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PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIO Reelaboraciones simbólicas y reconstrucciones identitarias en América Latina

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PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIOReelaboraciones simbólicas y reconstrucciones

identitarias en América Latina

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Nicolas Ellison Mònica Martínez Mauri

Coordinadores

PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIOReelaboraciones simbólicas y reconstrucciones

identitarias en América Latina

2008

logo Erea-

CNRS

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PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIO

Reelaboraciones simbólicas y reconstrucciones identitarias en América Latina

Nicolas Ellison Mònica Martínez MauriCoordinadores

1era. edición: Ediciones Abya-YalaAv. 12 de Octubre 14-30 y WilsonCasilla: 17-12-719Teléfonos: 2506-247 / 2506-251Fax: (593-2) 2506-255 / 2 506-267e-mail: [email protected]

Erea-CNRS (Centre d’Enseignement et de Recherche en Ethnologie Amérindienne)

Diseño yDiagramación: Ediciones Abya-Yala

ISBN: 978-9978-22-

Impresión: Abya-YalaQuito-Ecuador

Impreso en Quito Ecuador, octubre 2008

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ÍNDICE

IntroducciónPaisaje, espacio y territorio. Reelaboraciones simbólicas y reconstrucciones identitarias en América Latina.......................... 7Nicolas Ellison Mònica Martínez Mauri

PRIMERA PARTE: PAISAJES, ENTRE REPRESENTACIONES

LOCALES Y ESTÉTICAS GLOBALIZADAS

El remo de Aru: paisaje nebuloso ..................................................... 33Paulo Roberto Maia Figueiredo

Del “territorio independiente araucano” al WallmapuTransformaciones sociales y ambientales del paisaje de la Frontera entre los siglos XIX y XXI......................................... 47Fabien Le Bonniec

Marcas del espacio andino de la Puna de Jujuy:un territorio señalado por rituales y producciones......................... 69Lucila Bugallo

SEGUNDA PARTE: PATRIMONIALIZACIÓN DE LOS ESPACIOS

ECOLÓGICOS, “ECOLOGIZACIÓN” DEL PATRIMONIO CULTURAL

La reinvención de la Patagonia:Gente, mitos, mercancías y la continua apropiación del territorio.................................................................. 89Gustavo Blanco Wells

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El mundo salvaje y la tierra de los ancestros:los Pataxó del Monte Pascal (Bahía, Brasil) ..................................... 109Florent Kohler

Ecologismo, patrimonialización y prácticas de domesticación de lo sagrado en el Candomblé de Bahia................ 127Roger Sansi

TERCERA PARTE: TERRITORIOS RESIGNIFICADOS E IDENTIDAD

Los usos identitarios de la Pachamama y las creencias en la práctica. El caso de dos pueblos del noroeste argentino (Amaicha y Quilmes).................................. 147Maité Boullosa

Monte, campo y pueblo. El espacio y la definición de lo aborigen entre las comunidades mocovíes del Chaco argentino .......................................................................... 163Alejandro Martín López y Sixto Giménez Benítez

Identidad, subsistencia y territorio entre los mazatecos del sur de Veracruz .......................................................... 181María Teresa Rodríguez

Territorios en disputa y paisajes ritualesRefracciones de globalización y nación en lo local, un caso tepehua ................................................................... 197Hugo García Valencia

Los autores ......................................................................................... 213

Resúmenes.......................................................................................... 219

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INTRODUCCIÓN

PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIO. REELABORACIONES

SIMBÓLICAS Y RECONSTRUCCIONES IDENTITARIAS

EN AMÉRICA LATINA

Nicolas Ellison University of Aberdeen y Erea/CNRS

Mònica Martínez MauriUAB y Cerma/EHESS

Los textos de esta colección son el resultado del simposio con elmismo título celebrado en el marco del 52 Congreso Internacional deAmericanistas (17-21 julio 2006, Universidad de Sevilla, España)1. Asícomo las presentaciones al simposio, los capítulos que integran este vo-lumen tienen la intención de reflexionar sobre el papel de las represen-taciones ecológicas en las construcciones actuales de la territorialidaden América Latina, considerando las re-elaboraciones simbólicas indu-cidas en las situaciones contemporáneas e insistiendo en los contextosde patrimonialización del medio ambiente. Este nuevo contexto tipifi-cado tanto por la creación de las reservas de la biosfera, como por po-líticas nacionales de protección ambiental, implica un doble movi-miento, por un lado de reinterpretación de los discursos ecologistas se-gún las categorías y prácticas de las poblaciones locales en su relacióncon el entorno ecológico y, por el otro, conlleva reformulaciones de lasmismas categorías y prácticas.

Basándose en diversas etnografías de prácticas cotidianas y to-mando como punto de partida la propuesta de Arjun Appadurai deanalizar los usos agro-ecológicos en términos de “técnicas para la pro-ducción espacial de localidad (locality)”(Appadurai 1995: 205, n.t.), losautores de este volumen analizan cómo ciertos elementos cosmológi-

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cos pueden ser resaltados o reinterpretados para convertir espacios oaspectos del “paisaje” en emblemas de la afirmación de “identidades di-ferenciadas” en función del contexto político y socio-económico (Lo-vell 1998). Sin embargo, más que un análisis de tipo sociológico de losdiscursos de los dirigentes, todos los trabajos parten de una perspecti-va etnográfica. Se trata de ir más allá de los discursos de las elites indí-genas porque en muchas ocasiones las nuevas retóricas sobre el territo-rio están muy lejos de las visiones locales cotidianas del entorno. La ne-cesidad de las organizaciones indígenas de hacer frente a los nuevos re-tos que plantea la globalización las ha forzado a elaborar demandas quemuchas veces se tiñen de un ecologismo que insiste, con acierto, en laconservación de los bosques tropicales y el respeto a la ‘Madre Tierra’,pero obvia las prácticas y representaciones locales del medio ambiente.Estas demandas se fundamentan en conceptos que, como el de MadreTierra, son comprensibles para las agencias internacionales, no guber-namentales y nacionales, pero que en muy pocas ocasiones hablan deterritorios, paisajes y espacios concretos.

Los textos de esta colección ponen en evidencia que, a pesar dela desterritorialización del discurso, las representaciones locales delmedioambiente no se han desvanecido con la aceleración de los inter-cambios económicos a nivel global. Las concepciones del mundo si-guen siendo diversas y complejas. Si no lo parecen es porque se ha agu-dizado la desconexión de las demandas políticas respeto al día a día delas comunidades y estamos sobrevalorando los efectos de lo que algu-nos han denominado “neoliberalismo actualmente existente”2 sobre laconstrucción del espacio. Todos los textos de esta colección muestranque en el ámbito local la llamada globalización no ha tenido los mis-mos efectos que sobre las argumentaciones en favor de los derechosindígenas. Los trabajos etnográficos que integran este volumen ponenen evidencia la existencia de espacios sociales vividos, modelados porla práctica y las relaciones con el exterior. De hecho, en lugar de la-mentar la desaparición de los espacios sociales locales y condenar laglobalización, los autores se interrogan sobre las modalidades de apro-piación y de reinterpretación en las prácticas y percepciones cotidia-nas de los discursos ecologistas internacionales marcados por la patri-monialización del medio ambiente y la visión estética del entorno co-mo “paisaje”.

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En las últimas décadas hemos podido constatar cómo el térmi-no “paisaje” ha sido utilizado en un sentido demasiado amplio en di-versas disciplinas de las ciencias sociales. Esta noción ha sido revitali-zada para dar cuenta del interés por la percepción vivencial del espacio,vinculada a la afectividad y al contexto socio-cultural de los actores so-ciales. Surgida en el marco de la nueva geografía cultural de los años1980, esta nueva noción pretende dar fe de las relaciones que estable-cen los individuos con su medio y da lugar a una etnogeografía queconsidera la manera en que los distintos pueblos ordenan y reordenansu espacio (Claval, 1995)3. Este giro culturalista en geografía que en lospaíses de habla inglesa ha sido denominado The cultural turn, y en losde influencia francesa le tournant culturel en géographie- provocará quelos análisis del paisaje cultural contemplen tanto el marco físico comola población que lo ocupa, pero sin poner en duda la universalidad dela dicotomía naturaleza-cultura (Fernández, 2004).

En antropología social, a diferencia de otras disciplinas, como lageografía cultural o la historia del arte, el paisaje ha sido un objeto dediscusión tardío. Pero cuando a partir de los años 1990 se convirtió enelemento de reflexión, enseguida se hizo evidente que “paisaje” era unanoción muy compleja. El término tiene muchos significados y su inter-pretación ha ido cambiando a lo largo de la historia. “Paisaje” puedesignificar la topografía y la forma de la tierra de una región determina-da, el terreno en el que vive un pueblo, el fragmento de tierra que pue-de contemplarse desde un mirador, o la significación que tiene esta tie-rra para quien la contempla o la vive (Olwig 1993: 307). Por si no fue-ra suficiente, el paisaje también puede ser un objeto, una experiencia ouna representación, y estos diferentes significados se mezclan a menu-do unos con otros (Lemaire 1997: 5). Por esta razón y según el énfasisteórico que se le da, puede referirse, a la vez, a una forma de ver el mun-do de las elites o de los mediadores culturales, y al espacio vital habita-do por un grupo humano (Cosgrove y Daniels 1988: 206).

A grandes rasgos en antropología podrían identificarse dos usoso interpretaciones del término paisaje; por un lado, el “paisaje” comopercepción visual del territorio representado de manera estética –es de-cir, el ‘paisaje en sentido restringido o estricto’ (Hirsh 1995:22)-; y, porel otro, el paisaje como conjunto de relaciones entre personas y lugaresque proporcionan el contexto para la vida diaria (Thomas 2001: 178),

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-el ‘paisaje en sentido amplio’ (Hirsh, ibid.), tal y como es empleado enla literatura anglo-sajona-.

Cada uno de estos usos del término trae una serie de resonanciascon él. A lo largo de los textos que conforman el volumen se puedeapreciar la tensión que comportan estás resonancias, pues en algunoscasos estas conllevan la dicotomía naturaleza-cultura y en otros casosla obvian.

Si tomamos el término paisaje en sentido estricto constatamosque la mayor parte de las sociedades que son objeto de los estudios et-nográficos no conciben ni perciben su entorno como un “paisaje” en elsentido estético. Es importante señalar el origen de la definición res-tringida de paisaje en el arte occidental –que, por cierto, tiene un equi-valente temprano en el arte chino4-, pues este contexto ha marcado lamirada antropológica hacia el entorno de las sociedades que han pasa-do por su prisma de análisis. La omisión de esta connotación en la for-mulación del término paisaje ha dado lugar a muchas de las actualesambigüedades en el uso antropológico común. En nuestra opinión, elpunto fundamental en cuanto al paisaje como representación en la tra-dición europea desde el renacimiento tardío, es que esta perspectivapaisajística viene muy estrechamente relacionada con la separaciónconceptual entre naturaleza y cultura. Es más, se puede argumentar quela emergencia de la representación paisajística preparó el terreno parael surgimiento de una ontología naturalista en los términos que la de-fine Descola (2005). A los editores nos parece que esta posición que li-mita el uso de la palabra paisaje al contexto occidental permite evitarimportar una perspectiva eurocéntrica a los diversos contextos que es-tudiamos. Sin embargo no hemos querido imponer este uso a los auto-res, pues creemos que los textos reunidos aquí representan la diversidadde posiciones que conviven dentro de la antropología. Dada esta espe-cificidad de la tradición europea del paisaje y las posibles ambigüeda-des en cuanto a las modalidades de representación del medio ambien-te implícitas al usar el término fuera de un contexto occidental u occi-dentalizado, lo que sí hemos creído necesario es que cada autor aclara-se el uso que hace de este término en su estudio particular.

Para ejemplificar el uso occidental o moderno del término pai-saje que resulta de la dicotomía naturaleza-cultura, podemos servirnosde la pintura paisajística que nació en el norte de Italia y Flandes du-

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rante el siglo XV. Estas obras maestras son una de las manifestacionesmás tangibles de la visión moderna del mundo. De hecho, la palabrainglesa landscape viene del holandés landschap que se refería a un tipoparticular de representación pictórica (Olwig 1993: 318). Aunque lapalabra landschap, al igual que sus demás equivalentes germánicos, ori-ginalmente designaba un área de tierras dentro de una jurisdicción co-munal, con el arte de los maestros holandeses empezó a referirse a larepresentación visual de tal terruño. La adopción de la palabra en in-glés implicó una inversión de esta relación metonímica: landscape sig-nifica no la representación sino la fracción representada del entorno,independientemente de su sentido original como territorio consuetu-dinario. Especialmente desde el desarrollo del romanticismo y de laidea de naturaleza (Thomas 1993), este ambiente representado ya no esnecesariamente un terruño socialmente construido y controlado: pocoa poco se va convirtiendo en el ambiente físico en general, en otras pa-labras: el ambiente ‘natural’. En el mundo anglosajón esta evolución seve reforzada por la idea de la wilderness. Idea basada en evitar la pre-sencia humana en las representaciones artísticas e impedir el acceso ala naturaleza salvaje. En el continente americano, esta negación de laocupación humana frecuentemente ha llevado a la expulsión de pobla-ciones indígenas. En este sentido, como subraya Schama (1995:7), laexpulsión del grupo Ahwahneechee de la primera ‘área natural’ prote-gida por su belleza, el valle de Yosemite, marcó la pauta a seguir. Comoconsecuencia de esta ‘naturalización’ del paisaje, landscape y entorno fí-sico se confunden y es necesario hablar de cultural landscape o ‘paisajecultural’ para referirnos a las construcciones culturales del entorno. Esimportante recalcar que desde el punto de vista de la definición restrin-gida de paisaje, tales expresiones son tautológicas. Según algunos auto-res de la antropología e incluso de la geografía cultural francesas (Ber-que, Descola, Lemaire) todo paisaje es por definición cultural, pero notoda cultura cuenta necesariamente con “paisaje”.

La visión del mundo que empieza a plasmarse en las obras de ar-te a partir de la Edad Moderna tiene mucho que ver con el desarrollodel capitalismo. Tal y como ha mostrado Cosgrove (1984) la perspecti-va lineal que fue usada por Brunelleschi y formalizada por Alberti sebasa en la idea de que la tierra y sus recursos son materia prima enaje-nable. El realismo con el que se representa el mundo en estos cuadros

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coloca al artista y al observador fuera de la naturaleza (Cosgrove op.cit.: 20-27), algo que Panofsky (1991 [1927]) ya había formulado en sufamoso tratado mostrando que la perspectiva lineal, como forma sim-bólica occidental, instituye al individuo frente al mundo. De hecho, nohay que olvidar que la pintura paisajística fue financiada y promovidapor las elites mercantes que veían en la tierra algo para ser medido, re-partido, comprado y vendido.

Esta visión paisajística del mundo se desarrolla a los albores de laEdad Moderna. En la Europa anterior, no se reconocía ninguna fractu-ra ontológica entre los seres humanos y los no humanos. Todo era pro-ducto y resultado de la mano de Dios y todo podía ser objeto de cultu-ra (Olwig 1993: 313; Hirsch 1995: 6; Descola 2005: 282-287). La sepa-ración categórica entre cultura y naturaleza, y entre el ser humano y suentorno, nace con la razón instrumental que conllevan la Ilustración yla Revolución industrial. En definitiva, tras estos procesos históricos lanaturaleza se convierte en un objeto de investigación y se concibe com-puesta por un número discreto de entidades o acontecimientos (Ingold1993: 154).

Pero aunque en el Occidente moderno, -por lo menos, en el pen-samiento dominante y entre las elites que lo reproducen- los seres hu-manos y la naturaleza se hayan posicionado como entidades separadasy opuestas -pues los primeros se convierten en observadores externosde la segunda- todavía hoy muchas sociedades no perciben su entornoecológico como “paisaje”. El “paisaje”, como construcción histórica ycultural, está lejos de ser universal. Incluso, como lo recuerda la famo-sa anécdota del dialogo entre Cézanne y un campesino provenzal queno reconoce en la montaña Sainte Victoire ningún “paisaje”, en las mis-mas sociedades europeas dicho término no tiene las mismas connota-ciones para todos sus habitantes. Sin embargo, tampoco podemos afir-mar que todos los indígenas (o las sociedades campesinas en general)no están en contacto con concepciones paisajísticas del medio ambien-te, pues a veces la interacción entre comunidades locales y políticas in-ternacionales basadas en la patrimonialización del entorno ecológico(reservas de la biosfera, ecoturismo, patrimonio mundial de la UNES-CO etc.) comporta la adopción de tales percepciones. A partir de estasconstataciones se plantean cuestiones esenciales para los antropólogos:¿De qué tipo de ‘adopción’ se trata en cada caso? ¿En qué casos hay

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compatibilidad y fusión entre las categorías, prácticas locales de per-cepción y representación del medio ambiente y la perspectiva paisajís-tica? ¿En qué casos nos encontramos más bien con una compartimen-talización entre estas diferentes formas de representaciones de la natu-raleza? Así, al igual que cuando se habla de sincretismo en referencia alos fenómenos religiosos, lo interesante de analizar el paisaje no es só-lo constatar que se dan influencias recíprocas o unilaterales entre di-versas maneras de ver el mundo, sino que en cada caso se trata de iden-tificar las diferentes modalidades de articulación, (re-) interpretación o“refracción” y de rechazo de una visión del mundo.

Es por todo ello que la relación entre las prácticas económicas yrituales, la interacción entre lo local y lo global, así como las elabora-ciones simbólicas de los espacios, constituyen los ejes centrales de estelibro. Consideramos que para abrir una reflexión crítica sobre las mo-dalidades de importación y apropiación de patrones paisajísticos, esnecesario analizar las reelaboraciones simbólicas desde las prácticas co-tidianas de interacción con el medio ambiente en los contextos socioe-conómicos y políticos actuales. De tal manera que, más allá de consi-derar la coexistencia entre diferentes representaciones ecológicas comouna mera hipótesis, los autores centran su argumentación en torno alanálisis de las diferentes combinaciones de estas múltiples perspectivaspara reflexionar sobre el contexto en el que se produce su hibridación,reinterpretación o contraposición. Y decimos contraposición porquetambién constatamos que la representación estética del paisaje en algu-nos casos no parece compatible con las formas indígenas de represen-tación y percepción del entorno. En general, estas últimas no estable-cen fronteras entre el mundo de la naturaleza y el de la cultura. Comoconsecuencia de esta relación monista con el medio ambiente, no exis-ten las condiciones para que se produzca la emergencia de una visiónpaisajística del entorno. Tal perspectiva supondría una mirada totali-zante del individuo que se extrae del mundo conforme a la noción delex-habitant teorizada por Ingold (2000: 209-218).

Al igual que la noción de paisaje, la de territorio también es di-fícil de manejar en el contexto latinoamericano. Esta noción se conso-lida en América Latina bajo la influencia del modelo francés de Esta-do-nación. A partir del siglo XIX se empezarán a aplicar las mismas le-yes de nacionalidad que en Francia y poco a poco se irá equiparando la

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idea de territorio con la de jurisdicción. De hecho esta idea de jurisdic-ción, a pesar de no estar en sintonía con la gran mayoría de cosmovi-siones indígenas, todavía sigue vigente y domina los actuales debatessobre los derechos de los pueblos indígenas sobre su territorio, medioambiente y recursos. Tal y como sostiene Toledo LLancaqueo (2005) enlos últimos años la noción de territorio indígena ha adquirido múlti-ples significados en las demandas indígenas y la producción teórica afínen ciencias sociales. A veces se utiliza para referirse a la idea de jurisdic-ción, otras a la de espacio geográfico a demarcar, otras al hábitat, bio-diversidad y conocimientos sobre la naturaleza y otras a la etno-terri-torialidad. Sin embargo, esta multitud de usos que ha adquirido la no-ción de territorio no ha favorecido que se tuviera en cuenta el punto devista local, sino todo lo contrario, ha provocado que perdiera fuerzaanalítica y generara confusiones.

El malestar con la noción de territorio, al igual que con las múl-tiples interpretaciones de “paisaje”, es compartido por varias discipli-nas5. Hace veinte años el concepto de territorio irrumpió con fuerza enla producción científica de geógrafos (Roncayolo, 1982; Raffestin, 1979;Turco, 1999; Brunet, Frémont), economistas (Becattini, Bagnasco,1981; Brusco, Triglia), sociólogos (Ganne; Barel, 1977), antropólogos(Surrallés y Hierro García, 2004) y otros autores de las ciencias sociales(Allies, 1980; Lepetit). El boom de los estudios sobre el territorio llevóincluso a inventar en el ámbito francés la categoría de “ciencias del te-rritorio”. Sin embargo, sus inventores pronto tuvieron que reconocerque no podía existir un paradigma territorial ya que la noción de terri-torio era usada tanto para denominar los procesos sociales que se ins-cribían en el espacio como los espacios que se veían circunscritos porlos procesos sociales.

Al cabo de poco surgieron los conceptos de territorialidad y te-rritorialización para superar esta contradicción. De hecho estas deriva-ciones nacieron para esclarecer los dos usos de la noción de territorio.Por un lado, la territorialidad estaría relacionada con las acciones, prác-ticas, móviles, intenciones, recursos, procesos cognitivos y las historiasparticulares que acompañan la construcción de los territorios. Por elotro, la territorialización se referiría a los procesos sociales impulsadospor individuos, organizaciones, agentes económicos, configuracionesde poder para mantener un espacio en vida. Es por ello que investiga-

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dores como Hoffmann y Rodríguez (2007), con la intención de abarcarlos dos aspectos presentes en este doble movimiento, proponen privi-legiar el término de territorialidad para insistir en el carácter procesualde las relaciones con el territorio.

Sin querer entrar en detalle en esta discusión conceptual, la ideaque a nuestro entender debe extraerse de estos debates es que la nociónde territorio al ser utilizada en contextos dispares y al haber derivadoen nociones como territorialidad y territorialización, ha amplificadosus usos hasta el punto de provocar confusiones y malentendidos. Pe-ro aunque persistan estos problemas de interpretación conceptual,cuando nos centramos en la realidad latinoamericana constatamos queel territorio ha sido el motor de las demandas colectivas de los pueblosindígenas. En las últimas décadas el concepto de territorio se ha im-puesto para referirse a las relaciones –tanto simbólicas, como materia-les- que una sociedad mantiene con su espacio, concretamente con sustierras. Las antiguas demandas por las tierras indígenas han sido inte-gradas al concepto de territorio indígena6 pero sin cuestionar la natura-leza simbólica y material de este espacio socialmente vivido. Con todono es de extrañar que actualmente la idea de territorio indígena estémás asociada a sus orígenes -a la idea de terroir (tierra) y su evoluciónen el marco de la delimitación de los Estados modernos- que a la rea-lidad local de los pueblos indígenas del continente americano. ComoMartínez Mauri (2007) ha mostrado a través de la experiencia del pue-blo kuna de Panamá, el origen de la noción de territorio determina suuso actual, pues se refiere a una realidad que es susceptible de ser trans-mitida, apropiada y que permite marcar fronteras, pero en muchasocasiones no contempla los espacios que, como el mar, parecen abier-tos, inapropiables e inabarcables.

La noción de espacio es otro ámbito en el que la variedad de usossuele producir malentendidos. Empleada en su sentido euclidiano yabstracto, es claramente una categoría analítica del pensamiento occi-dental que, si bien puede ser útil para la generalización, está obviamen-te poco relacionada con la realidad cotidiana. Las personas suelen másbien experimentar las diferencias en su entorno como lugares específi-cos no como coordenadas abstractas en un espacio indiferenciado. Espor ello que Casey (1987, 1996) en su reflexión sobre el anclaje corpo-ral de la memoria, propone regresar, dentro del mismo pensamiento

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occidental, a la primordialidad del lugar sobre el espacio conforme a latradición de Aristóteles. Desde una perspectiva fenomenológica Caseyargumenta que el enfoque de la filosofía moderna sobre el espacio endetrimento del lugar se explicaría porqué, en los escritos sobre la me-moria, se le ha restado importancia a la memoria corporal. Como ar-gumentaba Aristóteles, la acción primaria del lugar consiste en conte-ner o retener, la “memoria está naturalmente orientada hacia los luga-res (place-oriented)” y “ésta relación se realiza a través de la experienciavivida por el cuerpo” (Casey 1987: 187 y 189, n.t.). Esta proposición es-tá en consonancia con las etnografías que revelan la importancia delcuerpo en las concepciones indígenas de los lugares (o espacios) y en elproceso de articulación de estos para formar un territorio (e.g. las con-tribuciones en Surrallés y García Hierro 2004).

Es interesante resaltar que en el uso de la noción de espacio tam-bién, aparecen divergencias entre las tradiciones antropológicas anglo-sajonas y las de lenguas latinas. En las últimas se suele hablar más fre-cuentemente de ‘espacios’ en plural –por ejemplo cuando se trata de ca-tegorías locales de los diferentes ‘espacios ecológicos’– en un sentidomuy parecido al uso de ‘lugares’ (places) en la literatura anglófona, o seacomo espacios específicos creados por las mismas actividades sociales.

Estas reflexiones sobre el uso de la noción de espacio tienen unvínculo directo con la problemática del paisaje. Hirsch, en su muy cita-da introducción a la ahora ya clásica colección sobre antropología delpaisaje (Hirsch y O’Hanlon 1995) retomando el análisis de Casey, lo si-túa en la tensión “entre el lugar y el espacio” (between place and space).En esta proposición Hirsch (op.cit. 4-5) define el paisaje como un con-cepto analítico aplicable a toda situación y a todo contexto cultural,donde el paisaje no sería ni el entorno físico ni la representación delmismo, sino la tensión entre el lugar (real) y el espacio ideal, o entre elprimer plano (foreground) y el trasfondo (background). Este último, elespacio ideal, sería definido por procesos sociales en base a criterios es-téticos, morales o religiosos/cosmológicos. La elegancia y sutilidad detal definición son indudables y seguramente tiene valor heurístico co-mo lo muestran los ejemplos etnográficos que incluye la colección. Sinembargo nos parece equivocada desde un punto de vista epistemológi-co. Ciertamente esta tensión entre lugar como actualidad y espacio co-mo potencialidad corresponde muy bien a la relación que existe en la

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tradición europea entre la experiencia del entorno físico y el ideal de laiconografía artística religiosa que transforma este entorno en ‘natura-leza’ a través del mito del Edén (Slater 1995, Olwig 1995). Sin embar-go, su validez en otros contextos es bastante discutible ya que precisa-mente se apoya en dicotomías típicamente occidentales entre lugar yespacio o naturaleza y cultura. Para eludir esta crítica, Hirsch hace delpaisaje una entidad no identificada y lo define como un proceso que loubica en la tensión entre lugar concreto y espacio abstracto. Este pro-ceso mezcla la experiencia fenomenológica de los lugares, la memoria-lización de estos -que a su vez contribuye al proceso cognitivo de for-mación de representaciones de estos lugares como espacios- y sus re-presentaciones simbólicas, artísticas, religiosas, científicas etc. que pue-den ser expresadas en formas visuales, táctiles olfativas o auditivas. Noobstante, desde nuestro punto de vista, este proceso describe más am-pliamente todo la percepción, concepción y representación del medioambiente y por ello no nos parece adecuado calificarlo de “paisaje”7.

Articulando paisajes, espacios y territorios en la práctica

Después de topar con la dificultad de trabajar en base a una de-finición rígida de las nociones que aparecen en el título –espacio, pai-saje y territorio- y constatar la multiplicidad de significados e interpre-taciones en función del contexto etnográfico y teórico, decidimos or-ganizar los trabajos de esta colección en base a las tres nociones, peropartiendo de su dinamismo y adaptabilidad a las diferentes situacionesque han investigado los autores.

Durante la presentación de las ponencias en el simposio emer-gieron tres ejes comparativos. El primero, que hemos creído conve-niente titular “Paisajes, entre representaciones locales y estéticas glo-balizadas”, lo constituyó la temática de los cortes espaciales o las clasi-ficaciones de los espacios vigentes en las prácticas y las percepciones lo-cales del medio ambiente tomando en cuenta su contexto histórico desurgimiento. Los cuatro textos que forman este primer bloque profun-dizan en la representación local de los espacios subrayando los aspec-tos estéticos identificados desde el exterior o la falta de corresponden-cia entres estos y la concepción local del espacio. Se trata de discutir launiversalidad o particularidad del paisaje.

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Como subrayaron Bugallo y Le Bonniec, en los contextos con-temporáneos de patrimonialización se plantea la problemática de la sa-cralización y desacralización de los espacios. Este corte entre lo sagra-do y lo profano, si bien no es el más relevante en todos los casos, seacerca a otros cortes espaciales en relación con el anclaje territorial dela memoria social y de la relación con los ancestros. Por ejemplo, en va-rios casos encontramos asociaciones entre el monte y el pasado ances-tral (Kohler, Figueiredo, Martín y Giménez) que adquieren nuevos sig-nificados en contextos de desarrollo y de luchas identitarias (Rival1998). Fuera del simposio, Ellison (2004) también desarrolló un análi-sis similar en el contexto contemporáneo de extensión de la cafeticul-tura en la región totonaca de México y Martínez Mauri (2007) reflexio-nó sobre la asociación de la tierra con la figura de Napguana (la mito-lógica Madre) y del mar con Muubilli (la abuela). Estos ejemplos etno-gráficos parecen presentar el paisaje como si estuviera involucrado enalguna clase de reciprocidad con los seres humanos. Una interacciónentre humanos y seres ligados a estos lugares que corresponde con loque Anderson (2000) ha descrito como una sentient ecology. Es decir, sepercibe una interconexión de las personas con su entorno a través delparentesco y la ancestralidad. El entorno puede estar conectado con losantepasados o incorporarlos de varias maneras. En algunos casos, co-mo muestra Toren (1995: 178) los antepasados pueden haber formadola tierra, o emergido de ella, o la pueden haber convertido en jardinesy campos de cultivos. En estos casos, el paisaje proporciona un recuer-do continuo de las relaciones entre las generaciones vivientes y las pa-sadas, y en consecuencia, de las líneas de descendencia y herencia. Eluso continuo de lugares a través del tiempo lleva la atención a las cone-xiones, históricamente establecidas, que existen entre los miembros deuna comunidad (Bender, 1999: 178). En otros ejemplos, como en el ca-so de los mocovíes presentado por López y Giménez Benítez en esta co-lección, los rasgos de la actividad humana en el monte pueden repre-sentar una fuente de información detallada acerca de las relaciones deparentesco, pues este espacio pertenece a los antiguos. O como en el ca-so de los Pataxó presentado por Kohler también en este volumen, elmodelo de casas y huertos dentro de la selva es reconocido como un re-gistro físico de la historia residencial que puede relacionarse con las tra-diciones genealógicas. Como en muchos lugares de la amazonía occi-

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dental (cf. Gow, 1995: 48) la unidad que sirve para pensar la constitu-ción del espacio Pataxó es la familia y el linaje.

Todos los textos de este primer bloque pretenden reflexionar so-bre “paisajes” que no comportan una referencia visual a algo separadode nosotros mismos. Ponen en evidencia que existen muchas socieda-des en las que no se tiene la sensación de estar alienado respecto al en-torno y documentan una variedad de maneras diferentes en las que semanifiesta la imbricación de los pueblos con su ambiente. Así, en el ca-so presentado por Figueiredo, el “paisaje” rionegrino no sólo es evoca-do en imágenes, sino en relatos y a través de objetos que, como el re-mo, nos dan una idea de la diversidad de percepciones del entorno. Se-gún este antropólogo brasileño para los Baré el paisaje en términos es-téticos, tal como plantea Berque, no existe. Sin embargo, si fuera posi-ble representarlo en estos términos podrían encontrarse nociones esté-ticas para definirlo. La descripción que nos ofrece Figuereido del entor-no Baré se asimila a la idea de “paisaje como espacio vivido” de la ‘pers-pectiva del morar’ (dwelling perspective) de Ingold (2000). Aquí, el en-torno cambia de estatus según las experiencias fenomenológicas delclima. Las diferencias de percepción en periodos de neblina crean otrolugar o ‘paisaje’ en su sentido fenomenológico hasta el punto de permi-tir la conexión con seres ancestrales, estableciendo así otro espacio-tiempo. No obstante, los autores de esta introducción argumentaría-mos, de acuerdo con Figueiredo, que tal concepción del entorno que li-ga fenómenos climáticos con presencias de seres sobrenaturales, si bienestá anclada en las experiencias preceptúales de los Baré, sólo se expli-ca por las representaciones colectivas sobre el medio ambiente que, asu vez, condicionan la experiencia fenomenológica. Tal es el caso de laexperiencia de la llegada de la neblina: es una manifestación de la pre-sencia de Aru, aquel personaje mítico responsable del frío intenso.

Desde la región chilena de la Araucanía, Le Bonniec nos ofreceun excelente ejemplo histórico de cómo evoluciona la idea de paisaje yde cómo esta idea, que surge durante la colonización, sirve para cons-truir la nación. Su aportación contrapone la visión mapuche de su en-torno con la idea nacional de este espacio, identificando malentendidosy denunciando la invisibilidad impuesta a los humanos en los paisajescon fines de dominación territorial. Uno de los elementos que merecela pena destacar de este capítulo es el esfuerzo que hace el autor por

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considerar las percepciones paisajísticas, sus condiciones de produc-ción y sus impactos, para entender cómo la Araucanía se integró mate-rialmente a la nación chilena. Leyendo a Le Bonniec resulta evidenteque las elites criollas se sirvieron del paisaje (en su sentido estricto, ar-tístico), ya sea a través de su formalización bajo la escritura o el dibujo,para territorializar y semantizar los espacios ocupados por los indíge-nas. Este texto nos permite hacer mención de los procesos de domina-ción que acompañan la visión paisajística y los instrumentos –mapas yrelatos- de los que se sirven los usurpadores. De hecho, tal y como afir-ma Harley (1988), la representación de la tierra a través de la cartogra-fía está estrechamente relacionada con el arte de la perspectiva y con laciencia empírica natural. Es más, los mapas, a diferencia de la pinturapaisajística, pueden apelar a un estatus de objetividad, ya que represen-tan una tecnología de poder y conocimiento (Harley 1988: 279). La fa-bricación de mapas ha estado tradicionalmente reservada a las elites, alas que se instruye, se enseña a calcular y se autoriza a dividir el mun-do sobre el papel. Los mapas han sido fabricados y utilizados por lospoderosos y son, por lo tanto, un instrumento para hacer el mundo yla realidad maleable. Son, en definitiva, una manifestación más de lamirada occidental y son la otra cara de la moneda de la visión paisajís-tica (Thomas 2001: 171).

Por su lado, Bugallo analizando las marcas que deja la produc-ción y los rituales en el espacio andino de la puna de Jujuy, nos presen-ta como la visión paisajística del espacio es reapropiada por los mis-mos habitantes de la región. Al igual que otros textos de esta colección–como por ejemplo el de Boullosa, Rodríguez, García o López y Gimé-nez Benítez- la autora destaca la importancia de los intelectuales y me-diadores con el exterior en la reelaboración del entorno y como figu-ras clave a la hora de entender la patrimonialización aplicada al terri-torio (naturaleza) o al ritual (cultura).

El segundo eje de comparación titulado “patrimonialización delos espacios ecológicos, ecologización del patrimonio cultural”, secentró en la relación entre el territorio (o eventualmente el paisaje) yla alteridad. ¿Cuáles son los vínculos entre los procesos de defensa delterritorio y las construcciones identitarias? ¿Qué relación se estableceentre la adopción de discursos legitimadores sobre el territorio y lasprácticas asociadas a los espacios? Nos referimos a los discursos ecolo-

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gistas, los proyectos de desarrollo sostenible, las lógicas patrimoniales,los discursos cosmogónicos o religiosos y los rituales en los que se sus-tentan, y, finalmente a las dinámicas identitarias y políticas naciona-les, internacionales y regionales que, a nuestro entender, son centralesen esta relación.

En este sentido, tanto Blanco Wells, como Kohler y Sansi insistencon acierto en enfatizar el dinamismo que experimentan las represen-taciones del entorno en la Patagonia, el Monte Pascal y Bahía al entraren contacto con el mercado de la conservación y el ecologismo. BlancoWells analiza la noción de patrimonialización como una neo-coloniza-ción contemporánea tanto en términos económicos de producción co-mo conservacionistas. El ejemplo de la Patagonia sirve para pensar enlos múltiples sentidos que puede tener el entorno en función del con-texto económico y de los ojos que lo miren.

Desde una perspectiva muy parecida, Kohler nos presenta losmalentendidos que han surgido entre las poblaciones locales del Mon-te Pascal, las autoridades gubernamentales y las agencias conservacio-nistas a raíz de la interpretación del medio ambiente. Este capítulo per-mite captar la compleja red de relaciones políticas y económicas quecondicionan la percepción del espacio y las prácticas cotidianas. Se re-velan así las contradicciones que implica la noción de patrimonio na-tural. Para poder consolidar su soberanía sobre el territorio, los Pataxóse especializaron en una producción artesanal depredadora de los re-cursos naturales que supuestamente tenían que proteger. Paradójica-mente, según las ONG y las autoridades8 la protección de estos recur-sos legitimaba la soberanía territorial de este grupo.

También desde Brasil, pero a partir de otra realidad social y cul-tural, Sansi nos ofrece otro buen ejemplo de malentendidos y desen-cuentros entre las comunidades locales y los ecologistas. Estos últimos,lejos de entender los significados del ritual y la percepción del mundoque se transmite en el Candomblé de Bahía, convierten la naturaleza enuna esfera autónoma de la cultura y en un emblema de afirmaciónidentitaria. Sansi subraya lo paradójico que es considerar las casas deCandomblé como patrimonio a la vez natural y cultural. La asociacióndel monte y del sitio de culto con una selva prístina y una ‘proto-Afri-ca’ en medio de la ciudad no solamente no corresponde a la realidad delas prácticas del Candomblé, sino que además corre el riesgo de redu-

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cir una práctica dinámica al marco demasiado estrecho de su ‘museifi-cación’. Este fenómeno muestra como en algunas ocasiones las lógicasde patrimonialización tanto natural como cultural pueden destruir elobjeto que pretenden ‘conservar’ por la misma objetificación de estasrealidades dinámicas, cambiantes, que no aceptan ser definidas porfronteras o límites fijos.

La tercera problemática transversal que surgió de las ponenciasfue la cuestión de las modalidades de importación de nuevas represen-taciones ecológicas y en especial de una perspectiva paisajística a las lu-chas por el territorio. Bajo el título “Territorios resignificados e identi-dad” este tercer bloque agrupa las investigaciones que abordan la pro-blemática de la territorialidad, es decir, la autonomía política y el go-bierno que ejerce un grupo sobre un espacio concreto. Teniendo encuenta tanto los discursos, argumentaciones y proclamas que formulanlos grupos para exigir derechos territoriales, como la construcción de laterritorialidad en el ámbito local. Esta última parte se propone valorarcuál es el papel de los expertos, activistas o líderes locales (mediadoresculturales o políticos) en la transformación de las representacionesecológicas, especialmente en los procesos de territorialización y de ree-laboración identitaria. Como ya hemos mencionado anteriormente, es-ta problemática no sólo está presente en los textos que recoge este blo-que, sino que también se encuentra en los capítulos anteriores. Así, taly como argumenta Kohler, la experiencia de los Pataxó de Brasil mues-tra que los misioneros fueron los que primero introdujeron la visiónestética del paisaje a través de la imagen del Edén aplicada a la horticul-tura o a la agricultura. Le Bonniec muestra las implicaciones políticasde la construcción del paisaje en la Araucania y la reapropiación de larepresentación paisajística por la intelectualidad mapuche. Otros tex-tos, como los de García y Rodríguez, reflexionan sobre cómo en loscontextos actuales, los activistas -locales y exteriores- las ONGs, los mi-grantes y los maestros se convierten en mediadores del ecologismo na-turalista y paisajístico.

El texto de Boullosa es especialmente relevante para comprenderla importancia de los mediadores culturales en los procesos de redefi-nición identitaria en base a rituales o espacios. A partir de su trabajosobre los usos identitarios de la Pachamama en el noroeste argentinoesta investigadora muestra como los intelectuales, lideres, activistas,

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etc. que viven entre dos mundos llegan a redefinir la relación con el en-torno tanto “para dentro”, como “para fuera”. Es decir, constata que es-tos individuos promueven y garantizan los cambios en la representa-ción endógena y exógena del espacio y del grupo con fines políticos –lalucha por los derechos indígenas sobre el territorio- y económicos –lapromoción del pueblo como lugar turístico.

El trabajo de Boullosa además de reflexionar sobre el papel quejuegan los individuos en la transformación del espacio, también intro-duce otra problemática común a muchos de los contextos abordadospor los autores del volumen: los impactos del turismo, una industria sinchimenea, que a través de proyectos ecoturísticos y etnoturísticos pocoa poco suplanta los proyectos meramente conservacionistas. De hecho,desde hace más de una década en todos los países del área se están im-pulsando proyectos gestionados por entrepreneurs o por comunidadeslocales para abrir su mundo a los visitantes exteriores haciendo accesi-bles sus casas, bosques y cementerios. Es muy importante tener encuenta estos procesos porque comportan adaptaciones del entorno yreformulaciones de la mirada hacia este. En estos procesos el ritual y suescenificación pública (una forma de patrimonialización) estructuranla apropiación y la construcción de nuevos espacios identitarios.

En un contexto muy distinto del descrito por Boullosa, marcadopor el desplazamiento forzado y las migraciones de poblaciones maza-tecas en Veracruz, Rodríguez analiza como para los desplazados deNuevo Ixcatlán el entorno regional que abandonaron continúa for-mando parte de su identidad, imaginario y memoria. La emigración yla multiflexibilidad laboral no excluyen la existencia de procesos deafirmación identitaria, ya no tan anclados en el territorio, sino en lasesferas socio-espaciales fincadas en redes de bienes y mensajes. En esteproceso de reafirmación territorial los mediadores -maestros y perso-nas que han pasado por el sistema educativo occidental- aparecen denuevo como piezas fundamentales en la recomposición identitaria. Es-tas personas, aunque promueven los valores de la sociedad nacionalmexicana a través de las instituciones gubernamentales, también traba-jan para reelaborar y mantener las tradiciones de sus pueblos. Aunquepara muchos la cultura indígena, más que un modo de vida es un em-blema, ellos introducen nuevos sentidos, interpretaciones y miradassobre su realidad cultural y territorial.

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El capítulo de López y Giménez Benítez sobre el espacio y la de-finición de ‘lo aborigen’ en las comunidades mocovíes del chaco argen-tino nos presenta otro buen ejemplo de malentendidos y contradiccio-nes entre diferentes visiones del espacio, territorio y paisaje. López yGiménez Benítez exponen el caso de los paisajes mediados por maes-tros bilingües de origen mocoví que experimentan las contradiccionesentre las cosmologías nativas y las occidentales. En algunos casos, el es-tar entre dos sistemas de aprehender la realidad que los rodea, puedeincluso generar importantes crisis personales. Y es que, como en otroscontextos estudiados por los autores de este volumen, para los moco-víes el paisaje va más allá de la visión pictórica del mundo. Las concep-ciones mocovíes sobre el paisaje, o más bien sobre su entorno, se inser-tan en el contexto de sus concepciones acerca de la estructura del uni-verso en su conjunto. Por lo que entender la representación del mundoindígena, dejando de lado los estereotipos sobre el buen salvaje o elhombre natural que difunden algunos agentes externos, significa apro-ximarse al complejo cosmos mocoví

Por otro lado, como ya hemos anunciado más arriba, la expe-riencia de los mocovíes también nos permite reflexionar sobre los vín-culos que existen entre el espacio y el parentesco. Para este grupo delchaco argentino su identidad se elabora en relación a los diferentes es-pacios y los significados que adquieren a través de experiencias presen-tes y de la memoria social de estos lugares. Por ejemplo, el monte es elámbito privilegiado en los discursos sobre la identidad. Conceptualiza-do como el hábitat de los antiguos -término con el que en la actualidaddesignan a los mocovíes que vivían según las normas tradicionales- elmonte es una suerte de representación ambiental de este modelo del sermocoví que encarnan los antiguos.

El último capítulo de García Valencia presenta la mediación demaestros, curas bilingües y curanderos en la redefinición de las identi-dades locales de los Tepehua de Pisa Flores (México). Además, muestracomo la interacción entre estos distintos actores en el ámbito regional,nacional e internacional construye nuevos vínculos con un territorioconcreto a través de la religión y del ritual neo-chamánico. La experien-cia de Pisa Flores ejemplifica algunas de las situaciones que actualmen-te viven los pueblos latino-americanos, indígenas o no. Por medio delos múltiples flujos económicos, políticos y religiosos nacionales y su-

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pra-nacionales que atraviesan el espacio regional, los diversos actoresse posicionan en su lucha para la redefinición del territorio local.

A pesar de que el objetivo inicial de esta colección de textos nofue proponer una síntesis teórica, creemos que estos ejes comparativospermiten reflexionar sobre las relaciones entre las dinámicas sistémicas(socio-económicas y políticas) constitutivas del proceso de globaliza-ción y las representaciones del medioambiente ancladas en prácticascotidianas, es decir, entre la expansión de valores pretendidamente uni-versales y los procesos locales. Después de trabajar conjuntamente enla edición de esta colección, nuestra impresión es que más que defini-ciones rígidas de nociones tales como paisaje, territorio o espacios eco-lógicos, en antropología se hace necesario anclar los análisis en traba-jos etnográficos que den cuenta de los cambios actuales en la relaciónque una sociedad determinada mantiene con su medio. A esta escala esposible entender las relaciones entre percepciones, prácticas y repre-sentaciones ecológicas, al mismo tiempo que se puede clarificar laadopción, adaptación o rechazo de las dinámicas globales en las prác-ticas cotidianas. A esta escala etnográfica es donde mejor se puede vercómo el entorno ecológico, o el paisaje en su sentido amplio -tal y co-mo se utiliza en el ámbito anglosajón-, proporciona un contexto parala vida humana, incorpora una relación entre la realidad que se vive yla posibilidad de otras formas de ser, y se adapta a las condiciones enlas que se desarrolla el día a día y a las condiciones metafísicas, imagi-nadas o idealizadas (Hirsch, 1995). Y, a la escala de lo cotidiano nos se-rá fácil identificar el rol y la influencia de los agentes mediadores entreel ámbito local, nacional o internacional. Estas mediaciones culturales,políticas o económicas que marcan la percepción de los lugares y su ar-ticulación en un espacio idealizado, la importación de ideas estetizan-tes y las demandas políticas sobre el territorio, no deben ser obviadas ala hora de analizar la construcción del paisaje, el territorio y el espacioen la América Latina de hoy.

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Notas

1 Este simposio puede considerarse la continuación de la jornada de estudios “Espa-ces habités et paysages: usages identitaires des pratiques et représentations écologi-ques dans la construction des appartenances locales; terrains américanistes auXXIème siècle”, celebrada en enero de 2005 en el Centre d’Etudes et Recherches surles Mondes Americains (EHESS, París). Algunas de las ponencias presentadas enesta primera jornada pueden consultarse en el número 7 (2007) de la revista elec-trónica Nuevo Mundo Mundos Nuevos, (http://nuevomundo.revues.org/sommai-re2893.html#rub4804), concretamente nos referimos a los textos de: Magali De-manget, Nicolas Ellison y Mònica Martínez Mauri (ver bibliografía).

2 Efectos que, tal y como afirman Brenner y Theodore (2002) se expresan en proce-sos de transformación económico-espacial que comportan la desaparición de laautosuficiencia.

3 Ejemplos de esta nueva aproximación al estudio del espacio son los trabajos deAnthony Giddens (1984), James Duncan (1990), Mike Crang (1998), Joël Bonne-maison (2000), Augustin Berque (1986; 1992; 2000).

4 Aunque es necesario precisar que la aparente similitud, al nivel formal, entre laspinturas paisajísticas en China y en Europa puede ser engañosa. Estas formas simi-lares de representación del entorno se fundamentan en concepciones ontológicasdivergentes en cuanto a la relación con el medio ambiente. (Berque 1999).

5 Es conveniente precisar que a pesar de que el concepto de territorio empezó a co-brar importancia en el ámbito de la geografía, y es utilizado en sociología, econo-mía, urbanismo, historia, ciencias políticas, antropología social, este concepto tie-ne sus orígenes en el derecho y la etología.

6 Toledo LLancaqueo, 2005.7 Berque (2005) para nombrar este proceso universal inventó el termino de cosmop-

hanie o cosmofanía.8 Tales contradicciones entre estructuras de patrimonialización o de ‘gobierno de la

naturaleza’ tales como los parques naturales y los medios de subsistencia de los po-bladores originarios de estos territorios han sido ampliamente discutidas en un nu-mero reciente de la revista Cahiers d’Anthropologie Sociale (n°3, 2007).

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PRIMERA PARTE:PAISAJES, ENTRE REPRESENTACIONES

LOCALES Y ESTÉTICAS GLOBALIZADAS

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EL REMO DE ARU:PAISAJE NEBULOSO

Paulo Roberto Maia FigueiredoDoutorando pelo PPGAS – Museu Nacional – Universidade Federal do Rio de Janeiro Núcleo de Transformações Indígenas (NuTI - Pronex)

Introducción

Este capítulo pretende recomponer, desde una cosmología queno opone naturaleza y cultura, un paisaje rionegrino a partir de las na-rraciones que los Baré han compartido conmigo y de mis observacio-nes directas de su realidad material y simbólica: un paisaje extrema-mente sensible, fluido, móvil, efímero y, en este caso, frío y húmedo -paisaje nebuloso.

Los Baré son una población de lengua arawak del medio y altoRío Negro, situada en la región del noroeste amazónico. Se trata de unaregión que abarca la triple frontera entre Brasil, Venezuela y Colombia.Los Baré ocupan un extenso territorio entre el medio Río Negro, enBrasil, y el canal del Cassiquiare, en Venezuela. En esta región, el trán-sito de personas y bienes era ya intenso incluso antes del proceso de co-lonización portuguesa y española, y creció aún más durante el sigloXVIII. Ocupan por lo tanto un área de comunicación entre tres impor-tantes regiones etnográficas: la del alto río Orinoco-Casiquiare, la delalto y medio Río Negro y la región del bajo río Amazonas.

En el Noroeste de la Amazonia brasileña, además de los Baré, en-contramos diversos otros grupos indígenas representantes de cuatrofamilias lingüísticas: Arawak (Tariano, Baniwa, Werekena, Kuripako),Tukano Oriental (Tukano, Desana, Barasana, Miriti-Tapuya, Pirá-Ta-puya, Tuyuka, Arapaso, Kubeo, Wanana, Karapanã, Bará, Siriano, Tai-

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wano e Makuna), Maku (Hupda, Yuhupde, Dow, Nadöb) y Yanomami.Se trata, por consiguiente, de una región con una gran variedad de pue-blos y lenguas indígenas.

Los Baré que viven en territorio brasileño, están establecidos enmás de 50 comunidades (algunas pluriétnicas) a orillas del medio y al-to Río Negro, llegando hasta la frontera con Venezuela y Colombia,donde viven también otras personas de esta etnia1. Actualmente la ma-yoría de estas comunidades están situadas en la Tierra Indígena AltoRío Negro (TI). Parte del territorio de ocupación tradicional de estapoblación aún no ha sido reconocido oficialmente por el Estado brasi-leño y sigue habiendo procesos de identificación y homologación deotras Tierras Indígenas, tanto en el medio como en el alto Río Negro.

Mi investigación transcurre en territorio brasileño y mi trabajode campo se concentra en una pequeña comunidad católica llamadaSan Francisco, donde actualmente viven cerca de 100 personas. A pesardel creciente consumo de bienes de consumo provenientes del merca-do de la ciudad o de los comerciantes (regatões) que actúan en la regue-ra del Río Negro, el régimen alimenticio en las comunidades ribereñassigue centrado en la producción y en el consumo de pescado, animalesde caza, frutas, harina y bejuco de mandioca.

También he realizado parte de mi trabajo en São Gabriel da Ca-choeira, ciudad eminentemente indígena cuya población se estima en15.000 personas, siendo la gran mayoría, cerca del 80%, considerada in-dígena (representanta a las más de 20 etnias existentes en la región). Enla ciudad de São Gabriel da Cachoeira la población indígena mayorita-ria es Baré, se trata de aproximadamente 5.000 personas, lo que repre-senta cerca del 40% de la población de la ciudad (ISA/Foirn 2004). Elúltimo censo disponible indica que la población baré del Río Negroque vive en la ciudad y dispersa en comunidades y sitios ribereños seestima que es de 1.257 personas (Ricardo e Ricardo 2006: 10).

Dada la dispersión de la ocupación territorial baré, su conse-cuente co-habitación con otros grupos indígenas, y el contacto históri-co con los blancos que produjo transformaciones profundas en suidentidad étnica y organización social, creo que no es conveniente tra-tar a los Baré como una unidad étnica. Considero más conveniente tra-tarlos como un colectivo que, desde hace mucho tiempo, mantieneconstantes relaciones, no sólo con otros grupos indígenas de la región,

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sino también con diversos segmentos de la sociedad nacional. De estemodo, propongo hablar, como ha sugerido Viveiros de Castro, de “co-letivos multiformes e multisituados” para tratar las relaciones socialesbaré en el alto Rio Negro, pues, “nem toda sociedade indígena é umgrupo étnico, nem todo grupo étnico é o tempo todo um grupo étni-co, e nenhum grupo étnico é apenas um grupo étnico” (Viveiros deCastro 1999: 121).

Hasta principios del siglo XX aún era posible encontrar hablan-tes de baré en el medio y alto Río Negro. El abandono de la lengua ba-ré vino acompañado por la incorporación de la Lengua General Ama-zónica (nheengatu), introducida por los jesuitas en la región del altoRío Negro. El declive sustantivo del número de hablantes del baré se re-laciona, entre otros motivos, con el avance colonial y la esclavitud delos indios para su inserción, a finales del siglo XIX y durante buenaparte del XX, en una economía centrada en la extracción de productos,tales como la borracha (Hevea brasiliensis) y la piaçaba (Leopoldinapiassaba), modelada por las demandas externas, acompañado por unproceso ideológico de misionarización centrado no solamente en la re-ligión, sino también en el sistema educativo. Hoy en día no existe unaeconomía basada en la extracción y el sistema de educación ha experi-mentado fuertes transformaciones. Los Baré, a pesar de que hablanfluidamente el portugués también dominan el nheengatu, hasta elpunto que actualmente está considerada como la segunda lengua ma-terna de los Baré del alto Río Negro. En estos momentos, el dominiodel nheengatu es uno de los principales rasgos diacríticos, pero no elúnico, de diferenciación en relación a otros colectivos indígenas y blan-cos de la región.

Los Baré y el frío de Aru

Desde el inicio de mi trabajo de campo en el alto Río Negro, ven-go escuchando algunas historias de los Baré sobre alguien llamado Aru.Dicen que antiguamente Aru era un tuxaua (jefe) que había sido trans-formado en sapo. O mejor dicho, en una rana (Pipa pipa), que todavíahoy se encuentra en los igarapés de la región y que heredó su nombrede ese tuxaua. A partir de esta transformación, Aru se volvió un serambiguo: medio hombre, medio animal. De hecho, se afirma que Arues el responsable de un frío intenso que suele aparecer en el Río Negro

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hacia mediados de junio y julio, sin contar con los eventuales arucitos(pequeños Arus) que aparecen de vez en cuando en la región. Duranteestas ocasiones sobre el Río Negro cae una fina y continua lluvia quecubre la floresta con una niebla opaca, densa y fría; permanece unospocos días, lo suficiente para no olvidarse y continuar afirmando quese trata del frío de Aru. Este frío viene acompañado de una fina lluviay se produce durante el viaje de Aru, en su canoa, por el Rio Negro. Du-rante este trayecto, siempre subiendo y bajando el río, Aru va dejandouna espuma blanca sobre la superficie del río.

Antes de conocer el Río Negro, había leído sobre Aru, en los tex-tos de Theodor Koch-Grunberg sobre su viaje, entre 1902 y 1904, porlos ríos Negro, Içana, Ayari y Uapés, región del noroeste amazónico. Pe-ro, en aquella época no les presté demasiada atención. En su relato et-nológico seminal, el autor menciona muy de paso ese paisaje rionegri-no que pretendo presentar. Hacia la “mitad de junio”, escribe Koch-Grunberg, “es la época de “arú” (friagem), vientos fríos del sur con llu-via fina abundante, que dura casi siempre de cuatro a ocho días, peroque apenas tiene incidencia en el nivel del agua (1995: 309)”.

Si ante los ojos del etnógrafo, posiblemente bajo el impacto deun abundante paisaje que lo cercaba por todos lados, Aru no pareciómás que un simple “friagem”, a los ojos y sentidos bien abiertos de losindígenas, sobretodo los de los Baré del alto Río Negro, Aru es muchomás que una traducción apresurada de nuestros conceptos naturalis-tas, por decirlo así. En vez de ser apenas un friagem o un fenómenonatural similar, los nativos del Río Negro suelen decir: “¿Aru?, ¡ah, esetiene historia!”.

El concepto de paisaje en antropología

En su libro, Par-delà nature et culture, Philippe Descola llama laatención sobre la cosmogénesis del pensamiento moderno y, conse-cuentemente, sobre la antropología que realizamos, ambas fundadasen la dicotomía naturaleza y cultura. Uno de los objetivos principalesde su exposición consiste en una crítica etnológica a los llamadosgrandes divisores. Desde esta perspectiva crítica, una de entre las nu-merosas cuestiones discutidas por el autor, nos introduce directa-mente a uno de los temas centrales de esta exposición: el que se refie-re a la idea forjada en occidente de una “autonomía del paisaje” (2005:

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91) bautizada posteriormente como naturalismo (la otra cara de lamoneda del multiculturalismo).

Descola relaciona la génesis de la concepción moderna de la na-turaleza con el surgimiento del arte del paisaje que florece en el sigloXV en Europa. Para representar tal vínculo, aparentemente irreparable,entre paisaje y naturaleza, el autor reproduce un dibujo, Paysage mon-tagneux avec un dessinateur, realizado por el artista holandés RoelandtSavery en 1606. El dibujo permite que se identifiquen los presupuestoscosmológicos que informan sobre este emprendimiento artístico de re-presentación pictórica que, a su vez, presenta un fuerte parecido conlos presupuestos de una filosofía moderna de la naturaleza. Este tipo derepresentación, se caracteriza, a grosso modo, por la duplicación de unambiente real (que más tarde vino a ser llamado medio ambiente), enel presente caso, un paisaje rocoso del suroeste de Bohemia.

La pintura paisajística partiría así del principio o de la necesidadde crear una representación, lo más real posible, de la naturaleza -entanto que ilusión necesaria-. Una visión compartida posteriormentepor la filosofía moderna de la naturaleza, de la cual la antropología, apesar de que su interés recaiga sobre la naturaleza de las relaciones so-ciales, de la cultura, o la naturaleza humana es, en cierta medida, deu-dora. Lo que se pensaba y representaba en un “paisaje natural” no esmás que una representación particular informada por una cosmologíafundada en la idea de que la naturaleza, física o humana, es “uma subs-tância auto-semelhante situada em algum lugar natural privilegiado”,según Viveiros de Castro, “o cérebro por exemplo” (2002: 121). Por lotanto, el bosque amazónico puede ser considerado un objeto de tal re-presentación.

La utilización del concepto de paisaje (landscape) por la antro-pología debe, antes que nada, pasar por la criba etnográfica, con el finde que quede claro el tipo de teoría/cosmología que informa la cons-trucción del concepto utilizado. Es importante evitar que se conviertaen uno de esos conceptos vacíos que, como enfatizó Roy Wagner, sonante todo funciones “of our understanding of what the people weredoing rather than what they themselves made of things” (1974: 87). Esnecesario, por lo tanto, todo un tour de force para obtener un paisaje deotro lugar donde los presupuestos ontológicos que informan su imagi-nación no sean necesariamente los mismos de donde proviene ese con-cepto occidental.

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El concepto de paisaje también ha sido recuperado y reformula-do por autores que trabajan con grupos de lengua Arawak en toda laAmazonia. La colección de artículos organizada por Jonathan Hill yFernando Santos Granero en el libro Comparative Arawakan Histories,representa un progreso en el sentido de comprender procesos históri-cos de apropiación de paisajes al demostrar “the importance of to-ponymy, topography, and related ways of imbuing landscapes with his-torical meaning” (2002: 13).

En el presente trabajo propongo una ampliación del concepto depaisaje hacia otros parajes para diversificarlo todavía un poco más.

El paisaje rionegrino según los Baré

Lejos del espejismo europeo de El Dorado o de las imágenes na-turalistas aún vivas en nuestra imaginación sobre la cuenca amazónica,mi objetivo en este trabajo es presentar el paisaje rionegrino tal y comolos propios indígenas de la región lo imaginan y conceptualizan. Vale lapena resaltar que lo propuesto aquí es un ejercicio de “ficción antropo-lógica”, que, de acuerdo con la formulación de Viveiros de Castro, ade-más de no ser “ficticia”, consiste “em tomar as idéias indígenas comoconceitos, e em extrair dessa decisão suas consequências: determinar osolo pré-conceitual ou o plano de imanência que tais conceitos pressu-põem, os personagens conceituais que eles acionam, e a matéria do realque ele põem” (2002: 123).

En esta presentación me voy a centrar en un personaje de la cos-mología de los indígenas descendientes de los antiguos Baré que, aligual que los demás grupos indígenas representantes de diferentes fa-milias lingüísticas que pueblan la región, comparten una ontología se-gún la cual la oposición radical entre naturaleza y cultura, propia delpensamiento occidental, simplemente no existe.

Este tipo de ontología, no exclusiva de la Amazonía, también seencuentra en otras regiones del planeta y, como afirma Descola, se ca-racteriza por el hecho de que los

humans et non-humans ne sont pas conçus comme se développantdans des mondes incommunicables et selon des principes séparés; l´en-vironnement n’est pas objectivé comme une sphère autonome; lesplantes et les animaux, les rivières et les roches, les météores et les sai-

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sons n´existent pas dans une même niche ontologique définie par sondéfaut d´humanité (2005: 56).

Es por el mismo motivo que Roy Wagner afirma que

“for the interior Papuan peoples whose cosmologies have been studiedin recent years, the anthropomorphic innate is perceived as a flow ofhuman potential across the physical diversity of the landscape” (1977:398).

El remo de Aru y el paisaje

Si el frío y la lluvia fina junto a la figura de Aru (gente-sapo) sonlos elementos sensoriales más emblemáticos de este paisaje que poco apoco vamos esbozando, otros aspectos también deben ser aprehendi-dos para analizar los términos que los Baré utilizan para comprendereste acontecimiento. Algunos objetos que se suelen encontrar en la re-gión y que son asociados con Aru, nos indican la complejidad de lasideas relacionadas a este paisaje.

En sus andanzas por el Río Negro, Aru suele perder o abando-nar algunos objetos que ha fabricado y utilizado. Además de remos demadera, los Baré suelen encontrar en la región ollitas de barro, som-breritos de piassaba (Leopoedina piassaba) y cacurizinhos (trampas depeces) hechos de la tala de patauá (Oenocarpus bataua), todos recono-cidos como objetos de Aru. En comparación con los remos, sombre-ros, cacuris y ollas producidos por los Baré u otros indios de la región,los objetos de Aru suelen ser mucho más pequeños que un útil co-mún. Estos objetos son raros y difíciles de encontrar. Los remos pare-cen ser los más comunes y la mayoría de los Baré ya han visto algúnejemplar; pero, son pocos los que han tenido la oportunidad de apre-ciar un sombrerito o una ollita de barro de Aru, la mayoría apenas haoído hablar de ellos.

Si los objetos de Aru son siempre encontrados, eso significa queningún indio de la región los ha fabricado, sobretodo por el hecho deser tomados como fabricados, utilizados y perdidos por el propio Aru.Lo que no impide, eventualmente, que algunas personas presentenotras versiones sobre el origen de esos objetos, como las que afirman

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que fueron hechos por los antiguos Baré que habitaban el alto Río Ne-gro hace cientos de años.

En la comunidad de São Francisco, donde he realizado mi tra-bajo de campo, tuve la oportunidad de ver un remo de Aru encontra-do en un caño hace algunos años por un baré ya fallecido. Este remoheredado por su hijo me pareció, de hecho, muy diferente de todos losmodelos de remos que yo había visto antes: tenía cerca de un metro delargo, era más fino y de una madera oscura llamada por los Baré mi-ra-pára iwa2 en nheengatu y pau d´arco (Tabebuia sp.) en portugués.Me explicaron que este tipo de madera era muy pesada y que por eso,cuando los remos estaban hechos de este material no flotaban en elagua, se hundían. El remo que ví presentaba algunas partes rotas quele daban un aspecto antiguo; en su cabo habían esculpido el dibujo deun animal: un búho. Era realmente un remo diferente y muy bonito, asimple vista podía apreciarse que no se trataba de un remo común3.Ese remo me pareció idéntico a un dibujo de “canalete de áparo” pre-sentado por Antonio Pérez en una monografía sobre los Baré venezo-lanos (1980: 427).

Silvia Vidal menciona en su tesis sobre los Baré del Río Negrodel siglo XVI-XVIII, la existencia de los Aparu o indios-sapo, una fra-tría primogénita Baré llamada Tibáu que correspondería a los anti-guos Tibajakena o Jibajakena de los cronistas. Según la autora, losAparu (o Tibáu)

remontaron el Río Negro y emigraron hacia el Este. Existen canaletes,hachas de piedra, petroglifos, diseños en cestas, restos cerámicos, etc.,que llevan este nombre y cuya manufactura se les atribuye (Vidal1993: 75).

Entre los Baré del alto Río Negro el uso del remo de Aru difieredel uso de un remo convencional. Los baré de hoy suelen decir que elremo de Aru tiene el poder de hacer viento, sobretodo para auxiliar laquema de nuevas roças (las chagras). De esta forma, pueden ser llevadosa los terrenos donde se quema un pedazo de su madera o simplementese mueve por el aire. Según me informaron, esta fórmula puede produ-cir viento con la finalidad de esparcir el fuego por la roça derribada, loque facilita inmensamente el trabajo de quemar, dado que cuando no

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hay viento suficiente en el momento de la quema de una tierra de labor,el fuego no se extiende y la quema se hace con más dificultad.

Ermano Stradelli, en su “Vocabulario da Língua Geral” enfatizala relación de Aru con las tierras de labor al informarnos que

o aru é uma casta de pequeno sapo, que vive de preferência nas clarei-ras do mato e acode numeroso logo que se abre um roçado. Onde arunão aparece a roça não medra. Aru transforma-se oportunamente emhomem bonito e vai buscar a Mãe da Mandioca, que mora nas cabe-ceiras do rio, para que venha visitar as roças e as faça prosperar comseu benéfico olhar. Somente as roças bem plantadas e que agradam àMãe da Mandioca prosperam e têm chuva oportunamente. Aru fogedas que não são conservadas bem limpas, e que são invadidas das ervasdaninhas, e quando desce com a Mãe da Mandioca lhes passa na fren-te sem parar (1928-29: 380).

Una mujer Baré de la ciudad me contó una historia sobre Aruque solía explicar su padre que me pareció bastante significativa. El vie-jo solía decir que el frío de Aru simplemente indicaba que el inviernoestaba llegando a su fin y marcaba el momento de transición hacia elverano. Daba pie a los primeros estiajes e indicaba el momento de em-pezar a buscar los lugares para practicar nuevas roças, es decir, escogerentre la capoeira o la mata-virgem.

Lévi-Strauss, en la última parte de “la Miel a las Cenizas” titula-da “Instrumentos de las Tinieblas”, presenta un remo (2004: 424) comoun objeto mágico de mediación presente en varios mitos amazónicosque hablan de cuestiones relativas a la periodicidad estacional. A su en-tender, los instrumentos de las tinieblas simbolizan la escasez en con-traposición con la campana, la cual suele estar relacionada con la abun-dancia (ídem: 436). Por lo tanto, estos elementos están respectivamen-te relacionados con el inicio o el fin del invierno o el verano. Finalmen-te, Lévi-Strauss también destaca, en su “Historia de Lince”, la relaciónentre otro objeto, un sombrero, y el origen de la niebla (1993: 22). Aligual que Lévi-Strauss es posible concluir que Aru, así como los instru-mentos de las tinieblas y los mitos de origen de la niebla en las Mitoló-gicas, “pertencem a um vasto conjunto de mitos que se pode chamar deecológicos” (1993:36).

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La visión ecológica en el mundo indígena

Los artículos de Reichel-Dolamatoff (1976) y Kaj Arhem (1993),ambos sobre cosmología y ecología tukano, son trabajos que propicia-ron una mejor comprensión de la visión ecológica y, porqué no, estéti-ca en el mundo indígena. Vale resaltar que como los Desana o los Ma-kuna, los Baré también presentan

una visión del mundo que ve a hombres y animales relacionados almismo tiempo en espíritu y sustancia, y el cosmos entero como unagran comunidad ordenada por los mismos principios de la sociedadhumana, necesariamente produce un sistema de utilización de recursos– un modo de interacción con la naturaleza – completamente diferen-te de aquel en que el hombre se define como una forma radicalmentedistinta y superior a todos los otros seres vivos... (Arhem 1993: 125).

Es bastante probable que entre los descendientes de los Baré delalto Río Negro de hoy encontremos apenas rasgos o restos de una com-pleja cosmología relacionada con Aru y que hoy ha sido completamen-te transformada. La importancia de considerar las ideas indígenas so-bre Aru todavía pertinentes, aún a despecho de su no implicación en unsistema regulado, viene en primer lugar por la evidencia dada por lospropios Baré respecto a una relación social posible entre ellos, los ani-males, algunos objetos, el clima y las roças. La relación entre los Baré yAru continúa rodeada de un halo de indeterminación, al igual que lamateria de ese paisaje relacional. A pesar de haber sido un asunto muycomentado, sigue envuelto de un gran misterio, pues apunta en direc-ción a una percepción ecológica y a una construcción simbólica muypeculiares. Al mismo tiempo, se observa un uso ordinario de Aru don-de los nativos, incluso los de diferentes etnias que viven en la ciudad deSão Gabriel da Cachoeira, suelen mencionarlo sólo para referirse, y talvez eso no sea poco, al fuerte frío y la lluvia fina durante algunos díasde junio. Para ellos se trata del frío de Aru y punto. Una objetivaciónque no visa a una verdad, sino a una relación posible.

Es conveniente resaltar el profundo arraigo del cambiante pai-saje rionegrino en el régimen de seca y llena (referidos al nivel de losríos), que sigue en consonancia con los periodos de lluvia (invierno) ysequía4 (verano), sobretodo cuando están relacionados con los dife-

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rentes usos que se hacen del medio ambiente y de la floresta tropical.Cuando en verano aparecen las piedras y las playas del río los Barésuelen decir que el río se pone bonito. Entonces, si durante la llena en-contramos un paisaje inundado por las aguas, durante la seca este pai-saje da lugar al surgimiento de diversos lugares y espacios – piedras,playas y porciones de tierra-, antes escondidas por el agua. Los indíge-nas del Río Negro relacionan, por lo tanto, un paisaje móvil que setransforma con la variación del flujo de las aguas de sus ríos. Sociabi-lidad fluida compuesta por el flujo de las relaciones sociales entre losBaré y el paisaje con el cual ellos interactúan. Como bien resaltó Rei-chel-Dolmatoff, “nature is not a physical entity apart from man and,therefore, he cannot confront it or oppose it or harmonise with it as aseparate entity” (1976: 318).

En este capítulo me he propuesto esbozar un concepto de paisa-je que fuese relacional (Ingold 2000) y presentar los personajes y la ma-teria de lo real, tal como son movilizados en la objetivación de esta ex-periencia del medio ambiente.

El hecho que en los mitos y las prácticas amerindias suela ser fre-cuente la idea que el paisaje actual es el resultado de una transforma-ción producida en el pasado, me lleva a concluir que la representacióndel paisaje en la Amazonia presenta un fuerte carácter transformacio-nal. Tal y como parece haber sugerido Lévi-Strauss en las Mitológicas,me parece apropiado concluir afirmando que la estética amerindia esabsolutamente transformacional.

A modo de conclusión debo señalar que en este capítulo he ima-ginado como los Baré compondrían el paisaje rionegrino en el caso deque ellos estuvieran interesados en hacerlo en estos términos, pues co-mo ya señalé en las líneas introductorias a este texto, en las sociedadesestudiadas tradicionalmente por los etnólogos no es común encontraruna percepción del entorno en términos meramente estéticos. En defi-nitiva, mi objetivo ha sido contraponer una concepción típicamentenaturalista y/o paisajística del paisaje a una etnografía baré.

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Notas

1 Sobre la población baré en Venezuela; cf. Vidal 1993 y Pérez 19882 Mira-pára en nheengatu significa arco de flecha y iwa significa de pie vertical, de-

rivado de iwaka, la palabra nheengatu para denominar el cielo.3 También llegué a ver el resto de un cacurizinho do Aru que ya estaba bien destrui-

do, le faltaban algunos pedazos. Aún así, era posible notar que había sido hecho conmucho cuidado y de forma delicada. De él no me dijeron gran cosa, apenas me co-mentaron que también había sido encontrado en un igarapé y que probablementefue usado por Aru con el fin de conseguir peces para alimentarse durante su pere-grinaje. Además me dijeron que no era bueno dejar a los niños jugar con los cacu-rizinhos porque podía traer viento y lluvia inesperados.

4 Los indígenas del Río Negro acostumbran a relacionar los periodos de lluvia o desequía con la agencia (agency) de los animales y/o de los cuerpos celestes.

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DEL “TERRITORIO INDEPENDIENTE

ARAUCANO” AL WALLMAPU1

TRANSFORMACIONES SOCIALES Y AMBIENTALES

DEL PAISAJE DE LA FRONTERA ENTRE LOS

SIGLOS XIX Y XXI

Fabien Le BonniecIRIS - Institut de recherche interdisciplinaire sur les enjeux sociaux - ParísCandidato a doctor en Historia mención etno-historia - Universidad deChile - Santiago de ChileLaboratorio de Desclasificación Comparada - París - Santiago

Introducción

Los Mapuche –más conocidos en la literatura decimonónica co-mo Araucanos– ocupan un lugar muy relevante en las crónicas escritaspor viajeros, científicos, misioneros y militares que han pasado por lastierras del cono sur. Efectivamente, no faltan testimonios aludiendo ala capacidad de resistencia militar de este pueblo indómito, a su inte-gración en la red de comercio trasandino ganadero y de otros bienes odescripciones de las grandes “juntas de caciques” atestiguando la vigen-cia de su sistema político en pleno período republicano chileno y ar-gentino. Tales relatos contrastan con la imagen del indio dominado, re-ducido en misiones o del salvaje huyendo a la selva que se había podi-do encontrar en muchas crónicas de viajeros que habían cruzado elcontinente en dicha época. Sin embargo, las representaciones difundi-das en las obras de quienes se aventuraron en el “territorio indepen-diente araucano” abundan de ambigüedades incluso de contradiccio-nes, como aquella ya señalada por Sara Mc Fall:

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Describen bosques impenetrables como si el Sur no fuese poblado nicultivado, cuando sabemos de las crónicas de los siglos XVI y XVII, quelos Mapuche habían desarrollado por lo menos nueve tipos de maíz,decenas de variedades de papa y poroto (2002: 311).

Este tipo de paradojas en las narrativas que han contribuido aformar el imaginario nacional chileno acerca de la frontera y de sus ha-bitantes, da cuenta no solamente de la subjetividad de las descripcionesofrecidas por los cronistas, pero sobre todo de los enjeux que estos im-plican. Si bien es comprensible que científicos, eclesiásticos, militares ocaciques mapuche no tengan la misma mirada acerca de los paisajes dela frontera, se revela más complejo entender que estas distintas repre-sentaciones podían también estar influenciadas por los debates que sedesarrollaban a 600 kilómetros más al norte, en Santiago, sobre la ma-nera de colonizar, pacificar y reducir esta franja del territorio chilenoaún insumiso. El presente trabajo se propone ver como éstas descrip-ciones paisajísticas decimonónicas han contribuido a formar una ima-gen de un territorio fronterizo y lejano habitado por bárbaros indepen-dientes, y a transformarla en la región de la Araucanía, granero de Chi-le, tierras pobladas de colonos extranjeros y de las “últimas familias”araucanas “pacificadas” y reducidas.

Tal perspectiva impide considerar los retratos paisajísticos ensimples términos de producción literaria de una emoción estética, e in-cita a abordarlos como experiencias individuales pero también colecti-vas. El paisaje, como percepción y modo de relacionarse a su entorno,forma parte de la política de territorialización, vale decir de semantiza-ción del espacio, estableciendo una relación estrecha entre el actor y elterritorio. Las representaciones vehiculadas por estas experiencias tie-nen un efecto sobre el mundo social de esta época, no solamente en lafrontera sino también como una manera de cimentar una identidad na-cional a través de una literatura nacional y de mitos. Desde esta pers-pectiva, las distintas descripciones paisajistas que circularon durante es-ta época incorporaron el dispositivo de control y de transformacionesdel territorio mapuche implementado por el naciente Estado chileno.

La frontera como un espacio de entre-deux2, de tensiones y rela-ciones polimorfas entre poblaciones de distintos orígenes étnicos y so-ciales, aún perdura hoy en día en el sur de Chile. Si bien las representa-

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ciones y las configuraciones simbólicas que aquella vehicula, han sidosometidas a varias transformaciones a través de los siglos, esta regiónmantiene su especificidad, su carácter diferenciado frente al “centro”, ysobre todo su apelación de “frontera”. Al hablar de “espacios fronteri-zos” –en lugar de “territorios fronterizos”– la mayoría de los estudiosfronterizos han contribuido a insistir sobre su carácter inestable e inse-guro, el término “espacio” está generalmente asociado a “un ‘vacío po-tencial’, ‘posibles amenazas’, zonas que se tienen que temer, tener miedo,securisar o huir’3. Dentro de la abundante literatura decimonónica queofrece descripciones de los paisajes y la población del “territorio inde-pendiente araucano”, se puede destacar dos representaciones revelantesy redundantes: una es la retórica de “la selva virgen” y la otra se relacio-na con el precepto de “seguridad y desarrollo” que va a florecer duran-te la segunda mitad del siglo XIX.

La selva virgen

Si bien la mayoría de las crónicas de la época esbozan paisajesselváticos impenetrables, una terra nullius, la presencia humana a du-ras penas es contemplada en estos relatos. Muchas de las descripcionesno mencionan los habitantes de los paisajes, y cuando aparecen, es ge-neralmente de manera brusca y fuera del paisaje natural4. Este olvidorevela la ambigüedad existente en la literatura de viaje en cuanto al lu-gar ocupado por el indígena en la naturaleza. Llama la atención estaausencia del indio araucano en varias de estas descripciones paisajísti-cas, como si en el imaginario de la elite criolla no pudiera existir entrela exterminación y la integración. Varios investigadores plantean queesta “invisibilidad” es debida al hecho que en dicha época los viajerosconsideraban al indígena como parte de la naturaleza. Esta concepcióndel indio explicaría que muchos testimonios a penas mencionaran es-ta presencia humana. Pero aunque este tipo de análisis puede ser per-tinente para analizar casos como el de la Amazonia, no parece válido enel caso que nos interesa. Si bien es cierto que se pueden encontrar al-gunas fuentes decimonónicas mencionando el “estado selvático” delaraucano y una literatura nacional que lo relega a un pasado mítico yal borde de la civilización5, el proceso de construcción de la alteridad–tanto en Chile como en Argentina– vehiculado en parte por estas cró-

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nicas, no pasa por una “naturalización” del indígena similar a otros lu-gares de América como la Amazonia. Desde los primeros pasos de losespañoles hasta los 50 primeros años de la República chilena, la famo-sa resistencia militar y diplomática de los araucanos les había asignadoun estatuto particular. Efectivamente, los jefes mapuche eran conoci-dos por su capacidad a organizarse y negociar tratados de paz con la co-rona española y después con los militares chilenos. Hoy en día, estosacuerdos están considerados como verdaderos tratados “internaciona-les”6 que regulaban las actividades políticas, jurídicas, comerciales y mi-sionales en el territorio independiente araucano. El constante protago-nismo de los caciques “amigos” u “hostiles” no podía escapar a ningúnobservador. Por ejemplo, son varios los viajeros, como es el caso del Pa-dre Iluminato de Génova o de Paul Treutler, que tuvieron sus momen-tos de contemplación del paisaje prístino interrumpidos por la bruscallegada de una horda de jinetes. La hostilidad que generalmente estosúltimos mostraban a los viajeros perdidos era, ni más ni menos, unamanera de recordar la soberanía de los jefes de estas tribus sobre las tie-rras que estaban pisando.

La cuestión de la ausencia del indígena en las crónicas de laépoca se puede encontrar bajo otra forma también, que aún se revelamás contradictoria como muestra el testimonio de Paul Treutler(1958: 330):

Toltén era uno de los centros más importantes de los araucanos, puesse extendía casi media legua a lo largo del río homónimo y lo habita-ban más de 200 familias. El terreno era plano y extraordinariamentefértil. Crecían muy bien el trigo, las habas y el maíz y llamaba sobre to-do la atención una papa alargada conocida en todo Chile como la me-jor, bajo el nombre de papa tolteña. Magníficas praderas pobladas porgrandes rebaños de caballos, vacunos y ovejunos se extendían al pie dela cordillera andina. Pero la mayor parte de los campos se encontrabandesiertos o abandonados, pues los indígenas sólo cultivaban las super-ficies indispensables a su alimento, o mejor dicho, las hacen cultivarpor sus mujeres.

Treutler mantiene una oscilación entre las referencias a ampliasextensiones de tierras incultas y el descubrimiento de grandes praderasy campos cultivados. Reconoce la existencia de una domesticación de la

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naturaleza, pero excluye el hombre mapuche de esta actividad produc-tiva7, induciendo un estereotipo característico que pesa sobre las socie-dades indígenas que es la ociosidad masculina. Treutler no fue el únicosorprendido en descubrir inmensos campos cultivados y praderas enpleno territorio indígena, ya varias crónicas coloniales habían dadocuenta de la existencia de una actividad agrícola8.

Estas últimas descripciones que se destacan al constatar la exis-tencia de una agricultura pero que insisten en excluir la presencia delindígena de estas actividades de varias maneras, han llevado la antro-póloga Sara Mc Fall (2002: 311) a formular una hipótesis sobre estaausencia: “La utilización de la tierra por parte de los Mapuche tenía po-co impacto visual sobre el paisaje y su territorialidad era tan extensa queviajaban grandes distancias con sus ganados para el intercambio, parapastoreo y como ritos de pasaje”. Siguiendo la reflexión de Sara MacFall, se puede decir que la territorialidad mapuche no consistía sola-mente en el dominio de parcelas de tierras, sino en la capacidad de ca-da cacique a mantener su jurisdicción pero también extender susalianzas familiares y comerciales hacia otras amplitudes. Estas distin-tas actividades económicas de la sociedad mapuche prerreduccional9

no pudieron desarrollarse sin modelar el entorno. Campos, praderas,caminos, introducción de especies animales y vegetales, e incluso que-ma y tala de bosques con fines agrícolas son la huella que dejó la pre-sencia indígena en estas tierras lejanas que muchas crónicas decimo-nónicas obviaron.

Desarrollo agrícola y seguridad de la frontera

De acuerdo con estas dos visiones de la Frontera –por un lado,unos vastos campos de tierras fértiles y desaprovechadas, y, por el otro,la presencia de pobladores fieros y rebeldes como la naturaleza que losrodeaba- se van a forjar no solamente los imaginarios pero sobre todolos planes de colonización y de pacificación de los territorios indígenasdel sur de Chile. A la retórica de las selvas vírgenes ausentes de indíge-nas o rodeadas de hordas de salvajes se ha asociado otro dispositivodiscursivo acerca del territorio mapuche y su población, que, a su vez,fomenta dos preceptos complementarios: el desarrollo agrícola y la se-guridad de la frontera. Las narrativas antes mencionadas que tendían a

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mostrar, a veces erróneamente, tierras desocupadas o poco explotadas,y grupos de indígenas hostiles, contribuyeron a formar la ideología dela ocupación y colonización del “territorio araucano”, lo que consistióen un primer tiempo en tomar control, “pacificar” su población, paradespués poder explotar sus tierras.

Dentro de las distintas coyunturas a las que fue confrontadoChile a lo largo del siglo XIX, se puede destacar aquella relacionada conla construcción nacional pero también con la influencia del romanti-cismo. Como confirma el éxito de las obras del naturalista AlexanderVon Humbolt, la exaltación de la riqueza y belleza tanto de la naturale-za como de la población humana del continente americano, así comoel estado espiritual y físico supuestamente poco desarrollado de sus ha-bitantes relacionado con el entorno natural precario en qué vivían,arraigó en el pensamiento de la época. Por otra parte, la presencia decientíficos en pleno territorio indígena independiente, la exploración yla descripción de estos paisajes estaban enmarcadas en otra tradiciónde pensamiento, aquella de la Ilustración, y cuya exigencia de raciona-lidad imponía el estudio y la domesticación de estos espacios paratransformarlos en territorios nacionales y regionales. La sola menciónde la “selva virgen” sugería en la mentalidad de la elite criolla de aque-lla época la misión de conquistarla, domesticarla, poblarla y explotarla.La mayoría de las descripciones paisajistas de la época tuvieron comopunto de partida en este proyecto de racionalidad y de progreso.

Esta visión desarrollada por una cierta elite concuerda con lapreocupación de este mismo grupo por desarrollar el país y satisfacerlas demandas crecientes del mercado triguero internacional, a través dela explotación de los recursos naturales de estas tierras conocidas comovírgenes, incultas y retiradas a la periferia del centro del poder santia-guino. La lógica de acumulación de riqueza ha sido otro eje que ha con-tribuido a diseñar y modelar el territorio de la Araucanía y de sus co-munidades indígenas. De ahí surge la idea de “desarrollo agrícola y se-guridad de la frontera”10, presente en todos los decretos de remates de laépoca. Explotar y colonizar estas “tierras fértiles y vírgenes” se convir-tió en un imperativo. Con este propósito, se solicitaban colonos nacio-nales y sobre todo extranjeros cuya “mentalidad civilizada”, “aptitudesfísicas” y “conocimientos técnicos modernos” eran considerados, por laelite criolla, como los más adecuados para hacer productivas las tierras

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del sur. Tal idea correspondía a la retórica patriótica que se basaba enel mito fundador del encuentro entre la naturaleza del continente ame-ricano y el hombre culto europeo de donde surgía el “Hombre nuevo”forjando la gran familia chilena.

Varios trabajos históricos narran como se ha implementado lapolítica de colonización de las tierras australes consecuentes de tal vi-sión de la Frontera. Ha consistido, por una parte en delimitar y liberarespacios a través de la reducción de los Mapuche, y por otra parte en laformación de grandes dominios, tales como las sociedades colonizado-ras, para recibir a los colonos extranjeros. Comparando el número defamilias mapuche radicadas y la superficie total de tierras otorgadas11

con lo previsto en los decretos estableciendo las condiciones de la ins-talación de los colonos extranjeros12, se puede constatar que a cada je-fe de familia indígena se le otorgó un promedio de seis hectáreas mien-tras que cada colono tenía derecho a un mínimo de 150 hectáreas, a lasque se sumaba 75 hectáreas por cada hijo de más de 10 años. Esto ex-plica en parte, las profundas desigualdades que se van a producir du-rante este proceso de colonización y reproducir en las relaciones, nosolamente económicas, sino sociales y políticas, hasta el día de hoy.

La colonización y la explotación de las “tierras australes” van acambiar profunda y definitivamente el paisaje grabado en las crónicascitadas anteriormente. En los dominios de las sociedades colonizadoras,se levantan grandes aserraderos para explotar las maderas de bosquesnativos, se constituyen grandes latifundios para la producción de ce-reales, se fundan pueblos de frontera que se van a expandir sobre tie-rras asignadas a los indígenas, y por último, líneas de ferrocarril y telé-grafos van a cruzar la Araucanía de un lado a otro. Tales transforma-ciones se enmarcaron también en procesos más globales como la cons-titución de los imperios coloniales europeos y la integración de las re-cientes nacidas repúblicas independientes en la economía mundial, quesin duda tuvieron una influencia notable y un impacto sobre la idea yla manera de colonizar ocupar y colonizar el territorio mapuche.

Con el fin del “territorio independiente araucano”, sus habitan-tes “pacificados”, dejan de ser los protagonistas de los grandes relatos deaventuras y empieza otra narrativa, aquella de las “últimas familiasaraucanas”. A partir de este momento, la literatura sobre la Araucaníava a cambiar su enfoque y va a comenzar a interesarse por los arauca-

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nos y sus costumbres, practicando una antropología de rescate antes deque su población desapareciera por completo. Efectivamente, los retra-tos ofrecidos por la prensa y las crónicas dan cuenta de un nuevo pai-saje, menos edénico y bastante pesimista en cuanto al futuro del pue-blo mapuche. El paisaje descrito ya no está compuesto de selva virgen,sino por un mundo indígena en decadencia como indica el historiadorLeonardo León (2005: 105), “la calle, la esquina y la taberna pasaron aser espacios habituales de trasgresión en la época posterior a la “Pacifica-ción”, si bien pocos años antes nadie se habría imaginado una calle o unaposada en medio de los bosques y tupidas selvas de la Araucanía”. El via-jero de comienzos del siglo XX que se ha alimentado de las crónicas desus predecesores no puede resistirse a comentar su decepción al descu-brir este nuevo paisaje:

¡Que abismo entre el araucano heroico i el araucano de hoi! Aquél, al-tivo, fiero, indomable, dueño absoluto de su imperial i salvaje grande-za. El de hoy, sumiso, quebrantado, tímido i triste, marcha por sus ru-morosas selvas o entra a las ciudades de sus amos con el peso abruma-dor de la esclavitud política.13

Mientras que se supone que los Títulos de Merced distribuidospor el Estado protegen sus tierras de cualquier enajenación, numero-sas parcelas pasan de manera fraudulenta a manos de dueños no-ma-puche. Este fenómeno no es completamente ajeno a la presencia masi-va de tabernas y prisiones. La primera constituye un espacio de relacio-nes interétnicas de negociación e intercambios de distintos bienes, en-tre los que se encuentran las tierras. La segunda institución, la cárcel,es no solamente el lugar de tránsito privilegiado de los indefectiblesparroquianos del primero sino que también es uno de los mejores me-dios para castigar al mapuche y quitarle su tierra, como relata el cuen-to “la permuta” de Luis Vulliamy (1971: 54-55). Como señala SergioCaniuqueo (2006), este momento de crisis en la sociedad fronteriza, derelaciones violentas entre mapuche, colonos extranjeros, mestizos yfuerzas policíacas, ha sido una fuente de inspiración de varios escrito-res del siglo XX. Como en el caso de las crónicas decimonónicas y dela selva virgen que otorgaron ciertos atributos ideales y materiales a lafrontera, los novelistas del siglo XX contribuirán a la construcción de

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una realidad social, basándose en procesos de violencia física y simbó-lica donde el indígena, ya no es el promotor sino la víctima. De la mis-ma manera que la idea de las tierras vírgenes abandonadas en manosde los indios flojos y rebeldes ha podido intervenir en los debates po-líticos de la época y las decisiones resultantes, las novelas y otros escri-tos pro-indígenas producidos durante el período postreduccional, alinsistir sobre los maltratos, abusos y engaños del que fueron víctimas,denunciaron estos problemas ante la opinión pública pero sobre todoentre la elite santiaguina.

Del paisaje al territorio

A lo largo de la presente reflexión se ha aludido a la existenciade procesos literarios e ideológicos cuyos efectos se reflejaban en laproducción de representaciones colectivas. Sin embargo es importan-te señalar que las interacciones en el mundo social, no sólo se compo-nen de discursos y de representaciones sino que también tienen un as-pecto más concreto que se puede ver a través de la conformación deterritorios y de las prácticas de sus actores. Los distintos relatos men-cionados participaron en la construcción y transformación no sola-mente ideal sino material de estos territorios. Ya sean las crónicas, lasnovelas o los artículos de prensa, todos han contribuido en dar formaal territorio de la frontera. Como señala François Walter (2004: 301),el concepto de “territorialidad” constituye una herramienta epistemo-lógica que permite “propulsarnos” mas allá de la historia de las ideaso las percepciones, poniendo en el centro de la reflexión las prácticasde los actores sociales en sus respectivos contextos. Las ciencias histó-ricas como los estudios sociales contemporáneos concuerdan en decirque no son tanto las representaciones colectivas que priman como losdistintos contextos que las activan, las neutralizan o las hacen entraren conflicto. De estos contextos entonces van a depender las distintaspercepciones de los paisajes y por lo tanto la conformación y la se-mantización de un territorio. Las relaciones de poder que caracterizanla configuración de un territorio están también sometidas a los con-flictos de representaciones.

Desde esta perspectiva se puede entender el “conflicto mapuche”que hasta hoy en día perdura en Chile y en Argentina. Las diferencias

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de percepciones, condicionadas por contextos sociales específicos acer-ca de un mismo espacio, implican también diferentes proyectos y racio-nalidades socioculturales, ecológicas y económicas acerca de éste. Estasdiferencias o particularismos pueden conducir a la formación de variosterritorios sobre los que se podrán asignar distintas “identidades”, “na-cionalidades” o “etnias”. Un territorio reside en parte en el encuentro,la convergencia y a veces el conflicto de estas distintas visiones y pro-yecciones acerca de un lugar. Es por eso que ha sido importante consi-derar las percepciones paisajísticas, sus condiciones de producción ysus impactos, para entender cómo la Araucanía se ha integrado mate-rialmente a la nación chilena, y por ende, ha contribuido a la formaciónde nuevos territorios. De una cierta forma,“el paisaje”, su formalizaciónbajo la escritura o el dibujo, constituyó para la elite criolla una formahegemónica de territorializar y semantizar espacios ocupados por losindígenas. Sin embargo, varios estudios históricos concuerdan en decirque estas descripciones no fueron homogéneas ni exentas de debatesentre los propios parlamentarios, gobiernos, militares y diarios nacio-nales. Lo que si es importante observar es que el propio mapuche -entanto figurante o productor de estos retratos- ha sido muchas veces ex-cluido de estos paisajes. La representación paisajística, el gusto por sunaturaleza profusa, más que unas calidades universales o innatas, apa-recen como un asunto de clase social, de religión –o para ser aún maspreciso de habitus – en ciertos contextos históricos.

Habrá que preguntarse si en la cultura mapuche existe un mis-mo interés por el paisaje, un modo similar de relacionarse con el terri-torio. Las fuentes históricas, tanto producidas por los Mapuche comopor los no-mapuche, a penas permiten saber cuál ha sido la mirada es-tética de los Mapuche acerca de su entorno. Se pueden encontrar algu-nos indicios en el testimonio de Pascual Coña con motivo de su viaje alPuelmapu (parte del territorio mapuche establecido en las Pampas deArgentina):

Aquella región era bien bonita. Había partes planas bastante extensasque se prestarían para cultivos de trigo, papas o maíz, terrenos muyapropiados a no ser esa nieve que en invierno lo tapa todo y hace inser-vibles, esos suelos.14

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Otros indicios se encuentran también en el discurso de un caci-que durante un parlamento con Saavedra en Toltén, en enero de 1861,narrado por Horacio Lara:

Mira coronel: ¿no ves este caudaloso río, estos dilatados bosques, estostranquilos campos? Pues bien! ellos nunca han visto soldados en estoslugares. Nuestros ranchos se han envejecido muchas veces i los hemosvuelto a levantar: nuestros bancos el curso de los años los ha apolilla-do i hemos trabajado otros nuevos, i tampoco vieron soldados: nues-tros abuelos, tampoco lo permitieron jamás. Ahora! ¿cómo quereis quenosotros lo permitamos? Nó! nó! véte coronel con tus soldados; no noshumilles por más tiempo pisando con ellos nuestro suelo.15

Sin embargo, el número restringido de estos testimonios así co-mo sus distintos contextos de enunciación y su heterogeneidad, impi-den sacar conclusiones precipitadas acerca de la existencia de una su-puesta visión particular del territorio. Con la emergencia de las organi-zaciones mapuche a lo largo del siglo XX se ha podido observar paula-tinamente, en los discursos reivindicativos, algunas referencias a los sa-beres y a las formas de mirar, considerar y percibir su entorno. De lamisma manera que los paisajes descritos en las crónicas eran enmarca-dos en contextos sociales, culturales y políticos particulares, los discur-sos públicos mapuche del siglo XX han sido sometidos a distintas co-yunturas en Chile marcadas por la reivindicación de las tierras y la in-tegración del mapuche en la sociedad chilena. Sin embargo, sólo re-cientemente se ha podido percibir más claramente una retórica acercadel país mapuche, su naturaleza, sus paisajes y su territorio. La mayo-ría de estos discursos insisten en las transformaciones del paisaje, y lapérdida de los medios productivos –tierras y animales– y en la movili-dad mercantil transandina, relacionando ambos aspectos con la pérdi-da de una autonomía económica y social.

Lo que si es importante destacar en estos discursos que aluden atransformaciones del paisaje mapuche, ya sean contemporáneos o másantiguos, es que articulan distintos procesos sociohistóricos sobre loscuales se va a fundar una “narrativa propia” mapuche y se originará laidea contemporánea de “deuda histórica” del Estado chileno hacia elpueblo mapuche. Además de aquellos de la memoria histórica o de laviolencia simbólica y física, la mayoría de estos procesos se refieren a la

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idea de pérdida: el fin de una supuesta “edad de oro de la vivienda arau-cana” representada por paisajes compuestos de “inmensos campos e in-numerables ganados”16, la destrucción de un medio ambiente nativo enbase a la vida económica y espiritual de los Mapuche, la pérdida de unasoberanía económica y política a ambos lados de los Andes, o la acul-turación que han sufrido. Estamos frente a narrativas con contenidosmanifiestamente políticos que abarcan la idea de una nación mapuchey de un territorio trasandino, sobre la base de una pérdida que hay querecobrar y reconstruir. Es desde esta perspectiva que Sara Mc Fall rela-ciona las transformaciones del paisaje, los cambios en la organizaciónde las ceremonias tradicionales (ngillatún) –donde ya no se puede sus-tentar sobre la abundancia de los bienes como antiguamente–, la pér-dida cultural y de sentido, con la recuperación del territorio. Es justa-mente en este paso, entre paisaje y territorio, entre ecología y política,que proponemos abrir una última reflexión desde una perspectiva máslocal y cultural.

El az mapu como un paisaje anclado en la memoria17

Al preguntar a una persona mapuche de la zona de Galvarino, ha-blante, si existía un término en su idioma natal para referirse al paisaje,ella me contestó “mi mama siempre dice azwetulay mapu fantepu ocuando hay un paisaje natural, dice azy chi mapu”. La primera observa-ción que se puede hacer acerca de estas dos expresiones es que diferen-cian, de acuerdo a las explicaciones de su locutor, según se trate de unsimple “paisaje” o un “paisaje natural”. Lo que se puede también desta-car con la traducción de estas expresiones es que azwetulay mapu fante-pu se puede traducir literalmente por “a estas alturas, la tierra ya no tie-ne forma” mientras que azy chi mapu sería “es bonita la tierra”. La pri-mera expresión da una idea de transformación, aludiendo al cambio deforma de la tierra, mientras que en la segunda alude más a algo fijo. Sepuede confirmar estas expresiones recurriendo a la “traducción libre”, osea contextualizada, de estas expresiones: la primera significaría “en es-tos tiempos la tierra ya no es hermosa” y la segunda “es bonito el paisaje”.Comparando las versiones literales y libres, se puede observar aún másnítidamente esta diferencia entre las dos expresiones, entre un paisajeque se degrada y cuyas formas se han ido perdiendo, y un paisaje fijo.

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Aun más interesante, es el uso del término az, en la primera ex-presión. Los exegetas y estudiosos de la cosmovisión mapuche acuerdancon decir que el término az puede referirse a la forma o las caracterís-ticas de una cosa o de una persona. Desde esta misma lógica, el concep-to de az mapu está generalmente definido como la “ley de la tierra”, “lanorma que rige las conductas” o últimamente como “el derecho propiomapuche”18. Existen distintas razones a esta interpretación, pero unade las más consensuadas se relaciona con la idea de que para vivir co-mo persona (che) hay que respectar las normas, o sea las características(az), de la tierra (mapu) y de sus espacios “espirituales” (ngen), y viviren equilibrio y reciprocidad con éstas. Sin embargo, la asociación de losconceptos de az y mapu en la expresión “azwetulay mapu fantepu” re-vela otra dimensión más ligada al impacto visual provocado por loscambios ambientales, en las “formas de la tierra”; entiendase la palabra“tierra” (mapu) como el conjunto de elementos que la conforman(montañas, ríos, bosques, plantas y fuerzas respectivas).

Tomar como hipótesis que el az mapu puede ser entendido co-mo una forma de mirar el paisaje19 permite también considerar la no-ción y la práctica de la territorialidad mapuche desde su asignación lin-güística, ideal y cotidiana. La frase Azwteulay mapu fantepu induce lamisma idea de pérdida que en los procesos descritos anteriormente, setrata de la pérdida de las “formas de la tierra”. Las investigaciones sobretenencia de tierras realizadas en comunidades ofrecen pocas oportuni-dades de recurrir a estas terminologías en mapudungun, pero cuandose trata de mencionar los deslindes “antiguos” de los terrenos reclama-dos, siempre se refiere a características del paisaje, tales como un río,un cerro, una volteada de árboles o tres pellines. La política de reduc-ción de los territorios mapuche entre 1884 y 1929, bajo la forma de en-trega de títulos comunitarios bien delimitados ha introducido e im-puesto otra manera de considerar y representar el territorio. Esta repre-sentación hegemónica de los territorios indígenas se basa sobre títulosescritos y mapas. Sin embargo, los elementos naturales que formabana la vez los puntos fijos de un paisaje y los deslindes visuales del terri-torio jurisdiccional de un jefe quedaron plasmados, como geo-referen-ciales, en la memoria de muchos habitantes de las comunidades. Lasinvestigaciones sobre tenencia de tierras permiten rememorar estospaisajes, el az mapu, y tomar conciencia de las transformaciones que

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han podido sufrir bajo el impacto de distintos fenómenos de origen na-tural, como los maremotos, o humano, como la instalación de grandesexplotaciones forestales, la parcelación de los terrenos o la fundaciónde pueblos e infraestructuras. Es desde esta perspectiva que se puedeentender mejor las reivindicaciones por las tierras de las primeras or-ganizaciones mapuche, a comienzos del siglo XX hasta hoy en día. Noson solamente demandas para recuperar unas parcelas de tierras, sinotambién para reivindicar las distintas “formas” y “características” –ár-boles animales, plantas, vertientes y sus fuerzas respectivas– que con-forman un territorio. Sergio Caniuqueo (2005: 42), en su tesis de licen-ciatura en educación, pone como ejemplo la comunidad Curiche Epul(Nueva Imperial) cuyo

Az Mapu tiene que ver con el xayenko20 Coilaco. Es más, ven con realpreocupación el hecho de plantar exóticos donde nace el xayenko. Cabemencionar que el fundo que por años les ha expropiado sus tierras aho-ra les seca su xayenko plantando pinos. Para ellos recuperar sus tierrastienen que ver con volver a recuperar su territorialidad mapuche, sus es-pacios materiales e inmateriales, para desarrollarse como sociedad.

Desde esta perspectiva, hay que entender que si hay un caráctereconómico en este tipo de aspiración por recuperar la tierra, esta radi-ca en la pretensión de recuperar “lo perdido”, un equilibrio territorial yun potencial productivo comparable a lo contado en los relatos histó-ricos. Tal recuperación además de que permitiría restablecer un controlterritorial también favorecería la recuperación de las prácticas de reci-procidad entre los seres humanos y la naturaleza, regidas por el az ma-pu y por lo tanto volver a hacer buenos ngillatun (ceremonias) y cose-chas (Mc Fall 2002: 322).

Cuando se abordan estas temáticas de la transformación del pai-saje mapuche se puede percibir más claramente la correspondencia en-tre categorías y discursos políticos elaborados por los dirigentes, yaquellos producidos diariamente en las comunidades. En estas narrati-vas se asigna una gran importancia a la memoria. Se trata de una me-moria visual de un “horizonte” que no está compuesto de formas na-turales y de seres humanos, un paisaje que tiende a formar un territo-rio. José Ancan (2000), por ejemplo, alude al kallfumapu (“la tierraazul”) como la línea azul del horizonte representando al Puelmapu

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(parte del territorio mapuche establecido en las Pampas de Argentina)desde la mirada de los Mapuche viviendo en Chile. En las narrativas, semenciona al Kallfumapu para referirse a los tiempos pasados cuando lasociedad mapuche se extendía de ambos lados de la Cordillera y que sehacían viajes transandinos con fines comerciales, político o de alianzas.Los relatos de viajes transandinos toman una importancia en los pro-cesos de construcción y re-memorización de la territorialidad mapu-che a través de los distintos elementos materiales e ideales de los paisa-jes recorridos que conforman “una compleja y eficiente red geográfica,que daba funcionalidad y coherencia a esta inmensa comarca, nombrán-dola desde una lógica espacial determinada, fuertemente señalada por susentido direccional oeste-este”21. Según el mismo autor, esta forma de re-presentar la territorialidad a través de los grandes viajes y la memori-zación de sus paisajes implicó un ordenamiento territorial bajo distin-tas formas que no siempre fueron visibles, favoreciendo el estableci-miento de caminos, senderos, pueblos pero también de miradores (az-kintuwe) para contemplar y vigilar el territorio mapuche.

El país mapuche, el Wallmapu22, puede entonces ser consideradocomo un espacio social, un mapa mental colectivo sustentado por lamemoria, que se va conformando en función del conocimiento de suspaisajes, de los elementos de un horizonte compuesto no solamentepor puntos que lo delimitan sino también por un contenido. Paulati-namente, volvemos a las primeras constataciones de la presente refle-xión: el paisaje es construido tanto por quién está mirando y retrans-cribiendo, como por aquel que está leyendo su descripción, pero tam-bién por quien lo va transformando, tal como los indígenas que se fue-ron hacia el Puelmapu y que están ausentes de los campos cultivados yde las inmensas praderas retratadas por Treutler y otros viajeros. Estaconstatación reafirma la importancia de los actores, sus prácticas y lasredes de “interconocimiento” que se van conformando para crearalianzas o enemistades y por lo tanto configurar nuevos territorios. Eneste sentido la territorialidad mapuche consiste en un vasto campo deconocimiento de lugares identificables por sus elementos naturales (ár-boles, cerros, montañas, ríos…) pero también por sus familiares o alia-dos23. El cruce de estos campos de conocimiento social, histórico y eco-lógico constituye una manera dinámica de considerar la territorialidad,el Wallmapu, y no fijarlo en espacios contiguos y fijos o asignarle unarraigo exclusivamente étnico o indígena.

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La cuestión de la “representación” es fundamental porque no so-lamente concierne a los paisajes, sino que alude a la manera en que unomira al otro y se relaciona con él. Tal tema se impone a los Mapuche,pero aún más a la sociedad chilena a quién se ha criticado por “no mi-rar a los mapuche”24. En cuanto al territorio mapuche, sigue siendo mi-rado en términos de explotación de sus riquezas naturales sin tomar encuenta a sus habitantes. Aquí reside un conflicto de visión, o sea episte-mológico, que opone a los Mapuche y a toda la población que vive eneste territorio, con los distintos actores del modelo de desarrollo capi-talista chileno. Los Mapuche, que fueron los primeros afectados por elimpacto de tal modelo, han formado en los años 1990 la vanguardia delos movimientos sociales y ecologistas en Chile. Sin embargo, siguensufriendo, por una parte, de discriminación y de varios estigmas, y, porotra, de una visión complaciente y miserabilista que les impide ser con-siderados como actores sociales y políticos autónomos, dotados de unproyecto de sostenibilidad viable. Si bien este conflicto de mirada y derepresentación puede aparecer como una astucia más para mantenerun poder y un control sobre el mundo social indígena, los debates queocasionan confirman la necesidad para la sociedad chilena de mirar alos Mapuche y su territorialidad –por ejemplo, tomando en cuenta laexistencia de varios territorios en un mismo espacio, sus distintas di-mensiones y su carácter dinámico y dialógico– con nuevos ojos y deotra posición que no sea “desde arriba”, sea del avión, del barco del via-jero decimonónico, de las centros de estudios santiaguinos25, de las ofi-cinas del Banco Interamericano de Desarrollo de Washington o de laspáginas de Internet.

Estos cambios dependen tanto de la capacidad de la sociedad ci-vil como de los propios mapuche para proponer un giro epistemológi-co en las mentalidades que permita mirarse –mapuche como no-ma-puche– de otra forma y generar un espacio social multicultural quetrascienda las relaciones históricas de desigualdades sociales, territoria-les, políticas y económicas. Paradójicamente, es en nombre de este mis-mo multiculturalismo que las políticas de gobernamentalidad neoliberalimplementadas por el Estado chileno estos últimos diez años han con-tribuido en reificar las diferencias entre “lo indígena” y “lo no-indíge-na”, volviéndolas insuperables, creando nuevas categorías étnicas y pro-moviendo una visión exótica, lucrativa y despolitizada de la cultura.

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Desde esta misma perspectiva, el territorio mapuche, sus recursos y suspaisajes constituyen otros tantos recursos del capital social útiles a unsupuesto desarrollo “etno” o “con identidad” de sus habitantes. Aunquelas transformaciones de los paisajes del Wallmapu sean visibles y susefectos denunciados regularmente, las políticas de patrimonializacióndesarrolladas en este mismo contexto de gobernamentalidad neolibe-ral recuren a representaciones paisajísticas dignas de los siglos pasados,reiterando el mismo error de excluir al indígena de ciertos espacios pa-ra asignarle exclusivamente un lugar, tal como la comunidad. Borrantoda idea de desigualdades y de clase social en beneficio de una etnici-ficación o esencialización genérica de las diferencias. La imagen de in-mensos paisajes de naturaleza y bosques nativos, lugares paradisíacosdonde los Mapuche pueden implementar iniciativas de etnoturismo,contrarresta con los cientos de miles de hectáreas de plantaciones exó-ticas rodeando los minifundios mapuche, las desigualdades que persis-ten o la violencia de que son objeto las comunidades indígenas cuandosus miembros salen de su “reserva” para recuperar sus tierras. A la ma-nera de las hordas de indiadas que surgían en los paisajes paradisíacosde las crónicas de viajeros, las recuperaciones de tierras protagonizadasen febrero de 2006 por las comunidades de la península de Likan Ray,lugar turístico muy atractivo, arruinó el retrato promovido por lasagencias de viaje y las autoridades nacionales y regionales que tuvieronque recurrir a la fuerza para desalojarlas y restablecer la “seguridad y elprogreso”. Habrá que preguntarse sobre la importancia y el sentido deestas prácticas de “recuperación” –que van más allá del simple discur-so– que tienden a visibilizar y denunciar las desigualdades económicas,sociales y étnicas existentes, y que, ayer como hoy, han siempre sido cla-sificadas y relegadas a hechos aislados protagonizados por una “mino-ría” hostil a los intereses de la mayoría y calificada de “rebeldes”, “terro-ristas” o “violentistas”.

Notas

1 El presente capitulo se ha beneficiado de las numerosas correcciones, materiales ycomentarios de Claudio Cratchley a quien agradezco mucho. También agradezcosus correcciones a Esteban Villarroel.

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2 Jimena Obregón (2006)3 Smith 1987: 257 citado por Wacquant 2006: 2504 Tal observación se puede apreciar, por ejemplo, en los testimonios de un eclesiásti-

co italiano, el padre Iluminato de Génova (Havestadt 1990: 210-213), y de un mi-neralogista alemán (Treutler 1958: 329-340), ambos transitando por la zona de Tol-tén en los años 1880.

5 Martínez Gallardo & Martínez (2002)6 Este reconocimiento alude a la participación, desde más de dos décadas, de juristas

y representantes de los pueblos Indígenas en los foros internacionales de las Nacio-nes Unidas con el fin de hacer reconocer los tratados firmados entre pueblos au-tóctonos y Estados coloniales.

7 En este sentido la descripción de Treutler contrasta con la tradición europea, de re-presentar los paisajes de la naturaleza domesticada con la puesta en escena de la vi-da agrícola, y entonces de los campesinos.

8 Véase las referencias dadas en Torrejón & Cisternas (2003: 48-51) y Amberga(1917). Existe también un capitulo muy completo y exhaustivo acerca de “la socie-dad agraria del sur” ante la llegada de los españoles en Bengoa (2003: 173-210).

9 El periodo “prerreduccional” corresponde al que va hasta la fundación legal de lasreducciones, reservas o comunidades indígenas bajo la entrega por el Estado de Títu-los de Merced entre 1884 y 1929. Existe un consenso entre los especialistas de la so-ciedad mapuche para insistir sobre la importancia de las transformaciones econó-micas, políticas, culturales y sociales que esta reducción ha significado.

10 Martin Correa, Raul Molina y Nancy Yañez (2005: 29).11 Si bien existen distintas cifras variando según las fuentes, estás se acuerdan más o

menos por decir que se entregaron, entre 1883 y 1929, un total de 2.918 Títulos deMerced entre las provincias de Arauco y Osorno sumando 510.386.67 hectáreas yconcerniendo 82.629 personas.

12 Ley del 4 de agosto de 1874.13 Alfonso (1900: 9)14 Relato de Pascual Coña traducido del mapudungun y retranscrito por el Padre

Moesbach (1930: 292).15 Lara (1889: 295-296)16 Manquilef (1915: 8)17 Agradezco a Rosa Huenchumilla para haberme ayudado en el presente capitulo con

sus comentarios y traducciones del mapudungun al castellano.18 Véase COTAM (2003b), Caniuqueo (2005).19 Una reciente tesis de licenciatura en pedagogía intercultural bilingüe (Licanqueo,

et al. 2004) escrita por un grupo de estudiantes mapuche consta de testimoniosdonde el az mapu esta relacionado con las características del paisaje de un lof (uni-dad sociopolítica).

20 Los xayenko denomina las vertientes, cascadas y caídas naturales de aguas dotadasde ngen (fuerza).

21 Ancan (2000: 105)22 El uso del termino Wallmapu (generalmente entendido como “todas las tierras”, pe-

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ro traducido literalmente como wall püle o sea “en diferentes partes”) para desig-nar el territorio o el País mapuche es bastante reciente. Aparentemente surgió conla organización Aukin Wallmapu Ngulam, al final de los años 80, como una cate-goría política para reivindicar el territorio. Su utilización se ha extendido a la ma-yoría de las organizaciones y de “la intelectualidad” mapuche, mientras que su sen-tido ha tomado cada vez mas sustancia para considerar también todos los aspectossimbólicos e ideales de la territorialidad mapuche.

23 Estas alianzas pueden ser matrimoniales, pero también de padrinazgo (laku), deamistad, asociativas, políticas o económicas. La invitación a su ngillatun es unaocasión de establecer o fortalecer sus alianzas a través del sustento de una relaciónde reciprocidad.

24 El 10 de mayo de 2006, mientras se sostenía una huelga de hambre de cuatro pre-sos políticos mapuche en la cárcel de Angol, la presidente de la Republica de Chi-le, Michelle Bachelet, tuvo una reunión en Madrid con personalidades culturales eintelectuales. En esta ocasión, el Premio Nobel portugués, José Saramago, le rogópúblicamente “hágame el favor de mirar a los mapuches”.

25 Una reciente encuesta del Centro de Estudios Publico (CEP-Chile) sobre “la pobla-ción Mapuche urbana y rural” revela más la preocupación y la mirada de la socie-dad chilena sobre los Mapuche que la realidad social que se pretende estudiar.

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MARCAS DEL ESPACIO ANDINO DE LA

PUNA DE JUJUY: UN TERRITORIO SEÑALADO

POR RITUALES Y PRODUCCIONES

Lucila Bugallo Doctoranda EHESS, ParísIFDC N°2 Tilcara, Jujuy, Argentina

Introducción

Cada territorio o espacio tiene sus particularidades y supone di-ficultades de lectura para quién no forma parte de la sociedad que loocupa. El espacio puneño no escapa a esta construcción; sin embargo,es un espacio que redobla las dificultades y pienso que esto es por dosmotivos: forma parte de los espacios casi inabarcables por su extensión,por su continuidad, como suelen ser las planicies; es un espacio andi-no, con la complejidad en cuanto a la diversidad que esto supone y altratamiento de la diversidad, de las marcas del espacio que los pueblosque allí habitan proponen.

Las poblaciones puneñas no perciben su espacio en tanto “pai-saje”; como explica Augustin Berque “El paisaje es una modalidadparticular de la relación de las sociedades con sus medio ambiente,modalidad propia de ciertas mediaciones pero no de otras” (Berque1995: 61)1. Agrega que lo que hacemos es interpretar el medio am-biente objetivo y que a esta interpretación la denominamos paisaje.En la relación a su medio ambiente los puneños poseen otro tipo demediaciones no paisajísticas; dado que la relación con la naturaleza esparte de la cultura de una sociedad, se ve inserta en el sistema simbó-lico de la misma.

Quisiera, no obstante, comenzar con algunas descripciones quetratan sobre qué se siente en la Puna, qué provoca este “paisaje”, desde

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una perspectiva exterior. “Paisaje” esta categoría occidental, que es lamanera en que vemos muchos espacios y que se relaciona a la vez conmuchos de los discursos globales que circulan por el planeta, ligados alos aspectos ambientalistas y a la empresa turística, empresa profunda-mente capitalista, que se apoya evidentemente en recortes y conceptosde esa ideología.

La Puna de Jujuy vista o pensada desde la perspectiva del paisa-je, es verdaderamente una región, un espacio particular. Esto lo afir-mo desde mi percepción, que fue también la de otros no-puneños, an-te la visión o sensación de este lugar. Pienso en ese párrafo tan elo-cuente de Eric Boman, quien recorrió la zona en 1903. Esa parte de surelato dice así:

La impresión que produce la Puna en el viajero es tan extraña que nose la creería real. Uno se siente alejado de la tierra; casi parece que seatraviesa, al paso lento de la mula extenuada, un país lunar. La desnu-dez de esta naturaleza es horrorosa: se transforma todo en sombrío, ta-citurno; no se ríe ya; se tiene el pecho atenazado por este aire respira-ble apenas. Donde quiera que se dirija la mirada, se ven los mismos to-nos sombríos, grises, indefinidos: la estepa inmensa, triste, color ama-rillo sucio con manchas verdinegruzcas, en donde las montañas grises,de contornos brutales, parecen ser un caos de rocas partidas, si se las vede cerca, y nubes precursoras de tempestad en el horizonte, si se las vede lejos. La armonía falta por completo. Y todo centellea en este aire ra-rificado; los objetos no tienen contornos fijos: están rodeados de un ha-lo que tiene los colores del espectro solar, como si se los percibiera através de anteojos muy fuertes. El cielo, de un azul pálido, no se nublacasi nunca. Los rayos del sol no encuentran resistencia al penetrar esteaire de una densidad mínima. La luz es cruda; choca al ojo como la delmagnesio. No hay penumbra: sólo la sombra nítida definida, negra y laluz blanca, incandescente, despiadada (Boman Eric 1908: 414).

Lo mismo les ocurría a los españoles en la Pampa, un paisaje per-cibido como monótono por varios viajeros a fines del siglo pasado. En1860, el geógrafo Martin de Moussy escribía: Las pampas, llanuras cu-biertas de hierbas, donde muy raramente un árbol que otro interrum-pe la uniformidad. (...) Para comprender el paisaje pampeano ante-rior al siglo XIX, hay que imaginar un espacio infinito, casi se podría

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decir vacío. (…) la Pampa era una llanura originalmente sin árboles.Algunas definiciones de diccionario dicen pampa “cualquiera de las lla-nuras de América del Sur que no poseen árboles2.

La Puna es también un espacio casi sin árboles. Las únicas espe-cies autóctonas son la queñoa (Polylepis tomentella) y el churqui (Pro-sopis ferox), que crecen en las quebraditas, zonas de acceso a los cerrosy en las laderas de algunos de éstos, pero lo que se considera “campo”,zonas de pastoreo y pampas, son espacios desnudos de árboles.

Volvamos a la descripción hecha por Boman, ya que tiene la ven-taja de hablar de las sensaciones. Desde este relato, la Puna constituyeun paisaje irreal, alejado de la tierra y cercano al cielo, a la Luna; da unasensación de inmensidad, de monotonía por su color; en cuanto a la lu-minosidad, característica esencial del altiplano, según Boman, los obje-tos están rodeados de un halo que produce la luz solar –una luz cruda,los rayos solares no encuentran resistencia, no hay penumbras, sólo luzblanca y sombras netas. La desnudez de esta naturaleza es aterradora,nos dice. ¿Un paisaje aterrador?

Resulta interesante relacionar este relato con lo que escribió Ma-rio Vilca, intelectual puneño, en un texto breve, que yo llamaría un tes-timonio poético sobre la percepción del paisaje de la Puna. Dice:

Así, este cielo espiritual y aúreo sol ocultan su perversidad en las pin-turas, en las fotografías o en documentales. Esos juegos de cruda luz,de elegantes espacios vacíos, de ocre monotonía, de infinitud cósmica,sustraen de la imagen su naturaleza espantosa. (...) Tomemos nota,quizá nos basta con sentirlo en la piel. Eso sí, no intentemos pintar alnatural, la tierra caliente, la punzante arenisca, la imprevisibilidad delos errantes remolinos; la ciclotimia de las tormentas vespertinas im-primirán en nuestras obras la olvidada inquietud de lo imprevisible.(…) De lo sublime ya hay más corta distancia. (…) es experiencia de laira del rayo o del volcán, de la montaña que se desprende, es río que aú-lla mientras devora casas y animales. Apenas un ritual, un gesto, puedeconjurar la desazón que el paisaje nos causa. Las palabras nunca alcan-zaron. Por ello nuestro silencio es otra presencia entre las secretas vo-ces de estos infiernos. (Vilca Mario 2005)3

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Para Mario Vilca el paisaje de la Puna es perverso. Las represen-taciones estilizantes de este territorio esconden su naturaleza espanto-sa, esta naturaleza es de algún modo un infierno que sólo puede serconjurado por el ritual. El ritual y el gesto fueron y son las maneras queencontraron los pueblos andinos para relacionarse con sus espacios.Una percepción del medio ambiente que incluye a los grupos humanos,lo que equivale a decir que no existe aquí la exterioridad de la natura-leza que es la condición primera para poder hablar de paisaje.

A pesar de ser las de Boman y Vilca descripciones de algún mo-do paisajísticas, las he incluido para introducirnos en este espacio o te-rritorio, ya que encierran elementos de conexión con la percepción pu-neña del espacio y la naturaleza. Distanciados por el tiempo -un siglo-y el lugar y cultura de origen de sus autores, estos testimonios incluyensin embargo el sentimiento de horroroso y de espantoso en su percep-ción del espacio puneño.

Territorios amplios, con pocos puntos de referencia, punto deapoyo en el espacio. Podría pensarse en territorios poco marcados pa-ra ojos no entrenados, en estos paisajes, en este tipo de espacios. Vere-mos entonces cómo este territorio es marcado por la población pune-ña, cuáles son los puntos de apoyo, de referencia simbólicos y materia-les, imaginarios y reales, o todos reales de diferentes niveles de realidad.

Territorio puneño: descripción desde la geografía

Pasemos ahora a una descripción menos impresionista y más sis-temática, desde otra perspectiva externa, es decir, desde la ciencia geo-gráfica. La región de la Puna en Argentina se extiende por las provin-cias de Jujuy, Salta y Catamarca, de Norte a Sur. Nos interesamos en es-te trabajo por la porción jujeña de la Puna argentina. Se trata de unaprolongación del altiplano boliviano situado al norte y del chileno aloeste; la parte situada al sudoeste, la más árida –departamento de Sus-ques- forma parte de la Puna de Atacama.

Esta parte del altiplano andino mide en el 22° de latitud sur, 300km. de ancho; esta distancia se va reduciendo hacia el sur y la Puna seinterrumpe a los 28°C de latitud.

La Puna de Jujuy se extiende sobre 30.000 kilómetros cuadradosy tiene una población de 39.337 habitantes4.

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Esta región está formada por un bloque macizo y elevado, deli-mitado en sus bordes por sierras de entre 4000 y 6000 msnm, y por lascadenas montañosas que se sitúan en el límite oriental del sistema pu-neño. Estas cadenas dan lugar hacia el Este a una serie de valles.

Las marcas del espacio: diferenciación del espacio desde una perspectiva puneña

El paisaje aparece al retraerse el punto de vista, antes de esto elser humano está inserto en su medio inmediato. Uno de los efectos deesta distancia que se toma y que es determinante en nuestra idea de pai-saje, es la distinción o exteriorización por la que aparece la noción deespacio salvaje: oponemos ciudad y campo, como espacios construidos,al espacio salvaje (mar, montaña, desierto), explica Berque (1995: 53).

Resulta sintomático que las culturas que tomaron distancia de lanaturaleza, que retrajeron el punto de vista, denominaron este encua-dre, este enfoque con un término que provenía del mundo agrícola yque para llegar a constituirse en el vocablo “paisaje”, pasó por otro quedenominaba al campesino. El “pago” es un distrito agrícola; provienedel latín “pagus” que significa pueblo, aldea, distrito, comarca pequeña.De “pago” surgió “pagano”, para nombrar al aldeano, al campesino, y“paganismo”, “paganía”; el “payés” fue el campesino catalán que dioorigen al vocablo francés “pays” para denominar al territorio rural, lacomarca, el país. De “pays” llegamos a “paisaje” -país, paisaje-. (Coro-minas 1992: 338). Es decir que se llegó al término “paisaje” a partir deuna relación específica con la naturaleza, que fue la de la producciónagrícola. Un camino coherente a fin de cuentas: el primer paso del dis-tanciamiento. A su vez, al quedar la naturaleza opuesta a la cultura, a locivilizado (el “civilizado” que se sustrae de la naturaleza y la mira y ve“un paisaje”), el término que contuvo esta idea, es pariente de otro, de“pagano”, de “paganismo”. En Occidente se entiende por pagano todoaquello que no es cristiano, esto asociaría al territorio incluido en pai-saje y excluido a la vez de la cultura, a lo pagano. La civilización se aso-ció al cristianismo para mirar de lejos el paisaje, y así exteriorizar lo sal-vaje y pagano.

En uno de sus textos sobre su trabajo con los Achuar de la Ama-zonía ecuatoriana, Philippe Descola escribe:

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El mundo achuar está marcado por una red de coordenadas espacio-temporales muy diversas: los ciclos astronómicos y climáticos, la perio-dicidad estacional de varios tipos de recursos naturales, los sistemas deseñales topográficas y la organización en niveles del universo, según ladefine el pensamiento mítico.De la combinación de todas estas categorías surge una visión cosmoló-gica global (…) pero ésta sólo posee una coherencia real a través delprisma de su propia mirada. (Descola 1994: 82)5.

En lo que se refiere al espacio puneño, está marcado del mismomodo por calendarios productivos y climáticos, y es igualmente parasus habitantes la expresión de ese territorio mítico, en el que se plasmane inscriben las relaciones con las divinidades.

Por esto mismo, el modo de vincularse con el medio no puedeser el de la utilización de la naturaleza y ésta tampoco constituye un re-curso en el sentido materialista occidental. Así se puede escuchar a unaabuela decir de Pachamama -divinidad principal de la región, que re-presenta al medio y a la naturaleza de manera global- el día de la “cor-pachada” de Agosto: “nos cría, nos come”. Esa es la idea central: la decrianza.

¿Qué es lo que se inserta o plasma en el espacio? Estas marcasson de dos tipos: las vinculadas con la producción y el recorte del espa-cio en relación con las unidades domésticas; y las que se refieren al es-pacio en relación con lo sagrado. A pesar de tener una relación con lamemoria, no se refieren al tiempo en un sentido lineal, ni a momentoshistóricos precisos, y esto porque la concepción del tiempo y de la his-toria es otra: el tiempo es cíclico.

En la percepción puneña, el espacio y la naturaleza circundanteno son algo homogéneo; no obstante, lo que crea diferencias no es unaoposición estetizante, “los elegantes espacios vacíos” como escribe Ma-rio Vilca. El espacio está marcado por la producción y por la sacralidad.

Producción

El territorio de la puna jujeña está dividido en pasturas, ciéne-gos, cerro, campo, manantiales u ojos de agua, rastrojos -lugares cerca-dos utilizados para los cultivos-, corrales, potreros. Tradicionalmentelos potreros se dividían con extensas pircas o muros de piedra; en las

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zonas de la Puna donde no hay piedras se hacían de bloques de barro.Actualmente se están colocando alambrados para hacer reservas depastura. Por otro lado, el territorio que se dividía entre las familias ex-tensas o unidades domésticas se separaba y separa con mojones, igual-mente de piedra.

El espacio está igualmente marcado por los itinerarios de laspastoras6 al hacer pastar el ganado y por los caminos de herradura uti-lizados por los antiguos arrieros. Muchos de éstos ya no se usan, sinembargo la gente mayor los conoce bien. En cuanto a los itinerarios delos pastores, éstos tienen mapas mentales con la extensión de sus pas-turas y, según el momento del calendario o lo que ha llovido o la can-tidad y tipo de pastos disponibles, eligen un sector u otro; éstos secto-res tienen elementos del relieve que los definen. Por ejemplo, una pas-tora de Río Grande7 dirá que “hoy va a pastar el ganado para el lado delos huancares”, que son los arenales, y éstos limitan una porción de suterritorio de pastura con el de otra unidad doméstica.

Aunque no exista aquí una visión paisajística o estílista del espa-cio, hay una cierta percepción en relación con la belleza, pero que eneste caso es en función de su potencialidad productiva. Los puneñosdirán que “el campo está lindo”, si hay pastito, o “Qué lindo se está po-niendo el día” (en referencia al clima) si ven que se está armando unatormenta que traerá lluvias.

Sacralidad

A su vez estos espacios productivos están cargados simbólica-mente ya que representan de diferentes maneras las relaciones con lasdivinidades. Por ejemplo, el “ojo de agua” que es necesario para la pro-ducción (agua para el pasto, agua para el ganado, agua para regar losembrado en el rastrojo), por otro lado es un lugar de conjunción conla divinidad, es un lugar con alto poder simbólico. Estas marcas de losagrado están presentes a lo largo del territorio de la Puna: en las “apa-chetas” ubicadas en las abras o pasos difíciles de los caminos, en losmojones de las señaladas del ganado, en el “pachero” de las casas y delos puestos, en los “ojitos de agua” y en los cerros. Lugares de ofrenda,lugares en relación con la fertilidad de la tierra, pero también de las tro-pas. Los ritos que se llevan a cabo se refieren a la fertilidad y la produc-

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tividad, entendidas en un sentido amplio: la de la vida misma; la quehace que en una familia, sus integrantes se alimenten. A las marcas desacralidad insertas en el espacio, hay que agregarle un aspecto relativoa la intensidad: hay lugares fuertes y otros que lo son menos. Hay luga-res más peligrosos, se dice que en esos lugares “la pacha te mara, te aga-rra, o el ojo te agarra”. La tierra, el agua y el aire “maran” o agarran. Loque implica una distinción entre las intensidades de los lugares que co-munican con las divinidades; la gente puneña conoce y tiene en cuen-ta estas marcas. Y anda con cuidado.

“La crianza de la vida”: una cosmovisión que integra produccióny sacralidad

Sin embargo, los dos tipos de marcas en relación con produccióny sacralidad se refieren al mismo universo, no existe una distinción pa-ra los puneños. En el sentido de que la producción no es entendida co-mo un proceso económico aislado. Como señala Juan Van Kessel, setrata de una tecnología bi-dimensional empírica y simbólica. Los ritua-les de producción y tecnología simbólica son recursos meta-empíricospara integrar la agricultura en su cosmovisión. En la tecnología andina“el principal elemento activo en la crianza de la chacra resulta ser ungestor espiritual (llámese Pachamama)” (Van Kessel y Enriquez Salas2002:55). Entre los rituales de producción, quizás el que podamos con-siderar como el más importante es la “corpachada” del mes de agosto,en la que se le da de comer a la “Pachamama”.

“Los humanos alimentan y crían a las W’akas y éstas hacen igual consus ‘crías’: los humanos. Las incesantes costumbres y ritos de produc-ción del campesino andino consisten, básicamente, en alimentar a lasW’akas y así procurar que éstas alimenten a los humanos. (op.cit.: 60)”.

Aunque no se hable en general de “wak’as” en la Puna de Jujuy,el sentido profundo es el mismo y la idea que lo sustenta es la de crian-za mutua.

“En esta Pacha el trabajo es crianza de la vida y la tecnología essaber criar la vida y dejarse criar por la vida” Es decir un “criar la vidaen reciprocidad” (op.cit.: 45). Explican Van Kessel y Enriquez Salas, queesta crianza se desarrolla en interrelación con las tres grandes dimen-

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siones o componentes del cosmos o “Pacha”: la naturaleza silvestre, lasociedad humana y la comunidad divina.

En la Puna jujeña el medio ambiente es entonces percibido des-de una cosmovisión específica. No se entiende la naturaleza como unrecurso, sino como un entramado de relaciones sociales entre huma-nos y entre humanos y divinidades. Los autores citados hablan de cos-movisión andina o “pachavivencia”, concepto que condensa perfecta-mente el vivir de los puneños en su medio ambiente de Puna8.

“Apenas un ritual, un gesto, puede conjurar la desazón que el pai-saje nos causa”. A través del ritual se hace presente, se materializa unarealidad espiritual, la manera de los pueblos andinos de entender su es-pacio y su lugar en este espacio.

De lo privado a lo público. Desde los discursos globalizados, una reinterpretación de Pachamama

Los discursos ecologistas, como discursos de la globalizaciónprovenientes mayormente de organismos internacionales, son recupe-rados por diversos grupos de la sociedad local. En el caso que nos ocu-pa tenemos, por un lado, la apropiación hecha por el poder público lo-cal y, por otro lado, la apropiación y recuperación por parte de los gru-pos indígenas andinos de Jujuy. Aquí hablaremos de la primera apro-piación y de la manera en que ese discurso es adaptado y reinterpreta-do a partir de prácticas y representaciones locales relativas a las cultu-ras indígenas. En cuanto a la segunda apropiación del discurso inter-nacional, que no abordaremos de modo específico en este texto, quisié-ramos sin embargo explicar que su motivación ha sido definida parti-cularmente por una problemática central para cualquier grupo huma-no, pero que en el caso de las poblaciones indígenas toma una relevan-cia particular dada la historia de expropiación de tierras que han sufri-do, es decir, la de la propiedad de la tierra. Los pueblos indígenas com-prendieron que posicionándose en relación al discurso ecologista in-ternacional podían quizás resolver cuestiones históricas, para las quenunca habían logrado una escucha. Si no lo habían logrado como in-dígenas –menos aún como indios-, ahora como diversidad cultural9 te-nían y tienen la oportunidad histórica de representar lo civilizado, loprogresista en cuanto al cuidado del planeta. Su discurso y la presenta-ción de sí se adecuaron a ese discurso externo. Durante una Jornada de

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Estudio sobre el tema que se realizó en la EHESS (París), Philippe Des-cola, quien participó como comentarista, dijo que en América el dis-curso ecologista se crea con el objetivo de recuperar las tierras (se refe-ría claro está a las poblaciones indígenas), siendo éste un discurso escu-chado por las ONGs a diferencia del discurso indigenista10. Agregó “lacuestión es si la gente no terminará por creerselo (...) los últimos en de-fender una posición anti-esencialista son los antropólogos”. Esta refle-xión me resultó muy interesante. Quizás contestaría ahora, que estediscurso recuperado en pos de la obtención de títulos de propiedad delas tierras, es a su vez reformulado y se va conjugando con los procesosde construcción y resignificación identitarios. Es decir que los inte-grantes de comunidades y/u organizaciones indígenas de otro tipo, noterminan por creerse el discurso, sino que éste se conjuga con otros, conotras interpretaciones y así es asumido en relación con la propia histo-ria e identidad.

Trataré entonces la primera apropiación señalada y lo haré ana-lizando algunos elementos de la puesta en escena pública de un rito an-dino central como es el relacionado con la Pachamama. Es interesantedestacar que la apropiación de un discurso internacional sobre la eco-logía, la naturaleza, el cuidado del patrimonio, etc., lleva a una segun-da apropiación: la de los ritos que tienen los pueblos indígenas localespara mediar su relación con el entorno. Es decir que al “adueñarse” deese discurso, el poder público necesita de una realidad, de una prácticaen la cual darle concreción; esto se sustenta además en la complejidadque encierra la identidad de los pueblos indígenas, desde su construc-ción interna como externa. Aquí me interesaré por la mirada externa deesa identidad, que ve en estos pueblos, sociedades naturales en armo-nía con la naturaleza, de algún modo gente “no contaminada y pura”.Lo que podríamos resumir desde el sentido común local como “pue-blos tradicionales”. A la vez la idea-eje representada por Pachamama esuna condensación de esa relación y de esa concepción. Por otra parte,resulta importante recordar que “El cientificismo y el ecologismo se re-fieren a una naturaleza que es sólo una ficción del hombre moderno –una manifestación de nuestra propia mediación” (Berque 1995:56)11, loque equivale a decir que la naturaleza a la que se refieren los discursosglobalizados, y por ende los del poder público local, poco tiene que vercon los pueblos tradicionales, sino que se trata más bien de la natura-leza construida por la mediación occidental.

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En cuanto al lugar de público o privado que puedan ocupar losritos andinos, es difícil determinar si en el caso de la Puna de Jujuy, elrito destinado a la Pachamama –lo que ahora conocemos como “cor-pachada” de agosto- fue público en alguna época pretérita y que des-pués haya pasado a la esfera privada, como consecuencia de la persecu-ción de los cultos indígenas en la época colonial. A la vez no se deberíageneralizar a todos los ritos como eventualmente públicos y persegui-dos; podríamos suponer que también existieron ritos que pertenecíanal ámbito de la unidad doméstica. Hay que tener cuidado con las extra-polaciones de lo ocurrido en los Andes Centrales, a estas otras zonasandinas como Puna de Jujuy, que eran marginales para el aparato po-lítico colonial. En todo caso si hubo ocultamiento de este rito, lo pode-mos relacionar con épocas históricas mejor conocidas y no tan lejanas.La formación de la Argentina como Estado moderno se basó en laideología positivista europea del progreso que pertenecía a una únicacivilización, es decir, la occidental europea. En Argentina esto se resu-mió de modo tajante en la fórmula “Civilización o barbarie”12. En es-tas circunstancias ¿quién se atrevería a asumirse del lado de la “barba-rie”, a ser indígena y a realizar ofrendas a una deidad andina? Es decirque lo indígena, lo originario, no estaba considerado como aporte a laconstrucción nacional. Comprender el ocultamiento resultante de losrituales andinos indígenas, es entonces bastante fácil. Sin embargo es-to no nos permite afirmar que los ritos en relación con Pachamama ha-yan formado parte de lo público y no pertenezcan principalmente alámbito de la unidad doméstica; por lo menos en el sentido que se le daa “lo público” en la actualidad. El paso del ámbito privado o familiar alpúblico que nos interesa aquí, es el que ocurrió en los últimos años, yes el que se relaciona con el poder político y la legitimación. Intentaréver algunos de los cambios que han tenido lugar en las prácticas de losritos andinos fundamentales en lo que hace a la relación de la personay su medio ambiente.

Ahora bien, se trata aquí de analizar de qué manera, y mediantequé organizaciones y actores, estos rituales pasan a la esfera pública enlos últimos años. Basándome principalmente en el tratamiento que ha-ce del tema la prensa escrita local de Jujuy, compararé lo publicado enel mes de agosto de los años 1995 y 2005. Sin embargo también se po-drían rastrear actos públicos en plazas o monumentos, realizados mu-

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chas veces por las municipalidades y actos escolares de las institucioneseducativas. Las escuelas de Quebrada y Puna de Jujuy realizan sus “cor-pachadas” del mes de agosto; algunas de la capital lo hacen también.

En la prensa local vemos el cambio ocurrido en diez años encuanto a la legitimación de un ritual indígena y andino. En 1995 lacuestión de la ofrenda de agosto a la Pachamama, aparece en pequeñosavisos, por los que diferentes organizaciones participan e invitan a la“ceremonia”, a las “manifestaciones tradicionales”. Se explica que se ha-rá la “chaya de la Pachamama”, lo que en el periódico es definido comouna costumbre tradicional. Entonces se designa al ritual de agosto co-mo ceremonia, agradecimiento a la Pachamama y costumbres o mani-festaciones tradicionales.

En 2005, el 1 de Agosto es un tema que ocupa una doble páginacentral, es decir, es una nota de cierta importancia. El título habla dehomenaje a la Pachamama; se comentan las ofrendas que realiza ungrupo organizado con pasantes y padrinos; adornados con mistura13 yserpentinas, con banderas, piden que el 1 de agosto sea declarado feria-do provincial y la Fiesta de la Pachamama como patrimonio cultural dela provincia. La demanda es dirigida a las autoridades provinciales, aquienes se les pide que se haga por instrumento legal, y vemos aparecerla cuestión del patrimonio. Apelando a una noción muy difundida enlos últimos años, la de patrimonio, esto nos muestra que se busca legi-timar a través del aparato legal y de las autoridades. Algunas nocionesque sobresalen de esta nota son homenaje, patrimonio cultural, feria-do, fiesta; y llama particularmente la atención el ambiente de carnavalque vehicula la fotografía que la acompaña.

El 5 de Agosto se anuncia en el periódico, una “Fiesta de la Pa-chamama” en un lugar de la ciudad donde se realizan habitualmenterecitales, encuentros, espectáculos; el programa dice que comienzacon “Ceremonia de la Pachamama y continúa con festival folclórico”.Se habla a la vez de fiesta, ceremonia, festival folclórico, y el lugardonde se convoca es habitualmente destinado a las actividades de ti-po entretenimiento.

El 10 de Agosto, el tema aparece en tapa y en una de las páginascentrales. Se comenta que el Congreso de la Nación rindió homenaje ala Pachamama, en un salón de la cámara de diputados; se habla de ce-remonia. La diputada nacional por Jujuy, Liliana Fellner14, dice que des-de que la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad a la Quebra-

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da de Humahuaca “hemos tomado conciencia de la importancia quetiene compartir en este Congreso cómo se relaciona el hombre con laPachamama”. El evento llevado al Congreso es llamado fiesta, “hay quetener conciencia de que este patrimonio merece ser cuidado y defendi-do”. En este caso sobresalen las ideas de homenaje, ceremonia, fiesta,patrimonio, actos de ofrenda a Pachamama.

En un interesantísimo capítulo sobre las razones y las consecuen-cias de la patrimonialización como proceso regulador, Absi y Cruz di-cen, al hablar de la expansión del concepto de patrimonio y del procesode declaración de la Quebrada de Humahuaca (provincia de Jujuy):

Desde entonces y hasta la fecha del reconocimiento y declaración ofi-cial de Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO (2 de ju-lio de 2003) se llevó a cabo –desde el Estado- un proceso de valoriza-ción de la región y de las pautas culturales locales. Este proceso parecellegar a su cenit a mediados de los noventa cuando, por ejemplo, se creala Ley 4.977 (1996) que establece la “Celebración de la Pachamama” entodo el territorio de la Provincia el día primero de agosto de cada año.(Absi Pascale y Cruz Pablo 2005: 81).

La idea de homenaje en lugares de tan alto poder simbólico pú-blico, como es el Congreso de la Nación, nos hace pensar en los home-najes a los próceres ¿Estaría entrando la Pachamama al rango de pró-cer o de héroe nacional? ¿Por qué es importante compartir en el Con-greso la relación con la Pachamama?

Es decir que el Estado a través de distintos representantes (es-cuelas, municipios, secretarías, cámara de diputados, etc.) hace públi-co el ritual y se hace cargo del ritual. En cierto modo, se da entoncesuna apropiación estatal del ritual.

Se puede rastrear de donde vienen estos reconocimientos quetienen, parecería, una doble vertiente, aunque quizás se trate de la mis-ma. La importancia que tomó la ecología y el cuidado del planeta –entodo caso en el imaginario colectivo-, puso a los supuestos “pueblosnaturales” en otro lugar en lo que hace al respeto y consideración quemerecen. A la vez y quizás, como consecuencia de esto, organismos in-ternacionales como la ONU y otros, promovieron el respeto de la di-versidad cultural, desde la óptica occidental, y así declararon por ejem-plo, el decenio de los pueblos indígenas15. Estas disposiciones y líneas

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políticas llegaron a los llamados países del Sur; la Argentina incluyó es-ta línea en la reforma de la Constitución, en la que por primera vez enla historia del país se reconoce la existencia de pueblos indígenas así co-mo algunos derechos de los que deberían gozar. Todo esto desembocaen la nota del periódico con los diputados realizando ofrendas a una di-vinidad panandina en el congreso de la nación. La pregunta es: ¿Tieneesta apropiación algo que ver con las concepciones andinas de relacióna la naturaleza? ¿Qué lugar tienen en estas nuevas prácticas, el valorsimbólico de los rituales de producción, la crianza de la vida y la “pa-chavivencia”? Pensemos simplemente en la parte concreta y material:de un rito que se realiza afuera, mirando hacia el este, a un rito al inte-rior de grandes edificios.

Las ideas encerradas en conceptos y expresiones como costum-bres tradicionales, patrimonio que merece ser cuidado y defendido, enprácticas como homenajes y ceremonias que más se asemejan a actospatrios -burocráticos y administrativos-, cuando se hacen en el congre-so, y a diversiones y espectáculos, cuando se realizan en lugares públicosdestinados a este tipo de actividades, organizados entre otros por com-parsas cuyo fin es la organización de la diversión en carnaval, abarcantoda una serie de aspectos que podrían ser analizados. Tomaremos unode ellos: el de la diversión. La concreción de esta concepción del rito seencuentra en la foto de ese grupo de personas decoradas con mistura yserpentinas el 1 de agosto y en el lugar elegido para la realización de laFiesta de la Pachamama, anunciada en el periódico del 5 de agosto.

Es importante señalar además, que hacer público los ritos vincu-lados a la Pachamama, los ponen (al rito y a la divinidad) en un lugarde ostentación; si bien existen en la puna jujeña prácticas relacionadascon el prestigio y la ostentación, las ofrendas a Pachamama no se sitúanentre ellas.

Carnaval y mes de agosto, dos tiempos opuestos en el calendarioandino. Tiempo de cosechas el primero, tiempo de dar vuelta la tierra,de la tierra abierta, el segundo; sin embargo, desde los discursos y prác-ticas públicas en torno a la Pachamama se están confundiendo estostiempos. Resulta significativo ver a un grupo de personas, organizadascon pasantes y padrinos y banderas, tal cual como en Carnaval, dandode comer a la tierra el 1 de agosto y pidiendo que se declare patrimo-nio a la fiesta de la Pachamama, y feriado provincial el 1 de agosto, me-

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diante instrumento público. Lo que significaría que el culto ancestral,¿necesita de la legalidad del Estado, de las resoluciones gubernametalespara legitimarse? La concepción de que los ritos puedan ser patrimo-nio de todos mediante leyes, es evidentemente una idea que viene delpoder político y habría que preguntarse, ¿quiénes se adueñan de estospatrimonios legalizados?

¿Por qué esa idea de fiesta? Los puneños al realizar las ofrendasa la Pachamama no hablan de fiesta, hablan de “corpachada”16, de darde comer a la tierra. Existe una distancia entre fiesta, el festejar, y elofrendar. Esta distancia es vivenciada por los puneños desde el calen-dario que establece tiempos diferenciados. El carnaval y las señaladasde ganado que se inscriben en el tiempo de verano, son tiempo de ani-males gordos, de lluvia, de pastos, es el tiempo de muchas cosechas (ar-vejas, habas, choclos, papas ya al final del ciclo, en marzo), se producenquesos; la tonada con que se cantan las coplas es vivaz. Agosto se en-cuentra en un tiempo diferente y opuesto, la gente dirá “no es tiempode alegría, pué’ “ ó “en este tiempo es invierno”. Presentarse a la “corpa-chada” de agosto con mistura y serpentina sería percibido como un ele-mento discordante; la mistura y la serpentina son para los carnavales,para las señaladas, vale decir para el tiempo alegre.

El poder público, al recuperar el rito, hace una interpretación re-lacionada con el festejo. Posiblemente habría que relacionar esta lectu-ra con: el desconocimiento del código cultural y la folklorización de lasculturas indígenas, en el sentido de fiestas, festividades tradicionales.Lo folklórico implicaría festejo; en cambio, el sentimiento religioso yde recogimiento se reservaría para las fiestas patronales, Todo Santos ylas celebraciones de Navidad, momentos todos de vínculo directo conel calendario litúrgico cristiano. Esta folklorización e idea de festejo sevinculan directamente con el recorte que implica la visión turística:una visión estetizante de los pueblos y sus culturas.

Al hablar de fiesta, y ubicar al mes de agosto y la Pachamama enel lado opuesto del calendario ritual andino, se desacraliza el sentidoprofundo de lo que significa dar de comer a la tierra. Un significado enrelación con una concepción compleja de la vida misma, del lugar delos seres humanos en el universo, de la crianza mutua de las especies.

Desde ya que hay que ubicar este juego de lecturas, interpreta-ciones y apropiaciones en el marco de las relaciones de poder y domi-

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nación entre el poder local, que se hace eco de los discursos y preocu-paciones globales, y las poblaciones indígenas (así como otros grupos)que se encuentran en situación de dominación.

Una pregunta a modo de conclusión: ¿el proceso de desacraliza-ción que implica este trato de la Pachamama, terminará afectando lasrepresentaciones puneñas? ¿Logrará folklorizar al pueblo de la puna?La naturaleza sobre la que tratan los discursos ecologistas y globaliza-dos es el producto de la mediación occidental con el medio ambiente.Occidente busca reconciliarse con la naturaleza (de la que se distancióen su voluntad y en su proyecto de civilización) a través de los pueblosindígenas. En ellos, ve contenido el mundo natural; motivo por el cualquiere adueñarse, capturar, los ritos amerindios que implican lo que seconsidera una relación intíma con el medio ambiente. En esta capturase toma la forma y se deja el significado profundo de los ritos. Y, asítambién, se pierde en el camino la concepción profundamente religio-sa de la naturaleza, que tienen estas culturas. La “corpachada” de agos-to implica una concepción de la naturaleza que significa una posiciónfilosófica ante la vida. Encierra, por ejemplo, una pregunta esencial:¿Tienen los seres humanos derechos sobre el mundo natural? Al ver losritos como escenificaciones, representaciones folklóricas, se los ponedel lado del paisaje; paisaje y rito se despliegan para ser contemplados,admirados. Desde la visión occidental (contenida en los discursos glo-bales y en sus interpretaciones nacionales y locales) esto tiene una cla-ra finalidad económica, que es la de la empresa turística.

Un joven puneño, Orlando Tinte, me dijo, cuando le conté acer-ca de lo que estaba escribiendo, “Tendrían que haber dejado eso para lagente de la Puna”17. Y ahora también, a modo de conclusión, una afir-mación: una nueva expropiación, de la mano como siempre del capita-lismo, esta vez disfrazado de turismo y de preservación del territorio ysus culturas, a través del patrimonio.

Notas

* Agradezco a Estela Mamani las lecturas y correcciones de las primeras versiones deltexto.

1 La traducción es mía

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2 Martin de Moussy Description géographique et statistique de la Conféderation Ar-gentine, París, 1860, Tomo I, p. 241 citado en Bugallo Lucila, 1993

3 (la cursiva es mía)4 INDEC, Censo Nacional de Población y Vivienda 2001. Cuadro 2.2 Provincia de

Jujuy según departamento. Población, superficie y densidad. Años 1991-2001. To-mo la población de los cinco departamentos considerados como Puna de Jujuy;quedan fuera las poblaciones del sector de altiplano ubicado en los departamentosde Humahuaca y Tumbaya.

5 La traducción es mía.6 En la Puna de Jujuy son las mujeres quienes se ocupan de pastorear el ganado, mu-

chas veces en compañía de los niños. Tradicionalmente los hombres se dedicabana la agricultura de autosubsitencia, al tejido en telar y a los viajes de intercambio.

7 Río Grande es un paraje situado a 5 km de la ruta nacional 40, en el departamen-to de Cochinoca, en el sector de la laguna de Guayatayoc.

8 Al referirme a la “cosmovisión andina” en la que se enmarcaría la percepción de lospuneños, no es mi intención referir a una cosmovisión que sería única, a una esen-cia andina que sería pura y guardaría las mismas características a lo largo de todoel Ande. Por el contrario considero las particularidades de las diversas sociedades ypueblos andinos. Entiendo por “cosmovisión andina” a un conjunto de elementosque responden a factores de orden cultural e históricos, aquí relacionados con laPuna jujeña.

9 Indios, indígenas, diversidad cultural. Existen diferencias entre esats designaciones;indio, fue en el caso argentino una denominación despectiva durante la mayor par-te del siglo XX; en cambio indígena fue la que se adoptó a finales de ese siglo en re-lación con las cuestiones relativas a pueblos originarios del país. Poblaciones indíge-nas es como se los denomina. Al designar a estas mismas poblaciones como diversi-dad cultural, intento resaltar esta nueva existencia que adquirieron a través de lo di-verso, del reconocimiento del Otro diferente desde los discursos political correct.

10 Journée d’Etude “Espaces habités et paysages: usages identitaires des pratiques etreprésentations écologiques dans la construction des appartenances locales; te-rrains américanistes au XXIème siècle”, CERMA, EHESS París, 19 janvier 2005. (latraducción es mía)

11 La traducción es mía.12 Esta expresión fue una elaboración de Domingo Faustino Sarmiento, presidente

(1868-1874) y figura emblemática del sistema educativo argentino. Civilización obarbarie resume en buena medida su pensamiento, que se sustentó en gran parteen las ideas positivistas de la época.

13 Mistura designa aquí a una mezcla de papel picado y talco utilizado en carnaval yseñaladas de ganado.

14 La diputada nacional Liliana Fellner era hermana del entonces gobernador de laprovincia y estaba al frente de la Secretaría de Cultura y Turismo cuando la Que-brada de Humahuaca fue declarada Patrimonio Cultural y Natural de la Humani-dad por la Unesco en 2003.

15 Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo (1995-2004).

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16 Corpachar o corpachada del quechua qorpachay, que significa recibir, albergar a al-guien en la casa; entonces corpachada significaría que la pachamama es “huesped”de la familia que realiza el rito.

17 Al decir eso se refiere a los ritos de los puneños. Su frase, que marca un sentimien-to de nueva expropiación, está formulada en el modo de hablar de los puneños, po-dría ser reformulada como “no nos tendrían que haber sacado nuestros rituales”.

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SEGUNDA PARTE:PATRIMONIALIZACIÓN DE LOS ESPACIOS

ECOLÓGICOS, “ECOLOGIZACIÓN” DEL

PATRIMONIO CULTURAL

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LA REINVENCIÓN DE LA PATAGONIA:GENTE, MITOS, MERCANCÍAS Y

LA CONTINUA APROPIACIÓN DEL TERRITORIO1

Gustavo Blanco WellsInstituto de Ciencias Sociales, Universidad Austral de Chile Rural Development Sociology Group, Wageningen University, Países Bajos

Patagonia: del mito a las prácticas sociales

La Patagonia es un espacio geográfico que representa una curio-sa paradoja: es conocida porque simboliza lo desconocido. Su renom-bre internacional nos evoca una región vasta, fría, despoblada, que alestar emplazada en tierras australes se ha convertido en sinónimo delfin del mundo. Sin embargo, son pocos los que pueden referirse a ellaen términos geográficos precisos e incluso muchos desconocen su ca-rácter de región binacional dividida entre las repúblicas de Chile y Ar-gentina.

Desde la llegada de los europeos, la Patagonia se ha transforma-do en una construcción simbólica cargada de imágenes míticas en tor-no a sus primeros habitantes, las hazañas de sus exploradores y a repre-sentaciones majestuosas del paisaje. Es sorprendente cómo un territo-rio tan escasamente poblado ha generado tal riqueza de mitos y leyen-das que combina narrativas y crónicas épicas sobre los hombres y mu-jeres que la han colonizado y sobre aquellos habitantes originarios que,tras su total exterminio, permanecen como una huella triste pero im-borrable de su historia.

La literatura nos ha entregado una imagen de la región carga-da de romanticismo en la que, por sobre todo, se rescata la hazaña

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humana de la colonización. En estas narrativas, Patagonia es el límitede la civilización, una región donde la naturaleza impera dejando lu-gar sólo para los más fuertes o para aquellos que han optado por elauto-destierro.

Indudablemente, la literatura ha tenido una influencia no me-nor en hacer conocida la Patagonia más allá de sus fronteras. Sin em-bargo, ponderar su contribución sólo desde la dimensión simbólicagenerada por estas imágenes, resulta una simplificación que puedefuncionar como atractivo señuelo para el viajero euro-americano, pe-ro oscurece los procesos que permiten entenderla como espacio sociallocalmente constituido. La Patagonia, tal como otras regiones delmundo, no depende exclusivamente de su fama histórica y su simbo-lismo literario neo-romántico, no es sólo paisaje y aventura alimen-tando la imaginación de algunos viajeros. Es una región constituidapor relaciones y prácticas sociales distintivas, materializada en la crea-ción de objetos, mercancías y símbolos, cuyos habitantes enfrentan,hoy en día, las oportunidades y amenazas de los procesos de globali-zación con contradicciones, conflictos, innovaciones y sorprendentescambios sociales.

Este capitulo, basado en trabajo etnográfico, intentará dilucidaralgunas de las tensiones provocadas por elaboraciones y significadosdivergentes sobre el paisaje y el territorio en la Patagonia chilena a par-tir de prácticas asociadas a nuevas actividades económicas tales comola acuicultura, el ecoturismo y la conservación. La decisión de centrar-me en la Patagonia chilena se debe a una opción metodológica basadaen la elección de ciertos procesos de mercantilización como puntos deentrada empírico y a las posibilidades prácticas del trabajo de campo.Por ello, en un sentido geográfico, la mayor parte de la investigación sellevó a cabo en la Región de Aysén.

Este trabajo se ha elaborado desde el enfoque de la antropologíay sociología del desarrollo. Las orientaciones metodológicas y teóricasde esta perspectiva disciplinaria nos permite tratar los espacios regio-nales, territorios y paisajes como objetos en permanente disputa porparte de los actores sociales. El análisis etnográfico detallado de lasprácticas sociales puede contribuir en gran medida a entender estosprocesos como respuestas a nuevas formas de intervención, integracióny conflicto (Arce y Long, 2000; Long, 2001).

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En este punto es necesario plantear claramente lo que entiendopor prácticas sociales. Siguiendo la elaboración de Schatzki sobre unaserie de posiciones teóricas al respecto, entiendo prácticas sociales co-mo nexos de actividad humana que generan el contexto cotidiano denuestro entendimiento y que permiten que el significado de las accio-nes se vuelva inteligible facilitando nuestra coexistencia (Schatzki1996: 88-9).

En las siguientes páginas, se propone una interpretación que, ami juicio, integra algunos de los elementos constitutivos de la Patago-nia contemporánea, entendida como conjunto de relaciones dinámicasy las diferentes percepciones del territorio inherentes a estas relaciones.El resultado no pretende ser una quimera constituida por una dosis va-riable de cultura, mercado y naturaleza, sino enfatizar, el carácter diná-mico de las regiones como espacios sociales que se recrean y proyectandesde la cotidianeidad de las prácticas sociales, ya sea aquellas quemantienen ciertas formas culturales como también las que se originanen procesos de modernización asociados a la internacionalización delos espacios. El paisaje y el territorio no existen fuera de estas prácticas,y aún más, son parte integrante de lo que llamamos lo social. Una re-gión crece, se encoge, desaparece o se reinventa a partir de estos proce-sos y, lejos de posturas esencialistas, es el estudio de los mismos lo quenos puede entregar elementos para reflexionar sobre la dirección de es-tos cambios.

Paisaje y Territorio

El uso dado al paisaje patagónico como representación simbóli-ca excluyente de otros usos lo transforma en un paisaje contestado. Eneste sentido, la Patagonia chilena contemporánea refleja una paradojade doble patrimonialización: mercantil y productiva por un lado, este-tizante y ecologista por el otro. La primera, como en el caso de la acui-cultura y la pesca, está basada en una ocupación del territorio que con-tribuye a la construcción del sentido del lugar a través del incesante tra-bajo de habitar ese entorno. El paisaje, en este caso se percibe de mane-ra cambiante a través de la experiencia cotidiana y de diversas formasde participación activa en el medio ambiente (Ingold 2000). Por otraparte, la mercantilización ecologista se fundamenta en la proyección de

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elaboraciones simbólicas secundarias, en las que el paisaje puede ad-quirir una función de protección patrimonial (Descola 1996: 90-91).Ambas, sin embargo se encuentran plenamente inscritas en circuitosmercantiles globalizados que se reproducen bajo la lógica del control dela naturaleza y por lo tanto, en conjunto, contribuyen a una construc-ción occidentalizada de la región inserta en el contexto global.

La perspectiva fenomenológica del morar (dwelling) de Ingold,no significa que el paisaje, como construcción secundaria, desaparezcaen desmedro del ambiente como fuente inmediata y relacional de nues-tra percepción. Por el contrario, Ingold deja espacio para elaborar estadiferencia cuando señala que los humanos (organismos en sus térmi-nos) perciben el ambiente en términos de su función, mientras el pai-saje es percibido y descrito en términos de su forma (Ingold 2000: 193).En otras palabras, el medio ambiente es percibido por quien lo habitay explora de acuerdo a las funciones que este medio nos permite desa-rrollar lo que no contradice la capacidad de representar las formas enque se percibe, es decir el paisaje.

Por otra parte, la noción de territorio tiene cierta equivalenciacon la de ambiente, como el entorno que potencialmente nos permiterealizar nuestras actividades. A mi juicio, la diferencia radica en que pa-ra disminuir las dificultades impuestas por el medio hemos trazadouna geografía de lo cotidiano en donde esas actividades nos resultan fa-miliares, las interacciones inteligibles y los recursos necesarios disponi-bles. Esos espacios de actividad pueden o no coincidir con delimitacio-nes político-administrativas o con demarcaciones impuestas por lageografía física. El territorio debe entenderse como el espacio en que unconjunto de relaciones sociales se materializan justamente a través de laocupación activa del entorno.

A mi parecer, es en la construcción de la Patagonia como paisajedonde se manifiestan más intensamente los intereses hegemónicos dedistintos grupos. En cambio desde una perspectiva territorial, estosgrupos coexisten a pesar de sus diferencias a través de la multiplicidadde usos del ambiente y la interacción de prácticas cotidianas.

A continuación, creo necesario comentar algunos alcances y pre-cisiones sobre el significado geográfico del espacio y la identidad en laPatagonia.

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¿Cuál Patagonia? Un bosquejo aproximado

La Patagonia ha sido una región fantástica desde el origen de sunombre2. Existe como construcción social y provincia de la imagina-ción desde los tiempos de las exploraciones y conquista. Hoy, si tuvié-ramos que situarla geográficamente, las imprecisiones respecto a su ex-tensión y límites serían quizás tan arbitrarias como en los tiempos enque fue bautizada por Magallanes. Aún cuando existe un cierto con-senso entre geógrafos en torno a sus límites3, su “objetividad” es cues-tionable por la diversidad de interpretaciones al respecto. En la actua-lidad, es posible constatar que la apropiación del territorio se manifies-ta de manera flexible en nuevas configuraciones originadas a partir delas propias prácticas sociales, algunas de ellas particularmente visiblespor el auge de ciertas actividades económicas orientadas al mercadoexterno.

Tal es el caso de la región patagónica en la que se ha funda-mentado empíricamente este trabajo, y que estaría compuesta por almenos tres regiones político-administrativas de Chile: i) la provin-cia de Palena situada en la parte sur de la X Región de Los Lagos; ii)lo que informalmente se conoce como Patagonia norte y que corres-ponde a la XI Región de Aysén, zona de los fiordos y archipiélagos y;iii) La Patagonia sur, que corresponde a la denominada XII Regiónde Magallanes.

Sin embargo, hasta hace poco, no era usual que se identificarapopularmente a ninguna de estas divisiones administrativas con elnombre Patagonia. Su invisibilidad temporal, se debió a quizás a la for-ma en que se enseñaba geografía durante los tiempos de la dictaduramilitar. En aquel tiempo, Pinochet impulsó un nuevo proceso de regio-nalización que enfatizaba el ordenamiento de las divisiones político-administrativas de acuerdo a números romanos seguidos por un nom-bre propio en el que no figuraba la Patagonia. Su reapropiación porparte de los chilenos es un primer signo de que algo está cambiando.No cabe duda que parte de este cambio se debe a que el nombre tam-bién se ha revitalizado a partir de procesos de mercantilización que hanencontrado en la marca “Patagonia” una fuente de valor agregado de laque muchos grupos quieren usufructuar.

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¿Identidad patagónica?

Las crónicas, cartografías y relatos con los que se ha reconstrui-do la historia de la Patagonia no permiten develar la microhistoria de-trás de la diversidad de entidades que la constituyen, lo que ha contri-buido a la creencia de una unidad geográfica natural y cultural. Cierta-mente, para sus habitantes la condición del ser patagónico es algo quese experimenta al compartir ciertas actividades de la vida cotidiana queles otorgan un sentido de pertenencia. La formación de identidad(es)debe ser explorada por sus consecuencias en la creación de valores dis-tintivos, lazos sociales e instituciones que son la expresión de una re-gión particular. Sin embargo, el sentido de pertenencia no debe ser asu-mido como esencia invariable sino como efecto de procesos. Esta posi-ción epistémica nos evita adoptar visiones esencialistas que tiendan areificar la región, sus habitantes y el entorno (Massey 2005).

Por tal argumento, he considerado más pertinente para este tra-bajo explorar la noción de identidad de la acción. Su alcance, está máslimitado a la interacción social entre quienes se reconocen como parteintegrante de una actividad conjunta, un momento histórico, una loca-lidad o región, en definitiva como parte de un proceso de identificaciónque se origina en la cotidianeidad de las prácticas sociales y se mantie-ne a través de ciertas tradiciones pero que, al mismo tiempo, contienela semilla del cambio y la transformación social en la potencialidadcreativa de la acción humana. Por esta razón, y atendiendo limitacionesde espacio y opciones metodológicas, he preferido concentrar el análi-sis en algunas de las nuevas actividades de la región, en las que estaidentidad de la acción resulta más fácil de rastrear.

En primer lugar, se analiza brevemente la contribución de las na-rrativas literarias a este proceso y, a continuación, para fundamentar latesis central de este trabajo, se presentan ejemplos y casos constitutivosde la apropiación del territorio: la Patagonia chilena recreada a partirde prácticas sociales que se originan en actividades mercantiles globa-lizadas.

Tierra de Gigantes: La Patagonia mítica y literaria

Ya hemos enfatizado que la Patagonia ha sido construida por laimaginación de los visitantes y exploradores y no sólo por la historia de

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los actores asentados en su territorio. Los mitos creados por esta exten-sa narrativa corresponden a construcciones literarias que nacen de lascrónicas y otras fuentes documentales que han alimentado al occiden-te euro-americano con una imagen muy atractiva, aunque imprecisa ydifusa de estos lejanos paisajes australes. En parte, son estos tempranosregistros los que han contribuido fuertemente a construir esta regiónmítica y que luego se ha traspasado a otras esferas de la actividad hu-mana. Estos relatos han sido recogidos y reinterpretados recientemen-te por distintos escritores para crear imágenes literarias basadas enciertas particularidades del medio ambiente que luego son reelabora-das situacional y selectivamente en la construcción del paisaje.

A esto se refiere Slater (1996) con la noción de “narrativas edé-nicas” cuando en su caso se refiere a la construcción occidental de laAmazonía. Se trataría de construcciones simbólicas que exacerban lovirginal de un paisaje y la supremacía de la naturaleza creando entida-des con características esenciales. Slater señala: “Estas narrativas sonpresentaciones del paisaje natural en términos que, conciente o incon-cientemente, evocan el relato bíblico del edén. En ellas se subraya y co-lorea mucho más de lo que nosotros normalmente aceptamos como unhecho respecto a determinados pueblos y lugares” (Slater 1996: 115).De acuerdo a esta autora, esta imagen cuenta para aquellos pocos luga-res del mundo que pueden ser definidos al mismo tiempo como enti-dades geográficas y provincias de la imaginación. Varios escritores-via-jeros contemporáneos4 han contribuido en la creación de tales repre-sentaciones de la Patagonia. Todos tienen en común que son relatos deviajes personales o imaginarios a la Patagonia pero en los que en uno uotro sentido y estilo se transforman en búsqueda de lo trascendente através del enfrentamiento humano con la naturaleza y el paisaje.

¿Cúal es el valor de estos relatos en la construcción de la regiónpatagónica? No se trata de reducir la creación artística literaria a la ca-tegoría de mercancía cultural y centrarnos en su valor como objeto -eltexto- o en sus posibles formas de intercambio. Sin embargo, si amplia-mos, la definición de valor a la potencialidad creativa de la acción hu-mana tal como es entendida por Graeber (2001), resulta perfectamen-te coherente hablar de una materialidad generada a partir de estasobras y que es constituyente de nuevos procesos y posibilidades para laacción. De acuerdo a esta perspectiva, no sólo existieron medios mate-

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riales que permitieron la representación, invención y creación de estaPatagonia literaria sino que es la propia acción la que contribuye a queuna representación de la realidad se convierta en libros que son escri-tos y leídos, turistas que viajan, imágenes que son fotografiadas, etc. Eneste sentido la acción humana es tan concreta como los objetos que lamedian, sólo que más contingente, relacional e impredecible, lo que esfundamental por su poder transformador (Joas 1996; Graeber 2001;Ingold y Hallam 2007). Esta forma de entender el valor nos permitecomprender la historia y el arte no como una construcción estática deuna imagen de la Patagonia sino que entrelazado con los motivos coti-dianos para la acción humana sobre la región.

A continuación, intentaré demostrar cómo la noción de territo-rio se materializa en la acción cotidiana y las prácticas sociales relacio-nadas con las actividades de la acuicultura, el turismo y los proyectosde conservación. Esta coexistencia pragmática se vuelve a tensionarcuando las tres actividades que compiten por el privilegio de ser aso-ciadas con la Patagonia reelaboran la idea de paisaje como algo que de-be excluir la presencia del otro.

Se vende Patagonia: La Patagonia globalizada

Aysén está localizado en la parte noroccidental de la Patagoniachilena. Es la región con menor densidad de población del territorionacional con menos de 100.000 habitantes distribuidos en un territo-rio enorme y fragmentado. La historia de colonización de Aysén es re-ciente y se remonta a 1920 cuando la región fue dividida en tres gran-des estancias y concesionadas a sociedades de explotaciones ganaderas.La región ha tenido ciclos económicos bastante marcados en dondehan predominado la ganadería, la explotación maderera y la pesca ar-tesanal en un modelo de desarrollo claramente orientado a la extrac-ción de recursos naturales.

Actualmente, la actividad predominante es la industria del culti-vo industrial de salmón y trucha para exportación. En una verdadera“revolución azul”, la industria salmonera, luego de consolidarse comoel segundo productor mundial tras Noruega en tan sólo dos décadas,experimenta una agresiva expansión hacia la franja costera de la Pata-gonia, sus fiordos e islas de los mares interiores. Dado el agotamientode lugares apropiados para su práctica en la Región de Los Lagos e Isla

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de Chiloé5 se ha comenzado la operación de cientos de concesiones enlas regiones patagónicas de Aysén y Magallanes.

Además de la ocupación física de la actividad industrial, hay unasegunda fuente de apropiación de la Patagonia en la creación de ima-gen y la publicidad corporativa de las grandes empresas. La mayoría delas compañías operando en Patagonia publicitan en sus sitios de Inter-net los beneficios de producir salmón en esta región por el efecto posi-tivo de la “pureza de sus aguas” en la calidad del producto. El mensajeno está destinado a los consumidores finales sino a sus clientes mayo-ristas ya que aún no se hace uso de la denominación de origen a niveldel producto final.

En este contexto, la presencia de grandes compañías salmonerasen las costas de la Patagonia ha creado no sólo expectativas entre la po-blación local sino también disputas y conflictos de alcance internacio-nal debido al tipo de desarrollo deseado por los diferentes actores. Po-líticos, autoridades locales, empresarios, trabajadores y grupos de inte-rés sostienen permanentes debates, con asimétrico soporte mediático,sobre la conveniencia de un desarrollo regional centrado en esta indus-tria. Por una parte, el discurso favorable a la industria destaca el altoimpacto en la creación de empleo y la generación de ingresos. Por otra,se esgrime el deterioro ambiental, las condiciones laborales precarias yla amenaza a la viabilidad de otras actividades económicas que utilizanlos recursos agua y paisaje, tales como el turismo y la pesca artesanal.En realidad este “debate” no tiene la forma de un diálogo sino a travésde propaganda corporativa, columnas de opinión en medios de comu-nicación en los que eventualmente se cita investigación científica obien a través de eventos conflictivos. No obstante, mientras la discusiónse mantiene invariable, en la práctica, ya son cerca de 6.000 personasempleadas directamente en la región que día a día constituyen nuevasformas de organización del trabajo y que en su integración con otrosgrupos sociales y actividades están cotidianamente cambiando sus vi-das, el paisaje y la idea de desarrollo regional. ¿Cómo? Para ilustrarlohe escogido el relato de una experiencia con los trabajadores de la in-dustria del salmón – en muchos casos recién llegados a la región – loque luego me permite contrastarla con otras elaboraciones más discur-sivas de la Patagonia, la visión de los conservacionistas y de grupos vin-culados al turismo.

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Fiordos, islas, canales y jaulas

El viaje para conocer la forma en que viven y trabajan algunos delos cientos de empleados de los centros de cultivo de salmón en los ca-nales patagónicos comenzó en Quellón, el extremo sur de la isla de Chi-loé y puerto de embarque hacia la nueva frontera acuícola. Mi primeraimpresión es la imponente aparición del Sognekongen, flamante cata-marán noruego de alta velocidad que tras la mayor demanda de pasa-jeros se instaló para hacer las rutas patagónicas, las que hasta reciente-mente, sólo eran realizadas por grandes y lentos ferries de carga en unitinerario semanal. Además de algunos pobladores de las islas, al menosuna cincuentena de trabajadores y profesionales acuícolas se disponena abordar la embarcación para viajar a Melinka y desde ahí ser distri-buidos en las lanchas de sus respectivas empresas hacia los centros decultivo6 a lo largo del archipiélago. Los “salmoneros” son fácilmente re-conocibles porque en su mayoría se trata de hombres jóvenes que vuel-ven de su descanso, se mueven en grupos de acuerdo a la empresa parala que trabajan y lucen vistosas chaquetas impermeables de marca, unaabultada mochila y portan un chaleco salvavidas con el logo de su res-pectiva empresa.

Instalados en la comodidad del catamarán mientras cruzamoslas siempre agitadas aguas del Golfo del Corcovado, conozco al que se-rá mi anfitrión en uno de los centros de cultivo de la empresa GranSal-món7. Roberto, es un ingeniero pesquero de 33 años y uno de los seisjefes de centro que la empresa mantiene activos en el sector esta tem-porada. Originario de Santiago, Roberto está casado, tiene dos hijos yvive en el norte del país, en Quillota, a más de 16 horas por carreteradesde nuestro puerto de embarque. Regresa tras estar una semana consu familia pues dada la dificultad de acceso a los lugares de trabajo lascompañías utilizan un sistema de turnos llamado 14x7 (dos semanas enel centro y una de descanso). Roberto detesta los viajes y sólo descansacuando llega a lo que él considera su casa: el pontón flotante del centrode cultivo. Lleva casi diez años trabajando en el rubro, en cuatro distin-tas empresas y le ha tocado ser actor y testigo de la expansión hacia es-tas zonas remotas.

Tras tres horas de movido viaje (que con las embarcaciones tra-dicionales dura el doble) desembarcamos en Melinka, el único pueblodel archipiélago de las Guaitecas. Melinka, modesto asentamiento de

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origen huilliche que floreció primero gracias a la explotación de losbosques naturales de ciprés y luego sobrevivió de la recolección de ma-riscos, está viviendo hoy un verdadero bombardeo por la llegada de lassalmoneras ya que un gran número de empresas se han instalado en elpueblo como base para sus operaciones en las islas del archipiélago.

Tras descender, nos embarcan inmediatamente en una lancha dela empresa para distribuirnos a los respectivos centros. Esta es mi pri-mera sorpresa, pues ya comienza a anochecer y la embarcación es unapequeña lancha de fibra de vidrio, localmente llamada panga, con ca-pacidad para ocho pasajeros pero sin mayor instrumentación de nave-gación. Los propios trabajadores lo prefieren así, pues insisten en la co-modidad de llegar al pontón respecto a la posibilidad de pernoctar enMelinka. Somos siete pasajeros, todos equipados con trajes térmicos ychalecos salvavidas. Nos van a distribuir en cuatro centros en un viajeque debería durar algo menos de dos horas. Los hombres conversananimadamente y bromean como viejos conocidos. Yo intento disfrutarla belleza del paisaje, aún cuando la vista de un mar agitado y un cielomuy nublado que se va oscureciendo, no hace sino aumentar mi temory la sensación de precariedad de nuestra embarcación. En minutosquedamos en la más completa oscuridad y me pregunto cómo es posi-ble navegar sin puntos de referencia y sin GPS. No queda sino confiaren la destreza del piloto, un melinkano y ex pescador artesanal. Miscompañeros de viaje duermen. Después de un tiempo comienzo a dis-tinguir algunas luces en la oscuridad. Una, dos, tres tímidas luces espar-cidas en la oscuridad y separadas entre ellas por lo que yo creo son unpar de kilómetros. Son los primeros indicios de estos centros flotantes.Tras aproximarnos a uno de ellos, voy distinguiendo las luces de unacasa flotante de tres pisos –llamado pontón- de la que se asoman unassiluetas que nos reciben. Sin detener el motor y apenas atracados a laestructura descienden dos trabajadores, se despiden y son recibidoscon alegres bromas por sus compañeros. Continuamos, y la escena serepite otras dos veces antes de nuestro turno. En el camino seguimosencontrando estas luces en medio de la oscuridad que, de acuerdo amis compañeros, corresponden a tal o cuál centro que a la vez pertene-cen a tal o cual empresa y que se encuentran cercanos a tal o cual isla.La naturalidad de este reconocimiento geográfico me llevó a una pri-mera reflexión. Los nuevos hitos, que de noche se transforman en ver-

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daderos faros, orientando a los que recorren los mares del sur son exac-tamente estos centros de cultivo.

El Pontón es una estructura flotante con forma de casa de tres pi-sos, un primer nivel destinado a bodega de alimento de pescado, com-bustible, un gran generador y equipamiento de trabajo, un segundo pi-so destinado a habitación del personal y el tercer piso, oficina y atalaya,desde donde se ven las balsas-jaulas frente al imponente paisaje de loscanales e islas. El pontón esta anclado equidistante de dos módulos me-tálicos con 20 jaulas (peceras) cada uno y que en total albergan cerca de1 millón y medio de peces. A diferencia de los centros tradicionales elpontón es casi completamente automático. La alimentación de los pe-ces es monitoreada por cámaras submarinas y controlada por un com-putador que distribuye el alimento a las jaulas a través de tuberías porlo que sólo necesita para su operación cuatro o cinco personas.

La “tripulación” que nos recibe son dos hombres y una mujer.Un técnico en acuicultura, que oficia de jefe en ausencia de Roberto, ydos operarios que vienen de Coyhaique, la capital de la región. Ningu-no supera los 30 años. Nos instalamos en la comodidad de una sala conequipamiento que nada tiene que envidiar a un apartamento en el cen-tro de una metrópoli: cómodos sillones de cuero, televisión satelital,cocina completamente equipada, horno eléctrico, refrigerador indus-trial, microondas, etc. El grupo conversa relajadamente, mientras al-guien de turno cocina la cena. La jornada laboral ya ha terminado pa-ra los operarios y ver la telenovela y las noticias son la opción antes dedormir. Jefe y asistente suben a la oficina a elaborar los informes queson enviados diariamente a la gerencia en tierra a través de Internet. Sí,Internet satelital, lo que les permite trabajar en línea, revisar correos ychatear con amigos, novias y familia en el tiempo libre. Los dormito-rios son cómodos camarotes en dos habitaciones con ventanas miran-do al fiordo. El jefe tiene su propia habitación. La suave ondulación merecuerda que estamos flotando, firmemente anclados, pero flotando enmedio de los fiordos patagónicos.

Durante el día me integro a la actividad cotidiana. Los operariosse van temprano a los módulos mientras los jefes van y vienen en lapanga entre las balsas-jaulas y el pontón. La lluvia es casi permanente,pero todo está acondicionado para el clima, incluido la doble capa devestuario de traje térmico e impermeable de color naranjo incandes-

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cente. Aún a pesar del aislamiento, la comunicación con los centros ve-cinos es permanente y fluida, ya sea por radio o a través del flujo deembarcaciones. Se intercambian insumos, alimentos y se practican di-versas formas de convivencia y diversión. Lo que observo es un paisajeen movimiento con un desfile de embarcaciones, principalmente debi-do a la externalización de muchas de las actividades tales como el bu-ceo, la sanidad, la entrega de insumos etc. Ello significa que además dela tripulación al menos cuatro o cinco personas externas visitan el cen-tro diariamente. Esta escena se repite en cientos de concesiones que ac-tualmente operan en los canales de la Patagonia.

Estamos frente a una nueva forma de asentamiento económico,altamente tecnológico, que aunque originalmente fue pensado en tér-minos de unidad de producción, se ha constituido al mismo tiempo enel hogar, trabajo, signo de referencia y paisaje cotidiano de cientos dehombres y mujeres.

La Patagonia verde y el retorno de la ballena azul

El paisaje de esas mismas islas, canales y fiordos es disputado porotros actores que proclaman una Patagonia en donde la mercancía esla propia naturaleza en su estado “elemental”. Nos referimos principal-mente a grupos corporativos conservacionistas y operadores de turis-mo. La imagen creada por las narrativas en donde la Patagonia es unpaisaje edénico es funcional a una mercantilización de este tipo, sóloque utilizada instrumentalmente en directa oposición al desarrollo in-dustrial acuícola. Operadores de turismo y parques privados no quie-ren un paisaje de jaulas. Así lo han manifestado extensamente por losmedios de comunicación locales y nacionales. Quieren una Patagoniaverde, que mantenga su entorno lo más inalterada posible, o en su de-fecto, a los salmoneros lo más alejados de los puntos de interés.

Esta ola de proyectos privados de conservación de la naturalezano es tan reciente. En general, aún cuando pertenecen a distintas ver-tientes ideológicas, asumen una postura contraria o alternativa al desa-rrollo industrial, en este caso a través de la compra de tierras como ins-trumento para garantizar espacios de no intervención y mantencióndel paisaje. Es el caso de la organización The Conservation Land Trust8,que alberga fundaciones menores orientadas a la conservación de la

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naturaleza. Los ideólogos y financistas de estos proyectos son el mag-nate norteamericano Douglas Tompkins y su esposa Kristine, quienesse declaran inspirados en los principios de la ecología profunda. Sóloen la Patagonia chilena cuentan con seis proyectos9 que suman alrede-dor de 465 mil hectáreas. Además, han desarrollado cinco proyectos deigual envergadura en la Patagonia Argentina y es sin duda la inspira-ción y fuente financiera de su gemela la Fundación Conservación Pata-gónica10 que ya cuenta con 182 mil hectáreas protegidas.

Otro grupo es la Fundación San Ignacio de Huinay11 de la trans-nacional energética española Endesa, quienes crearon un parque de35.000 hectáreas con un centro de investigación científico en “ecodesa-rrollo” asociado a una prestigiosa universidad chilena. El proyecto pa-rece convertirse en moneda de cambio a la construcción de cuatro me-gaproyectos hidroeléctricos en la región. En otras palabras, se movilizala imagen de empresa preocupada de la ecología mientras se preparanproyectos que inundarían miles de hectáreas lo que constituye un buenejemplo de las contradicciones que pueden ir asociadas a la configura-ción de estas nuevas entidades.

La mercantilización en estos casos debe entenderse en un doblesentido: en cuanto a su origen y a sus productos. En su origen, pues re-curre a la propiedad privada para expropiar y evitar la intervenciónhumana y, de paso, crea un mercado de tierras hasta la fecha inexisten-te entre colonos y capitalistas verdes. En cuanto a sus productos, por-que aún es tan diversa como incierta las formas en que éstos van aofrecerse a la comunidad convertidos en nuevos objetos-entidades. Al-gunas alternativas que recién comienzan son turismo de baja intensi-dad, parques privados, centros de investigación científica y santuariosde la naturaleza.

Pero no todo ocurre en tierra. La omnipresencia del agua ha lle-vado a que estos grupos, junto a los operadores del turismo, reivindi-quen un paisaje libre de jaulas salmoneras frente a sus costas y para elloestán avanzando en la creación de distintos parques marinos. Quizás elproyecto más emblemático es el apoyo que Tompkins y el ex-candida-to a la presidencia de la derecha -Sebastián Piñera (empresario que hacreado un parque privado en Chiloé)- le han entregado a un grupo decientíficos para la creación de una extensa área marina protegida luegode que registraron la presencia de grupos de ballenas azules12 en la zo-na. El retorno de la ballena azul es la perfecta metáfora para extender

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los intereses de los grupos de conservación hacia las costas y los maresinteriores y que, aun cuando no se plantea una exclusividad que limiteotras actividades, encarna los esfuerzos de reinterpretar esta zona co-mo protegida para los intereses en que conviven naturaleza y uso co-mercial, en este caso los intereses se intersectan con los del turismo através del avistamiento de ballenas.

La estrategia del turismo: “La Patagonia también es chilena”

Otra actividad que adopta la mercantilización ecologista y este-tizante del paisaje es el turismo. Esta tendencia se ha materializado através de un conjunto de eventos que influyen en la creación de imáge-nes y que buscan privilegiar la integración del turismo al mercadeo dela Patagonia.

Dado que a nivel internacional se identifica más a la Patagoniacomo una región de Argentina, resulta fascinante analizar la estrategiadel Servicio Nacional de Turismo chileno para “recuperar” la Patago-nia. El año 2003, mientras paseaba por Madrid tuve la oportunidad dever sendos avisos publicitarios que apoyados en impresionantes fotosde icebergs, fiordos y pingüinos decoraban los exteriores de los busesurbanos de Madrid con la leyenda: “La Patagonia también es chilena”.Al parecer, la estrategia funcionó pues en dos temporadas el número deespañoles visitando Chile se duplicó llegando a más de 60.000 en 2005.No es mi interés presentar una relación de causalidad entre variables si-no remarcar el efecto de la acción en sus aspectos cualitativos, en estecaso cómo de manera extraordinariamente creativa, se apuntó a in-fluenciar el conocimiento que ciertos actores tenían sobre una región através de la manipulación iconográfica del paisaje. Sin duda, esosanuncios publicitarios contribuyeron a reapropiar la región. Para el tu-rista extranjero el paisaje va a ser valorado de acuerdo a las expectati-vas preformadas, en este caso, puede ser tanto a partir de las narrativasmíticas o bien a través de la naturaleza, comercializada como un pro-ducto a través de agentes de turismo.

Y así como esta estrategia publicitaria para “recuperar territo-rio”13 en favor del sector turístico chileno ocurrió a una escala interna-cional, a escala regional también se despliegan distintas acciones porparte de ciertos grupos para apropiarse de la marca Patagonia. Porejemplo, en campañas de promoción turística ligadas a grupos de em-

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presarios de la Región de la Araucanía, se publicita una Patagonia quecomienza en Temuco, a 400 kilómetros al norte del límite dado porMartinic. Mientras, otros actores de la Región de Magallanes, de acuer-do a sus propios intereses de creación de valor, sitúan “la puerta de en-trada a la Patagonia Chilena” al sur de Aysén, esta vez 300 kilómetros alsur del límite dado por Martinic. Entonces ¿dónde comienza la Patago-nia y quién tiene más o menos derecho a definirla como propia?

Conclusiones: La mercantilización del paisaje y la acción sobre el territorio

Aunque la mercantilización de la Patagonia –entendida como laformación de nuevas mercancías- no es un fenómeno reciente, sí lo esla forma y la escala en que actualmente ocurre. Lo distintivo no sólo es-ta dado por una coyuntura histórica en la que predominan las políticasde liberalización económica y el consecuente impacto regional de estetipo de medidas, sino en que estos cambios nos ayudan a reinterpretarel proceso de creación de valor como algo no inherente a un tipo espe-cífico de relación social (relaciones de producción), a su producto final(mercancía/commodity) o a la biografía particular del objeto (Appa-durai 1988) sino a la creatividad de la acción humana que a través derelaciones sociales complejas, transforma permanentemente las formasde relacionarnos con el mundo material y simbólico (Joas 1996; Grae-ber 2001). Es el flujo, el movimiento y las asociaciones transitorias ge-nerados por la acción creativa lo que finalmente constituye aquello quellamamos lo social (Latour 2005).

Como podemos desprender de los ejemplos presentados, la“identidad cultural” parece ser menos determinante en la flexibiliza-ción y apropiación del territorio patagónico que la noción de identidadde la acción, en este caso y para beneficio de mis argumentos, estudia-da a partir de diferentes procesos de mercantilización. El valor de estadiscusión radica en visualizar los usos que los actores otorgan a las no-ciones de territorio y paisaje a partir de las prácticas sociales, para lue-go desentrañar cómo ellas inciden tanto en la creación de valor comoen los procesos de diferenciación e identificación.

Si en el título de este artículo me refiero a una reinvención de laPatagonia es porque quizás a lo largo del texto la propia entidad geo-gráfica ha cobrado vida ante nuestros ojos. Se nos presenta caprichosa-

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mente en su forma y significado. Una Patagonia flexible que se ha revi-talizado a partir de ciertos procesos de mercantilización e internacio-nalización de los espacios y sus recursos naturales. Sin duda, hay múl-tiples factores contribuyendo a este proceso y que inciden en la crea-ción de territorios-marca. Pero en vez de centrarnos en interminablesrelaciones de causalidad, me he propuesto mostrar las formas queadoptan in-situ y la multiplicidad de efectos que se traducen en opor-tunidades y conflictos para sus actores en la vida cotidiana. Una Pata-gonia donde los intereses en ocasiones se intersectan como ocurre conlos conservacionistas y el turismo en el caso de la ballena azul. Otra,controversial, en la que los actores se muestran incompatibles frente asu uso preferente, y que a través de proyecciones discursivas en las quese moviliza el paisaje, dividen la región nuevamente en dos: una Pata-gonia verde -a conservar- y otra azul -acuícola y pesquera e integradaal mercado.

Estas tendencias discursivamente opuestas no son sino comple-mentarias dentro de un proceso más amplio de patrimonializacionmercantil, ya que ambas se fundamentan en una relación funcional conel medio ambiente que encuentra su origen en el naturalismo occiden-tal (Descola 1996).

Los usos y significados dados a la Patagonia por diferentes acto-res nos señalan las múltiples estrategias en que se moviliza un paisajeidealizado como recurso para preservar los propios y diversos intere-ses. Los salmoneros para preservar las condiciones hidrobiológicas deproducción y la imagen natural del producto, los conservacionistas pa-ra defender la pureza de la naturaleza, los operadores del turismo paramantener la calidad del paisaje, etc.

Desde la perspectiva avanzada en este capítulo, la Patagonia de-be ser entendida como un espacio territorial que posibilita ciertos tiposde experiencias que se manifiestan en relaciones y prácticas sociales es-pecíficas. Estas prácticas, a su vez, constituyen la base de los sistemas deconocimiento locales y el contexto de sus significados y formas de re-presentación. No debemos subestimar que en la dinámica de estos pro-cesos sociales y la creación de valor asociados al territorio también segeneran objetos, imágenes y relaciones que viajan más allá de las fron-teras y contribuyen a la permanente reinvención de la Patagonia.

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Notas

1 Agradezco a mis colegas de Wageningen Alberto Arce, María Laura Viteri y Alejan-dra Moreyra por los comentarios y sugerencias hechos a una primera versión. Loseditores de esta colección, Nicolas Ellison y Mónica Martínez, aportaron valiosas ypertinentes observaciones que ayudaron a la coherencia de la versión final del tex-to. Mi gratitud también para ellos. La investigación en la que se enmarca este artí-culo contó con el apoyo de la Dirección de Investigación de la Universidad Australde Chile.

2 La delgada frontera entre fantasía y realidad comienza en el propio origen del tér-mino Patagonia que ha sido atribuido al tamaño sobrenatural de los pies de los pri-meros nativos cazadores – los aonikenk – cuando fueron avistados en la región deTierra del Fuego por la expedición de Hernando de Magallanes (Martinic, 1970).

3 De acuerdo a Martinic, geógrafos e historiadores habrían consensuado que sus lí-mites se extienden, por el norte, en Chile, desde la boca del seno de Reloncaví, elfiordo de igual nombre, el río Petrohué, el lago Todos los Santos, hasta el monteTronador. Cruza la Cordillera de los Andes hacia Argentina hasta el nacimiento delrío Neuquén, sigue su curso hasta juntarse con el Limay, dando origen al río Negro.Baja por la costa atlántica hasta el estrecho de Magallanes, siguiendo todo su cursohasta el Pacífico, hasta la boca del Guafo, el golfo de Corcovado y la boca del Re-loncaví. Tradicionalmente ha quedado fuera de esta delimitación la isla grande deChiloé y su archipiélago interior, lo mismo que por el sur la Tierra del Fuego y susarchipiélagos occidental y sur (Martinic, 2002).

4 Entre los más conocidos están el francés Paul Theroux, el antropólogo inglés Bru-ce Chatwin, el argentino Mempo Giardinelli y los chilenos Francisco Coloane yLuis Sepúlveda

5 Isla ubicada en la X Región de Los Lagos, en donde originalmente se ha concentra-do la mayor actividad productiva de la industria. Las transformaciones, algunasconsecuencias conflictivas y el impacto local se han documentado ampliamente:ver Claude y Oporto, 2000; Amtmann y Blanco, 2001; Barret et al, 2002).

6 Centro de cultivo es el nombre dado en Chile a la unidad de producción de salmo-nes y truchas generalmente asociada a dos módulos flotantes de balsas-jaulas en elque se realiza la fase marina de engorda del pescado.

7 Los nombres de empresas y trabajadores de la industria han sido cambiados paraconservar el anonimato de los informantes.

8 Para más información ver en http://www.theconservationlandtrust.org9 Santuario el Cañi, 480 há; Corcovado/Tic-toc. 84.700 há; Fundación Parque Puma-

lín, 298.800 há; Melimoyu/Isla Magadalena, 15.537 há; Cabo León, 26.445 há; Yen-degaia, 38.780 há.

10 Para más información ver en http://www.patagonialandtrust.org/11 Para más información ver en http://www.huinay.cl/12 Para más información ver en http://www.ballenazul.org/13 Por supuesto que no se trata de una recuperación de territorio en términos geopo-

líticos si no que nominales pero con un impacto en las estrategias comerciales re-

106 Nicolas Ellison, Mònica Martínez Mauri

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gionales. No obstante lo anterior, no se debe desestimar que en el imaginario his-tórico y popular chileno aún se recuerda con recelo la disputa diplomática que, enplena guerra del Pacífico, zanjó a favor de la República Argentina el dominio de laPatagonia Oriental.

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EL MUNDO SALVAJE Y LA TIERRA DE

LOS ANCESTROS: LOS PATAXÓ DEL

MONTE PASCAL (BAHÍA, BRASIL)

Florent KohlerUniversidad de Tours

Introducción

A pesar de la proposición de Appadurai (1995) según la cual unode los principales fenómenos de la globalización sería la disyunción te-rritorio/identidad, se sigue constatando que el espacio habitado, carga-do de significación, continúa siendo el principal soporte para la iden-tificación, especialmente en el caso de las poblaciones indígenas. Paraestas, el discurso ambientalista de las ONGs alimenta estos procesos deterritorialización de la identidad.

Al pie del Monte Pascal, en el extremo sur de Bahía, vive una co-munidad de unos 3.500 Pataxó, grupo de probable ascendencia Macro-Ge. Reagrupados y evangelizados hacia finales del siglo XIX, estos in-dígenas remanentes, cuya lengua original se ha perdido, comparten lascostumbres y creencias de la población rural de la región: actividadesagrícolas, ritos católicos muy impregnados de Pajelança o candomblérural, etc. Se les calificó de caboclos (campesinos mestizos) hasta que,en los años 1970, se abrió un período de reemergencia y de reivindica-ción étnica. La lucha por el reconocimiento del derecho ancestral sobreel territorio tradicional condujo a la homologación, en 1991, de la Tie-rra Indígena del Monte Pascal –8.600 hectáreas– que ocupa el tercio delo que fue el Parque Nacional del Monte Pascal, declarado por laUNESCO reserva de la biosfera. Desde el Monte hasta el océano, 40 ki-lómetros más abajo, se despliega una diversidad de ecosistemas entrelos cuales se destaca uno de los últimos macizos de Selva Atlántica, ob-

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jeto de preocupación de las ONGs medioambientalistas. En 1999 losPataxó ocupaban toda la superficie del Parque Nacional, comprome-tiéndose ante la nación brasileña a protegerlo “mejor de lo que el IBA-MA (Instituto Brasileño de Medio Ambiente) nunca lo había hecho”.Ante los desafíos que plantea la superposición de zonas de protecciónmedioambientales y de territorios indígenas, y para evitar caer en gene-ralizaciones, puede parecer oportuno proponer un estudio de caso,centrándonos en la construcción física y simbólica del territorio entrelos Pataxó: ¿cuales son las representaciones del mundo salvaje que im-plica esta construcción que podemos calificar de “geografía simbólica”?Esta aproximación debe permitir establecer vínculos entre, por un la-do, prácticas, y, por el otro, representaciones míticas e históricas, paraentender los fundamentos de la ocupación territorial, la organizaciónsocial que la fundamenta, y las mutaciones que han comportado lairrupción de las ONGs y los programas de desarrollo sostenible.

Itinerarios: familias y linajes

A escasos kilometros de Barra Velha, pueblo principal de la Tie-rra Indígena, los acantilados de arcilla roja, la Punta de Juacema, cortanla playa de arena blanca. En ese lugar, los habitantes de la región dicenque durante los primeros tiempos de la colonización los indios Aymo-rés destruyeron un establecimiento portugués. Los Pataxó conocen es-ta historia, pero la cuentan de manera diferente. En aquella época, di-cen los ancianos, indios y portugueses vivían en armonía hasta que elhijo del capitán portugués robó un pájaro doméstico, un bem-te-vi, alhijo del jefe indio. Entonces, los indios, ofendidos, recurrieron a miste-riosos hombres subterráneos, los Baquirá, quienes surgieron de la tie-rra, masacraron a los portugueses y arrasaron la ciudad. Desde enton-ces, la Punta de Juacema está encantada, y ya nadie vive allí desde hacemucho tiempo. Los profundos agujeros que en ese lugar se encuentrandiseminados por el suelo son testigo del paso de aquellos indios.

El mito de los hombres subterráneos está muy extendido en elmundo amerindio: originariamente, una primera humanidad fue ente-rrada por la caída del cielo. En algunas circunstancias, estos humanosoriginarios pueden todavía hoy comunicar con la superficie por mediodel chamanismo o de la posesión. Lo que no deja de sorprender es lapersistencia, bajo una forma fragmentaria, de tal mito entre los Pataxó:

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profundamente impregnados por la fe católica, y en la medida en queconservaron muy pocos elementos de sus antiguas costumbres y tradi-ciones, la referencia a indios salvajes que viven bajo tierra parece indi-car que tal mito tiene una importancia de orden estructural en su re-presentación del mundo. Se trata –es una hipótesis que hemos expues-to en otro lugar (Kohler 2004b)– de una manera de pensar la tempo-ralidad con ayuda de categorías espaciales: el tiempo mitológico de losBaquirá es ante todo un espacio simbólico, el de un mundo subterrá-neo cuyos estratos sucesivos ordenan una temporalidad lejana, anteriora la llegada de los Pataxó a su territorio actual.

La historia de Juacema constituye así un indicio: existiría unageografía simbólica propia de cada comunidad, que ordena y rige lasrepresentaciones del espacio y del tiempo, y que, al mismo tiempo,marca las percepciones y las modalidades de ocupación de un territo-rio. Tendríamos así una base de lectura en la cual los paisajes formaríanlos pilares principales. Por “paisaje” entiendo una realidad propia delmundo ameríndio, una concepción del entorno que Descola ha perfec-tamente explicitado en su obra La Nature Domestique1. En este marcono puedo por lo tanto limitarme a la definición que propone Alain Ro-ger (inspirándose en Augustin Berque) en su Court Traité du Paysage(1997: 49), según la cual, al mismo tiempo supone una acción sobre lanaturaleza, una intencionalidad estética, y una terminología ad hoc.Prefiero hablar en términos de memoralización o de historización de loslugares (Rival 1993). Tal idea no es nueva: sugiere que, con frecuencia,los medios llamados naturales son de hecho antropizados, es decirtransformados por el hombre; pero existen también medios no trans-formados, tales como accidentes geográficos, que son “bons à penser”independientemente de que se ejerza una acción sobre ellos o no. Lospaisajes familiares serían así vectores de temporalidad y, sobre todo, designificado.

En el caso de los Pataxó, la unidad pertinente para pensar laconstitución del espacio como elemento significante es la de la familia,como forma de continuidad espacial indisolublemente vinculada al li-naje. Estas dos continuidades se confunden, si se razona en términos deitinerario familiar, de modo que cada linaje tiene, en un momento x,cierta disposición espacial, y cada familia es susceptible de emprenderun movimiento de traslación.

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En la mayor parte de su extensión, si exceptuamos algunos frag-mentos de la selva, la Tierra Indígena está compuesta por vegetaciónbaja, la restinga a lo largo de la playa, y el campo aberto tierra adentro.En este paisaje abierto, los núcleos de habitaciones se diferencian de le-jos gracias a los cocoteros que rodean las casas. Esta asociación pareceser intencionada. Una vez acabada la construcción de las casas de ado-be, lo primero que hace el propietario es delimitar un área cubriéndo-la con césped, y cercándola con cocoteros: de este modo, me explicaronque cuando los niños crecieran tendrían cocos maduros.

Al igual que la palmera Bactris para los Huaorani de Ecuador(Rival 1993: 641-642), el cocotero tiene un papel especial en la botáni-ca pataxó, el de una metáfora vegetal que ilustra el desarrollo familiar.Así, se puede evaluar de lejos, en función de su tamaño y del estado desu ramaje, la época aproximativa de la implantación o del abandono:una vista panorámica del paisaje permite leer la disposición de las fa-milias en dicho territorio.

La misma estructura de las casas invita a esta lectura metafórica:una vez abandonadas, no se extrae material alguno. Se descomponen,pues, bajo la lluvia y el viento, sus paredes de barro, dejan ver progresi-vamente las varas entrelazadas que forman sus esqueletos. Punto o se-ñal de orientación, las casas también son el fundamento de la histori-zación de los lugares de la reserva. Implantadas a lo largo de los ríos,permiten su apropiación simbólica que quedará inscrita en la toponi-mia: río del tío Tônio, arroyo de Estêvâo, río de Rogério. Estos nombresforman el contrapunto de topónimos tales como río del Cementerio, oCementerio de los Maxakali, que remiten a otro tipo de memoria de loslugares, precisamente al tiempo de los predecesores, los Indios salvajes.

Sin embargo cada familia tiene la intención de construir más deuna casa. Con los matrimonios sucesivos, el área se extiende y se ocu-pan nuevos afluentes del río. Al cabo de dos o tres generaciones, unafamilia podría llegar a formar una comunidad entera si no prevalecie-ra dentro de la comunidad Pataxó una tendencia a abandonar paula-tinamente su lugar de asentamiento para operar una transición pro-gresiva hacia un nuevo espacio familiar. Quizás existan motivos lega-les – como la implantación del Parque Nacional en 1961 que implicóel desplazamiento de familias enteras. Pero, a menudo, se trata de unadecisión colectiva.

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Cuando predominaba la agricultura, se construía una cabaña enla zona deforestada que poco a poco se iba convirtiendo en la viviendaprincipal del jefe familiar o de uno de sus hijos mayores. Con el tiem-po se lograba ubicar a cada miembro de la familia en un espacio.

Hoy en día, gracias al desarrollo de la artesanía, los miembros dela familia tienden a instalarse en lugares estratégicos para la fabricacióny la venta de los productos artesanales. Algunos viven en la tierra indí-gena del Monte Pascal mientras que otros se instalan en los alrededo-res de las ciudades turísticas, en particular, en la Tierra Indígena de Co-roa Vermelha, resultado de un asentamiento reciente2.

Pero esta tendencia migratoria interna y externa está determina-da por del deseo, como algunos lo confiesan, de tener más de una casa.Los desplazamientos frecuentes de una casa familiar a otra hacen pen-sar más en circuitos que en lugares de asentamiento ya que las visitasregulares a los miembros de la familia parecen inscritas profundamen-te en el habitus pataxó – tendencia que tal vez sea el resultado de unaexperiencia de diáspora y exilio vivida en los años 50. Sin embargo, esprobable que esta tendencia sea más antigua, y se remonte a los tiem-pos de la evangelización de la segunda mitad del siglo XIX.

Nos hallamos frente una situación paradójica en la que la fuerteapropiación de un lugar mediante la construcción de una casa vaacompañada de una gran movilidad familiar y social. Sin embargo, pa-ra los Pataxó no se trata de una paradoja: la continuidad familiar vajunto a su recorrido en el espacio. Los relatos de vida son itinerariosque van desde el lugar de nacimiento hasta la “última morada”: la se-pultura. Las diferentes etapas de la vida familiar nos permiten concebirlos lugares de asentamiento como redes tanto diacrónicas como sin-crónicas. El proceso histórico de construcción de los linajes o de las ca-sas –itinerario temporal- depende de motivaciones económicas rela-cionadas con la producción y la venta de productos agrícolas o artesa-nales dentro de circuitos familiares.

El sistema descrito puede extenderse al conjunto de la comuni-dad. Es por eso que el anciano Manoel Santana, considerado como lamemoria de todo el grupo, ha desarrollado algunos procedimientosmemotécnicos para recordar y recitar las genealogías en forma de leta-nías comenzando con la más antigua: el primero fue João Vicente, tu-vo un hijo llamado Vicentinho, el hijo de Vicentinho se llamaba Mar-celo, quien tuvo una hija cuyo nombre era Estefânia, que fue mi ma-

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dre”. Este procedimiento puede ser aplicado a otras familias ya que lamemoria de Manoel Santana rara vez falla. Esta capacidad para recor-dar, basada en la musicalidad y las asonancias, se confirma a través dela relación que existe entre las familias y los afluentes del río. Este pro-cedimiento está relacionado con el que utilizaban los oradores de laAntigüedad descritos por Frances Yates en El Arte de la memoria (1975).A partir de este procedimiento, se han constituido los mapas de la re-gión dibujados por los Indios, en los cuales se asocia una familia concada afluente de río: al leer los mapas, nos damos cuenta rápidamentede que la red hidrográfica sirve de soporte para la reconstitución de losasentamientos en la tierra indígena, yendo desde el litoral hacia tierrasadentro. Si leemos el mapa en el sentido opuesto a la corriente del río,vemos que se va dibujando un verdadero árbol genealógico cuyas raí-ces se encuentran en la aldea de origen Barra Velha, prolongando susramas hasta la aldea Monte, recientemente ocupada durante la llamada“reconquista” del Parque Nacional3.

¿No será abusivo, observó Ellison (com. pers.) hablar en un tipoparticular de “lectura del paisaje” por parte de los Pataxó, con base a es-te tipo de relación especifica entre hidrografía y memoria social? En elmarco de una aproximación crítica del término “paisaje”, el tipo de me-táforas “lectura del paisaje” se vuelve problemático; además, hablar de“lectura” conlleva implícita la relación muy “visualista” occidental delmedio ambiente como una hoja sobre la cual las culturas inscriben suhistoria… ¿No será entonces más adecuado decir que para los Pataxólos ríos son la genealogía? ¿No se podría decir que lo que nosotros lla-mamos paisaje hasta cierto grado para ellos es parentesco?

Esta observación no debe tomarse a la ligera. Efectivamente, co-rremos el riesgo de confundir abusivamente “pensamiento” y “lectura”.Sin embargo este último término implica el establecimiento de una redde significantes que nos remiten a los datos reales. Se puede hablar de“lectura del cielo”, así, por ejemplo, se puede decir que la trayectoria deOrión encuentra una correspondencia significativa con el ritmo de lasestaciones. Establecer vínculos entre el orden analógico y los fenóme-nos que un “ingeniero”, para retomar la metáfora de Lévi-Strauss(1962), reduciría a una simple coincidencia de dos órdenes diferentesde hechos, es un rasgo característico del “pensamiento salvaje”. No obs-tante, es posible, sin resolver completamente el problema, sugerir que

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la conversión de un “pensamiento genealógico” en un mapa mental, ysu trascripción en el dibujo de un mapa, traduce para los Pataxó unavisualización de este espacio. Tal y como se puede comprobar en laimagen, la particularidad de esta visión reside en los datos que ellosconsideran pertinentes.

La selva

¿Qué lugar ocupa la selva en el sistema que acabamos de descri-bir? Desde el punto de vista político, la preservación de la selva formaparte de los proyectos de expansión de la Tierra Indígena Pataxó. Conel objetivo de recuperar su territorio tradicional, que incluye lo que co-rresponde actualmente al Parque Nacional del Monte Pascal, los Pata-xó han hecho suyo el discurso ambientalista que considera que el indí-gena y la selva forman un solo ser. Como afirmaba el anciano ManoelSantana, la selva es nuestro abogado: de la conservación de la selva de-pende la credibilidad de las reivindicaciones del grupo. Con su sabidu-ría y su tradición ancestral, este anciano se oponía al método represivo

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Figura 1: mapa diseñada porManoel Santana. Acima, (Este): elMonte Pascal. Abajo: el oceanoAtlántico. F.Kohler

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del Ministerio del Ambiente. Somos y dependemos de la selva, declara-ban los caciques reunidos durante la ocupación del Monte Pascal. Sinembargo, la realidad no refleja verdaderamente estas reivindicaciones.En unos quince años ha desaparecido un, aproximadamente, 80 % dela superficie forestal de la Tierra Indígena, a causa de la tala de árbolesy la quema descontrolada de las tierras, que suelen ser provocadas porincendios voluntarios.

Desde el punto de vista económico, la selva representa la garan-tía de poseer tierras fértiles para las plantaciones de yuca. No obstante,la extensión de la cria de ganado vacuno por parte de los mismos indí-genas, tiende a afectar progresivamente las tierras tradicionalmente enbarbecho: cuando la tierra se agota, se siembran gramíneas para el ga-nado que impiden la recuperación de la superficie forestal.

Desde hace más de un siglo, las actividades de extracción desem-peñan también un papel importante: la extracción de fibras de piasava(Attaleia funifera), la tala y el transporte de esencias nobles para los ase-rraderos de los alrededores durante los años 1930 y 1940. Hoy en día,frente al agotamiento de los recursos de la Tierra Indígena, la produc-ción de artesanías requiere de un aprovisionamiento cotidiano en laselva del Parque Nacional. Los artesanos pataxó poseen sierras, tornosy lijadoras mecánicas que les permiten trabajar una gran cantidad demadera noble y realizar recipientes, tablas para cortar y paneras parafrutas. Se vende los objetos brutos dentro de la misma aldea a compa-ñeros que se encargan de acabarlos y venderlos a los turistas que visi-tan esporádicamente sus comunidades. Pero, los mayoristas y los inter-mediarios (atravessadores) se encargan de comercializar la mayor partede los objetos producidos por los indígenas. Estos agentes externos aca-ban siendo los encargados de distribuir a nivel nacional e inclusive in-ternacional los productos indígenas. El bajo precio de estos productosse debe tanto a la codicia de los intermediarios como a la alta competi-tividad en el mercado. El tráfico afecta a las últimas zonas que quedande la Selva del Atlántico de la región, estén o no protegidas.

Este tipo de artesanía no respeta ningún principio de sostenibi-lidad. Cuando una especie maderera se agota, los artesanos explotanotra hasta llegar a un probable agotamiento del potencial vegetal delParque, dejando de ser una “reserva de la biosfera” y convirtiéndose enun desierto biológico, es decir, en un espacio donde los procesos natu-rales de polinización y dispersión de las semientes se han visto afecta-

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dos por la desaparición de los mamíferos y el quebrantamiento de lascadenas tróficas. Los Pataxó comprenden perfectamente el carácter de-vastador de esta práctica y lamentan la situación. La desaparición delos animales de caza, la pérdida de las fuentes de agua y la escasez demadera que afecta la fabricación tradicional de las viviendas, son obje-to de debate en el interior de las comunidades desde hace tiempo. Setrata de una situación sumamente paradójica, percibida por los Pata-xó, en la que la destrucción de la selva para fomentar una actividadeconómica poco rentable y, sobre todo, poco sostenible, tiene demasia-das consecuencias para el futuro político y la reproducción social delgrupo. El desarrollo de este tipo de prácticas nos lleva a interesarnospor el lugar simbólico que ocupan la selva y la vida silvestre en la cons-trucción del espacio de los Pataxó.

Los Pataxó, católicos, perciben la condición de cristianos comoun desprendimiento del ámbito natural; uno se percata fácilmente deque el indio salvaje se construye de manera antitética a lo que sería la vi-da humana tras la Redención. El indio salvaje come carne cruda, no re-conoce ni padre, ni madre, y le hinca el diente a todo lo que ve. Le falta-rían dos elementos culturales esenciales: cocer los alimentos y los lazosde parentesco que instituyen la sociedad pataxó. Esta posición a-cultu-ral de los indios salvajes (Gow 1993) se subraya por medio de su desti-no post-mortem: la transformación en jaguar desnudo, devorador dehombres, que afecta a los indígenas que no están bautizados (los prede-cesores de los Pataxó en lo que actualmente es la Tierra Indígena).

Los ancianos interrogados por Maria do Rosário de Carvalho, amediados de la década de los 1970, no ignoraban los ritos funerarios desus predecesores:

Para los entierros utilizaban grandes vasijas en donde metían al com-pañero difunto, lo enterraban y hacían una hoguera encima para ma-tar su carne y para que no se transformara en fiera, en jaguar desnudo.Cuando no había urna, cavaban un agujero y lo enterraba, luego hacíanuna hoguera encima. Siempre el fuego para que no se convirtiera en ja-guar desnudo. El jaguar desnudo es el jaguar más fiero que pueda exis-tir… (Carvalho 1977: 99).

Hoy en día, lo que neutraliza los cuerpos es el bautismo. Pero su-cede que si la sangre no ha sido neutralizada de una u otra manera, el

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animal –como el hombre sin bautizar- seguirá siendo un bien inaliena-ble de las entidades silvestres, y el jaguar su expresión animal. Y paradesactivar esa bomba, hay que poner los cuerpos -humanos o anima-les- al fuego, sino la selva llamaría a la sangre de éstos4. Sangre y selvaserían, por así decirlo, consubstanciales: la sangre al ser un elemento,un principio vital que deriva del mundo salvaje, encontraría en la selvauna de sus expresiones seculares.

De esta representación deriva la persistencia del espíritu despuésde la muerte de dos formas diferentes. Por un lado, los allegados del di-funto católico reciben visitas regulares del difunto, su espíritu aconsejay acompaña a los miembros de su familia durante algún tiempo tras sumuerte (el período de persistencia varía según el estatuto social del di-funto). Así, los miembros de la sociedad cristiana siguen manteniendolazos familiares tras su muerte.

Por el otro, los indios salvajes aparecen en el recinto de la aldeaen forma de caboclos, elemento clave del sistema de pajelança: chillo-nes, borrachos, incontrolables, que no obstante están adornados delprestigio que rodea su origen. En efecto, se percibe a los caboclos comoindios salvajes que han pasado bajo el control de Dios, el cual canalizay orienta su poder curativo. Aparecen durante las ceremonias de cura,invocados por el pajé que poseen. El surgimiento del caboclo, en lugardel pajé, se anuncia por una chula, un estribillo que permite identifi-car tanto al caboclo mismo (Martim Pescador, Sultão da Mata, Gentilda Mata…), como el origen de su poder: Gentil, soy un caboclo fuerte,con esa fuerza que Dios me ha dado. Los caboclos también surgen enotra ocasión: la ceremonia de la Awê o Toré, danza ritual en círculodurante la cual a menudo un bailarín o bailarina entra en trance y esposeído por ellos.

Así pues los caboclos son susceptibles de aparecer en el universosocializado de los hombres, en el estricto marco del ritual, gracias a laposesión. Lo cual no quita en absoluto que se perciban, ante todo, co-mo representantes del mundo salvaje, del mundo antiguo (Reesink,1999: 196), que hablan una lengua de tonalidad indígena; su terrenopredilecto es la selva o los ríos. En efecto, estos lugares no antropizadosse consideran como lugares de paso del mundo subterráneo en donderesiden, en última instancia, los caboclos y otras criaturas que se apare-cen en la selva, como el Pai da Mata, anciano que cabalga puercos sal-vajes, o la Caipora, señora de la selva, cuyo reino es subterráneo. Los ja-

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guares desnudos, al igual que las diferentes entidades de la selva, tam-bién son representantes de este mundo antiguo, el mundo anterior a laevangelización, que amenazan a los humanos cuando se aventuran a iral bosque, sobre todo si lo hacen en solitario. Lo cierto es que circulanmuchas historias que asocian la soledad del cazador en la selva a unasituación de desocialización peligrosa – asociación que se encuentra enmuchos otros pueblos indígenas, tales como los Mbya -descritos porHélène Clastres - cuando se enfrentan con el Tupichua o espíritu de lacarne cruda:

El Tupichua es […] el alma, el principio vital de la carne cruda […] Tu-pichua proviene de la carne cruda y de la sangre en general, y es algoque puede encarnarse en la carne y la sangre humanas: entonces pro-voca un mal mortal que puede acarrear la transformación en jaguar desu víctima. Si se quiere evitar tal mal, deben proscribirse dos conduc-tas: no se debe comer nunca carne cruda; […] Hay que abstenerse conigual rigor de cocer y comer carne en la selva. (Clastres 1975: 115).

El bautismo, el fuego, el ajo y la sal son otras tantas formas decontrarrestar el poder salvaje, y uno puede preguntarse si, en la pers-pectiva de la apropiación de la Tierra Indígena y del Monte Pascal porlos Pataxó, la destrucción de la selva por el fuego no remite a ese sim-bolismo de la sangre, principio vital, neutralizado por la cocción. Estesimbolismo es el responsable de que las ONGs fracasen a la hora de im-plantar prácticas sostenibles de agroforestería. El problema es que nin-gún Pataxó considera que el bosque sea “suyo”. Para ellos el bosque esun objeto a conquistar y transformar. Esta representación del mundoestá íntimamente relacionada con la historia local, una historia de vio-lencias sucesivas. La primera de ellas fue la que acarreó la evangeliza-ción, y una de las últimas fue la que comportó el avance de los frentesde colonización durante el siglo XX.

Microhistoria y representaciones

Es posible tratar de reconstituir el origen de esta visión del mun-do salvaje y los episodios que han hecho posible que perdurara en eltiempo. Cuando en 1945 se decidió implantar un Parque Nacional enla región del Monte Pascal, se enviaron ingenieros a la región para me-

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dir el emplazamiento del futuro Parque. Como puede observarse en lostestimonios de la época5 en ese entonces se consideraba que los Pataxóeran campesinos pobres probablemente descendientes de los indios Tupí,y por lo tanto, no se los tuvo en cuenta. Cuando en 1951 los Pataxó, co-mo indígenas, hicieron saber a las altas esferas su preocupación por sufuturo, no tuvieron respuesta. Y cuando más tarde se rebelaron atacan-do a los comerciantes vecinos, la respuesta fue una feroz represión: lapolicía militar del Estado de Bahía atacó la aldea, la quemó, capturó amuchos hombres y mujeres, y sometió a muchos otros a la vindicta delos habitantes de la región.

Los estereotipos que actuaron en la representación de los solda-dos que efectuaron la represión se perciben perfectamente en el tipo dehumillación que se infligió a los indios. Una humillación que todavíahoy conservan bien viva en su recuerdo. En particular recuerdan cuan-do los soldados enjaezaron a algunos hombres y los montaron comoanimales de carga; obligaron a otro a transportar a lomos un cerdo adul-to durante varios kilómetros. La voluntad de degradar a aquellos hom-bres a la categoría de bestias de carga es evidente, y todavía más si se tie-ne en cuenta la terminología ambigua que categoriza a los indios comobravos o mansos. Los indios salvajes deben ser domesticados (“amansa-dos”), término que se aplica igualmente a los animales domésticos. Pa-ra acentuar más esa impresión de desvalorización, quienes escaparon delos soldados para refugiarse en la selva hacen abundantes referencias alalimento crudo, a la ausencia de fuego: por lo tanto a una experienciapropia de los animales de la selva, que, una vez más, asimila a los Pata-xó con los indios salvajes, por la polisemia del término bravo.

Este episodio de la massacre de 51 o del fuego de 51, como lo lla-man comúnmente los actuales Pataxó, revela, por lo tanto, una heridahistórica. Cuando ellos mismos se consideraban, a mediados del siglopasado, como caboclos, indios católicos, civilizados, la represión perpe-trada por los “Blancos” vecinos y militares, supuso una negación volun-taria de esta condición, rebajándolos nuevamente al rango de salvajes(Kohler 2004a).

La creación del Parque Nacional, zona santuario según la ley bra-sileña, finalizada en 1961, confirmó el sentimiento de rechazo y aban-dono que experimentaban las familias que permanecieron en el lugarcontra viento y marea, ya que los guardas del Parque Nacional prosi-

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guieron la acción de la Policía Militar acosando a los Pataxó, prohi-biéndoles los trabajos en sus campos, obligándoles a robar o a mendi-gar para subsistir. Como respuesta a esas humillaciones, los habitantesde Barra Velha, con un coraje innegable, emprendieron una lucha tan-to política como moral con el fin de asegurar su derecho a cultivar unatierra -constituida por la red hidrográfica con sus respectivos hogares-que con razón consideraban como su territorio tradicional. Efectiva-mente, sin ninguna posibilidad de abrir campos, ni de llevar a cabo unaactividad económica regular, la estructura familiar y el ejercicio de lasociabilidad se fueron desvaneciendo.

Si examinamos de manera retrospectiva estos primeros veinteaños de lucha (de 1951 a 1970, el momento de apertura de un puestode la FUNAI -Fundación Nacional del Indio- en el pueblo), se puedeconstatar que el Parque Nacional, con su vocación de preservar la sel-va, se impuso a los Pataxó como un verdadero antagonista. La sociedadnacional consideraba que estos indígenas eran un obstáculo para lapreservación del bosque. Un bosque con el que hasta ese entonces ha-bían cohabitado, de una forma mucho menos devastadora que el restode las comunidades regionales. Esta injusticia histórica condicionó eltipo de relación que los Pataxó mantuvieron desde entonces con la sel-va. Al ser antagonista, su destrucción se convirtió en una forma de re-vancha tras los sufrimientos padecidos, y también se transformó enuna manera de afirmar su fe católica. Cuando los ancianos cortaban yquemaban los árboles para plantar yuca no solamente estaban talandoel bosque al que consideraban su enemigo, sino que al mismo tiempoafirmaban su identidad de trabajadores, y no ladrones, ni vagos, y aúnmenos de bestias de la selva.

A partir de los años 1970 la generación que tomó el relevo de es-ta lucha, no había vivido directamente la masacre del 51. Ahora bien, siconsideramos las discusiones que desde 1991 han acompañado la deli-mitación de la Tierra Indígena, nos damos cuenta que sigue siendo lamisma dialéctica impuesta, la que opone la subsistencia de los Pataxóa la preservación de la selva. Resulta que las depredaciones ejercidaspor los Pataxó -en el peor momento del conflicto, en los años 1980-son probablemente el resultado, y no la causa, de la represión ejercidasobre ellos. El bosque se convirtió en el eje fundamental de la lucha porla posesión del Monte Pascal. Era el único medio que les quedaba a losindígenas para hacerse oír.

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La situación de los años 1980 es bastante confusa: se delimitó laTierra Indígena y los Pataxó se apresuraron en extraer la madera noblede la selva que les habían quitado. No obstante, el IBAMA, a pesar decontar con un decreto oficial, se sentía en pleno derecho de ejercer pre-siones sobre los habitantes de los pueblos recién fundados, como el Bo-ca da Mata, convertido en el centro del tráfico. El cacique de la época,enfrentado a esta situación imprecisa, decidió a finales del año 1989 darun gran golpe para forzar al gobierno brasileño a apresurarse en cuan-to a la homologación: acompañado de algunos hombres, taló y quemóen unos días 50 hectáreas de selva primaria. El resultado no se hizo es-perar: en diciembre de 1991 se firmó el decreto presidencial.

La intervención de las ONGs

Los ambientalistas percibieron la reconquista de la integralidaddel Parque Nacional por los Pataxó en 1999, y la ocupación de los loca-les del IBAMA como una seria amenaza para la conservación del bos-que. El conflicto jurídico y constitucional –la Unidad de Conservaciónfederal versus la anterioridad del derecho indígena– se eternizó a causade la incapacidad de los organismos responsables (Instituto Brasileñodel Medio ambiente y Fundación Nacional del Indio) para encontrarun acuerdo. Las ONGs se impusieron entonces como los intermedia-rios susceptibles de asociar a los Pataxó con la preservación del bosquemientras se encontraban alternativas económicamente sostenibles(Gambá 1997; Moraes y D’Alessandro 2002).

El programa llevado a cabo se concretaba en la valorización delos saberes tradicionales, acompañado de subvenciones agrícolas cuyoobjetivo era mejorar la productividad de los terrenos, aportando abo-no y roturación con tractor. Una parte del programa enfocaba la trans-ferencia a los indígenas de los beneficios del Parque Nacional, en térmi-nos de notoriedad, empleos e ingresos turísticos, a través de la forma-ción de brigadas de bomberos y la contratación de agentes del medioambiente.

Este tipo de iniciativas conllevó una serie de efectos colaterales:la jerarquía tradicional desapareció ante la sobrevalorización del docu-mento escrito, que confería a los individuos escolarizados una nuevaresponsabilidad; el tiempo comunitario se vio alterado por reuniones

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de información y por diferentes cursillos que desorganizaban los siste-mas tradicionales de producción. Además se produjo una reinterpreta-ción clientelista de la acción de las ONGs convertidas desde entonces enproveedores de empleo en la Tierra Indígena. En definitiva, empezó asíuna dinámica de proyectos que no desembocaban en realizacionesconcretas, pues su finalidad era mantener un continuo flujo de peticio-nes de ayudas y subvenciones.

La necesidad de alimentar a su familia permite explicar los ma-lentendidos. Un buen día llegó un agente del medio ambiente, precisa-mente empleado porque era un destacado cazador, tomó la decisión decortar un árbol protegido para fabricar una canoa. El agente explicóque la fabricación de esa canoa estaba destinada a su propio uso y pro-vecho, para preservar a su familia. Pero la explicación carecía de credi-bilidad, ya que en la Tierra Indígena ya no existían vías interiores denavegación. En esta justificación lo que llama la atención es el argu-mento tomado al vocabulario jurídico (el usufructo) que muestra unaapropiación de la dialéctica del desarrollo semejante a la enseñada a laspoblaciones tradicionales. El agente en cuestión insistía sobre el carác-ter tradicional de su acto, el uso interno que se haría de la canoa, y so-bre el último objetivo de su acción: preservar a su familia. ¿Por qué es-te argumento? Porque el desarrollo sostenible –desenvolvimento susten-tável en portugués– es objeto de una permanente reinterpretación porparte de aquellos a quienes se les incita a ponerlo en práctica: en estecaso, el verbo sustentar se aplica tanto al desarrollo en cuestión comoal cuidado de su familia (sustentar sua família), que permite reconcep-tualizar sus acciones en función de este motivo prioritario.

Conclusión

Ahora que la situación se ha esclarecido y que el IBAMA ha ce-sado de exigir la expulsión de los Pataxó, se puede observar tanto lapersistencia de una antigua representación arraigada en los ancianos,como una nueva percepción basada en la cuestión del medio ambien-te. Una cuestión que se ha convertido en una pieza, entre otras tantas,del rompecabezas étnico y político pataxó. Existe una contradicciónentre la cosmogonía de los ancianos, sobrevivientes de la matanza de1951, y los actuales discursos sobre la preservación del bosque, produ-

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cidos por generaciones jóvenes, escolarizadas, a las que pertenencenlos fabricantes de objetos artesanales. La preservación del bosque esuna garantía para obtener apoyo, tanto de asociaciones como del Go-bierno. Convenientemente dosificadas, las amenazas de destruccióncombinadas con medidas de protección (brigada de bomberos, con-troles) permiten absorber los subsidios en forma de proyectos de de-sarrollo (mecanización de la agricultura, piscicultura, ecoturismo)(Timmers, 2004).

La educación escolar ha contribuido a objetivar la cuestión terri-torial modificando las categorías de pensamiento. Paradójicamente, és-ta, a diferencia de la antigua representación del mundo, puede ser unamejor vía para preservar la Mata Atlántica. De esta manera, el mundosalvaje como rechazo daría paso a una representación estereotipada deun mundo natural rico en biodiversidad, cuya conservación condicio-naría la perpetuación de la humanidad. Sin embargo, esta representa-ción implica una forma de “deslocalización” del saber, ya que las cate-gorías espaciales, que estructuran el pensamiento de los ancianos, ha-brían de dar paso a nuevas categorías, conducidas por la institución es-colar y por las ONGs. El porvenir individual ya no pasaría obligatoria-mente por el contacto con la tierra, y así el bosque se convertiría en unsimple objeto, degradado, dejando de ser un elemento estructurantepara convertirse en un elemento meramente político y económico. Es-ta interpretación concuerda con las ideas de Appadurai que cito al ini-cio de este capítulo.

Actualmente, la realidad que he encontrado en el campo parececonfirmar la preeminencia de las preocupaciones económicas en la ges-tión del bosque del Parque Nacional. Desgraciadamente, el pragmatis-mo a corto plazo parece vencer: los jóvenes artesanos destruyen progre-sivamente la cobertura forestal para producir objetos de madera paravender a los turistas, mientras los ancianos contemplan en silencio elempeño de sus hijos por mejorar las condiciones de vida de las nuevasgeneraciones.

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Notas

1 “Pourquoi parler de nature domestique, puisqu’on aura maintenant deviné qu’àtravers ces termes c’est ce que les Achuar conçoivent comme la culture que nousdésignons? Au risque d’une possible équivoque, nous avons employé cette expres-sion comme un artifice rhétorique afin de bien souligner que la part de matériali-té qui n’a pas été directement engendrée par l’homme et que nous appelons ordi-nairement nature peut être représentée dans certaines sociétés comme un élémentconstitutif de la culture” (Descola 1986: 401).

2 La instalación de los primeros Pataxó en Coroa Vermelha responde a la voluntadde las autoridades de Porto Seguro de hacer de la región un polo turístico a partirde la construcción de la carretera nacional BR 101 en 1973.

3 “Reconquista” (en portugués: retomada) es un término con mucho significado re-lacionado con la “espoliación” de la que fueron víctimas los indígenas ante el Ins-tituto Brasileño del Medio Ambiente (IBAMA), quien clasificó su territorio tradi-cional como zona ecológica santuarizada.

4 A este respecto resulta muy reveladora la historia que me contó Laurinda, de Cu-muruxatiba: Un hombre fue a cazar a la selva. Había preparado su jurau [su lecho deestacas suspendidas]. Mató varios animales, empezó a asarlos. Se cocían y hete aquíque llega la Caipora (Dueña de la Selva): “¡Oooh João! ¡Oooh João!”. João era el nom-bre de su oso hormiguero, que estaba cociendo. Se acercaba, lo miraba, veía todosaquellos animales muertos, se sentó arriba (en el jurau): “Voy a dormir”; “Me acercoa la hoguera”. Y así toda la noche. No lo dejó dormir, quería sus animales. Pero todosestaban muertos, asándose. “¡Tengo hambre!- ¡Come!- ¡Quiero dormir!” Y subía denuevo y volvía a bajar. Era la Caipora… Hasta que los animales no están completa-mente cocidos, siguen siendo de la Caipora, la cual ejerce su poder sobre la sangreque contienen; la llaman hasta que el fuego no se ha consumido.

5 Como el del aviador Gago Coutinho, que efectuó un aterrizaje forzoso en la regiónen 1939 (Carvalho 1977: 84).

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ECOLOGISMO, PATRIMONIALIZACIÓN Y

PRÁCTICAS DE DOMESTICACIÓN DE

LO SAGRADO EN EL CANDOMBLÉ DE BAHIA

Roger SansiGoldsmiths College, University of London

Introducción: El Candomblé como culto de la naturaleza

A fusão entre culto e natureza é a essência do Candomblé. “La fu-sión entre culto y naturaleza es la esencia del Candomblé”. Es bastan-te común escuchar este tipo de afirmaciones en los periódicos en Ba-hia. Ésta en particular está tomada de un artículo sobre una casa deCandomblé con una gran área forestal cerca del aeropuerto de Salva-dor, que ha preservado un árbol africano cuyos frutos son esencialespara el culto1.

El movimiento ecologista en Bahia revindica de forma activa sualianza con el Candomblé: “su visión ancestral de la naturaleza da ori-ginalidad y otra consistencia al discurso de los ecologistas en Bahia”.(www.jardimdasfolhasagradas.com). En ese sentido, el discurso ecoló-gico en Bahia se encuentra con “un ambiente histórico- antropológico”singular, unas prácticas sociales seculares, en términos de Juca Ferrei-ra, senador del Partido Verde y secretario de Gilberto Gil en el Minis-terio de Cultura. Estas prácticas sociales seculares, para Ferreira, estánesencialmente en contradicción con la expansión urbana mercantilistay socialmente irresponsable que ha marcado el crecimiento urbano dela ciudad en los últimos años (ver www.jardimdasfolhasagradas.com).

Esta idea de una sintonía entre Candomblé y Naturaleza estátambién ampliamente difundida en círculos académicos. No es raroleer que los Orixás (dioses) del Candomblé están asociados a los ele-mentos naturales (Voeks 1990:118). Incluso si muchos investigadores

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no ven el Candomblé simplemente como un culto de los elementos na-turales, hay una visión común de que las prácticas rituales del Can-domblé están asociadas a la Naturaleza, y que en retorno, el Candom-blé ayuda a preservarla. El proyecto Ossain, que involucra a antropólo-gos, biólogos y seguidores del Candomblé, defiende que los padronesde “estructurar el espacio” del Candomblé se basan en un modelo deasentamiento comunitario donde los elementos naturales se conside-ran sagrados, una parte inseparable del conjunto construido. Este mo-delo está en oposición radical a la sociedad industrial moderna, quedestruye los espacios verdes en beneficio del provecho privado (Serra etal. 2002).

El objetivo del proyecto Ossain es construir un jardín “etno-bo-tánico” que preserve las plantas del Candomblé. Estas plantas, en elcontexto de desarrollo descontrolado de la ciudad, se encuentran bajoamenaza de “erosión cultural” y genética (Serra et al. 2002: 24). A largoplazo, el objetivo del proyecto Ossain es hacer público el valor del co-nocimiento etno-botánico del Candomblé, y protegerlo.

La idea es que las casas de Candomblé, los llamados “terreiros”(“terrenos”) por los antropólogos y las instituciones, tienen un patrimo-nio natural que proteger: son comunidades etno-botánicas. En los últi-mos veinte años, la noción de que las casas de Candomblé son un patri-monio cultural nacional se ha impuesto progresivamente en las institu-ciones locales y federales en Brasil. Declararlas patrimonio natural pare-ce complementar su situación como patrimonio cultural. Este patrimo-nio natural-cultural aparece en riesgo de “erosión cultural”, puesto quelos asentamientos comunitarios del Candomblé están en abierta contra-dicción con el mercado y el individualismo moderno. En esta situación,el deber de las instituciones públicas es proteger este patrimonio.

Este argumento se basa en al menos dos premisas que son clara-mente cuestionables. La primera, es que el uso de las plantas en el Can-domblé sea diverso del uso de las plantas en la sociedad brasileña en ge-neral. El segundo, más general, es que la “cultura” y la “naturaleza” delas casas de Candomblé sean realmente diversas de la “cultura” y la “na-turaleza” fuera de estas casas. En último término, replantearnos estascuestiones puede llevarnos a cuestionar si realmente el Candomblé es-ta basado en un modelo de patrimonialismo comunitarista opuesto alindividualismo mercantilista moderno. Quizá lo que nos tenemos que

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plantear, en último término, es si la relación del Candomblé con lo quelos ecologistas llaman Naturaleza no es mucho más compleja de lo queestos suponen. En este capítulo voy a intentar mostrar precisamenteesa complejidad.

El terreiro y la casa

La noción del terreiro es central para esta definición del Can-domblé como patrimonio cultural/natural. Desde muy temprano, latradición académica afrobrasilianista (Rodrigues 1906, Ramos 1951)determinó que la práctica del Candomblé requería estos espacios espe-cíficos, llamados terreiros, terrenos o fincas. Roger Bastide (1960) defi-nió al terreiro como una África microcósmica, cuya vida está totalmen-te separada del mundo exterior. Este argumento es central para su teo-ría del principe de coupure, “principio de corte”, por el cual los practi-cantes del Candomblé podrían vivir en dos universos simbólicos – elAfricano y el Brasileño, al mismo tiempo pero sin mezclarlos.

Dentro de los terreiros, la complementariedad Naturaleza-Cul-tura se constituye por la división entre dos espacios, según Elbein dosSantos (1977): el espacio urbano (espaço urbano) y el espacio forestal(espaço mato). Esta distinción es puramente teórica; estos términos nose usan comúnmente en el Candomblé. Para Elbein, el espaço urbanoserian las construcciones con los altares a los dioses, los espacios de losrituales públicos y las residencias iniciáticas, mientras que el espaçomato sería un espacio abierto incultivado donde se cogen las plantaspara uso ritual. Según Elbein y otros, los practicantes del Candombléintentan tener provisión de todas plantas que necesitan, y sólo van almercado a comprarlas en último recurso (Serra 2002: 39). Para Serraesta separación en el terreiro sería un reflejo de la oposición ciudad/sel-va en África:

en el horizonte simbólico de la oposición área forestal área edificada,sea en los limites del terreiro o en el conjunto geográfico mas extenso,los Orixás “colectivamente” se sitúan en el campo de la naturaleza, enlos confines con la cultura (sociedad humana) (Serra et al.2002: 98)

Vamos a dejar por un momento en suspenso esta última afirma-ción: por ahora lo que nos interesa es entender hasta que punto estas

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separaciones terreiro/ciudad, y a partir de aquí espacio edificado/espa-cio forestal, son realmente tan marcadas.

En el Candomblé de Cachoeira donde hice mi trabajo de campo,estas distinciones no eran tan netas. Cuando Magdalena habla de suCandomblé, normalmente habla de su casa. Y de hecho, en su casa; co-mo muchos Candomblés, Magdalena empezó con un pequeño altar asu Caboclo en una habitación. Para las fiestas, su vecina le prestaba unsalón más grande, y la fiesta inevitablemente salía a la calle: se volvíauna fiesta del vecindario. A medida que la fama del Caboclo fue cre-ciendo, Magdalena empezó a iniciar a gente. Para ese fin, necesitaba unespacio más grande, con una habitación para las iniciaciones (runkó).Compró la casa al lado de la suya y la transformó en una casa de Can-domblé. El salón de ingreso es el espacio público, donde se celebran losbailes de posesión; detrás están el runkó y los cuartos de los santos,donde los altares de los santos son objeto de culto; y la cocina está alfondo. Desde la cocina se accede al patio (quintal), espacio común en-tre la casa de Candomblé y la casa de Magdalena. En el quintal hay va-rios altares, esencialmente el altar del Caboclo- una casa de adobe al“estilo indio”. En el quintal hay también gallinas y otros animales, paraser usados en las comidas. Pero en ese sentido, el quintal de Magdalenano es diferente del de cualquier otra casa común. Para obtener las plan-tas y frutos usados en los rituales, Magdalena va al bosque o los com-pra en el mercado.

Esencialmente, el núcleo de personas que configuran el Can-domblé de Magdalena, su familia de santo, son su propia familia- sushermanas, sus hijas, y sus vecinas. Magdalena vive con sus hijas y sushermanas en su casa; los hombres están presentes, pero solo en un se-gundo plano- los hombres circulan, el núcleo duro de la familia son lasmujeres.

El Candomblé de Magdalena es esencialmente un Candomblédoméstico y de vecindario, un Candomblé urbano. Este modelo no esexcepcional, por el contrario, podríamos decir que la mayoría de Can-domblés se desarrollaron a partir de casas, usando cuartos y patios, aveces incluso usando las calles, en lo que un historiador local ha llama-do Candomblé de rua (Candomblé de calle)2.

Claro que estas calles no son las calles principales de la ciudad,sino las callejuelas de los barrios pobres. Tradicionalmente, estos ba-

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rrios pobres nunca estuvieron muy lejos de los ricos. En su análisis dela ciudad de Salvador en los anos 30, Pierson (1942) describió un mo-delo de distribución geográfica particular: en las zonas altas estaba laciudad colonial, con su arquitectura de grandes casas señoriales (sobra-dos) donde vivían las clases altas; en los valles al pie de estas zonas ele-vadas, a corta distancia de las casas de sus señores estaban los pobres,siervos de la clase señorial. Los sirvientes vivían en cabañas de adobe yusaban los recursos de la selva tropical en el valle para complementarsus humildes ingresos. Las casas eran de autoconstrucción, y a medidaque la familia crecía, nuevos cuartos, plantas, incluso casas se añadían,en lo que podía transformarse en una estructura bastante compleja.

En la actualidad, la mayor parte de la ciudad de Salvador estáedificada siguiendo un modelo desordenado de ocupación de tierraspor inmigrantes pobres. Originalmente llamados invasiones (invasões),la terminología políticamente correcta hoy en día es “barrios popula-res”. Las casas de autoconstrucción ya no son de adobe sino de ladrilloy cemento, pero el modelo de habitación sigue siendo el mismo.

La estructura improvisada y compuesta de las casas es un reflejode la transitoriedad de los lazos familiares de sus habitantes. La casa,como ha argumentado Marcelin (1999), es el foco ideológico en cons-trucción de la familia en Bahia3. La casa es lo único estable en un am-biente social marcado por la precariedad del trabajo y las relacionespersonales; es el espacio común de los miembros de la familia; en lasclases populares, construir una casa significa construir un valor estableque puede asegurar la continuidad de la familia. De la misma formaque la familia crece progresivamente, así la casa se construye poco a po-co, adaptándose a las necesidades del momento. Esta casa normalmen-te es esencialmente un espacio femenino, y así el núcleo de la familianormalmente esta compuesto por madres e hijas – con hombres quevienen y van de casa en casa.

La casa de Candomblé, y la familia del Candomblé, no difierenesencialmente de este modelo; sólo se trata de una versión mejorada,magnificada, con más cuartos, más dependencias, un patio mayor. Lafamilia del Candomblé se construye también a partir de la relación en-tre madres e hijas en la iniciación.

No voy a discutir si ese modelo de casa y de familia es africano ono; lo único que quiero señalar aquí es que no es fundamentalmente

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diferente dentro y fuera del Candomblé. La separación entre un mun-do africano dentro y un mundo brasileño fuera es una construcción ar-tificiosa: la gente vive de la misma forma dentro y fuera.

La reificación del terreiro como un espacio diferente, como unapequeña África, es fruto en gran medida de la objetivación de los an-tropólogos afrobrasilianistas, que encontraron en el terreiro un espacioautosuficiente donde llevar a cabo trabajo de campo cómodamente sinpreocuparse del exterior. Esta separación se justifica en la tradiciónafrobrasilianista a partir de dos puntos: la ideología del secreto, por unaparte, y por otra parte la represión que en el pasado obligó a esconder-se y a separarse a los africanos tradicionalistas. Es evidente que el Can-domblé no fue en el pasado una religión pública como el Catolicismo;era visto como hechicería y era perseguida por las autoridades. Pero esono quiere decir que fuese desconocido, al contrario; es una religión desecretos, pero no una religión secreta. El Candomblé nunca fue un fe-nómeno rural, sino más bien urbano. Gente de todas las clases socialesy todos los orígenes asistía a los rituales de Candomblé ya en el sigloXIX (Reis 2001). Los Candomblés raramente fueron comunidades ais-ladas de refugiados, o cimarrones. Los Candomblés prestaban serviciosesenciales a la ciudad: vendían hechizos de amor, riqueza y muerte a lasvolubles elites. Más de un escritor, a fin de siglo pasado, cuestionó lamoralidad de este comercio, preguntándose si al fin y al cabo, los escla-vos no se habían vuelto los amos a través de la hechicería (Marques1897). Es de hecho a través de los “trabalhos”, de los hechizos, que mu-chos sacerdotes del Candomblé aun hoy se ganan la vida, incluyendo aMagdalena. De hecho, quizá el Candomblé no está necesariamente tanen contradicción con el individualismo mercantilista como algunos an-tropólogos y ecologistas creen…

Plantas y formas de conocimiento

Uno de los mayores argumentos de la ecuación Candomblé=Na-turaleza es la importancia de plantas (folhas) en el Candomblé. El pro-yecto Ossain ha definido el conocimiento de las plantas en el Candom-blé en términos de una “etnociencia”, y una “etnobotánica”. Varios tra-bajos han sido ya llevados a cabo sobre la farmacopea de las plantas encorrespondencia con sus usos en el Candomblé (Pessoa de Barros 1993,Verger 1995 Serra 2002).

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La foresta, el mato, en el Candomblé Nagô (el modelo ritual quese considera más ortodoxo4) pertenece a Ossain, el Orixá de las plan-tas. El Babalossain (sacerdote de las plantas) cuando va a recoger plan-tas, tiene que hacer una oferta a Ossain, en la forma de dinero y taba-co según algunos (Binnon Cossard, 1972: 20) miel y aguardiente, segúnotros (Pessoa de Barros 1993:40). Mientras camina por el bosque, elBabalossain canta las canciones de Ossain, para que les plantas se de-jen encontrar.

Las plantas se usan de muchas formas en el Candomblé: en in-fusiones, en baños de limpieza (sacudimentos, banhos de descarrego); enrituales de iniciación que incluyen el amassí, agua con plantas macera-das. Para usarse en rituales, las plantas tienen que ser “despertadas”, sufuerza vital tiene que ser invocada con un encantamiento (Ofo). (Pes-soa de Barros 1993:53, Verger 1995:35).

Es curioso señalar como raramente ecólogos y etnólogos han ex-tendido esta investigación etnobotánica a la etnozoología. Obviamen-te una de las razones principales puede ser que mantener animales encautiverio para sacrificarlos difícilmente se puede ver como una prue-ba de “respeto a la naturaleza”. Sin embargo, el sacrificio es el centro dela práctica ritual del Candomblé, pues es a través del sacrificio que loscanales de comunicación entre dioses y hombres son abiertos. Y lasplantas hacen parte del sacrificio- por ejemplo, cuando son ofrecidas alos animales para comer antes de la matanza.

Es difícil pues circunscribir el uso de plantas a prácticas de cura,o a una etno-farmacopea. Las plantas no se usan solo en relación al cui-dado del cuerpo, sino como ofrendas que abren la comunicación conlos Orixás.

Pero yendo un poco más allá, podríamos decir que el valor co-municativo de las plantas no es fácilmente reducible a fórmulas, rece-tas, o modelos rituales: cada problema tiene una solución específica.Ese punto fue específicamente señalado por Serra y sus colaboradores:

Nuestros consultores insistieron siempre en que no se puede reducirsu ciencia (etnomédica) a las listas de remedios o conjuntos de rece-tas. Como advirtieron, “incluso teniendo las plantas si se conoce malal cliente” (…) no se puede aplicar simplemente el recurso a las plan-tas de modo mecánico, inmediato: se tiene que estar atento a un ele-mento importante, a saber, la variación de las circunstancias que al-

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teran el patrón de normalidad/salud del individuo. Los diagnósticosimplican la evaluación del momento del sujeto, de su pasado y de supresente, y de los factores de desarreglo a que éste esta sometido. (Se-rra et al. 2002: 44)

En otros términos: las plantas no son remedios genéricos que cu-ran enfermedades genéricas en cuerpos genéricos. Se trata de relacio-nar las circunstancias particulares del sujeto a sus condiciones materia-les: el mal es visto como la consecuencia de acciones personales dirigi-das específicamente contra el sujeto, no sólo resultado de enfermeda-des, sino también de hechizos. Claro que entonces no hablamos deciencia, sino de magia; no se trata de entender sólo las leyes de la natu-raleza, sino de cómo la naturaleza es manipulada con intenciones espe-cíficas. El Candomblé no se ocupa de enfermedades naturales, sino deacontecimientos mágicos, más allá de la normalidad científica, con fac-tores extraordinarios entrando en juego5. Las plantas son una parte in-tegral de este juego de relaciones con lo extraordinario, en el cual algu-nas cosas simplemente no pueden ser explicadas.

Consideremos por ejemplo esta pequeña y relativamente insigni-ficante historia. Magdalena plantó un akoko en frente de su casa. El ako-ko es la planta de Xangô, me dijo: trae fortuna, llama dinero. Xangô esun dios generoso. Una vecina, de una casa de Candomblé rival, cuandovio a Magdalena plantar el akoko, desdeñosamente dijo que nunca cre-cería allí. Esta actitud puede interpretarse fácilmente como una ojeriza.Pero la planta creció; lo cual es una prueba del poder de la casa de Mag-dalena, por encima de la envidia y los hechizos de sus enemigos.

Esta historia no nos dice mucho respecto a las calidades etno-bo-tánicas del akoko. Primero, por supuesto, es difícil explicar en términos(etno) científicos como una planta puede “llamar dinero”. Lo que esmas importante aquí es entender que significa esta planta dentro unsistema específico de relaciones mágicas, donde se transforma en un ín-dice de poder. El valor de las plantas no depende solo de su posición es-table en un sistema de clasificación claramente determinado y determi-nante. Depende también del significado particular que ciertas plantastienen para ciertas personas. Estos significados particulares son índicesde las situaciones específicas en que estos elementos se relacionan. Así,este akoko no es solo símbolo de Xangô, sino también de la pujanza de

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Magdalena respecto a sus enemigos. Esta observación es extensible atoda la cultura material de Candomblé – y a cualquier cultura material,de hecho, como ha observado Thomas (1991).

La cuestión de la indexicalidad es central para comprender lastransformaciones en las taxonomías e inventarios de plantas, para en-tender como se añaden, resignifican, y remplazan elementos de la cla-sificación en el curso de la historia. Uno de los problemas centralesque emergen con el discurso “etnobotánico” es hacer corresponderlas clasificaciones nativas en diferentes locales con las “universales”científicas. Diferentes estudios basados en diferentes lugares (Rio,Salvador, África) no muestran acuerdo en la clasificación de las plan-tas. Del estudio de Verger en Africa al de Barros en Salvador hay unadivergencia del 80% de las plantas (Serra 2002:32). Plantas diferentestienen los mismos nombres en lugares diferentes6. Los investigadoresconcluyen diciendo que “la cultura nagô en la diáspora africana es unsistema abierto…” (Serra 2002: 44). Pero no es sólo eso: es el resulta-do de una historia en la que no sólo las plantas, sino también su va-lor, han cambiado.

El conocimiento de las plantas no es exclusivo del Candomblé.La circulación de conocimientos y significados puede remontarse dehecho a los primeros momentos de la colonia7. El sistema colonial ge-neró ciertas formas de conocimiento que no se pueden identificar fá-cilmente con África, Europa o las Américas: formas de conocimientosobre el mal de ojo (mau olhado, feitiço), la influencia de los espíritusde los muertos (encosto), la necesidad de luchar contra estas influencias“cerrando el cuerpo” (fechando o corpo) con rezos, limpiezas, remediosy objetos sagrados. Las plantas forman parte de este complejo de cono-cimientos mágicos, dentro y fuera del Candomblé.

No sólo es necesario entender los usos de las plantas en un con-texto ideológico y práctico más englobante; también es necesario en-tender la apropiación de ciertas plantas en historias más generales decomercio, intercambio cultural, y transformación social, que se sobre-ponen de mucho a los discursos conservacionistas de una supuesta et-no-farmacopea tradicional y comunitaria opuesta a la moderna econo-mía de mercado. Pensemos por ejemplo en el caso del tabaco, que esofrecido no sólo a Ossain, sino en muchas otras ofrendas, especialmen-te a los Caboclos, los espíritus indios. El tabaco por supuesto es una

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planta americana. Fue extensamente usada en el comercio entre Brasily África, volviéndose uno de los principales, sino el principal, objeto decomercio entre Bahia y el imperio de Dahomey (Verger, 1968). El taba-co se transformó en planta de uso ritual para los babalawós (padres delsecreto) africanos- como podemos ver en las recetas recogidas por Ver-ger (1995). Con la llegada de los Orixás a las Américas, el tabaco fuetambién usado en el Candomblé.

El tabaco no está reemplazando a ninguna planta africana; es unnuevo elemento añadido a la práctica ritual. No crece en el bosque, si-no que se compra en el mercado: no sólo es una innovación sino unamercancía, de hecho la mercancía por excelencia en la Costa de los Es-clavos. Llegados a este punto, podríamos empezar a preguntarnos: ¿esel uso de plantas en el Candomblé un acto de resistencia al “Mundomoderno” y al “mercado” como insisten ecologistas y académicos?Magdalena usa sus plantas para “atraer dinero”. Mercancías como el ta-baco y el ron son usadas como ofrendas a los Orixás. Si el dinero y lasmercancías, los objetos que vienen del “mercado”, son usados de formacomún en el Candomblé, ¿podemos todavía decir que el Candomblé esuna especie de autarquía comunitarista y espiritual, separada del mun-do de afuera, un reino de la naturaleza (o de una cultura arcaica, salva-je) en oposición a la civilización (o barbarie) de la ciudad?

No se trata de que el Candomblé este a favor o en contra del mer-cado. Se trata de entender si el Candomblé está a favor o en contra dela historia: si acepta o no elementos externos y los incorpora a su prác-tica ritual, independientemente de su proveniencia – vengan del bos-que o vengan del mercado. Quizá se trata menos de distinguir entreplantas “recolectadas” y plantas “compradas”, que de entender cómo seincorporan a las prácticas rituales, independientemente de su origen.

El uso de plantas dentro y fuera del Candomblé nos permite irmás allá del discurso del patrimonio natural. Nos informa de los cam-bios históricos y las transformaciones en un contexto extremamenteviolento y desigual. Es sin ninguna duda extremamente positivo desen-volver proyectos para preservar el conocimiento de las plantas de las ca-sas de Candomblé. Pero sería igualmente importante reconocer que eseconocimiento, y ese modo de vida, no es exclusivo del Candomblé.

El ideal de una separación total entre el mundo de dentro delCandomblé (lo sagrado) y el mundo de fuera (lo profano) no puede

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hacernos olvidar que este espacio sagrado es constantemente reconsti-tuido y reconfigurado en su relación histórica con los elementos exter-nos. En ese sentido quizá es necesario reflexionar más extensamentesobre como se constituye ese espacio sagrado, y que es lo que le dife-rencia del mundo exterior. Nuestro argumento en este capítulo es queel Candomblé incorpora elementos externos y los redefine como inter-nos, a través de un complejo proceso que podríamos caracterizar qui-zá en términos de domesticación. En el siguiente punto, vamos a inten-tar explicar este proceso a través de la relación entre Magdalena y su es-píritu Caboclo.

La domesticación de los espíritus

El Candomblé no es sólo una tradición estática que preserva in-tactos las prácticas, discursos, objetos y elementos del pasado (inclu-yendo las plantas), sino el resultado de un proceso histórico en el quenuevos elementos son incorporados de forma dinámica. Uno de estoselementos, por ejemplo, es la figura del Caboclo- el Indio salvaje que sevuelve espíritu protector. El proceso de iniciación en el espíritu se pue-de entender como un proceso de domesticación- un proceso de “traera casa” el espíritu, en el que no solo el cuerpo del iniciado se ajusta a laviolencia de la posesión, si no que también el espíritu se vuelve máspróximo, más humano. Vamos a describir este proceso a través de la re-lación de Magdalena con su Caboclo.

Cuando Magdalena tenía siete años, fue con su madre a lavar ro-pa a una cascada en el bosque no lejos de su casa. Allí las sorprendióuna cobra, y su madre la mató. En ese momento cayó en trance por laprimera vez. No lo sabía entonces, pero por primera vez había incor-porado al Caboclo Oxossi. Sin saber porqué, cogió el nido de la ser-piente y se llevó sus huevos a casa, escondiéndolos debajo de su cama.Cuando su madre lo vio, se asustó mucho, y decidió llevarla a una ca-sa de Candomblé para iniciarse. El pai de santo, según ella, practicabael Candomblé Angola.

Según Gisèle Binnon-Cossard, antiguamente una de las partesesenciales de la iniciación en el Candomblé Angola era la inkita. En eseritual los iniciados caen en el estado de ere, una versión infantil, salvajey descontrolada del Orixá; y son abandonados en el bosque, donde vi-

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ven solos por ocho días, siendo obligados a sobrevivir por ellos mismos,cazando, pescando y a veces robando. Después de este periodo, vuelvena la casa en estado de total salvajismo, trayendo consigo los emblemas oferramentas (herramientas) de sus Orixás: un pedazo de hierro (Ogun),una serpiente (Oxumare o Oxossi), un pescado (Iemanjá)8.

Parecido al inkita, en algunas casas de Cachoeira encontramos elgrau, o gra, según Nicolau, “una fuerza elemental de la naturaleza, algu-nas veces llamado “la bestia” (o bicho), a veces identificado con una for-ma agresiva del erê, o incluso con Exú” (Nicolau 2005: 19).

Magdalena nunca ha oído hablar de la inkita; conoce el grau, pe-ro no muy bien. Recuerda, sin embargo, la maionga: de noche los ini-ciados abandonarían su reclusión en el runko, para bañarse (maionga)en una poza en el “mato”de Caperuçú, en las afueras de Cachoeira (aunos dos quilómetros del núcleo urbano). Allí, caían en trance y aga-rraban la primera cosa que encontraban- piedras, animales, plantas, yse la llevaban con ellos de vuelta al runko.

En cualquier caso, los cambios de terminología, y las especificasgenealogías africanas, son menos interesantes que el hecho que algunoselementos aparecen de forma recurrente en las narrativas sobre la ini-ciación: la idea de una posesión brutal y violenta vinculada al mundosalvaje de bosques y aguas; el descubrimiento del elemento de identi-dad, el fetiche, en medio de ese mundo salvaje. Todos estos elementos,de hecho, aparecen en la iniciación innata de Magdalena: el agua, elbosque, la cobra, el trance; la niña que recoge los huevos de la cobra yse los lleva a casa como marca –fetiche del acontecimiento excepcionaldel encuentro con la cobra, que marcará su vida a partir de entonces, apesar de ella misma.

Porque esa serpiente no era otro, dice Magdalena, que su Cabo-clo Oxossi, aunque ella no lo sabía entonces. Después de su iniciaciónMagdalena se alejó del Candomblé; en parte esto era resultado de sumala relación con su pai de santo, que la trató como una esclava. Perodespués de algunos años, empezó a tener crisis de posesión inespera-das, en medio de situaciones embarazosas- en el mercado o bailando enuna fiesta. En sueños, el Caboclo se le apareció, y le pidió atender a susobligaciones (obrigações) es decir, rendirle culto.

Las primeras veces que Magdalena lo incorporó, el Caboclo eraun espíritu muy salvaje (“muito bravo”. Lo opuesto a un indio bravo se-

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ria un indio manso; esta terminología, por supuesto, viene de los tiem-pos de la colonización). No bailaba, “hablaba en Griego” (es decir: enuna lengua incomprensible); solo hacía trabalhos, hechizos. Despuésempezó a ir a otras casas, donde encontró a otros Caboclos, que le en-señaron a hablar y a bailar. El Caboclo ha ido acostumbrándose al cuer-po de Magdalena, y Magdalena a la presencia del Caboclo. El Caboclose ha vuelto más “manso”, más humano, al mismo tiempo que la per-sonalidad y el poder de Magdalena han ido creciendo. Ahora Magdale-na es una mãe de santo respetada, y su Caboclo es muy conocido.

En el Candomblé se dice que en los grados más altos de inicia-ción, la mãe de santo se confunde prácticamente con el orixá; el poderdel orixá esta tan presente en el cuerpo de su acolita, que uno y otro ca-si se confunden. La relación de Magdalena con su Caboclo ha ido cam-biando con el tiempo; de la radical y violenta alteridad inicial, progre-sivamente se han ido acercando el uno al otro – hacia la identidad. Es-te tránsito de la alteridad a la identidad se articula como hemos vistoen un discurso de la domesticación- del espíritu salvaje del momentoinicial a la entidad civilizada y poderosa en último término.

Un aspecto importante de la relación entre Magdalena y el Cabo-clo es el erê. El erê es un espíritu infantil, un espíritu menor ligado al es-píritu principal. Así, Flor Branca es, dice Magdalena, el hijo del CabocloOxossi. Durante la iniciación, el erê aparece cuando el espíritu principalse va: siendo un espíritu menos fuerte, o más próximo a los humanos,el erê puede hacer cosas que el Orixá inicialmente no puede hacer, co-mo comer y comunicarse. El erê es un espíritu juguetón, a veces pocofiable, y a veces también, un poco salvaje. Como hemos mencionado, enla inkita el erê está muy relacionado con el mundo del “mato”.

Pero en la iniciación, el erê no sólo sale del runko para ir a escon-derse en el bosque en la inkita o la maionga. El erê también sale para iral mercado, en la quitanda9, la “venta”, en la que vestida de iniciada, elerê trae un tabuleiro, una tabla con cosas para vender, esencialmentedulces. Aun hoy, en los mercados se Salvador- se puede encontrar erêshaciendo la quitanda. Claro que los erês, en la quitanda, no solo ven-den; también roban y se meten en problemas. Una vez asistí a una es-cena ligeramente surrealista en el Mercado Modelo, en el centro de laciudad, cuando un vendedor denunció a la policía a un erê por robar-le su mercancía. Magdalena todavía recuerda cuando unas erês robaron

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un caballo en el mercado de Cachoeira, o cuando robaron las gallinasde una vecina evangélica.

Los erês son espíritus sociales, pero bromistas, y no siempre muyfiables. De hecho el erê de Magdalena, Flor Branca, además de ser hijode un indio del Amazonas, es un menino de rua, un niño de las calles dela gran ciudad. En su fiesta, Flor Branca invita a fumadores de mari-huana (maconheiros) y le gusta oír música reggae.

Los espíritus del Candomblé incorporan diferentes formas de al-teridad: desde el indio del Amazonas, hasta el niño de la calle de la granciudad, del mundo salvaje indígena a la selva urbana. No se trata pues,solo de una tradición africana que quiere conservarse en su pureza in-tocada, si no también de una práctica ritual dinámica que incorpora alotro, a la historia, para domesticarlo, para volverlo parte de sí.

Conclusiones

Se podría decir que el Candomblé no se puede definir como unculto de la naturaleza simplemente porque las prácticas del Candom-blé no establecen una distinción ontológica entre naturaleza y socie-dad. Como hemos visto, los practicantes de Candomblé reconocenformas de voluntad (agency) en seres naturales; objetos como plantaso animales, incluso piedras (Sansi 2005) se pueden comportar comohumanos. Con todo, estas formas de voluntad no son reconocidas uni-versalmente a animales y plantas como géneros, sino sólo a ciertos in-dividuos en ciertos momentos: hay algo de excepcional, de milagroso,en estas manifestaciones. En ese sentido sería quizá un poco exagera-do decir que la “ontología” (Viveiros de Castro 2002) o el “modo de re-lación” (Descola 2005) del Candomblé son radicalmente diferentes della “Ontología Occidental”, pero no tenemos espacio aquí para exten-dernos en esta discusión.

Lo que es importante reconocer, además, es que no es sólo elCandomblé “africano” que reconoce que algunos animales u objetos, encasos excepcionales, pueden contener una agencia espiritual. La ideaque el evento hace el hechizo no es exclusiva del Candomblé, sino queforma parte de una ideología más general de la hechicería, compartidopor otras religiones como el espiritismo, el catolicismo popular, y lasiglesias pentecostales, en Brasil y más allá. De dónde viene esta ideolo-gía (¿África? ¿Europa? ¿América? ¿El Atlántico simplemente?) es más

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difícil de decir, y no es nuestro objetivo en este capítulo discutir su ori-gen10. El hecho es que está allí.

Llegados a este punto, podemos reconsiderar la siguiente afir-mación: “los Orixás “colectivamente” se sitúan en el campo de la natu-raleza, en los confines con la cultura (sociedad humana)” (Serra 2002:98). Esto es cierto en alguna medida. Los espíritus son los extraños, losotros, y el proceso de iniciación puede ser descrito como un proceso de“domesticación” sui generis, en el sentido de familiarización, de “traerel extraño a casa”, que ajusta unos a otros, cuerpos a espíritus. Como losubrayó Descola, las nociones de naturaleza siempre traducen ideas yprácticas en relación a la alteridad (Descola 1992: 111). Sin embargoesta “domesticación” de lo sagrado es muy ambigua, ya que el cuerpohumano también es a su vez domesticado y puesto a disposición de losespíritus. No queda claro, en realidad, quién domestica al otro.

Por otro lado, los espíritus no sólo vienen del espaço-mato, de laselva prístina, la supuesta África-naturaleza recreada dentro del Can-domblé. Vienen también de otros sitios: de los mercados, de la calle, delos acontecimientos y las selvas de la historia, que son incorporadas,domesticadas, hechas propias.

En este capítulo hemos argumentado que la relación del Can-domblé con lo que los ecologistas llaman “Naturaleza” es mucho mascompleja de lo que estos suponen; en plantas, piedras y lugares sagra-dos, los practicantes del Candomblé reconocen unas agencias persona-lizadas con las que entran en un largo proceso de negociación, que po-dríamos caracterizar no sólo en términos de respeto o adoración, sinode mutua apropiación y domesticación. Estos procesos de apropiaciónabren la posibilidad de incorporar nuevos elementos dentro de la prác-tica de culto - desde plantas a parajes a imágenes o espíritus, explican-do así la incorporación de elementos no africanos, sino europeos o in-dígenas. Este es un punto fundamental, que ya ha señalado Ingold: lanaturaleza, o mejor, el entorno, no es un trasfondo externo a la histo-ria humana, sino que también hace parte de un proceso histórico detransformación (Ingold 2000: 20). De la misma manera que el entornono es una entidad ahistórica que debe ser conservada en su pureza prís-tina, no existen culturas de la naturaleza prístinas que deban ser con-servadas en su pureza. Por que la relación de los humanos con el entor-no- es decir, con la alteridad, es siempre una relación histórica.

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Notas

1 “Povo-de-santo preserva espécies” (A Tarde, 26/07/2005).2 Cláudio Nascimento, Cacau, comunicación personal 2002.3 En ese sentido, Marcelin intenta dar otra perspectiva a los discursos tradicionales

sobre la “desestructuración” del parentesco en las culturas afroamericas, cambian-do el término de “parentesco” por “casa”.

4 La división entre “naciones” en el Candomblé Nagô, Jeje, Angola, es una distinciónentre prácticas rituales que ha perdido, si los tuvo alguna vez, sus matices étnicos.La nación Nagô-Ketu se ha impuesto en Bahia como la más poderosa, y a partir deallí, en el resto de Brasil.

5 Es complejo decir si el Candomblé en general hace una distinción literal entre lo“mágico” y lo “natural”. Conocí a un pai de santo médico, que distinguía perfecta-mente entre “doenças” (enfermedades) y “coisas do santo”, (cosas del santo). Creoque esta distinción, si no siempre tan explícitamente, sí se hace normalmente en lapráctica: la gente del Candomblé va al médico y al pai de santo por razones dife-rentes. Si entendemos la enfermedad “natural” como algo causado por hechos físi-cos externos, generales (el clima, los virus, el envejecimiento del cuerpo), y lo má-gico, las “coisas do santo” como lo que corresponde a las voluntades particulares (elmal de ojo), las enfermedades en si mismas no son mágicas: lo que puede ser má-gico es su causa efectiva. (Evans-Pritchard 1976)

6 Por ejemplo el árbol Iroko, en África es la Chlorophora excelsa, y fue substituido porla Ficus Dolarea, Gameleira Branca, en Brasil (Voeks 1990: 128)

7 Mas allá del “sistema abierto” del Candomblé, alguna de las plantas mencionadasno son de uso exclusivo en el Candomblé, sino que son de uso general en la socie-dad brasileña aún hoy. La arruda, por ejemplo, era muy conocida y usada por cu-randeros en el Portugal tardomedieval (Bittencourt, 2004: 82; 87), y es todavía usa-da hoy dentro y fuera del Candomblé. Otras plantas comúnmente usadas en elCandomblé, como la aroeira branca, son usadas también por rezadores, curanderosCatólicos.

8 Binon-Cossard menciona antecedentes africanos interesantes, como los rituales dela iniciación nkita en Congo donde los novicios tenían que encontrar sus “fetiches”en la selva o las aguas. Cada minkissi (espíritu/fetiche) tendría su propia historia,que solo el iniciado conocería. En su regreso al mundo social, los iniciados llega-rían de la selva en estados de trance, violentos y peligrosos (Binon-Crossard 1970:204-205).

9 Sobre la quitanda, ver Binon- Crossard, p. 207.10 Para una discusión más profunda de esta cuestión, ver Sansi 2007.

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TERCERA PARTE:TERRITORIOS RESIGNIFICADOS

E IDENTIDAD

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LOS USOS IDENTITARIOS DE LA PACHAMAMA

Y LAS CREENCIAS EN LA PRÁCTICA.EL CASO DE DOS PUEBLOS DEL NOROESTE

ARGENTINO (AMAICHA Y QUILMES)

Maité BoullosaUniversité de Picardie Jules Verne

Introducción

“En otros tiempos, nuestra gente, nuestros antepasados, siemprefueron de ser muy fieles a su pensamiento, se hacía siempre ofrenda,ofrendando principalmente a la Pachamama, la madre tierra...”. Intriga-da por esta frase de uno de los miembros de la organización indígenade Quilmes, me pregunté si eso era así todavía hoy. Amaicha del Valley Quilmes son dos pueblos del Noroeste argentino que reivindican suindianidad desde fines de los 80. Esta particularidad, en una regióndonde hablar de “indios” era hasta ese entonces tabú, me condujo a ele-gir estos dos pueblos para mi trabajo de campo. En este trabajo deseorestituir mis principales interpretaciones sobre los discursos y las prác-ticas que acompañan la invocación de la Pachamama. En primer lugar,intentaré mostrar la instrumentalización identitaria y política que sehace de ella. Confrontaré luego esta instrumentalización con los signi-ficados que tiene la Pachamama para los propios campesinos en su vi-da cotidiana. De esta manera, podremos preguntarnos finalmente si lanoción de “respeto de la naturaleza”, preconizada por las organizacio-nes internacionales en relación a los “pueblos autóctonos”, es en verdadequivalente a la de “respeto por la Pachamama, la madre tierra”, presen-te en la cosmología local.

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La Pachamama: vehículo de la puesta en escena de la identidad inígena

Desde mi llegada en el 2000 al seno de los pueblos de Quilmes yAmaicha del Valle, me pareció asistir a la construcción de cierto folklo-re en torno de la Pachamama, nombre dado a la “madre tierra”. Cadamiembro de la organización indígena de Quilmes se mostraba orgullo-so a la hora de hacer sus ofrendas a la Pachamama antes de comer o be-ber, actos que muchas veces se llevaban a cabo con gran teatralidad. De-trás de esta insistencia ritual, se percibía la necesidad de poner en esce-na una identidad indígena delante de la antropóloga, quien podría serla voz legitimadora de sus reivindicaciones.

Asimismo, todos los rituales en torno a la Pachamama son filma-dos o fotografiados por los miembros de la organización indígena: “Ahítenemos unas pocas cosas, unas cosas con eso que estamos andando siem-

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Fotografía tomada en casa del cacique de Quilmes el día de su cumpleaños. Antes del almuerzo, la asamblea en su conjunto se reunió en torno a la “apacheta” (mon-tículo de piedra) para hacer una ofrenda de vino a la Pachamama. Nótese la inspiraciónnorteamericana en el rostro del indio esculpido en el centro de la “apacheta”. Los prota-gonistas estaban deseosos de ser fotografiados en su performance ritual. Quilmes, 20de junio de 2000.

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pre como una filmadora” (extraído de una entrevista al cacique de Quil-mes, 20 de junio de 2000).

La Pachamama está muy presente en los discursos, a menudopoéticos, de los dirigentes de las organizaciones indígenas locales. No-tamos en ellos la apropiación de imágenes y expresiones difundidaspor las organizaciones internacionales, tales como que “el indio vive enarmonía con la naturaleza y es su guardián”. En efecto, el progresivo de-sarrollo, a partir de los años 70, de las preocupaciones ecológicas a ni-vel internacional generó el concepto de “desarrollo sostenible”, nociónimprescindible en los planteos de la economía moderna. Este concep-to, junto con otros, se vincula con la redefinición de los “pueblos au-tóctonos”, cuyo papel hoy en día sería el de “guardianes de la naturale-za”. Los mediadores culturales, impregnados de las definiciones del in-dio vehiculizadas por la escena internacional, retoman estos elementosen su discurso identitario. Vale la pena detenerse en este fragmento deentrevista que realicé a uno de los integrantes de la organización indí-gena de Quilmes:

Nosotros pretendemos que a nuestro pueblo se lo reconozca, mirá, latierra que decimos, que reclamamos, la porción de tierra que realmen-te nos pertenece, es para todos, para los que viven, los que vivimos pa-ra ser un pueblo autosuficiente con nuestras costumbres, nuestras tra-diciones, con nuestra forma de ser, nuestra idiosincrasia, también paraque.., no solo para nosotros sino para todos los pueblos del mundo, pa-ra la humanidad toda, preservar, preservar las plantas, que no se dañelo ecológico, el suelo, los ecosistemas, ese es nuestro objetivo, eso es loque pretendemos, ya que muy poco se está respetando últimamente,no solo en la Argentina sino en todos lados, veo que hay atropellos con-tra la naturaleza, entonces ese es un poco nuestro objetivo, o sea, deaquí dar el ejemplo” (extraído de una entrevista que realizamos a unode los miembros de la organización indígena de Quilmes, el 10 de agos-to de 2000).

Esta entrevista, representativa de los discursos formulados porlos dirigentes de las organizaciones indígenas locales e internacionales,muestra explícitamente que las reivindicaciones territoriales toman enpréstamo la retórica ecologista sobre la protección de la naturaleza y lanecesidad de vivir en paz y en armonía con ella. Con esto podemos ver

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entonces cómo los militantes de las organizaciones indígenas se con-vierten en portavoces de las preocupaciones ecológicas mundiales, res-pondiendo, así, a las definiciones del indio como “guardián de la natu-raleza” que operan en un plano internacional.

En una primera etapa del trabajo de campo pude observar queesta instrumentalización de la Pachamama tiene objetivos diferentes se-gún se trate de una u otra comunidad. En Quilmes el objetivo es ser re-conocido como indios para recuperar las tierras. En efecto, desde la mo-dificación de la constitución en 1994, Argentina, como tantos otros paí-ses latinoamericanos en la década de los 90, reconoce la diversidad cul-tural y reivindica el hecho de constituir una nación pluriétnica. Reco-noce la preexistencia de comunidades indígenas en su suelo, asume queesos pueblos tienen una historia y cultura propias, anteriores a la naciónArgentina, y que desde hace 400 años los indios sufren la pérdida delderecho de vivir según su herencia cultural. Este reconocimiento signi-fica que el Estado argentino se compromete, ante los ciudadanos y lacomunidad internacional, a otorgar una serie de derechos que haríanposible la integración de las poblaciones indígenas en la comunidad na-cional, a modo de reparación de los abusos y ultrajes que estos pueblossufrieron a lo largo de la historia. En este sentido, se instaura la obliga-ción de consulta y participación de las poblaciones indígenas en todoproyecto que les concierne. Por último, se reconoce también la autori-dad de diversas organizaciones indígenas, la necesidad de una educa-ción bilingüe y bicultural, así como la propiedad comunal de la tierra.

Es importante recordar, por su parte, la ratificación por parte deArgentina del convenio 169 de la OIT en 1992 el 3 de julio de 2001, elcual otorga sus tierras a las comunidades indígenas. Este convenio se haconvertido en un verdadero caballo de batalla esgrimido por numerosascomunidades indígenas que se crean en el conjunto del país, especial-mente en el Noroeste, con el fin de reclamar la posesión de su territorio.De esta manera, el conflicto por la tierra se ha “etnicizado”, el lema decampaña ya no es “la tierra a los campesinos”, sino “la tierra a los indios”.En consonancia, asistimos en la actualidad a un proceso de etnogénesisen ciertos pueblos, como Quilmes, que reivindican su identidad.

En Amaicha, en cambio, la situación es diferente. Esta comuni-dad fue beneficiada por una cédula Real por parte de la corona españo-la en el siglo XVIII, por lo que administra comunalmente sus tierras

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desde hace varios siglos. El hecho de ser reconocido en tanto que “co-munidad indígena” a comienzos de los 90, le ha permitido al pueblo deAmaicha litigar exitosamente por sus tierras y obtener títulos legales delas mismas, consideras anteriormente tierras fiscales (del Estado). So-lucionado este tema, el actual desafío de las reivindicaciones identita-rias es en gran medida político. En efecto, en el seno de la comunidad,la legitimidad de las instituciones ante el exterior se mide en función algrado de indianidad. Por ejemplo, en el 2002 fue creado un consejo deancianos con el fin de rivalizar con el cacique actual. Los miembros deeste consejo hicieron numerosas declaraciones en la prensa regionalpara conseguir la destitución del cacique, acusado de malversación defondos, aunque estas acusaciones no se hicieron oficiales. El cacique“habría perdido la cosmología indígena”, era el argumento utilizado, elcual retoma los estereotipos difundidos sobre los indios, cuya sabidu-ría los preservaría de este tipo de prácticas. Según Pablo Nora, un abo-gado originario de Amaicha, pero que ejerce en Buenos Aires -donde selucha por la causa indígena-, esta nueva institución, el consejo, es emi-nentemente tradicional. Este abogado apoyó desde el inicio la forma-ción del consejo de ancianos y sostiene que todas las comunidades in-dígenas tienen el suyo. Pablo Nora, imbuido de las definiciones del in-dio que vehiculiza el escenario internacional, viene de lejos para dar“cursos de identidad” en las reuniones que organiza en el seno del con-sejo de ancianos. Esta institución logró la adhesión de todos los oposi-tores del cacique en Aimacha y ganó en legitimidad ante los agentes ex-ternos, gracias al argumento de su carácter “tradicional” y “ancestral”.

Es evidente que en torno a estas cuestiones identitarias están enjuego importantes intereses económicos. Ser reconocido en tanto quecomunidad indígena permite atraer fondos específicos para el desarro-llo de estos pueblos (de parte de organizaciones internacionales, ONGsnacionales e internacionales, etc.). Pero también representa una venta-ja suplementaria para atraer el turismo llamado “cultural” o “étnico”.Es así como asistimos regularmente a ceremonias de ofrendas a la Pa-chamama por fuera del contexto agro-pastoril que tiene como fin po-ner en escena la indianidad de estos pueblos ante los agentes externosque llegan en busca de etnicidad.

En cuanto a los habitantes que tuve la oportunidad de interro-gar sobre la madre tierra, me dieron la impresión, en un primer mo-

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mento, de que la misma se había convertido en el soporte de un folclo-re sin dimensión espiritual en su vida cotidiana. Así, cuando le pregun-té a Doña Rosa, una anciana que me brindaba alojamiento en Quilmes,qué sabía ella de la Pachamama, esperé que me contara miles de histo-rias extraordinarias. Pero otra fue su respuesta:

Bueno, la Pachamama, allá en Amaicha, la hacen a la Pachamama todoslos años que se dicen que antes, como decir, el carnaval, la fiesta del car-naval, pero ahora hay la fiesta de la Pachamama, pero eso hacen enAmaicha. Usted tiene que ir a preguntarlo a Miguel, porque Miguel, esél que forma a la Pachamama...él hace la fiesta ese...es muy linda la fies-ta...hacen la fiesta muy grande, van los Gauchos, las maestras preparanlas carrozas con frutos de antes, que ponen por ejemplo que va un ca-rrito que lleva las viñas, las uvas en el techo. Otros van haciendo la ro-pe, otros van haciendo el pan, bien lindo es...muy lindo para ver cómoes. Yo dos años he ido a la fiesta de la Pachamama... Miguel él sabe mu-cho...él va a decirle como es la Pachamama... (Extracto de una entrevis-ta realizada a un habitante de Quilmes, el 21 de junio de 2000).

Aquí Doña Rosa hace alusión a la “fiesta de la Pachamama” enAmaicha, que tiene lugar en febrero, durante la época de carnaval. Estafiesta fue instaurada en los años 50 por el gobierno provincial con el finde desarrollar el turismo en la región. En esta ocasión, los gauchos rea-lizan demostraciones a caballo, tocan grupos de música locales, perotambién otros conocidos del exterior, así como también los artesanoslocales y los de otros pueblos venden sus productos. Se invita a gruposde danza folclórica, hay un desfile de carrozas, y el festival se terminacon “la elección de la Pachamama”, título atribuido con frecuencia auna de las mujeres más ancianas del pueblo. Doña Rosa me proponeque si lo que prentedo es obtener información sobre la Pachamama de-bo ir a hablar con Miguel Pastrana, el responsable de este festival,. Estomismo hicieron muchos de mis informantes al inicio del trabajo decampo: cuando les preguntaba respecto de su saber y sus prácticas entorno a la Pachamama, me remitían a menudo a los estereotipos delfolclore oficial. Hoy día interpreto esta actitud como una forma de ar-did o táctica de resistencia (De Certeau 1990). Esto les permitía, enefecto, evitar hablarme de ellos mismos, de su intimidad, de sus creen-cias y prácticas. Para Doña Rosa era una manera de deshacer la relación

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de fuerza que le había impuesto inconscientemente al proponerle ha-blar delante de mi grabadora, sin haberme tomado el tiempo necesariode conocerla bien primero y ganar su confianza. Pude entonces cons-tatar, por demás, que muchos utilizaron esta misma “táctica” para evi-tar hablarme, todos me remitían a los individuos más “mediáticos” dela comunidad, al cacique de Amaicha, o al de Quilmes, o bien al presi-dente de la escuela cultural de Amaicha. Ellos son los “especialistas”, losque saben hacer los discursos y pueden hablar sin sentirse incómodos;los que vencieron la timidez y el pudor de los habitantes de esta regiónandina. El cacique de Quilmes explica esto muy claramente en una delas varias entrevistas que me dedicó:

Yo la verdad que me gusta mucho discutir un rato o una tarde, unacharla así. Para nosotros, hoy en el día, es más fácil, por un lado, peroes más comprometedor por otro. Las cosas que ahora puedo decir opuedo contar, lo cuento con más facilidad. Me pone un grabador, meponen una “cámara” de televisión y yo te voy a seguir contando, notengo ningún problema. En otro tiempo no era así, en otro tiempo noscostaba mucho poder hablar, poder contar aunque sea nuestra reali-dad pero no lo salía, era difícil poder grabar, poder conversar con gen-te, poder contarle lo que vivimos, porque no inventamos nada sino loque hacemos. Y esto de ser dirigente de la comunidad indígena y la depoder hacer cosas, poder defender a nuestra gente. Nosotros nos reu-nimos con esa propuesta, se capacitan un poco más y de ir haciendocosas, de ir pensando y por ahí, en esos últimos tiempos se van ofre-ciendo posibilidades de ir a otro lado, con otras gente, poder que vie-ne alguna autoridad. Tratamos de no desperdiciar ninguna posibili-dad... (Extraído de una entrevista con el cacique de Quilmes, agostode 2000).

A la distancia nos damos cuenta de que durante nuestro primertrabajo de campo, ellos constituyen la mayoría de los individuos a loscuales pudimos tener acceso. De acuerdo con la propuesta de MònicaMartínez Mauri, podemos denominarlos “passeurs culturels” (media-dores culturales) (Martínez Mauri 2003). Muchos de ellos han conoci-do experiencias urbanas más o menos duraderas y poseen un nivel deformación y educación más elevado que el promedio. Una vez de re-greso en su pueblo, estos individuos encuentran cierto reconocimien-

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to a través de la lucha por sus derechos, la defensa del pueblo oprimi-do del cual se convierten en su portavoz. Se cuentan entre la mayor par-te de los militantes de las organizaciones políticas o culturales indíge-nas locales. Algunos emprenden las actividades agro pastoriles comomedio de subsistencia, otros ejercen como profesores y muchos de ellosviven del turismo (especialmente en Amaicha). De esta manera, sevuelven intermediarios entre la sociedad “occidental” o “urbana” y lacomunidad, y es en general hacia ellos que los locales envían a la gentedel exterior que llega con curiosidad. Estos “passeurs” (mediadores)tienen un discurso muy elaborado para hablar de su cultura, su comu-nidad, la Pachamama y su “indianidad”.

La Pachamama de la intimidad

No obstante, este discurso identitario no es generalizable para elconjunto de los habitantes de estos pueblos, que se hacen llamar en laactualidad “comunidades indígenas”. En efecto, los estereotipos sobre elindio tienen aún vigencia en el imaginario de los habitantes y para mu-chos, indios son aquellos que están en lo más bajo de la escala social. Eltérmino “indio” es a menudo un insulto que designa a los más dismi-nuidos y remite de manera general a una categoría de personas que hoyhan desaparecido. Son muchos los que no cuestionan esta historia ofi-cial que borra a los indios de este lugar. Frente a nuestra pregunta “¿quésabe usted de los indios?”, un habitante de Amaicha nos respondió: “Enlas ruinas de Quilmes, es allá donde estaban los indios”.

La iglesia y la escuela hicieron su trabajo para modelar este tipode conciencia. Su objetivo fue inculcar un sentimiento de pertenencianacional en estas poblaciones situadas en zonas de sierra, aisladas y enespacios de frontera entre Chile y Bolivia. Esto no quiere decir que lascostumbres, las creencias y la “cosmología” de sus habitantes no poseanrasgos de origen prehispánico, sino que significa que éstos se encuen-tran silenciados o simplemente no son reconocidos como tales; cuan-do se los evoca es siempre de manera implícita, lejos de las reivindica-ciones identitarias de los miembros de las organizaciones indígenas.

En consecuencia, cuando intentábamos hablar de la Pachamamacon los campesinos locales, nos remitían sistemáticamente a los porta-voces de la comunidad, o bien nos imponían un silencio que hoy en díainterpretamos como una forma de resistencia a nuestra curiosidad. Po-

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demos explicar esto por el hecho de que la Pachamama es una creenciade origen prehispánico históricamente diabolizada por la iglesia y poresto mismo relegada su práctica al ámbito privado. Aún hoy, cuando laimagen del indio ha evolucionado hasta adoptar un valor positivo, yque se la acepta en el marco de las reivindicaciones identitarias y terri-toriales, la Pachamama continúa siendo un tema tabú para muchoscampesinos. Fue necesario que la confianza se hubiera instalado entrenosotros, y que como preámbulo hubieran mencionado a Cristo, la vir-gen y todos los santos para que comenzaran a hablarme de la Pacha-mama. Me llevó algún tiempo comprender que ella representaba paralos campesinos algo más que el vehículo de las reivindicaciones identi-tarias que pude observar en el inicio.

Según Nicole Belmont (Belmont 1973), una de las característicasde las creencias es que suelen ser remitidas a un pasado por parte delindividuo que las practica. “Antiguamente”, “otrora” se creía tal o cualcosa y se hacía de tal o cual modo, solamente los viejos conocen toda-vía esas cosas… Nicole Belmont muestra que las creencias y las prácti-cas, es decir, las creencias en acto, existen aún en el presente a pesar deesta negación, puesto que se las recuerda, y las mismas poseen sus vir-tudes tanto como que se teme hablar de ellas. La autora considera erró-nea la postura de los folcloristas que conciben este fenómeno de recha-zo “hacia” el pasado (en el sentido de que se lo envía hacia otro tiem-po, un tiempo muerto) como un proceso de degeneración. Es, por cier-to, una trampa difícil de eludir. Estuve confrontada a ella durante misdiferentes experiencias en el campo. En Venezuela, mientras llevaba acabo una investigación sobre los relatos de tradición oral, en un primermomento nadie se acordaba de ningún relato, apenas algunos teníanvagos recuerdos. Recién después de haber vivido un buen tiempo enestos pueblos las lenguas se fueron desanudando y pude constatar queestos relatos estaban todavía presentes y formaban parte de la cosmo-logía de los campesinos en esta región de los Andes. En Argentina meencontré con el mismo fenómeno. Fue necesario que se instalase laconfianza para recién abordar el tema de las creencias y de la Pachama-ma en particular. Los campesinos de las comunidades de Quilmes yAmaicha a menudo me precisaban que eran los ancianos quienes sa-bían esas cosas y que hoy todo se había perdido. Todas sus respuestascomenzaban con la fórmula “Antes solía decir mi abuelita que…”.

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Necesité un tiempo para comprender, entonces, que esas creen-cias no estaban sepultadas en el pasado de estas comunidades y que,contrariamente, la Pachamama todavía era la madre tierra con la quelos campesinos mantenían una relación profunda. Formaba parte de suintimidad y estaba presente en su vida cotidiana. En efecto, pude obser-varlos hacer regularmente sus ofrendas de hojas de coca, hierbas, taba-co, piedras y vino a las “apuchetas” que bordean los caminos a fin deasegurar un buen viaje. En el momento de matar a un animal, los cam-pesinos previamente dedicaban un rezo a la Pachamama para que ga-rantizara la fertilidad del ganado. Antes de asar la carne, arrojaban untrozo al fuego en calidad de ofrenda. Antes de beber, vertían a menudoun poco de vino en el suelo, “para dar de beber a la tierra”. La confesiónde un joven pastor de Quilmes:

“Muchos la respetan, por ahí en silencio, solos. Porque antes era comoalgo prohibido de ofrendarle en voz alta a la madre tierra, antes de to-mar vino, tirar a la tierra, antes de comer darle un pedazo de la comi-da, o enterarle coca, cigarrillos...era como prohibido...Por eso que esoha quedado y no lo hacen en público pero todos lo hacen, muchos lohacen. Es una manera de pagarle a ella por todo..., por lo mucho quenos da...ella nos da todo...y por eso hay que pedirle que nos ayude ennuestra cosecha, nuestras... “pariciones”, todo lo que podamos encar-gar...y así como todos los días, si uno quiere hacer un trabajo, tiene quepedirle...a la madre tierra que me ayude, pagarle...ponerle coca, vino,cigarrillos, lo que sea...¡y...ella nos ayuda!.... (Extracto de una entrevis-ta realizada a un joven de Quilmes. 9 de agosto de 2000).

Todos los elementos de la naturaleza pertenecen a la Pachama-ma, es ella la que da… pero solamente bajo ciertas condiciones. Es ne-cesario invocarla, consagrarle rezos y, por intermedio de las ofrendas,hay que “pagarle” aquello que tomamos de ella. La idea de una transac-ción con la madre tierra para asegurarse sus favores -pues que nuestravida y nuestra producción dependen de ella- está siempre presente enestas prácticas.

Esto se observa sobre todo en las personas que viven todavía dela agricultura y de la cría de animales. Pude constatar un vínculo muyfuerte con la madre tierra en la alta montaña donde muchos pastoresllevan sus animales a pastorear durante el período estival. Este dura 3 o

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4 meses del año y los pastores viven a 4000-4500 metros de altitud enpequeñas casas de piedra. Estos asentamientos temporales se inscribenbien en el modelo construido por J. Murra sobre la complementarie-dad los diferentes pisos ecológicos en la economía andina (Murra1988). En esta altitud nos cruzamos regularmente con “apachetas” enel borde del camino y la Pachamama era evocada con frecuencia con elfin de no perderse en las montañas cuando caía la bruma. Recuerdoque una anciana me dijo que la Pachamama nos había aceptado, pues-to que no teníamos mayores inconvenientes al desplazarnos a tal altu-ra y no habíamos sufrido el consabido mal de altura, que se combatemascando hojas de coca.

Los campesinos que practican esta trashumancia dependen es-pecialmente de la montaña y por eso tienen un vínculo más estrechocon la Pachamama que los campesinos o pastores que viven todo el añoen el valle, y evidentemente que aquellos habitantes de Amaicha queson asalariados, estos últimos son cada vez más numerosos. Sin embar-go, como lo subraya Thérèse Bouysse-Cassagne en su artículo “Pacha:En torno al pensamiento aymara”, el culto de la Pachamama en los An-des comprende no solamente al ámbito rural, sino también a los secto-res populares urbanos. Se la identifica íntimamente con los camposcultivados y la fertilidad de la tierra, pero su culto celebra sobre todo laabundancia, gracias a la cual vivimos (Bouysse-Cassagne 1988).

Fue de este modo cómo logramos paulatinamente desentrañarla intensa relación que se establece con la madre tierra, relación que nosupe discernir en nuestra primera visita en el 2000. En efecto, en esaprimera etapa fui espectadora de puestas en escena realizadas en tornoa la Pachamama fuera del contexto agro pastoril destinadas a los agen-tes exteriores (para las ONGs, los representantes del Banco Mundial–organismo que va a otorgar un préstamo a la Argentina a favor de lascomunidades indígenas entre los que se cuentan los pueblos de Amai-cha y Quilmes-, para los turistas en busca de etnicidad, etc.), y no pu-dimos acceder a un nivel más profundo e íntimo de las creencias de sushabitantes, sino después de haber vivido cierto tiempo en estas comu-nidades. No obstante, me pareció que este vínculo con la Pachamamaera ante todo un gesto de dependencia y temor, ya que es ella la queotorga, pero también es ella la que puede acabar con la fertilidad. Tie-ne el poder de regular pero también de castigar. El campesino teme

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cualquier agravio que se le pueda inducir. Muchos habitantes encuen-tran en los agravios o faltas de respeto a la Pachamama la causa de loscambios climáticos y la sequía, que pueden acarrear consecuencias fa-tales en la producción agrícola o la cría de ganado:

Le echan cigarrillos, la coca, el vino, el aguardiente, a la Pachamama...Porque dice que nosotros siempre la tenemos que nombrar a la Pacha-mama porque sino, la Pachamama se enoja...ya no quiere dar...ya noquiere dar fruta, ya no quiere dar estos animalitos para que nosotroscomamos… (Extraído de una entrevista realizada a Doña Rosa, señoraque nos dio alojamiento durante nuestra estancia en Quilmes, 8 deagosto de 2000).

Este carácter ambiguo de la Pachamama es claramente señaladopor Thérèse Bouysse-Cassagne. La asociación entre la Pachamama y laVirgen es relativamente frecuente en las regiones andinas, aunque laPachamama no corresponde en todos sus rasgos con la Virgen, arque-tipo de la feminidad y maternidad sacrificadas. En efecto, la Pachama-ma, así como también los otros demonios, es ávida y capaz de castigarcon enfermedades o intemperies (Bouysse-Cassagne 1988:264).

El temor tan presente respecto de esta divinidad cuestiona encierta medida la idea de “vida en armonía con la naturaleza” preconi-zada en la escena internacional y retomada por las organizaciones indí-genas locales. Como subraya en otro contexto Nicolas Ellison, se tratamenos de “una vida en armonía con la naturaleza” que de un temor yrespeto ante ineluctables poderes de la madre tierra que gobierna las re-laciones entre los campesinos locales y la Pachamama (Ellison 2004).Es verdad que este temor posee un poder de regulación sobre las inter-venciones en el plano de los “recursos naturales”, aun si esta noción noes operatoria a nivel local. De hecho, esta idea de “recurso natural” esresultado del pensamiento occidental que concibe al hombre y la natu-raleza como dos entidades distintas que poseen sus propias leyes de de-sarrollo, tal como lo remarca Philippe Descola en La nature domestique(Descola 1986). Según este autor, no se trata tanto, como se lo entien-de comúnmente, de un respeto por la naturaleza, sino de una concep-ción del mundo radicalmente diferente de la nuestra, en la cual los se-res humanos no se conciben como colectivos sociales que organizansus relaciones en el marco de un ecosistema, sino como parte integran-

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te del mismo. En este sentido estamos de acuerdo con la crítica de Mó-nica Martínez en cuanto a la idea de “guardián de la naturaleza”, queimpregna el ámbito internacional a propósito de los pueblos indígenas(Martínez Mauri 2003). En efecto, tal concepción supone una dicoto-mía entre la naturaleza y la cultura que no es operatoria en el plano lo-cal. En consecuencia, nos parece importante subrayar que el “respetopor la Pachamama”, tal como es pensado por el campesino local tienemuy poco que ver con la noción de “respeto por la naturaleza”, o “res-peto por el medio ambiente” promovida por el movimiento ecologistaoccidental. La práctica frecuente de estos campesinos, quienes no vaci-lan en arrojar al suelo desechos no biodegradables tales como botellasde plástico o, si no es eso, no dudan en utilizar fertilizantes químicos ensus plantaciones, ilustra abundantemente este desfase. Semejantes acti-tudes no representan para ellos una agresión o falta de respeto a la“madre tierra”. Una falta de respeto consistiría, por ejemplo, en no pe-dirle permiso antes de matar un animal, o no agradecerle la buena co-secha. Esto explica a su vez la decepción que experimentan sistemáti-camente los jóvenes ecologistas que llegan desde lejos con la esperanzade encontrar a los “guardianes de la naturaleza”; los hermosos vallessurcados de basurales en ciertos lugares, les hace sentir que “perdierontodo” de los indios de antaño. La contaminacifin visual que se hace evi-dente nada más llegar no corresponde con su idea de paisajes autócto-nos… Tuve la ocasión de ver intervenir a muchos de estos jóvenes enradios locales con el objetivo de sensibilizar a los habitantes para queasumieran la responsabilidad de “cuidar la naturaleza”, así como im-pulsar campañas para instalar basureros en el pueblo. Considero queestos ejemplos ilustran con elocuencia la diferencia entre lo que puedeser el “respeto por la naturaleza” y lo que es para los locales el “respetode la madre tierra”. Estas dos nociones, una inscrita en una lógica con-templativa (construcción de la naturaleza como paisaje), y la otra enuna lógica productiva, se las confunde muy a menudo sin percatarse desus significados diferentes.

A modo de conclusión podemos decir que estamos confronta-dos a dos tipos ideales en cuanto al “uso” que se hace de la Pachamamaen estos pueblos. Por un lado, el ideal representado por los “mediado-res culturales”, quienes elaboran un discurso en torno a la Pachamama,movilizando la retórica de las organizaciones internacionales con la

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meta de conducir las reivindicaciones de su identidad indígena y losderechos asociados. Y por otro lado, el de la mayor parte de los habi-tantes, en especial aquellos que viven de la agricultura y la cría de ani-males, que no formulan discursos en torno a la Pachamama, pero a tra-vés de sus prácticas viven cotidianamente esta creencia en la “madretierra”. Experimentan con ella una relación profunda hecha de dones ycontradones por medio de las ofrendas que se le consagra. A pesar detodo, estos dos tipos no son antinómicos o contradictorios. Se alimen-tan uno al otro. Los discursos de los mediadores se nutren en parte delas creencias y prácticas locales, y estas últimas son a su vez redefinidas,en cierta medida, por los discursos y las prácticas, en ocasiones muy in-novadoras, de los mediadores culturales: pienso en ciertas ceremoniasa las que podría dársele el nombre de tradiciones inventadas. En estesentido, podemos afirmar que los usos identitarios de la Pachamamatienen una clara repercusión sobre las prácticas de estos pueblos. Loscampesinos conjuran la creencia en la Pachamama del tabú al que haestado por mucho tiempo confinada y contribuyen al mismo tiempoen la redefinición identitaria más general de sus comunidades.

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MONTE, CAMPO Y PUEBLO.EL ESPACIO Y LA DEFINICIÓN DE

LO ABORIGEN ENTRE LAS COMUNIDADES

MOCOVÍES DEL CHACO ARGENTINO

Alejandro Martín LópezPlanetario Galileo Galilei, (Bs. As)Universidad de Buenos Aires1

Sixto Giménez BenítezMuseo del Observatorio Astronómico de La Plata, Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas, Universidad Nacional de la Plata

Introducción

El presente capítulo aborda la forma en que la oposición mon-te-pueblo se ha constituido en un elemento central del discurso iden-titario de los aborígenes mocovíes del Chaco argentino. Discutiremoscomo, el valor icónico del monte como referente de lo mocoví en esta-do de pureza, es una construcción que aunque anclada en concepcio-nes precolombinas del espacio, no puede separarse del proceso de ocu-pación del Chaco por el estado nación, y la irrupción de los modernosdiscursos ecologistas. De hecho sólo puede entenderse en contraste conel pueblo pensado como síntesis de lo criollo. Para abordar esta proble-mática, articularemos los conceptos de territorio, pensado como etno-territorio, y de paisaje, como resumen metonímico del mismo.

La región Chaqueña

El Gran Chaco está situado en el centro de América del Sur.Abarca parcialmente el sur de Bolivia, Paraguay y el noreste de Argen-

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tina. Es una llanura sedimentaria cubierta de parques y sabanas subtro-picales.

La región Sur Occidental de la región chaqueña, zona de asenta-miento mocoví, es pobre en lluvias. El monte que caracteriza sus forma-ciones arbóreas esta formado por especies de maderas duras (quebra-cho, Schinopsis lorentzii y aspidusperma; algarrobo, Prosopis alba y ni-gra; itín, Prosopis kuntzei). Abundan también las cactáceas. Las zonasabiertas de esta sabana chaqueña presentan una vegetación a base degramíneas.

Las actividades humanas del período precolombino, impactabanen pequeña escala, y en general colaboraban al desarrollo de las gramí-neas y zonas abiertas, debido a las quemas periódicas que se realizabanpara la caza y la guerra (y que afectan más a los árboles que a las hier-bas). La llegada de los europeos favoreció un aumento de zonas conformación arbórea, debido a la interrupción de las quemas y al efectomultiplicador de los vacunos (Morello 1970). Luego de este período deexpansión, desde finales del siglo XIX el monte comenzó un proceso defranco retroceso. Esto se debió, en primer término, a la intensa explo-tación maderera. A esta causa se sumó posteriormente el efecto de latransformación de la región en un importante polo agrícola, centradoen la producción de algodón. En la actualidad, cultivos como el girasoly la soja han ganado protagonismo. También se dedica tierra a la explo-tación ganadera. El aprovechamiento de las maderas duras que aúnquedan para la elaboración de durmientes para el ferrocarril y muebles,e incluso para la confección de carbón vegetal, ha profundizado el des-monte y sus efectos. Dado que no se ha respetado la legislación que im-pone límites a quienes desmontan, se dan importantes efectos de de-gradación del suelo, e inundaciones (debido a la pérdida de la masaboscosa y su función reguladora). El creciente uso de fertilizantes ytransgénicos completan el marco de la degradación ambiental de la zo-na. Esta ha implicado una drástica reducción de la fauna.

Los mocovíes

Los mocovíes habitan la zona sur de la región chaqueña, en laRepública Argentina. Pertenecen al grupo lingüístico guaycurú, comotobas, abipones y pilagás. Estos grupos deben ser pensados como for-

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mando parte de una cadena étnica (Braunstein et al. 2002). Desde losmárgenes del río Bermejo, los mocovíes se fueron desplazando hacia elsur durante el período colonial. Los testimonios de los cronistas (delTecho 1673; Furlong 1972; Guevara 1969[1764]; Lozano 1941[1733];Paucke 1942-44[1749-1767]) sugieren que, antes de la llegada de losespañoles, se organizaban en grupos de familias emparentadas que sedesplazaban llevando a cabo actividades de caza y recolección. Con lallegada del tiempo de maduración de los principales frutos del mon-te, estos grupos tendían a reunirse, para actividades rituales y festivas,consolidación de liderazgos, establecimiento de alianzas e intercam-bios matrimoniales.

Durante el siglo XVII incorporaron el uso del caballo. Esto faci-litó sus movimientos y cambió profundamente su sistema productivo,sus relaciones con otros grupos aborígenes y con la población criolla.El ganado cobró un rol protagónico, tanto en el consumo y uso inter-no como en el contexto de intercambio pacífico y violento con los crio-llos (Nesis 2005). Con la expedición chaqueña de Urízar, en 1710, losmocovíes se vieron obligados a desplazar el centro de su zona de acciónmucho más al sur y al este: hacia las provincias de Corrientes y SantaFe. Los jesuitas fundaron entre los mocovíes misiones como la de SanJavier (1743). Luego de su expulsión en 1767 los mercedarios se haráncargo de las misiones jesuíticas durante un breve período, seguidos porlos franciscanos.

A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el avance de colo-nos hacia el Chaco desde Santa Fe provocó el retorno de muchos moco-víes a zonas del sur de la actual provincia del Chaco. Tanto los mocovíesque permanecieron en Santa Fe como aquellos que se desplazaron ha-cia el Chaco fueron gradualmente incorporados al mercado laboral co-mo cosecheros, desmalezadores, hacheros, etc., en obrajes y estancias.

Para 1902-1914 se produjo una gran expansión de las explota-ciones forestales en la zona, en particular con la instalación de la com-pañía The Forestal Land Timber and Railway Co. Ltd. Los abruptoscambios en las condiciones de vida generados en este contexto fueronacrecentando la tensión en la región. Hacia principios del siglo XX va-rios movimientos milenaristas (San Javier en 1904; Florencia 1905; Na-palpí en 1924; el Zapallar en 1933) protagonizados por los mocovíesculminaron en una feroz represión (Cordeu y Siffredi 1971) que favo-

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reció la invisibilización de los mocovíes, especialmente en las zonas pe-riurbanas y urbanas. Este proceso comenzó a revertirse para los añosochenta. Para fines de los años setenta, el evangelismo (Iglesia Evangé-lica Unida, Iglesia Cuadrangular, etc.) comenzó a cobrar importanciaentre las comunidades mocovíes. En la actualidad es un factor impor-tantísimo en la organización de muchas comunidades.

Actualmente el número de mocovíes asciende, según el CensoNacional de Pueblos Aborígenes (INDEC 2004-2005), a 12.145 perso-nas entre las provincias de Chaco y Santa Fe. Las comunidades moco-víes presentan hoy un amplio espectro de variantes. Existen comunida-des mocovíes urbanas, periurbanas y rurales. Las comunidades en lasque se ha realizado el trabajo de campo para el presente capítulo son 3comunidades rurales (Colonia Cacique Catán, Colonia Juan Larrea y ElPastoril) y una comunidad urbana (San Bernardo), todas se encuen-tran en la provincia del Chaco.

Territorio y paisaje

Son varias las tradiciones académicas que se han ocupado de lasrelaciones entre los grupos humanos y su entorno espacial, entre ellasla geografía humana, la geografía del paisaje, el medioambientalismo,la historia de las religiones y la etnología (Fernández Christlieb 2004).

El concepto de territorio ha sido clave en los debates acerca delos derechos indígenas. Los antiguos reclamos por las tierras indígenaspasaron a quedar integrados en el concepto de territorio indígena (To-ledo Llancaqueo 2005). De todas las acepciones que en este contexto sele ha dado al término territorio (como jurisdicción, como área a de-marcar-restituir, como hábitat, como biodiversidad y conocimiento in-dígena sobre el ambiente) es especialmente relevante para el tema quenos ocupa la idea de territorio como etnoterritorio: “espacialidad social-mente construida, vinculada primordialmente a la identidad colectiva”(Toledo Llancaqueo 2005: 17). Se trata de una “realidad vivida, el sus-trato simbólico donde adquieren sentido y articulación las resistenciasy movimientos indígenas” (Toledo Llancaqueo 2005: 22), por lo que sehalla indisolublemente unida a las relaciones de poder (Raffestin 1980,Gupta & Ferguson 1997, Varesse & Groffe 2002). En este contexto dedebate sobre los derechos de los pueblos originarios, se enmarcan los

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trabajos de Álvaro Echeverri quien desarrolla el concepto de territoriono-areolar como característico de las concepciones aborígenes. Se tratade una concepción relacional del espacio, en la cual el concepto deáreas homogéneas encerradas por bordes o límites no es central. Supo-ne un modelo del espacio basado en el cuerpo humano, un cuerpo conapetitos o deseos que establece relaciones con otros cuerpos, a través deuna red de canales (Echeverri 2005: 238).

La Geografía, a partir de fines de los años ochenta (Duncan1990, Mike Crang 1998), dará especial relevancia a la noción de paisa-je como paisaje cultural, como lo habían hecho la geografía clásicafrancesa y alemana. El término paisaje (del italiano paese y el francéspays) y su equivalente landscape (vinculado con el alemán landschaft),se originó en el renacimiento europeo, en el ámbito de la pintura, paradar cuenta de una extensión espacial representada desde un punto devista determinado, que es simultáneamente un género de experienciaestética y un registro de las formas de apropiación del espacio que seasentaban en el uso y la costumbre (Fernández Christlieb y Garza Me-rodio 2006). Este término ha sido revitalizado, despegándolo de susorígenes europeos, en buena parte para dar cuenta del interés por lapercepción sensorial del espacio, vinculada a la afectividad y el bagajesocio-cultural de los actores sociales (Giménez Gilberto 2004). Sería“un punto de vista de conjunto sobre una porción del territorio, a es-cala predominantemente local y, algunas veces, regional”, con énfasis enlo sensible (Sánchez Muniaín 1948: 122). Su función principal sería ac-tuar como una suerte de resumen del territorio o porción emblemáti-ca del mismo (Giménez Gilberto 2004: 319).

Usaré el término territorio en el sentido de etnoterritorio. Lasposiciones, en el territorio así pensado, son mucho más que meras po-siciones geométricas, están cargadas de sentido, pero de un sentido quese construye relacionalmente por los vínculos que cada posición tienecon el conjunto de todas los demás. El territorio entonces no es ni ho-mogéneo ni simétrico, sino que es un espacio surcado por líneas detensión o fuerza, vinculadas a las disputas de distintas especies de po-der que se suscitan dentro del mismo. Estas tensiones reclaman modosde acción específicos a los agentes sociales según sus posiciones parti-culares dentro del territorio (como espacio social). Siguiendo a Mer-leau-Ponty (1963:168-169)2, diremos que para ellos, el territorio no es

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un objeto, sino que las líneas de tensión que mencionamos y los secto-res en los que este espacio queda estructurado por ellas, son sentidospor los agentes, guiando sus acciones. A su vez las acciones de los agen-tes sociales reorganizan el territorio y establecen en él nuevas tensiones,que afectarán sus prácticas futuras. Dentro del territorio así concebido,podemos definir ámbitos, es decir conjuntos de posiciones cercanas oafines del mismo.

Entre estos ámbitos existen algunos que son especialmente rele-vantes dentro del juego que se define en el territorio, se trata de los lu-gares. Estos están especialmente cargados de sentido, pero no per se, si-no como resultante de sus relaciones de oposición con todas las demásposiciones posibles (por lo que su importancia puede variar). El pai-saje sería, en este contexto, la percepción/representación del territorio,construida desde un cierto ámbito. Vale decir, una especie de perspec-tiva3 del territorio, que actúa como síntesis o símbolo metonímico delmismo.

El territorio mocoví

Las fuentes coloniales, como Paucke (1942-44[1749-1767])muestran que el sistema productivo mocoví implicaba un desplaza-miento con marcados ciclos estacionales. Los pequeños grupos que sedesplazaban explotando los recursos de zonas bastante amplias de lasabana Chaqueña, ocupaban estas zonas en forma discontinua e inter-digitada (Boccara 2003: 72). Si bien estaban ligados a determinadasáreas (limitadas por ejemplo por los grandes ríos como el río Salado),se desplazaban por ellas buscando los recursos necesarios, en coexis-tencia con otros grupos humanos que también hacían uso de los mis-mos. Lo cual nos muestra que el territorio mocoví estaba fundado enuna experiencia del espacio fuertemente ligada al acceso a los recursos(Mignolo 1995: 299), al alejamiento de los peligros y a las relacionesde parentesco. Así por ejemplo, entre los mocovíes, los topónimos ha-cen referencia en general a fuentes de agua, especies animales o vege-tales, peligros y acontecimientos significativos. Conforman un espaciosocializado, transformado en una memoria social. Esto muestra unaconcepción mocoví que tiene mucho en común con la propuesta deEcheverri (2005).

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Posteriormente, el trabajo en obrajes y estancias como peonesrurales, ha sostenido entre los mocovíes un alto grado de movilidad es-tacional, especialmente entre los varones, que son trasladados a otrasprovincias para estas tareas. En el caso de mujeres y niños, la costum-bre de realizar extensas visitas a las casas de familias emparentadasapunta en el mismo sentido. Todo sugiere que la idea de las andanzas,es decir el camino recorrido por un individuo y sus parientes en el in-terior de un amplio marco geográfico, entre puntos nodales de impor-tancia crítica, es una estructura muy importante utilizada para organi-zar el espacio y el tiempo. Esta idea del camino (nayic en mocoví) y sushitos o eventos críticos, enlaza con ideas análogas en la esfera de los re-latos míticos y en el chamanismo mocoví. Lo cual nos permite vislum-brar el que parece ser un segundo principio organizador: el conceptode los Dueños y sus esferas de influencia.

Los mocovíes llaman Dueños, a seres poderosos, que tienen auto-ridad sobre alguna especie animal o vegetal, y/o sobre ciertos recursoso ámbitos. Son sus dueños, protectores, padres-madres, quienes regu-lan el uso apropiado del recurso por parte de los seres humanos, per-mitiendo su renovación. Por ello castigan el uso abusivo. Los Dueñosordenan el territorio generando una serie de dominios de autoridad,muchas veces superpuestos parcialmente, que constituyen una impor-tante conceptualización del espacio y el tiempo. Así por ejemplo, na-’ÿaapec (el dueño del monte), y na’ÿaapega (la dueña del monte) regu-lan el acceso mocoví al monte.

El monte: paisaje de los antiguos

Entre los mocovíes de las comunidades estudiadas, el monte (‘oo-chi) se presenta como el paisaje privilegiado de los discursos sobre laidentidad. Este lugar, se ha transformado para ellos en una verdaderasíntesis totalizadora de su territorio.

Los mocovíes suelen usar hoy el termino ‘oochi4, para referirse aámbitos mucho más extensos que las zonas arboladas de la sabana cha-queña. Así, por una parte, se utiliza para designar al lugar del cual an-tiguamente se obtenía el alimento, gobernado por poderosos no huma-nos. En este sentido se opone al ámbito domestico (lauo’) que rodeabalas chozas o toldos que servían de habitación a los mocovíes. Por otra

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parte el término ‘oochi o monte, también designa el ámbito de lo abo-rigen en general, por oposición con lo criollo, representado por el pue-blo. Ambos usos del término se vinculan, debido a la forma en que lafigura de los antiguos mocovíes ha sido construida como representacióndel ser mocoví ideal. De este modo ‘oochi termina siendo una represen-tación espacial de este ideal.

Este discurso mocoví contemporáneo sobre el monte, lo ponesiempre en una relación de tensión con los ámbitos propios de lo crio-llo y de las relaciones de explotación, por lo que es simultáneamenteun discurso sobre los lugares de la dominación (en el caso mocoví:pueblo, campos) (Gordillo 1999). Lo cual es consistente con los meca-nismos de contraste por los que se construyen las identidades étnicas(Barth 1976: 15-18).

Según esta mirada, los antiguos son mocovíes que vivieron en laépoca en que se podían seguir las pautas que sus descendientes actua-les entienden como tradicionales. Es un período amplio e impreciso,porque abarca desde el tiempo de las historias míticas sobre el estable-cimiento del mundo y de la cultura humana, hasta principios del sigloXX. El rasgo más notable de los antiguos es su poder. Los antiguos sonante todo hombres poderosos (quesaxanaxaic), el correlato humano delos seres poderosos que gobiernan y dan forma al mundo, los Dueñosde los que hemos hablado. En general se les atribuyen poderes chamá-nicos, y es su poder lo que les permite entrar en contacto y pactar conestas entidades no humanas que estructuran el mundo mocoví. Estosencuentros y pactos, suelen ocurrir en el monte, que se constituye en elámbito propio de lo chamánico. Allí también se recolectan los elemen-tos (hierbas, raíces, etc) utilizados para curar tradicionalmente muchasdolencias.

Los antiguos son también ariscos, vale decir reacios al contactocon el hombre blanco y su cultura. No se dejan ver por él, ni adoptansus costumbres. Por ello, viven en el interior del monte, inaccesibles,apartados, obteniendo allí todos los recursos necesarios para la subsis-tencia. El melear, entendido como recolectar los recursos que el monteproporciona, es junto con la caza, la actividad económica característicade los antiguos. Así el monte proporciona los alimentos naturaleza, quetienen el carácter de alimentos plenos que dan al hombre su ser com-pleto y le permiten vivir con salud y fortaleza. Son alimentos que per-

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miten la autonomía económica del mocoví respecto al criollo5. Son ali-mentos sanos, que no contienen ingredientes desconocidos y poten-cialmente tóxicos. En este sentido son esencialmente alimentos puros,no contaminados por el contacto con el criollo, ya que este no intervie-ne en su elaboración. Por contraste, los alimentos que se obtienen delcriollo son siempre sospechosos. No se sabe como son elaborados, yello alimenta las especulaciones sobre la presencia de venenos en estosalimentos puestos por los criollos para debilitar a los mocovíes. Por otraparte, depender de los alimentos criollos, obliga a poseer dinero paraadquirirlos y por lo tanto a ingresar en el sistema productivo de la so-ciedad nacional.

Los humanos, para utilizar los recursos del monte, deben esta-blecer con los seres poderosos que los controlan las relaciones apropia-das. Estas implican una actitud de respeto, que se traduce en modera-ción. Así, por ejemplo, se insistirá en limitar el número de piezas caza-das y en juntar sus huesos para permitir el renacimiento del animal.Como señala Gordillo para los toba-pilagá, muchos de los encuentrosen el monte con entidades poderosas, que luego darán lugar a activida-des chamánicas, acontecen en el marco de las incursiones que los hom-bres emprenden para obtener alimento (Gordillo 1999:153-154). Porlo que el alimento naturaleza, el monte, los poderosos, y la acción cha-mánica quedan intrincadamente entrelazados.

El monte es también relacionado con los discursos ecologistasrecogidos de la sociedad nacional, en términos de salud y fortaleza.Desde el punto de vista terapéutico se hablará de remedios naturales ymédicos-naturaleza para referirse a las prácticas tradicionales de la san-ción mediante el uso de remedios que se extraen de plantas y animalesdel monte.

Estas conceptualizaciones del rol del monte y su relación conuna identidad mocoví prístina, se dan en un contexto en el que la agri-cultura criolla, las formas criollas de propiedad de la tierra, y la tala in-discriminada, han vuelto marginal el aporte de los recursos del monteentre los mocovíes de la región. Además, el rol de “paisaje de los anti-guos”, asignado hoy al monte, no refleja tampoco el lugar central quetenían los pastizales abiertos en la economía de caza y recolección du-rante el período precolombino.

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En buena parte, éste papel ha sido progresivamente asignado almonte debido a la asociación que, desde mediados del siglo XIX, se fueconstruyendo entre los espacios abiertos y los criollos. A ello ha contri-buido el interés criollo por estos espacios como campos de cultivo. Es-te interés llevó, especialmente durante fines del siglo XIX y la primeramitad del siglo XX, a que la población aborigen fuera empujada hacialos montes residuales. Actualmente los cultivos se han extendido tanto,mediante el desmonte de enormes extensiones, que las comunidadesmocovíes ya no están “escondidas en el monte”. Pero éste se ha conver-tido en el “paisaje de los antiguos”, es decir, en un resumen del territo-rio en el que las generaciones pasadas, reconstruidas por la memoriaactual, encontraban un “refugio” para la vida.

El pueblo: paisaje de los criollos

Entre los mocovíes de las comunidades estudiadas, que son fun-damentalmente rurales, el pueblo es el lugar de lo moderno. La vida ur-bana se contrasta con la vida rural en términos de lo acotado del espa-cio físico, la imposibilidad de una movilidad libre, la falta de vínculosde parentesco y familiaridad con los vecinos. En este sentido es impor-tante que para los mocovíes que viven en zonas rurales, el monte, aun-que cada vez más reducido, está a un paso. Siempre se puede recolectaralgo, como para no perder la costumbre, e incluso como un pequeñocomplemento dietario. Se puede caminar por el monte o poner algunatrampa. El pueblo elimina esta posibilidad, lo cual es vivido como unapérdida por los mocovíes.

Por otra parte el uso del espacio en el pueblo restringe mucho lasociabilidad por fuera de la familia nuclear. Por un lado, desde el pun-to de vista legal, implica la propiedad individual. Además, las propiasviviendas imponen trabas a las formas de relación tradicionales en elseno de las familias extensas. En general, en la ciudad, las viviendas sedisponen una junto a otra pero con sus frentes y patios orientados ha-cia la calle. Están pensadas como unidades independientes, que buscangarantizar la privacidad de la familia nuclear. Entre los mocovíes, el pa-tio es el lugar de la sociabilidad entre los miembros de una familia ex-tensa, cuyas viviendas se disponen en torno a este centro. En las comu-nidades rurales, la disposición de los ranchos de adobe que hoy sirven

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de viviendas, reproduce estas características propias de los antiguostoldos. El pueblo imposibilita esto y así la forma de disponer las vivien-das ayuda a desarticular el modelo previo de relaciones familiares.

Muchos conflictos y tensiones inherentes a las relaciones de lafamilia extensa, se resuelven tradicionalmente por la mudanza de algu-nos miembros o familias (Paucke 1942-44[1749-1767]). La estructurafija de habitación del modelo urbano, con casas de materiales durablesy emplazamientos fijos, terrenos de propiedad individual, claramentedelimitados y de pequeñas dimensiones, reducen notablemente estasposibilidades espaciales de resolución de los conflictos (tanto con losvivos como con los muertos6).

La creciente mecanización del agro y la tendencia a las grandesexplotaciones ha ido privando a los mocovíes de las fuentes de trabajoen el ámbito rural. Incluso quienes tienen algo de tierra, no poseen nilas extensiones ni los recursos para explotarla en forma competitiva.Falta de agua, maquinaria y combustible, carencia de las redes socialesque permiten el acceso a los circuitos de distribución, etc., generanfuertes presiones que impulsan a muchos mocovíes a los pueblos. In-cluso para los mocovíes que se quedan en zonas rurales, la relación conlos pueblos cercanos, y en especial con la política municipal se vuelveindispensable. Se establecen fuertes lazos con los punteros políticosque permiten la obtención de ciertos recursos y ayuda social de partede los municipios.

El pueblo es percibido por las personas de más de cuarenta añoscomo un lugar de disolución de la identidad. Allí los mocovíes tiendena mezclarse más con la población criolla, y los jóvenes imitan el com-portamiento y ropa de sus pares criollos. Por todo ello, ancianos y per-sonas maduras suelen afirmar que no se hallan en el pueblo.

Para las generaciones jóvenes el pueblo tiene un gran atractivo yquienes han accedido a una educación superior se ven obligados a viviren él (en las colonias rurales sólo hay escuelas de educación básica)adoptando así muchas pautas de la vida urbana. La resistencia de los an-cianos a abandonar el campo se traduce en una mayor separación gene-racional, lo cual aumenta las brechas simbólicas entre generaciones.

Por otro lado el matrimonio de mujeres mocovíes con criollosse da con una frecuencia mucho mayor que el matrimonio de hom-bres mocovíes con mujeres criollas. En esos casos es el trabajo del ma-

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rido criollo el que suele determinar la residencia, que muchas veces esen el pueblo.

De todos estos elementos, se desprende la importancia centraldel pueblo en la actual conceptualización mocoví del espacio. Como yamencionáramos, el proceso de colonización agropecuaria del Chacofue produciendo una progresiva identificación de los espacios ruralesabiertos con lo criollo. En continuidad con ese proceso, la progresivaconcentración urbana, ha constituido a los pueblos en verdaderas sín-tesis espaciales de los blancos y su modo de vida. En ellos se concentrany se expresan espacialmente los atractivos, peligros y tensiones inheren-tes a las relaciones con lo criollo. De este modo el pueblo cumple el rolde un verdadero paisaje de lo criollo.

De todos modos, y a pesar de la ruptura que implica para losmocovíes el habitar en un pueblo, muchas lógicas mocovíes previas si-guen operando aún en estos contextos. Estas generan, entre otros efec-tos, que, más allá de las imposiciones laborales, la movilidad de losmocovíes entre diversos pueblos y comunidades rurales, sea muy altaen comparación con la de los criollos. El territorio mocoví parece aúnfirmemente ligado a una red de parentescos y alianzas personales, re-corrida por una serie de caminos con hitos decisivos. La experienciamocoví del habitar sigue estando profundamente vinculada a la idea delas andanzas.

Conclusión: Los mocovíes y la identidad en un mundo global

El territorio mocoví tiene una estructura muy flexible, relaciona-da a las nociones de redes de parentesco, alianzas personales, caminosmarcados por hitos importantes, y esferas de poder (ligadas con losDueños y la actividad chamánica). Debe pensarse como algo en proce-so y construcción, una construcción nunca acabada ni completamentesistematizada, que engloba toda una diversidad de miradas, con un ca-rácter histórico inherente, que ya estaba presente antes de la llegada delos españoles. Estas características le han permitido adaptarse a lo lar-go del tiempo. No obstante, la llegada de los europeos ciertamente sig-nificó un impacto sin precedentes, que generó importantes rupturas.Estas dieron lugar a procesos de cambio acelerado, que se incrementa-ron con la ocupación efectiva del Chaco por parte del estado nacional.

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En este marco, el monte asume el rol de paisaje mocoví, en el sen-tido de síntesis totalizante del espacio. En la construcción de este pai-saje, íntimamente vinculado a la identidad mocoví, subyace el conflictopor la presencia del blanco y la incorporación de los mocovíes comomano de obra asalariada a la economía de mercado. Por un lado, lospropios términos remiten a una oposición entre la esfera de lo mocovíy la de lo criollo. Por otra parte está la actitud paradójica de los moco-víes actuales ante ese ideal de vida mocoví que han construido en la fi-gura de los antiguos. Actitud que reúne simultáneamente: admiración,añoranza, y la convicción de que hoy no es posible vivir como ellos. Losmocovíes nuevos se presentan a sí mismos como pobres ante dos gruposde poderosos: los criollos por una parte y los antiguos por otra.

El espacio, así como la identidad, son construcciones históricas.La propia idea del monte como paisaje mocoví por excelencia, parecesurgir del contexto de las estrategias de gestión de la distancia con elblanco. Como lo comenta Lucaioli (2005: 92-93), los testimonios delsiglo XVIII sugieren que los guaycurues buscaban el monte cerrado co-mo refugio contra los españoles, pero que en términos de recursos ali-menticios preferían los espacios más abiertos. De hecho, la importan-cia que el ganado caballar y vacuno tendría para estos grupos desde elsiglo XVII hasta fines del siglo XIX, debió acentuar la relevancia de losprados. Incluso hoy, cuando los más ancianos de los mocovíes actualesrelatan su asentamiento en el sur del Chaco, hacen referencia a su pre-ferencia por los espacios abiertos, de los que fueron desalojados por losestancieros criollos. Será el papel del monte como último refugio anteel avance de las formas de vida impuestas por los criollos, la identifica-ción entre espacios abiertos y cultivos, y la valoración positiva que eldiscurso ecologista hará del monte y sus recursos, lo que llevará a losmocovíes a constituirlo en el paisaje mocoví por antonomasia. En esemismo proceso, el pueblo se constituirá en el “paisaje de lo criollo”, lasíntesis espacial de ese complejo “otro”, el resumen de las contradiccio-nes, peligros y atractivos de las relaciones con el estado nacional, la eco-nomía de mercado y la sociedad de consumo.

Los ecologistas han construido en los medios nacionales, la ima-gen del Chaco del pasado como una enorme extensión de montes, quedeben ser recuperados. Esta extrapolación errónea de las condicionesde fines del siglo XIX ha tenido un profundo impacto. Este discurso ha

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arribado a las comunidades no sólo por su difusión general en la socie-dad nacional, sino especialmente porque la ideología de los movimien-tos ecologistas esta muy presente (o al menos pertenece a un ámbitomuy relacionado) en las ONGs dedicadas a la acción entre grupos abo-rígenes. De hecho hay en muchos de estos emprendimientos una pode-rosa búsqueda occidental del buen salvaje, del hombre natural cuyocontacto con las raíces permitiría superar las contradicciones de la so-ciedad global.

La prédica ecologista se ha posicionado como un discurso con-testatario, que denuncia y desconfía del sistema, pero que sin embargopermanece en su seno. Esta estrategia resulta muy afín a las concepcio-nes políticas tradicionales mocovíes en referencia a las relaciones coninstancias de una escala de poder que supera por mucho la propia.

Por otra parte, las oposiciones características del discurso ecolo-gista, como natural/artificial, sano/venenoso, rural/urbano, se hanconstituido en una importante fuente de metáforas. Por una parte estashan permitido a los mocovíes legitimar importantes elementos del dis-curso tradicional en el contexto de sus interacciones con el estado. Porotro lado han influido en la forma en la que los mocovíes construyen suconcepción del territorio y el rol del monte y del pueblo como paisajes.

Como lo hemos presentado a lo largo del trabajo, el proceso deconstrucción de la identidad mocoví está atravesado por complejas con-tradicciones y peligros y esencialmente por una relación de explotaciónsiempre presente. De hecho, hemos visto como las oposiciones con locriollo aparecen como constitutivas de la definición de los lugares cen-trales en la definición actual de la identidad mocoví. Pero, las identida-des étnicas se establecen siempre por contraste, e implican una situa-ción de contacto interétnico, por la cual el otro está en el corazón de laconstrucción del propio grupo (Barth 1976: 15-18). No debemos per-der de vista que los elementos diacríticos que sirven de marcadores depertenencia étnica, cambian con el tiempo. Esto es especialmente cier-to para el Chaco, dónde, a pesar de la falta de datos para el período pre-colombino -en parte debido a la escasez de trabajos arqueológicos en elárea- está claro que ha existido un intenso flujo de poblaciones, con im-portantes tensiones ente ellas. Por esto, pensamos que, a pesar de laruptura que ha supuesto la conquista, y de la presencia de lo criollo enel corazón de la formulación del paisaje mocoví, muchas lógicas identi-

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tarias y de construcción de localidad características del presente estánprofundamente ancladas en las prácticas mocovíes previas.

Notas

1 PIP CONICET, Nº: 6115, 2006-2008; UBACYT (F196) 2004-2007 y PICT-BID (4-14274) 2004-2007, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía yLetras (UBA).

2 Quien aplica este enfoque al caso del campo de juego para los futbolistas.3 Aunque no hay que pensarlo en términos visuales, sino de percepción/representa-

ción en general, si se quiere poder dar cuenta de la experiencia de muchos gruposamericanos.

4 Estrictamente el término ‘oochi designa a las zonas arboladas por oposición a lasextenciones herbosas, no’ueenaxa.

5 En este contexto ver las menciones a la recolección de algarroba como motivo pa-ra abandonar el trabajo en los ingenios azucareros entre los toba-pilagá (Gordillo1999:148).

6 Antiguamente con la muerte de un individuo quienes residían con él solían cam-biar de lugar de residencia y quemaban casa y pertenencias, por temor al difunto.Actualmente esta practica es mucho menos frecuente, en buena parte por lo antesmencionado.

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IDENTIDAD, SUBSISTENCIA Y

TERRITORIO ENTRE LOS MAZATECOS

DEL SUR DE VERACRUZ

María Teresa RodríguezCIESAS-Golfo, México

Introducción

Uno de los planteamientos centrales de un gran número de et-nografías sobre el pensamiento y el modo de vida indígena en Mesoa-mérica, se refiere a la estrecha relación entre la cosmología, la organi-zación social y la economía de subsistencia centrada alrededor del cul-tivo del maíz. En congruencia con este planteamiento, los mazatecos seautodenominan los shuta enima “los que trabajamos el monte” y deacuerdo con investigaciones realizadas en la región mazateca del esta-do de Oaxaca, su identidad étnica se encuentra estrechamente ligada ala economía de subsistencia y a su relación con la tierra1.

En estas páginas interesa examinar el caso de los mazatecos delsur de Veracruz, México, cuya inserción en un contexto de agriculturacomercial y ganadería extensiva, ha disminuido, o incluso acabado conla presencia del maíz en la agricultura de subsistencia. Un gran núme-ro de familias mazatecas subsiste del trabajo como jornaleros agrícolas,de las remesas migratorias y de la remuneración en actividades tercia-rias. La intención de este texto es reflexionar en torno al resultado deeste proceso en el campo de la etnicidad, y alrededor de las concepcio-nes ligadas al territorio y al manejo del espacio comunitario, inserto enun ámbito regional complejo y heterogéneo. Es pertinente analizar es-ta problemática en el marco de un contexto regional caracterizado porla movilidad de las fronteras y la ampliación de las esferas de contactosentre personas y contextos culturales diversos. Se entiende por territo-

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rio el espacio geográfico socialmente construido y culturalmente mo-delado, apropiado por el grupo social en términos instrumentales ysimbólicos. El espacio es un principio activo en la construcción del te-rritorio, en tanto los usuarios inscriben en el mismo determinadas car-gas sociales de significación y formas variadas de organización social(Barabas, 2004: 149).

Cada grupo social o cultural dota de relevancia particular a de-terminados rasgos del ambiente y elabora ciertas formas de relacionesprácticas con el mismo. Es por ello conveniente tomar en cuenta di-mensiones de la experiencia social relativas a las modalidades de apro-piación y estructuración del espacio y el medio físico, las cuales tienensus correlatos en otros campos de la vida local. Las transformacionesfundamentales en respuesta a problemas económicos, ecológicos o biende privatización o mercantilización de bienes, constituyen también untema substancial (Descola, 2001: 104, 24).

A principios de la segunda mitad del siglo veinte (de 1947 a1954), el Gobierno mexicano atendió a la necesidad de poner fin a losdesbordamientos del río Papaloapan2 e implementó un programa pa-ra el control de los ríos y la generación de energía eléctrica mediantela construcción de una presa de grandes dimensiones: la Presa MiguelAlemán3. El sitio elegido para tal fin serían 500 kilómetros cuadradosdel territorio de la Mazateca Baja en el estado de Oaxaca. Esta exten-sión se constituiría en el embalse más grande de Latinoamérica conuna capacidad de almacenamiento de 8.000.000 metros cúbicos. Paraello se requirió el desplazamiento de 22.000 indígenas mazatecosaproximadamente, habitantes principalmente de los municipios de Ja-lapa de Díaz, San José Independencia, Soyaltepec y San Pedro Ixcatlán,a quienes se reubicó en cinco predios ubicados en los estados de Oa-xaca y Veracruz.

En uno de estos predios -localizado en el municipio de Playa Vi-cente, Veracruz, con una extensión de 10.127 hectáreas- a 210 kilóme-tros de la zona de origen, se reubicó a familias procedentes de los mu-nicipios de Soyaltepec e Ixcatlán. Estas familias formaron nuevas loca-lidades en dicho municipio: Nuevo San Martín, Nuevo Arroyo del Ti-gre, Nuevo Pescadito de Arriba y Nuevo Ixcatlán. Hoy en día esta últi-ma es la localidad mazateca con mayor número de habitantes en elmunicipio de Playa Vicente, después de la cabecera municipal

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(3.626)4. En esta presentación me referiré especialmente a la localidadde Nuevo Ixcatlán.

Como ha sido señalado por diversos autores, las relocalizacionestienen efectos dramáticos sobre el grupo social, suponen nuevos tiposde sistemas interétnicos, el rompimiento de redes parentales y socialesy una serie de efectos desestabilizadores de la filiación cultural, a dife-rencia de lo que ocurre con los fenómenos de colonización voluntaria(Tyrtania, 1992, Barabas y Bartolomé, 1992, Agüero, 1998, López Cor-tés, 1991, entre otros).

En estas circunstancias, la población movilizada desde la regiónmazateca fue colocada en una situación de marginalidad, especialmen-te en materia de servicios como caminos, asistencia médica y fuentes deempleo. Se confrontaron con un entorno desconocido y desvinculadode sus referentes espaciales y simbólicos, así como de las redes socialesy comerciales que mantenían en el ámbito socio-económico y espacialde la región mazateca. El reacomodo en la región de los Llanos de Pla-ya Vicente trastocó inevitablemente los referentes espaciales y simbóli-cos, y la forma de relacionarse entre sí y con el entorno social y físico.

Dinámicas de subsistencia en el nuevo espacio regional

En el momento de la reubicación, el municipio de Playa Vicen-te, con una extensión de 2.024 kilómetros cuadrados, aún contaba conla mitad de su territorio cubierto de selva. Sin embargo, treinta y cincoaños después, el censo agropecuario de 1990 registró sólo el uno porciento de su territorio como área forestal (Agüero, 1998). En lugar dela selva se aprecian hoy en día grandes praderas subutilizadas en pasti-zales para ganadería extensiva.

Al inicio de la fase de reacomodo de la población indígena mo-vilizada, fue necesario desmontar las extensiones que serían ocupadaspor los recién llegados. Parte del predio estaba cubierto de especies pro-veedoras de maderas preciosas como cedro y caoba. El acceso era com-plicado y difícil, pues fue necesario abrir camino entre la selva y unaparte del trayecto se realizaba navegando por el cauce del río Lalana.

Los esquemas propuestos para los nuevos asentamientos trasto-caron los patrones residenciales indígenas, en torno a barrios y parajesy cerca de los campos de cultivo. El nuevo modelo habitacional estuvo

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diseñado para responder a una funcionalidad diferente a la de la tierrade origen: se planeó con calles y manzanas geométricamente iguales(Aguirre Beltrán 1958: 263). En cuanto a la dotación de tierras se siguióel criterio de reposición parcelaria y de nueva dotación para campesi-nos sin tierra. En este proceso de restitución territorial, el Estado mexi-cano promovió también la inmigración de colonos mestizos ajenos a laconstrucción de la presa.

En Nuevo Ixcatlán, las familias mazatecas fueron dotadas de so-lares domésticos, así como de una extensión de diez hectáreas de tierrapara actividades agrícolas o pecuarias. Habían llegado a un área terri-torial percibida como un entorno virgen para ser explotado. Se adecua-ron a las nuevas condiciones ambientales, recreando sus conocimientostecnológicos en un nicho ecológico diferente. Durante los primerosaños posteriores al reacomodo recibieron facilidades para sembrar pro-ductos acordes con el medio ambiente de las llanuras, como el cacahua-te y el tabaco. Pero la burocracia gubernamental para el otorgamientode créditos y la comercialización de las cosechas, así como otros facto-res de organización y falta de asesoría técnica, impidieron el éxito de es-tas actividades.

Hoy en día, pese a que todavía existen pequeñas extensionescultivadas de maíz, las labores ligadas a la agricultura fueron relegadasde las estrategias básicas de subsistencia de los mazatecos. La gran ma-yoría de las familias indígenas de Nuevo Ixcatlán vendieron las tierrasque recibieron de las instancias gubernamentales, a otros inmigrantesde origen mestizo y se convirtieron en peones asalariados en la mismalocalidad y en los ranchos aledaños, mientras que otros regresaron allugar de origen sin haber conseguido su adaptación al nuevo entorno.En la región de procedencia, se combinaba el trabajo en la milpa conel cultivo de café y la ganadería en pequeña escala. Boege (1988:31) se-ñaló que el manejo de la milpa, el huerto familiar, el acahual y la mon-taña organizaban todos los ámbitos de la vida mazateca en la zona deorigen.

Los inmigrantes mestizos ganaron paulatinamente espaciostambién en las esferas políticas y económicas de la localidad, a través dealianzas con los grupos de poder regional. La expansión de la ganade-ría implicó el derribo sistemático de amplias extensiones de selva. Conel arribo de estos colonos mestizos procedentes de distintas partes del

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país, se evidenciaron una serie de diferencias culturales y socioeconó-micas entre ellos y los pobladores indígenas. Los nuevos inmigrantesrancheros, se insertaron en el proceso de colonización de los Llanos dePlaya Vicente y lograron beneficiarse de la riqueza y posibilidades queles ofrecía el medio ambiente. Un nuevo modo de expansión económi-ca daría lugar a la transformación de las tradicionales actividades agrí-colas de los shuta enima. Poseedores de otros intereses económicos,distinta tecnología y estilos culturales, estas familias de rancheros apro-vecharon los recursos de forma eficiente y participaron de la formaciónde una nueva lógica regional. Tuvieron habilidad financiera y condi-ciones políticas favorables para administrar créditos, mano de obra ba-rata y terrenos a bajo costo. Al cabo de pocos años habían logrado ad-judicarse terrenos que más tarde convertirían en pastizales para gana-dería y en plantaciones de algunos cultivos comerciales, como frutalesy hortalizas.

Para las generaciones jóvenes, descendientes de las familias indí-genas reubicadas, las condiciones son cada vez más complejas. Si bienel acceso a la educación media es una ventaja que tienen sobre sus ma-yores (puesto que la localidad cuenta con escuelas que atienden desdeel nivel de pre-escolar hasta preparatoria), tienen pocas posibilidadesde convertirse en empresarios agricultores o ganaderos, como proyec-to de vida a largo plazo. Las circunstancias derivadas de una baja coti-zación de la fuerza de trabajo agrícola, de la ausencia de oportunidadeslaborales en el entorno regional, y de la desigual distribución de la tie-rra, han dado lugar al incremento de la emigración hacia la ciudad deMéxico y hacia los Estados Unidos.

En el año 2005 realizamos entrevistas dirigidas5 a 184 grupos do-mésticos de Nuevo Ixcatlán, que representan aproximadamente a unacuarta parte de su población. Alrededor de un 64 % de los grupos do-mésticos entrevistados, declaró que uno o más de sus miembros hanemigrado de la localidad con fines laborales. Es notorio que los emi-grantes son predominantemente población masculina, aunque tambiénse registra emigración femenina, pero en menores proporciones6.

De entre la población entrevistada que permanece en la locali-dad, solamente el 18 % se dedica a la agricultura, ya sea en terrenospropios o rentados, mientras que un 26 % ciento, son jornaleros enranchos agrícolas y ganaderos en el propio contexto de la localidad o

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en el medio regional. El resto se distribuye en prestación de servicios,comercio y talleres artesanales. La ganadería es una actividad que sola-mente ocupa al 8,6 % de las familias entrevistadas.

Tradición e identidad en el nuevo asentamiento

Los acontecimientos del reacomodo generaron un menoscabodel control comunitario sobre el ciclo ritual y sobre otras institucionesrelacionadas con la organización comunal y los procedimientos de lavida pública. Por ejemplo, la asamblea comunal y el tequio o faena deservicio obligatorio han visto severamente mermada la participaciónde los pobladores.

Diferentes autores (Boege, 1988; Incháustegui, 1994 y 2000; Pé-rez Quijada, 1996, entre otros) han documentado el importante papelde los especialistas rituales (los shuta tshinea o shuta teej en lengua ma-zateca) en la vida social de los mazatecos, destacando su influencia enlos asuntos públicos y religiosos, en la toma de decisiones de interés co-lectivo y en el conocimiento de un entorno pleno de riesgos y de serescon características especiales y poderes mágicos. En gran parte de laslocalidades mazatecas de Oaxaca, la población indígena mantiene unnúcleo importante de expresiones y formas culturales que ellos deno-minan “nuestra tradición” o “costumbre” (no existe un término en len-gua vernácula), de los cuales los más sobresalientes –según su propiainterpretación- se relacionan con determinadas manifestaciones reli-giosas, con el uso de la lengua mazateca y con los rituales funerarios. Enel plano de la cosmovisión

Los mazatecos constituyen un pueblo que posee una fuerte espirituali-dad dentro de la cual sabe que el mundo está vivo en todos sus compo-nentes y que su propia soledad no es absoluta (Incháustegui, 2000, 146).

Los especialistas rituales asumen la responsabilidad de dar con-tinuidad a este repertorio cultural. Sus conocimientos reservados sus-tentan elaboradas actividades dirigidas a descifrar las causas de males yenfermedades, a restablecer la salud, a pronosticar la suerte y el futuro,a propiciar las lluvias y las buenas relaciones con los dueños de los dis-tintos espacios. Su participación es también esencial al frente de deter-minados rituales públicos religiosos y en las ceremonias relacionadas

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con el ciclo de vida. Sus intervenciones se dirigen a diferentes camposde la vida social e individual: como curanderos en las aflicciones, en-fermedades y penurias individuales, como rezadores al frente de los fu-nerales y otras ceremonias religiosas, y como “embajadores” o “pedido-res de mujeres” encargados del protocolo respectivo en la concertaciónde las bodas (Rodríguez 2003).

Sin embargo, en Nuevo Ixcatlán hoy en día han quedado en de-suso las secuencias ceremoniales más representativas en el lugar de ori-gen: la celebración de la Semana Santa y las festividades patronales enhonor de San Isidro y San Pedro, no obstante la fuerza social y expre-siva que manifiestan estos eventos festivos y religiosos aún en la actua-lidad, en gran parte de localidades de la región mazateca oaxaqueña.

En las primeras décadas de los años setenta del siglo XX, a vein-te años de la fundación del poblado de Nuevo Ixcatlán, aún se desarro-llaban estas festividades a la manera indígena. Los rezadores, especia-listas rituales de la tradición mazateca, trataban de reproducir las se-cuencias ceremoniales tal y como se desarrollaban en el terruño antesdel reacomodo. Sin embargo, con la introducción del Movimiento deRenovación Carismática a mediados de la década de los setentas, co-menzó a promoverse por parte de la iglesia católica y los sacerdotesasignados a la localidad, la sustitución de prácticas de la religiosidadindígena por otras más apegadas a la liturgia católica, pero con algunosrasgos comunes a las iglesias pentecostales7.

Tras un periodo de conflicto en el cual un amplio sector tradi-cionalista se negaba a incorporarse a la nueva tendencia doctrinaria, lasinstituciones eclesiásticas avalaron las gestiones y labor proselitista delsacerdote y los seguidores del movimiento de Renovación Carismáticay se adjudicó a Nuevo Ixcatlán el rango de Parroquia. La asignación deun párroco permanente en el poblado, coadyuvó en una solución delconflicto que segregó a la corriente tradicionalista.

Una parte de los miembros del sector tradicionalista, se mantie-ne distante hasta cierto punto de la participación en las actividades dela iglesia, y aún manifiestan su añoranza por los ceremoniales religio-sos de antaño. Algunos ancianos continúan desempeñándose como es-pecialistas rituales en los ámbitos domésticos, mientras que otros se in-tegraron finalmente al movimiento carismático. Como señala Garma,“antiguos curanderos se adaptan a la ideología pentecostal reestructu-

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rando sus vidas, de modo que sus experiencias puedan verse como unanueva luz” (2000: 89). Por ejemplo, entran en trance mediante la ora-ción y en su trance extático adivinan las causas de enfermedades y aflic-ciones y los métodos para combatirlas, toda vez que se considera unatransgresión el uso de otros métodos adivinatorios asociados a la tradi-ción mazateca, como la lectura de granos de maíz o el consumo de psi-cotrópicos.

Posiblemente, el énfasis de la teología del Espíritu Santo en la cu-ración y la experiencia extática, le permite su articulación con los com-plejos rituales y cosmológicos de las sociedades nativas (Ceriani 2003:122). La contienda con los tradicionalistas no se dirime en los camposepistémicos de los saberes en tensión o en conflicto, sino en el terrenode su reproducción e instrumentalización (Restrepo 2004: 84).

Si bien en el campo político y ceremonial, las instituciones co-loniales indígenas -como el Consejo de Ancianos, asambleas comuni-tarias y fiestas tradicionales- adquirieron en Nuevo Ixcatlán un carác-ter marginal hasta desaparecer casi por completo, ello no ha dado lu-gar a la desaparición de los especialistas tradicionales en el campo dela salud y la atención a problemas emocionales y aferctivos. Dichos es-pecialistas mantienen un papel social relevante en la regulación de lasrelaciones interpersonales. El sentido social de sus prácticas imprimefuerza y contenido a las diferencias culturales de la población mazate-ca, y posibilita la permanencia de los espacios domésticos como ámbi-tos de resistencia cotidiana, en los cuales se mantiene la “evidencia dela tradición”.

Es en el espacio doméstico donde la lengua mazateca continúatransmitiéndose con vitalidad, y se reproduce un acervo cultural ligadoa la tierra de origen. Dos tipos de rituales son representativos de lo quelos propios pobladores conciben como “la tradición mazateca”: las ce-remonias funerarias y los ritos de curación y adivinación. Ambos tiposde rituales se realizan en el seno de los hogares y cumplen la función se-miótica de reiterar tanto la interacción social entre la población indíge-na, como las divisiones sociales fundadas en las diferencias étnicas. Elámbito doméstico constituye el medio privilegiado de la supervivenciacultural del pensamiento mazateco. Los procedimientos curativos, ensu carácter privado, posibilitan la vigencia de la relación del médico yel paciente desde la cosmovisión y el saber tradicional indígena. En las

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ceremonias fúnebres, por añadidura, se expresa la solidaridad y cohe-sión de las redes familiares, parentales y vecinales. El hogar de los do-lientes se convierte en un espacio de apoyo emocional y material, ám-bito de movilización de intercambios y ayuda mutua. Estos espacios designificación permiten expresar la distinción entre lo propio y lo ajeno,y posibilitan la recreación de una identificación cultural y étnica. Pue-den ser interpretados también como esferas de conexión, de interven-ción y de mediación dentro de las jerarquías políticas y sociales emer-gentes en el nivel local (Rodríguez 2003).

Por otra parte, entre la población indígena de Nuevo Ixcatlán sereelaboran cotidianamente elementos de su cosmovisión, y se mantie-ne la adscripción a un acervo histórico y mítico compartido. Un ancia-no curandero lo expresa de la siguiente manera:

Nosotros somos mazatecos reacomodados, nuestra tierra es San PedroIxcatlán Oaxaca. Allá en el Cerro Rabón vive el Chikón Nangui, vive de-bajo de la tierra, es el dueño de la tierra, de los animales y de los cerros,aquí también hay chikones8, pero vinieron de allá, allá está su casa.(D.G. mayo de 2004).

Es decir, podemos hablar de la continuidad simbólica de un te-rritorio étnico fragmentado espacialmente, pero activado en el tiempopresente mediante la creación y manutención de vínculos sociales, pa-rentales y simbólicos. A través del intercambio de elementos materialesy alianzas entre familias, la continua referencia al lugar de origen –elviejo San Pedro Ixcatlán donde aún residen numerosas familias maza-tecas- permanece como la principal vía de adscripción e identificaciónétnica para los mazatecos de Nuevo Ixcatlán. Es común, por ejemplo,que en determinados festejos familiares y en momentos especiales delciclo ceremonial se trasladen grupos familiares y vecinales en una yotra dirección.

En las fiestas del aniversario de la fundación de Nuevo Ixcatlán,en las fiestas patronales, y en otros momentos importantes del calen-dario festivo de ambos lugares, circulan productos alimenticios, agru-paciones musicales y se hacen visitas a los médicos tradicionales y es-pecialistas rituales quienes se trasladan de uno a otro poblado. Es espe-cialmente relevante la cooperación de las bandas de aliento que se es-

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pecializan en el repertorio mazateco de la música fúnebre. En ocasiónde los funerales y de las festividades religiosas de Semana Santa, se re-quiere la participación de los pocos conocedores de este acervo y es fre-cuente que éstos sean invitados para moverse del Nuevo al Viejo Ixca-tlán y viceversa.

A su vez, los profesores y otros individuos que integran la peque-ña elite de intelectuales locales, valoran “las tradiciones indígenas” des-de una perspectiva esencialista. Hablan de orgullo étnico y de la impor-tancia de conocer la lengua vernácula y las “costumbres”. Sin embargo,también asumen su papel como intermediarios en el proceso de cam-bio socio-económico y cultural; no siempre utilizan ni transmiten lalengua indígena en el seno familiar, ni participan del entorno social delos sectores más tradicionales. Las instituciones escolares locales pro-mueven y difunden la supuesta homogeneidad de la nación mexicana,afirmándola por ejemplo en la enseñanza del folklore de distintas re-giones de México para exhibirlo durante los festivales anuales de lasgraduaciones escolares. Pero también apoyan algunas expresiones de latradición mazateca, mismas que interpretan como las manifestacionesmás representativas de la identidad local: las celebraciones de los Díasde Muertos, la gastronomía indígena y un sucinto repertorio de músi-ca y danza tradicionales.

Aunque entre los jóvenes mazatecos permanece el orgullo porsus raíces indígenas, han olvidado parte de la narrativa y representacio-nes simbólicas asociadas a la naturaleza y a la milpa indígena. Sin em-bargo, los datos del muestreo realizado revelan que el idioma mazatecose mantiene con vitalidad aún entre la población adolescente: el 38 porciento de los jóvenes entrevistados tiene el mazateco como primeralengua y un 29 por ciento lo conoce como segunda lengua9.

Las visitas al pueblo de una parte de la población migrante du-rante las festividades más importantes del calendario anual (conme-moración de la fundación del pueblo, fiestas patronales y fin de año),imprimen dinamismo económico y social a la localidad, al mismotiempo activan y mantienen las redes de compadrazgo y las alianzas pa-rentales entre propios y extraños. Ellos aportan también recursos eco-nómicos para la celebración de fiestas de cumpleaños de sus parientes,especialmente de niños y jóvenes que permanecen en la localidad alcuidado de sus abuelos. En estos casos, envían el dinero con anticipa-

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ción para realizar los preparativos y no escatiman en el ofrecimiento deun banquete especial, con música y baile, dirigido al círculo de vecinosy parientes invitados. El valor simbólico de estas fiestas gravita en sumisión diplomática, es decir, en el mantenimiento de la adscripción lo-cal y de los vínculos sociales y afectivos.

Sin embargo, como se señalaba páginas atrás, los recursos prove-nientes del trabajo migratorio pocas veces se invierten en la reactiva-ción de las labores del campo. Es por ello que parece evidente que elsistema de valores y actitudes correspondientes con la idea de una so-ciedad agrícola está siendo resignificado. El calendario festivo de Nue-vo Ixcatlán, se encuentra ahora más vinculado a este tipo de fiestas cí-vicas y familiares, que a los festejos religiosos que antaño se vinculabancon el calendario agrícola. (Rodríguez, 2004: 101). El aniversario defundación del pueblo tiene más relevancia que la fiesta al santo patro-no, San Isidro Labrador, considerado el patrono de los agricultoresdentro del santoral católico y celebración medular en los pueblos cam-pesinos de México.

Celebraciones seculares como las graduaciones escolares -en lascuales se organizan bailes y banquetes y se lucen atuendos costosos-juegan un papel sobresaliente como mecanismos de adquisición del es-tatus que en otro tiempo emanaba de otras fuentes de prestigio, comola gestión de los cargos cívicos y religiosos y las grandes bodas celebra-das a la usanza tradicional mazateca. La idea de la redistribución queen la zona de origen se expresaba en el intercambio de fuerza de traba-jo agrícola, de productos de la milpa y el huerto y de otras formas deayuda mutua., se expresa hoy en Nuevo Ixcatlán en la capacidad deconsumir y compartir en este tipo de fiestas más modernas y seculari-zadas. En este caso, el intercambio y la redistribución circulan a travésde redes e intereses asociados a los espacios cívicos y a las conexionespolíticas y diplomáticas entre los distintos grupos familiares que inte-gran los sectores locales.

Comentario final

Las condiciones generadas a partir del desplazamiento forzosode los fundadores de Nuevo Ixcatlán desde la región mazateca de Oa-xaca, generaron un proceso de desterritorialización cuyas consecuen-cias no fueron del todo exitosas. Mencionamos por ejemplo, la caren-

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cia de servicios y fuentes de empleo aún hoy en día (cinco décadas des-pués), así como la casi total desaparición de las actividades agrícolas li-gadas a la milpa indígena a partir de la especulación y acaparamientode las tierras que otorgó el Estado mexicano a las familias desplazadas.

Es por ello que han quedado prácticamente en desuso los proce-dimientos rituales y festividades religiosas relacionados con las etapasdel ciclo agrícola del maíz –componentes sustanciales de la identidadindígena entre los antepasados mazatecos y aún en la región de origen.Elementos del pensamiento mágico-religioso del acervo cultural indí-gena se incorporan parcialmente en las nuevas tendencias religiosas,reelaborados y adaptados al contexto local. Los especialistas rituales(shuta tshinea) –tradicionalistas o carismáticos- cumplen aún un im-portante papel en términos de la normativización de formas de com-portamiento y de regulación de las relaciones sociales, así como en elcampo de la salud y de atención a padecimientos individuales de dife-rente índole. Si bien la lengua vernácula se mantiene con vitalidad, losreferentes míticos principales asociados a los lugares sagrados no hansido reemplazados en el nuevo asentamiento (por ejemplo el Cerro Ra-bón, residencia de Chikón Nangui y uno de los cerros emblemáticos dela región mazateca).

Hoy en día las fiestas adquieren formas novedosas y se encuen-tran menos vinculadas al calendario religioso -cumpleaños, graduacio-nes, aniversario de la fundación del pueblo-. Se desarrollan bajo coyun-turas específicas en función de las condiciones de movilidad de los mi-grantes y gravitan en gran parte alrededor de los calendarios cívicos ylaborales. Por otra parte, en el campo de la política la incorporación denuevas prácticas relegó la importancia de la asamblea comunitaria, afavor de un sistema partidista que ha desembocado en la acentuaciónde las divisiones y faccionalismos internos.

La reciente intensificación de los procesos migratorios y la desa-parición de la agricultura del maíz, no excluye la existencia de otras for-mas de afirmación identitaria, ya no tan ancladas al lugar, al paisaje lo-cal, o a las labores agrícolas, sino al territorio ancestral y a las nuevas es-feras socio-espaciales fincadas en redes de bienes y mensajes. Estas re-des incluyen trayectos e intercambios hacia y desde distintos ámbitos:de la localidad hacia las zonas receptoras de migrantes al interior de laregión, del país, y de la nación norteamericana. Pero también hacia el

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Viejo Ixcatlán, lugar de origen de los fundadores, de los ancestros y deChikón Nangui; sitio de encuentros e intercambios con los parientesque no emigraron, principal referente de la identidad local de los ma-zatecos de Nuevo Ixcatlán.

Notas

1 Para este aspecto, ver especialmente el trabajo de Eckart Boege (1988).2 El Papaloapan es una caudalosa corriente fluvial, con numerosos afluentes, que

abarca una franja de la vertiente del Golfo de México.3 Este era el nombre del entonces presidente de la República Mexicana, Lic. Miguel

Alemán Valdéz.4 INEGI, Censo General de Población, 2000.5 Las entrevistas fueron realizadas con la colaboración de Alejandra Sánchez Bandala,

en el marco del proyecto Idymov (CIESAS-IRD-ICANH), vigente de 2003 a 2006.6 En cuanto a los destinos migratorios, la trayectoria más recurrente es hacia el inte-

rior del país, ya que representa el 69 % de los casos, mientras que un 20 % se diri-ge hacia los Estados Unidos. Del restante 11 % carecemos de información precisaen cuanto a sus lugares de destino. Un dato interesante de la muestra es que de losgrupos domésticos que declararon tener algún familiar trabajando fuera, el 67 porciento expresó no recibir ninguna contribución económica o remesa.

7 Entre estos rasgos podemos mencionar, por ejemplo, poderes de sanación, don delenguas y la objeción hacia determinados conceptos y prácticas sincréticas dondeintervienen elementos del pensamiento mágico-religioso indígena. Estas tenden-cias también predican en contra de la ingestión de bebidas alcohólicas, tanto en loscontextos rituales como fuera de ellos, y abogan por la eliminación de los elabora-dos procedimientos rituales que implica el culto a las imágenes de los santos, yotras prácticas religiosas del catolicismo popular.

8 Los chikones son parejas de dueños, deidades menores que constituyen el séquitode Chikón Nangui y cuyo dominio se asigna a lugares específicos del bosque o dela selva, cruces de caminos, ríos y manantiales. Estos personajes son concebidos deforma ambivalente como justos y protectores, caprichosos y peligrosos. A pesar dealgunas variantes dialectales, en la región mazateca se reconoce a esta deidad bajolos siguientes términos: Chikón Tokosho, dueño de todo el territorio de los mazate-cos, Chikón Nangui, rey de la tierra y Chikón Nanda, dueño del agua. El vocablochikón significa en lengua mazateca “poderoso” o “rico” (Incháustegui 1994, 1977).

9 La muestra nos indica que de las personas cuya edad fluctúa de los 41 a los 60 años,el 65 % es bilingüe con el mazateco como primera lengua, y el número de mono-lingües en mazateco aumenta a un 12 %. La misma tendencia se aprecia en las per-sonas de más de 60 años, cuyo 25 % es monolingüe en lengua mazateca y el 50%es bilingüe con el mazateco como lengua dominante.

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TERRITORIOS EN DISPUTA Y

PAISAJES RITUALESREFRACCIONES DE GLOBALIZACIÓN Y NACIÓN

EN LO LOCAL, UN CASO TEPEHUA

Hugo García ValenciaInvestigador de tiempo completo, Instituto Nacional de Antropología, Jalapa, Mexico

Introducción

He tomado el concepto refracción del libro Reclaiming EnglishKinship. Portuguese Refractions of British Kinship Theory de la DoctoraMary Bouquet (Bouquet 1993). El concepto de refracción a mi modode ver expresa mejor que el concepto de filtro cultural, las distorsionesque suceden cuando categorías sociales pasan de una cultura original aotra, siendo ambas de una densidad diferente y conductividad culturalvariable. Estas refracciones se vuelven aparentes cuando analizamos lamanera particular en que lo global y lo nacional se manifiestan a nivellocal, en particular en Pisa Flores, Veracruz, México, un pequeño po-blado de hablantes de lengua Tepehua. La noción de refracción se re-fiere al proceso por el cual elementos culturales entran de un mediocultural a otro. El resultado ha sido concebido como aculturación, sin-cretismo o más recientemente hibridismo.

Lo global y lo nacional se expresan de múltiples maneras en lavida cotidiana de los habitantes de este pueblo, y tienen particular re-levancia en aspectos de espacio, territorio y tiempo. Las refracciones delo global en Pisa Flores corresponden con la definición que de esta ca-tegoría hace Jameson, quien ve la globalización “como una totalidad nototalizable que intensifica relaciones binarias entre sus partes – en sumayoría naciones, aunque también regiones y grupos, que, no obstan-

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te, continúan articulándose de acuerdo al modelo de ‘identidades na-cionales’ (más bien que en términos de, por ejemplo, clases sociales).(Jameson, 2003, xii). De igual manera se puede entender Pisa Flores co-mo perteneciente a uno de los varios estadios en que se concibe lo glo-bal como se presenta en el volumen sobre globalización editado por Ja-meson y Miyoshi o en el contencioso campo de lo civilizatorio, tambiénpresente en ese mismo volumen (Jameson y Miyoshi, 2003). En todocaso, los acontecimientos mundiales desde la Guerra fría hasta el mo-mento no sólo han afectado a este pequeño pueblo, sino que han for-mado parte fundamental de su evolución social. Es impresionante, nosólo el impacto de tales fenómenos mundiales, sino también la maneralúcida, imaginativa y novedosa de los habitantes de este pueblo de ad-mitir las innovaciones externas y someterlas a un tratamiento local.

Comencemos por situar a esta población en el espacio y en eltiempo. Empezaré por adoptar la distinción entre lugar y territorio quepropone Mbembe (Mbembe 2003) para quien el lugar es el orden se-gún el cual los elementos se distribuyen en relación de coexistencia. Unlugar, como lo establece Michel de Certeau, es una configuración ins-tantánea de posiciones. Implica una estabilidad. En cuanto al territorio,es fundamentalmente una intersección de cuerpos en movimiento. Sedefine esencialmente por el conjunto de movimientos que sucedendentro de él. (Mbembe 2003: 24). El pueblo de Pisa Flores es en efectoun lugar en donde coexisten sus habitantes, pero este lugar esta situadoen un territorio extremadamente complejo en donde se entrecruzan, seintersectan, se sobreponen, se excluyen y se complementan multitud decuerpos sociales en movimiento, de los cuales analizaré sucintamentesólo un pequeño conjunto relevante.

La configuración de un lugar y un territorio. Geopolítica y economía.

Para empezar, Pisa Flores es un poblado indígena con una pági-na web en donde encuentra uno principalmente datos lingüísticos, his-tóricos y religiosos. En la entrada sobre época colonial nos informanque Pisa Flores se encuentra a 300 metros sobre el nivel del mar, en lasfaldas de la Sierra Madre Oriental. Es una zona de suaves pendientes in-terrumpidos por cerros mayores, formando grandes cañones por don-

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de corren los afluentes de los ríos Beltrán y Vinazco El pueblo es de re-ciente fundación:

Hacia fines de los años veinte se agudizaron los enfrentamientos entreagraristas y terratenientes en el municipio de San Pedro Tziltzacuapan,Puebla, de donde procede la actual población de Pisa Flores. Todavíalos informantes mayores del pueblo recuerdan hechos cruentos rela-cionados con tales luchas. Hacia 1937 y 38 un grupo de Tziltzacuapanse asentó en los terrenos de un cacique local en lo que en la actualidades el pueblo, quienes vivían entre los montes, con la zozobra continuade ser atacados, hasta que se definieron los límites del pueblo.” (Wi-lliams 1963; Álvarez 2002; García, en proceso de publicación).

El lugar en que se asentaron los primeros habitantes era un te-rritorio en disputa, siendo ellos mismos unos de los principales acto-res, pero la región inmediata y las regiones no tan inmediatas se encon-traban igualmente intersectadas por movimientos de gran poder. Des-de fines del siglo XVII representantes de la nobleza parva española, co-

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mo llama Aguirre Beltrán a algunos inmigrantes españoles, habían in-troducido ideas fisiocráticas en el agro mexicano. Durante el XIX ad-quirieron gran importancia movimientos anarquistas y socialistas pro-movidos principalmente por migrantes españoles e italianos al área.Las luchas agrarias en que se veían envueltos los campesinos e indíge-nas mexicanos se enmarcaban en estos cuadros ideológicos, por lo queno es de extrañar que la escuela, fundada en Pisa Flores desde los ini-cios del pueblo se llame Carlos Marx.

Pero el socialismo no fue una ocurrencia local, ni un fenómenoaislado, ni mucho menos un movimiento sin éxito. Una mirada a unmapa de la región, desde la perspectiva de lo que varios autores han de-nominado el Mediterráneo Americano (García, 1990; Barreda, 2001;García, 2005) nos ilustrará sobre este punto. En México el fenómeno deEstados socialistas fue común a Yucatán, Tabasco y Veracruz. Esta tam-bién fue, en épocas posteriores, una tendencia seguida por varios paí-ses de lo que se conoce como el Mediterráneo Americano, como sonCuba (1959-), Jamaica (1972-1980), Grenada (1979-1983) y Guyana(1970-1985) (Knight 1990: 325).

Tal situación produjo un estado generalizado de alerta y conflic-tos internacionales asociados a la guerra fría. Obviamente la represióna los seguidores de tales tendencias no se hizo esperar, pagando muchascomunidades indígenas con espantosos sufrimientos hasta la fecha porsu afiliación a tales causas.

Tales conflictos se manifestaron en lugares como Pisa Flores entorno a disputas por la tierra, y los sucesivos enfrentamientos surgidosde la incipiente y largamente pospuesta democratización como una re-fracción de las tendencias generales de la nación. El panorama se com-plicó más por el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros ylas redes de conducción que atravesaron todos los espacios ocupadospor indígenas a lo largo del Estado. La Ciudad más cercana a Pisa Flo-res se llama Villa Lázaro Cárdenas, mejor conocida como la UNO, o elsitio en que se asienta una de las primeras estaciones de excavación yextracción de petróleo de la compañía mexicana petrolera, conocidacomo Petróleos Mexicanos o PEMEX. En un mapa podemos ver las lí-neas petroleras que atraviesan el Estado y las regiones indígenas entrelas que se encuentra Pisa Flores para imaginarse el impacto de tal em-presa en la vida de las comunidades de la región.

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Baste decir que el paisaje rural heredado de la colonia se vio al-terado sustancialmente en pocos años. Las vías de comunicación marí-timas que unían las cercanas ciudades de Gutiérrez Zamora y Papantlahasta fines del siglo XIX se volvieron obsoletas en el siglo XX dando lu-gar a caminos por los que el transporte del petróleo y sus derivados eraprioritario. Vastas extensiones de terrenos se vieron rápidamente defo-restados, gracias a los trabajos petroleros y a las estancias ganaderas.Nuevas redes comerciales se establecieron, una de ellas a lo largo de lacarretera que une Poza Rica a la Ciudad de México, en uno de cuyospuntos intermedios se encuentra, precisamente, la Uno, a cuyo ampa-ro Pisa Flores se ha convertido en un floreciente centro comercial paratodos aquellos pueblos separados de las vías de comunicación impor-tantes de la región, forzados a cruzar ríos en pangas para conducir per-sonas y mercancías.

Pisa Flores se encuentra pues mirando hacia el MediterráneoAmericano, zona de vastos yacimientos petroleros desde Venezuela,hasta México y la cuenca del Golfo de México y por donde llegaran lasprimeras ideas socialistas a la región. Pero esa no es ni la única, y en

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Transportando mercancías por el rio Vinazco

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cierta medida ni la más importante conexión de este pequeño pueblocon el mundo globalizado y globalizante.

Religión y geopolítica

Pronto, a partir de la Independencia de México, los conflictosentre la Iglesia Católica Romana y el Estado Mexicano se agudizaron demaneras bastante conocidas. Una alternativa para resolver tales conflic-tos era, precisamente, alentar la diversificación de alternativas religio-sas (Ramírez 2006). Una de ellas era promover la creación de una Igle-sia Nacional, para lo cual la Iglesia Anglicana proponía un modelo exi-toso en Europa. En algún momento, en Veracruz, hacia el primer cuar-to del siglo XX aparecen representantes de la Iglesia Católica Mexicananegociando con el Gobierno de Veracruz el envío de ministros, sobretodo a la región de Papantla, en donde hacia 1925 fundan un obispado,en el pequeño poblado del Espinal (Williman 1976)1. En una fecha in-cierta se funden la Iglesia Católica Apostólica Mexicana con la IglesiaOrtodoxa Mexicana. Los habitantes de Pisa Flores deciden todos ads-cribirse a la Iglesia Ortodoxa Mexicana, (García en proceso de publica-ción) legitimada, de alguna manera, por la Iglesia Antigua, en un com-plejo proceso sobre el que no puedo abundar aquí. Este suceso está ín-timamente vinculado con movimientos geopolíticos de gran magni-tud, refractados en esta población con características peculiares comoveremos a continuación.

Por otro lado, la iglesia ortodoxa rusa tiene una larga historia enAlaska desde que era territorio ruso. Con su venta a los Estados Unidosen 1867, los ministros rusos ortodoxos permanecieron ahí catequizan-do a la población nativa, bajo la jurisdicción de la iglesia ortodoxa ru-sa. Con la Revolución Rusa tal dependencia se hizo imposible y se fun-daron diócesis independientes que se sobreponen territorialmente es-tando más bien delimitadas por antecedentes étnicos hasta que en 1970con la autorización del Patriarcado de Moscú les fue concedida autono-mía conociéndose como OCA por sus siglas en inglés OrthodoxChurch in América. En Pisa Flores se encuentra la Misión Ortodoxa dela Santa Cruz perteneciente al Exarcado de México2.

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La iglesia ortodoxa de Pisa Flores

Hacia mediados de los años ochenta del siglo pasado, el ObispoAlejo de la Iglesia Ortodoxa en México, derivada de la antigua IglesiaOrtodoxa Rusa y luego de la Orthodox Church in America, tomó bajosu jurisdicción la parroquia de Pisa Flores pasando a pertenecer a laIglesia Ortodoxa en México.

Paradójicamente el florecimiento del socialismo en el Medite-rráneo Americano y en Rusia, produjo efectos diametralmente opues-tos en este pequeño poblado. Aquí se unieron fenómenos religiosos ypolíticos considerados como antagónicos en otros lados: por un lado,la adhesión al socialismo que se manifestó aquí como una ideología re-volucionaria que se centró en gran medida en reivindicaciones de tie-rras y educación de los indígenas y, por otro lado, la conversión masi-va del pueblo a la iglesia ortodoxa rusa.

Aunados a los conflictos por el territorio que aquejaron a los in-dígenas fundadores de este pueblo, su misma distribución en el espa-cio sería una fuente de pugnas entre varios actores. Una vez entregadaslas parcelas a los habitantes, en usufructo privado, los fundadores deci-dieron dejar un lote para las actividades del culto nativo. Este lote, du-

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La iglesia ortodoxa en la plaza central de Pisa Flores

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rante mucho tiempo permaneció oculto, para evitar las represalias es-tatales y de la Iglesia Católica Romana, aunque los lugareños sabíanexactamente donde se encontraba.

El temor fundamental, según un informante, era por los solda-dos, quienes tenían la consigna de destruirlos. El gobierno del Estadode Veracruz se había propuesto en el primer cuarto del siglo pasado, co-mo resultado de su actitud ilustrada y socialista, terminar con la reli-gión y la superstición en el Estado. También la Iglesia Católica Roma-na, tenía el propósito de acabar con la superstición y con cualquier otracompetencia religiosa que pudiera surgir, como la ortodoxa. La iglesiacatólica romana fue sometida a todo tipo de reglamentaciones y limi-taciones para el libre ejercicio del culto, lo que en la práctica significa-ba minar su poder económico, social y religioso sobre la población. Almismo tiempo el gobierno estatal negociaba con las autoridades de laIglesia Ortodoxa las condiciones bajo las cuales podían operar los mi-nistros en el Estado. Tanto la iglesia romana como el gobierno perse-guían las manifestaciones religiosas indígenas. Así el Padre ArmínMontes de Honor, el misionero ortodoxo encargado de la región, sufríapersecución por parte del clero local, pero también, obtenía favores yprivilegios del gobierno nacional.

En esta situación tan confusa y por su vocación étnica y nacionaltanto la iglesia católica mexicana, como la iglesia ortodoxa mexicana yla iglesia ortodoxa en México acogieron, sucesivamente, bajo su seno alos representantes de los cultos indígenas y les permitieron celebrar susritos incluso dentro del edificio de esta iglesia. La consecuencia fue laconversión masiva de los tepehuas de Pisa Flores y de varias otras co-munidades a la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa, lo que ocasionóque el lugar de culto nativo conocido como Lakachinchin cayera en de-suso. Sería solo hasta fechas recientes, cuando un curandero u ofician-te religioso indígena tuvo la suficiente capacidad de reconstruir el La-kachinchin, y restablecer el culto con independencia de la Iglesia Orto-doxa, como veremos en seguido.

Refracciones nativas. Densidad y conductividad culturales

Liberados los seguidores de este culto, tanto de la persecucióndel ejército como de la iglesia romana, el sitio abrió sus puertas en el lu-

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gar en donde siempre había estado, al abrigo de ojos adversos. Peroahora que no hay persecución, se encuentra en disputa entre varios cu-randeros, siendo uno de ellos quien se propone como el auténtico y le-gítimo usufructuario del mismo. Pero ¿qué es lo que legitima y usu-fructúa este personaje?

Hay tres fechas rituales que considera este curandero como re-levantes. Una de ellas se celebra el 15 de septiembre y es el inicio de lasfiestas de los difuntos y Todos Santos. En la región estas fiestas suelencomenzar el 29 de septiembre con la celebración de la Fiesta de SanMiguel Arcángel, pero este personaje decidió moverlas hacia el día 15.Antes de la ceremonia me narró el sentido de la misma que es comosigue. Al fundarse el pueblo, el cacique local consiguió los oficios deun curandero quien hizo que soplara un fuerte viento que casi arrasócon el pueblo. Los ancianos fueron a una fuente de agua cercana aconsultar la sirena, quien los instruyó acerca de los cerros que regíanlos vientos que azotaron al pueblo. Regresaron con agua de ese sitio yla esparcieron en los ojos de agua del pueblo, señalaron el lugar del La-kachinchin y celebraron un rito de protección, que es el mismo quecelebra este curandero, un rito de protección política, en el contextode un entorno agrario adverso, como lo era en los momentos de lafundación del pueblo.

El rito mismo celebra a los fundadores o ancestros del pueblo ensu doble acepción, los fundadores reales que iniciaron este rito, o lo re-formularon para este pueblo, y los fundadores míticos del pueblo tepe-hua. Astutamente el curandero oficia el rito el 15 de septiembre fechaen que se celebra en México la Independencia del país del poderío es-pañol, con este hecho, esta persona eleva a sus fundadores al rango depróceres no sólo del poblado, sino de la nación. El curandero admiteque hay una distinción entre los muertos. Los muertos en general, encuyo favor se inician las celebraciones en estas fechas y los difuntos encuyo favor se realizan las ceremonias de Todos Santos. Al primer con-junto corresponden aquellos muertos cuya memoria individual ha de-saparecido, pero que son significantes para el pueblo de Pisa Flores ypara el pueblo tepehua, y a los difuntos corresponden aquellos muer-tos de los que se tiene memoria reciente y que suscitan sentimientos decongoja por su pérdida y alegría por su periódico retorno durante lasfestividades de Todos Santos.

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El rito mismo tiene que hacer relevantes tales gestas históricaspara una creciente población de jóvenes, para quienes el conjunto desentidos y significaciones condensados en éste no tienen significaciónalguna. A parte de la iglesia católica apostólica ortodoxa, que no tieneproblemas con estas celebraciones, se encuentra la iglesia católica apos-tólica romana que no los acepta, de igual manera que las diversas igle-sias protestantes que operan en el pueblo. Hay, además un creciente nú-mero de ortodoxos indígenas que no son seguidores de las antiguascreencias, o tanto unos como otros pueden hacer uso selectivo de losdiversos aspectos comprendidos en los antiguos ritos: Visión del mun-do, herbolaria, medicina tradicional, curanderismo o brujería, cuyoconjunto se presenta, como un grupo de elementos en oferta para dife-rentes consumidores, sin que una persona tenga que ser usuario de to-do el conjunto. Así tenemos católicos, locales o no que pueden recurrira la brujería, al curanderismo o a la herbolaria, sin que necesariamen-te compartan conocimientos ni interés con los curanderos locales porsaber el sentido de los números, colores o vientos que pueden afectarpositiva o negativamente a una persona. El curandero emplea todo ti-po de innovaciones para legitimarse como el auténtico y legítimo usua-rio del Lakachinchin en competencia con otros curanderos. Por ejem-plo en la última celebración a la que asistí, noté una imagen de San Mi-guel en el altar del Lakachinchin y una bandera nacional que no esta-ban en los ritos que presencié anteriormente. El tiene que legitimarse,ya sin persecución, ante una nación ávida por consumir productos ét-nicos auténticos, de la cual él demanda, a su vez, ser reconocido por losmedios y las instancias oficiales.

Este rito manifiesta gran densidad cultural: El curandero, casimonolingüe de tepehua, emplea recursos rituales, y retóricos de granarraigo en el pueblo. Basta con leer las descripciones que hiciera Rober-to Williams hace más de cincuenta años de los mitos y los ritos del lu-gar (Williams 1963, 1972) para darnos una idea de la coherencia y con-sistencia del pensamiento mítico local. Recrea los recuerdos colectivosdel pueblo y hace un reconocimiento público de sus próceres míticos ehistóricos. En suma, resume la historia del pueblo y la representa en ri-tos que apelan en mayor o menor medida a todos y cada uno de los ha-bitantes. A través de tal densidad cultural se arraigó la iglesia ortodoxaen el lugar, en un arreglo totalmente utilitario. Y este ha sido, también

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uno de los medios de refracción cultural, no sólo para aceptar las inno-vaciones venidas del exterior, traducirlas y transformarlas, sino tam-bién para diversificar y desdoblar elementos antes unificados interna-mente -curanderismo, brujería, herbolaria, etc-, convirtiéndolos encampos semi-autónomos susceptibles ahora de un uso mercantil y cul-tural. La refracción de los elementos nuevos en la vida del pueblo tienela doble característica de transformar y hacer aceptables los elementosexternos, que son admitidos bajo un proceso de estricta selección, so-bre el cual no puedo abundar aquí, y también de desdoblar los elemen-tos constitutivos de campos otrora unificados y de gran densidad cul-tural, fácilmente asimilables por otros, en este caso a través del merca-do. Esto nos lleva a la consideración hecha por Jameson, de que

la conversión de lo económico a lo cultural, y la conversión de lo cul-tural a lo económico, a menudo se ha identificado como el punto quecaracteriza a lo que ahora se conoce ampliamente como la postmoder-nidad (Jameson 2003: 60).

En Pisa Flores, lo económico ha adquirido una nueva densidadal converger en un mismo proceso la adopción de la cultura de masasa través de los medios como el radio, la televisión, las computadoras,videos y teléfonos celulares - todos fenómenos novedosos- en la vida deeste pueblo y la comercialización de las antiguas y nuevas tradiciones.Para ilustrar este punto solo mencionaré que en el pueblo se acaban deinstalar más de 150 líneas telefónicas, que cubren a un alto porcentajede las casas y hay una escuela de computación. Estos dos hechos hacenaccesibles al pueblo una cantidad casi infinita de opciones de informa-ción y conocimiento.

Territorios en disputa

Una vez establecido el pueblo en este sitio, sus fundadores se die-ron a varias tareas de distribución del espacio: espacio para habitación,espacio para cultivo y espacio para el culto. Se cuadriculó el pueblo concalles y manzanas y se establecieron los edificios públicos como laagencia municipal, la escuela y el espacio de culto, además de una ga-lera para usos múltiples.

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Con el correr del tiempo este espacio adjudicado y ganado a tra-vés de luchas sucesivas y cruentas se convirtió en un espacio habitado,el cual se encuentra todavía en disputa y negociación continua. Llamanla atención los procesos de descentración del mismo en aspectos eco-nómicos, rituales y políticos.

Al fundarse el pueblo todos sus habitantes pertenecían al mismopartido político, todos ostentaban la misma afiliación religiosa, ademásde que la población entera celebraba las ceremonias tradicionales deculto. Alrededor de la plaza principal se encontraban los edificios másrepresentativos de esa estructura de poder monolítica: La iglesia orto-doxa, la Agencia Municipal y la escuela, además de las tiendas de losmás pudientes.

Con el correr del tiempo la sociedad local se ha diversificado detal manera que ahora compiten entre si diversos partidos políticos, lomismo que diferentes asociaciones religiosas. Un ejemplo ilustrara es-tos procesos de manera evidente.

A principios del mes de mayo del 2007 se celebró la fiesta delpueblo de manera más que controvertida. Desde hacia algún tiempo elsacerdote encargado de la iglesia católica romana se había propuestoorganizar a sus seguidores para hacer una colecta y conseguir un terre-no para edificar la iglesia romana del pueblo, ya que el sitio en que seencuentra la capilla actual es prestado. Finalmente un seguidor de taliglesia regaló un terreno y el Obispo anunció que asistiría el 5 de mayoa poner la primera piedra de la iglesia.

Temprano se inició una romería hacia el sitio en donde se erigi-ría la nueva iglesia, con financiamiento alemán, según me informara elsacerdote mismo y sus seguidores. El sitio en donde se levantará la nue-va iglesia se encuentra hacia la salida de Pisa Flores, a un kilómetro dedistancia del pueblo. Al acercarme al lugar pude notar una gran canti-dad de camionetas y vehículos motorizados que no son tan comunes enPisa Flores. Finalmente en medio de una procesión hizo su aparición elObispo y dio principio a la ceremonia.

El hecho notable es la situación misma de la iglesia hacia lasafueras del pueblo. Este lugar es simbólicamente importante. Deja en elcentro del mismo a la iglesia ortodoxa, que tiene como seguidores a lamayoría del pueblo. Según se podía notar por los vehículos de los queasistieron e información de algunos de ellos, se considera que los segui-

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dores de la iglesia romana son más pudientes económicamente que losseguidores de la iglesia ortodoxa. También, el hecho de que la iglesia seerigiera en ese lugar corresponde a la intención de ser un centro decongregación para creyentes de comunidades vecinas, con menor po-blación que Pisa Flores, pero con mayor número de seguidores católi-cos. Al elegir este sitio se reconoce que Pisa Flores es un centro de pa-so de varias comunidades, pero el hecho mismo de colocar la iglesia alas afueras manifiesta su estatus de minoría.

El espacio común, originalmente conquistado se ha convertidoahora en una arena de negociaciones a todo nivel. Ritualmente, porejemplo, se negocia y se simboliza de diferentes maneras, complemen-tarias algunas y excluyentes otras. En Semana Santa, por ejemplo, losseguidores de la iglesia ortodoxa y de la romana celebran con idénticasceremonias: Misas, procesiones, representaciones de la muerte de Cris-to, etc. pero tienen que negociar el uso de los mismos espacios en tiem-pos diferentes. Al asistir a las celebraciones de ambas iglesias, ademásde la ceremonia de la primera piedra de la iglesia romana, noté queninguno de los curanderos que conozco asistió a ninguna de ellas. Alpreguntar a uno de ellos, este me respondió que las fechas en que caeSemana Santa no son relevantes para ellos, pero si, toda una semanaque culmina el 5 de mayo en que los diversos curanderos del pueblorealizan ceremonias dedicadas a las deidades del agua en varios pozosdistribuidos en sitios estratégicos del pueblo.

La distribución comunitaria de la tierra prevalente en otrostiempos se encuentra ahora cada vez más sometida a las reglas del mer-cado. En una pequeña encuesta que realicé en el poblado me encontrécon que una proporción importante de sus habitantes viven ahora encasas rentadas, y la mayoría tienen parientes que viven fuera del pue-blo. Esto ocasiona y es efecto de una gran movilidad social, que indu-dablemente repercute en la concepción del espacio que tienen esas per-sonas. El cementerio conserva un lugar central. Este espacio, sagrado ypeligroso al mismo tiempo, es tratado con delicadeza, al regresar de vi-sitar las tumbas, los lugareños se limpian con ramas antes de regresar asus hogares, evitando de esa manera traer consigo malos aires produ-cidos por las almas de los difuntos.

Cada año muchos de los migrantes regresan para asistir a las ce-lebraciones de Todos Santos, e ir al cementerio a visitar la tumba de sus

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difuntos, pero me encontré, este año, con la información de que mu-chos ya no regresan porque los niños no tienen vacaciones en las escue-las, o porque los adultos mismos no tienen tiempo libre en sus trabajos.Aún así los que permanecen en el pueblo asisten a la procesión duran-te los primeros días de noviembre a visitar las tumbas de sus difuntos.

Conclusión

Indudablemente en el pueblo procesos nacionales e internacio-nales se entrecruzan y se intersectan formando un territorio altamentedisputado En él encontramos las antiguas formas de concebirlo comopoblado por entes espirituales benignos y peligrosos, y también comoel resultado de procesos históricos sobre todo las gestas locales. De ahíque en los ritos nativos los pozos de agua que lo rodean tengan un altopoder simbólico, pues las divinidades que ahí habitan han ilustrado asus habitantes acerca de las formas de luchar contra los elementos, so-bre todo los vientos, y de paso vencer a los mestizos en sus designiospor destruir al pueblo o someter a sus autoridades a su poder. De igualmanera los cerros son hitos que permiten identificar a las divinidadesdel viento causantes de males sin fin, sobre todo del agostamiento ydestrucción de las cosechas.

Este territorio es también, resultado de un proceso más amplio,largo y sangriento por tener acceso al mismo como lugar de culto, dehabitación y de subsistencia. Probablemente la concepción original deesta noción de territorio es la que ha sido más afectada por los proce-sos históricos recientes sobre todo la diversificación política, religiosay económica. De tal manera que, y paradójicamente, los maestros de laescuela Carlos Marx son los representantes de una incipiente burgue-sía local.

Finalmente los grandes procesos políticos y religiosos ocurridosdurante el siglo XIX y XX hicieron de este espacio otro centro de con-tención convirtiéndose en uno de los más vigentes en la actualidad.Aquí encontramos intersectadas las pugnas del gobierno nacional y laiglesia católica romana, cuya expresión lo es la iglesia ortodoxa. Esta úl-tima es parte de un proceso internacional de confrontaciones entreobispos nacionales con el papa romano, cuya expresión más importan-te tal vez lo sea la llamada “iglesia antigua” y la jerarquía romana nacio-

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nal cuya expresión es la iglesia ortodoxa de México.Sobre esta base de afiliaciones y adscripciones, el lugar mismo,

siguiendo a Mbembe se ha convertido en un territorio en donde varioscuerpos políticos, religiosos o sociales se entrecruzan, se sobreponen,se oponen o se complementan. En este territorio, la vida ritual y edu-cativa del pueblo, entre otros, ha servido como uno de los diferentesmedios densos a través de los cuales fenómenos globales se han hechopresentes en el lugar. La escuela y la iglesia ortodoxa fueron unos de losmedios principales por los cuales los habitantes del pueblo romperíancon las ortodoxias regionales. Con esta experiencia que ha durado másde 70 años, tal vez estén mejor preparados para enfrentan nuevos retosglobales como son la migración, los medios masivos de comunicacióny la comercialización de la tradición y la cultura.

Notas

1 El Padre Zenen Bernabe, Párroco del Espinal desde hace mas de 45 años cree queel obispado estuvo más bien en la cercana localidad de Coxquihui (informaciónpersonal). Cuando el Obispo fue depuesto y llevado preso a Papantla, éste sacerdo-te, siendo monaguillo, le llevaba la comida a la cárcel.

2 http://www.ecclesia.com.br/a_igreja_ortodoxa/igreja_ortodoxa_na_améri-ca/america_mexico.htm

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LOS AUTORES

Gustavo Blanco Wells

Profesor e Investigador del Instituto de Ciencias Sociales de laUniversidad Austral de Chile. Candidato a Doctor en Sociología delDesarrollo por la Universidad de Wageningen, Holanda. Master of Artsen Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología, Universidad de Roskilde,Dinamarca e Ingeniero Agrónomo de la Universidad Austral de Chile.Desarrolla docencia en áreas de la sociología del desarrollo, sociologíarural y sociología de la ciencia y la tecnología. Sus intereses de investi-gación se centran en el estudio de la conformación de redes socio-téc-nicas y sus efectos en el desarrollo local y territorial en el contexto lati-nomericano.

Maité Boullosa-Joly

Realizó su doctorado sobre las reivindicaciones indígenas en dospueblos del Noroeste argentino en la Ecole des Hautes Etudes en Scien-ces Sociales (París). Su tesis de doctorado llevaba por título “Reconver-tirse en indígena en Argentina en los albores del siglo XXI”. Actualmen-te es maître de conférence en antropología social en la Universidad Pi-cardie Jules Verne (Amiens – Francia). Las investigaciones que está de-sarrollando en la actualidad versan sobre las mismas problemáticas aescala nacional.

Lucila Bugallo

Lucila Bugallo estudió Sociología y Antropología en la Universi-dad de Ciencias Humanas de Estrasburgo (Francia) y luego realizó suDEA en la EHESS de París.

Actualmente se encuentra en curso su tesis de doctorado, así co-mo una especialización en pedagogía en la Universidad Nacional de Ju-

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juy (Argentina). Desde 1998 trabaja en la región andina de Jujuy diver-sos temas relacionados con la antropología económica, en particularlos rituales de producción. Enseña en los institutos de formación do-cente de la Quebrada de Humahuaca y Puna (Jujuy); actualmente diri-ge el Postítulo en Interculturalidad y Bilingüismo del instituto de LaQuiaca-Abra Pampa.

Nicolas Ellison

Research Fellow por el ESRC en la Universidad de Aberdeen, Ni-colas Ellison es doctor en Etnología y Antropología Social por la EHESSde París. Ha realizado trabajo etnográfico prolongado en la región to-tonaca en el centro-este de México así como estudios puntuales con losShuar de Ecuador y los Tzotziles en México. Sus investigaciones se en-focan sobre la adopción de prácticas de agricultura comercial dentro delos sistemas tradicionales de uso y representación del medio ambienteasi que sobre la aprehensión estética de los lugares. Su libro Entre l’om-bre des caféiers et la chaleur du maïs. Usages et représentations de l’envi-ronnement en pays totonaque será publicada a finales del año 2008.

Enrique Hugo García Valencia

Doctorado por la Universidad de Manchester, Inglaterra, Enri-que Hugo García Valencia es Investigador de tiempo completo del Ins-tituto Nacional de Antropología e Historia de México. Sus principaleslíneas de investigación son la Etnografía de La Iglesia Católica Apostó-lica Mexicana en Veracruz y la Etnografía de los Museos: Técnicas delarga duración: El tejido en curva.

Sixto Ramón Giménez Benítez

Licenciado en Astronomía, Facultad de Ciencias Astronómicas yGeofísicas, Universidad Nacional de La Plata Director del Museo de As-tronomía y Geofísica, Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas,Universidad Nacional de La Plata. Realiza investigaciones sobre la as-tronomía de pueblos aborígenes chaqueños y patagónicos.

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Florent Kohler

Doctor en literatura comprada. Actualmente es Maître de confé-rences en la Universidad de Tours (Francia). Durante cinco años ha tra-bajado con los indígenas Pataxo de Bahia (Brasil). La obra que resultóde este trabajo - Tombeau des Aymorés, le monde souterrain des IndiensPataxo - sera publicada a finales del año 2008. En estos momentos es-tudia la viabilidad de la aplicación de proyectos de desarrollo sostenibleen la Amazonia brasileña, concretamente en Amapa, en el marco de unainvestigación del CNRS y la Agence Nationale de la Recherche.

Fabien Le Bonniec

Candidato al grado de doctor en antropología social en la Ecoledes Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS) de París y en etnohis-toria en la Universidad de Chile, Fabien Le Bonniec está terminando sutesis sobre “los procesos de reconstrucción de la territorialidad mapu-che en Chile, de 1884 a hoy en día”. Ha desarrollado distintos trabajosde investigación en comunidades indígenas, y, paralelamente a sus es-tudios, ha llevado a cabo una reflexión-acción sobre la criminalizaciónde las demandas territoriales Mapuche. Es miembro fundador del La-boratorio de Desclasificación Comparada, y es investigador asociado alInstitut de Recherche Interdisciplinaire sur les Enjeux Sociaux (IRIS).

Paulo Roberto Maia Figueiredo

Doutorando em Antropologia Social pelo PPGAS / Museu Na-cional da Universidade Federal do Rio de Janeiro. Atualmente desen-volve pesquisa de campo com os Baré (arawak) do Alto Rio Negro noAmazonas (Brasil). Pesquisador do NuTI (Nucleo de TranformaçõesIndígenas) e do NAnSi (Núcleo de Antropologia Simétrica), além depesquisador associado do programa Rio Negro do ISA - Instituto So-cioambiental.Co-diretor do forumdoc.bh - Festival do Filme Documen-tário e Etnográfico - Fórum de Antropologia, Cinema e Vídeo, realizadoanualmente desde 1997 pela Associação Filmes de Quintal em parceriacom o Departamento de Sociologia e Antropologia da FAFICH / Uni-versidade Federal de Minas Gerais.

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Alejandro Martín López

Licenciado en Astronomía (Universidad Nacional de la Plata);Magíster en Antropología (Universidad Nacional de Córdoba); Docto-rando en Antropología (Universidad de Buenos Aires). Becario docto-ral CONICET, investigador de los proyectos “Etnografía de heterodo-xias socioreligiosas en la modernidad argentina”, y “Concepciones as-tronómicas y procesos de etnogénesis: un estudio de caso en el Chacoargentino”. Coordinador del área de Astronomía Cultural del Planeta-rio Galileo Galilei, Bs. As. Realiza investigaciones sobre la etnoastrono-mía y la etnomatemática de los grupos aborígenes chaqueños, intere-sándose por los procesos históricos y sociales de construcción de estascosmovisiones.

Mònica Martínez Mauri

Doctora en Antropología Social por la Universitat Autònoma deBarcelona (UAB) y la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Ac-tualmente es profesora asociada en el Instituto d’Estudios Internacio-nales e Interculturales (IEII) de la UAB. y forma parte del Grupo de in-vestigación Antropología e Historia de la Construcción de las Identida-des Sociales y Políticas (AHCISP) del departamento de AntropologíaSocial de la misma universidad. Sus investigaciones y publicaciones tie-nen como ejes centrales la mediación cultural, las representaciones delmedioambiente y los procesos de redefinición identitaria.

María Teresa Rodríguez L.

Doctora en antropología por la Universidad Autónoma Metro-politana. Investigadora titular del CIESAS-Golfo desde 1994 y miem-bro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus investigaciones se handesarrollado alrededor de temáticas relacionadas con las identidadesétnicas y comunitarias, organizaciones ceremoniales y procesos ritua-les, así como dinámicas multiculturales. Durante el periodo de 2002 a2006 fue co-coordinadora del grupo de investigación denominado“Identidades y Movilidades. Las sociedades regionales en los nuevos con-textos políticos y migratorios, una comparación entre México y Colom-bia”. Su más reciente publicación en colaboración con Odile Hoffman

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es la edición del libro Los retos de la diferencia. Los actores de la multi-culturalidad entre México y Colombia (CIESAS-IRD-CEMCA-ICANH).

Roger Sansi Roca

Roger Sansi Roca (Ph.D. University of Chicago 2003) es Lectu-rer de Antropología en el Goldsmiths College de la Universidad deLondres. Ha trabajado sobre cultura, religión y arte afro-brasileño enBahia (Fetishes and Monuments, 2007, Berghahn Books) y sobre la no-ción de fetiche en el Atlántico Negro (Cultures of the Lusophone BlackAtlantic, 2007, Palgrave Macmillan, editado con Nancy Naro y DavidTreece). Actualmente está investigando prácticas de intercambio y ob-jetificación en arte contemporáneo.

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RESÚMENES

El remo de Aru: paisaje nebuloso

Paulo Roberto Maia Figueiredo

Este capitulo pretende describir un paisaje rionegrino relacio-nal y efimero a partir del modo como los propios pueblos nativos delalto Rio Negro del noroeste de la Amazonía imaginan y conceptualizanese paisaje. El centro de atención es dado a un personaje de la cosmo-logia de los indígenas descendientes de los antiguos Baré (Arauak) que,como los demás grupos indígenas representantes de diferentes familiaslinguísticas que poblaron la región, comparten una ontología en la cualla oposición radical entre naturaleza y cultura, propia del pensamien-to occidental, no existe.

Del “territorio independiente araucano” al WallmapuTransformaciones sociales y ambientales del paisaje de la Frontera entre los siglos XIX y XXI

Fabien Le Bonniec

Las descripciones paisajísticas ofrecidas por los cronistas, viaje-ros, científicos, eclesiásticos y militares que recurrieron el “territorioindependiente araucano” a lo largo del siglo XIX, constituyen un inte-resante corpus para abordar las representaciones nacionales hegemó-nicas y decimonónicas acerca de los Mapuche y mestizos que vivían enestas comarcas “lejanas, salvajes e impenetrables”. El imaginario que seha sustentado y reproducido a través de estas representaciones, tal co-mo aquella de la retórica de la “selva virgen” o el precepto de “seguri-dad y desarrollo”, ha contribuido sin duda a transformar el paisaje eco-lógico, social y político de la frontera. En este sentido, se revela intere-

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sante entender como estas representaciones han intervenido y legitima-do la violencia de las políticas de civilización, “pacificación”, expansiónterritorial y reducción de los indígenas; pero también como se han idoinsertando en las relaciones cotidianas de los actores mapuche y no-mapuche que ocupan estos territorios, desplazando los “limites interét-nicos” que caracterizan estos espacios fronterizos y generando nuevasnarrativas. Tal perspectiva permite dar un paso hacia la comprensiónde la manera que tienen los propios Mapuche de representarse y cons-truir el paisaje, y más allá relacionarlo con la reivindicación de territo-rialidad que ha surgido estas últimas décadas. De este modo, se tratarade aprehender la cuestión crucial de la territorialidad mapuche a travésde sus distintas dimensiones, percepciones y superposiciones de terri-torios ideales o materiales.

Marcas del espacio andino de la Puna de Jujuy: un territorio señalado por rituales y producciones

Lucila Bugallo

La Puna de Jujuy está situada en el Noroeste argentino ; estaporción de altiplano forma parte de la vasta área cultural andina. Apartir de un trabajo etnográfico con pobladores rurales de esta región,analizaremos la percepción y uso del espacio que ellos hacen.

El paisaje o una visión paisajística del espacio no forma parte dela visión puneña ; esto no significa que no exista una visión diferencia-da del espacio, la diferenciación que hacen los puneños del mismo, pa-sa por la producción y la sacralidad. Es decir que la división del espaciose da entre productivo/improductivo, sagrado/neutro, aunque para es-ta segunda diferenciación se trata más bien de marcas en el espacio yno de una clara oposición, ya que al ser el espacio en general percibidoen tanto pachamama, ningún espacio puede ser completamente neu-tro, aunque sí puede ser “negativo”. Además los territorios se diferen-cian por la propiedad de los campos y pasturas, debidamente señala-dos, en los que se inscribe la producción.

En lo que atañe a la apropiación de discursos internacionales re-lativos al medio ambiente o a la ecología, hay que destacar que esta re-gión no ha sufrido todavía de manera intensiva un desarrollo de la pro-tección natural y cultural, en general ligada al turismo o a otros modos

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de interés externo por el espacio/territorio, como por ejemplo la patri-monialización. Es decir que no se trata de una zona “colonizada” aúnpor el turismo, y aunque existe una presencia del mismo, que se ha vis-to acrecentada en los últimos años, ésta no ha llegado a modificar demanera significativa las prácticas de los puneños. Sin embargo los dis-cursos externos han influido indirectamente la relación de los puneñoscon el medio ambiente y el territorio, a través por un lado de las pos-turas tradicionalistas –muchas veces provenientes de sectores de la po-lítica partidaria o del sistema educativo- y por otro, de las políticas es-tatales de titularización de las tierras. Estos discursos han llevado a losrituales relacionadas con la divinidad tutelar principal de la zona, la pa-chamama, a la escena pública y el hecho de esta apropiación por secto-res del poder, de una entidad tan importante para las representacionespuneñas de la relación con el medio ambiente, transforma el posicio-namiento de la gente del lugar. Parte de estos discursos engloban ideascomo: los puneños son un pueblo tradicional, deben mantener la tra-dición, su tradición incluye esta relación armónica con la madre tierra,etc. Paralelamente, han comenzado a aparecer innumerables comuni-dades indígenas en respuesta a la propuesta gubernamental de la déca-da de los 90’ de otorgar títulos de propiedad comunitarios ; esto evi-dentemente modifica la aproximación a un territorio dividido de he-cho por la propiedad familiar. Como consecuencia de todo esto la re-presentación del propio espacio es re-significada, así como lo es la re-presentación de la relación con el medio ambiente, condensada en eleje constituido por pachamama.

Reflexionar sobre la reconstrucción identitaria en la puna juje-ña, a partir de la influencia de los discursos y acciones externas, in-tentando ver en qué medida éstos son re-significados y apropiados ono lo son y entonces cómo se los incorpora en las estrategias produc-tivas de las familias, es uno de los objetivos de esta ponencia. El otroes comprender cómo se construye la relación con el medio ambienteen la región, intentando adentrarnos en la complejidad y sutileza dela misma.

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La reinvención de la Patagonia:Gente, mitos, mercancías y la continua apropiación del territorio

Gustavo Blanco Wells

La Patagonia es un extraordinario caso de región binacional confronteras indefinidas y cambiantes que sugieren que el espacio es per-manentemente recreado por las prácticas sociales. Actualmente, estosprocesos de reconstrucción son especialmente activos y visibles en laPatagonia chilena, donde se manifiesta una redefinición de la entidadgeográfica a partir de diferentes procesos de mercantilización, tales co-mo la expansión de la industria acuícola y diferentes proyectos en elámbito del ecoturismo y la conservación. Las transformaciones en Pa-tagonia pueden ser parcialmente explicadas por el contexto histórico,las tradiciones culturales y los mitos creados por una extensa narrativaliteraria. Sin embargo, el sentido de pertenencia a un territorio debe serexplorado etnográficamente por sus consecuencias en la formación devalores distintivos, relaciones sociales e instituciones. Para evitar inter-pretaciones esencialistas de los pueblos, el territorio y la naturaleza de-bemos revisar sus manifestaciones empíricas incorporadas en prácticasy objetos que también son mediadas por los recién llegados, los merca-dos globales y los actores externos.

Este capítulo, basado en trabajo etnográfico, intenta clarificaralgunos usos y significados dados al paisaje y el territorio patagónico,por diferentes actores activamente ligados a procesos de mercantiliza-ción. Este enfoque puede ayudar a entender cómo los actores movili-zan un espacio idealizado como un recurso para preservar sus propiosy diversos intereses. La Patagonia debe ser entendida como un espacioterritorial que posibilita ciertos tipos de experiencia que luego se ma-nifiestan en relaciones y prácticas sociales específicas. La dinámica deestos procesos sociales y la creación de valor asociados al territoriotambién genera objetos, imágenes y relaciones que viajan más allá delas fronteras y contribuyen a retroalimentar la idea de una Patagoniareinventada.

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El mundo salvaje y la tierra de los ancestros: los Pataxó del Monte Pascal (Bahía, Brasil)

Florent Kohler

En el pie del Monte Pascal, en el extremo Sur de Bahía, resideuna comunidad de aproximadamente 3500 Pataxó. Reagrupados yevangelizados a finales del siglo XIX, estos indígenas, quienes perdie-ron su lengua, comparten las costumbres y las creencias de las pobla-ciones rurales de la región. Sin embargo, actualmente todavía se puedeobservar una conexión entre organización familiar y oposición almundo salvaje, lo cual condiciona las técnicas de explotación de su te-rritorio. Las prácticas socio-económicas de los Pataxó se traducen enredes de distribución, lo que permite el acceso al mercado, con una re-distribución familiar de los beneficios. Estas prácticas comportan unaimplantación de los miembros de la familia en puntos estratégicos, sus-ceptibles de variación según los años y los productos explotados. El ti-po de producción (agricultura, artesanía) basado en prácticas sosteni-bles sigue estando condicionado por representaciones de apropiacióndel espacio muy arraigadas, y por la valorización católica del trabajo.

Ecologismo, patrimonialización y prácticas de domesticación de lo sagrado en el Candomblé de Bahia

Roger Sansi

En las últimas décadas, el movimiento ecologista en Salvador deBahia ha reconocido en la religión afro-brasileña Candomblé un posi-ble aliado, en el que ve reflejada su ideología de respeto, incluso adora-ción, por la naturaleza. Diversas iniciativas han promovido la preserva-ción del “patrimonio natural” del Candomblé, de sus “espacios verdes”y la creación de parques en territorios sagrados. Este discurso se sobre-pone al discurso del patrimonio cultural, que ve las casas de Candom-blé como espacios étnicos segregados de su contexto urbano, en los quese recrea un África mítica, ancestral. El patrimonio natural ofrece unsuplemento al discurso culturalista – describiendo, por ejemplo, el usode plantas en el culto en términos de un conocimiento etnobotánicoafricano ancestral que tiene que ser reconocido y patrimonializado porel estado.

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En esta comunicación queremos argumentar que la relación delCandomblé con lo que los ecologistas llaman “Naturaleza” es muchomas compleja de lo que éstos suponen; en plantas, piedras y lugares sa-grados, los practicantes del Candomblé reconocen unas agencias per-sonalizadas con las que entran en un largo proceso de negociación, quepodríamos caracterizar no solo en términos de respeto o adoración, si-no de mutua apropiación y domesticación. Estos procesos abren la po-sibilidad de incorporar nuevos elementos dentro de la practica de cul-to- desde plantas a parajes a imágenes o espíritus. De hecho el así lla-mado “sincretismo” no es nada más que un proceso histórico de pro-ducción cultural, a través del cual se han incorporado nuevos elemen-tos en el culto.

Los usos identitarios de la Pachamama y las creencias en la práctica. El caso de dos pueblos del noroeste argentino (Amaicha y Quilmes)

Maité Boullosa

La Pachamama, la madre tierra, se ha convertido en un elemen-to privilegiado en las reivindicaciones identitarias indígenas de los líde-res de Amaicha del Valle y Quilmes, dos pueblos del Noroeste argenti-no. La Pachamama está presente en todos los discursos de las organiza-ciones locales (políticas, ONG, etc.), ilustrando la retórica de las orga-nizaciones internacionales que han convertido al indio en el “guardiánde la naturaleza”. Gracias a un largo trabajo de campo etnográfico he-mos podido comprender el sentido que tiene la Pachamama para loscampesinos locales más allá de la instrumentalización. A pesar de queno formulan discursos sobre la madre tierra, día a día conviven y se re-lacionan recíprocamente con ella.

Todos estos elementos nos llevarán a cuestionar la noción de“respeto por la naturaleza” formulada por los organismos internacio-nales cuando hablan de los “pueblos autóctonos” y a reflexionar sobrelas eventuales correspondencias con la idea de “respeto por la Pacha-mama” presente en la cosmología local.

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Monte, campo y pueblo. El espacio y la definición de lo aborigen entre las comunidades mocovíes del Chaco argentino

Alejandro Martín López y Sixto Giménez Benítez

Los mocovíes son un grupo aborigen perteneciente al troncolingüístico guaycurú, que habita el Sur Oeste del Chaco Argentino. Hantenido una compleja relación con la sociedad criolla (aunque solo a fi-nes del siglo XIX la región fue territorialmente incorporada al estado).

El presente trabajo aborda las relaciones entre la conceptualiza-cion y valor simbólico asignados por los mocovíes a las distintas zonasque conforman su marco espacial y la constitución de la propia identi-dad mocoví y sus diversos matices

Los mocovíes utilizan la noción de “monte” como una metáforade la existencia independiente de la sociedad criolla y libre de su in-fluencia, asociada a la forma de vivir de los antiguos, los “verdaderosmocovíes”. Toda una serie de cualidades y caracterizaciones acompa-ñan tanto al monte como a los “verdaderos mocovíes”, tipificando unaexistencia modelo, que es la construcción de una imagen de las propiasraíces. Esta forma modelo de la vida mocoví, es simultáneamente ad-mirada en el discurso y negada por muchos aspectos de la praxis. Eneste contexto exploramos las relaciones económicas y productivas pa-sadas y presentes de los mocovíes con este ambiente en continuo pro-ceso de degradación. Relaciones que los ponen en contacto con diver-sos discursos y practicas respecto al monte y su manejo (el tradicional,el del colono, el gubernamental, el de la ecología, etc.). Discutimos lascontradicciones y ambigüedades que genera esta dinámica, entendidaen un contexto de relaciones de explotación y acciones de resistencia yadaptación.

Por otra parte el monte es entendido en su contraste con otrosdos ámbitos que le dan sentido: el campo y el pueblo. Esta relación decontraste entre ámbitos también ayuda a definir por un juego de opo-siciones los distintos modos del ser mocoví y las estrategias de su rela-ción con la sociedad nacional.

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Identidad, subsistencia y territorio entre los mazatecos del sur de Veracruz

María Teresa Rodríguez

Uno de los planteamientos centrales de los estudios sobre la cos-movisión mesoamericana y el mundo indígena contemporáneo, se re-fiere a la estrecha relación entre la identidad étnica, visión del mundoy espacio comunitario y la economía de subsistencia centrada alrede-dor del cultivo del maíz. En congruencia con este planteamiento, losmazatecos se autodenominan los shuta enima “los que trabajamos elmonte” y de acuerdo con etnografías realizadas en la región mazatecadel estado de Oaxaca,su reproducción étnica se encuentra estrecha-mente ligada a la economía de subsistencia y a su relación con la tierra.

En este capítulo se analiza el caso de los mazatecos del sur de Ve-racruz, México, quienes a partir de su inserción en un contexto de agri-cultura comercial y ganadería extensiva, se han visto compelidos aadoptar estrategias de subsistencia en las cuales la agricultura del maízrepresenta una actividad marginal o inexistente. Gran número de fami-lias mazatecas subsiste del trabajo como jornaleros agrícolas, de las re-mesas migratorias y de la remuneración en actividades terciarias. Miintención es reflexionar en torno al resultado de este proceso en el cam-po de la reelaboración identitaria y la relación simbólica con la tierra,el territorio y el espacio comunitario inserto en un ámbito regionalcomplejo y heterogéneo

Territorios en disputa y paisajes ritualesRefracciones de globalización y nación en lo local, un caso tepehua

Hugo García Valencia

Este capítulo argumenta que la identidad indígena se encuentrasujeta a procesos históricos cambiantes que determinan la manera y elmodo en que las comunidades se identifican con un territorio y un pai-saje. El territorio al que se adscriben se ha conformado como una are-na en contienda, en donde los indígenas se han visto confrontados conganaderos, terratenientes y mestizos en general, para tener acceso a latierra. Por otro lado el paisaje ritual, una vez conseguida la adscripción

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al territorio, se configura de acuerdo a patrones rituales en que se re-crean las gestas históricas y de lucha de la comunidad. Al correr deltiempo, los cambios sociales, económicos, políticos y religiosos hacenque los rituales mismos se sometan a revisión para hacerlos aceptablesa una comunidad cada vez mas compleja con procedimientos de legi-timación y autenticación inéditos. La investigación de campo la hice enun pequeño poblado de hablantes de lengua tepehua, enclavado en lasfaldas de la Sierra Madre Oriental, en el norte del Estado de Veracruz,en un area de gran complejidad étnica en donde conviven indígenashablantes de otomí, nahua, totonaco y tepehua. De igual manera, losrecientes cambios políticos en el país se reflejan en la oferta política queofrecen al menos tres partidos y, finalmente, desde casi la fundación delpueblo, hacia 1935, un gran número de sus habitantes se ha adscrito ala Iglesia Católica Apostólica Mexicana fusionada, en un momento in-cierto, con la Iglesia Ortodoxa, que mantiene una misión en esta comu-nidad desde los años 50’s del siglo pasado. Existen, además, algunosconversos a la Iglesia Católica Romana, y algunos conversos a otras de-nominaciones. Obviamente los antiguos ritos no apelan de igual ma-nera a todos los habitantes del poblado, y, éstos compiten, más bien connuevos ritos. Su legitimidad y autenticidad provienen, sin embargo, delhecho de que algunos rituales evocan las gestas históricas del pueblo,hacen referencia a los fundadores legendarios de los tepehuas y, de es-ta manera intentan ser significantes para todos y cada uno de los habi-tantes del pueblo. Oscilan, por tanto, peligrosamente entre los legíti-mos rituales del pueblo y las nuevas tendencias mercantilistas de la cul-tura. Un hecho relevante es que mientras el paisaje rural se ha configu-rado al fragor de luchas entre mestizos e indígenas, el paisaje urbano seha configurado en la interacción de indígenas y mestizos, además deinstancias oficiales y los pugnas entre vecinos y, finalmente, el espaciosocial en las pugnas entre todos los anteriores y los sucesores a los te-rrenos rurales y urbanos que se los disputan a través de litigios relacio-nados con sucesión y herencia. Esto contrasta con el espacio ritual aho-ra en disputa entre los diferentes agentes que producen y manipulansímbolos, localmente, entre los que sobresalen la Iglesia Ortodoxa y losrepresentantes de los ritos tradicionales.

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