Jefes malos
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¿Que traen consigo los jefes malos? Será que a los jefes duros les va mejor Está claro que si coges a un tipo brillante y le haces trabajar a las órdenes de un lerdo, le cortas la carrera profesional, le pagas la formación que quiera y le dejas tiempo libre y acceso a Internet, lo único que va a impedirle crear su propia empresa es que encuentre un trabajo fijo en otra compañía. Azucena Agüero Torres 02/06/2012
“Los malos jefes son un estímulo para emprender.”
Imagina un mundo en el que los directivos reconocieran y
recompensaran siempre a su gente más capaz. Sería
difícil para un empleado racional dejar un buen
trabajo por una posibilidad de un 10% de crear algo
mejor. Pero dejar a un jefe que es el hermanito tonto de
Satanás es relativamente fácil. Y si la economía en
general no ofrece oportunidades en otras
empresas (gracias en parte a los malos jefes) ya ves por
qué la gente tiende a crear sus propias compañías.
Aristóteles: "La virtud es una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un
término medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto.”
Seguramente todos y cada uno hemos sufrido y sufriremos con este tipo de
relaciones que condicionan la continuidad de los recursos en las empresas, del
mismo modo que el salario y demás beneficios que se puedan obtener.
Los malos jefes condicionan el éxito de las empresas en proyectos actuales, en
futuros negocios.
Los malos jefes son pésimos administradores del bien más valioso de las
empresas, los empleados, los empleados y su talento. A partir de allí, estos se
convierten en peregrinos revoltosos, viajeros que van levantando polvo entre
compañías sin escapar de estas relaciones, solo cambiando nombres y con el
mismo saldo.
Claro está, hasta las mejores empresas tienen malos jefes. Y esos jefes alguna
vez han sido empleados (¿buenos empleados?).
Los malos jefes presentan distintas características fundamentadas, quizás, en la
situación de poder que genera un cargo: arrogancia, despotismo, intolerancia,
nulidad de gestión, evasión de responsabilidades, orgullo, falta de amabilidad,
envidia, silencios, ausencia de confianza, inseguridad, ambición, etc.
Un punto de contacto entre las distintas versiones de malos jefes con los que uno
puede naufragar estas relaciones es que ninguno de ellos tiene conocimiento (o
directamente no suscribe) a las responsabilidades que implica tal escalafón como
sujeto de poder: dirección, administración o liderazgo, eliminando (con el tiempo)
las buenas intenciones que puedan tener sus recursos subordinados. Por otro
lado, existe una responsabilidad por parte del empleado respecto de sostener una
relación condenada al fracaso profesional y empresarial. El miedo a alzar la voz, la
timidez, la comodidad, el perjuicio que esta acción pueda generarles (desde
perder el empleo a ser desestimados y mal vistos) son ejemplos comunes de
situaciones que colaboran en perpetuar esta situación de malestar.
Particularmente, la decepción respecto de la calidad humana la considero más
profunda y dolorosa que la decepción surgida de decisiones miopes profesionales;
antes de ser profesionales somos seres humanos, tal un pensamiento del escritor
Michel Houellebecq, sobre -cómo somos una especie conflictiva capaz de las
peores atrocidades y que nunca deja de creer en el amor y la bondad-.
Los malos jefes, desde alguna perspectiva de supuesto prestigio serán seres
misteriosos, ambiguos, que ven a los empleados como poco dignos para entablar
una relación ¿Ego?
“Un mal jefe, malas decisiones… un mal clima laboral” será el axioma
trascendental de esta porfia.
La oficina es una gran manzana con tentaciones y gusanos que critican, ofenden,
no escuchan y, lejos de ser empleados del mes, se transforman personajes
impopulares o populares por acciones que distan de un buen liderazgo. Claro,
aquí, desde ese lugar ellos creerán que esa distancia (brecha o buraco) será
“respeto”, cuando en realidad, es “miedo”.
Un mal jefe tiene junto a las pelusas del bolsillo un alto grado de ambición, lo que
les llevará a cumplir sus propósitos por encima de cualquier norma establecida,
incluso pudiendo tejer relaciones que les permitan (mediante promesas, mentiras,
asentimientos) consolidar su importancia. Particularmente puedo dar fe de esto
respecto de muchas empresas de Latinoamérica. Supongo, no seremos nosotros
solos quienes contemos con esa distinción.
La duración de las cosas va confirmando viejas decisiones en la vida, en las
relaciones, en las empresas.