J.C. Wilder - Serie Hombres S.W.A.T #2.5 - Tácticamente Tuya
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El Club de las Excomulgadas
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Había momentos en los que ella no creía que las cosas lograran ser fáciles.
Esta noche era uno de esos momentos.
Miranda Stephens miraba por la ventana de la cocina mientras lavaba los platos.
Eran casi las nueve de la noche en la víspera de Navidad y una tormenta de nieve
había descendido sobre Haven, Ohio. Las tormentas de nieve no eran desconocidas
en esa parte del estado, pero era muy raro tener una tan grande al inicio de la
temporada. Por otra parte, el tiempo había estado frío desde el primero de
noviembre.
"Y algunas personas todavía no creen que el calentamiento global exista".
El lamento del viento se oía más que el equipo de música tocando villancicos. El
sonido era solitario, frío.
“Debes venir esta noche, Randa. Nadie debe estar solo en la Víspera de Navidad.”
La voz de Ro resonó en su mente. Su hermana no se daba cuenta que aún cuando
Johnny estuviera trabajando, Miranda no estaba sola. Pasó la mano por el bulto de
su propio vientre de embarazada. Estaba a días de tener a su primer hijo, a quien
había nombrado Maní, y su hijo estaba lejos de ser paciente.
Randa no podía recordar la última vez que había dormido más de cuatro horas
seguidas. En el momento en que se sentía cómoda, entonces el bebé decidía que ya
era hora de correr y salir de su útero.
Tiene que ser niño, una niña no podía ser tan activa.
—Igual que su padre —murmuró.
Hundió las manos en el agua tibia y jabonosa, el calor le tocaba las mejillas cada
vez que pensaba en su marido, Johnny. Nunca olvidaría la primera vez que había
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puesto los ojos en su futuro esposo. Ella y su hermana, Ro habían llegado al
restaurante de su tía situado junto a la estación de policía. Miranda se había hecho
cargo del restaurante ya que Ro no era exactamente conocida por su carácter
alegre.
Por otra parte, no estaba muy segura que Ro cedería tan fácilmente porque todos
los hombres guapos con uniforme la intimidaban. Su hermana no dudaría en ir
detrás de un ladrón, pero ella se resistía a encarar a un hombre guapo con
uniforme.
Era una farsante.
En su primera semana en el negocio todo lo que podía salir mal, había ido mal. La
cocina había muerto, por lo que su menú había consistido en ensaladas, bocadillos
fríos y café cortado. El jarabe de la máquina de refrescos se había terminado y sólo
entonces se habían dado cuenta de que ninguna había ordenado rellenarla. Habían
trabado la bandeja de la caja con llave y Ro se había visto obligada a tomar un
destornillador para sólo ser capaz de hacer el cambio, por lo que pocos clientes se
habían atrevido a entrar por la puerta.
Luego, para colmo de males, había estado atendiendo a una joven madre cuyo hijo
estaba armado con una taza para sorber leche. Justo cuando la campana sobre la
puerta había sonado, el niño había decidido ponerse su taza sobre su cabeza. Sin
previo aviso, la tapa se desprendió y Miranda fue rociada con leche fría. Segundos
después, Johnny Stephens estuvo a su lado y todo pensamiento coherente salió
volando de su cabeza.
—Creo que podría utilizar estos.
Aturdida, Miranda se quedó mirando el puñado de servilletas que él tenía. Sus
mejillas se calentaron y ella agachó la cabeza. Lo sentía a cerca de tres pulgadas de
altura.
—Gracias. —murmuró.
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—No hay de qué.
Luego sonrió y Randa se enamoró.
Johnny Stephens era posiblemente el hombre más sexy que había visto nunca. Con
poco más de seis pies de altura, con sus facciones duras, nariz recta y pómulos
fuertemente grabados, sólo una mujer muerta podría pasar por alto a este hombre.
Tenía los ojos azules oscuros y miraban con intensidad, era el tipo de ojos que
llamaban la atención de las personas. Su pelo oscuro era de corte militar y
acentuaba sus fuertes rasgos.
En pocas palabras, el hombre era ¡CALIENTE!
—Sólo quería un café negro para llevar —dijo.
—Voy a buscártelo.
Sucedió tan rápido que luego no pudo decir exactamente qué pasó. Ella había dado
un paso hacia el mostrador y lo siguiente que supo era que estaba cayendo.
El rostro de Johnny había sonreído con alarma y se abalanzó sobre ella, pero ya era
demasiado tarde. Cayó de espaldas y se lo llevó con ella. La sensación de su cuerpo
largo contra el de ella era sin duda agradable. Estaba duro, donde ella estaba suave
y el arma de su cinturón se había hundido en su vientre.
Pero no era el arma lo que le había llamado la atención. Era algo que estaba más
abajo. Era una cierta parte de su anatomía que estaba muy feliz de verla.
—Por Dios, Johnny, lo menos que podías hacer es comprar el almuerzo para la
dama antes de que volcarla de espaldas.
Ahora, años después, Miranda sólo podía reírse del recuerdo. A Johnny le gustaba
contar a sus amigos que ella se había enamorado de él primero. Su respuesta era
que ella le había hecho perder el equilibrio.
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Al soltar el tapón del lavabo, el agua caliente comenzó a salir. Había luchado
mucho para mantenerse alejada de él. La reputación de Johnny como un hombre
que podía encantar las bragas hasta de una monja, no había hecho nada para
ayudar a su situación. Ella no quería ser conocida como el sabor del mes de
Stephens, poco sabía ella que había dejado lo mejor para el final.
Un poco de agua contra su tobillo le llamó la atención. Sorprendida, miró hacia
abajo. Ayer mismo Johnny había fijado el fregadero para evitar las goteras y ahora
se habían abierto paso de nuevo.
Ella frunció el ceño, esta agua no era agua de fregar con jabón.
—Oh, Dios mío, creo que mi fuente se acaba de romper.
***
El Sargento John Stevens, director Senior del equipo SWAT y futuro padre, estaba
enojado como el demonio.
No sólo era sólo víspera de Navidad y él estaba trabajando...
No sólo se suponía que era su noche libre...
No sólo estaba haciendo frío y la nieve había perjudicado gravemente su vista, sino
que un tonto había disparado contra él.
—¿Qué clase de imbécil le disparaba a un oficial de la ley? —Murmuró bajo su
aliento.
—¡No me atraparán con vida! —La voz del tirador fue apenas perceptible en el
gemido del viento.
—¿Qué pasa con los días de fiesta que atraen a psicópatas al pueblo? —la voz de
Jay Barnes sonaba en el pequeño auricular en el oído de Johnny.
—Sólo la suerte, supongo. —Susurró John—. ¿Todavía está en el tráiler?
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—Afirmativo. No se ha movido. —El acento de Jay era quieto—. ¿Cómo lo llevas
hombre?
—Me estoy congelando las pelotas aquí.
—Del infierno hijo, tu esposa está a punto de mejorarse en cualquier momento ¿no?
Vas a tener que sostener tus bolas unas pocas semanas de todos modos porque ella
no te dejará acercarte con ellas. —El acento del suroeste de Picasso fluyó a través
del transmisor como líquida miel.
Jay se rió y el estómago de Johnny dio un vuelco. Cada vez que pensaba en el
inminente nacimiento sentía la misma mezcla de temor y de alegría. Su esposa,
Miranda, era el amor de su vida y había sabido que se casaría con ella desde el
momento en que se habían conocido.
Por desgracia, le había tomado un tiempo convencerla de ello.
—Necesito un favor.
Miranda White, el objeto de sus fantasías más candentes, se encontraba al otro lado
del mostrador. Vestida con un uniforme de poliéster color rosa brillante, con su
figura corta y muy curvilínea había tenido un efecto vigorizante en una cierta parte
de su anatomía. Su vestido la cubría desde el cuello hasta la rodilla, pero eso no
impedía que tuviera algunos sueños muy indecentes.
Con esas curvas y su boca elegante, Miranda había caminado hablando de sexo
sobre sus dos piernas espectaculares. Él había dejado volar su imaginación con
imágenes de liberar cada una, exponiendo la carne rosa de sus abundantes pechos.
¿Cuántas veces había soñado besarla por todos su cuerpo, teniendo tiempo para
encontrar y excitar sus áreas más sensibles? Sus pezones, su vientre, la carne suave
y húmeda entre sus muslos...
Se aclaró la garganta y apartó las imágenes de Randa desnuda y excitada. Tenía
que estar en servicio en menos de una hora y no quería emitir multas con una
furiosa erección.
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—¿Qué necesitas, nena? —Preguntó.
—¿Qué tan bien conoces a Picasso?
—Bueno, es un poco solitario, así que no creo que nadie pueda decir que lo
conozca bien.
—Estoy pensando en pedirle a Picasso que me lleve a la cena de los jubilados la
próxima semana.
Aturdido, John se echó hacia atrás. ¿Ella quería qué? Su atención estaba fija en el
salero que ella ahora estaba limpiando y sus mejillas se pusieron aún más rosadas
que antes.
Miranda, la mujer que había estado persiguiendo durante meses, ¿Deseaba ser la
cita de Picasso?
Miró a lo largo del mostrador al otro hombre cuya atención estaba pegada a su
libro y que metía panqueques en su boca, ajeno a la agitación que había causado.
Sobre el cadáver de John le permitiría citarse con Picasso. Johnny Stephens era el
único hombre en New Haven que podría hacer feliz a una mujer como Miranda.
Ahora tenía que convencerla de ello.
Poco sabía que Miranda sería la única mujer que podía hacer de él un hombre feliz.
—¿Cuándo fue la última vez que utilizaste tu pene de todos modos? —La voz de
Fresh estaba diciendo—. Bueno, con una chica en la misma habitación quiero
decir...
—Mierda, Emma patearía el trasero de Picasso. —Dijo la voz de Fresh a través del
transmisor.
Los chicos se rieron entre dientes y Johnny sólo pudo apretar los de él. Había
estado en la nieve por más de tres horas y ahora sus miembros se iban
entumeciendo poco a poco. Aunque estaba vestido para el clima, las capas de ropa
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térmica no podrían mantener a un hombre caliente por tanto tiempo, especialmente
cuando un loco lanzaba algunos disparos sobre su cabeza.
—¿Cuál es el problema de este tipo? —Dijo Jay.
—La esposa lo dejó y se llevó a los niños. —Dijo Fresh—. Infiernos, sigo tratando
de que mi esposa desaparezca.
—Es un tiempo de mierda para estar solo en esta época del año. —Comentó Jay.
Johnny flexionó los dedos entumecidos. Era el francotirador del equipo, pero en
este punto estaba convencido que sería capaz de golpear cualquier cosa. La nieve
estaba cayendo tan rápido que apenas podía ver a más de tres pies de distancia.
—Hey, Fresh, ¿Puedes ver a ese bastardo a…a… través de tu mirilla? —Sus dientes
comenzaban a temblar. Había al menos otros quince agentes en la escena, pero él
sabía que su única esperanza de tiro no se debía a la capacidad de los segundos
francotiradores.
—Bastante bien. Tengo una sombra en mis ojos y eso es todo lo que necesito. —
Bajó su arma—. ¿Por qué no te relajas, San Stephans? Deberías tomar una siesta
mientras los chicos manejan esto.
—No hay forma en que seas capaz de enviar la vacuna de todos modos. —Dijo
Picasso—. Hace demasiado frío y tu visibilidad debe ser una mierda desde ese
ángulo.
—No me digas —murmuró Johnny.
Lo que más odiaba de esta situación era que no tenía el control. No era la primera
vez que tenía que poner su vida en manos de su equipo, y sólo podía esperar que no
fuera la última.
***
No te asustes, Miranda. Johnny estará en casa en cualquier momento...
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A pesar de que el pensamiento flotaba en su mente sabía que podría no ser el caso.
Cuando el equipo táctico lo llamaba podía irse por una hora o una semana. No
había ninguna agenda cuando los del Calvary lo llamaban y ella estaba sola en esta
ocasión.
El teléfono no funcionaba y su teléfono celular no podía captar una señal y
conservarla el tiempo suficiente para hacer una llamada. Ella había logrado enviar
un mensaje de texto a la lista de distribución de su bebé, lo que incluía a la mitad
del equipo táctico y a su hermana, pero dudaba si en realidad había pasado. Antes
de enviar el mensaje había llegado el aviso de pérdida de señal.
Con el coche enterrado en la nieve y a tres millas de distancia del vecino más
cercano, no era exactamente el tipo de viaje para una mujer en trabajo de parto
completo.
Otra contracción la golpeó duro y ella se tambaleó. Agarrándose del mostrador de
la cocina, utilizándolo para sostenerse. Concentrándose en su respiración, Miranda
no supo cuánto tiempo había pasado antes que el dolor comenzara a ceder. Maldita
sea su obstinación por no haberse quedado con Ro. Si lo hubiera hecho, no estaría
sola, aterrorizada y en trabajo de parto.
Bueno, probablemente estaría en el trabajo y todavía tendría miedo pero al menos
no estaría sola.
Obligándose a moverse lejos del mostrador, cojeó a la sala. Varias horas habían
pasado desde que había roto aguas y era una chica ocupada. Se habían mudado a la
casa hacía unas semanas y todo estaba en desorden. Su cama estaba en la sala de
estar rodeada de un mar de cajas. Ella ya había cubierto con paños de pintor la
cama para proteger el colchón nuevo y ahora tenía que añadir unas sábanas y un
cobertor.
Su kit de parto improvisado estaba en la cama, en una cesta. Ella había tratado de
reunir todo lo que pensó que podría necesitar si tenía que dar a luz en casa. Mantas
limpias, toallas, un cuchillo afilado, cordeles, galones de agua dulce, guantes de
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látex, goma para limpiar la nariz del bebé y su boca, ropa caliente de bebé como
una gorra y una botella de yodo.
Lo único que faltaba era su marido... y un hospital... y las drogas, montones y
montones de drogas.
Los dolores venían más rápido ahora. Concentrándose en poner un pie delante del
otro, avanzó contoneándose a la chimenea. Debería haber sabido que estaría en
trabajo de parto prematuro esta mañana. El dolor de su espalda la había despertado
a las cuatro de la mañana, así que se había levantado en silencio dejando a su
esposo dormido. Había estado trabajando largas horas las últimas semanas para
conseguir algo de dinero extra y necesitaba el descanso. Ahora que ella no estaba
trabajando estaban viviendo con el sueldo de un policía y aun cuando Haven
pagaba bien, las horas extraordinarias eran un dinero en efectivo muy útil con un
bebé en camino.
Recogiendo un tronco, cuidadosamente lo agregó al fuego.
Tal vez no deberían haber comprado esa antigua gran casa con granja. Se habían
enamorado de ella, incluyendo del porche. Y la habían comprado por capricho. En
ese momento la casa ni siquiera había estado a la venta hasta que la propietaria,
una viuda, se había enterado que estaba esperando su primer hijo. Literalmente,
por la noche, había decidido que sería más feliz viviendo en Arizona con sus hijos y
treinta días más tarde, se habían mudado.
Tomando asiento, movió los troncos.
Era un lugar alegre, con buenos cimientos y suavizadas paredes de yeso. Ella y
Johnny tendrían una buena vida aquí, criando a sus hijos, recibiendo amigos y
entreteniendo a la familia.
Ella reemplazó el tronco en el soporte y lo volvió. El gran árbol de Navidad estaba
ante el cuadro de la ventana, el conjunto estaba lleno de luces con chispas de
colores por la gran cantidad de adornos y oropeles. Una sonrisa curvó su boca. Sí,
esta casa sería muy feliz.
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Otra contracción la golpeó tan duro que fue tomada por sorpresa. El piso corrió a
su encuentro y ella golpeó su cabeza contra el suelo. El crack sonó a través de su
cráneo mientras un grito fue arrancado de sus labios.
—¡Johnny, te necesito!
***
—¿Cómo estás San Stephens? Respóndeme, muchacho. —La voz estridente de
Fresh trajo a Johnny de nuevo a la realidad—. No te duermas, hijo.
—Hay que hacer un movimiento ahora, muchachos. —La voz de Johnny era débil,
incluso a sus propios oídos—. No duraré mucho más tiempo aquí. No puedo sentir
mis brazos ni piernas.
—Mierda —murmuró Jay—. Disparemos a este hijo de puta y saquemos a nuestro
hombre de la nieve.
—No, es demasiado papeleo. —La voz de Picasso era suave—. Aguanta Stephens,
tienes una bella esposa que espera por ti y tienes a tu primer hijo en camino.
A pesar de su piel helada debajo del arma táctica, sonrió. La cara de Miranda flotó
delante de sus ojos. Con su pelo castaño oscuro y una amplia sonrisa, era la cosa
más hermosa que había visto nunca. Incluso con su gran barriga, con los tobillos
hinchados y un anormal mal humor aún no podía apartar sus ojos de encima de
ella.
Nunca olvidaría el momento en que había averiguado que estaba embarazada. Ella
había mencionado que su período no había llegado y que había corrido a comprar
diez pruebas diferentes de embarazo. La mañana siguiente había utilizado cada una
de ellas y todas habían dicho lo mismo.
Embarazada.
Él había llamado al trabajo y habían pasado el resto del día haciendo el amor. Al
momento en que había puesto su anillo en su dedo había conocido por fin la
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verdadera felicidad. Los chicos se habían burlado de él sin piedad por su
matrimonio con Miranda, porque ella era "una de los chicos".
Trabajando en Fitzy era su amiga, consejera, compañera de bebida y hermana
pequeña. Secretamente estaba bastante seguro de que estaban celosos.
Y ella lo había elegido y él había tenido tan buena suerte para llamarla su esposa.
—… te sacamos, San Stephens. Tu esposa está en trabajo de parto. —La urgencia
en la voz de Jay era inconfundible—. Sólo aguanta y no te muevas.
¿En trabajo de parto? Johnny frunció el ceño. Seguramente no había oído bien
porque Miranda no debía estar lista sino hasta dentro de dos semanas más...
—Vete, Barnes. Cúbreme desde el oeste.
Picasso sonaba sin aliento, como si estuviera corriendo. ¿Qué demonios estaba
pasando?
Poco a poco, Johnny levantó la cabeza y la noche explotó por las armas de fuego.
***
Miranda mordió el paño anudado y gritó con los dientes apretados. Los dolores
venían apenas con un minuto de diferencia y estaba empapada de sudor.
Originalmente se había puesto un camisón de algodón ligero, pero incluso eso era
demasiado caliente. Se encontraba en un montón empapado en el suelo.
Desnuda, estaba tumbada en su nido de almohadas con las piernas extendidas y sus
talones apoyados contra el colchón. La contracción finalmente se alivió y escupió la
tela de su boca. —Oh, Maní, —jadeó—. Estarás tan enojado por darte a luz en
Navidad. Te sentirás defraudado porque tu cumpleaños y Navidad serán el mismo
día.
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Levantando sus manos sobre su vientre, dejó caer la cabeza hacia atrás, contra las
almohadas. No pasaría mucho tiempo ahora. Si ella tenía razón y su trabajo había
comenzado la noche anterior, entonces estaba cerca de cumplir veinte horas.
Otra contracción comenzó.
Oh sí, no había vuelta atrás.
Moviéndose hacia abajo, trató de mantener su respiración tranquila sólo para darse
por vencida. Su vientre se contrajo con fuerza y ella empujó. Un grito fue arrancado
de su alma y todos los músculos de su cuerpo se tensaron para empujar a su bebé al
mundo.
Parecía que habían pasado horas cuando la contracción pasó. Jadeando como si
fuera una velocista fuera de forma, sus ojos se cerraron. Estaba tan cansada y lo
único que quería era dormir pero no había terminado todavía. Maní estaba
decidido hacer su presentación por primera vez en Navidad y Mamá estaba sola a
lo largo del paseo.
Otra contracción le dio un duro golpe y sin pensarlo se abalanzó. Agarrando sus
muslos fuertemente, sus dedos se clavaron en su carne. Sintió salir algo y un chorro
caliente de líquido.
Abriendo la boca, gritó con toda su alma.
Johnny, Jay y Picasso estaban en camino a la puerta de entrada cuando el profano
grito sonó desde el interior de la casa. Johnny golpeó la puerta con tanta fuerza que
el marco se desencajó y se abrió de golpe, catapultándose a la casa. Con los demás
sobre sus talones, hizo un alto arrastrándose por la entrada del salón y los otros dos
lo golpearon como un montón de dibujos animados.
Los tres hombres, los condecorados agentes de policía, entrenados para el asalto
táctico con armas, y tácticas de entrada, se pusieron pálidos al ver a una desnuda
Miranda en trabajo completo de parto.
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—No se queden ahí estúpidos hijos de puta, —gritó ella—. Hiervan agua o algo.
—Ve a sentarte con tu mujer, San Stephens. —Picasso golpeó a Johnny en la
espalda y después se fue de carrera a la cocina con Jay pisándole los talones—.
Tengo que lavarme las manos.
Johnny corrió a su lado. Subiéndose a la cama, quitó las almohadas del camino
para poder abrazarla desde atrás. Apoyado en la cabecera de la cama con su esposa
en trabajo de parto en sus brazos, Johnny supo que estaba en casa.
—Hola, ahora… —su voz fue temblorosa—. Una alerta avanzada hubiera estado
bien.
—Dímelo a mí. —Sus ojos estaban muy abiertos y parecía totalmente aterrada,
asustada—. Tengo miedo, Johnny. Yo… estoy tan contenta de que estés en casa.
—Yo también, cariño. —Le besó la frente. Cualquier persistente temor se
desvaneció con sus palabras y una sensación de calma descendió sobre él—. Ahora
Randa, traigamos a nuestro bebé al mundo.
Horas más tarde, la tormenta se había reducido y el cielo estaba mucho más ligero.
Miranda estaba apoyada en su marido y su bebé dormía envuelto en una manta,
abrazado contra su pecho. Johnny estaba profundamente dormido con un brazo
alrededor de ella y la otra estaba protectoramente sobre el paquete que dormía
abrigado en sus brazos. A pesar de que estaba totalmente agotada todavía no se
podía dormir.
Estaba muy contenta.
Mirando hacia abajo a la hija perfecta en sus brazos sentía como si su corazón fuera
a estallar de felicidad. Afortunadamente para ellos, Picasso había recibido
entrenamiento como EMT1 en la Infantería de Marina y había recibido a su
pequeña Sophie con un mínimo esfuerzo. Con Jay como su muy animando
1 EMT: Técnico de Emergencias Médicas o Técnico en ambulancia, son términos que se utilizan en algunos países para
referirse a un médico proveedor de servicios de urgencia.
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porrista y teniendo a Johnny a su lado, no podía imaginar una más perfecta
Navidad.
FIN
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Men of Swat
01 –Placer Táctico
El Oficial de Policía y S.W.A.T. John Stephens del
equipo de francotiradores está loco por la deliciosa
Miranda White. Ella es sexy y con curvas en todos los
lugares correctos, y John ha tenido calientes fantasías
con desgarrar el uniforme de poliéster de camarera de
ella de su cuerpo exuberante y mostrarle para que son
realmente las esposas.
A pesar que Randa está enamorada en secreto hacía
tiempo de un guapo policía, era una lástima que él
fuese un ligón en serie. Como propietario de una
empresa respetada, no tiene planes en ser conocida en toda la ciudad como el Condimento
del Mes de Stephens. Sus planes cambian cuando, después de una caída rápida en su
piscina con John, se da cuenta que negar su atracción por él es lo último que puede hacer.
Estar con Johnny era un placer y la mujer que lo negase debería ser...
02- Maniobra Táctica
La eficiente y experta asistente de oficina Emma
Taylor está a solo unos días de dejar su puesto de
trabajo temporal en New Haven, New York, para
regresar a su seria, solitaria y segura vida, en
Columbus. Las posibilidades de volver a ese pequeño
sueño son casi nulas, juega con la idea de atraer a la
ciudad y a su cama a un chico malo durante una
semana de salvaje sexo sin inhibiciones. Según el
rumor local, Jay Barnes es una dínamo en la cama. Tal
vez es el hombre para mostrarle lo que es una “O
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grande” y liberar a la mujer salvaje en su interior, mientras que él está con ella.
El condecorado Oficial SWAT Jay, le echa una mirada a la curvilínea Emma y sabe que la
quiere en su cama. En un fin de semana candente encerrado en su apartamento descubre a
la mujer de sus sueños - literalmente, y pronto se da cuenta que dejarla ir es la última cosa
que quiere hacer.
Pero mientras él está pensando en “para siempre”, ella está pensando en “olvídalo”.
Ayudar a superar las conmociones de su profesión y convencer a Emma de que está lista
para cambiar su forma de chico malo viene como algo de lo más inusual
02.5- Tácticamente Tuya
Había momentos en los que ella no creía que las
cosas lograran ser fáciles. Esta noche era uno de esos
momentos.
Miranda Stephens miraba por la ventana de la
cocina mientras lavaba los platos. Eran casi las
nueve de la noche en la víspera de Navidad y una
tormenta de nieve había descendido sobre Haven,
Ohio…
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