José Urriola

Lo plausible en la narración está justificado por lo científico, fundamentalmente por una armazón que echa mano de la física y a veces de la química.

Necesita explicar cómo funcionan las naves, las máquinas, los robots.

Racionalmente intenta exponer cómo la sociedad y la tecnología llegaron hasta ese punto.

Es fundamentalmente norteamericana (Isaac Asimov y sus discípulos) aunque hay excepciones importantes.

Es más bien una derivación de la literatura fantástica. Algunos prefieren denominarla “ficción especulativa”.

No necesita explicar cómo funcionan los cohetes ni cómo los seres humanos respiran en esas atmósferas. Se da por sentado que se puede y punto.

Si echa mano de las ciencias es principalmente de la biología (la más humanista de las ciencias puras) y de las ciencias sociales (antropología, sociología, psicología combinadas con filosofía y metafísica).

Se recomienda Las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, El hombre en el castillo de Philip K. Dick, Un mundo feliz de Aldous Huxley y La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares.

Una de las últimas tendencias de la ciencia ficción que colinda con la contemporaneidad, está apenas unos años más adelante.

Sus temas fundamentales son: superpoblación, contaminación, ultraviolencia, manipulaciones genéticas, simbiosis orgánico-mecánicas, realidad virtual, guerrilla contracultural, tráfico de información y de drogas (los medios de comunicación y las industrias farmacéuticas se convierten en las empresas más poderosas del mundo).

Se recomienda asomarse a los universos de William Gibson, James Ballard, al Blade Runner de Ridley Scott y al Ranxerox de Liberatore / Tamburini.

El futuro llegó hace rato llegó como vos no lo esperabas

pero el futuro ya llegó

(Patricio Rey y sus redonditos de ricota)

Es común la impresión de que nos han estafado. Que el futuro no fue lo que nos prometieron. Los carros no vuelan, las enfermedades no están erradicadas, no hay una repartición más justa de los recursos para que alcancen para todos, no se alcanzó la paz, no somos más sabios ni colonizamos otros planetas. Todo el sueño del progreso, de que el mañana necesariamente sería mejor que el ayer y que el presente, una vez más ha sido traicionado.

A veces tenemos la sensación de que nos mandaron al hermano oligofrénico del futuro que estábamos esperando.

Una vez más: pareciera que no supimos cómo hacer poesía después de Auschwitz (Teodoro Adorno).

Armando (70): “No sé por qué se quejan tanto del mundo de hoy. Este mundo terminó siendo muchísimo mejor que el me tocó vivir en mi juventud. Y quizás precisamente es mejor por todas estas cosas que escribió y advirtió Bradbury” (reflexión después de leer La Crónicas Marcianas).

Independientemente de su dureza o blandura, la buena ciencia ficción es una extrapolación del mundo conocido.

Es el arte de pasar la realidad por el filtro de la ficción y a partir de ese cruce se construye un futurible: un mundo otro donde reconocemos éste.

La buena ciencia ficción, necesariamente, está conectada con los problemas más esenciales de la humanidad y del mundo que nos ha tocado; pero estas angustias del aquí y el ahora se nos presentan caricaturizadas, distorsionadas, exageradas, “tecnologizadas” .

Es una máscara que le transforma la cara a la realidad pero donde cualquier lector competente adivina el rostro que sigue estando detrás. Y ese rostro preocupa.

Las curas de la ficción: aquello que elaboremos en los laboratorios de la ficción funcionará como ensalme para proteger -o curar- a la realidad.

Una sociedad sin ciencia ficción está condenada

a la enfermedad y al despeñadero. Carece de los escudos y las vacunas que la inmunizan contra el horror y la estupidez.

Hay que construir la distopías antes de que el destino nos alcance. Si destruimos en la ficción e inventamos futuros propios, tal vez salvemos a la realidad.

Les duele a los japoneses su Tokio y por eso la derrumban y la vuelven a levantar en cada batalla de Godzilla, de Ultraman, de Mazinger, en Akira o en Evangelion. Porque por medio de esa destrucción simbólica se garantizan que las bombas atómicas no volverán a estallar nunca más sobre su isla

Les importa Londres al Alan Moore de “V For Vendetta” o al Orwell de "1984". Los regímenes totalitarios en Inglaterra sólo existen en la ficción porque solo así (y sólo allí) se quedarán atrapados sus fantasmas sin permiso a colarse a este lado de la existencia.

Héctor Germán Oesterheld se inventó en el Eternauta una nevada tóxica sobre Buenos Aires. Una invasión de extraterrestres que obligaba a los argentinos sobrevivientes a unirse para formar un héroe colectivo que echara a patadas al mal. Y gracias a esa metáfora hecha historieta más tarde se pudo escribir otra historia en Argentina.

Los robots gigantes llegaron ya a Montevideo. Han causado un Ataque de Pánico que es de los homenajes más curiosos que se le haya hecho a la ciudad. Uruguay, confiemos en ello, está a salvo.

http://www.youtube.com/watch?v=-dadPWhEhVk

Es urgente que nos inventemos -cada uno desde su trinchera y con sus propias armas- otros robots, otros marcianos, otras nevadas tóxicas, otros venezolanos y otros héroes. Que volvamos polvo a Caracas en la ficción, la reinventemos y la reconstruyamos mil veces, antes de que sea demasiado tarde.