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10 QUARK NÚMERO 36 Mayo - agosto 2005 bert Einstein nació en Ulm (Alemania) el 14 de marzo de 1879, de padres judíos. Aunque, como buen científico, una de las características más fuertes de su personali- dad fue la de intentar ir mas allá de lo par- ticular, de la situación específica, buscando la intemporalidad de las leyes generales y la trascendencia de las teorías cientí- ficas, su ascendencia judía terminó ejerciendo una influen- cia indudable en su biografía. Ello fue así debido a las cir- cunstancias históricas en las que se desarrolló su vida, y no como consecuencia del ambiente familiar. La persecución que sufrían los judíos –una perse- cución que no comenzó con Hitler (con él llegó a extre- mos absolutamente insoportables)– fue lo que le acercó a ellos, lo que le hizo sentirse miembro de ese pueblo bíblicamente legendario. «Cuando vivía en Suiza, no me daba cuenta de mi judaísmo», respondió en una entre- vista publicada en Sunday Express el 24 de mayo de 1931. «No había nada allí –continuaba– que suscitase en mí sentimientos judíos: todo eso cambió cuando me trasladé a Berlín. Allí me di cuenta de las dificultades con que se enfrentaban muchos jóvenes judíos. Vi cómo, en entornos antisemitas, el estudio sistemático, y con él el camino a una existencia segura, se les hacía imposible». Fue por esta razón, para defender al pueblo del que descendía, por lo que una vez famoso apoyó las causas e intereses judíos con frecuencia. Esa solidaridad que mostró, unida a la fama mundial de que llegó a gozar, explica que en noviembre de 1952, tras la muer- te de Chaim Weizmann, el primer presidente del Esta- Tribuna EINSTEIN, EL HOMBRE Y EL CIENTÍFICO. LA DIFUSIÓN DE SUS TEORÍAS EN ESPAÑA EINSTEIN, THE MAN AND SCIENTIST . THE SPREADING OF HIS THEORIES IN SPAIN José Manuel Sánchez Ron A Con muy escasas modificaciones, este artículo reproduce uno publicado en Einstein en España (Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Madrid 2005), catálogo de la exposición del mismo nombre organizada en la Residencia de Estudiantes (Madrid, junio-julio de 2005). Agradecemos al profesor J. M. Sánchez Ron y a la Residencia de Estudiantes que nos hayan dada permiso para reproducirlo. Cuál fue su objetivo como científico tras enunciar la relatividad general? ¿Quiénes y cuando introdujeron sus teorías en España? ¿Cómo, cuando y por qué empezó a hacer militancia de sucondición de judío? ¿Por qué un hombre profundamente pacifista contribuyó a que el presidente de Estados Unidos impulsara el desarrollo de la bomba atómica? Which was his scientific goal after stating general relativity? Who and when introduced his scientific theories within Spain? Why, how, and when did his engagement with the jewish cause began? Why such a pacifistic man pushed the president of the United States towards the Manhattan project?

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QUARK NÚMERO 36

Mayo - agosto 2005

bert Einstein nació en Ulm (Alemania) el

14 de marzo de 1879, de padres judíos.

Aunque, como buen científico, una de las

características más fuertes de su personali-

dad fue la de intentar ir mas allá de lo par-

ticular, de la situación específica, buscando la intemporalidad

de las leyes generales y la trascendencia de las teorías cientí-

ficas, su ascendencia judía terminó ejerciendo una influen-

cia indudable en su biografía. Ello fue así debido a las cir-

cunstancias históricas en las que se desarrolló su vida, y no

como consecuencia del ambiente familiar.

La persecución que sufrían los judíos –una perse-

cución que no comenzó con Hitler (con él llegó a extre-

mos absolutamente insoportables)– fue lo que le acercó

a ellos, lo que le hizo sentirse miembro de ese pueblo

bíblicamente legendario. «Cuando vivía en Suiza, no me

daba cuenta de mi judaísmo», respondió en una entre-

vista publicada en Sunday Express el 24 de mayo de

1931. «No había nada allí –continuaba– que suscitase en

mí sentimientos judíos: todo eso cambió cuando me

trasladé a Berlín. Allí me di cuenta de las dificultades

con que se enfrentaban muchos jóvenes judíos. Vi

cómo, en entornos antisemitas, el estudio sistemático,

y con él el camino a una existencia segura, se les hacía

imposible». Fue por esta razón, para defender al pueblo

del que descendía, por lo que una vez famoso apoyó las

causas e intereses judíos con frecuencia. Esa solidaridad

que mostró, unida a la fama mundial de que llegó a

gozar, explica que en noviembre de 1952, tras la muer-

te de Chaim Weizmann, el primer presidente del Esta-

Tribuna

EINSTEIN, EL HOMBRE

Y EL CIENTÍFICO. LA DIFUSIÓN

DE SUS TEORÍAS EN ESPAÑA

EINSTEIN, THE MAN AND SCIENTIST. THE SPREADING OF HIS THEORIES IN SPAIN

José Manuel Sánchez Ron

A

Con muy escasas modificaciones, este artículo reproduceuno publicado en Einstein en España (Publicaciones de laResidencia de Estudiantes, Madrid 2005), catálogo de laexposición del mismo nombre organizada en la Residenciade Estudiantes (Madrid, junio-julio de 2005). Agradecemosal profesor J. M. Sánchez Ron y a la Residencia deEstudiantes que nos hayan dada permiso para reproducirlo.

Cuál fue su objetivo como científico tras enunciar larelatividad general? ¿Quiénes y cuando introdujeron

sus teorías en España? ¿Cómo, cuando y por quéempezó a hacer militancia de sucondición de judío?

¿Por qué un hombre profundamente pacifistacontribuyó a que el presidente de Estados Unidos

impulsara el desarrollo de la bomba atómica?

Which was his scientific goal after stating generalrelativity? Who and when introduced his scientifictheories within Spain? Why, how, and when did hisengagement with the jewish cause began? Why such apacifistic man pushed the president of the United States towards the Manhattan project?

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do de Israel, a quien había ayudado en diversas ocasio-

nes, recibiese la oferta de sucederle en el cargo. Fue Abba

Eban, embajador de Israel en Estados Unidos, quien le

hizo la oferta a través de una carta datada el 17 de

noviembre de 1952. Como es bien sabido, rechazó la

oferta. Merece la pena citar la carta en la que transmi-

tió su decisión al Gobierno de Israel:1

Estoy profundamente conmovido por la oferta de nuestro

Estado de Israel, y al mismo tiempo apesadumbrado y aver-

gonzado de no poder aceptarla. Toda mi vida he tratado con

asuntos objetivos; por consiguiente, carezco tanto de aptitud

natural como de experiencia para tratar propiamente con

personas y para desempeñar funciones oficiales. Sólo por

estas razones me sentiría incapacitado para cumplir los

deberes de ese alto puesto, incluso si una edad avanzada no

estuviese debilitando considerablemente mis fuerzas. Me

siento todavía más apesadumbrado en estas circunstancias,

porque desde que fui completamente consciente de nuestra

precaria situación entre las naciones del mundo, mi relación

con el pueblo judío se ha convertido en mi lazo humano más

fuerte.

Ahora bien, si queremos entender cuáles fueron sus

mejores ideas y sentimientos, es necesario detenerse

también en otras manifestaciones suyas, como las que

realizó el 3 de abril de 1935 a un tal Gerald Donahue,

al que escribió: «En última instancia, toda persona es un

ser humano, independientemente de si es un america-

no o un alemán, un judío o un gentil. Si fuese posible

obrar según este punto de vista, que es el único digno,

yo sería un hombre feliz».2

Estudiante en Zúrich y técnico

en patentes en Berna

Si rechazaba el nacionalismo en general, simple-

mente como concepto, más lo hacía en el caso alemán.

Así, incapaz de soportar la filosofía educativa germana,

en diciembre de 1894 –era prácticamente un niño–

abandonó Múnich, donde estudiaba, siguiendo a su

familia, que se había trasladado a Pavía para intentar

sobrevivir en el complicado universo de la industria elec-

trotécnica, en la que trabajaban. El 28 de enero de 1896

renunciaba a la nacionalidad alemana, permaneciendo

apátrida hasta que en 1901 logró la ciudadanía suiza, la

única que valoró a lo largo de su vida.

El que adoptase la nacionalidad suiza fue debido a

que se instaló allí para estudiar una carrera. Estudió, en

efecto, en la Mathematische Sektion de la Escuela Poli-

técnica de Zúrich, donde entró en el otoño de 1896.

Entre sus diez compañeros de promoción solamente

había una mujer, una serbia llamada Mileva Maric, que

años más tarde se convertiría en su esposa.

En julio de 1900 finalizó sus estudios, junto con

otros tres compañeros, pero fue el único que no logró

obtener un puesto de ayudante, acaso porque su actitud

independiente provocó sentimientos de rechazo entre

sus profesores, en especial entre Heinrich Weber, con

quien el joven Albert hubiese deseado realizar su tesis

doctoral. Con la ayuda del padre de su amigo y compa-

ñero de estudios Marcel Grossmann, con quien en

1912, siendo ambos profesores en el Politécnico de

Zúrich, aprendió y desarrolló el aparato matemático (la

geometría riemanniana) necesario para la relatividad

general, obtuvo un puesto en la Oficina de Protección

de la Propiedad Intelectual de Berna, a la que se incor-

poró en junio de 1902 como «técnico experto de terce-

ra clase». Hasta el 15 de octubre de 1909, en que fue

nombrado profesor asociado de la Universidad de

Zúrich, aquél sería su lugar de trabajo.

Catedrático en Berlín

Que consiguiese introducirse finalmente en el

mundo universitario fue, claro, gracias a las aportacio-

nes a la física que realizó a partir de 1905. De hecho, el

puesto –todavía modesto– en Zúrich no le duró mucho:

en 1911 fue designado catedrático de Física en la ale-

mana Universidad de Praga, aunque tampoco permane-

ció allí mucho tiempo, ya que al año siguiente regresó a

Suiza para ocupar una cátedra en el Politécnico, su alma

mater. Dos años más tarde alcanzaba la cumbre de su

profesión: catedrático sin obligaciones docentes en la

Universidad de Berlín, director de un Instituto de Físi-

ca Teórica, que se crearía especialmente para él en la Aso-

ciación Kaiser Guillermo, y miembro de la Academia

Prusiana de Ciencias. Max Planck y Walther Nernst en

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persona viajaron desde Berlín hasta Zúrich, en el vera-

no de 1913, para transmitirle la oferta. ¿Cómo resistir-

se ante ella, más aún con semejantes embajadores?

A pesar de todos sus recelos contra «lo alemán», en

Berlín disfrutó: era, por encima de todo, un científico,

y en la capital de Prusia podía relacionarse con algunos

de los mejores investigadores del mundo. No obstante,

también aparecieron pronto problemas de índole polí-

tica. Uno de ellos fue consecuencia del comienzo de

la Primera Guerra Mundial (todavía, simplemente, la

Gran Guerra). Al poco de iniciarse ésta, el 4 de octubre

de 1914, movidos en parte por las negativas repercusio-

nes que había tenido en el mundo la invasión de Bélgi-

ca, 93 intelectuales alemanes (entre ellos bastantes cien-

tíficos, como Max Planck, Wilhelm Ostwald o Wilhelm

Röntgen) dieron a conocer lo que denominaron Lla-

mamiento al mundo civilizado, en el que con estremece-

dora parcialidad se defendían las acciones germanas,

como la invasión de Bélgica. En la atmósfera que reina-

ba entonces en Alemania era difícil oponerse pública-

mente a aquella declaración. Sin embargo, pocos días

después de su publicación, un destacado pacifista ale-

mán, Georg Nicolai, preparó una réplica que hizo cir-

cular entre sus colegas universitarios. Sólo tres personas

se adhirieron a ella: uno de ellos era Einstein. El docu-

mento en cuestión, titulado Manifiesto a los europeos, fue

distribuido a mediados de octubre, y contenía párrafos

como los siguientes:3

La guerra que ruge difícilmente puede dar un vencedor;

todas las naciones que participan en ella pagarán, con toda

probabilidad, un precio extremadamente alto. Por consi-

guiente, parece no sólo sabio, sino obligado para los hombres

instruidos de todas las naciones, el que ejerzan su influen-

cia para que se firme un tratado de paz que no lleve en sí

los gérmenes de guerras futuras, cualquiera que sea el final

del presente conflicto. La inestable y fluida situación en

Europa, creada por la guerra, debe utilizarse para trans-

formar el continente en una unidad orgánica [...]. Nues-

tro único propósito es afirmar nuestra profunda convicción

de que ha llegado el momento de que Europa se una para

defender su territorio, su gente y su cultura [...]. El primer

paso en esa dirección sería que unan sus fuerzas todos aque-

llos que aman realmente la cultura de Europa; todos aquellos

a los que Goethe proféticamente llamó «buenos europeos».

Científico famoso

La continuamente ascendente carrera académica

de Einstein desde que abandonó la Oficina de Patentes

de Berna, y que culminó al llegar a Berlín a principios de

1914, muestra el reconocimiento que recibió. Pero ello

ocurrió entre sus colegas, entre los físicos que se daban

cuenta de lo extraordinario de sus contribuciones cien-

tíficas. Entre los legos, en el mundo social, su apellido

sólo pasó a ser conocido, multitudinariamente, en

noviembre de 1919, cuando una expedición británica

José Manuel Sánchez Ron

Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid y doctor

(PhD) por la Universidad de Londres. En la actualidad es catedrático de Historia

de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid, donde antes fue profesor titular

de física teórica. Es miembro de la Real Academia Española. Entre sus libros más

recientes se encuentran: Cincel, martillo y piedra (1999), El siglo de la ciencia (2000),

El futuro es un país tranquilo (2001), Historia de la física cuántica I (2001), El jardín de

Newton (2001) y Los mundos de la ciencia (2002).

[email protected]

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confirmó, midiendo las trayectorias de la luz de algunas

estrellas durante un eclipse de Sol, que, efectivamente,

se verificaba que los rayos de luz cambian de dirección

en presencia de campos gravitacionales, una de las pre-

dicciones de la teoría que había desarrollado a finales de

1915, la relatividad general.

Los resultados de la misión británica se dieron a

conocer el 6 de noviembre de 1919, en la sede londi-

nense de la Royal Society, en una reunión conjunta de

la sociedad anfitriona con la Royal Astronomical

Society. El lógico y filósofo inglés Alfred North White-

head, que asistió a aquella reunión, describió años más

tarde el ambiente que la rodeó:4

Toda la atmósfera de tenso interés era exactamente la

de un drama griego: nosotros éramos el coro comen-

tando el decreto del destino revelado en el desarrollo

de un incidente supremo. Había una cualidad dra-

mática en la misma representación; el ceremonial tra-

dicional, y en el trasfondo el retrato de Newton para

recordarnos que la mayor de las generalizaciones cien-

tíficas iba a recibir ahora, después de más de dos siglos,

su primera modificación.

Al día siguiente, The Times anunciaba en sus titu-

lares: «Revolución en ciencia. Nueva teoría del universo.

Ideas newtonianas desbancadas». También en The

Times, el día 8, J. J. Thomson, el director del Laborato-

rio Cavendish de Cambridge, que en 1897 había iden-

tificado el electrón como la primera partícula elemen-

tal, y que había presidido la reunión celebrada dos días

antes, declaraba: «Uno de los grandes logros en la histo-

ria del pensamiento humano [...] No es el descubri-

miento de una isla remota, sino de todo un continente

de nuevas ideas científicas [...] Es el mayor de los des-

cubrimientos en relación con la gravitación desde que

Newton enunciase sus principios».

La noticia publicada por el diario inglés se difun-

dió rápidamente por otros periódicos, y con ello Eins-

tein se convirtió en una figura mundialmente célebre.

A partir de entonces, rara vez tuvo la paz que siempre

dijo desear y buscar. Las invitaciones, en efecto, llega-

ron inmediatamente de prácticamente todos los países.

De hecho, en 1920, es decir, tres años antes de que final-

«The Times anunciaba en sus

titulares: ‘Revolución en ciencia.

Nueva teoría del Universo’.»

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y general de la relatividad, Über die spezielle und die all-

gemeine Relativitätstheorie, que había aparecido en 1917,

y publicarlo como un suplemento de la revista de la So-

ciedad).

Tal y como anunciaba el matemático riojano, unas

semanas después, el 6 de julio de 1920, Santiago Ramón

y Cajal escribía a Einstein, como presidente de la

Junta para Ampliación de Estudios,

invitándole a Madrid. No pudo ser

entonces, pero las semillas para

un futuro viaje estaban

sembradas.

Exiliado

en Estados

Unidos

de la

Alemania

de Hitler

En más de un sen-

tido, aquella fama (que

creció cuando en 1922 reci-

bió el premio Nobel de Física

correspondiente a 1921) le perjudi-

có. No sólo porque a partir de entonces

siempre fue acosado por invitaciones –una de ellas la que

le llevó a visitar España en 1923– y solicitudes de todo

tipo, sino porque sus opiniones políticas (en numerosos

apartados no demasiado alejadas del socialismo) adqui-

rieron mucha más importancia, más «visibilidad», que

antes. Y esto resultó especialmente peligroso cuando

Adolf Hitler llegó al poder el 30 de enero de 1933: Eins-

tein, liberal, pacifista y judío, fue una auténtica bestia

negra para los nazis. Su personalidad política constituía

obstáculos insalvables para el régimen de Hitler. Y no

sólo fue repudiada su persona, también su ciencia: sur-

gió un movimiento en favor de una «ciencia aria», uno

de cuyos presupuestos era que la relatividad einsteinia-

na representaba una aberración. Científicos tan notables

como Philipp Lenard, premio Nobel de Física en 1905,

se erigieron en líderes de semejante movimiento.

Einstein se encontraba entonces en Estados Unidos

y, aunque regresó a Europa, decidió romper sus relacio-

mente se decidiese a hacer la visita, le llegó una invita-

ción para venir a España. Fue el matemático Julio Rey

Pastor quien desde Leipzig le escribió el 22 de abril de

1920:5

Estimado profesor:

Como le informé durante mi visita [esto es, Rey Pas-

tor visitó a Einstein, más que probable-

mente en Berlín], he comunicado

al Institut d’Estudis Catalans

y a la Junta para Am-

pliación de Estudios en

Madrid (las dos ins-

tituciones más im-

portantes para la

alta cultura y la

i n v e s t i g a c i ó n

científica en Espa-

ña) que no es im-

posible que si se le

invita usted pueda ha-

cernos el honor de visi-

tarnos.

La Diputació de Catalunya me

telegrafió diciéndome que le transmi-

tiese inmediatamente esta invitación, antes

de que la reciba de manera oficial, para que pronuncie unas

pocas conferencias en el Institut d’Estudis en Barcelona. La

época, tema y número de conferencias se dejan para que

usted libremente lo decida, en el caso de que sea tan ama-

ble de aceptar la invitación.

Como honorarios, gastos de viaje, etc., la Diputa-

ción catalana estableció, mencionaba Rey Pastor, la can-

tidad de 3000 pesetas. Asimismo, señalaba que espera-

ba «recibir en los próximos días una respuesta favorable

de la Junta para Ampliación de Estudios, ya que el pro-

pio ministro se está ocupando de este asunto con gran

interés. Podría usted en este caso dar una serie de con-

ferencias en un breve periodo de tiempo, una tras la otra,

en Barcelona y en Madrid» (aprovechaba, por cierto, la

ocasión Rey Pastor para transmitir a Einstein el deseo

de la Sociedad Matemática Española de publicar una

traducción al español de su libro sobre la teoría especial

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nes con la nación que le había visto nacer. Fueron

muchas las ofertas de trabajo que recibió, una de la Uni-

versidad Central de Madrid, que le transmitió el enton-

ces embajador español en Londres, el escritor Ramón

Pérez de Ayala, oferta que, por cierto, Einstein aceptó

aunque finalmente se frustrase.6 Finalmente se inclinó

por la que le hizo el recientemente creado Instituto de

Estudios Avanzados en Princeton (New Jersey). Nunca

abandonaría Estados Unidos, cuya ciudadanía adoptó

en 1940.

Instalado en Norteamérica, asistió a la tragedia del

inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Buen

conocedor de las habilidades de los físicos y químicos

que trabajan en Alemania, como Werner Heisenberg y

Otto Hahn, al igual que de las posibilidades que abría

el descubrimiento (por Hahn y Strassmann), en diciem-

bre de 1938, de la fisión del uranio, y temiendo que los

nazis pudiesen fabricar bombas nucleares, a pesar de sus

antiguas ideas pacifistas, Einstein contribuiría a impul-

sar el establecimiento del proyecto nuclear estadouni-

dense, el Proyecto Manhattan, que culminó con el lan-

zamiento de dos bombas atómicas sobre Japón. El 2 de

agosto de 1939, a petición de tres físicos de origen hún-

garo que también habían tenido que abandonar Alema-

nia, Leo Szilard, Edward Teller y Eugene Wigner, Eins-

tein escribió una carta al presidente Franklin D.

Roosevelt en la que indicaba el peligro potencial de que,

a raíz del descubrimiento de la fisión del uranio, Ale-

mania pudiese fabricar bombas atómicas.

Aunque es difícil determinar en qué medida la

carta de Einstein influyó en la posterior decisión del

Gobierno estadounidense de establecer –una vez que

Estados Unidos entró en la guerra, en 1941, tras el bom-

bardeo de Pearl Harbour– el Proyecto Manhattan, que

conduciría a la fabricación de las bombas que se lanza-

ron sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 y

que provocaron la inmediata rendición de Japón, el

hecho es que el temor que sentía por un mundo domi-

nado por Hitler hizo que Einstein violentase sus creen-

cias pacifistas. En tiempos difíciles, cuando las pasiones

y la sangre empañan la tierra, la pureza es un bien que

se agota rápidamente.

Continuó, no obstante, Einstein su lucha en defen-

sa de las libertades civiles (fue, por ejemplo, un frecuente

y activo defensor del Gobierno de la República durante

la guerra civil española),7 lo que atrajo el interés del FBI,

que siguió con atención sus actividades, como prueba el

voluminoso informe que acumuló sobre él.

Falleció en Princeton el 18 de abril de 1955, como

consecuencia de un aneurisma arterial.

La física einsteiniana

Sería difícil resumir las contribuciones a la física

debidas a Einstein. Ahora bien, en este año en el que

celebramos el centenario de sus primeras grandes con-

tribuciones, las que llevó a cabo en 1905, es obligado

mencionarlas. Aquel año, en efecto, Einstein publicó en

la revista Annalen der Physik tres trabajos que termina-

rían conmoviendo los pilares de la física. El primero se

titula «Sobre un punto de vista heurístico relativo a la

producción y transformación de la luz», y en él Einstein

extendió a la radiación electromagnética la discontinui-

dad cuántica que Planck había introducido en la física

cinco años antes; por una de las aplicaciones de los prin-

cipios que sentó en este artículo, y que aparece al final

del mismo, el efecto fotoeléctrico, la Academia Sueca de

Ciencias le concedió el premio Nobel de Física. El

segundo de los artículos de 1905 lleva por título «Sobre

el movimiento requerido por la teoría cinético-molecu-

lar del calor para partículas pequeñas suspendidas en

fluidos estacionarios», y contiene un análisis teórico del

movimiento browniano que permitió a su autor demos-

trar la existencia de átomos de tamaño finito, un logro

en absoluto menor en un momento en el que muchos

negaban tal atomicidad. Finalmente, en el tercero,

«Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimien-

to», creó la teoría de la relatividad especial, sistema teó-

rico-conceptual que eliminaba las discrepancias que

habían surgido entre la mecánica newtoniana y la elec-

trodinámica maxwelliana, que estaban causando una

crisis en una parte importante de la física teórica. La rela-

tividad especial, que sustituyó a la mecánica que Isaac

Newton había establecido en 1687, condujo a resulta-

dos que socavaban drásticamente conceptos hasta

entonces firmemente afincados en la física, como los de

tiempo y espacio, llevando, en manos de su antiguo

maestro en Zúrich, el matemático Hermann Minkows-

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ki, a la creación del concepto, matemático y físico, de

espacio-tiempo.

Esta unión (de cuatro dimensiones) espacio-tempo-

ral no es sino reflejo de uno de los resultados más celebra-

dos de la relatividad especial: el de que la simultaneidad

de acontecimientos o la medida de longitudes depende del

sistema de referencia (inercial) en que se encuentran aque-

llos que realizan las observaciones, consecuencia a su vez de

un postulado básico de la teoría, el de que la velocidad

de la luz es independiente del estado de movimiento de la

fuente que la emite, postulado totalmente contraintuitivo

y que, a pesar de las evidencias indirectas en su favor que

se habían ido acumulando a lo largo de las últimas déca-

das, sólo Einstein –y no otros en principio en mejor situa-

ción (notablemente el gran físico holandés Hendrik A.

Lorentz)– imaginó. Naturalmente, es inevitable mencio-

nar también lo que no es sino un mero corolario de la teo-

ría, condensado en una sencilla expresión matemática,

E = mc2 (donde E representa la energía; m, la masa, y c, la

velocidad de la luz), que permitió comprender inmedia-

tamente la razón –aunque no la causa que subyacía en el

fenómeno– de la aparente infinita energía producida en los

procesos radiactivos, descubiertos a finales del siglo XIX.

Las explosiones nucleares que pusieron término a la

Segunda Guerra Mundial dieron buena prueba de que

masa y energía son, efectivamente, equivalentes.

Una vez explotadas las principales consecuencias

de la relatividad especial, hasta aproximadamente 1911,

Einstein centró sus investigaciones en el campo de la físi-

ca cuántica, esto es, en el mundo de las radiaciones y de

los fenómenos microscópicos. De aquella época son sus

trabajos sobre la aplicación de los principios cuánticos al

estudio de los sólidos, lo que le permitió explicar, por

ejemplo, desviaciones que se observaban en la ley de

Dulong y Petit, o sobre la coexistencia de propiedades

ondulatorias y corpusculares en varios fenómenos, que

allanaron el camino a las más definidas ideas de Louis de

Broglie sobre la dualidad onda-corpúsculo (1923-

1924).

No obstante, a partir de 1911, Einstein dedicó sus

energías casi de manera exclusiva a la búsqueda de una

teoría de la interacción gravitacional que fuese compa-

tible con los requisitos de la relatividad especial, ya que

la teoría de la gravitación universal de Newton no satis-

face los requisitos de la relatividad especial. En realidad,

ya antes de 1911 había identificado la pieza maestra que

le serviría para orientarse en esa búsqueda: «el principio

de equivalencia», la idea de que a distancias pequeñas un

sistema de referencia acelerado es equivalente a un

campo gravitacional. La manera en que Einstein llegó a

este principio, que desvela la profunda significación de

un hecho aceptado hasta entonces (por Galileo y New-

ton) sin mayores problemas –la proporcionalidad (igual-

dad en un sistema de unidades adecuado) entre masa

inercial y masa gravitacional–, muestra de forma esplén-

dida la gran característica del estilo científico einsteinia-

no: su increíble capacidad para encontrar lo realmente

esencial de la naturaleza, aquello que proporciona las

claves más simples, pero a la vez más profundas, de la

estructura del mundo. En este caso, como en otros,

Einstein únicamente recurrió a experimentos mentales

(con observadores situados en ascensores, en presencia

y en ausencia de campos gravitacionales) que cualquie-

ra puede entender.

El principio de equivalencia llevó a Einstein a la

conclusión de que la nueva teoría gravitacional que bus-

caba debía basarse en un espacio-tiempo curvo dinámi-

co. El problema es que, aunque reconocía la necesidad

de recurrir a una geometría curva no estática, Einstein

no disponía de los conocimientos necesarios. Es cierto

que el programa de estudios que había seguido en

Zúrich incluía un curso sobre geometría dictado por el

matemático Carl Friedrich Geiser, en el que también se

abordó la geometría de superficies curvas, pero no pare-

ce que lo aprovechase demasiado, no, desde luego, como

para poder ser matemáticamente autosuficiente.

La ayuda le llegó de Marcel Grossmann. Cuando,

en febrero de 1912, Einstein fue nombrado catedrático

en su antigua alma mater, el Instituto Politécnico de

Zúrich, se encontró allí con Grossmann, que ocupaba

una cátedra de Matemáticas. Fue una coincidencia afor-

tunada, ya que su antiguo compañero de estudios se

había especializado precisamente en geometría diferen-

cial. Juntos escribieron un artículo (publicado en 1913)

que representa un momento decisivo en la carrera de

Einstein, así como en la historia de la física: «Entwurf

einer verallgemeinerten Relativitätstheorie und einer

Theorie der Gravitation» («Esbozo de una teoría general

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de la relatividad y de una teoría de la gravitación»). En

la carrera de Einstein, porque el «estilo einsteiniano»

cambiaría de una manera radical a partir de entonces. En

la historia de la física, porque nadie hasta ese momento

había hecho lo que sus autores llevaron a cabo en aquel

trabajo: «reducir», geometrizar la gravitación; utilizar un

marco geométrico curvo que dependía de su contenido

energético-material.

Comenzó entonces un largo, complejo, y con fre-

cuencia oscuro conceptualmente, periodo durante el cual

Einstein pugnó por determinar los principios básicos de

la teoría relativista de la gravitación. La búsqueda finaliza-

ría el 25 de noviembre de 1915. Aquel día,

Einstein presentó a la Academia Prusia-

na la formulación definitiva de la

teoría general de la relatividad;

esto es, la formulación que

incluía las ecuaciones

correctas del campo

gravitacional. Nadie,

antes o después de

Einstein, produjo en

la física una teoría tan

innovadora, tan radi-

calmente nueva y tan

diferente de las existen-

tes anteriormente. Una

posición que todavía ocupa,

resistiendo a todas las pruebas

experimentales, aunque con el

grave problema de no haber aceptado

ningún procedimiento para hacerla compatible

con los requisitos cuánticos, imprescindibles para cual-

quier teoría física, lo que hace pensar que probablemente,

no obstante toda su belleza y originalidad, será sustituida

en el futuro por otra formulación muy diferente.

Casi inmediatamente, en 1916, Einstein aplicó su

nueva teoría de la gravitación (modificada introducien-

do un nuevo elemento en sus ecuaciones básicas: la cons-

tante cosmológica) al conjunto del cosmos, encontran-

do un modelo de universo estático de densidad

uniforme, con el que creó la Cosmología, entendida co-

mo disciplina auténticamente científica, frente a las ape-

nas analíticas, escasamente predictivas, cosmogonías

anteriores. Tal modelo fue finalmente arrinconado ante

la evidencia experimental –proporcionada por el astro-

físico estadounidense Edwin Hubble a comienzos de la

década de 1930– de que el universo no es estático, sino

que se expande. Afortunadamente para la cosmología

relativista, existen soluciones de sus ecuaciones (que ade-

más no necesitan de la constante cosmológica), estudia-

das por diversos científicos (como Georges Lemaître, Ale-

xander Friedmann, Howard P. Robertson o Arthur G.

Walker), que conducen a modelos de universo en ex-

pansión.

A partir de entonces, el mundo de la relatividad

general fue el tema de investigación preferido

por Einstein; en especial lo que llamó

«teoría del campo unificado»,

con la que pretendía encon-

trar un marco (geométri-

co) común para las dos

interacciones conoci-

das en aquella época,

la electromagnética y

la gravitacional. Al

dedicarse a este pro-

blema, tuvo que ter-

minar siguiendo un

camino en el que eran

las posibilidades mate-

máticas –estructuras for-

males suficientemente ricas

como para, en principio, dar cabi-

da a variables electromagnéticas y gra-

vitacionales– las que dirigían sus esfuerzos. Fue

la suya una lucha titánica y solitaria, ya que la gran

mayoría de sus colegas no compartía sus esperanzas,

entre las que figuraba de forma prominente la de desa-

rrollar una teoría que no renunciase a la continuidad ni

al determinismo, los fenómenos de que daba cuenta

–recurriendo a la discontinuidad– la teoría cuántica. Y

es que Einstein, que junto con Planck había sido uno

de los creadores del movimiento que condujo a la mecá-

nica cuántica, nunca aceptó completamente esta teoría,

que entendía no se podía considerar completa. No acep-

taba su carácter estadístico, situación un tanto peculiar,

toda vez que también fue él quien, en 1917, introdujo

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realmente tal rasgo en la física cuántica. Ahora bien, tal

oposición no le impedía reconocer que se trataba de la

teoría física de más éxito de su tiempo, en tanto que per-

mitía comprender unitariamente las experiencias relati-

vas al carácter cuántico de los procesos microscópicos.

Más concretamente, el rasgo de la física cuántica

que chocaba sobre todo a Einstein era el de que en ella

el resultado de una medida dependiese del proceso de

medición; pensaba que tal característica de la interpreta-

ción más ampliamente aceptada de la mecánica cuántica

–la interpretación de Copenhague– era incompatible con

una definición aceptable del concepto de «lo físicamente

real». Es particularmente famosa una de sus manifesta-

ciones «antiprobabilista» y «realista» contenida en una

carta que escribió a Max Born el 4 de diciembre de

1926: «La mecánica cuántica obliga a que se la respete.

Pero una voz interior me dice que todavía no es la cosa

real. La teoría nos aporta muchas cosas, pero apenas nos

acerca al secreto del Viejo. De todas maneras, yo

estoy convencido de que Él, al menos, no juega a los

dados».8

Lejos de limitarse a mostrar una oposición de

carácter meramente programático o metodológico,

Einstein expresó su rechazo mediante argumentos que

utilizaban situaciones experimentales posibles. La mani-

festación más conocida de sus ideas es el artículo que

publicó en 1935, en colaboración con Boris Podolsky y

Nathan Rosen, en la revista Physical Review: «¿Puede

considerarse completa la descripcón mecánica cuántica

de la realidad?». El efecto de este artículo fue inmedia-

to. Niels Bohr, el creador del primer modelo atómico

cuántico, gran patrón de la física cuántica y, en particu-

lar, de la interpretación de Copenhague (ciudad en la

que se encontraba su Instituto de Física), que de hecho

había mantenido vivas discusiones con Einstein sobre

estos temas durante el Congreso Solvay de 1930, pu-

blicó inmediatamente, con el mismo título y en la

misma revista, una respuesta a las objeciones de

Einstein.

Y puesto que he mencionado este artículo de 1935,

quiero aprovechar para hacer hincapié en la falsedad de

la historia de que, después de 1915-1916, la carrera cien-

tífica de Einstein terminó, que, obnubilado por sus dese-

os de una física causal y realista, ya no hiciera ninguna

contribución a la física. Es cierto, desde luego, que no

produjo aportaciones como las de 1905 o la relatividad

general; pero, y olvidándonos de su artículo con

Podolsky y Rosen, cuya valoración es problemática,

recordemos otros trabajos suyos notables, como, por

ejemplo, los que publicó en 1916 y 1918 sobre la radia-

ción gravitacional, el de 1924 en el que profundizó en

la estadística introducida por el físico indio Satyendra

Nath Bose –que terminaría siendo conocida como «esta-

dística de Bose-Einstein»–, el que apareció en 1936 en el

que planteaba la posibilidad de lentes gravitacionales, o

el que realizó con dos ayudantes suyos, Leopold Infeld

y Banesh Hoffmann, titulado «Ecuaciones gravitacio-

nales y el problema del movimiento», publicado en

1938, que suministró un método importantísimo –la

denominada «aproximación EIH»– para resolver de

manera aproximada las ecuaciones del movimiento de la

relatividad general.

Recepción de la física einsteiniana

en España

Especialmente una vez que se convirtió en un per-

sonaje mundialmente famoso, las teorías de Einstein se

difundieron a lo largo y ancho del planeta, en publica-

ciones –libros, artículos, folletos– escritas en práctica-

mente todos los idiomas. En el ámbito de la divulgación

–esto es, a través de escritos en los que la dimensión téc-

nica, físico-matemática, se reducía al mínimo, buscando

la atención de cuantos más lectores mejor–, en España

tampoco escasearon las obras publicadas.9 Yo quiero

referirme aquí únicamente a los esfuerzos más exigentes

–en los que no se renunciaba a los detalles técnicos o, al

menos, a parte de ellos– debidos a científicos españoles.

Y en este punto hay que apresurarse a manifestar que,

aunque algo se puede decir en tal apartado, ninguna de

las contribuciones que se efectuaron añadieron algo a la

física einsteiniana: fueron, nada más pero también nada

menos, presentaciones de algunas aportaciones de Eins-

tein dirigidas a un público de, podríamos decir, profe-

sionales, o casi.

Tres nombres destacan por encima de cualquier

otro en la introducción de las teorías de Einstein en

España: los catedráticos de universidad y académicos de

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ciencias Esteban Terradas (1883-1950), Blas Cabrera

(1878-1945) y José María Plans (1878-1934).

Comenzando por el ingeniero, matemático y físi-

co catalán, tenemos que Terradas fue probablemente el

primer español que abordó, en octubre de 1908, cues-

tiones cuánticas, uno de los dominios, recordemos, en

los que se había distinguido Einstein desde 1905. Me

estoy refiriendo a dos conferencias que Terradas pro-

nunció durante el primer congreso de la Asociación

Española para el Progreso de las Ciencias, celebrado en

Zaragoza. Una se tituló «Sobre la mecánica estadística»

y fue pronunciada en las sesiones de la Sección de Cien-

cias Exactas, y la otra, «Teorías modernas acerca de la

emisión de luz» (Sección de Ciencias Físico-Químicas»).

Al año siguiente, al tomar posesión de su puesto en la

Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, tam-

bién habló de este tema («Sobre la emisión de radiacio-

nes por cuerpos fijos en movimiento» se tituló su

disertación), aunque no sólo de él, ya que se ocupó, asi-

mismo, de la teoría especial de la relatividad. Sucede, sin

embargo, que en estos escritos Terradas se limitaba a

analizar las aportaciones de Planck, no mencionando el

trabajo, absolutamente fundamental, de Einstein de

1905, «Sobre un punto de vista heurístico acerca de la

producción y transformación de la luz». Tampoco mejo-

ró la atención que dedicó a Einstein en el texto Els ele-

ments discrets de la matèria i la radiació, fruto del curso

que Terradas desarrolló en 1915 dentro de los «Cursos

Monogràfics d’Alts Estudis i d’Intercanvi», que él

mismo organizó dentro del Institut d’Estudis Catalans.

Como he señalado, también se ocupó Terradas de

la teoría de la relatividad restringida, pero hay que seña-

lar que tampoco dio allí muestras de conocer demasia-

do bien las aportaciones de Einstein. Así, en su discur-

so de entrada en la Academia de Barcelona, al tratar la

teoría de la relatividad especial únicamente mencionó en

dos ocasiones a Einstein, pero equivocándose –escribió

«Eisenstein» (¿errata o ignorancia?)– y subordinándolo a

Lorentz (hablaba de «principio de la relatividad de

Lorentz-Eisenstein»).

Pasando ahora a Blas Cabrera, tenemos que se dis-

tinguió más que Terradas en lo referente a la difusión de

la física cuántica a la comunidad científica española,

pero esto no significa que aludiese demasiado a Einstein.

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Se ocupó, sobre todo, primero de las ideas de Planck y

luego de cuestiones como el átomo de Bohr, además de,

más tarde, los temas a los que él se dedicaba: el magne-

tismo. Un ejemplo en este sentido es la conferencia que

Cabrera pronunció en el cuarto congreso de la Asocia-

ción Española para el Progreso de las Ciencias, celebra-

do en Madrid en junio de 1913. Allí, Cabrera pronun-

ció la conferencia inaugural de la Sección Tercera

(Ciencias Físico-Químicas), deteniéndose especialmen-

te en Planck. De Einstein citaba sus aportaciones de

1907 sobre la teoría del calor específico.

Mucho más activo estuvo Cabrera en lo que se

refiere a la difusión de las teorías relativistas de Einstein,

ámbito en el que terminaría siendo uno de los españo-

les más productivos, si no el que más. Le costó, sin

embargo, dar a Einstein el protagonismo que se mere-

cía en la creación de la relatividad especial. Así, si se con-

sulta el libro que reproduce las cinco conferencias que

pronunció en la Residencia de Estudiantes en enero de

1917, ¿Qué es la electricidad?, nos encontramos con que

en el último capítulo, el dedicado a «Electricidad y éter:

principio de relatividad», sólo se menciona a Einstein en

una ocasión (página 174), cuando escribe: «Una de las

consecuencias necesarias del principio de relatividad,

que Einstein formuló explícitamente como una parte del

mismo que corresponde concretamente al fracaso de los

experimentos de Michelson, es la constancia de la velo-

cidad de la luz, con independencia del reposo o movi-

miento del observador».

En 1923, el año en que Einstein visitó España, todo

había cambiado, y una muestra de ello, de entre otras que

se mencionan en el presente catálogo, es el libro de Cabre-

ra (publicado también por la Residencia de Estudiantes),

Principio de relatividad, y subtitulado Sus fundamentos

experimentales y filosóficos y su evolución histórica. De hecho,

este texto era producto de la actividad propagandística de

las teorías relativistas einsteinianas (tanto la especial como

la general) de Cabrera. «Este libro –señalaba en el «Prólo-

go»– recoge el contenido de varias conferencias dadas por

el autor en el Ateneo de Madrid, la Sociedad Científica

Argentina, la Facultad de Ingeniería de la Universidad de

Córdoba (República Argentina) y, por último, en forma

casi idéntica al contenido de las siguientes páginas, en la

Facultad de Ciencias de Madrid».

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Pasando ahora a José María Plans, tenemos que,

aunque no se prodigó demasiado (entre otros motivos

porque falleció pronto, en 1934, tras años de mala

salud), sus escritos relativistas fueron, sin lugar a dudas,

los más informados técnicamente en la temprana (y no

tan temprana) introducción de las teorías relativistas de

Einstein. Ya en 1920 publicó en los Anales de la Sociedad

Española de Física y Química (volumen 18) unas «Notas

sobre la trayectoria de los rayos luminosos en el campo

de un centro gravitatorio según la teoría de Einstein», a

las que siguió su libro Nociones fundamentales de mecá-

nica relativista (168 págs.), publicado en 1921 dentro de

la serie Memorias de la Real Academia de Ciencias Exac-

tas, Físicas y Naturales (serie 2.ª, tomo II). Surgió esta

obra como respuesta, señalaba Plans en su «Prólogo», al

«tema propuesto por la Real Academia de Ciencias Exac-

tas, Físicas y Naturales para el concurso del año 1919»,

concurso que el escrito de Plans ganó. Aunque la mayor

parte del libro trataba de la relatividad especial, los últi-

mos dos capítulos estaban dedicados a la relatividad

general.

Era el texto de Plans, exigente y detallado mate-

máticamente, una obra sin parangón en España en el

dominio de la relatividad, que dio origen, además, al

menos a un intento de profundizar en la física relativis-

ta. Me estoy refiriendo a la tesis doctoral del matemáti-

co Pedro Puig Adam, «Resolución de algunos problemas

elementales en mecánica relativista restringida», que

dirigió el propio Plans y apareció publicada primero en

el tomo XX (1922) de la Revista de la Real Academia de

Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, y luego como una

memoria en las Publicaciones del Laboratorio y Semina-

rio Matemático de la Junta para Ampliación de Estudios

e Investigaciones Científicas (tomo IV, Memoria 3.ª,

1923). «Iniciamos» este trabajo, escribía Puig Adam en

la «Introducción», «por indicación de nuestro querido

catedrático doctor don José María Plans», habiendo

«continuado bajo su tutela, siguiendo sus indicaciones

y estudiando previamente un notable trabajo suyo,

premiado recientemente por la Real Academia de Cien-

cias, y en cuyo contenido hemos encontrado la prepa-

ración preliminar suficiente para poder emprender las

cuestiones que desde un principio nos propusimos

resolver».

El año 1924 contempló dos nuevas publicaciones

de Plans en el domino relativista. Una era también obra

premiada por la Real Academia de Ciencias: Nociones de

cálculo diferencial absoluto y sus aplicaciones (284 págs.).

Como su título indicaba claramente, este texto estaba

dedicado a presentar la matemática (la geometría de Rie-

mann) necesaria para la teoría de la relatividad general,

que también se explicaba en el libro. La otra publicación

era el texto del discurso de entrada de Plans en la Aca-

demia de Ciencias, que tuvo lugar el 18 de mayo de

1924; se titulaba Algunas consideraciones sobre los espacios

de Weyl y de Eddington y los últimos trabajos de Einstein.

El tema que abordaba era el de las aportaciones de Weyl

y Eddington en la búsqueda de una teoría que reuniese

en un mismo marco geométrico, en el mismo estilo que

el einsteiniano-riemanniano de la relatividad general,

gravitación y electromagnetismo, un camino que Eins-

tein siguió con dedicación.

Como indiqué antes, Plans falleció en 1934. Su

puesto en la Real Academia de Ciencias pasó a ser ocu-

pado por el matemático e historiador de la matemática

José Augusto Sánchez Pérez, que leyó su discurso de

entrada el 20 de junio de aquel mismo año. Aunque el

tema que eligió para su discurso no estuvo relacionado

con la relatividad (disertó sobre el matemático portu-

gués Juan Bautista Labaña), añadió, como una especie

de apéndice, una «Bibliografía sobre relatividad», que

contenía, como él mismo señalaba, muchas referencias

que «me han sido facilitadas por don José María Plans».

Era una buena forma de recordar a su predecesor, que

tantos esfuerzos había dedicado a la difusión de alto

nivel de las dos teorías de la relatividad en España. ¶

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1 El borrador de esta carta se encuentra, como la mayoría

de los documentos de Einstein, en «The Albert Einstein

Archives. The Jewish National & University Library. The

Hebrew University of Jerusalem». Está reproducida en

Ze’ev Rosenkranz, The Einstein Scrapbook. Baltimore,

The Johns Hopkins University Press, 2002, pág. 103.

Original en alemán. También se reproduce, al igual que

sucede con otros documentos citados más adelante, en

Einstein esencial, J. M. Sánchez Ron, ed. Crítica, 2005,

Barcelona.

2 Reproducida en Ze’ev Rosenkranz, The Einstein Scrapbook,

op. cit., p. 90. Original en alemán.

3 Incluido en Georg Nicolai, Die Biologie des Krieges (Orell

Füssli, Zúrich 1916), y también en The Collected Papers

of Albert Einstein, vol. 6 (The Berlin Years, 1914-1917),

A. J. Kox, M. J. Klein y R. Schulmann, eds. Princeton,

Princeton University Press, 1996, pp. 69-70.

4 A. N. Whitehead, Science and the Modern World. Londres,

1926, p.13.

5 La carta de Rey Pastor se ha publicado en «The Berlin

Years. Correspondence, January 1919-April 1920», The

Collected Papers of Albert Einstein, vol. 9, Diana Kormos

Buchwald y otros (eds.), Princeton, Princeton University

Press, 2004, págs. 527-529.

6 Este episodio se estudia en José M. Sánchez Ron y Thomas

F. Glick, La España posible de la Segunda República. La

oferta a Einstein de una cátedra extraordinaria en la

Universidad Central (Madrid 1933) (Editorial Universidad

Complutense, 1983, Madrid).

7 Quiero recordar, en este sentido, lo que el violonchelista

español Pablo Casals, otro exiliado de su país por motivos

políticos, escribió tras la muerte de Einstein a Carl Seelig,

biógrafo de éste: «Aun cuando no tuve la dicha de conocer

personalmente a Albert Einstein, siempre sentí por él la

mayor estimación. Ciertamente era un gran sabio, pero

era aún mucho más que eso. Era, además, un pilar de la

conciencia humana en unos momentos en los que parece

que se vienen abajo tantos valores civilizadores. Además,

le estaba infinitamente agradecido por su protesta contra

la injusticia de que fue víctima mi patria. Con la muerte

de Einstein es como si el mundo hubiese perdido

peso y una parte de su propia sustancia». Citado en Carl

Seelig, Albert Einstein. Espasa-Calpe, 1968, Madrid,

pág. 305.

8 Reproducida en Max Born, The Born-Einstein Letters,

1916-1955. Macmillan, 2005, Nueva York pág. 88.

9 Aunque no es el propósito de este artículo entrar en

cuestiones bibliográficas, es imposible no mencionar el

libro de Thomas F. Glick, Einstein y los españoles. Alianza

Editorial, 1986, Madrid.

Notas

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