JordiPuntí Maletas Perdidas 2

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Segunda parte de la novela de Jordi Puntí sobre unas maletas perdidas

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    NicolasTexto tecleado2

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    ! Ya sabes que no puede ser, Bund. Dices diez minutos, pero ser ms. Ya nos conocemos. Esta vez no podemos perder el tiempo. Esto es el Everest.

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    ! Por qu siempre se tiene que hacer lo que decs vosotros? respondi Bund. Sabes qu? Me dejais bajar y segus sin m. Los dos amigos se rieron del chiste. No, lo digo en serio. Me largo. Ya me espabilar. Me largo de La Ibrica. Ya se lo podis decir a Casellas. Adis muy buenas. Hace tiempo que le vengo dando vueltas: me comprar una furgoneta y har transportes por mi cuenta. Total, para la mierda de sueldo que nos pagan

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    ! Dices las cosas sin pensarlas, Bund le reconvino Gabriel. A la vuelta te podrs quedar todo el rato que quieras con Carolina. Adems, no s por qu sufres. Est loca por ti. No haba ms que veros en Nochebuena.

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    ! Ya, pero es que a la vuelta quiz sea demasiado tarde. Tengo que verla aho-ra. Tengo que convencerla de que deje esta mierda de trabajo y se venga conmigo. Maana mismo, si puede ser. Tengo que explicarle que algn da Mireille tambin esta-r en Barcelona.

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    ! Ya sabes que eso no se lo puedes decir. No pasar jams. Gabriel se puso rojo de rabia.

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    ! Pues entonces le dir otra cosa. Qu te parece si le explico que tienes una mujer en Frncfort y otra en Londres? Y dos hijos ms de propina. Hizo una pausa. Siempre me he visto obligado a mentir por ti, Gabriel, a protegerte, y yo qu saco a cambio?

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    ! Nuestro padre lo sabemos todo por Petroli se qued mudo y le lanz una mirada de lstima. Bund esboz una sonrisa culpable, asustado de su propia audacia. Habra entendido mejor que su amigo le diera una paliza. Desde el volante, por el rabi-

  • llo del ojo, Petroli midi aquella quietud en la que se hundan treinta aos de amistad e intent detener la sangra.

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    ! De acuerdo, pararemos diez minutos en el Papillon dijo. Diez minutos y punto, el tiempo de fumarme un cigarrillo. Como tardes ms, Bund, nos largamos y t te vas a tomar por culo.

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    ! Bund les dio las gracias con un hilo de voz y volvi a sus oraciones. Recorrie-ron los kilmetros que quedaban hasta el burdel sin decir nada. Gabriel segua parali-zado y con los ojos vacos. Petroli puso Radio Exterior de Espaa para matar el silen-cio.

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    ! Diez minutos, Bund. Seiscientos segundos repiti Petroli mientras aparca-ban delante del Papillon. Te vamos a cronometrar.

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    ! Cuando se cumpla el tiempo, encendi el motor del camin y Bund apareci como una flecha en la puerta del burdel. Entretanto, mientras se fumaban el cigarrillo, Gabriel haba dado las gracias a Petroli. Carolina los salud desde lo alto de la escale-ra con cara de no entender nada.

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    ! A la vuelta me dar una fecha! grit Bund cuando el Pegaso se pona en marcha. Estaba tan excitado que le haba cambiado la cara.

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    ! Le has dicho algo? pregunt Gabriel sin mirarlo. Tena la vista fija en la carretera.

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    ! Qu?

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    ! Que si le has dicho algo. De Sigrun y Sarah y Mireille y los nios.

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    ! No, claro que no! Quin te has credo que soy? Un traidor? exclam Bund. Amigos mos: dice Carolina que a la vuelta me dar una fecha. Lo enten-dis? El da exacto en que vendr a Barcelona! Es que nos echamos demasiado de menos, y eso no puede ser!

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    ! Los nervios no le dejaban estar quieto. Acto seguido abraz a Gabriel y le albo-rot el pelo. Era su manera de pedir perdn. Nuestro padre se lo sac de encima con un empujn conciliador y Petroli toc tres veces la bocina.

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    ! Una vez superado ese escollo, la ascensin hacia Hamburgo transcurri con la proporcin de dificultades y distracciones de las mejores pocas. A la altura de Estras-burgo sufrieron una avera y tuvieron que cambiar la correa del ventilador. Ya en Ale-mania, cerca de Karlsruhe, se detuvieron a cenar en un restaurante de carretera en el que guisaban ciervo cada da. Una cosa por la otra.

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    ! Los cristbales pagaramos por viajar en el tiempo y asistir a uno de aquellos viajes de carretera, o hacer unos cuantos kilmetros en la cabina del Pegaso. Participar en el concierto de voces y las discusiones y las bromas, oler el aire viciado y quejarnos de la tirana del seor Casellas, pasar fro y maniobrar el volante con guantes, dormitar y soar con las chicas desnudas de los calendarios. Ser uno de ellos, ni ms, ni menos.

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    ! En el fondo, nos decimos, las horas que dedicamos a perseguir la pista de nuestro padre y sus amigos son un ahorro en psiclogos. Conociendo sus circunstan-cias, quiz entenderemos mejor quines somos nosotros mismos. Por eso ahora, si queremos acotar este ltimo viaje, debemos tomar otro atajo: por increble que parez-ca, ese mismo da Petroli se qued a vivir en Hamburgo.

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    ! Las ltimas horas de la ltima mudanza fueron especialmente agotadoras. A partir de Hannover, la nieve que cubra la autopista se haba helado y el camin avan-zaba con una lentitud exasperante. Llegaron a Hamburgo el medioda del domingo, con ms de cinco horas de retraso sobre lo previsto, y tardaron otra ms en localizar el edi-ficio en el que deban descargar. Haca ms de treinta horas que viajaban. Siempre pa-saba lo mismo, sin embargo: a punto de desfallecer, la visin de la cima los cargaba de una energa desconocida y arriesgaban un ltimo esfuerzo. El da de Hamburgo, ade-

  • ms, la suerte los acompa en aquel ltimo tramo: la viuda alemana haba contratado a dos mozos de cuerda que ya los esperaban. Impregnados del espritu olmpico de Mnich 72, los prximos Juegos, les demostraron que tenan plaza en el equipo alemn de halterofilia. As pues, entre los cinco, acabaron la descarga de noche, pero lo bas-tante pronto para encontrar un restaurante abierto. Cumpliendo el ritual que siempre pona fin a una mudanza, se quitaron la ropa de faena, se asearon y se pusieron una muda limpia. Antes de despedirse de los dos forzudos, les preguntaron si conocan al-gn restaurante en las inmediaciones, y por alguna clase de intuicin obrera, les indica-ron el Centro Asturiano de Hamburgo. Petroli no poda creer en su suerte. Aquel centro no sala en ninguna lista!

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    ! Antes ya nos lo han avanzado Christof y Cristoffini, pero ahora tenemos que en-trar en los detalles. Mientras Gabriel y Bund se sumergan literalmente en un plato de fabada asturiana, racin de camionero, Petroli prefiri sentarse en la barra y tomarse una sidra al tiempo que buscaba conversacin. Si su radar detectaba emigrantes es-paolas en las cercanas, se le pasaban el hambre y el cansancio de golpe. Entonces alguien le present a ngeles y su vida, as, en el lapso de unos segundos, dio un giro de 180 grados.

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    ! Hay que decir que el deslumbramiento fue mutuo. ngeles y Petroli pasaron dos horas mirndose a los ojos y seducindose con historias de posguerra. (Despus de aquella noche, aseguran, se vacunaron del pasado y nunca ms volvi a ser tema de conversacin. No les haca falta.) Mientras tanto, Bund y Gabriel, con el estmago a punto de reventar, se haban dejado caer en unos sillones de un rincn y echaban una cabezada. Al final, se les acerc Petroli, los despert y les solt sin ms ni ms:

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    ! Yo me quedo, chicos.

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    ! Que quieres decir? pregunt Gabriel.

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    ! Pues eso, que me quedo. Que no vuelvo con vosotros. He conocido a la mu-jer de mi vida. Hace aos que me arrastro por esta clase de locales y hoy he descubier-to por qu. No, no estoy borracho. Ya s que no os lo creeris, pero esa chica de ah (no os deis la vuelta ahora!) se llama ngeles y estamos hechos el uno para el otro. Es un presentimiento, y ya sabis que yo nunca tengo presentimientos. Si la cosa no sale bien, ya me espabilar para volver. Marchaos sin m, por favor.

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    ! Lo deca tan convencido que no supieron replicarle. Petroli no era un fanfarrn, ni estaba desesperado como Bund, capaz de mandarlo todo a hacer puetas por diez minutos en el Papillon. Petroli saba lo que quera. Llam a ngeles, se la present y luego se alejaron juntos hacia el norte, donde dicen que la gente, etctera.

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    ! Tal como nos confirm Petroli en persona, despus de aquella noche no volvie-ron a verse nunca ms.

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    ! Bund y Gabriel durmieron en los sillones como dos angelitos. Petroli haba pa-gado la cuenta y haba pedido a los asturianos que por favor no los despertaran hasta la hora de cierre. Despus de barrer, el ltimo camarero los sacudi un rato. Dorman profundamente y, cuando abrieron los ojos, tardaron en comprender dnde estaban. Volvieron al ltimo momento antes de dormirse y recordaron la decisin de Petroli: formaba parte del sueo o de la realidad? Con buenas palabras, el camarero los ech del local y les aconsej que, si queran pasar la noche calentitos, se fueran a la esta-cin de trenes la Hauptbanhof, la llaman, que estaba muy cerca de all y tena un bar abierto a todas horas.

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    ! En la calle, la atmsfera era tan hmeda y fra que los espabil como una ducha de agua helada. Pasaba de la medianoche y no se vea un alma. Sus pasos resona-ban, amortiguados por la nieve helada. Tenan que andarse con cuidado porque resba-laban a cada momento.

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    ! Me sale sangre por las orejas? pregunto Bund. Es que no me las no-to!

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    ! Hamburgo es nuestro Everest coment nuestro padre como respuesta.

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    ! Caminaban encorvados, abrigados con un anorak y una bufanda demasiado delgados. Pese a las cuatro horas de siesta, las piernas les pesaban y los msculos se les haban endurecido como piedras. Tomaron dos cafes bien cargados en la estacin,

  • acompaados por tres vagabundos y un grupo de hippies, y con cierta desidia, medio obligados por la tradicin, abrieron la caja rectangular que haban distrado de la mu-danza. Se repartieron el botn y, como era habitual, pap dedic unos minutos a apun-tar el inventario en la libreta. Luego subieron al Pegaso.

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    ! Gabriel se ofreci para conducir. Ahora que iban cuesta abajo, haba calculado que llegaran a Frncfort hacia las nueve de la maana, justo a tiempo para desayunar con Sigrun y Christof. Les dara una sorpresa. Durante los primeros kilmetros, hasta que la calefaccin empez a quemar a todo trapo, notaron ms que nunca la ausencia de Petroli: cuando estaban los tres en la cabina viajaban ms apretados y se daban ca-lor unos a otros. Bund no tardo en dormirse y, con la banda sonora de sus ronquidos, nuestro padre cogi el volante bien fuerte. En las noches de invierno, todas las autopis-tas del mundo tienen un aire fantasmal. Puso una emisora alemana. La voz del locutor le haca compaa y, aunque no entenda nada, le daba la impresin de que as practi-caba la lengua.

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    ! A las seis y media sali el sol y revel un cielo gris, cargado de nubes bajas. Al cabo de un rato, Gabriel despert a Bund.

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    ! Vete espabilando le dijo, que acabamos de pasar Kassel. No falta mucho para Frncfort.

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    ! Bund se revolvi en el asiento.

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    ! No, no, no podemos pararnos en Frncfort. Si lo hacemos, no llegaremos a tiempo a Francia. Sabes que da es hoy? 14 de febrero, San Valentn, da de los Enamorados! Le promet a Carolina que tambin la visitara. No me puedes dejar tira-do!

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    ! Gabriel dud unos segundos si discutir o no, y al final pis el acelerador sin re-plicarle, asintiendo con la cabeza, un s contrariado. Unos kilmetros ms tarde pasa-ron de largo por la salida de Frncfort. No haba tenido tiempo de avisar a Sigrun de que quera ir a verla, as que tampoco era tan grave. Cuntas veces, en el futuro, vol-vera a aquel segundo de duda? Cuntas veces maldecira su indecisin?

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    ! Sigui conduciendo.

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    ! Si te parece, en la siguiente rea de servicio nos paramos para desayunar dijo, y luego coges t el volante.

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    ! Bund ronc de nuevo por toda respuesta. Se haba vuelto a dormir, tan deprisa que Gabriel hasta dud de haberlo odo hablar un momento antes. Al cabo de veinte kilmetros, ms o menos, en una recta larga y en pendiente, el Pegaso se embal co-mo un caballo alado. Al mismo tiempo, Gabriel not un estorbo en la vista como un granito de arena, y un peso irresistible en la frente que tiraba de l hacia delante. En-tonces l tambin se durmi.

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    ! En el mundo exterior volva a nevar con fuerza.

    ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !! ! ! ! ! ! ! ! ! ! Segunda Parte LLEGADAS ! ! !

    ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !! ! ! ! ! ! ! ! 1 En el aeropuerto ! ! !!

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    ! ! ! ! ! El turno de Cristfol

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    ! La primavera de 1968, los pasillos y salas de espera del aeropuerto de Barcelo-na brillaban con un resplandor engaoso, como de hielo quebradizo. Aunque ya haca algunas semanas que el ministro espaol del Aire haba inaugurado la nueva terminal internacional del Prat, cada da surga alguna traba por resolver. Cuando se abran las puertas por la maana, el suelo de mrmol encerado durante la noche deslumbraba de tan brillante, y los vestbulos, estucados de un beige oficial que entonces se llevaba mucho, se reflejaban en l con suntuosidad. A medida que los viajeros pasaban arriba y abajo, sin embargo, escopeteados por la prisa o aburridos por el retraso, arrastrando bolsas y maletas y tirando colillas mal apagadas, los suelos se desgastaban y perdan

  • presencia. A medioda las zonas ms transitadas adoptaban un aire de lpida abando-nada y la terminal, entonces, pareca ms que nunca un vasto mausoleo, hostil y ceni-ciento. Alguna autoridad se fijara en un trnsito entre dos vuelos, o mientras vagaba nerviosamente a la espera de una visita oficial (los pasos perdidos, las gafas de sol), y de pronto la direccin contrat a tres hombres para que dedicaran toda la jornada a una sola misin: barrer, fregar y hacer resplandecer el aeropuerto como si cada da lo tuvie-ra que inaugurar el mismsimo Generalsimo.

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    ! Los elegidos se llamaban Sayago, Leiva y Porras, y la primera vez que se vie-ron fue en el despacho del intendente. Un calendario de sobremesa con publicidad de Iberia sealaba el viernes 21 de junio de 1968. Aunque nadie se lo haba pedido, los tres trabajadores se pusieron firmes y en fila, la espalda recta, como si aquel seor con cara de judas les fuera a pasar revista. El intendente les dedic cinco minutos para aleccionarlos en su nueva tarea, les hizo saber de paso que tena vocacin de poeta y les orden que se pusieran a limpiar de inmediato. Ya saba que les haba dicho que empezaran el lunes, pero aquella tarde llegaba un cardenal italiano, en trnsito hacia Jerusaln, y vendra a recibirlo un sinfn de personalidades religiosas y cargos polticos. Los mrmoles del aeropuerto deban refulgir de espiritualidad como los de la baslica del Vaticano. Sera su prueba de fuego.

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    ! Leiva, Porras y Sayago corrieron a cambiarse y se entregaron a la limpieza con tal devocin que aquel da se ganaron el cielo y la salvacin eterna. Luego resulta que Su Eminencia ni siquiera pis la terminal, pero sta es otra historia. Ms tarde, al ano-checer, cuando su jornada haba concluido, se detuvieron los tres en el bar del aero-puerto para tomar una cerveza. Estaban agotados, con agujetas en las muecas de tanto fregar, y ese primer cansancio los uni como un secreto que refuerza la complici-dad naciente. Aunque no se conocan entre s, result que sus biografas eran vasos comunicantes y pronto lo descubrieron. Sayago y Leiva pasaban de los cuarenta, vivan en el barrio de Magoria y haban llegado a Barcelona ms o menos por la misma po-ca, diez aos atrs. Poco a poco, en las pausas para desayunar o mientras cogan el autobs que los llevaba a casa, descubrieron que ambos haban nacido en la provincia de Jan, en dos pueblos separados tan slo por una veintena de kilmetros de pedre-gal; que en casa sus mujeres cosan para la misma seora desptica; que, con el tiem-po, la aoranza de la tierra se volva cada vez mas abstracta, como un lunar o una marca de nacimiento en la piel de la que ests vagamente orgulloso cuando te miras al espejo, pero nada ms.

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    ! Sayago, que concentraba su personalidad en un bigote poblado y una barba bien recortada, disfrutaba buscando puntos de contacto con Leiva y a menudo se haca pesado con tanta pregunta. Dime, qu profesor tuviste en la escuela? No sera ese

  • malnacido del seor Paredes, verdad? En aquellos aos, los maestros iban de pueblo en pueblo No, no, el haba crecido con la seorita Rosario, que les regalaba anises si se portaban bien por lo menos durante los seis aos en los que fue a la escuela. Leiva era desaseado pero de buena pasta. Se pasaba la mano por el pelo largo y gra-siento y se obligaba a recordar algunos detalles de su vida que el presente haba lo-grado enterrar con una palada de realidad. A veces, por desida, o por no decepcionar a Sayago, le contaba mentiras: s, por supuesto, l tambin se acordaba de la familia de actores que cada primavera recorra los pueblos de la provincia, con esa chica que ca-da ao era ms mujer y enseaba ms carne, y con el padre que no le quitaba ojo des-de el escenario

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    ! Porras era mucho ms joven, diecisiete aos recin cumplidos. Tena una figura esbelta pero desgarbada, como si lo guiara la aceptacin de cierta fatalidad. Viva o ms bien dorma en el barrio de Verdun, en la otra punta de Barcelona, con su ma-dre, dos hermanos y una hermana. Tenan un piso alquilado desde haca cuatro aos, cuando haban llegado de Murcia, y como el chico estaba harto de recibir collejas en la escuela el chivo expiatorio de un hatajo de inadaptados y unos profesores vencidos por la frustracin. su hermano mayor, que se ganaba la semanada como camarero en el bar de la terminal, lo haba hecho entrar en el aeropuerto. Cada da se levantaban ambos a las siete de la maana y cruzaban la ciudad montados en la Vespa del her-mano, comprada con la primera paga del 18 de julio.

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    ! Pese a la diferencia de edad, Porras se haba entendido bien con Sayago y Lei-va desde el primer da. Puesto que no tena padre, ellos ejercan de figura paternal, pe-ro sin la carga de responsabilidad sangunea. Para los dos mayores, ms que un hijo, Porras era como una imagen previa de s mismos, aquella posibilidad imaginada algu-na vez de empezar una nueva vida desde cero, sin el peso muerto de unos aos que ahora ya no contaban para nada. Adems haba otro detalle que los una: ninguno de ellos haba viajado jams en avin. Todos los das vean cmo despegaban y aterriza-ban decenas de aviones, oan la sacudida en las pistas cuando tomaban tierra y el sil-bido huidizo de cuando se elevaban, pero para ellos aquellos ingenios mastodnticos tenan la presencia irreal de un animal prehistrico.

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    ! Cmo los aprecio, a estos tres personajes! Leiva, Sayago y Porras. Mi madre coincidi con los tres en el aeropuerto durante cerca de diez aos. Se hicieron muy amigos. Desde la cabina en la que atenda a los viajeros enfadados que haban perdido el equipaje, Rita los vea pasar de vez en cuando por delante de la ventanilla. Si no te-na ningn cliente, los llamaba y charlaban un rato.

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  • ! Mam me ha contado que en febrero de 1972, que es cuando toda esta historia contina de verdad, el intendente fanfarrn ya estaba criando malvas por culpa de un fulminante ataque al corazn, y sus libros de versos se vendan a precio de saldo en el mercado de Sant Antoni. Los tres amigos, en cambio, seguan paseando la escoba de una punta a otra del aeropuerto de Barcelona con ahnco, y los lazos de amistad entre ellos se haban anudado prodigiosamente, como en la escena final de una tragicome-dia. Ya haca tiempo que las mujeres de Leiva y Sayago haban dejado a la seora que las maltrataba y haban montado su propio taller de costura. Adems, las dos parejas salan juntas a bailar los domingos por la tarde. Muchos lunes, los dos amigos ya no saban qu contarse, pero eso no les inquietaba lo ms mnimo. Sayago ya no haca tantas preguntas a Leiva, que haba engordado doce kilos, tres por ao, y segua sin pasarse el peine cuando se cambiaban en los vestidores del aeropuerto. Ahora las pre-guntas de Sayago iban dirigidas a Porras, porque sala con su hija de diecisis aos. Cada tarde, despus del trabajo, el chico pasaba a recogerla por la droguera en la que despachaba con la Vespa heredada de su hermano, y un par de horas despus la acompaaba a casa. Al da siguiente por la maana, Sayago, aprovechando alguna coincidencia en la trayectoria por los pasillos, o buscndola expresamente, lo arrinco-naba y acribillaba a preguntas. Adonde haban ido la tarde anterior, qu haban hecho encerrados en la habitacin, si tenan planes de futuro. Le daba un miedo espantoso ser abuelo prematuro y se notaba que estaba nervioso porque no paraba de tocarse las puntas del bigote. Mientras tanto, Leiva los miraba de lejos y daba gracias a Dios por-que su mujer y l slo haban tenido hijos varones dos y ninguna nia.

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    ! Si ahora os hablo de estos tres santones, cristbales, no es por ganas de diva-gar, sino porque hubo un momento en el que su intervencin fue clave en nuestras vi-das. S, en las vuestras tambin. Fijaos si son importantes, Leiva, Sayago y Porras. Con sus trapaceras se ganaron el derecho a adornar la cenefa de esta historia. Pero todo llegar. Ahora dejad que os cuente la primera vez que les vi las caras. Tendra unos siete aos, calculo. Un da que pasaba con mi madre por delante de Niepce, el fotgrafo que haba en la esquina de la calle Fontanella y Va Laietana, nos detuvimos para contemplar una fotografa enorme, de metro por metro veinte, en blanco y negro, que tenan expuesta en el escaparate.

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    ! Va, bscame dijo ella, sealando la foto. A ver si me sabes encontrar.

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    ! Observ aquellas tres hileras de gente trajeada sin saber a ciencia cierta a qu se refera, pero los ojos se me fueron enseguida hacia su rostro, una presencia lvida y exttica, como la llama de una vela, en un extremo de la fila de arriba a la izquierda. Una huella de nio ensuci el cristal del escaparate.

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    ! Era una fotografa de la plantilla de trabajadores del aeropuerto. Unos cincuenta hombres y una docena de mujeres que posaban con sus mejores galas. Haca poco que un alto cargo se haba jubilado en el Ministerio del Aire y uno de los aspirantes a sucederlo haba tenido la idea de hacer aquella foto conmemorativa, justo antes de los parlamentos y piscolabis previstos. En Niepce deban de estar muy orgullosos de aquella foto, o quiz los obligaba algn compromiso personal, porque la mantuvieron expuesta en el escaparate la tira de aos. Casi haba adquirido categora de monumen-to pblico y ya formaba parte de la geografa de la ciudad, como el letrero de la tienda de msica Werner, dos escaparates ms all, o aquel termmetro gigante de Cottet, en el Portal de l'ngel. La foto de mam estaba rodeada por una constelacin de retratos de estudio que tampoco cambiaban nunca y que para la mayora de los transentes eran igualmente aburridos: una promocin de licenciados en Derecho por la Universi-dad de Barcelona, todos con la toga y el birrete oficiales; una aspirante a Miss Barcelo-na 1977 con cara de pnfila y falda de cuadros escoceses; unos novios risueos que interpretaban la felicidad almibarada del da de la boda.

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    ! Mientras estuvo en el escaparate, aquella imagen se convirti en uno de los pa-satiempos de mi niez. Siempre que nos encontrbamos cerca de la plaza Urquinaona, peda a mam que por favor nos desviramos hasta la tienda Niepce para que pudiera buscarla en la foto. Para hacerlo ms entretenido, o quiz porque ella lo necesitaba, la tercera o cuarta vez ya me explic quines eran Leiva, Sayago y Porras, aquellos tres hombres que aparecan quietos como pasmarotes en la fila del medio, hacia el centro de la misma y justo detrs de los altos cargos condecorados.

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    ! Ves a ese chico que tiene cara de pillo, como t? me deca; yo asenta en silencio, aunque no saba distinguir a quin se refera. Ese chico se llama Porras y trabajaba conmigo en el aeropuerto. Todos los das vena en moto, una Vespa, y en in-vierno, por culpa del fro y el aire en la cara, los ojos le lloraban durante toda la maa-na. En cuanto llegaba al aeropuerto, se pona el uniforme y me vena a ver a mi cabina. A veces, en broma, me deca que lloraba por m, porque no lo quera y no le daba un beso. Pero es mentira: s que lo quera.

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    ! Este es el seor que tambin se quedaba las maletas perdidas?

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    ! S. l y los dos amigos que lo acompaan, Leiva y Sayago.

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    ! Yo dira que Leiva miraba de reojo la calva del gerente del aeropuerto, de pie delante de l. El joven Porras tena la boca entreabierta, como si se le escapara la risa, y a su lado Sayago, claro esta, se haba arreglado el bigote y miraba a la cmara con ademan de seorito. Cada vez que nos detenamos ante ese escaparate a menudo pasaban meses entre una visita y la siguiente, mam me contaba algn detalle ms de la vida de sus tres amigos o la suya en el aeropuerto.

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    ! Yo creca, la foto amarilleaba.

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    ! No s cundo quitaron del escaparate de Niepce aquella reliquia descolorida por el sol. Un da, muchos aos despus, pas por delante de la tienda y al buscarla instintivamente con la mirada me di cuenta de que ya no estaba. Me dio un vuelco el corazn, y al instante me quem por dentro una fiebre nostlgica, absurda si queris, y me dej all petrificado un buen rato. Aor la fotografa como se aora un juguete in-separable cuando eres pequeo, con esa fuerza desmesurada que los recuerdos salen usurparle a la vida. No hay por que ponerse dramticos, pero es que aquella imagen del aeropuerto era el enlace ms directo que tenia yo con mi oscuridad previa, con mi eternidad oscura, cuando an no haba nacido. Detenida en un instante concreto, aquella foto contena una ansiedad latente la de mi madre, la informacin cifrada de su vida en juego, vacilante, y para m se haba convertido en un tesoro. Al mismo tiempo, detrs de aquel grupo de personas se entrevean los pasillos del aeropuerto, bruidos por los tres amigos, que haban acogido los pasos desorientados de mi futuro padre de nuestro padre Gabriel. Un segmento de tiempo breve pero decisivo, otro tesoro.

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    ! No hay por qu ponerse dramticos, digo. Cuando volv a casa, por la tarde, co-rr a contarle a mam que haban sacado la foto del escaparate de Niepce. Esperaba conmoverla, que compartiera mi disgusto y nos indignramos juntos, pero no le dio la menor importancia. Por toda respuesta, abri un armario y rebusc en una caja de ho-jalata llena de papeles: resulta que conservaba una copia de la fotografa, de tamao ms pequeo. Se la haban regalado a los trabajadores del aeropuerto das despus de la fiesta a modo de compensacin por haber participado en aquella farsa privada, pero nunca me la haba querido ensear para mantener intacta la magia del escapara-te. Despus se haba olvidado de que la tena. Contemplada de nuevo aos despus, a primera vista, pareca una de esas fotos de peregrinos a Lourdes: un grupo de perso-nas, todas ellas tullidas, enfermas o enlutadas, hacindose retratar bajo aquella luz de santidad ungida por la bendicin de la Virgen. Cruces y velas y curas. Desde su rincn,

  • arriba a la izquierda, mi madre podra haber representado perfectamente el papel de una Virgen que levitaba. Se lo dije y solt una carcajada seca, con aquel punto de amargura que le haban aadido los aos y los desengaos. Y dos vasos de whisky diarios.

    ! ! ! !

    ! Volv a la fotografa y observe de nuevo su rostro juvenil de entonces.

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    ! Cuntos aos tenas?

    ! ! ! !

    ! Lo sabes de sobra.

    ! ! ! !

    ! No, venga,cuantos aos tenas?

    ! ! ! !

    ! Echa cuentas. Veintiuno o veintids. Pero con la cabeza llena de pjaros.

    ! ! ! !

    ! Me fij una vez mas en el contraste de todos aquellos rostros que la acompaa-ban. Cuatro capitostes engominados en primera fila y un contingente de hombres insig-nificantes a su alrededor, que se esforzaban por disimular el dolor de pies, las letras por pagar o el gusto inspido del agua del grifo. Entre ellos, los tres amigos de mam: Sa-yago, Leiva y Porras.

    ! ! ! !

    ! Como me vio tan curioso, me arrebat la foto de las manos y la observ deteni-damente. Luego me dijo con voz desafiante:

    ! ! ! !

    ! Sabes que, en cierto sentido, t tambin sales en esta foto?

    ! ! ! !

    ! Yo?

  • ! ! ! !

    ! S, aquella misma semana me enter de que estaba embarazada. Justo antes de la sesin de fotos, vomit en los lavabos del aeropuerto. Por eso salgo tan plida. Al da siguiente me fui al gineclogo

    ! ! ! !

    ! La foto me la he quedado yo.

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! Al aeropuerto! Al aeropuerto! Tenemos prisa!

    ! ! ! !

    ! Son mis hermanos, y estn impacientes. Hace rato que me atosigan con esta clase de gritos e imprecaciones, medio en broma, medio en serio, espolendome a ca-da paso porque soy el ms pequeo y se creen que les har caso. Ahora que soy yo quien lleva el volante, querran que condujera esta historia como un taxista endiablado, derrapando en cada esquina, atajando por calles secundarias y saltndome los sem-foros en rojo. Te daremos una buena propina, venga, ahrranos los detalles y llvanos al aeropuerto. Pero las aventuras de nuestro padre no tienen prisa, al contrario, se arre-llanan en la calma gris de una maana de febrero, al pie de un avin. De sobra lo sa-ben.

    ! ! ! !

    ! Entre todos queremos formular la aritmtica improbable de un mismo padre y cuatro madres repartidas por Europa, de acuerdo, pero ahora soy yo quien ensaya el solo. Cristbales: habis tenido vuestro momento, y a fe que lo habis aprovechado. Ahora soy yo, el hijo de Rita Manley Carratal, quien decide cunto tiempo debemos recular, hermanos. Vosotros seris el coro y la orquesta. Los que dan palmas. Una vez ms, debemos coger carrerilla para poder saltar, por eso ahora volveremos al mes de abril de 1967 (y ms atrs si es necesario), cuando Rita acababa de cumplir diecisis aos y su habitacin inexpugnable para los padres era como una casa-museo de los horrores adolescentes. Sus complejos, sueos, desilusiones, fantasas y monstruos se acuartelaban entre esas cuatro paredes da y noche, y si no estabas inmunizado, como sus amigas, cinco minutos all dentro eran suficientes para que te diera vueltas la cabeza. Haba adornado las paredes de la habitacin con una galera de fotos de sus dolos musicales, clavados de perfil para obtener un efecto ms rompedor. Una radio Zenith con el volumen estropeado, altsimo, y una antena combada que buscaba las ondas orientada hacia la luz de la ventana, como si funcionara por fotosntesis, sonaba a todas horas. Una coleccin de muestras de perfume, sombras de ojos, pintalabios y otros productos de maquillaje, robados en las sesiones informativas de Wella y Avon, escrupulosamente ordenados sobre el antiguo escritorio, formaban la maqueta de una

  • ciudad de cristal. En un rincn se aburran unos cuantos ovillos de lana polvorientos y la mquina de tricotar que le haban dejado en prstamo al comprar los cursos CCC: de las barras dentadas salan quince centmetros de un jersey de lana rojo que el invierno anterior haba logrado retener la paciencia y el inters de Rita durante seis semanas enteras (hasta dos centmetros antes de que el ciervo blanco que deba adornarlo lle-gara a tener patas).

    ! ! ! !

    ! Con la puerta de la habitacin entornada, ese sbado por la maana Rita remo-loneaba en la cama y saboreaba el trasiego de sus padres movindose por la casa. Abran armarios, metan ropa en las maletas y discutan a cada momento por minucias que los nervios magnificaban. Msica celestial para sus odos: por primera vez en la vida, sus padres se marchaban de viaje y ella se quedara sola durante siete das ente-ros. De sbado a sbado. 168 horas. 10.080 minutos. 604.800 segundos de libertad adulta que empezaban a respirarse por la rendija de la puerta. En aquellos siete das caban todas las travesuras y pecados que Rita haba sabido imaginar muy inocentes todos ellos, y an le sobrara tiempo para los que ni tan siquiera se atreva a prever. Quin se lo iba a decir: ahora las amigas le envidiaban unos padres tan modernos y ella, hija nica de hijos nicos, consentida y protegida hasta el dolor, disfrutaba por pri-mera vez de los beneficios de aquella ausencia.

    ! ! ! !

    ! Una noche su padre haba llegado de la tienda con una sonrisa de oreja a oreja. Durante la cena haba abierto una botella de champn que guardaban en la nevera por si acaso y, acto seguido, haba respondido a las preguntas de madre e hija sacndose del bolsillo dos billetes de avin a Pars y una reserva en el hotel Ritz de la place Vendme. Le temblaban los dedos de emocin cuando los dej sobre el mantel, y co-mo siempre que se emocionaba, su expresin rgida le caricaturizaba el rostro, como un mueco de feria. Luego les haba explicado la intriga: su principal proveedor de pe-lucas, un mayorista de Pars, haba querido gratificarlo con un viaje por todo lo alto por-que en su ltimo pedido le haba comprado la peluca nmero dos mil. Los padres de Rita mis abuelos, Conrad Manley y Leo Carratal, nunca haban salido de Espaa. El viaje de novios, veinte aos atrs, los haba llevado hasta Valencia y Alicante para visitar a una retahla de parientes de la novia. Un llavero de madera del parque nacio-nal de Ordesa, colgado en el recibidor del piso, les recordaba unas vacaciones en el Pirineo aragons de haca una dcada. Y poca cosa ms. Para la pareja, Pars siempre haba representado la ciudad ideal, una fantasa romntica resumida en unos pocos tpicos. La torre Eiffel, el Louvre, las pelucas de Luis XVI!

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    ! Rita se fue espabilando en la cama. Con el odo puesto en aquel ajetreo, hojea-ba el ltimo nmero de la revista Garbo. En la habitacin de al lado, haca rato que su padre peinaba dos pelucas, la que se pondra para el viaje y la que metera en la male-

  • ta de recambio. Sobre la cabeza del maniqu, ambas parecan tener la misma cada y la raya a la izquierda, pero la de recambio era ms atrevida porque la cabellera se alar-gaba cuatro centmetros ms que la otra y acababa en unos rizos minsculos, muy dif-ciles de conseguir. Era ms Belmondo que Delon, por as decirlo. Mientras le pasaba el peine arriba y abajo, con tanto esmero como si fuera su propio pelo, Conrad Manley hablaba solo, mova el cuello de forma espasmdica y de vez en cuando levantaba la voz.

    ! ! ! !

    ! Ah, si el desgraciado de mi padre an estuviera aqu! gritaba sarcstico. Mira adonde nos llevarn las pelucas!, le dira a la cara, a Pars, nos llevarn!.

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    ! Siempre que se refera a su padre, la calva, reluciente y delicada de tantas cre-mas y lociones que se pona, se le tensaba y se volva de un rojo escarlata. Incluso cuando vesta una peluca como deca l y no se le vea, la piel oculta bajo sta adquira una tonalidad morada, de berenjena tierna, que se poda entrever rebosando las fronteras del pelo postizo, como una marea alta. No era de extraar, sin embargo. Mi abuelo Conrad y su padre Mart mi bisabuelo se odiaron toda la vida, compulsi-vamente, y si hacemos caso de las palabras de mi abuelo tantos aos despus, el odio les sobrevivi. Se puede decir que la aversin mutua empez bien pronto, cuando mi abuelo tuvo que dejar los estudios para ponerse a trabajar, y fue creciendo con el tiem-po hasta convertirlos en personajes fsicamente antagnicos, la noche y el da.

    ! ! ! !

    ! Ahora, cristbales, preparaos porque daremos otro paso atrs. Al volver de la guerra en la que haba fingido que luchaba con los republicanos hasta que le haba tocado pasarse a los nacionales, sin ningn problema, mi bisabuelo Mart entr a tra-bajar en una barbera de la ronda de Sant Pau, muy cerca del Paral lel, el mismo esta-blecimiento que aos despus mi abuelo transformo en tienda de pelucas o peluquera. Antes de la guerra, Mart Manley se dedicaba a repartir gnero por encargo de algunos puestos del mercado de Sant Antoni, pero en el frente haba aprendido a escaquearse haciendo de barbero, y aquello de matar piojos con una mquina de afeitar, cercenando los pelos como quien pasa el rastrillo para separar las hojas muertas del csped, lo ha-ba divertido mucho y los soldados, para ms inri, no se quejaban. Ms adelante, como tambin le haba tocado afeitar y cortar el pelo a unos cuantos mandos, haba aprendido a dominar el pulso y controlar las tijeras para evitar desastres que pudieran enviarlo derecho al calabozo.

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    ! Si bien la experiencia militar no le serva de nada, pronto se hizo el amo de la barbera. Al parecer, en familia era un hombre hurao y de pocas palabras, como si

  • aquella temporada en el frente le hubiese secado los sentimientos, pero con el peine y las tijeras en las manos se transformaba y dominaba todos los registros de la conver-sacin banal. Hablaba con los clientes mirndolos a los ojos, a travs de la realidad in-versa de los espejos, y saba hacer bromas y darles la razn en todo sin parecer un adulador. A veces, la forma particular de un crneo, o de una oreja, o de una nuca ra-pada, o la confianza de un cliente al levantar el cuello y ofrecerle limpiamente la carti-da, le hacan revivir aquella fraternidad masculina de los das del frente, tan natural y a la vez tan infantil, y durante diez minutos echaba de menos la guerra.

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    ! Tres aos despus de haber empezado a trabajar, el verdadero amo de la bar-bera se jubil y Mart Manley le compr el negocio por poco dinero, pero firmando un papel en el que se comprometa a colgar en la pared una foto suya enmarcada, para que los clientes de toda la vida no lo olvidaran, y a ofrecerle gratis, hasta el da de su muerte y a punto de enterrar, los servicios de la barbera. En lugar de contratar a un aprendiz para que lo ayudara Mart saco a Conrad de la escuela y un lunes por la ma-ana se lo llev a la barbera. Para hacerlo menos traumtico, mi bisabuela Dolors, que por dentro execraba el mal carcter de su marido, le haba comprado una bata blanca y le haba bordado el nombre en el bolsillo. Corra el ao 1944, mi abuelo Conrad tena quince aos y el vello del bigote y la barba le sala slo en crculos aislados que dificul-taban el afeitado. Toda una premonicin.

    ! ! ! !

    ! Poco a poco, la barbera se haba hecho un nombre en todo el barrio. No pasa-ba un da sin que algn desconocido entrara en ella por primera vez, y a menudo repe-ta al cabo de unas semanas. Como estaba cerca del Paralelo, a media tarde algunos galanes de las revistas hacan un alto en el camino antes de ir al teatro y se hacan re-pasar las puntas, o se afeitaban y se retocaban las patillas. En la pared, sus fotos dedi-cadas empezaron a hacer compaa a la del antiguo amo. Cuando salan a la calle, en-vueltos en una nube de laca y dejando un rastro de locin a su paso, Mart Manley, henchido de orgullo, se miraba en el espejo con una ojeada rpida y vergonzosa. Era feliz.

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    ! Entonces, justo cuando haca un ao y medio que trabajaba como aprendiz en la barbera, por no se sabe qu clase de complot gentico, Conrad Manley empez a perder pelo. Al principio la epidemia se manifest como todas las epidemias, con unos cuantos sntomas fortuitos. Cuatro pelos negrsimos sobre la almohada, al levantarse; un mechn enroscado en el peine; un manojo de pelos que atasca el desage de la baera. Pronto, sin embargo, apareci con toda virulencia la coronilla, devastando la regin en pocas semanas. Cuando se percat de su incipiente calvicie, Conrad se apresur a disimularla peinndose hacia atrs, porque saba que su padre se sentira traicionado por aquel erial. Mart estaba convencido de que gran parte del xito del ne-

  • gocio se deba a la imagen que daba el barbero en cuanto modelo esttico a seguir y todos los das, antes de abrir, se arreglaba la mata de pelo con un esmero enfermizo. La naturaleza haba sido generosa con el, y un tup se le alzaba sobre la frente con la misma presencia seorial que la marquesina del hotel Colon. Infunda respeto.

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    ! Pese a los esfuerzos de Conrad por ocultar aquella calamidad, la zona devasta-da sigui creciendo. Una pocin comprada a un boticario de la calle Uni, de un color amarillo fecal y un hedor a cloaca, le concedi, contra todo pronstico, tres semanas de esperanza y una coleccin de pesadillas pestilentes: tena que embadurnarse la cabe-za con el ungento antes de irse a dormir y cubrrsela con una redecilla. Pasada la tre-gua, sin embargo, sus cabellos parecan an ms asustados y se suicidaban en masa.

    ! ! ! !

    ! Pronto le fue imposible ocultar la alopecia y Mart empez a mirar a su hijo con malos ojos. Primero le critic los peinados estrafalarios, y al cabo de poco ya se burla-ba de l delante de la clientela sin ningn remilgo, de aquella calva innoble en un ado-lescente.

    ! ! ! !

    ! La cosa iba ms o menos como sigue: Mart le da los ltimos retoques al peina-do de un cliente. Las tijeras buscan los cuatro pelos fugitivos que an sobresalen y se los llevan con un golpe seco, cortando el aire. El espejo que ocupa todo un lienzo de pared refleja una escena cotidiana: el rostro del cliente, en primer trmino, que pone cara de satisfecho y parece levitar con vida propia, como si debajo de la sbana blanca no hubiese un cuerpo sentado; la figura inquieta de Mart, que aguanta otro espejito y permite que el cliente contemple su propia nuca mientras asiente y dice que s, gracias, es exactamente lo que quera; la calva de Conrad, por ltimo, una santa corona, que pasa por detrs de ambos mientras barre aquel lecho de pelos sacrificados.

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! MART: Eso es. Ya puedes barrer, ya A ver si de tanto remover los pelos de otros se te injerta alguno, por el amor de Dios!

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! ! ! ! ! ! CONRAD:

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! CLIENTE: Tan joven y con esa calvorota. En eso s que no te pareces a tu pa-dre, muchacho.

  • ! ! ! ! ! ! ! !

    ! CONRAD:

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! MART: Ni en eso, ni en nada.

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! CONRAD:

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! As se fraguaba el odio entre padre e hijo, en silencios tan ligeros y a un tiempo tan cargados de resentimiento como aquellos tres puntos suspensivos de Conrad. La escena se repeta a menudo, con escasas variaciones, y la mayora de los clientes da-ban la razn al padre (quiz porque los invitaba a hacerlo el tacto fro de la hoja de afei-tar en el cuello), pero de vez en cuando alguien se mostraba comprensivo con el chico y a travs del espejo intentaba transmitirle una mirada de nimo, un misericordioso ar-queo de cejas. Conrad se limitaba a contestarle con una sonrisa compungida y enco-gindose de hombros. En cierta ocasin, un seor que iba a menudo a la barbera a teirse el bigote, rubio de la picadura, propuso alegremente la solucin de la peluca.

    ! ! ! !

    ! Eso nunca! Ni hablar! grit Mart, y movi la cabeza con tal violencia que el tup, compacto y brillante como si fuera de baquelita, pareca a punto de agrietar-se. Las pelucas son obra del demonio, falsas y repugnantes. Son cabellos muertos! No os fiis jams de un hombre que lleva peluca!

    ! ! ! !

    ! Con el tiempo, la resignacin acobardada de mi abuelo Conrad se haba ido transformando en orgullo. Los reproches de Mart le rebotaban cada vez ms contra la coronilla y fortalecan su personalidad con una aversin visceral. Por la noche, cuando Mart ya dorma, su madre y l conspiraban. Los susurros nocturnos a menudo estalla-ban en carcajadas sofocadas y escarnecan a un hombre grotesco, una caricatura de aquellas que por entonces dibujaba Nogus. Me imagino que era el nico recurso que tenan madre c hijo para soportar la vida al lado de un hombre manitico como nadie. Desde haca una temporada, adems, Mart perda los estribos por cualquier motivo y siempre acababa cargando contra su hijo calvo. Todo pareca ser culpa de ste, y ms de una vez, en medio del gritero, se le escapaba que Conrad no pareca hijo suyo. En-tonces su mujer, envalentonada por la acusacin, le preguntaba de quin era si no, y l,

  • atacado de los nervios, rojo de ira, le peda que repasara cada rama del rbol familiar hasta dar con un calvo, con uno solo habra bastante.

    ! ! ! !

    ! Mi teora es que el barbero Mart tena razn y el abuelo Conrad no era hijo su-yo, pero no hay manera de demostrarlo. Es tan slo una suposicin, por no decir un deseo, que se basa en una trayectoria familiar llena de pasos en falso y expectativas defraudadas. En mi rama materna (hijos nicos de hijos nicos de hijos nicos, siem-pre) dominan los espritus libres y un punto extravagantes. Por tanto, un simple adulte-rio en la Barcelona de los aos veinte concretamente, segn mis clculos, a finales de junio de 1929, durante la Exposicin Universal casi tendra que considerarse un deber por parte de mi bisabuela Dolors.

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! Los cristbales asienten, por la parte no sangunea que les toca. Pero lo hacen de una forma muy mecnica, sin inters, slo para que avance la narracin. Ahora que-rran que saltara adelante en el tiempo y nos furamos de nuevo al aeropuerto, pero no les har caso, porque hay momentos decisivos que no puedo dejar a un lado. Por ejemplo: el da en que mi abuelo Conrad cumpli diecisiete aos y su madre le regal una peluca a escondidas del padre.

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    ! Por la noche, cuando Mart se fue a dormir, Dolors cogi a Conrad y se lo llevo al cuarto de bao, que quedaba fuera, en la galera. Despus le pidi que se estuviera quieto, con los ojos cerrados y de pie delante del espejo, y entonces le puso la peluca, cubrindole la parte calva e incluso unos cuantos pelos de los lados. Todava con los ojos cerrados, Conrad tuvo la sensacin de que le pona un gorro pequeo, quiz una boina, pero luego not los dedos de su madre arreglndole el pelo como si fueran las pas de un peine, y sonri. Cuando abri los ojos, sin embargo, la primera impresin fue desagradable. La persona que vio reflejada en el espejo no era l. Se sinti ridculo, sobre todo porque la peluca le iba muy grande no estaba hecha a medida, claro es-t, y de pronto revivi el momento de desproteccin de muchos aos atrs, cuando era un nio y Dolors lo haba disfrazado de cazador trampero, a lo Daniel Boone. La foto de aquel nio lvido y en tensin, que llevaba una cola de zorro sinttica enrollada alrededor de la cabeza, an corra por los cajones de la casa, como una profeca igno-rada.

    ! ! ! !

    ! Conrad se toc la peluca e intent moverla. El frufr del falso cuero cabelludo le eriz los pelos autnticos de la nuca.

    ! ! ! !

  • ! No sufras, que ya la arreglaremos le dijo Dolors desde el espejo. Es cosa de cuatro tijeretazos y un poco de fijador. Pero el color es clavadito al tuyo.

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    ! Segn cuenta mi madre, que con el paso del tiempo se ha hecho un retrato de su padre como un bobalicn a ratos entraable y a ratos terriblemente cargante, Conrad Manley no supo hasta al cabo de muchos aos que aquella peluca provena de un muerto. Tres o cuatro puertas ms abajo de donde vivan ellos en la calle del Tigre, haba unos alpargateros con los que mi bisabuela se llevaba muy bien. Eran mayores que ella y durante la guerra, mientras Mart Manley estuvo en el frente, haban ayudado mucho a Dolors y su hijo. Desde que haban reabierto la tienda con todas las de la ley, una vez superados los malos momentos, siempre tenan a un to impedido hacindoles compaa. El hombre haba perdido el habla de un ataque de apopleja, pero desde su esquina, aparcado en un mullido silln, no perda detalle de cuanto pasaba en la tienda. Se dira que, ms que con el odo, segua las conversaciones con aquellos ojillos relu-cientes. Era un soltern con aires mal disimulados de mariquita segn decan sus propios sobrinos, y lo cierto es que de su vida no se saba mucho, porque siempre haba sido un poco dscolo. Bohemio y presumido, antes del ataque le gustaba recordar que haba compartido noches de absenta y cabaret con su amigo Santiago Rusiol. Los sobrinos lo cuidaban con la esperanza (vana) de que el da que se muriera saliese a la luz una herencia oculta un cuadro de jardines colgantes, un dibujo de una mujer lnguida, una obra de teatro indita del amigo y cada maana para tenerlo contento, antes de bajarlo a la tienda, le vestan un traje y un corbatn y le ponan la peluca que siempre haba usado. Incluso en los ltimos tiempos, cuando ya estaba ms desmejo-rado, aquel hombre sentado en silencio en el silln saba lucir un porte orgulloso y dig-no, de una presencia que fascinaba a cuantos entraban en la tienda.

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    ! El da en que por fin la peluca repos sobre la cabeza de Conrad Manley, haca tres meses que mi bisabuela la deseaba. Tres meses de ansias y clculos, de insinua-ciones primero y proposiciones claras despus, hasta que la haba apalabrado con los alpargateros. El viejo to soltero haba tenido otro ataque, esta vez ms violento, y el mdico haba advertido a los sobrinos que no se hicieran ilusiones. Ahora el hombre dorma a todas horas y resultaba mucho ms difcil de mover que antes, de modo que ya no lo bajaban a la tienda. Le quedan cuatro das, decan con un hilo de voz los sobrinos, pero los cuatro das se alargaban y multiplicaban. Los viernes y sbados, que era cuando haba ms trabajo en la alpargatera, Dolors se ofreca para cuidar al en-fermo. Ahora ya no se molestaban en ponerle la peluca, y ella, cuando estaba sola, di-simuladamente, le estudiaba y meda el crneo con una aficin de frenlogo.

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  • ! Tal como estaba previsto, una vez muerto y enterrado el to, la peluca fue un re-galo de los sobrinos en pago por todos aquellos ratos de asistencia. Se desprendieron de ella de buen grado, pues mi bisabuela les haba confiado sus intenciones y se de-can que as, cuando Conrad la llevara, sera como si una parte del pobre to siguiera viva.

    ! ! ! !

    ! Aunque no la luci muchos aos, Conrad nunca olvid aquella primera peluca. Hablaba de ella con el mismo sentimiento con que recordamos al primer perro que tu-vimos de pequeos: el modo en que nos buscaba y se dejaba acariciar, la servidumbre incondicional y aquel dolor desconocido que nos paraliz cuando se muri, siempre in-justamente. Y es que, adems de hacerle mucha compaa, aquella primera peluca le daba seguridad. A menudo, los sbados por la noche y los domingos por la tarde, sala a dar una vuelta con los amigos. Bajaban por la calle Viladomat hasta el Paralelo y se metan en algn bar que tuviera futboln, o se apostaban en la acera del Teatro Arnau una hora antes de que empezara la revista y repasaban a todas las bailarinas y vedet-tes que entraban por la puerta de servicio. Las conocan de las fotos colgadas en la pa-red las clasificaban en una lista y se las repartan hipotticamente y les costaba poco imaginrselas sin aquellos vestidos holgados de salir a la calle, con los tocados de plumas en la cabeza y cubrindose la desnudez con las estratgicas boas y mallas de lentejuelas. De todo el grupo, Conrad era el nico que se atreva a dedicar algn comentario indiscreto a las chicas, un silbido de admiracin al que ellas solan respon-der con una sonrisa de desdn, como tocaba, y aquel coraje adolescente era el reverso de la timidez que lo angustiaba media hora antes, en casa, cuando anunciaba a sus padres que sala con los amigos. Mart le soltaba un adis desganado desde su silln, sin mirarlo; Dolors le daba un beso y le guiaba el ojo mientras le palpaba disimulada-mente las costillas. Era una tctica urdida por ambos: encerrado en su habitacin antes de salir, Conrad se guardaba la peluca debajo de la camisa, cuidando de que no abulta-ra, y una vez en la calle, cuando ya haba caminado lo bastante para alejarse de su ba-rrio a cada paso, los pelos le hacan cosquillas en la barriga, entraba en cualquier cafetera, preguntaba por el lavabo y all dentro, lejos de todo y de todos, se pona la peluca y se la arreglaba con un golpe de peine. Se saba los gestos de memoria, de tanto repetirlos, y cuando volva a la calle, henchido de orgullo, era en realidad otra persona.

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    ! Como la idea de presentarse delante de su padre con la cabeza disfrazada le resultaba insoportable, Conrad y su madre se haban resignado a aguantar durante los aos que hiciera falta aquella vida de conjuras atemorizadas, pelucas furtivas y lavabos pblicos, hasta que Mart se muriera o quisiese la mala suerte que algn cliente lo co-mentara en la barbera sin saber que estaba encendiendo la mecha de una bomba. El desenlace feliz, sin embargo, lleg mucho ms pronto de lo que nadie crea: mi bisa-buelo la di un sbado por la noche, solo e ignorado, cuando haca dos aos que su hijo llevaba la peluca del vecino muerto y todo el barrio comparta el secreto.

  • ! ! ! !

    ! Deban de ser las ocho de la tarde. Ya haba cerrado la barbera y, como cada semana, dedicaba un rato a llenar las botellas de locin de afeitar Flod. Aunque los clientes crean que les abofeteaba la cara con un masaje de verdad y hacia mucha comedia, abanicndolos con una toalla cuando decan que era muy picante, lo cierto es que mi bisabuelo usaba una locin comprada al por mayor. La destilaba un qumico del Poble Sec en el garaje de su casa, y cada tantas semanas Mart suba hasta el pie de Montjuc con dos garrafas de cristal vacas, de cinco litros cada una, y volva con las garrafas llenas. Por lo visto, la mezcla lograda por el qumico del Poble Sec se pareca mucho al autentico Flod, y la nica diferencia era que la locin falsa tena una mayor proporcin de alcohol puro.

    ! ! ! !

    ! Cuando Dolors lo encontr muerto, aquel sbado a medianoche, Mart yaca en el suelo con la boca torcida y los ojos abiertos, y a su lado estaba una de las garrafas, hecha aicos. El falso Flod se haba derramado por el suelo y la barbera haba que-dado sumergida en el olor dulzn y viril.

    ! ! ! !

    ! Parece que nos encontremos en los vestuarios del Price coment uno de los guardias civiles al levantar el cadver. Como mnimo, el seor habr tenido una muerte perfumada. No hay mal que por bien no venga

    ! ! ! !

    ! El mdico forense decret una muerte por intoxicacin etlica y paro cardaco, pero nunca se supo qu mat realmente a Mart, si el infarto o la inhalacin excesiva de falsa locin. Sea como fuere, es una lstima que todo resultase tan sencillo y prosaico porque, visto con perspectiva, le habra pegado ms una muerte furibunda, un ataque de rabia tras descubrir el secreto que le ocultaban madre e hijo. Me imagino una esce-na ms dramtica, por ejemplo, sobreactuada como si la interpretara un cuadro de afi-cionados: veo a mi bisabuelo que vuelve del caf un sbado por la noche no hace falta cambiar de da y pasa por delante de La Paloma, en la calle del Tigre. Veo a Conrad que est a punto de entrar con sus amigos y veo la peluca toda ufana sobre su cabeza, brillante y borracha de laca. Veo a Mart, que mira aquella cabellera de lejos, con cierta admiracin profesional, y al acercarse se percata del engao. La mirada, que ahora es de asco, va de la mata de pelo a la cara del propietario, y entonces veo que se da cuenta de que es su hijo Conrad. Veo cmo se le inflan las venas del cuello y los ojos se le salen de las rbitas. Veo cmo las piernas y todo el cuerpo le tiemblan cuan-do se le acerca por la espalda y, abrindose paso a empujones, alarga la mano para arrancarle la peluca. Ahora veo la cara de sorpresa de Conrad cuando se da la vuelta, veo la peluca arrebatada por Mart volando por los aires, veo las manos de Conrad diri-

  • gindose al cuello de su padre. Y cuando el hombre cae al suelo mientras su hijo lo as-fixia, con la misma boca torcida por la mueca del vahdo, le oigo decir sus famosas l-timas palabras:

    ! ! ! !

    ! Nunca os fiis de un hombre que lleva peluca!

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! Los hechos! Los hechos! Al aeropuerto!

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    ! Mis hermanos vuelven a quejarse porque me voy por las ramas y me entretengo inventando defunciones demasiado fabulosas. Gritan ansiosos (como si ellos no se hu-bieran explayado antes) y me piden que vaya al grano. Tranquilos, cristbales. Ense-guida cojo carrerilla. Mi bisabuela Dolors no llor mucho la muerte de Mart. Cuatro l-grimas sinceras a la hora del psame y poco ms. No bien pasaron las esquelas por el barrio, corri la noticia y el piso se llen de barberos del gremio y clientes de la barbera venan a acompaarla en el sentimiento. Conrad, adems, haba colgado el letrero de Cerrado por defuncin a la puerta del negocio de su padre, quin sabe si ms con-tento que abatido.

    ! ! ! !

    ! Del velatorio nos ha llegado algn instante memorable gracias a los recuerdos de Dolors. El gremio de barberos mando imprimir una esquela que reparti por el barrio y en otras barberas. Bajo el nombre de mi bisabuelo, como si fuese un blasn familiar, hicieron dibujar un peine y unas tijeras cruzados. El antiguo propietario de la barbera, que consideraba a Mart su discpulo, quiso verlo de cuerpo presente. Le abrieron el atad y, cuando lo tuvo delante, mientras gimoteaba, no pudo evitar sacarse un peine de carey del bolsillo y arreglar el venerable tup del difunto, que empezaba a marchi-tarse. Y segn parece el entierro tambin dio que hablar: Conrad Manley haba decidi-do en un primer momento que acudira al mismo sin peluca, por respeto a la memoria de su padre, pero mi bisabuela, que era muy suya, no par hasta convencerlo de que se la pusiera. Al fin y al cabo, Mart ya estaba muerto y lo primero que Conrad tena que respetar era su propia voluntad. Los barberos amigos de Mart lo consideraron una pro-vocacin y ms de uno, al salir de la parroquia del Carmen y darle el psame a la fami-lia, le miraba la peluca de reojo y no poda disimular el desprecio y la rabia.

    ! ! ! !

    ! Esto suceda en 1949, cuando mi abuelo tena veinte aos y slo faltaba uno para que naciera mi madre. El sbito fallecimiento de Mart aliger considerablemente la vida de Conrad y, por as decirlo, no tuvo que volver a quitarse la peluca nunca ms.

  • Al cabo de tres meses de aquel funeral tan hostil, cuando todava llevaba una cinta ne-gra alrededor del brazo izquierdo en seal de duelo, Conrad malvendi los lavacabe-zas, los espejos y los sillones de su padre a un barbero que se instalaba en la calle Ta-llers y abri una tienda de pelucas en el mismo local de la barbera.

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    ! Le puso por nombre Peluquera El Nuevo Sansn, y el acontecimiento con-mocion la vida del barrio. Los primeros das, Conrad recibi unas cuantas cartas an-nimas que lo amenazaban con arrancarle el cuero cabelludo, igual que hacan los in-dios con los rostros plidos en las pelculas de John Wayne. El antiguo propietario de la barbera, que ahora se senta como un hurfano abandonado y no encontraba otro barbero que lo adoptara, mont un escndalo por aquella traicin a la historia y le exigi que le devolviera la foto dedicada. El rector de la parroquia del Carme, en la calle de Sant Antoni, un cuervo al servicio del Movimiento, entr una tarde en la tienda y con una cara de desprecio secular y una voz sinuosa, como de Richelieu, le hizo saber que el nombre del establecimiento era una hereja y quiz incluso un anatema. Conrad le explic que, muy al contrario, la referencia a Sansn pretenda ser un homenaje a las enseanzas de las Sagradas Escrituras, y se lo gan prometindole pelucas gratis para el Jess y los apostles de la procesin de Semana Santa.

    ! ! ! !

    ! Movidos por el afn de borrar cualquier rastro de Mart, Conrad y su madre ha-ban transformado la vieja barbera de arriba abajo. Era como si los pelos cortados que antes cubran el suelo hubiesen colonizado ahora cada rincn: haba pelucas en el es-caparate, majestuosas sobre las cabezas de los maniques, como bustos reales, pelu-cas en los estantes, pelucas en el mostrador, a punto de ser peinadas; pelucas de to-das las medidas, con rizos de oro, largas cabelleras de azabache o pelos blancos em-polvados de talco. Lo nico que madre e hijo no haban podido eliminar del todo era el olor empalagoso del falso Flod, que desde el sbado de la muerte de Mart se haba infiltrado en las paredes. Pese a los cambios, de vez en cuando algn antiguo cliente despistado entraba en la peluquera y preguntaba maquinalmente por Mart. Al amparo de sus pelucas, Conrad haba fortalecido su carcter y no toleraba aquellas regresiones a los viejos tiempos, de modo que, blandiendo la peluca que en aquel momento lo ocu-paba como si fuera una cabeza guillotinada o la cabellera de Sansn en manos de Dalila, se pona como loco y los ahuyentaba desde la puerta:

    ! ! ! !

    ! Aqu no nos quedamos los pelos de nadie! Aqu vendemos los pelos!

    ! ! ! !

    ! En aquella ciudad de holln y estraza de los aos cincuenta, en aquella Barcelo-na apocada y amedrentada, la mayora de la gente vea El Nuevo Sansn como una

  • extravagancia que no tardara en bajar la persiana para siempre, pero justamente cuando perdi el brillo de la novedad y su presencia se fue haciendo ms opaca para todos cuando de nuevo qued engullida por el trfico uniforme de aquellas calles, el negocio empez a funcionar. Conrad gastaba una afabilidad un tanto untuosa y exa-gerada y, cuando intua qu clase de cliente tena delante, ya fuera tmido o presumido, soltaba una de sus mximas:

    ! ! ! !

    ! Yo siempre digo una cosa: cada peluca de esta tienda tiene una cabeza que la est esperando.

    ! ! ! !

    ! Si es que no estamos hechos para ir con la sesera a la intemperie.

    ! ! ! !

    ! Se mire como se mire, una peluca es seal de distincin

    ! ! ! !

    ! Una maana de octubre, el encargado de atrezo del teatro Romea se person en la tienda para comprar pelucas y barbas postizas. El da de Todos los Santos repre-sentaban el Tenorio. Quedaron muy contentos de los tratos acordados y pronto corri la voz entre la farndula. Los teatros del Paralelo tambin se convirtieron en compradores habituales de El Nuevo Sansn. Los galanes que antes se iban a arreglar las puntas a la barbera de Mart volvan ahora a entrar en la tienda, menos presumidos y ms es-tropeados y, medio a escondidas, como si se dedicaran al estraperlo, pedan un pelu-qun que les disimulara la incipiente calva. Las mismas vedettes que Conrad y sus ami-gos haban espiado en el Arnau o el Molino iban ahora a comprar extensiones de pelo para un nmero en el que interpretaban a la reina de Saba acompaada por un coro de salomones con tnicas vaporosas, o en el que una valquiria inocentona, que se cubra la delantera estratgicamente con una melena rubia y larga hasta la cintura, destrozaba un cupl picante. Con dedos temblorosos, Conrad Manley les peinaba las extensiones delante de un espejo y se obligaba a actuar con frialdad, pero cuando llegaba el sba-do, delante de los amigos, se haca el fanfarrn y les contaba milongas que bien po-dran haber sido un nmero de revista. Dolors, que por las tardes le haca compaa en la tienda, lo vea tratar con aquellas chicas y le adivinaba los pensamientos libidinosos. Luego, cuando se quedaban a solas, haca lo posible por dispersarlos:

    ! ! ! !

    ! Hazme caso, hijo mo, y no te les nunca con una de esas frescas. Qu se puede esperar de una mujer que se levanta a medioda y bebe champn para desayu-nar!

  • ! ! ! !

    ! Lo que t digas, mam, pero ya sabes que las clientas siempre tienen razn le replicaba entonces Conrad para defenderlas. Al frecuentarlas, se haba dado cuen-ta de que tras aquella apariencia de mujeres caprichosas se ocultaban unas chicas sencillas y ms bien primarias, fciles de tratar y risueas porque s. Haban llegado de lugares como beda, Ponferrada o Albarracn, y su mundanidad era tan solo una fa-chada de proteccin.

    ! ! ! !

    ! Sea como fuere, los avisos de Dolors no sirvieron de nada y al final Conrad ca-y en las garras de una aspirante a corista. La chica se llamaba Leonor Carratal, Leo, una leona que busca domador, sola anunciar al presentarse, y haba venido de Al-coy para triunfar en el Paralelo. Su padre tena una sombrerera y Conrad vio en ese hecho una seal premonitoria.

    ! ! ! !

    ! Ya se sabe que las pelucas y los sombreros forman una alianza indestructi-ble. Nada como un buen panam, una pamela o un sombrero de copa para asegurar la estabilidad de una peluca le explic a su madre el da que le present a Leo.

    ! ! ! !

    ! Conrad y Leo salieron unos cuantos meses bajo la mirada inquisitorial de Do-lors. La madre tema el momento en que le tocara recoger los huesos de su hijo, devo-rado por la leona, y slo respir cuando por fin le anunciaron que se casaban. Leo abandon los escenarios, las boas y los pasos de baile cuentan que tampoco era nada del otro jueves y se reserv las metforas de cabaret para las noches matrimo-niales.

    ! ! ! !

    ! Las fotos de ambos que conserva Rita son excntricas y graciosas: un hombre-cillo patizambo y de gesto tenso, con la peluca reposando sobre su crneo como un platillo volador, y junto a ste una mujerona atractiva, ingenua y un palmo ms alta que l. Podran ser los dobles del superagente 86, Maxwell Smart, y su esposa.

    ! ! ! !

    ! Bien mirado, mi padre era un intil y mi madre una tontorrona que le segua la corriente concluye Rita cuando la obligo a mirar aquellas fotos. Slo vendan pelu-cas, pero se crean quin sabe qu. Vivan con la cabeza en las nubes. Pap deca que se haba enamorado de mam porque se pareca a Hedy Lamarr, que haba hecho de

  • Dalila en una pelcula de la poca. Como si l tuviera el menor parecido con Vctor Ma-ture! Haba momentos en los que su ligereza resultaba divertida, pero te aseguro que a veces tambin se haca insufrible, incluso para una nia malcrada como yo. Sin em-bargo, es posible que estuvieran hechos el uno para el otro. Por eso tiene sentido que se murieran los dos a la vez.

    ! ! ! !

    ! En das as, mi madre habla como si se hubiese quedado detenida en abril de 1967, con diecisis aos recin cumplidos y luego su vida ya no hubiese sabido conti-nuar. Es como si todava se encontrara en aquella habitacin de adolescente rebelde donde la hemos dejado antes, tumbada en la cama y hojeando el ltimo nmero de Garbo. Rita Manley Carratal pasa las pginas con gesto mecnico. Sus padres, Con-rad y Leo, hacen las maletas. Entretanto, cristbales, si queris, mientras ellos se des-piden, podemos llenar el vaco de estos primeros diecisis aos de vida de Rita. (Los cristbales asienten con una exaltacin que pretende ser irnica.) Vamos all.

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! 1950. Conrad y Leo se casan en la iglesia del Carme. Tres das antes, Leo par-ticipa en su ltima funcin en el teatro Victria, bailando en la revista Locuras de amor.

    ! ! ! !

    ! 1951. Rita nace al cabo de nueve meses, sin duda concebida en un hotel de Pescola. Coincidencias fatales: una semana ms tarde muere mi bisabuela Dolors (ducha, resbaln).

    ! ! ! !

    ! 1953. La venta de pelucas sigue funcionando a pleno ritmo. Mis abuelos com-pran muebles nuevos para el comedor. Los domingos salen a comer a la fonda, se van de excursin a Sant Joan Les Fonts y, por Corpus, a Sitges.

    ! ! ! !

    ! 1956. Rita Manley Carratal empieza a ir a la escuela, con las monjas del Sa-grado Corazn.

    ! ! ! !

    ! 1964. Los jvenes se dejan el pelo largo, pero El Nuevo Sansn no se resiente. Al contrario, Conrad prefiere pensar que todos aquellos peludos fastidian a los barbe-ros. No pasarn muchos aos antes de que un par de cantautores seborreicos y vcti-mas de la calvicie prematura visiten la tienda para comprar una peluca.

  • ! ! ! !

    ! 1967. Abril. Por primera vez en su historia, El Nuevo Sansn cierra por vacacio-nes aprovechando la Semana Santa. El matrimonio Manley Carratal se va a Pars. Los espera una habitacin en el Ritz, en la place Vendme, y una ruta turstica por la Ciudad Luz. El Louvre, Versalles, el Sena en bateau-mouche. Tras darles un beso y decirles adis, su hija Rita oye desde la cama cmo se cierra la puerta del piso. Des-ganada, sigue hojeando el ltimo nmero de la revista Garbo.

    ! ! ! ! ! ! ! !

    ! Ya hemos llegado. Desganada, Rita sigui hojeando el ltimo nmero de la re-vista Garbo. Eran las diez pasadas de un sbado por la maana y no saba cmo em-pezar a gastar aquella libertad extendida. El silencio del piso, tan agradable, le reco-mendaba que se quedara en la cama hasta el medioda. Si volva a dormirse, su madre no la despertara con el alboroto de cada sbado una sinfona de persianas levanta-das, quejas deslumbradas y reproches a voz en grito. Sabore la nueva situacin ha-cindose la remolona y al cabo de un rato decidi que tena que contrselo a alguien. Se levant de la cama y fue al recibidor para llamar a su amiga Raquel. Mientras peda el nmero a la centralita, vio un sobre junto al telfono con el anagrama de una agencia de viajes. Colg y lo abri con urgencia. Dentro estaban los billetes de sus padres. Vuelo IB 1190. Barcelona-Pars. Se le escap un grito de sorpresa. Como iba des-calza, not el fro de las baldosas que le suba piernas arriba y la paralizaba. Intentaba decidir cmo poda arreglarlo, pero la sola idea de que sus padres perdieran el vuelo y le estropearan aquella semana la bloqueaba. Entonces oy la llave en la cerradura y la puerta se abri de golpe. Era Conrad. Tena la cara desencajada y contrahecha de cuando se pona muy nervioso. Unas gotas de sudor le salan por debajo de la peluca estilo Alain Delon y le bajaban por las sienes.

    ! ! ! !

    ! Ya estbamos en la plaza de Espaa y el taxi ha tenido que dar media vuel-ta! grit. Qu desastre!

    ! ! ! !

    ! Antes de que Rita pudiera decir nada, le arrebat los billetes de la mano y se fue sin cerrar la puerta.

    ! ! ! !

    ! Corre, que an estis a tiempo! le dijo ella desde el rellano. Buen viaje.

    ! ! ! !

    ! Ay, ay, ay, ay, ay!

  • ! ! ! !

    ! La voz histrica de su padre se perdi en el eco de la escalera. Rita cerr la puerta con una sensacin de propiedad, como si el Piso ya fuera slo suyo, y volvi a su habitacin sin llamar a Raquel. Se dej caer sobre la cama, como un peso muerto. Le vino a la mente la imagen de sus padres haciendo una escena en el taxi y, como tantas otras veces, los vio como dos paletos. El mundo empequeecido y convencional de su casa, tan poco lucido, contrastaba con la elegancia y el buen gusto que cada semana reencontraba en Garbo. Tony Franciosa, Ira de Furstenberg, Sylvie Vartan o la princesa Soraya la haban malacostumbrado, con ese desparpajo que exhiban a la ho-ra de responder a entrevistas impertinentes o dejarse retratar en las playas de la Cte d'Azur. Rita se atormentaba imaginndose a sus padres paseando por las calles de Pa-rs. Se los figuraba desorientados, o sentados en un restaurante modestamente lujoso mientras Conrad, que crea hablar francs porque saba decir sivupl, peda la carta con aquel minidiccionario en las manos y su ademn bufonesco.

    ! ! ! !

    ! Para contrarrestar tanta ridiculez, Rita volvi a hojear la revista. En las primeras pginas, como cada semana, sala el horscopo que escriba un tal Argos, dividido en dos partes, una para los hombres y otra para las mujeres. Busc primero su signo Cncer en el apartado Para ella y ley el texto. El mago le recomendaba que no perdiera la esperanza as, en general y le deca que la semana se presentaba cla-ra, con das muy ricos en afectos y regalos. Rita llen de contenido personal aquellas vaguedades y luego ley qu pasara con sus padres. Siempre le haca gracia que su madre, que se llamaba Leo, fuera del signo Leo. El horscopo era tan contundente y apocalptico que asustaba: Jpiter tiene malas pulgas estos das con vosotras. Sed lo ms amables posibles. Evitad los malentendidos en familia. No escribis. Huid de todos los que puedan deprimiros. No viajis. Aquel ltimo imperativo caus una impresin fatdica a Rita y, para templarla, para alejarla del pensamiento, pas pgina y busc el apartado Para l. El signo de Conrad era Gminis y deca: Perodo de inestabilidad que sabris dominar con vuestra rpida iniciativa. Evitad todo lo que pueda excitaros y poneros nerviosos. No debis desanimaros. Pedid consejo a vuestros seres queridos. Divertos mucho, pero sin viajar muy lejos. Los dos horscopos habran encajado co-mo las dos mitades de una misma naranja.

    ! ! ! !

    ! Parece una broma del tal Argos, se dijo Rita, y el temor que le haba helado la sangre durante dos minutos se fundi lentamente en aquel silencio que la rodeaba. En otro piso del edificio, una vecina que haca sbado se puso a cantar una cancin de Adamo.

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  • ! Y mis manos en tu cintura

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    ! No bien haba entrado en la adolescencia, como pasa a menudo, Rita haba empezado a despreciar el amor incondicional de sus padres. El pacto de nacimiento se resquebrajaba, su personalidad peda paso. Las mismas bromas que de pequea la hacan rer a grandes carcajadas, cuando Conrad se atreva a jugar con la peluca s-lo para ella, exclusivamente y se la pona al revs o se la sacaba para saludar como si fuera un sombrero, ahora la humillaban de tan obvias y sobadas. ltimamente, la condescendencia de Leo a la hora de los deberes (no le estaba siempre encima, como hacan las dems madres, y hasta la ayudaba) o cuando a defenda ante su padre si peda ropa ms moderna ventajas que aos atrs le haban servido para destacar entre las amigas le parecan un signo de debilidad y se aprovechaba de ellas. La vida interior de Rita todava necesitaba estas sublevaciones mnimas para formarse y, de vez en cuando, en das ms negativos, senta el intenso deseo de que sus padres se murieran de golpe, los dos a la vez. Que la dejaran sola en el mundo. Una vez pasado el entierro y los llantos, sabra espabilarse. Por lo general estas ideas le venan como un ramalazo eufrico y ms bien inconcreto, y al cabo de poco rato las desbarataba una carga de culpa bien terrenal, pero ese sbado por la maana la coincidencia de los horscopos le permiti librarse de la culpa y jugar con la idea ms llanamente. Lo pro-fetizaban los astros, se deca.

    ! ! ! !

    ! En la cama, Rita intent espabilarse, pero la pereza le poda. Entonces, para ahuyentar a sus padres y a la vez sentirse ms cerca de aquel mundo hechizado de la revista Garbo, hizo algo que aos despus recordara risuea: se quit el camisn. La calidez de las sbanas le eriz la piel de excitacin.

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    ! Aunque esta vez, sorprendentemente, s que no me pedirais me ahorrara los detalles, cristbales, no puedo meterme bajo aquellas sbanas con Rita, desnuda y candida y traviesa, porque entonces en cierto sentido ya era mi madre (el futuro est contenido en el pasado, dicen) y por tanto estaramos al lmite del incesto, aunque solo fuera un incesto literario. Y si bien hoy en da ya no se escandaliza por nada, la Rita de entonces quiz se sintiera ultrajada por tantas confianzas. Slo dir que al cabo de un rato los prpados empezaron a pesarle y se qued dormida otra vez. La muerte desea-da de sus padres se dilua en el ter del sueo.

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    ! Pasaron tres horas. En esos aos, los sbados de invierno en Barcelona avan-zaban con una calma amortiguada de geritrico. De vez en cuando, el ronquido de una aspiradora atascada, dos pisos ms arriba, o el estruendo de una moto trucada con

  • perla, en la calle, rompan la quietud un instante y luego la acentuaban todava ms. Rita se despert de hambre, con el estmago rugiendo, y tard medio minuto en re-componer el mundo: que aqulla era su habitacin, que estaba desnuda, que estaba sola. Encaden tres bostezos seguidos y el tercero se le cort en seco cuando vio la hora en el despertador. Se sinti alegremente rebelde e indisciplinada.

    ! ! ! !

    ! Cuando le pido a mi madre que revivamos juntos aquellos momentos que salga de la cama, que se pasee desnuda y confiada por el piso, que desayune y que por fin se duche, siempre me dice que le vuelven con una consistencia lquida y bo-rrosa, como si tuvieran lugar bajo el agua, en el fondo del mar o tras un cristal esmeri-lado. No es de extraar. Antes de meterse bajo la ducha, Rita encendi una radio port-til que haba en una balda del cuarto de bao. Todos los das por la maana Conrad se afeitaba con las noticias de las ocho en Radio Nacional, y Rita tuvo que sintonizar otra emisora para poder or msica. Al cabo de un rato sali de la baera corta, con un escaln, de las de antes y se sec el pelo con la toalla. El espejo empaado le de-volva un rostro difuso. Y entonces, de pronto, en medio de aquella atmsfera vaporo-sa, el locutor de la radio interrumpi una cancin para dar una noticia urgente.

    ! ! ! !

    ! Atencin. Por gentileza de Kelvinator, me gusta la vida!, les ofrecemos una grave informacin de ltima hora. Por circunstancias que todava se desconocen anunci la voz de repente apesadumbrada, hace unos minutos, en el aeropuerto del Prat de Barcelona, un avin de la compaa Iberia que se encontraba en pleno despe-gue ha salido de la pista y se ha incendiado tras colisionar con un camin de abasteci-miento. Segn fuentes del aeropuerto, se trataba del vuelo de Iberia 1190 con destino al aeropuerto de Pars Orly, en Francia. A esta hora se desconoce si hay supervivien-tes. La compaa area espaola, en colaboracin con la Cruz Roja, ha hecho un lla-mamiento a familiares y afectados, y les ruega se pongan en contacto con el siguiente nmero telefnico

    ! ! ! !

    ! De aquellos minutos acuosos y difuminados, Rita slo sabe distinguir con preci-sin un detalle: que en medio del caos, del impacto por la noticia y las lgrimas que ya le enturbiaban la visin, apunt el nmero de telfono en el vaho del espejo, para no olvidarlo. Minutos despus, mientras aquellos nmeros se iban fundiendo, llam a Ibe-ria y grit el nombre de sus padres.

    ! ! ! !

    ! Perdone, me podra deletrear el apellido de su padre, seorita? le pidi una voz de la Cruz Roja que pretenda sonar afectuosa. N de Navarra A de Alican-te

  • ! ! ! !

    ! No, no! Manley! Conrado Manley. Con M de muerte, A de accidente, N de de nadie

    ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! !! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! ! 2 En la jaula ! ! ! !

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    ! ! ! ! ! Contina el turno de Cristfol

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    ! En lugar de la fantasa romntica de Pars, el destino final de Conrad y Leo fue el cementerio de Montjuc en Barcelona. Un Pre Lachaise ms humilde pero igual de hermoso. Cristbales: si algn da queris hacerles una visita (es tan solo una suge-rencia), dirigos a la entrada, preguntad por la agrupacin primera y buscad las tumbas de los anarquistas Durruti y Ascaso. Desde all, mirando hacia el paisaje de pinos y camiones, con la calima difuminando el puerto de mercancas al fondo, caminad unos veinte metros hacia la derecha y encontraris el nicho en que estn enterrados mis abuelos maternos. Leed la lpida: aquellos nombres y cifras son prcticamente la nica prueba material que dejaron en este mundo, porque tras el accidente de avin no se encontraron restos significativos de sus envolturas corporales por decirlo al modo de los espiritistas.

    ! ! ! !

    ! Segn me ha contado mi madre, el accidente dej una decena de muertos y un centenar de heridos. Por aquel entonces an no se haba inventado la caja negra de los aviones, de manera que la versin oficial de los hechos se construy a partir del testimonio de los supervivientes entre ellos, los pilotos y los datos aportados desde la torre de control. Las autoridades establecieron que, cuando el avin empezaba a co-ger velocidad para despegar, haba reventado una rueda y el aparato comenz a de-rrapar por la pista. El piloto consigui domarlo reduciendo la velocidad, pero en el lti-mo momento, cuando pareca que todo quedara en un susto, un camin cisterna sali de la nada y colision con el avin por la cola. Aunque pareca que los hechos pasaran a cmara lenta, de resultas del impacto el avin qued seccionado en dos -un corte limpio, de guillotina y la cola se incendi al momento. En medio de la histeria gene-ral escribieron los periodistas de sucesos, la explosin devor al instante a los desdichados viajeros que ocupaban los asientos posteriores. El abuelo Conrad, preci-samente, siguiendo el consejo de un vecino sabelotodo, haba hecho lo imposible para que su asiento y el de la abuela estuvieran en la cola del avin. Dice que es el lugar

  • ms seguro porque queda lejos de los motores. Caprichos de la aerodinmica, haba manifestado para confortarse a s mismo.

    ! ! ! !

    ! Aquella primera llamada de telfono, recin salida de la ducha, ya haba dado pocas esperanzas a Rita. Con buenas palabras, la chica de la Cruz Roja le haba dicho que no se desanimara, pero que sus padres salan en una lista de vctimas ms que probables. Rita le dej sus datos y esper noticias. Oa la radio tumbada en la cama, como si alguna supersticin la retuviera en su dormitorio. De vez en cuando sonaba el telfono, pero no tena ni ganas ni valor para cogerlo. Unas horas ms tarde dos poli-cas llamaron a la puerta. Tal vez sea un clich, pero mam los recuerda como dos hombres mayores, adustos, con el bigote preceptivo y el uniforme arrugado. Uno de ellos, el que pareca ms bonachn, le habl con una voz dulce, infantil, y le dijo que aquella tarde sus padres haban sufrido un accidente de avin en el aeropuerto, como ya saba, y que se haban ido al cielo. Rita se haba mentalizado toda la tarde para hacerse la fuerte, pero de pronto las palabras del polica la hicieron sentirse como una nia desdichada y se puso a llorar.

    ! ! ! !

    ! Los dos hombres se esforzaron por consolarla. Le ofrecieron un pauelo. Le pasaron la mano por el pelo y le dijeron que tena que ser una nia mayor y fuerte. Rita tena diecisis aos, saltaba a la vista que ya no era una nia, y por dentro sinti ver-genza ajena de todos, empezando por sus padres. Se enjug las lgrimas con deter-minacin y los policas se lo agradecieron. El segundo polica, de voz ms astillosa y carcter pragmtico, abri una carpeta, sac una hoja de su interior y le pregunt si te-na hermanos. No. Abuelos? No. Ningn to? No. Con cada respuesta negativa, al polica bueno se le humedecan ms los ojos. Y parientes lejanos?, recordaba el nombre de algn pariente lejano, aunque hiciera aos que no lo vea? No haba nadie, claro est, pero Rita se dio cuenta de que la pregunta sonaba con un tono ansioso, de ltima oportunidad. Como dud unos segundos, el polica bueno la anim recordndole que era menor de edad, y que en aquellas circunstancias no podan dejarla sola. Tena que haber alguien.

    ! ! ! !

    ! Tengo una ta abuela que vive en Sagunto minti. Eligi Sagunto porque recordaba que sus abuelos haban vivido all aos atrs. Ya es muy mayor, pero esta tarde la he llamado y maana al medioda llegar en tren.

    ! ! ! !

    ! La mentira surti efecto y los policas respiraron aliviados. Luego le pidieron una foto en la que salieran sus padres y la acompaaron a casa de Raquel, su mejor amiga. Los ltimos meses se haba quedado a dormir con ella un par de sbados. Leo y la

  • madre de Raquel compraban en los mismos puestos del mercado. Para Rita, aquellos das transcurrieron como si actuara en una obra de teatro. Recuerda la afectacin del duelo, la ropa negra, la compasin general, las atenciones melindrosas de vecinos y amigos. Los padres de Raquel la trataron como a una hija, hacindose cargo de los trmites luctuosos, y su amiga se comport como una hermana celosa.

    ! ! ! !

    ! Dado que tuvieron que esperar a la confirmacin oficial de las muertes, el fune-ral no tuvo lugar hasta el viernes, transcurridos seis das del accidente. El jueves, los dos policas haban entregado a Rita un papel firmado por el juez, lleno de sellos oficia-les, y luego le haban hecho una pregunta singular:

    ! ! ! !

    ! Vamos a ver, bonita. Podras confirmarnos si el da de la desgracia tu pap llevaba una peluca o un peluqun?

    ! ! ! !

    ! Resulta que la nica cosa de Conrad que sobrevivi a la catstrofe fue un frag-mento de la peluca estilo Alain Delon. El equipaje de los pasajeros tambin se quem con la deflagracin o se desintegr en medio del caos posterior, pero horas ms tarde, mientras los equipos de rescate intentaban recuperar restos humanos que los ayudaran a identificar a las vctimas, un bombero encontr un trozo de peluca. Estaba a ochenta metros del siniestro, entre restos calcinados y pegado al asfalto. Al principio recogieron aquella cosa con mucho cuidado, creyendo que era cuero cabelludo, pero luego, cuan-do la analizaron los del laboratorio, se dieron cuenta de que se trataba de piel sinttica. Rita nunca lleg a ver la mata de pelo chamuscada, pero aquel retazo de la vanidad paterna le inspir un ltimo homenaje. Una de las escasas decisiones de futuro que haba tomado Conrad, y que Leo siempre le reprochaba, haba sido suscribir un seguro de vida en La Unin y el Fnix. As pues, aunque los cuerpos no existieran, y puesto que los atades y el entierro ya estaban pagados de antemano, Rita quiso que se cele-brara la ceremonia. A ltima hora, cuando los dos fretros vacos estaban a punto de salir desde su casa hacia la capilla de Sant Lltzer, que es donde se deca la misa de funeral, la chica cogi la coleccin de pelucas de su padre y las distribuy por el interior del atad, revestido con tela. Haba una decena de pelucas, desde aquel primer casco que pareca un gorro de trampero hasta la que estren el da de su boda, y todas juntas resuman las distintas etapas de su vida. Luego, para compensar a su madre, busc un nmero antiguo que guardaba de la revista Garbo, recort una foto de Hedy Lamarr y Vctor Mature y la puso en el atad de Leo. Los nuevos Sansn y Dalila.

    ! ! ! !

    ! Una vez pasado el entierro, Rita se hizo plenamente consciente de que estaba sola en el mundo. De un da para el otro, cuando se convirti en una imposicin, aquel

  • anhelo que haba formulado y codiciado tantas veces perdi todo su encanto. Hurfana perfecta, mam explica que tard ms de un ao en acostumbrarse a las nuevas cir-cunstancias. Cuando finalmente lo consigui, ya era otra persona.

    ! ! ! !

    ! El gran batacazo le vino por el lado de su padre. Como no haba querido estu-diar una carrera, Rita haba dejado la escuela a los quince aos. Desde entonces haba pasado el tiempo en casa, fingiendo que buscaba su vocacin a distancia. Aprendi a tricotar por correspondencia, prob con las clases de francs, se inscribi en un curso para ser azafata de ferias y congresos Con lo consentida que estaba, todo la acaba-ba aburriendo. Sorprendentemente, la muerte de Conrad y Leo ataj aquella desidia, y un da por la maana, a las nueve, pocos das despus del funeral, fue a abrir El Nuevo Sansn.

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    ! Mis padres no haban dejado ningn testamento y yo haba heredado el ne-gocio, no? Pues lo ms lgico era que me hiciera cargo del mismo recordara aos despus. El trasiego de los primeros das me aturda pero, al mismo tiempo, me es-timulaba. Alguna vez haba ayudado en la tienda, pero ahora tena que lidiar por mi cuenta con el ir y venir comercial. Los clientes venan a recoger los encargos y yo tena que remover medio almacn para encontrarlos; los proveedores se aprovechaban de mi inexperiencia para endilgarme gnero. A cada momento, la voz cantarna de pap resonaba entre aquellas cuatro paredes para darme consejos. El secreto es peinar las pelucas cada da, que luzcan bien lozanas sobre las cabezas de los maniques, deca. Es muy importante que los hombres, sobre todo los de ms edad, pierdan el temor a probarse el peluqun. Djalos solos delante del espejo, dales intimidad. Pas las dos primeras semanas tan aturdida y ensimismada que no tuve tiempo para decidir si el trabajo me gustaba o no. La nica seguridad era que, por la tarde, antes de volver a casa, echaba cuentas y no me salan los nmeros. Tendrs que contratar a un conta-ble, me deca para tranquilizarme. Entonces un viernes entr en la tienda un hombre vestido de punta en blanco y con una maleta, que pareca un viajante, y por suerte (eso lo digo ahora) todo se fue al garete. Resulta que el seor no era un viajante, sino un pasante de abogado. Se present y me pregunt si estaba el seor Conrad Manley. Le expliqu que mis padres haban muerto haca unos das. Me mir con escepticismo. No ser una broma, verdad?, pregunt. Le dije que no, que era su hija y que en adelante estara yo al frente del negocio. Me acompa en el sentimiento y, extreman-do el ademn grave, me alarg un papel y me espet: En ese caso, seorita Manley, le recomiendo que se busque un buen abogado. Comprendo que usted no tiene la cul-pa de nada, pero su padre, con todos los respetos, era un estafador. Pronto recibir una citacin judicial.

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  • ! Ay, el abuelo Conrad, menudo pjaro! Cristbales: llamarle estafador es otor-garle un pedigr que no se mereca. Ms bien tendramos que tildarlo de iluminado, o hasta de turulato. Rita conoca demasiado bien a su padre para asustarse de verdad, pero tambin haba crecido con sus ataques de malgenio, aquellos arrebatos obsesivos que lo cegaban durante unos cuantos das y que luego olvidaba con la misma fuerza.

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    ! En el fondo, con mi mana de empezar decenas de cursos por corresponden-cia y no acabar ninguno, he salido igualita a p