abrir el camino de la salvación so-

brenatural, se reveló desde el principio a nuestros pri-

meros padres,, (CR 3).

La fe procede de la revelación; es la aceptación de la reve-

lación y es su respuesta. El Concilio Vaticano 11 ha confir-

mado una vez más el camino que lleva a Dios a través del

testimonio de las criaturas. Camino que, aunque indirecto, es

verdaderamente importante para el encuentro con Dios, en-

cuentro que, sin embargo, debe también estar preparado por

parte del hombre actuarse bajo la guía de su entendimiento.

El propio Concilio ha resaltado el camino de la revelación;

es decir, aquel que lleva de Dios al hombre.

Y

Dios, desde el

principio, se ha revelado a nuestros padres. Esta revelación

tenía como finalidad la salvación del hombre y, desde el prin-

cipio, ha mostrado el sentido y carácter sobrenatural deésta.

Da la impresión de que el Concilio, afrontando la gran empre-

sa de la autoconciencia de la Iglesia,

haya explícitamen te unido

la imagen de la vida interior de Dios transmitida por la revela-

cidn y la conciencia de la salvación por parte del hombre

con-

sistente en la participación en esa vida. Precisamente por esto,

la respuesta a la revelación no es solamente la aceptación inte-

lectual de su contenido, sino - c o m o leemos en la constitución

Dei Verbum-

es una actitud con la que el hombre se abando-

na enteramente en Dios (CR

5 .

.Quiso Dios, con su bondad

y

sabiduría, revelarse a sí

mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef

1,9): por Cristo, la Palabra hecha carne,

y

con el Espíri-

tu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre

y

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participar de la naturaleza divina (cf. Ef 2.18; 2Pe 1,4).

En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1,15); lTim

1,17), movido de amor, habla a

los

hombres como a

amigos (cf. Ex 33.11; Jn

15,14-15), trata ciin ellos (cf.

Bar

3,38

par a invitarlos y recibirlos en sr ;mpaAían

(CR 2).

-por medio de la revelación Dios quiso manifestarse

a sí mismo y sus planes de salvar al hombre, para que el

hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que su-

peran totalmente la inteligencia humana (CR 6).

n revelación de sí mismo y la voluntad de salvar al hombre

forman, com o se ve, un acto único por parte de Dios, al cual,

por parte del hombre, por parte de la familia humana en la

Iglesia, corresponde el conocimiento de Dios en el misterio de

su esencia interior y, juntamente, el conocimiento de la salva-

ción. esto lleva el conocimiento de aquella arcana voluntad

de Dios que ha manifestado con la revelación de si mismo.

Dios. en efecto, se ha revelado no sólo para que todos los

hombres pudieran conocerlo como Padre, Hijo y Espiritu San-

to en la unidad de la divinidad, sino también para que, por

medio del Hijo-Verbo que se hizo carne, tuvieran acceso en el

Espiritu Santo al padre y se hicieran partícipes de la misma

naturaleza divina, es decir, de la divinidad. La obra de la sal-

vación significa una particular unión con Dios, o más bien una

comunión misteriosa y, a un tiempo, profundamente real. Este

es el realismo de la gracia con el que Dios -llevado por la

superabundancia de su amor- hace al hombre hijo suyo y

vive con él como un amigo. La revelación, por tanto, no es

solamente la manifestación del misterio de Dios, sino además

una invitación. El hombre, al aceptarla, participa de la obra de

la salvación.

La conciencia de la Iglesia está vinculada estrechisimamen-

te a la conciencia de la salvación. La Iglesia profesa la verdad

de un Dios que salva, y esta verdad completa la verdad de un

Dios que crea. La conciencia de la salvación parece como su-

perestructurarse sobre la conciencia de la creación y, al mis-

mo tiempo, penetra en ella hasta el fondo y es una respuesta

adecuada a la revelación del misterio

de

la Santlsima Trinidad.

Esta verdad de la fe que permite al hombre penetrar hasta el

fondo en la realidad trascendente del ser divino. constituve. en

cierto sentido, la cumbre de la conciencia de la iglesia. ~ Í ~ a t i -

cano 11 se ha manifestado harto claramente a este resoecto.

través de la verdad de la fe acerca de la Santísima ~riiidad,a

Iglesia toca no s61o el más intimo misterio de Dios, sino tam-

bien el propio misterio. Esto se confirma, entre otras razones,

por el propio titulo del capitulo 1 de la constitución

Lumen

genrium, que se ocupa del mysterium Ecclesiae. Podemos decir

que este configurarse de la conciencia de la Iglesia resulta del

modo en que Dios se revela a si mismo. Dios, efectivamente,

se ha revelado a si mismo como unidad y, a la vez, como

comunidad de persona; razón por la cual los hombres que

aceptan esta revelación no sólo se hallan ante una realidad

que es Dios en si mismo, sino que deben también constatar

que han sido, digamos, introducidos en las profundidades de

esta realidad misteriosa y sobrenatural y que, por lo tanto, su

vocación es la unión con Dios.

Llegados a este punto, lo mejor que podemos hacer es sim-

plemente citar los primeros párrafos de la constitución Lumen

gentium.

sobre la unidad divina del Padre, del Hijo y del Espi-

ritu Santo, no ya y solamente en la trascendencia de la divini-

dad, sino tambitn en la plenitud de la revelación, que constitu-

ye el misterio de la Iglesia.

El Padre E terno,

por una disposición libérrima y arca-

na de su sabiduría y bondad, creó todo el universo, decre-

elevar a los hombres a participar de la vida divina, y

como ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó,

antes bien les dispensó siempre los auxilios para la salva-

ción, en atención a Cristo Redentor, que es la imagen de

Dios invisible, primogénito de toda criatura

(Col 1,15). A

todos los elegidos, el Padre, antes de todos los siglos, los

conoció de antemano

y

los predestind a ser conformes con

la imagen de su Hijo. para que éste sea elprimo génito entre

muchos hermanos

(Rom 9.29). Y estableció convocar a

quienes creen en Cristo en la santa Iglesia* (CI 2).

<<Vino, or tanto, el Hijo,

enviado por el Padre, quien

nos eligió en El antes de la creación del mundo y nos

predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en

restaurar en

El

todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10). Así,

pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre,

inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su

misterio

y

con su obediencia realizó la redención. La Igle-

sia, o reino de Cristo, presente actualmente en mis-

terio por el poder de Dios crece visiblemente en el

mundo>> CI 3).

Consumada la obra que el Padre encomendó realizar

al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17.4).

fue enviado el Espiritu

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Santo el día de Pentecostés, a fin de santificar indefinida-

mente la Iglesia y p ara que de este mo do los fieles tengan

acceso al Padre por medio de C risto en un mismo Espíri-

tu (cf. Ef 2,18). El es el Espiritu de vida o la fuente de

agua qu e salta has ta la vida e terna (cf. Jn 4,14; 7,38-39),

por quien el Pa dre vivifica a los hombres m uertos por el

pecado, hasta qu e resucite sus cuerpos mortales en Cristo

(Rom 8,lO-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el

corazón de los fieles como en un templo (cf. Icor 3,16;

6,19), y en el los ora y da tes timonio de su adopción com o

hijos (cf. Gá1 4,6; Ro'm 8 , 5 1 6 y 26). Guía a la Iglesia a

toda la verdad (cf. Jd 16,13), la unifica en comun ión y

ministerio, la p rovee y gobierna con diversos don es jerár-

quicos y carismáticos y la embellece con sus fm tos (cf. Ef

4,11-12; Icor 12 4; Gál 5,22). Con la fuerza del Evangelio

rejuvenece a la Iglesia, la renueva ince santem ente y la

conduce a la unión co nsum ada con su Esposo. En efecto,

el Espiritu y la Esp osa dicen al Señ or Jesús: ¡Ven (cf. Ap

22,17)» (CI 4).

Así se expresa el Concilio V aticano 11 acerca del misterio

de la Trinidad divina y, al mismo tiempo, acerca del misterio

de la Iglesia. Cabe referirse de nuevo, en este punto, al princi-

pio de la integración para vislumbrar la dirección exacta del

enriquecimiento de la fe. La revelación del Padre, del Hijo y

del Espiri tu Santo ha orientado desde el comienzo la fe de la

Iglesia, el magisterio y la teología hacia el misterio de Dios.

De ello dan test imonio elocuente los primeros concil ios y el

Credo, recitado todavía durante la santa misa. Habidndose

Dios revelado a sí mismo. habiendo desvelado ante e l hombre

el misterio del ser y la vida interior de la única divinidad en la

trinidad de las personas, se deduce que el acto fundamental de

la fe,

el modo fundamental como responde el hombre a la

revelación de sí mismo por parte de Dios, consiste en hacer

profesión de la verdad acerca de Dios en símism o . El Vatica-

no 11 retoma esta expresión de la fe, que corresponde a la tras-

cendencia absoluta de la divinidad.

Sin embargo, la revelación de la Santísima Trinidad da a

nuestra fe otra expresión m ás, cosa que el Concil io ha part icu-

larmente resaltado, desde las primeras frases de su más imp or-

tante documentación, con desarrollo posterior a lo largo de

sus enseñanzas. Esta expresión de la fe es la de la llamado. Dios

no sólo se ha revelado a si mismo al hombre, sino que a la vez lo

ha llamado y escogido. Esta expresión de la fe tiene, por lo

46

tanto, su fundamento en el modo mismo en que la Trinidad

divina se ha revelado; esa revelación va estrechamente ligada

al designio del Padre con respecto a la salvación y, al tiempo,

es decisiva para su realización. Podemos resumir brevemente

todo esto diciendo que Dios quiere que el hombre se salve

mediante si mismo, ofreciéndole la part icipación en la propia

vida divina. La revelación al respecto no es solamente un a de-

claración verbal , sino que es una acción part icular de Dios en

la trinidad de las personas. Esta acción t iene p or finalidad Ile-

j

var al hombre a part icipar realmente de la naturaleza y de la

vida divina. En los textos citados, la constitución Lumen gen-

j

tium nos presenta concisa, auténtica y sintéticamente esa reve-

lación, que es acción del Padre, del Hijo y del Espíri tu San to.

Acción que consti tuye todo el orden sobrenatural de la gracia

y el misterio de la Iglesia. Por esta razón es por la que la

conciencia de la Iglesia advierte la necesidad de penetrar en el

misterio de la Santisima Trinidad.

El Dios que salva es el Padre, que quiere salvar al hombre: es

el Hijo, enviado por el Padre para que en El, mediante la en-

carnación y su hum anación , se realice la renovación d e todas

las cosas, y sobre tod o la adop ción de los hombres co mo hijos

de Dios, y es, por último, el Espíritu Santo, enviado después

que el Hijo h ubo l levado a cabo la obra confiada por el Padre,

"para sa ntificar consta ntem ente a la Iglesia El Espíritu mo ra

en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un tem-

plo, y en ellos ora y d test imonio de su adop ción com o hijos"

(CI 4). El misterio de la divinidad, la Santísima Trinidad, se le

plantea abiertamente a la conciencia de la Iglesia no sólo

com o supre ma y completa verdad q ue la Iglesia profesa acerca

de Dio s "en sí mismo", sino también co mo verdad sobre la

salvación a la que Dios l lama e invita al hombre. Es además

verdad acerca del Padre, que engendra desde la eternidad al

Hijo-Verbo, siendo con El la fuente perenne del Espíntu-

Amor. Al mismo tiempo es ésta la verdad sobre el Padre que

obra en la historia de la hum anidad por la encarnación visible

P

del Hijo y po r la venida del Espiri tu San to, que el texto conci-

l iar l l ama "efusión", uo rau e, de mo do invis ible , perd ura

. .

ininterrumpidamente.

enriauecimiento de la fe en la Santísima ninidad, mani-

. .

~

festado en las enseñanzas dél Vaticano 11, hay que referirlo a la

realidad de la misión de las personas divinas, misión que se diri-

ge al hombre, constituye la realidad divina de la Iglesia

y

de

I

este modo hace que la Iglesia lleve en sí la conciencia de la

salvación y t ra te de penet rar en cada un o de los hombres y en

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toda la familia humana. Esta conciencia está expresada, entre

i ,Por qué ha de caminar hacia la realidad últ ima, que es Dios:

otros mOnIentos, en un a de las primeras frases de la consti tu-

Padre, Hijo

y

Espíritu San to? por qué se enderezan al homb re

ción Lumen gentium:

missiones divinarum personarum

por qu é éstas, precisamente

éstas, constituyen el más hondo misterio divino de la Iglesia?

'.La Iglesia es en Cristo com o un sacram ento , o sea,

La Iglesia descubre en su propia misión la conciencia de la

s igno e ins tmm ento de la unión int ima con Dios y de la

unidad de todo el gCnero humano- (CI 1).

salvación a través de la confrontación fundamental entre la

verdad revelada acerca de Dios

y la del hombre, verdad que

consti tuye el perenne depósito d e su doctrina y de sus enseñan-

zas. Estas verdades vienen, sin embargo, marcadas con un

acento nuevo, como era necesario.

He aquí una enunciación definit iva:

, .El Sefior, cua ndo ruega al Padre que todos sean uno,

cqmo nosotros tambiLn somos uno (Jn 17,21-22). abriendo

perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una

cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y

misión divina.

la unión d e los hijos de D ios en la verdad

y en la caridad.

Esta semejanza demuestra que el hombre, Única criatura

Una exposición, seguramente la más concisa, de la verdad

que atahe a la misión de las personas divinas se encuentra en

terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede

el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia.

encon trar su propia plenitud si no es en la entrega sincera

de si mismo a los demás* (CM 24).

-La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misione-

La semejanza del hombre con Dios halla, en cierto modo,

ra, puesto q ue tom a su origen de la misión del Hijo y de la

u

fundamento, en el misterio de la Santísima Trinidad. El

misión del Espíri tu Santo, según el propósito de Dios

Padre.

hombre se asemeja a Dios no sólo en virtud de la naturaleza

espiri tual de su alma inmortal , sin o también gracias a su natu-

Este propósito d imana del *amor fontal . o caridad de

raleza social, entendida ésta como característica de la persona

Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, del que

incapaz de enco ntrar su propia plenitud si no es en la entrega

fue engendra do el Hijo y procede el Espíri tu Sa nto por el

sincera de si misma a los demás . Con siguien temen te, la

Hijo, creándon os l ibremente por u n ac to de su excesiva y

unión en la verdad y en la caridad constituy e la expresión

misericordiosa benignidad y l lamándonos, además, gra-

últ ima de la comunidad de personas. Tal unión merece el

ciosamente a part icipar con El en la vida y en la gloria,

nombre de communio, y communio significa m ás qu e comuni-

difundió con l iberalidad, y n o cesa de difundir, la bondad

dad communitas). En latín, communio señala, de hecho, una

divina, d e suerte qu e el que es creador de todas las cosas r el ac ión en t r e la s per sonas que só l oes ~ r o p i a e ellas, e indica

ha venido a hacerse

todo en todas las cosas

(1Cor 15,28),

adem ás el bien q ue estas personas intercambian en su recipro-

proc uran do a la vez su gloria y nuestra felicidad (D M 2).

co dar y recibir .

No vamos a añadi r a es te texto un com entar io matizado de

El Concil io no ha completado un análisis de la obra de la

t ipo exegético, como tampoco lo hemos hecho antes. Nos va-

salvación con miras a un enriquecim iento dire cto -a través de

mas

a limitar tan sólo a perfilar las principales orientaciones

su magisterio- de la doc trina de la gracia. Aquí se extiende

del enriquecimiento de la fe, presentadas por el magisterio

un vasto campo de integración teológica y kerigmática. Sin

conciliar. El texto citado del decreto sobre las misiones es

una

embargo, el Concil io, refiriéndose a la tradición más antigua,

excelente confirmación de la estrecha unión entre fe de profe-

ha, en cierto sentido, descubierto los polos mismos del miste-

sión fe de l lama da, a la que ya nos hemos referido. Con

n o d e la salvación, entre los cuales se desenvuelven el proceso

relaciÓn a la fe de llamada, el Concilio ha elevado con discre-

sobrena tural de la gracia -acontecimiento interior- y la his-

ci6n la Pregunta de que, ¿por qué el hombre ha sido l lamado?

toria de la salvación en cuanto sucesión de los acontecimien-

49

i

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tos, digamos. exteriores y culniinantcs de la Iglesia visiblc.

Esta presentación y esta postura del Vaticano no sólo adm i-

te la posibilidad de integración, sino que la reclama. Pese a

el lo, las afirmaciones m ás antiguas cobran aqu i acentos total-

mente nuevos. como se desprende del último texto citado. El

propio Jesús nos propone esta semejanza e incluso, se podría

decir , esta analogia metafísica entre Dios persona y comuni-

da d -o, si se quiere, comu nión de las personas en la unidad

de la divinidad- y entre el hombre com o persona y su voca-

ción a la comunidad "en la verdad y en la caridad"; comunidad

en cuyas raices se asienta el derecho a realizarse mediante el

don de si. ¡Cuán elocuente es la afirmación de la constitución

Gaudium el spes de q ue "el h om bre en la tierra es la única

criatura que Dios haya querido po r si misma", como criatura-

fin, y n o sólo com o criatura-medio El designio y la obra d e la

salvación responden a esta real idad fundamental del hombre.

La salvación tiene carácter personal y, al mismo tiempo, "de

comunión", y se realiza en la com unid ad de la Iglesia y por

medio de la Iglesia.

De este mo do, el Co ncil io camina sobre las huellas del de-

signio eterno del Padre, su plan "de amor"; plan que está en

Dios y procede d e Dios, pero cuyas trazas pueden descubrirse

en la naturaleza del hombre, en el orden mismo d e la creación.

Es

como si el Concilio quisiera señalar que, siguiendo estas

huellas, el hombre es capaz

de descubrir su pertenencia al orden

sobrenatural. divino no solamente sobre la base de la semejanza

que busca su prototipo sino tambien sobre la base de ese encuen-

tro en el que emerge y se manifíesta la conciencia de la salva-

ción.

Dios se revela asi m ismo al ho mbre p ara que emerja esta

conciencia. La conciencia de la salvación es también el elemen-

to fundamental de la respuesta de fe. La lglesia la considera

parte esencial de su misión respecto al hom bre, y por esta ra-

zón el Concilio, en la constitución

Gaudium el spes

proclama:

"Es la persona del hom bre la que hay que salvar. Es la sociedad

humana la que hay que renovar" (CM 3 . La conciencia de la

salvación, en su cumplimiento, y actuada incesantemente por

Dios, es el hi lo conductor de las enseñanzas del Concil io. La

Iglesia alcanza con esta conciencia dimensiones escatológicas,

hacia el encuentro úl t imo con Dios que l lama, y al mismo

tiempo la introduce en el mundo, en el "mundo contemporá-

neo" en continua evolución.

La conciencia de la salvación logra asi que la Iglesia se

sienta estrechamente l igada con aquello que le es al hombre

más int imo,

y

tal vez más secreto.

5

<<Laglesia sabe perfectamente qu e su m ensaje

est6 de

acuerdo con los deseos má s profundos del corazón humano

cua ndo reivindica la dignida d de la vocación del hom bre,

devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya d e sus

dest inos más al tos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al

hombre, difunde luz, vida y l ibertad para el programa

human o. L o único que puede l l enar e l coraz6n del hom-

bre es aquello de "nos hiciste, Señor, para t i y nuestro

corazón está inquieto hasta qu e descanse en ti"n (CM 21).

<<Bien abe la Iglesia qu e sólo Dios, a l que ella sirve,

respon de a las a$iraci&es más prof und as del corazó n

humano. el cual nunca se sacia plenamente con solos los

.

alimentos terrenos. Sabe tambi& que el hom bre, atraído

sin cesar por el Espiri tu de Dios, nunca jamás será del

todo indiferente ante el problem a rel igioso, como lo prue-

ban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino

también múltiples es timo ni os de nuestra época. Siempre

deseará el hombre saber, al menos con fusamente, el senti-

d o de su vida, de su acción y de su muerte. La presencia

misma de la Iglesia le recuerda al hombre tales proble-

mas; pero es solo Dios el que puede da r respuesta cabal

a estas preguntas. (CM 41).

El Vatican o 11 ve en la revelación la respuesta a los peren-

nes interrogantes del hombre. La conciencia de la salvación

brota de la fe con que aceptamos la respuesta de Dios y da-

mos, a la vez, nosotros mismos una respuesta a Dios, a su

revelación. Esta respuesta es profesión y,

a un t iempo -como

hemos comp robado antes- , aceptac ión de la l l amada que en

la revelación de la Santisima Trinidad descubre lo que afana

los corazones y los espiritus de los creyentes de las religiones

incluso no cristianas. En la declaración conciliar leemos:

.Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se en-

cuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de

aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la mar-

cha d e las cosas y en los acontecimientos de la vida huma-

na, y a veces también el conocimiento de la suma divini-

da d e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento

penetra tod a su vida con un int imo sentido religioso. Las

religiones, al tener contacto con el progreso de la cultura,

se esfuerzan por responder a dichos problemas con no-

ciones más precisas y con lenguaje más elaborado,,

(DRNC 2) .

Más detal ladamente aún se expresa al respecto el decreto

sobre las misiones:

5

1

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-Este propósito universal de Dios en pro de la salva-

ción del género humano no se realiza solamente de un

modo como secreto en el alma de los hombres, o por los

esfuerzos, incluso de tipo religioso, con los que los hom-

bres buscan de muchas maneras a Dios,

para ver de dar

con El si es posible y encontrarlo aunque no estó lejos de

cada uno de nosotros (Act 17,27 , ya que dichos esfuerzos

necesitan ser iluminados y sanados, sibien es verdad que,

por benevolente designio de la Rovidencia divina, pue-

den alguna vez considerarse como pedagogía hacia el ver-

dadero Dios o preparación para el Evangelio*

DM 3).

Sobre este amplio trasfondo se podrá seguramente perfilar

más claramente el significado de la frase con la que el Vatica-

no 11 sintetiza el pensamiento sobre la vinculación vital de la

Iglesia con la Santísima Trinidad: la lglesia universal se pre-

senta como un pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo

y del Espíritu Santo (CI 4). Esta idea fue expuesta por algu-

nos Padres de la Iglesia, como San Cipriano, San Agustín, San

Juan Damasceno; siguiendo sus huellas, el Concilio la refuer-

za

A la luz del análisis realizado por nosotros, ya sabemos

mejor cómo entender la unificación del pueblo de Dios. Sa-

bemos también que a la conciencia trinitaria de

la

Iglesia une

la doctrina del Concilio, a través de la unidad trinitaria del

propio Dios, la conciencia de la salvación.

CAP~TULO11

JESUCRISTO LA CONCIEN CIA DE LA REDENCION

El enriquecimiento de la fe, al que mira el Concilio Vatica-

no 11 en virtud de la conciencia de la Iglesia, halla su nervio en

Jesucristo. Sin embargo, debemos hablar más bien de vía

que de nervio , ya que se trata de los caminos del enriqueci-

miento de la fe. Pues bien, Jesucristo es ese camino. Trate-

mos, entonces, a tenor del magisterio conciliar, de someter a

análisis la conciencia de la redención, la cual precisamente, en

la estructura de nuestra fe, corresponde a la persona de Jesu-

cristo y sintetiza su vida, su muerte y su resurrección.

La

re-

dención es obra de Cristo, Dios-Hijo, que se hizo hombre.

Esta es la esencia de la misión de la segunda persona, por

medio de la cual Dios entra de modo visible en la historia de

la humanidad, haciendo de ella una historia de la salvación.

La obra de la redención es, según palabras de nuestro Señor

Jesucristo (cf. Jn 16,7 , condición explícita de la misión del

Espíritu Santo, de su venida el día de Pentecostés y de su con-

tinua visita a las almas de los hombres y a la Iglesia. Lo re-

cuerdan los textos trinitarios del Vaticano 11 antes citados.

Acerca de la redención propiamente dicha. los textos conci-

liares son concisos haciendo referencia simplemente lo que es

objeto de nuestra

fe

.rCristo con su obediencia realizó la redención (CI

3 .

El Padre Eterno creó tod o el universo, decretó ele-

var a los hombres a participar en la vida divina,

y

como

ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó, antes

bien les dispensó siempre los auxilios de la salvación, en

atenci6n a Cristo redentor,) (CI 2 .

La obra de la redención permanece ligada estrechísima-

mente al plan y a la obra de la salvación. Más aún, constituye

su fundamento, sobre todo después de la caída de Adán. Fun-

damento que se halla en Dios mismo, pero que se realiza en la

naturaleza humana y en la historia.

5

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<,El Hijo de Dios, en la naturaleza hum ana un ida a sí ,

redimió al homb re, venciendo la muerte con su muerte v

resurrección, y lo transformó en una nueva criatura (ci .

Gál 6.15: 2Cor 5.17).

CI

7 .

.Esta ob ra de ¡a red ención h um ana y de la perfecta

glorificación de Dios, preparada por las maravil las que

Dios obró en el pueblo de la antigua Alianza, Cristo, el

Señor, la realizó principalmente po r el misterio pascua1

de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los

muettos y gloriosa ascensión* (CL

5).

La obra de la redención es la obra del mediador; es la for-

ma concreta de la mediación entre Dios

y

los hombres, en

conexión con la misión de Jesucristo.

'<Cris to Jesús fue en viado al m undo como verdadero

mediador ent re Dios

y

los hombres (D M

3 .

Como mediador , Cr is to es redentor del mundo, de ese

mu ndo que los crist ianos creen fund ado

y

conservado p or el

am or del Creado r, esclavizado bajo la servidumbre del pecado,

pero l iberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el po-

der del demonio, para que el mundo se transforme según el

propósito divino y llegue a su consu mac ión (CM 2). Este tex-

to, qu e ya h emos citado a ntes en el capitulo sobre la concien-

cia de la creación, lo traemos de nuevo a colación porque

la

conciencia de la creación. en la óptica del Vaticano

II

va estre-

chamente unida a la conciencia de la redención.

.Dios salvador y Dios creador (es) siempre el mismo

Dios,

y

asi también se (identifica) Señor de la historia

humana y Señor de la historia de la salvación* -leemos

en la constitución Gaudium el spes (CM 41).

Es muy significativo el que esta constitución nos brinde una

visión más amplia de la obra de la redención, del mismo m odo

que se ha referido a la obra de la creación. Un análisis más

detallado nos descubre, po r asi decir, las raices comunes de am-

bos docum entos sobre la Iglesia: uno dog mático

y

ot ro pas toral .

El mun do, objeto de la ob ra de la creación, lo es también d e la

redención, si bien la redención del m undo se hacon sum ado en el

mun do concebido exactamente como lo presenta laconsti tució n

Gaudium er spes:

El mu ndo de los hombres el mun do que

es teatro de la historia del género humano (CM

2).

El mundo

ha sido redimido por el Hombre-Dios y ha sido redimido en el

hombre. La redención del mundo es esencialmente redención

del hombre.

54

Dios que

quiere que rodos los hombres se salven y lle-

guen

al conocimienro de lo verdad (ITim 2,4)

...

cuando

¡

lleg6 la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Ver-

j

bo hecho carne, ungido por el Espíri tu San to, para evan-

gelizar a los pobres y curar a los contri tos de corazón

i

como médico corporal y espiri tual , Mediador en tre

Dios los hombres. En efecto, su humanidad unida a la

persona del Verbo, fue instrumen to de nuestra salvación,*

(CL 5).

La conciencia de la redención discurre asi como un an cho

rio que atraviesa el magisterio del Concilio Vaticano

11

se

dirige a to dos aquellos que buscan en él el enriquecimiento de

su fe. Analizaremos esta conciencia en sus dos aspectos com-

plementarios, tal como se perfila en los principales documen-

tos del Vaticano 11. La redención del mundo perdura en la

Iglesia. Asi las cosas,

y

a la luz de los textos conciliares, consi-

deramos en primer lugar esta realidad como referida continua-

mente al mundo y al hombre en el mundo. A este propósito, la

consti tución Gaudium el spes será nuestro principal guia. Tam-

bién no s ocuparemos del modo como la realidadde la redención

perdura en la Iglesia.

entonces nos servirá especialmente de

guia la constitución Lumen genrium. Tanto en uno como en

otro aspecto, la realidad de la redención está íntimamente uni-

da a Jesucristo. El Concilio vuelve a manifestar la fe de toda la

Iglesia en Jesucristo

y

sobre la base de esta profesión enrique-

ce nuestra conciencia de la redención.

La redencidn como realidad perennemente referido

al hombre en el mundo

Puede extrañar que lo primero que hagamos sea dirigir

nuestra aten ción a algo qu e parece estar fuera de la Iglesia,

esto es, el mundo , tom and o por guia la consti tución pasto-

ral Gaudium et spes. pero, mirándolo bien, este documento

completa la consti tución dogmática Lumen gentium sobre la

Iglesia, no sólo en razón de su orientación hacia lo que está

fuera , sino también porqu e de por si descubre qué es la Igle-

sia en su esencia, mostrándon os el dinamism o de su misterio

en todo su alcance. La obra de Jesucristo, obra de redención

que determ ina a la Iglesia en su más profun da interioridad ,

es ob ra de la redención del mundo . Sin la constituc ión Gau-

55

5 -Renovación n us

enle,

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dium el spes,

que habla precisamente de la Iglesia en el mundo

actual, faltaría esta dimensión de nuestra fe en la redención

y

en la Iglesia, y esta orientación de su enriquecimiento.

La

constitución postora1 no solamente nos enseña de modo

nuevo la verdad sobre la redención del mundo y del hombre en el

mundo

(así como, a la par, enseha la verdad sobre la creación),

sino

que nos perm ite ver esta verdad en el amplio contexto de lo

contemporaneidad.

En cierto sentido "actualiza" la verdad de

la redención, acercándola a la experiencia del hombre de hoy.

En este punto, el Concilio sigue el ejemplo de San Pablo,

quien también acercaba la verdad de la redención a las expe-

riencias de los hombres de entonces valiéndose de la observa-

ción de sus vidas y, en algún momento también, de la intros-

pección, con lo que en este caso la conciencia de la redención

coincidía con la experiencia interior del propio apóstol. El do-

cumento conciliar no puede ir tan lejos, puesto que su género

literario es otro, pero la orientación, conforme a la cual se

establece la conciencia de la redención, es muy parecida.

Desde este punto de vista debemos también releer la am-

plia

introducción que encontramos al comienzo de la canstitucidn

Caudium et spes .

(.Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los

signos de la época e interpretar los a la luz del Evangelio,

de forma que, acomodándose a cada generación, pueda

la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la

humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la

vida futura, y sobre la mutua relación de ambas. Es ne-

cesario por ello conocer y comprender el mundo en que

vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dra-

mático que con frecuencia le caracteriza,, (CM 4).

No nos es posible traer aquí íntegramente esta exposición,

que es algo más que una mera descripción de las "condiciones

del hombre en el mundo actual", como reza el subtitulo.

Se

trata, a la vez, de un análisis y una síntesis que ilustra hechos

ya conocidos a través de otras fuentes, a modo de

loci commu-

nes

de la actualidad informativa

y

de la ciencia a ella vinculada

acerca del mundo y del hombre. Estos hechos han sido exami-

nados hasta el fondo. Leemos a este respecto:

.Bajo todas estas reivindicaciones se oculta una aspi-

ración más profunda y mas universal: las personas y los

grupos sociales están sedientos de una vida plena y de

una vida libre, digna del hombre, poniendo a su servicio

6

las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo ac-

tual. Las naciones, por otra parte, se esfuerzan cada vez

más por formar una comunidad universal. e esta for-

ma, el mundo moderno aparece a la vez poderoso

y

dé-

bil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el

camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre

el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio.

El hombre sabe muy bien que esta en su mano dirigir

correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y

que pueden aplastarle o salvarle. Por ello se interroga a

sí mismo* (CM

9).

El texto ci tado es tan sólo un sumario conclusivo y merece

la pena tener en cuenta los párrafos anteriores, en los que cada

uno de los elementos del análisis se presentan de fonna más

declarada. No lo vamos a hacer aquí, pero seguiremos el docu-

mento en los "interrogantes más profundos del género huma-

no"; interrogantes perennes que conforma

la continuidad esen-

cial de la condicidn del hombre en el mundo,

no obstante la

mutabilidad de los componentes externos de su existencia. Lo

esencial es la profundidad de estos interrogantes,

comparables a

una sonda sumergida en lo que hay de más profundo en la

realidad del hombre y de su existencia en el mundo. Es indis-

pensable ponerse al nivel de profundidad al que nos lleva la

constitución

Caudium et spes.

Téngase presente que es relativa-

mente fácil alcanzar esa profundidad si hacemos cada uno un

pequeiío esfuerzo de reflexión.

"Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno es-

tán conectados con ese otro desequilibrio fundamental

que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos

los elementos que se combaten en el propio interior de

hombre. A fuer de cria tura, el hombre experimenta múl-

tiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en

sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por

muchas solicitaciones, tiene que elegir

y

que renunciar.

Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace

lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a

cabo. Por ello siente en sí mismo la divisi6n que tantas y

tan graves discordias provoca en la sociedad* (CM 10).

No es ésta sólo una descripción de la condición del hombre

en el mundo actual, como tampoco lo son las que hallamos en

las cartas de San Pablo, particularmente en la carta a los Ro-

manos, a la que alude. El método descriptivo, de utilidad

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cuando se está en el punto de part ida, n o basta pa ra un análi-

sis ulterior, e incluso puede d ar luga r a una c ierta alienación, si

por al ienación entendemos el hablar de los fenómenos esen-

cialmente humanos sin referencia a su causa, que es el hombre

mismo. De ahí

la necesidad de un análisis en profundidad

del

hombre como causa de esos fenómenos. La const i tución

Gau-

dium e spes

completa tal análisis en do s ocasiones: la primera,

en la introducción, y la segunda, en el capitulo primero de la

primera p,arte. Debemos, pues, referimos tanto a una como a

otro , teniendo en cuenta qu e el análisis del capitulo primero es

más sintét ico y más sistemático, mientras que el de la intro-

ducción es, por asi decirlo, más narrativo y existencial. Uno y

otro sirven, cada uno a su modo, para presentar la persona de

Jesucristo; para releer el misterio de la redención. La reden-

ción del mu ndo , consumad a po r Dios en Jesucristo,

corres-

ponde, como si dijéramos, a la doble realidad del hombre. por

la que su dignidad

y

su vocación a cuanto se conforme a esto

dignidad

y

la eleva, se halla en intersección con su debilidad

y

su pecado.

*Pero iquC es el hombre? -leemos en el capítulo pri-

mer o de la constitución-. Mu chas son las opinion es

que el hombre se ha da do y se da sobre si mismo. Diver-

sas e incluso contradictorias. Exaltándose a si mismo

como regla absoluta o hundiéndose hasta la desespera-

ción. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia.

La Iglesia siente profundamente estas dificultades y,

aleccionada por la revelación divina, puede darles la res-

puesta qu e perfi le la verdadera si tuación del homb re, dé

explicación a sus enfermedades y permita conocer, si-

multáneamente y con acierto, la dignidad y la vocación

propias del hombre. (CM 12).

Esta respuesta de la Iglesia tiene por centro el misterio de

la redención, obr a de Jesucristo, qu e está continuam ente pre-

sente en la Iglesia y, mediante el la, en la humanidad y en el

mundo. El Concil io sabe que muchos hombres rehúsan, por

diversos motivos, aceptar esta respuesta. La causa es, para

unos, el material ismo práct ico y el consumismo, y para otros,

la extrema pobreza. Lo s hay que esperan sólo del esfuerzo

humano la verdadera y plena l iberación de la humanidad y

abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre

sobre la t ierra saciará plenamente todos sus deseos (CM 10).

Y no fal tan tampoco aquellos que piensan que la existencia

humana carece de sentido. Evidentemente son muy dist intas

8

las direcciones en que se orientan las respuestas que los hom-

bres dan a los hombres; evidentemente también muchas de

el las no son más que fal ta de respuesta.

Todo hombre resulta para s i mismo un problema no

resuelto, percibido con cierta oscuridad. Nadie, en cier-

tos momentos, sobre todo en los acontecimientos más

importantes de la vida, puede huir del todo al interro-

gante referido. A este problema sólo Dios da respuesta

plena y totalmente cierta; Dios, que l lama al hombre a

pensamientos más al tos y a una búsqueda más humilde

de la verdad,,

(CM

21).

La respuesta qu e da Dios a los hombres en Jesucristo toma

en consideración

los interrogantes más fundamentales a lo s que

los hombres tienen constantemente que acudir.

*¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del

mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos he-

chos, subsiste todavía? ¿Que valor tienen las victorias

logradas a tan c aro precio? ¿Qué puede da r el homb re a

la sociedad? ¿Que puede esperar de ella? qué hay des-

pués de esta vida temporal? (CM 10).

Recogiendo los perpetuo s intérrogantes del hom bre, el

Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre

(CM

10) a la luz de Cristo.

-Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por

todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíri tu

Santo, a f in de que pueda responder a su máxima voca-

ción y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad

otr o no mbre en el qu e sea necesario salvarse. Igualmente

cree que la clave, el centro

y

el fin de toda la historia

hum ana se hal la en su Seño r y Maestro. Afirma además

la Iglesia que, bajo la superficie de lo cambiante, hay

muchas cosas permanentes que t ienen su úl t imo funda-

mento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre,,

(CM 10).

Hem os ci tado integro este texto, a f in de no desart icular la

profesión de fe en Jesucristo qu e el Concilio Vaticano ha

depositado al l i . Hemos de volver otra vez a la segunda parte

de esta profesión, pero aquí , en cambio, hay que subrayar la

conciencia de la redención contenida explicitamente en ella.

La

redención es la respuesta a los perpetuos interrogantes del hom-

bre, no sólo en el sentido de que brinda "ex plicación al misterio

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del hombre .

Verdaderamente la redención

espor a el hombre. a

un mismo tiempo. fuente de luz de energías para responder

su vocacidn suprema .

Cristo, muerto por todos y resucitado,

puede dar a cada hombre esta luz y esta fuerza por medio de

su Espiritu. Así lo cree la Iglesia. La obra de la redención se

identifica con el misterio pascua1 del Redentor, al que sigue

no só lo la venida del Espír i tu San to el

día de Pentecostés, sino

también su continua comunicación. El es el que alarga a los

hombres directamente la luz y la fuerza sobrenatural. El alcan-

ce de su obra es universal .

El misterio de la redención, estrechamente unido a Jesu-

cristo, a su vida, muerte y resurrección, s la realidad central

de nuestra fe. El Vaticano 11 brinda a quí una importante con-

tribución para el enriquecimiento de la fe con respecto a la

conciencia de la redención. Esta realidad central cristiana se

orienta de tal manera al homb re, que -conforme a la expre-

sión de la

Goudium et spes-

puede vislumbrarse un com o an-

tropocentr ism o especif ico qu e surge en med io de ese cristocen-

tr ismo tan claramente perf i lado por la const i tución:

-En realidad. el misterio del hombre -leemos- sdlo se

esclarece en el misterio del Verbo encarnado.

Porque

Adán , el primer hombre, era f igura del que había de

venir (Ro m 5.14). es decir, Cristo nuestro Seiíor. Cris-

to, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio

del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hom-

bre al propio hombre

y

le descubre la subl imidad de su

vocación* (CM 22).

Creo que estamos tocando un punto clave del pensamiento

conci liar. La revelación del misterio del Padre y de su amo r en

Jesucristo revela el hombre al hombre, con la respuesta Última

a la pregunta de ¿que s el hombre? No podemos separar esta

respuesta del problema de su vocación; el hombre manifiesta

lo que es aceptando su propia vocación y real izándola.

Por medio de Jesucristo, y a través del misterio de la re-

dención, va co ntinuame nte hacia el hom bre la intensa corrien-

te de esa fe de l lamad a en la que el hombre ha d e encontrarse

a si mismo y darse cuenta de q ue es el centro del plan interno

del Padre, de ese amo r que se ha ab ierto al mundo. La concien-

cia de la redención concierne al hombre en su integridad y se

refiere tan to a su realidad interior com o a su situación en el

mundo visible.

.No se equivoca el hom bre al af i rmar su sup eno nd ad

sobre el universo y al no considerarse ya com o part ícula

6

de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad

humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al

universo entero; a esta profunda interioridad retorna

cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le

aguarda, escrutador de los corazones, y donde él perso-

nalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio des-

t ino. Al af i rmar, po r tanto , en si mismo la espir i tualidad

y la inmortal idad de su alma, no es el hombre juguete de

un espejismo i lusorio provoca do solamente por las con-diciones físicas y sociales exteriores, sino qu e toca, p or el

cont rar io , l a verdad más profunda de l a rea l idad>,

( CM

14 .

Este volverse a la interioridad del hombre nos permite des-

cubrir -como dice la constitución

Gaudium et spes los

ele-

mentos fundamentales de la naturaleza espiritual del hombre,

que const i tuyen la dignidad de la pe rsona hum ana, esto es, el

conocimiento, la conciencia y la libertad. A lo largo de este

anál isis , el hombre descubre la pro pia vocación, no sólo con-

firmada por Dios m ediante la revelación, sino reavivada conti-

nuamente.

El fermento evangélico suscitó

y

suscita en el corazón

del hombre esta irrefrenable exigencia de dignidad

(CM

26).

Es ésta una solemn e afirmación q ue, en cierto modo, resu-

me la reflexión de la fe acerca de la condición del hom bre en el

mundo actual , pues la conciencia de la redención l inda con

todo cuan to refleja la dignidad del hom bre, a pesar de su debi-

lidad. Más aÚn, gracias a la redención, puede y debe el hombre

preocuparse p or su dignidad, por muy tortuosos y dificultosos

que sean los senderos que cruzan por su corazón.

El hombre, en efecto, cuando examina su corazón,

comp rueba su inclinación al mal y se siente anegad o por

muchos males, que no pueden tener origen en su santo

Creado r. Al negarse, con frecuencia, a reconocer a D ios

como su principio, rompe el hombre la debida subordi-

nación a su fin Último, y también toda su ordenación

tanto por lo que toca a su propia persona como a l as

relaciones con los demás y con el resto de la creación.

Es esto lo que explica la división intima del hombre.

Tod a la vida huma na, la individual y la colectiva, se pre-

senta com o lucha, y, po r cierto, dramática, en tre el bien

y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el

hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por si

solo los ataques del mal , hasta el punto de sent irse

como aherrojado entre cadenas. Pero el Seiíor vino en

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persona para l iberar

y

vigorizar al hom bre, renovándolo

interiormente y expulsando al príncipe de este mundo

(cf. Jn 12,13), que le retenia en la esclavitud del pecado.

El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su pro-

pia plenitud. (CM 13).

De este modo, la redención, obra de Cristo, esa redención

que da a la vida de la humanida d en la Iglesia un a dimensión

cristocéntrica, es, en esta dimensión, antropocéntrica hasta el

fondo, pues se coloca, por así decirlo, en cada hombre

y

en

toda la humanidad, entre el bien y el mal, entre el pecado y la

salvación. Esta es la redención del pecado y puesto que el

pecado rebaja al hombre , es precisamente en ella - e n su

misma esencia

y

efectos-donde se encuentra la revalorización

fundamental e inagotable del hombre.

Lo conciencia de la revalorización del hombre por parte de

Cristo es un elemen to integrante de la fe

conectado con el pro-

pio misterio de la encarnación del Dios-Verbo:

-El qu e es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es tam-

bién el hombre perfecto, que ha devuelto a la descenden-

cia de Adán la semejanza divina, deformada por el pri-

mer pecado. En él , la naturaleza humana asumida, no

absorbida, ha sido elevada, también en nosotros, a dig-

nidad sin igual. El Hijo de D ios, con su encarnación, se

ha unido, en cier to modo, con todo hombre. Trabajó

con manos de hombre, pensó con inteligencia de hom-

bre, obró con voluntad de hombre, am ó con corazón de

hombre. Nacido de la Virgen Maria,

s

hizo verdadera-

mente uno de los nuestros, semejante en todo a nos-

otros, excepto en el pecado,, (CM 22).

-Por ser Dios,

habita en El corporalmente toda la pleni-

tud de la divinidad (Col 2,9 ; según su naturaleza huma-

na, nuevo Adán, es consti tuido cabeza de la humanidad

regenerada,

lleno de gracia y de verdad

(Jn 1,14). Así,

pues, el Hijo de Dios m archó p or los caminos de la ver-

dadera encarnación para hacer a los hombres part ícipes

de la naturaleza divina Los Santos Padres proclaman

constantemente que no es tá sanado lo que no ha s ido

asumido por Cristo. Mas El asumió la entera naturaleza

cual se encuentra en nosotros, miserables y pobres, pero

sin el pecad o (D M 3).

La encarnación del Hijo de Dios es el inicio de la reden-

ción

y

en ella halla consumación su finalidad intrínseca. Por

62

consiguiente, incluso la revalorización del hombre

y

la eleva-

ción de la naturaleza humana de cada uno de nosotros a la

dignidad sobrenatural se consuma mediante la part icipación

en la redención.

El hombre crist iano, conformado con la imagen del

Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos, re-

cibe las primicias del Espíritu

(Rom 8,23), las cuales le

capacitan p ara cumplir la ley nueva del amor. Por m edio

de este Espíritu, que es

prenda de la herencia

(Ef 1,14), se

restaura intername nte todo el hombre hasta que llegue

la redención del cuerpo (Rom 8,23). Si el espíritu de aquel

que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en voso-

tros el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos

dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud

de su Espiritu que habita en vosotros

(R om 8.1 1). (C M 22).

La efusión del Espíritu S an to es fru to del misterio pascual

de Jesucristo; fruto permanente, consumación de esa obra de

la redención siempre en acto. El cristiano es consciente de esta

realidad por medio de la fe, y esta conciencia plasma su acti-

tud tant o en la lucha dr am ática entre el bien

y

el mal com o

en lo que se refiere al enigma de su condición hu mana , qu e

frente a la muerte no es más qu e un sueño (CM 18). En

efecto:

-Urgen al cristiano la necesidad

y

el deber de luchar,

con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso

de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual,

configurado con la muerte de Cristo, l legará, corrobo ra-

d o por la esperanz a, a la resurrección>, (CM 22).

La obra de la redención es universal

y

se extiende

y

fructifi-

ca más allá de cua nto el hom bre pueda imaginarse, pues

todos

han sido injertad os en el misterio pascual d e Jesucristo.

<<E sto ale no solamente para los cristianos sino también

para todos los hombres de buena voluntad en cuyo cora-

zón obra la gracia de modo invisible. Cris to mur ió por

todos,

y

la vocación sup rema del hom bre, en realidad, es

un a sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos

creer que el Espiritu Santo ofrece a todos la posibilidad

de qu e, en la form a de sólo Dios conocida, se asocien a

es te mis ter io pascual~~CM 22).

La universalidad de la redención pone aún más de relieve

el intrínseco con tenid o antro poló gico , ese misterio del hom -

63

bre , que a través del misterio de Jesucristo constituye una de

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las principales orientaciones del enriquecimiento de la fe que

brota de las fuentes del Concilio:

.Este es el gran misterio del hombre que la revelación

cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se

ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del

Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo re-

sucitó; con su muerte destmvó la muerte v nos dio la

~~

vida, para que, hijos con el Hijo, clamemolen el Espin-

tu:

Abba , [Padre .

(CM 22).

Siguiendo paso a paso el magisterio del Concilio, que en

este tema se ha centrado sobre todo en la constitución

Gau-

dium et spes,

llegamos a

una profunda conciencia de la reden-

ción como realidad referido al hombre.

Los pecados del hom-

bre, tanto en su dimensión personal como social, todo el

mysterium iniquitatis.

y en él toda la pecaminosidad y debili-

dad del ser humano, constituyen el objeto de la redención.

Pero a tenor de los citados testimonios es evidente que la re-

dención no se queda en este multiforme y complejo aspecto

negativo, sino que acude a iluminar los valores y la dignidad

del'hombre. En Jesucristo, Dios entra en la historia del hom-

bre para revelársele a si mismo y revelar a la vez la profundi-

dad del ser humano.

A la luz del m agisterio conciliar, la reden-

cidn es un espacio misterioso real en el que nacen y crecen los

valores, sobre todo los humanos.

Hay que referir esta afirma-

ción, indirectamente, también a los demás valores, teniendo en

cuenta que también ellos están subjetivamente vinculados al

hombre.

-El Concilio se propone, ante todo, juzgar bajo esta luz

(de la fe) los valores que hoy disfrutan de máxima consi-

deración y enlazarlos de nuevo con su fuente divina. Es-

tos valores, por proceder de la inteligencia que Dios ha

dado al hombre, poseen una verdad extraordinaria;

pero, a causa de la cormpci6n del corazón humano, su-

fren con frecuencia desviaciones contrarias a su debida

ordenación. Por ello necesitan purificación~~CM 11).

Todo hombre

-precisamente por eso-

tiene el deber de

mantener en pie el concepto de la persona humana integral, en

el que descuellan los valores de la inteligencia, de la voluntad,

de la conciencia y de la fraternidad, fundados todos ellos en

Dios creador y admirablemente sanados y elevados en Cristo

(CM 61).

La constitución

Gaudium et spes

nos enseña de modo espe-

cial cómo la redención consumada por Cristo subraya el valor

de la comunidad humana el valor de la varia actividad del

hombre en el mundo.

Y

además recuerda también los valores

de la vida matrimonial y familiar, de la cultura, de la vida

socio-económica, de la política de las relaciones internacio-

nales, que entran en juego con la obra de Jesucristo. Una co-

rrecta y bien meditada lectura de estos capítulos de la constitu-

ción pastoral, en los que tal vez resalta especialmente el

aspecto ético de los problemas aludidos, presupone obviamen-

te todo

ese mundo de valores que el cristiano percibe la luz de

la fe que emana del misterio de la redención; podemos decir que

a la luz de la fe pascual.

Para no hacer interminables las citas, vamos a centrarnos

solamente en los pasajes del capitulo 111 de la primera parte:

A

través de toda la historia humana existe una dura

batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciado en

los orígenes del mundo, durará, como dice el Seiior, has-

ta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de

luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa

de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios,

es capaz de establecer la unidad en sí mismo la hora

de saber cómo es posible superar tan deplorable miseria,

la norma cristiana es que hay que purificar por la cmz y

la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de per-

fección todas las actividades humanas, las cuales, a cau-

sa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro. El

hombre, redimido por Cristo

y

hecho, en el Espíritu

Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas crea-

das por Dios. Pues de Dios las recibe, y las mira y respe-

ta como objetos salidos de las manos de Dios.

Dándole gracias por ellas al Bienhechor

y

usando

y

gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de

espíritu, entra de veras en posesión del mundo como

quien nada tiene y es dueiio de todo.

Todo es vuestro;

vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios

( I cor 3,22-23).

( C M 37 .

.constituido Seiior por su resurrección, Cristo, al que

le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra,

obra ya, por la virtud de su Espíritu, en el corazón del

hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro,

sino alentando, purificando y robusteciendo también

con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que

i

la familia humana

intenta hacer mds llevadera su propia

t i tuido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (Act

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i

vida someter la tierra a este

f » i b

(CM 38).

2,36; H eb 5.6; 7,17-21), y de rram ó sob re sus discípulos el

-Ya que Cristo es principio

y

modelo de esa humani-

Espíritu prometido por el Padre (cf. Act

2.33).

Por esto,

dad renovada, a la que todos aspiran, l lena de amor fra-

i

la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y

terno, de sinceridad y de espíritu de paz.

DM

8).

observando fielmente sus preceptos de caridad, humil-

knunciamos a otras muchas citas del magisterio concil iar.

dad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino

Pero, a la luz d e los anteriores textos, qued a bien claro que la

de Cristo y de Dios e instaurar10 en tod os los pueblos, y

constituye en la tierra el germen

y

el principio de ese

actuación del C oncil io Vaticano 11 ha de segu ir Profundizando

en la conciencia de la redención como realidad profunda y

reino. Y mientras el la paulatinamente va creciendo, an-

universalmente abierta al hom bre y al mundo . Profunda-

hela simultáneamente el reino consumado

y

con todas

j

ente, porque penetra en los secretos más recónditos del alma

sus fuerzas espera y ansía unirse con su Rey en la gloria.

humana; universalmente, porque empapa todas las esferas de

los valores mediante los cuales el hombre está ligado al mun-

do. Por eso, precisamente, la redención consumada por Jesu-

cristo es redención del mundo . Y precisamente gracias al

magisterio del Concilio, esta expresión de la fe se ha especial-

mente enriquecido. Adem ás, este enriquecimien to de la fe

PO-

dria recibir la calificación característica de pascual a teno r

de los textos citados y otros muchos del magisterio conciliar

y

de la temática esencial de la consti tución sobre la sagrada l i-

turgia, liturgia mediante la cual, especialmente en el san to

sacrificio de la Eucarist ía, se actúa la obra de nuestra reden-

ci0n (C L 2).

l

enriquecimiento pascuol de la fe consiste en acoger el

misterio de Cristo tal com o ha sido anun ciado desde el princi-

pio, e introducirlo en el hombre y sus diversas dimensiones hasta

descubrir en profundidad lo verdad y el valor. El misterio pas-

cual, com o misterio de la cruz, es capaz de juzgar y convertir

los corazones humanos (scrutatio cordium). Al mismo tiempo,

el Concilio pone de m anifiesto cuá nto espacio espiritual está

en este misterio a disposición del auténtico valor del hombre y

de todos los valores vinculados al hombre. Se trata como de

un reflejo de la resurrección, que siemp re y en tod o surge del

sacrificio, creando en la conciencia de los cristianos la esperan-

za no sólo en el sentido escatológico, sino también en la di-

mensión de todas las temporalidades plenamente.

2

Lo redencidn como reolidod siempre presente en lo Iglesia

*Cuan do Jesús, después de haber padecido muerte de

cruz po r los hombres, resucitó, se presentó por el lo cons-

(CI 5).

La redención, realidad abierta siempre al hombre y al

mundo , siempre como renovada referencia al hom bre, per-

dur a en la Iglesia. En ella se dan cita esas do s dimensiones,

tan claramente por el Concilio Vaticano 11: la di-

mensión vert ical , que continua mente se extiende en la dimen-

sión horizontal y, haciéndose con ella, la orienta incesante-

mente hacia la vertical.

Lo ideo del pueblo de Dios

predomina

en la con ciencia de la Iglesia. Un análisis penetrante d el magis-

terio conciliar demuestra qu e esta idea

actúa en el terreno de la

conciencia de lo redención, del mismo modo que en el terreno de

esta conciencia se manifiesta precisamente el pleno realismo de

lo fe, propio de la autodeterminación con ciliar de la Iglesia. Y es

que este pueblo mesiánico t iene com o cabeza a Cristo, entre-

gado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para puri-

ficarnos (Ro m 4.25) (CI 9). Cristo es cabeza de la Iglesia, y

así com o la cabeza influye en todo el complejo organismo del

cuerpo, del mismo modo Cristo llena con su redención la Igle-

sia y obra un incesante influjo de vida en su C uerpo místico.

Según esta inveterada analogía paul ina, ~ o d e m o s ntender de I

qué modo la realidad de la redención persiste en la Iglesia.

Este perd urar es algo diná mic o y vivificante: El H ijo de

Dios... com unicand o su Espíri tu a sus hermanos, congregados

I

de entre todos los pueblos, los constituyó en su Cuerpo misti-

co (CI 7).

«Y del mismo m od o qu e todos los miembros del cuer-

po humano, aun s iendo muchos, forman, no obstante ,

un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf. Ic o r

12.12). Tambikn en la constitución del cuerpo de Cristo

está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno

sólo es el Espíri tu, que distribuye sus variados dones

i

ara el bien de la Iglesia, según su riqueza y la diversi-

66

67 I

dad de ministerios ( Ic o r 12,l-11) La Cabeza de este

Y para que nos renováramos incesantemente en El (cf.

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cielos y la Gerra, y c o i su eminente perfección y acción

llena con las riquezas de su gloria todo el cuerpo (cf. Ef

1,18-23). Es necesario qu e tod os los m iembros se hagan

conformes a El h asta el extremo de que Cristo quede

formado en ellos (cf. Gál 4,19). Por eso somos incorpo-

rados a los misterios de su vida, configurados con El,

muer tos

y

resucitados con El, hasta que con El reinemos

(cf. Flp 3,21; 2Tim 2.11; Ef 2,6; Col 2,12, etc.). Peregri-

nand o todavía sobre la t ierra, siguiendo de cerca sus pa-

sos en la tribulación

y

en la persecución, nos asociamos

a sus dolores co mo el cuerpo a la cabeza, padeciendo

con El a fin de ser glorificados con El (cf. Rom 8,17).

(CI 7 .

cuerpo es Cristo. El es la imagen de Dios invisible.

y

en

El fueron creadas tod as las cosas.

El

es antes que todos,

y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo, que es

la Iglesia. El es el principio, el primogénito de los muer-

tos, de m od o que t iene la primacía en todas las cosas (cf.

Col 1.15-18). C on la grandeza de su w d e r domina los

La obra de la redención continúa en nosotros , esto es

en la Iglesia . Realidad esta que podem os también expresar

de otra manera, si decimos que la Iglesia es una redención

permanente y q ue esa forma asum ida po r el la en Cristo debe

com o refluir de nosotros en la Iglesia, considerada aho ra

más profundamente v a la vez más amoliamente. n o tant o baio

Ef 4.23). nos conce dió participar de su espíritu. quien,

siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros. de tal

modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su

oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la

función que ejerce el principio de vida o el alma en el

cue rpo hum ano* (CI

7).

su &pecto instituc ional cua nto, partic;l&nente; bajo el asp&-

to místico. Precisamente en este sentido la lglesia

ha sido cons-

tituida continúa formándose por Cristo

y

la realidad de la

redención, que en ella perdura y se actualiza sin cesar. En conse-

cuencia, la conciencia de la redención está más estrecha

y

di-

rectamente conectada con la conciencia de la Iglesia.

Esta conciencia encuentra expresión en la doctrina del

cuerpo mistico de Cristo, qu e el Vaticano nuevamente re-

cuerda y vivifica. Leemos:

*Por El, todo el cuerpo. alimentado y trabado por los

coyunturas y ligamentos. crece en aumento divino (Col

2.19). El mismo conform a constantemente su cuerpo,

qu e es la Iglesia, con los don es de los ministerios, por los

cuales, con la virtud derivada de El, nos prestamos mu-

tuamente los servicios para la salvación, de modo que,

viviendo la v erdad en. caridad, crezcam os por todos los

medios en El, que es nuestra C abeza (cf. Ef 4,l l-16, gr.) .

68

Obra r en la caridad confo rme a la verdad . he aqui el

modo del obrar humano en el que fructifica la redención de

Cristo. Este fruto de la redención cobra en el hombre una di-

mensión interior

y espiri tual en la que, de vez en cuando, s

debe dist inguir la influencia del Espíri tu Santo co mo prolon-

gación de aque lla venida qu e comp letó el misterio pascua1 del

Redentor. Hemos constatado antes ya que la realidad de la

redención siempre se dirige al hombre y se manifiesta siempre

en el bien, en el valor y en la victoria sob re el mal y el pecado.

Este proceso ampliamente art iculado, qu e penetra en las con-

ciencias y en las almas de cada hombre, brota de la propia

realidad de la redención, a la vez que la actualiza y la comple-

ta, radicándose no sólo en cada uno de los hombres, sino tam-

bién en la comunidad del Cuerpo mistico, que de este modo

se edifica

y

continúa desarrollándose. Para determinar de

qué forma la realidad de la redención perdura en la Iglesia,

ante to do hay q ue toc ar esa dimensión invisible, sugerida por

la analogía del cuerpo mistico. Si se profundiza en el proble-

ma, oodemos af i rmar aue la realidad de la redención ~ e rd u ra

en Iglesia, porq ue, ante todo , sus efectos se realizan en el

mundo . Existe un estrecho lazo entre los dos aspectos de la

redención, que aqui anal izamos s iguiendo los pr incipales

enunciados del Vaticano 11.

o redención del mundo subsiste incesantemen te en la

Iglesia. sobre tod o. por la voluntad de Cristo redentor:

El Seflor, una vez q ue hu bo completado en s i , con su

muerte y resurrección, los misterios de nuestra salvación

y

la restauración de todas las cosas, habiendo recibido

toda potestad en el cielo y en la tierra, antes de ascender

a los cielos, fundó su Iglesia com o sacram ento de salva-

c i ó n ~ D M 5).

Leemos también:

-Cristo ama a la Iglesia como a su esposa, convirtién-

dose en ejemplo del marido, que ama a su esposa como

a su propio cuerpo (cf. Ef 5,2528). A su vez, la Iglesia,

69

le está sometida como a su Cabeza (Ef 23-24).

Porque en

si tada de purificación, avanza con tinuamente po r la sen-

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El habita corporalmente toda la plenitud de su divinidad

(Col 2,9), colma de bienes divinos a la Iglesia, que es su

cuerpo y su plenitud (cf. Ef 1,22-23), para qu e ella tienda

y consiga toda la plenitud de Dios (cf. Ef 3,19)~ CI 7).

Para da r a entender el mod o y grad o de unión de Cristo

con la Iglesia y subrayar así que la realidad de la redención de

Cristo p ermanece en la Iglesia, el Concilio Vaticano 11 apela a

esas analogías fundamentales de q ue se sirvió San Pablo para

explicar esta verdad de la fe. Se trata de la analogía de la

unidad del organismo humano y su cabeza, y de la unidad de

la mujer y su marido en el matrimonio. Ambas analogías se

completan entre si y, en cierto sentido, se entrelazan. Y las dos

manifiestan el altisirno grado de unión de Cristo con la Iglesia

-salvagu ardand o, obviam ente, su peculiaridad-, unión que

determina también la profunda y eficaz duración de la reali-

dad de la redención en la Iglesia.

La unión de Cristo con la Iglesia procede de la voluntad

del Redentor. La Iglesia. por uno porte, trata de hacer todo lo

posible para vivir esta unión y conservar el dan de la redención

con el que Cristo lo enriquecib desde el principio.

*Com o Cristo realizó la obra d e la redención en pobre-

za y persecución, d e igual mod o la Iglesia está destinad a a

recorrer el mismo camino fin de comunicar los frutos de

la salvación a los hombres. Cristo Jesús,

existiendo en la

forma de Dios se anonadó a si mismo. tomando la forma

de sierva (F lp 2,ó7) , y por nosot ros se hizo pobre siendo

rico (2C or 8.9); así también la Iglesia, aun qu e necesite de

medios hu mano s p ara cumplir su misión, no fue insti tui-

da para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la

humildad y la abnegación, también con su propio ejem-

plo. Cristo fue enviado por el Padre

a evangelizar a los

pobres

y

levantar a los oprimidos (Lc 4,18), para buscar

y

solvar lo que estaba perdido

(Lc 19,lO); así también la

Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la

debilidad hum ana; más aú n, reconoce en los pobres y en

los que sufren la imagen de su Fu nda dor pobre y pacien-

te, se esfuerza en reme diar sus necesidades y procu ra ser-

vir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo,san to,

inocente,

inmaculado (Heb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2Cor

5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del

pueblo (cf. Heb 2,17), la Iglesia encierra en su propio

seno a pecadores, y siendo al m ismo tiempo san ta y nece-

70

da de la penitencia

y

de la renovación,. (CI 8).

Estas palabras dan test imonio no sólo de que la Iglesia

o obstante un profund o sentido de su debilidad humana-

busca imitar a Cristo, sino de que se siente transido

y

plosmu-

da por el misterio de lo redención y ve este misterio como una

;

realidad constitutiva de su dinám ica intern a su vitalidad. La

conciencia de la Iglesia está impregnada hasta lo más hondo

de la conciencia de la redención, y no puede ni por un instante

apartarse de ella tanto en lo que se refiere a sil contenido de

pasión com o al de resurrección .

La Iglesia va pere grin and o entre las persecuciones

de l mundo

y

los consuelos de Dios , anunc iando la cmz

del Seño r hasta q ue venga (cf. Ic o r 11,26). Está fortale-

cida con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con

paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tan-

to internas com o externas, y revelar al mund o fielmente

su misterio, aunq ue sea entre penumbras. Hasta qu e se

manifieste en to do el esplendor al f inal de los t iempos*

(CI

8).

El decreto acerca e las misiones habla así de la principal

obligación de la Iglesia:

Com o esta misión continúa y desarrolla en el decurso

de la historia la misión del propio Cristo, que fue envia-

d o a evangelizar a los pobres, la Iglesia, a impulsos del

Espíri tu Santo, debe caminar por el mismo sendero de

Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obedien-

cia, el servicio y la inmolación propia hasta la muerte,

de la que surgió victorioso por su resurrección. Porque

asi caminaron en la esperanza todos los apóstoles, que

con múltiples tribulaciones y sufrimientos completaron

lo que falta a la pasión de Cristo en provecho d e su

cuerpo, que es la Iglesia. Muchas veces fue también se-

milla la sangre de los cristianos (DM 5).

i

Meditando, con espíritu del Vaticano 11, en la redención

I

como realidad siempre presente en la Iglesia y sin cesar consti-

1

tuyéndola,

damas tambi4n con ese lazo que existe entre el

cuer-

po místico de Cristo

y

el pueblo de Dios . La Iglesia es, al

mismo tiempo, lo uno

y

lo otro. En la consti tución Lumen

gentium.

la imagen de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios tie-

ne seguramente más garra. Sin embargo, en el conjunto del

71

6.-Rrnovocidn en tu fu nr s

magisterio conciliar hallamos razones suficientes para afirmar

el Pueblo de Dios. Algo altamente significativo para la propia

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que el pueblo de Dios cs también el cuerpo mistico de Cristo,

para esclarecer esta identidad teológica. Precisamente

la rea-

lidad de la redención nos ayudo a explicarlo.

La conciencia de la

redención es lógicamente anterior a la conciencia del Pueblo

de Dios, co mo ap arecerá con mayor evidencia cuando analice-

mos esta últ ima. Era de ber nuestro someter prim ero a análisis

la conciencia de la redención, porque ésta es una exigencia de

la lógica de la fe y, a su vez, también una condición de su

enriquecimiento. Para sacarle provecho a l magisterio concil iar,

ante todo hemos de dirigirnos a la realidad de la redención y,

a

tenor de sus enseñanzas, profundizar, en primer lugar, en la

conciencia de la redención, y solamente luego dirigir nuestra

mirada a la realidad del Pucblo de Dios. De no proceder así o

de pasar corriendo por la realidad de la redención, para irnos

a la del Pueblo de Dios, ocurrirá que la segunda realidad no se

nos mostrara en toda la plenitud y profundidad de su signifi-

cado. De ser así, pod ríam os hablar de una sociologización

unilateral del concepto, en sí mismo preñado de un intimo

potencial teológico. Se podría inc luso decir que la dimensión

horizontal le hacía somb ra a la vertical. No cabe duda d e que

ha sido un gran acierto el del Vaticano 11 al haber iluminado

esta dimensión horizontal, y lo ha sido también el qu e la idea

de Pueblo de Dios haya encontrdd o un puesto tan principal en

el Magisterio, pero a condición de que sepa conservar la rique-

za teológica que le pertenece, riqueza que proviene del hecho

de que el pueblo d e Dios se contiene en el cuerpo mistico

de Cristo , y, viceversa, el cuerp o m istico de Cristo , en el

pueblo de Dios .

La redención es una realidad siempre presente en la Iglesia.

puesto que la Iglesia es siem pre tambit'n heredera. de la misión

del Reden tor. Una triple misión:

<,Para esto envió D ios a su Hijo, a quien consti tuyó en

heredero de todo (cf. Heb 1,2), para que sea Maestro,

Rey y Sacerdote

de todos, Cabeza del pueblo nuevo y

universal de los hijos de Dios. (CI 13).

Cristo, pues, es cabeza del Cuerpo mistico y cabeza del

pueblo de los hijos de Dios com o maestro, rey y sacerdo te.

La triple misión, el triple ministerio del Reden tor está estre-

cham ente unid o a la obra re den tora y perdura en la Iglesia, en

virtud de que el Pueblo de Dios part icipa continuamente del

ministerio profktico, sacerdotal y real de Cristo. Y es esta par-

ticipación la que hace que la obra de la redención perdure en

conciencia de la redención y el enriquecim iento de la fe en este

ámbito. La triple misión de Cristo, de la que es partícipe el

Pueblo de Dios, nos permite definir con mayor precisión a ese

pueblo com o mesiánico ; estrecham ente unido, pues, a la

obra del Mesías, la redención.

. 'Así com o Cristo fue enviado por el Padre, El nos en-

vió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los

envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anun-

ciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección,

nos l ibrb del poder de Satanás y de la muerte, y nos

condujo al reino del Padre, sino tambien a realizar la

obra de salvación que proclamaban mediante el sacrifi-

cio y los sacramentos, en torn o a los cuales gira toda la

vida litúrgica.

Y

así, por el bautismo, los hombres son

injertados en el misterio pascua1 de Jesucristo: mueren

con El, son sepulta dos con El y resucitan con

El;

reciben

el espíritu de adopción de hijos

por el que clamamos:

Abba ;Padre

(Rom 8,15), y se convierten así en los ver-

daderos adoradores que busca el Padre. Asimismo,

cuantas veces comen la cena del Seiior, proclaman su

muerte hasta que vuelva,> (CL

6).

Hay que demostrar mediante un nuevo análisis de qué

modo

la misión de profeta, sacerdote y r ey se enraím en la obra

de la redención

consumada por Jesucristo y cómo la consti tu-

ye. El magisterio del Concilio nos ayuda a verla, sobre todo,

desde el punto de vista de la participación del Pueblo de Dios,

y, por ende, no tanto en Cristo mismo cuanto en la Iglesia.

Cristo y la realidad de la redención continúan en la Iglesia,

gracias precisamente a la participación en el triple ministerio

de ~ r i s & ue caracteriza a l Pueblo de Dios. puede decirse que

la realidad de la redención, q ue perdu ra en la Iglesia de forma

mística -fruto estable del am or del Esposo a la Esposa y mis-

terio de la unidad del cuerpo con su Cabeza-

encuentra su

expresidn en la conciencia y actitud de la Iglesia-Pueblo. herede-

ra de la misión de C risto Redentor. De esta expresión, en cuan-

to parte integrante de la conciencia de la redención, tratare-

mos por separado; en un segundo t iempo nos volveremos a

ocupar de ella para analizar las acti tudes que en la formación

de la vida cristiana. sobre la base del Vaticano 11, deben res-

ponder a la misión profética, regia y sacerdotal de Cristo,

Seiior.

-El pue blo san to de Dios part icipa tam bién de la fun-

que es función de la jerarquía, viene a encontrarse con el senti-

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ción profética de Cristo, difun diendo su test imonio vivo

sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a

Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios

que confiesan su nombre (cf. Heb 13,15). La totalidad

de los fieles que tienen la unción del Santo (cf. IJn 2.20

y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerro-

gativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido

sobren atural de la fe de todo el pueblo cuand o, desde

los obispos hasta los últimos fieles laicos., presta su

consentimiento universal en las cosas de fe y costum-

bres. Co n este sentido de la fe que el Espiritu de verdad

suscita

y

mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefec-

tiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los

santos (Jds 3), penetra más profundamente en ella con

juicio certero y le da más plena aceptación en la vida,

guiado en todo por el sagrado magisterio, sometiéndose

al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la

verdadera palabra de Dios (cf . lTes 2 ,1 3) ~ C1 12).

Y en otro lugar:

<<Cris to,l gran Profeta, que proclamó el reino del Pa-

dre con el test imonio de la vida y con el poder de la

palabra, cumple su m isión profética hasta la plena mani-

festación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía,

que ensefia en su nombre y con su poder, sino también

por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente,

constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de

la gracia de la palabra (cf. Act 2.17-18; Ap 19,10), para

que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, fami-

liar

y

social (CI 35).

La participación del Puebla de Dios en la misión de Crisro

misión en primer lugar profé tica dem uestra que la realidad de la

redención perdura en la Iglesia.

Cristo es el Maestro que transmite la palabra de Dios a la

humanidad con la fuerza de esta palabra edifica la comuni-

dad del Pueblo de Dios en la Iglesia. Esta comunida d, como es

sabido, se constituye en virtud de la participación vital de

cuantos creen en la misión profética de Cristo. La palabra de

Dios, transmitida en Cristo

y

por Cristo -de la que participan

todos los hombres-, los congrega y los une. Tod os también,

en cuanto comunidad de la Iglesia, difunden la palabra del

Evangelio y da n test imonio de ella no sólo profe sando la mis-

ma verdad, sino también actuándola en su vida. La doctrina,

74

d o sobrenatural de la fe, en el que part icipa la com unidad tod a

de los creyentes y al m ismo tiempo consti tuye la participación

en la misión profética de Cristo, en la que toma parte todo el

Pueblo de Dios. C om o vemos, esta part icipación está integra-

da por la doctrina y la profesión, como dos vigas que se com-

pletan y sostienen mutu ame nte. El Magisterio ejerce en este

proceso u na función directiva, que se relaciona estrechamente

con la constitución jerárquica de la Iglesia. Sin embargo, la

doctrina de la fe y su profesión se unen, po r así decirlo, en un

único y común fundam ento: la misión profética d e Cristo y la

participación en la misma.

Hay que resaltar este punto del magisterio concil iar como

un momento especialmente importante para el enriquecimien-

to de la fe, con respecto n o

sólo a su contenido, sino también a

su significado subjetivo. La fe -su profesión y doc trina , su

profundización cognoscit iva y su más completa actuación en

la vida- establece una particu lar unión de tod o creyente con

la misión de Cristo, pues no se trata sólo de una aceptación

masiva, sino también de una continuación creativa de la pro-

pia misión profética.

El Concilio habla, en varias ocasiones, de la misión sacer-

dotal del Redentor de la part icipación en ella del Pueblo de

Dios en la Iglesia. El magisterio del V aticano 11 nos perm ite

conocer más a fondo la verdad según la cual la realidad de la

redención. consum ada de modo espec ial por el acto sacerdot al de

Cristo perdura en la Iglesia y también de modo especial me-

diante la continuación del sacerdocio de Crist o.

, 'Cristo Señor, Pontífice tomad o d e entre los hombres

(cf. Heb 5,l-5), de su nuevo pueblo hizo un reino

y

sacerdotes para Dios, su Padre (Ap 1.6; cf. 5,9-10). Los

bautizados, en efecto, son consagrados por la regenera-

ción y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual

y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra

del hombre crist iano ofrezcan sacrificios espiri tuales y

anuncien el poder d e aquel que los llamó de las t inieblas

a su admirable luz (cf. IPe 2,410). Por el lo, todos los

discipulos de Cristo, perseverando en la oración y ala-

bando juntos a Dios (cf. Act 2.42-47), ofrézcanse a si

mismos com o hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom

12,l) y den test imonio por doquiera de Cristo, y a quie-

nes lo pidan, den también razón de la esperanza de la

vida eterna qu e hay en ellos (cf. IPe 3,15). (CI 10).

Seguidamente, la constitución

Lumen gentium

se ocupa de

de los sacramentos: El ca rácter sagrado y orgánicamente es-

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la relación entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdo-

cio ministerial, es decir, el jerárquico. Sin perjuicio de volver-

nos a ocupar de este tema en otro lugar, vamos a detenernos

aho ra en lo qu e para todo el Pueblo de Dios pueda tener rele-

vancia con respecto a su participación en la misión sacerdotal

de Cristo.

.El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de

la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacra-

men tos y po r las virtudes. (CI

11).

Tanto la consti tución

Lumen gentium

como la consti tución

sobre la sagrada liturgia evidencian los lazos particulares exis-

tentes entre la redención de Cr isto y la vida sac ram enta l del

cristiano.

<.En efecto, la liturgia, po r cuyo med io se ejerce la

obra d e nuestra redención , sobre todo en el divino sa-

crificio de la Eucarist ía, contribuye en su mo gra do a-que

los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás

el magisterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la

verda dera Iglesia. (C L

2).

*Con ra zón, pues, se considera la l iturgia co mo el

ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos

sensibles significan y, cada u no a su m anera, realizan la

santificación del hom bre, y así , el Cuerp o místico de Je-

sucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el

culto público integro,, (CL

7).

No vamos aqu i a en trar en los pormenores de. este tema,

sobre el que hemos de volver más adelante. Tan sólo trazare-

mos la línea maestra: realidad de la redención presente conti-

nuamente en la Iglesia a travds de la participación en el sacerdo-

cio de Cristo vida sacramental de la Iglesia

y

liturgia.

Seria

-en el ám bi to de toda la lógica de la fe profesada y

vivida-corno una l ínea descendente, siguiendo a la cual he-

mos d e buscar esa vía de enriquecimiento de la fe que parte del

Vaticano 11 hacia el futuro. Al some ter a análisis la actitud

li túrgica , tan profundamente elaborada durante los trabajos

concil iares, deberemos acordarnos de que el fundamento de

esta actitud espiritual, asi como su activación, está precisa-

mente en la conciencia de la redención, en cuanto realidad

presente siempre en el sacerdocio de Cristo, del que todo el

Pueblo de Dios es partícipe.

Esta participación se lleva a cabo en la Iglesia por medio

76

tructurado d e la com unidad sacerdotal se actualiza p or los sa-

cramentos (CI l l ) .

Se actualiza ade má s nor las virtudes . La redención. en

cuanto realidad permanenie de la Iglesia se manifiesta

no sólo

en la vida sacramental de los crist ianos, sino también en su

vida moral:

en la moral cristiana.

Nos encontramos aqui casi

ya en ese punto en que el elemento divino y el humano se

compenetran íntimamente sobre la base del principio de la

participación en la triple misión de Cristo, pudiéndose decir

que la moral seiíala especialmente la contribución del hombre.

Podemos darnos cuenta fácilmente de que la part icipación en

el sacerdocio de Cristo por medio de los sacramentos es tam-

bién por participac ión en su misión profética , ya qu e la vida

sacramental es, a su t iempo, profesión d e fe y anuncio de ella,

y ambos implican la existencia de una viva y vivida moral cris-

t iana, indisolublemente unida a la vida sacramental , en cuan to

com pon ente y cond ición necesar ia de la sant i f icación del

hombre.

Parece, pues, q ue este aspec to de la redención como reali-

dad siempre presente en la Iglesia

se manifiesta con toda evi-

dencia especialmente en la participación en la misión real de

Cristo.

Leemos al respecto:

-Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte

y

habiendo sido por el lo exaltado por el Padre (cf. Flp

2.8-9), en tró en la gloria de su reino. A El están someti-

das tod as las cosas, hasta qu e El se someta a sí mismo

y

todo lo creado al padre, a fin de que Dios sea todo en

toda s las cosas (cf. Co r 15,27-28). Este pod er lo com u-

nicó a sus discípulos, para que también ellos queden

consti tuidos en soberana l ibertad, y por su abnegación y

santa vida venzan en sí mismos el reino del pecado (cf.

Rom 6,12). Más aún , para que, s i rviendo a Cr is to tam-

biCn en los demás, conduzcan en humildad

y

paciencia

a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar*

(CI

36).

El texto antes citado prosigue, refiriéndose directamente a

los seglares católicos, de acuerdo con el título del capitulo IV

de la consti tución Lumen gentium. Enseiía el Concilio que

Tambikn por med io de los fieles laicos el Seiíor desea

dilatar su reino: reino de verdad

y

de vida. reino de santi-

77

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importante para el establecimiento de las relaciones entre la

eclesiologia y la mariologia. En el presente análisis, que tiene

curso de la historia de la salvación. Dado que estos dos aspec-

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por objeto las vías del enriquecimiento de la fe que circulan

por el magisterio del Concilio Vaticano 11, debemos, en primer

lugar, subrayar la solución adoptada por el Concil io con la

decisión de no producir un documento de contenido marioló-

gico propiamente dicho, sino de insertarlo en la const i tución

dogmática sobre la Iglesia. Ya este mismo hecho compmeba,

en cierto modo, que la conciencia de la Iglesia está especial-

mente transida por el misterio de la Madre de Dios; misterio

que, a su vez,

se encierra por entero en el misterio de Cristo

-Verbo encarnado-

y

de él pasa al m isterio del Cuerpo místico

de Cristo.

La lectura del capitulo VlII de la constitución

Lu-

men gentium

nos convence de que este pasaje se actualiza en

unión de la obra redentora , que Jesús consuma no sólo como

Hijo de Dios, sino también como Hijo de M aria. Por eso -a

teno r del magisterio conciliar- hallam os en nuestras reflexio-

nes sobre la conciencia de la redención el lugar adecuado pa ra

meditar en el misterio de la Madre de Dios.

Esta consideración, tal com o se deduce de las primeras pa-

labras del capitulo VIII , esta empapa da de la especial venera-

ción que la Iglesia abriga hacia ella. He aqui este pasaje de la

introducción:

-Queriendo Dios, infini tamente sabio y m isericordioso,

llevar a cabo la redención del mundo,

al llegar la pleni-

tud de los tiempos. envid a su Hijo nacido de mujer para

que recibiésemos la adopción de hijos

(GáI

4,4-5 .

El

cual , por nosotros los hombres y por nuestra salvación,

descendió de los cielos y po r ob ra del Espíritu S anto se

enc arnó d e la Virgen Maria . Este misterio divino de la

salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que

fue fundada por el Sei íor como cuerpo suyo, y en la que

los f ieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con

todos sus santos, deben venerar tambie n la mem oria en

primer lugar de la gloriosa siempre Virgen Maria, M adre

de nuestro Dios y S eñor Jesucristo ,~ (CI

52 .

El cuerpo central del capitulo VllI de la constitución Lu-

men gentium

estii dedicado al

modo especial en que la bienaven-

turada Virgen ha participado en la economia de la salvacidn.

Este hecho va unido a otra característica de la conciencia de la

Iglesia, la histórica y, a la vez, escatológica, de la que tratare -

mos en uno de los c pitul s siguientes. Convendrá, pues, vol-

ver una vez más a la participac ión d e la M adre de Dios en el

80

tos, el histórico y el escatológico, se encuentran y compenetran

en la totalidad de la economía de la salvación, en especial

cuando se trata de la part icipación que en el la ha tenido la

Madre de Dios, nos referiremos por lo menos a un texto que,

por otra parte, pertenece al capitulo que sigue (segunda parte,

capitulo V).

.<Los libros del Antigu o y del N uevo Testam ento, y la

Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez

más claro la función de la Madre del Salvador en la eco-

nomía de la salvación, y vienen como a ponerla delante

de los ojos. En efecto, los l ibros del Antiguo T estamento

narran la historia de la salvación, en la que paso a paso

se prepara la venida de C risto al mund o. Estos primeros

documentos, tal como se ve en la Iglesia y tal como se

interpretan a la luz de una revelación ul terior y plena,

evidencian po co a poco, de una forma cad a vez más cla-

ra, la figura de la mujer Madre del Redentor. Bajo esta

luz aparece ya profét icamente bosquejado en la promesa

de victoria sobre la serpiente, hecha a los primeros pa-

dres caídos en pecado (cf . Gén

3,15 .

Asimismo, ella es

la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se

llamará Emmanuel (cf. 1s 7,14; comp. con Miq

5.2-3;

Mt

1,22-23 .

Ella sobresale entre los humildes y pobres del

Seiíor, que confiadamente esperan y reciben de El la sal-

vación. Finalmente, con ella misma, Hija excelsa de

Sión, t ras l a prolongada espera de l a promesa , se cumple

la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva Econo-

mía, al tomar de el la la naturaleza humana el Hijo de

Dios, a f in de l ibrar al homb re del pecado mediante los

misterios de su humanidad. (CI

55 .

La figura de la Madre de Dios se ha perfi lado sobre el

rrasfondo de la historia de la salvacidn sobre todo com ofig ura

de aquel que. en la má s perfecta medida resume en si la aspira-

cidn a la salvacidn que el hombre y la humanidad sdlo pueden

alcanzar de Dios.

La constituciOn subraya la primacia de Ma-

ría entre los humildes los pobres del Señor ; prima do de

humildad y de espíritu de pobreza al que corresp onde

también el primad o de la espera en confianza . La figura

espiritual de la Virgen se perfila aq ui con pocas, pero elocuen-

tes palabras. E n efecto, quien habia, m ás que nadie, esperado

con confianza la obra de Dios co mo don g ratui to, debía part i-

8

cipar en esta o bra; debia part icipar en la economía de la salva-

ción de la humanidad de forma única en su género.

ret en el momento de la anunciación

-y

decimos nuevamente,

porqu é ya han sido varias veces consideradas por la tradicióii

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-Pero el Padre de la misericordia quiso qu e precediera

a la encarnación la aceptación de la Mad re predestinada,

para q ue de esa m anera, as i com o la mujer cont ribuyó a

la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo

cual se cumple de m odo eminentisimo en la Madre de

Jesús, por haber dado al mundo la Vida misma, que re-

nueva tod as las cosas. (CI 56).

El texto del Vatican o 11 sub raya la causalidad : Maria no

sólo ha contribuido a da r vida , sin o adem ás -y antes que

nada- lo ha hecho al da r su consentimiento. De esta forma ,

la Mad re de Jesucristo entra en el contenido de nuestra fe

y

se

vincula de un modo part icular con la conciencia de la reden-

ción. El documento concil iar analiza con mayor profundidad

aún ese momento clave de la mariologia que es el misterio de la

Encarnación

y

de la Redención:

<<L aMadre de Jesús ha s ido adornad a por Dios con

los dones dignos de un oficio tan grande. Por lo que

nada t iene de extraño que, entre los Santos Padres, pre-

valeciera la costumbre de l lamar a la Madre de Dios

totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado,

como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espi-

ritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su

concepción con el resplandor de una santidad entera-

mente singular, la Virgen nazarena, por orden de Dios,

es saludada por el ángel de la anunciación como llena de

gracia (cf. Lc 1,28), a la vez qu e ella resp onde al mensa-

jero celestial: He aquí la esclava del Señor hágase en mi

según tu palabra. Asi Maria, hija de Adán, al aceptar el

mensaje divino, se convirt ió en madre de Jesús, y al

abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de peca-

do alguno la voluntad salvifica de Dios, se consagró to-

talmente co mo esclava del Señor a la persona y a la obra

de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la re-

dención con El bajo El, con la gracia de Dios omn ipo-

tente» (CI 56).

El mod o mismo en que M aria ha s ido introducida p or Dios

en la realidad de la encarnación y ella misma ha en trado en

esta realidad, consti tuye el principio d e su part icipación en la

obra de la redención. El documento concil iar vuelve nueva-

mente sobre las palabras pro nunciad as po r la Virgen de Naza-

82

de la Iglesia- y constata que fruto de estas palabras son la

encarnación

y

la m aternidad divina de Maria. Al mismo tiem-

po estas palabras penetran en la obra misma de la redención

expresa ndo una plena madu ra disponib ilidad a ofrecerse a si

misma a la persona y la obra del Hijo.

-Co n razó n, pues -seguimos leyendo-, piensan los

Santos Padres que Maria no fue un ins t rumento pura-

mente pasivo en las mano s de Dios, sino que cooperó a

la salvación de los hombres con fe y obediencia libres.

Co mo dice San Ireneo, obedeciendo, se convirt ió en

causa de salvación para si misma y para todo el género

humano . Por eso no pocos Padres ant iguos af irman

gustosamente con él en su predicación que el nudo de

la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia

de Maria; qu e lo atado p or la virgen Eva en su increduli-

dad fue desatado p or la virgen Maria mediante su fe ; y,

com paránd olo con Eva, l laman a Maria Madre de los

vivientes , afirman do aún con ma yor frecuencia que la

mue rte vino po r Eva; la vida, po r Maria . (CI 56).

Es evidente qu e la relación de la Iglesia primitiva y la actual

con la Mad re de Dios se funda n o sólo en un culto excepcional

debido a su maternidad divina, sino también en la conciencia de

la redención y la consciencia de su participación en la obra de

Cristo: coop eró a la salvación del homb re , leemos en la cons-

t i tución. Cooperación activa de M aria, que se manifiesta part i-

cularmente en su obediencia. Obediencia mediante la cual no

sólo se som etió pasivam ente a la iniciativa salvifica de la Santi-

sima Trinidad , sino que, además, con tod a su vida

y

su modo de

obrar la hizo suya y ha part icipado en ella de tal forma que

nuestra conciencia de la redención debe siempre redescubrir el

acto de la Mad re unid o al acto de Cristo ; con El y bajo

El , com o leemos en el texto que acaba mos de citar.

Esta

unión de la Madre con el Hijo en la obra de la reden-

ción

se manifiesta desde el momento de la concepción virginal

de Cristo hasta su muerte (CI 57). La doctrina del Concil io

prueba esta unión siguiendo ca da un o de los hechos de la vida

de Jesús y de Maria, tal com o aparecen en la Sagrada Escritu-

ra. Especial importancia t iene la hora del Calvario, intima-

mente l igada al mom ento d e la anunciación y en correspon-

dencia con la acti tud de Maria en aquellas circunstancias:

la tierra la

Madre excelsa del divino Redentor, compaiera

singularmente generosa entre todas las demá s criaturas

-La Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la

fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la

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humilde esclava del Seriar. Concibiendo a Cristo, engen-

drándolo, presentándolo al Padre en el templo, pade-

ciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de

forma enteramente impar a la obra del Salvador con la

obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente c aridad, con

el fin de restaurar la vida sobrena tural de las almas. Por

eso es nuestra ma dre en el ord en de la gracia (CI 61).

.Esta maternidad de M aria en la economia de la gracia

perdura sin cesar desde el momento del asentimiento

que prestó fielmente en la anunciación, que mantu vo

sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpe-

tua de tod os los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha

dejado esta misión salvadora, sino que, con su múltiple.

intercesión, continú a ob teniéndo nos los dones de la sal-

vación eterna. C on su am or matern o se cuida de los her-

manos'de su Hijo que todavía peregrinan y se hallan en

peligros y ansiedad, hasta que sean conducidos a la pa-

tria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Vir-

gen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,

Auxil iadora, Socorro, M ediadora. Lo cual , sin embargo,

ha de entenderse de tal manera que no reste ni ai íada

nada a la dignidad y eficacia de Cristo, Único mediador.

(CI

62).

La maternidad divina de María es un hecho Único, que en

la historia de la salvación aparece estrechamente vinculado a

la realidad de la encarnación del Verbo, a la que pertenece.

Mientras, la maternidad espiritual de María, en el orden de la

gracia, sobrepasa con mucho los límites de este hecho y se ex-

tiende tan allá como la obra de la redención realizada por su

Hijo, hasta la consumacidn perpetua de todos los elegidos (CI

6 2 ) .

La Madre de Dios realiza su maternidad universal en la

economía d e la gracia, com o m ediadora de ésta. La Iglesia pro-

fesa la fe en esta matern a mediación d e la gracia divina, diferen-

ciándola, no obstante, con exacti tud de la mediación del propio

Cristo Redentor.

Jam ás pod rá comp ararse criatura alguna con el Verbo

encarnado y Redentor; pero así como el sacerdocio de

Cristo es part icipado tanto por los ministros sagrados

cuanto por el pueblo fiel , de forma diversa, y como la

bondad de Dios se difunde de dist intas maneras sobre

las criaturas, asi tambien la mediación Única del Reden-

85

l

l

cruz, junto a la cual , no sin designio divino, se mantuvo

erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su

Unigenito y asoc iándose con en trai las de m adre a su sa-

crificio, consintiendo am orosam ente en la inmolación de

la víctima qu e ella misma h abía engendrado. (CI 58).

Estas últimas palabras explican decisivamente la fe de la

Iglesia, manifiesta en la frase anterior: cooperó a la salvación

del hombre , y explican en profun didad el acto de Mad re

albergad o en su obediencia, que, tanto en la anunciación como

al pie de la cruz, manifestó la plena aceptación de la economia

divina. La aceptación de la economía divina a la hora de lo cruz.

en la que se inmoló la víctim a engend rada por ella . se identifi-

ca con el sacrificio total de su corazón de Madre.

.Con este acto de madre -acto que , co mo resulta

del magisterio conciliar, se inserta en la realidad de la

redención- Maria en tra en la historia de la salvación de

los hombres como su madre. De ello consti tuyen su pri-

mera manifestación las propias palabras del Redentor

pronunciadas desde lo al to de la cruz:

Fue dad a p or el mismo Cristo Jesús, agonizante en' la

cruz, com o m adre al discipulo con estas palabras: Mujer.

he ahí a tu

hijo (cf. J n 19,26-27). (C I 58).

De ahí deriva la presencia y la participación de María en el

nacimiento de la Iglesia:

<'Por no haber querido Dios manifestar solemnemente

el misterio de la salvación humana antes de derrimar el

espíri tu prometido por Cristo, vemos que los apóstoles,

antes del día de

Pentecostés perseveraban

undnimes en la

oracidn con algunas mujeres, con Marta, la Madre de Je-

sús, y con los hermanos de Pste

(Act 1,14), y qu e también

María imploraba con sus oraciones el don del Espíri tu,

que en la anunciación ya la había cubierto con su som-

bra (CI 59).

El nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés es como la

prosecución del misterio de la Encarnación, consumado en

María por obra del Espíritu Santo. A partir del Vaticano 11 la

l lamamos también Madre de la Iglesia.

*'La Santisima Virgen, predestinada desde la eternidad

como Madre d e Dios juntamente con la encarnación del

Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en

i

84

tor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas

clases de cooperación, participada de la única fuente. La

cado y, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamien-

tos. (C I 66).

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Iglesia n o du da en co nfesar esta función subordina da de

Maria, la experimenta continuam ente y la recomienda a

la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta pro-

tección m aternal, se unan con ma yor intimidad al Me-

diad or y Salvador (CI 62).

La mediación de la Madre de Dios estó pues subordinada a

la único mediación de Crisisto el único que con stituye e l funda-

menta y la fuente de roda la econom ía sobrenatural de lo gracia

y de la salvación. Ahora bien, la mediación de Maria, en cuan-

to expresión de su maternidad espiritual en el orden de la gra-

cia, tiene un alcance universal y goza de una especial eficacia.

Como vemos, la verdad sobre la Madre de Dios y de los

hombres, que la Iglesia profesa y de la que vive, está en más

intima relación con la conciencia de la redención. En ella se

contiene, de ella procede y a ella lleva:

<<Unoolo es nuestro Mediad or, según las palabras del

Apóstol:

Porque uno es Dios.

y

uno también el Mediodar

entre Dios los hombres el hombre Cristo Jesús que se

entregó a sí mismo para redención de todos

(1Tim 2,s-6).

Sin embargo, la misión maternal de Maria para con los

hombres no oscurece ni disminuye en m odo alguno esta

mediación única de Cristo, antes bien sirve para demos-

trar su poder. ues od o el influ jo salvifico de la San tisi-

ma Virgen sobre los hom bres no dima na de una necesi-

dad ineludible , s ino del divino benepláci to y de la

superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en

la mediación de éste, depende totalmen te de ella y de la

misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión

inmed iata de los creyentes con Cristo, la fomenta. (CI

60).

Lo mismo cabe decir respecto al culto que rinde la Iglesia a

la Madre de Dios:

.Este culto , tal com o existió siempre en la Iglesia, a

pesar de ser enteramente singular, se distingue esencial-.

mente del culto de adoración tributad o al Verbo encar-

nado, lo mismo que al Padre y al Espíri tu Santo, y lo

favorece eficazmente al ser ho nra da la Madre , el Hijo,

por razón del cual existen todas las cosas (cf. Col 1,15-

16)

y

en el

queplugo

al Padre eterno que

habitase todo la

plenitud

(Col 1,19), sea mejor co nocido , am ado , glorifi-

De la plenitud del Dios-Hijo, su Madre ha alcanzado en

sum o grado la plenitud de gracia propia de Maria, que la

Iglesia profesa y alaba en ella, quien, habiendo iniciado su

existencia en la t ierra com o Inm aculada Concepción, la termi-

nó como Asunta a los cielos:

La Virgen inmaculada, preservada inmune de toda

manch a de culpa original , terminado el decurso de su

vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria

celestial y fue ensalzad a p or el Señ or como Reina uni-

versal , con el fin de que se asemeje de fo rma m ás plena a

su H ijo, Se ñor de los señores (cf. Ap 19,16) y vencedor

del pecado y de la muerte* (CI 59).

En el intento de caractrizar los caminos del enriquecimien-

to de la fe, que en el magisterio conciliar están vinculados a la

conciencia de la redención, nos hemos valido de la expresión

enriquec imiento pascual . Esta caracterísrica volvemos a en-

contrarla en la doctrina concil iar sobre la Madre de Dios,

cuando hace patente su part icipación, co mo m adre, en la obra

de Cristo y en la misión de la Iglesia. La redención es una

realidad constan temen te dirigida al hom bre y al mundo ;

una realidad siempre presente en la Iglesia. Gracias a esta rea-

lidad de la redención se revelan la verdad más profunda y

el

valor más autén tico del hombre, de su vida y actividad en sus

diversas dimensiones. La cruz de Cristo no sólo no impide,

sino, por el contrario, favorece todo esto. Maria participa de

modo especial en el misterio pascual de Cristo, en ella consu-

mado perfectamente, como lo atest iguan todos los misterios de

su vida

y

de su vocación; Maria part icipa también con mayo r

plenitud en la redención, realidad siempre dirigida al hombre

en el mundo y, al mismo tiempo , siempre perdura nte en la

Iglesia.

Precisamente por esto compete a la Madre de Dios ese

puesto único que ocupa en la conciencia de la Iglesia. De

modo harto convincente lo expone el Vaticano 11:

'.La Iglesia, en su labo r apostólica, se fija con razó n en

aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíri tu

Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y

crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles.

La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor mater-

nal con que es necesario qu e estén animados todos aque-

llos que, en la misión apo stólica d e la Iglesia, cooperan a

la regeneración de los hombres,, (CI 65 .

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La Iglesia del Vaticano 11 ve en la Madre de Dios un rno-

delo q ue imitar. So bre esta idea del magisterio conciliar hemos

de volver seguidamente.

C A P ~ T I I L OV

CONCIENCIA DE LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS

El Pueblo de Dios, concepto bíbl ico muy antiguo, se ha

convertido, gracias al Vaticano 11, en uno de los principales

contenidos a los que se liga el proceso histórico del enriqueci-

miento de la fe que vivimos en relación con el Concilio. Cabe

subrayar, sin embargo, que la conciencia de la Iglesia como

Pueblo de Dios presupone todo cuanto hasta ahora ya ha sido

objeto de nuestro análisis. Y es que la realidad del Pueblo de

Dios radica sobre todo en la realidad revelada por Dios, quien

con un acto libre de su amor se vuelve hacia los hombres:

hacia el hombre inserto en el mundo. o conciencia de la Igle-

sia como Pueblo de Dios presupone por lo tanto la conciencia

de la creación de la salvación y de la reden ción en la que se

funda. También el Concilio presenta así la verdad acerca del

Pueblo de Dios, y sobre esta doctrina hay que formar una fe

ma dura de la Iglesia actual. Lo esencial es que la realidad total

del Pueblo de Dios tenga su fuente y su principio en Dios,

que se revela a si mismo . De esta mane ra, la fe del homb re y

de la humanidad , en cua nto respuesta qu e se da a Dios con el

entendimiento y con la vida, constituye la realidad del Pueblo

de Dios.

Y así toda la Iglesia aparece como un pueb lo reunido en

virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

(CI

4 .

Repitamos u na vez m h esta ci ta conciliar clásica, lo-

grada por los Padres y puesta como piedra angular de toda la

constitución Lumen gentium. A esta unión mística con la unidad

de la Trinidad corresponde en el orden histórico la alianza de

Dios con los hombres no sólo como individuos, s ino también

como pueblo.

-En todo t iempo y en todo pueblo es grato a Dios

quien le teme y prac tica la justicia (cf. Act 10,35 . Sin

embargo, fue voluntad de Dios santificar y animar a los

hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos

con otros, sino const i tuyendo un pueblo quele confesa-

ra en verdad y le sirviera santamente. Por ello eligió al

pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una

mente y se com pletan recíprocamente dos m omentos: el perso-

nal y el comunitario. En la doctrina del Vaticano II hay que

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alianza To do esto sucedió com o preparación y figura

de la al ianza nueva y perfecta que habia de pactarse en

Cristo y de la revelación completa que habia de hacerse

por el mismo Verbo de Dios hecho carne.

Este p acto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en su

sangre (cf. Cor 11,25), lo estableció Cristo convo cando

un pueblo de judíos y genti les que se unificara n o según

la carne, sino según el espíritu, y constituyera el nuevo

pueblo d e Dios. Pues quienes creen en Cristo, renacidos

no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible,

med iante la pal abra de D ios vivo (cf. 1Pe 1,23), no de la

carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,s-6),

pasan, finalmente, a consti tuir un linaje escogido sacer-

docio regio nacidn santa pueblo de adquisicidn que en

un tiempo no era pueblo

y

ahora es pueblo de Dios

(1Pe

2,9-10). (C I 9).

La realidad de la redención de Cristo se continúa en la

Iglesia, esto es, entre los hombres, quienes, gracias a la acción

interior y eficaz del Espíritu Santo , se rehacen en un pueblo.

La unidad que consti tuye este pueblo es la unión de unos hom-

bres agrup ados en com unidad espiri tual , si bien el contenido y

el principio de la comunidad de este pueblo son divinos, ya

que proceden de la elección hecha por Dios, de la redención

consu mad a po r Cristo y de la santificación obra da po r el Espi-

ri tu, como nos dice San Pedro en su primera carta, recogida

por el Concilio. En la formación de la conciencia de la Iglesia

com o Pueb lo de Dios hay que sab er unir la teología y la so-

ciologia , teniend o delante las grandes co sas de Dios , asi

como los derechos de la existencia humana, que es, a la vez,

personal y social , y, sobre todo, personal

y

comuni tar ia .

Dios -en efecto- fo rm ó una congregación de quienes,

creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio

de la unidad y de la paz,

y

la constituyó Iglesia a fin de que

fuera para todos y para cada u no el sacramento visible de esta

unidad salutífera

CI

9). En la formación de la conciencia de

la Iglesia como Pueblo de Dios hemos constantemente de

man tener la orientación vertical , exigida po r la realidad

trascendente de Dios, por la realidad de la creación, por la

salvación y la redención, y, al propio tiempo, hemos de tomar

la dirección horizontaI , hacia el hom bre en el mun do , ha-

cia el hombre en cuya naturaleza se compenetran profunda-

9

percibir, pues, la abierta relación entre la realidad del Pueblo

de Dios y la vocación del hombre c om o persona, que es también

vocación en la comunid ad. Concretamente: El hom bre, única

criatura terrestre a la que Dios ha amado por si misma, no

puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega since-

ra de si mism o a los dem ás (CM 24). Este pasaje señala el

carácter de la persona humana y su irrepetible relación con

Dios.

1

La vocación de la persona en

la

comunidad

La consti tución Goudium et spes pone mucho énfasis en

este pun to, con lo cual se manifiesta -y no por primera

ve z- co m o docum ento complementar io de la consti tución Lu-

men gentium. La vocación del hombre , en cuanto persona in-

herente a la com unidad , consti tuye el fundam ento de la reali-

dad del Pueblo de Dios. Por eso conviene detenerse en este

punto: asi dispondremos d e una visión más clara d e una reali-

dad en la que, por cierto, razón y fe se complementan.

Ln

fe todo lo ilumina con una nueva luz

y

manifiesta el

plan divino sobre la entera vococidn del hombre. Por ello

orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas~

(CM 11).

El Concil io presenta esta solución ensefiando q ue el hom-

bre está l lamado a realizar la dignidad de la propia persona, y

que hemos de buscar las raíces de esta vocación en la propia

naturaleza humana, que es tanto como decir en la obra de la

creación.

La Sagrada Escri tura nos enseña que el hombre ha sido

creado a imagen y semejanza de Dios , con capacidad para

conocer y amar a su Creador, y que ha sido consti tuido por

Dios señor sobre la entera creación visible, para gobernarla y

usarla glorificando a Dios (CM 12). Aho ra bien, desde un

principio el hom bre-persona ha sido también creado llamado a

la comunidad: Dios no creó al hom bre en solitario, sino que

desde el principio los creó hom bre y mujer (Gén 1,27), de

mo do qu e su unión consti tuye la forma primitiva de comunión

de personas. El hombre , por lo tanto , es, en razón d e su intima

91

naturaleza, un ser social , hasta el pun to de que, si no se rela-

ciona con los demás, no puede vivir ni desarrollar sus cualida-

pastoral trata también el problema del ateísmo, la verdad refe-

rente a la vocación sobrenatural del hombre t iene en este do-

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des (CM 12).

El hombre, en cuanto persona,

trasciende el universo

y se

considera, con razón, superior a las cosas corporales reco-

nociendo estar en posesión de un alma espiritual e inmortal .

Y

es a esa alma a quien corresponde determinar la profundi-

dad de la persona hum ana , al lí don de el propio hom bre deci-

de su destino bajo la mirada de Dios (CM 14). Siendo com o

es la naturaleza del hom bre intelectiva, se perfecciona y debe

perfeccionarse por medio de la sabiduría, la cual atrae con

suavidad la mente del hom bre a la búsqueda y al amor de la

verdad y del bien. Im buid o po r ella, el hom bre se alza po r

med io de lo visible hacia lo invisible (CM 15).

.La dignidad huma na requiere, por tanto, que el hom-

bre a ctúe seg ún su conciencia y libre elección, e s decir,

movido e inducido por convicción interna personal, y no

bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera

coacción externan (CM 17).

La libertad es una de las características propias de la perso-

na y, al mismo tiempo, uno de sus deberes.

*El hombre logra esta dignidad cuando, l iberado total-

mente de la cautividad de las pasiones, t iende a su fin

con la libre elección del bien y se procura medios ade-

cuados para ello con eficacia y esfuerw crecientes.

(CM 17).

La naturaleza intelectiva de la persona y la libertad que im

plica como facultad de autodeterminación, hallan su expresión

en la conciencia. La conciencia sirve, a su vez, para resolver

de acuerdo con la verdad todo ese gran numero de problemas

morales que surgen tanto en la vida individual como en la

social . Y cuanto más prevalece la conciencia recta, tanto más

las personas y los grupos sociales se alejan de las ciegas arbi-

trariedades y ponen su empeiio en adecuarse a las normas ob-

jetivas de la mora lidad (CM 16).

Esto es, en síntesis, lo q ue pod emos l lamar las vértebras de

la vocación del hombre, l lamado a la dignidad propia de la

persona, tal y como lo proclama el Concil io Vaticano

11

A

esta voación c orrespon de plenamente la realidad de la gracia:

La razón m ás alta de la dignidad humana consiste en la vocación

del hombre a la unión con Dios. según leemos en la propia cons-

titución Gaudium et spes (CM 19).

Y

dado que la consti tución

9

cumento un acento especial . Leemos:

La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se

opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que

esta dignidad t iene en el mismo D ios su fundamento y

perfección. Es Dios crea dor el que consti tuye al hom bre

inteligente y libre en la sociedad, y, sobre todo, el hom-

bre es l lamado, como hijo, a la unión con Dios

y

a la

participación de su felicidad. Enseña además la Iglesia

que la esperanza escatológica no merma la importancia

de las tareas temporales, sino que más bien proporciona

nuevos mot ivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por

el contrario, fal tan ese fundam ento divino y esa esperan-

za de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones

gravísimas - e s lo que hoy con frecuencia sucede-, y

los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del

dolor quedan sin solucionar, l levando no raramente al

hombre a l a desespe rac i ón~ ~CM 21).

Co mo v emos, se halla en el magisterio la doctrina y la apo -

logía de la vocación del hombre a la unión con Dios y a la

part icipación sobrena tural en la vida divina. Estas enseñanzas

de l E vange li o -como hemos comp robad o en e l cap í t u l o

anterior- ocurre que están imbuidas por la conciencia de la

redención y &a, a la vez, por ellas.

La l ibertad humana -leemos en el contexto sobre la

vocación del hom bre y la dignida d de la persona-, heri-

da por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta

ordena ción hacia Dios, ha de apoyarse necesariamente en

la gracia d e Dios . Ca da cual tendrá que dar cuenta de su

vida ante el tr ibunal d e Dios según la conducta buena o

mala que haya observado- (CM 17).

La vocación a la unión con Dios está estrechamente vincu-

lada en el sujeto hum ano a la vocación a la dignidad propia de

la person a, y del m odo más auténtico se le confiere a la perso-

na humana en virtud de su intrínseca realidad.

Esta vocación, verdaderamente personal del hombre, que

consti tuye el contenido nuclear del Evangelio,

debe empero

realizarse en comunión con los demás hombres:

es, por lo tanto,

una vocación a la comunidad.

La

evelación crist iana presta gran ay uda pa ra fomen-

tar esta com unión interpersonal y, al mismo tiempo, nos

9

l leva a una más profunda comprensión de las leyes que

regulan la vida social. que el Creador grabó en la natura-

leza espiritual y mora l del hombre. (CM 23).

hay que proceder a una renovación de los espíri tus y a

profundas reformas de la sociedad. El Espíri tu de Dios,

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Esta com unión en tre person as exige un respeto recíproco

hacia su plena dignidad espiritual (CM 23). La constitución

pastoral Goudium et spes se ocupa de m odo especial del carác-

ter comunitario de la vocación del hombre en el plan divino,

asi como del aspecto ético de esta misma vocación.

La índole social del hom bre dem uestra que el desarro-

llo de la persona humana y el crecimiento de la propia

sociedad están mutuamente condicionados. Porque el

principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones socia-

les es y debe ser la persona h uman a, la cual , por su misma

naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. La

vida social no es, pues, para el hombre, sobrecarga acci-

dental . Por el lo, a través del trato con los demás, de la

reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos,

la vida social engrandece al ho mbre en todas sus cualida-

des y le capacita para resp onder a su vocación. (CM 25).

El aspecto ético de las com unidad es humana s y de su vida

consti tuye un tema que aparece frecuentem ente en los enuncia-

dos del docum ento pas toral del Concil io. Reaparece n o sólo en

el capítulo 11 de la primera parte, dedicada ex profeso a la

comunidad humana, sino también en todos los capítulos de la

segunda parte, en los que salen a colación los problemas más

urgentes de la Iglesia en el mundo actual, tales como matrimo-

nio y familia, cultura, vida económica, vida de la comunidad

política y, en fin, relaciones internacionales. En todas estas

dimensiones de la existencia se realiza de modo diferente la

vocación del hombre como persona en el seno de la comuni-

dad ; a todas ellas hay q ue aplicar los principiosdel Evangelio,

de los que el Vaticano 11 hace memoria, aplicándolos a las

necesidades de nuestro t iempo.

.'El o rden soc ial, pues,

y

su progresivo desarrollo deben

en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que

el orden real debe someterse al orden personal. El propio

Sefior lo advirt ió cuando dijo que el sábado había sido

hecho p ara el hombre, y no el hombre pa ra el sábado . El

orden social hay que desarrollarlo a diario, fund arlo en la

verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el

amor. Pero debe encontrar en la l ibertad un equil ibrio

cada día más h uma no. P ara cumplir todos estos objetivos

9

que con admirable providencia guía el cur so de los tiem-

pos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolu-

ción. Y, por su pa rte, el fermento evangélico ha desperta-

d o y despierta en el corazón del hom bre esta irrefrenable

exigencia de dignidad. (CM

26).

No t ratamos aquí d e ocuparnos largo y tendido del aspecto

ético del problema. Las consideraciones sobre el tema de la

i

vocación del hombre, en cuanto persona en el seno de la co-

munidad, tienen como única fínalidod abonor el te rreno para un

análisis de la conciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios. a

comunidad

humano

y

el

carácter

comunirario se perfeccionan

y consuman por obra de Jesucristo. El propio Verbo encarna do

quiso participar de la vida social hum ana (CM 32).

A

este

propósito, el docum ento concil iar recuerda có mo Jesucristo, a

travks de sus actos, santificó las relaciones hum anas, muy

especialmente las de tipo familiar, de las que se deriva la vida

social ; y có mo en su predicación man dó expresamente a los

hijos d e Dios que se t ra taran unos a o t ros como hermanos

él mismo se ofreció por todos hasta la muerte Ma ndó asimis-

mo a los apóstoles que anunciaran el mensaje evangélico a

todos los homb res, a fin de que el género hum ano se convirtie-

se en familia de Dios, en la que la plenitud de la ley fuera el

amo r (CM 32).

Y

el texto concluye con estas palabras:

I

-Primogénito entre muchos herma nos, consti tuye, con

el don de su Espíri tu, una nueva comunidad fraterna

entre todos los que con fe y caridad le reciben después de

su m uerte y resurrección, esto es, en su Cue rpo, que es la

Iglesia, en la qu e todos, m iembros los unos de los otros,

deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones

que se les hayan conferido. Esta solidaridad debe aumen-

tarse siempre hasta el día en qu e l legue su consumación y

0

en que los hombres, salvados po r la gracia, como familia

amad a de Dios y de Cr is to hermano, darán a Dios glor ia

perfecta., (CM 32).

En la Iglesia perdura, por tanto, la realidad de la redención,

como hemos tratado de hacer ver en el capítulo anterior. Esta

realidad une a los hombres-personas en una co mun idad, de tal

man era qu e todo s los miembros entre sí presten servicios re-

cíprocos, de acuerdo con los diversos dones que les han sido

concedidos (CM 32). Con estas palabra s se reafirma la ver-

95

dad accrca del Cue rpo m istico de Cristo, y esta verdad revelada

nos permite ver en la Iglesia mucho más de cuanto se pueda

percibir a través de las categorias de la sociologia co mu nita-

nas. Como sugiere la constitución

Gaudium et spes,

es Jesús

quien nos ha hecho conoc er que existe una cierta semejanza

entre

la

unión de las personas divinas y la unión de los hijos de

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ria , qu e nos ofrece la imagen de las dem ás comunidad es hu-

manas. Por eso el Concilio Vaticano 11, en el texto que acaba-

mos de citar, nos ensefia, entre otras cosas, que la Iglesia,

mejor aún que una comunidad ( com mu nitas '~ stá en posesión

de la naturaleza de la comunión ~'communio ),

n la que,

través de los servicios que los hombres se prestan uno s a o tros,

se realiza, de diversas maneras y con distintos tipos de rela-

ción, aquel sincero don de si med iante el cual el hom bre-

persona puede encontrarse plenamente (CM 24). Así enten-

dida, la

'~com munio onstituye la común

y

recíproca pertenen-

cia al Cuerpo mlstico de Cristo, en el que todos son miembros

entre

sí (CM 32) .

La conciencia, por tanto, de la Iglesia como Pueblo de

Dios está profundamente transida por la conciencia de la vo-

cación de la persona y la conciencia de esa comunión de perso-

nas, que, en la Iglesia-Pueblo de Dios, se realiza precisamente

porque ella es Cuerpo mistico de Cristo. La realidad del Cuer-

po míst ico indica y preanuncia a todos los hombres -cada

uno de los cuales lleva en si la vocación a la dignidad propia

de la persona- el descub rimiento y realización de sí a través

de la entrega sincera a los demá s; entrega que , haciéndose a

una mult i tud d e personas, incluso inmensa, le imprime un ca-

rácter de comunión .

Communio

significa actuación de una

comu nidad en la q ue la pe rsona n o sólo se conserva a si mis-

ma, sino que se realiza definitivamente.

El enriquecimiento de la fe que brota del Vaticano 11 está,

por tanto, estrechamente vinculado a la idea de Pueblo de

Dios. Esta idea, co mo en seguida veremos, nos permite re-

leer más detal ladamente la verdad acerca de la paternidad de

Dios y el alcance universal de la realidad de la redención.

La fe d e profesión se encuentra aquí con la fe de l lamada.

Sobre la base de la ob ra de la creación de la redención, los

hombres son l lamados a la comunidad. En la conciencia de la

Iglesia como Pueblo de Dios se contiene este llamamiento fun-

damental . Y al mismo tiempo, la plena conciencia de la voca-

ción de la persona d a a este l lamamiento fundamental las

pros-

pecrivas de la comunidn . La conciencia de la Iglesia como

pueblo de Dios no puede jamás desistir de tender a tales perspec-

tivas.

Siempre, avan zand o por los caminos de la fe, tendrá de-

lante de los ojos c om o modelo y real idad úl t ima la

communio

personarum

propia del mismo Dios en la t r inidad de las perso-

Dios en la verdad y la caridad (CM 24).

De este modo, ya desde el comienzo de nuestras reflexiones

-que tienen co mo finalidad formar la conciencia de la Iglesia

com o P ueblo de Dios en el proceso posconcil iar del enriqueci-

miento de la fe- venimos indicando las principales orientacio-

nes de los dinamisrnos incluidos en la propia realidad del Pue-

blo de Dios a la que constituyen. Las ensefianzas del Concilio

vinculan íntimamente estas orientaciones con la vocación del

homb re com o persona a part icipar en la vida divina, que debe

realizarse en la comunidad. De este modo, la idea de Pueblo

de Dios se nos manifiesta, desde la primera ojeada, en su con-

tenido revelado y teológico. Sobre la base de este contenido

esencial es donde conviene fundamentar las consideraciones

posteriores, que demostrarán, con mayor claridad, cómo el

Concilio Vaticano 11 contribuye al enriquecimiento de la fe,

revitalizando el antiquisimo concepto biblico del Pueblo de

Dios y aplicándolo a la conciencia de la Iglesia de nuestros

dias.

2

Conciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios

ad intra

y

ad extra

La aplicación de la distinción

ad intra

y

adextra,

puesta en

práct ica desde la primera sesión del Concil io, en 1962, ha de-

mostrado ser ut il ísima d uran te los t rabajos del mismo. Se dir ía

que la teología del Pueblo de Dios, precisamente, permite in-

troducir la distinción

ad intra

y

ad extra,

asi como su aplica-

ción a la conciencia de la Iglesia. Tomando en consideración

la compleja real idad de la humanidad, constata el Concil io

que ampl ios sec tores hu mano s están -d i ferentem ente desde

un p un to de vista teológico- fuera de la Iglesia, a la vez qu e

declara con plena convicción que tod os los hombres están in-

cluidos en el plan paterno de Dios, que todo s han sido redimi-

dos por Cristo y qu e el soplo del Espíri tu S anto al ienta santifi -

cante sobre todas las almas. Y es precisamente todo esto lo

que integra el concepto de Pueblo de Dios. Concepto de cuya

real idad part icular es momento const i tuyente y determinante

el hecho de que la humanidad procede de Dios, de forma que

este momento pone la primera piedta para definir al pueblo

com o Pueblo de Dios . Las diferenciaciones y distinciones,

sean del género que sean, que se hagan p or parte de los hom-

bres, parecen, en cambio, ocupar un lugar secundario.

Por lo

(cf. Jn 13.34). tiene en último lugar, com o fin, el dilatar

más y ás el reino de Dios, inc oad o por el mismo D ios en

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tanto. el concepto de Pueblo de Dios sirve sobre todo para

reafirmar la realidad de la creación, de la redención y de la

salvación. la cual sitúa, por así decir, la conciencia de lo Iglesia

en las dimensiones históricas humanas concretas, y no al revés.

Com o Pueblo de Dios, la Iglesia se reencuentra propiamente a

sí misma, no sólo ad intra, sino también ad extra. En este sen-

tido, ha sido plasmada la conciencia de la Iglesia por el Vati-

cano 11, y en esa dirección debe moverse el proceso de profun-

dización y enriquecimiento d e la fe. Obviamente, es básica en

este proceso un a relectura provechosa d e la propia realidad d e

la revelación y de la redención. Por esta razón les hemos pres-

tado anteriormente una atención tan grande.

Estas orientaciones vienen d adas también por los siguientes

pronunciamientos de la consti tución

Lumen gentium:

«Todo s los homb res están l lamados a formar parte del

Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser

uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos

los tiempos, pa ra así cumplir el designio de la voluntad de

Dios, quien, en un principio, creó una sola naturaleza

huma na, y a su s hijos, que estaban dispersos, determinó

luego congregarlos (cf. Jn 11,52). Para esto envió Dios a

su Hijo, a quien co nsti tuyó en heredero de todo (cf. Heb

1,2), para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todos,

Cabeza del pu eblo nu evo y universal d e los hijos de Dios.

Para esto, f inalmente, envió Dios al Espiri tu de su Hijo,

Señor y Vivificador, quien es para toda la Iglesia y para

todos y cada un o de los creyentes el principio de asocia-

ción y unidad en la d octrina de los apóstoles, en la mutua

unión, en la fracción del pan y las oraciones (cf. Act 2,42

gr.),, (CI 13).

Y

esta otra afirmación:

«Este pueblo mesiánico t iene po r cabeza a Cristo,

que

fue entregado par nuestros pecados y resucitó para nuestra

salvación

(Rom 4,25 , y teniendo ahora un nombre que

está sobre tod o no mbre, reina gloriosamente en los cielos.

La cond ición de este pueblo es la dignidad y la libertad de

los hijos de D ios, en cuyos corazones hab ita el Espíritu

Santo co mo en un temp lo. Tiene por ley el nuevo manda-

to de amor , com o el mismo Cris to nos am ó a nosotros

98

la tierra, hasta que. al final de los tiempos, El mismo

también lo consume, cuando se manifieste Cristo, vida

nuestra (cf. Col 3,4),

y la misma criatura sea libertoda de

la servidumb re de la corrupción para participar en la liber-

tad de los hijos de Dios

(Rom

8.21).

Este pueblo mesiáni-

co, por con siguiente, aun que n o incluya a todos los hom-

bres actualmente y, con frecuencia, parezca una grey

pequeiia, es, sin embargo, para todo el género humano,

un g ermen segurísimo de unida d, de esperanza y de salva-

ción. Cristo, que lo insti tuyó para ser comunión de vida,

de caridad y de verdad, se sirve también de él com o de

instru men to de la redención universal y lo envía a todo el

universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt

5,13-16)n (CI 9).

Quedo suficientemente claro en qud sentido la realidad del

Pueblo de Dios sea la dimensión fundam ental de lo Iglesia. La

Iglesia se identifica sobre todo con el Pueblo de Dios.

Esta iden-

tidad da testimonio de que la Iglesia continúa en primer lugar

el plan paterno de Dios, esto es, el plan de la salvación. Y

confirma también que la Iglesia se mantiene siempre en la

prospectiva de las misiones divinas del Hijo y del Espiritu San-

to, referidas a todo hombre, sin estar limitadas por la estructu-

ra visible de la Iglesia. La propia estructura visible está conti-

nuam ente referida al misterio de la Iglesia, a esa estructura

invisible a la qu e todo el pueblo debe ese su ser realmente

de Dios .

El hecho

de que la Iglesia vea en la realidad del Pueblo de

Dios su dimensión fundamental, aquella con la que se identifi-

ca especialmente, constituye también una motivación teológica

para las categorías

od intra

y

ad extra:

y ello nos permite ade-

más comprender toda la serie de formulaciones con las que

nos encontramos tanto en la consti tución Lumen gentium,

como en todo el magisterio conciliar. Leemos entre otras

cosas:

Todos los hombres son l lam ados a esta unidad católi-

ca del Pueblo de Dios, que simboliza y promueve la paz

universal,

y

a ella pertenecen o se ordenan, de diversos

mod os, sea los fieles católicos, sea los dem ás creyentes en

Cristo, sea tambikn todos los hombres en general, por la

gracia de Dios llamados a la salvaciónn (CI 13).

99

De la dimensión fundamental de la llamémosla así estructu-

ra invisible del Pueblo de D ios que corresponde al misterio de la

mensión de las personas. La verdad acerca de la necesidad

objetiva de la Iglesia para la salvación ha sido presentada por

el magisterio conciliar, también desde el punto de vista de la

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Iglesia. pasamos gradualmente a la estructura visible:

.Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo

como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gober-

nada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comu-

nión con él, si bien fuera de su estructura se encuentren

muchos elementos de santidad y de verdad que, como

bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la

unidad católica (CI

8).

Esta cita procede del capítulo primero de la constitución

Lumen gentium. que lleva por título El m isterio de la Iglesia .

Veamos c ómo , bajo la influencia de este misterio, al que está

estrecham ente vinculada la conciencia de la vocación de todos

los hombres a la salvación, el Vaticano 11, sopesando palabra

por palabra, habla no sólo de la pertenencia a la unidad católi-

ca del pueblo de Dios sino también del estar ordenados a ella.

Esta concordancia en la ponderación de las palabras deriva de

ese especial sentido de la responsabilidad que acompaña a la

fe, porqu e la Iglesia peregrinante es necesaria para la salva-

ción . El Concilio profesa y enseña esta fe basándose en la

Sagrada Escritura y en la tradición .

<'El único M ediador y cam ino de salvación es Cristo,

quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo,

que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabra s explí-

citas la necesidad d e la fe y del bautismo (cf. Mc 16,16; J n

3,s .

confir mó al m ismo tiem po la necesidad de la Iglesia,

en la que los hombres entian p or el bautismo com o por

una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos

hombre s que , conoc iendo qu e la Iglesia católica fue insti-

tuida p or Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin

em bargo , se negasen a entr ar o a perseverar en ella. (CI

14).

Los hom bres que, conociendo se negasen : estas pala-

bras nos hacen entrar en la esfera interior de cada hombre, en

la esfera de su entendimiento y de su voluntad; en una pala-

bra, de su conciencia. En este punto, las enseñanzas de la

constitución Lumen gentium se aproximan mayormente al con-

tenido de la declaración acerca de la libertad religiosa, como

ya hemos antes aclarado. La dimensión del Pueblo de Dios

A s a dimensión fu ndamental con la que la Iglesia se identifica

sobre todo- corresponde al mismo tiempo a la auténtica di-

conciencia y de la elección personal de cada hombre. Bajo este

aspecto, el Vaticano 11 no quiere prejuzgar nada; más aún,

trata expresamente de n o pronunciarse acerca del orden subje-

tivo, partiendo de la prospectiva del orden objetivo,

y

no al

revés.

Esta postura explica lo que leemos acerca del tema de la

pertenencia de los propios católicas a la Iglesia:

-A esta sociedad de la Iglesia están incorporad os ple-

namente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, acep-

tan la totalidad de su organización y todos los medios de

salvación establecidos e n ella, y en su cuer po visible están

unidos c on Cristo, el cual la rige median te el Sum o Pontí-

fice y los obispos, po r los vínculos de la profesión de fe,

de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiásti-

cos. No se salva, sin embargo, aunqu e esté incorporado

a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, per-

manece en el seno de la Iglesia en cuerpo , pero no

en corazón .

CI

14).

Aquí la constitución se refiere a San Agustín y pro-

sigue:

.Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su

excelente condición no deben atrib uirla a los méritos pro-

pios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no

responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de sal-

varse, serán juzgados con ma yor severidad. (CI 14).

Se trata de aquellos que pertenecen a la Iglesia, que están

plenam ente incorporados a esta sociedad. ellos se refiere es-

pecialmente la categoría

ad intra.

Y es evidente que esta catego-

ría, en el magisterio conciliar, quiere expresar su más profun-

d o significado en relación con la dimensión del Pueblo d e Dios

y, por lo tanto, c on la propia realidad de la gracia y del amor.

Es evidente que también la pertenencia a la Iglesia puede ser

meramente externa, sin esos elementos interiores caracteristi-

cos de la pertenencia al Pueblo de Dios y que sitúan al hom bre

en el orden d e la salvación. De ahí que una pertenencia externa

sin adhesión interior haga más grave aún la responsabilidad del

católico. De ah í resulta p ara c ada persona la necesidad de ha-

cer todo lo posible para que esta pertenencia exterior se co-

101

rresponda plenamente con una adhesión interior. Se ve ade-

más que toda la Iglesia ha de emplearse en realizar continua-

mente en su cuerpo visible la auténtica realidad del Pueblo

con lo que se afirma en la declaración acerca de las relaciones

de la Iglesia con estas religiones.

En la referida constitución se lee:

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de D ios, a fin de reencontrarse y reafirmarse en esta su dimen-

sión fundamental .

A propósito de los catecúmenos, la consti tución Lumen

gentium se expresa así: Los catecúmenos que, movidos por el

Espiri tu Santo, solici tan con voluntad expresa ser incorpora-

dos a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a

ella,

y

la madre Iglesia los abraza en amor

y

solici tud como

suyos (CI 14).

Pasando luego a los que son ad extra. el Vaticano 11 tom a

en consideración primeramente a los hermanos cristianas sepa-

rados de la Iglesia:

La Iglesia se reconoce unida por m uchas razones con

quienes, estando b autizados, se honran con el nombre de

crist ianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no

guarda n la unidad de comun ión con el sucesor de Pedro.

Pues hay muchos que honran la Sagrada Escri tura como

norma de fe y vida, muestran un sincero celo religioso,

creen con am or en Dios Padre todopo deroso y en Cristo,

Hijo de Dios Salvador; están sellados con el bautismo,

por el que se unen a Cristo, y adem ás aceptan y reciben

otros sa crame ntos en sus propias Iglesias o comunidades

eclesiásticas. Muchos de entre el los poseen el episcopado,

celebran la Sagrada Eucaristía y fomentan la piedad ha-

cia la Virgen, Madre de Dios. Aiiádase a esto la comu-

nión d e oracio nes y otros beneficios espirituales, e incluso

cierta verdadera unión con el Espíri tu Santo, ya que El

ejerce en ellos su virtud santificadora con los dones y

gracias, y a alguno s de entre el los los fortalecerá hasta la

efusión de la sangre. (CI 15).

Sobre este tema se pron uncia a tentame nte el decreto acerca

del ecumenismo (cf. DE 3 . al que volveremos en seguida. La

consti tución Lumen gentium, tras haber hablado del sector de

cristianos separados de la Iglesia católica, comienza a ocuparse

de la ordenación al Pueblo de Dios , una cierta pertenencia de

todos los crist ianos al Pueblo de Dios, incluso teniendo pre-

sente la separación de los hermanos , de la que trata la pro-

pia constitución Lumen gentium.

y

más detalladamente el de-

creto acerca del ecum enismo. Más allá de estos sectores están

los adeptos de otras rel igiones no crist ianas. Y lo que leemos

acerca de ellos en la consti tución Lumen gentium se completa

102

-Por últ imo, quienes todavía n o recibieron el Evange-

lio, se ordenan al Pueblo de Dios de diversas maneras.

En primer lugar, aquel pueb lo qu e recibió los testamen-

tos y las promesas y del que C risto nació según la carne

(cf. Rom 9.4-5). Por causa d e los padres es un pue blo

amad isimo en razón de la elección, pues Dios no se arre-

piente de s us do nes y d e su vo cación (cf. Rom 11;28-29).

CI 16).

Las palabras que acabamos de citar se refieren a los he-

breos que no han creído en Cristo. Las siguientes, a los

musulmanes:

Pero el designio de salvación abarca tam biin a los que

reconocen al Creador, entre los cuales están en primer

lugar los m usulmanes, que, confesando adherirse a la fe

de A brahán, adoran con nosot ros a un Dios único, mi-

sericordioso, que juzgará a los hombres en el día postre-

ro* (CI 16).

Debe mos subraya r la expresión con nosotros empleada

en este contexto. Esta parece indicar no sólo un monoteísmo

genérico, sino también algo de común comparativamente con

la revelación.

La consti tución no hace análogas afirmaciones respecto a

las demás religiones no crist ianas.

Así leemos:

Ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en

som bras e imágenes al Dios desconocido, puesto que to-

do s reciben de El la vida, la inspiración y todas las cosas

(cf. Act 17,25-28), y el Salv ado r quiere q ue todo s los

hombres se salven (cf. lTim 2,4)r (CI 16).

La declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las

religiones no cristianas dedica particular atención a los valores

espirituales y morales, inherentes a las religiones del Extremo

Oriente, a ejemplo del hinduismo y del budismo. La consti tu-

ción Lumen gentium, considerando este problema desde el pun-

to de vista d e la orden ación al Pueblo de Dios, pone especial

acento en la búsqueda de Dios, que consti tuye para el hombre

el núcleo de la religión. Precisamente esta búsqueda parece

constituir la base de la ordenación al Pueblo de Dios:

103

8 Renovi?c;6n

en s

fu nr s

<#Puesquienes, ignorando sin culpa el Evangelio de

Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un

corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gra-

cia las que deciden, esencial y definitivamente, la pertenencia

al Pueblo de Dios, y estas acciones, además, son las que orde-

nan a cada uno de los hombres al Pueblo de Dios, incluso a

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cia, en cumplir con obras su v oluntad, conocida median-

te el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salva-

ción eterna* (CI 16).

Está claro que esta búsqueda de Dios se expresa part icu-

larmente en la recti tud de conducta, conforme a los dictáme-

nes de la conciencia.

En el sector de los ordenados al Pueblo de Dios, el Con-

cil io si túa también a aquellos que, aunque no conozcan el

Evangelio y la Iglesia, buscan. sin embargo, a Dios. Prosi-

guiendo con el texto citado de la Lumen gentium. leemos:

Y la divina Providencia tam poc o niega los auxilios ne-

cesarios para la salvación a quienes sin culpa no han

llegado todavía a un conocimiento ex preso de Dios, y se

esfuerzan en llevar un a vida recta, n o sin la gracia de

Dios. (C1 16).

Hemos hablado antes de los hombres que, buscando a

Dios, se esfuerzan por seguir su voluntad de acuerdo con los

dictámenes de la propia conciencia. Su comportamiento res-

pecto al valor moral expresa su aspiración a Dios, de cuya

existencia están convencidos, aunque no lo conozcan por me-

dio de la revelación. A continuación, sin embargo, la doctrina

de la Lumen gentium ordena al Pueblo de Dios incluso a aquellos

hombres que no han llegado todavía a un claro conocimiento

y

reconocimiento de Dios , pero que se esfuerzan por llevar

una vida recta (CI 16). El Vaticano 11, fun dán dos e en la tradi-

ción, constata que incluso esto no puede realizarse sin la gra-

cia divina. Si bien estos hombres no parecen tener a Dios

como fin de sus buenas acciones, Dios mismo les lleva a si

med iante esos actos. ¿Se trat a a lo mejor de los cristianos

anónimos de que hablan ahora los teólogos?

..Cuanto hay de bue no y verda dero en ellos, la Iglesia

lo juzga como una preparación al Evangelio y otorgado

por quien ilumina todos los hombres para que al f in

tengan la vidan (CI 16).

La última frase indica claramente el criterio esencial según

el cual se configura, en el magisterio conciliar, la realidad del

Pueblo de Dios. Este criterio está constituido por la acción del

mismo Dios en las almas: son las acciones de Dios y su efica-

104

falta de muchas de las pruebas externas que permitirían for-

mular juicio al respecto. Como vemos, el Vaticano 11, ponién-

dose en linea con toda la tradición, traza la imagen de la reali-

dad del Pueblo de Dios, en la que, si de una parte hay que

temer que se pueda pertenecer exteriormente sin pertenecer in-

teriormente, de otra no cabe excluir que se pertenezca, o al

menos se esté orde nad o a el lo desde d entro sin que exista un

vinculo visible con cualquier comunidad religiosa. Resulta

aquí dificil demostrar cómo esa imagen de la realidad del Pue-

blo de Dios corresponde a la revelación en sus textos más anti-

guos y a la tradición entera. Es ésta una tarea especifica de los

teólogos.

Debemos, sin embargo, tener en cuenta que en los cimien-

tos de la realidad revelada del Pueblo de Dios hallamos siem-

pre esa relación inferpe rsonal Dios-hombre , hombre-Dios en

su mds auténtico significado bíblico: Dios no forma a su pueblo

si no es escogiendo, l lamando, guiando a si a todos y a cada

uno de los hombres, al modo irrepetiblemente suyo. Si la reali-

dad del Pueblo de Dios es, en el designio de Dios y en su

realización, cuasi originaria con la vocación del hombre como

persona, del mismo modo son cooriginarios para todo hombre

el hecho de ser persona y el hecho de entrar en comunión con

los demás hombres. Solamente Dios conoce el vinculo qu e une

a los hombres en su comunión con su pueblo. El Vaticano

afirma que este vinculo es más amplio que el de la propia

com unidad eclesial , aun que éste determ ine la dimensión

fundam ental de la Iglesia. Esto, po r o tra pa rte, explica cómo la

conciencia de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios sea a la vez

ad intra y ad extra. Afirm ando t od o esto, el Vaticano 11 adm ite

la existencia de una diferencia entre pertenencia y ordena-

ción al Pueblo de Dios, cosa qu e indica una gradación dife-

rente de ese vinculo que consti tuye la comunión de Dios con

los hombres.

Parecería entonces necesario que esta última parte de las

presentes consideraciones, basadas en la constitución Lumen

genfium, se confrontara con lo que leemos en la consti tución

pastoral

Gaudium et spes

acerca del ateísmo. Habría que ha-

cerlo p or lo menos sobre la base de las afirmaciones que den-

tro de poco vamos a ci tar. Por una parte, la Lumen gentium

nos habla de los hombres que sin culpo no han l legado to-

davía a un conocimiento expreso de Dios, y se esfuerzan en

105

llevar una vida re cta, no sin la gracia de Dios (CI 16). hom -

bres a los que ord ena al Pueblo de D ios. Por otro lado, leemos

en la

Gaudium et spes:

Quienes voluntariamente pretenden

aband ona enteramente a Dios (CR

5),

realidad, asimismo,

que, en definit iva, consti tuye tamb ién un misterio que sólo co-

noce Dios.

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apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religio-

sas. desoyen el dictamen de su conciencia

y

Dor lo tanto. no

carecen de culpa (CM 19). En los textos hasia ahora citados

hallamos una explíci ta contraposición de la qu e se debe dedu-

cir que, si los primeros pueden ordenarse al Pueblo de Dios,

los demá s, en cam bio, no . Sin em barg o, el Vaticano 11, en este

ounto. formula su iuicio con m áxima cautela. He aauí lo aue

dice:

-En esta génesis del ateísmo pu eden ten er parte no pe-

queña los propios creyentes, en cuanto que, con el des-

cuido de la educación religiosa, o con la exposición in-

adecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de

su vida religiosa, moral y social, han velado más bien

qu e revelado el genuino rostro de Dio s y de la rel igión.,

(CM 19).

A la luz de estas palabras , la contrap osición clave: sin

culoa

v

no carecen de culpa sufre una evidente modifica-

ción.

E(

Vaticano 11 no elimina de esta manera las fronteras

entre quienes están ordenados al Pueblo de Dios y los que no

lo están. La precisión de estos confnes la lleva el Concilio sólo

hasta aq uel punta que el juicio humano puede alcanzar, para

dejar luego el juicio únicamente a Dios, pues El es el único

que escruta los corazones

(scrutator cordium).

No ob stante ,

el Concilio afirma:

.Con mucha frecuencia, los hom bres, eng aña dos po r

el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron

la verdad de D ios en mentira, sirviendo a la criatura más

bien q ue al Cre ado r (cf. Rom 1,21-25), o, viviendo y mu-

riendo sin Dios en este mundo,

s

expon en a la desespe-

ración extreman (CI 16).

Si este pu nto de n uestras reflexiones sobre la conciencia de

la Iglesia como Pueb lo de Dios puede calificarse de punto de

llegada , hay que co nstatar también que, com o en el punto

de partida, la conciencia de la Iglesia es, en última instancia,

conciencia del misterio. En el punto de partida estaba la reali-

dad de Dios, que se manifestó a sí mismo (CR 3). realidad,

por c ierto, que, pese a la revelación, no d eja de ser un miste-

rio. En el pu nto d e llegada está la realidad del hom bre que se

Comunidn, vhculo propio de la Iglesia

como Pueblo de Dios

*As¡, pues, el único Pueblo de D ios está presen te en

toda s las razas de la t ierra, pues d e todas ellas reúne sus

ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino

celestial. Todos los fieles dispersos por el orbe comuni-

can con los demós en el Espiritu Santo, y así, quien habi-

ta en Roma sabe que los de la India son miembros su-

yos Este cará cter de universalidad que distingue al

Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la

Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapi-

tular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo

Cristo C abez a, en la unidad d e su Espiritun (CI 13).

Catolicidad significa universalidad de la Iglesia. Pare-

ce que el análisis del pueblo de Dios ad intra y ad extra que

acabam os de hacer nos sirve para ofrecer suficiente fondo a la

conciencia de esta universalidad. Ahora bien, esta

universali-

dad extensiva, es decir, la carolicidad, es tarea permanente d e la

Iglesia.

.Así, pues, la Iglesia ora y traba ja para qu e la totalidad

del mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del

Señor y templo del Espíri tu Santo,

y

en Cristo. Cabeza

de todos, se rinda al Cr ea do r universal y padre todo

honor y gloria,, (CI 17).

Las dimensiones de la catolicidad se extienden, por lo tan-

to, no sólo a todos los hombres, sino también al cosmos. Por

med io de la redenc ióh, la conciencia de la Iglesia entra , junto

con la humanidad - d e orma cont inua y s iempre renovada- ,

en la obra de la creación, de la que hace brotar alabanza al

Creador y Padre.

Este últim o sign ificado de la catolicidad de la Iglesia ha

sido posteriormente completado en las enseñanzas concil iares

por otro significado, que nos permite concebir la universalidad

de la Iglesia n o sólo de forma extensiva, sino también desde un

punto de vista cualitativo; es decir, desde ese tipo de unión y

de unidad propio de la Iglesia como Pueblo de Dios, pueblo

cuya ley es el manda mien to nuevo del am or, com o el mismo

Cris to nos ha am ado (cf. Jn 13,34) (C1

9).

Precisamente de

dad. A través del don que hace cada uno de si.

cl

bieti de una

de las partes se convierte de alguna manera rn bien de todos y

adquiere dimensión universal. Todos logran algo y todos par-

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acuerdo con esta ley, la catolicidad de la Iglesia se manifiesta

explica a través de la communio , es decir, la comunidad

unidad social, que existen a semejanza de la comunión inter-

personal, las cuales, como leemos en la constitución Gaudium

et spes,

no pueden encon trarse plenamente más que a través

de un sincero don de si (CM 24).

La Iglesia es el Pueblo de Dios form ado por hombres-

personas. Pero sobre estos sus fund amentos constitutivos po-

demos distinguir también otros rasgos de su composición, tal

como ha sido expuesto por la consti tución Lumen gentium.

Es-

tar compuesto implica una relación de las partes con el todo, y

viceversa, del todo con las partes, en lo cual se manifiesta el

segu ndo significado de la catolicidad de la Iglesia, el que se

refiere al tipo de unión y de unidad propio de la comunidad

del Pueblo de Dios.

.En virtud de esta catolicidad -leemos en la Lumen

gentium-, cada una de las partes colabora con sus do-

nes propios con las restantes partes

y

con to da la Iglesia,

de tal m odo q ue el todo y cada una de las partes aumen-

tan a causa de todos los que mutuamente se comunican

y tienden a la plenitud en la unidad. (CI 13).

El tipo de unión

y

de unidad propio de la Iglesia como

Pueblo de Dios, compuesto en definitiva por hombres-per-

sonas, corresponde al carácter personal de la comunidad ente-

ra, que lleva en si y expresa el propio perfil de las relaciones

interpersonales. Del mismo modo que las personas se encuen-

tran a si mismas mediante el don de si, a través de las relacio-

nes interpersonales que llamamos communio, asi también cada

una de las partes se encuentran

y

confirman a símismas en la

comun idad de la Iglesia en cuanto que llevan sus propios dones

a las oiras partes y a toda la Iglesia . Esa realidad que Ilama-

mos communio corresponde en este caso no sólo a una comu-

nidad de personas restringida, sino a todo el pueblo, cuya uni-

dad procede del Espiritu de Dios y de lo que constituye la

esencia de la persona. Asi, pues, del don que cada parte ofrece

a las dem ás y a toda la Iglesia se deriva el que tanto la propia

Iglesia' en su conjunto co mo cada una d e las partes salgan

reforzadas . To do esto es función de la catolicidad, es su ex-

presión y su fruto.

Y

es que catolicidad, en sentido más bien

intensivo que extensivo, entendemos que significa universali-

1 8

ticipan de ello. precisamente porque este bien se ha convertido

en entrega. La communio. pues. es, en este sentido. el funda-

mento de la catolicidad.

El Vaticano 11, poniendo de relieve este tipo de unión y de

unidad propias del Pueblo de' Dios, nos anima a tom ar con-

ciencia de la multiforme composición de la Iglesia.

.De don de resulta -leemos a continuación en ese tex-

to clásico de la constitución Lumen gentium-que el Pue-

blo de Dios no sólo reúne a personas de pueblos diver-

sos, sino que en si mismo está integrado por diversos

órdenes. Hay, en efecto, entre sus miembros una diversi-

dad, sea en cuanto a los oficios, pues algunos desempe-

ñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos, sea

en razón de la condición

y

estado de vida, pues muchos

en el esta do religioso estimulan co n su ejemplo a los her-

manos al tender a la santidad por un camino más estre-

cho. Además, dentro de la comunión eclesiástica, existen

legítimamente Iglesias particulares qu e gozan de tradi-

ciones propias, permaneciendo inmutable el primado d e

la Cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal

de la caridad, protege las diferencias legitimas

y

simultá-

neamente vela para que las divergencias sirvan a la uni-

dad en vez de dañarla. De aquí se derivan, finalmente,

entre las diversas partes de la Iglesia, unos vinculos de

intima comunión en lo que respecta a riquezas espiritua-

les, obre ros apostólicos y ayud as temporales. (CI 13).

Puede decirse que este texto es un su cinto resumen de toda

la constitución Lumen gentium o, al menos, de la mayoría de

sus

capitulas

En la comunidad del Pueblo de Dios se encuen-

tran diversos pueblos, cada uno de los cuales aporta a esta

comunidad algo especial que enriquece a los demás. En virtud

de la multiplicidad y diversidad histórica de los pueblos que

han entrado y siguen entrando a formar parte de la Iglesia

universal, se ha llegado a constituir una multiplicidad de Igle-

sias particulares.

Además de una communio perfilada como comunidn de las

pueblos y de las Iglesias, la constitución Lumen gentium señala

otro aspecto: el Pueblo de Dios en sím ism o está integrado por

diversos órdenes (CI 13). Nos adentramo s de este mod o en una

nueva dimensión de la estruc tura de la Iglesia, en la que está

109

más cerca de la vocación de cada una de las personas

y,

a la

vez, traza una especie de composición ad intra de la propia

Iglesia en cu anto com unidad

y

sociedad totalmente especifica.

capítulos recientemente evocados (111, IV y VI) de la constitu-

ción Lumen gentium. Hemos establecido desde un principio

que este estudio no trata de ser un comentario, sino un vade-

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El texto citado de la constitución Lumen gentium habla de los

diversos estados

y

oficios como elementos que diferencian a

cada uno de los hombres en la comunidad eclesial. Estos esta-

dos y estos oficios, entiéndase los hombres que pertenecen a

dichos estados o realizan esos oficios, sirven a la comunidad

y

en ella, a los demás hombres, lo que quiere decir, empleando

el lenguaje de la

Lumen gentium,

que ellos brindan sus pro-

pios dones a la unidad de la Iglesia. Aportan un don los que

se emplean en el sag rad o ministerio en bien de sus herma-

nos (CI 13); otro , los que, aspir ando a la santid ad por un

camino má s estrecho, estimulan a los hermanos (CI 13). Es

obvio que en el primer ca so se trata de la jerarquía, a la que se

ha dedic ado el capítulo 111 de la cons titución Lumen gentium:

y

en el segundo, del estado religioso (capítulo VI de la misma

constitución). De modo especialmente profundo, el Vatica-

n o 11 ha analizado ade más ese don qu e ap ortan los seglares a

la comunidad de la Iglesia (capitulo IV de la constitución Lu-

men gentium .

.Los miembros del Pueblo de Dios son llamados a una

comunicación de bienes,

y

las siguientes palabras del

apóstol pueden aplicarse a cada una de las Iglesias: El

don que cada uno ha recibido póngala al servicio de los

otras, como buenas administradores de la multiforme gra-

cia de Dios (1Pe 4,10),, (CI 13).

Esto significa la communio ecclesiarium

y

la communio mu-

nerum, y a través de ella, la communio personarum. Esta es la

imagen de la Iglesia nacida del magisterio del Concilio. El tipo

de unión y de unidad propio de la comunidad de la Iglesia-

Pueblo de Dios determina, por tanto, esencialmente la forma

de la propia comunida d. La Iglesia, como Pueblo de Dios, por

la profundidad de sus premisas, por su naturaleza comunita-

ria, está por la semeja nza que debería existir entre la unión

de los hijos de Dios unidos en la verdad y en la caridad

y

la

unidad e sencialmente divina de las divinas personas : in com-

munione Sanctissimae Triniratis. Aunque la realización de esta

forma divina de unión padezca, en el orden humano, deficien-

cias

y

desviaciones, como algo vivido por hombres, permane-

ce, sin embargo, incólume el principio peculiar de la unidad

social de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios.

No tratamos de analizar detalladamente en este caso los

110

mécum particular conciliar, con el que, presentando ordenada -

mente la riqueza de la doctrina del Concilio Vaticano 11, bus-

camos trazar las sendas del enriquecimiento de la fe que,

arrancando de ella, avanzan hacia el futuro. Expresión de este

enriquecimiento son tanto la conciencia general de la vocación

del hombre, a la que el Vaticano 11 ha pres tado mucha aten-

ción, como

las vocaciones concretas y particulares perfilndas en

la estrucrura de la Iglesia com o Pueblo de Dios. A este propósi-

to es útil releer cada uno de los mencionados capítulos de la

constitución Lumen gentium. precisamente desde el punto de

vista de la diversidad de las vocaciones. Aunque se habla de

estados

y

funciones , es fácil desc ubrir

y

concretar en ellos

un conte nido personalistico. No sin razón hemo s iniciado el

presente análisis de la conciencia de la Iglesia como Pueblo de

Dios explicando -a tenor del pensam iento del Vaticano II-

la relación existente entre la persona

y

la comunidad,

y

entre

la comunidad

y

la pers ona. Si la idea de estado o de fun-

ción en la Iglesia encierra un contenido de carácter persona-

lístico

y

si ello, aunque sólo sea indirectamente, expresa una

relación recíproca entre comunidad

y

persona, es algo que

ocur re gracias precisamente a la realidad de la communio, en

cuanto t ipo de unión constitutivo de la comunidad de la

Iglesia-Pueblo de Dios. La communio establece también cuál

es, en esta comunidad, el puesto

y

la función no sólo de cada

uno de los estados o grupos sociales , com o la jerarquía,

los seglares, los religiosos, sino también de cada una de las

personas.

Tod o cu anto leemos en los capitulos de la constitución Lu-

men gentium sobre el tema de estos grupos tiene carácter gené-

rico, si, pero no hasta el punto de impedirnos identificar la

vocación de la persona

y

la realidad de la comunión existente

entre las personas

y

los gmpos. El texto nos hace comprender

que, en la co munidad de la Iglesia com o Pueblo de Dios, cada

hombre lleva a las otras partes de sus propios dones (CI 13),

sobre todo por medio de lo que él es

y

cómo es.

*Los laicos -c it a m os como ejemplo- congregados en

el Pueblo de Dios e integrados en el único Cuerpo de

Cristo bajo una sola Cab eza, cualesquiera que sean, es-

tán l lamados, a fue r de miembros vivos, a contribuir con

todas sus fuerzas, las recibidas por el beneficio del Crea-

d o r

y

las otorgadas por la gracia del Redentor, al creci-

111

miento de la Iglesia y a su continu a santificación,> (CI

33 .

La realidad de la communio se deriva de la multiplicidad d e

a quienes los practican, es necesario que la vida espiri-

tual de éstos se consagre también al provecho de toda la

Iglesia. De aquí nace el deber de trabajar según las fuer-

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las vocaciones y crea, por ahí decirlo, un espacio en el que

éstas puedan debidamente formarse y desarrollarse. Estas vo-

caciones constituyen la Iglesia-comunidad, pero, por otra par-

te, la Iglesia, com o com unidad del Pueblo de Dios, constituye

en cierto sentido a cada una de ellas. Communio significa, po-

demos decir, un estable dinamismo inmanente de la comuni-

dad, que, de la multiplicidad y complejidad lleva hasta la

unidad -no sólo del pueblo, sino del cuerpo- y, al mismo

tiempo, con idéntica fuerza y eficacia, sostiene la complejidad

y

multiplicidad en la propia unidad del pueblo

y

del cuerpo.

Subrayam os una vez más que tod o esto es también índice de la

realidad de la redención que per dura en la Iglesia.

Teniendo todo esto presente, no podemos sino reconocer

que El Vaticano II se ha conve rtido en fuente especial d e ese

enriquecimienlo de la fe que podemos definir de comunión .

Este enriquecimiento brota de una actitud que, a su vez, deriva

de esa precisa dimensión de la conciencia de la Iglesia que

constituye la communio. Esta dimensión tiene un importante

significado para profundizar en el enriquecimiento de la fe,

entendida precisamente en el sentid o en el que la presenta el

Vaticano 11 Al hecho de la revelación de si mismo (cf. CR

2.3 por parte de Dios, el hombre responde abandonándose

del todo libremente (CR 5 . No es ésta una respuesta sola-

mente intelectual, sino que es sobre todo existencial, en el sen-

tido estricto de la palabra. Con esta respuesta, el hombre-

persona entra en la com unidad del Pueblo de Dios; se trata de

la respuesta a su vocación en la comunidad y a la comunidad.

Abandon ándose por entero a Dios, el hombre-persona se da,

al tiempo, a la comunidad que es la Iglesia. La realidad de la

communio

es decisiva para el significado más profundo de to-

do s los estados y oficios en la Iglesia, y, por ende, de

todas las vocaciones en la comunidad del Pueblo de Dios. Esto

es esencial para la conciencia de la Iglesia como comunidad

sociedad, y es también esencial para cada uno de los miembros

de la Iglesia.

Veamos aho ra cóm o manifiestan esta verdad los documen-

tos del Concilio, trayendo com o ejemplo la vocación religiosa.

<'Perocom o los consejos evangélicos -leemos en la Lu-

men gentium-, mediante la caridad hacia la que impul-

san, unen especialmente con la Iglesia y con su misterio

zas

y

según la forma de la propia vocación, sea con la

oración, sea también con el ministerio apostólico, para

que el reino de C risto se asiente y consolide en las almas

y para dilatarlo por todo el mundo. (CI

44 .

Nadie piense -leemos más adelante- que los religio-

sos, por su consagración, se hacen extraños a los hom-

bres o inútiles para la sociedad terrena. P orque, si bien en

algunos casos no sirven directamente a sus contemporá-

neos, los tienen, sin embargo, presentes de una manera

más intima en las entraña s de Cristo y cooperan espiri-

tualmente con ellos, para que la edificación de la ciudad

terrena se funde siempre en el Seño r y se orde ne a El, no

sea que trabajen en vano quienes la edifican,, (CI

46 .

Contamos aquí con la posibil idad de darnos cuenta de

có m o la vocación en la comunidad y a la comunidad es auténtica

vocación de la persona: vocación de realizarse a sí misma:

<<Tengan odos bien entendido que la profesión de los

consejos evangélicos, aunque implica la renuncia de bie-

nes que indudablemente han de ser estimados en mucho,

no es, sin embargo, un impedimento para el verdadero

desarrollo de la persona humana, antes, por su propia

naturaleza, lo favorece en gran medida. Porque los con-

sejos, abrazados voluntariamente según la personal vo-

cación de cada uno, contribuyen no poco a la purifica-

ción del corazón y a la libertad espiritual, estimulan

continuamente el fervor de la caridad y, sobre todo,

como demuestra el ejemplo de tantos santos fundadores,

son capaces de asemejar más al crist iano con el género

de vida virginal

y

pobre que Cristo Señor escogió para si

y que abrazó su Madre, la Virgen. (CI 46 .

Volvamos, sin embargo, a la propia realidad de la commu-

nia, entendida como forma de unión tipica de la Iglesia-Pueblo

de D ios, que constituye el vinculo específico de esta com unida d.

.Si bien en la Iglesia no todos van po r el mismo cam i-

no, sin embargo, todos están l lamados a la santidad y

han alcanzado idCntica fe por la justicia de Dios (cf. 2Pe

1,l). Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han

sido constituidos doctores, dispensadores de los miste-

rios y pastores para los demás. existc una auténtica

igualdad en todo en cuanto a la dignidad y a la acción

común a todos los fieles en orden a la edificación del

Cuerpo de Cristo. Pues la distinción que el Señor esta-

Lo

verdadera igualdad de todos los miembros del Pueblo

de Dios se ideniiftca con la fraternidad proclama da por nues-

tro Setior Jesucristo. El Vaticano 11 recuerda esta doctrina en

la constitución Lumen gentium:

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bleció entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo

de Dios l leva consigo la solidaridad , ya que los pastores

y los demás fieles están v inculados entre si por recíproca

necesidad. Los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejem-

plo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros

y al de los restantes fieles; estos, a su vez, asocien gozo-

samente su tra bajo al de los pastores y doctores. De esta

mane ra, todos rendirán un m últiple test imonio de admi-

rable unidad en el Cuerpo de Cristo. Pues la misma di-

versidad de gracias, servicios y funciones congrega en la

unidad a los hijos de Dios, porque todas esras cosas

son obras del único e idénrico Espíritu (1 Cor 12,11). (CI

a .

Por lo tanto, la communio. como vinculo propio de la co-

munidad del Pueblo de Dios en la Iglesia, se expresa en una

distinción tal qu e incluye un vinculo y, consiguientemen-

te, un testimonio de la admirable unidad que pastores y

fieles man tienen en la diversidad de ntro del Cue rpo de Cris-

to. Más aún. lo consritución jerárquica de la Iglesia, de la que

en seguida vamos a hablar, presupone una verdadera igual-

dad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Esta igualdad se

basa en la dignidad y acción com ún a todos los fieles en la

edificación del Cu erpo de Cristo . Dignidad comú n a todos,

tanto si es la humana, propia de cada uno de los hombres en

l

cuanto que es persona, c omo si se trata de la crist iana, prove-

niente del orden de la gracia. Pero no es sólo en este campo y

a este titulo cómo el Vaticano 11 proclam a una verd adera

igualdad de todos los miembros en el seno de la Iglesia, sino

también a titulo de la tarea esencial de edificar el Cuerp o de

Cristo . Tarea en la que tom an parte todo s por igual, pues

todos disponen de posibil idades al respecto.

Y

los resultados

positivos de la acción de un miembro seglar del Pueblo de

Dios pueden superar los resultados de la acción de un miem-

br o de la jerarquia o del estam ento religioso. La historia de la

Iglesia parece brindarnos suficientes testimonios de este hecho,

pese a que, a lo mejor, nadie pueda nunca verificar de lleno

cuál sea la medida de los resultados obten idos en la edifica-

ción del Cue rpo de Cristo . La Iglesia, en cuan to realidad so-

brenatural , será siempre un misterio.

1

<<Losaicos, del mismo modo que por la benevolencia

divina t ienen co mo herman o a Cristo, quien, siendo Se-

ñor de todos, no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt

20,28), también tienen por hermanos a los que, constitui-

dos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y

gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan a la

familia de Dios, de tal suerte que sea cumplido por to-

dos e l nuevo mandami en to de l a ca r idad . A cuyo p ro p b

sito dice bellamente San Agustin: Si me asusta lo qu e

soy para vosotros, también me consuela lo que soy con

vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy

crist iano. A quel no mbre expresa un deber; éste, una gra-

cia; aq ut l indica un peligro; éste, la salvació n ~, (CI 32).

Para la constitución del Pueblo de Dios es más fundamen-

tal el orden de la gracia que el orden de la autoridad sobre el

que se apoya el ordenamiento jerárquico de la Iglesia. Este

orden de la gracia sirve también d e fundam ento a la igualdad

final de tod os los miem bros de la Iglesia, respecto a la realidad

de la salvación a la que todos por igual están llamados.

El Concilio Vaticano 11 ha dedicado muchos esfuerzos a

hacer conscientes a los fieles de ese vinculo que constituye la

communio

para la comunidad del Pueblo de Dios. Parece,

pues, que podemos decir que, de la auténtica profundización

de la fe en la Iglesia como co mu nida d -en la qu e el vinculo

propio de la misma está consti tuido justamente por la commu-

nio-, dependen en su mayor parte el desarrollo interior y la

renovación de la Iglesia en el espíritu del Vaticano 11. Convie-

ne tal vez buscar en esta cuestión el punto de apoyo. o incluso el

fundamento en orden a la necesidad de ese diálogo dentro de la

Iglesia que han puesto de relieve el Concilio

y

el papa Pablo VI.

Respecto a este tema encontramos frases muy elocuentes en la

consti tución Lumen gentium.

<,Los laicos, al igual q ue to dos los fieles cristianos, tie-

nen el derecho de recibir con abunda ncia de los sagrados

pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Igle-

sia, en part icular la palabra de Dios y los sacramentos.

Y

manifiéstenles sus necesidades y sus deseos con aque-

lla l ibertad y confianza qu e conviene a los hijos de D ios

115

y a los hermanos en Cristo. Conforme a la ciencia,

la

competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad,

más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca

de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia. Esto

mente participes de la

conciencia de comunión .

Idea esta que

tiene además un profundo significado

ético, así, bajo este

aspecto, sirve para formar auténticamente la moral social cris-

tiana.

La Iglesia. que en su realidad de Pu eblo de D ios es esen-

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hágase, si las circunstancias lo requieren, a través de ins-

tituciones establecidas para ello por la Iglesia, y siempre

en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y ca-

ridad hacia aquellos que, por razón de su sagrado minis-

terio, personifican a Criston (CI 37 .

Seguidamente, la constitución recuerda el deber de obe-

diencia a todo cuan to los sagrados pastores , en cuanto re-

presentantes de Cristo, establecen co mo maestros y rectores de

la Iglesia (CI 37 . Este deber se deriva particularmente del

ejemplo del propio Cristo. Se habla también de la necesidad de

orar por los superiores en la Iglesia. Leemos sucesivamente:

-Por su parte, los sagrados pastores

reconozcan pro-

muevan la dignidad

y responsabilidad de los laicos en la

Iglesia. Recurran gustosamente a su prudente consejo,

en-

com itndenles con confianza cargos en servicio de la Igle-

sia y denles l ibertad y oportunidad para actuar; más

aún, anímenles incluso a emprender obras por propia

iniciat iva. Consideren atentamente ante Cristo, con pa-

terno amor, las iniciativas, los ruegos y los deseos prove-

nientes de los laicos. En c uan to a la justa l ibertad que a

todos corresponde en la sociedad civil, los pastores la

acatarán respetuosamente. Son de esperar muchísimos

bienes -leemos finalmente-para la Iglesia de este trat o

familiar entre los laicos y los pastores; asi se robustece

en los seglares el sentido de la propia responsabil idad,

se fomenta su entusiasmo y se asocian más fácilmente las

fuerzas de los laicos al trab ajo de los pastores. (C I 37).

La const i tución

Gaudium et spes

formula las exigencias del

diálogo intern o de la Iglesia con estas palabra s: Esto requie-

re, en primer lugar, que se promueva en el seno de la Iglesia la

mutua est ima, respeto y conco rdia, reconociendo todas las le-

gi t imas diversidades, para abrir , con fecundidad siempre cre-

ciente, el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo

de Dios, ta nto los pastores com o los demás f ieles. Los lazos de

unión de los f ieles son mucho más fuertes que los motivos de

división entre ellos. Haya unidad en lo necesario, libertad en

lo dudos o, caridad en todo (CM 92).

Lo más imp ortante es que en la Iglesia todos seamos plena-

cialmente social, sea

ad intra

o

ad extra,

debe asimismo, no

sólo

ad intra,

sino también

adex t ra ,

buscar cóm o l levar a cabo

la comunión entre los hom bres. Conv iene, sin emb argo,

particularmente que en esa misma sociedad eclesial todos

acompasen su comportamiento a ese principio de la comu-

nión, cuyo sentido teológico y cuyo alcance, sobre todo, han

sido evidenciados de nuevo por el Vaticano 11.

Koinonia y diaconio en la constiiucidn jerórquica

de la Iglesia

.Este san to Sinodo, siguiendo las huellas del Conc ilio

Vaticano 1, enseña y declara con él que Jesucristo, Pas-

tor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus apósto-

les lo mismo que El fue enviado por el Padre (cf. Jn

20,21), y quiso que los sucesores de aquéllos, los obis-

pos, fuesen los pastores en su Iglesia hasta la consuma-

ción de los siglos. Pero para que el mismo episcopado

fuese uno solo e indiviso, puso al frente de los demás

apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la per-

sona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y

visible, de la unidad de fe y comunión. Esta doctrina

sobre la inst i tución, perpetuid ad, poder y razón de ser

del sacro primado del Romano Pontíf ice y de su magis-

terio infalible, el san to Concil io la propone nu evamente

como objeto de fe inconmovible a todos los f ieles, y,

prosiguiendo den tro de la misma l ínea, se propon e, ante

la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de

Jos obispos, sucesores de los apóstoles, los cuales, junto

con el sucesor de Pedro, vicario de Cristo y cabeza visi-

ble de toda la Iglesia, rigen la casa de Dios

vivo. (CI 18).

El capitulo 111 de la constitución

Lumen gentium

está ente-

ramente dedicado a exponer la doctrina acerca de la const i tu-

ción jerárquica de la Iglesia, y particularmente acerca del epis-

copado. Seria muy útil unir a un análisis detallado de este

capitulo un análisis del decreto sobre el ministerio pastoral de

los obispos en la Iglesia. Ambos textos tienen un significado

fundamental para la teología del episcopado. Nosotros, por

nuestra parte, no vamos a exponer una exégesis pormenoriza-

da del capítulo 111 de la

Lumen gentium,

ni del decreto sobre el

ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia; nuestro propó-

tores de la Iglesia, de modo quc quien los escucha escu-

cha a Cristo. y quien los desprecia desprecia a Cristo y a

quien le envió (cf. Lc 10.16) (CI 20).

*'En la persona, pues, de los obispos a quienes asisten

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sito es destacar la comunión del Pueblo de Dios,

communio

(gr.

koinonía). a cuyo servicio están, en la Iglesia, la vocación y

el ministerio episcopal. Esta vocación y su ministerio sirven

( diaconía'y a la comunidad.

Y

es significativo que los padres

conciliares hayan querido situar el capitulo dedicado a la je-

rarquía justo después del capítulo que trata del Pueblo de

Dios, en una clara intención de puntualizar los lazos de unión

orgánica de entrambos. Ese sentido de servicio de la autoridad

corresponde a la verdad evangélica que el propio Cristo ha

ensenado con su palabra y con su ejemplo. Esta verdad halla

su expresión en la doctrina del Vaticano 11. La

diaconía

apare-

ce, pues, estrechamente ligada a l a

koinonia.

La Iglesia descu-

bre su naturaleza comunitaria no sólo en la realidad universal

del Pueblo de Dios, sino también en la potestad sobre este

pueblo constituida por Cristo subordinada por entero al

anuncio del Evangelio.

*Para realizar estos oficios tan excelsos, los apóstoles

fueron enriquecidos por Cristo con una efusión especial

del Espíritu Santo, que descendió sobre ellos (cf. Act

1,8; 2,4; Jn 20.22-23), y ellos, a su vez, por la imposición

de las manos, transmitieron a sus colaboradores este

don espiritual (cf. lTim 4,14; 2Tim 1,67), que ha Ilega-

do hasta nosotros en la consagración episcopaln (CI 21).

De este modo, los apóstoles serán a un tiempo semilla del

nuevo Israel y origen de la jerarquía sagrada (DM

5 .

.Esta divina misión confiada por Cristo a los apóstoles

ha de durar hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), puesto

que el Evangelio que ellos deben propagar es en todo

tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia. Por

esto, los apóstoles se cuidaron de establecer sucesores en

esta sociedad jerárquicamente organizada

Y

así como

permanece el oficio que

Dios concedió personalmente a

Pedro,

príncipe de los apóstoles, para que fuera transmi-

tido a sus sucesores, así tambikn perdura el

oficio de los

apóstoles

de apacentar la Iglesia, que debe ejercer de for-

ma permanente el orden sagrado de los obispos. Por

ello, este sagrado Sínodo enseña que los obispos han su-

cedido, por institución divina, a los apóstoles como pas-

118

los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo,

está presente en medio de los fieles. Porque, sentado a la

diestra del Padre. no está ausente de la congregación de

sus pontífices, sino que, principalmente a través de su

servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las

gentes y administra continuamente los sacramentos de la

fe a los creyentes, y por medio de su oficio paternal (cf.

Ic or 4,15) va congregando nuevos miembros a su Cuer-

po con regeneración sobrenatural; finalmente, por me-

dio de su sabiduría y prudencia, dirige y ordena al Pue-

blo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la

eterna felicidad. (CI 21).

<,Los obispos, de modo visible y evidente, hacen las

veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice,

actúan en lugar suyo. Pertenece a los obispos incorpo-

rar, por medio del sacramento del orden, nuevos elegidos

al Cuerpo episcopal» (CI 21).

Tema especial de lo doctrina conciliar lo constituye la comu-

nidod de los obispos; los lazos recíprocos entre ellos y, sobre

todo. con el sucesor de San Pedro.

Asi como, por disposición del SeAor, San Pedro y los

demás apóstoles forman un solo colegio apostólico, de

modo análogo se unen entre sí el Romano Pontífice, su-

cesor de Pedro, y los obispos, sucesores de losapóstolesn

(CI 22).

Es dste el punto de partida de lo doctrina acerca de la cole-

giolidod del episcopado.

El Colegio o cuerpo de los obispos, por su parte, no

tiene autoridad, a no ser que se considere en comunión

con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza

del mismo, quedando totalmente a salvo el poder

prima-

cial de éste sobre todos, tanto pastores como fieles. Por-

que el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud

de su cargo, es decir, como vicario de Cristo y pastor de

toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que

puede siempre ejercer libremente. En cambio,

el Cuerpo

episcopal, que sucede al Colegio de los apóstoles en el

119

9 -Renovocidn en su uenles

Magisterio

y

en el regimen pastoral. más aún. en el que

perdura conlinuam ente el cuerpo apo stólico , junto con su

cabeza. el Romano Ponfífc e, y nunca sin esta cabeza. es

tambiin sujeto de la suprema

y

plena potestad sobre la

El principio de la colegialidad pone en evidencia particular-

mente el principio del primado. Uno y otro provienen de la

institución de C risto; un o y ot ro expresan la estructura de

comunión de la Iglesia com o Pueblo de Dios y sirven junta-

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Iglesia

universal

(CI

22 .

Estas son las formulaciones conciliares acerca del principio

de la colegialidad.

Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, ex-

presa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y

en c uanto a grupa do bajo una sola cabeza, significa la uni-

dad de la grey de Cristo,, (CI

22 .

El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el

principio y fundam ento p erpetuo y visible de unidad, así

de los obispos como de la multitud de los fieles. Por

su parte, los obispos son, individualmente, el principio

y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particu-

lares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las

cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia cató-

lica, una y única. Por eso, cada obispo representa a su

Iglesia, y todos juntos con el Papa representa n a toda la

Iglesia en el vinculo de la paz, del amor y de la unidad,,

(C1 23 .

El principio de la colegialidad determina por sí mismo el

mod o en q ue se ejerce la autorida d en la Iglesia, modo institui-

do por el propio Cristo. Al propio tiempo, este principio ex-

presa indirectamente la realidad de la Iglesia como koinonía ,

ya que una Iglesia universal realiza su existencia en varias Igle-

sias particulares. Los obispos, sucesores de los apóstoles, me-

diante su unión con el sucesor de Pedro, obispo de Roma,

expresan conjuntame nte multiplicidad y un idad, universalidad

y particularidad.

Y

en esto se revela la esencia de comunión

de la Iglesia en cuanto comunidad del Pueblo de Dios en la

tierra. El Pueblo de Dios es la Iglesia, y la Iglesia es también

comunión de las Iglesias, communio Ecclesiarum, constituida

por la comunión de los obispos-pastores. Record emos una

vez más las palabras antes citadas:

'<Además, den tro de la com unión eclesiástica, existen

legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradi-

ciones propias, permaneciendo inmutable el primado de

la Cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal

de la caridad* (CI

13 .

mente para realizarla.

Cristo construye continuamente la Iglesia en la tierra como

su C uerpo , a través de ese núcleo al que el Vaticano 11 llama

Corpus seu collegium de los obispos, en su calidad de sucesores

de los apóstoles . Este Cue rpo, qu e es la Iglesia, en su constitu-

ción jerár quic a, existe y vive en fuerza de la comunión reci-

proca de todos los obispos en la Iglesia, la cual, a su vez, está

condiciona da por la comunión con el centro com ún, la cáte-

dra de Pedro .

*Por tanto, todos los obispos, en cu anto se lo permite

el desempeíio de su propio oficio, esthn obligados a co-

labora r entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien parti-

cularmente le ha sido confiado el oficio excelso de pro-

pagar el nombre cristiano. Por lo cual deben Socorrer

con todas sus fuerzas a las misiones, ya sea con opera-

rios para la mies, ya con ayudas espirituales y materia-

les; bien directamente por si mismos, bien estimulando

la ardiente cooperación de los fieles. Procuren, pues, fi-

nalmente, los obispos, según el venerable ejemplo de la

an t igüedad , p restar con agrado una f raterna ayuda a las

otras Iglesias, especialmente a las más vecinas y a las

más pobres, den tro de e sta universal sociedad de la cari-

dad. (CI 23 .

En el decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos en

la Iglesia podemos leer:

.Desde los primeros siglos de la Iglesia, los obispos

que estaban al frente de las Iglesias particulares, movi-

dos por la comunión de fraterna caridad y por el celo de

la misión universal confia da a los apóstoles, auna ron sus

fuerzas y voluntades para promover el bien com ún y el

de las Iglesias particulares. Por esto se organizaron los

sinodos,

los

concilios provinciales

y, finalmente, los

conci-

lios plenarios,

en los que los obispos estatuyeron una

norma igual para varias Iglesias, la cual debía observar-

se en la enseñanza de las verdades de la fe y en la orde-

nación de la disciplina eclesiástican (DO

36 .

Así se lee en el capítulo 111 del citad o decreto, qu e habla d e

la cooperación de los obispos al bien común del mayor núme-

121

ro de Iglesias. El c apitulo 11 dc este decre to trata de las obliga-

ciones de los obispos respecto a las Iglesias particulares, es

decir, las diócesis; en cam bio , el capitulo se ocup a de las

relaciones de los obispos con la Iglesia universal.

su uueblo es un verda dero servic io. Que en la Soarada Es-

criiura

se llama con tod a propied'd <<dia koni& ,

o sea

ministerio

(cf. Act 1,17 y 25; 21,19; Rom 11,13; lT im

1,12 ),~ CI 24).

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La solicitud dictada por el principio de colegialidad y la

cooperación de los obispos en bien del m ayor número d e Igle-

sias particulares en el seno de la Iglesia universal halla actual-

mente su expresión en la institución de las conferencias episco-

pales: las Conferen cias episcopales -leemos en la consti-

t uc i ón Lumen gentium- pueden hoy con t r i bu i r g r ande y

fecundamente a que la unión colegial logre aplicaciones con-

cretas (CI 23).

Hemos puesto ya suficientemente de relieve el vínculo que

el magisterio conciliar descubre entre la comunidad del Pueblo

de Dios y el sentido de servicio de la autoridad en la Iglesia:

entre la

koinonía

y la

diaconía.

Este vinculo aparece con toda

claridad a la luz de la

communia

que consti tuye una realidad

más fund amen tal aún y une más directamente a la persona a la

comunidad. Naturalmente, este vinculo es, a la vez, el ideal

la norma de realización, no solam ente una simple realidad

que está en vias de realización. Sin embargo, en esta imagen

global dominada por la communio como vinculo propio del

Pueblo de D ios, la

diaconía

jerárquica halla fácilmente su pues-

to: si todos se orientan a un servicio mutuo, a la entrega que

enriquece recíprocamente, entonces, obviamente, la autoridad,

la jerarquía se presenta de mo do muy simple com o ministe-

rio , e s decir, servicio . Esto no significa qu e el Concilio re-

nuncie a subrayar el carácter jerárquico de la autoridad en la

Iglesia, pues sin él no hab ría potestad. La au torid ad jerárqui-

ca, po r el co ntrario, es necesaria en ord en al propio servicio.

'<Los obispos, en cua nto sucesores de los apó stoles, re-

ciben del Señor, a quien ha sido dado todo poder en

el cielo y en la tierra, la misión de ens eñar a toda s .las

gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura, a fin

de que todos los hombres consigan la salvación por me-

dio de la fe, del bautismo y del cumplimiento de los

mandamientos (cf. Mt 28,18-20; Mc 16,15-16; Act 26,17s).

Para el desempetio de esta misión, Cristo Señor prome-

tió los apósto les el Espíritu S anto , y lo envió desde el

cielo el día de Pentecostés, para que, con fortados con su

virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra

ante las gentes, los pueblos y los reyes (cf. Act 1,8; 2,lss;

9,15).

Esre encargo que el Señor confió a los pastores de

La consti tución Lumen gentium se expresa así respecto al

ministerio jerárquico:

<<El inisrerio eclesiástico de institución divina

es ejerci-

do en diversos órdenes por aquellos que ya desde anti-

guo vienen l lamándose ob ispos, presbíteros y diáconosn

(CI 28).

Al aportar este texto, nuestro deseo es demostrar cómo el

Vaticano 11 trata de po ner de relieve no sólo no sólo la estruc-

tura del ministerio, es decir, de la autoridad jerárquica consti-

tuida por Cristo en la Iglesia, sino también el espíritu de esta

institución.

Lo cual cobra mayor elocuencia a la luz de la reali-

dad de nuestro tiempo.

( .Como el mun do en tero cada día t iende m ás a la uni-

dad civil , económica y social , conviene tanto más que

los sacerdotes, uniendo sus esfuerzos

y

cuidados bajo la

guía de los obispos y del Sumo Pontífice, eviten toda

causa de dispersión, para que todo el género humano

venga a la un idad d e la familia de Dios. (CI 28).

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CONCIENCIA HISTORICA Y ESCATOLOGICA

DE LA IGLESIA CO MO PUEBLO DE DIOS

Con tinua ndo el estudio de las vias de enriquecimiento de la

fe de las que el Concilio Vaticano 11 se ha hecho portavoz,

debemos poner de relieve tanto el aspecto histórico como el

escatológico de la Iglesia, cual dos componentes esenciales de

la realidad del Pueblo de Dios, de su propia existencia. La

Iglesia, como Pueblo de Dios, existe de esta manera, y a estas

caracteristicas de su ser objetivo en la fe corresponde la con-

ciencia de la Iglesia.

Nacida del amor del Padre E terno, fundada en el t iem-

p o po r C risto Redentor, reunida en el Espiri tu S anto, la

Iglesia

tiene una finalidad escarológ ica

de salvación,

que sblo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente.

Está presente ya aq ui en la t ierra, formad a po r hombres,

es decir , por m iembros de la ciudad terrena

que tienen la

vocación d e formar en la propia historia del genero huma-

no la familia de los hijos de Dios

que ha de ir aumentan-

d o sin cesar hasta la venida del Seiior. Unida , ciertamen-

te, por razón de los bienes eternos y enriquecida con

ellos, esta familia ha sido .<constituida

y

real izada por

Cristo como sociedad en este mundo. y está dotada de

los medios adecuados propios de una unión visible y

social.. De esta forma , la Iglesia, <<e ntid adocial visible

y comu nidad espiritual ., avanza juntamente c on toda la

humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y

su razón de ser es actuar como fermento y como alma de

la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformar-

se en familia de Dios. E sta compenetración de la ciudad

terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse por

la fe; más aún, es un misterio permanente de la histo-

ria humana que se ve perturbado por el pecado'hasta la

plena revelación de la claridad de los hijos de Dios.

(CM 40).

Siguiendo de cerca el pensamiento del Vaticano 11, tratare-

mos d e aclarar analí t icamente el doble contenido y significado

del ser de la Iglesia y, a la vez, de su conciencia, de los que

sintéticamente habla el texto de la consti tución Gaudium et

spes que acabamos de citar. Pese a que este doble aspecto del

<A todo s los elegidos, el P adre, an tes de todo s los si-

glos,

los conoció de antemano

y

los predestinó a ser con-

formes can la imagen de

su

Hijo, para que éste sea el pri-

mogénito entre muchos hermanos (Rom 8.29).

Y

estable-

ció convocar a quienes creen en Cristo en la santa

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ser de la Iglesia y esta recíproca compenetración de la historia

y la escatología correspondiente a la tradición de la fe y su

doctrina, es, sin em bargo, dificil n o caer en la cuenta de qu e el

Vaticano 11 ha acentuado firmemente estos temas y de un

modo nuevo. Ello indica cuáles sean las orientaciones funda-

mentales del enriquecimiento y profundizamiento de la fe.

i

Puntualización esta que ha encontrado ya amplia expresión y

difusión en las obras de los teólogos y en la catequética. Y esto

sirve para cuanto en particular se refiere a la historia de la

/

salvación, so bre tod o al c onstatar que la conciencia de la Igle-

sia com o Pueblo de Dios es histórica .

Historia de l salvacidn

Debemo s ante todo po ner de relieve que la conciencia his-

tórica de la Iglesia como Pueblo de Dios está estrechamente

conectada con la fe en Dios un o y trino, que ha venido y

viene continua men te al hom bre, a la comunidad humana , a

través de la misión salvifica del Verbo y del Espíritu Santo. Lo

I

que el Concilio exactamente ha expresado con claridad en el

capitulo de la consti tución

Lumen genrium

hace desde luego,

que la conciencia de la salvación esté vinculada en la fe de la

Iglesia, no sólo a la existencia misma de Dios en su trascen-

dencia o. a la l lamada que dirige al hom bre, sino -más aún

todavía-

a la venida de Dios al hombre, a la comunidad hu-

mana . Esta venida revis te un carácter histórico, sobre todo en

el sentido de haberse realizado

y

realizarse incesantemente en el

curso de lo historia de la humanidd.

La historia de la salvación

no significa -ni pued e significar- una reducción de la acción

de Dios y de la misión de las Personas a la dimensión de cual-

quier historia humana (aquí no se trata siquiera de una simple

historización de la teología), sino que significa que esta ac-

ción y esta misión incluso conservando la trascendencia divi-

na, se pone en acto en el tiempo y en el curso de la historia

con miras al hombre y a la humanidad. Y por el lo también

ella se hace historia .

126

Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mun-

do, preparada admirablemente en la historia del pueblo

de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los

tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espí-

ri tu y que se consumará gloriosamente al f inal de los

tiempo s. Entonc es, com o se lee en los Santos Padres, to-

dos

los justos desde Adán,

desde el justo Abel hasta el

último elegido.

serán congregados con una Iglesia univer-

sal en la casa del Padre,, (CI 2).

Así, pues, la salvación, cuya fuente y consumación están en

Dios, en la Santísima Trinidad, tiene su propia historia del

lado del Pueblo de Dios.

Lo venida de Dios decide la salva-

ción incluso en la dimensión histórica, esto es, la historia d e la

salvación.

Esta venida constituye sobre todo la revelación de sí

mismo por parte de Dios. Dios invisible (cf. Col 1,15; lTim

1,17), en su g ran am or, habla a los hom bres como a amigos

(cf. Ex 33,ll); Jn 15,14-15) y se entretiene con ellos (cf. Bar

3,38), para invitarlos y admitirlos a la comunión con El (CR

2). Estos hom bres son históricos , en el sentido de que cada

uno de ellos tiene su propia historia y, al mismo tiempo, todos

participan de la historia de las diversas sociedades y de toda la

familia humana.

.Dios queriendo abrir el camin o de la salvación so-

brenatural, se reveló desde el principio a nuestros prime-

ros pad res. Despues de su caída, los levantó a la esperan-

z

de la salvación (cf. Gén 3,15), con la promesa de la

redención; después cuidó continuamente del género hu-

mano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la

salvación con la perseverancia en las buenas obras (cf.

Rom 2,6-7). Al llegar el mo men to, llam ó a Ab rahá n

para hacerlo padre de un gran pueblo (cf. Gén 12,2-3).

Despues de la edad de los patriarcas, instmyó a dicho

pueblo por medio de Moisés y los profetas, para que lo

reconocieran a El como Dios único y verdadero, como

Padre providente y justo juez; y para que esperara al

Salvador prometido. D e este modo fue preparand o a tra-

vés de los siglos el cam ino del Evang elio. (CR 3).

.<Dios habló a nuestros padres en dist intas ocasiones y

127

de muchas maneras por los profetas. Ahora. en est etapa

@ al nos ha hablado por el Hijo (Heb 1,l-2). Pues envió a

su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre,

para que habitara entre los hombres y les contara la inti-

midad de Dios (cf. Jn 1,l-18). Jesucristo, Palabra hecha

originarios forman la historia de la revelación,

y

los hilos que

de ella se derivan forman la historia del Pueblo de Dios, por-

qu e esta realidad presupon e la revelación habla tambié n de

la salvación como contenido no sólo revelado, sino también

aceptado con la fe y realizado en la vida. Hemos constatado

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carne, < <hom bre nviado a los hombresm, habla las pala-

bras de Dios

(Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación

que el Padre le encargó (cf. Jn

5 36;

17.4). Quien ve a

Jesucristo ve al P adre (cf. Jn 14,9); El, con su presencia

y m anifestación, con sus pa labras y obras, signos y mila-

gros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección,

con el envío del Espiritu de la verdad, lleva a plenitud

toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a

saber, que Dios está con nosotros para l ibrarnos de las

tinieblas del pecado y la muerte, y para hacernos resuci-

tar a una vida eterna,, (CR 4).

*<La evelación se realiza por obr as y palabras intrinse-

camente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia

de la salvación m anifiestan y confirman la doctrina y las

realidades que las palabras significan; a su vez, las pala-

bras proclaman las obras y explican su misterio. La ver-

dad profunda de Dios y de la salvación del hombre que

transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, media-

dor y plenitud de toda la revelación.~ CR 2).

La venida de Dios a la hum anidad se concreta sobre

tod o en la revelación. El conten ido d e la revelación y el fin de

esta vcnida , que se consuma y sigue consumánd ose en el

tiempo, es la salvación del hombre. La conciencia de la salva-

ción está estrechamente ligada a la misión del Hijo y del Espí-

ritu Santo, misión en la que se expresa el eterno dcsignio del

Padre, qu e creó el universo y decidió elevar a los hom bres a

la participación de su vida divina (CI 2). Este designio, el

ctcrno plan divino, y la misión drl Hijo y del Espíri tu Santo

íntimamente unida a aquél, constituye el misterio de la Iglesia;

misterio que consiste en la salvación de la que la Iglesia es porto-

dora gracias a la venida de Dios, que se ha consumado y sigue

consumándose. Esta venida logra que la Iglesia, inmersa en

su propio misterio, esté siempre protegida frente a la historia,

ya que en ella se realiza la salvación de los hombres. Hay hilos

que entretejen la trama de la historia y que debemos discernir,

aunque en la historia de la salvación todos ellos se compene-

tran recíproc ame nte y la idea de historia de la salvación se

refiere de algún mo do a cada un o de ellos. Así, pues. los hilos

ya que la Iglesia, según el Vaticano 11, se identifica con la

realidad del Pueblo de Dios y hemos esclarecido también

cómo hay que entender dicha afirmación. Basándose en esta

identidad, hay, pues, que admitir que la historia de la Iglesia

- d e l m ismo modo q ue la his tor ia de Israel en la Ant igua

Alianza- c'onsti tuye un o de los hilos que hay que tener en

cuenta cu and o contemplamos la historia de la salvación en

conjunto.

(<Hizo primero un a alianza con Abrah án (cf. Gén

15,18); después, por medio de Moisés (cf. Ex 24,8), la

hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su

pueblo con obras y palabras, como Dios vivo y verdade-

ro. De este modo, Israel fue experimentando la manera

de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendien-

do cada vez mejor al hablar Dios por medio de los pro-

fetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las na-

ciones (cf. Sal 21.28-29; 95,l-3; 1s 2,l-4; J er 3,17)n (CR

14).

El Concilio tiene ante si la Iglesia como Pueblo de Dios,

en el qu e la venida de Dios, el misterio de la salvación se

encuentra continuamente, en el curso de la historia, con el

hombre-humanidad. Por eso la Iglesia es una realidad histórica

y

goza de esa conciencia histórica que le es propia y cuyo conte-

nido esencial es la historia de la salvación. Leemos en la consti-

tución Lumen gentium:

*Dios formó una congregación de quienes, creyendo,

ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la

unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que

fuera para todos y cada uno el sacramento visible de

esta unidd salutífera. Debiendo difundirse en todo el

mundo,

entra, par consiguiente . en la historia de la huma-

nidad, si bien trasciende los tiempos

y

las fronteras de las

pueblos» (CI 9).

La realidad histórica de la Iglesia, así constituida, y la con-

ciencia histórica que le corresp onde , la contem pla el Vatica-

no 11 siemp re en su dimensión escatológica. Basta seguir leyen-

do el texto que acabamos de citar:

 Caminando, pues. la Iglesia cn medio de tentaciones y

tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia

de Dios, que le ha sido prometido para que no desfallez-

ca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne.

antes, al contrario, persevere como esposa digna de su

evidente que la universalidad de la Iglesia está empapada de

conciencia histórica. Leyendo el texto citado resulta dificil sus-

traerse a la convicción de que contiene una interpretación es-

pecifica de la verdad en la relación entre naturaleza y gracia,

verdad vista no tanto a través del prisma de la historia interior

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Sefíor y, bajo la acción del Espiritu Santo. no cese de

renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que

no cono ce ocaso. (C1 9).

Historia y escatología se com pletan sustancialmente . lo

que permite valorlir con exactitud el carácter especifico de la

historia de la salvación. La escatologia no cancela la historici-

dad de la historia de la salvación. sino que le atribuye un senti-

do dis t into dcl que acostumbramos

a

dar

;

término histo-

ria . Esto es así porqu e la escatologiü significa la plenitud de

la salvación . de cuya historia se trat a. A lo largo de este

camino que lleva a esa plenitud, a esa realización última. la

salvación tiene su historia en los hombres, en la humanidad,

en las naciones. y la Iglesia en tra en la historia de los hom -

bres . To do esto, sin embargo . se actualiza a lo largo del

camino que conduc e al futu ro revelado por Dios , a la reali-

dad Última y en razón de ella. Ninguna otra historia cuya cate-goría propia sea el pasado, tiene estas referencias.

El continuo insertarse de la Iglesia en la historia humana

ha sido presentado con perspicacia por el Concilio, tanto res-

pecto a las personas como a los pueblos y las naciones:

Yom o el reino de Cristo no es de este mu ndo (cf. Jn

18,36), la Iglesia o el Pueblo de D ios, introdu ciendo este

reino, no disminuye el bien temporal de ningún pueblo;

antes, al contrario, fomenta

y

asume,

y

al asumirlas, las

purifica, fortalece y eleva todas las capacidades

y

rique-

zas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bue-

no. Es muy consciente de que ella debe congregar en

unión de aquel Rey, a quien han sido dadas en herencia

todas las naciones (cf. Sal 2,8) y a cuya ciudad ellas

traen sus dones y tributos (cf. Sal 71(72),10; 1s 60,4-7;

Ap 21,24). Este carácter de universalidad que distingue

al Pueblo de Dios es un don del mismo SeRor con el que

la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a reca-

pitular toda la humanidad con todos sus bienes, bajo

Cristo Cabe za, en la unidad de su Espíritu. (CI 13).

El significado conciliar de la universalidad (catolicidad) de

la Iglesia ya lo hemos explicado anteriormente. Ahora bien, es

del alma cuan to del de la historia de toda la hum anidad y cada

uno de los pueblos. En la circunstancia de nuestro

Millenium

(la cristianización de Polonia en 966) hemos leído y releído

dichos textos conciliares con la máxima atención y emoción.

Predican do el Evangelio, la Iglesia atrae a los oyentes

a la fe y a la profesión de la fe, los prepara al bautismo,

los libra de la servidumbre del error y los incorpora a

Cristo, para que por la caridad crezcan en El hasta la

plenitud. Con su trabajo consigue que todo lo bueno

que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente

de los hombres, y en los ritos y culturas de estos pue-

blos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se

eleve y perfeccione para la gloria de Dios, confusión del

dem onio y felicidad del hombre. (CI 17).

La historia de la salvación pasa por las almas humanas,

pero encuentra su expresión también en varias comunidades;

más aún, dentro de ciertos l imites, se hace historia de estas

comunidades.

La exposición más exacta y concisa de esa realidad históri-

ca y, a la vez, de la conciencia histórica de la Iglesia la tene-

mos, posiblemente, en el decreto Ad gentes, acercq de la activi-

dad misionera de la Iglesia. Leemos all í , por ejemplo, que

<Dios,para establecer la paz o com unión con El y una

fraterna sociedad entre los hombres pecadores,

dispuso

entrar en la historia humana de moda nueva definitivo,

enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin de arrancar

por El a los hombres del poder de las tinieblas y de Sa-

taná s, y en El reconciliar consigo al mundo. (D M 3).

Para que esto se realizara plenamente, Cristo envió de

parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a

cabo interiormente su obra salvífica e impulsara a la

Iglesia a extenderse a si misma. El Espíritu San to obrab a

ya, sin d uda , en el mundo antes de que Cristo fuera glo-

rificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió

sobre los discípulos para permanecer con ellos para

siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la

multitud; comenzó la difusión del Evangelio por la pre-

dicación. (DM

4 .

*En realidad de verdad, el Evangelio ha sido en la his-

toria hu ma na, incluso la temporal , ferm ento de libertad

y de progreso, y continúa ofreciéndose sin cesar como

fermento de fratern idad, de unidad y de paz. No sin cau-

sa, Cristo es hon rado po r los fieles com o Esperanza de

la Iglesia respon der a los perennes interro gantes de la

humanidad. (CM 4 .

La categ oría prop ia de la historia es el tiempo, qu e es

como el cauce originario por el que discurre la historia del

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las naciones y Salvad or de todas ellas . (D M

8 .

El Vaticano 11 qvidencia claramente la conciencia histórica

de la Iglesia, que inicia con la entrada de Dios en la histo-

ria , entra da q ue, en la econom ía de la Nueva Alianz a, va

unida a la misión histórica de la Iglesia entre los hombres y los

pueblos. Los textos concil iares subrayan en diversos lugares

qu e el p eríodo de la actividad misionera se sitúa entre la pri-

mera y segun da venida de Cristo ,

y

qu e tiende a su plenitud

escatológica (DM

9).

La historia d e la salvación, com o he-

mos dich o, está vinculada a la escatología. Al mismo tiempo,

la propia conciencia histórica de la Iglesia se expresa con el

sincero reconocim iento de las característ icas de todo sujeto, de

todo amb iente, en los que la m isión de la Iglesia, y, por m edio

de ella, la en trad a de Dio s en la historia , sigue realizándose.

Dan testimonio de ello los textos conciliares arriba citados, a

los que hem os de aña dir ot ro de la consti tución sobre la sagra-

da liturgia.

.La Iglesia respeta y prom ueve el genio y las cuali-

dades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia

con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las

costumbres de los pueblos encuentra qu e no esté indisolu-

blemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a

veces los acepta en la misma liturgia, con tal que se pue-

dan armonizar con el verdadero y auténtico espíri tu l i túr-

gico. (CL

37).

Debemos, finalmente, constatar que, durante el Vaticano II,

la conciencia histórica de la Iglesia se manifestó particularmente

en la constitución Goudium er spes sobre la Iglesia en el mun-

do actual.

Ya la introducción de esta consti tución, que trata

de perfi lar la condición del hombre en el mu ndo de hoy, afir-

ma qu e la misión de la Iglesia y, a través de ella, la entra da

de Dios en la historia exige un recono cimien to sincero de

todos los sujetos y ambientes que consti tuyen esta historia.

Es deb er permanente de la Iglesia escrutar a fondo los

signos de la época e interpretarlos a luz del Evangelio,

de forma que, acomodándose a cada generación, pueda

132

hombre, de la humanidad y de los pueblos. La entrada de

Dios en la historia se consuma en la Iglesia y , a través de ella,

evidencia continuamente la contemporaneidad como suma es-

pecífica de los signos de los tiempos . Signos estos qu e deter-

minan con exacti tud todo cuanto t iene significación e impor-

tancia para la historia de la salvación, para la entrada de Dios

en la historia para la misión de la Iglesia: Es necesario po r

ello co nocer y comprender el mun do en qu e vivimos, sus espe-

ranzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuen-

cia le caracteriz a (CM 4).

El conce pto de signos de los t iempos -uno de aquellos

que a parecen con frecuencia y son analizados más veces en la

doctrina del Vaticano 11- pone de relieve también la concien-

cia histórica p ropia d e la Iglesia. El con cep to de signos de los

tiempos sub ray a po r ello el qu e para la misión de la salvación

cumplida por la Iglesia es esencial radicarse siempre en el

tiempo, el cual moldea y estructura su historia.

2

Evolucidn del mundo y crecimiento del reino

La consti tución Gaudium et spes insiste en que, para la his-

toria de la salvación, importa

elpropio curso de la historia.

El

Concilio tiene bien en cuenta este curso.

*La prop ia historia -leemos- está som etida a un pro-

ceso tal de aceleración, que apenas es posible al hombre

seguirla. El género hum ano co rre una misma suerte y no

se diversifica ya en varias historias dispersas. La humani-

dad pasa así de una concepción más bien estática de la

realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde sur-

ge un nuevo c onjunto de problema s que. exige nuevos

análisis y nuevas síntesis,, (CM 5).

El texto citad o habla no só lo de la aceleración del curs o de

la historia, sino también de la inclinación de una parte de los

hombres de hoy a darle un sentido dinámico . El signo de los

tiempos consiste en indicar una cierta convicción del hombre

contem porán eo por la que entiende que el sentido de su histo-

ria en la ticrrd está en el desarro llo y el prog reso tempo ral de

SU existencia.

.<Entretanto, se afianza la convicción de que el género

humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio

sobre las cosas creadas, sino que le corresponde además

enseña que la ley fun da me nta l de la perfección human a y.

por lo tanto. de la transform ación del mundo. es I manda-

mien to del nuevo amor . Así, pues. los qu e creen en la cari-

dad divina les da la certeza de qu e abrir a todos los hombres

los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternid:id

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establecer un or den político, económ ico y social qu e esté

más al servicio del hombre y permita a cada uno y a

cada grupo af i rmar y cult ivar la propia dignidad Las

personas y los grupos sociales están sedientos de una

vida plena y de una vida libre, digna del hombre, ponien-

do a su servicio las inmensas posibilidades que les ofrece

el mundo actual . Las naciones, po r otra parte, se esfuer-

zan cada vez más por formar una comunidad

universaln

(CM

9 .

La Iglesia, con la conciencia de la h istoria de la salvación

que le es propia, sale al encuen tro de esa evolución multiforme

y de esa conciencia del hombre de hoy vinculada con ella:

-El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las

cosas, hecho El mismo carne y habitando en la t ierra,

entró com o hombre peifecro en la historia del mundo asu-

midndola

y

recapitulándola en si mismo

(CM 38).

Este texto es muy expresivo y contribuye grandemente a

esclare cer la conc iencia histórica de la Iglesia-Pueblo de

Dios. La actividad humana en el mundo, que se dirige al des-

arrollo y progreso universal, ha sido puesta por el Concilio

frente a frente del mysterium paschale:

' ,Constituido Señ or po r su resurrección, Cristo, al qu e

le ha sido dada potestad en el cielo y en la t ierra, obra

ya por la virtud de su Espíri tu en el corazón del hombre,

no só lo de spertand o el anhelo del siglo futuro, sino alen-

tando, purificando y robusteciendo también con ese de-

seo aquellos generosos propósitos con los que la familia

hum ana intenta hacer m ás l levadera su propia vida y so-

meter la tierra a este fin» (CM 38).

El misterio pascua1 de Jesucristo está abierto tanto a la

escatología (pues desvela el anhe lo del mun do futuro ) com o

a la evolución del mundo, que el Concil io entiende principal-

mente com o la misión de hacer más hum ana la vida de la

humanidad y de los hombres. El Vaticano 11 ha acentuado

el significado ético de la evolución. El ideal de un mundo

más hum ano congenia con el Evangelio.

Y

es que Cristo nos

134

universal no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que

esta caridad no hay que buscarla únicamente en los aconteci-

mientos importantes. sino. ante todo, nos enseña a l levar la

cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los

que busca11 la paz y Iii justicia (CM 38). Qued a claro qu e al

Evangelio no sólo corresponde el ideal de un m undo más

humano , sino que ap arece con realismo cuáles son los ca-

minos que l levan a ese mund o. El Concil io nos explica de qué

modo estos caminos se hacen realidad en los hombres.

.*Mas los dones del E spíritu Sa nto so n diversos: si a

unos l lama a dar, con el anhelo de la morada celeste,

testimonio manifiesto y a mantenerlo vivo en la familia

hum ana, a otros los l lama para que se entreguen al servi-

cio temporal de los hombres, y asípreparen el material

del reino de los cielos. Pero a todos les l ibera, para que,

con la abnegación propia

y

el empleo de todas las ener-

gías terrenas en p ro de la vida hum ana, se proyecten ha-

cia las realidades futuras, cuando la propia humanidad

se conv ertirá en oblación acepta a Dios. (CM 38).

Por consiguiente, el ideal de un mundo cada vez más hu-

mano, que, como queda dicho, se cohonesta con el Evangelio,

no es la última palabra que ese Evangelio dice a los hombres

acerca de su vocación. El Vaticano 11 distingue con claridad la

evolución del mu ndo de la historia de la salvación,' bus-

cando al mismo tiempo p oner d e relieve plenamente los víncu-

los existentes entre ellos.

*Por el lo, aunque hay que dist inguir cuidadosamente

progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin

embargo, el primero en cuanto puede contribuir a orde-

nar m ejor la sociedad hu man a, interesa en gran medida

al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana,

la unión fraterna

y

la liberrad, en una palabra, todos los

frutos excelentes de la naturaleza

y

de n uestro esfuerzo,

después de hab erlos propa gado por la tierra en el Espiri-

tu del Señor

y

de acu erdo con su mand ato, volveremos a

encontrarlos l impios de toda mancha, i luminados y trans-

figurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eter-

no y universal: Reino de verdad y de vida; reino de santi-

135

10 Renovacidn en

us

fu nr r

dad y gracia; reino de justicia, de am or de paz .'El

reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra;

cuando venga el SeRor, se consu ma ri su perfección. (CM

39).

(.No hay ley humana que pueda garantizar la dignidad

personal y la libertad del hombre con la seguridad que

comun ica el Evangelio de Cristo, co nfiado a la Iglesia.

El Evangelio anuncia y proclama la libertad de los hijos

de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en

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Según la doctrina del Vaticano 11, la Iglesia participa de la

evolución del mundo no sólo en cuanto que el ideal de un

mun do siempre más humano está conforme con el Evangelio,

sino tambikn porque la historia de la salvación pasa por la

realización de ese mundo, y en ella se prepara la realidad úl-

t ima.

Má s

aún, esta realidad, cuasi en embrión y misteriosa-

mente, está presente ya en el mundo por medio de la Iglesia.

Por eso merece la pena prestar atención ante todo al modo en

que la Iglesia, según la doctrina del Concilio, participa de la

evolución y el proceso hacia un mundo cada vez más humano, y

también al modo en que ella, desde su conciencia, sobrepasa

C o n t l f l ~ ~ m e n t esta evolución orientándose hacia la realidad úl-

tima, esa que será plenitud del reino de Dios .

De la participación activa del reino en la evolución del

mundo nos habla el Vaticano 11 en gran número de pasajes,

pero muy especialmente en los capitulos III y 1V de la consti-

tución Gaudium et spes (primera parte). Concretamente, en el

capítulo 111 leemos más de una vez que la actividad hum ana,

individual y colectiva, es decir, ese esfuerzo ingente con el que

los hombres tratan a lo largo de los siglos de mejorar sus pro-

pias condiciones de vida, considerado en si mismo, corres-

ponde al designio de Dios (CM 34 . Por eso, en el capitu-

lo IV, ese mismo documento afirma:

.Al buscar su prop io fin de salvación, la lglesia no,sólo

comunica la vida divina al hom bre, sino que adem ás di-

funde sobre el universo mundo, en cierto modo, el refle-

jo de su luz, sobre todo cur ando y elevando la dignidad

d e la persona, cons olidando la firmeza de la sociedad

y

dotando a la actividad diaria de la humanidad de un

sentido y de una significación mucho más profundos.

Cree la Iglesia q ue de esta manera , por medio de sus

hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofre-

cer gran ayuda para d ar un sentido más hum ano al hom-

bre y a su historia* (CM 40).

El capitulo IV de la constitución Gaudium et spes, exami-

nando las obligaciones de la lglesia en el mundo actual, reco-

noce que una de las principales es la salvaguarda de la dig-

nidad personal y de la libertad del hombre:

última instancia , del pecado; respeta santa me nte la digni-

dad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin ce-

sar que todo talento humano debe redundar en servicio

de Dios y bien d e la hum anidad; encomienda, finalmen-

te, a todos a la caridad de todos. (CM 41).

Leemos a continuación:

<<Laglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha

confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce

y

estima en mucho el dinam ismo de la época actual, que

está promoviendo por todas partes tales derechos. Debe,

sin embargo , lograrse que este movimiento quede imbui-

do del espíritu evangélico y garantizado frente a cual-

quier apariencia de falsa a utonomia. Acecha, en efecto,

la tentación de juzgar que nuestros derechos personales

solamente son salvados en su plenitud cuando nos ve-

mos libres de to da norm a divina. Por ese camino, la dig-

nidad humana no se salva; por el contrario, perece (CM

41 .

La evolución respecto al reconocimiento de la dignidad de

la persona humana corresponde al Evangelio, que incluso en-

cuentra en él constante levadura , por lo que podemos ver en

la realización de esta tendencia no sólo el fruto del espíritu

humano, sino tambikn el fruto de la acción del Espíritu divino

en el alma human a. A dmitiendo esta participación en la evolu-

ción del mundo y subra yand o lo que es en ella esencial, el

Vaticano 11 pone asimismo en guardia contra cualquier clase

de desviación: la dignidad del hombre no puede identificarse

con una autonomia del hombre mal entendida. El Concilio se

compromete a fondo a precisar la relación exacta del Evan-

gelio con la evolución y evitar dejar en la sombra el significado

propio de muchos conceptos propios del lenguaje del proceso.

<<El ombre contem poráneo ca mina hoy hacia el des-

arrollo pleno d e su personalidad y hacia el descubrimien-

to y afirmación crecientes de sus derechos. Como a la

Iglesia se ha confiado la manifestación del misterio de

Dios, que es el fin último del hombre, la lglesia descubre

con ello al hombre el sentido de la propia existencia, es

decir, la verdad más profunda acerca del ser humano,,

(CM 41).

Loglesia reconoce, además. cuanto de bueno se halla

en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución

hacia la unidad, el proceso de una sana socialización ci-

la conciencia histórica se distingue por una especial compren-

sión dcl argumento de la historia y de los divcrsos ambientes

humanos en que aquélla se desarrolla.

*<Esta daptación de la predicación de la palabra revela-

da debe mantenerse c omo ley de toda la evangelización.

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vil y económica. La promoción de la unidad concuerda

con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es, en

Cristo, como sacramento, o sea, signo e instmmento de

la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el géne-

ro humano , y enseña así al mundo que la genuina

unión social exterior procede de la unión de los espíritus

y de los co razones, esto es, de la fe y de la caridad, que

constituyen el fundam ento indisoluble de su unidad en el

Espíritu Santo. Las energías que la Iglesia puede comu-

nicar a la ac tual sociedad hum ana radican en esa fe y en

esa caridad aplicadas a la vida práctica. No radican en el

mero dominio exterior ejercido por medios puramente

humanosn (CM 42).

El Concilio entiende esta participación de la Iglesia en la

evolución del mundo bilateralmente. Leemos, por ejemplo, cn

el capítulo IV de la constitución Gaudium et spes, esta frase:

De igual manera comprende la Iglesia cuánto le queda aun

por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que

debe man tener con el mundo (CM 43).

Y

además:

.La Iglesia, por disponer de una estru ctura social visi-

ble, señal d e su unidad en Cristo, puede enriquecerse, y

de hecho se enriquece también con la evolución de la

vida social, no porque le falte, en la constitución que

Cristo le dio, elemento alguno, sino para conocer con

mayor profund idad esta misma constitución, para expre-

sarla de forma más perfecta y para ada ptarla con mayor

acierto a nues tros tiempos Más aún, la Iglesia confiesa

que le han sido de mu cho provecho y le pueden ser toda-

vía de provecho la oposición y aun la persecución de sus

contrarios. (CM 44).

Ln Iglesia, es evidente, participa en la evolución del mundo

incluso con su propio evolución. El Vaticano 11 representa una

conciencia ma dura de esta verdad, de la que establece uno de

los principios fundamen tales del programa de renovación.

En este punto aparece especialmente clara la conciencia

histórica de la Iglesia. Puede decirse que toda la concepción

conciliar del aggiornamento (renovatio accomm odata) expre-

sa obre todo, esta conciencia. Com o antes hemos subrayado,

138

Porque así, en todos los pueblos, se hace posible expre-

sar el mensaje crist iano de modo apropiado a cada uno

de ellos, y al mismo tiempo se fomenta un vivo intercam-

bio entre la Iglesia y las diversas culturas -tema ya tra-

tado con referencia a la consti tución

Lumen gentium

(cf.

CI 13). Para aum entar este trato, sobre todo en t iempos

com o los nuestros, en que las cosas cambian tan rápida-

mente y tan to varían los mod os de pensar, la Iglesia ne-

cesita de modo muy peculiar la ayuda de quienes, por

vivir en el mundo, sean o no sean creyentes, conocen a

fondo las diversas instituciones y disciplinas y compren-

den con claridad la razón íntima d e todas ellas. Es pro-

pio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de

los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e inter-

pretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples vo-

ces de nuestro t iempo y valorarlas a la luz de la palabra

divina, a fin de qu e la verdad revelada pueda ser mejor

percibida, mejor entendida y expresada en forma más

adecuada. (CM

44 .

El Vaticano 11, subraya ndo la participac ión de la Iglesia en

la evolución del mundo , incluso a través de su prop ia evolu-

ción y hasta proclamando su necesidad, toma postura res-

pecto al pasado y al mismo tiempo respecto al futuro. Es ésta

una expresión particular de la conciencia histórica de la

Iglesia, puesto que la categoría normal de la historia es sola-

mente el pasado, y, en cambio. la historia de la salvación, con

su continua referencia a la dimensión escatológica, a la vez

esencial y d inámica, e s tá s ingularmente mot ivada para

afrontar el porvenir.

Unicamente en la totalidad de estas dimension es conserva

la Iglesia plena conciencia de su identidad y halla en ella tam-

bién la base de todo el program a de renovación y aggiorna-

mento . Solame nte con esta condición fundame ntal puede

participar la Iglesia en la evolución del mundo , incluso a

través de su propia evolución . Podem os decir que éste es el

susrrato m& hondo de la conciencia histórica de la Iglesia.

premisa fundamental además del juicio que la Iglesia, a través

del Concilio. ha dado de sí misma:

139

.Aunq ue la Iglesia, por la virtu d del Espíritu Sa nto. se

ha mantenido como esposa fiel de su Señor y nunca ha

cesado de ser signo de salYación en el mundo, sabe, sin

embargo. muy bien que no siempre. a lo largo de su pro-

longada historia, fueron todos sus miembros, clérigos o

historia de la salvación, ha sido preparad o históricamente an-

tes de que se realizara, y, una vez actuado históricamente,

sigue realizándose en la historia del Pueblo de Dios en la

tierra.

La conciencia de la salvación ( estrato condic ionante de

la conciencia histórica de la Iglesia) está estrecham ente unida a

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laicos, fieles al espíritu de Dios. (CM 43).

Este juicio s obre el pas ado se extiende tanibiéli

il

presente:

Sabe también la Iglesia que aún hoy dia cs mucha la dis-

tanc ia que se da entre el mensiije que ella nnuiiciit la fragi-

l idad humana de los mensajeros a quienes esta confiado el

Evangelio (CM 43). Este criterio entra igualmente den tro dc

las prospectivas del futuro. y en cierto modo en los propios

presupuestos de una renovación, que debe ser permanente:

.Dejando a un lad o el juicio de la historia sobre estas

deficiencias, debemos tener, sin embargo, conciencia de

ellas y com batirlas con máxima energía, para q ue no da-

Aen a la difusión del Evangelio. De igual manera com-

prende la Iglesia cuánto le queda aún par madurar, par su

experiencia de siglos. en la relacidn que debe mantener con

el mundo. Dirigida por el Espíritu Santo, la Iglesia,

com o madre, no cesa de exhortar a sus hijosa lapurifica-

ción y a la renovación , para q ue brille con mayor claridad

la señal de Cri sto en el rostro de la Iglesia . (CM 43).

Nos parece habernos hecho con los hilos principales que en

la doctrina del Vatica no 11 sirven para enriquecer la conciencia

histórica de la Iglesia como Pueblo de Dios. Para darles un

ordenamiento fundamental es necesar io refer i rse a todo

cuan to hemos dicho ya sob re el tema de la conciencia de la

salvación respecto a la revelación de la Santísima Trinidad y

también sobr e el tema de la conciencia de la redención en rela-

ción con el misterio de Jesucristo. Estos estratos de la con-

ciencia -si cabe hablar así- son anteced entes, da do que con-

dicionan la conciencia histórica de la Iglesia. La salvación del

hombre es plan y designio de la Santísima Trinidad antes de

hacerse - c o n la venida de

Dios , con la misión de las

PersonasM-trama de la historia. La salvación sobre natur al se

hace trama de la historia porque se actualiza en la historia de

los hombres y de los pueblos, e incluso se desarrolla a la par

de ella. Por tanto, no

sólo los hombres prestan su historia al

plan eterno y al misterio de la salvación, sino que también la

propia salvación se consuma históricamente, lo que corresponde,

bien al plan, bien al misterio. El misterio pascual, cumbre de la

la conciencia de la redención. A la luz de la doctrina conciliar,

la redención -como hemos ya trat ado de aclarar- es una

realidad que mira siempre al mundo y, com o tal, está

siempre presente en la Iglesia. Esta concepción ha sido confir-

mada por la mayor parte de los textos del Vaticano 11 que

l

tratan de la evolución del mundo hum ano en relación con el

crecimiento del reino de Dios . Hay e n el misterio y realidad

de la redención un acento especialmente intenso, proveniente

de la fe, que llama al hombre y a la humanidad a hacer re-

alidad la dignidad, la libertad y la hermandad. El Concilio,

especialmente en la constitución Gaudium et spes, pone de re;

lieve que el contenido fundamental de esta llamada

corres-

ponde a reales y, por así decir, empíricamente cognoscibles

aspiracione s hum anas en el mundo . Por eso se crea un lazo

profundo, hasta el punto de alcanzar una identidad elemental

entre los principales vectores de la historia y

de la evolución

del mundo y la historia de la salvación.

Elplan de la salva-

ción hinca sus raíces en las aspiraciones más reales en las

finalidades de los hombres y de la humanidad. También la re-

dención m ira continuam ente al hombre

y

a la hum anida d en

el mundo .

Y

la Iglesia se encuentra siem pre con el mundo

en el terreno de estas aspiraciones y finalidades del hombre-

hum anida d. De igual mod o, la historia del mundo discurre

por el cauce de la historia de la salvación, considerándolo en

cierto modo como propio. Y, viceversa: las verdaderas con-

quistas del hombre de la hum anid ad, autknticas victorias en

la historia del mundo, son también el sustrato del reino de

Dios sobre la tierra.

Sin embargo, la historia de la salvación sobrepasa siempre la

historia del mundo . Esto está confirmad o y determinado por

I

la redención en cu ant o realidad divina en Jesuc risto, dirigida

I

al hombre en el mundo , a la humanid ad. La redención, pese

l

a ser histórica , es al tiempo profunda men te escatológica, y

da sobre todo testimonio de la necesidad de purificar conti-

i

nuamente los valores más humanos, las aspiraciones y fines

del hombre, en los cuales la historia del mundo se encuentra

de algún modo con la historia de la salvación. La realidad de

la redención da testimonio de la necesidad de hallar en estos

valores, aspiraciones y fines la dimensión divina que les es

prop ia, a fin de que puedan ser sustrato de l reino del Dios .

Al mismo tiempo, la redención, por su propia virtud, ofrece

esa dimensión ejerce en realidad la purificación de todos los

,

valores, de todas las aspiraciones

y

finalidades. De este modo

pasa a ser la base de la renovación, siendo un nuevo inicio de

bre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del

cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la

desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuan-

d o se resiste a a cep tar la perspectiva de la ruina total y

del adiós definitivo. La semilla de rternidad que en si

lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta

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toda la realidad de la creación.

Y,

a travbs de todo ello, la re-

dención -misterio y realidad continuam ente presente en la

Iglesia y siempre mirando al mundo- con su profundo y elo-

cuente dinamism o, orienta al mundo -por medio de la

Iglesia- hacia lo consumaciónfinal.

La historia de la salvación

\

es una historia real y, a un t iem po, una historia que siempre se

sobrepasa a si misma. Es una historia de la que hallamos su

pleno sentido no tanto en el pasado como en el futuro.

.Sin em barg o, mientras la Iglesia cam ina en esta tierra

lejos del Señor (cf. 2Cor

5,6 ,

se considera como en des-

t ierro, buscando y saboreando las cosas de ar r iba,d on-

de Cristo está sentado a la derecha de Dios, donde la

vida de la Iglesia está escondida co n Cristo en Dios hasta

que aparezca co n su Esposo en la gloria (cf. Col 3,l-4).

[r 1 6

\. .

El verbo d e Dios, por quien todo fue hecho, se encar-

nó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y recapi-

tulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia

hum ana, p un to de convergencia hacia el cual tienden los

deseos de la historia y de la civilización, centro de la

humanidad, gozo del corazón humano y pleni tud total I

de sus aspiraciones. El es aquel a quien el Padre resuci-

tó, exaltó y colocó a su derecha, consti tuyéndole juez de

vivos y de muertos.

Vivifc ados y reunidos en su Espíritu,

,

caminamos como peregrinos hacia la consumación de la

historia humana,

la cual coincide plenamente con su

amoroso designio:

Restaurar en Cris to todo lo que hay en

el cielo y en la tierra (Ef

1,10). He aq ui qu e dice el Señor:

Venga presto y conmigo mi recompensa, para dar a cada

uno según sus obras. Yo soy el alfa y la om ega, el primero

y el último, el principio y el fi n (Ap 22,12-13). (C M 45).

Carácter escatoldgico de la Iglesia: restauracidn del mundo

.,El máximo enigma de la vida humana es la muerte

-leemos en la constituc ión Gaudium et spes-. El hom-

contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica mo-

derna, por muy úti les que sean, no pueden calmar esta

ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que

hoy proporciona la biologia no puede satisfacer ese de-

seo del más allá que surge ineluctablemente del corazón

humano,,

( C M

18 .

La escatología, esa verda d de la doc trina de la fe -y, más

aú n, de la revelación- qu e habla de los novísimos , es parte

de la tradicional constatación de la inevitahilidad de la muerte

a la qu e el hom bre está som etido . El Vatican o expo ne -en

el texto que acabam os de citar- dicha verdad, tal com o se

configura en la conciencia del hombre de hoy. Pero, al mismo

tiempo, conforme a la dilatada tradición de la fe

y

del pensa-

mien to hum ano , explica ese levantarse contra la mue rte, la

resistencia qu e el ho mbre le ofrece con su anhe lo de inmorta -

lidad. La

escatología cristiana parte de estas d os verdades fun-

damentales: muerte del cuerpo e inmortalidad del alma.

< < M i e n t r aoda imaginación fracasa ante la muerte, la

Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que

el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz

si tuado más allá de las fronteras de la miseria terrestre.

La fe crist iana enseña qu e la muerte corpora l , que entró

en la historia a consecuencia del pecado, será vencida

cuan do el omn ipotente y misericordioso Salvador rest i tu-

ya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios

ha llam ado y llama al hom bre a adhe rirse a El con la total

plenitud de su ser en la perpetua comunión de la inco-

rruptible vida divina. H a sido Cristo resucitado el que ha

ganado esta victoria para el hombre; l iberándolo de la

muerte con su prop ia mue rte, apoyado en sólidos argu-

mentos, responde satisfactoriamente al interrogante an-

gustioso sobre el destino futu ro del hombre y, al mismo

tiempo, ofrece la posibilidad de una comunión con tiues-

tros mismos queridos herm anos arreb atados por la muer-

te, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la

vida verdadera,, (CM 18).

Estas verdades encierran tod o cuan to, según la revelación,

cons tituye la realidad d e la vida eterna a la qu e el hombre está

llamado. En el magisterio conciliar, la escatología del hombre

se presenta a la luz de la verdad total sobre la Iglesia, enten-

dida como sacramento universal de la salvación eterna:

del Señor, que velemos constantemente para que, termi-

nado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Heb

9,27), merezcamos entrar con El a las bodas y ser conta-

dos entre los elegidos (cf. Mt 25,31-46). y no se nos man-

de, com o a siervos malos

y

perezosos (cf. Mt 25,26), ir al

fuego eterno (cf. Mt 25,411, a las tinieblas exteriores,

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..Unidos, pues, a Cristo en la Iglesia y sellados con el

Espíri tu Santo, que es renda de nuestra herencia (Ef

1,14), con verdad recibimos el nombre de hijos de Dios y

lo som os (cf. Col 3,4), en la cual seremos semejantes a

Dios porque lo veremos tal como es (cf. 1 J n 3.2). (C I

48).

La vida eterna es fruto de la misión salvífica del Hijo de

Dios, Jesucristo, y del Espíri tu S anto, que encarna la gracia de

la filiación divina en el alma inm ortal com o prenda de he-

redad . Según la revelación y según la doctrin a inmu table de

la Iglesia, existe un estrech o lazo entre la gracia santificante, es

decir, la filiación po r adopció n divina y el asemejam iento a

Cristo q ue lleva consigo, y la visión beatifica de Dios tal

com o es (1Jn 3,2). Esta visión beatifica se fun dam enta en el

asemejamiento sobrenatural del hombre con Dios, en virtud

del cual debe aparecer con Cristo en la gloria. La vida

eterna es la consum ación final de la vocación del hom bre, a la

que, bajo el influjo de la gracia, t iende su naturaleza espiri tual.

-Por tanto, mientras mo ramos en este cuerpo, vivimos en

el destierro, lejos del Señor (2Cor 5,6), y aunque posee-

mos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro inte-

rior (cf. Rom 8,23) y ansiamos estar con Cristo (cf. Flp

1 , 2 3 ) ~

CI

8).

Estas prim icias del Espíritu san las que aquí en la tierra

nos orientan a Cristo: gesto que tiene un carácter escatológico,

ultraterreno. Y esta característica es la que nos obliga a en-

tender la vida entera como una prueba que tendrá como re-

com pensa final la gloria futu ra, que ha de ser revelada en

nosotros (Rom 8.18). Por eso leemos a continuación:

.Este mismo am or nos apremia a vivir más y más para

aquel que murió y resucitó por nosotros (cf. 2Cor 5,15).

Por eso procuramos agradar en todo al Señor (cf . 2Cor

5,9) y nos revestimos d e la arm adu ra de Dios para per-

manecer f i rmes cont ra las asechanzas del demonio y re-

sist ir en el dia malo (cf. Ef 6,l l-13). Y como n o sabemo s

ni el día ni la h ora, es necesario, según la amonestación

144

donde habrá llanto rechinar de dientes (Mt 22,13

23,30). Pues, antes de reinar con Cristo glorioso, todos

debemos comparecer ante el tribunal de Cristo para dar

cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya

hecho en su vida mortal

(2Cor 5,IO):

y

al fin del mundo

saldrdn los que obraron el bien para la resurrección de

vida: los que obraron el m al, para la resurrección de conde-

nación (Jn 5.29; cf. Mt 25 ,46 ).~ CI 48).

La escatología cristiana es cristocéntrica. Resulta fácil des-

cubrir en ella la consumación de la redención como realidad

que. es tando cont inuamente presente en la Igles ia , mira

siempre al hombre en el mundo . Gra cias al misterio de la

redención, el hom bre com parte de algún mo do con Cristo la

filiación divina, y en la eternidad com partir á su gloria. lo

largo de la senda de esta glorificación del hom bre en Cristo

está el juicio, que es tamb ién tribunal d e Cristo .

La escato-

logía del hombre aparece en la dictrina del Vaticano 11 como

consecuencia de la redención. como fruto del misterio pascua1 de

Cristo,

que ob ra en el homb re a través de los sufrimientos del

mom ento actual camino de la gloria futura (Rom 8,18).

Leemos en la constitución Lumen gentium:

*Teniendo, pues, por cierto que los padecimientos de

esto vida son nada en compa ración con la gloria futura que

se ha de revelar en nosotros (Rom 18; cf. 2T im 2,11- 12),

con fe f i rme aguardamos la esperanza bienaventurada y

la llegada de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro

Jesucristo

(Tit 2,13),

quien transfigurará nuestro abyecto

cuerpo en cuerpo glorioso semejante al suyo (Flp 3,21) y

vendrá para ser glor~ficadoen sus santos y mostrarse ad-

mirable en todos los que creyeron (2Tes 1,IO)n (CI 48).

La resurrección del cuerpo. centro mismo del mysterium

paschale de Jesucristo en la tierra, aparece, en la prospectiva

escatológica, c om o plenitud de semejanza con C risto; una se-

mejanza en el Espíritu mediante la gracia de la filiación divina,

que debe l levar, en la realidad última, a la semejanza en el

cuerpo. haciéndose conforme a su cuerpo glorioso .

145

Sin embargo, antes de alcanzar la victoria final y el reino

de Cristo, la Iglesia, peregrina en la tierra, permanece en unión

no sólo con la Iglesia de la gloria, sino también con la Iglesia

de la purificación. En la constitución citada se lee:

',Así, pues, hasta q ue el Señor venga revestido de majes-

tad y acompañado de sus ángeles (cf. Mt 25,31) y, des-

ella, unirlos a sí m ás estrechamente y p ara hacerles part i-

cipes de su vida gloriosa alimen tándolos con su cuerpo y

sangre. (CI 48).

.Pues todos los que son de Cristo por poseer un Espiri-

tu, consti tuyen uni misma Iglesia y mutua men te se unen

en El (cf. Ef 4,16)bs (CI 49).

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truida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (cf.

1 Cor 15,26-27), de su s discipulos unos peregrinan en la

t ierra; otros, ya difuntos, se pu rifican; otros, f inalmente,

gozan de la gloria, contem plando claramente a Dios

mismo, un o y trino, tal como es ; mas todos, en forma y

grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad

para con Dios y para con el prójimo y cantamos idénti-

co himno de gloria a nuestro Dios,, (CI 49).

Es muy significativo que, en la propia conclusión de la

consti tución Gaudium et spes. el Vaticano 11 llama a todos los

crist ianos al juicio de Dios y, exhortándoles a asumir una

tarea inmensa en esta t ierra , subray a que de ello deberán

da r cuenta a quien h abrá de juzgar a todos en el último día.

No todos los que digan Señor, Señor entra rán en el reino de

los cielos, sino los que hagan la voluntad del Padre y los que,

de veras, pongan manos a la obra (CM 93).

En el conjunto de las enseñanzas del Vaticano 11 podemos

hallar tod o cua nto definimos com o escatología del hombre

y que en la tradición, por ejemplo en la catequética y

homilé-

tica, solía llamarse los novísimos . Sin emb argo, el análisis

precedente de la conciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios

ha dem ostrado va la atención aue el Vaticano

11 dedica a la

comunidad y a las relaciones reciprocas entre las personas y la

comunidad. Idéntica visión comunitaria de la Ielesia la ha-

llamos al considerar la dimensión escatológica. El Concilio es-

clarece la escatología de la Iglesia más amp liamen te que la

del hombre , pero dado que entre la comunidad la persona

median íntimos lazos, la escatologia de la Iglesia nos permite

penetrar más adentro en la escatologla del hombre.

, ,Porque Cristo, levantad o sobre la t ierra, atrajo hacia

si a todos (cf. Jn 12.32,gr.); habiendo resucitado de entre

los muertos (Rom 6,9 , envió sobre los discípulos a su

Espíritu vivificador, y por El hizo a su Cuerpo, que es la

Iglesia, sac ramen to universal de salvación; estando sen-

tado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mund o

para conducir a los hombres a la Iglesia, y, por medio de

En Jesu cristo, am bas dim ension es de la Iglesia, la dimen-

sión temporal y la dimensión escatológica, se hallan no sólo

unidas entrc sí , sino mutuamente compenetradas. La comu-

nidad escatoló gica de la Iglesia se va formando continuame nte

en unión viva con las tendencias de la Iglesia peregrina en la

tierra.

Centro y fuente de esta unidad es Cristo.

.La unión de los viadores con los hermanos que se dur-

mieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se inte-

rrump e, a ntes bien, segú n la constante fe de la Iglesia, se

robustece con la comunicación de bienes espirituales.

Por lo m ismo que los bienaventurados están más intima-

mente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a

toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que

ella ofrece a Dios aqu í en la tierra y contribuyen d e múl-

t iples m aneras a su m ás dilatada edificación (cf. 1 Cor

12.12-27). Porque ellos, habiendo llegado a la patria y

es tando

en presencia delSetior

(cf. 2Cor

5,8 ,

no cesan de

interceder por El, con El y en El a favor nuestro ante el

Padre, ofreciéndole los méritos que en la t ierra consi-

guieron por el Mediador único entre Dios

y

los hombres,

Cristo Jesús (cf. lTim 2,5), como fruto de haber servido

al Sefior en todas las cosas y de h aber com pletado en su

carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor

de su Cuerp o, qu e es la Iglesia (cf. Col 1,24). Su fraterna

solici tud contribuye, pues, mu cho a rem ediar nuestra de-

bilidad,, (CI 49).

Jesucristo es centro

y

fuente de la comunión de los santos,

mediante la cual toda la Iglesia se halla en intima unión y co-

munión . La dimensión escatológica de la Iglesia no sólo se

hace continuamente realidad en razón de su peregrinar sobre

la t ierra, sino q ue penetra también en este peregrinar en virtud

de una anticipación específica, que se manifiesta en la historia

de la salvación y en la vida de la Iglesia en el tiempo . Entre esa

historia y la escatología, entre el peregrinar y la consumación

media un ritmo ascendente y descendente a la vez. El ritmo

ascendente corresponde al peregrinar terreno y al caminar la

Iglesia hacia su meta. Esto lo veremos más claramente al me-

ditar sob re el significado de la sa ntidad, a la luz de la doctrina

del Vaticano 11. Sin embargo, este peregrinar sobre la tierra y

este cam inar de la Iglesia hacia su meta llevan yo apare jados los

I

signos de la consum ación final

del propio peregrinar.

La restauración escatológica del mundo ha comenzado ya

con la redención consu mad a por Cr is to, redención del

mu ndo qu e se prolon ga en la Iglesia. La Iglesia participa en

la evolución del mundo. Más aún, la Iglesia peregrina como

quien lleva sob re sus espaldas la figura fugaz de este mu n-

do , pues evolución n o deja de significar transitoried ad. Sin

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.La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, a nos-

otros (cf. I Cor 10,11), y la renovación del mundo está

irrevocablemente decretada y en cierta man era se antici-

pa realme nte en este siglo, pues la Iglesia, ya aq ui en la

t ierra, está adornada de verdadera santidad, aunque to-

davía imperfecta. Pero mientras no lleguen los cielos

nuevos y la tierra nueva, donde mora la justicia (cf. 2Pe

3,13), la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e ins-

tituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de

este siglo que pasa, y el la misma vive entre criaturas que

gimen con dolores de parto al presente en espera de la

manifestación de los hijos de Dios (Rom

19,22)n (CI 48).

i

El Conc ilio Vaticano 11 ha con tribu ido notablem ente al en-

riquecimiento de la conciencia escatológica de la Iglesia, con-

ciencia en la que halla, por así decirlo, plena expresión esa

relación fundam ental Iglesia-mundo que ha desempeñado

un papel tan eminente en todo el pensamiento conciliar. Se

trata en este caso de ese mun do que los crist ianos creen fun-

dado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo

la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucifi-

cado, roto el poder del demonio, para que el mundo se trans-

forme según el propó sito divino l legue a su consumación

(CM 2). La conciencia escatológica de la Iglesia está estrecha-

mente ligada a la conciencia de la creación y de la redención.

Abraza al mundo com o realidad universal crsada, en cuyo

centro el Creador ha puesto al hombre.

Y

esta realidad, junto

con el hombre, deberá renovarse indefinidamente en Cristo.

*La Iglesia, a la que todos estamos l lamado s en Cristo

Jesús y en la cual conseguimos la santidad de la gracia

de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la

gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración

de todas las cosas (cf. Act 3,21) y cuando, junto con el

género hum ano , también la creación entera, que está in-

t imamente unida con el hombre y por él alcanza su fin,

será perfectamente renovada en Cristo (cf. Ef 1,lO; Col

1.20; 2 Pe 3,lO-13). (C I 48).

embargo, en lo más profundo de la evolución del mundo so-

metido a la transitorieda d, la Iglesia halla -por med io de la fe

basada en la palabra de Dios- la voz que l lega m is al lá de las

criaturas, que gimen y están como de parto , pero que sus-

piran p or la manifestación d e los hijos de Dios (Rom 8.19-

22). Esta manifestación constituye la perspectiva última del

hombre; no fuera del mundo , sino junto con él . El Vatica-

no 11, fiel a la Sagrada Escritura, presenta la escatologia del

hom bre, la manifestación de los hijos de Dios , com o raíz y

fundam ento de la definitiva renovación del mundo . En este

pun to se manifiesta con toda claridad el carácter escatológico

de la Iglesia. La relación Iglesia-mundo de la qu e nos habla

el Concil io, alcanza aqui su consumación total . La escatología

de la Iglesia es, a la vez, consumación del mundo: consti tuye

una especie de consumación cósmica . Cristo es quien debe

conducir al

mundo a esta consumación.

vivific dos y reunidos en su Espíri tu, caminamos

com o peregrinos hacia la consum ación de la historia hu-

mana, la cual coincide plenamente con su amoroso de-

signio:

restaurar en C risto todo lo que hay en el cielo y en

la tierra

(Ef 1,lO)x

(CM

45).

La consumación de la historia humana en Cristo consti-

tuye algo así como el núcleo mismo de la consumación del

mundo. Cristo es aquel sobre el que se funda y mediante el

que debe realizarse esta consumac ión cósmica : Christus

Consummator. La consumación del mundo corresponde a la

redención del mundo .

<<Así ue la restauración prom etida qu e esperamos ya

com enzó en Cristo, es impulsada con la misión del Espi-

ri tu San to y po r El c ontinúa en la Iglesia, en la cual , por

la fe, somos instniidos también acerca del sentido de

nuestra vida temporal , mientras que con la esperanza de

los bienes futuros l levamos a cabo la obra que el Padre

nos enco mendó en el mundo y labramos nuest ra salva-

ción (cf. Flp 2 ,1 2) ~ CI 48).

El Vaticano ve de niodo p;irticular en la liturg i;~ e 1

Iglesia el pre ludi o de 13 gloriii eterii;~ de Dios. e11

l

que

vivirá la Iglesia escatológica, que ha de unir en Cristo todos

los hombres que se han salvado y a todo el mundo r inovado.

( 'Porque todos los que som os hijos de Dios y constitui-

mos una sola familia en Cristo (cf. Heb 3,6), al unirnos

cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del

siglo nuevo,, (CM 39).

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en mutua caridad

y

en la misma alabanza de la Trinidad,

secundam os la intima vocación de la Iglesia participa-

mos. oreaustdndola. en la lituraia de la aloria

consumada

(CI i l ) . -

La más exce lente manera d e unirn os a la Iglesia celes-

t ia l t i ene lugar cuand o -espec ialme nte en la sagrada

li

turgia, en la cual la virtud del Espiritu San to actúa so-

bre no sotros p or medio d e los signos sacramentales

-ce leb ram os juntos con gozo común las a labanzas de la

divina Majestad, y todo s, de cualquier tr ibu, y lengua, y

pueblo,

y

nación, redimidos p or la sangre de Cristo (cf.

Ap 5,9) y congregados en una sola Iglesia, ensalzamos

con un mismo cántico de alabanza a Dios uno y trino.,

(CI 50).

La gloria de Dios es elfin de todo lo creado. La consuma-

ción definitivo de esta gloria es la elevación del hombre y la

renovación del mundo en Cristo.

'<Ignoramos el t iempo en q ue se hará la consumación

de la t ier ra y de la hum anidad. Tamp oco conocemos de

qué manera se transformará el universo. La figura de

este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos

enseña que nos prepara una nueva morada y nueva t ie-

rra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es

capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que

surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la

muerte, los hijos de D ios resucitarán en C risto,

y

lo que

fue sembrado bajo el signo de la debil idad

y

de la co-

rmpción, se revestirá de incorruptibil idad, y, permane-

ciendo la caridad y sus ob ras, se verán l ibres de la servi-

dum bre de la vanidad todas las cr ia turas que Dios creó

pensando en el hombre.

Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar

todo el mundo si se pierde a si mismo. No obstante, la

espera de una t ierra nueva no debe amo rtiguar, sino más

bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta t ierra,

donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el

Significado de la santidad. María, figura

e

la Iglesia

E1 significado de la sa ntida d en el Vaticano 11 aparec e en el

contexto de la historia terrena de la salvación y de la escato-

logía de la Iglesia, tal como dejamos sentado en las páginas

anteriores.

El capítulo V de la constitución Lumen gentium

se titula: Indole escatológica de la Iglesia pereg rinante y su

unión con la Iglesia celestial . A su vez,

el capitulo V

se titula:

Vocación universal a la santidad de la Iglesia . La santidad

cristiana oc upa el centro de la fe y es tamb ién la plenitud de su

actuació n, plenitud de la vida de fe . D ebem os, pues, preci-

sar su significado, con especial referencia al capitulo VI1 y V

de la constitución Lumen gentium.

El capitulo V II, escatológico , ha sido el principal objeto

de nuestras anteriores consideraciones. El determina el signifi-

cado de la santidad desde el punto d e vista de la consuma-

ción , qu e la Iglesia alcanzará en el cielo. La comun ión de los

salvados, de los bienaventurados y de los santos pone ante

nuestros ojos a aquellos que, antes de alcanzar la meta, han

compartido los trabajos del peregrinar terreno de la Iglesia.

-En la vida de aquellos que, siendo hombres com o nos-

otros, se transforman con mayor perfección en imagen

de Cristo (cf. 2Cor 3,18), Dios manifiesta al vivo ante

los hombres su presencia

y

su rostro. En ellos El mismo

nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual

somo s atraídos poderosamente co n tan gran nube de tes-

t igos que nos envuelve (cf. H eb 12,l) y con tan gran tes-

timon io de la verdad d el Evangelio. (CI 50).

La santidad del hombre hace particularmente presente a

Dios: es un testimonio viviente de El y confirma la verdad del

Evangelio. Por eso es por lo que con mayor fuerza atrae a los

demás a los caminos de la salvación.

.Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cris-

to, nuevos mo tivos nos impulsan a buscar la ciudad futu-

ra (Heb

13.14 y 11,10), y al mismo tiem po aprend emo s

el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes

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es siempre respuesta en l a f e al don divino a la gracia asume la

para gloria de Dios. Por ello. en la Iglesia, todos, lo

forma de perfección mor al cuyo punto clave e: la carida d.

mismo quienes pertenecen a la jerarquia q ue los apacen-

tados por el la, están l larnid os a la santidad, según aque-

<<D ios s carida d y el que permane ce en

la

caridad per-

Ilo del Apóstol:

Porque ésta es la voluntad de Dios vues-

manece en Dios y Dios en

él

(1Jn 4,16).

Y

Dios di fundió

tra santificacidn

(IT es 4,3; cf. Ef 1,4). Esta santida d de la

su caridad en nuestros corazones por el Espíri tu Santo,

Iglesia se manifiesta

y

sin cesar debe manifestarse en los

que se nos ha dado (cf. Rom 5,5). Por consiguiente, el

frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se

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pr imero

y

más imprescindible don es la caridad, con la

expresa multiformemente en cada uno de los que, con

que amamos a Dios sobre todas las cosas

y

al prójimo

edificación de los demás, se acercan a la perfección de la

por El. (CI 42). caridad en au propio género de vida; de manera singular

La perfección crist iana, la santidad, corresponde plenamente

aparece en la práctica de los comúnmen te l lamados con-

a la dignidad de la persona. D e ella nos hablan frecuentemente

sejos evangélicos. Esta práctica d e los consejos que, por

los docu men tos concil iares, y en part icular, la consti tución

Gau-

impulso del Espiri tu San to, muchos crist ianos han abra-

zado tanto en pr ivado com o en una condición de es tado

dium et spes.

aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe

,<Es,pues, completamen te claro q ue todos los fieles, de

proporcionarle un espléndido test imonio y ejemplo d e

cualquier estado o condición, están l lamad os a la pleni-

esa santidad* (CI 39 .

tud de la vida cristiana y a la perfección de la carid ad, y

Disponemos aqui también de una exposición concisa de lo

esta santidad suscita un nivel de vida más humano en la

que constituy e la esencia de la santida d según el Evangelio:

la

sociedad terrenav (CI 40).

caridad, que se desarrolla por obra de la gracia

y

alcanza la

La santidad ha unido siempre

y

sigue uniendo profunda-

perfección según la vocación personal de cada cristiano. Por

mente a la Iglesia con el hombre

y

con la huma nidad. Por eso consiguiente, el Vaticano 11 traza varios de los caminos a la

el Vaticano 11 nos enseña en el siguiente texto:

santidad: el que pasa por la vida conyugal, el de los que no

cont raen mat r imonio

y

el de los viudos, así como también el

"En el logro de esta perfección empeñen los fieles las

que se manifiesta y realiza por medio de diversas actividades y

fuerzas recibidas según la medida de la donación de

deberes (cf. CI 41). A seguido de estas indicaciones, el Conci-

Cristo, a fin de qu e, siguiendo sus huellas

y

hechos con-

lio alumbra el significado y el valor de los consejos evangéli-

forme a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad

cos, de los que la Lumen gentium t rata más ampliamente en el

del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de

capítulo VI, de dicado a la vocación religiosa. Tras haber sub-

Dios

y

al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo

rayado la importancia de la castidad (virginidad y celibato

de Dios produci rá abundantes fmtos , como hr i l lante-

"por el reino"), el Concilio parece haber querido da r relevan-

mente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida

cia al valor de la pobreza, entendida en sentido lato.

de tantos santos- (CI 40).

..Estén tod os atento s a encau zar rectam ente sus afectos,

~ alamada universal a la santidad es también, para el Va-

no sea que el uso de las cosas del mundo

y

un apego a

ticano 11, el motivo principal de la santidad en la Iglesia.

las riquezas contrario al espíri tu de pobreza evangélica

les impida la prosecución de la caridad perfecta. Acor-

.La Iglesia, cuyo m isterio está expo niend o el sag rado

dándose de la advertencia del Apóstol: Los que usan de

Concil io, creemos que es indefectiblemente santa. Pues

este mundo no se detengan en eso porque los atractivos

Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu

de este mundo pasan

(cf.

C o r 7 31 gr.). (C I 42).

Santo es proclam ado *el único Santo*, am ó a la Iglesia

com o a su esposa, entregándose a sí mismo por el la para

Las palabras del Apóstol que aquí se traen a colación co-

santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a sí como a su pro-

bran especial actualidad en el contexto de la doctrina sobre la

pio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíri tu Santo

Iglesia, que trata de hallar en el mundo actual su imagen

origi-

154

 

naria:

imagen de la Iglesia de los pobres , tan próxima a las

bienaventuranras de Cristo.

Los consejos evangélicos deberían -más aún que los

mandam ientos- hacernos progresar en la caridad, pues en ella

consiste la santidad del crist iano. El progreso en la santidad se

mide por el crecimiento en la caridad. Este principio permite

- e n el ámbi to de la vocación universal a la sant idad- que

seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimo-

nio d e am or an te todo s, especialmente ante los persegui-

dores. Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se

¡

asemeja al Maestro, qu e aceptó l ibremente la muerte por

la salvación del m und o, y se conform a a El en la efusión

de su sangre, es est imado por la Iglesia como un don

eximio

y

l a suprema pm eba de am or , y, s i es don conce-

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converjan la multiplicidad de los caminos que conducen a cada

hom bre hasta el la, en busca de una única santidad .

l

Una misma es la san tidad que cu lt ivan, en los múlti-

ples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son

guiados p or el Espíri tu de Dios y, obedientes a la voz del

1

Padre, adorándole en espíri tu y verdad, siguen a Cristo

pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer

l

ser hechos part ícipes de su gloria. Pero cada uno debe

1

caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que

engendra la esperanza y obra por la caridad, según los

dones funciones que les son propios (CI 41).

Jesucristo es el único artífice de la san tidad de sus discí-

pulos

y

seguid ores, y es tamb ién el que la consuma . Pese a

la variedad de mod os en qu e la santidad se refleja en cada uno

dido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a

confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle,

po r el cam ino de la cruz, en medio de las persecuciones

que nu nca faltan a la Iglesia. (CI 42).

Tras haber hablado de es te tes t imonio supremo de amor

que es el martirio, el documento concil iar marca también los

caminos que l levan a la santidad y habla de los medios de

santificación contrastados por una larga experiencia.

Pero, a fin de que la caridad crezca en el alma como

buena semilla y fructifique, todo fiel debe escuchar de

buena gan a la palabra d e Dios y poner por obra su vo-

luntad con la ayuda de la gracia. Part icipar frecuente-

mente en los sacramentos, sobre todo en la Eucarist ía

y

en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la

oración, a la abnegación de si mismo, al solicito servi-

cio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes.

(CI 42).

La conciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios -tal

como se deduce de la precisa y rica doctrina del Vaticano II-

es histórica

y

escatológica a la vez. Sobre la base de esta con-

ciencia se desarrolla tam bién el significado de la santidad , qu e

ilustra m ás claramente

y

reafirma lo que une a la historia de la

de los hombres, sucede que esta misma variedad podemos re-

ferirla -identificación y reconducción- a la Fuente Modelo

com unes. En todos los imitado res del único Maestro -al igual

que en El- se manifiesta en este mu ndo la caridad con la qu e

Dios ha amado al mundo .

.Por tan to, tod os los fieles cristianos, en las condicio-

nes, ocupaciones o c~ rcun stanc ias e su vida, y a través

de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan

todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran

salvación

y

a la escatología: buscar la consumación de la Igle-

con la voluntad divina,

haciendo manifiesta a todos, in-

sia. Los sa ntos en la Iglesia cooperan a la formación de la con-

cluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad

ciencia histórica y escatológico del Pueblo de Dios: conciencia

con que Dios amó al mundo.

(CI 41).

i

que en cierto sentido es la últ ima palabra de la respuesta dada

El testimonio más acabado de este amor es el martirio.

Esta

en la fe al Dios q ue se revela. Dios invisible (cf. Col 1,15;

ha sido siempre convicción de toda la tradición, reafirmada

lTim 1,17), hombres com o amigos (cf. Ex 3 3,l l : Jn 15,14-15)

por el Vaticano 11:

-Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor

entregando su vida por nosotros, nadie t iene mayor

amo r qu e el que entrega su vida por El y por sus herma-

nos (cf. 1Jn 3.16; J n 15,13). Pues bien: alguno s cristia-

nos, ya desde los primeros t iempos, fueron l lamados, y

156

y conversa con ellos (cf. Bar 3,38), invitándolos y admitiéndo-

los a la comunidad con él (CR 2).

El Vaticano 11 nos ensefia que, entre todos los santos y

bienaventurados, hay que atribuir un puesto especial a la Madre

de Dios. Esta doctrina, heredada de toda la tradición, enrique-

cida con nuevos argumentos, aparece, como sabemos, en el

capitulo VI11 de la constitución Lumen gentium.

157

<.La Virgen San tisima, po r el don y la prerrog ativa d e

la m aternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y

po r sus gracias y dones singulares, está también intima-

mente unida con la Iglesia. Co mo ya ense ñó San Am-

brosio, la Madre de Dios es tipo

e

la Iglesia en el orden

de la fe, de la caridad y de la un ión perfecta con Cristo.

Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es Ilama-

Esposo-Redentor

y

a lo que continuaniente la conduce el Es-

piritu Santo. Leemos al respecto en el capitulo VIII:

, Mientras la Iglesia ha alcanz ado en la Santisima Vir-

t

gen la perfección en virtud de la cual no t iene mancha ni

arruga (cf. Ef 5,27), los fieles luchan todavia por crecer

en santida d, venciendo enteramente al pecado, y por eso

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da también madre y virgen, precedió la Santisima Vir-

gen, presentándose de forma eminente y singular como

modelo tanto de la virgen como de la madre. Creyendo

y obedeciendo, engendró en la t ierra al mismo Hijo del

Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del

Espiritu Santo, co mo u na nueva Eva que presta su fe

exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al

mensajero de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien consti tuyó

primogénito entre muchos hermanos (cf. Rom

8,29),

esto es, a los fieles, a cuya generación coopera co n am or

materno. (CI 63).

La maternidad espiritual de lo Iglesia encuentra su prototipo

en la maternidad divina de María.

La Iglesia ve su semejanza

con Ella tanto en su maternidad como en su virginal entrega a

Dios, su Esposo.

.La Iglesia -leemos a continuación-, con tem plan do

su profunda sant idad e imi tando su car idad

y

cumplien-

d o fielmente la voluntad d el Padre , se hace también ma-

dre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad,

pues por la predicación y el bautismo engendra a una

vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra

del Espiri tu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente

virgen que guarda pura e integramente la fe prometida

al Esposo y, a imitación de la M adre de su Señor, por la

virtud del Espiri tu Santo, conserva virginalmente una fe

integra, una esperanza sólida

y

una caridad sinceran

(Ci 64).

La Madre de Dios, en cuanto figura de la Iglesia -figura

cuyo fundamento está, para el Vaticano 11, en la unión miste-

riosa entre maternidad y virginidad-, forma parte integrante

de la conciencia histórica

y

escatológica d e la Iglesia, y en ella

encuentra su expresión. Si en la constitución

Lumen gentium

leemos acerca de la Madre de Cristo que avanzó en la peregri-

nación de lo fe

(CI 58),

también la Iglesia puede ver en Ella solo

la consumación de aquello a lo que fue preparada por el

158

levantan sus ojos a Maria, que resplandece como mode-

lo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos.

(CI 65).

El prototipo que es Maria por m edio de la Iglesia (Madre y

Esposa) se refiere también al Pueblo de Dios. Maria es, para

todos cada uno de los miembros de este pueblo, ejemplo de

santidad en el que se expresa la aspiración y, a la vez, la con-

sumación. En virtud de esa plenitud de la gracia, propia de la

Madre de Dios, en la aspiración está ya presente la consuma-

ción de modo efectivo.

<.Mientras tanto , la Mad re de Jesús, d e la misma mane-

ra que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es

imagen

y

principio de la Iglesia que habrá de tener su

cumplimiento en la vida futura, asi en la tierra precede

con su luz al peregrinante Pu eblo de Dios com o signo de

esperanza cierta

y

de con suelo, hasta que l legue el dia

del Señor (cf. 2Pe 3,lO)n (CI 68).

es que es, sobre todo, en Maria en quien se revela plena-

mente

el camino hacia Cristo, que es Auctor et Consumma-

tor -aquel que obr a y consuma-, tanto si pensa mo s en su

santidad part icular como en cualquier otra forma de santidad

que se realiza en el Pueblo de Dios.

.<La Iglesia, meditan do piadosamente sobre Ella y con-

templándola a la luz del Verbo hecho hombre, l leno de

reverencia, entra más a fond o en el soberano m isterio de

la Encarnación y se asemeja cada dia más a su Esposo.

Pues M aria, que, por su intima part icipación en la histo-

n a de la salvación, reúne en si y refleja en cierto mod o

las supremas verdades de la fe, cua ndo es anunciada y

venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio

y

al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a

Cristo, se hace más semejante a su excelso m odelo, pro-

gresando continuamente en la fe, en la esperanza

y

en la

caridad, y buscando y obedeciendo en todo la voluntad

divina. (CI 65).

TERCER

RTE

CRE CION DE CTITUDES

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C A P ~ T U L O

MISION

Y

TESTIMONIO COMO FUNDAMENTO

DEL ENRIQUECIMIENTO DE

LA

FE

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En conformidad con la situación del presente estudio, no

tratamos de dar una explicación de la doctrina del Vaticano 11

como tal , sino más bien buscar en tod o el magisterio conci-

liar la respuesta a las preguntas de carác ter existencia1 de

¿Qué significa ser Creyente, ser cristiano, es tar en la Iglesia?

Nosotros pensamos que estas preguntas estaban implíci tas en

el problem a central que el Concilio se plan teó y que ha formu-

lado en su interrogación inicial: Ecclesia quid dicis de te ipsa?

Iglesia, ¿qué dices de ti misma?

Pensamos que esta misma implicación de las preguntas ha

determinado la orientación pastoral del Concilio Vaticano II.

Por eso, los esfuerzos para realizar las enseñanzas del Concilio

deben coordinarse con esas mismas orientaciones. Por consi-

guiente, en este estudio trataremos de iluminar, bien el signifi-

cado fundamental de la iniciación, que, como muchas veces

hemos puesto de relieve, debe conducir a la profundización y

al enriquecimiento de la fe. El enrique cimiento de la fe se expre-

sa en cada una de las personas

y

comynidades mediante la con-

ciencia de la actitud. Por el lo hem os expuesto nuestras conside-

raciones, en primer lugar, bajo el aspecto de la formación de la

conciencia del hombre creyente, conformánd onos a la doctrina

del Concilio, y ahora nos aprestamos a ir más,lejos, viendo el

aspecto de las actitudes a través de las cuales debe expresarse

el enriquecim iento conciliar de la fe.

Sit uan do así la cuestión, ya en el capitulo

:

Postulados

del enriquecimiento de la fe , hemos tratado d e indicar, en

cierto mod o, las dimensiones propias de este problem a. La fe,

como también su enriquecimiento, es un don sobrenatural de

Dios, don que no se sobrepone ni a la programación ni a la

causalidad del hombre. Sin embargo, el hombre y la Iglesia,

como comunidad humana, pueden y deben cooperar a la gra-

cia de la fe y contribuir a su enriquecimiento. El propio Conci-

lio ha ob rad o así, y su acción -teniendo en cuenta el nivel en

63

que se ha desarrollado- puede entenderse como plan de ac-

ción para toda la Iglesia. La actuación del Concilio en la Igle-

sia se puede y debe entender en cuanto enriquecim iento de la fe

según e l plan t r ~ Z ~ d 0or el Concilio. Expresamos en estos

términos el orden de actuación huma no, mientras creemos que

éste está subord inad o a la acción divina del Espíritu San to en

la Iglesia. Por esta razón debemos tener especial cuidado y

confirniación hallamos en el sujeto consciente. En

síntesis, po-

demos decir que la actitud es una relación activa, pero no es

propiamente la acción como tal. Sigue, si, a la conciencia y al

enriquecimiento de la conciencia, pero la relación con ellos es

ya otra cosa nueva y diferente. Es un tomar postura a la vez

que una disponibil idad para obrar de acuerdo con la postura

i

tom ada. En cierta medida , la actitud contiene eso que la psico-

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solici tud, a fin de qu e la actuación del Concil io se corresponda

con su auténtica do ctrina, en lo que podem os concebir un plan

casi histórico de acción de toda la Iglesia de cara al enriqueci-

miento de la fe, del que depen de esencialmente el sentido salvi-

fico de la actuación del Concilio.

Teniendo siempre ante los ojos estas premisas, que resu-

men brevemente la propia teología de la fe, podemos conside-

rar las perspectivas de su enriquecimiento desde el pun to de

vista del des arrollo de la conciencia del creyente, asi com o des-

de el pun to de vista de la formación de las debidas acti tudes.

La fe se expresa con una determ inad a actitud , cosa que afir-

mam os tan to basa dos en la revelación com o en la experiencia.

Y

ello ha s ido com prob ado de m od o indiscutible incluso en el

análisis de los textos conciliares que hemos hecho en la parte

1

de nuestro estudio. En ellos leemos que a la revelación que

Dios hace de sí mismo el hombre responde abandonándose

por entero a El (cf. CR

5).

Esta respuesta es justamente

fruto de la fe. Así, pues, está claro que la esencia de la fe no

consiste sólo en un asenso puramente intelectual a la verdad

revelada por Dios o en una reverberación de los contenidos

revelados en la conciencia humana, sino en algo más

El

abandono de si en Dios como respuesta a la revelación testimo-

nia asimismo que la fe se manifiesta mediante la actitud del

hombre: actitud que pertenece a la esencia misma de la fe, por-

que corresponde a la realidad plena de la revelación. Esta no

es sólo información y conjunto de informaciones de las que

basta con tomar conciencia, sino más bien un abrirse de Dios

hacia el hombre en Jesucristo, y un comprometerse en la vida

y en el destino de él. Podríamos decir, pesando las palabras,

qu e en la revelación se expresa la actitud de Dio s respecto al

hombre. Por eso la respuesta a la revelación debe expresarse

con la actitud del hombre respecto a Dios.

No damos aquí definición alguna de la acti tud, sino más

bien aceptamos el significado común del término, buscando,

por medio de algunas aproximaciones, excluir eventuales am-

bigüedades. El térm ino actitud se aplica, genera lmente , en

sentido analógico e indica diversas formas de relación, cuya

164

logia tomista incluye en la categoría del habitus y hasta del

habitus operativus, que , sin emba rgo, n o se identifican entre si.

Dejando esta cuestión a los psicólogos, y en todo caso a los

psicólogos de la rel igión, queremos tan sólo que se vea que esa

realidad interior, que definimos con el término acti tud ,pre-

supone una comprensión sujicientemente profunda de la subjeti-

vidad del hombre, análoga al resto de la conciencia, a la que

nos hem os referido en la parte a nterior de nuestras considera-

ciones. Tan to en el primero com o en el segundo caso

se troto

de la expresión humana del enriquecimiento de la fe. tal como la

conocemos por la revelación

y

la experiencia.

En la constitución Dei Verbum, el Concilio indica la confi-

guración fundamental de la actitud con que se expresa la res-

puesta del hom bre a la revelación qu e de si mismo le da D ios,

presentándolo com o aban don o de si por entero en manos de

Dios por parte del hombre. Consideramos, pues, esta acti tud

como algo fundamental para ulteriores reflexiones.

Y

aunque

no lo sometamos a un análisis detallado, sin embargo, en el

estudio que sigue acerca de las actitudes que en la doctrina del

Vaticano 11 trataremos de determinar, esta acti tud fundamen-

tal siempre estará presente, si bien expresada y realizada de

diversos modos. El proceso del enriquecimiento de la fe, situa-

d o en el plan del Concilio y al que debe dirigirse su actuación,

se resume, en definitiva, en el desarrollo y radicación de esta

acti tud. El enriquecimiento

y

profundización de la conciencia

de las personas y de las comunidades creyentes t iene como

finalidad precisamente esa acti tud; lo que debe servir, por o tro

lado, de verificación. La fe sin obras está muerta (cf. Sant

2,26); no p uede ser ni sólo ciencia ni sólo contenido de la con-

ciencia, sien do esencial la actitud del aba ndo no de si en

Dios , que expresa por sí mismo una continua disponibil idad

a ese Acto fundam ental , que se corresponde con la realidad

de la revelación, y todo s los dem ás actos qu e de él proceden y

de él asumen carácter especifico. Indicando la ac titu dd e aban-

dono de si mismo en Dios , el Vaticano toca el punto mós

vital y vivificante para cua nto se refiere al proceso de enrique-

cimiento de la fe.

Buscando en el conjunto del magisterio conciliar una di-

mensión más completa de esta act i tud fundamental , hemos de

llamar la atención acerca de la realidad de la misión, estrecha-

mente ligada a la revelación, y que, en consecuencia, deter-

mina de m od o dinám ico el misterio mismo de la Iglesia. Dios

se revela a si mismo a la humanidad y revela su plan salvífico

a través de la misión del Hijo

y

del Espiritu Santo. Por eso, la

por Dios. debe hallarse

a

si niisnio, honibre.

eri

el ámbito de

esta misión divina. Abitnd onán dose 2 Dios por completo

debe el hom bre no sólo acep tar la misión divina. sino también .

en cierto sentido. asumirla. D e algún nio do pod emos conside-

rar fundidas entre si la actitud funda nieiital de abiind oiio to-

tal de si mism o en Dios y la a ctitud misionera: el

hombre

que se confía a Dios. asumiendo. con todo su ser. la misión divi-

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conciencia de la salvación, en la doctrina del Vaticano 11, está

íntimamente ligada a la revelación de la Santisima Trinidad,

como ya antes hemos demostrado. Sin embargo, la misión de

las divinas personas a la hum anidad no es sólo revelación, sino

también acción salvifica, que hace del género humano Pueblo

de Dios. La Iglesia brotó y sigue brotando constantemente de

esta misión divina. Ello confiere un sentido misionero a toda

su existencia y determina hasta el fondo la actitud de todo cris-

tiano y. en cierto modo. de todo creyente.

aun que no pertenezca

a la Iglesia por el bautismo y se halle sólo en el estado de

ordenación de que habla la consti tución Lumen gentium

(cf.

CI 14-16). Todos, personalmente, se hallan, al menos en po-

tencia, en el á mb ito de la misión salvifica trinitaria que se con-

suma por m edio de la Iglesia, pero ad emás todos aquellos que

al menos sean cristianos participan de algún modo en la mi-

sión de la propia Iglesia.

<,Qué uiere, entonces, decir misión de la Iglesia? Significa,

en primer lugar, ese estado d e misión

(status missionis),

fru-

to de la misión salvifica trinitaria, por la que la Iglesia ha sido

llamada a la existencia. En este sentido, la Iglesia está siempre

en estado de misión

(Ecclesia est in statu missionis).

Ello,

como a primera vista es evidente, no significa todavía una fun-

ción, ni siquiera una inst i tución, sino la propia naturaleza de

la Iglesia, puntualizando la estrecha relación que la liga con el

misterio que es la realidad divina trinitaria en la misión de las

Personas: el Hijo que procede del Padre en el Espiritu Santo, y

el Espiritu que procede del Padre y del Hijo. Por consiguiente,

en este sentido y sobre esta base, estamos en condiciones de

definir la actitud de cada uno de los hombres en la Iglesia.

Cad a hombre se encuentra, también él, en la Iglesia en esta -

do de misidn , al igual que toda la Iglesia, si bien con ello no

queremos aludir a ninguna función determinada, ni mucho

menos a ninguna obligación concreta, en especial de carácter

inst i tucional . Se trata tan sólo de esa act i tud que expresa la

debida respuesta a la revelación. La revelación no se identifica

con la misión, pese a que se realice en ella. El creyente, el

cristiano, que responde a la revelación de si mismo hecha

166

na

en la que se actú a la revelación . La asu me a la vez en si y

en la comunidad . Y es así com o tom a parte en el estado de

misión en el qu e se halla toda la Iglesia. Más aún. cada uno

constituye una única e irrepetible concreción de este estado

salvifico.

Esta actitud está estrecham ente ligada a la actitud de testi-

monio y com o que se identif ica con el la. Se abandona entera-

mente a Dios el hombre que. aceptando el testimonio divino

transmitido en Jesucristo y asumiéndolo con todo su ser. está

dispuesto a confesar a Cristo y a dar test imonio $e Dios. En

esta actitud hallamo s la plena din ámica existencia1 de la fe y

de su profesión. Seguramente aquella fórmula tradicional de

aceptar co mo verdad cu anto D ios ha revelado y la Iglesia nos

ensella a creer ha acentuado de un mod o más bien pasivo, y

prevalen temen te receptivo, esa idea de aceptar que en la

realidad de los hechos se ha equiparado en cierto modo al

término profesar , del que se ha consti tuido como en su

esencia. El Vaticano 11 subraya explicitamente que el testimo-

nio consiste en creer y profesar la fe, es decir, acoger el tes-

timonio del mismo Dios y al tiempo responder a aqudl con el

propio testimonio.

Impostaci6n esta en la que hallamds el dina-

mismo fund amen tal del diálogo de la salvación, del que haescri-

to Pablo VI en la encíclica

Ecclesiam suam.

Esta es la dimen-

sión fundame ntal y decisiva del diálogo d e la salvación que

se desarrolla entre Dios y el hombre.

Leemos en la constitución

Dei Verbum:

*Jesucristo... realiza la ob ra de la salvación lleva a

plenitud toda la revelación

y

la confirma con testimonia

divino;

a saber, que Dios está con nosotros para l ibrar-

nos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacer-

nos resucitar a una vida eterna. (CR

4 .

La propia consti tución declara también:

*Dios, que h abló en o tros t iempos, sigue conversando

siempre con la Esposa d e su H ijo amad o; asi, el Espiritu

Santo, po r quien la voz viva del Evangelio resuena en la

167

12. Renovacih en us fu nl r

Iglesia y, por el la, en el mun do en tero, va introduciendo

a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos

intensamente la pa labra de Cristo (cf. Col 3,16)n (CR 8).

.<Esta tradición, con la Escri tura d e am bos Testamen-

tos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a

Dios, de quien to do lo recibe, hasta el dia en que l legue

a verlo cara a cara, como El es (cf.

1Jn 32). (CR 7).

Como vemos, la misión va estrechamente unida al tes-

timonio:

(<Losdiscípulos de Cristo, unidos íntimamente en su

vida y en su trabajo con los hombres, esperan poder

ofrecerles el verdadero test imonio de Cristo y trabajar

por su salvación, incluso donde no pueden anunciar

Cristo plenamente. (DM 12).

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El Vaticano descubre la admirable condescendencia de

la eterna sabiduría en el hecho de que

....la pala bra de Dios, expres ada en lenguas hum anas,

se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra

del Eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición

hum ana, se hizo semejante a los hombres. (CR 13).

-Cristo establec ió en la tierra el reino de Dios, se mani-

festó a si mismo y a su Pa dre con obra s y palabras, l levó a

cab o su obra muriendo, resucitando y enviando al Espiri-

tu Santo. L evantad o de la t ierra, atrae a todo s hacia si (cf.

Jn 12,32,gr.), pues es el Único que posee palabras d e vida

eterna (cf. Jn 6,68). A otras edades no fue revelado este

misterio, como lo ha revelado ahora el Espíri tu Santo a

los apóstoles y profetas (cf. Ef 3,46,gr.). Para que predi-

que n el Evangelio, susciten la fe en Jesús, Mesias y Señor,

y congreguen la Iglesia. De esto dan testimonio divino

y

perenne los escritos del Nuevo testamento^ (CR 17).

A la luz de estos textos resulta evidente que la fe significa

acoger la revelación como test imonio de Dios desde Jesucris-

to, pero significa también estar dispuestos a dar test imonio.

En los documentos del Vaticano

II

hallamos repetidamente la

expresión prestar o dar testimonio. Traemos aquí a colación

sólo algunas enunciaciones al respecto:

'<Porque todos los cristianos, dond e quiera que vivan,

están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y

el test imonio de la palabra el hombre nuevo

...

de tal

forma que todos los demás, al contemplar sus buenas

obras, glorifiquen al Padre y perciban con mayor pleni-

tud el sentido genuino de la vida humana y el vinculo

universal de la unión de los hom bres. Pa ra q ue los fieles

puedan dar fructuosamente este test imonio de Cristo,

únanse con aquellos hom bres por el aprecio y la caridad

( D M 11).

Asi leemos en el capitulo 11 (art. 1) del decreto

Ad gentes

t i tulado El test imonio crist iano

168

Hablando de las competencias de los seglares en la activi-

dad misionera, el decreto afirma:

.La

obligación princ ipal de los seglares, hom bres

y

mu-

jeres, es el test imonio de Cristo, que deben dar con la

vida

y

con la palab ra en la familia, en su grup o social y

en el ám bito de su profesión. (D M 21).

Explica también el decreto

la propia esencia de este testimo-

nio en estos términos:

.Es necesario que en ellos apare zca el hombre nuevo

creado según Dios en justicia

y

santidad verdadera.

( D M

21).

Las Iglesias particulares deberán tener conciencia de ser

enviadas:

.A quienes n o creen en Cristo, pa ra servirles de sefial

de orientación hacia Cristo con el test imonio de la vida

de cada fiel y de toda la comunidadu (DM 20) .

El deber de dar test imonio es inherente de modo part icu-

lar a

l

vida del misionero:

-Con una vida realmente evangélica, con mucha pa-

ciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad

sincera, dé testimonio de su Sefior, si es necesario, hasta

la efusión e la sangren (D M 24).

Tod os los textos hasta aho ra ci tados están tomado s del de-

creto

Ad gentes

cuyo tema es la actividad misionera de la Igle-

sia. Com o hemos ya dicho antes, no se trata en este caso sola-

mente del sector de la actividad. La actividad misionera de la

Iglesia hinca sus raíces en su propia naturaleza, donde está

conten ida la misión . Esto debe hallar su expresión en la ac-

t i tud de cad a m iembro del Pueblo de Dios, independientemen-

te del hecho de si de algún modo ésta está vinculada a la acti-

vidad m isionera de la Iglesia en el sentido institucional. La

misión así entend ida está de tal modo unida al da r test imonio,

que la acti tud test imonial debe considerarse una expresión m a-

dura de la fe. Tal como resulta de los textos citados, esta

expresión de la fe es un test imonio consti tuido no sólo por

palabras, sino por toda una vida. Se trata de la existencia1

revelación del homb re nuevo .

Que el Concil io trate con esto de la acti tud de test imonio lo

confirman. además del decreto Ad gentes , gran número de tex-

relieve una

y

otra vez por el decreto dedicado al ap.osfolado de

los seglares, donde leemos, por ejemplo:

-La forma peculiar del apostolado individual y, al mis-

mo tiempo, signo muy en consonancia con nuestros

tiempos, y que manifiesta a Cristo viviente en sus fieles,

es el testimonio de toda la vida seglar que fluye de la fe,

de la esperanza y de la caridad. (DA S 16).

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obispo s en la Iglesia, el Vatican o se expres a, entre otra s, de

la forma siguiente:

. .Ahora bien, at iendan los obispos a su cargo apostóli-

co como testigos de Cristo ante todos los hombres, pro-

veyendo no sólo a los que ya siguen al Mayoral de los

pastores, sino consagrándose también con toda su alma

a los que de cualquier modo se hubieren desviado del

camino de la verdad e ignoran el Evangelio de Criston

(DO 11).

En el ámbito de la doctrina sobre el ministerio y la vida

de los presbiteros leemos:

-No podrian ser ministros de Cristo si no fueran test i-

gos y dispensado res de un a vida dist inta de la terrena , ni

podrian tampoco servir a los hombres si permanecieran

ajenos a la vida y condiciones de los mismos. (DM VS 3).

El decreto sobre la renovación de la vida religiosa afirma:

Así, pues, los religiosos todos, por la integridad de la

fe, por la caridad para con Dios y el prójimo, por el

amor a la cruz y la esperanza de la gloria venidera, han

de difundir por to do el mundo la buena nueva de Cristo,

a f in de que su test imonio aparezca a los ojos de t o d o s ~

(DVR 25).

Puesto que:

.El estad o religioso cum ple tamb ién mejor la función

de test imoniar la vida nueva y eterna conquistada con la

redención de Cristo (CI 44).

En otro lugar se ha dicho acerca de la vida religiosa:

La unidad de los herm anos pone d e manifiesto el ad-

venimiento de Cri sto (cf. Jn 13,35; 17,21) y de ella ema-

na u na g ran fuerza apo stólica>, (DVR 15).

La importancia del test imonio ha sido también puesta de

<'Este apostolad o, sin emb argo, no consiste sólo en el

test imonio de vida. El verdadero apóstol busca ocasio-

nes para anunc iar a Cristo con la palabra. (DA S 6).

Por lo que a la vida conyugal familiar respecta, el Conci-

lio se refiere más de una vez a la necesidad del testimonio,

enseñando que los esposos cristianos deben preocuparse de va-

lora r el matrim onio con el testimonio de su propia vida

(CM 52).

<.As¡ es como la familia cristiana, cuyo origen está en

el matrimo nio, que es imagen y part icipación de la al ian-

za de am or en tre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos

la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica

naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fe-

cundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la

cooperación amorosa de todos sus miembros* (CM 48).

El Concil io, por lo tanto, enseña que

#.los esposos cristianos son para sí mismos, para sus hi-

jos y dem ás familiares, coop eradore s de la gracia testi-

gos de la fe. (D A S 11).

Por ot ra par te , el testimonio manifestado en el seno de la

comunidad conyugal y familiar t iene también valor de testimo-

nio exferio r . Leemos al respecto.

<<Se preciará m ás honda men te el genuino amor con-

yugal y se forma rá una opinión pública sana acerca de él

si los esposos cristianos sobresalen con el testimonio de

su fidelidad y armon ía en el mu tuo am or y en el cuidado

por la educación de sus hijos, y si participan en la nece-

saria renovación cultural , psicológica y social en favor

del matrimonio y de la familia,, (CM 49).

Esto se refleja en la obra educativa, en la que los cristianos

conscientes de su vocación deben adiestrarse, bien en testimo-

niar la esperanza que alienta en ellos (cf. 1Pe 3,15), bien en

promover

I i

elevacióii en sentid o cristiano del muiido. ii fi i i dc

que los valores naturales. pertenecicntcs

ii

la visión conipleti~

del hombre redimido por Cristo. sirwin

il

bien de toda

1;

so-

ciedad (DEC 2 .

Los posibilidodes

y

necrsidades Ir dor trstimonio crisriano

son muchísimas. La constitucióii Coudium rt sper scñ;il;i varios

sectores: cultura. economia, politica. relaciones internaciona-

campo. Adquirida la competencia profesional y la expe-

riencia, que son absolutamente necesarias, respeten en la

acción tem poral la justa jerarquia de valores, con fideli-

dad a Cris to y a su Evangelio, a fin de que toda su vida,

así la individual como la social, quede sorurodo con el

espíritu de las bienoventuronzas. y partinrlormente con

el espíritu de la pobrezom (CM 72 .

<< Los ristianos todo s deben tener conciencia de la vo-

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les. En ellos la participüción activa y la coli~boraciónde los

cristianos constituyen una base para dar testimonio.

<.Con esta coo peración diná mica y pruden te, que es de

gran importanc ia en las actividades temporales, los segla-

res rinden testimonio a Cristo, Salvador del mundo, y a

la unidad de la familia humana. (D AS

27 .

Vivan los fieles en muy e strecha unión con los demá s

hombres de su tiempo y esfuércense por comprender su

manera de pensar y de sentir, cuya expresión es la cultu-

ra Com paginen lo\ conocimientos de las nucvds ciencias

doctrinas de los mas rrcientrs

descubrimientos

con d

moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristia-

na, para que la cultura religiosa y la rectitud de espiritu

vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las

ciencias y de los diarios progresos de la técnica; así se

capacitaran para examinar e interpretar todas las cosas

con integro sentido cristiano. (CM 62 .

Citemos también c omo ejemplo este pasaje del decreto sobre

los medios de comunicación social:

<'Apresúrense, pues, los sagra dos pa stores a cumplir en

este campo su misión, intimamente ligada a su deber or-

dinario de predicar; los seglares que intervienen en el

uso de diversos medios, esfuércense por dar testimonio

de Cristo, realizando, en primer término, su propia tarea

con pericia y espiritu apostólico y prestando, además,

por su parte, con los medios de la técnica, de la econo-

mia, de la cultura y del arte, auxilio directo a la acción

pastoral de la Iglesia. (DC S

13).

cacibn particular y propia que t ienen en la comunidad

política; en virtud de esta vocación están obligados a dar

ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al

-bien común; así demostrarán también con los hechos

cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la

iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo

social , las ventajas de la unidad combinada con la prol

vechosa diversidad,, (CM

75 .

Y

de nuevo el decreto sobre el apostolado de los seglares:

<'De esta manera, el seglar se incorpora profunda y ar-

dorosamente a la realidad misma del orden temporal y

acepta participar con eficacia en los asuntos de esta esfe-

ra, y al mismo tiempo, como miembro vivo y testigo de

lo Iglesia,

hace a ésta presente y actuante en el seno de

las realidades temporales.

DAS 29 .

(<L a glesia, en efecto, predica la verdad evangélica e

ilumina todos los sectores de la acción humana con su

doctr ina y con el testimonio de los cristianos . (CM

76 .

Sobr e la base de los textos conciliares referidos aqui , pode-

mos hacernos idea del significado del testimonio, e indirecta-

mente de la octirud de testimonio. El significado del testimonio

en la do ctrina del Va ticano 11 es explícitamente analógico,

puesto que el Concilio habla del testimonio de Dios y del

hombre, que, de diversa manera, corresponde al divino, y a

una respuesta multiforme a la revelación. En todo caso, sin

embargo, la respuesta es testimonio,

y

el testimonio, respuesta.

El Concilio habla. por otra Darte. del testimonio debido a

sim mismo,

en la constitución

Caudrum et spes

se dice:

Cris to, conform e a la frase evangélica: Seréis mis testigos

(Act 1,8); lo que también se refiere al testimon io debido a la

..Los cristianos que toma n parte activa en el movimien- Iglesia, asi com o al de la propia Ialesia. Este es el asvecto

to económico-social de nuestro tiempo y luchan por la

justicia y caridad, convénzanse de que pueden contribuir

mucho al bienestar de la hum anida d y a la paz del mun-

do. Individual y colectivamente den ejemplo en este

objetivo del testimonio y del d a r testimonio, mientras'que,

subjetivam ente, éste se actúa con la palab ra, las obras y la vida

entera, y sobre él se establece el hombre nuevo, cread o según

Dios en justicia y santidad (Ef 4.24 .

De aqui resulta que la actitud de testimonio tiene su dimen-

sión interior

su profundidad y también

una dimensión interhu-

mana y social

que precisa de una extensión y de un alcance.

A

esto sigue igualmente el contenido del testimonio. La dimen-

sión interior la orofundidad del testimonio cristiano están

vinculados a la ma dure z con la que el hombre ac oge el testimo-

nio de Dios transmitido

oor Cristo. La dimensión interhuma-

na la extensión social del testimonio se identifican, en cierto

parece. sin embargo, haber señalado en este capitulo cuál es el

terreno fértil en el que han de crecer todas estas actitudes.

Misión y testimonio son base del enriquecim iento de la fe,

que, a su vez, se expresa en cada uno de cllos.

El Concilio, en su orientación pastoral, ofrece, como es

evidente, una respuesta profunda a la pregunta de qué signifi-

ca ser creyente, d e qu é significa ser cristiano en la Iglesia y en

el mun do actual . Ello no traza solam ente un plan exte rno de

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sentido, con el apostolado, del que seguidamente hablaremos.

No obstante, ambas dimensiones deben estar conectadas, ya

que sep aradas n o pueden estar. El apostolado de la jerarquia y

de los seglares, la actividad entera d e la Iglesia, y en particular

la de la Iglesia misionera, dependen en cada miembro del Pue-

blo de Dios de asumir la misión en la que el Padre presenta a

la familia humana su plan eterno, realizándolo a través de la

misión del Verbo y del Espíritu, que, por lo tanto, dependen

de la aceptación del testimonio de Dios, que, a su vez, trata de

expresarse de diversas maneras con el testimonio del hombre,

con un resultado que depende de su cooperación con la gracia.

La actitud de testimonio es siempre el fruto concreto, único e

irrepetible del encue ntro y del diálogo en el que Dios se revela

a si mismo , y el hom bre, en respuesta, se confía a él, abando-

nándose enteramente en la fe; abandono este en el que el hom-

bre se encuentra a si mismo en el ámbito de la misión salvífica,

del que resulta sujeto y participe .

Para concluir, podemos citar cuanto el Concilio ha dicho

en la constitución Lumen gentium acerca de los seglares, doc-

trina que, en un contexto más amplio, se refiere a todos los

cristianos:

*'Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la

resurrección y de la vida del Sefior Jesús

y

una señal del

Dios vivo. To dos juntos

y

cada u no de p or si deben ali-

mentar al m undo con frutos espiri tuales (cf. GáI 5,22

y

difundir en él el espíri tu de que están anim ados aquellos

pobres, mansos y

pacificas

a quienes el Sefior, en el

Evangelio, proclamó bienaventurados (cf. Mt 5,3-9 . En

una palabra, lo q ue el alma es en el cuerpo, esto han de

ser los cristianos en el mundo . CI

38).

Si queremos además distinguir y coordinar las acti tudes

que tienen un significado esencial para la actuación del Conci-

lio en la Iglesia, debemos desde el principio hacer nota r que, al

distinguirlas, tiernos a la vez de tener presente c ómo estas di-

versas actitudes se com pene tran e implican mutuam ente. Nos

74

renovación d e la Iglesia, basad o en nuevas estructuras que co-

rresponden mejor a las estructuras actuales de la sociologia de

la comunidad, sino que perfila un verdadero y propio plan de

enriquecim iento de la fe. Las consideracione s de este capitulo

son ilustra tivas de c óm o el magisterio conciliar considera el

proceso fundamental, que tiende a vivificar y dinamizar la fe

de todo cristiano, proceso necesario para la realización del

Concilio y, con e llo, la autorrea lización d e la Iglesia. La unión

de este proceso con la actitud de testimonio nos permite con-

tactar con la Iglesia primitiva, que vivió de cerca la misión de

las Personas divinas en el momento de su eventualidad históri-

ca. El cristiano de hoy se sitúa a miles de años de aquel mo-

mento, pero participa igualmente de la misión divina. Aquél

debe formar diligentemente en lo intimo de su ser esa actitud

de testimonio derivada de la misión de las Personas divinas, a

fin de que, siendo portador de las caracteristicas del Mysterium

divino, éste refleje también los signos de los tiempos.

ANALISIS

DE

LA ACTITUD DE PARTICIPACION

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Ciñéndonos al análisis de la actitud de participación, esta-

mos convencidos de que, recorriendo este camino, l legaremos

a descubrir ese significado mucho más profundo y universal

que el C oncilio desea con ferir a la vida c ristiana, en el que el

testimonio humano se convierte en expresión de la misión sal-

vifica de Dios. El Vaticano II ha ligado la misión salvipca a la

triple potestad de Cristo: sacerdote, profeta y rey, y ha demos-

trado también de qué manera la participación en la triple po-

testad de Cristo califica la propia realidad de la vida cristiana.

Precisamente por esto sentimos la necesidad de definir con

mayor precisión la acti tud de participación, no sólo por estar

convencidos de que toc amos uno d e los fi lones centrales de la

doctrina conciliar sobre el Pueblo d e Dios, sino también por-

que la actitud de participación nos explica más adecuada y

completamente el significado de la actitud de testimonio en la

que expresa la realidad de la fe. El cristiano da testimonio de

Cristo no desde fuera , sino basado en la participación, en El,

en la misión. De este modo se configura la propia realidad de

la fe y su expresión, es decir, el testimonio cristiano. La fe, en

toda la riqueza de las características personales y comunita-

rias, es esencial

y

últimamente expresa la participación en el

testimonio de Cristo. Es éste un testimonio del mismo Dios, al

que C risto ha d ado expresión y dimensión humana s, justo a

travks de su triple potestad de sacerdote, profeta y rey.

Hagamos notar que

por potestad

no entendemos a qui el

derecho a gobernar , com o podria sug erir el lenguaje común

y

cierta asociación de ideas, sino que entendemos, en primer

lugar, el oficio , tal como indica el vocablo latino munus (rria

munera Christi), y, en segundo lugar: la ca pa ci da d a la 'Yuer-

za de realizar las respectivas obligaciones. Hablando de parti-

cipación en la triple potestad de Cristo, el Concilio nos enseña

que todo el Pueblo de D ios y cada uno de sus miembros parti-

cipan en los oficios asumidos y cumplimentados por Cristo

-o fi c io de sacerdote , profeta y rey-, asi com o en la fuerza

77

indispeiisable para poncrlos eii práctic;~.Estos oficios forniiiii

parte de la misión dcl Rcdcntor: y In piirticip;rcióii eii ellos

deriva del hecho de que la rrdriición perdura en

I;i

Iglesiii gra-

cias a esa f u e r r ~ ue e l Redentor

h i

mcrccido

l

Pueblo dc

Dios y a cada uno de sus mirmbros. El Rcdeii tor cs nuestro

Mediador ante rI Padre.

El magisterio concili:ir nos permite considerar la participa-

ción en el triple oficio de Cristo no sólo en el sentido ontolú~i-

mos de seguir, puesto que la perspectiva del enriquecimiento

de la fe traza da por el Vaticano está orientada en esa direc-

ción y, por consiguiente, hay que comprenderla hasta el fondo

y asimilarla.

1

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co sino también en sentido de determinadas actitudes

las cuales

se expresan en la actitud de testim onio y le confiere11 una di-

mensión propia. como una forma interior alcanzada por el

propio Cristo: forma de su misión y de su fuerza. Pan esto

envió Dios a su Hijo, al que confirió el dominio dc todas las

cosas (cf. Heb 1.2). para que fuera maestro. rey y sacerdote de

todos (C1 13). De esta triple misión de Cristo participa tod o

el Pueblo de Dios. incluso los seglares, como repetidamente

explica el magisterio conciliar:

'C on el nombre de laicos se designa aqui todos los fie-

les cristianos -leemos en la constitución

Lumen gen-

tium-. a excepción de los miembros del orden sagrado

y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es

decir, los fieles que, en cuanto in corporad os a Cristo por

el bautismo, integrados al Pueblo de D ios y hechos par-

ticipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y

real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la

misión de tod o el pueblo crist iano en la parte que a el los

corresponde,, (CI 31).

Esta triple participación está vinculada explicitamente con

la m isión, q ue consti tuye el contenido del test imonio crist iano.

Es, pues, de just icia q ue, sobre la acti tud de test imo nio,trate-

mos de precisar cuáles son las actitudes derivadas de ser par-

ticipe del oficio sacerdo tal, profético y real de Cristo . Desde

un principio hay que poner de rel ieve que estas acti tudes se

compenetran recíprocamente y, en cierto sentido, se determi-

nan unas a otras. Y es que constituyen, por asi decir, un com-

plejo orgánico en el ámbito de la actitud fundamental de testi-

monio, creando una como base de esta acti tud, mientras, a su

vez, la condicionan. Ellas determinan su profundidad y su ver-

dadero significado. Es indudablemente dificil separar y distin-

guir con exactitud lo que resulta de la participación del cristia-

no en cada uno de los ministerios -fuerza capacidad- de

Cristo. Sin embargo, los textos conciliares señalan las líneas

principales de esta dist inción, que nosotros también tratare-

178

Munus sacerdotale:

Participación en el sacerdocio de risto

El Concilio ha distinguido explícitamente el sac6rdocio ordi-

nario del sacerdocio jerórquico y es esta distinción precisam en-

te la que nos permite entrever con más claridad la actitud deri-

vada a todos los crist ianos de su part icipación en el sacerdocio

de Cristo:

a) Participación en el sacerdocio de Cristo

'<El sacerdocio com ún de los fieles y el sacerdocio mi-

nisterial, o jerárquico, aunque diferentes esencialmente

y

no sólo en grado, se ordenan, sin embargo; el uno al

otro, pues amb os part icipan, a su manera, del Único sa-

cerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la po-

tes tad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo

sacerdotal, confecciona el sacrificio eucaristico en la

persona de Cristo y lo ofrece en nom bre de tod o el Pue-

blo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacer-

docio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo

ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración

y acción de g racias, mediante el test imonio de una vida

santa , en la abnegación d e la caridad operante.. (CI 10).

Este texto clave del Vaticano no sólo dem uestra clarisi-

mamente la relación entre el sacerdocio jerárquico, fm to de un

sacramento especial en la Iglesia, y el sacerdocio ordinario detodos los crist ianos, sino que señala también

la participación

en el ministerio sacerdotal del propio C risto que es común a

todos los bautizados. Precisamente en esta común participación

se basa toda comunión eucaristica concreta y, con mayor ra-

zón, la de la comunidad de toda la Iglesia.

los

bautizados, en efecto, son consagrados po r la re-

generación y la unción del Espiritu Santo como casa es-

piri tual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda

obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espiritua-

179

les y anuncien el poder de aquel que los llamó de las

tinieblas a su admirable luz (cf.

IPe 2,410). Por ello,

todos los discipulos de Cris to ofrézcanse a si mismos

como host ia v iva, san ta y g rata a Dios (cf . Rom 1 2 , l ) ~

(CI 10).

El Señor Jesús,

a quien el Padre santificó

y

envió al

mundo (Jn 10.36). hace participe a todo su Cu erpo misti-

co de la unción del Espiritu con el que fue ungido, pues

fieles ofrecen a Dios sacrificios espirituales por medio de Je-

sucristo

( D M V S

2). En este punto se encierra también la ana-

logia con la actitud sacrificial de Cristo, cuyo sacerdocio ha-

lla aquí vivo reflejo, cual si la imagen de Cristo sacerdote se

adentrase en sus fieles.

Hay

que subrayar que en este contexto

no se trata sólo de una semejanza externa, sino más bien del

fruto de una participación interior, la obra del Espiritu Santo,

que actúa en todos los bautizados para formar en ellos la acti-

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en él todo s los fieles son hechos sac erdocio sa nto y re-

gio, ofrecen sacrifpcios espirituales a Dios p or J esucristo

pregonan las maravillas de aquel que de las tinieblas

los ha llamado a su luz admirable,, (DMVS

2).

Por eso, en el capitulo IV de la constitución Lumen gen-

tium, que, como se sabe, está dedicado a los seglares en la

Iglesia, leemos entre otras cosas:

.Dado que Cristo Jesús, supremo

y

eterno sacerdote,

quiere continuar su sacerdocio

y

su servicio por m edio

de los laicos, los vivifica con su Espiritu

y

los impulsa

sin cesar a toda obra buena y perfecta. Pues a quienes

asocia intimamente a su vida

y

a su misión, también los

hace participes de s u oficio sacerdotal , con el fin de qu e

ejerzan el culto espiritual para gloria de Dios

y

salvación

de los hombres . P or lo cual, los laicos, en cua nto consa-

grados a Cristo y ungidos por el Espiri tu San to, son ad-

mirablemente l lamados

y

dotados, para que en ellos se

produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espiri-

tu. Pues todas sus obras, sus oraciones e iniciativas

apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano tra-

bajo, el descanso de a lma y de c uerpo, si son hechas en

el Espiritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se

sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios

espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1Pe

2,5 ,

que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen

piadosísimamente al Padre

junto con la oblacidn del cuer-

po del Señor. De este modo, también los laicos, como

adoradores en todo lugar, actúan santamente, consagran

el mundo mismo a Dios» (CI

34) .

De los pronunc iam ientos del Vaticano 11 aquí referidos se

deduce que el sacerdocio ordinario de los fieles y la participa-

ción común en el sacerdocio de Cristo, en el que el bautismo

nos inicia, están l igados a una acti tud de terminada: eso actitud

mediante lo cual el hombre se pone a si mismo

y

al mundo en

manos de Dios. Cosa que se realiza por Jesucristo: todos los

180

tud en la que se manifiesta la semejanza con Cristo sacerdote.

Precisamente esta actitud con la que el hombre, por Cristo y

con Cris to - en unión de la obla ción del cuer po del SeñorT'-,

se ofrece al Padre a si mismo y al mundo, expresa de modo

particularmente intimo y a la vez fundamental la esencia exis-

tencial de la fe. En la fe, como nos enseña el Vaticano 11, el

hombre, respondiendo a las revelaciones de si mismo por parte

de Dios, se a band ona por entero a Dios . Este abandono ,

que form a parte de la esencia misma de la fe, se realiza, por asi

decir, con mayor plenitud precisamente en la actitud derivada

de la participación en el sacerdoc io de Cristo. Esta ac titud, en

efecto, confiere a los actos de fe del cristiano la más completa

dimensión existencial.

Vale, pues, la pena de confirmar y examinar la participa-

ción en el sacerdocio de C risto y la ac titud que de ella se origi-

na, antes de proceder a la consideración del aspecto profético

y regio. Y si bien todos e stos aspectos indican la orientación

del enriquecimie nto conciliar de la fe en el cam po de las actitu-

des de todo c ristiano, sin embargo, la participación en el sacer-

docio de Cristo subraya la acti tud má s sencilla

y ,

a la vez,

ás

completa. Esta contiene la relación auténticamente cristiana

con Dios, con el misterio de la creación

y

de la redención,

visto en el modo en que la conciencia de estos misterios ha

sido presentada

y

profundizada por el Vaticano 11. En talacti-

tud se expresa además

la

vocación de la persona en su propio

núcleo existeucial, vocación de la que nos habla la constitu-

ción

Gaudium e spes.

en frase a la que hemos de referirnos

continuamente, considerándola bajo aspectos diversos y en re-

lación con varios pasajes:

.El

hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha

am ado por si misma, no puede encontrar su propia ple-

nitud si no es en la entrega sincero de sí misma a los

demás. (CM

24 .

Cuando el hombre se entrega a Dios se encuentra plena-

mente a si mismo.

  la luz de estas ideas, la actitud derivada de la participa-

ción en el sacerdocio d e Cristo se manifiesta com o una acti tud

que recoge en sí de modo especial toda la riqueza de la fe,

tanto en cuanto a su contenido como en cuanto a su obl iga-

ción subjetiva. El magisterio conciliar, que con tanta insisten-

cia dirige su atención a esta acti tud, señala también el lugar

que ocupa en la vida interior del crist iano y en la de cada

com unidad crist iana, en la qu e hay que tratar de desarrollar

bien espiritual de la Iglesia. a saber. Cristo mismo, nucs-

i

tra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los

hom bres, vivificada vivificante po r el Espíritu San to.

l

Así son ellos invitados Y conducidos a ofrecerse a si mis-

mos, sus trabajos

y

todas sus cosas en unión con El mis-

mo. (DMVS 5 .

hor bien; por el ministerio de los presbíteros se

consu ma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con

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tod a la riqueza :de la fe. Podrí am os de alguna man era decir

que la doctrina del sacerdocio de Cristo y de la part icipación

en él es el mismo corazón de las enseñanzas del Vaticano 11, y

que en ella se encierra de algún modo cuanto el Concil io que-

ría decir acerca de la Iglesia, del hombre y del mundo.

Solamente en los cim ientos de la verdad referente al sacer-

docio de Cristo, del que part icipa todo el Pueblo de Dios, se

perfila la

subordinación recíproca entre sacerdocio común

sacerdocio jerdrquico.

*El mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran

un solo cuerpo, en el que

no todos los miembros desempe-

ñan la m isma función

(Rom 12,4), de entre los mismos

fieles instituyó a algunos por ministros, que en la socie-

dad de los creyentes poseyeran la sagrada potestad del

orden para ofrecer el sacrificio

y

perdon ar los pecados, y

desempeñarán públicamente el oficio sacerdotal por los

hombres en nombre de Cristo. Así, pues, enviados los

apóstoles como El fuera enviado por su Padre, Cristo,

po r m edio de los mismos apóstoles, hizo partícipes de su

propia consagración y misión a los sucesores de aqué-

llos, qu e son los obispos, cuyo cargo ministerial, en grado

subordinado, fue encomendado a lo s presbiteros, a fin de

que, constituidos en el orden del presbiterado, fuesen co-

operadores del orden episcopal para cumplir la misión

apostólica confiada por Cristo. (DM VS 2).

.Los obispos son los principales adm inistradores de los

misterios de Dios, así como también moderadores, pro-

motores y custodios de toda la vida litúrgica en la Iglesia

qu e les ha sido confiada- ( D O 15).

*El obispo, p or e star revestido de la plenitud del sacra-

men to del orden, es el adm inistrador de la gracia del

suprem o sacerdocio , sobre todo en la Eucarist ía, que

él

mismo celebra o procura que sea celebrada,

y

mediante

la cual la Iglesia vive y crece continuamente.. C1 26).

<Ys que en la santísima Eu carist ía se contiene todo el

182

ellos, en nombre de toda la Iglesia, se ofrece incruenta y

sacramentalmente en la Eucaristia hasta que el Señor

mismo retorne. A esto t iende y en esto se consuma el

ministerio de los presbiteros. Su ministerio, que comien-

za por la predicación evangélica del sacrificio de Cristo

saca su fuerza su virtud, y tiende a qu e toda la ciudad

misma redimida, es decir, la congregación y sociedad de

l

los santos, sea ofrecida co mo sacrificio universal a Dio s

i

por m edio del Gran Sacerdote , que también se ofreció a

si mismo en la pasión po r nosotros para que fuéramos

cuerpo d e tan gran cabeza * (DM VS 2).

A la luz de los textos conciliares aqui citados, vemos clara-

mente cuál es el sentido de la subordinación recíproca entre

sacerdocio com ún y sacerdocio jerárquico en la Iglesia. Cristo

instituyó el sacerdocio jerárquico en función del com ún. Po r esta

razón, no sólo es '~erarquico .ino ministerial . y debe servir

C'ministrare ) para que el Pueblo de Dios se manrenga y des-

arrolle todo cuanto da

testimonio de la participación en el sacer-

docio de Cristo: la actitud derivada de esta participación. La

acti tud po r la que el hombre pone en manos de Dios a sí mis-

mo y al m undo , es la expresión m ás sencil la, y mas profunda a

la vez, de la fe, es el testimonio interior de la creación, de la

revelación y de la redención d ad o a Dios. El ministerio' sacer-

dotal de los obispos y presbiteros se orienta hacia esta acti tud.

Por eso el sacerdocio de los ministros y el sacerdocio de los

fieles están estrecham ente ligados a la Euc aristía, en la qu e

Cristo invita a los hombre s a ofrecerse con El a sí mismo, a

su própio trabajo y a todo lo creado (DMVS 5), y por medio

de la cual los lleva a ofrecer a Dios sacrificios espirituales

(cf. DM VS 2). En el sa nt o sacrificio de la Euca ristia -en el

qu e los sacerd otes cumplen su deber priucipal- se realiza la

l

obr a de nuestra redención (CL 2).

*El ministerio de los presb iteros, por estar unid o con el

orden episcopal, part icipa de la autoridad con que Cris-

183

13.-Renovandn en sus fu nl l

to mismo edifica, santifica y gobierna su cuerpo. Por

eso, el sacerdocio d e los presbiteros su pone, desde luego,

los sacramentos de la iniciación cristiana; sin embargo,

se confiere por aquel especial sacramento con el que los

presbíteros, por la unción del Espíritu Sa nto, qued an se-

llados con un carácter particular,

y

así se configuran con

Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en

persona de Cristo cabeza- (DMVS 2).

Cristo com o virgen casta,

y

así evocan aquel misterioso

connubio , fundado por Dios y que ha de manifestarse

plenamente en lo futuro, por el que la Iglesia tiene por

único Esposo

Cristo. Conviértense, además, en signo

vivo de aquel mundo futuro, que se hace ya presente por

la fe

y

la caridad,

y

en que los hijos de la resurrección no

tomarán, ni las mujeres marido, ni los hombres mujeres*

(DMVS 16).

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Si el ministerio sacerdotal separa en cierto sentido a obis-

pos y sacerdotes del resto de los miembros del Pueblo de Dios,

que s on tan sólo participes del sacerdocio común, en virtud de

este hecho precisamente deben ellos distinguirse por la actitud

derivada de la participación en el sacerdocio de Cristo.

«Co mo m inistros sagrados, señaladamente en el sacri-

ficio de la misa, los presbíteros representan a Cristo,

que se ofreció a sí mismo como victima por la santifica-

ción de los hombres; de ahí que se les invite a imitar lo

mismo que tratan, en el sentido de que, celebrando el

misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar

sus miembros de vicios y concupiscencias* (DMVS 13).

A decir verdad, para cumplir incesantemente esa mis-

ma voluntad del Padre en el mundo por medio de la

Iglesia, Cristo obra por sus ministros, y, por tanto, El

permanece siempre principio y fuente de la unidad de

vida de ellos. De donde se sigue que los presbíteros con-

seguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el

conocimiento de la voluntad del Padre

y

en el don de sí

mismos por el rebaño que les ha sido confiado l alma

sacerdotal se esfuerce en reproducir en

sl misma lo que se

hace en el ara

sacrificial

(DMVS 14).

La expresión de esta actitud la hallamos en el celibato:

<'Por la virginidad o celibato guard ado por am or del

reino de los cielos, se consagran los presbíteros de nueva

y

excelente manera a Cristo, se unen má s fácilmente a El

con corazón indiviso, se entregan más libremente, en

El

y

por El, al servicio de Dios

y

de los hombres, sirven

más expeditivamente a su reino

y

a la ob ra de regenera-

ción sobrenatural y se hacen más ap tos para recibir más

dilatada pate rnidad en Cristo. De este modo, pues, pro-

claman ante los hombres que quieren dedicarse indivisa-

mente a la misión q ue se les ha con fiado , a saber , la de

desposar a los fieles con un solo varón y presentarlos a

184

Estam os -como se ve- en el ám bito de los propios conte-

nidos de la fe, que han tenido enorme resonancia en la con-

ciencia de la Iglesia a lo largo del Vaticano 11, con especial

atención a la vocación

y

al estado religioso. En nuestro caso,

tales contenidos se plantean en un marco mucho más amplio,

el que determina la participación en el sacerdocio de Cristo

por parte de los m ismos sacerdotes, en su calidad de instructo-

res rectores del pueblo sacerdotal, que ofrecen el sacrificio

eucaristic o en la pers ona de Cristo (cf. CI 28). En este sacri-

ficio y, por lo tanto, en su misión, se manifiesta lo jerarquía de

los valores que debe, especialmente, imbuir la vida de los presbí-

teros, los cuales están en disoosición de enseñar a estimar los

valores hum anos y a aprecia; los bienes creados com o dones

de Dios (DM VS 17).

.Viviendo en medio del mu ndo, sepan siempre que,

según la palabra del Señor, Maestro nuestro, ellos no

son del mundo.

Usando, pues, del m undo c omo si no lo usaran, Ilega-

rán a aquella l ibertad por la que, l ibres de todo cuidado

desordenado, se tomen dóciles para oír la voz de Dios

en la vida cotidiana. De esta libertad y docilidad nace la

discreción espiritual, por la que se halla la recta actitud

ante el mundo

y

los bienes terre nos Es más, inviteselos

a qu e abracen la pobreza voluntaria, por la que se con-

forman más manifiestamente a Cristo

y

se to rnan más

pront os para el sagra do ministerio. (DM VS 17).

La actitud derivada de la participación en el sacerdocio de

Cristo une a todos los bautizados, por lo que es algo común a

todo el Pueblo de Dios. Consiste en darse a si mismos y al

mundo a Dios por medio de Cristo. Sin embargo, a quienes

han recibido el sacramento del orden, y por ello han sido lla-

mados a regir la Iglesia, se les exige un testimonio mucho más

elocuente de esta actitud, con un mayor acento en el de la jerar-

quía de los valores

y

de la perspectiva escatoldgica que el sacrifi-

cio de Cristo y su sacerdocio brindan continuamente a la historia

de la salvación:

,<Yaque todos los presbíteros cooperan en la ejecución

del designio saludable de Dios y que sólo poco a poco

se lleva a efecto To do lo cual, como quiera que está

escondido con Cristo en Dios, puede sobre todo perci-

birse por la fe.. (D MV S 22).

del Vaticano

11.

Por eso, en lo que a nosorros respecro, nuestro

propdsiro es reafirmarnos tan sólo en la relación especifica exis-

tente entre est a renovación y la participación real en el sacerd o-

cio de Cristo.

-Con razón, pues, se considera a la liturgia co mo el

ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos

sensibles significan, y ca da u no a su m anera realizan, la

santificación del hombre, y así, el Cuerpo místico de Je-

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En la participación en el sacerdocio de Cristo, común a

todos los bautizados, y en una acti tud comú n derivada de ella,

está el origen de las vocaciones sacerdorales en la Iglesia.

<<El eber d e fom entar las vocaciones afecta a toda la

comunidad crist iana, la cual ha de procurarlo ante todo

con una vida plenam ente cristiana Esta activa colabo -

ración de todo el Pueblo de Dios en el fomento de las

vocaciones respond e a la acción de la divina Providencia.

( D F S 2).

Po r consigu iente, el sacerdo te puede ser escogido de entre

los hombres (Heb

5,

l ) , puesto que to do el Pueblo de Dios es

ya sacerdo cio regio (1Pe 2,9).

b) Significado de la liturgia

'<El sacerdo te confec ciona el sacrificio eucaristico en

la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el

Pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su

sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía

y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la

oración y acción d e gracias, mediante el test imonio de

una vida santa, en la abnegación

y

caridad operante.

(CI 10).

Leemos en otr o lugar que la condición sagrada y orgánica

de la comunidad sacerdotal se realiza por medio de los sacra-

mento s y de las virtudes'' (Cl 11). De ahí se deduce que la

actitud resultante de la participación en el sacerdocio de Cristo

halla su m anifestación y se convalida no sólo en el test imonio

de la vida litúrgica, sino también en toda la moral cristiana y

en la aspiración a la santidad.

No obstante, y queriendo aprovechar el patrimonio que el

Concil io nos ofrece, queremo s prestar part icular atención a la

liturgia. Mucho se ha escrito ya a este respecto, y mucho se ha

hecho también para renovar la l i turgia, tenor de las norm as

186

sucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el

culto público íntegro.

Realmente, en esta obra tan grande, por la que Dios

es p erfectamente glorificado

y

los hombres santificados,

Cristo asocia siempre consigo a su am adisima esposa la

Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al

Padre Eterno.

Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre

presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica.

Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la perso-

na del ministro, ofreciéndose aho ra po r ministerio de

los sacerdotes lo mismo que entonces se ofreció en la

cruz , sea, sob re tod o, 'bajo las especies eucaristicas.

Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo

que cua.ndo alguien bautiza, es Cristo quien bautiza.

Está presente' en su palabra, pues cuando se lee en la

1glesia:la Sagríida Es critura, es El quien hab la. Está pre-

sente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta sal-

mos , e l mi smo aue ~ r om et i ó :

onde están dos o tre s con-

gregados en mi nombre, allf estoy yo en medio de ellos

(Mt 18,20 . (CL 7).

La co nst ituc ~ón el Vaticano 11 acerca de la sagrad a liturgia

tom a en consideración ante to do el principio

de su reno-

vación desarrollo. basánd ose en la oremisa de ou e toda cele-

~~

bración litúrgica, en cuanto obra de' Cristo sacerdote y de su

Cuerpo, que es la Iglesia, consti tuye una acción sagrada por

excelencia, y nin guna otra acción de la Iglesia, de igual titulo y

grad o, puede igualarla en eficacia (CL

7);

.Toda celebración litúrgica, po r ser ob ra de Cristo

sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción

sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo títu-

lo y en el mismo grado , no la iguala ninguna o tra acción

de la Iglesia* (CL 7).

(.No ob stante , la liturgia es la cumb re a la cual tiende la

actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de

donde mana toda su fuerza. Por tanto, de la l i turgia.

sobre todo de la Eucarist ia, mana hacia nosotros la

gracia como de su fuente'y se obtiene con la máxima

eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y

aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras

de la Iglesia tienden como a su fin,, (CI

10).

Por este motivb. el Concil io si túa entre sus proyectos y

compromisos prioritarios esta renovación de la liturgia. a fin

salmos que ca ntan, las preces, oraciones e himn os litúrgicos es-

tán penetrados de su espiritu, y de ella reciben el significado de

las acciones y los signos (CL 24).

,

<<Lascciones l itúrgicas n o s on acciones privadas, sino

celebraciones de la Iglesia ... pertenecen a todo el Cuer-

po de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada

uno de los miembros de este Cuerpo recibe un influjo

diverso según la diversidad de ó rdenes, funciones y par-

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de que todo s poda mos part icipar de ella provechosamente.

Muchas páginas de la consti tución concil iar muestran una

honda solicitud para que se realice una efectiva. consciente y

activa participación en la liturgia por parte de los fieles:

uLa sa nta mad re Iglesia desea ardientemente qu e se Ile-

ve a todos los fieles a aquella participación plena, cons-

ciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la

naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho

y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo crist iano,

l inaje escogido, sacerdocio real , nación sa nta, pueblo ad-

quirido (1Pe 2,9: cf. 2,4-5). Al reforzar y fomentar la

sagrada l i turgia hay que tener en cuenta esta plena y

activa part icipación de todo el pueblo, porque es la

fuente primaria y necesaria en la que han de beber los

fieles el espiritu verdaderam ente cristiano (CL 14).

Sigue, por lo tanto, una recomendación a los pastores de

almas para que se esfuercen en lograr esa part icipación de

los fieles por medio de una adecuada educación , y para

que ellos mismos estén impregnados ... del espiritu y de la

fuerza de la liturgia y lleguen a ser maestros (CL 14).

Se trata, pues, explícitamente -y en prime r lugar- de la

renovación y, en cierto sentido, de la formación de los pas-

tores y d e los seglares en la actitud litúrgica .

A

este pro-

pósito, el Conc ilio prevé -y la Iglesia lo está realizand o ya

sistemáticamente- un a renovación de los textos y ritos litúr-

g i c o ~ :

.En esta refo rma , los textos y los ritos se han de orde-

nar de manera que expresen con mayor claridad las co-

sas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cris-

t iano pueda comprenderlas fácilmente y part icipar en

ellas por medio de un a celebración plena, activa y comu-

nitaria (C L 21).

Los textos de la Sagrad a Escri tura son fuente de la que se

toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los

188

ticipación actual* (CL 26).

1

La Iglesia se manifiesta en la liturgia y en ella se realiza

como comunidad y como comunidad jerárquica.

( 'Siempre que los ri tos, cad a cual según su naturaleza

propia, admitan una celebración comunitaria, con asis-

I

tencia y participación activa de los fieles, incúlquese que

hay q ue preferirla, en cu anto sea posible, a un a celebra-

ción individual y casi privada. E sto vale sobre tod o para

la celebración de la misa, quedando siempre a salvo la

naturaleza pública y social de toda misa,

y

para la admi-

nistración de los sacramentos* (CL 27).

Y

en otro lugar:

*'La principal m anifestación de la Iglesia se realiza en la

part icipación plena

y

activa de to do el Pueblo santo de

Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particular-

mente en la misma Eucarist ia, en una misma oración,

junto al único altar, donde preside el obispo rodeado de

su presbiterio y ministros. (CL 41).

Podemos añadir, a tenor del pensamiento concil iar, que la

Iglesia se manifiesta entonces como sacerdocio regio , como

comunidad del Pueblo de Dios que porticipo realmente en el sa-

cerdocio de Cristo.

Por eso la preocupación de una consciente y plena partici-

pación en la liturgia y el desarro llo de una actitud litúrgica

I

es, a la vez, signo de la premura de promover esa acti tud que

debe b rotar de la p art icipación en el sacerdocio de Cristo, tan-

to de parte de los celebrantes como de parte de los fieles.

*Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura

que los cristianos no asis tan a este misterio de fe com o ex-

traños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo

bien a través de los ri tos

y

oraciones, participen cons-

ciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean

89

instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la

mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse

a si mismos al ofrecer la hostia inmaculada, no sólo por

ma nos del sacerdo te, sino juntam ente con él; se perfec-

cionen día a día por Cristo Mediador en la unión con

Dios y entre si , para que, finalmente, Dios sea todo en

todosn (CL

48).

La actitud resultan te de la participa ción en el sacerdo cio de

Cristo se expresa por la participación en los sacramentos, por

la vida sacramental. El trozo que hemos citado de la constitu-

ción sobre la sagrada l i turgia incluye todo cuanto test imonia

la profundidad característica de esta actitud, de su estrecha

relación con el proceso de la santificación del hombre.

Ello deriva del hecho de que el propio sacerdocio de Cristo

se ha realizado en la obra de la redención, por lo que todos

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Siguen las prescripciones acerca de la liturgia de la palabra,

la homilía, la oración de los fieles (CL 51; 52)

y

el estímulo a

la com unión sacram ental: Se recomienda especialmente la

participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que

los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del

mism o sacrificio el cuerp o del Seño r (CL 55). Vienen despu és

las norm as referentes a la com unión bajo las dos especies

y

la

concelebración (cf. CL 55; 56).

Los pastores de almas fomenten con dil igencia

y

pa-

ciencia la educación litúrgica y la participación activa de

los fieles, interna y e xterna, conforme a su edad, condi-

ción, género de vida

y

grado de cultura rel igiosa, cum-

pliendo así una de las funciones principales del fiel dis-

pensador de los misterios de Dios,

y

en este punto guíen

a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el

ejemplo. (CL 19).

Los cristianos ejercen su sacerdo cio regio -como enseña la

constitución Lumen gentium en el texto que hemos citado vo-

rias veces (cf. CI 10)- mediante la participación en los sacra-

mentos.

(<Los acrame ntos están ordenad os a la santificación de

los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo

y,

en

definit iva, a da r culto a Dios; pero en c uan to signos,

también t ienen un fin pedagógico. No sólo suponen la

fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la

expresan po r medio de palabras y cosas; por esto se Ila-

man sacramentos de la fe. Confieren, ciertamente, la

gracia, pero también su celebración prepara perfecta-

mente a los fieles para recibir con fruto la misma gracia,

rendir el culto a Dios y practicar la caridad. Por consi-

guiente, es d e suma importancia que los fieles compren-

dan fácilmente los signos sacramentales y reciban con la

mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han

sido insti tuidos p ara a ume ntar la vida crist ianan (CL 59).

190

aquellos que realmente participan de él recogen el fruto de esta

obra: la santificación. La participación en el sacerdocio de

Cristo a través de los sacramentos de la Iglesia tiene esta fina-

lidad tiene este efecto . Así nos lo ensefia al respec to el

Concilio.

<.Los fieles, inc orpo rado s a la Iglesia por el bautismo,

queda n destinados p or el carácter al culto de la rel igión

cristiana,

y,

regenerados com o hijos de Dios, están obli-

gados a confesar delante de los hombres la fe que reci-

bieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de

la confirmación se vinculan más estrechamente a la Igle-

sia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu

Santo,

y

con ello quedan obligados más estrictamente a

difundir

y

defender la fe, como verdaderos test igos de

Cristo, por la palabra junto con las obras. Part icipando

del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida

cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a

si mismos juntamente con ella.

Y

así, sea por la oblación

o sea por la sagrada comunión, todos t ienen en la cele-

bración l i túrgica una parte propia, no confusamente,

s ino cada uno de modo dis t into. Más aún, confor tados

con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucaristi-

ca, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo

de Dios, significada con propiedad

y

maravillosamente

realizada por este angustísimo sacramento.

Quienes se acercan al

sacramento de la penitencia

ob-

tienen de la misericordia de D ios el perdón de la ofensa

hecha a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Igle-

sia, a la que hirieron pecando,

y

que colabora a su con-

versión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones.

Con la unción de los enfermos la oración de los presbi-

teros, tod a la Iglesia encom ienda los enfermos al Señor,

paciente y glorificado, para que los alivie y los salve (cf.

Sant 5,14-16), e incluso les exhorta a que, asociándose

voluntariamente a la pasión

y

muerte de Cristo (cf. Rom

191

8.17: Col 1,24; 2Tim 2 ,ll-1 2; IPe 4,13), con tribu yan así

al bien del Pueblo de Dios.

su vez, aquellos de entre los fieles que están sellados

con el orden sagrado son destinados a apacen tar la Igle-

sia por la palabra y gracia de Dios, en no mbre d e Cristo.

Finalmente, los cónyuges cristianos, en virtud del sacra-

mento del matrimonio, po r el que significan y part icipan

el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la

Iglesia (cf. Ef 5,32), se ayuda n m utu am ente a santificarse

tencia contribuye de maneia extraordinaria a fomentar

la vida cristiana. (D O 30 .

La meta de la renovación litúrgica señalad a por el Conci-

lio, meta que subraya la exigencia de una participación cons-

ciente plena de los fieles. ilumina claramente lo que la teología

de los sacramentos define como opus operantis . Los sacra-

men tos no sólo confieren la gracia. sino que su propia cele-

bración dispone excelentemente a los fieles a recibirla con fru-

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en la vida conyugal y en la procreación y educación de

la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del

Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida. De este

consorcio procede la familia, en la que nacen nuevos

ciudadanos de la sociedad humana, quienes, por la gra-

cia del Espíritu San to, quedan con sti tuid osen el bautis-

mo hijos de Dios, que perpe tuarán a través del t iempo el

Pueb lo de Dios. (C I 11).

La exposición de la doctrina de los sacramentos contenida

en la constitución Lumen genrium pone de relieve su significa-

d o santificante y comunitario . Uno y otro provienen de esa

participación en el sacerdocio de Cristo en la que toma p arte

todo el Pueblo de Dios. Fortalecidos con tantos y tan pode-

rosos m edios de salvación, todo s los fieles de cualquier condi-

ción y estado son l lamado s por el Sefior, cada uno por su cami-

no, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto

el mism o Padre (CI 11). La actitud que brota de la participa-

ción en el sacerdocio de Cristo es esencialmente acti tud de los

crist ianos que t ienden a la santidad. En esta tendencia a la

santidad part icipa la persona en la comunidad de la Iglesia.

Por eso el Vaticano 11 exhorta a los obispos sacerdotes,

com o pastores qu e presiden la comunida d, a preocuparse de la

santificacibn (munus sanctificandi).

Acerca de los obispos habla com o de quienes están encar-

gados d e perfeccionar su grey (D O 15), y luego pasa a sus

colaboradores , enseñándonos que

<<E nl cumplimiento d e la ob ra de santificación, procu-

ren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarís-

t ico sea centro

y

culminación de toda la vida de la co-

munidad crist iana, y t rabajen igualmente por que los

fieles se apacienten del pasto espiri tual por medio de la

devota y frecuente recepción de los sacramentos y por la

consciente

y

activa participación en la liturgia. Recuer-

den también los párrocos que el sacramento de la peni-

192

to, a ho nra r a Dios debida men te y a ejercer la caridad . tal

como leemos en la consti tución sobre la sagrada l i turgia.

.Por consiguiente, es de sum a impo rtancia qu e los fie-

les comprendan fácilmente los signos sacramentales y re-

ciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacra-

mentos que han sido insti tuidos para al imentar la vida

cristiana. (CL 59).

En esta dirección se orientan también las normas que el

Vaticano 11 ha dictado respecto a la liturgia de los respectivos

sacramentos y a la necesidad de su renovación. Digase lo mis-

mo a propósi to de las normas sobre la l i turgia de los

sacramentales:

<'La l i turgia d e los sacram entos y d e los sacramentales

hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los ac-

tos de la vida sean santificados por la gracia divina, que

emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resu-

rrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sa-

cramentales reciben su poder, y hace también que el uso

honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la

santificación del ho mbre y a la alabanza de 'Dios>%

(CL 61).

Part icularmente exhorta:

*El rito de las exequias debe expresar más claramente

el sent ido pascual de la muerte cristiana. (CL 81).

La consti tución propo ne asimismo que se revisen los su-

cramentules teniendo en cuenta la norma fundamental de la

participación consciente, activa

y

fácil de los fieles y atendie n-

d o a las necesidades de nuestros t iempos (CL 79). Prevé tam-

bién la posibil idad d e que ciertos sacramentales, al menos en

circunstancias particulares y a juicio del ordinario, pued an ser

adm inistr ado s po r seglares cualificados'' (CL 79).

El sacerdocio de Cristo se manifiesta en toda su plenitud

en el misterio pascual. En este misterio Cristo se da a si mismo

193

en el sacrificio de la redención, que es la fuente inagotable de

la santificación del hombre. El cristiano se hace con esta fuen-

te mediante los sacramentos, con los que, a la vez, realiza y

expresa su propia participación en el sacerdocio de Cristo. La

liturgia hace posible esta realización

y

expresión, porque reúne

en si misma realidad (res) y signo (sacramentum). La realidady

los signos sacramentales, empapando la vida cristiana, alcanzan

el desarrollo de la participación en el sacerdocio de Cristo.

A un

auténtico desarrollo de esta part icipación ha de corresponder

La constitución sobre la sagrada liturgia da especial impor-

tancia al breviario como oración oficial

e

la Iglesia, oración

en la qu e expre sa el oficio sacerdotal , mientras que la parti-

cipación en el sacerdocio común e Cristo encuentra su expre-

sión en cualquier clase de oración elevada por el Pueblo de

Dios. Tod a oración contiene un determ inado don de si y de las

criaturas al Padre, mediante Cristo.

<<Conod o -leemos en la constitució n conciliar sobr e

la sagr ada liturgia-, la participació n en la sag rada litur-

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una acti tud ade cuada. Por eso, la consti tución concil iar sobre

la sagrada liturgia subraya entre otras cosas la importancia del

opus operantis .

.,Mas, para asegurar esta plena eficacia, es necesario

que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta

disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia

con su voz y colaboren con la gracia divina, para no

recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas

deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se

observen las leyes relativas a la celebración válida y lici-

ta, sino también para que los fieles participen en ella

consciente, activa y fructuosamenten (CL 11).

La penetración del sacerdocio de Cristo en la vida de los

cristianos se expresa -como enseña la constitució n Lumen

gentium- con la orac ión y la acción de gracias (CI 10).

Porque:

<<El umo Sa cerdote de la nueva y eterna Alianza, Cris-

to Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en

este exil io terrestre aquel himno que se c anta perpetua-

mente en las moradas celestiales. El mismo une a sí la

com unidad e ntera de los hombres y la asocia al canto de

este divino himno de alabanza. Porque esta función sa-

cerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar

alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el

mundo no sólo celebrando la Eucarist ía, sino también

de otras maneras, principalmente recitando el oficio di-

vino. (CL 83).

-Por tanto, todos aquellos que ejercen esta función,

por una parte, cumplen la obligación de la Iglesia, y por

otra , part icipan del al t ísimo ho nor d e la Esposa de Cris-

to, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono

en nomb re de la madre Iglesia. (CL

85).

gia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cris-

t iano, l lamado a o rar en com ún, debe, no obstante, en-

trar también en su cuarto para orar al Padre en secreto;

más a ún, debe ora r sin tregua, según enseña el Apóstol .

Y

el mismo a póstol no s exho rta a l levar siempre la mor-

t ificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también

su vida se manifieste en nuestra carne mortal. Por esta

causa pedimos al Señor en el sacrificio de la misa que,

recibida la ofrenda de la víctima espiritual , haga de

nosotros mismos una ofrenda eterna para si. (CL

12).

Con la misma urgencia con la que el Vaticano 11 prom ueve

la renovación de la liturgia, subraya tam bién qu e ésta no debe

convertirse en un fin en si misma. L a liturgia (...)es la fuente

primera e indispensable en la que los fieles pueden beber el

genu ino espíritu cristiano (CL 14). Así es co mo se debe en-

tender el significado de la liturgia y en este sentido realizar la

obra de su renovación.

-Porque la l iturgia consta de una parte que es inmuta-

ble, por ser de institución divina, y de otras partes suje-

tas a camb io, que en el decurso del t iempo pueden y aun

deben variar, si es que en ellas se han introducido ele-

mentos que no responden bien a la naturaleza intima de

la misma l i turgia o han l legado a ser menos apropiado s*

(CL 21).

El plan d e renovación de la liturgia está idead o de tal for-

ma que realice plenamente su fin. La liturgia lo realiza, bien

med iante el ciclo del año litúrgico, bien a través de la música y

el arte sagrados, intimaniente vinculados a ella. El año litúrgi-

co nos permite vivir los misterios de la redención de algún

modo presentes en todos los t iempos, a fin de que los fieles

puedan contactar con la gracia de la salvación y l lenarse de

ella (CL 102). El Vaticano 11, qu e da al respecto disposicio-

nes fundamentales, lo hace también acerca de la música y del

ar te sagrado:

195

  El arte rel igioso, y su cum bre. que es el arte sacro, por

su naturaleza, están relacionados con la infinita belleza

de Dios, que intentan expresar de alguna manera por

medio de obras humanas .

Y

tanto más pueden dedicarse

a Dios y contribuir a su alabanza y a su gloria cuanto

más le jos es tán de todo propósi to que no sea colaborar

lo más posible con sus obras para orientar santamente

los hombres hacia Dios,, (CL 122).

tiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los

santos (Jds

3) ,

penetra más profundamente en el la con

juicio certero le da más plena aplicación en la vida,

guiado en todo por el sagrado magisterio, sometiéndose

al cual no acepta ya una palabra de hombre, sino la

verdadera palabra de Dios (cf. lTes 2,13)m (CI 12).

El Vatican o pone claram ente la participac ión en la mi-

sión profética de Cristo y la condición profética del test imonio

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Munus propheticum: Responsabilidad respecto a la palabra

de Dios

Hemos de poner ahora de rel ieve la acti tud que en la doc-

trina del Vaticano 11 se deriva de la participación en el

munus

propheticum de C risto: munus, como ya hemos aclarado, quiere

decir ministerio y, a la vez, fuerza para realizarlo. Cristo ha

consumado su misión profética: era el Verbo encarnado,

y

en

lenguaje hu ma no expresó la verdad divina. En esta misión par-

ticipa la Iglesia como Pueblo de Dios. La conciencia de la

participación en la misión de Cristo profeta tiene un significa-

do inmenso para el enriquecimiento de la fe, no sólo por lo

que respecta al contenido , sino también por lo que se refiere a

la acti tud. En cabeza hay q ue si tuar la responsabil idad respec-

to a la palabra de Dios confiada a la Iglesia. También el Con-

cilio resalta especialmente esta actitu d. Profeta es aquel que

habla en nombre de Dios ; el que conoce la verdad contenida

en la palabra de Dios. la lleva consigo, la transmite a los demás

y

la custodia como su patrimonio más precioso.

«El Pueblo santo de Dios part icipa también de la fun-

ción profética de Cristo, difundiendo su tst imonio vivo,

sobre todo, con la vida de fe y caridad, y ofreciendo a

Dios el sacrificio de alab anza, qu e es fruto de los labios

que confiesan su nombre (cf. Heb 13,15). La total idad

de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. IJn 2.20

y 27). no puede equivocarse cuan do cree, y esta prerro-

gativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido

sobren atural de la fe de todo el pueblo cuando , desde

los obispos hasta los Últimos fieles laicos», presta su

consentimiento universal en las cosas de fe y costum-

bres. Co n este sentido de la fe, que el Espiri tu de verdad

suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefec-

196

cristiano al lado de la actitud derivada de la participación en el

sacerdocio de C risto. Siendo, com o es, esta condición diferen-

te, como lo es la acti tud, merece por el lo un análisis aparte.

Parece que lo esencial aquí es ese sentid o de la fe del que el

Vaticano 11 dice que ha sido suscitado y resucitado por el

Espíritu de verda d (ve, pues, en él un fruto directo y auténti-

co de la gracia) que se manifiesta a través del universal

consenso (del Pueblo de Dios) en cuestiones de fe y de moral

(por lo qu e alcanza a la dimensión de la comun idad de la Igle-

sia y la determ ina). Este conse nso -según la doctrin a del

Concilio- no tiene un carác ter estático, sino dinámico , es de-

cir , acoge n o la palabra de los hombres, sino, com o es en

realidad, la palabra de Dios (1Tes 2,13) y adem ás se adhiere

indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a

los santos, penetra má s profunda mente e n el la con juicio certe-

ro y le da más amplia aplicación en la vida (CI 12). Hallam os

aquí una nueva confirmación a favor del enriquecimiento de la

fe, que hemos asumido como pieza clave y fundamento de la

actuación del Concilio. La fe, con su carácter esencialmente

sobrenatural , acoge en sí toda la estructura dinámica de la

conciencia humana, la penetra y se expresa por ella. Elsentido

profé tico de la actitud de testimonio cristiano tiene su quid en

el seniido de responsabilidad para con el don de la verdad contc-

nido en la revelacidn.

Esto precisamente se expresa a través del

sentido de la fe, y es además determinante para la armonia

entre el sentido de la fe y la acción del M agisterio de la Iglesia;

es una manifestación de la propia responsabil idd para con la

verdad de Dios, d e la part icipación en el munuspropheticum de

Cristo.

Tratemos de considerar todo esto en la sucesión sugerida

por el texto ci tado por la consti tución Lumen genrium: par-

t iendo, pues, de ese sentido universal de la fe que le es propio

a todo el Pueblo de Dios, para después pasar a considerar el

magisterio que presupone ese sentido universal de la fe y, por

asi decir , lo condiciona: lo condiciona con su autoridad. La

enseñanza de /a Iglesia es también una potestad determinada.

que los apóstoles han recibido directamente de Cristo.

.Para qu e este Evangelio se conse rvara siempre vivo

y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron com o su-

cesores a los obisp os, dejándoles su carg o en el magis-

terio . (CR 7).

Gracias a esto:

-La Iglesia, con su enseñanza, su vida, su culto, conser-

y en la esperanza, aprovechan el tiempo presente (Ef

5,16; Col 4.5) y esperan con paciencia la gloria futura

(cf. Rom 8,25). Pero no escondan esta esperanza en el

interior de su alma, antes bien manifiéstenla incluso a

través de las estructuras d e la vida secular, en u na cons-

tante renovación y en un forcejeo con los dominadores de

este mundo tenebroso contra los esplritus malignos (Ef

6.12).

~ - ~

Los laicos quedan constituidos

y

poderosos pregoneros

de la fe en las cosas que esperamos (cf. Heb 11,l)

cuando

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va y transmite a toda s las edades lo que es y lo que cree,,

(CR 8).

«La Tradición y la Escri tura consti tuyen el depósito sa-

grad o de la p alabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a

dicho depósito, el pueblo crist iano entero, unido a sus

pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y

en la unión, en la eucaristía y la oración (cf. Act

2,42,gr.), y así

se realiza una maravillosa concordia de

pastores y fieles en conservar practicar

y

profesar la fe

recibida.

El oficio de interp retar auténticamente la pala-

bra de Dios, oral o escri ta, ha sido encome ndado única-

mente al magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en

nombre de Jesucristo.

Pero el magisterio no está por enci-

ma de la palabra d e Dios sino a su servicio

para enseñar

puramente lo transmitido, pues por mandato divino y

con la asistencia del Espíri tu Santo, lo escucha devota-

mente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente;

de es te depósi to de la fe saca todo lo que propone como

revelado por Dio s para ser creído. (CL

10).

La unanim idad de prelados y fieles en m antener, practicar

y profesar la fe transmitida está, por lo tanto, garantizada

y,

a la vez, condicionada, bien por el sentido sobrenatural de la

fe de todo el Pueblo de Dios, bien por el Magisterio de la

Iglesia. A través de u no y otr o se realiza el

munuspropheticum:

.Cristo, el gran Profeta ...,cumple s u m isión profética

hasta la plena m anifestación de la gloria, no sólo a tra-

vés de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su

poder, sino también por medio de los laicos, a quienes,

consiguientemente, consti tuye en test igos y les dota del

sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Act

2,17-18; A p 19,lO) para qu e la virtud del Evan gelio brille

en la vida diaria, familiar y social. Se manifiestan como

hijos de la promesa en la medida en que, fuertes en la fe

198

sin

vacilaicón unen a la vida según la fe la pro fes dn de

esa fe.

Tal evangelización, es decir, el anunc io de C risto

pregonado por el test imonio de la vida y por la palabra,

adqu iere una cara cteristica específica y una eficaciasingu-

lar po r el hecho de q ue se l leva a cabo en las condiciones

comunes del mundo. (CI 35).

continuación, la constitución

Lumen gentium

pone de re-

lieve el carácter profético de la vida matrimonial y familiar:

.<La familia crist iana proclama en voz muy alta tan to

las presentes virtudes del reino de D ios com o la esperan-

¡

za de la vida bienaventurada. De tal manera, con su

ejemplo

y

su test imonio arguye al mundo de pecado e

i lumina a los que buscan la verdad. -C o m o par tic ipes

del munus prophericum de Cristo-, los laicos, po r consi-

guiente, incluso cuando están ocupados en los cuidados

temporales, pueden y deben desplegar una actividad

muy valiosa en orden a la evangelización del mundo;

-por ello-, aplíque nse a un cono cimien to más profun -

d o de la verdad revelada y pidan a D ios con instancia el

don de la sabiduría* (CI 35).

La responsabil idad para con la verdad divina y la condi-

ción profética del testimonio cristiano hallan su expresión par-

ticular en la vida religiosa:

El estado religioso, que, a los que

lo abra zan, los hace más l ibres de los cuidados terrenales, pre-

senta por su parte a todos los creyentes los bienes celestiales

presentes en este mund o; ...) el estad o religioso imita más fiel-

mente y representa ininterrumpidamente en la Iglesia la forma

de vida que el Hijo de Dios abrazó cuando vino a este mundo

para hacer la voluntad del Padre y propu so a los discípulos

que le seguían (CI

44).

En la vida y el ministerio de los sacerdotes, la responsabili-

dad respecto al don de la verdad divina contenida en la revela-

199

I4.-Renovoci6n

en

su u nr s

ción va ligada no só lo al deber de profesar la fe, sino, de modo

especial, a la misión de predicar. que le es propia.

El Pueblo de Dios se congrega primeramente por la

palabra de Dios vivo, que con to da razón es buscada en

la boca de los sacerdotes. En efecto, como quiera que

nadie puede salvarse si antes no creyere, los presbiteros,

como cooperadores que son de los obispos, t ienen por

deber primero el de anunciar a todos el Evangelio de

Co mo verificación particular de la autenticidad eficacia

de la palabra proclamada, el Coiicilio señala la participación

en la Eucaristia, que se presenta como fuente culminación

de toda la evangelización, y asi como los catecúmenos son in-

troducidos paulatinamente en la participación de la Eucaristia,

los fieles, signados ya por el sagrado bautismo y la confirma-

ción, están plenamente insertos en el Cuerpo de Cristo por

medio de la Eucaristia (DM VS 5 . La palabra de Dios, trans-

mitida po r los sacerdotes, alcanza su eficacia total cuan do da

como fruto una viva participación en la Eucaristia.

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Dios, de forma que, cumpliendo el mandato del Señor:

marchad por el mundo entero y llevar la buena nueva a

roda criatura

(Mc 16,15 , formen y acrecienten el Pueblo

de D ios. Porq ue la p alabr a de salvación se suscita en el

corazón de los qu e no creen y se nutre en el corazón de

los fieles la fe, con la que empieza y se acrecienta la

congregación d e los fieles, según aquello del Apóstol:

La

fe viene de la audición; la audición emp ero por la palabra

de Cristo

(Rom 10,17 . A todo s, pues, se deben los presbi-

teros para comunicarles la verdad del Evangelio, de que

gozan en el Seíior. Ora, pues, con su buena conducta

entre los gentiles, los induzcan a glorificar a Dios, ora

públicamente predicando anuncien el misterio de Cristo a

los que no creen; ya enseñen la catequesis cristiana o

expliquen la doctrina de la Iglesia, ya se esfuercen en

estudiar las cuestiones de su tiempo a la luz de Cristo, su

misión es siempre, n o enseñar su propia sabiduria, sino la

Palabra de Dios, e invitar a todos instantemente a la

conversión y santidad,, (DMVS 4 .

Aqui se pone muy de relieve la responsabilidd respecto a la

palabra de Dios. Si el Concilio lo ha subrayado ya en los

documentos dedicados a la vida de los seglares, es más com-

prensible aún que lo haya hecho hablan do de la vida de la

actividad de qu ienes tienen el deber de proclamar la pala bra. El

Vaticano 11 tiene puestos los ojos no sólo en su autenticidad,

sino también en su eficacia en la predicación sacerdotal.

«Ahora bien, la predicación sacerdotal, que en las cir-

cunstancias actuales del mundo resulta no raras veces

dificilisima, para que mejor mueva a las almas de los

oyentes no debe exponer la palab ra de Dios sólo de

mod o general y abstracto, sino aplicar a las circunstan-

cias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio.

(DMVS

4 .

El sentido de responsabilidad hacia la palabra de Dios, es-

trechamente vinculado al sentido dc la fe en toda la Iglesia, se

manifiesta de diversas formas en los seglares, los religiosos y

los sacerdotes. En cada una dc estas formas se expresa la acti-

tud derivada de la participación en el munus propheticum de

Cristo. Sea cual.f uere es taf or m a encuentra su punto de apoyo

en la infalibilidad de que ha dotado Cristo a su Iglesia. El Vati-

cano 11 recuerda a este respccto la doctrina del Concilio

anterior:

<<E sta nfalibilidad q ue el divino R eden tor quiso que

tuviese su Iglesia cuando define la doctrina de fe y cos-

tumbres, se extiende a tanto cuan to abarca el depósito de

la Revelación, que debe ser custodiado santamente y ex-

presado con fidelidad. El Romano Pontifice, Cabeza del

Colegio episcopal, goza de esta misma infalibilidad en

razón de su oficio cuando, com o supremo pastor y doc-

tor de todos los fieles, que confirma en la fe a sus her-

manos (cf. Lc 22,32 , proclama de una forma definit iva

la doctri na de fe y costumb res La infalibilidad prome-

tida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los obis-

pos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el

sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede fal-

tar el asenso de la Iglesia por la acción del mismo Espiri-

tu S anto, en virtud de la cual la grey toda de Cristo se

mantiene y progresa en la unidad de la fe. (CI

25 .

También la naturaleza de la infalibilidad propia del sucesor

de S an Pe dro la explica el Vaticano 11 apoyánd ose en la doc-

trina del Concilio anterior:

-Por esto se afirma, con razón, que sus definiciones son

irreformables por si mismas, y no por el consentimiento

de la Iglesia, por haber sido proclamadas bajo la asisten-

cia del Espiritu Santo, prometida a él en la persona de

San Pedro, y no necesitar de ninguna aprobación de

otros ni adm itir tampoco ap elación a otro tribunal. Por-

que en esos casos, el Romano Pontifice no da una sen-

tencia como persona privada, sino que, en calidad de

maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singu-

larmen te reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia

misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica,,

(Ci 25).

Todo el Pueblo de Dios se ha hecho

y

sigue haciéndose ininte-

rrumpidamente participe de la misión profético de Cristo. Está

en el munur propherirum d e c r i i t o y rr el scnti do de In IC.

inherente a tal munus. Esta participacióii, prccisonieiitr, es eii

este caso p rimaria y fund amen tal: Cristo, como profeta. quiere

que su Iglesia sea asid ua en escu char las

enseñanzas

de los

apóstoles (Act

2.42)

y quiere que goce indefectiblemente del

don de la verdad contenida en la Revelación. Por eso ha dot;t-

do del carisma de la infalibilidad en la doctrina al Colegio

episcopal con el sucesor de San Pedro a la cabeza. y al propio

sucesor de Pedro en part icular. La obediencia de cada uno de

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claro que tal participación va vinculada a la responsabilidad res-

pecto a la verdad que Cris to profeta ha anunciado. El carisma de

la infalibilidad es su expresión.

<<Perol Magisterio no está por encima de la palabra de

Dios, sino a su servicio. (CR 10).

<<M as uan do el R oma no Pontífice, o el Cuerp o de los

obispos juntamente con 61, definen u na doctrina, lo ha-

cen siempre de acuerdo con la misma revelación, a la

cual deben atenerse y conformarse todos, y la cual es

íntegramente transmitida por escri to o por tradición a

través de la sucesión legitima de los obispos, y especial-

mente p or cuid ado del mismo Ro man o Pontifice, y, bajo

la luz del Espíri tu de verdad, es santam ente conservada

y fielmen te expuesta en la Iglesia. El Roma no Pon tifice y

los obispos, por razón de su oficio y la importancia del

asunto, trabajan celosamente con los medios oportunos

para investigar adecuadamente y para proponer de una

manera apta esta revelación.

Aunque cada uno de los prelados no goce por si de la

prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando,

aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el

vinculo de co mun ión entre si y con el sucesor de Pedro,

ensefiando auténticamente en materia de fe y costum-

bres, convienen en qu e una do ctrina ha de ser tenida

com o definit iva, en ese caso pro ponen infaliblemente la

doctrina de Cristo. Pero todo esto se realiza con mayor

claridad cuando, reunidos en concil io ecuménico, son

para la Iglesia universal los maes tros y jueces de la fe y

costumbres, a cuyas definiciones hay que adherirse con

la sumisión de la

fe. (C I 25).

El Vatican o 11 nos perm ite com prend er mejor la doctrina

de la infalibilidad , asi co mo la institución de la infalibili-

dad en la Iglesia, con el trasfondo de la participación universal

los discípulos de Cristo hacia el supremo magisterio en lo 1,qle-

sia es la expresión de la responsabilidad para con la palabra

de Dios, para con el don de la verdad transmitida en la Revela-

ción. El elemento de responsabilidad da a la obediencia en la

fe un significado de acritud activo y comprometido. Es muy sig-

nificativo el hecho de que el Concilio no haya vuelto a repetir

la tradicional distinción entre Iglesia docente o Iglesia discen-

te. Evidentemente, ha que rido excluir una toma

e

conciencia

insuficiente con respecto a la participación universal en el mu-

nus propheticum de Cristo.

Entre los principales oficios de los obispos se destaca

la predicación del Evangelio. Porque los obispos son los

pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para

Cristo

y

son los maestros auténticos, o sea, los que están

dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pue-

blo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser

creida y ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la

luz del Espíri tu Sa nto, extrayendo del tesoro de la Reve-

lación co sas nuev as y viejas (cf. Mt

13,52), la hacen fruc-

tificar y con vigilancia apartan de su grey los errores que

la amenazan (cf. 2Tim 4,l-4). Los obispos, cuan do ense-

ñan en comunión con el Romano Pontifice, deben ser

respetados po r todo s com o testigos de la verdad divina y

católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y cos-

tumbres, deben aceptar el juicio de su obispo dado en

nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso

respeto. Este obsequio religioso de la voluntad del en-

tendimiento, de modo part icular ha de ser prestado al

magisterio auténtico del Romano Pontifice, aun cuando

no hable

ex cathedra,

(CI 25).

La responsabilidad con respecto a la verdad de Dios dada en

don a la Iglesia con la Revelación, se expresa no sólo en su

diligente preservación del error, sino también en todo el rico

proceso vital a través del cual la palabra de Dios se hace operan-

203

te en la Iglesia. Hemos, ante todo, aquí, de acudir a la consti-

tución

Dei Verbum

en la que hallamos gran número de enun-

ciaciones al respecto.

<'La Iglesia, esposa de la Palabra he cha carne, instru ida

por el Espíritu S anto , procura comprender ca da vez más

profundamente la Escri tura para al imentar constante-

mente a sus hijos con la palabra de Dios. (CR 23).

-Y s tan grande el poder y la fuerza de la palabra de

Dios, q ue consti tuye sustento y vigor de la Iglesia, f irme-

Todo el conjunto de problemas de la renovación l i túrgica,

del que ya hemos tratado, debe examinarse no sólo desde el

punto de vista de la part icipación en el sacerdocio de Cristo,

sino también desd e el ángulo pro fktico que la constitución so -

bre la liturgia pone de relieve,

uniendo la mesa del cuerpo del

Señor con la de la palabra de Dios como hacían ya los testigos

de la tradición antigua.

%A unqu e la sagrad a l i turgia sea principalmente culto

de la divina Majestad, contiene también una gran ins-

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za de fe par a sus hijos, al imento del alma, fuente l ímpida

y perenne de la vida espiritual. (CR 21).

Por eso:

.'La Iglesia siempre ha venerad o la Sagrad a Escritura,

como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo, pues, sobre

todo en la sagrada l i turgia, nunca ha cesado de tomar y

repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de

la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo (CR 21).

, Y como la vida de la Iglesia se desarrolla por la par-

ticipación asidua del misterio eucarístico, así es de espe-

rar qu e recibirá nuevo impulso de vida espiri tual con la

redoblada devoción a la palabra de Dios, que dura para

siempre

(1s 40,8; IP e 1,23-25). (CR 26).

El Vaticano II sub raya que, en los libros sagrad os, el

Pa-

dre, qu e está en los cielos, sale lleno de amo r al encuentro de

sus hijos

y

conv ersa con ellos (CR 21).

<<Recuerden ue a la lectura de la Sagrada Escri tura

debe acompañar la oración, para que se realice el diálo-

go de Dios con el hom bre, pues a Dios hablamos cuan-

d o oramos, a D ios escuchamos cuando leemos sus pala-

bras . (CR 25).

En estos textos, el Concilia demuestra cuán alta estima tiene

del diálogo de la salvación a travé s del cual la palabra de Dios

vive en los corazones de los hombres

y en quk gran med ida el

tesoro d e la Revelación co nfiado a la Iglesia sacia cada vez

más el corazón humano (CR 26).

Viva resonancia de estos enunciados la hallamos en la

consti tución acerca de la sagrada l i turgia:

<.A fin de que la mesa de la palab ra de Dios se prepare

con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor

amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un

periodo determinado de años, se lean al pueblo las par-

tes más significativas de la Sagra da Escritu ra (CL 51).

204

trucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia

Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el

Evangelio. Y el pueblo responde a D ios con el canto y la

oración Por tanto, no sólo cua ndo se lee lo que se ha

escrito para nuestra enseñanza (Rom 15,4), sino también

cua ndo la Iglesia ora, canta o actú a, la fe de los asisten-

tes se alimen ta, sus almas se elevan hacia Dios a fin de

tributarle un culto racional

y

recibir su gracia con m ayor

abundancia. (CL 33).

La palabra de Dios vive en la Iglesia a través de la predica-

ción, que pertenece al oficio episcopal y a sus cooperadores

sacerdotes. D e ello se ha h ablado ya. El anuncio de la palabra

de Dios le vale a la Iglesia para llevar a cabo su misión tanto

dentro com o fuera .

-Dondequiera que Dios abre la puer ta de la palabra

para anunc iar el misterio de Cristo a todos los hombres,

confiada y constantemente hay que anunciar al Dios

vivo

y

a Jesucristo, enviado por El para salvar a todos, a

fin de que los no cristianos, bajo la acción del Espíritu

Santo que abre sus corazones, creyendo se conviertan

libremente al Señ or

y

se unan a El con sinceridad, quien,

por ser camino verdad vida (Jn 14,6), colma tod as sus

exigencias espirituales, m ás aú n, las colma infinitamente

( D M 13 .

Esto es lo que leemos en el decreto Ad gentes. dedicado a la

actividad misionera d e la Iglesia. El anu ncio del Evangelio

debe servir para la convers ión, y ésta , a su vez d o m o enseña

el decreto-, es siempre un cierto extenderse de la Iglesia tan to

ad extra c o m o ad intra.

La responsabil idad con respecto a la palabra de Dios, a la

verdad revelada, ha imbuido siempre y formado la actividad

científica de la Iglesia. Esta activida d com prend e la teologia, la

filosofia y las demás ciencras, a la vez que abraza una amplia

205

corriente de la actividad cognoscitiva y entra de forma particu-

lar en la formación sacerdotal, a la que el Concilio ha dedica-

do un decreto. Allí , entre otras cosas, leemos:

*'Lo primero a que hay que atender en la revisión de

los estudios eclesiásticos es a que el conjunto de las dis-

ciplinas filosóficas y teológicas se articule mejor y a que

todas ellas concurran armoniosamente a abrir cada vez

más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cris-

to, que afecta a toda la historia de la human idad, influye

alcance

y,

tenicndo en cuenta con esmero las investiga-

ciones más recientes del progreso contemporáneo, se

perciba con profundidad m ayor cóm o la fe y la razón

r

t ienden a la misma verda d. Una co mo presencia pública,

estable y universal del pensamiento cristiano en todo el

afán por promo ver la cultura superior, debe form ar

hombres de auténtico prestigio por su doctrina, prepara-

dos para desempeñar las funciones más importantes en

la sociedad test imoniar su fe ante el mun do, esto es,

part icipes maduros del

munus propheticum,,

(DEC 10).

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constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo p or obra

del m inisterio sace rdotal>> DF S 14).

El decreto sobre la formación sacerdotal da una serie de

indicaciones respecto al e .~tu dio e las diversas ramas de la cien-

cia eclesiástica. Subraya, sin embargo, el aspecto subjetivo de

la educación:

<<Elmismo modo de enseñanza debe suscitar en los

alumn os el am or a la verdad, la cual ha de ser rigurosa-

mente buscada, observada

y

demostrada, reconociendo

al mismo tiempo con honradez los l ímites del conoci-

miento hu ma no. Préstese gran atención a la relación que

une la fi losofía y los verdaderos problemas de la vida,

asi com o las cuestiones que más preocupan los alum-

nos. Estos han de ser también ayudados a percibir el

nexo que existe entre los argumentos fi losóficos y los

misterios de la salvación, que la teología considera a la

luz sup erior de la fe. (D FS 15).

La participación en el munus propheticum de Cri sto

y

la

índole profética del testim onio cristiano,

quc se manifiesta en la

responsabilidad con relación a la verdad revelada,

correspon-

den esa responsabilidad hacia la verdadpro pia de la inteligencia

humana.

La vocación profética de todo cristiano

presupone

y

postula, por tanto. una educación e instrucción adecuada.

El

Concil io ha dedicado a este tema una declaración en la que,

entre otras cosas, leemos:

.La Iglesia atiende igua lmen te con desvelo a las escue-

las de grado superior, sobre todo a las universidades y

facultades. ás aún , en las qu e dependen de ella, procu-

ra organizarlas de modo que cada disciplina se cult ive

según sus propios principios, sus propios métodos y la

propia libertad de investigación científica, a fin de que

cada día sea más profund a la comprensión que de ella se

206

A este mismo fin:

*'En el cumplimiento de su función educadora, la Igle-

sia se preocupa de todos los medios aptos, sobre todo de

los que le son propios, el primero de los cuales es la

instrucción catequética* (DEC 4).

Como vemos, existe

una vasta gama de medios de instruc-

ción

en la fe, medios que van desde la catequesis a la universi-

dad católica,

y

el cristiano debe utilizarlos en la medida en que

está l lamado a part icipar en el munus propheticum de Cristo.

Idéntico aspecto profético de la vocación crist iana y del

test imonio guía también nuestra atención, como ha ocurrido

con el Concil io, hacia los l lamados medios de comunicación

social, que de m odo más directo se refieren al espíri tu huma-

no y q ue han ofrecido nuevas posibil idades d e comunicar, con

la máxima facil idad, toda suerte de noticias, ideas y enseñan-

zas . Los llamados medios de comunicación social , po rque

por naturaleza están capacitad os para l legar y mover no sólo

a los individuos, sino ...) a toda la sociedad hum ana , como es

el caso de la p rensa, el cine, la radio , la televisión, etc. (DC S 1).

*La Iglesia católica, como ha sido fund ada por Cristo

Señor pa ra l levar la salvación a todo s los hombres, y por

ello se siente acuciada por la necesidad de evangelizar,

considera que forma parte de su misión predicar a los

hombres, con ayuda de los medios de comunicación so-

cial, el mensaje de salvación y enseñarles el recto uso de

estos medios (DC S 3 .

Resulta, pues, evidente, también en este terreno, la respon-

sabilida p ara con la verdad que t ienen quienes part icipan en el

munus propheticum

de Cr isto y es to tanto de par te de cuantos

transmiten el pensamiento co mo de parte de quienes lo reciben.

.Para el recto emp leo de estos medios es totalme nte

necesario qu e todo s los qu e los usan conozcan y l leven a

la práctica fielmente. en este campo, las normas del or-

den moral* (DCS

4 .

-El principal deber moral , en cua nto al recto uso de los

medios de comunicación social, afecta a los periodistas,

escritores, actores, autore s, produ ctores, realizadores,

distribuidores, administradores y vendedores, crí t icos y

1

 

demás que de cualquier modo intervienen en la confec-

ción y difusión de las comunicaciones, pues son de abso-

de Dios, sino además porque en la preparación y transmisión

de las comun icaciones debe tener voz el derecho a la verdad y

al deber de una información conforme con ésta. El decreto

conciliar subraya en este lugar con justicia, ante todo , el orden

moral crist iano, pues es obvio q ue también este orden t iene un

significado profético.

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luta evidencia la gravedad e importancia d e los deberes

que a todos ellos hay que atribuir en las actuales cir-

cunstancias de la hum anidad , ya que , inform ando e inci-

tando, pueden dirigir, recta o desgraciadamente, al géne-

ro humano. (DC S 11).

La Iglesia es plenamente consciente de cuán amplia e im-

portante es esta esfera de información para la vida espiritual

de los hombres.

.Existe, pues, en la sociedad hum ana el derech o a la

información sobre aquellas cosas que convienen a los

hombres, según las circunstancias de cada cual, tanto

particularmente como unidos en sociedad. Sin embargo,

el recto ejercicio de este derecho exige que, en cua nto a

su objeto, la información sea siempre verdadera y, salva-

das la justicia y la caridad, integra; además, en cuanto al

modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir, debe

respetar escrupulosamente las leyes morales y los legiti-

mos derechos y dignidad del hombre, tanto en la obten-

ción de la noticia co mo en su difusión. Dues no toda

ciencia aprovecha,

pero la caridad es constructiva

( I c o r

8,l) . (DC S 5).

El decreto considera seguidamente el problema de las re-

laciones entre los derech os -como suele decirse- del arte y

de las leyes morales (D CS

6).

Los

medios de comunicación

sirven paraformar la opinión pública, las opiniones públicas

ejercen hoy una enorme influencia en la vida privada y pública

de los individu os de toda categoría social . Por eso es necesa-

rio que todos los miembros de la sociedad cumplan, también

en este campo , sus deberes de justicia y caridad (DCS

8).

También en este ómbito de la vida humana actual existe un

lugar preciso para la actitud derivada de la participacidn en el

munus propheticum , no sólo porque los medios de comuni-

cación social pueden estar al servicio del anuncio de la palabra

unus regale: Fundamento de la moral cristiana

Si la moral, en su significación cristiana y bajo un perfil

espiritual, participa asimismo en el munuspropheticum, sin em-

bargo, su vinculo más propio es el que tiene con el

munus

regale

de Cristo. Recordemos, en primer lugar, brevemente,

que la

misión regia de Cristo se expresa en la Iglesia a través

de la potestad conjiada a los apóstoles

y

a sus sucesores.

-Los obispos rigen, com o vicarios y legados de Cristo,

las Iglesias part iculares qu e les han sido encom endadas,

con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejem-

plos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de

la que usan únicamente para edificar a su grey en la

verdad y en la santidad , teniendo en cuenta que el que es

mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el

primer puesto, como el servidor (cf. Lc 22,2627).

CI 27).

En o tro lugar leemos lo que sigue acerca de có mo ejercitar

el ministerio pastoral:

Respecto a los fieles, a quienes han eng endrad o espiri-

tualmente po r el bautismo y la doctrina (cf. Ic o r 4,15;

1Pe 1,23), tengan la solicitud de padres en Cristo. Ha-

ciéndose de buen a g ana mo delos de la grey (cf. 1Pe 5,3),

gobiernen y sirvan a su comunidad local de tal manera,

que ésta merezca ser l lamada c on el nomb re qu e es gala.

del único

y

total Pueblo de Dios, es decir, Iglesia de

Dios (cf. Icor 1,2; 2Cor 1.1 y passim). Acuérdense de

que, con su conducta de cada día y con su solici tud,

deben mostrar a los fieles e infieles, a los católicos y no

católicos, la imagen del verdadero ministerio sacerdotal

y pastoral , y de que están obligados a dar a todos el

test imonio de verdad y de vida, y de que, como buenos

pastores, han de buscar también a aquellos (cf. Lc 15,4

7) que, bautizados en la Iglesia católica, abandonaron la

práctica de los sacramentos e incluso han perdido la fe.

(CI 28).

No e n men or m edida, al explicar el munus regale de Cristo

y la participación en él,

el magisterio conciliar se abre sobre

todo a una nueva perspectiva.

Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y

hasta que él someta a si mismo y a todas las criaturas al Padre,

a fin de que Dios sea todo en todos (cf. Icor 15,27-28) .

Esta visión cristiana -perspectiva integral, es decir, esca-

tológica de la realeza del hom bre cn el rein o de Cristo- está

estrechamente vinculada al orden interpersonal y social de la

moral evangélica. Este orden con siste en servir a C risto en los

demás , servicio que la constitución Lumen gentium lo entien-

de com o un llevar con humildad

y

paciencia a los hermanos

al Rey . La partic ipac ión en el munus regale de Cristo se ha

vinculado estrechamente al apostolado, del que hablaremos se-

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habiendo sido por el lo exaltado por el Padre (cf. Flp

2,8-9), entró en la gloria de su reino. A El están someti-

das todas las cosas, hasta que El se someta a si mismo y

a tod o lo creado al Padre, a fin de que D ios sea todo en

todas las cosas (cf. Icor 15,27-28). Este poder lo comu-

nicó a sus discipulos, para que también ellos queden

consti tuidos en soberana l ibertad, y por su abnegación y

santa vida venzan en si mismos el reino del pecado (cf.

Rom 6,12). Más aún , para que, sirviendo a Cristo en los

demás, conduzcan en humildad y paciencia a sus herma-

nos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar. (CI 36).

El texto de la constitución

Lumen genfium

une con claridad

la misión regia de Cristo con la vocación al estado de libertad

regia de sus discipulos y confesores. ¿ en qué consiste este

estad o? Consiste -leemos- en un género de vida en el que el

cristiano, a través de la abnegación , vence en si mism o al

reino del pecado .

Se trata, pues, de la santidad en un sentido moral , del do-

minio del mal, pues en esto se manifiesta, de cierto modo, la

realeza del hombre, ya que el hombre es llamado a realizar en

si mism o esta realeza , este dom inio de si mismo. La doctri-

na del Concilio atribuye a la verdad perenne del ethos humano

un s igni f icado es t r ic tamente evangél ico. Antes que nada

aprendem os del texto citado q ue esa tendencia al estado de la

libertad regia , a través del domin io del pecado, hace al

hom bre semejante a Cristo, quien ha sido glorificado y exalta-

do por s u obediencia a l Padre has ta la muer te. T od o cri s tiano

que, imitando a Cristo, domina al pecado y realiza de este

mo do el autodom inio propio de la persona humana -por asi

decirlo, el sentid o de realeza-, participa, por esa misma razón

también, en el munus regale de Cristo y concurre a la realiza-

ción de su reino. Participa en su munus regale no sólo en la

dimensión subjetiva, sino además en la objetiva, que es, a la

vez, histórica y escatológica. Todo ha sido sometido a Cristo,

guidamente. Ahora lo que queremos es poner de relieve sobre

todo la actitud de la moral cristiana, que es característica de la

participación en el munus regale de Cristo. Sólo Cristo es ese

rey, al que servirle es reinar (cf. 1Re 3,7). a doctrina del Vati-

cano 11 subraya la realeza del servicio, del mismo niodo que

antes ha sub rayado la realeza del dominio sobre el pecado.

Tanibién, en este punto, la participación subjetiva en el munus

regale de Cristo está vinculada al crecimiento objetivo de su

reino. El que en el texto analizado por la constitución Lumen

gentium se refiere a los seglares es

aplicable

asimismo a todos

10s discipulos de Cristo.

<<Tam bién or medio de los fieles laicos el Seño r desea

dilatar su

reino: reino de verdad de vida. reino de santi-

dad de gracia reino de justicia de amor

y

de paz.

Un

reino en el c ual la misma creación será liberad a de La

servidumbre de la corrupción para participar la libertad

de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rom 8,21). Grande,

en verdad, es la promesa, y excelso el mandato dado a

los discipulos: Todas las cosas son vuestras. pero vo sotros

sois de Cristo

y

Cristo es de Dios (Icor 3,23),, (CI

36).

La actitud derivada de la participación en el munus regale

de Cristo se convierte, a la luz de la doctrina conciliar, en un

elemento determinante para toda la moral cristiana en la rela-

ción que le es propia con Cristo . como m odelo el más perfecto.

La moral cristiana se caracteriza por esta relación y es en ver-

dad , en virtud de ella, por lo que e stá transida del pro fundo y

significativo hilo de la realeza del hom bre, unid o al proceso

objetivo del crecimiento del reino de Dios, proceso que lleva

hasta la consumación final.

Esta realeza el des arr ollo del reino de Cristo que se reali-

za junto con ella, se expresa, a su vez, en la relación del cristia-

no con el mundo.

'<Deb en, por tan to, los fieles conocer la íntima na tura-

lcza de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la

gloria de Dios. Incluso en las ocupaciones seculares de-

ben ayudarse mutuamente a una vida más santa, de tal

¡

manera que el mundo se impregne del espíritu de Cristo

y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la

caridad y en la paz. (CI

36).

El texto que acabam os de citar está tomado del capitulo IV

de la constitución Lumen gentium, dedi cado a los seglares en la

Iglesia, y si bien cua nto expo ne se refiere a tod os los discipulos

vidad humana. proveniente de las

competenciiis eii I:is cieii-

cias profanas , debi- exprcsarse no sólo eii las obras dc la

técnica y de la civilización. siiio también tender i consolidiir

la justicia. el amor y la paz entre los hombres. L. constitu-

ción Lumen gentium subordina el progreso material al progreso

moral. pues de lo que se trata es de lograr que los bienes es-

tén mejor distribuidos entre los hombres, ya que de esto de-

pende el prog reso en la libertad hum ana cristiana . De cstc

modo. también en el camp o del dominio del niundo y del pro-

greso material, la debida participación en el munus regale de

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l

de Cristo, no en menor medida subraya con justicia que

¡

<<E n l cum plimiento d e este deber universal, corres-

ponde a los laicos el lugar más klestacado. Por ello, con

su competencia en los asuntos profanos y con su activi-

dad elevada desde dentro por la gracia de Cristo, contri-

I

buyan eficazmente a que los bienes creados, de acuerdo

con el designio del C read or y la iluminación de su Ver-

bo, sean promovidos, mediante el trabajo humano, la

técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hom-

bres sin excepción; sean más convenientemente distribui-

dos entre ellos y, a su manera, conduzcan al progreso

universal en la libertad humana y cristiana. Así, Cristo,

a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más

y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana.

1 (CI

36) .

Este aspecto de la participación en el munus regale de

Cristo está íntimamente vinculado a la misión de enseñorear la

tierra ( Someted la tierra , cf. Gén 1.28) que el Cre ador ha

asignado a los hom bres desde el principio. Y es sobre esta base

de la asignación com o se ha difund ido la luz traída por

Cristo. Los cristianos estarán a la altura de ese plan eterno

sólo cuando hayan conocido la naturaleza intima de toda la

creación y cuando, fundándose en esta conciencia, hagan

progresar los bienes creados , m isión y finalidad del traba jo

humano. De este modo, el trabajo humano refleja el significa-

I

do deriva do de la misión regia de Cristo. Toda la obra de

transformación del mundo, dedicada a que aquél alcance un

nivel hum ano -cie nci a, técnica, civilización-, lleva en si la

huella de la realeza del hombre y es participación en el munus

regale de Cristo. El Vaticano 11 ve uno de los aspectos de esta

participación en las competencias y actividades de los segla-

res elevadas intrínsecam ente por la gracia de Cristo . La acti-

Cristo está unida al sentido moral de este progreso. El progre-

so material. por si solo. no expresa ni realiza la realeza del

hombre en su total dimensión.

.dgualmente coordinen los laicos sus fuerzas para sa-

near las estructuras y los ambientes del mundo cuando

inciten al pecado, de manera qu e todas estas cosas sean

conformes a las normas de la justicia y más bien favo-

rezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes.

Obrando de este modo impregnarán de valor moral la

cultu ra y las realizaciones humanas. (CI

36) .

Infundiendo valor moral en la cultura y todos los sectores

de la vida humana (de que habla más detalladamente la segun-

da parte de la constitución

Gaudium et spes) los cristianos ac-

túan sobre sí mismos los dem ás mirando a esa realeza del

hombre, que se realiza esencialmente mediante el valor moral.

De esta manera se esfuerzan también por el acrecentamiento

del reino de Cristo en el mundo, puesto que, empapando de

valores morales todos los sectores de la vida huma na, el cam-

po del mundo está mejor preparado para recibir la semilla de

la palabra divina

y,

a la vez, las puertas de la Iglesia están más

patentes pa ra que por ellas entre en el mu ndo el anun cio.de la

paz (CI

36) .

La moral, el valor moral, ha sido presentada por la doctri-

na conciliar como parte integrante de la misión cristiana. In-

fundir en los diversos sectores de la vida valores morales signi-

fica llenarlos del espíritu de Cristo. Al mismo tiempo, la

moral, el valor moral, constituye el bien fundamental de toda

persona y tod a sociedad hu man a. 1.0s cristiano s deben tener

conciencia de uno y otro aspecto de la moral, no sólo distin-

guiéndolos, sino vinculándolos profundamente entre si .

-Conform e lo exige la misma econom ia de la salvación,

los fieles aprendan a distinguir con cuidado los derechos

 

deberes qu e les conciernen p or su pertenencia a la Igle-

sia, y los que les competen en cuanto miembros de la

sociedad hum ana . Esfuércense en conciliarlos entre sí,

teniendo presente que

en cualquier asunto temporal deben

guiarse por la conciencia cristiana, dad o que ninguna ac-

tividad humana, ni siquiera en el dominio temporal,

puede sustraerse al imperio de Dios. En nuestro tiempo

es sumam ente necesario que esta distinción y simultánea

armonía resalte con suma claridad en la actuación de los

fieles, a fin de que la misión de la Iglesia pueda respon-

der con mayor plenitud a los peculiares condicionamien-

El que en los cimientos de la moral del cristiano se apoye

la propia realidad del "munus regule" de Cristo . nos obliga a

mirar con otros ojos lo que acerca del ateísmo contemporáneo

hallamos en la constitución Gaudium e spes:

-Con frecuenc ia, el ateismo m oderno reviste también la

forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas,

l leva el afán de autonomía humana hasta negar toda de-

pendencia del hombre respecto de Dios. Los que profe-

san este ateismo afirman que la esencia de la libertad

consiste en que el hombre es el fin de si mismo, el único

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tos del mundo actual. Porque ha de reconocerse que la

ciudad terrena , justamente entregada a las preocupacio-

nes del siglo, se rige por principios propios. (CI

36 .

Las últimas palabras del texto citado se vinculan con el

principio de la autonom ia de las cosas terrenas reconocida por

la Iglesia, como así lo confirma la constitución Gaudium et

spes (cf. CM

36 .

También, en este campo, la moral cristiana es

fuente de las actitudes que expresan la participación en el mu-

nus regale de Cristo. El cristiano es consciente de que la moral

contribuye esencialmente a la formación de la vida humana en

las dimensiones temporales, y, por ende, del mismo modo, al

acrecentamiento del reino de Dios. En la actitud moral, en la

madurez de su conciencia y de su acción, descubre no sólo el

senti do de la realeza del hombre , sino también de la partici-

pación eii la m isión regia del mismo Cristo. E sta conciencia no

consiente sustraerse al deber de infundir valores morales en los

diversos sectores de la vida humana, sino que lo lleva más

lejos aún. La doctrina del Vaticano 11 así lo exige:

< < N oe creen, por consiguiente , oposiciones artificiales

entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una

parte , la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a

sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el

prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con

Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguie ndo el

ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense

los cristianos de pod er ejercer todas sus actividades tem-

porales haciendo una sintesis vital del esfuerzo humano,

familiar, profes ional, científico o técnico, con los valores

religiosos, bajo cuya altísima jerarquía tod o coopera a la

gloria de Diosu (CM

43 .

214

artífice y creador de su propia historia. Lo cual no pue-

de conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Se-

ñor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación

de Dios es completamente superflua. El sentido de poder

que el progreso técnico

y

actual da al hom bre puede fa-

vorecer esta doctrina* (CM

20 .

A este respecto, el Vaticano cita igualmente esa corriente

del ateismo conte mpo ráne o que pone la liberación del hom-

bre principalmente en su libertad económica y social (CM 20 .

Según la concepción de los propios ateos:

<<Laeligión, por su propia naturaleza, es un obstáculo

para esta liberación, porque el orientar el espíritu huma-

no hacia una vida futura i lusoria, apartaría al hombre

del esfuerzo por levantar la ciudad temporal,, (CM

20 .

Si la Iglesia -como leemo s a con tinua ción en el pro pio

documento-, fiel a sus deberes para con Dio s y para con los

hombres, no puede dejar de repro bar con toda energía las

ideologías que degradan al hombre de su innata grandeza

(CM 21 , ello se debe al hecho de que tal convicción se deriva

de la conciencia cristiana de la realeza del hom bre y de su

participación en el munus regale de Cristo.

<.Porque l hombre, con su acción. no sólo transforma las

cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo.

Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera se

trasciende. Tal superación , rectame nte entend ida, es niás

importante que las riquezas exteriores aue ouedan acu-

mularse. El hom bre vale más por lo que es que por lo

qu e tiene ,, (C M

35 .

El análisis de la actitud de participación ha puesto de relie-

ve todo cuanto, según la doctrina del Vaticano 11, tiene un

significado fundamental para el enriquecimiento de la fe de los

cristianos. Si la fe es la actitud con la que el homb re se aban - por tanto, considera rse, a un tiempo, com o verificación y ex-

don a enteram ente a Dios, respondien do así a la revelación por presión de la mad urez sobre natur al del hom bre en Cristo ;

parte de Dios, el hom bre debe buscar en el propi o Cris to las cosa que tiene un significado esencial par a la vida del Pue-

razones de su propia actitud y de su propia respuesta. Cris to blo de Dio s

y

para su misión.

no es solamente aquel que Dios nos ha revelado y por medio Lo confirman las siguientes frases de la declaración sobre

del cual Dios se ha revelado a sí mismo, sino también aquel

que determina la respuesta del hombre en la fe, concretándola

no sólo con respecto al contenido de la fe, sino también a la

existencia misma del que cree, del que profesa la fe y quiere

dar testimonio d e ella . El ámbi to del contenido d e la fe y el

la educación cristiana:

*Todos los cristianos, puesto que, en virtud de la rege-

nerac,ión por el agua y el Espíritu Santo, han llegado a

ser nuevas criaturas y se llaman y son hijos de Dios,

tienen derecho a la educación cristiana. La cual no persi-

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de toda la existencia en la fe se compenetran, por su parte, y se

conforman recíprocamente. gue solamente la madurez de la persona hum ana antes

Cu an to el Concilio ha reco rdado en lo qu e se refiere, a la

descrita, sino que busca, sobre todo, q ue los bautizados

triple misión de Cristo, como sacerdote, profeta y rey, y a su

I

se hagan más conscientes cada día del don recibido de la

triple potestad que plasma el rostro interior del Pueblo de

l

fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento

Dios, constituye el contenido de la fe, sirve para enriquecer la

del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios

conciencia del creyente, de termina su existencia en la fe y, ade-

Padre en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23), ante todo en

más, form a su actitud interior. La actitud derivada de la parti-

¡

la acción litúrgica, formándose para vivir según el hom-

cipación en la triple potestad de Cristo es no sólo la expresión

bre nue vo en justicia y s antid ad de verdad (Ef 4,22-24), y

de una fe consciente, que madura en la intimidad del hombre,

sino también una como expresión de Cristo, que guía el des-

arrollo de la fe de todo el pueblo y de ca da un o de sus miem-

bros.

Cristo el cristiano se encuentran íntimamente en la mi-

sión sacerdotal profJtica

y

regia;

y

la participación en esta

misión determina las características esenciales del cristiano.

i

;

Se trata de características de la semejanza con Cristo. Ca-

i

racterísticas interiores y al mism o tiempo de misión , pue sto

que, en virtud de ellas, la misión de Cristo perdura en los

hombres y en la humanidad. Ellos constituyen la realidad del

Pueblo de Dios en cada hombre y a través de cada hombre.

Sin embargo, no cumple a ellos constituir esa realidad en su

más profun do es trato ontológico, pues lo que la consti tuye es

únicam ente la gracia de la adopción com o hijo de Dios .

esta gracia -el sentido esencial, más interior y misterioso de

la seme janza con el Hi jo de Dios encarnado- siguen las carac-

teríst icastípicas de la misión de Cristo. Jun to con la misión, se

insertan en la dimensión humana de la historia de la salvación

y, de algún modo, la determ inan utilizan en favor suyo. El

Hijo de Dios era, en cua nto hom bre, sacerdote, profeta y rey.

Una maduración normal de las características y acti tudes deri-

vantes de la participación en la misión de Cristo sacerdote,

profeta y rey, no puede ponerse en acto fuera del fundamento

de la semejanza de cada hombre con el Hijo de Dios, que es

la gracia de adopción. La formación de estas actitudes debe,

216

así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud

de Cristo (cf.

Ef

4,13), y contribuyan al crecimiento del

C u e rp o m i s t i c o ~ ~DEC 2) .

La educación cristiana debe servir a los cristianos para que

adquieran cada vez más conciencia del do n de la fe . D ebe,

pues, servir al enriquecimiento de la fe, pero es necesario que

este enriquecimiento vaya por el camino de la participación

descrito p or el Concilio, gracias al cual el cristiano se halla, en

cierto sentido, a sí mismo en Cristo, para redescubrir a Cristo

y su misión en tl, en la dimensión de la propia vida y en la

vocación.

217

ACTITUD DE IDENTIDAD HUMANA

Y RESPONSABlLlDAD CRISTIANA

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El análisis de la actitud d e participación qu e hemos expues-

to anteriormente ha demostrado cuáles son los momentos ca-

pitales en los que el cristiano se identifica con la misión del

mismo Cristo. Estos mom entos t ienen importancia en ord en a

un profundo enriquecimiento de la fe

y

a la vida interior del

cristiano. ellos se vincula la, diríam os así, búsqu eda del pro-

pio lugar en la vasta

y

diferenciada comunidad del Pueblo de

Dios. Es el lugar en cierto sentido indicado

y

asignado a cada

uno por Cristo, com o mediador Único, que encamina a toda la

humanidad hacia Dios y, en esa humanidad, a cada hombre,

imprimiendo esa orientación en lo más hondo de su ser .

El Va tican o 11 especifica y traza, al mismo tiempo, la acti-

tud de identidad humana, en cuanto propia de la existencia del

crist iano, enriquecida p or Cristo. U n detal lado. estudio de los

documentos conciliares hace ver cómo esa actitud está presen-

te al nivel más profundo del pensamiento del Vaticano 11 y en

sus f inal idades, esto es, en el ámbito d e ese plano fundamental

que concierne a l a s misiones pastorales que debe real izar . Pa-

rece que la mayor parte de los elementos que caracterizan la

actitud de iden tidad humana se hallan en la constitución

Gaudium et spes . A este respecto, tambiCn el doc um ento com-

pleta la constitución

Lumen gentium,

que t ra ta sobre todo de l a

actitud de participación, analizada anteriormente. La constitu-

ción pastoral

Gaudium et spes

(así como los demás documen-

tos, si bien en menor grad o) enseña convincentemente q ue la ac-

titud de participación en la triple misidn de Cris to -propia

del cristiano- estó y debe estar totalmenre imbuida de lo que es

autJnticamente humano.

La especificación de esta actitud en el magisterio conciliar

y un estudio profundo al respecto nos obl iga a superar , más

aún, a cont raponernos a lo que l a menta l idad contemporánea

expresa con el acen to de alienación . Un a idea qu e se ha

convertido casi en raíz

y

síntesis de los argum entos empleados

219

contra toda religión, y en particular contra el cristianismo. Un

zas, tristezas y angustias de los discipulos de Cristo.

detallado análisis de la doctrina del Vaticano 11, y sobre tod o

Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco

de la

Gaudium et spes,

demuestra en qué medida -y en qué

en su corazón. La comu nidad crist iana está integrada por

forma- el hom bre es el cen tro de la religión, especialmente dc

hombres q ue, reunidos en Cristo, son guiados po r el Es-

la cristiana. En ella n os encon tramos con el hombre en toda la

píritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y

verdad y en toda la problemática que le es propia, en la reali-

han recibido la buena nueva de la salvación para comu-

dad de la creación y de la redención que la Iglesia anuncia y de

nicaria a todos. La Iglesia, por ello, se siente intima y

la que vive. Estas realidades divinas -en su esencia- no ale-

realmente solidaria del género humano y de su historia.

jan al hombre de si mismo para encontrarse a si mismo en la

(CM 1).

plena verdad de su propia humanidad

y

de su propia persona-

lidad. Tod o ello anula la al ienación . Hay, pues, que consta-

Trátase de la unión , en el sentido más amplio, entre los

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tar una vez más que la

actitud de identid ad humana empapa.

seres humanos; unión que verdaderamente determina la acti-

diríamos. intrínsecamente la actitud de participación por medio

tud de identidad humana desde su raiz.

de la cual el cristiano se identifica en cierto modo con la misión

del propio Cristo. El estudio de la doctrina conciliar nos l leva a

.El Con cilio, testigo y expos itor de la fe de todo el

precisar esta acti tud com o una de aquellas que t ienen un valor

Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar

determinante para la actuación del Concil io.

prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la

De cuanto hemos dicho hasta aho ra se deduce claramente

familia humana que la de dialogar con ella acerca de

que la acti tud de identidad huma na está estrechamente vincu-

todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evange-

lada a la acti tud de p art icipación. Un análisis posterior demos-

lio y poner a disposición del género humano el poder

trará y confirmará su part icular convergencia en el ám bito de

salvado r que la Iglesia, conducida por el Espíri tu Santo,

la moral . Ello hace que la acti tud de identidad humana no

ha recibido de su Fun dad or. Es la persona del homb re la

tenga un carácter estático, sino dinámico y, a la vez, normati-

que hay qu e salvar. Es la sociedad hum ana la que hay

vo. Se trata de la actitud de identidad humana transida por lo

que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el

aspiración y el esfuerz o dirigidos a formar la dignidad del hom-

hombre todo entero, cuerpo

y

alma, corazón

y

concien-

bre

y

de la comunidad humana. Parecen asi estar vinculados los

cia, inteligencia y voluntad, quien centrará las explica-

principales elementos normativos y las más relevantes tenden-

ciones que van a seguir. Al proclamar el Concilio la alti-

cias éticas, contenidos en el conjunto de la doctrina conciliar.

sima vocación del hombre y la divina semilla que en éste

Asimismo, cuan to l levan a cabo los hombres para lograr más

se oculta, ofrece al género humano la sincera colabora-

justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento

ción de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que

en los problemas sociales, vale más que los progresos técni-

r e sponda a e sa vocac i ón~ ~CM 3).

cos (CM 35).

Desde las primeras formulaciones declarativas del pro-

emio , la constituc ión pastoral perfila esa identida d

y

solidari-

dad, que deben ser el contenido de la vida y la acti tud del

cristiano.

Identidad solidaridad

(<ElPueblo de Dios la hum anidad, de la que aquél

forma parte, se prestan mutuo servicio, lo cual demues-

Ya las primeras palabras de la constitución Gaudium et

t ra que la misión de la Iglesia es religiosa y, par lo mismo,

spes

marc an es ta linea del magisterio conciliar en torn o a la

plenamente humana.

(CI 11).

identidad y solidaridad. Y asi leemos lo siguiente:

-Creyentes y no creyentes están, generalmente, de

*'Los gozo s y las esperan zas, las tristezas y las angustias

acuerdo en este punto:

todos las bienes de la tierra deben

de los hombres de nuestro t iempo, sobre todo de los

ordenarse en función del hombre, cent ro y c ima de todos

pobres y de cu antos sufren, son a la vez gozos y esperan-

ellos. (C M 12).

221

Para el análisis de la actitud de identidad humana tiene

enorme importancia la conciencia de la condición del hombre

en el mundo contemporáneo, tema de la introducción de la

constitución

Gaudium et spes,

la cual no es sólo una simple

descripción, sino más bien la constatación de que, cn todo

cuanto constituye la condición del hombre en el mundo con-

tem porá neo - condiciónv ententida en sentido global-, el

cristiano se halla a si mismo v halla la dimensión fundamental

de su existencia. Es imposible citar aquí la referida exposición

ni analizarla in extenso. pero si merece la pena, por lo menos,

leerla

in extenso.

Dara darnos cuenta de las múltioles transfor-

día m ayores, en el cumplimiento d e sus tareas. Las insti-

tuciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir he-

redadas del pasado, no siempre se adaptan bien al esta-

do actual de las cosas. De ahí una grave perturbación en

el comportamiento y aun en las mismas normas regula-

doras de éste,, (CM

7).

.De esta mane ra, las relaciones huma nas se multiplican

sin cesar, y, al mismo tiempo, la propia socialización

crea nuevas relaciones, sin que ello promueva siempre,

sin embargo, el adecuado proceso de maduración de la

persona y las relaciones auténticamente personales (per-

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macion es que determinan esa condición en la que se basa la

identidad humana del cristiano.

<<C omo curre en tod a crisis de crecimiento, esta trans-

formación trae consigo no leves dificultades. Así, mien-

tras el hombre amplia extraordinariamente su poder, no

siempre consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer

con orofundidad creciente su intimidad esoiritual. v con

frecuencia se siente más incierto que nunca de si mismo.

Descubre paulatinamente las leyes de la vida social, y

duda sobre la orientación que a ésta se debe dar.

Afectados por tan compleja situación, muchos de

nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer

los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud

al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos.

La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre an-

gustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mun-

do. El curso d e la historia pres ente es un desafío al hom-

bre que le obliga a responder,, (CM 4 .

La actitud de identidad humana formulada por el Vatica-

no consiste ante todo en el hecho de que el cristiano acep-

ta como propios cada uno de los elementos de la condición del

hombre en el mundo actual, siguiendo con perspicacia la orien-

tación de los interr ogante s que en esa situación el hombre la

humanidad se plantean en los diversos círculos y relaciones.

$'El cambio de mentalidad y de estructuras somete con

frecuencia a discusión las ideas recibidas. Esto se nota

particularme nte entre los jóvenes, cuya impaciencia, e

incluso a veces angustia, les lleva a rebelarse. Conscien-

tes de su propia función en la vida social, desean partici-

par rápidamente en ella. Por lo cual no rara vez los pa-

dres

y los educadores experimentan dificultades, cada

i

sonalizaci6n)~

CM

6 ) .

Las transformaciones de las que habla la constitución Gau-

dium et spes en la introducción se caracterizan por los contras-

tes que surgen también e ntre las razas y grupo s diversos de la

sociedad. entre naciones ricas y menos dotadas y pobres, y,

finalmente, entre los organismos internacionales nacidos de la

aspiración de los pueblos a la paz y la ambición por imponer

la propia ideología, asi com o el egoísmo colectivo de los Esta-

dos

y

otras organizaciones. De ahí proceden las desconfianzas

y las disensiones, los conflictos y las amarguras, de los que el

hombre es a la vez causante

y

víctima (CM

8).

Podríamos decir que ésta es

la dimensión exterior

y

ma-

croscópica de la condición del hombre en el mundo contemporá-

neo. La constitución Gau dium et spes la relaciona con la di-

mensión inferior, propia y característica de casi todos los

hombres.

-Surge mucha s veces, en el propio hombre, el desequili-

brio entre la inteligencia práctica moderna y una forma

de conocimiento teórico que no llega a dom inar y orde-

nar la suma de sus conocimientos en síntesis satisfacto-

rias. Brota también el desequilibrio entre el afán por la

eficacia practica y las exigencias de la conciencia moral,

y no pocas veces entre las condiciones de la vida colecti-

va

y

las exigencias de un pensamiento personal y de la

misma contemplación. Surge, finalmente, el desequili-

brio entre la especialización profesional

y

la visión gene-

ral de las cosas* (CM 8 .

.'Las nuevas condicion es ejercen influjo también sobre

la vida religiosa. Por una parte, el espíritu critico más

agudizado la purifica de un concepto mágico del mundo

y de residuos supersticiosos, y exige cada vez más una

adhesión verdaderamente personal y operante a la fe, lo

cual hace que muchos iilcancen un sentido más vivo de

lo divino. Por otra parte. muchedumbres cada vez niis

numerosas se alejan prácticamente de la religión. Lii ne-

gación de Dios o de la religión constituye. com o en épo-

cas pasadas. un hecho insólito e individual; hoy dia. en

efecto, se presenta. no rara vez. conio exigencia del pro-

greso cientifico y de un cierto humanismo nuevo. En

muchas regiones. esa negación se encuentra expresada

no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira amplia-

mente la literatura. el arte, la interpretación de las cien-

cias humanas y de la historia. y la misma legislación ci-

fundidad, la idea de la huma nización de todo cuanto con el

hombre contacta cn su existencia y actividad terrenas.

*'Nuestra época, más qu e n inguna otra, t iene necesidad

de

sabiduria para humanizar todos los nuevos descu-

brimientos de la humanidad. (CM 15).

Esta expresión se repetirá m ás veces y reaparecerá en gran

número de textos de la doctrina conciliar.

Hacer la vida huma-

na más humana, he aqu i el objetivo fundamental del Concil io,

estrechamente ligado a la aspiración a participar en la vida

divina y en la misión de Cristo. En esta conexión se hace más

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vil. Es lo que explica la pertu rbación de muchos. (CM

7).

En este marco de la condición humana en el mundo actual

está presente también

un testimonio de identidad de cado cris-

tiano.

La acti tud de identidad humana que hallamos en

n

doctrina del Concilio arran ca precisam ente de este testimonio.

Seguramente que no faltan t irofundas razones para oue el

documento tome sus henda s para facil i tar el t r ab i j o de

forma ción de la acti tud de identidad hu mana . Poroue sobre esta

base constata:

<<Bajoodas estas reivindicaciones se oculta una aspira-

ción más profunda y más universal: las personas y los

grup os sociales están sedientos- de una vida plena y de

una vida l ibre, digna del ho mbre, p oniend o a su servicio

las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo ac-

tual. Las naciones. por otra parte, se esfuerzan cada vez

más por formar una comunidad universal , , (CM

9 .

Si la actitud de identidad hum ana tiene sus orígenes en tener

presente y, en ci en o sentido, en hacer suyos todos los elementos

situacionales qu e con figu ran la realidad de la existencia hu-

mana en el mundo actual , ello, sin embargo. se desarrolla cuando

se logra esclarecer las dos principales aspiraciones de que habla

el texto que a cabam os de citar: la aspiración de la auténtica dig-

nidad de la persona humana y la aspiración a la auténtica comu-

nión entre los hombres. Una y otra están estrechamente rela-

cionadas con el orden de valores evangélicos y con el ethos

cristiano. Es, por lo demás, significativo el hecho de que la

primera parte de la consti tución Gaudium r spes se titule: La

Iglesia y la vocación del hom bre , y que el prime r capitulo de

esta parte sea el de la dignidad de la persona humana .

Ya hemos citado m ás veces pasajes tomado s de este capitu-

lo precisamente. L a doc trina crist iana contiene en si , en pro-

224

evidente aún la dignidad de la persona en su integridad, la dig-

nidad del espíri tu y del cuerpo humano.

({Nodebe, por tanto, el hombre despreciar la vida cor-

poral , sino que, po r el contrario, debe tener por buen o y

honrar a su propio c uerpo com o criatura de Dios que ha

de resucitar en el último dia. Herido por el pecado, ex-

perimenta, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La pro-

pia dignidad humana pide, pues, que glorifique a Dios

en su cuerpo y no permita que lo esclavicen las inclina-

ciones depravadas de su corazón,, (CM

14 .

Es evidente, pues, que la formación de la acti tud que aqui

venimos definiendo com o la de identidad humana consiste

no sólo en aceptar la si tuación del hombre en el mun do actual ,

sino en participar vivamente en las aspiraciones que tienen

como finalidad la auténtica d ignidad del hombre. De esta for-

ma hemos de lograr descubrir la conciencia

y

el orden moral

objetivo. al que subordina la recta conciencia humana:

.,En lo más profundo de su conciencia descubre el

hombre la existencia de una ley que él no se dicta a si

mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resue-

na, cu ando es necesario, en los oidos de su corazón, ad-

virtiéndole que debe amar y practicar el bien,

y

que debe

evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre

tiene una ley escrita por D ios en su cor azó n, en cuya

obediencia consiste la dignidad humana y por la cual

serán juzgados personalmente.

#< La onciencia es el núcleo m ás secreto y el sagrario

del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios,

cuya voz resuena en el recinto más intimo de aquella. Es

la conciencia la que de mo do adm irable da a conocer esa

ley, cuyo cum plimiento consiste en el amo r de Dios y del

prój imo~ t CM 16).

Acerca del orden moral objetivo:

.El Conc ilio declara que la primacía absolu ta del orden

moral objetivo debe ser respetada por todos, puesto que

es el único que supera y congruentemente ordena todos

los demás órdenes de las realidades humanas Pues es

el orden moral el único que abarca en toda su naturaleza

al hombre, creatura racional de Dios y l lamado lo

eterno, y solamente él, si es observado con entera fideli-

dad , conduce al ho mbre al logro pleno de la perfección y

de la bieiiaventuranzaw (DCS 6).

humana, unió a sí con cierta solidaridad sobrenatural a

todo el género humaiio como una sola familia y estable-

ció la caridad como distintivo de sus discipulos con estas

palabras: En es to cono cerán todos que sois mis discípulos.

si tenéis caridad unos con otros (Jn 13,35)n (DA S

8).

El manda miento de la caridad es básico para el orden mo-

ral.

Y

contiene también el principio de acción en virtud del

cual la vida hum ana pued e hacerse cada vez mas humana ,

como repetidamente dice el Concilio. Este principio incide fi-

nalmente, de forma esencial , en la acti tud de identidad hum a-

na que debe significar al cristiano. El Evangelio afirma que la

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Por tanto, la declaración sobre la educación crist iana en-

sefia, entre otras cosas, que

.Los niños y los adolescentes tienen derecho a que se

les estimule a apreciar con recta conciencia los valores

morales y a prestarles su adhesión personal,) (DEC 1).

La recta conciencia y el orden moral objetivo se correspon-

den recíprocamente y, a la vez. constituyen la dignidad humana.

.Cuanto may or es el predom inio de la recta conciencia,

tanto mayor segu ridad t ienen las personas y las socieda-

des para apartarse del ciego capricho y para someterse a

las normas objetivas de la moralidad. No rara vez, sin

embargo, ocurre que yerre la conciencia por ignorancia

invencible, sin que ello suponga la pérdida de su digni-

dad. Cosa qu e no puede af irmarse cuando el hombre se

despreocupa de buscar la verdad y el bien, y la concien-

cia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito

del pecadon (CM 16).

Co mo fu ndam ento del orden moral , la recta conciencia hu-

mana reconoce y acepta esta ley que se observa sólo por amor

de Dios del prójima. En el decreto acerca del apostolado de

los seglares hallamos u n tex to dedicado d e forma part icular al

mandato evangélico de la caridad:

,<El mand amiento sup rem o de la ley es ama r a D ios de

todo corazón y al prójimo como a si mismo (cf. Mt

22,37-40). Cristo hizo suyo este mandamiento del amor

al prójimo y lo enriqueció con un nuevo sentido al que-

rer ,identificarse El mismo con los hermanos como obje-

to único de la caridad diciendo:

Cuantas veces hicisteis

eso a uno de estos mis hermanos menores, a mi me lo

hicisteis (Mt 25,40). Cristo, pues, al asumir la naturaleza

identificación del Hijo de Dios, Cristo, con los hom bres

com o hermano s, par a los que son en sentido universal, por así

decirlo, centro sobrenatural de la solidaridad humana, es el

origen de una acti tud concebida de esa forma.

<<Entreos signos de nuestro t iempo hay que men cionar

especialmente el creciente e ineluctable sentido de la so-

lidaridad de todos los pueblos. Es misión del apostola -

dos seglar -leemos en el decreto dedica do a este tema-

promover solíci tamente este sentido de solidaridad y

convertirlo en sincero y auténtico afecto de fraternidad,,

(DAS 14).

El capítulo

II

de la primera parte de la constirución Gau-

dium et spes enseña cómo hay que entender y realizar esa

acti tud de identidad humana que establece una profunda soli-

daridad con el hombre y con los hombres en las diversas situa-

ciones de nuestra existencia.

En nuestra époc a, principalm ente, urge la obligación de

acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cu and o Ile-

gue el caso, ya se trate de ese anciano aba ndo nad o de

todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injus-

tamenle, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que

debe aguantar sin razón el pecado que él no cometió, o

de ese hambriento que recrimina nuestra coiiciencia re-

cord and o la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis

eso

a

uno de estos mishe rma nos menores. a mí lo hicisteis

(Mt 25,40)n (CM 27).

La constitución pastoral se expresa aquí, evidentemente,

con un lenguaje concreto, com o en el trozo citado del evange-

lio según San Mateo. Este lenguaje concreto pone de relieve

la exim ia dignidad de la persona hu,mana, superior a toda s

las cosas, cuyos derechos y deberes son universales e inviola-

bles (CM 26). La consti tución Gaudium et spes constata que

tal conciencia crece . Po r eso el orde n social y su progre-

so deben siempre dejar que prevalezca el bien de las personas

(CM 26).

-La igualdad fund amen tal entre todos los hombres exi-

ge un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos

ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de

Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y

porque, redimidos por Cristo, disfmtan de la misma vo-

cación y de idéntico destino,, (CM 29).

i

i n t e rb de I:i prop i;i utilidiid o coi1 cl ;iS51i de do iiiiii;lr:

cumplir niites qiic iind;i I;is cxigciicins dc I;i justici:i, p;ir;i

no da r com o nyud:i d e c;trid:id lo que y;i sc dchc po r

r~izó ii e iustici:~; upriiiiir Iiis c;iusns, y iio só lo los ck c-

tos. de los males org;iiiiz;ir los ;iuxilios de

t;il

10riii:i

que quienes los rcciben se vay;in liber;iiido progrcsiv;i-

mente de 3 dcpeiidenciü externa y se vayan b;ist;iiido

por si misnios,, (DAS 8).

Estas palabras están tom ada s del decreto sobre el apostoia-

do de los seglares y explican el modo en que hay que l levar a

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/ j

La verdad revelada acerca del hombre

-como insiste el

i

-

Concilio- constituye el mó s sólido fundamento de la actitud de

identidad

y

de solidaridad humona.

<<Es vidente q ue no todos los hombres so n iguales en

lo que toca a la capacidad física y a las cualidades inte-

lectuales y morales. Sin em bargo, tod a forma d e discri-

1

minación de los derechos fundamentales de la persona,

I

ya sea social , ya cultural , por motivos de sexo, raza, co-

i

lor, condición social, lengua o religión, debe ser vencida

y eliminada por ser contraria al plan divino.

Las instituciones humanas, privadas y públicas, es-

¡

fuércense por ponerse al servicio de la dignidad y del fin

del hombre. Luchen con energía contra cualquier escla-

vitud social o politica y respeten, bajo cualquier régimen

polít ico, los derechos fundamentales del hombre. Más

aún, estas insti tuciones deben ir respondiendo cada vez

más a las realidades espirituales, que son las más pro-

fundas de todas, au nqu e es necesario todavia largo plazo

de tiempo para llegar al final deseado,, (CM 29).

l

El Con cilio subra ya la primacía del'espíritu en la moral

humana. La caridad es la fuerza del espíri tu y la actuación del

orden espiritual en las relaciones interpersonales. Esta es la

verdad del Evangelio, que el Vaticano 11 recuerda al mundo

contemporáneo:

('Para que este ejercicio de la caridad sea verdadera-

mente irreprochable y aparezca como tal , es necesario

ver en el prdjimo la imagen de Dios. según la cual ha sido

creado, y a Cristo Señor, a quien en realidad se ofrece lo

que al necesitado se da; respetar can móxima delicadeza

la libertad la dignidad de la persona que recibe el auxi-

l io; no manchar la pureza de intención con cualquier

cabo las obras de caridad para con el prójimo, considerado

éste tanto desde el ángulo individual como social. Si la pri-

macía del espiritu se expresa a través de la caridad, las pala-

bras ci tadas muestran -según lo que dice San Pablo en la

carta a los Corin tios (1Co r 13)- cóm o ha de ser la caridad .

El texto conciliar pone de relieve el criterio fundamental para

distinguir los deberes de la moral social derivados de la justicia

y aquellos en que se basa la caridad. La caridad se dirige a la

persona y respeta siempre su verdadera dignidad, que está inti-

mamente vinculada al atributo de la l ibertad. Por eso, la cari-

dad

respeta a la persona por encima de miras calculadoras e

interesadas: no se sirve del hombre. sino que sirve a su humani-

dad.

El texto concil iar que acabam os de citar nos deja vislum-

brar có mo la caridad cualifica la acti tud d e identidad human a

y cómo hay que entender esto.

La consti tución Gaudium et spes enumera y expone en rápi-

da síntesis

todo cuanto en la vida actual es radicalmente confra-

rio a la justicia para can el hambre

y

más aún a la caridad hacia

la persona humana.

Estas palabras nos recuerdan algunos tex-

tos de San Pablo.

,<C uan to tenta la vida -homicidios de cualquier clase,

g e n o c i d i o s , a b o r t o , e u t a n a s i a e l m i s m o s u i c id i o

deliberado-; cua nto viola la integridad de la person a

hum ana, como, p or ejemplo, las mutilaciones, las tortu-

ras morales o físicas, los conatos sistemáticos para do-

minar la mente ajena: cuanto ofende a la dignidad hu-

mana, como son las condiciones infrahumanas de vida,

las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavi-

tud, la prostitució n. la trata d e blancas y de jóvenes; o

las condiciones laborales degradantes, que reducen al

operario al rango de mero instrume nto de lucro, sin res-

peto a la libertad y a la responsabilidad de la persona

hum ana; todas estas prácticas y otras parecidas son en sí

misnias infrimantes, degra dan la civilización hum ana ,

deshonran más a

sus autores que a sus victi inas y son

totalmente contrarias al honor debido al Creador,, (CM

27 .

La gloria del Creador es el hombre viviente, pensamiento

este de San Ireneo qu e también lo hallamos en el texto conci-

l iar. La acti tud d e identidad hu man a del crist iano esta firme-

mente asentada en la conciencia de la creación y de la

redención.

También desde este punto de vista. el Vaticano estudia los

procesos de lo llamado socialización,

característicos de nuestro

imposible si los individ uos y los grupo s sociales no culti-

van cn si mismos y difunden en la sociedad las virtudes

morales y sociales, de fo rma q ue se conviertan verdade-

ramente en hombres nuevos y en creadores de una nue-

va humanidad>, (CM 30 .

Las frases ci tadas demuestran de qué m odo el Vaticano 11

se plantea el ámbito de solidaridad humana, considerada

cosa sagrada .

A

esta solidaridad, entendida en sentido glo-

bal, se llega partiendo, por

así decirlo, de círculos humanos

más restringidos, en los que las personas son solidarias entre

sí. En definitiva, lo actitud moral de cada hombre. sus virtudes

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t iempo.

En nuestra é poca , por varias causas, se multiplican sin

cesar las conexiones mutuas y las interdependencias; de

aquí nacen diversas asociaciones e instituciones, tanto

de derecho público como de derecho privado. Este fenó-

meno, que recibe el nombre de socialización, aunque

encierra algunos peligros, ofrece, sin embargo, muchas

ventajas para consolidar y desarrollar las cualidades

de la persona humana y para garan tizar sus derechos,,

(CM 25).

Sin embargo, algo más arriba leemos que

.<Entre os principales aspectos del m undo actual hay

que señalar la multiplicación de las relaciones mutuas

entre los hombres. Contribuye sobremanera a este des-

arrollo el moderno progreso técnico. Sin embargo, la

perfección del coloquio fraterno no está en ese progreso,

sino más hondamente, en la comunidad que entre las per-

sonas se establece, la cual exige el mutuo respeto de su

plena dignidad espiritual,) (CM

23 .

En con formidad con tod a la tradición de la doctrina social

de la Iglesia, el Concilio recuerda que

se muestra evidente cómo

el perfeccionamiento de la persona humano

y

el desarrollo de la

propia sociedad son interdependientes

(CM 2 5 .

Por eso insiste

en la solidaridad:

*'La aceptac ión de las relaciones sociales y su observ an-

cia deben ser consideradas por todos como uno de los

principales deberes del hombre contemporáneo. Porque

cuanto más se unifica el mundo, tanto más los deberes

del hombre rebasan los limites de los grupos particulares

y se extienden poco a poco al universo entero. Ello es

morales

y

sociales , conducen a esa solidaridad

en cada uno de

sus círculos, incluso en el más amplio.

La formación de esa acti tud -de acuerd o con la visión

cristiana de la

nioral- es fruto de una constante cooperación

con la gracia divina, cooperación que l leva a una auténtica

madurez espiri tual , de la que, a su vez, emana.

<.Para que cada un o pueda cult ivar con m ayor cuidado

el sentido de su responsabil idad ta nto respecto de si mis-

mo como de los varios grupos sociales de los que es

miembro, hay que procurar con suma dil igencia una

más amplia cultura esp iri tual , valiéndose para el lo de los

extraordinarios medios de que el género humano dispo-

ne

hoy,, (CM 31 .

Se trata aqu i sobre todo dk la educación de los jóvenes de

cualquier origen social , que debe ser plantead a de forma

que suscite hombres y mujeres no tanto refinadamente intelec-

tuales cuanto, más bien. dotados ile una recia personalidad,

com o nuestro t iempo lo está pidiendo a gritos (CM

31 .

*Todos los hombres, de cualquier raza, condición y

edad, por poseer la dignidad de persona, t ienen derecho

inalienable a una educación que responda al propio fin,

al propio carácter, al diferente sexo y acomodada a la

cultura y a las tradiciones varias; y, al mismo tiempo,

abierta a las relaciones fraternas con o tros pueblos, para

fomentar en la tierra la unidad verdadera y la paz,,

(DEC 1).

La necesidad y el significado profundo de una educación

así entendida, fmto y prenda de la acti tud de identidad buma-

na y de un a sincera solidaridad, se hacen más claros aún cuan-

d o consideramos la realidad social de nuestro t iempo.

<<Es ierto que las perturbacioncs que tan frecuente-

mente agitan la realidad social proceden en parte de las

tensiones propias de las estructuras económicas, políti-

cas y sociales. Pero proceden, sobre todo, de la soberbia

y del egoismo humanos, que trastornan también el am-

biente social.

Y

cuando la realidad se ve viciada por las

consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al

mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos

para el pecado, los cuales sólo pueden vencerse con de-

nodado esfuerzo ayudado por la gracia* (CM

25).

El análisis de la realidad social, realidad que hay que trans-

moral social, mientras halla en la convivencia humana situa-

ciones que favorecen la solidaridad, halla también s;tuaciones

que implican contrastes.

-Quienes sienten u ob ran de m odo dist into al nuestro

en materia social, política e incluso religiosa, deben ser

también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más

humana y cari tat iva sea nuestra comprensión intima de

su manera de sentir, mayor será la facilidad para esta-

blecer con ellos el diálogo. Esta caridad y e s ta benigni-

dad en modo alguno deben convertirse en indiferencia

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formar por medio de una educación apropiada, no es sólo un

análisis sociológico , sino también un análisis evangélico ,

realizado a travks de las categorias de la verdad sobre el hom-

bre bebida en la única fuente, la dcl Evangelio. Esta visión

crist iana de la verdad acerca del hombre, l lamado a vivir y

trabajar en la sociedad, no pierde de vista, sin embargo, los

condicionamientos del orden socioeconómico:

<<Laibertad hum ana, con frecuencia, se debil ita cuan-

do el hombre cae en extrema necesidad, de la misma

manera que se envilece cua ndo el hom bre, satisfecho por

una vida dema siado fácil, se encierra com o en una dora-

da soledad. Por el contrario, la libertad se vigoriza cuan-

do el hombre acepta las inevitables obligaciones de la

vida social, toma sobre si las niultiformes exigencias de

la convivencia humana

y se

obliga al servicio de la co-

munidad en que vive,, (CM 31).

Las palabras ci tadas sintetizan en cierto modo el significa-

do

y

el valor de la actitud de identidad humana de auténtica

solidaridad, que consiste en la orientación correcta de la libertad

del individuo respecto al bien común.

*Es necesario r>or ello estimular e n todo s la voluntad

de participar en ¡os esfuerzos com unes. Merece alaban za

la conducta de aquellas naciones en las que la mayor

parte de los ciudadanos part icipa con verdadera l ibertad

en la vida pública. (CM

31).

El juicio de la constitución Gaudium er spes corresponde al

pensamiento de tod a la doctrina tradicional de la Iglesia acer-

ca del individualismo y el totalitarismo en la vida y ordena-

miento social.

El mandamiento del amor , en cuanto fundamento de la

ante la verdad

y

el bien. Más aún, la propia caridad exi-

ge el anuncio a todos los hombres de la verdad saluda-

ble. Pero es necesario distingu ir entre el terro r, que siem-

pre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual

conserva la dignidad de la person a incluso cu an do está

desviado por ideas falsas o insuficientes en materia reli-

giosa. D ios es el único juez y escrutado r del corazón

humano. Por ello, nos prohibe juzgar la culpabilidad in-

terna de los demás. (CM

28).

Por eso, en los párrafos dedicados

a las relaciones de la

Iglesia con el ateismo, leemos:

<<Laglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateís-

mo, reconoce sinceramente que todos los hombres, cre-

yentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación

de este mun do, en el que viven en común . Esto no puede

hacerse sin un nrudente v sincero diáloeo. Lamenta.

pues, la Iglesia ia discriminación entre creyentes y no

creyentes que algunas autoridades políticas, negando los

derechos fundamentales de la persona humana, estable-

cen injustamente. Pide para los creyentes libertad activa

para que puedan levantar, en este mundo también, un

templo Dios. E invita cortésmente a los ateos a oue

consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo* (CM i l ) .

Ambitos principales de la responsabilidad cristiana

. 'De la dignida d de la person a hum ana tiene el hombre

de hoy una conciencia cada día mayor y aumenta el nú-

mero de quienes exigen que el hombre, en su actuación,

goce y use de su propio criterio y de libertad responsa-

ble. no iiiovido por c«;iccinii.'siiio gui:ido p or n c<iii-

cierici:~del deber.. (DLR 1 .

Con esta afirmación se abre la declaración sobre 3 1ibert;id

religiosa. Esta afirmación nos permite comprender mejor en

qué

consiste. según la doctrina del Vaticano 11 la esencia de la

responsabilidad cristiana.

Esta se manifiesta en una profunda

conciencia del deber, que procede de la conciencia rectamente

formada. La responsabilidad va a la par con la dignidad de

la persona, pues expresa la autodeterminación por medio de la

cual el hom bre -incluso alejado de la arbitrariedad- hace

buen uso de la libertad, dejándose guiar siempre por los valo-

de un modo de actuar que favorezca la actitud de responsabili-

dad humana.

'(Por lo cual, este Concilio Vaticano exhorta a todos,

pero principalmente a aquellos que cuidan de la educa-

ción de otros, a que se esmeren en forma r hombres que,

acatando el orden moral, obedezcan a la autoridad legi-

tima y sean amantes de la genuina libertad; hombres que

juzguen las cosas con criterio propio a la luz de la ver-

dad, que ordenen sus actividades con sentido de responsa-

bilidad y que se esfuercen por secunda r todo lo verdade-

ro y lo justo, asociando de buena gana su acción a la de

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res auténticos y las leyes justas.

No hay razón, pues, para maravil larse de que la act itud de

responsabilidad asi entendida esté al máximo conforme con la

doc trina del Vaticano y sea uno de los elementos según los

cuales el Concilio orienta ese plan de enriquecimiento de la fe

que caracteriza su doctrina.

eCu anto este Concil io Vaticano d eclar;~ cerca del de-

recho del hombre a la libertad religiosa tiene su fund:~.

mento en la dignidad de la persona. cuyas exigcnci;~~e

han ido haciendo más patentes cada vez a la razón hu-

mana a lo largo de la expericncia de los siglos. Es mjs,

esta doctrina de la libertad tiene sus raíces en la divina

Revelación,, (DLR 9).

El Concil io une estrechamente la l ibertad, que, por propia

naturaleza, corresponde a la persona humana, con la respon-

sabilidad.

~~~~

*<En l uso de todas las libertades hay que observar el

principio moral de la responsabilidad personal y social.

Todos los hombres y grupos sociales, en el ejercicio de

sus derechos, están obligados por la ley moral a tener en

cuenta los derechos ajenos y sus deberes para con los

demás y para con el bien común de todos. Hay que

obrar con todos conforme a la justicia y al respeto debi-

do al hombre,, (DL R 7).

La act i tud de una responsabil idad madura es, ciertamente,

el elemento que, mediante la contribución de cada hombre,

hace q ue la vida h uman a sea más humana . El Concil io le

pide a cada hombre, y a cada cristiano en particular, ese tipo

de actitud. Actitud que exige a la vez, por parte de los legisla-

dores, organizadores y tutores de la vida social, la observancia

34

los demás,, (DLR

8).

<'Precisamenteen nombre de una act i tud deresponsabi-

lidad así entendida, el Concilio declara lo siguiente:

Se debe observar la regla de la entera libertad en la

sociedad,

según la cual

debe reconocerse al hombre el m

ximo de libertad, y no debe restr ingirse sino cuando es

necesario y en la medida en que lo sean (DLR

7).

Se puede y se debe hablar, por lo tanto, en este contexto de

una confluencia y condicion amiento recíp roco. El Concilio sub-

raya con vigor que la actitud de responsabilidad está condi-

cionada por la libertad integral del hom bre en la sociedad.

L a e x p e r i e n c ia n o s e n s r f i a d i a r i a m e n t e q u e l a l i b e r t a d

-interior

y

exterior- es indispensable para el desarrollo de la

act i tud de responsabil idad. Sin embargo, debemos constatar

también que sólo una madura responsabilidad cualifica la li-

bertad en las confrontaciones de estos dos aspectos. En otras

palabras, sólo el hombre responsable le saca provecho a la

libertad interior, ya que,

otra parte, no existen razones

para limitar su libertad exterior, hasta el punto de que tales

limitaciones podrían ser contrarias a la moral social y a la

economia de los valores hum anos fundam ental, que es fin y,

a l a vez , condic ión esencia l de l debido desar rol lo de l a

sociedad.

La educación tiende a reforzar en el hombre la actitud de

responsabilidad

La verdad era educación se prop one la formación de la

persona humana en orden a su fin último y al bien de las

sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas

responsabilidades participará cuando llegue a ser adulto.

DEC 1).

.<Por tanto , ésta es la norm a de la actividad hum ana:

que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos,

sea co nforme al auténtico bien dcl género huinuno y per-

mita al hombre, como individuo

y

como niiembro de la

sociedad, cultivar y realizar Íntegramente sil plena voca-

ción.. (CM 35).

La actitud de respon sabilidad cristiana corresp onde a la

acti tud de responsabil idad humana, pero presupone la reali-

dad de la creación y de la redención, con la que se vincula la

dimensión de los valores que constituyen la plenitud del ethos

cristiano. El Vaticano 11 -sobre tod o en la constitución Gau-

dium et spes- nos pone delante diversos sectores de la respon-

sabilidad cristiana y denuncia algunos de los problemas m ás

El Vaticano 11 no enumera todos los sectores de responsa-

bilidad crist iana, sino que l lama la atención sólo sobre algunos

de ellos. Nosotros también, esbozando la actitud de responsa-

bil idad crist iana, haremos lo mismo.

El primer ámbito grande en el que esta actitud debe realizar-

se es el del matrimonio y la familia. Como sefiala el propio

titulo del capitulo 1 de la segunda pa rte de la constitución

Gaudium e spes, se trata de valorar la dignidad del matrimonio

y de la familia.

Esto es ante todo misión y vocación de los

propios cónyuges.

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urgentes . En el magisterio conciliar encon tram os en todos es-

tos sectores el postulado fundamental de la re sponsabilidad para

con el hombre,

para con cada uno de los hombres.

Este postulado, además, se dirige a cad a hom bre, y en par-

t icular a cada crist iano, destacando la dignidad de la persona

humana y su vocación, y se expresa particularmente en la con-

ciencia de la relación del hombre con Dios, tal como la presen-

ta la constituci6n acerca de la divina revelación y la declara-

ción sobre la libertad religiosa, asi como en la concepción de

la relación del hombre con el mundo, relación que, según la

doctrina del Vaticano 11, forma parte de la conciencia de la

Iglesia, definitivamente formada por la verdad sobre la crea-

I

ción y la redención.

l

Podemos afirmar, sin temor a exagerar, que toda la obra

del V aticano 11 nace d e un vivo sentido de responsabil idad ha-

cia el hom bre y su destino, terreno y eterno. En consecuencia,

de aqui debemos recabar el cri terio fundamental para evaluar

toda responsabilidad cristiana, pues el hombre es, por así de-

cirlo, el valor central al que se refiere esta responsabilidad en

los diversos sectores.

-Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más

amplia es su responsabilidad individual y colectiva. De

donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los

hombres de la edificación del mundo ni los lleva a des-

preocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les

impone como deber hacerlo>, (CM

34 .

<<Procurenos católicos cooperar con todos los hom-

bres de buena voluntad para promover cuanto hay de

verdadero, d e justo, de sa nto, de amable (cf. Flp 4,8 .

Dialoguen c on ellos, precediéndoles en la prudencia y en

el sentido humano, e investiguen la forma de perfeccio-

nar, según el espíritu del Evangelio, las instituciones so-

ciales y públicasn (DAS

14).

236

'<Por anto, el Concilio, con la exposición mas clara de

algunos puntos capitales de la doctrina de la Iglesia, pre-

tende ilumiiiar y fortalecer a los cristianos y a todos los

hombres que se esfuerzan por garantizar y promover la

intrínseca dignidad del estado matrimonial y su valor

eximio,, (CM

47 .

Merece la pena releer integro este capitulo de la constitu-

ción pastoral , q ue, con el trasfondo de las notas introductorias

referentes al matrimonio y a la familia en el mundo contempo-

ráneo, pone de rel ieve ante todo la santidad del matrimonio y

de la familia, esto es, su puesto en el plan divino de la salva-

ción y, además, el significado propio del amor conyugal y de

su relación con la procreación. Imposible citar aqui el texto

completo al que nos referimos; por el lo hemos de dejar que

hablen algunos de sus fragmentos:

<#El enuino amo r conyugal es asumido en el amo r divi-

no y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo

y la acción salvifica de la Iglesia para conducir eficaz-

mente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos

en la sublime misión de la paternidad y la maternidad.

Por ello, los esposos cristianos, paro cumplir dignamente

sus deberes de estado. están fortificados y como consagra-

dos por un sacromento especial,> (CM

48 .

-Esta misión de ser la familia la célula primera

y

vital

de la sociedad la ha recibido directamente de Dios.

Cumplirá esta

misión si, por la mutua piedad de sus

miem bros la oración en com ún dirigida a Dios, se

ofrece com o san tuario doméstico de la Iglesia,, (DAS 11).

La consti tución Gaudium er spes muestra una al ta estima y

comprensión por el amor conyugal

y

por cuan to le es propio.

Entiend e ser muy imp ortan te el qu e los jóvenes estén debida -

mente instruidos y a su t iempo

...)

acerca de la dignidad del

237

amor conyugal, su función y sus manifestaciones; de modo

que, form ados en el aprecio de la castidad, puedan, a u na edad

conveniente, pasar de un noviazgo honesto al desposorio

(CM

49 .

Por lo que se refiere a la coordinación entre amor

conyugal y procreación, la consti tución pastoral recuerda que

no puede darse una verdadera contradicción entre las leyes

divinas de transmisión de la vida y el deber de fomentar el

autentico amor conyugal (CM 51 .

.En el deber de transm itir la vida humano

y de educarla,

lo cual hay que considerar como su propia misión, los

tencia de 1:)s persoii;is vers;id;~s ii las cieiici:,~ ;igr;id;is,~

(CM

52 .

La constitución pastoral hace referencia también a los hom-

bres que ejercen diversas profesiones, enumerándolas una por

una. En prim er lugar señala a los expertos en ciencias, sob re

tod o biológicas, m édicas, sociales y psicológicas ,

y

se refiere a

ellos como a quienes pueden contribuir mucho al bien del ma-

trimonio y de la familia, y a la paz de las conciencias, si se

,esfuerzan por aclarar más a fondo , con estudios convergentes,

las diversas circunstancias favorables a la honesta ordenación

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cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios

creador

y

como sus inlérpretes.

Por eso, con responsabili-

dad humana y crist iana, cumplirán su misión, y con dó-

cil reverencia hacia D ios se esforzarán ambos, de común

acuerdo y co mún esfuerzo, por formarse un juicio recto,

atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien

de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo

las circunstancias de los tiempos y del estado de vida

tanto materiales como espirituales, y, finalmente, tenien-

do en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la

sociedad temporal y de la propia Iglesia. Este juicio, en

últ imo término, deben formarlo ante Dios los esposos

personalmente. En su modo de obrar, los esposos cris-

t ianos sean conscientes de que no pueden proceder a su

antojo, s ino que

siempre deben regirse por la conciencia

la cual ha de ajustarse o la ley d ivina misma dóciles al

magisterio de la Iglesia que interpreta auténticomente esa

ley a la luz del Evangelio.

Dicha ley divina muestra el

pleno sentido de amor conyugal, lo protege e impulsa a

la perfección genu inam ente hum ana del mismo. (CM 50 .

Tratando de la acti tud de responsabil idad t ípica de este

campo fundamental que es el del matrimonio y la familia, el

Vaticano 11 la entiende no sólo com o una acti tud propia de los

cónyuges , s ino que af i rma que

todos los cristianos deben contri-

buir al desarrollo de los valores esenciales del matrimonio y de la

familia.

<'Los cristianos ... promuevan con diligencia los bienes

del matrim onio y de la familia, así con el test imonio de

la propia vida com o con la acción concorde con lo s

hombres de buena voluntad ... Para obtener este fin ayu-

darán mucho el sentido cristiano de los fieles, la recta

conciencia moral d e los hombres y la sabiduría y compe-

38

de la procreación humana (CM 52). Seguidamente, trata de

lo que compete al sacerdote como pastor de los cónyuges y

de las familias, para determinar finalmente cu anto en favor de

esta causa pueden lograr los diversos movim ientos familia-

res . En el trasfond o de este vasto pano rama es don de se po-

nen en claro los diversos deberes de los cónyuges.

-Los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de

Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de perso-

nas. vivan u nidos, con el mismo cariño. m odo de pensar

idéntico y mutua santidad, para que. habiendo seguido a

Cristo, principio de vida. en los gozos y sacrificios de su

vocación. por medio de su fiel amor sean testigos de

aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y

resurrección rebeló al mundo. (CM

52 .

El segundo dmbito en el que, de acuerdo con la doctrina

conciliar, hay que acentuar la actitud de responsabilidad cris-

tiana se describe en el capítulo 11 de la segunda parte de la

consti tución Gaudium et spes. El propio t í tulo de Algunosprin-

cipios referentes a la recta promoción

< / l

lo cultura presenta el

objeto de esta responsabil idad. No ~i; ,r lemos n este lugar,

como es evidente, ilustrar la inmensa y niultiforme riqueza de

los pensamientos contenidos en dicho capitulo de la consti tu-

ción

Gaudium el spes.

Renunciando al texto completo, nos

quedamos ahora con los fragmentos que más abiertamente se

ocupan de la acti tud de responsabil idad crist iana en el campo

de la cultura.

*Cad a día es mayor el núm ero de los hombres y muje-

res de todo grupo o nación que t ienen conciencia de que

son ellos los autores y promotores de la cultura de su

com unidad . En tod o el mun do crece más y más el senti-

d o de la autonom ía, y al mismo tiempo de la responsabi-

l idad, lo cual t iene enorme importancia para la madurez

espiritual y moral del género humano. Esto se ve más

claro si fijamos la mirada en la unificación del mundo y

en la tarea que se nos impone de edificar un mundo me-

jor en la verdad y en la justicia. De esta manera somos

testigos de que está naciendo un nuevo humanismo, en

el que el hombre queda definido principalmente por la

responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia.

En esta si tuación no hay q ue extrañarse de que el hom-

bre. que siente su responsabilidad en orden al progreso de

la cultura alimente una más profunda esp eranza. pero al

mismo tiempo note con ansiedad las múltiples antinomias

existentes

que él mismo debe resolver,, (CM

56 .

túa a la cultura cn el puesto eminente quc Ic corresponde

en la entera vociición del hombre.) (CM

57).

Esto se refiere a la cultura entendida com o transformación

del mun do material , af in de que sea morad a digna de toda la

familia humana , lo mismo que a la cultura entendida com o

perfeccionamiento del propio hombre. La constitución

Gau-

dium et spes

resalta el esfuerzo de la ciencia y del arte.

-El hom bre, c uan do se entrega a las diferentes discipli-

nas d e la filosofía, las matemá ticas y las ciencias natu ra-

les, y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera

a que

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El docum ento concil iar enu mera seguidamente las antino-

mias que en la cultura del mundo co ntempo rhneo parecen más

significativas, tales como, por ejemplo, el progreso científico y

técnico y sus relaciones co n la cultu ra que se centra en los

valores espirituales; la especialización progresiva y la exigencia

de una síntesis; el progreso y la tradición; el desarrollo de la

ciencia y la necesidad de la sabiduría; las tendencias universa-

listas y la cultura nacional; la desproporción entre la participa-

ción en los bienes de la cultura por parte de una dlite re8tringi-

da Y el hecho de que no ~ar t ic io e n ellos una amolia mavoria.

mientos sobre la verdad el bien y la belleza y al juicio del

amor universal, y así sea iluminado mejor por la maravi-

l losa sabid uría que desde siempre estaba con Dios dispo-

niendo toda s las cosas con El, jugand o en el orbe de la

tierra y encontrando sus delicias en estar entre los hijos

de los hombres. Con todo lo cual, el espiritu humano,

más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado

con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación

del Creador. Más todavía, con el impulso de la gracia se

dispone a reconocer al Verbo de Dios,, (CM 57).

~i na lm en te e Vemos cuán profundas raíces ha echado en la cultura la

q, De qu é manera.. . hay q ue reconocer co mo legitima la

autonomía que reclama para sí la cultura, sin llegar a un

humanisnio meramente terrestre o incluso contrario a la

misma religión?

E n m e d i o d e e s t a s a n t i n o m i a s - le e m os c o m o

respuesta- se ha de desarro llar hoy la cultu ra hum ana,

acti tud de respoñsabilidad crist iana, tratan do siempre de ele-

varla. Mediante esta actitud, el cristiano participa en la misión

de la Iglesia, qu e aun sin identificarse de m od o exclusivo e

inexcusable con alguna de las formas de la cultura, puede

entrar en com unión con las diversas formas d e cultura; comu-

nión que enriquece tanto a la Iglesia como a las diversas cultu-

. ., P X < P I

La \ L A

20

de tal manera que cult ive equil ibradamente a la persona

~ n r n w

humana integra

y

ayude a los hombres en las tareas a

cuyo cumplimiento todos, y de modo principal los cris-

t ianos, están l lamados, unidos fraternalmente en una

sola familia humana,, (CM

56 .

.Los cristianos -prosigue el texto-, en marcha hacia

la ciudad celesre deben buscar y gustar las cosas de arri-

ba; lo cual en nada disminuye, antes, por el contrario,

aumenta la importancia de la misión que les incumbe de

trabajar con todos los hombres en la edificación de un

mundo más humano. En rea lidad , el misterio de La fe cris-

tiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas

para cumplir con m ás intensidad su misión, y sobre todo

p r descubrir el sentido pleno de esa actividad que si-

. .y*-.

<<La uena nueva de Cristo .. purifica y eleva incesante-

mente la moral dc los pueblos. Con las riquezas de lo

alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades es-

pirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada

edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo.

Así, la Iglesia, cumpliendo su misión propia, contribuye,

por lo mismo, a la cultura human a y la impulsa (CM 58).

Por las razones expuestas, la Iglesia recuerda a todos

que

la cultura debe estar subordinada a la perfección inte-

gral de la persona humana al bien de la comunidad y de la

sociedad entera humana. Por lo cual es preciso cultivar el

espíritu de tal manera que se promueva la capacidad de

24

adm iración, de intuicióii, de

contempl ción

y de formar-

se un juicio personal, asi como el poder cultivar el senti-

do religioso, moca1 y social ^ (CM 59).

El Con cilio considera deberes m ás urgentes para los cris-

tiano s en torno a la cultura , especialmente, los qu e están vin-

culados a la universalización de la misma; el derecho al uso de

los bienes de la cultura debe ser reconocido a todos y actuado

en la vida (cf. CM

60 ;

en segund o lugar están las tareas que se

refieren a la educación del hombre, a una cultura integral

(cf. CM

61 .

To do esto implica la necesidad de una debida coor-

dinación entre la cultura, personal o social , y la enseñanza

principios de Justicia y equidad, exigidos por la recta ra-

zón,, (C M 63 .

La constitución pastoral hace referencia a la ética social ca-

tólica

en su totalidad , para resaltar solamente algunos princi-

pios esenciales válidos para formar la responsabilidad cristiana

en este sector tan vasto y dificil.

Respecto al desarrollo económico

af i rma, ante todo, que

éste debe estar esencialme nte al servicio del homb re, y éste

obligado a conducirlo de forma que se el iminen las ingentes

disparidades económicas (cf. C M

66 .

*<Hoymás que nunca, para hacer frente al aumen to de

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cristiana (cf. CM 62 .

El tercer ámbito

que la consti tución

Gaudium et spes

señala

como campo de la responsabil idad crist iana es el de la

vida

económico-social.

También en la vida económico-social deben respetarse

y promoversc la dignidad de la persona humana, su en-

tera vocación y el bien de 'to da la sociedad. Porqu c el

hom bre es el au tor , el centro y el fin de toda la vida

económico-social.

La economia mod erna, com o los restantcs sectores de

la vida social, se caracteriza por una creciente domina-

ción del hombre sobre la naturaleza, por la multiplica-

ción e intensificación dc las relaciones sociales y por la

interdependencia entre ciudadanos, asociaciones y pue-

blos, asi como también por la cada vez más frecuente

intervención del poder politico. Por otra parte, el pro-

greso en las técnicas dc la producción y en la organ iza-

ción del co mercio ' y de los servicios han co nvertido a la

economia en instrumento capaz de satisfacer mejor las

nuevas necesidades acrecentridas de la familia humana.

Sin embargo, no faltan motivos de inquietud>. CM

63 .

Tam bién aquí, como en la introducción t itulada Situa-

ción del homb re en el mund o de hoy , el docu men to concil iar

expone cuáles son los diversos factores qu e produ cen los des-

equilibrios económ icos y sociales , y denu ncia las disparid a-

des que se notan en este camp o.

.<Por ello son n ecesarias m uchas reform as en la vida

económico-social y un cambio de mentalidad y de COS-

tumbres tn todos .

A

estc fin, la Iglesia, en el transcurso

de los siglos, a la luz del Evangelio, ha concretado los

población y responder a las aspiraciones más amplias

del género humano, se t iende con razón a un aumento

en la producción agricola e industrial

y

en la prestación

de los servicios. Por ello hay que favorecer el progreso

técnico, el espiritu de innovación, cl afán por crear

y

ampliar nuevas empresas, la adaptación de los métodos

productivos, el esfuerzo sostenido de cuantos participan

en la producción; en una palab ra, todo cuan to puede

contribuir a dicho progreso.

La finalidad fundam ental de

esta producción

no es el mero incremento de los produc-

tos, ni el beneficio, ni el poder, sino

el servicio del hom-

bre del hombre integral

teniendo en cuenta sus necesida-

des materiales y sus exigencias intelectuales, morales,

espirituales y religiosas; de todo hombre, decimos, de

todo grupo de hombres, sin dist inción de raza o conti-

nente. De esta forma, la actividad económica debe ejer-

cerse siguiendo sus métodos y leyes propias, dentro del

ámbito del orden moral , para que se cumplan así los

designios de Dios sobre el hombre,, (CM 64 .

La premisa fundamental de la doctrina social de la Iglesia

es la de la primacia de la ética sobre la economia. Este princi-

pio halla su expresión en el texto citado. Después, la constitu-

ción pastora l invoca algunos principios relativos al con junto

de la vida económico-social , emp ezando por el trabajo hum a-

no. A propósito de éste pone de relieve que

*El trabajo hum ano q ue se ejerce en la producción y en

el comercio o en los servicios es muy superior a los res-

tantes elementos de la vida económica, pues estos últi-

mos no t ienen otro papel que el de instrumentos. Pues el

trabajo humano, autónomo o di r igido, procede inmedia-

tamente de la persona la cual marca con su impronta la

m ~ t e r i aobre la que rrabaja

y

la somete a su voluntad Es

para el triibqindor

y

p;ir;i su taiiiilia el nicdio ordiiinrio

de subsistencin; por él el honibre se une ;i sus herniaiios

y les hace un servicio. puede prnctic;ir

ii

vcrd;idcrn

caridad y cooper;ir il perfeccion;imiento de la cre;icióii

divina. No sólo esto. S abenios quc. coi1 I I oblación dc su

trabajo a Dios, los honibres se ;isociaii ;I la propi; o bra

redentora de Jesucristo. quien dio al tr;ib;ijo uii:i digni-

dad sobreeminente Inboriindo con sus propias mimos en

Nazaret. De aqu í se deriva para tod o cl hombre el deber

de trabajar f ielmente. así como también rl derecho il

trabajo.

(CM

67).

La act i tud de responsabil idad cristiana ha sido puesta de

relieve por la doctrina del Vaticano 11 no sólo respecto a las

relaciones económico-sociales, sino tamb ién respecto a la

vida

de la comunidad política. Este es el campo y esfera ulteriores de

esa responsabilidad.

..Los cristianos tod os debe n tener conciencia de la vo-

cación particular y propia que tienen en la comunidad

política; en virtud de esta vocación están obligados a dar

ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al

bien común. (CM 75 .

"En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los

deberes civiles, siéntame obligados los católicos a pro-

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Corresponde a este derecho, por parte de la sociedad, el

deber de pro porcionar t rabajo y retr ibuir lo con just icia. La

const i tución pastoral se muestra f i rme contra lo que "con de-

masiada frecuencia sucede, en cambio, incluso en nuestros

dias, al estar los t rabajadores de alguna manera som etidos por

la propia actividad", mientras que, por el con trario, "hay

qu e ada pta r tod o el proceso productivo a las exigencias de la

persona y a sus formas de vida, sobre todo de su vida domésti-

ca, particularmente en relación con las madres de familia, y

teniendo siempre en cuenta el sexo y la edad de cada uno"

(CM 67 .

Junto al derecho a la retribución

se invoca

también el dere-

cho al descanso.

En los párrafos siguientes, la constitución pastoral mencio-

na el principio d e la participación d e los trabajad ores en las

empresas y en la planificación de la economía general, y brin-

da indicaciones concisas sobre el modo de resolver los conflic-

tos económico-sociales (cf. CM

68).

Siguiendo adelante en el

tema, aclara brevemente de qué m odo se ha entendido siempre

en la Iglesia, y debe entenderse hoy, el principio fundamental

sobr e el destino de los bienes terrenos en fav or de todo s los

hombres (cf . CM 69 . Un párra fo ap arte se ocupa de las inver-

siones y del dinero (cf. CM 70). El qu e sigue se refiere al pro-

blema "del ac ceso a la propiedad", explicand o en que consiste

la legitimidad d e la propiedad privada. E n este contex to, la

constitución toca el problema de los latifundios, es decir, de

las grandes propiedades de t ierra (cf . CM 71 . Todos los ele-

mentos de la ética social católica han sido introducidos en el

presente capitulo de la const i tución

Gaudium et spes

con refe-

rencia a los cristianos "aue toman Darte activa en el desarrollo

económico-socia l conte iporáneo

propugn an la justicia y la

car idad" (CM 72 .

mover el genuino bien común y hagan valer asi el peso

de su opinión, para que el poder politico se ejerza con

justicia y las leyes respondan a los preceptos de la moral

y al bien común. Los católicos, preparados en los asun-

tos públicos y fortalecidos, como es su deber, en la fe y

en la doctrina cristiana, no rehúsen desempeñar cargos

politicos, ya q ue con ellos, dignamen te ejercidos, pueden

servir al bien común y preparar al mismo tiempo los

camino s del Evangelio. (DA S

14).

El documento conciliar esclarece, al menos en sus líneas

esenciales,

cómo hay que entender lo de "preparar los caminos

al Evangelio" en la vida de la comunidad política.

De.el lo se

ocupa largamente la ktica social católica, cuyos principios fun-

damentales han sido puestos de relieve en la constitución pas-

toral. Asi, echando un vistazo general a la vida pública con-

temporánea, el capitulo IV, en la segunda parte de la consti-

tución

Gaudium e spes,

recuerda en primer lugar la naturaleza

y f in de la c omun idad poli t ica (cf . CM 74 y examina adem ás la

necesidad y las circunstancias de la colaboración de todos los

miembros de la misma a las tareas que la vida pública com-

porta y exige.

-La mejor manera de llegar a una politica auténtica-

mente hum ana es fome ntar el sentido interior de la justi-

cia, de la benevolencia y del servicio al bien común y

robustecer las convicciones fundamentales en lo que

toca a la naturaleza verd adera de 'la comu nidad p olitica

y al fin , recto ejercicio

y

limites de los poderes públicos.

(CM

73 .

' ,Esto parece ten er especial importan cia en el trasfondo

de las justas aspiraciones de nuestra época.

La conciencia más viva de la dignidad humana ha he-

245

cho que en diversas regiones del mundo surja el propósi-

to de establecer un orden político-jurídico que proteja

mejor en la vida pública los derechos de la persona,

como son el derecho de libre reunión, de libre asocia-

ción, de expresar las propias opiniones y de profesar pri-

vada y públicamente la religión. Porque la garantía de

los derechos de la persona es condición necesaria para

que los ciudadanos, como individuos o como miembros

de asociaciones, puedan participar activamente en la

vida

y

en el gobierno de la cosa pública%>CM

73).

El Concilio considera esta participación como

un derecho

y

necesidad de una condena ab soluta de cualquier clase de

guerra, asi com o de una acción inte rnacional para evitarla

(cf. CM

80-82 .

Por ende, la constitución Gaudium et spes sub-

raya, con fuerza y con firmeza, la necesidad de construir una

comunidad internacional cuya misión fundamental sea la de

conocer bien los conflictos y sus causas, juntamen te con la

búsqueda de remedios (cf. CM

83-90 . Dándose cuenta de que

las profundas raíces de los conflictos radican en las desigual-

dades económicas, el Concilio ve como tarea principal de la

comunidad de las naciones y de las instituciones internaciona-

les la colaboración en el campo económico. Ello dicta también

fórmulas detallad as respecto- a la colaboración internacional,

considerando tanto la situación de las naciones subdesarrolla-

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undeber de los cristianos y por esa razón dedica a ese tema un

capitulo entero. Al m ismo tiempo, analizando el problema de

un debido equilibrio entre comunidad política e Iglesia, subra-

ya: Hága se clara distinción entre las acciones que los fieles,

individualmente o en grupo, realizan en su propio nombre,

como ciudadanos, guiados por la conciencia crist iana,

y

las

acciones que realizan en nombre de la Iglesia en comunión con

sus pastores (CM

76 .

Sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado hemos de

volver.

El último problema importante de la Iglesia en el mundo con-

¡

temporáneo -la esfera casi más amplia de la responsabilidad

cristiana- ha sido afrontado en el capitulo

V

de la segunda

parte de la constitución Gaudium et spes titulado: El fomento

de la paz

y

la promocidn de la comunidad de los pueblos. L o

importante en este problema procede, por un lado, de la cons-

tatación de que la sociedad humana p or entero ha alcanzado

un mome nto sum amente decisivo en el progreso de su madu-

rez , y por otr o, por la convicción de que la huma nidad no

podrá, sin emba rgo, consumar la ob ra pretendida de construir

i

un mundo más humano para todos los hombres a lo ancho y

lo largo de toda la tierra, si los hombres no se convierten con

renovado espíritu a la verdadera paz (CM

77 .

Por eso, tras

haber explicado, a modo de introducción, cuál es la naturaleza

de la paz a la luz del derecho natu ral y de la verdad del Evan.

gelio (cf. CM

78 ,

el documento conciliar somete a un detalla-

do análisis la problemática moral de la guerra actual y desea

ante todo mentalizar en el valor inmutable del derecho natu-

ral de gentes y de sus principios universales (CM

79 .

La pro-

pia conciencia del género humano exige abstenerse de los ho-

rrores de la guerra, en particular de la guerra total. Exige, por

lo tanto, frenar la carrera de armamentos, haciendo sentir la

das, o en vias de desarrollo, como la de las sociedades más

ricas (cf. CM 86 . El docum ento presta ademá s especial aten-

ción a los problenias demográficos (cf. CM

87 .

Sobre este amplio trasfondo se dibujan las tareas del

cr~stiano:

<.Cooperen gustosam ente y de corazón los cristianos en

la edificación del orden internacional con la observancia

auténtica de las legítimos libertades la amistosa frater-

nidad con todos, tanto más cuanto que la mayor parte

de la humanidad sufre todavía tan grandcs necesidades,

que con razón puede decirsc que es el propio Cristo

quien en los pobres levanta su voz para despertar la cari-

dad de sus discípulosL,Que no sirva de escándalo a la

humanidad el que algdnos paises, generalmente los que

tienen una población cristiana sensiblementc mayorita-

ria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven pri-

vados de lo ncccsario para la vida y vivcn atormentados

por el hambre, las enfermedades y toda clase de mise-

rias. El espíritu de pobreza y de caridad son gloria y

testimonio de la Iglesia de Cristo. Merecen, pues, ala-

banza y ayuda aquellos cristianos, en especial jóvenes,

que se ofrecen voluntarios para auxiliar a los demás

hombres

y

pueblos. Más aún, es deber del Pueblo de

Dios y los primeros los obispos, con su palabra y ejrm-

plo, socorrer en la medida de sus fuerzas las miserias de

nuestro tiempo y hacerlo, como era antes costumbre en

la Iglesia, no sólo con los bienes superfluos, sino tam-

bién con los necesarios,) (CM

88 .

El Concilio resalta el valor de la presencia constructiva de

la Iglesia en la comunidad internacional, presencia que contri-

47

17.-Renovocidn en u uenres

buye a reforzar en el mundo entero la paz y a poner sólidos

cimientos a la construcción de la unidad fraterna de los hom-

bres, haciendo conocer la ley divina y la natural. La Iglesia se

esfuerza en este sentido, sea a través de sus instituciones pú-

blicas, sea con la plena y leal colaboració n de tod os los cristia-

nos, anima da por el único anhelo de servir a todos (CM 89).

El documento subraya tambien la participación de todos los

cristianos cat6licos y de los hermanos separados en las institu-

ciones internacionales que tienen como finalidad la colabora-

ción en favor de la justicia y de la paz (cf. CM 90). Iustifia et

Pax: con este nombre se ha definido el órgano central de la

Iglesia posconciliar, nacido como fruto de la inspiración y de

doctrinal

Sin embargo, sabem os bien que estos dos aspectos se

compenetran recíprocamente. La tarea de los estudiosos en

teología moral será la de dar a conocer el fundamento doctri-

nal propio de las actitudes que, según el pensamiento del Vati-

cano

11, deben realizarse. A unqu e el Concilio se haya absteni-

do de tratar muchos problemas que son objeto de discusión y

de investigación en el ca mp o de la ética y de la teología m oral,

sin embargo, ha puesto nuevamente de relieve el carácter per-

sonalístico y a la vez universalístico de la moral, que, pertene-

ciendo al Evangelio, corresponde a las exigencias de

questro

tiempo.

Por eso, la acti tud que hemos tratado de esbozar en este

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la exhortación de la constitución pastoral. Su misión es ante

todo la de educar y cumplir la misión cristiana de la paz:

(.Nada les aprovecha (a los rectores de los pueblos) tra-

bajar en la construcción de la paz mientras los senti-

mientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfian-

za, los odios raciales y las ideologias obstinadas, dividen

a los hombres y los enfrentan entre si. Es de suma ur-

gencia proceder a una renovación en la educación de la

mentalidad y a una nueva orientación en la opinión pú-

blica. Los que se entregan a la tarea de la educación,

principalmente de la juventud, o forman la opinión pú-

blica, tengan como gravisima obligación la preocupa-

ción de formar las mentes de todos en nuevos sentimien-

tos paci f icos . Tenemos todos que cambiar nuest ros

corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en

aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a

cabo, para que nuestra generación mejore,, (CM 82).

El Concilio Vaticano 11 se ha abstenido de tratar en pro-

fundidad y, a la vez, detalladamente los problemas éticos, tal

com o parecian indicar los primeros esquemas de los documen-

tos preparados para las deliberaciones. Toda la problemática

de la moral crist iana ha contribuido, en cambio, a orientar

fundam entalmente al Concilio y se expresa sobre todo en am -

bos documentos centrales del Vaticano 11. Basta oensar en la

~

~~

~

doctrina referente al P ueblo de Dios y a su m isión, que consti-

tuye la forma concreta de la presencia de la Iglesia en el mun-

do contemporáneo. La acti tud de identidad humana y de

responsab ilidad cristiana es el eleme nto integrante de la mi-

sión del Pueblo de Dios, sin el cual no podemos hablar de su

autkntica realización. El modo de concebir

y

de proponer los

contenidos dticos que el Concilio ha escogido es más pastoral que

248

capítulo tiene un importante significado para la actuación del

Concilio. Definién dola com o actitud de identidad humana ,

tocamos, según parece, un punto especialmente sensible para

el hombre de hoy, y señalamos también de qué modo esta

identidad huma na sea base no sólo de la solidaridad huma-

na, subrayada frecuentemente por el Vaticano 11, sino, sobre

todo, de una auténtica responsabilidad cristiana . El cristia-

no alcanza su identidad hum ana cuan do en los diversos cam-

pos de su vida permanece fiel a la ley de la caridad. Entonces

la identidad humana del cristiano coincide con la participación

en el misterio de Cristo y su misión. Ambas actitudes se com-

penetran recíprocamente. Cristo, de quien el Vaticano 11 afir-

ma que descubre

...)

plenamente el hombre al hombre (CM

22), no disminuye la identidad huma na d e ninguno de los que

participan en su misterio, antes, por el contrario, la profundiza

y enriquece. Asi, pues, la actitud de identidad h uman a es para

el cristiano la característica esencial de su fe viva.

Todo lo que, extraído del tesoro doctrinal de la Igle-

sia, ha propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos

los hombre s de nuestros días , a los que creen en Dios y a

los que no creen en El de forma explicita, a fin de que,

con la más clara percepción de su entera vocación, ajus-

ten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre,

tiendan a una fraternidad universal más profundamente

arraigada y, bajo el impulso del amor. con esfuerzo ee-

neroso y unido, respondan a las urgentes exigencias de

nuestra edad. (CM 91).

C PITULO

V

ACTITUD ECUMENICA

La acti tud ecuménica ha enc ontrado en la doctrina del Va-

ticano 11 no sólo su expresión, sino también una profunda y

art iculada motivación, brindada por la doctrina sobre la Igle-

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sia com o pueblo universal de Dios. E l Vaticano 11, señalando

en la Iglesia esta conciencia, conforma

ipso facto

la actitud

ecuménica entendiéndola en su sentido más amplio. i bien en

el sentido estricto del t4rmino. esta actitu dseña la la relacidn con

los crisrianos seporados sin embargo en cierto modo expresa

tombién la relación con las religiones no cristianas.

Cosa que

viene confirmada por la respectiva declaración.

-En nuestra época, en la que el género humano se une

cada vez más estrechamente y aumen tan los vinculos en-

tre los diversos pueb los, la Iglesia considera con, mayor

atención en qué consiste su relación con respecto a las

religiones no cristianas. En su misión de fomentar la

unidad

y

la caridad entre los hombres, aún más, entre

los pueblos, considera aqui, ante todo, aquello que es

com ún a los hom bres condu ce a la mutu a solidaridad.

(DRNC 1) .

Podem os decir que estas palabras encierran el fond o huma-

nistico del ecumenismo entendido en el sentido mas amplio.

Hallamo s también aqui la confirmación de esa acti tud de iden-

tidad humana

y

de solidaridad de la que antes nos hemos

ocupado.

Esta ac ti tud, sin emb argo, t n la doctrina del Vaticano 11,

tiene

sobre iodo un profundo sentido religioso.

Todos los pueblos forman una com unidad, t ienen un

mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el

género humano sobre la haz de la tierra,

y

tienen tam-

bién el mismo fin último, que es Dios, cuya providencia,

manifestación de bon dad designios de salvación se ex-

tienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la

25

1

ciudad santa, que será i luminada por el resplandor de

Dios

y

cn la que los pueblos caminarán bajo su luz.

Los hombres esperan de las diversas religiones la res-

puesta a los enigmas recónditos de la condición humana,

que hoy com o ayer conmueven int imamente su corazón:

¿Qué es el homb re? ;,Cuál es el sentido y el fin de nuestra

vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen

y el fin del dolor? ;,Cuál es el camino para conseguir la

verdad era felicidad? ¿Qué es la mue rte, el juicio, cuál

la retribución desp ués de la mue rte? $uál es, finalmen-

te, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra

existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos diri-

gimos?,, (DRNC 1).

hombrc para con Dios Padre

y

la relación del hombre

para con los hombres sus hermanos están de tal forma

unidas, que, c omo dice la Escri tura,

elq ue no ama no ha

conocido o Dios ( I Jn 4.8 . Así se elimina el fundamento

de toda teoria o práctica que introduce discriminación

entre los hombres y entre los pueblos en lo que toca a la

dignidad humana

y

a los derechos que de el la dima nan.

La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al es-

piritu de Cristo cualquier discriminación o vejación re-

alizada por motivos de raza o color, de condición o reli-

gión,, (DRNC

5).

< < Poro demás, C risto, como siempre lo ha profesado y

profesa la Iglesia, abrazó voluntariam ente, movido po r

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La conciencia d e lo que une e ntre sí a los seguidores de las

diversas religiones, incluso no cristianas,

inspira un sentido de

unidad

y

predispone a superar las reclprocas resistencias.

c o m o

se dice en la declaración conciliar. Así, por ejemplo:

La Iglesia mira también con aprecio a los musulma-

nes... Si en el transcu rso de los siglos surgieron n o pocas

desavenencias y enemistades, el sagrado Concilio exhor-

ta a todo s a q ue, olvidando lo pasado, procuren sincera-

mente una mutua comprensión, defiendan y promuevan

unidos la justiciasocial, los bienes morales, la paz

y

li-

ber tad para todos los hombres* (DRNC 3 .

El Concil io toma el significado de la act i tud ecuménica,

entendida en sentido amplio, incluso en el camp o de la respon-

sabil idad temporal , que los crist ianos aspiran a compart ir con

todos.

Por lo que respecta a las relaciones con los seguidores de la

religión del An tiguo Testam ento , el Conc ilio, escrutan do el

misterio de la Iglesia ... recuerda el vinculo con el que el pue-

blo del Nuevo Testamento está l igado espiri tualmente a la es-

t i rpe de Abrahán (DR NC 4) .

<'Como es, por co nsiguiente, tan g rande el patr imonio

espiri tual , com ún a crist ianos y judíos, este sagrado

Concil io quiere comentar y recomendar el mutuo cono-

cimiento y aprecio entre el los, que se consigue, sobre

todo, por medio de los estudios bíbl icos y teológicos y

con el diálogo fraterno. (D RN C 4).

..No podem os invocar a Dios, P adre de todos, si nos

negam os a conduc i r nos f r a t e r na l m en t e con a l gunos

hombres, creados a imagen de Dios. La relación del

inmensa carida d, su pasión y muerte por los pecados de

todos los hombres, para que todos consigan la salva-

ción. Es, pues, deber de la Iglesia, en su predicación,

anunciar la cruz de Cristo com o signo del amor univer-

sal de Dios com o fuente de toda gracia,, (DR NC 4).

Asi también,

en la actitud ec uménica radica la fe en la pater-

nidad de Dios que obrara al universo y la redención de Cris to.

que es don para todos los hombres sin excepción. La auténtica

actitud ecuménica es expresión de esta fe, de ella brota y se

hace test imonio de su profundización. Al mismo t iempo esta

actitud manifiesta el profundo amor hacia el hombre, cuya

libertad interior respeta, esa libertad responsable que co-

rresponde a la convicción int ima sob re la verdad, sobre todo

en el cam po religioso , co mo afirm a el Con cilio en su declara-

ción sobre la libertad religiosa.

<.Este Concilio V aticano declara que la person a hum a-

na tiene derecho a la libertad religiosa ... Declara, ade-

más, que el derecho a la libertad religiosa se funda real-

mente en la dignidad misma de la persona humana, tal

como se la conoce po r la palabra revelada de Dios

y

por

la misma razón,, (DLR 2).

#.Por tanto , n o se le puede forzar (al hom bre) a obr ar

contra su conciencia ni tampoco se le puede impedir que

obre según ella, principalmente en materia religiosa.)

( D L R 3).

<.Por consigu iente, el derech o a la libertad religiosa no

se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino

en su misma naturalezas, (DLR 2).

Esto está de acuerdo también con la esencia misma de la fe:

<*E stá, or con siguiente, en total acue rdo con la índole

de la fe excluir cualquier género de coacción por parte

de los hombres en materia religiosa,) (DLR

10).

Asi lo enseña la declaración conciliar, esclareciendo el

principio de la libertad religiosa a la luz de la revelación. Por-

que éste fue el modo de obrar de Jesucristo y éste el camino

que siguieron los apóstoles.

#<Laglesia, por consiguiente. fiel a la verdad evangélica,

sigue el camino de Cristo y de los apóstoles cuando reco-

noce

y

promueve el principio de la libertad religioso como

conforme a la dignidad humana a la revelación de Diosn

(DLR 12).

do res . h;i ciiipez;id o rcciciitciiic iitc iiifuiidir con iii:iyor

:ibund;iiicio rii los cristi;iiios dcsuiiidos ciitrc

s

cl ; rrc-

peiitiniieiito

y

el deseo de la utiióii P;irticip;iii eii cstc

nioviniieiito dc

I i

unid;id.' Il:ini;ido ecun iéiiico, los qu e

iiivociin ;iI Dios triiio y conlies;iii .lesus Señ or y S;ilv;i-

dor : y no sólo c;id;i uiio iiidividuiiliiie~itc. iiio t;iiiihiéii

congregodos eii iisomhleiis. eii las que oyeron cl Eviitige-

lio y

;i

1:)s que c ad a u no 1l:ini:i 1glesi;i suy n

y dc

Dios. Siii

em barg o. casi tod os. iiuiique de ni;iiier:i distiiitn. iispiroii

I una 1glesi:i de Dios úiiic:~y visible que se: verd ;idrr;t-

mzntr. uiiivers;il y eiivi;id:i ;I todo el niundo.

n

f in de quc

el mundo se convierta

iil

Ev aiig elio y de esta ni:iiier:i se

salve pira glorin de Diosv (DE 1).

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Y añade el Vaticano 11:

t<Aun que en la vida del Pue blo de Dios, peregrino a

través de los avatares de la historia humana, se ha dado

veces un c ompo rtamiento m enos conforme con el espi-

r i tu evangélico, e incluso contrario a él , no obstante,

siempre se mantuvo la doctrina d e la Iglesia de que nadie

debr ser forzado a abrazar la fe, . (DLR 12).

Si el amo r al ho mb re exige el respeto de la "libertad res-

ponsable" en el campo religioso,

debe también buscar las vías

de aproximacidn, e incluso las de una real unidad,

especialmente

entre los seguidores de Cristo. Por eso:

.<Promover a restauración de la unidad entre todos los

crist ianos es u no de los principales propósi tos del Conci-

lio ecuménico Vaticano 11. Porque una sola es la Iglesia

fundada por Cristo Señor; muchas son, sin embargo, las

comuniones cristianas que a si niismas se presentan ante

los hombres como la verdadera herencia de .Jesucristo;

todos se confiesan discipulos del Señor, pero sienten de

modo di s t in to

y

siguen caminos diferentes, como si Cris-

to mismo estuviera dividido. Esta divisióii contradice

abiertamente a la voluntad de Cristo, cs un escándalo

para el mundo y daíia la causa santisima de la predica-

ción dcl Evangelio a todos los hombres,, (DE 1).

El decreto concil iar acerca del ecumenismo, constatando

en el proemio el hecho histórico del cisma, afirma que en nues-

tros tiempos crece entre los cristianos el deseo de unidad.

<.Pero el Señ or de los siglos, que sabia y pacientemente

continúa el propósi to de su gracia sobre nosotros peca-

54

En el capitulo

1

el decreto conciliar formula los principios

católicos del ecumenismo. Sucesivamente, el capitulo 11 trata

de la introducción del ecumenismo en la vida, el cual tiene

fundamental importancia para la formación de la acritud ecumé-

nico en la Iglesia.

Tras haber aludido a las escisiones que se

produjeron ya en su dia en tiempo de los apóstoles, el docu-

mento pasa a los acontecimientos de los tiempos posteriores,

t ras las cuales "comunidades no pequeñas se separaron de la

plena comunión con la Iglesia católica, seguramente no sin

culpa de hombres de ambas partes" ( DE 3 . D i ~ a m o sn segui-

da Que de estas coiiiunidadcs cristianas sepdra&ds. en 0r ie G e

Occidcnt r . habla am ~l ia me nre l cn ~i tu lo 11 del dccrc to . Por

tanto, recogemos la afirmación de que quienes nacen y son

instruidos en la fe de Cr isto en esas com unidades, no pueden ser

acusados del pecado de separación.

y

la Iglesia cardlica los abra-

za con fraternal respe to

y

amor.

Más a ún, po r parte de los hi jos

de la Iglesia católica, son justamente reconocidos co mo her-

manos en el Señor"

(DE 3 . Existe una auténtica convergencia

entre esta afirmación y la primera, que hemos ci tado tomán-

dolas de la declaración sobre la libertad religiosa.

Subrayando el sentido de especial fraternidad entre los

cristianos separados, el Vaticano 11 señala el fundamento obje-

tivo de la unión que existe entre ellos. Si, por lo tanto, por una

parte , "a causa de las divergencias. que de diversos modo s se

dan entre ellos y la Iglesia católica, sea en el campo doctrinal

y a veces, en el disciplinario, sea acerca de la estructura de la

Iglesia, no pocos, y a veces graves impedimentos se oponen a

la plena comunión eclesial, a la superación de los cuales se

dirige el

movimiento ecuménico

( D E 3 ) , por otra, al mismo

tiempo, esre movimien to se funda en elementos de auténtica

unidad.

55

*.Además de los elemento s o bienes que coniuntam ente

edifican y dan vida a la propia Iglesia, pueden encon-

trarse algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos,

fuerlr del recinto visible de la Iglesia católica: la palabra

de Dios cscrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y

la caridad, y otros dones interiores del Espíritu Santo y

los elementos visibles: todas estas realidades, que provie-

nen de Cristo y a El conducen, pertenecen por derecho a

3 única Iglesia de Cristo. Los hermanos separados de

nosotros pract ican también no pocas acciones sagradas

de la religión cristiana, las cuaies, de distintos modos,

según la diversa condición de cada Iglesia o comunidad,

pueden, sin duda, producir realmente la vida de la gracia

La fe en la Iglesia apostólica, guiada por el Espíritu Santo,

es, por tanto, para el Concilio, la base sobre la cual debe apoyar-

se la acción ecuménica:

el santo Concil io exhorta a todos los

fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos,

participen decidida mente en la obra ecuménica (D E 4). Por

lo tanto, el Concil io no sólo aprueba, sino que también sol ici ta.

El principio básico del ecumenismo, que dice cuán necesa-

ria sea la acción ecuménica, viene a continuación aclarado más

detalladamente, lo cual tiene un significado esencial para pre-

cisar la actitud ecuménica.

.<Por m ovimiento ecu ménico se entienden las activi-

dades e iniciativas que, según las variadas necesidades de

la Iglesia y las cara cterís ticas de la époc a, se suscitan y se

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y hay quc considerarla apta para abrir el acceso a la

comunión de la salvación. Por ello, las Iglesias y comu-

nidades separadas, aunque creemos que padecen defi-

ciencias, dc ninguna manera están desprovistas de scnti-

d o y va lor en el m isterio de la salvación. Porque el

espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ella como medio

de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de

gracia y de verdad qu e fue confiada a la Iglesia católica^>

.

Uk

.

<<Sin mb arg o -afirma seguida mente el decreto conci-

liar sobre el ecumcnismo-,

los hermanos separados de

nosotros,

ya indiv idualme nte, ya sus comunidad es e Igle-

sias,

no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo quiso

dar a todos aquellos que regeneró

y convivificó para un

solo cuerpo y una vida nueva, y que la Sagrada Escritu-

ra y la venerable Tradición de la Iglesia confiesan. Por-

que úiiicamente por medio dc la Iglesia católica de Cris-

to , que es e l auxi l io genera l de sa lvación, puede

alcanzarse la total plenitud de los medios de salvacióri.

Creemos que el Señor encomen dó todos los bienes de la

Nueva Alianza a un único Colcgio apostólico, al que

Pedro preside, püra constituir el único Cuerpo de Cristo,

al cual es necesario que se incorporen plenamente todos

los que de algún modo pertenecen al Pueblo de Dios.

( D E 3 .

La fuente de esta unidad es el Espíritu Santo:

<<El spíritu S anto , que habita en los creyentes y llena y

gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión

de los fieles y tan estrechamente une a todos cn Cristo,

qu e es el principio d e la unidad de la Iglesia>> DE 2).

ordenan a favorecer la unidad de los cristianos. Tales

son, en primer lugar, todos los esfuerzos para el iminar

palabras, juicios y acciones que n o responden, según la

justicia

y

la verdad, a la condición de los herman os sepa-

rados, y que, por lo mismo, hacen más difíciles las rela-

ciones mutuas con ellos; en segundo lugar, en las reunio-

nes de los cristianos de diversas Iglesias o comunidades,

organizadas con espíritu religioso: el

dióloao

entablado

entre peritos bien p;eparados;en e¡ qu e cada uno explica

con mayor profundidad la doctrina de su comunión y

presenta con claridad sus caracteristicasn (DE

4 .

De es te modo,

la actitud ecum6nica

debe caracterizarse en

Í

primer lugar por un respeto total hacia los hombres. por la dis-

ponibilidad a encontrarse y a colaborar con ellos, y también por

el diálogo . es decir, por el intercambio sobre tem as doctrina-

les, lo que obviamente presupone una debid a preparac ión teológ i-

i

ca;

este diálogo , este intercamb io de opinione s, que tiene

como finalidad la conciencia recíproca, debe, sobre todo, estar

empapado de orac ión.

Los católicos, en la acción ecuménica, deben, sin

duda, preocuparse de los hermanos separados, orando

por ellos, tratando con ellos de las cosas de la Iglesia y

adelantándose a su encuentro (DE 4 .

Se t ra ta no sólo

de la oración por los hermanos separados,

sino también de la que se hace junta con ellos.

a f in de impetrar

la unidad de la Iglesia.

*Es cosa habitual entre los católicos reunirse con fre-

cuencia para aquella oración por la unidad de la Iglesia

qu e el mismo Salvad or, la víspera de su muerte, dirigió

57

enardecido al Padre: Que todos sean uno (Jn 17,21). Es

licito, e incluso deseable, que los católicos se unan con

los hermanos separados para orar en ciertas circunstan-

cias especiales, com o son las oraciones por la unidad y

en las asambleas ecuménicas. Estas oraciones en común

son medio extraordinariamente eficaz, s in duda, para

impetrar la gracia de la unidad y expresión genuina de

los lazos que siguen uniendo a los católicos con los her-

manos separados: Donde hay dos o tres reunidos en mi

nombre. alli est oy yo en medio de ellos ( M t 1 8 , 2 0 ) ~DE 8) .

Podemos, finalmente, decir que el Concilio, en toda su ac-

ción ecu m~ nic a, ubraya. con claridad, el primado de la oración.

espiritual y a una profunda conversión. Por

eso, el decreto con-

ciliar se expresa así respecto a los católicos:

<.Pero, antes que

nada, los católicos, con sincero y

atento ánimo, deben considerar todo aquel lo que en la

propia familia católica debe ser renovado y llevado a

cabo para que la vida católica dé un más fiel y más claro

testimonio de la doctrina y de las normas entregadas por

Cristo a través de los apóstol es^^ ( DE

4 .

Seguidamente el texto afirma:

*Aunque la Iglesia católica se halla enriquecida con

toda la verdad revelada por Dios y todos los medios de

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<*Este agrad o Concilio se declara consciente de que

este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos

en la unidad de la una y única Iglesia de Cristo excede

las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su

esperanza

en la oración de Cristo por la Iglesia, en el

amor del Padre para con nosotros. en la virtud del Espiritu

Santo.

Y

la esperanza no quedará fallida. uues el amor

de Dios se ha derramado e-n nuestros corazones por la

virtud del Espiritu Santo , qu e nos ha sid o dad o (Rom

5 , 5 ) ~ D E 24 .

Precisamente aquí es evidente m ás aún el lazo entre actitud

ecuménica y to do el proceso del enriquecimiento de la fe, que

debe c ond ucir desde el Vaticano 11 al futur o de la Iglesia como

Pueblo de Dios. El Concilio es muy consciente de que los cis-

mas ocurridos a lo largo de la historia han tenido una profun-

da incidencia en el alma humana

y

en la organización de las

comunidades separadas. Humanamente parecían i rreversibles

e insuperables. Sin embargo, hay que recordar que la acción

ecuménica y la auténtica actitud ecuménica sólo pueden nacer

de la esperanza, guiada por la fe, de que la Iglesia, dividida

por los hombres, es en el pensamiento y en la voluntad de

Cristo una sola; de la esperanza de que los homb res, con

ayu da de la gracia pese a las actuales divisiones, lo mismo

que a las antiguas, logren alcanzar un día esa unidad que la

Iglesia tiene en el peiisamiento

y

en la voluntad de Cristo.

humildeme mente, por tanto, pedimos perdón a Dios y

a los hermanos separados, as¡ como nosotros perdona-

mos a quienes nos hayan ofendido,, (DE 7).

El prim ado de la fe y de la esperanza, así como la primacía

de la oración, están vinculados a la necesidad de una renovación

258

la gracia, sin embargo, sus miembros no viven con todo

el fervor que tales riquezas exigen; tanto que el rostro de

la Iglesia resplandece menos ante nuestros hermanos

separados y el universo mundo, y se retrasa el creci-

miento del reino de Dios., (DE

4 .

Y

en otro lugar leemos:

%'El auténtico ecumen ismo no se d a sin la co nversión

interior. Porque es de la renovación interior, de la abne-

gación propia y de la libérrima efusión de la caridad de

donde brotan y maduran los deseos de la unidad. Por

ello debemos implorar del Espiritu divino la gracia de

una sincera abnegación, humildad y mansedumbre en

servir a los demás y de un espíritu d e liberalidad fra terna

con todos ellos.

Recuerden todos los fieles que tanto mejor promove-

rán e incluso practicarán la unión de los cristianos

cuanto mayor sea su esfuerzo por vivir una vida más

pura según el Evangelio. Porque cuanto más estrecha

sea su comunión con el Padre, el Verbo y el Espiritu

San to, más Ínt imamente y más fáci lmente podrán aumen-

tar la mutua verdad,, (DE 7).

*Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto

con las oraciones públicas y privadas por la unidad de

los crist ianos, han de considerarse como alma de todo

el

movimiento ecuménico y, con toda verdad, pueden Ila-

marse ecumenismo espiritual,, (DE 8).

Si hablamos de la act i tud ecuménica como de uno de los

elementos de la realizacibn del Concilio Vaticano 11 es necesa-

rio situar en primer plano precisamen te este ecumen ismo espiri-

tual . La obra de renovación de la Iglesia y de la unión de los

cristianos tiene aquí su sólido fund;imento. Ciert:imente, no

todos pueden piirticipar en el diálogo ecuménico, pero si todos

pueden part icipar dentro de

I:i

Iglesia en el "ecumenismo espi-

ritual". No está fuera de lugar advertir que -por lo qu e res-

pecta a la distinción entre orientación vertical y horizontal-

el Vaticano atribu ye a la primera, a la vertical. un valor

preeminente

y de ella deriva la función del "diálogo ecuméni-

co". La unión de los cristianos puede, efectivamente. ser sólo

fruto de la gracia. signo del perdón por partc de Dios. Debe-

mos. pues, ante todo. implorarla y merecerla. Todos los es-

fuerzos real izados horizontalmente pueden recibir de sólo

Dios la fuerza indispensable

y

el auténtico s ign ific~ do ecu-

ménico".

pan en tales reuniones, bajo la vigilancia de los prelados,

sean verdaderos peritos. De este diálogo brotará un co-

nocimiento más claro del verdadero carácter de la Igle-

sia católica. Por este camino se llegará a un conocimicn-

lo más exacto de l a menta l idad de los hermanos

separados, y éstos, a su vez, obtendrán una exposición

más adecuad a de nuestra fe) , (DE 9).

Tras haber puesto en guardia contra un "falso irenismo":

"nada más ajeno al ecumenismo que el falso irenismo" (DE

II), el Vaticano 11 formula los principios positivos de que hay

que servirse en el diálogo ecuménico. sobre todo por parte de los

teólogos católicos.

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No quiere esto decir que el Concilio infravalore la necesi-

dad de acción y de diálogo por parte de todos. Al contrario:

.'Este sagra do Concilio adv ierte con gozo que la p;irti-

cipación de los fieles c;itólicos en la labor ecuménic:~

aunienta a diiirio,

y I;i

recomienda a los obispos de todo

el mundo para que I;i promuevan diligentemente y la

diri jan con prudencia, , (DE

4 .

l

<'La preocup ación po r el restablecimiento d e la unión

es cosa de toda la Iglesia. cuan to de los postores, y aft-c-

,:

ta a cada uno según su propia capacidad. ya sea en la

vida cristiana diaria. ya en las investigaciones teológicas

I

e históricas.

Este cuidado evidencia ya de alguna manera

i

la unión fraterna que existe e ntre todos los cristianos

lleva a la plena y perfecta unidad según la benevolencia de

Dios), (DE 5 ) .

<.Hay que c onoce r la disposición de á nim o de los her-

manos separados. Para lo cual se requiere necesariamen-

j

te un estudio que ha de realizarse según la verdad y con

1

espíri tu benévolo* (DE

9).

Es obvio q ue la aproximación no es posible sin un conoci-

miento reciproco. Se trata, sin embargo, de un conocimiento

reciproco que sirva para aproximarse.

<<Lo s atól icos, debidamente preparado s, deben adqu i-

rir un mejor conocimiento de la doctrina y de la historia,

dc la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa

y de la cultura propia de los hermanos. Para lograr tal

conocimiento ayudan mucho las reuniones de entrambas

partes para tratar de cuestiones principalmente teológi-

cas en u n nivel de igualdad, con tal que los que part ici-

.Aparte de esto, en el diálogo ecuménico, los teólogos

católicos, afianzados en la doctrina de la Iglesia, al in-

vestigar con los hermanos separados sobre los divinos

misterios, deben proceder con amor a la verdad, con ca-

ridad

y

con humildad. Al comparar las doctrinas, re-

cuerden que existe un orden o 'Yerarquía en las verdades

de la doctrina católica, ya que es diverso el enlace de

tales verdades con el fund am en to de la fe cristiana. De

esta manera se prepara el camino por el que todos, ani-

mados por esta fraterna competencia, se est imularán

para un conocimiento más profundo y una exposición

más clara de las irrastreables riquezas de Cristo.> (D E 11).

Con estas palabras se perfila una cierta metodología para

los estudios sobre ecumenismo, lo qu e t iene mucha importan-

cia para el diálogo teológico. No se puede, por lo demás, per-

der de vista el hecho de que "muchos de los crist ianos no

siempre

entienden el Evangelio en el campo moral

de la misma

manera que los católicos, ni admiten las mismas soluciones

para las cuestiones más dificiles de la sociedad de hoy" (DE

23). Este hecho confirma la necesidad de evitar el falso irenis-

mo que, t rae una apariencia de que casi nada se diferencia. Lo

que, por otra parte, no impide constatar que los hermanos

separado s desean "como n osotros adherirse a la palabra de

Cristo como a la fuente de la virtud cristiana, y obedecer al

mandato del Apóstol : ¡Cuanto hagáis, de palabra o de obra,

hacedlo todo en nombre del Sei ior Jesús, dando gracias al

Dios Padre por medio de El (Col 3,17) . Y el decreto

concluye:

<'De aquí puede partir el diálogo ecuménico sobre la

aplicación moral del evangelio^^ ( D E 23) .

Lerreno

110

obsta nte algunas diferencias señala- nos. La vía de la cooperac ión ecuménica parece más cercana y

das por

texto arriba citado respecto al mod o de interpretar directam ente accesible qiie la via del diálogo teológico. ye nd o

el Evang elio en su aplicación moral -, el Va tican o 11 ve por estas vías deb em os obse rvar con deta lle la cohere ncia con

amplias posibilidades de cooperación ecuménica. Porque

la verdad, para no trans form ar el ecumenismo en falso irenis-

mo e indiferentismo práctico. Po r eso este santo Conc ilio

<<L a común- fe con la que se cree en Cristo pro-

desea tan insistentemente que las iniciativas de los hijos de la

duce frutos de alabanza y de acción dc gracias Por 10s

Iglesia católica procedan juntamente con las de los hermanos

beneficios recibidos de Dios; únesele también un vivo

separados, sin que se pongan obstáculos a los caminos de la

sentido de justicia y una sincera caridad para con el pró-

Providencia y sin que se prejuzguen los futuros impulsos del

jimo. Esta fe activa ha producido no pocas instituc¡oneS

Espíritu Santo (D E 24); com o exhorta a los fieles a abste-

para socorrer la miseria espiritual

Y

corp oral, par;* c u l t i

nerse de cualquier ligereza o celo imprudente que puedan per-

var

la educüción de la juventud, para humanizar las con-

judicar el verdadero progreso de la unidad. Desde luego, sudiciones sociales de la vida, para establecer la paz en el

acción ecuménica no puede ser más que plena y sinceramente

mundo,) (DE

23).

católica, esto es, fiel a la verdad que hemos recibido de los

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. < ~ aglesia católica -leemos en la cons titució n Gau-

apóstoles de 10s padres, y coherente con la fe que la Iglesia

dium et S ~ S - de buen grado estima mucho todo

1

que

católica ha profesado siempre, y a la vez inclinada a esa pleni-

en este ord en ,han hecho y hace11 las dem ás Iglesias

tris

tud con la que el Señor quiere que crezca su Cuerpo en el

tianas o comunidades eclesiásticas coii su obra de cola-

curso de los siglos (D E 24).

boración . (CI 40).

La fidelidad a la verdad apostólica

y

la conform idad con la fe

~~t ~ torea común se reduce, en definitivo, a hacer más hu-

que ha profesada siem pre la Iglesia impone afrontar con toda

mana

la familia de los hombres

y

su historia (CM 40).

i diligencia la cuestión de la comm unicario in sacris .

<<E sta ooperación de todo s los cristianos -manifiesta

el dec reto sobre el ecum enismo - expresa .con viveza la

unión que ya los vincula entre si y expone a más plena

luz el rostro de Cristo siervo. Esta cooperación, vigente

ya en no pocas naciones, debe ir perfeccionáiidose cada

vez más , sobre to do en las regiones que están viviendo la

evolución social o técnica, en la recta estimación de la

dignidad de la persona h um ana , en la promoc ión del

bien de la paz, en la aplicación social continuada del

Evangelio, en el desarrollo de las ciencias y de las artes

con espiritu cristiano, y también en el uso de toda clase

dc remedios contra las desgracias de nuestra época,

como son el hambre

y

las calamidades, el analfabetismo

y la miseria, la escasez de viviendas y la injusta distribu-

ción de los bicnes. Por medio de esta cooperación, todos

los que creen en Cristo pueden aprender con facilidad la

manera de conocerse mejor los unos a los otros

y

de

apreciarse más y de allanar el camino a la unidad de los

cristianos,) (DE 12).

La via de la aplicación moral del Evangelio trazada po r el

Concilio Vaticano 11 debe, como veremos, sewir al mundo

contemporáneo y, al tiempo, facilitar la unión de los cristia-

<<Sin mba rgo, n o es licito considerar la comunicación

en las funciones sagradas como un medio que pueda

usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad

de los cristianos. Esta comunicación depende principal-

mente de dos principios: de la sigiiificación obligatoria

de la unidad de la Iglesia

y

de la participación en los

medios de la grac ia. La significación de la unidad proh ibe

la mayoría de las veces esta comunicación. La necesidad

de proc urar la gracia la recomienda a veces. (D E

8).

Tal vez este pasaje pone en evidencia, más que cualquier

otro, la complejidad de la auténtica actitud ecuménica. Desde

luego, manifiesta no sólo la aspiración a la unidad, incluso la

tendencia a manifestar en qué medida esta unidad entre los

cristianos supera ya toda división, sino también el deber de

respetar la disciplina de la fe, así como la coherencia con la

verdad realmente profesada por diversas comunidades. Sin el

ieconocimiento de esta disciplina y de esta coherencia, lo úni-

co que se hace es perjudicar el verdadero pro greso de la uni-

dad , com o afirm a el decreto conciliar en el texto que acaba-

mos de citar (cf. DE 24). La disciplina de la fe y la coherencia

con la verdad profesada n o contradicen en nad a el principio

18. Renovación

n us fu nt s

agustiniano d e in necesariis u nitas. in dubiis libertas. in omnibus

caritas.

'<Conserv ando la unidad en lo necesiirio -en se ri a el

decreto-, tod os eil la Iglesia. según la funcióil enc o-

mendada a cada uno, guarden la debida l ibertad. tanto

en las varias formas de vida espiritual y de disciplina

como en la diversidad de ritos litúrgicos. e incluso en la

elaboración teológica de la verdad revelada: pero practi-

quen en todo la caridad. Porque. con este modo de pro-

j

ceder. todos manifestarán cada vez más plenamente la

auténtica catolicidad. al mismo tiempo que la apostolici-

da de la Iglesia. (D E

4 .

En ot ro lugar, el decreto subraya que las divisiones de

.Todas estas coszis. cuan do son realizadas prudente

pacientemente por los fieles de la Iglesia c:itólic;i biijo

I i

vigilancia de los pastores, contribuyen al bien de la justi-

cia y de la verdad. de la concordia

y

de la colaboración.

del espíritu fraterno y de la unión; .para que por este

camino. poco a poco. superados los obstáculos que im-

piden la perfecta comunión eclesiástica. todos los cristia-

nos se congreguen en

3

única celebración de la Eucaris-

tía, para que aquella unidad de una

y

única Iglesia que

Cristo concedió desde el principio a su Iglesia. y que

creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica,

crezca cada día hasta la consumac ión de los siglos. (D E

4 .

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i

los cristianos impiden que la propia Iglesia realice la plenitud

de la catolicidad que le es peculiar (D E 4 .

La autintica acti tud ecuménica t iende a realzar esa pleni-

tud, no obsrante las diferencias. de las que casi diríamos que se

sirve. La do ctrina del Vatica no 11 acerca del ecumenismo acen-

túa vigorosamente la importancia de la caridad como energid

que también lleva a la unidad en la verdad, respetando, sin

embargo, el significado propio de la verdad profesada por

¡

cada cristiano y cada comunidad cristiana.

,

1

Es evidente que el trabajo de preparación y reconci-

;i

liación de todos aquellos que desean la plena comunica-

ción católica se diferencia por su naturaleza de la labor

ecuménica; no hay, con todo, oposición alguna, puesto

l

que ambas proceden del admirable designio de Dios.

1

(DE

4 .

i

El Concilio ve, en este punto, la vía ecuménica que lleva a

la unión de los cristianos com o una vía que tiene sus peculiari-

dades, pero reconociendo que en ella obra el Espíritu Santo, al

que debemos fidelidad. Fidelidad que se manifiesta precisa-

mente en la actitud ecuménica.

Desde el Vaticano

11

acá es muchísimo lo que se ha hecho

en progreso de la acción ecuménica. Con la ayuda de las insti-

tuciones existentes

y

de diversos ambientes se han puntualiza-

do no pocas cuestiones referentes a la convivencia recíproca

con los cristianos separados. Aquí, empero, nos detenemos a

considerar la propia doctrina del Concilio. Doctrina que , guiada

por el Espíritu Santo, perfila .la form a esencial de la acritud

ecuménica, la cual forma parte d e tod o el proceso del enrique-

cimiento de la fe. Este proceso es tarea de todos y cada uno,

de acuerdo con el puesto y grado de cada cual.

La aparición de la actitud ecuménica y su ordenado des-

arrollo, en c onformidad con la doctrina del Vaticano 11, es uno

de los signos principales

y

al mismo tiempo. una de las pruebas

de la renovación de la Iglesia.

Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente

en el aumento de la fidelidad hacia su vocación; por

eso, sin duda, se explica por qué el movimiento tiende

hacia la unidad. La Iglesia peregrina en este mundo es

llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que

ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita

permanentemente; tanto que, si algunas cosas, por cir-

cunstancias de lugar y t iempo, decayeren de su debida

observancia en las costumbres, en la disciplina ecle-

siástica o, incluso, en el modo de exponer la doctrina

-lo que debe distinguirse con sum o cuida do del depó-

sito mismo de la fe-, debe rán restaurarse a tiempo en

la forma y orden debidos (DE

6).

Al final de la constitución Gaudium e spes, el Vaticano 11

afirma que

<'La unidad de los cristianos es objeto de esperanza y

de deseos, hoy incluso, por muchos que no creen en

Cristo. Los avances que esta unidad realice en la verdad

y

en la caridad bajo la poderosa virtud del Esviritu San-

to serán otros tantos presagios de unidad y dé paz para

el universo mundos, (CM 92 .

De ahí el llamamiento dirigido a todos los hermanos cris-

tianos a cooperar fraternalme nte para servir a la familia hu-

mana, que está l lamada en Cristo Jesús a ser la familia de los

hijos de Dios (CM

92 .

C A P ~ T U L O

ACTITUD APOSTOLICA

Lo que en el presente análisis del proceso de enriqueci-

miento y profundizacibn de la fe querríam os cal if icar

y

nom-

brar como actitud apostólica constituye, en cierto sentido, una

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precisidn de las consideraciones anteriores propuestas en el capi-

tula titulado "Misión

y

testimonio". En dicho capitulo ha que-

dado perfi lado el fundamento del que se origina la act i tud

apostólica. Si, siguiendo la doctrina del Vaticano 11, sabemos

que la fe, en cua nto respuesta del homb re a Dios que se revela

a si mismo, se expresa como disponibilidad a aceptar y asumir

la misión salvifica, estamos ya seiialando la actitud apostólica,

llegando asicasi a la raiz misma del apostolado en la existen-

cia del cristiano, plasmada por la fe. Este problema merece ser

considerado detal ladamente, en razón de haber sido amplia-

mente tratado por el magisterio del Vaticano 11. Nos propone-

mos hacerlo en las dos secciones siguientes, la primera de las

cuales estará dedicada al apostolado entendido en sentido lato,

y la segunda, al problema de la formación, indispensable en

todo apos tolado.

< < C o m ol Hijo fue env iado por el Pad re, así también El

envió a los apóstoles cf. Jn 20,21) diciendo: Id, pues,

enseñad a todas las genres. bautizándolas en el nombre del

Padre, y del Hijo, y de l Espíritu Santo. enseñá ndoles a

guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con voso-

tros siempre hasta la consumación del mundo Mt 28,19-

20). Este solemne mandato de Cristo de anunciar la ver-

dad salvadora, la Iglesia lo recibió de los apóstoles con

orde n de realizarlo hasta los confines de la tierra cf. Act

1,8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: )Ay de

m is i no evangelizare I c o r 9,16), y sigue incesantemen-

te enviando evangelizadores, mientras no estbn plena-

mente establecidas las Iglesias recién fundadas y ellas, a

su vez, continúen la obra evangelizadora. El Espintu

Santo la impulsa a cooperar para que se cumpla el desig-

67

 

nio de Dios, quien consti tuyó a Cristo principio de sal-

vación pard todo el mundo,, (CI 17).

1

Apostolado

Co mo se deduce de estas palabras d e la consti tución Lumen

genrium. Cristo transmitió a los apóstoles la misión salvificd

recibida del Padre, y los apóstoles la han pasado a la Iglesia, a

fin de que ella le db pleno cumplimiento, bajo la guia de quie-

nes son, por oficio, sucesores de los apósto les. Cristo, santifi-

cado y enviado al m undo por el Padre (cf. J n 10,36), ha hecho,

cuerpo, de igual manera en el Cu erpo mistico de Cristo,

que es la Iglesia, todo el cuerpo crece según la operación

propia de cada uno de sus miembros (Ef 4,16). No sólo

esto. Es tan estrecha la conexión y trabazón de los

miembros en este Cuerpo (cf. Ef 4,16), que el miembro

que no contribuye según su propia capacidad al aumen-

to del Cuerp o debe reputarse co mo inútil para la Iglesia

y para si mismo. (D AS 2).

Según esta premisa teológica,el apostolado de la Iglesia se

ide nt~ flca on el apostolado entendido en sentido lato . es decir,

con lo misión

y

vocación de rodos los bautizados.

*.A todos los cristianos se impone , por con siguiente, la

gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de

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por medio de los apóstoles, part icipes de su consagración y de

su misión a sus sucesores, los obispos, quienes confían legiti-

mamente, en diversos grados, el oficio de su ministerio a diver-

sas person as en la Iglesia (CI 28). Se tra ta, directam ente, d e

los presbiteros y diáconos. Sin embargo, la misión salvifica ha

sido transmitida a toda la Iglesia y, en la Iglesia, a todos los

miembros del Pueblo de D ios sin excepción, si bien de forma y

en medida distintas.

.<La Iglesia ha nacido con este fin; prop aga r el reino de

Cristo en toda la t ierra para gloria de Dios Padre, y

hacer así a tod os los hom bres part icipes de la redención

salvadora y, por medio de ellos, ordenar realmente todo el

universo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo mísri-

co, dirigida a es te fin, recjbe el nombre de apo stolado, el

cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros,

aunque de diversas maneras. La vocación cristiana es, por

su misma naturaleza. vocación también al aposrolado~~

( D A S 2 .

Este texto es muy importante, ya que explica la esencia del

apostolad o y revela su estrecho vinculo con la vocación crist ia-

na. El apostolado de la Iglesia, que consiste en orientar al

mu ndo entero hacia C risto, entra, po r así decir, en la realidad

misma del ser crist iano , y es a través de esta realidad como

se define fundamentalmente, mientras, a su vez, la determina

del mismo modo. El Concil io acude aqui a la analogía del

Cuerpo mistico.

~ A s i omo en el conjunto de un cuerpo vivo no hay

miembros que se comporten de forma meramente pasi-

va, sino que todos participan en la actividad vital del

la salvación sea conocido y aceptad o en todas partes por

todos los hombres. (DA S 3 .

<,Por an to, el apo stola do de la Iglesia y de todos sus

miembros se ordena en primer lugar a manifestar al

mundo con palabras y obras el mensaje de Cristo y a

comunicar su gracia,, (DAS 6).

Por consiguiente:

*El derecho v la ob lieación de eiercer el aoostolad o es

algo com ún todo s -los fieles,. clbrigos 'o seglaresn

(DAS 25).

El lazo existente entre el aposto lado y la realidad del ser

cristiano , esto es, la esencia m isma de la vocación cristiana,

sirve para que se deba considerar la actitud aposrólica en su

esencia y su multiplicidad a la vez. To do el Pueblo de Dios

participa en el patrim onio apo stólico; si la jerarquia garan tiza

de mo do particular la apostolicidad de la Iglesia, no menos

son llamados todos a edificar la Iglesia a través de su apostola-

d o para ordena r el mu ndo entero a Cristo . Esta tarea exi-

ge que se defina el orden según el cual se edifica la Iglesia, y

adem ás qu e se esclarezcan los principios en los qu e se basa la

colaboración. Siguiendo la d octrina del Concil io, dedicaremos

expresamente un capitulo a este tema. D e momen to nos deten-

drem os en el apostolado para determinar, según el pensamien-

to del Vaticano 11, las característ icas propias de cada una de

las vocaciones en el seno del Pueblo de Dios.

Por lo que respecta a las relaciones entre el apostolado de los

seglares

y

el apo stolado de la jerarquía

(y de la actitud apostóli-

ca consecuente), hay qu e subrayar

que se inregran mutuamente,

ya que la vocación sacerdotal presupone el apostolado de todo

el Pueblo de Dios, y particularmeiite el de la familia cristiana,

sobre todo de los padres.

.<Son par a sus hijos los primeros p redicadore s y educa-

dores de la fe; los forman con su palabra para la vida

cristiana y apostólica, les ayudan prudentemente a elegir

su vocación y fomentan con todo esmero la vocación

sagrada cuando la descubren en sus hijos,, (DAS 11).

En el presente capitulo tralaremos de seguir el pensamiento

del Vaticano 11, ilustrando en primer lugar en qué manera el

apostolado se une a la vocación sacerdotal y religiosa, y tam-

bién a la vocación de los seglares en la Iglesia. Estas diversas

forma s de apostolad o tienen

su único origen en la vocación cris-

Prro iio puede diirsc

esta

rrspuestn sin

I i

iiiocióii y

I

fortalc z;~ el Espiritu S aiito.~ DM 24 .

La actitud apostólica de los que en el Pueblo de Dios han

recibido el sacramento del orden tiene una coracteristica especi-

fica. cuyos orígenes hay que buscarlos propiamente en esta

sacramento.

.-El don espiritual que los ;ipóstoles recibieron en la

ordenacióii no les prepara a uiia misión liinitüda y res-

tringida. sin o la niisión universa l y amplísim a de salvn-

ción hasta lo último de la tierra (Act 1.8). pues cualquier

ministerio sacerdotiil participa de

Iii

mismii amplitud

universal d e la misión confiada por C risto a los apóstol es^^

(DMVS 10).

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tiana

de la que proceden y a cuya realización se dirigen. De

los sacerdotes dice el Concilio: Si bien es cierto que, por ra-

zón del sacramento del orden, desempeñan en el Pueblo y por

el Pueblo de Dios un oficio excelentísimo y necesario de pa-

dres y maestros, son, sin embargo, juntamente con todos los

fieles, discípulos del Seiior, y por la gracia de Dios que Ilama,

fueron hechos participes de su reino. Porqu e son herman os

entre sus hermanos (DM VS 9 .

Su apostolado, en cuan to a la forma su radio de acción,

está estrechamente l igado al sacramento del orden.

<.Porque el sacerdoc io de C risto, del que los presbiteros

han sido hechos re almente partícipe s, se dirige necesaria-

mente a todos los pueblos y a todos los t iempos, y no

está reducido por límite

alguno de sangre, nación o

edad, como misteriosamente se representa ya en la figu-

ra de Melquisedec. Recuerden, pues, los presbiteros que

deben llevar atravesada en su corazón la solicitud por

todas las Iglesiasn (DMVS 10).

Lsto encuentra su expresión particular en el apostolado mi-

sionero:

Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea

de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de

entre los discípulos, llama siempre a los que quiere para

que le acom pañe n y para en,viarlos a predicar a las gen-

tes,, (DM

23 .

'<El hom bre, sin em barg o, debe re sponder al Ilama-

miento de Dios, de forma que, sin asentir a la carne y a

la sangre, se vincule totalmentr a la obra del Evangelio.

<.Como los presbiteros participan, por su parte. cl mi-

riisterio de los apóstoles, dales Dios gracia pnra que sean

ministros de Cristo

en

las naciones desempeñando I sa-

grado ministerio del Evangelio, a fiii de que sea acepta-

da la oblación de las naciones santificadas por el Espi-

ri tu Santo. Pues por la predicación apostólica del

Evangelio se convoca y congrega al Pueblo de Dios. de

suerte que todos los que a este pueblo pertenecen, por

estar santificados por el Espiritu Saiito, se ofrezcan a sí

mismos conlo sacrificio

viviente. santo

y

aceplo a Dios

(Rom 12,1)), (DM VS 2).

La índole propia del apo stolado de los sacerdotes, tal

como la presentan los citados textos, debe reflejarse en su for-

mación y de ella hablaremos aparte. Por formación eutendr-

mos un configurarse de la vida que corresponde a diversas

vocaciones, es decir, a diversas misiones en la Iglesia. Las cita-

das enunciaciones del Vaticano 11 subrayan suficientemente el

carácter propio de la misión de los presbiteros; digamos, de

aquellos que han recibido el sacramento del orden.

Análogamente, el Concilio pone de relieve

el

significado

postólico

de la vocación religiosa.

-En medio de tanta variedad de dones, todos los que

son llamados por Dios a la práctica de los consejos

evangélicos y los profesan fielmente, se consagran de

modo particular a Dios, siguiendo a Cristo, que, virgcn

y pobre (cf. Mt

8,20;

Lc

9,58 ,

por su obediencia hasta la

muerte de cruz (Flp

2,8 ,

redimió y santificó a los hom-

bres. Así, movidos por la caridad, que el Espiritu Santo

derrama en sus corazones (cf. Rom

5,5 ,

viven más y

27

1

más para Cristo y su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col

1,24). Ahora bien, cuanto más fervientemente se unen

con Cristo por esa donación d e si mismos, que abarca la

vida entera, tanto más feraz se hace la vida de la Iglesia

y más vigorosamente se fecunda su aposto lado >~DVR 1).

Estas afirmaciones señalan los estrechos lazos existentes en-

tre la vocación religiosa y el apostolado de la Iglesia. La voca-

ción religiosa participa de mod a particular en la misión salvifica

de la Iglesia, y por eso es también un a forma muy importante de

apostolado.

La profesión d e los conse jos evangélicos aparece

com o un símbolo que puede debe atrae r eficazmente a

todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfalleci-

.Y

como es necesario que los discípulos den siempre

testimonio de esta caridad y humildad de Cristo imitán-

dola, la Madre Iglesia se goza de que en su seno se

hallen muchos varones y mujeres que siguen más de cer-

ca el anonadamiento del Salvador y dan un test imonio

más evidente de El al abrazar la pobreza en la libertad

de los hijos de D ios y al renunciar a su propia voluntad.

A saber: aquellos que, en materia de perfección, se so-

meten a un h ombre po r Dios más al lá de lo mandado, a

fin de hacerse más plenamente conformes a Cristo obe-

diente,> (CI 42).

Si el Vatican o 11 enseña q ue la vocación cristiana

es

por

naturaleza, vocación d e apostolado , lo demuestra también pro-

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miento los deberes de la vida cristiana,, (C1 44 .

Y,

por lo tanto, en el decreto Ad genies, hablando de la

actividad misionera de la Iglesia, el Concilio enseña:

',Promu&vase con diligencia, desde el período d e im-

plantac ión de la Iglesia, la vida religiosa, la cual no sola -

mente proporciona a la actividad misionera ayudas pre-

ciosas y enteramente necesarias, sino que, por una

más íntima consagración a Dios hecha en la Iglesia, in-

dica claramente también la naturaleza intima de la voca-

ción cristiana,, (DM 18).

-Mas, como quiera que esta donación de sí mismos ha

sido aceptada por la Iglesia, sepan (los religiosos) que

están también destinados a su servicio.

Este servicio de

Dios debe urgir y fomentar en ellos el ejercicio de las

virtudes, señaladamente d e la hum ildad y obediencia, de

la fortaleza

y

castidad, po r las que participan del ano na-

damiento de Cristo (cf. Flp 2,7-S), a la vez que de su

vida en el espíritu (cf. Rom 8,l-13). Así, pues, los religio-

sos, fieles a su profesión, dejándolo todo por Cristo (cf.

Mc 10,28), deben seguirle a El (cf. Mt 19,21) co mo a lo

único necesario (cf. Lc 10,42), oyendo sus palabras (cf.

Lc 10.39) y dedicá ndo se con solicitud a los intereses de

Cristo (cf. Icor 7,32). Por eso, los miembros de cual-

quier insti tuto, buscando ante todo y únicamente a

Dios, es menester que junten la contemplación, por la

que se unen a Dios de mente y corazón, con el amor

apostólico, por el que se esfuerzan en asociarse a la

obra de la redención y a la dilatación del reino de Dios.

(DVR 5).

i

porcionalmente respecto a la vocación religiosa.

Toda la vida religiosa de sus miembros debe estar im-

buida de espíritu apostólica,

y

toda la acción opostdlica,

informada de espíritu religioso» (DVR

8) .

El apostolad o n o es algo externo y sobreañadid o a la vida

religiosa, sino qu e se inserta en ella en virtud d e la profunda e

interior identidad de la propia vocación religiosa.

. .Así , pues, a fin de que sus m iembros respondan an te

todo a su vocación de seguir a Cristo

y

sirvan a Cristo

mismo en sus miembros, es necesario que su acción

apostólica proceda de la íntima unión con El. Con lo

que se fomenta la caridad misma para con Dios

y

el

prójimo^^ (DVR 8).

Cuando el decreto trata, por ejemplo, de las monjas, que

por su insti tuto se dedican a las obras externas de apostola-

do , establece:

Deben ser eximidas de la clausura papal, a fin de que

puedan cumplir mejor las funciones de apostolado que

se les encomiendan, manteniendo, no obstante, la clau-

sura según la norma de las constitucionesn (DVR 16).

El Concilio ha dedicado la mayor atención al apostolado se-

glar, dato este que debe ciertamente hacernos ver en ello un

6

signo d e los tiempos . Y es que tenem os que convenir que, en

la do ctrina de la Iglesia, nos habíam os ocup ado de este proble-

ma escasamente duraate demasiado t iempo. De ahí la necesi-

dad de remediar este vacío. En este caso, y precisamente res-

pecto a los seglares en la Iglesia y a su apostolado, hemos

273

rccibido del Concilio muy ricas enseñanzas, de forma que el

Vaticano 11 puede llamarse con justicia el Concilio de los se-

glares. Podemos decir más: el problema del apostolado de los

seglares ha da do ocasión a u na m ás amplia y penetrante elabo-

ración del tema del apostolad o en el magisterio global con-

ciliar, y este texto lo confirma:

.<Porquecl apostolado de los seglares, que brota de

I i

esencia misma de su vocación cristiana, nunca puede fal-

tar en la Iglesia. La propia Sagrada Escritura demuestra

con abundancia cuán espontáneo fructuoso fue tal di-

namismo en los orígcnes de la Iglesia (cf. Act 11.19-21;

18,26; Rom 16,l-16; Flp 4.3 .

Nuestro tiempo no exige

menos celo en los seglares. Por el contrario, las circuns-

tancias actuales

piden un aposrolado seglar mucho más

los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Vi-

ven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los

deberes y ocupaciones del mundo y en las condiciones

ordinarias de la vida familiar y social, con las que su

existencia está como entretejida. Allí están llamados por

Dios, para que, desempeñando su propia profesión,

guiados por el espir i tu evangélico, contribuyan a la san-

t if icación del mund o co mo desde dentro, a mod o de fer-

mento. Y

asi hagan manifiesto a Cristo ante los demás,

primordialmente mediante el testimonio de su vida, por

la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por lo

tanto, de manera singular , a el los corresponde i luminar

y ordenar las realidades temporales a las que están estre-

chamente vinculados, de tal modo que sin cesar se reali-

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intenso y más amplio (DAS 1).

El documento subraya:

<<P rueb a e esta m últiple y urgente necesidad es la ac-

ción manifiesta del Espiritu Santo, que da hoy a los sc-

glares una conciencia cada dia más clara de su propia

responsabilidad y los impulsa por todas partes al servil

cio de C risto y d e la Iglesias> (DA S 1).

El problema del apostolado de los seglares lo trata esen-

cialmente el documento central del Vaticano 11, la constitución

Lumen gentium. El dec reto sobre el ap ost ola do de los seglares

-sin perjuicio de qu e conteng a notable riqueza doctrinal- es

más bien un d ocum ento complemen tario y práctico. Lo s scgla-

res constituyen el sector más amplio del Pueblo de Dios, su

fundam ento social . El Vaticano II ha estud iado en profundi-

dad la estructura de este fundamento y nos ha mostrado su

dinamism o específ ico.

.El carácter se cular es prop io y peculiar de los laicos.

Pues los miembros del orden sagrado, aun cuando algu-

na vez pueden ocuparse de los asuntos seculares incluso

ejerciendo una profesión secular , están dest inados prin-

cipal y expresamente al sagrad o ministerio por razón de

su particular vocación. En tanto que los religiosos, en

virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inest i-

mable test imonio de que el mundo no puede ser t rans-

formado ni ofrecido a Dios sin el espiritu de las bien-

aventuranzas. A los laicos corresponde, por propia

vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando

274

cen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria

del Creador y del Redentor,) (CI 31 .

N o cabe decir qu e sea ésta la definición del laicado, sobre

todo teniendo en cuenta la ampli tud del texto, pero lo que si

podem os afirm ar es qu e expresa lo que es esencial para la vo-

cación y la misión de los seglaresen la Iglesia. La propia natu-

raleza de la laicidad indica un lazo con el mundo, por lo

que la vocación de los seglares se diferencia de la jerarquía y

de la d e los religiosos (a los que Cristo y la Iglesia han impu es-

to un de terminado apar tamiento de l mundo) . Más aún: es te

lazo con el mundo, este carác ter seglar propio del laicado, es

la base de su apostolado específico: allí s on l lamados por Dios

para contr ibuir a la santificación del mundo . La laicidad,

por lo tanto, está al servicio de la santidad y es, pues, todo

menos su negación. La laicidad radicada en la misma esencia

de la vocación cristiana de los seglares constituye una especial

trama y expresión de su apostolado especifico.

<.Hay en la Iglesia diversidad de min isterios, pero uni-

dad de misión. A los apóstoles y a sus sucesores les con-

fió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir

en su propio nombre y autoridad. Los seglares, por su

parte, al haber recibido participación en el ministerio sa-

cerdotal, profético y real de Crist o, cum plen en la Iglesia

y en el m un do la pa rte que les atañe en la misión total

del Pueblo de Dios. (DA S 2).

.<A hora bien, el apo stolad o de los laicos es participa-

ción en la misma misión salvifica de la Iglesia, apostola-

d o al que todos están dest inados por el Señor mismo en

virtud del bautismo y de la confirmaciónn (CI 33 .

75

,.El deber y el derecho del seglar

;iI

:~p»stol:ido deriv;i

de su misni;i unión con C rist o C;ibcz;i. Insertos

por el

bautismo en el Cuerpo misrico de Cristo. robustecidos por

la confirmación en la .fortale za del Espíritu Santo. e s el

mismo Señor el que los destina al apostolado» ( D A S

3) .

Y

os siicramentos. especialnieiite la sagrad a Eucnris-

tia. comunic;in y alinientan aquel am or hacia Dios y ha-

cia los hombre s qu e es el alma de todo npostol;ido,~

(CI 33).

Hemos querido analizar en el presente estudio estas actitu-

des, cuya formación discurre paralelamente al proceso del enri-

quecimiento y profundización de la fe. Que la formación de

ka

actitud apostólica radique en la actitud de participación resul-

ta evidente tras el análisis al que hemos dedicado ya bastante

jerarquía como los seglares participan de los dones carismáti-

cos. Estos nos preparan p ara emprender diversas obras y ofi-

cios , juntame nte, e n bien de la com unid ad humana y cristia-

na. Vivifican to do apostolad o, incluido el de los seglares, a fin

de que contribuyan el los también, como buenos dispensado-

res de las diversas gracias recibidas de Dios (1Pe 4,10), a la

edificación de todo el Cuerpo en la caridad (cf. Ef 4,16). De la

recepción de estos carismas, incluso los más sencillos,

brota

para todo creyente el derecho

y

el deber de ejercerlos para bien

de los hombres y edificacidn de la Iglesia. tanto /a Iglesia como

tal, como en el mundo ( D A S 3 . Descubriendo la vocación de

los seglares en la com unidda del P ueblo de Dios, el Concil io

ha despertado nuevamente la atención hacia los carismas inhe-

rentes a su vocación, y, en cualquier caso, ha reivindicado el

lugar que les corresponde en la vida de la Iglesia.

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espacio. En este campo. el Concilio ha apo rtad o un enriqueci-

miento incalculable.

Incluso si la fuente principal de la que el cristiano bebe su

participación en

la misión de Cristo es la pa labra de Dios y los

sacramentos, esta real idad, sin embargo, simultáneamente está

cruzada por otra corriente, la de la acción íntima del Espiritu

Santo. Y ésta, manifestándose en las diversas vocaciones, co-

bra capital importancia para el apostolado y la construcción

de la Iglesia.

..Además, el mismo Espiritu Sa nto -leemos eii el capi-

tulo dedicado al Pueblo de Dios-

no sólo

santifica

dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos los

ministerios, y le adorna con virtudes, sino que también

distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier

condición,

dando a cada uno según quiere

( I c o r 1 2 , l l )

sus dones, con los que les hace aptos y prontos para

ejercer 13s diversas obras y deberes que sean útiles para

la renovación y la mayor e dificación de la Iglesia, según

aquellas p alabras:

cada uno se le otorg a la manifesta-

cidn del Espíritu para común utilidad (Icor 12,7). Estos

carismas.

tanto los extraordinarios como los más comu-

nes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y con-

suelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesida-

des de la Iglesia* (CI 12).

A propósito de los carismas, en la Iglesia antigua tenemos,

entre otras informaciones, las de las cartas de San Pablo. El

Vaticano 11 recoge estas ensefianzas del Apóstol y las aplica a

la vida actual de la Iglesia. En el Pueblo de Dios, tanto la

76

Hay que tener en cuenta que los carismas de los seglares se

unifican con su vocación.

.,Ejercen, en realidad, el apostolado con su trabajo por

evangelizar y santificar a los hombres y por perfeccionar

y saturar de espiritu evangélico el orden temporal, de tal

forma que su act ividad en este orden d é claro testimonio

de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Y

como lo propio del estado seglar es vivir en medio del

mundo y de los negocios temporales, Dios llama a los

seglares a que, con el fervor del espiritu cristiano, ejer-

zan su apo stolado en el mun do a manera de fermento.

(DAS 2).

Empapar de espiritu evangélico toda el orden de las cosas

tempora les. y pe$eccionarlo, parece constituir la cara cterístic a

particular del apo stolado de los seglares.

Y usto, discurriendo

por estos caminos, debemos deducir cuáles sean sus tareas

apostólicas y formar su act i tud apostólica.

.$La misión de la Iglesia no es só lo ofrecer a los hom-

bres el mensaje y la gracia de Cristo -esto constituye

tarea especial de la jerarquia-, sino también impreg nar

y perfeccionar todo el orden temporal con el espiritu

evangélico. Los seglares, por tan to, al realizar esta mi-

sión de la Iglesia, ejercen su propio apostolado tanto en

la Iglesia como en el mundo, lo mismo en el orden espi-

r i tual que en el temporal; órdenes ambos que, aunque

distintos, están

intimamente relacionados en el único

propósito de Dios, que lo que Dios quiere es hacer de

todo el mundo una nueva creación en Cristo, incoativa-

77

mente aqui en la tierra, plenamente en el último dia. El

seglar, que es al mismo tiempo fiel y ciudadano, debe

guiarse, en u no y o tro orden , siempre y solamente por su

conciencia cristiana), DAS 5 .

Nos viene a la mente cuanto el Conci l io ha enseñado sobre

las relaciones entre la evolución temporal del mundo y el creci-

miento del reino .

Esta verdad tiene particular importancia

para los seglares, para la formación de su mentalidad, de su

conciencia

y

de su apostolado. A esto se refiere cuanto hemos

dicho an teriormente sobre el tema de la act i tud de responsabi-

lidad cristiana, que es elemento integrante del apostolado, y

particularmente del apostolado de los seglares. El decreto de-

dicado a este p roblema nació sobre la base de la doctr ina con-

tenida en los principales documentos del Vaticano 11. Y aqui

por qué y en qué sentido el perfeccionamiento del orden tem-

poral sea precisamente apostolado. Esta dilucidación es bien

clara, ya que explica la relación válida entre el valor de las

cosas tempo rales la persona hum ana, en la cual la dimensión

de la naturaleza se encuentra con la de la gracia, haciendo que

ambas culminen en Cristo.

De ahi

<.Es obligación d e tod a la Iglesia trabajar para que los

hombres se capaciten a fin de establecer rectamente todo

el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo.

Es preciso, sin embargo, que los seglares acepten

como obligación propia instaurar cl orden temporal y

actuar directamente y de forma concreta en dicho orden,

dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la Igle-

sia, y movidos por la caridad cristiana,, (DAS 7 .

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cobra su fuerza la convicción que ha llevado a definir la natu-

raleza específica de la misión

y

del apostolado de los seglares.

.<El plan de Dios so bre el m undo es que los hombres

instauren con espír i tu de conc ordia el orden temporal

y

lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal: bienes de la

vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y

las profesiones, las instituciones de la co munid ad po litica,

las relaciones internacionales y otras realidades semejan-

tes, así como su evolución y progreso, no son solamente

medios para el fin último del hombre, sino que tienen

además un valor propio puesto por Dios en ellos, ya se

los considere en si mismos, ya como parte de todo el

orden temporal :

Y

vio Dios todo lo que había hecho. y era

muy bueno

(Gén 1,31). Esta bon dad natural de las cosas

temporales recibe una dignidad especial por su relación

con la persona humana, para coyo servicio fueron crea-

das. Plugo, f inalmente, a Dios unif icar todas las cosas,

tanto naturales como sobrenaturales, en Cristo Jesús,

para que El tenga la primacía sobre todas las cosas (Col

1,18). Estc destino, sin embargo, no sólo no priva al or-

den temporal de su autonomía, de sus propios fines, le-

yes, medios e importancia para bien del hombre, sino

que, por el contrario, lo perfecciona en su valor y exce-

lencia p ropia y, al mismo tiem po, lo ajusta a la vocación

plena del hombre sobre la tierra,, (DAS

7 .

Este Último texto indica solamente el orden temporal y sus

diversas esferas, en cua nto ámbitos propios del apo stolad o

dt. los seglares, pero nos permite también comprender mejor

A estas tareas corresponden las directrices que la constitu-

ción Lumen gentium da a los seglares.

<<D eben , or tan to, los fieles conocer la intima natura-

leza de todas las criaturas,

SU

valor y

SU

ordenación a la

gloria de Dios. Incluso en las ocupaciones seculares de-

ben ayudarse mutuamente a una vida más santa, de tal

manera que el mundo se impregne del espiritu de Cristo

alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la

caridad y en la paz,, (C1

36).

Por eso precisamente:

<Igualmente, coordinen los laicos sus fiterzas para sa-

near las estructuras y los ambientes del mundo cuando

inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean

conformes a las normas de la just icia

y

más bien favo-

rezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes.

Obrando de este modo. impregnaran de valor moral la

cultura y las realizaciones humanas,, (CI 36 .

En este punto, el magisterio conciliar une explícitamente el

apostolado de los seglares y su actitud apostólica con la parti-

cipación en el

munus regale

de Cristo, del que antes hemos

hablado.

Por lo tanto, nos parece haber aclarado

suficientemeiite

-a ten or del pen sam iento del Concilio- la caracteristica

esencial del apostolado de los seglares. El Vaticano subraya

que este apostolado se realiza sobre todo a través de la presen-

cia de los cristianos en el mundo, entre los hombres, en los

diversos ambientes de su vida. D e el lo habla de m odo part icu-

lar el decreto acerca de la actividad misionera de la Iglesia en

9 -R<novocibn en

sur

furnrer

el articulo titulado El testimonio cristiano .

Y

es que la sola

presencia de los seglares no basta. Deben también dar testimo-

nio. En realidad, la actitud apostólica rio puede sino identifi-

carse con la actitud de testimonio, de la que hemos hablado.

#.La presencia de los cristianos en los grup os huma nos

ha de estar animada por la caridad con que nos amó

Dios, que quiere que tambien n osotros nos amemos mu-

tuamente con la misma caridad. En realidad, la caridad

cristiana se extiende a todos, sin distinción de raza, con-

dición social o religión; no espera lucro o agradecimien-

to alguno. Porque así como Dios nos am ó con amo r

gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el

hombre mismo, amándolo con el mismo movimiento

con que Dio s lo buscó. (D M 12).

Triihajen los cristi;tiios colabore 11coi1 todos los de-

má s en la rectii ordeiiacióii de los ;isu~i tos coiióniicos y

sociales Tome n pirtc . iidemás. los cristiiinos en los es-

fuer zos de ;iqucllos pu eblo s que. lu ch and o con1r:i el

hambre . la ignoranci:~ y las enfermediides. pugnan p or

conseg uir mqjores co iidiciones d e vida y por iifirrnar In

paz en el niuiido Porq ue no busciiii el progreso y 1;

pros perid ad m eram ente miiteri:il de los homb res, sino

que promueven su dignidad y unión tri i terna. ensebndo

las verdades religiosas y niorales que Cristo esclareció

con su luz. con ello abren gr~ dua lm en te n acceso más

amplio hacia

Dios), (DM 12).

A ellos -es decir. a los seglares-. de mane ra singu-

lar. corresponde ilumiiiar y ordenar las re lid des tem-

orales a las aue cstán estrechamente vinculados, de tal

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El amor es el contenido esencial del testimonio cristiano y

de la acti tud apostólica. El documen to caracteriza el apostola-

d o de la presencia del mo do siguiente:

*Todos los crist ianos deben sentirse miembros delgnrpo

humano en el que viven y tomar pa rte en la vida cultural

y social interviniendo en las diversas relaciones y nego-

cios de la vida humana. Familiarícense con sus tradicio-

nes nacionales y religiosas; d escubran , con gozo y respe-

to, las semillas de la Palabra que en ellas se contienen;

pero atiendan, al propio t iempo, a la profunda transfor-

mación que se realiza entre las gentes y trabajen para

que los hombres de nuestro t iempo, entregados con ex-

ceso a la ciencia y a la tecnologia del mundo moderno,

no se alejen de las cosas divinas, sino que, por el contra-

rio, despierten a un deseo más vehemente de la verdad y

de la caridad revelada por Dios. Com o el mismo Cristo

escudrifió el corazón de los hombre s y los llevó con un

coloquio verdaderamente hum ano a la luz divina, asi sus

discípulos, inundados profundam ente po r el Espíri tu de

Cristo, deben conocer a los hombres entre los que viven

y

conversar con ellos para advertir, en dialogo sincero y

paciente, las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido

a las gentes, y al mismo tiempo han de esforzarse por

examinar estas riquezas con la luz evangélica, liberarlas

y reducirlas al dominio de Dios Salvado r)> DM 11).

La actitud apostó lica presupone pues. un creat ivo radicarse

en la vida. en la cultura en la activid ad de la sociedad de lo

nacidn y del momento histórico.

28

modo que sin cesar se

realiceii y progresen conforme a

Cristo y sean parte para la gloria del Creador y del Re-

dentor. (CI 31).

Los seglares cumplen en el mundo esta misión de la

Iglesia. ante todo. con la concordancia entre su vida y su

fe. con la que se convierten en luz del mundo; con la

honradez en todos los negocios, la cual atr;ie a todos

hacia el amor de la verdad

y

del bien, y. finalmente. a

Cristo y a la Iglesia: con la caridad fraterna. por la que,

participando en las condiciones de vida, trabajo, sufri-

mientos y aspirdciones de los hermanos, disponen insen-

siblemente los

corazones

de todos hacia la acción de la

gracia salvadora: con la plena conciencia de su papel en

la edificación de la sociedad, por la que se esfuerzan en

llenar de magnanimidad cristiana su actividad domésti-

ca, social

y

profesional. De esta forma, su modo de pro-

ceder va penetrando poco a poco en el ambiente de su

vida y de su trabajo. Este apostolado debe abarcar a

todos los que se encuentran en el ambiente y no debe

excluir bien espiritual o material alguno que pueda ha-

cerles. (DAS

13).

<<Los omunes valores humanos exigen también, no

pocas veces, una cooperación semejante de los cristia-

nos que persiguen fines apostólicos con quienes no llevan

el nombre cristiano, pero reconocen tales

valor es >^

(DA S 27).

El pasaje citado parece sintetizar con toda precisión cuanto

constituye la actitud apostólica de los seglares, en su esencia y

peculiaridad. Además, el Vaticano 11 dice:

8

1

  os

verdaderos apóstoles, lejos de contentürse con

esta sola actividad, ponen todo su emp eño en anunciar a

Cristo a sus prójimos también de palabra. Porque son

muchos los hombres que sólo pueden escuchar el Evan-

gelio o conocer a Cristo por sus vecinos seglares, (DAS

111

,.

<<Conl apostolad o de la palabra, absolutamente nece-

sario en algunas circunstancias, los seglares anuncian a

Cristo, explican su doctrina, la difunden cada uno según

su condición

y

deber

y la profesan fiel mente^^ (DAS 16).

Ahora bien, el apostolado de los seglares, que mana de la

presencia misma de los cristianos en el mund o -ya que la

vocación cristiana es, por su naturalez a, apostólica-, se basa

esencialmente en la coherencia entre vida y fe. Esta es la con-

madurez. Por eso, en la cuestión de la formación radica toda

auténtica actitud apostólica, tanto si se refiere a los miembros

de la jerarquía com o si se refiere a los religiosos

y

a los

seglares.

Quedan, pues, invitados

y

aun obligados todos los fieles

cristianos a buscar insistentemente la santidad

y

la perfección

dentro del propio estado (CI 42), enseña la consti tución Lu-

men gentium.

La razón más profunda, en la que se apoya la

importancia de la formación en la vida cristiana y en el apos-

tolado, se encuentra en la doctrina del Vaticano 11 sobre la

vocación universal a la santidad (vocación que siempre se indi-

vidualiza, dado que es personal, a la vez que comunitaria).

Hemos, pues, de tener ante todo presente que el Vaticano 11

enseña en el decreto sobre el apostolado de los seglares:

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dición fundamental que se refiere a la personalidad misma de

todo crist iano,

y

no sólo del seglar. Si esta condición es esen-

cial, en general, para el apostolado de los seglares, tanto más

lo será cuando los seglares, llevados por el espiritu apostólico,

ejercen el aposto lado de la palabra. El Vaticano

11,

como ya

hemos manifestado, ve la posibilidad y necesidad también de

este apostolado.

,.Sin em barg o, no basta q ue el pueb lo cristiano esté

presente establecid o en un pueblo, ni basta que des-

arrolle el apo stolad o del ejemp lo; se establece y está pre-

sente para anunciar con sus palabras

y

con su trabajo a

Cristo a sus conciudadanos no crist ianos y ayudarles a

la plena aceptación de Cristo,, (DM 15).

2

Formación

Como ya hemos señalado antes, por formación entendemos

aquí la confguración de la vida que corresponde a una determi-

nada vocación en la I les ia y que está al servicio del apostolado.

Por este motivo incluirnos el problema de la formación en el

presente capitulo, dedicad o a la acti tud apo stólica. Está claro

que el modo de vivir la vida cristiana que se expresa en la

vocación sacerdotal, religiosa o seglar debe estar elaborado

con empeño y seriedad, del mismo modo que la formación

consiste en plasmar y adquirir la madurez que es propia de cada

vocación en la Iglesia. El apostolado, como ya hemos podido

comprobar sobre la base de los textos citados, es fruto de esa

282

''Cristo, enviado por el Padre, es la fuente y origen de

todo el apostolado de la Iglesia. Es, por ello, evidente

que la fecundidad del apostolado seglar depende de la

unión vital de los seglares con Cristo. L o afirma el Se-

fior:

El que permanece en mi

y

yo en

él

ése da mucho

fruto porque sin mí no podéis hacer nada ( Jn

15,s .

(DAS

4 .

Obviamente, este principio se refiere a cualquiera de las

formas de apostolado.

Por lo que respecta a la

formación propia de la vocación

sacerdotal

le ha sido dedicado un decreto concil iar aparte. A

su vez, las directrices de este decreto, que se ocupa directamen-

te de la preparación al sacerdocio

y

de la actividad de los semi-

narios eclesiásticos en la Iglesia, deben estar vinculadas con lo

que el Vaticano 11 enseña acerca de la formación de los sacer-

dotes en el decreto sobre el ministerio y vida sacerdotales:

'.Pues, si es cierto que la gra cia de Dios puede llevar a

cabo la o bra de salvación au n por medio de ministros

indignos, de ley ordinaria, sin embargo, Dios prefiere

mostrar sus maravillas po r ob ra de quienes, más dóciles

al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su inti-

ma unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden

decir con el Apóstol: Pero ya no vivo yo sino que Cristo

vive en

(GáI 2,20). Por lo tanto, para conseguir sus

fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de

difusión del Eva:~gelio por el mun do entero, así com o de

diálogo con el mundo actual , este sacrosanto Concil io

exhorta vehementemente. a todos los sacerdotes a que,

83

empleondo los medios recomendodos por la Iglesia. se es-

fuercen por olcanrar una sontidod cado vez mayor,

para

convertirse, dia a dia, en más aptos instmmentos al ser-

vicio de todo el Pueblo de Dios,, (DMVS 12).

El Concil io nos recuerda los métodos de santificación sa-

cerdotal ya experimentados:

*En el misterio del sacrificio eucaristico, en el que los

sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza

continuamente la obra de nuestra redención, y, por

ende, encarecidamente se les recomienda su celebración

cotidiana; la cual , aun que puede no hab er en ella presen-

cia de fieles, es ciertamente ac to de C risto

y

de la Iglesia.

Así, al unirse los presbíteros al acto d e Cristo sacerd ote,

Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mis-

mo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de

la perfección sacerdotal , que reduzca a unidad su vida y

acción. Esta caridad pastoral fluy e, ciertamente, sobre

todo, del sacrificio eucarist ico, que es, po r el lo, centro

y

raiz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma

sacerdotal se esfuerce en reproducir en si misma lo que

se hace en el ara sacrificial. Pues esto no puede lograrse

si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración,

cada vez más intimamente, en el misterio de Cristo

(DMVS 14).

A

una formación sacerdotal así concebida corresponde en

estrecha relación el celibato, del que ya antes hemos tratado.

'<El

celibato,

empero, está en múltiple armonia con el

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se ofrecen diariamente por entero a Dios,

y ,

al alimen-

tarse del cuerpo de Cristo, part icipan de corazón l cari-

dad de aquel qu e se da en man jar a los fieles . De modo

semejante, en la administración de los sacramentos se

unen a la intención y caridad de C risto, cosa que hacen

de manera especial cuando se muestran en todo momen-

to y de t od o pu nto dispuestos a ejercer el ministerio del

sacramento de la penitencia cuantas veces se lo piden

razonablemente los fieles. En la recitación del oficio di-

vino prestan su voz a la Iglesia, que, en nom bre de todo

el género humano, persevera en la oración, juntamente

con Cristo,

que vive siempre paro interceder por nosotras

(H eb 7,25). (DM VS 13).

Tras haber enum erado dichos medios de formación,

el do-

cumento del Vaticano 11 plantea el problema o riginodo por lo

situación de los sacerdotes en el mundo contempordneo:

En cuan to a los presbiteros, envueltos distraidos en

las muchísimas obligaciones de su ministerio, no sin an-

siedad buscan

cómo puedan re ducir o unidod su vida inte-

rior con el tráfogo de lo vida externo.

(DM VS

14).

Este problema, que es como un inter rogante planteado por

muchos sacerdotes de nuest ro t iempo, no ha s ido dado de lado

por el Concilio:

(<Lospresbiteros hallarán la unidad de su propia vida

en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y asi se

unirán con su Señor, y , por El, con el Padre, en el Espi-

ri tu Santo, para q ue puedan l lenarse de consolación y

sobreabundar d e gozo.

sacerdocio. Efectivamente, l misión del sacerdote está

intimamente con sagrada al servicio de la nueva hu mani-

dad, que Cristo, vencedor de la muerte, suscita por su

Espíri tu en el mundo, y que trae su origen no de

las

sangres, ni de la voluntad de lo carne, ni de la voluntad del

varón, sino de Dios (Jn 1,13)n (DMVS 16).

Jun to con el celibato entra en la formación sacerdotal la rec-

ta actitud ante el mundo de los bienes terrenos (DM VS 17).

<< Esta ctitud es de gran impo rtancia p ara los presbíte-

ros, pues la misión de la Iglesia se cumple en medio del

mundo, y los bienes creados son absolutamente necesa-

rios para el provecho personal del hombre. Den, pues,

gracias por todo lo que el Padre celestial les da para

pasar rectamente la vida. Es menester, sin embargo, q ue

disciernan a la luz de la fe todo lo que les ocurriere, a fin

de orientarse al recto uso d e los bienes que respondan a

la voluntad de Dios, y rechazar cuanto dañare a su mi-

sión. (D M VS 17).

Seguidamente, el decreto concil iar, aleccionado con el

ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, de los apóstoles

y

de la

Iglesia primitiva, amonesta:

-Eviten los presbiteros, y también los obispos, todo

aquello que de algún modo pudiera alejar a los pobres,

apartando, más que los otros discípulos de Cristo, toda

especie de vanidad. Dispongan su morada de tal forma

que a nadie resulte inaccesible, ni nadie, aun el más hu-

milde, tenga nunca miedo de frecuentarla (DM VS 17).

85

Un decreto especial del Concilio Vatica no se ocupit

del

problema de la preparación al sacerdocio y de la actividad de los

seminarios eclesiásticos que, com o afirma: son necesarios

para la formación sacerdotal (D FS 4 . Esta formac ión sn-

cerdotal. dada la unidad intrinseca del sacerdocio católico. es

necesaria a todos los sacerdotes del clero secular y regular de

cualquier rito (D FS , proem io). La preparación al sacerdo cio

consiste en la formación espiritual integrada con la intelectual

y pastoral; la formación esp iritual, con la ayuda del director

espiritual. ha de impartirse de tal forma que los alumnos

aprendan a vivir en íntima comunión y familiaridadcon el

Padre por medio de su Hijo Jesucristo en el Espiritu Santo

(DFS 8) .

Y

ésta sea tal que les disponga a se guir a Cristo

redentor con generosidad y pureza de intención (D FS

3 .

#.Imbúyanse de tal for ma los alumn os en el misterio

de la Iglesia, expuesto principalmente por este santo

Concilio. Aprendan a participar con corazón dilatado en

I

la vida de toda la Iglesia, según el aviso de San Agustin:

En la medida que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee

el Espiritu Santo . (D FS 9).

Por lo que respecta a la actitud evangélica, el Vaticano 11

da gran número de directrices:

*<Entiendan on toda caridad los alumnos que su des-

tino no es el mando ni son los hombres, sino la entrega

total al servicio de Dios y al ministerio pastoral. Con

singular cuidado edúqueseles en la obediencia sacerdo-

tal, en el tenor de vida pobre y en el espiritu de la propia

abnegación, de suerte que se habitúen a renunciar con

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' ,Habiendo de configurarse a Cristo Sacerdote en el

Espiritu Santo por la sagrada ordenación, habitúense a

unirse a El, como amigos, con el consorcio intimo de

toda su vida. Vivan el misterio pascua1 de Cristo de tal

manera que sepan iniciar en él al pueblo que ha de enco-

mendárseles. Enséñeseles a buscar a C risto en la fiel me-

ditación de la palabra de Dios, en la activa comunica-

ción con los sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre

tod o en la Eucaristia y el oficio divino; en el obispo, qu e

los envía, y en los hombres a quienes son envia dos, prin-

cipalmente en los pobres, los niños, los enfermos, los

pecadore s y los incrédulos. Amen y veneren con fiel con-

fianza a la Santisima Virgen María. a la que Cristo, mu-

riendo en la cruz, entregó como madre al discípulo,,

(DF S 8 ) .

Acerca de los ejercicios de piedad que la tradición de la

Iglesia recomienda, el decreto señala:

-Fom éntense intensam ente los ejercicios de piedad re-

comendados por la venerable costumbre de la Iglesia.

Cuidese, sin embargo, de que la formación espiritual no

consista sólo en ellos y no cultive únicamente el afecto

religioso. Aprendan los alumnos, mas bien, a vivir según

la forma del Evangelio; a cimentarse en la fe, la esperan-

za y la carid ad, para alca nzar , con la práctica de estas

virtudes, el espiritu de oración, conseguir la fortaleza y

defensa de su vocación, lograr el vigor de las demás vir-

tudes y aumentar en el celo por ganar a todos los hom-

bres para Cristo (D FS 8).

286

prontitud a las cosas que, aun siendo licitas, no convie-

nen, y a asemejarse a Cristo cmcificadon (DFS

9 .

*Fórm ense en la reciedumbre de espiritu y, en general,

sepan apreciar todas aquellas virtudes que gozan de ma-

yor estima entre los hombres

y

avalan al ministro de

Cristo, cuales son la sinceridad, la preocupación cons-

tante por la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la

buena educación

y

la moderación en el hablar, unida a

la caridad,, (DFS 11).

Se trata de poner en práctica:

<Aquellaperfecta caridad que les capa cifa para hacerse

todo a todos en su ministerio sacerdofabb ( D F S 10 .

Tam bién la reforma de los estudios debe orientarse de for-

ma que contribuya a la profundización de la formación

espiritual:

.Las restantes disciplinas teológicas deben ser igual-

mente renovadas por medio de un contacto más vivo

con el m isterio de Cristo y con la historia de la salva-

ción,, (DFS 16).

E n relación con la formación sacerdotal en las t ierras de

misiones, el Vaticano 11 subraya la necesidad de ma ntener vivo

el afán de a com odarse al modo peculiar de pensar y de pro-

ceder de la nación (D M 16) en la que los futuro s sacerdo tes

habrán de desenvolver su actividad pastoral.

wEdúquense en el espiritu ecu ménic o y prepárens e con-

venientemente para el diálogo fraterno con los no cristia-

nos,, (DM 16).

287

<<Elnviado entra en la vida y en la misión de aquel que

se ononodó o si mismo tomando lo formo de siervo

(Flp

2,7). Por lo cual debe estar dispuesto a perseverar toda la

vida en su vocación, a renunciarse a sí mismo y a todo lo

que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos.

El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a co-

i

nocer con confianza, el misterio de Cristo, cuyo legado es,

de forma que se atreva a hablar de El como conviene, sin

avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las hue-

llas de su Maestro, manso y humilde de corazón, mani-

fieste que su yugo es suave y su carga ligera.

Dios le concederá valor y fortaleza para conocer

la abundancia de gozo que se encierra en la experiencia

i

intensa de la tribulación y de la absoluta porbreza. Esté

convencido de que la obediencia es virtud característica

Estos consejos son precisamente los que señalan la orienta-

ción de la vida religiosa y conducen la formación de los reli-

giosos y de las religiosas.

«Los consejos evangdlicos

de la castidad consagrada a

Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las

palabras ejemplos del Señor, y recomendados por lbs

Apóstoles y Padres, así como por los doctores y pastores

de la Iglesia, son un

don divino

que la Iglesia recibió de

su Señor y que con su gracia conserva siempre. La auto-

ridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se

preocupó de interpretar estos consejos, de regular su

práctica e incluso de fijar formas estables de vivir-

los. (CI 43).

El cristiono,

mediante los votos u otros vinculos

sa-

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del misterio de Cristo, quien con su obediencia redimió al

mundo. (DM 24).

Un problema en si es el d e lo formación religioso,

respecto a

la cual el Concilio expone su enseñanza tanto en la constitu-

ción

Lumen gentium

como en un decreto a propósito.

#<Recuerden nte todo los miembros de cualquier insti-

tu to que, por la profesión de los consejos evangélicos,

respondieron a un llamamiento divino, de forma que no

sólo muertos al pecado (cf. Rom 6,11), sino también re-

nunciando al mundo, vivan únicamente para Dios. En-

tregaron, en efecto, su vida entera al servicio de Dios,

lo

cual constituye, sin dudo, uno peculior consagración que

radico íntimomente en lo consagración del bautismo y la

expreso con mayor plenitud,,

(DVR

5 ) .

1

El Vaticano 11 recuerda que:

Al mismo tiempo llama la atención acerca de que:

-La santidad de la Iglesia se fomenta de u i ~ a anera

especial con los múltiples consejos que el Señor propone

en el Evangelio para que los observen sus discípulos*

(CI 42).

*La caridad , como vinculo de perfección y plenitud de

la ley (cf. Col 3,14; Rom 3,10), rige todos los medios de

santificación, los informa y los conduce a su fin (CI

42).

grados -por su propia naturaleza semejantes a los

votos- con los cuales se obliga a la prcictica de los tres

susodichos

consejos evangdlicos, hace una total consagra-

ción de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas,

de manera que se ordena a l servicio de Dios y a su

gloria

por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había

muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin em-

bargo, para extraer de la gracia bautismal fruto más co-

pioso, pretende, por la profesión de los consejos evangé-

licos, liberarse de los impedimentos que podrían apar-

tarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto

divino, y se consagra más íntimamente al servicio de

Dios. La consagración será tanto más perfecta cuanto,

por vinculos más firmes y más estables, represente mejor

a Cristo, unido con vinculo indisoluble a su Igle-

sia. (CI,44).

La profesión religiosa, que hunde sus raíces en la realidad

del bautismo, refuerza los vínculos que unen a la Iglesia con el

que es llamado, y, finalmente, de modo especial, manifiesta

la elevación del reino de Dios sobre todas las cosas terrenas y

sus exigencias supremas; demuestra además a todos los hom-

bres la preeminente grandeza de la virtud de Cristo reinante y

la infinita potencia del Espíritu Santo, admirablemente ope-

rante en la Iglesia (CI 44). De este modo, la profesión y la

formación religiosa que a ella corresponde tienen

un particular

significado escotológico.

El decreto acerca de la renovación de la vida religiosa pone

en evidencia el valor de los votos por medio de los cuales los

religiosos

y

las religiosas se comprometen a observar los con-

sejos evangélicos.

((La castidad. . libera de modo singular el corazón del

hombre (cf . Icor 7,32-35)... es sieno esoecial de los hie

~~

nes celestes y medio aptisimo

para quelos religiosos

se

consagren fervorosamente al servicio divino y a las

obras de apostolado. De este modo evocan el los ante

todos los fieles aquel maravilloso connubio, fundado

por Dios y que ha de revelarse olenamente en l qioln

~ . ... .

.e.

futuro, por el que la Iglesia tiene por esposo único a

Cristo- (DVR 12).

<,Por la profesión de la

obediencia,

los religiosos se

unen m ás constante y plenamente a la voluntad salvifica

de Dios. Se someten con fe a sus superiores, que hacen

las veces de Dios, y por ellos son dirigidos al ministerio

des de cada uno. Porque el scgl;ir, conociendo bici1 cl

mundo contcmporáiieo. dcbe ser mirmhro bien :id;ipt;i-

do a la sociedad y a culturii de su tiempo,, (DAS

29 .

Este pensamiento retorna continuamente y de diversos mo-

dos en la doctrina conciliar. Naturalmente. la cultura humana

no refleja todavía la expresión total de la vida cristiana. Por

eso el Concilio enseña:

«Apren&¿. ante todo. el seglar a cumplir l misión de

Cristo y de la Iglesia , viviend o d e la fe en el misterio

divino de la creación y de la redención, movido por el

Espiritu Santo. que vivifica al Pueblo de Dios e impulsa

a todos los hombres a am ar a D ios Padre. y al mundo y

a los hombres en El. Esta formación debe considerarse

como fundamento y condición de todo apostolado fe-

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de todos los hermanos en Cristo, a la manera que Cristo

mismo, por su sumisión al Padre. sirvió

a

s s hzrmannr

. .

y dio su vida por la redención de'muchos (cf. Mt 20.28;

J n 10,14-18),~ (DV R 14).

En fin, el voto de

pobreza

del que se ha hablado ya mu-

chas veces, y la vida co mún , a ejemplo de la Iglesia primitiva .

os religiosos, co mo m iembros de Cristo, han de ade-

lantarse unos a otros en el trato fra terno con muestras

de d eferencia (cf. Rom 12,10), llevando unos las cargas

de los dem ás (cf. GáI 6,2). Por la cridad de Dios que el

Espiritu Santo ha derramado en los corazones (cf. Rom

5 3 a c omunidad , congregada como v erdadera famil ia,

en el nom bre del Sefior, goza de su presencia (cf. Mt

18,20)».

Po r lo q ue se refiere a la formación de los seglares, debemos

en primer lugar referirnos a cuanto ya se ha dicho a propósito

de su estado en la Iglesia y del aposto lado que compete a su

vocación cristiana.

orno los seglares participan a su modo de la misión

de la Iglesia, su formación apostó lica recibe una cracteris-

tica especial por la misma índole secular y propia del lai-

cado y por el carácter de su espiritualidad,, (DAS 29).

A continuación el Concilio afirma:

-La formación para el apostolado supone una comple-

ta formación humana, acomodada al carácter

y

cualida-

cundo. Y como la formación para el apostolado no pue-

de consistir solamente en la instmcción teórica, aprenda

el seglar poco a poco y con prudencia, desde el comien-

zo de su form ación, a verlo, a juzgarlo y a hacerlo todo a

la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a si mismo

por la acción con los dones y a entrar así en el servicio

afectivo de la Iglesia,, (DAS 29).

Las palabras c i tadas sintetizan el método moderno del apos-

tolado

de

los seglares ver, juzgar, a ctuar).

l levado a cabo sob re

todo en las organizaciones de la Jeunesse OuvriPre Chrétienne

(JOC ), ba jo la dirección del ilustre sacerdote J Cardjin, quien,

durante el Concilio, fue elevado al Colegio cardenalicio. La

formación apostólica debe modelar toda la personalidad cristia-

na. Po r eso también la preparación al apostolad o para la cre-

ciente maduración de la persona humana, para

el

t ratamiento

de los problemas, requiere un conocimiento cada vez más pro-

fundo y una acción cada vez más efectiva. En la satisfacción

de todas las exigencias de la formación téngase siempre pre-

sente la unidad y la integridad de la persona humana, así

como el que se salve y acreciente su armonia y equilibrio

(DAS 29).

El Concilio presta adem ás atención a la necesidad de una

formación cristiana de los seglares,

comenzando por los niños y

los jóvenes.

Constata que

*<Losóvenes ejercen en la sociedad actual una fuerza

de extraordinaria importancia. Este aumento de la im-

portancia de las generaciones jóvenes en la sociedad exi-

ge de ellos una correspondiente actividad apostólica, a

lo cual los dispone su misma indole natural. Maduran en

la conciencia de la propia personalida d, impulsad os por

el ardor de vida y por un dinamismo desbordante; asu-

men la propia responsabilidad y desean tomar parte en

la vida social y cultural. Este celo, si está lleno del es-

píritu de Cristo y se ve animado por la obediencia y el

am or a los pastores de la Iglesia, ofrece la esperanza cier-

ta de frutos abun dan tes. Los jóvenes deben convertirse

en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes,>

(DAS 12).

El Concilio insiste en recom endar qu e toda

la familia

y

su vida en común

sea un como noviciado del apostolado

(DA S 30). Luego se dir ige a los sacerdotes para que, en las

catequesis

y

en el m inisterio de

l

palabra, en la dirección espi-

ritual y en los demás ministerios pastorales, tengan a la vista la

tud los talentos con que Dios ha enriquecido su alma y

ejercer con mayor eficacia los carismas que el Espiritu

San to cedió para bien de sus hermanos. (DA S 30).

Estos son los carismas de los que hemos hab lado en el pre-

sente capitulo. Tienen gran importancia para el apostolado y

deben ser utilizados con la finalidad de formar la actitud

apostól ica.

<<L os sposos y padres crist ianos, siguiendo su p ropio

camino, mediante la fidelidad en el amor, deben soste-

nerse mu tuame nte en la gracia a lo largo de toda su vida

e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas

a los hi jos am orosam ente recibidos de Dios. De esta ma-

nera... se constituyen en testigos colabo radores de la

fecundidad de la madre Iglesia, como simbolo y partici-

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formación del apostolado (DA S 30). También los jóvenes

t ienen una act ividad apostólica. Según sus propias fuerzas, son

verdaderos test imonios vivientes d e Cristo entre sus com pañe-

ros (DA S 12). El Vaticano concede, pues, suma importan-

cia a todo el proceso de la educación y de la formación, que se

desarrol la a travks del intercambio vivo de valores entre las

generaciones.

-Procu ren los mayores enta blar con los jóvenes diálogo

amistoso, que, salvadas las distancias de la edad, permi-

ta a unos y otros conocerse mutuamente y comunicarse

lo bueno que cada generación tiene. Estimulen los adul-

tos a la juventud hacia el apostolado, primeramente con

el ejemplo, en ocasiones con pm den tes consejos y

auxilios eficaces. Los jóvenes, por su parte, sientan res-

peto confian za en los mayores, y aun que sientan la

natural inclinaciSn hacia las novedades, aprecien, sin

embargo, como es debido, l as t radic iones va l iasas .

(DAS 12).

Asi, el Concilio indica con claridad el camino de la forma-

ción apo stól ica, que es fundamental y orgánica a la vez. Es

el

camino de la educación de la autoeducación

lo cual halla co-

rrespondencia en las fases subsiguientes del desarrollo de la

personalidad humana.

.'Cada un o debe prepara rse diligentemente para el

apostolado, obligación que es más urgente en la edad

adulta. Porque, con el paso de los años, el alma se abre

mejor, y asi puede cdda uno descubrir con mayor exacti-

pación d e aquel amor con que Cr i s to amó a su Esposa y

se entregó a si mismo por el la. Ejemplo parecido lo pro-

porcionan, de otro modo, quienes viven en estado de

viudez o de cel ibato Aquellos que están dedicados a

trabajos muchas veces fatigosos deben encontrar en esas

ocupaciones humanas su propio perfeccionamiento, el

medio de ayudar a sus conciudadanos y de contribuir a

elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación.

Pero también es necesario que imiten en su activa cari-

dad a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los trabajos

manuales, gozosos en la esperanza y ayudándose unos a

ot ro s a llevar sus cargas., (CI 41).

Po r lo q ue se refiere al apostolad o de los seglares, orienta-

d o a la instauración cristiana del orde n temporal , el Vatica-

no subraya la necesidad de enseñar el verdadero significa-

do y valor de los bienes temporales en si mismos

y

con

respecto a las f inal idades toda s de la persona humana (DA S

31). Y continúa:

f<Ejerciten se n el rec to uso d e las cosas y en la organi-

zación de las instituciones, aten dien do siempre al bien

común,

según los principios de la doctrina moral social

de la Iglesiax

(DAS 31).

*Para cultivar las b u e n a relaciones humanas esnece-

sario que se fomenten los auténticos valores humanos,

sobre todo el arte de la convivencia y de la colaboración

fraterna, a si como tambié n el cultivo del diálogo,, (DA S

29).

<.Corno las obra s de ca ridad y de m isericordia ofrecen

un tcstimonio excelente de la vida cristiana, la forma-

ción apostÓlicd debe llevar también a la práctica de tales

obras, para que los cr ist ianos aprendan desde nif ios a

compadecerse de los hermanos y a ayudarles generosa-

mente cuando lo necesi ten,) (DAS 31).

La acritud apostólica se expresa en la relación con los hom-

bres. se expresa con el amor.

El decreto declara que la Iglesia,

mientras disfruta de las iniciativas de los más, reivindica las

obras de caridad como deber y derecho inal ienable . Se t rata

en este caso de la misericordia para con los pobres y enfer-

mos a t ravés de las l lamadas obras de caridad y mutua ayuda,

destinadas a aliviar las necesidades humanas.

Exponiendo la doctrina acerca del apostolado de los segla-

CONSTRUCCION DE LA IGLESIA COMO COMUNIDAD

Iniciando el análisis de las actitudes, cuya formación es in-

herknte a la doctrina del Vaticano 11, actitudes que constituyen

en ciQto sentid o la imagen d e la fe del cristiano de hoy, hemos

subray.ado que en muchos pu ntos se encuentran, parcialmente

se ident if ican y sobre todo se completan. Ahora puede afir-

marse esto co n certeza, cu ando el anál isis de las act itudes ha

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res, el Vaticano la presenta c omo u na exhortación del pro-

pio Cristo:

Es el propio Señor el que invita de nuevo a todos los

seglares por medio de este santo Concilio, a que se le

unan cada

día más int imamente y

a

que, sint iendo com o

propias sus cosas (CS. Flp 2,5 , sc asocien su misiún

salvadora

...

para que, con las diversas formas y mane-

ras del único apostolado de la Iglesia, que deberán adap-

tarse constantemente a las nuevas necesidades de los

tiempos, se le ofrezcan como coopcradoresv (DAS 33).

progresado suficientemente. El título del presente capítulo sir-

ve también para sefialar una actitud, o mejor aún, un conjunto

de act i tudes que en la doctr inaconci l iar aparecen claramente

como específicas para la Iglesia y el cristiano del Vaticano 11.

Cua ndo hablam os de la construcción de la 1glesia.como co-

munidad , nuestra atención se dir ige no sólo y no tanto al

proceso de la constnicción -ni siquiera a las estructuras

qu e el Va tican o 11 prevé a tal fin- cua nto más bien

a la acti-

tud sin la cual esta s estructuras así como el proceso de c onstruc-

ción de la Iglesia com o comunidad aparecerían flotando en el

vacio.

Que remos calificar com o comunitaria esta actitud. El an+

lisis de los textos conciliares evidenciará su esencia

y

esclarecerá

sus relaciones con la construcc ión de la Iglesia, que es comuni-

dad del Pueblo de Dios y a la vez Cuerpo de Cristo.

.Ydel mismo mod o que todos los miembros del cuer-

po humano, aun siendo muchos, forman, no obstante,

un so lo cuerpo, así también los f ieles en Cristo (cf. I c o r

12,12). Tambibn en la constitución del cuerpo de Cristo

está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno

solo es el Espiritu, que distribuye sus variados dones

para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad

de ministerios (Icor 12,l -11). Entre estos dones resal ta

la gracia de los apóstoles, a cuya autoridad el mismo

Espiritu subordina incluso los carismáticos (cf. Icor 14).

El mismo produce y urge la caridad entre los fieles, uni-

ficando el Cuerpo por si y con su virtud y con la cone-

295

M. Rcnovacibn en NI

f u m l l i

xión interna de los mien~bros.Por coiisiguientc. si uii

miembro sufre en algo. con él sufre11 odos los demás: o

si un miembro es honrado. gozan conjuntiiniente los de-

más miembros (cf. Ic o r 1 2.26)~

CI

7).

La un idad de la Iglesia-cuerpo de Cristo es fruto de la acción

del Espiritu San to. Esta acción produc e m ultiplicidad y lleva a la

unidad: multiplicidad de los dones, vocaciones, ministerios y

unidad del Cuerpo místico.

Y

como este Cuerpo es a la vez

Pueblo de D ios, debemos reconocer que fru to de la acción del

Espiritu San to es esa actitud que en todo miembro de este pueblo

contribuy e a la

unión delosm iemb ros.

esto es, a la formac ión de la

comunidad de la Iglesia a través del vinculo de la comunión

espiritual que la distingue. En la formación de la actitud comuni-

taria podemos, pues, vislumbrar la expresión de ese enriqueci-

miento de la fe para el qu e el Vaticano constituye también un

<.La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a tod o

discipulo de Cristo en su parte. Pero, aunque cualquiera

puede bautizar a los creyentes, es, sin embargo, propio

del sacerdote llevar a su complemento la edificación del

Cuerpo mediante el sacrificio eucarist ico~~CI 17).

-Es, pues, la sinaxis eucaristica el centro de toda la

asamblea de los fieles que preside el presbiteron

(DMVS

5 .

Sin embargo, ninguna comunidad cristiana se edifica

si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santisi-

ma Eucaristía, por lo que debe, consiguientemente, co-

menzarse rada educación en el espíritu de comunidad

Esta

celebración, para ser sincera y plena, debe conducir tan-

to a las varias obras de caridad y a la mutua ayuda

como a la acción misional y a las varias formas de testi-

monio cristiano,, (DMVS 6).

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fundamento histórico y una inspiración doctrinal. En efecto, en

los documentos conciliares hallamos muchos textos que nos

permitirán comprender y esclarecer esta actitud en sus diversos

aspectos

y

esferas de acción.

Por consiguiente, sobre la base de los respectivos textos,

queremos demostrar que la construcción de la comunidad de

la Iglesia es una sintesis de estructuras

y

de actitudes. Sin em-

bargo, en conformidad con las premisas del presente estudio,

tratamos de llamar particularmente la atención sobre las acti-

tudes.

Y

es que, en relación con la renovación propuesta por el

Vaticano 11, se habla mucho de las estructuras, motivo por el

cual parece necesario considerar las actitudes como la segunda

componente indispensable para el proceso de renovación.

SIntesis de las estructuras de las actitudes

El Vaticano II cnsefla en muchos texto s que lo Eucaristía es

el fundamen to de la construcc ión de la comunidad de la Iglesia:

.<Participand o realmente del cuerpo del Señ or en la

fracción del pan eucaristico, somos elevados a una co-

munión con El y entre nosotros. Porque el pan es uno,

somos muchos un solo cuerpo. pues tod os participamo s de

ese único pan

(Icor 10,17). Asi, todos nosotros nos con-

vertimos en miembros de ese Cuerp o (cf. Ic o r

12,27

y

cada uno es miembro del otro (Rom 12,5)2 CI 17).

Este prime r principio eucaristico de la constru cción de la

Iglesia c omo comunidad contiene en sí tambien el momento je-

rárquico. Reunir al Pueblo de Dios forma parte integrante del

ministerio y de la misión de quienes han recibido de Cristo la

potestad de celebrar la Eucaristía.

,.Esta Iglesia de C risto está verdad eramen te presente en

todas las legitimas reuniones locales de los fieles, que,

unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Tes-

tamento el nombre de Iglesias. Ellas son, en su lugar, el

Pueblo nuevo, l lamado por D ios en el Espiri tu S anto y

en gran plenitud (cf. lTes 1,5). En ellas se congregan los

fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se

celebra el misterio de la cena del Señor, para que, po r

medio del cuerpo y de la sangre del Señor, quede unida

toda la fraternidad . En toda comu nidad de altar, bajo

el sagrado ministerio del obispo, se manifiesta el simbo-

lo de aquella caridad y unidad del Cue rpo místico sin

la cual no puede hab er salvación . En estas comu nida-

des, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres, o

vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuy a vir-

tud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostóli-

ca. Pues la participación del cuerpo

y

sangre de Cristo

hace que pasemos a ser aquello que recibimos . A hora

bien, toda legítima celebración de la Eucaristía es dirigida

por el obispo, quien ha sido confiado el oficio de ofre-

cer a

l

divina Majestad el culto de la religión cristiana y

de reglamentarlo en conformidad con los preceptos del

297

SeAor y las leyes de la Iglesia, precisadas más concreta-

mente para su diócesis según su criterio.,

CI 26).

Como se deduce del texto citado, la Iglesia en cuanto co-

munidad, se reúne en torno a la Eucaristia, cuya fuerza de

comunión converge con la fuerza de la palabra de Dios, que

reúne a los fieles . La comunidad del Pueblo de Dios se for-

ma en torno a estas dos mesas instituidas en la Iglesia desde

los inicios: la mesa de la palabra de Dios y la mesa de la Euca-

ristía. El elemento jerárquico se manifiesta tanto en el anuncio

de la palabra como en la celebración de la Eucaristia.

d o s presbiteros

próvidos cooperadores del orden

episcopal y ayuda e instrumento suyo, llamados para

servir al Pueblo de Dios,

forman junto con su obispo un

solo presbiterio

dedicado a diversas ocupaciones. En

cada una de las congregaciones locales de fieles repre-

penetren reciprocamente. Esto tiene su importancia en orden a

la formación de la conciencia y de las actitudes.

-Como no le es posible al obispo, siempre y en todas

partes, presidir personalmente en su Iglesia a toda la

grey, debe por necesidad erigir diversas comunidades de

fieles. Entr e ellas sobresalen las pa rroquias, distribuidas

localmente bajo u n pastor que hace las veces del obispo,

ya que de alguna manera representa a la Iglesia visible

establecida por todo el orbe. De aquí la necesidad de

fom entar teórica y prácticamente entre los fieles y el cle-

ro la vida

litúrgica parroquial y su relación con el obis-

po. Hay que trabajar para que florezca el sentido comu-nitario parroquial, sobre todo en la celebración común

de la misa dominical (CL 42).

La estructura jerárquica planea, por asi decirlo, sobre to-

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sentan al obispo, con el que están confiada y animosa-

mente unidos, y t om an sobre sí una pa rte de la carga y

solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo,, (CI

28 .

.

~

losf fiel es.

por su parte deben estar unidos a su obispo

como la Iglesia a Jesucristo, y com o Jesucristo al Padre,

para que todas las cosas se armonicen en la unidad y

crezcan para gloria de Dios

cf.

2Cor 4,15)v (CI 27).

AAadamos también lo que se lee en el decreto sobre el

apostolado de los seglares:

.La parroq uia ofrece modelo clarísimo del apostolad o

comunitario , porque reduce a unidad todas las diver-

sidades humanas que en ella se encuentran y las inserta

en la universalidad de la Iglesia* (DAS 10).

Se puede decir que de esta manera toma forma el verdade-

ro rostro de la

comunidad en su dimensión de Iglesia local.

Esta

dimensión, sin embargo, revela incesantemente aquella Última

a la que se dirigen, esto es,

la dimensión universal de la Iglesia

que corresponde a la institución de Cristo.

.Ellos, bajo la autor idad del obispo, santifican y rigen

la porción de la grey del Seííor a ellos encomendada,

hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y pres-

tan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de

Cristo (cf. Ef 4,12)n (CI 28).

La constitución de la Iglesia, establecida por Cristo, hace

que estas do s dimensiones, la universal y la local se com -

das las comunidades del Pueblo de Dios, incluso las más pe-

quefias, y delinea su construcción, que se basa en la palabra de

Dios y en la Eucaristia. De aquí, pues, deriva el carácter espe-

cial de la autorid ad, que en la Iglesia está confiada al Papa, a

los obispo s a los sacerdo tes.

'<Estos pastores son los ministros de Cristo y los dis-

pensadores de los misterios de Dios (cf. Icor 4,1), a

quienes está encomendado el testimonio del Evangelio

de la gracia de Dios (cf. Rom

15.16;

Act 20.24) y la glo-

riosa administración del Espíritu y de la justicia (cf.

2C or 3,8-9). (C I 21).

La potestad pastoral es como la pieza maestra de toda comu-

nidad

y

la condición del recíproco compenetrarse de las dimen-

siones locales con la dimensión universal.

-Cada uno de los obispos que es puesto al frente de

una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la

porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre

las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en

cuanto miembros del colegio episcopal como legítimos

sucesores de los apóstoles, todos y cada uno, en virtud

de la institución y precepto de Cristo, están obligados a

tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aun-

qu e no se ejerza por a cto de jurisdicción, contribuye, sin

embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia uni-

versal. Deben, pues, todos los obispos promover y de-

fender la unidad d e la fe

y

la disciplina común de to da la

Iglesia, instmir a los fieles en el amor de todo el Cuerpo

299

mistico de Cristo,

especi lmente

de los miembros po-

bres, de los qu e sufren y de los que son perseguidos por

la justicia (cf. Mt 5,lO); promover, en fin, toda actividad

que sea común a toda la Iglesia, part icularmente en or-

den a la dilatación d e la fe y a la difusión de la luz de la

verdad plena entre todos los hombres. Por lo demás, es

cierto que, rigiendo bien la propia Iglesia com o porción

de la Iglesia universal, con tribuyen efica zme nte al bien

de todo el Cuerpo mistico, que cs también el cuerpo de

las Iglesias* (CI 23).

Tra s esta exposici0n, que define genéricamente e¡ carácter

de la comunidad, a cuya constmcción todos contribuyen en la

Iglesia, podemos pasar a unas consideraciones m is determi-

nadas.

La edificación de la Iglesia co mo co munid ad del Pueblo de

do de las almas. El, por tanto, como quiera que ha sido

enviado com o pastor de tod os los fieles para procurar el

bien común de la Iglesia universal y de cada Iglesia, tie-

ne el primado de la potestad ordinaria sobre todas las

Iglesias. Mas también los obispos. puestos por el Espiritu

Santo, son sucesores de los apóstoles como pastores de

las almas, y

juntamente con el Sumo Pontífice bajo su

autoridad. han sido enviados para perpetua r la obra de

Cristo Pastor erernon (DO 2) .

*Este oficio episcopal suyo, que recibieron por la con-

sagración episcopal, lo ejercen los obispos, participes de

la solicitud de todas las Iglesias, en comunión y bajo la

autoridad del Sumo Pontífice por lo qu e atañe al magis-

terio y gobierno pastoral , unidos todos en colegio o

cuerpo por lo que atañe a la Iglesia de Dios universal .

Cada uno lo ejerce respecto de las partes del rebafio del

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Dios ad intra comprende diversos sectores que, si bien se dife-

rencian entre si, sin embargo y en conformidad con lo que

hasta ahora hemos p uesto de relieve, se com penetran y condi-

cionan mutuamente. Tratando de la acti tud referente a la

construc ción de la Iglesia com o com unid ad -a la luz del Vati-

can o 11-, pod em os

y

debemos pensar, bien en todos los

miembros, bien en algunos en part icular. Hay aq uí una analo-

aia evidente, qu e se entiende si se refleia sobre la existencia del

o r de n j er ár qu ic o y d el c ar is má tic o. ~ u i i ~ u en el caso de algu-

no de estos órdenes manifiesta una t inica individualización de

~

~~

las vocaciones y de las actividades en la Iglesia, presupone, sin

embargo, la orientación hacia la comunidad: sea el orden jerár-

quico sea el conjunto de los dones carismáticos. sirven a la co-

munidad del Pueblo de Dios en la Iglesia. El Vaticano 11, te-

niendo en cuenta los diversos dones del Espiritu Santo, gra-

cias' a los cuales se construye la Iglesia, constata qu e entre

ellos sobresale el de los apósto les, a cuya autorida d el propio

Espíritu some te tam bién a los carismáticos (cf.

I c o r 1 4 )

(CI

7).

Trataremo s, pues, de seguir este orden correspondiente a la

constitución divina de la Iglesia, y

analizaremos en primer lu-

gar en que? consiste la construcció n de lo Iglesia com o comunida d

jerárquica. Por eso comenzamos por la dimensión universal ,

con referencia a todas las dimensiones locales .

En esta Iglesia de Cristo, co mo sucesor de Pedro, a

quien C risto confió ap acentara sus ovejas y corderos, el

Romano Pon tifce goza, po r institución divina, de potes-

tad su prema, plena, inm ediata y universal para el cuida-

3

Señor que le han sido confiadas, cuidando cada uno de

la Iglesia particular que le ha sido encomendada o a ve-

ces proveyendo algunos conjuntamente a ciertas necesi-

dades comunes de diversas Iglesias (DO 3).

Algunos años después de la clausura del Concilio. el Sino-

do extraordinario de los obispos en Roma (1969) se reunió

para ocuparse de las cuestiones de la colegialidad y de su ac-

tuación en el sentido tan to afectivo co mo efectivo . Por

ahora nos limitamos a considerar el magisterio conciliar, que

en modo suficientemente claro hace presentes cuáles son las

actitudes que corresponden a la necesidad y al deber de cons-

truir la Iglesia como comunidad, deber que incumbe sobre

todo al colegio que tiene la mayor responsabilidad al respecto.

En este colegio se prolong a ininterrumpid amen te el cuerpo

apostólico , razón por la cual, com o dice entre otras cosas el

Concil io, este sacrosanto Sinodo declara que todos los obis-

pos, que son miembros del Colegio episcopal, tienen el derecho

de intervenir en el Concilio ecuménico (D O 4), no sólo, por

lo tanto, los que sean ordinarios de lugar. Finalmente, el Vati-

cano 11 sienta las bases del

Sínodo de los Obispos

(mencionado

hace poco),

como nueva institución jerárquica perma nente de la

Iglesia romana.

Los obispos, escogidos de entre las diversas regiones

del orbe, reunidos en el consejo que se designa con el

nombre especi f ico de

Sínodo episcopal

s i nodo que ,

com o representación que es de tod o el episcopado cató-

lico, significa a la vez que todos los obispos, en comu-

30 1

 

nión jerárquica, participan de la solicitud por la Iglesia

universal. (DO 5 .

.Estén seííaladam ente solícitos por aquellas regiones

del 'orbe terrestre en que todavía no h a sido anunciad a la

palabra de Dios o en que, principalmente por el escaso

número de sacerdotes, se hallan los fieles en peligro de

apartarse d e los man damien tos de la vida crist iana y aun

de perder la fe misma. Por el lo procuren con todas sus

l

fuerzas que los fieles sostengan y promuevan fervorosa-

mente las obras d e evangelización y de apostolado. Cui-

den además con empeño de que se preparen ministros

sagrados idóneos, y también auxiliares, religiosos o lai-

cos, para las misiones y regiones que sufren escasez de

clero. Tengan asimismo presente los obispos que, en el

m

uso de los bienes eclesiásticos,

han de tenerse en cuenta

no sdlo las necesidades de la propia didcesis, sino además

patrimonio espiritual de las Iglesias orientales,

porque lo con-

sidera firmemente como patrimonio de la Iglesia universal

(DIO

5 ,

y ha confirmado también su derecho y deber de

regirse según sus propias disciplinas peculiares (D IO 5 , po-

niendo de relieve qu e pueden siempre y debeñ conservar sus

legítimos ritos su propia disciplina (D IO 6). Esto se refiere

igualmente a su constitución jerárquica, en la que se acentúa,

más que en Occidente,

el elemento sinodal.

Otro sector en el que el Concilio ha mostrado insistente-

mente la necesidad de construir la comunidad es el presby-

terium:

comunidad de sacerdotes reunida en torno a su obispo.

Nos hallamos aquí directamente en la dimensión de la Iglesia

local, pero el Concilio afirma explícitamente:

.Para conseguir el fin propio de la diócesis es menes-

ter que, en el Pueblo de Dios qu e pertenece a una misma

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las de las otra s Iglesias particulares, como par tes que son

I

de la Iglesia única de Cristo. Atiendan, finalmente, a ali-

viar, según sus fuerzas, las calamidades que sufren otras

diócesis o regiones.. (D O 6).

Abracen seaaladamente con ánimo fraterno y ayu-

den con genuina y eficaz diligencia a aquellos obispos

que, po r causa del nom bre de Cristo, sufren calumnias o

l

vejaciones, e stán detenidos en las cárceles o se les impide

ejercer el ministerio, y así, por la oración y ayuda de los

hermanos, se aliviarán y mitigarán sus dolores,, (DO 7).

En la premura que el Vaticano 11 demuestra para con un

desarrollo de la actividad jerárquica en la Iglesia, formula el

deseo de que a los

dicasterios

de la

Curia roma

(que sin duda

hasta ahora han proporcionado una preciosa ayuda al Roma-

no Pontífice y a los pastores de la Iglesia) se les dote de un

nuevo ordenamiento más conforme con las necesidades de los

tiempo s, de las regiones y de los ritos (D O 9). Se trata de la

reforma y de la, por asi decir, internacionalización de la Curia

. >

romana. Además de esto, el Vaticano 11 expresa su

pleno apo-

yo a todas las formas tradiciona[es de la colegialidad local

aconseja establecer las Conferencias episcopales nacionales,

deseand o que la venerable institución de los sinodos y conci-

lios cobre nuevo vigor, a fin de que en las varias Iglesias, se-

gún las circunstancias de los tiempos, se provea más adecuada

eficazmente al incremento de la fe

y

a i mantenimiento de la

disciplina

( D O 36 .

vale seguramenie la pena recordar que el Concilio Vatica-

no 11 ha subrayado, en un decreto,

la necesidad de conservar el

diócesis, se manifieste claramente la naturaleza de la

Iglesia y con tinuamen te los obispos puedan cumplir con

eficacia, en ellas, sus deberes pas torales, y que, finalmen -

te, se provea de la manera más perfecta posible a la sa-

lud del Pueblo de Dios* (DO 22).

Solamente sobre la base de un principio tan claro puede

organizarse la comunidad, lo que quiere decir también del con-

junto de las actitudes que la caracterizan, ta nto por par te del obis-

po como de los sacerdotes,

de los que hay que esperar que re-

conozcan verdaderamente al obispo como padre suyo

y

lo

obedezcan reverentemente (CI 28).

.El obispo, po r su parte, considere a los sacerdotes,

sus cooperadores, como hijos y amigos, a la manera en

que Cristo a sus discípulos no los llama ya siervos, sino

amigos (cf. Jn 15,15)» (CI 28).

Este vínculo del sacerdote con su obispo hace que en la

Igles ia todos

los sacerdotes estén unidos con el colegio

l episcopal.

<.Todos los sacerdote s, tant o diocesanos c om o religio-

sos, están, pues, adscritos al cuerpo episcopal, por razón

del orden y del ministerio, y sirven al bien de toda la

Iglesia según la vocación y gracia de cada cual (CI 28).

El V aticano 11 trata por separa do el tem a de los diáconos, a

quienes se les imponen las manos no en orden al sacerdocio,

sino en orden al ministerio ,

y

son los qu e sirven al Pueblo

de Dio s, en com unión con el obispo y su presbiterio (CI 29).

 

De este modo , bajo la dirección del obispo, en v irtud de

la sagrada ordenación y misión común, todos los presbíteros

i

Ii

l

Evoquemos también un pasaje sobre los seminarios

ec~e-

siásticos:

j

/

1

El o bispo, p or su parte, al iente con especial y atenta

estón ligad os entre sí por una íntimo fraternidad . que deb e es-

l

predilección a cuantos traba'an en el seminario, y muCs- i

pontánea y gustosamente man ifestarse en la mutua ayuda , es-

piritual

material, pastoral y personal, en las reuniones y en la

1

comunidad de vida, de trabajo y de caridad (CI 28). Este lazo

fraterno de todo el presbiterio en torno al obispo refleja en

cierto modo el lazo colegial de todo el episcopado en torno al

sucesor de Pedro.

Y

si en uno

y

otro caso se trata de sectores

particulare s de corresp onsab ilidad -sacerdotal o

episcopal-,

se logra que en uno

y

otr o caso la corresponsabilidad se

realice so bre la ba se del principio de un a justa relación con la

responsabil idad de aquel que preside toda comunidad, como

cabeza suya.

-Ahora bien, el ministerio sacerdotal, por el hecho de

ser ministerio de la Iglesia misma,

sdlo puede cumplirse

I

t rese como verdadero padre en Cristo para los alumnos.

.j

Todos los sacerdotes, finalmente, consideren el semina-

1

rio como el corazón de la diócesis y prkstenle con gusto

1

su personal colaboración. (D FS 5 .

l

Evidentemente, también la frase que acabamos de citar es

11

parte integrante del capitulo que trata acerca de la construc-

1 ción de la Iglesia como comunidad.

;

La doctrina conciliar subraya en diversos lugares

el

l ado

.

j

8

.

paterna l de la misión del obis po respecto a todos , y sobre todo

1 respecto a los sacerdotes.

i

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en comunidn jerdrquica con todo el Cuerp o. Así, la cari-

dad pastoral apremia a los presbíteros a que, obrando

en esta comu nión, consagren po r la obediencia su propia

voluntad al servicio de Dios

y

de sus hermanos, aceptan-

do y ejecutando con espíri tu de fe lo que se manda o

recomienda por parte del Sumo Pontífice y del propio

obispo, lo mismo que por otros superiores; gastando de

buenísima gana y hasta desgastándose a si mismos en

cualquier cargo, por humilde y pobre que sea, que les

fuere confiado. De esta manera mantienen y fortalecen

la necesaria unidad con sus herm anos en el ministerio, y

señaladamente con los que el Señor ha consti tuido recto-

res visibles de su Iglesia, y trabajan en la edificación del

Cuerpo de Cr is to, que crece por toda juntura por don-

de se nutre . (DM VS 15).

De estas palabras se deduce qu e la actitud correspond iente

a la construcción de la Iglesia como comunidad hunde sus raí-

ces en la espiritualidad del sacerdote, basada en la fe viva. La

expresión de esta fe es un

lazo de obediencia

rectamente enten-

dido, que el documento concil iar precisa sucesivamente:

.Esta obediencia, que conduce a la más madura l iber-

tad de los hijos de Dios, exige por su naturaleza que, al

excogitar prudentemente los presbíteros, en el cumpli-

miento de su ministerio, movidos de la caridad, nuevos

En el ejercicio de su oficio de padre y pastor, sean

los obispos en medio de los suyos como los que sirven.

de las obras de ap ostolado bajo la autoridad de los obis-

métodos para el mayor bien de la Iglesia, propongan

confiadamente sus proyectos y expongan insistentemente

Abracen siempre con part icular caridad a los sacer-

:~

dotes, ya qu e éstos asumen parte de sus deberes y solici-

1

~l

tud, que tan celosamente cumplen con diario cuidado,

teniéndolos por hijos y amigos, y, po r tanto -sigue el

ii

decreto recom endan do a los obispos-, prontos siempre

a oírlos, y, fomen tando la costumb re de comunicarse

pos. (DO

34 .

las necesidades de la grey qu e les ha sid o confiada, pron-

304 305

.

I

1

N

confidencialmente con ellos, esfuércense en promover el

entero trabajo pastoral de toda la diócesis* (DO

16).

m

El presbyterium -en cua nto organismo existente en cada

1

Iglesia local

y

del que se afirma: un solo presbiterio es una solo

familia de la que el obispo es elp od re (D O 28)- es, podríam os

decir, el fundamento de la construcción de la comunidad en la

Iglesia local. Se tra ta en este caso, com o se dedu ce de los tex-

tos citados, de una comu nidad en el sentido afectivo

efectivo , qu e deb ería abarcar también a los rel igiosos

sacerdotes.

d o s religiosos sacerdotes

que se consagran para el ofi-

cio del presbiterado, a fin de ser también ellos próvidos

1

cooperadores del orden episcopal, pueden ser hoy día

ayuda aún mayor para los obispos, dada la mayor nece-

sidad de las almas. Debe, por tanto, decirse con verdad,

en cierto modo, que pertenecen al clero de la diócesis en

cuanto toman parte en la cura de almas y en el ejercicio

tos siempre a someterse al juicio de los que ejercen la

autoridad principal en el gobierno de la Iglesia de Dios.

(DMVS 15 .

Se trata. pues, de una obediincio que no suprime de modo

alguno la iniciorivo y la búsquedo creativo. más aún. la estimu-

la, porque precisamente bajo esta forma es una virtud que ad-

quiere pleno valor y contribuye

a

constniir la Iglesia como

comunidad. De ello habla también el decreto en otro lugar:

<<Los resbiteros, por su parte, teniendo presente la

plenitud del sacramento del orden de que gozan los obis-

pos, reverencien en ellos la autoridad de Cristo. Pastor

supremo. Unanse, por lo tanto, a su obispo con'sincera

caridad y obediencia.. (DMVS

7 .

Viene después otra característica de la obediencia, desde el

«Tengan los obispos a los presbíteros como hermanos

y

amigos suyos, y lleven, según sus fuerzas, atravesado en

su corazón el bien, tanto material como espiritual, de los

mismosw (DMVS 7).

Por eso seguimos leyendo:

*Porque sobre los obispos de manera principal recae el

grave peso de la santidad de sus sacerdotes; tengan,

pues, el máximo cuidado de la continua formación de

sus sacerdotes. Oiganlos de buena gana,

y

hasta consúl-

tenlos y dialoguen con ellos sobre las necesidades del

trabajo pastoral y el bien de la diócesis. Ahora bien,

para que esto se lleve a efecto, constitúyanse, de manera

acomodada a las circunstancias y necesidades actuales,

en la forma y a tenor de las normas que han de ser de-

terminadas por el derecho, una junta o senado de sacer-

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punto de vista de la construcción de la comunidad:

Por obediencia sacerdotal, que, penetrada de espíritu

de cooperación, se funda en la participación misma del

ministerio episcopal, que se confiere a los presbiteros

por el sacramento del orden y la misión canónica*

(DMVS 7 .

Y

prosigue el documento:

<'La unión de los presbiteros con los obispos se requie-

re tanto más en nuestros dias cuanto que, en nuestra

edad, por causas diversas, es menester que las empresas

apostólicas no sólo revistan formas múltiples, sino que

traspasen los limites de una parroquia o di6cesis:Asl.

pues ningún presbítero puede cum plir

cabalmente

su mi-

sión oislado y como por su cue nta sino sólo uniendo sus

fuerzas con orros presblteros. bajo la dirección de los que

están al frente de la Iglesia. (DMVS 7 .

En estas palabras, el documento conciliar indica, podría-

mos decir, la necesidad de la actitud comunitaria de los

sacerdotes, los cuales, constituidos en el orden del presbiterio

mediante la ordenación, están todos unidos entre si por la inti-

ma fraternidad sacramental (DMVS 8). El vinculo de la obe-

diencia al obispo u otro superior califica la realización del lazo

S

comunitario . Ello exige, por ot ra parte, una debida actitud

del superior. Por lo tanto, el Vaticano 11 exhorta aquí no sólo

a lo construcción de

la

comunidad afectivo sino tambidn a la

efectiva.

306

dotes representantes de la agrupación de todos ellos, que

con sus consejos pueda ayudar eficazmente al obispo en

el gobierno de la diócesis>> DMVS 7 .

Por cuanto se refiere al lado económico de la vida del pres-

biterio, el Concilio establece lo siguiente:

Por lo cual, ha de abandonarse el sistema llamado be-

neficial o, por lo menos, reformar de manera que la par-

te beneficia1 o el derecho a las rentas ajenas por dote al

oficio sea tenido como secundario, y se atribuya en dere-

cho el lugar principal al oficio eclesiástico mismo, que,

por cierto, en adelante, debe entenderse ser cualquier

cargo establemente conferido para cumplir un fin espin-

tualn (DMVS 20 .

A tenor de las enseñanzas del Vaticano 11, la construcción

de la Iglesia como comunidad contiene explícitamente el mo-

mento jerárquico, que, a través del servicio sacerdotal, alcanza

a toda la comunidad de los fieles:

os presbiteros, que ejercen el oficio de Cristo, Cabe-

za y Pastor, según su parte de autoridad, reúnen en

nombre del obispo la familia de Dios como una fraterni-

dad de un solo ánimo, y por Cristo, en el Espíritu, la

conducen a Dios Padre. Y para ejercer este ministerio,

como para cumplir las restantes funciones de presbítero,

se les confiere potestad espiritual, que ciertamente se da

para edificación* (DMVS 6 .

307

Esta consrruccián .no se detiene en el nivel jerárquico, sino

que depende en gran parte también de la actitud comunitaria

del Iaicada.

Es sabido que el Concilio ha trabajado a fond o en

este problema, y p or eso queremos ah ora trazar sus principales

lineas, en lo que se refiere a la comunidad de los seglares en la

Iglesia y la comunión del clero con los seglares.

.Los sagrados pastores conocen perfectamente cuánto

contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben

los pastores que no han sido inst i tuidos por Cristo para

asumir por sí solos toda la misión salvifica de la Iglesia

en el mundo, sino que su eminente función consiste en

apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y caris-

mas,

de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unáni-

memente

en la obra común» CI 30 .

El texto conciliar citado puede considerarse clásico para el

tema que estamos tratando. El Vaticano 11, Concilio del Pue-

qu e le han sido oto rgad os, se convierte en testigo y si-

multáneamente en vivo instnimento de la misión de la

misma Iglesia

en la medida del don de Cristo

Ef

4.7).

Asi, pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa

de colaborar para que el divino designio de salvación

alcance más y m ás a todos Los hombres d e todo s los

tiempos y en todas las partes de la tierra. Por consi-

guiente, ábraseles p or doquier el camino para que, con-

forme a sus posibilidades y según las necesidades de los

tiempos, también ellos participen celosamente en la obra

salvifica de la Iglesia. CI 33 .

La actitud comunitaria

tanto de seglares como de los

miembros de la jerarquía y de los órdenes

deriva, pues, de la

comunidad de tareas hacia la obra salvífica de la Iglesia .

L a

diferenciación de tales tareas presup one la comu nida d, puesto

que, en definitiva, a ella tienden como fin.

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blo de Dios, pone a la luz la multiplicidad y diferenciación de

las vocaciones en el seno de la Iglesia e indica los caminos que

llevan a la recíproca complementación en el ámbito de la mi-

sión que le ha sido asignada.

.La misión de la Iglesia tiene com o fin la salvación de

los hombres, la cual hay que conseguir con la fe en Cris-

to y e n su gracia. Po r tanto, el apostolado de la Iglesia y

de todos sus miembros se ordena en primer lugar a ma-

nifestar al mundo con palabras y obras el mensaje de

Cristo y a comunicar su gracia. Todo esto se l leva a

cabo principalmente por el ministerio de la palabra y d e

los sacramentos, e ncom endado de fo rma especial al cle-

r o , y en el que los seglares t ienen q ue desemp eñar tam-

bién un papel de gran importancia para ser

cooperoda-

res... de la verdad

3Jn 8) . En este orden sobre todo,

se

compleme nfan mutuamente el apostolado seglar y el mi-

nkrerio

pastor al D A S 6 ) .

Justo en esto se expresa la estrecha comunidad de tareas,

dependiente de la madurez de la actitud de pastores y seglares.

Tal es la actitud dirigida a la construcción de la Iglesia como

comunidad a la que sirven, diversamente, la actividad pastoral

y el apostolado seglar.

<LO S aicos están espe cialmente llamad os a hacer pre-

sente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y cir-

cunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra

a través de el los. Así , tod o laico, en vir tud de los dones

308

.Los seglares tienen su parte activa en la vida y en la

acción de la Iglesia, como partícipes del oficio de Cristo

sacerdote, profeta

y

rey. Su acción dentro de las comuni-

dades d e la Iglesia es tan necesaria, que sin ella el propio

apostolado de los pastores no puede conseguir, la mayo-

ría de las veces, plenam ente su efecto. DA S 10 .

<<Losaicos, que desempeñan parte activa en toda la

vida de la Iglesia, n o solamente están ob ligados a cristia-

nizar el mundo, sino que, además, su vocación se extien-

de a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de

la sociedad humana. CM 43 .

Así, pues,

el Concilio.

tras un profundo análisis de la rela-

ción Iglesia-mundo,

formula claromente el principio de la com-

plementariedad,

que debe ser la base para la edificación de la

comunidad de la Iglesia en nuestro tiempo.

<.De los sacerdo tes, los laicos pueden esperar orienta-

ción e impulso espiritual. Pero no piensen que sus pasto-

res están siempre en condiciones de poderles dar inme-

diatamente solución concreta en todas las cuestiones,

aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplan

más bien los laicos su propia función con la luz de la

sabiduria crist iana y con la observancia atenta de la doc-

trina del Magisterio. CM 43 .

No podría haberse expresado con mayor claridad, preci-

sión y sinceridad los derechos y al mismo tiempo los deberes

de los seglares en la misión de la Iglesia. El Vaticano 11 avisa

qu e hay, digám oslo asi, que guarda rse del clericalismo , que

puede consistir :no sólo

en el hecho de que

unos sacerdotes

inva-

dan

algunos sectores de la actividad de la Iglesia que sobrepa-

san sus competencias, sino también

en el hecho de que se le

atribuyan al clero tareas que los seglares no quieren asumir.

Se-

gún el Concilio, uno de los primeros principios del apostolado

de la Iglesia es que los seglares asuman todas las tareas que

corresponden a su vocación en la Iglesia y en el mundo. Ello

no quiere decir de modo alguno división de la comunidad,

porque, contrariamente, la construye. El Concil io habla de

ello en diversos textos:

.Los laicos, co mo tod os los fieles, siguiendo el ejemplo

de Cristo, que con su obediencia hasta la muerte abrió a

todos los hombres el dichoso camino de la libertad de

los hijos de Dios, acepten con prontitud y obediencia

crist iana aquello que los pastores sagrados, en cuanto

signos de los tiempos. Examinando si los espíritus son

de Dios. descubran con sentido de fe, reconozcan con

gozo y fomenten con diligencia los multiformes carismas

de los laicos, tanto los humildes como los más altos.

Ahora bien, entre otros dones de Dios qu e se encuentran

abund antemen te en los f ieles, son dignos de singular cui-

dado aquellos por los que no pocos son atraídos a una

más alta vida espiritual. Encomienden igualmente con

confianza a los laicos organismos en servicio de la Igle-

sia, dejándoles libertad y cam po de acción hasta invi-

tándo les ~ ~ o r t u n a m e n t e ~ aueemp rendan también obras

por su cuenta. (DM VS 9 .

C om o vemos, el decreto sobre el ministerio la vida sacer-

dotal, documento dedicado especialmente a la misión de los

sacerdo tes en la Iglesia. trata, a mplia e incisivamente, de la

cuestión de la recíproca relación entre pastores y seglares en la

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representantes de Cristo, establecen en la Iglesia en su

calidad de m aestros y gobernantes. Ni dejen d e enco-

mendar a Dios en la oración a su s prelados, que vigi lan

cuidadosamente como quienes deben rendir cuenta por

nuestras almas, a f in de que hagan esto con gozo y no

con gemidos (cf. Heb 13,17),~ (CI 37).

La correlación entre las actitudes de la jerarquía y del lai-

cado, correspondiente a la construcción de la Iglesia como co-

munidad, se apoya en una sól ida base. Fundándose en el la, el

Concil io enseña

cdmo deben crearse las recíprocas relaciones

entre pastores y seglares en el ámbito de las comunidades con-

cretas eclesiales y en otras esferas de acción.

Es menester, consiguientemente, que, sin buscar su

propio interés, sino el de Jesucristo, de tal forma presi-

dan los presbíteros, que aúnen su trabajo con los fieles

laicos y se porten en medio de ellos a ejemplo del Maes-

t ro ,

que no vino a ser servido entre los hambres sino a

servir y dar su vida para rescate de muchos

( Mt

20,28 .

Reconozcan y promuevan los presbíteros la dignidad de

los laicos y la p arte prop ia que a éstos corresponde en la

misión de la Iglesia. Honre n tamb ién cuidadosamente la

justa libe rtad qu e a todo s comp ete en la ciudad terrestre.

Sigan de buen grad o a los laicos, considerando fraternal-

mente sus deseos y reconociendo su experiencia y com-

petencia en los diversos campos de la actividad humana,

a fin de que, juntamente con ellos, puedan conocer los

310

comu nidad d e la Iglesia. Los presbíteros, por su vocación y

ordenación, son en realidad segregados, en cierto modo, en el

seno del Pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del

pueblo mismo ni de hombre a lguno, s ino para consagrarse t e

talmente a la obra para la que el Señ or los llama (DM VS 3).

La vocación sacerdotal se orienta justamente hacia las seglares.

A

los sacerdotes, en cuan to educadores de la fe, atañe

procurar , por sí mismos o por otros, que cada uno de

los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su

.prop ia vocación de co nformidad c on el Evangelio. a una

car idad s incera y ac t iva y a l a l iber tad conque '~r i s to

nos l ibertó* (DMVS 6).

A continuación, el docu mento afirma de mo do harto signi-

ficativo: De poc o aprove char án las cerem onias, po r bellas

que fueren, ni las asociaciones, aunque florecientes, si no se

ordenan a educar a los hombres para que alcancen la madurez

cristiana (DM VS 6). En esto consiste la tarea esencial de los

pastores respecto a sus hermanos, en hacer que cada un o

sepa descubrir en los mismos acontecimien tos -sean o no

importantes- las exigencias naturales y la voluntad de Dios .

Debe n también educar a los cristianos a no vivir egoista-

mente, sino según las exigencias de la nueva ley de la caridad,

la cual quiere que cada uno administre en favor del prójimo la

medida de gracias que ha recibido, y que de este mo do todos

cumplan cristianamente sus propios deberes en la comunidad

humana (DM VS 6). Leemos tambikn:

31 1

21.-RenovoRdn r N /YC.tes

.Pero, si es cierto que los presbíteros se deben a todos,

de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los

pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se

muestra unido, y cuya evangelización se da como signo

de la obra mesiánica. Dedíquese también particular dili-

gencia a los jóvenes, lo mismo qu e a los cónyuges

pd

dres de familia,, (DMVS 6).

Es evidente que la construcción del Cuerpo de C risto por

parte de los sacerdotes se apoya en una auténtica actividad

pastoral.

.Mas el deber del pasto r no se limita a cuidar sólo in-

dividualmente de los fieles,

sino que se extiende tambikn

apropiadamente a formar una genuina comunidad cristia

na. (DMVS 6).

El pastor no sólo está animado por el amor de las almas,

y

de la comunidad. El Concilio da especial importancia al des-

cubrimiento y desarrollo de los carismas de los seglares, de

esos dones del Espíritu, de esas capacidades que hacen que la

vida de la sociedad civil y eclesial asuma una impronta autén-

ticamente cristiana. Esto es de gran importancia para toda la

actividad pa storal, que desarrollan los sacerdotes bajo la direc-

ción de los obispos. En el decreto sobre el ministerio pastoral

de los obispos en la Iglesia leemos:

*En el ejercicio de esta solicitud pasto ral respeten a su s

fieles la participación que les corresponde en las cosas de

la Iglesia, reconociendo su deber y también su derecho a

cooperar activamente en la edificación del Cuerpo

misti-

co de Cristo. (D O 16).

Es tarea propia del obispo, como pastor y cabeza de la

Iglesia local, animar y unificar toda la actividad pastoral

y

el

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sino que preside la comu nidad prestá ndole ayud a en el cumpli-

miento de la misión salvifica.

.Además, la comu nidad eclesial ejerce, por la caridad,

la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una ver-

dadera maternidad para conducir las almas a Cristo.

Ella constituye, n efecto, un instmmento eficaz por

el

que se sefiala y allana a los no creyentes el camino hacia

Cristo y su Iglesia, y por el que también los creyentes se

incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual,,

(DMVS 6 .

Tal es el sentido de la construcción de la comun idad, tal su

significado para la Iglesia. Esta construcción es efecto de la re

lación recíproca entre sacerdotes

y

seglares; por eso el Concilio

exhorta:

<'En cuanto a los fieles mismos, dense cuenta de que

están obligados a sus presbíteros, y ámenlos con filial

cariño, como a sus pastores y padres; igualmente, parti-

cipando de sus solicitudes, ayuden en lo posible, por la

oración y de obra, a sus presbíteros, a fin de que éstos

puedan superar mejor sus dificultades y cumplir más

fructuosam ente sus deberes. (DM VS

9).

Aparece ahora claramente cómo la c on st ~c ci ón e la Ig le-

sia en cuanto c omunidad debe ser fruto de acti tudes maduras

y de su recíproca correlación. La pastoral es una forma del

ejercicio de la autoridad, pero es también una forma totalmen-

te especifica que corresponde a la visión evangélica del hom bre

312

apostolado de los seglares, cual dos formas de actividad por

medio d e las c uales se realiza la m isión salvífica de la Iglesia.

A este fin, el Vatica no 11. hace u na serie de recomendaciones.

Así, por ejemplo, dice que para estar en condiciones de pro-

veer mejor al bien de los fieles

...

e apliquen a conocer a fon-

do sus necesidades

y

las condiciones sociales en las que viven

(DO 16) (a este fin sirven también los sondeos sociales).

Muéstrense diligentes hac ia todos, se an de la edad, condición

y nacionalidad que fueren; tanto si son del país como si están

de paso o si son extranjeros (D O 16).

Sobre esta base:

«Foméntense las varias formas de apostolado y, en

toda la diócesis o en regiones especiales de ella, la coor-

dinación e intima conexión de todas las obra s de aposto-

lad o bajo la dirección del obispo, de suerte que todas las

empre sas e instituciones -catequéticas, misionales, cari-

tativas, sociales, familiares, escolares y cualesquiera

otras que persigan un fin pastoral- sean reducidas a

acción concorde, por la q ue resplandezca al mismo tiem-

po más claramente la unidad de la diócesism (DO 17).

El obispo, en cuanto cabeza de la Iglesia local, y todos sus

colaboradores deben mirar a esto:

<<E n l ejercicio de esta cu ra de a lmas, los párr ocos y

sus auxiliares de tal manera han de cumplir su deber de

enseñar, santificar gobe rnar, que los fieles y comu nida-

des parroquiales se sientan realmente miembros tanto de

la diócesis como de la Iglesia universal. Colaboren, por

tanto, con los otros párrocos, así como con los sacerdo-

tes que ejercen el cargo pastoral en el territorio (como

son, por ejemplo, los arciprestes o decanos) o se consa-

gran a obras de carácter supraparroquial,

af in de que la

cura pastoral de las almas no carezca d e unidad en la dió-

cesis y se torne mús eficoz.

(DO 30).

El mismo decreto se refiere asi a los religiosos:

<'Pertenecen asimismo de manera peculiar a la fami-

lia diocesana, prestan una gran ayuda a la sagrada je-

rarquía; ayuda que, al aumentar las necesidades del

apostolado, pueden y deben prestar más y más cada día,,

(DO 34).

Tanto en la diócesis como en la parroquia:

,,La cura de almas ha de estar, además, informada

*Ya que, si alguno de ellos, cuando faltan los sagrados

ministros o cuando éstos se ven impedidos por un régi-

men de persecución, les suplen en ciertas funciones sa-

gradas según sus posibilidades, y si otros muchos agotan

todas sus energías en la acción apostólica, es necesario,

sin embargo, que todos contribuyan a la dilatación y al

crecimiento del reino de Dios en el mundo. (CI 35).

Si bien el apostolado de los seglares brota de la madurez

espiritual de cada cristiano. no en menor grado se realiza en la

comunidad

a ella tiende y la construye.

-El apostolado que cada uno debe ejercer y que fluye

con abundancia de la fuente de la vida auténticamente

cristiana (cf. Jn 4,14) es el principio y la condición de

todo apostolado seglar, incluso del asociado, y nada

puede sustituirlo. A este apostolado, siempre

y

en todas

partes fecundo, y en determinadas circunstancias el Úni-

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siempre por el espíritu misional, de suerte que se extien-

da de forma debida a todos los que viven en la parro-

quia. Ahora bien, si los párrocos no pudieran llegar a

determinados grupos de personas, llamen en su ayuda a

otros, incluso laicos, que les presten auxilio en las tareas

de apostoladow (DO 30).

El Concilio

considera la participación de los seglares en la

construcción de la Iglesia como comunidad

bajo el aspecto de

comunidad de los propios seglares

y

también bajo el de su unión

con la jerarquía y los pastores.

El decreto sobre el apostolado

de los seglares se incorpora en esto no sólo a la viva tradición

de la Iglesia primitiva, sino también a la viva experiencia de la

Iglesia contemporánea. Comunidad primigenia y fundamental

de los cristianos seglares es el matrimonio

y

la familia. En

diversos lugares, el Concilio explica qué significado tiene esta

comunidad cristiana fundamental para la construcción de la

Iglesia.

.En ella, el apostolado de los laicos halla una ocasión

de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana

penetra toda la organización de la vida y la transforma

más cada dia. Aquí los cónyuges tienen su propia oca-

sión: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe

y del amor de

Criston (C1 35 .

De esta escuela deben salir testigos maduros de Cristo,

acerca de los cuales la constitución

Lumen gentium

dice, entre

otras cosas, lo siguiente:

314

co apto y posible, están llamados y obligados todos los

seglares, de cualquier condición, aunque no tengan oca-

sión o posibilidad de cooperar en asociaciones. (DAS

16).

El mismo documento del Vaticano constata en otro

lugar:

.Cada cristiano está llamado a ejercer el apostolado

individual en las variadas circunstancias de su vida; re-

cuerde, sin embargo, que el hombre es social por natura-

leza y que Dios ha querido unir a los creyentes en Cristo

en el Pueblo de Dios (cf. IPe 2,5-10) y en un solo cuerpo

(cf. Icor 12,12). Por consiguiente, el apostolado organi-

zado responde adecuadamente a las exigencias humanas

y cristianas de los fieles y es al mismo tiempo signo de la

comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, quien

dijo: Donde dos o tres estún congregados en mi nombre

allí estoy yo en medio de ellos

(Mt 18,20). Por esto,

los

cristianos

-continiia el d e c r e t e

han de ejercer el apos-

tolado aunando sus esfuerzos.

Sean apóstoles tanto en el

seno de sus familias como en las parrwuias

v

diócesis.

las cuales expresan el carácter co unitano de¡ apostola-

do. en los eruoos cuva constitución libremente decidan,,

En cuanto a las asociaciones de seglares, el decreto recuer-

da que:

-Las asociaciones no son fin en sí mismas, sino que

deben servir a la misión que la Iglesia tiene que realizar

en el mundo; su eficacia apostólica depende de la con-

formidad con los fines de la Iglesia

y del testimonio cris-

t iano

y

espiri tu evangélico de cada un o de sus miembros

y de toda la asociación (DA S 19).

El fin inme diato d e tales organizaciones es el fin apos-

tólico de la Iglesia, es decir, evangelizar y santificar a los

hombres y forma r crist ianamente su conciencia, de suer-

te qu e pued an imbuir d e espíritu evangélico las diversas

comunidades

y

los diversos ambientes. (D AS 20).

El apostolado de los seglares, que tiende a construir las

propias comunidades con formas organizativas propias,

debe

estar debidamente inserto en la comunidad de la Iglesia:

<<H ay n la Iglesia m uchas o bras apostólicas constitui-

das por l ibre elección de los seglares y dirigidas por su

pm den te juicio. En determinadas circunstancias, la mi-

construcción común, en la que deben tomar parte los seglares

y

la jerarquia, todos ellos según sus respectivas incumbencias y

responsabilidades. De hecho, los seglares pueden también ser

l lamados de diversas formas a colaborar más inmediatamente

en el apostolad o de la jerarquía, a semejanza de aquellos hom-

bres

y

mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangeli-

zación, fat igándose mucho p or el Seño r (cf. Flp 4,3; Rom

16.3~ ~ ) .

En nuestros tiempos, esta evocación tiene una dimensión

adecua da la misión de la Iglesia actual que se dirige a roda la

humanidad.

Inmenso es el camp o del aposto lado abierto en el

orden nacional e internacional, donde de modo especial los

seglares son m inistros de la sabidu ría cristiana , afirma el de-

creto sobre el apostolad o de los seglares (DAS 14). En cual-

quier cam po, los seglares, cola bora ndo con la jerarquia según

su propio método, a porta n su experiencia y asumen su respon-

sabilidad en la dirección de determinadas organizaciones, en la

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sión de la Iglesia puede cumplirse mejor con estas obras,

y,

por el lo, no es raro q ue la jerarquia las alabe o reco-

miende. Ninguna obra, sin embargo, debe arrogarse el

nombre de católica sin el asentimiento de la legit ima

auto ridad eclesiástica. (D AS 24).

No es ésta una condición solamente exterior ni solamente

una legalización de la iniciativa apostó lica de los seglares en

la Iglesia. El Concilio afirma explicitamente que esta imposta-

ció n del problema es un elemento esencial del apostolad o

cristiano :

-El apostolad o seglar, individual o asociado, debe ocu-

par el lugar que le corresponde en el apostolado de toda

la Iglesia. Más aún, es elemento esencial del apostolado

crist iano la unión con quienes el Espíri tu Santo puso

pa ra regir su Iglesia (Act 20,28). (D AS 23).

Y añade el decreto:

.No menos nec esaria es la coop eración enire las varias

obras de apostolado, que la jerarquia debe ordenar de

m o d o conveniente (DAS 23).

Por tanto, refiriéndose nuevamente, bien a la tradición de

la comunidad en la Iglesia primitiva, en la cual a la autoridad

de los apósto les el pro pio Espiritu somete incluso a los caris-

máticos (cf. I c o r 14), bien a la rica experiencia de la Iglesia

contemporánea, el Vaticano 11 establece los principios de la

ponderación de las circunstancias en que se debe ejercer la

acción pas toral de la Iglesia y en la elaboración

y

ejecución del

plan de actividades (DA S 20).

..En lo que atañ e a obras e instituciones del ord en tem-

poral , la función d e la jerarquía eclesiástica es enseñar e

interpretar auténticamente los principios morales que

deben observarse en las cosas temporales; tiene también

el derech o de juzgar, tra s madu ra consideración y con la

ayuda de peri tos, acerca de la conformidad de tales

obras e instituciones con los principios morales, y dicta-

minar sobre cuanto sea necesario para salvaguardar y

promover los fines de orden sobrenatural . (DAS 24).

En ot ro lu gar, el Concilio subra ya que los seglares tienen el

derecho y el deber de hacer uso de sus propios carismas en la

Iglesia

y

en el mun do, con la libertad del Espiritu, el cual

sopla don de quiere (Jn 3,8), y al mismo tiempo en la comu-

nión con los hermanos en Cristo, sobre todo con los propios

pastores, que tienen el encargo de enjuiciar su autenticidad y

uso ordenado, no, por supuesto, para aniquilar al Espíri tu,

sino para someter todo a examen

y

mantener lo que sea bueno

(cf. lTe s 5,12.19.21) (D AS 3).

De esta m anera hemos esbozado, al menos, el amplio tema

del magisterio conciliar, que se refiere a la construcción de la

Iglesia-comunidad del Pueblo de Dios. En este sentido, se per-

fila claramente una síntesis especifica de estructuras

y

actitu-

des. De acuerdo con la premisa de la que hemos partido, he-

mos tratado de llamar la atención, sobre todo, acerca de las

actitudes. Teniendo en cuenta las propias estructuras en orden

a la formación de las actitudes, hemos intentado mostrar el

significado de estas últimas en la activación de las estructuras

de la comunidad eclesial. Obvio es que el Vaticano 11 no sólo

ha convalidado una serie de estructuras ya experimentadas,

sino también que ha introducido algunas nuevas. Se ha mante-

nido, por ejemplo, la estructura de las provincias eclesiásticas

y convalidado la institución de las conferencias episcopales.

Entre las nuevas estructuras de la comunidad eclesial merecen

particular atención el Sinod o de los Obispos, a nivel de la Igle-

sia universal, y los Co nsejos presbiteriales

y

pastorales, a nivel

de la Iglesia local. Estas nuevas estructuras -junto a las ya

existentes y experimentadas- tienen como finalidad la pro-

fundización y consolidación de la comunidad eclesial en sus

diversas dimensiones. Sin embargo, y a fin de que produzcan

sus debidos frutos, es necesario que con tales estructuras se

nuye el sigiiificado de las misiones concebidas como institucio-

nes de la Iglesia, sino que permite buscar este significado

propio en el corazón mismo de la Iglesia.

En el tratamiento de este tema tenemos, sin embargo,

de

lante todo cuanto se ha estudiado hasta ahora acerca de las

actitudes que -en relación con las estructuras eclesiásticas an-

tiguas y posconciliares- son indispens ables para la construc -

ción de la Iglesia como comunidad del Pueblo de Dios. Por

medio del presente análisis, el carácter especificamente misione-

ro -esto es, el hecho de que algunas comun idades se organicen

en condiciones de actividad propiamente misionera de la Iglesia,

y ad em ás en e l ám b i to d e i n s t i t u c io n es y es t ru c tu ras

misioneras- parece tener un significado particular.

Y

esto

precisamente es lo que queremo s poner d e relieve, no sólo

para no dar de lado a un o de los documentos del Vaticano 11

más ricos en contenido, sino también porq ue la condición

misionera -naturalmente bajo una nueva forma- retorna

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corresponda el espiritu de la comunidad, es decir, el conjunto

de las actitudes que sirven para construir la propia comunidad

en la Iglesia.

A estas consideraciones acerca de esta doctrina esencial del

Vaticano 11 hay que añadir tambien dos datos complemen-

tarios.

aracteres específicos de la comunidad misionera

Las presentes reflexiones vienen dictadas por la exigencia

de l lamar la atención sobre u no de los documentos del Vatica-

no 11 que parece especialmente rico en contenido doctrinal y

pastoral. Nos hemos referido muchas veces a las formulaciones

del decreto Ad aentes .

aue habla de la actividad misionera de

la Iglesia.

En el análisis de las actitudes que parecen b rota r del magis-

terio del Concilio Vaticano 11, hemos colocado eii primer pla-

no la actitud de misión y testimonio, subrayando la verdad de

que la Iglesia es misionera por naturaleza

y

de que el Pueblo

de Dios está en estado de misión

(in statu missionis).

No he-

mos, empero, hablado aún de la misión en el sentido institu-

cional, porque hasta la verdad acerca del carácter misionero

de la Iglesia es más una verdad eclesiológica que misiono-

lógica . Alladamos que esta situación del problema no dismi-

frecuentemente a los paises

y

sociedades en las que el cristia-

nismo está enraizado y la Iglesia organizada frecuentemente ya

desde muchos siglos atrás.

Por otro lado, no es ésta la única circunstancia ni la única

causa que, al final de este análisis, nos induce a prestar aten-

ción a la condició n misionera de la Iglesia. Ta l vez otra s

circunstancias y causas particulares emerjan por si solas en el

curso de estas consideraciones. Pero, en general, nos dejamos

guiar por la convicción, nacida del magisterio conciliar, de

que, si la situación de la Iglesia en los países y sociedades don-

de está desde hace largo tiempo radicada, es modelo para la

construcción de una Iglesia propiamente misionera, este ca-

rácte r especificamente misionero se convierte en un modelo

para toda la Iglesia, y en particular p ara los paises y sociedades

que desde hace tiempo han salido del ámbito de la acción mi-

sionera y poseen -como ocurre en Polonia- una milenaria

organizac ión eclesiástica.

Un a mirada sobre el carácter m isionero permite situar el

proceso de la construcción de la Iglesia, cual comunidad origina-

ria. en esa historia apostólica

que com enzó el día de la ve-

nida del Espiritu Santo .

.El Espíritu S an to unifica en la com unión y en el mi-

nisterio, y provee de diversos dones jerhrquicos y caris-

máticos a tod a la Iglesia a través de todos los tiempos,

vivificando, a la manera del alma, las instituciones ecle-

siásticas e infun diendo e n el corazó n d e los fieles el mis-

mo espíritu de misión q ue impulsó a Cristo. veces

3 9

también se anticipa visiblemente a la acción anostólica.

de la misma forma que sin cesar la acompaña $dirige dé

diversas maneras. ( D M

4).

Se hace así patente que'la actividad misionera fluye de

la m isma naturaleza íntima de la Iglesia, cuya fe salvífica

propaga, cuya unidad católica perfecciona dilatándola,

con cuya apostolicidad se sustenta, cuyo sentido colegial

de la jerarquía pone en práctica, cuya santidad testifica,

difunde y promgeven (DM 6).

<.Aunque Dios, p or los caminos que El sabe, puede

traer la fe a los hombre s que, sin culpa propia, des-

conocen el Evangelio, incumbe, sin embargo, a la Iglesia

la necesidad, a la vez que el derecho sagrado, de evan-

gelizar, y, en consecuencia, la actividad misionera con-

serva integra, hoy como siempre, su fuerza y necesidad.

( D M

7 .

La actividad misionera de la Iglesia se basa en profundas

por la gracia

y

caridad del Espíritu Santo, se hace pre-

sente en acto pleno a todos los hombres o cuerpos, para

llevarlos, con el ejem plo de su vida y la predicación, con

los sacrame ntos y los dem ás medios de gracia, a la fe, la

libertad

y

la paz de Cristo, de su ene que se les descubra

el camino libre y seguro para participar plenamente en el

misterio de Cristo. (D M

5).

El fin propio de esta actividad misionera es la evan-

gelización y la plantación de la Iglesia en los pueblos o

gmpos humanos en los cuales no ha arraigado todavía*

( D M 6).

Ha bla ndo del carácter misionero en la construcción de

la Iglesia como comunidad, debemos tener presente en primer

lugar a la comunidad universal. El cará cter misionero perte-

nece a lo noturoleza má s urofunda de lo construcción de la Icle-

sia, en todo su amplitud.'

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premisas teológicas. en el conocimiento de la esencia misma de

la Iglesia, en su universalidad ( catolicidad ), que corresponde

al designio eterno de salvar a todos por obra d e Dios y redimir

a todos por medio de Cristo. Tomando, pues, como base esta

verdad de la fe, la Iglesia. que ha sido enviada por Cristo a

revelar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y

a todos los pueblos, comprende perfectamente que le quede aún

por realizar uno ingente obra misionera

(DM 10).

'<Pues dos mil millones de hombres , cuyo núm ero

aumenta cada día y se reúnen en grandes y determinados

gmpos con lazos estables de vida cultural, con antiguas

tradiciones religiosas, con firmes vínculos de relaciones

sociales, nada o muy poco oyeron del Evangelio; de

ellos, unos siguen algunas de las grandes religiones,

otros permanecen alejados del conocimiento del mismo

Dios, otros niegan expresamente su existencia, incluso a

veces la combaten.

o

Iglesio, para poder ofrecer a todos

el misterio de la salvación y la vida traída p or D ios, debe

insertarse

en todos estos grupos

con el mismo afecto con

que Cristo se unió por su encarnación a las determina-

das condiciones sociales y culturales de los hombres con

quienes conviv ió~~DM 10).

Por eso mismo:

-La misión de la Iglesia se cumple por la operación

con la que, obediente al m anda to de Cristo y movida

320

.Todos los fieles, como mie mbros de Cristo vivo, in-

corporados y asemejados a El por el bautismo, por la

confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de co-

operar a la expansión y dilatación del Cuerpo d e Cristo

para llevarlo cuanto antes a la plenitud. Por ello, todos

los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su

responsabilidad para con el mundo , fome ntar en sí mis-

mos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus

energías a la obra de la evangelización. Sepan todos, sin

embargo, que su primera y principal obligación en pro

de la difusión de la fe es vivir profundamente la vida

cristiana. (D M 36).

El doc ume nto conciliar, remitiéndose a la doctrina d el Va-

ticano 11 sobre el ecumenismo, añade : Este testimonio de

vida produc irá más fácilmente su efecto si se da juntamen te

con otros grupos cristianos (DM 36).

Tareas particulares, de las que hemos trata do anteriormen-

te, pesan sobre el colegio episcopal.

.Todos los obispos, como miembros del Cuerpo episco-

pol, sucesor del colegio de los apóstoles, han sido consa-

grados no sólo para un a diócesis determinada, sino para

la salvación de todo el mundo.

A

ellos, con Pedro y bajo

Pedro, afecta primaria e inmediatamente el mandato de

Cristo de predicar el Evangelio a toda criatura. De aquí

procede esa comunión y cooperación de las Iglesias, que

es hoy tan necesaria, para proseguir la obra de la evan-

gelización. En virtud de esta comunión, cada Iglesia

siente la solicitud de todas las deniás, se manifiestan mu-

tuamen te sus p ropias necesidades. se comunican entre sí

sus bienes, ya q ue la dilatación del C uerpo de Cristo es

deber de todo el Colegio episcopal. Suscitando, promo-

viendo y dirigiendo la obra misional

en su didcesis,

con

la que forma una sola cosa, el obispo hace presente y

como visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo

de Dios , de forma que toda la diócesis se haga

misionera.

Es propio asimismo de las Conferencias episcopales

esta-

blecer y prom over o bras en q ue sean recibidos fraternal-

mente y ayudados con cuidado pastoral conveniente los

que inm igran de t ierras de m isiones para trab ajar y estu-

diar. Porque por el los se avecinan de alguna manera los

pueblos lejanos y se ofrece a las comunidades cristianas

antigua s una ocasión magnífica de dialogar con las na-

dre; nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios, da

testimonio de Cristo y, finalmente, anda en la caridad y

se inflama de espíritu apostólico. La comunidad cristia-

na debe establecerse desde el principio de tal forma, que,

en lo posible, sea ella misma capaz de satisfacer sus pro-

pias necesidades. Esta congregación de los fieles, dotada

de las 'r iquezas culturales de su propia nación, ha de

arraigar profundamente en el pueblo. DM

15).

Esta última afirmación parece particularmente importante

en orden al carácter misionero de la Iglesia.

-La Iglesia no esta verdaderamente form ada, no vive

plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los

hombres en tanto no exista y trabaje con la jerarquía un

laicado propiamente dicho.

Porq ue el Evangelio no puede

penetrar profu ndam ente en las conciencias, en la vida y

en el trabajo d e un pu eblo sin la presencia activa de los

seglares* (DM 21).

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ciones que no oyeron todavía el Evangelio y de manifes-

tarles, c on el servicio de am or y d e ayu da qu e les pres-

tan, el genu ino rostro de Cristo. (D M 38).

Asi, pues, el carácter m isionero es un eleme nto indispen-

sable para la construcción del Cue rpo de Cristo , tan to en la

.dimensión de la Iglesia universal como en la de cada Iglesia

local. La Iglesia ente ra -y, en ella, tod a Iglesia- es total me n-

te consciente de las tareas que el propio designio divino de la

salvación

y

la obra redentora de Cristo le han asignado, t ien-

de a realizar la obra misionera contribuyendo al mismo tiempo

a construirse como comunidad

El documento conciliar nos permite también examinar de

qué modo se organiza la comunidad de la Iglesia en t ierra de

misión, don de el carácter misionero halla el puesto que le

compete y la expresión típica.

La con.rtrucción de la co munidad

de cada una de las Iglesias de misidn es un tema t ra tado de

modo especial en el decreto Ad gentes. Es evidente que esto es

tarea de los misioneros, a propósito de los cuales el Vaticano 11

se expresa así:

<'Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de

Dios, susciten tales comunidades de fieles que, viviendo

conforme a la vocación con que han sido llamadas, ejer-

citen las funciones que D ios les ha confiado, sacerdotal ,

profética y real . De esta forma, la comunidad crist iana

se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo,

pues po r el sacrificio' eucarístico pasa co n C risto al Pa-

Se trata de constmir la propia comunidad que los seglares

en unión con la jerarquía forman en toda Iglesia particular, y

al mismo tiempo, de realizar pioneramente la propia catoli-

cidad :

esto es, la universalidad del Pueblo de Dios. Podemos

decir que la misionariedad de la Iglesia universal y la índole

misionera de las Iglesias particulares se expresan en esto y se

identifican con esto.

.Los fieles seglares pertenecen plenam ente al mism o

tiempo al Pueblo de Dios y a la sociedad civil: pertene-

cen a su nación, en la que han nacido, de cuyos tesoros

culturales empezaron a participar por la educación, a

cuya vida están unidos por multiformes vínculos socia-.

les, a cuyo progreso cooperan con el propio esfuerzo en

sus profesiones, cuyos problemas sienten como propios

se esfuerzan por solucionar; y pertenecen también a

Cristo, porque han sido regenerados en la Iglesia por la

fe y por el bautismo, par a con la renovación d e la vida y

de las obras ser de C risto, a fin de que todo se someta a

Dios en Cristo y, f inalmente, Dios lo sea todo en todas

las cosas,, (DM 21).

El decreto enseña seguidamente que, en la comunidad mi-

sionera. los cristianos se convierten en hombres nuevos y que:

'<Debenexpresar esta vida nueva en el ambiente de la

sociedad y de la cultura patria, según las tradiciones de

3 3 .

su nación. Tienen que conocer esta cultura, sanearla

y

conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones

y, finalmente, perfeccionarla en Cristo, para que la fe

cristiana y la vida de la Iglesia no sea ya extralia a la

sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y

transformarla. Unanse a sus conciudad anos con sinceri-

dad , a f in de q ue en el t rato con el los aparezca el nuevo

vinculo de unidad solidaridad universal que brota del

m i st er io de C r i s t o ~ D M 21) .

To do e¡ proceso de la construcción de la comunidad ecle-

sial en tierras de misión se centra en el hecho de llevar a los

hombres al misterio de Cristo; ello, además de su inserción en

Ia

comunidad eclesial, tiene gran importancia para la convi-

vencia en medio de sus connacionales. Por eso, la comunidad

misionera tiene un carácter de apertura y al mismo t iempo, po r

la fuerza de este carácter, debe orientarse hacia la profundiza-

ción en la madurez cristiana de todos sus miembros, sobre

.<El obispo, en prim er lugar, debe ser herald o de la fe

que lleve nuevos discipulos a Cristo. Para cumplir debi-

dame nte este sublime ministerio, ha de conocer a fondo

las condiciones de su grey y las intima sopiniones de sus

conciudadanos acerca d e Dios, advirt iendo también cui-

dadosamente los cambios que la urbanización, las emi-

graciones y el indiferentismo religioso han introducidon

(DM 20).

En cambio, por

fiera:

.<Trabajen os cristianos y colaboren con todos los de-

más en la recta ordenación de los asuntos económicos y

sociales Gusten los fieles de coo pera r pruden telnente

en este campo con los trabajos emprendidos por institu-

ciones privadas y públicas, por los gobiernos, por los

organismos internacionales, por diversas comunidades

cristianas

y

por las religiones no cristianas. (DM 12).

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todo de los neófitos salidos apenas del catecumenado,

.El cual no es mera exposición de dogmas y preceptos,

sino formación y noviciado convenientemente prolonga-

do de toda la vida cristiana, con el que los discípulos se

unen a Cristo, su maestro. (DM 14).

<.Puesto que , por la acción d e la gracia de D ios, el nue-

vo convertido emprende un camino espiritual por el que,

participando ya por la fe del misterio de la muerte y de

la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre

perfecto en Cristo. Trayendo consigo este tránsito un

cambio progresivo de sentimientos

y

de costumbres,

debe manifestarse con sus consecuencias sociales y des-

a r r o l l a r s e pau l a t i nam en t e du r an t e e l c a t ecum enado .

Siendo el Señor, al que se confia, blanco de contradic-

ción, el convertido sentirá con frecuencia ruoturas v se

~~ -

paraciones, pero tambikn gozos que Dios concede sin

medida. (DM 13).

Las palabras ci tadas describen n o sólo el cl ima d e la con-

versión interior, sino también de la comunidad misionera; la

conversión debe m anifestarse en sus conno taciones de orde n

social tanto dentro como fuera de la comu nidad.

Dentro pues:

<'La vida del Pueblo de D ios debe ir mad urando en

todos los campos de la vida crist iana, que deberá reno-

varse según las norm as de este Concilio>, (D M 19).

De aquí se sigue que la construcción de la comunidad mi-

sionera presenta un singular dinamismo expresión sobre todo

del carácter especificamente misionero .

.,Las Iglesias jóvenes, radicadas en Cristo y edificadas

sobre el fundamento de los apóstoles, asumen en admi-

rable intercambio todas las riquezas de las naciones que

han sido da das a Cristo en herencia. Dichas Iglesias reci-

ben de las costumbres y tradiciones, de la sabiduría y

doctrina, de las artes e instituciones de sus pueblos, todo

lo que puede servir para confesar la gloria del Creador,

para ensalzar la g racia del Salvador y para ordenar debi-

damente la vida crist iana» (DM 22).

El documento conciliar acerca de las misiones dice al res-

pecto algo más:

.Para conseguir este prop ósito es necesario que en cada

gran territorio socio-cultural se promueva aquella consi-

deración teológica que someta a nueva investigación, a

la luz de la tradición de la Iglesia universal, los hechos y

las palabras reveladas por Dios, consignadas en la Sa-

grada Escritura y

explicadas por los Padres

y

el Magiste-

rio de la Iglesia. Asi se verá más claramente por qué

caminos puede llegar la fe a la inteligencia, teniendo en

cuenta la filosofia o la sabidu ría de los pueblos. Con ello

se abrirán los caminos para una más profunda adapta-

ción en todo el ámbito de la vida cristiana. Con este

modo de proceder se evitari toda ; p;iricnci;i de sincretis-

mo y de falso particularismo, se ; comodará

I;i

vid; cris-

tiana a la indole y al carácter de cada cultura y se incor-

porarán a la unidad católica las tradiciones p~irticul;ires.

con las cualidades propias de cada familia de pueblos,

ilustrados con la luz del Evangelion (DM 22).

Jus tamente el modelo de la econom ía de la Encarnación

parece definir más profundamente el significado del dinamis-

mo que empapa la construcción de la Iglesia como comuni-

dad, a tenor de su "carácter misionero". Detengám onos en

estos breves trozos que, si bien no agotan la r iqueza del a l m ~ .

llaman la atención acerca del problema, que tiene

una impor-

tancia cada vez mayor para la formación de las actitudes del

cristiano de hoy, y en particular de su actitud "comunitaria".

"En el actual o rden de cosas. del qu e están surgiendo

nuevas condiciones para la humanidad, la Iglesia, sal de

',La libertad o inmunidad de coacción en materia reli-

giosa que compete a las personas individualmente consi-

deradas, debe serles reconocida también cuando actúan

en común. Porque las comunidades religiosas son exigidas

por la naturaleza social del hombre y de la misma religión.

(DLR 4).

La d eclaración so bre la libertad religiosa ha con statad o en

primer lugar qu e "la pe no na human a t iene el derecho a la

libertad religiosa" (D LR 2), y ha motivado esta afirmación ba-

sándose sobre todo en principios racionales (por lo menos en

primera instancia, da do que, e n la segunda pa rte del documen-

to, esa afirmación va a ser ilustrada teológicamente, dentro del

análisis de la libertad religiosa a la luz de la Revelación).

*Esta libertad consiste en que todos los hombres deben

estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas

part iculares com o de grupos sociales y de cualquier po-

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la tierra y luz del mundo, se siente llamada con mayor

urgencia a la obra de salvación y renovdción de toda

criatura. para que todas las cosas sean instauradas en

Cristo y en El formen los hombres una sola f~milia un

único Pueblo de Dios. (DM 1).

Comunidad eclesial y libertad religiosa

Las ob servaciones q ue siguen, referentes al capitulo dedica-

do a la creación de las actitudes inherentes a la construcción

de la Iglesia como comunidad, proceden de la doctrina del Va-

ticano 11 sobre la libertad religiosa. Sabido es que la declara-

ción dedicada a esta ensefianza centra su interés no sólo sobre

los derechos de la persona, sino tam bién sobre los de la comu-

1

testad humana, y ello de tal manera, que en materia reli-

giosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia

ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en

público, solo o asociado con otfos, dentro de losl imites

debidos (DL R 2). Se injuria, pues, a la persona human a

y al mismo orden que D ios ha establecido para el hom-

bre si se niega a Cste el libre ejercicio de la religión en

la sociedad, siempre que se respete el justo orden públi-

c o ~D L R 3 .

Este derecho fundamental de la persona humana

es

tam-

bién -según la doc trina del Vaticano 11 derecho d e las co-

mun idades religiosas, cuya' existencia -corno antes se ha

indicad- viene postulada "tanto po r la naturaleza social de

los seres humanos como por la misma rel igión (DLR 4). "No

se funda, por lo tanto, el derecho a la libertad religiosa

-como leemos en otr o lugar- sobr e una disposición subjeti-

va de la persona, sino sobre su propia naturaleza" (DLR 2).

nidad, 10 que, dirLamos, constituye la condición externa, Pero

Por lo tanto:

necesaria. de todo el proceso de construcción de la Iglesia como

comunidad también la condición de todas las actitudes refe-

rentes a este proceso. La consideración de este problema es

importante también desde el pun to de vista de la formación de

las propias actitudes, pues los cristianos deben ser plenamente

pone ipnte ~

de

los derechos oue al resoecto les amparan, ta nto

El poder civil, cuyo fin propio es cuidar del bien co-

mún temporal, debe reconocer ciertamente la vida reli-

giosa de los ciudadano s y favorecerla, pero hav au e afir-

mar que excedena sus limites si preiendierá dirigir o

impedir los actos rel igiosos~~D L R 3).

~

más que es tos derechos de te iminan también sus diberes , ~r ec i -

1

En relación con los derechos y deberes del poder público,

samente ante la comunidad de la Iglesia.

el postulado del libre ejercicio de la religión en 1 sociedad se

presenta como una de las exigencias primarias que brota del

principio general de libertad en la convivencia humana , que

se refiere sobre todo a los valores del espiritu (DLR 1 .

Así, pues, sobre la base de dichas premisas, la declaración

conciliar proyecta, concisa pero incisivamente, la naturaleza

de la libertad religiosa en relación con la comunidad formada

por las personas que se unen con el fin de profesar y practicar

su religión.

*<Po r onsiguiente, a estas comunidades, co n tal que no

se violen las justas exigencias del orden público, debe

reconocérseles el derecho de inmunidad para regirse por

sus propias normas, para honrar a la Divinidad con cul-

to público, para ayudar a sus miembros en el ejercicio de

la vida religiosa y sostenerles mediante la doctrina, así

como para promover instituciones en las que sus segui-

dores colaboren con el fin de ordenar la propia vida se-

eún sus ~ rin ci oi os eligiosos.

Por lo que concierne alpoder civil

debe ante todo obrar de

forma que:

-La igualdad jurídica de los ciudadanos, la cual perte-

nece al bien com ún de la socieda d, jamás , ni abie rta ni

ocultamente, sea lesionada por motivos religiosos, ni se

establezca entre aquellos discriminación alguna. De aquí

se sigue que no es lícito al poder público imponer a los

ciudadanos, por la violencia, el temor u otros medios, la

profesión o el rechazo de cualquier religión, o impedir

que alguien ingrese en una comunidad religiosa o la

abandone. En mayor medida todavía se obra contra la

voluntad de Dios y los sagrados derechos de la persona

y de la fam ilia de los pueblos cua ndo se usa de la fuerza,

bajo cualquier forma, a fin de eliminar o cohibir la reli-

gión, sea en todo el género humano, sea en alguna re-

gión o en un grupo determinado>> DLR

6).

.

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~ o r m aamGén

de la libertad religiosa el que no

se prohiba a las comunidades religiosas manifestar libre-

El Vaticano 11 acentúa de modo particular los derechos de

10s padres y de las familias en este campo:

mente el valor peculiar de su doctrina para la ordena-

ción de la sociedad y para la vitalizaciónde toda la acti-

vidad humana. Finalmente, en la naturaleza social del

hombre y en la misma índole de la religión se funda el

derecho por el que los hombres, movidos por un sentido

religioso propio, pueden reunirse libremente o establecer

asociaciones educativas, culturales, caritativas, social es^^

(DLR 4 .

Es evidente que se trata de todo cuanto, en el marco de la

vida pública. condiciona la construcción de la comunidad y favo-

rece su desarrollo según la conciencia de la propia misión. Cuan-

to hasta ahora hemos referido sobre la constmcción de la Igle-

sia como comunidad, implica esas premisas de libertad, de

forma que, si faltaren, sufriría impedimento. En el último pas o

se produce la violación del orden ético, siendo la libertad reli-

giosa

uno de los elementos fundamentales del bien común.

(<El ien común de la sociedad

...

consiste sobre todo en

el respeto de los derech os y deberes de la persona huma-

na. Por ello, la protección del derecho a la libertad reli-

giosa c onc iern eta nto a los ciudadanos como a los gm-

pos sociales, a Los po dere s civiles com o a la Iglesia y

otras comunidades religiosas, de manera propia a cada

uno de ellos, conforme a su obligación respecto del bien

común.. (DLR

6 .

('Cada familia, en cuanto sociedad que goza de un de-

recho propio y primordial, tiene derecho a ordenar libre-

mente su vida religiosa doméstica bajo la dirección de

los padres. A éstos corresponde el derecho de determi-

nar la forma de educación religiosa,que se ha de dar a

sus hijos de acu erdo con su propia religión. A sí, pues, el

poder civil debe reconocer el derecho de los ~ a d r e s

elegir con auténtica libertad las escuelas u otros medios

de educac ión, sin imponerles ni directa ni indirectamente

cargas injustas por esta libertad de elección. Se violan,

además, los derechos de los padres si se obliga a los hi-

jos a asistir a lecciones que no correspondan a la convic-

ción religiosa de los padres o si

se

impone un sistema

único de educación del cual se excluya totalmente la for-

mación religiosa. (DL R

5 .

En tod o lo que hasta ahora hemos trata do sobre el tema de

la libertad religiosa, sobre la posibilidad de profe sar la reli-

gión tanto en form a privada com o pública , el docu me nto

conciliar se remite también al hecho de que la libertad religio-

sa en la mayo r par te de las constituciones figura ya com o dere-

cho civil y ha sido proclamada solemnemente en documentos

internacionales (DLR

15 .

En cam bio. por lo que se refiere a la Ig lesia. su juicio sob re

la libertad religiosa se deriva sobre todo de la esencia misma de

la fe.

Está, por consiguiente, en total acuerdo con la índole

de la fe excluir cualquier género de coacción por parte

de los hombres en materia religiosa. Y por ello, el régi-

men de libertad religiosa contribuye no poco a fomentar

aquel estado de cosas en que los hombres puedan fáci l-

mente ser invitados a la fe crist iana, abrazarla por su

propia determinación y profesarla activamente en toda

la ordenación de la

vida. (D LR 10).

Y es que esto correspo nde -prosigue el documento- al

designio del Creador y al modo de obrar de Cristo y de sus

apóstoles.

',La Iglesia, por con siguien te, fiel a la verd ad evangéli-

ca, sigue el camino de Cristo y de los apóstoles cuando

reconoce y promueve el principio de la libertad religiosa

%C reemo s u e esta única religión verdadera -as¡ lo de-

clara el docu men to- subsiste en la Iglesia católica y

apostólica. a la cual el Señor Jesús confió 3 obligación

de difundirla a todo s los hombres. (DL R 1).

La convicción acerca de la legitimidad del principio de la li-

bertad religiosa que brota d e la esencia misma de la fe. va uni-

da. en la conciencia del cristiano. a la profunda convicción de su

veracidad. Este vínculo es fundamental para la actitud del se-

guidor de Cristo, para su actitud interior y para la construc-

ción de la com unid ad de la Iglesia. La conciencia de que esta

única religión verda dera subsiste en la Iglesia católica y apo s-

tólica tiene un significado fundam ental para la construcción

de la comunidad eclesial.

<.Porque el discípulo tiene la obligación grave para

con Cristo Maestro de conocer cada día más la verdad

que de El ha recibido, de anunciarla fielmente

y de de-

fenderla con valentía, excluidos los medios contrarios al

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como conforme a la realidad humana y a la revelación

de Dios. Defendió y enseñó en el decurso de los tiempos

la do ctrina recibida del Maestro y de los apóstoles. Aun-

que en la vida del Pueblo de Dios, peregrino a través de

los avatares de la historia h um ana , se ha da do a veces

un comportamiento menos conforme con el espiri tu

evangélico, e incluso contrario a él, no obstante,

siempre

se mantuvo la doctrina de la Iglesia de que nadie debe ser

forzado a abrazar la fe. (DLR 12).

espíritu evangélico. La caridad de Cristo le acucia, sin

embargo. al mismo t iempo, para que trate con amor,

prudencia paciencia a los hom bres qu e viven en el

error o en la ignorancia de la fe. Deben, pues, tenerse en

cuenta tanto los deberes para con Cristo, Verbo vivifi-

cante, que hay que predicar, como los derechos de la

persona humana y la medida de la gracia que Dios, por

Cristo, ha concedido al hombre, que es invitado a recibir

y

profesar voluntariamen te la fe (DL R 14).

i

El seguidor

y

discípulo de Cristo deduce de su fe tanto la

conciencia de su misión como e l respeto profundo h acia la con-

ciencia de cada uno, sabiendo bien que el hom bre percibe y

reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley

divina, conciencia que tiene obligación de seguir fielmente en

toda su actividad para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto,

no se le puede forzar a obrar contra s u conciencia. Ni tampo co

se le puede impedir que obre según ella, principalmente en ma-

teria religiosa (D LR 3). El cristiano n o sólo concilia esta con-

vicción personal, honestamente aplicada a la vida social y a la

convivencia con todos los hombres, con la actitud apostólica,

sino que ve en ella un elemento esencial para la construcción

de la comu nida d de la Iglesia, pues tiene conciencia de que el

fermento evangélico fue actuando durante largo t iempo en el

espíri tu hum ano y contribuyó poderosamente a que la humani-

dad, en el decurso de los siglos, percibiera con más amplitud la

dignidad de la persona y m adurara la convicción de que, en

El Vaticano 11 recoge esta doctrina, la rea fi~ ma proclama

no sólo en la declaración sobre la libertad religiosa, sino tam-

bién en otros documentos, como, por ejemplo, en el decreto

sobre la actividad misionera.

<<Laglesia prohibe severamente q ue a nadie se obligue,

o se induzca, o se atraiga por medios indiscretos a abra-

zar la fe, lo mismo que defiende con energía el derecho

de qu e nadie sea a partad o d e la fe con vejaciones y ame-

nazas,, (DM 13).

El decreto precisa: Según la antiquísima costu mb re de la

Iglesia, investiguense los motivos de la conversión y , s i s nece-

sario , purifiquense (D M 13). Se trata de una adición esencial

en el documento misional. La postura del Vaticano 11, así ex-

presa, deja integra la doc trina tradicional católica acerca del

deber moral de los hombres y de las sociedades para con la

verdadera religión y la única Iglesia de Cristo (D LR 1).

materia religiosa, esta dignidad debía conservarse inmune de

cualquie r coacción human a en la sociedad política (D LR 12).

Se trata de ese mismo 'yer me nto evangdlico en el que se basa

el verdadero desarrollo de la Iglesia y es la condición esencial

para la construcción de su comunidad.

Esta comunidad, tanto en la dimensión universal como en

cualquier dimen sión local, exige la libertad religiosa com o con-

dición necesaria para realizar su misión.

<.En la sociedad hum ana ante cualquier poder públi-

co, la Iglesia reivindica para sí la libertad como autoridad

espiritual, constituida por Cristo Sefior, a la que por

divino m andato incumbe el deber de ir a todo el mun do

y de predicar el Evangelio a toda criatura. Igualmente,

la Iglesia reivindica para sí la libertad, en cuanto es

¡

una sociedad de hombres que tienen derecho a vivir en

la sociedad civil según las normas de la fe cristiana,,

(DLR 13).

íntegramente su vocación eterna. La Iglesia, por su par-

te, fundada en el am or del Redentor, contribuye a difun-

dir ca da vez más el reino de la justicia. En el seno de

cada nación y entre las naciones respeta

y

promueve

tambihn la libertad y la responsabilidad políticas del

ciudadano. (CM 76).

To do esto es imp ortante, no sólo en orden a una justa rela-

ción entre la Iglesia la com unid ad política, esto es, el Estado ,

sino también p ara la formación de la act itud de todo crist iano,

qu e tom e parte en la construcción d e la comu nidad eclesial y

sea a la vez hijo de la propia nación y ciudadan o del Estado.

Cie rtam ent e, las real idades temporales y las real idades

sobrenaturales están estrechamente unidas entre sí, y la

misma Iglesia se sirve de medios temporales en cuanto

su propia misión lo exige. No pone, sin embargo, su es-

peranza en privilegios dados por el poder civil; más aún,

renunciará al ejercicio de ciertos derechos legítimamente

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I

En el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la

Iglesia leemos:

.En el cumplimien to de su cargo apostólico, que mira a

la salvación de las almas, los obispos gozan de suyo de

1;

plena y perfecta libertad e independencia respecto de

;I

cualquier potestad civil. No es lícito, por tanto, impedir

1

directa o indirectam ente el ejercicio de su ca rgo eclesiás-

tic0 ni prohibirles que se comuniquen libremente con la

sede apostólica otras auto ridad es eclesiásticas y con

s us p r op i os s úbd i t o s ~~D O

19 .

La const i tución Gaudium et spes toma en consideración

también el problema de las relaciones entre la Iglesia y el

Estado:

<<Es e sum a imp ortancia, sobre tod o al lí dond e existe

una sociedad pluralistica, tener un recto concepto de las

relaciones entre la comun idad política y la Iglesia La

comunidad politica y la Iglesia son independ ientes y autó-

nomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin em-

bargo, aunque por diverso título, están al servicio de la

vocación personal social del hom bre. Este servicio lo

realizará con tanta mayo r eficacia, para bien de todos,

cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas,

habida cuenta de las circunstancias de lugar

y

tiempo.

El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte tem-

poral , sino que, sujeto de la historia humana, mantiene

i

adquiridos tan pro nto co mo conste que su uso puede

empafiar la pureza de su testimonio o las nuevas condi-

ciones de vida exijan otra disposición. Es de justicia que

pueda la Iglesia en todo momento y en todas partes pre-

dicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina

social, ejercer su misión entre los hombres sin traba al-

guna y dar su juicio moral, incluso sobre materias refe-

rentes al orden político, cuando lo exijan los derechos

fundamentales y de la persona o la salvación de las al-

mas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean

conformes al Evangelio y al bien de todos según la di-

versidad de tiempos y de situaciones,, (CM 76).

De t od o esto es consciente el cristiano que participe activa-

mente en la vida de la Iglesia y en su misión. Y sabe además

que:

'<Con su fiel adhesión al Evan gelio y al ejercicio de su

misión en el niuiido, la Iglesia, cuya misión es fomentar

y elevar todo cuanto de verdadero, de bueno y de bello

hay en la comunidad humana, consolida la paz en la

huma nidad para gloria de Dios. (CM

76).

Esta conciencia le permite part icipar plenamen te en l a

construcción de la Iglesia.

C O N C L U S Z O N

Al emprender este trabajo, el autor ha querido de algún

modo corresponder a su deuda con el Concilio Vaticano 11.

Ahora bien, pagar una deuda al Concilio quiere decir ponerlo

en práctica. Razón por la cual este trabajo se ha ocupado de la

realización de aquél, y en nuestro caso concreto, de la rea-

lización del Concilio en Polonia, y, sobre todo, en aquella

Iglesia, a la que el que esto escribe está ligado por el más

íntimo vinculo de su vocación. Tal era la finalidad del trabajo

propuesto desde el principio. Ya entonces fue calificado de

documento de trabajo , a fin de subrayar que su propósito

era insertarse en el contexto mayor del trabajo posconciliar,

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por medio del cual la Iglesia busca su autorrealización en el

espíritu del Vaticano 11.

Llegados al termino de este estudio sobre la realización del

Concilio, debemos todavía aclarar un problema de importan-

cia capital en orden a lo que hemos tratado, por lo que omitir

esta aclaración sería muy grave.

El propio concepto de puesta en acto del Concilio, eviden-

ciado en el titulo, habrá seguramente suscitado en el lector el

deseo de una serie de clarificaciones pormenorizadas acerca de

cdmo es, o cdmo debería ser puesto en prict ica el Concilio Vati-

cano II en nuestra Iglesia. Ahora bien, ese cómo habría de

tener en cuenta determinadas prácticas, organizaciones o téc-

nicas de acción, a fin de realizar el plan trazado por el Conci-

lio. Este tipo de previsiones aspiraciones respecto al estudio

de la realización del Vaticano

11

especialmente cuando se lo

considera como documento de trabajo , es comprensible,

puesto que responde a la mentalidad de, hoy.

Sin embargo, esta toma de posición en el problema no co-

rrespondería ni a la esencia de

lo

que el Vaticano 11 ha sido

como concilio pastoral, ni con lo que habría debido ser su

actuación. Ciertamente, se podría recoger una serie de infor-

maciones acerca de cómo podría o debería serlo. Esto sin per-

juicio de que cualquier especulación sobre cómo poner en

acto el Concilio tenga que ir precedida de una afirmación de

l

base.

Se trata

de comprender qué significa actuar el Concilia ,

lo que equivale a comprender qud es lo que en esencia hay que

335

poner en acto. Precisamente p or esta razó n, en el presente estu-

dio sobre la actualización del Vaticano 11, hemos tratado de

ocuparn os no tanto del cómo , cuan to más bien de qué

hay que poner en acto. Y esto es lo que importa más.

En consecuen cia, nos vimos forz ados a aclar ar, desde el

principio, qu é implica la definición concilio pastoral , y Ile-

gamo s a la conclusión de qu e esta definición mantiene sus pre-

misas, que justamente debían verificarse a lo largo de los tra-

bajos del Concilio, el cual, por lo demás, como es ya sabido, se

hizo a sí mismo aquella preliminar pregunta de:

Ecclesia, quid

dicis de te ipsa?:

Iglesia, iqué dices de ti misma?

Esta era u na pregunta que se refería a la autoconciencia de

la Iglesia, una pregunta que ha exigido una serie de obligacio-

nes y trabajos realizados por el Concil io, ya que, además, ha

tenido eno rme repercusión en tod as las constituciones, decre-

tos y declaraciones. Sin embargo, esta interrogacidn introducto-

ria sobre la Iglesia implicaba una serie de exigencias de la Igle-

sia.

que es una Iglesia de vivos: ¿qué quiere decir ser creyente,

ro sentido

y

valor d e las reolid;ides teniporales, tanto en

sí niismas como en orden nI fin del honibre. Quienes

poseen esta fe viven con la esperünm de la revelación de

los hijos de Dios. acordándose de 1; cruz y de

I U

resu-

rrección del Señor,, (DAS 4 .

Particularmente hemos dedicado este estudio a1 análisis de

las ensefianzas del Vaticano 11 desde el punto de vista de la for-

mación d e la conciencia y de las actitudes del cristiano contem-

poráneo. Parece que de ello se trata en part icular en la puesta en

acto del Conoilib. Este es el

proceso de iniciación través del

cual la concienefa conciliar de la Iglesia debe ser compartida por

todos. Sobre este punto hemos concentrado la atención de

nuestro estudio. Ello puede dar la impresión de una ordena-

ción de textos conciliares selectos, y sin duda qu e esto ha

tenido también su cabida (en el prefacio lo hemos definido

como una especie de vademdcum

introductorio del Concilio).

Sin emb argo, es esencial tener presente el métod o con el que se

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ser cristiano, es tar en la Iglesia

y,

a la vez, en el mundo actual?

El Concilio, respondiendo a si mismo, a su pregunta esencial

acerca de la autoconciencia de la Iglesia, ha tratad o de respon-

der, a un tiempo, a las preguntas implícitas referentes a la fe y

a la existencia entera del cristiano. Y por esta razón es por la

que ha sido un concil io pastoral .

Ahora bien, para poner en acto el Concil io hemos de se-

guir el mismo camino. En este sentido, cualquier considera-

ción acerca de la actualización del Co ncil io debe apoyarse en

una idea clara sobre el tema.

Y

esto es lo que por encima de

todo hemos tra tado de i luminar en el presente estudio. El Con-

cilio ha esboza do la forma de fe que corresponde a la existencia

del cristiano de hov: oo r eso mismo. la actualización del Concil io

~

consiste, sobre todo , en el enriqueCimiento d e esta fe. La puesta

en ac to del Concil io se logrará más que nada con el test imonio

de un a fe viva y m adura, que es tanto com o deci r opor tunamente

educada en la capacidad de enfrentarse lúcidamente con las difi-

cultades para superarlas

...).

Esta fe debe ma nifestar su fecundi-

dad penetrand o plenamente en la vida del creyente, incluso en su

estrato profano (CM 21).

.<Solamentecon la luz de la fe

y

con la meditación d e la

palabra divina es posible reconocer siempre y en todo

lugar a Dios.

en quien vivimos. nos movemos y existimos

(Act 17,28); buscar su voluntad en todos los aconteci-

mientos, con templar a Cristo en tod os los hombres, pró-

ximos o extrafios, y juzgar con rectitud sob re el verdade-

ha puesto en práctica esta ordenación y la finalidad a la que

tiende.

En Polonia, la Iglesia se ha empleado en la actualización

del Concilio coincidiendo con el milenario de su cristianiza-

ción, vivido por noshtros casi al día siguiente de la clausura

del Vaticano 11. n efecto, el Concilio terminó sus tareas en

diciembre de 1965, y nuestro m ilenario comenzó a primeros de

1966. Rem ontándo nos a los inicios de la fe de nuestra nación y

siguiendo las sendas de su desarrollo en el curso de tantas ge-

neraciones, nos hem os sensibilizado particularmente con la Ila-

muda 1 enriquecimiento de la fe,

en el que se basa toda la

orientación pastoral del Concilio. Vemos, pues, en la doctri-

na del Vaticano 11 un medio fundamental para dirigir eficaz-

mente la rica experiencia de nuestro pasadi cristianó hacia un

futuro crist iano.

La profunda conciencia de la grandeza de ese don que es la

fe en el alma de todo hombre y en la vida de la sociedad,

ha

inspirado la exigencia de confiar, particularmente, la fe a la Ma-

dre de Cristo

y

a lo Iglesia. Esta humilde confianza, llena de

esperanza, debe convertirse en el terreno en el que puede fruc-

tificar gradualmente el enriquecimiento conciliar de la fe. Por

parte del hom bre serán n ecesarias muc has reflexiones e investi-

gaciones, gran número de iniciativas y actividades. En último

análisis, sin embargo, el enriquecimiento de la fe será siempre

un don, incluso si en él el hombre se expresa con su respuesta

persona l a la revelación que hace D ios de sí y si esta respuesta

se expresa con adaptación madura a la realidad de nuestro

tiempo.

Desearíamos, po r lo tanto, ardientemente poner en prácti-

ca el Concilio,

marcando con regularidad el r rmo de esra ac-

ruacidn. Es obvio q ue esa actuación no ha de ser precipitada,

para que no resulte superficial ; como tampo co deb e ser retar-

dad a ni frenada, sino ir con los signos d e los t iempos . Lo

ZNDZCE DE CITAS CONCZLZARES

que se ha de hacer es tener en cu enta lo esencial. El enriqueci-

miento de la fe en la doctrina del Concil io es pensamiento

y

orientación.

El

enriquecimiento de la fe en la realidad de la

I CONSTITUCION DOGMATlCA SOBRE LA IGLESIA

Ieles ia es una iniciación en fase de ~ l en i t ud una madurez de

LUMEN GENTIUM)

~

conciencia

y

acti tudes por parte de todos los miembros del

Pueblo de Dios. Cristo habló claramente de la levadura que

hace fermentar toda la masa (cf. Mt 13,33).

1

48 33 11 1 112 275 276 308-309

El ' autor pide a D ios qu e este trabajo se enderece por los

2

35 45 53 127 128 34 180

caminos de ese proceso

y

sea capaz de contribuir al mismo.

45 53 79 35 74 198-199 314 315

45-46 47 52

Con esto desea pagar, en parte al menos, su deuda contraída

36 77-78 210 211 212 213-214

5

66-67 279

con el Concilio Vaticano 11. 6

142 7

115-116

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7

54 67-68 69-70 79 295-296 38 174

3 9

154-155

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CM CONST ITUCION PASTORAL SOBRE LA IGLESIA EN

EL MUNDO ACTUAL GAUDIUM ET SPES)

CR

CONSTITIICION DO CM AI ICA SOBRE 1.A DIVINA RE-

VELACION

DEI VERBUM)

DAS

DEC REl O SOBRE EL 4POST OLA DO DE LOS SEGLA-

RES

APOSTOLICAM .4CTUOSITATEM,

D S

DECRETO SOBRE LOS MEDIOS DE COMUNICACION

SOCl A L

INTER MIRIFICA)

DIO

DECRETO SOBRE LAS IGLESIAS ORIENTALES CA

TOLlCAS

IORIENTALIUM ECCLESIARUM)

DLR

DECLARACION SOBRE LA LIBERTAD RELIGIOSA

DIGNITA TIS HUMANAE)

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D E DECRETO SOBRE EL ECllMENlSMO U N I T A T I S

REDINTEGRATIO)

DE

DECLARACION SOBRE LA EDUCAClON CRISTIANA

DE LA JUVENTUD

GRA VISSIMUM EDUCATIONIS)

D F S

DECRETO SOBRE LA FORMACION SACERDOTAL

OPTATAM TOTIlJS)

Proemio 285 286

186

DM

DECRETO SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA

IGLESIA

AD GENTES DIVINITUS)

DMVS DECRETO CORRE F1. MINIS TtRIO

V ID . \

DE

LOS

I RESBIIEROS (PRESHYTFRORL M ORDINIS)

DO

DECRETO SOBRE EL OFICIO PASTORAL D E LOS

OBISPOS (CH RI ST US DOMI NUS)

ACABOSE DE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN

[ A RENOVACION E N SllS FIIENI.ES . DE 1

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS.

EL DIA

25

DE MAYO DE 1982, FEE

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DRNC DECLARACION SOBRE LAS RELACIONES DE LA

IGLESIA CON LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS

(NOST RA AET ATE)

DVR

DECRETO SOBRE LA AD ECUA DA RENOVACION DE

LA VIDA RELIGIOSA

(PERFECTAE CARITATIS)

TIVIDAD DE SAN GREGORIO VII.

PAPA. EN LOS TAI.LERES D E

IMPRENTA FARESO. S A,.

PASEO DE LA DIREC.

C I O N . N U M . 5

M A D R I D

U U S

DE

VIRGINIQUE MATRI