Juan José Arreola-el guardavías

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Omar Rueda Olmos Arreola, su visión de ayer y hoy 5to. Semestre Grupo: 1501 Arreola, su visión de ayer y hoy. Juan José Arreola siempre se distinguió por su forma de ser (algunos dirán excéntrica, otros que muy purista en cuanto a formas y modos) y en especial por su estilo al escribir. Estas características quedan perfectamente reflejadas en su cuento El Guardagujas, que he leído y tomaré para su análisis del libro Los 10 mejores cuentos mexicanos del siglo XX 1 , selección y acotación hecha por Luis Leal en 1960. En este cuento, encontramos una radiografía de la forma en como Arreola percibía la sociedad de la época, la forma en como era gobernado el país y los vicios existentes en la sociedad de mediados de siglo (pasado). Como dice Leal, Juan José Arreola se graduó en la literatura con esta maravillosa obra en la que muestra un estilo muy peculiar; una tema cualquiera como el trasborde en una estación de tren, dos personajes muy distintos entre sí que se complementan en el relato; uno, personaje común y corriente en este contexto, otro al que consideraríamos “deschavetado” pero con un lógica bastante peculiar, todo esto aderezado irónicamente con una crítica bastante cruda 1 Leal, Luis (selección y acotación), Los 10 mejores cuentos mexicanos del siglo XX, Relato Licenciado Vidriera , UNAM, 2007, pp. 61—72.

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Omar Rueda OlmosArreola, su visión de ayer y hoy

5to. Semestre Grupo: 1501Arreola, su visión de ayer y hoy.

Juan José Arreola siempre se distinguió por su forma de ser (algunos

dirán excéntrica, otros que muy purista en cuanto a formas y modos) y en

especial por su estilo al escribir. Estas características quedan perfectamente

reflejadas en su cuento El Guardagujas, que he leído y tomaré para su análisis

del libro Los 10 mejores cuentos mexicanos del siglo XX 1, selección y

acotación hecha por Luis Leal en 1960.

En este cuento, encontramos una radiografía de la forma en como Arreola

percibía la sociedad de la época, la forma en como era gobernado el país y los

vicios existentes en la sociedad de mediados de siglo (pasado).

Como dice Leal, Juan José Arreola se graduó en la literatura con esta

maravillosa obra en la que muestra un estilo muy peculiar; una tema cualquiera

como el trasborde en una estación de tren, dos personajes muy distintos entre

sí que se complementan en el relato; uno, personaje común y corriente en este

contexto, otro al que consideraríamos “deschavetado” pero con un lógica

bastante peculiar, todo esto aderezado irónicamente con una crítica bastante

cruda sobre la forma en que esta organizado el país (recordemos que este

cuento fue escrito a mediados del siglo pasado), una verdadera obra de arte.

Toda esta visión (pesimista) que Arreola nos desglosa en este cuento,

desgraciadamente podemos aplicarla a nuestros días. Como afirmo arriba,

encontramos bastantes indicios que lo comprueban, existen iconos

reconocibles y como mencioné, la obra es una alegoría completa.

Para probarlo, realizaré un ejercicio de comparación de las épocas y a la vez,

intentaré desenmarañar esta madeja de estambre llena de metáforas y

1 Leal, Luis (selección y acotación), Los 10 mejores cuentos mexicanos del siglo XX, Relato Licenciado Vidriera, UNAM, 2007, pp. 61—72.

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alegorías que tengo frente a mí, con la ayuda de algunos de los textos que

vimos durante el semestre.

Para iniciar y retomando el asunto de las alegorías, debo mencionar que desde

el primer renglón del cuento surgió un sentimiento de nostalgia en mí ya que

fue como si me hubieran transportado a una sala de cine (de las viejitas), frente

a un proyector corriendo una cinta en blanco y negro, que tiene embelesada a

la poca gente que hay en la sala2. Ese inicio rudo y crudo, pero a la vez muy

estético (muy al estilo de Buñuel), nos avisa de la intención de todo lo que

viene más adelante, nos predispone a sufrir, a reír y a compadecernos del

hombre, y al mismo tiempo nos da el primer indicio para iniciar la comparación

de que hable anteriormente: “El forastero llegó sin aliento a la estación

desierta...“. Después del triunfo de la Revolución, la sociedad entraba a un

ritmo de vida nuevo, desconocido, en el que el individuo ya no era lo más

importante y el esfuerzo personal debía multiplicarse para rendir frutos, las

olimpiadas aún no se vislumbraban en el panorama inmediato y el descontento

social crecía a niveles nunca antes vistos. En la actualidad, el individuo ha

dejado de ser individuo, nuestro ritmo de vida requiere un esfuerzo jamás antes

visto (mucho trabajo, casi nada de descanso), nuestro contacto con otros

individuos ahora es vía el monitor de la computadora (en el mejor de los casos)

y cada vez más, aunque tengamos gente cercana que nos “aprecie”, existe un

sentimiento de soledad aplastante en cada uno de nosotros.

Lo siguiente es el encuentro de los dos personajes; por principio de cuentas,

sorpresivo, mucha amabilidad, pero en un instante nos vuelve a la desolación

con una sola pregunta. Muy parecido a lo que pasa en una junta vecinal de

cualquier colonia, en donde el Delegado del modo más correcto nos indica que

2 El único color en todo el relato es el de la lámpara del guardavías, es de color rojo.

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el problema que le hemos planteado no tiene una solución y pidiéndonos que

tomemos en cuenta la situación del país.

En estas primeras líneas, encontramos lo que pudiera ser el primer símbolo, el

tren. ¿Símbolo de qué? De Gobierno. A la vez es una alegoría cuando

hacemos alusión a la forma en que debe ser conducido: de manera segura,

eficaz y por gente capacitada para realizar tal tarea.

Otro símbolo que encontramos al inicio es la letra T, letra que en la historia

denomina el destino final del personaje. Esta letra representa una parada en

seco para tomar una decisión, o sigues por el mismo camino, el que todo

mundo lleva (hasta el momento), conformista y sumiso, o cortas de manera

abrupta, de “Tajo” (como la letra misma en posición intermedia) y sigues por el

camino que te dará lo que quieres, pero también nos dice a la vez (de manera

muy moralina) que éste puede ser un espejismo y que más valdría cerciorarse

de que es lo que en realidad queremos. También—y por la forma misma de la

letra—es una metáfora del bien y el mal. Al momento de llegar al cruce

encuentras dos caminos, uno te llevará a lo correcto y otro a lo incorrecto, la

decisión es tuya pero debes aceptar las consecuencias que conlleva el seguir

cualquiera de los dos rumbos.

En la obra encontramos otras letras que pueden tener una simbología

determinada como la F, que podría representar una desviación similar a la de la

T, pero que al final de cuentas nos termina guiando por un camino paralelo al

que llevábamos.

Lo siguiente en la historia es una serie de “consejos” que proporciona a manera

de “favor” el guardavías al hombre. Situación muy parecida a lo que vemos a

diario en cualquier oficina de dependencia gubernamental.

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De aquí en adelante encontramos toda una campaña publicitaria combinada

con los noticieros que cada noche vemos (es mejor “enterarse” que seguir en la

indiferencia) en donde se alaban las cualidades del País en general: del

Gobierno, del Presidente, de los Partidos políticos, de la globalización, de las

redes sociales, y de un largo etcétera que iremos descifrando poco a poco.

Como entra el país en este análisis, de manera muy sencilla, la palabra es

utilizada muy frecuentemente en la historia. Al principio se dice de manera muy

clara que nada aquí es como debiera ser, todo es una farsa o una verdad a

medias; también se habla de la riqueza natural y mineral (cuando se menciona

la forma en que se crean nuevas poblaciones), del carácter de la gente,

aguerrido, esforzado, noble y de pronta resignación (en el pasaje del puente no

construido encontramos todas estas características), en pocas palabras, es

como si estuviéramos viendo una fotografía tridimensional.

El término La empresa, es una clara alusión a la forma de Gobierno que ha

regido al país (y al mundo) por muchos años. Éste es otro término muy

utilizado durante todo el cuento. Si estudiamos un poco la estructura de

cualquier empresa nos damos cuenta que las decisiones son tomadas por unos

pocos para el beneficio o perjuicio de otros muchos. Dentro de ella, no hay

mayor poder que el consejo de accionistas, sus decisiones son inapelables y

sólo pueden ser modificadas o cambiadas por ellos mismos.

En el Gobierno pasa exactamente lo mismo, existe una cúpula que decide el

destino de todos y cada uno de nosotros y nadie más que ellos (hasta éste

momento) decide si estuvo bien o mal lo hecho, si necesita modificarse,

disfrazarse o eliminarse tal o cual medida tomada (caso desafuero de Godoy,

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por citar el más reciente), también deciden quien accede a esa cúpula y quien

la abandona y de que manera lo hace, en fin, deciden…

Siguiendo con La empresa, se menciona de manera muy elocuente a una parte

importante de cualquier emporio, los empleados, en este caso, los conductores

de los trenes, quienes como dependientes de alguien, siguen órdenes (por más

sorprendentes que sean) al pie de la letra para conservar su empleo. Esto me

lleva a pensar en los Partidos Políticos y los tan mentados operadores, quienes

reciben una línea de trabajo, y cuéstele lo que les cueste deben entregar

“resultados favorables” si quieren conservar el favor político (en la obra ver

pasajes alusivos a la creación de la aldea F), los más destacados (ver

nuevamente pasaje del puente no construido) en su labor serán los primeros en

ascender de rango político y podrán acercarse cada vez más a la cúpula para

tal vez, jamás acceder a ella. Son manipuladores, solapadores, corruptos,

celosos de su labor; “le enseñan a uno como subirse al tren en movimiento y a

gran velocidad3”, le “proporcionan herramientas” que le permitan subsistir y

siempre nos tienen en estricta vigilancia para que “ninguna oveja se salga del

redil” (como decía mi abuelo).

Arreola también realiza una crítica bastante dura en contra de la sociedad, nos

llama conformistas, ingenuos, tontos, manipulables, desechables, arrogantes,

violentos, expresa con claridad nuestra mentalidad individualista (insisto, como

sociedad) en donde—como cangrejos— nos metemos el pie unos a otros con

tal de que no progrese antes que “yo” el otro; de la misma manera, pone de

manifiesto la amabilidad de la gente, la camaradería de la que somos capaces,

de lo alegre, luchones y optimistas que podemos ser en situaciones

complicadas (¡y aún no pasaba el terremoto del 85!); nos describe tal y como

3 Perdón por la analogía en la cita textual.

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somos, con más defectos que virtudes, compitiendo entre ellas para ver cual

domina a cual, quedando casi siempre en un empate no sin antes haber

dominado por corto tiempo la una a la otra.

Dentro de éste ámbito habla de manera muy precisa sobre las clases sociales,

la manera en como son beneficiados por la empresa-gobierno-estado-país, ya

que gracias a ellos podemos “avanzar todos”, menciona la manera en que son

privilegiadas las clases altas, menospreciadas las clases bajas y en general,

cuando las decisiones tomadas no hay sido las correctas, como todos, parejos,

debemos sufrir las consecuencias de los actos de la ya tan mentada cúpula (en

este trabajo claro está). Ellos tienen el poder económico para que la empresa

pueda lograr subsistir sin muchos esfuerzos, hay que chuparle la sangre uno a

la vez—diría “Palillo”— para que la vaca sagrada no se acabe tan pronto.

La educación es otro punto que es destacado en esta obra (aunque sea poco el

espacio que le dedica). Nos menciona lo ineficiente que ha sido nuestro

sistema educativo desde aquellos tiempos, proporcionándonos “herramientas”

que sirven únicamente a un fin específico, preparándonos para una vida de

sufrimiento y resignación, propiciando la mediocridad e ignorancia en la

sociedad en general.

Le pega muy duro a los de siempre, la policía. Por principio de cuentas

menciona que no tiene una organización buena, que son ineficientes y que por

la poca educación y mucha ambición caen con facilidad en las garras de la

corrupción. Propone la desaparición de estos cuerpos para evitar el gasto

innecesario, pero la solución que propone, como la educación cívica del

ciudadano, puede verse desde un punto de vista utópico, al que sólo

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accederemos cuando las necesidades básicas sean cubiertas y tengamos

tiempo suficiente para ser felices.

Dentro de la obra existen íconos que ayudan a expresar de mejor manera las

cualidades o defectos de los entes antes mencionados. Un ejemplo es el río

caudaloso del puente no construido. Representa los constantes problemas,

las tragedias en las que nos vemos envueltos y que con esfuerzo casi

sobrehumano vencemos. También tenemos a la lámpara, que representaría a

la esperanza que jamás se pierde, aunque la realidad se diluya ante nuestros

ojos, es esa luz al final del túnel (en la obra literalmente) que siempre vemos

acercándose a nosotros. Su color rojo representa el esfuerzo que debemos

llevar a cabo de manera constante, aunque nos cueste sangre el conseguirlo.

Uno más es el hombre de la estación. Su porte cansado, la desesperación y

sorpresa que presenta en cada episodio, son un fiel reflejo de cada uno de

nosotros ante cada una de las adversidades que nos presenta la vida. Su

nombre, X, como si dijera Juan Pérez, o sea, cualquier hijo de quinto patio, uno

pero todos a la vez, desconocido pero con nombre específico, representando

los ideales de la multitud de desconocidos a los que da voz con sus quejas y

reclamos, al parecer, como nos lo hace ver Arreola al final de cuento, con

posibilidades de conseguir el objetivo anhelado, llegar a el destino para el que

compro su boleto, ¿para qué?, ¡no se! pero tendrá la oportunidad que tanto

hemos deseado y por la cual estamos luchando.

Por último dejé al personaje principal, El guardavías, ente extraño que para

motivo de análisis presenta una personalidad dicotómica. Su aspecto nos

revela que funciona como conciencia, esa voz en nuestra cabeza que no nos

deja descansar, siempre dándonos consejos según su experiencia, a veces

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buenos, otras no tanto, siempre con la mejor intención de su parte, buscando

nuestro bienestar por encima de todo; tiene gran memoria, para que al recordar

los acontecimientos pasados, no cometamos los mismos errores una y otra

vez, pero al final, la última palabra la tenemos nosotros, al igual que las

consecuencias.

Por otro lado, habla sin conocimiento de causa, siempre de lo que le

comentaron otras personas, de las órdenes que recibió durante toda su vida; es

la memoria como he dicho anteriormente, pero una memoria no actualizada,

distanciada por su pasividad y nulas perspectivas de progreso, sin hambre de

conocimiento; cree que el mejor estado del hombre es la pasividad absoluta,

dejando que alguien más guíe los destinos de él y de todos por igual.

Si nos remitimos a su nombre como personaje y el de la historia misma,

encontramos una simbología mayor, es una representación del hombre ideal.

Él, con su omnipotencia decide hacia a donde se dirigirán los trenes, al menos

en esa estación, si llegan a la estación o si se desvían antes de arribar (la

estación del tren es símbolo de su vida, los trenes de sus actos y decisiones),

si acata las órdenes recibidas por la empresa o no, etc., es decir, toma las

riendas de él mismo, de su vida y de la forma en que afectará la vida de la

gente que tenga contacto con él. Representa el arquetipo del hombre

completo, del hombre feliz, del HOMBRE…

Como vemos, Juan José Arreola nos proporciona una lección de vida

bastante completa, intenta ponernos en nuestro lugar a cada uno de los que

leamos su historia, nos invita a reflexionar de manera precisa cada uno de

nuestros actos y decisiones con el fin de evitar caer en las trampas que

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percibió desde hace cincuenta años y en las cuales, por incomprensible que

parezca, seguimos atascados, parece ser que hasta el cuello.

Advertí que este trabajo era una comparación de épocas, y así lo he hecho.

Cada una de las afirmaciones que se han realizado, han sido comprobadas por

la historia a partir de la década de los sesentas; volteemos la vista al 69 en

Tlatelolco, recordemos la defensa del peso como perro de López Portillo, el

sismo de 1985 en el D.F., la devaluación de la vida de Salinas de Gortari, el

cambio de colores en el gobierno del país, la pasividad de nosotros como

pueblo al no exigirle verdaderas cuentas a nuestros empleados, los políticos, la

impunidad de la clase política y la escalada de violencia que nos atañe en

estos tiempos. Considero que no es necesario ahondar en estos temas

porque los vivimos todos juntos en ésta nuestra época.

Si Arreola previó, vio y vivió este panorama, a nosotros nos toca descifrar las

claves que nos ha dejado para sortear el camino.

El Guardavías.Juan José Arreola.

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El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, lo había fatigado en extremo. Se enjugo el rostro con el pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo, consulto su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.

Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse, el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:

—Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?—¿Lleva usted poco tiempo en este país?—Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.—Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer

ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros—y señalo un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.

—Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.—Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de

que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.

—¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.—Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré

unos informes.—Por favor…—Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta

ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho ya grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio, y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.

—Pero ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?—Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede

darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo, mediante dos rayas de gis. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.

— ¿Me llevará ese tren a T.?

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— ¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente algún rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?

—Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es así?

—Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna…

—Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted…—El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido

con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviarios cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.

—Pero el tren que pasa por T., ¿ya es encuentra en servicio?—Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los

viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.

— ¿Cómo es eso?—En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a

ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero—lujosamente embalsamado—en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes de las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera—es otra de las previsiones de la empresa—se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles; allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.

— ¡Santo Dios!—Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes.

El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo juntos, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F.,

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una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.

— ¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!—Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a

convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.

— ¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!— ¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que

usted es un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros, por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.

— ¿Y la policía no interviene?—Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero

la imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben las lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.

—Pero una vez en el tren, ¿está uno cubierto de nuevas contingencias?—Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las

estaciones. Podría darse el caso de que usted creyera haber llegado a T., y

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sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.

—Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí.—Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no

debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: “Hemos llegado a T.” Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.

— ¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?—Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo.

Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.

— ¿Qué está usted diciendo?—En virtud del estado actual de las cosas, los trenes viajen llenos de

espías. Esos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más; pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación, perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.

—Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.—En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro,

muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros en pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.

— ¿Y eso qué objeto tiene?

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—Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones del traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber a dónde van ni de dónde vienen.

—Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?—Yo, señor, sólo soy un guardagujas, A decir verdad, soy un

guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, no tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea F. cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: “Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual”, dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.

— ¿Y los viajeros?—Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero

acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lotes selectos de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido en compañía de una muchachita?

El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedo mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brindo, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.

— ¿Es el tren?——preguntó el forastero.El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a

cierta distancia, se volvió para gritar:— ¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo

dice usted que se llama?— ¡X! –Contestó el viajero.En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el

punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudentemente, al encuentro del tren.

Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.

Bibliografía:

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Leal, Luis (selección y acotación), Los 10 mejores cuentos mexicanos

del siglo XX, Relato Licenciado Vidriera, México, UNAM, 2007, pp. 61-

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