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    PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIOReelaboraciones simblicas y reconstrucciones

    identitarias en Amrica Latina

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    Nicolas EllisonMnica Martnez Mauri

    Coordinadores

    PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIOReelaboraciones simblicas y reconstrucciones

    identitarias en Amrica Latina

    2008

    logo Erea-

    CNRS

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    PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIOReelaboraciones simblicas y reconstrucciones

    identitarias en Amrica Latina

    Nicolas EllisonMnica Martnez MauriCoordinadores

    1era. edicin: Ediciones Abya-YalaAv. 12 de Octubre 14-30 y WilsonCasilla: 17-12-719Telfonos: 2506-247 / 2506-251Fax: (593-2) 2506-255 / 2 506-267

    e-mail: [email protected]

    Erea-CNRS (Centre dEnseignement et de Rechercheen Ethnologie Amrindienne)

    Diseo yDiagramacin: Ediciones Abya-Yala

    ISBN: 978-9978-22-

    Impresin: Abya-YalaQuito-Ecuador

    Impreso en Quito Ecuador, octubre 2008

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    NDICE

    IntroduccinPaisaje, espacio y territorio. Reelaboraciones simblicas

    y reconstrucciones identitarias en Amrica Latina.......................... 7Nicolas EllisonMnica Martnez Mauri

    PRIMERA PARTE: PAISAJES, ENTRE REPRESENTACIONESLOCALES Y ESTTICAS GLOBALIZADAS

    El remo de Aru: paisaje nebuloso..................................................... 33Paulo Roberto Maia Figueiredo

    Del territorio independiente araucano al WallmapuTransformaciones sociales y ambientales del paisajede la Frontera entre los siglos XIX y XXI......................................... 47Fabien Le Bonniec

    Marcas del espacio andino de la Puna de Jujuy:un territorio sealado por rituales y producciones......................... 69Lucila Bugallo

    SEGUNDA PARTE: PATRIMONIALIZACIN DE LOS ESPACIOS

    ECOLGICOS, ECOLOGIZACIN DEL PATRIMONIO CULTURAL

    La reinvencin de la Patagonia:Gente, mitos, mercancas y la continuaapropiacin del territorio.................................................................. 89Gustavo Blanco Wells

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    El mundo salvaje y la tierra de los ancestros:los Patax del Monte Pascal (Baha, Brasil) ..................................... 109Florent Kohler

    Ecologismo, patrimonializacin y prcticas dedomesticacin de lo sagrado en el Candombl de Bahia................ 127Roger Sansi

    TERCERA PARTE: TERRITORIOS RESIGNIFICADOS E IDENTIDAD

    Los usos identitarios de la Pachamama ylas creencias en la prctica. El caso de dos pueblos

    del noroeste argentino (Amaicha y Quilmes).................................. 147Mait Boullosa

    Monte, campo y pueblo. El espacio y la definicinde lo aborigen entre las comunidades mocovesdel Chaco argentino .......................................................................... 163Alejandro Martn Lpez y Sixto Gimnez Bentez

    Identidad, subsistencia y territorio entre losmazatecos del sur de Veracruz .......................................................... 181Mara Teresa Rodrguez

    Territorios en disputa y paisajes ritualesRefracciones de globalizacin y nacin enlo local, un caso tepehua ................................................................... 197Hugo Garca Valencia

    Los autores ......................................................................................... 213

    Resmenes.......................................................................................... 219

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    INTRODUCCIN

    PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIO. REELABORACIONESSIMBLICAS Y RECONSTRUCCIONES IDENTITARIAS

    EN AMRICA LATINA

    Nicolas Ellison

    University of Aberdeen y Erea/CNRS

    Mnica Martnez Mauri

    UAB y Cerma/EHESS

    Los textos de esta coleccin son el resultado del simposio con elmismo ttulo celebrado en el marco del 52 Congreso Internacional deAmericanistas (17-21 julio 2006, Universidad de Sevilla, Espaa)1. As

    como las presentaciones al simposio, los captulos que integran este vo-lumen tienen la intencin de reflexionar sobre el papel de las represen-taciones ecolgicas en las construcciones actuales de la territorialidaden Amrica Latina, considerando las re-elaboraciones simblicas indu-cidas en las situaciones contemporneas e insistiendo en los contextosde patrimonializacin del medio ambiente. Este nuevo contexto tipifi-cado tanto por la creacin de las reservas de la biosfera, como por po-lticas nacionales de proteccin ambiental, implica un doble movi-miento, por un lado de reinterpretacin de los discursos ecologistas se-

    gn las categoras y prcticas de las poblaciones locales en su relacincon el entorno ecolgico y, por el otro, conlleva reformulaciones de lasmismas categoras y prcticas.

    Basndose en diversas etnografas de prcticas cotidianas y to-mando como punto de partida la propuesta de Arjun Appadurai deanalizar los usos agro-ecolgicos en trminos de tcnicas para la pro-duccin espacial de localidad (locality)(Appadurai 1995: 205, n.t.), losautores de este volumen analizan cmo ciertos elementos cosmolgi-

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    cos pueden ser resaltados o reinterpretados para convertir espacios oaspectos del paisaje en emblemas de la afirmacin de identidades di-ferenciadas en funcin del contexto poltico y socio-econmico (Lo-

    vell 1998). Sin embargo, ms que un anlisis de tipo sociolgico de losdiscursos de los dirigentes, todos los trabajos parten de una perspecti-va etnogrfica. Se trata de ir ms all de los discursos de las elites ind-genas porque en muchas ocasiones las nuevas retricas sobre el territo-rio estn muy lejos de las visiones locales cotidianas del entorno. La ne-cesidad de las organizaciones indgenas de hacer frente a los nuevos re-tos que plantea la globalizacin las ha forzado a elaborar demandas quemuchas veces se tien de un ecologismo que insiste, con acierto, en laconservacin de los bosques tropicales y el respeto a la Madre Tierra,

    pero obvia las prcticas y representaciones locales del medio ambiente.Estas demandas se fundamentan en conceptos que, como el de MadreTierra, son comprensibles para las agencias internacionales, no guber-namentales y nacionales, pero que en muy pocas ocasiones hablan deterritorios, paisajes y espacios concretos.

    Los textos de esta coleccin ponen en evidencia que, a pesar dela desterritorializacin del discurso, las representaciones locales delmedioambiente no se han desvanecido con la aceleracin de los inter-

    cambios econmicos a nivel global. Las concepciones del mundo si-guen siendo diversas y complejas. Si no lo parecen es porque se ha agu-dizado la desconexin de las demandas polticas respeto al da a da delas comunidades y estamos sobrevalorando los efectos de lo que algu-nos han denominado neoliberalismo actualmente existente2 sobre laconstruccin del espacio. Todos los textos de esta coleccin muestranque en el mbito local la llamada globalizacin no ha tenido los mis-mos efectos que sobre las argumentaciones en favor de los derechosindgenas. Los trabajos etnogrficos que integran este volumen ponen

    en evidencia la existencia de espacios sociales vividos, modelados porla prctica y las relaciones con el exterior. De hecho, en lugar de la-mentar la desaparicin de los espacios sociales locales y condenar laglobalizacin, los autores se interrogan sobre las modalidades de apro-piacin y de reinterpretacin en las prcticas y percepciones cotidia-nas de los discursos ecologistas internacionales marcados por la patri-monializacin del medio ambiente y la visin esttica del entorno co-mo paisaje.

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    En las ltimas dcadas hemos podido constatar cmo el trmi-no paisaje ha sido utilizado en un sentido demasiado amplio en di-versas disciplinas de las ciencias sociales. Esta nocin ha sido revitali-

    zada para dar cuenta del inters por la percepcin vivencial del espacio,vinculada a la afectividad y al contexto socio-cultural de los actores so-ciales. Surgida en el marco de la nueva geografa cultural de los aos1980, esta nueva nocin pretende dar fe de las relaciones que estable-cen los individuos con su medio y da lugar a una etnogeografa queconsidera la manera en que los distintos pueblos ordenan y reordenansu espacio (Claval, 1995)3. Este giro culturalista en geografa que en lospases de habla inglesa ha sido denominado The cultural turn,y en losde influencia francesa le tournant culturel en gographie- provocar que

    los anlisis del paisaje cultural contemplen tanto el marco fsico comola poblacin que lo ocupa, pero sin poner en duda la universalidad dela dicotoma naturaleza-cultura (Fernndez, 2004).

    En antropologa social, a diferencia de otras disciplinas, como lageografa cultural o la historia del arte, el paisaje ha sido un objeto dediscusin tardo. Pero cuando a partir de los aos 1990 se convirti enelemento de reflexin, enseguida se hizo evidente que paisaje era unanocin muy compleja. El trmino tiene muchos significados y su inter-

    pretacin ha ido cambiando a lo largo de la historia. Paisaje puedesignificar la topografa y la forma de la tierra de una regin determina-da, el terreno en el que vive un pueblo, el fragmento de tierra que pue-de contemplarse desde un mirador, o la significacin que tiene esta tie-rra para quien la contempla o la vive (Olwig 1993: 307). Por si no fue-ra suficiente, el paisaje tambin puede ser un objeto, una experiencia ouna representacin, y estos diferentes significados se mezclan a menu-do unos con otros (Lemaire 1997: 5). Por esta razn y segn el nfasisterico que se le da, puede referirse, a la vez, a una forma de ver el mun-

    do de las elites o de los mediadores culturales, y al espacio vital habita-do por un grupo humano (Cosgrove y Daniels 1988: 206).

    A grandes rasgos en antropologa podran identificarse dos usoso interpretaciones del trmino paisaje; por un lado, el paisaje comopercepcin visual del territorio representado de manera esttica es de-cir, el paisaje en sentido restringido o estricto (Hirsh 1995:22)-; y, porel otro, el paisaje como conjunto de relaciones entre personas y lugaresque proporcionan el contexto para la vida diaria (Thomas 2001: 178),

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    -el paisaje en sentido amplio (Hirsh, ibid.), tal y como es empleado enla literatura anglo-sajona-.

    Cada uno de estos usos del trmino trae una serie de resonancias

    con l. A lo largo de los textos que conforman el volumen se puedeapreciar la tensin que comportan ests resonancias, pues en algunoscasos estas conllevan la dicotoma naturaleza-cultura y en otros casosla obvian.

    Si tomamos el trmino paisajeen sentido estricto constatamosque la mayor parte de las sociedades que son objeto de los estudios et-nogrficos no conciben ni perciben su entorno como un paisaje en elsentido esttico. Es importante sealar el origen de la definicin res-tringida de paisaje en el arte occidental que, por cierto, tiene un equi-

    valente temprano en el arte chino4-, pues este contexto ha marcado lamirada antropolgica hacia el entorno de las sociedades que han pasa-do por su prisma de anlisis. La omisin de esta connotacin en la for-mulacin del trmino paisaje ha dado lugar a muchas de las actualesambigedades en el uso antropolgico comn. En nuestra opinin, elpunto fundamental en cuanto al paisaje como representacin en la tra-dicin europea desde el renacimiento tardo, es que esta perspectivapaisajstica viene muy estrechamente relacionada con la separacin

    conceptual entre naturaleza y cultura. Es ms, se puede argumentar quela emergencia de la representacin paisajstica prepar el terreno parael surgimiento de una ontologa naturalista en los trminos que la de-fine Descola (2005). A los editores nos parece que esta posicin que li-mita el uso de la palabra paisaje al contexto occidental permite evitarimportar una perspectiva eurocntrica a los diversos contextos que es-tudiamos. Sin embargo no hemos querido imponer este uso a los auto-res, pues creemos que los textos reunidos aqu representan la diversidadde posiciones que conviven dentro de la antropologa. Dada esta espe-

    cificidad de la tradicin europea del paisaje y las posibles ambigeda-des en cuanto a las modalidades de representacin del medio ambien-te implcitas al usar el trmino fuera de un contexto occidental u occi-dentalizado, lo que s hemos credo necesario es que cada autor aclara-se el uso que hace de este trmino en su estudio particular.

    Para ejemplificar el uso occidental o moderno del trmino pai-saje que resulta de la dicotoma naturaleza-cultura, podemos servirnosde la pintura paisajstica que naci en el norte de Italia y Flandes du-

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    rante el siglo XV. Estas obras maestras son una de las manifestacionesms tangibles de la visin moderna del mundo. De hecho, la palabrainglesa landscapeviene del holands landschapque se refera a un tipo

    particular de representacin pictrica (Olwig 1993: 318). Aunque lapalabra landschap, al igual que sus dems equivalentes germnicos, ori-ginalmente designaba un rea de tierras dentro de una jurisdiccin co-munal, con el arte de los maestros holandeses empez a referirse a larepresentacin visual de tal terruo. La adopcin de la palabra en in-gls implic una inversin de esta relacin metonmica: landscapesig-nifica no la representacin sino la fraccin representada del entorno,independientemente de su sentido original como territorio consuetu-dinario. Especialmente desde el desarrollo del romanticismo y de la

    idea de naturaleza (Thomas 1993), este ambiente representado ya no esnecesariamente un terruo socialmente construido y controlado: pocoa poco se va convirtiendo en el ambiente fsico en general, en otras pa-labras: el ambiente natural. En el mundo anglosajn esta evolucin seve reforzada por la idea de la wilderness. Idea basada en evitar la pre-sencia humana en las representaciones artsticas e impedir el acceso ala naturaleza salvaje. En el continente americano, esta negacin de laocupacin humana frecuentemente ha llevado a la expulsin de pobla-

    ciones indgenas. En este sentido, como subraya Schama (1995:7), laexpulsin del grupo Ahwahneechee de la primera rea natural prote-gida por su belleza, el valle de Yosemite, marc la pauta a seguir. Comoconsecuencia de esta naturalizacin del paisaje, landscapey entorno f-sico se confunden y es necesario hablar de cultural landscapeo paisajecultural para referirnos a las construcciones culturales del entorno. Esimportante recalcar que desde el punto de vista de la definicin restrin-gida de paisaje, tales expresiones son tautolgicas. Segn algunos auto-res de la antropologa e incluso de la geografa cultural francesas (Ber-

    que, Descola, Lemaire) todo paisaje es por definicin cultural, pero notoda cultura cuenta necesariamente con paisaje.

    La visin del mundo que empieza a plasmarse en las obras de ar-te a partir de la Edad Moderna tiene mucho que ver con el desarrollodel capitalismo. Tal y como ha mostrado Cosgrove (1984) la perspecti-va lineal que fue usada por Brunelleschi y formalizada por Alberti sebasa en la idea de que la tierra y sus recursos son materia prima enaje-nable. El realismo con el que se representa el mundo en estos cuadros

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    coloca al artista y al observador fuera de la naturaleza (Cosgrove op.cit.: 20-27), algo que Panofsky (1991 [1927]) ya haba formulado en sufamoso tratado mostrando que la perspectiva lineal, como forma sim-

    blica occidental, instituye al individuo frente al mundo. De hecho, nohay que olvidar que la pintura paisajstica fue financiada y promovidapor las elites mercantes que vean en la tierra algo para ser medido, re-partido, comprado y vendido.

    Esta visin paisajstica del mundo se desarrolla a los albores de laEdad Moderna. En la Europa anterior, no se reconoca ninguna fractu-ra ontolgica entre los seres humanos y los no humanos. Todo era pro-ducto y resultado de la mano de Dios y todo poda ser objeto de cultu-ra (Olwig 1993: 313; Hirsch 1995: 6; Descola 2005: 282-287). La sepa-

    racin categrica entre cultura y naturaleza, y entre el ser humano y suentorno, nace con la razn instrumental que conllevan la Ilustracin yla Revolucin industrial. En definitiva, tras estos procesos histricos lanaturaleza se convierte en un objeto de investigacin y se concibe com-puesta por un nmero discreto de entidades o acontecimientos (Ingold1993: 154).

    Pero aunque en el Occidente moderno, -por lo menos, en el pen-samiento dominante y entre las elites que lo reproducen- los seres hu-

    manos y la naturaleza se hayan posicionado como entidades separadasy opuestas -pues los primeros se convierten en observadores externosde la segunda- todava hoy muchas sociedades no perciben su entornoecolgico como paisaje. El paisaje, como construccin histrica ycultural, est lejos de ser universal. Incluso, como lo recuerda la famo-sa ancdota del dialogo entre Czanne y un campesino provenzal queno reconoce en la montaa Sainte Victoire ningn paisaje, en las mis-mas sociedades europeas dicho trmino no tiene las mismas connota-ciones para todos sus habitantes. Sin embargo, tampoco podemos afir-

    mar que todos los indgenas (o las sociedades campesinas en general)no estn en contacto con concepciones paisajsticas del medio ambien-te, pues a veces la interaccin entre comunidades locales y polticas in-ternacionales basadas en la patrimonializacin del entorno ecolgico(reservas de la biosfera, ecoturismo, patrimonio mundial de la UNES-CO etc.) comporta la adopcin de tales percepciones. A partir de estasconstataciones se plantean cuestiones esenciales para los antroplogos:De qu tipo de adopcin se trata en cada caso? En qu casos hay

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    compatibilidad y fusin entre las categoras, prcticas locales de per-cepcin y representacin del medio ambiente y la perspectiva paisajs-tica? En qu casos nos encontramos ms bien con una compartimen-

    talizacin entre estas diferentes formas de representaciones de la natu-raleza? As, al igual que cuando se habla de sincretismo en referencia alos fenmenos religiosos, lo interesante de analizar el paisaje no es s-lo constatar que se dan influencias recprocas o unilaterales entre di-versas maneras de ver el mundo, sino que en cada caso se trata de iden-tificar las diferentes modalidades de articulacin, (re-) interpretacin orefraccin y de rechazo de una visin del mundo.

    Es por todo ello que la relacin entre las prcticas econmicas yrituales, la interaccin entre lo local y lo global, as como las elabora-

    ciones simblicas de los espacios, constituyen los ejes centrales de estelibro. Consideramos que para abrir una reflexin crtica sobre las mo-dalidades de importacin y apropiacin de patrones paisajsticos, esnecesario analizar las reelaboraciones simblicas desde las prcticas co-tidianas de interaccin con el medio ambiente en los contextos socioe-conmicos y polticos actuales. De tal manera que, ms all de consi-derar la coexistencia entre diferentes representaciones ecolgicas comouna mera hiptesis, los autores centran su argumentacin en torno al

    anlisis de las diferentes combinaciones de estas mltiples perspectivaspara reflexionar sobre el contexto en el que se produce su hibridacin,reinterpretacin o contraposicin. Y decimos contraposicin porquetambin constatamos que la representacin esttica del paisaje en algu-nos casos no parece compatible con las formas indgenas de represen-tacin y percepcin del entorno. En general, estas ltimas no estable-cen fronteras entre el mundo de la naturaleza y el de la cultura. Comoconsecuencia de esta relacin monista con el medio ambiente, no exis-ten las condiciones para que se produzca la emergencia de una visin

    paisajstica del entorno. Tal perspectiva supondra una mirada totali-zante del individuo que se extrae del mundo conforme a la nocin delex-habitantteorizada por Ingold (2000: 209-218).

    Al igual que la nocin de paisaje, la de territorio tambin es di-fcil de manejar en el contexto latinoamericano. Esta nocin se conso-lida en Amrica Latina bajo la influencia del modelo francs de Esta-do-nacin. A partir del siglo XIX se empezarn a aplicar las mismas le-

    yes de nacionalidad que en Francia y poco a poco se ir equiparando la

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    idea de territorio con la de jurisdiccin. De hecho esta idea de jurisdic-cin, a pesar de no estar en sintona con la gran mayora de cosmovi-siones indgenas, todava sigue vigente y domina los actuales debates

    sobre los derechos de los pueblos indgenas sobre su territorio, medioambiente y recursos. Tal y como sostiene Toledo LLancaqueo (2005) enlos ltimos aos la nocin de territorio indgena ha adquirido mlti-ples significados en las demandas indgenas y la produccin terica afnen ciencias sociales. A veces se utiliza para referirse a la idea de jurisdic-cin, otras a la de espacio geogrfico a demarcar, otras al hbitat, bio-diversidad y conocimientos sobre la naturaleza y otras a la etno-terri-torialidad. Sin embargo, esta multitud de usos que ha adquirido la no-cin de territorio no ha favorecido que se tuviera en cuenta el punto de

    vista local, sino todo lo contrario, ha provocado que perdiera fuerzaanaltica y generara confusiones.

    El malestar con la nocin de territorio, al igual que con las ml-tiples interpretaciones de paisaje, es compartido por varias discipli-nas5. Hace veinte aos el concepto de territorio irrumpi con fuerza enla produccin cientfica de gegrafos (Roncayolo, 1982; Raffestin, 1979;Turco, 1999; Brunet, Frmont), economistas (Becattini, Bagnasco,1981; Brusco, Triglia), socilogos (Ganne; Barel, 1977), antroplogos

    (Surralls y Hierro Garca, 2004) y otros autores de las ciencias sociales(Allies, 1980; Lepetit). El boom de los estudios sobre el territorio llevincluso a inventar en el mbito francs la categora de ciencias del te-rritorio. Sin embargo, sus inventores pronto tuvieron que reconocerque no poda existir un paradigma territorial ya que la nocin de terri-torio era usada tanto para denominar los procesos sociales que se ins-criban en el espacio como los espacios que se vean circunscritos porlos procesos sociales.

    Al cabo de poco surgieron los conceptos de territorialidad y te-

    rritorializacin para superar esta contradiccin. De hecho estas deriva-ciones nacieron para esclarecer los dos usos de la nocin de territorio.Por un lado, la territorialidad estara relacionada con las acciones, prc-ticas, mviles, intenciones, recursos, procesos cognitivos y las historiasparticulares que acompaan la construccin de los territorios. Por elotro, la territorializacin se referira a los procesos sociales impulsadospor individuos, organizaciones, agentes econmicos, configuracionesde poder para mantener un espacio en vida. Es por ello que investiga-

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    dores como Hoffmann y Rodrguez (2007), con la intencin de abarcarlos dos aspectos presentes en este doble movimiento, proponen privi-legiar el trmino de territorialidadpara insistir en el carcter procesual

    de las relaciones con el territorio.Sin querer entrar en detalle en esta discusin conceptual, la ideaque a nuestro entender debe extraerse de estos debates es que la nocinde territorio al ser utilizada en contextos dispares y al haber derivadoen nociones como territorialidad y territorializacin, ha amplificadosus usos hasta el punto de provocar confusiones y malentendidos. Pe-ro aunque persistan estos problemas de interpretacin conceptual,cuando nos centramos en la realidad latinoamericana constatamos queel territorio ha sido el motor de las demandas colectivas de los pueblos

    indgenas. En las ltimas dcadas el concepto de territorio se ha im-puesto para referirse a las relaciones tanto simblicas, como materia-les- que una sociedad mantiene con su espacio, concretamente con sustierras. Las antiguas demandas por las tierras indgenashan sido inte-gradas al concepto de territorio indgena6 pero sin cuestionar la natura-leza simblica y material de este espacio socialmente vivido. Con todono es de extraar que actualmente la idea de territorio indgena estms asociada a sus orgenes -a la idea de terroir(tierra) y su evolucin

    en el marco de la delimitacin de los Estados modernos- que a la rea-lidad local de los pueblos indgenas del continente americano. ComoMartnez Mauri (2007) ha mostrado a travs de la experiencia del pue-blo kuna de Panam, el origen de la nocin de territorio determina suuso actual, pues se refiere a una realidad que es susceptible de ser trans-mitida, apropiada y que permite marcar fronteras, pero en muchasocasiones no contempla los espacios que, como el mar, parecen abier-tos, inapropiables e inabarcables.

    La nocin de espacio es otro mbito en el que la variedad de usos

    suele producir malentendidos. Empleada en su sentido euclidiano yabstracto, es claramente una categora analtica del pensamiento occi-dental que, si bien puede ser til para la generalizacin, est obviamen-te poco relacionada con la realidad cotidiana. Las personas suelen msbien experimentar las diferencias en su entorno como lugaresespecfi-cos no como coordenadas abstractas en un espacio indiferenciado. Espor ello que Casey (1987, 1996) en su reflexin sobre el anclaje corpo-ral de la memoria, propone regresar, dentro del mismo pensamiento

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    occidental, a la primordialidad del lugar sobre el espacio conforme a latradicin de Aristteles. Desde una perspectiva fenomenolgica Caseyargumenta que el enfoque de la filosofa moderna sobre el espacio en

    detrimento del lugar se explicara porqu, en los escritos sobre la me-moria, se le ha restado importancia a la memoria corporal. Como ar-gumentaba Aristteles, la accin primaria del lugar consiste en conte-ner o retener, la memoria est naturalmente orientada hacia los luga-res (place-oriented) y sta relacin se realiza a travs de la experienciavivida por el cuerpo (Casey 1987: 187 y 189, n.t.). Esta proposicin es-t en consonancia con las etnografas que revelan la importancia delcuerpo en las concepciones indgenas de los lugares (o espacios) y en elproceso de articulacin de estos para formar un territorio (e.g. las con-

    tribuciones en Surralls y Garca Hierro 2004).Es interesante resaltar que en el uso de la nocin de espacio tam-

    bin, aparecen divergencias entre las tradiciones antropolgicas anglo-sajonas y las de lenguas latinas. En las ltimas se suele hablar ms fre-cuentemente de espacios en plural por ejemplo cuando se trata de ca-tegoras locales de los diferentes espacios ecolgicos en un sentidomuy parecido al uso de lugares (places) en la literatura anglfona, o seacomo espacios especficos creados por las mismas actividades sociales.

    Estas reflexiones sobre el uso de la nocin de espacio tienen unvnculo directo con la problemtica del paisaje. Hirsch, en su muy cita-da introduccin a la ahora ya clsica coleccin sobre antropologa delpaisaje (Hirsch y OHanlon 1995) retomando el anlisis de Casey, lo si-ta en la tensin entre el lugar y el espacio (between place and space).En esta proposicin Hirsch (op.cit. 4-5) define el paisaje como un con-cepto analtico aplicable a toda situacin y a todo contexto cultural,donde el paisaje no sera ni el entorno fsico ni la representacin delmismo, sino la tensin entre el lugar (real) y el espacio ideal, o entre el

    primer plano (foreground) y el trasfondo (background). Este ltimo, elespacio ideal, sera definido por procesos sociales en base a criterios es-tticos, morales o religiosos/cosmolgicos. La elegancia y sutilidad detal definicin son indudables y seguramente tiene valor heurstico co-mo lo muestran los ejemplos etnogrficos que incluye la coleccin. Sinembargo nos parece equivocada desde un punto de vista epistemolgi-co. Ciertamente esta tensin entre lugar como actualidad y espacio co-mo potencialidad corresponde muy bien a la relacin que existe en la

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    tradicin europea entre la experiencia del entorno fsico y el ideal de laiconografa artstica religiosa que transforma este entorno en natura-leza a travs del mito del Edn (Slater 1995, Olwig 1995). Sin embar-

    go, su validez en otros contextos es bastante discutible ya que precisa-mente se apoya en dicotomas tpicamente occidentales entre lugar yespacio o naturaleza y cultura. Para eludir esta crtica, Hirsch hace delpaisaje una entidad no identificada y lo define como un proceso que loubica en la tensin entre lugar concreto y espacio abstracto. Este pro-ceso mezcla la experiencia fenomenolgica de los lugares, la memoria-lizacin de estos -que a su vez contribuye al proceso cognitivo de for-macin de representaciones de estos lugares como espacios- y sus re-presentaciones simblicas, artsticas, religiosas, cientficas etc. que pue-

    den ser expresadas en formas visuales, tctiles olfativas o auditivas. Noobstante, desde nuestro punto de vista, este proceso describe ms am-pliamente todo la percepcin, concepcin y representacin del medioambiente y por ello no nos parece adecuado calificarlo de paisaje7.

    Articulando paisajes, espacios y territorios en la prctica

    Despus de topar con la dificultad de trabajar en base a una de-finicin rgida de las nociones que aparecen en el ttulo espacio, pai-

    saje y territorio- y constatar la multiplicidad de significados e interpre-taciones en funcin del contexto etnogrfico y terico, decidimos or-ganizar los trabajos de esta coleccin en base a las tres nociones, peropartiendo de su dinamismo y adaptabilidad a las diferentes situacionesque han investigado los autores.

    Durante la presentacin de las ponencias en el simposio emer-gieron tres ejes comparativos. El primero, que hemos credo conve-niente titular Paisajes, entre representaciones locales y estticas glo-

    balizadas, lo constituy la temtica de los cortes espaciales o las clasi-ficaciones de los espacios vigentes en las prcticas y las percepciones lo-cales del medio ambiente tomando en cuenta su contexto histrico desurgimiento. Los cuatro textos que forman este primer bloque profun-dizan en la representacin local de los espacios subrayando los aspec-tos estticos identificados desde el exterior o la falta de corresponden-cia entres estos y la concepcin local del espacio. Se trata de discutir launiversalidad o particularidad del paisaje.

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    Como subrayaron Bugallo y Le Bonniec, en los contextos con-temporneos de patrimonializacin se plantea la problemtica de la sa-cralizacin y desacralizacin de los espacios. Este corte entre lo sagra-

    do y lo profano, si bien no es el ms relevante en todos los casos, seacerca a otros cortes espaciales en relacin con el anclaje territorial dela memoria social y de la relacin con los ancestros. Por ejemplo, en va-rios casos encontramos asociaciones entre el monte y el pasado ances-tral (Kohler, Figueiredo, Martn y Gimnez) que adquieren nuevos sig-nificados en contextos de desarrollo y de luchas identitarias (Rival1998). Fuera del simposio, Ellison (2004) tambin desarroll un anli-sis similar en el contexto contemporneo de extensin de la cafeticul-tura en la regin totonaca de Mxico y Martnez Mauri (2007) reflexio-

    n sobre la asociacin de la tierra con la figura de Napguana(la mito-lgica Madre) y del mar con Muubilli(la abuela). Estos ejemplos etno-grficos parecen presentar el paisaje como si estuviera involucrado enalguna clase de reciprocidad con los seres humanos. Una interaccinentre humanos y seres ligados a estos lugares que corresponde con loque Anderson (2000) ha descrito como una sentient ecology. Es decir, sepercibe una interconexin de las personas con su entorno a travs delparentesco y la ancestralidad. El entorno puede estar conectado con los

    antepasados o incorporarlos de varias maneras. En algunos casos, co-mo muestra Toren (1995: 178) los antepasados pueden haber formadola tierra, o emergido de ella, o la pueden haber convertido en jardines

    y campos de cultivos. En estos casos, el paisaje proporciona un recuer-do continuo de las relaciones entre las generaciones vivientes y las pa-sadas, y en consecuencia, de las lneas de descendencia y herencia. Eluso continuo de lugares a travs del tiempo lleva la atencin a las cone-xiones, histricamente establecidas, que existen entre los miembros deuna comunidad (Bender, 1999: 178). En otros ejemplos, como en el ca-

    so de los mocoves presentado por Lpez y Gimnez Bentez en esta co-leccin, los rasgos de la actividad humana en el monte pueden repre-sentar una fuente de informacin detallada acerca de las relaciones deparentesco, pues este espacio pertenece a los antiguos. O como en el ca-so de los Patax presentado por Kohler tambin en este volumen, elmodelo de casas y huertos dentro de la selva es reconocido como un re-gistro fsico de la historia residencial que puede relacionarse con las tra-diciones genealgicas. Como en muchos lugares de la amazona occi-

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    dental (cf. Gow, 1995: 48) la unidad que sirve para pensar la constitu-cin del espacio Patax es la familia y el linaje.

    Todos los textos de este primer bloque pretenden reflexionar so-

    bre paisajes que no comportan una referencia visual a algo separadode nosotros mismos. Ponen en evidencia que existen muchas socieda-des en las que no se tiene la sensacin de estar alienado respecto al en-torno y documentan una variedad de maneras diferentes en las que semanifiesta la imbricacin de los pueblos con su ambiente. As, en el ca-so presentado por Figueiredo, el paisaje rionegrino no slo es evoca-do en imgenes, sino en relatos y a travs de objetos que, como el re-mo, nos dan una idea de la diversidad de percepciones del entorno. Se-gn este antroplogo brasileo para los Bar el paisaje en trminos es-

    tticos, tal como plantea Berque, no existe. Sin embargo, si fuera posi-ble representarlo en estos trminos podran encontrarse nociones est-ticas para definirlo. La descripcin que nos ofrece Figuereido del entor-no Bar se asimila a la idea de paisaje como espacio vivido de la pers-pectiva del morar (dwelling perspective) de Ingold (2000). Aqu, el en-torno cambia de estatus segn las experiencias fenomenolgicas delclima. Las diferencias de percepcin en periodos de neblina crean otrolugar o paisaje en su sentido fenomenolgico hasta el punto de permi-

    tir la conexin con seres ancestrales, estableciendo as otro espacio-tiempo. No obstante, los autores de esta introduccin argumentara-mos, de acuerdo con Figueiredo, que tal concepcin del entorno que li-ga fenmenos climticos con presencias de seres sobrenaturales, si bienest anclada en las experiencias preceptales de los Bar, slo se expli-ca por las representaciones colectivas sobre el medio ambiente que, asu vez, condicionan la experiencia fenomenolgica. Tal es el caso de laexperiencia de la llegada de la neblina: es una manifestacin de la pre-sencia de Aru, aquel personaje mtico responsable del fro intenso.

    Desde la regin chilena de la Araucana, Le Bonniec nos ofreceun excelente ejemplo histrico de cmo evoluciona la idea de paisaje yde cmo esta idea, que surge durante la colonizacin, sirve para cons-truir la nacin. Su aportacin contrapone la visin mapuche de su en-torno con la idea nacional de este espacio, identificando malentendidos

    y denunciando la invisibilidad impuesta a los humanos en los paisajescon fines de dominacin territorial. Uno de los elementos que merecela pena destacar de este captulo es el esfuerzo que hace el autor por

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    considerar las percepciones paisajsticas, sus condiciones de produc-cin y sus impactos, para entender cmo la Araucana se integr mate-rialmente a la nacin chilena. Leyendo a Le Bonniec resulta evidente

    que las elites criollas se sirvieron del paisaje (en su sentido estricto, ar-tstico), ya sea a travs de su formalizacin bajo la escritura o el dibujo,para territorializar y semantizar los espacios ocupados por los indge-nas. Este texto nos permite hacer mencin de los procesos de domina-cin que acompaan la visin paisajstica y los instrumentos mapas yrelatos- de los que se sirven los usurpadores. De hecho, tal y como afir-ma Harley (1988), la representacin de la tierra a travs de la cartogra-fa est estrechamente relacionada con el arte de la perspectiva y con laciencia emprica natural. Es ms, los mapas, a diferencia de la pintura

    paisajstica, pueden apelar a un estatus de objetividad, ya que represen-tan una tecnologa de poder y conocimiento (Harley 1988: 279). La fa-bricacin de mapas ha estado tradicionalmente reservada a las elites, alas que se instruye, se ensea a calcular y se autoriza a dividir el mun-do sobre el papel. Los mapas han sido fabricados y utilizados por lospoderosos y son, por lo tanto, un instrumento para hacer el mundo yla realidad maleable. Son, en definitiva, una manifestacin ms de lamirada occidental y son la otra cara de la moneda de la visin paisajs-

    tica (Thomas 2001: 171).Por su lado, Bugallo analizando las marcas que deja la produc-cin y los rituales en el espacio andino de la puna de Jujuy, nos presen-ta como la visin paisajstica del espacio es reapropiada por los mis-mos habitantes de la regin. Al igual que otros textos de esta coleccincomo por ejemplo el de Boullosa, Rodrguez, Garca o Lpez y Gim-nez Bentez- la autora destaca la importancia de los intelectuales y me-diadores con el exterior en la reelaboracin del entorno y como figu-ras clave a la hora de entender la patrimonializacin aplicada al terri-

    torio (naturaleza) o al ritual (cultura).El segundo eje de comparacin titulado patrimonializacin de

    los espacios ecolgicos, ecologizacin del patrimonio cultural, secentr en la relacin entre el territorio (o eventualmente el paisaje) yla alteridad. Cules son los vnculos entre los procesos de defensa delterritorio y las construcciones identitarias? Qu relacin se estableceentre la adopcin de discursos legitimadores sobre el territorio y lasprcticas asociadas a los espacios? Nos referimos a los discursos ecolo-

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    gistas, los proyectos de desarrollo sostenible, las lgicas patrimoniales,los discursos cosmognicos o religiosos y los rituales en los que se sus-tentan, y, finalmente a las dinmicas identitarias y polticas naciona-

    les, internacionales y regionales que, a nuestro entender, son centralesen esta relacin.En este sentido, tanto Blanco Wells, como Kohler y Sansi insisten

    con acierto en enfatizar el dinamismo que experimentan las represen-taciones del entorno en la Patagonia, el Monte Pascal y Baha al entraren contacto con el mercado de la conservacin y el ecologismo. BlancoWells analiza la nocin de patrimonializacin como una neo-coloniza-cin contempornea tanto en trminos econmicos de produccin co-mo conservacionistas. El ejemplo de la Patagonia sirve para pensar en

    los mltiples sentidos que puede tener el entorno en funcin del con-texto econmico y de los ojos que lo miren.

    Desde una perspectiva muy parecida, Kohler nos presenta losmalentendidos que han surgido entre las poblaciones locales del Mon-te Pascal, las autoridades gubernamentales y las agencias conservacio-nistas a raz de la interpretacin del medio ambiente. Este captulo per-mite captar la compleja red de relaciones polticas y econmicas quecondicionan la percepcin del espacio y las prcticas cotidianas. Se re-

    velan as las contradicciones que implica la nocin de patrimonio na-tural. Para poder consolidar su soberana sobre el territorio, los Pataxse especializaron en una produccin artesanal depredadora de los re-cursos naturales que supuestamente tenan que proteger. Paradjica-mente, segn las ONG y las autoridades8 la proteccin de estos recur-sos legitimaba la soberana territorial de este grupo.

    Tambin desde Brasil, pero a partir de otra realidad social y cul-tural, Sansi nos ofrece otro buen ejemplo de malentendidos y desen-cuentros entre las comunidades locales y los ecologistas. Estos ltimos,

    lejos de entender los significados del ritual y la percepcin del mundoque se transmite en el Candombl de Baha, convierten la naturaleza enuna esfera autnoma de la cultura y en un emblema de afirmacinidentitaria. Sansi subraya lo paradjico que es considerar las casas deCandombl como patrimonio a la vez natural y cultural. La asociacindel monte y del sitio de culto con una selva prstina y una proto-Afri-ca en medio de la ciudad no solamente no corresponde a la realidad delas prcticas del Candombl, sino que adems corre el riesgo de redu-

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    cir una prctica dinmica al marco demasiado estrecho de su museifi-cacin. Este fenmeno muestra como en algunas ocasiones las lgicasde patrimonializacin tanto natural como cultural pueden destruir el

    objeto que pretenden conservar por la misma objetificacin de estasrealidades dinmicas, cambiantes, que no aceptan ser definidas porfronteras o lmites fijos.

    La tercera problemtica transversal que surgi de las ponenciasfue la cuestin de las modalidades de importacin de nuevas represen-taciones ecolgicas y en especial de una perspectiva paisajstica a las lu-chas por el territorio. Bajo el ttulo Territorios resignificados e identi-dad este tercer bloque agrupa las investigaciones que abordan la pro-blemtica de la territorialidad, es decir, la autonoma poltica y el go-

    bierno que ejerce un grupo sobre un espacio concreto. Teniendo encuenta tanto los discursos, argumentaciones y proclamas que formulanlos grupos para exigir derechos territoriales, como la construccin de laterritorialidad en el mbito local. Esta ltima parte se propone valorarcul es el papel de los expertos, activistas o lderes locales (mediadoresculturales o polticos) en la transformacin de las representacionesecolgicas, especialmente en los procesos de territorializacin y de ree-laboracin identitaria. Como ya hemos mencionado anteriormente, es-

    ta problemtica no slo est presente en los textos que recoge este blo-que, sino que tambin se encuentra en los captulos anteriores. As, taly como argumenta Kohler, la experiencia de los Patax de Brasil mues-tra que los misioneros fueron los que primero introdujeron la visinesttica del paisaje a travs de la imagen del Edn aplicada a la horticul-tura o a la agricultura. Le Bonniec muestra las implicaciones polticasde la construccin del paisaje en la Araucania y la reapropiacin de larepresentacin paisajstica por la intelectualidad mapuche. Otros tex-tos, como los de Garca y Rodrguez, reflexionan sobre cmo en los

    contextos actuales, los activistas -locales y exteriores- las ONGs, los mi-grantes y los maestros se convierten en mediadores del ecologismo na-turalista y paisajstico.

    El texto de Boullosa es especialmente relevante para comprenderla importancia de los mediadores culturales en los procesos de redefi-nicin identitaria en base a rituales o espacios. A partir de su trabajosobre los usos identitarios de la Pachamama en el noroeste argentinoesta investigadora muestra como los intelectuales, lideres, activistas,

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    etc. que viven entre dos mundos llegan a redefinir la relacin con el en-torno tanto para dentro, como para fuera. Es decir, constata que es-tos individuos promueven y garantizan los cambios en la representa-

    cin endgena y exgena del espacio y del grupo con fines polticos lalucha por los derechos indgenas sobre el territorio- y econmicos lapromocin del pueblo como lugar turstico.

    El trabajo de Boullosa adems de reflexionar sobre el papel quejuegan los individuos en la transformacin del espacio, tambin intro-duce otra problemtica comn a muchos de los contextos abordadospor los autores del volumen: los impactos del turismo, una industria sinchimenea, que a travs de proyectos ecotursticos y etnotursticos pocoa poco suplanta los proyectos meramente conservacionistas. De hecho,

    desde hace ms de una dcada en todos los pases del rea se estn im-pulsando proyectos gestionados por entrepreneurso por comunidadeslocales para abrir su mundo a los visitantes exteriores haciendo accesi-bles sus casas, bosques y cementerios. Es muy importante tener encuenta estos procesos porque comportan adaptaciones del entorno yreformulaciones de la mirada hacia este. En estos procesos el ritual y suescenificacin pblica (una forma de patrimonializacin) estructuranla apropiacin y la construccin de nuevos espacios identitarios.

    En un contexto muy distinto del descrito por Boullosa, marcadopor el desplazamiento forzado y las migraciones de poblaciones maza-tecas en Veracruz, Rodrguez analiza como para los desplazados deNuevo Ixcatln el entorno regional que abandonaron contina for-mando parte de su identidad, imaginario y memoria. La emigracin yla multiflexibilidad laboral no excluyen la existencia de procesos deafirmacin identitaria, ya no tan anclados en el territorio, sino en lasesferas socio-espaciales fincadas en redes de bienes y mensajes. En esteproceso de reafirmacin territorial los mediadores -maestros y perso-

    nas que han pasado por el sistema educativo occidental- aparecen denuevo como piezas fundamentales en la recomposicin identitaria. Es-tas personas, aunque promueven los valores de la sociedad nacionalmexicana a travs de las instituciones gubernamentales, tambin traba-

    jan para reelaborar y mantener las tradiciones de sus pueblos. Aunquepara muchos la cultura indgena, ms que un modo de vida es un em-blema, ellos introducen nuevos sentidos, interpretaciones y miradassobre su realidad cultural y territorial.

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    El captulo de Lpez y Gimnez Bentez sobre el espacio y la de-finicin de lo aborigen en las comunidades mocoves del chaco argen-tino nos presenta otro buen ejemplo de malentendidos y contradiccio-

    nes entre diferentes visiones del espacio, territorio y paisaje. Lpez yGimnez Bentez exponen el caso de los paisajes mediados por maes-tros bilinges de origen mocov que experimentan las contradiccionesentre las cosmologas nativas y las occidentales. En algunos casos, el es-tar entre dos sistemas de aprehender la realidad que los rodea, puedeincluso generar importantes crisis personales. Y es que, como en otroscontextos estudiados por los autores de este volumen, para los moco-ves el paisaje va ms all de la visin pictrica del mundo. Las concep-ciones mocovessobre el paisaje, o ms bien sobre su entorno, se inser-

    tan en el contexto de sus concepciones acerca de la estructura del uni-verso en su conjunto. Por lo que entender la representacin del mundoindgena, dejando de lado los estereotipos sobre el buen salvaje o elhombre natural que difunden algunos agentes externos, significa apro-ximarse al complejo cosmos mocov

    Por otro lado, como ya hemos anunciado ms arriba, la expe-riencia de los mocovestambin nos permite reflexionar sobre los vn-culos que existen entre el espacio y el parentesco. Para este grupo del

    chaco argentino su identidad se elabora en relacin a los diferentes es-pacios y los significados que adquieren a travs de experiencias presen-tes y de la memoria social de estos lugares. Por ejemplo, el monte es elmbito privilegiado en los discursos sobre la identidad. Conceptualiza-do como el hbitat de los antiguos-trmino con el que en la actualidaddesignan a los mocovesque vivan segn las normas tradicionales- elmonte es una suerte de representacin ambiental de este modelo del sermocovque encarnan los antiguos.

    El ltimo captulo de Garca Valencia presenta la mediacin de

    maestros, curas bilinges y curanderos en la redefinicin de las identi-dades locales de los Tepehua de Pisa Flores (Mxico). Adems, muestracomo la interaccin entre estos distintos actores en el mbito regional,nacional e internacional construye nuevos vnculos con un territorioconcreto a travs de la religin y del ritual neo-chamnico. La experien-cia de Pisa Flores ejemplifica algunas de las situaciones que actualmen-te viven los pueblos latino-americanos, indgenas o no. Por medio delos mltiples flujos econmicos, polticos y religiosos nacionales y su-

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    pra-nacionales que atraviesan el espacio regional, los diversos actoresse posicionan en su lucha para la redefinicin del territorio local.

    A pesar de que el objetivo inicial de esta coleccin de textos no

    fue proponer una sntesis terica, creemos que estos ejes comparativospermiten reflexionar sobre las relaciones entre las dinmicas sistmicas(socio-econmicas y polticas) constitutivas del proceso de globaliza-cin y las representaciones del medioambiente ancladas en prcticascotidianas, es decir, entre la expansin de valores pretendidamente uni-versales y los procesos locales. Despus de trabajar conjuntamente enla edicin de esta coleccin, nuestra impresin es que ms que defini-ciones rgidas de nociones tales como paisaje, territorio o espacios eco-lgicos, en antropologa se hace necesario anclar los anlisis en traba-

    jos etnogrficos que den cuenta de los cambios actuales en la relacinque una sociedad determinada mantiene con su medio. A esta escala esposible entender las relaciones entre percepciones, prcticas y repre-sentaciones ecolgicas, al mismo tiempo que se puede clarificar laadopcin, adaptacin o rechazo de las dinmicas globales en las prc-ticas cotidianas. A esta escala etnogrfica es donde mejor se puede vercmo el entorno ecolgico, o el paisaje en su sentido amplio -tal y co-mo se utiliza en el mbito anglosajn-, proporciona un contexto para

    la vida humana, incorpora una relacin entre la realidad que se vive yla posibilidad de otras formas de ser, y se adapta a las condiciones enlas que se desarrolla el da a da y a las condiciones metafsicas, imagi-nadas o idealizadas (Hirsch, 1995). Y, a la escala de lo cotidiano nos se-r fcil identificar el rol y la influencia de los agentes mediadores entreel mbito local, nacional o internacional. Estas mediaciones culturales,polticas o econmicas que marcan la percepcin de los lugares y su ar-ticulacin en un espacio idealizado, la importacin de ideas estetizan-tes y las demandas polticas sobre el territorio, no deben ser obviadas a

    la hora de analizar la construccin del paisaje, el territorio y el espacioen la Amrica Latina de hoy.

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    Notas

    1 Este simposio puede considerarse la continuacin de la jornada de estudios Espa-ces habits et paysages: usages identitaires des pratiques et reprsentations cologi-

    ques dans la construction des appartenances locales; terrains amricanistes auXXIme sicle, celebrada en enero de 2005 en el Centre dEtudes et Recherches surles Mondes Americains (EHESS, Pars). Algunas de las ponencias presentadas enesta primera jornada pueden consultarse en el nmero 7 (2007) de la revista elec-trnica Nuevo Mundo Mundos Nuevos, (http://nuevomundo.revues.org/sommai-re2893.html#rub4804), concretamente nos referimos a los textos de: Magali De-manget, Nicolas Ellison y Mnica Martnez Mauri (ver bibliografa).

    2 Efectos que, tal y como afirman Brenner y Theodore (2002) se expresan en proce-sos de transformacin econmico-espacial que comportan la desaparicin de laautosuficiencia.

    3 Ejemplos de esta nueva aproximacin al estudio del espacio son los trabajos deAnthony Giddens (1984), James Duncan (1990), Mike Crang (1998), Jol Bonne-maison (2000), Augustin Berque (1986; 1992; 2000).

    4 Aunque es necesario precisar que la aparente similitud, al nivel formal, entre laspinturas paisajsticas en China y en Europa puede ser engaosa. Estas formas simi-lares de representacin del entorno se fundamentan en concepciones ontolgicasdivergentes en cuanto a la relacin con el medio ambiente. (Berque 1999).

    5 Es conveniente precisar que a pesar de que el concepto de territorio empez a co-brar importancia en el mbito de la geografa, y es utilizado en sociologa, econo-ma, urbanismo, historia, ciencias polticas, antropologa social, este concepto tie-

    ne sus orgenes en el derecho y la etologa.6 Toledo LLancaqueo, 2005.7 Berque (2005) para nombrar este proceso universal invent el termino de cosmop-

    hanieo cosmofana.8 Tales contradicciones entre estructuras de patrimonializacin o de gobierno de la

    naturaleza tales como los parques naturales y los medios de subsistencia de los po-bladores originarios de estos territorios han sido ampliamente discutidas en un nu-mero reciente de la revista Cahiers dAnthropologie Sociale(n3, 2007).

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    le des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Barcelona y Pars.Olwig, Kenneth

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    Paisaje, espacio y territorio 29

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    DEL TERRITORIO INDEPENDIENTE

    ARAUCANO AL WALLMAPU1TRANSFORMACIONES SOCIALES Y AMBIENTALES

    DEL PAISAJE DE LA FRONTERA ENTRE LOS

    SIGLOS XIX Y XXI

    Fabien Le Bonniec

    IRIS - Institut de recherche interdisciplinaire sur les enjeux

    sociaux - Pars

    Candidato a doctor en Historia mencin etno-historia - Universidad de

    Chile - Santiago de Chile

    Laboratorio de Desclasificacin Comparada - Pars - Santiago

    Introduccin

    Los Mapuche ms conocidos en la literatura decimonnica co-mo Araucanos ocupan un lugar muy relevante en las crnicas escritaspor viajeros, cientficos, misioneros y militares que han pasado por lastierras del cono sur. Efectivamente, no faltan testimonios aludiendo ala capacidad de resistencia militar de este pueblo indmito, a su inte-gracin en la red de comercio trasandino ganadero y de otros bienes odescripciones de las grandes juntas de caciquesatestiguando la vigen-cia de su sistema poltico en pleno perodo republicano chileno y ar-

    gentino. Tales relatos contrastan con la imagen del indio dominado, re-ducido en misiones o del salvaje huyendo a la selva que se haba podi-do encontrar en muchas crnicas de viajeros que haban cruzado elcontinente en dicha poca. Sin embargo, las representaciones difundi-das en las obras de quienes se aventuraron en el territorio indepen-diente araucano abundan de ambigedades incluso de contradiccio-nes, como aquella ya sealada por Sara Mc Fall:

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    Describen bosques impenetrables como si el Sur no fuese poblado nicultivado, cuando sabemos de las crnicas de los siglos XVI y XVII, quelos Mapuche haban desarrollado por lo menos nueve tipos de maz,decenas de variedades de papa y poroto (2002: 311).

    Este tipo de paradojas en las narrativas que han contribuido aformar el imaginario nacional chileno acerca de lafronteray de sus ha-bitantes, da cuenta no solamente de la subjetividad de las descripcionesofrecidas por los cronistas, pero sobre todo de los enjeuxque estos im-plican. Si bien es comprensible que cientficos, eclesisticos, militares ocaciques mapuche no tengan la misma mirada acerca de los paisajes delafrontera, se revela ms complejo entender que estas distintas repre-

    sentaciones podan tambin estar influenciadas por los debates que sedesarrollaban a 600 kilmetros ms al norte, en Santiago, sobre la ma-nera de colonizar, pacificar y reducir esta franja del territorio chilenoan insumiso. El presente trabajo se propone ver como stas descrip-ciones paisajsticas decimonnicas han contribuido a formar una ima-gen de un territorio fronterizo y lejano habitado por brbaros indepen-dientes, y a transformarla en la regin de la Araucana, granero de Chi-le, tierras pobladas de colonos extranjeros y de las ltimas familiasaraucanas pacificadas y reducidas.

    Tal perspectiva impide considerar los retratos paisajsticos ensimples trminos de produccin literaria de una emocin esttica, e in-cita a abordarlos como experiencias individuales pero tambin colecti-vas. El paisaje, como percepcin y modo de relacionarse a su entorno,forma parte de la poltica de territorializacin, vale decir de semantiza-cin del espacio, estableciendo una relacin estrecha entre el actor y elterritorio. Las representaciones vehiculadas por estas experiencias tie-nen un efecto sobre el mundo social de esta poca, no solamente en la

    fronterasino tambin como una manera de cimentar una identidad na-cional a travs de una literatura nacional y de mitos. Desde esta pers-pectiva, las distintas descripciones paisajistas que circularon durante es-ta poca incorporaron el dispositivo de control y de transformacionesdel territorio mapuche implementado por el naciente Estado chileno.

    Lafronteracomo un espacio de entre-deux2, de tensiones y rela-ciones polimorfas entre poblaciones de distintos orgenes tnicos y so-ciales, an perdura hoy en da en el sur de Chile. Si bien las representa-

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    ciones y las configuraciones simblicas que aquella vehicula, han sidosometidas a varias transformaciones a travs de los siglos, esta reginmantiene su especificidad, su carcter diferenciado frente al centro, y

    sobre todo su apelacin de frontera. Al hablar de espacios fronteri-zos en lugar de territorios fronterizos la mayora de los estudiosfronterizos han contribuido a insistir sobre su carcter inestable e inse-guro, el trmino espacio est generalmente asociado a un vaco po-tencial, posibles amenazas, zonas que se tienen que temer, tener miedo,securisar o huir3. Dentro de la abundante literatura decimonnica queofrece descripciones de los paisajes y la poblacin del territorio inde-pendiente araucano, se puede destacar dos representaciones revelantes

    y redundantes: una es la retrica de la selva virgen y la otra se relacio-

    na con el precepto de seguridad y desarrollo que va a florecer duran-te la segunda mitad del siglo XIX.

    La selva virgen

    Si bien la mayora de las crnicas de la poca esbozan paisajesselvticos impenetrables, una terra nullius, la presencia humana a du-ras penas es contemplada en estos relatos. Muchas de las descripcionesno mencionan los habitantes de los paisajes, y cuando aparecen, es ge-

    neralmente de manera brusca y fuera del paisaje natural4. Este olvidorevela la ambigedad existente en la literatura de viaje en cuanto al lu-gar ocupado por el indgena en la naturaleza. Llama la atencin estaausencia del indio araucanoen varias de estas descripciones paisajsti-cas, como si en el imaginario de la elite criolla no pudiera existir entrela exterminacin y la integracin. Varios investigadores plantean queesta invisibilidad es debida al hecho que en dicha poca los viajerosconsideraban al indgena como parte de la naturaleza. Esta concepcin

    del indio explicara que muchos testimonios a penas mencionaran es-ta presencia humana. Pero aunque este tipo de anlisis puede ser per-tinente para analizar casos como el de la Amazonia, no parece vlido enel caso que nos interesa. Si bien es cierto que se pueden encontrar al-gunas fuentes decimonnicas mencionando el estado selvtico delaraucano y una literatura nacional que lo relega a un pasado mtico yal borde de la civilizacin5, el proceso de construccin de la alteridadtanto en Chile como en Argentina vehiculado en parte por estas cr-

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    nicas, no pasa por una naturalizacin del indgena similar a otros lu-gares de Amrica como la Amazonia. Desde los primeros pasos de losespaoles hasta los 50 primeros aos de la Repblica chilena, la famo-

    sa resistencia militar y diplomtica de los araucanos les haba asignadoun estatuto particular. Efectivamente, los jefes mapuche eran conoci-dos por su capacidad a organizarse y negociar tratados de paz con la co-rona espaola y despus con los militares chilenos. Hoy en da, estosacuerdos estn considerados como verdaderos tratados internaciona-les6 que regulaban las actividades polticas, jurdicas, comerciales y mi-sionales en el territorio independiente araucano. El constante protago-nismo de los caciques amigos u hostiles no poda escapar a ningnobservador. Por ejemplo, son varios los viajeros, como es el caso del Pa-

    dre Iluminato de Gnova o de Paul Treutler, que tuvieron sus momen-tos de contemplacin del paisaje prstino interrumpidos por la bruscallegada de una horda de jinetes. La hostilidad que generalmente estosltimos mostraban a los viajeros perdidos era, ni ms ni menos, unamanera de recordar la soberana de los jefes de estas tribus sobre las tie-rras que estaban pisando.

    La cuestin de la ausencia del indgena en las crnicas de lapoca se puede encontrar bajo otra forma tambin, que an se revela

    ms contradictoria como muestra el testimonio de Paul Treutler(1958: 330):

    Toltn era uno de los centros ms importantes de los araucanos, puesse extenda casi media legua a lo largo del ro homnimo y lo habita-ban ms de 200 familias. El terreno era plano y extraordinariamentefrtil. Crecan muy bien el trigo, las habas y el maz y llamaba sobre to-do la atencin una papa alargada conocida en todo Chile como la me-jor, bajo el nombre de papa toltea. Magnficas praderas pobladas por

    grandes rebaos de caballos, vacunos y ovejunos se extendan al pie dela cordillera andina. Pero la mayor parte de los campos se encontrabandesiertos o abandonados, pues los indgenas slo cultivaban las super-ficies indispensables a su alimento, o mejor dicho, las hacen cultivarpor sus mujeres.

    Treutler mantiene una oscilacin entre las referencias a ampliasextensiones de tierras incultas y el descubrimiento de grandes praderas

    y campos cultivados. Reconoce la existencia de una domesticacin de la

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    naturaleza, pero excluye el hombre mapuche de esta actividad produc-tiva7, induciendo un estereotipo caracterstico que pesa sobre las socie-dades indgenas que es la ociosidad masculina. Treutler no fue el nico

    sorprendido en descubrir inmensos campos cultivados y praderas enpleno territorio indgena, ya varias crnicas coloniales haban dadocuenta de la existencia de una actividad agrcola8.

    Estas ltimas descripciones que se destacan al constatar la exis-tencia de una agricultura pero que insisten en excluir la presencia delindgena de estas actividades de varias maneras, han llevado la antro-ploga Sara Mc Fall (2002: 311) a formular una hiptesis sobre estaausencia: La utilizacin de la tierra por parte de los Mapuche tena po-co impacto visual sobre el paisaje y su territorialidad era tan extensa que

    viajaban grandes distancias con sus ganados para el intercambio, parapastoreo y como ritos de pasaje. Siguiendo la reflexin de Sara MacFall, se puede decir que la territorialidad mapuche no consista sola-mente en el dominio de parcelas de tierras, sino en la capacidad de ca-da cacique a mantener su jurisdiccin pero tambin extender susalianzas familiares y comerciales hacia otras amplitudes. Estas distin-tas actividades econmicas de la sociedad mapuche prerreduccional9

    no pudieron desarrollarse sin modelar el entorno. Campos, praderas,

    caminos, introduccin de especies animales y vegetales, e incluso que-ma y tala de bosques con fines agrcolas son la huella que dej la pre-sencia indgena en estas tierras lejanas que muchas crnicas decimo-nnicas obviaron.

    Desarrollo agrcola y seguridad de la frontera

    De acuerdo con estas dos visiones de la Fronterapor un lado,unos vastos campos de tierras frtiles y desaprovechadas, y, por el otro,

    la presencia de pobladores fieros y rebeldes como la naturaleza que losrodeaba- se van a forjar no solamente los imaginarios pero sobre todolos planes de colonizacin y de pacificacin de los territorios indgenasdel sur de Chile. A la retrica de las selvas vrgenes ausentes de indge-nas o rodeadas de hordas de salvajes se ha asociado otro dispositivodiscursivo acerca del territorio mapuche y su poblacin, que, a su vez,fomenta dos preceptos complementarios: el desarrollo agrcola y la se-guridad de la frontera. Las narrativas antes mencionadas que tendan a

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    mostrar, a veces errneamente, tierras desocupadas o poco explotadas,y grupos de indgenas hostiles, contribuyeron a formar la ideologa dela ocupacin y colonizacin del territorio araucano, lo que consisti

    en un primer tiempo en tomar control, pacificar su poblacin, paradespus poder explotar sus tierras.Dentro de las distintas coyunturas a las que fue confrontado

    Chile a lo largo del siglo XIX, se puede destacar aquella relacionada conla construccin nacional pero tambin con la influencia del romanti-cismo. Como confirma el xito de las obras del naturalista AlexanderVon Humbolt, la exaltacin de la riqueza y belleza tanto de la naturale-za como de la poblacin humana del continente americano, as comoel estado espiritual y fsico supuestamente poco desarrollado de sus ha-

    bitantes relacionado con el entorno natural precario en qu vivan,arraig en el pensamiento de la poca. Por otra parte, la presencia decientficos en pleno territorio indgena independiente, la exploracin yla descripcin de estos paisajes estaban enmarcadas en otra tradicinde pensamiento, aquella de la Ilustracin, y cuya exigencia de raciona-lidad impona el estudio y la domesticacin de estos espacios paratransformarlos en territorios nacionales y regionales. La sola mencinde la selva virgen sugera en la mentalidad de la elite criolla de aque-

    lla poca la misin de conquistarla, domesticarla, poblarla y explotarla.La mayora de las descripciones paisajistas de la poca tuvieron comopunto de partida en este proyecto de racionalidad y de progreso.

    Esta visin desarrollada por una cierta elite concuerda con lapreocupacin de este mismo grupo por desarrollar el pas y satisfacerlas demandas crecientes del mercado triguero internacional, a travs dela explotacin de los recursos naturales de estas tierras conocidas comovrgenes, incultas y retiradas a la periferia del centro del poder santia-guino. La lgica de acumulacin de riqueza ha sido otro eje que ha con-

    tribuido a disear y modelar el territorio de la Araucanay de sus co-munidades indgenas. De ah surge la idea de desarrollo agrcola y se-guridad de la frontera10, presente en todos los decretos de remates de lapoca. Explotar y colonizar estas tierras frtiles y vrgenes se convir-ti en un imperativo. Con este propsito, se solicitaban colonos nacio-nales y sobre todo extranjeros cuya mentalidad civilizada, aptitudesfsicas y conocimientos tcnicos modernos eran considerados, por laelite criolla, como los ms adecuados para hacer productivas las tierras

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    del sur. Tal idea corresponda a la retrica patritica que se basaba enel mito fundador del encuentro entre la naturaleza del continente ame-ricano y el hombre culto europeo de donde surga el Hombre nuevo

    forjando la gran familia chilena.Varios trabajos histricos narran como se ha implementado lapoltica de colonizacin de las tierras australes consecuentes de tal vi-sin de la Frontera. Ha consistido, por una parte en delimitar y liberarespacios a travs de la reduccin de los Mapuche, y por otra parte en laformacin de grandes dominios, tales como las sociedades colonizado-ras, para recibir a los colonos extranjeros. Comparando el nmero defamilias mapuche radicadas y la superficie total de tierras otorgadas11

    con lo previsto en los decretos estableciendo las condiciones de la ins-

    talacin de los colonos extranjeros12, se puede constatar que a cada je-fe de familia indgena se le otorg un promedio de seis hectreas mien-tras que cada colono tena derecho a un mnimo de 150 hectreas, a lasque se sumaba 75 hectreas por cada hijo de ms de 10 aos. Esto ex-plica en parte, las profundas desigualdades que se van a producir du-rante este proceso de colonizacin y reproducir en las relaciones, nosolamente econmicas, sino sociales y polticas, hasta el da de hoy.

    La colonizacin y la explotacin de las tierras australes van a

    cambiar profunda y definitivamente el paisaje grabado en las crnicascitadas anteriormente. En los dominios de las sociedades colonizadoras,se levantan grandes aserraderos para explotar las maderas de bosquesnativos, se constituyen grandes latifundios para la produccin de ce-reales, se fundan pueblos de frontera que se van a expandir sobre tie-rras asignadas a los indgenas, y por ltimo, lneas de ferrocarril y tel-grafos van a cruzar la Araucana de un lado a otro. Tales transforma-ciones se enmarcaron tambin en procesos ms globales como la cons-titucin de los imperios coloniales europeos y la integracin de las re-

    cientes nacidas repblicas independientes en la economa mundial, quesin duda tuvieron una influencia notable y un impacto sobre la idea yla manera de colonizar ocupar y colonizar el territorio mapuche.

    Con el fin del territorio independiente araucano, sus habitan-tes pacificados, dejan de ser los protagonistas de los grandes relatos deaventuras y empieza otra narrativa, aquella de las ltimas familiasaraucanas. A partir de este momento, la literatura sobre la Araucanava a cambiar su enfoque y va a comenzar a interesarse por los arauca-

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    nos y sus costumbres, practicando una antropologa de rescate antes deque su poblacin desapareciera por completo. Efectivamente, los retra-tos ofrecidos por la prensa y las crnicas dan cuenta de un nuevo pai-

    saje, menos ednico y bastante pesimista en cuanto al futuro del pue-blo mapuche. El paisaje descrito ya no est compuesto de selva virgen,sino por un mundo indgena en decadencia como indica el historiadorLeonardo Len (2005: 105), la calle, la esquina y la taberna pasaron aser espacios habituales de trasgresin en la poca posterior a la Pacifica-cin, si bien pocos aos antes nadie se habra imaginado una calle o una

    posada en medio de los bosques y tupidas selvas de la Araucana. El via-jero de comienzos del siglo XX que se ha alimentado de las crnicas desus predecesores no puede resistirse a comentar su decepcin al descu-

    brir este nuevo paisaje:

    Que abismo entre el araucano heroico i el araucano de hoi! Aqul, al-tivo, fiero, indomable, dueo absoluto de su imperial i salvaje grande-za. El de hoy, sumiso, quebrantado, tmido i triste, marcha por sus ru-morosas selvas o entra a las ciudades de sus amos con el peso abruma-dor de la esclavitud poltica.13

    Mientras que se supone que los Ttulos de Merced distribuidos

    por el Estado protegen sus tierras de cualquier enajenacin, numero-sas parcelas pasan de manera fraudulenta a manos de dueos no-ma-puche. Este fenmeno no es completamente ajeno a la presencia masi-va de tabernas y prisiones. La primera constituye un espacio de relacio-nes intertnicas de negociacin e intercambios de distintos bienes, en-tre los que se encuentran las tierras. La segunda institucin, la crcel,es no solamente el lugar de trnsito privilegiado de los indefectiblesparroquianos del primero sino que tambin es uno de los mejores me-

    dios para castigar al mapuche y quitarle su tierra, como relata el cuen-to la permuta de Luis Vulliamy (1971: 54-55). Como seala SergioCaniuqueo (2006), este momento de crisis en la sociedad fronteriza, derelaciones violentas entre mapuche, colonos extranjeros, mestizos yfuerzas policacas, ha sido una fuente de inspiracin de varios escrito-res del siglo XX. Como en el caso de las crnicas decimonnicas y dela selva virgen que otorgaron ciertos atributos idealesy materiales a la

    frontera, los novelistas del siglo XX contribuirn a la construccin de

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    una realidad social, basndose en procesos de violencia fsica y simb-lica donde el indgena, ya no es el promotor sino la vctima. De la mis-ma manera que la idea de las tierras vrgenes abandonadas en manos

    de los indios flojos y rebeldes ha podido intervenir en los debates po-lticos de la poca y las decisiones resultantes, las novelas y otros escri-tos pro-indgenas producidos durante el perodo postreduccional, alinsistir sobre los maltratos, abusos y engaos del que fueron vctimas,denunciaron estos problemas ante la opinin pblica pero sobre todoentre la elite santiaguina.

    Del paisaje al territorio

    A lo largo de la presente reflexin se ha aludido a la existenciade procesos literarios e ideolgicos cuyos efectos se reflejaban en laproduccin de representaciones colectivas. Sin embargo es importan-te sealar que las interacciones en el mundo social, no slo se compo-nen de discursos y de representaciones sino que tambin tienen un as-pecto ms concreto que se puede ver a travs de la conformacin deterritorios y de las prcticas de sus actores. Los distintos relatos men-cionados participaron en la construccin y transformacin no sola-mente idealsino material de estos territorios. Ya sean las crnicas, las

    novelas o los artculos de prensa, todos han contribuido en dar formaal territorio de la frontera. Como seala Franois Walter (2004: 301),el concepto de territorialidad constituye una herramienta epistemo-lgica que permite propulsarnos mas all de la historia de las ideaso las percepciones, poniendo en el centro de la reflexin las prcticasde los actores sociales en sus respectivos contextos. Las ciencias hist-ricas como los estudios sociales contemporneos concuerdan en decirque no son tanto las representaciones colectivas que priman como los

    distintos contextos que las activan, las neutralizan o las hacen entraren conflicto. De estos contextos entonces van a depender las distintaspercepciones de los paisajes y por lo tanto la conformacin y la se-mantizacin de un territorio. Las relaciones de poder que caracterizanla configuracin de un territorio estn tambin sometidas a los con-flictos de representaciones.

    Desde esta perspectiva se puede entender el conflicto mapucheque hasta hoy en da perdura en Chile y en Argentina. Las diferencias

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    de percepciones, condicionadas por contextos sociales especficos acer-ca de un mismo espacio, implican tambin diferentes proyectos y racio-nalidades socioculturales, ecolgicas y econmicas acerca de ste. Estas

    diferencias o particularismos pueden conducir a la formacin de variosterritorios sobre los que se podrn asignar distintas identidades, na-cionalidades o etnias. Un territorio reside en parte en el encuentro,la convergencia y a veces el conflicto de estas distintas visiones y pro-

    yecciones acerca de un lugar. Es por eso que ha sido importante consi-derar las percepciones paisajsticas, sus condiciones de produccin ysus impactos, para entender cmo la Araucana se ha integrado mate-rialmente a la nacin chilena, y por ende, ha contribuido a la formacinde nuevos territorios. De una cierta forma,el paisaje, su formalizacin

    bajo la escritura o el dibujo, constituy para la elite criolla una formahegemnica de territorializar y semantizar espacios ocupados por losindgenas. Sin embargo, varios estudios histricos concuerdan en decirque estas descripciones no fueron homogneas ni exentas de debatesentre los propios parlamentarios, gobiernos, militares y diarios nacio-nales. Lo que si es importante observar es que el propio mapuche -entanto figurante o productor de estos retratos- ha sido muchas veces ex-cluido de estos paisajes. La representacin paisajstica, el gusto por su

    naturaleza profusa, ms que unas calidades universales o innatas, apa-recen como un asunto de clase social, de religin o para ser an maspreciso de habitus en ciertos contextos histricos.

    Habr que preguntarse si en la cultura mapuche existe un mis-mo inters por el paisaje, un modo similar de relacionarse con el terri-torio. Las fuentes histricas, tanto producidas por los Mapuche comopor los no-mapuche, a penas permiten saber cul ha sido la mirada es-ttica de los Mapuche acerca de su entorno. Se pueden encontrar algu-nos indicios en el testimonio de Pascual Coa con motivo de su viaje al

    Puelmapu(parte del territorio mapuche establecido en las Pampas deArgentina):

    Aquella regin era bien bonita. Haba partes planas bastante extensasque se prestaran para cultivos de trigo, papas o maz, terrenos muyapropiados a no ser esa nieve que en invierno lo tapa todo y hace inser-vibles, esos suelos.14

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    Otros indicios se encuentran tambin en el discurso de un caci-que durante un parlamento con Saavedra en Toltn, en enero de 1861,narrado por Horacio Lara:

    Mira coronel: no ves este caudaloso ro, estos dilatados bosques, estostranquilos campos? Pues bien! ellos nunca han visto soldados en estoslugares. Nuestros ranchos se han envejecido muchas veces i los hemosvuelto a levantar: nuestros bancos el curso de los aos los ha apolilla-do i hemos trabajado otros nuevos, i tampoco vieron soldados: nues-tros abuelos, tampoco lo permitieron jams. Ahora! cmo quereis quenosotros lo permitamos? N! n! vte coronel con tus soldados; no noshumilles por ms tiempo pisando con ellos nuestro suelo.15

    Sin embargo, el nmero restringido de estos testimonios as co-mo sus distintos contextos de enunciacin y su heterogeneidad, impi-den sacar conclusiones precipitadas acerca de la existencia de una su-puesta visin particular del territorio. Con la emergencia de las organi-zaciones mapuche a lo largo del siglo XX se ha podido observar paula-tinamente, en los discursos reivindicativos, algunas referencias a los sa-beres y a las formas de mirar, considerar y percibir su entorno. De lamisma manera que los paisajes descritos en las crnicas eran enmarca-

    dos en contextos sociales, culturales y polticos particulares, los discur-sos pblicos mapuche del siglo XX han sido sometidos a distintas co-yunturas en Chile marcadas por la reivindicacin de las tierras y la in-tegracin del mapuche en la sociedad chilena. Sin embargo, slo re-cientemente se ha podido percibir ms claramente una retrica acercadel pas mapuche, su naturaleza, sus paisajes y su territorio. La mayo-ra de estos discursos insisten en las transformaciones del paisaje, y laprdida de los medios productivos tierras y animales y en la movili-dad mercantil transandina, relacionando ambos aspectos con la prdi-da de una autonoma econmica y social.

    Lo que si es importante destacar en estos discursos que aluden atransformaciones del paisaje mapuche, ya sean contemporneos o msantiguos, es que articulan distintos procesos sociohistricos sobre loscuales se va a fundar una narrativa propia mapuche y se originar laidea contempornea de deuda histrica del Estado chileno hacia elpueblo mapuche. Adems de aquellos de la memoria histrica o de laviolencia simblica y fsica, la mayora de estos procesos se refieren a la

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    idea de prdida: el fin de una supuesta edad de oro de la vivienda arau-cana representada por paisajes compuestos de inmensos campos e in-numerables ganados16, la destruccin de un medio ambiente nativo en

    base a la vida econmica y espiritual de los Mapuche, la prdida de unasoberana econmica y poltica a ambos lados de los Andes, o la acul-turacin que han sufrido. Estamos frente a narrativas con contenidosmanifiestamente polticos que abarcan la idea de una nacin mapuche

    y de un territorio trasandino, sobre la base de una prdida que hay querecobrar y reconstruir. Es desde esta perspectiva que Sara Mc Fall rela-ciona las transformaciones del paisaje, los cambios en la organizacinde las ceremonias tradicionales (ngillatn) donde ya no se puede sus-tentar sobre la abundancia de los bienes como antiguamente, la pr-

    dida cultural y de sentido, con la recuperacin del territorio. Es justa-mente en este paso, entre paisaje y territorio, entre ecologa y poltica,que proponemos abrir una ltima reflexin desde una perspectiva mslocal y cultural.

    El az mapu como un paisaje anclado en la memoria17

    Al preguntar a una persona mapuche de la zona de Galvarino, ha-blante, si exista un trmino en su idioma natal para referirse al paisaje,

    ella me contest mi mama siempre dice azwetulay mapu fantepu ocuando hay un paisaje natural, dice azy chi mapu. La primera observa-cin que se puede hacer acerca de estas dos expresiones es que diferen-cian, de acuerdo a las explicaciones de su locutor, segn se trate de unsimple paisaje o un paisaje natural. Lo que se puede tambin desta-car con la traduccin de estas expresiones e