Instantáneas de la TURISMO desembocadura del ulla · visitar la casa-museo de Rosalía en Padrón....

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A partir de Padrón el río Ulla, al que se le une el compos- telano Sar, forma una larga planicie fluvial, un estuario con amplias zonas de juncos, carrizales, bancos de arena y ma- rismas, formando un paraje de gran belleza que sirve de transición a la Ría de Arosa. Hagamos una pequeña esca- pada por estas tierras. Un manso río, una vereda estrecha, un campo solitario y un pinar, y el viejo puente rustico y sencillo completando tan grata soledad. Y si en esta ocasión nos vamos a detener en la muy literaria villa de Padrón, por qué no comenzar de la mano de los versos de Rosalía de Castro. Si Rosalía se ha convertido en la poeta por excelencia de Galicia, no debemos olvidar que estas tierras de Compostela y Padrón la vieron nacer y morir. Su pasión por ellas no deja de hacerse notar en sus poema- rios, Cantares gallegos, el archiconocido Follas Novas y su obra de madurez, En las orillas del Sar, a la que pertenecen los versos antes transcritos. Aunque su canto al ser gallego se ha querido sesgadamente relacionar con una determi- nada conciencia colectiva particularista, lo cierto es que el lirismo romántico de Rosalía es universal. Cuando nos evoca la soledad o saudade, en el amor o en la tierra, nos revela lo más intimo de su obra: la melancolía existencial del hombre. INSTANTÁNEAS DE LA DESEMBOCADURA DEL ULLA MATRECIO Texto y fotos. TURISMO Padrón 20

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A partir de Padrón el río Ulla, al que se le une el compos-telano Sar, forma una larga planicie fluvial, un estuario con amplias zonas de juncos, carrizales, bancos de arena y ma-rismas, formando un paraje de gran belleza que sirve de transición a la Ría de Arosa. Hagamos una pequeña esca-pada por estas tierras.

Un manso río, una vereda estrecha,

un campo solitario y un pinar,

y el viejo puente rustico y sencillo

completando tan grata soledad.

Y si en esta ocasión nos vamos a detener en la muy literaria villa de Padrón, por qué no comenzar de la mano de los versos de Rosalía de Castro. Si Rosalía se ha convertido en la poeta por excelencia de Galicia, no debemos olvidar que estas tierras de Compostela y Padrón la vieron nacer y morir. Su pasión por ellas no deja de hacerse notar en sus poema-rios, Cantares gallegos, el archiconocido Follas Novas y su obra de madurez, En las orillas del Sar, a la que pertenecen los versos antes transcritos. Aunque su canto al ser gallego se ha querido sesgadamente relacionar con una determi-nada conciencia colectiva particularista, lo cierto es que el lirismo romántico de Rosalía es universal. Cuando nos evoca la soledad o saudade, en el amor o en la tierra, nos revela lo más intimo de su obra: la melancolía existencial del hombre.

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Padrón

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Un ser desamparado que tan sólo se tiene a sí mismo y a sus sentimientos de dolor y vacío. Esta idea de perdida existen-cial, de soledad transcendental, y no otra, es la que siempre aflora cuando Rosalía rememora seres, recuerdos y lugares queridos de aquella Galicia decimonónica.

En todo caso podemos dar rienda suelta a la mitomanía y visitar la casa-museo de Rosalía en Padrón. En la Casa da Ma-tanza, donde falleció en 1885, no sólo podremos encontrar recuerdos personales de la escritora. El edificio conserva

su bella estructura original y la casa, llena de muebles de época y objetos cotidianos, nos permite gozar de un retrato costumbrista de la Galicia del siglo XIX y su clase media.

Pero metámonos ahora en Padrón. Parece que su nombre puede proceder de “pedrón”, un ara romana de piedra en la que supuestamente amarraron la barca que trasladó el cuerpo del Apóstol Santiago desde Palestina hasta las costas gallegas y que hoy se guarda bajo el altar mayor de la Iglesia de Santiago. Otero Pedrayo sin embargo cree que el nombre de la villa se deriva de “Patrón”, referido a Santiago Apóstol. Lo cierto es que Padrón nace en torno al siglo X a orillas de un Sar navegable en la Edad Media, parada obligada en la salida de los compostelanos hacia el mar a través del cercano Ulla, y cruce de caminos para los peregrinos y mercaderes que llegaban por ese mismo mar. Sin olvidar Iría Flavia. La que hoy ha acabado siendo una parroquia de Padrón, fue un importante núcleo urba-no en época romana, sede episcopal desde el Bajo Imperio y con suevos y visigodos, hasta que en la Alta Edad Media Alfonso II trasladó el obispado a Santiago de Compostela. Pero nadie podrá quitar nunca a Iría, que fue su obispo Teo-domiro, quien descubrió el sepulcro de Santiago el Mayor.

Casa Rosalía de Castro

Colegiata Iria Flavia

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mental, que nos trae a colación a otro personaje mítico de Padrón: Macías o Namorado.

Parece ser que Macías fue un trovador de la escuela galai-co-castellana del siglo XIV, cuyas obras aparecen recogidas en el Cancionero de Baena. Nuestro desventurado poeta va a personificar el ideal del amante romántico. Aunque son diversas las versiones de su legendaria historia, parece ser que nuestro trovador gallego era doncel de Don Enrique el Doliente, en cuyo palacio trabó amistad con su idolatrada señora, Doña Elvira. Pero el destino separó a Macías de su soñado amor, al tener que partir a luchar a una campaña contra los moros en Granada. En su ausencia su señor casó a la dama con un hidalgo, Hernán Pérez de Vadillo. Pero aquel matrimonio no acabó con la pasión de nuestro ena-morado, que siguió cortejando a Doña Elvira. Quejándose el marido a Don Enrique el Doliente, este aconsejó y orde-nó a Macías que se olvidara de amores imposibles. Incapaz de dominar sus sentimientos, nuestro trovador perseveró en sus requerimientos amorosos, lo que provocó que ter-minase encarcelado en el castillo de Arjonilla (Jaén). Pero aún desde su celda insistía en cantar su tristeza de amor incondicional, haciendo llegar poemas a su amada y tañen-do un laúd para que todo el pueblo escuchase desde su ventana enrejada cuanto añoraba a su deseada Doña Elvi-ra. El afrentado marido acabó matando al trovador, según cuentan, arrojándole un venablo a la ventana del castillo, mientras el prisionero plañía sus amorosas cuitas. La tradi-

Merece la pena visitar en Iría la Colegiata, conocida igual-mente como Santa María de Adina, que alberga los sepul-cros de 28 obispos Santos. En su cementerio yace Camilo José Cela, cuya tumba podemos también visitar bajo un oli-vo. En este mismo cementerio estuvieron también enterra-dos los restos de Rosalía de Castro (entre 1885 y 1891), antes de ser trasladados a Santiago. Las Casas dos Canónigos y la Casa do Capelán, un conjunto de viviendas de finales del si-glo XVIII, albergan la Fundación Camilo José Cela y el Museo del Ferrocarril, erigido en honor a su abuelo, John Trulock, y en el que se puede ver a “Sarita”, una vieja locomotora que el abuelo de Cela se trajo de Gran Bretaña, con la que se reali-zaron los primeros trayectos de tren en Galicia.

El nombre de Iría Flavia, por supuesto esta unido también al del nobel gallego. Intelectual controvertido, -que no com-prometido con presuntuosas moralinas políticas-, irreveren-te, burlón y sobre todo muy humano, nació allí en 1916, y allí fue a reposar lo que dure la eternidad bajo la divisa “El que resiste gana”, prueba se su socarrón sentido del humor y de su fino olfato de lo español. Seguramente desde la padro-nesa taberna del Cuco (Del Miño al Bidasoa), andará dando cuenta de un cuartillo de vino mientras habla, “según las vie-jas reglas, de todo lo humano y de casi todo lo divino”.

Menos conocido literariamente hoy en día resulta Juan Ro-dríguez del Padrón, escritor del XV, recordado por sus ver-sos de amor cortés y su Siervo libre de amor, novela senti-

Divisa Camilo

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ción asegura que Macías, victima de su amor, fue sepultado en la Iglesia de Santa Catalina de Arjonilla. Se dice que exis-tió en aquella iglesia un sepulcro con esta inscripción: “Aquí yace Macías el Enamorado”, junto a la lanza que atravesó su corazón.

El trovador gallego se convierte en un referente de las pe-nas amorosas en la literatura española. Encontramos refe-rencias al amor trágico de Macías en el Marques de Santi-llana, en Lope de Vega y su Porfiar hasta morir, en El doncel de Don Enrique el Doliente de Larra, o en Valle Inclán y su Cuento de abril.

Después de tan pasional aventura romántica busquemos en El Espolón de Padrón sosiego y paz. Esta alameda a ori-llas del Sar nos ofrece un espacio para un pequeño paseo tranquilo y la charla amigable, que podemos alargar calle-jeando por el casco antiguo de la villa y acercándonos a la arboleda del jardín Botánico-Artístico, Monumento Artísti-co Nacional (desde 1946), donde encontramos una estatua a Macías o Namorado con el verso “Cautivo de mi tristeza”.

Si cruzamos el rio Sar por el puente de Santiago, la Costanilla del Carmen (o Costiña do Carme) nos lleva hasta el convento del Carmen. Un poco más allá se halla la ermita de Santiagui-ño do Monte, a la que podemos ascender por una escalinata que acompaña a un Vía Crucis. Allí dice la leyenda que predi-có Santiago Apóstol y que hizo brotar la fuente.

En el cercano Herbón podemos encontrar un monasterio Franciscano fundado en 1396, con un retablo obra de Ja-cinto de Barrios (1708) y un sobrio claustro. Como curio-sidad la fuente de San Benito echando agua por el pecho, que en la tradición del folclore gallego, tiene el don de cu-rar a los que la beben el día de su romería.

Según se dice fueron estos monjes franciscanos quienes trajeron de América en el siglo XVI la planta de los afama-dos pimientos de Padrón, que ya se sabe, uns pican e ou-tros non. Herbón esta lleno de invernaderos dedicados a su cultivo. Parece ser que la planta fue importada a Galicia desde México o la zona suroeste de EE. UU. Y se fue poco a poco adaptando mediante selección artificial al clima de Galicia, haciéndose los pimientos más pequeños y adqui-riendo así su sabor particular. El hecho de que unos piquen y otros no, está relacionado directamente con los métodos de riego y falta de agua o factores climatológicos, ya que son muy sensibles a las variaciones bruscas de temperatu-ra y sobreexposición a la luz solar. Según los expertos del lugar, para saber distinguir cuál es el pimiento que pica, hay que fijarse en los más puntiagudos y de color mate. En el cercano Monte Meda podemos ver una panorámica del Ulla y el comienzo de la ría de Arosa.

A un pasito de Padrón está Pontecesures, bajo su puente construido en el siglo I y remodelado en el XII, el Ulla, al que ya se ha unido el Sar, comienza su último recorrido dando forma a un interesante estuario. El Porto de Cesures, fue en su día importante, gozando del monopolio para la descarga de sal. De aquellos tiempos pasados queda como testigo un curioso almacén de tabacos y sal con un gran escudo real conocido por El Alfolí. En el municipio de Valga, podemos acercarnos a las fervenzas del rio que le da nom-bre, el Pazo Raxoi, el Monte Fontebecha o los miradores so-bre el Ulla de la parroquia de Setecoros.

Llegamos a Catoira, mundialmente conocida por su ro-mería vikinga. En los siglos IX y X las tierras de España no sólo eran asoladas desde el sur por los invasores musul-manes. Por el norte llegaban expediciones de guerreros escandinavos que saqueaban toda la Europa cristiana Macias el enamorado

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ávidos de riquezas. Sus principales objeti-vos solían ser enclaves religiosos. Allí había siempre oro, y los religiosos que los habi-taban no solían ser precisamente unos aguerridos oponentes. En 850 los norman-dos atacaron la ría de Arosa , devastando Iria Flavia y poniendo en fuga a su obispo y sequito. Había que proteger Compostela y la tumba del apóstol de estos asaltos perió-dicos. El rey asturleonés Alfonso III mandó construir el llamado Castellum Honesti, un recinto militar amurallado y dotado de to-rres defensivas que cumplió a lo largo de tres siglos con su misión de cerrar el paso a los asaltantes nórdicos y piratas sarrace-nos que pretendían remontar el Ulla para llegar a Santiago. Las Torres del Oeste que hoy podemos contemplar en Catoira, son el orgulloso recuerdo de aquella fortaleza marítima. Si me permiten una licencia ci-nematográfica, viendo la película de 1965, “El señor de la guerra”, protagonizada por Charlton Heston, que narra los avatares del caballero “Chrysagon”, gobernador de la torre que custodia la costa del ducado de Gante frente a los asaltos de los piratas frisones, es muy fácil dejar volar la imagi-nación para elucubrar cual sería la vida de aquellas guarniciones que protegían San-tiago desde las Torres del Oeste.

La romería vikinga, que hoy recuerda aque-llos lances guerreros todos los primeros domingos de agosto, tiene su origen en los años 60 del pasado siglo, pero pese a su corta historia, se ha convertido en un colorista espectáculo que alcanza su cenit cuando los hordas vikingas, perfectamen-te ataviadas con escudos, hachas, pieles y cascos con cuernos, desembarcan desde los drakkar, lanzándose contra una multi-tud de curiosos que se agolpa en la orilla. Tras el desembarco, la única batalla cruenta que se enta-bla, sólo causa bajas en las suculentas viandas de la gas-tronomía gallega. Desde el mismo lugar en que se celebra la romería vikinga parte un paseo perfectamente acon-dicionado a orillas del Ulla, que nos permite gozar de las marismas y del lento curso final del rio. Si se tiene tiempo, no hay que perdérselo.

Justo en la misma desembocadura del Ulla, donde su es-tuario se convierte ya en bahía, nos encontramos con una maravilla natural poco conocida. Se trata de la Isla de Cor-tegada, quizá la menos conocida de las islas pertenecien-tes al Parque Nacional de las Islas Atlánticas ya que tienen mucho más nombre, sobre todo las islas Cies, además de Ons y también Sálvora.

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La isla que estuvo a punto de convertirse en residencia ve-raniega de la Casa real y más tarde en un complejo turísti-co, alberga un bosque de laurel, único en España y el más grande de Europa. También podemos encontrar los restos de una decena de casas marineras y las ruinas de la capilla de Santa María de Cortegada y el Hospitalillo de Carril, en-tre las que crece frondosa la vegetación, dando al paisaje

Torres del Oeste- Catoiraun aire de misterio al añadir las fugaces construcciones del hombre. En la bajamar, los escasos metros que la separan de la punta del vecino Carril, permiten el paso a pie sin ape-nas mojarse por el Camiño do Carro.

Santiago de Carril, topónimo completo de la villa, se fundó en el siglo XVI. En 1512 ya tenía un puerto, que llegó a ser

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Parques de cultivo de la almeja. Carril

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Cortegada

de los más importantes gallegos, estando autorizado para embarque y desembarque con América, contando incluso con escuela náutica. Imprescindible parada para los aman-tes de la gastronomía gallega, Carril se ha hecho conocido en toda España por sus famosas almejas. Tras tener Ayun-tamiento propio hasta principios del siglo XX, hoy es una de las más importantes parroquias del municipio ponteve-drés de Villagarcía de Arosa. Su pequeño puerto y su paseo marítimo enlazan con la playa de Compostela de aquella localidad. Pero esa es otra historia, que ya les contaremos cuando visitemos la Ría de Arosa. l

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