IMPERIALISMO Y EXPANSIÓN COLONIAL

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IMPERIALISMO Y EXPANSIÓN COLONIAL. LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES ANTES DE 1914 Los conflictos internacionales La primera mitad del siglo XIX - El Congreso de Viena y el inicio de una nueva concepción de las relaciones internacionales - La Europa de los congresos, 1818-1824 - El equilibrio europeo, 1830-1848 - Las revoluciones en Europa, 1848-1852 Características del período 1852-1914 - Europa: de la guerra de Crimea a las unificaciones de Italia y Alemania, 1854-1870 - Los sistemas bismarckianos, 1871-1890 - La paz Armada, 1890-1914 Imperialismo y expansión colonial Concepto de imperialismo La expansión colonial A modo de balance: 1914, al borde de la Gran Guerra LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES La primera mitad del siglo XIX A lo largo de todo el siglo XIX, la vida internacional estuvo dominada todavía por Europa, y más concretamente, por las grandes potencias europeas que disponían de capacidad demográfica, económica, militar o naval para regir el continente e intervenir fuera de Europa. Durante la primera mitad del siglo XIX, estas potencias fueron Gran Bretaña, Francia, Austria, Rusia y Prusia. Cada una de ellas trató de alcanzar, y posteriormente conservar una posición hegemónica imponíendose a las demás, aunque ninguna lo logró de modo duradero. Los esfuerzos diplomáticos y militares agotaban rápidamente las fuerzas de la potencia preponderante, y de manera permanente se producía una reordenación jerárquica entre las grandes potencias. Entre 1815 y 1856, la dirección de Europa, arrebatada a la Francia imperial pasó a la Austria de

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IMPERIALISMO Y EXPANSIÓN COLONIAL. LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES ANTES DE 1914

Los conflictos internacionales La primera mitad del siglo XIX

- El Congreso de Viena y el inicio de una nueva concepción de las relaciones internacionales

- La Europa de los congresos, 1818-1824- El equilibrio europeo, 1830-1848- Las revoluciones en Europa, 1848-1852

Características del período 1852-1914- Europa: de la guerra de Crimea a las unificaciones de Italia y Alemania, 1854-1870- Los sistemas bismarckianos, 1871-1890- La paz Armada, 1890-1914

Imperialismo y expansión colonial Concepto de imperialismo La expansión colonial

A modo de balance: 1914, al borde de la Gran Guerra

LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES

La primera mitad del siglo XIX

A lo largo de todo el siglo XIX, la vida internacional estuvo dominada todavía por Europa, y más concretamente, por las grandes potencias europeas que disponían de capacidad demográfica, económica, militar o naval para regir el continente e intervenir fuera de Europa. Durante la primera mitad del siglo XIX, estas potencias fueron Gran Bretaña, Francia, Austria, Rusia y Prusia. Cada una de ellas trató de alcanzar, y posteriormente conservar una posición hegemónica imponíendose a las demás, aunque ninguna lo logró de modo duradero. Los esfuerzos diplomáticos y militares agotaban rápidamente las fuerzas de la potencia preponderante, y de manera permanente se producía una reordenación jerárquica entre las grandes potencias. Entre 1815 y 1856, la dirección de Europa, arrebatada a la Francia imperial pasó a la Austria de Metternich y a Rusia y, finalmente, volvió a Francia nuevamente imperial. La sede de las grandes conferencias refleja esta evolución: Viena en 1815 y París en 1856, con el arbitraje de Londres en 1840. Porque la política de Gran Bretaña debe verse fuera de Europa. En estos primeros cincuenta años del ochocientos era la única potencia industrial y, por tanto, su preeminencia era indiscutible. A Londres le bastaba con el equilibrio en el continente y era indiferente con respecto a la potencia que dirigiera ese equilibrio.

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El Congreso de Viena y el inicio de una nueva concepción de las relaciones internacionales. En 1815, al igual que lo acordado en 1713 y 1648 los arquitectos de la paz procedieron a reordenar el mapa de Europa. Muchas son las diferencias que salieron de los despachos de Viena con lo acordado en Utrecht y Westfalia. Intentaré a lo largo del presente apartado establecer una comparación lo más completa posible entre estos tres grandes hitos que señalan la evolución de las relaciones internacionales a lo largo de dos siglos. Por lo pronto, en el Congreso de Viena se avanzó en una idea tan sólo esbozada en la paz de Utrecht: de concepción de que todo orden internacional tenía que ser dirigido por un proceso consultivo. Este sistema sería dirigido por las grandes potencias europeas y en donde los pequeños estados tenían un papel de meras comparsas. La plasmación concreta a lo anteriormente dicho y que me permite hablar de una nueva concepción de las relaciones internacionales es la idea de concierto europeo que caracterizaría la vida diplomática europea hasta la década de 1870. Este concepto en sí no llegó a plasmarse en ningún documento, pero la necesidad implícita de acuerdo y consenso sobre los principales problemas internacionales explica el clima de estabilidad durante la primera mitad del siglo XIX y, en menor medida de la segunda mitad.

Las posibles amenazas al nuevo orden que, al igual que en 1713, tenían en mente los vencedores de Napoleón eran las que provenían del elemento que había distorsionado la vida europea. Sólo que esta vez el peligro era mayor y era percibido como tal por las cancillerías europeas: la revolución. Los esfuerzos se concentraron en producir un poder equilibrador y bastante estático, con lo que se ignoraron los grandes cambios sociales e intelectuales que la revolución francesa había inaugurado. A pesar de ello, el concepto implícito de concierto europeo dio el dinamismo suficiente a las relaciones internacionales para evitar una nueva guerra general en el continente en cien años. El reajuste de Europa después de las guerras napoleónicas no era más justo y más moral que cualquier otro, pero dado el propósito enteramente antiliberal y antinacional de sus hacedores (es decir, antirrevolucionario), era realista y sensible. No se intentó explotar la victoria total sobre los franceses, para no incitarles a un recrudecimiento del jacobinismo. Las fronteras del país derrotado se dejaron un poco mejor de lo que estaban en 1789, las reparaciones de guerra fueron razonables, la ocupación por las tropas extranjeras fue corta y ya en 1818 Francia fue readmitida como miembro con plenitud de derechos en el “concierto de Europa”1.

Antes de pasar a tratar los acuerdos en materia territorial y el nuevo equilibrio de fuerzas creado voy a acercarme a los principales artífices de los acuerdos de 1815, los forjadores de la nueva idea de concierto europeo. Cuatro son los personajes a los que se puede atribuir la responsabilidad máxima. Dos de ello, Metternich por

1 ERIC HOBSBAWM Las revoluciones burguesas, p.186

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Austria y Castlereagh por Gran Bretaña lograron imponer sus ideas en mayor medida. El tercero, Talleyrand, representando a Francia, consiguió incorporar a la restaurada monarquía francesa al club de las grandes potencias. El cuarto socio, Alejandro I, zar de todas las Rusias, merece destacarse, más que por su aportación a los protocolos firmados en Viena, por su peculiar concepción de lo que debería ser la vida internacional.

Metternich empleó los términos “equilibrio perdurable” y “restablecimiento de la política de equilibrio”. La fórmula para restablecer este estado de cosas incluía arreglos territoriales: despojar a Francia de sus conquistas a partir de 1792, construir una Prusia fuerte como contrapeso de Rusia y extender el dominio austríaco a Italia. El canciller austríaco no supo distinguir entre el nacionalismo y la Francia revolucionaria, un factor que, como en el caso de un Estado multiétnico como el austríaco iba a presentarse como un grave problema a lo largo del siglo XIX.

Las concepciones de Castlereagh pueden resumirse en cuatro puntos: equilibrio de poderes dirigido básicamente contra el futuro asalto francés a la hegemonía; reincorporación de Francia al sistema europeo mediante una paz suavizada; garantías mutuas entre los firmantes sobre el apoyo a prestar en caso de un nuevo intento de hegemonía; y, finalmente, un mecanismo para gobernar y controlar el equilibrio creado.

Para Talleyrand la paz internacional conllevaría tranquilidad en el interior de los estados, con lo que se alejaría el peligro revolucionario. Su idea consistía en un cuidadoso plan para crear un equilibrio que redujese el recurso a la guerra. El mecanismo sería la construcción de un sistema de alianzas duraderas que nada tuviese que ver con las cambiantes alianzas del siglo XVIII.

Hasta ahora vemos que la necesidad de un consenso más allá de los acuerdos de paz estaba presente en las ideas de los tres estadistas. Cómo se plasmaría lo desarrollaré más adelante. Por el momento quiero llamar la atención sobre el hecho de que tanto Austria como Gran Bretaña no renunciaban a las líneas básicas de su política en beneficio del nuevo sistema. Es decir, que el nuevo orden tenía que construirse dando satisfacción a las grandes potencias. Metternich no renunciaba a su presencia en Italia y a su influencia en el desaparecido Sacro Imperio. Castlereagh tan sólo hablaba de “equilibrio continental” ya que el dominio de los mares y del comercio mundial por los británicos era incuestionable.

Este breve repaso por las ideas de los estadistas que representaron a los grandes estados de la Europa de comienzos del siglo XIX no sería tal sin la inclusión del zar Alejandro I. En 1815 su pensamiento no difería mucho del de sus homólogos. Pero en los años anteriores había desarrollado toda una serie de propuestas que

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estaban muy en consonancia con todo lo que iba a ser el siglo XIX. “En el diagnóstico inicial de Alejandro el fallo yacía en el sistema o, mejor dicho, en el proceso que impregnaba el sistema y no una revolución o un hombre. La revolución era detestada pero era la responsabilidad de las personas que actuaban contra la arbitrariedad de los déspotas. Para el zar, pues, el problema estaba en el orden internacional y en sus prácticas tradicionales; para Metternich y Castlereagh el problema básico era la revolución. Hacia 1804 las ideas del zar podían plasmarse en tres puntos fundamentales: constitucionalismo, independencia de las naciones basado en el principio de la nacionalidad y el concepto de “nación europea”. Es todo un proyecto que rompía con la práctica diplomática desarrollada hasta ese momento que, además, provenía de un hombre de Estado. La revolución francesa y, unos años antes, el nacimiento de los Estados Unidos habían iniciado la era del nacionalismo. Para Alejandro I la construcción de un sistema de estados unitario tendría que ser reorganizado bajo los supuestos del principio de las nacionalidades. A un nivel internacional debería existir una confederación europea o liga que incluyese una prohibición del uso de la fuerza por sus miembros, además de procedimientos diplomáticos y remedios incluyendo el arbitraje internacional. La línea entre cuestiones internas e internacionales, bien diferenciadas por Castlereagh era virtualmente eliminada por el análisis del zar.

Alejandro I concibió de una forma nebulosa la creación de un organismo supranacional. Aquí se observa una evolución respecto a Richelieu. Esta estructura no tenía nada que ver con los dos poderes universales del medievo y se enalazaba ya, claramente, con las ideas del presidente Wilson y su Sociedad de Naciones. Estamos, pues, ante una visión fugaz de un sueño que no tendría o, mejor dicho, comenzaría a tener forma a partir de 1919 y, sobre todo, de 1945. Las únicas propuestas del zar que fueron llevadas al Congreso de Viena fueron la continuación de la alianza al tiempo de paz y las reuniones periódicas entre las grandes potencias. Su idea de una Santa Alianza que reemplazara las viejas prácticas diplomáticas por principios derivados del cristianismo fueron retomadas posteriormente y utilizadas como instrumento reaccionario ante el auge del liberalismo y nacionalismo que comenzó a dejarse sentir pocos años después de la derrota de Napoleón.

Reajustes territoriales:

Rusia. A pesar de las innovadoras ideas de Alejandro I sobre lo que debería ser Europa, lo cierto es que Rusia se erigía en 1815 como la gran potencia continental. Se dio una notable contradicción entre el pensamiento del zar y su actuación real, cuyos móviles expansionistas primaban por encima de cualquier otra concepción. Las ganancias territoriales rusas fueron importantes: obtuvo la mayor parte de Polonia, incluida Varsovia, Finlandia y la Besarabia.

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Prusia. La necesidad de asegurar un fuerte equilibrio en Europa llevó a recuperar a Prusia como gran potencia, puesto que el descalabro en la guerra de 1806-1807 había socavado los cimientos creados en el siglo XVIII. Prusia iba a verse inmersa en toda una serie de transformaciones que, finalmente, la llevarían a liderar el proceso de unificación de Alemania. La política de equilibrio desarrollada en Viena condujo a Prusia a un importante engrandecimiento territorial. Recibió la Renania, cuya inmensa potencialidad económica no alcanzaron a ver los aristócratas diplomáticos, y, a cambio de territorios polacos obtuvo la mitad de la rica e industriosa Sajonia.

Francia. Se respetaron sus fronteras anteriores a 1792 y se restauró la dinastía Borbón en la persona de Luis XVIII. El interés por evitar una nueva tentativa hegemónica francesa condujo a la creación de un “cordón sanitario” más consistente que el elaborado en Utrecht. La incorporación de Renania a Prusia ya ha sido mencionada; Bélgica, los Países Bajos austríacos, fueron incorporados a Holanda; Baviera se anexionó a Baden y Génova y Cerdeña se unieron formando un único reino.

Austria y Gran Bretaña. La primera consiguió su objetivo de exterderse por el norte de Italia; y la segunda, la gran triunfadora, se aseguró el control definitvo de los mares que se prolongaría hasta la Primera Guerra Mundial. Sus adquisiciones territoriales en 1815 consistieron en toda una serie de enclaves estratégicos que reafirmaban su control sobre las vías de comunicación interoceánicas.

La Europa de los congresos, 1818-1824. Las efervescencias liberales y los levantamientos políticos y nacionalistas no faltaron, y, tras la rehabilitación diplomática de Francia en el Congreso de Aquisgrán de 1818, los Congresos de Carlsbad y Viena en 1819-20, de Troppau y de Laybach en 1820-21 y de Verona en 1822 se ocuparon de la represión de estos movimientos en las regiones de inestabilidad política y social. De este modo se trató de estabilizar regímenes monárquicos conformes con el espíritu de lo acordado en Viena; pero los éxitos del “sistema de Metternich” eran precarios, pues Gran Bretaña lo combatió sistemáticamente.

En el sur de Alemania se puso orden, con ayuda prusiana y austríaca. En Italia el ejército austríaco intervino en Nápoles y en el Piamonte entre marzo y abril de 1821. En España una expedición francesa restauró la autoridad de Fernando VII, combatida por los liberales en 1823. La sublevaciónde los griegos en 1821 y su proclamación de independencia en la Asamblea de Epidauro un año después revelaron las contradicciones del “sistema”: la secesión nacional, ¿debía ser condenada, como era la tesis defendida por Austria? ¿o bien alentada en un imperio musulmán por el hecho de ser cristiana, como proponían los rusos? La intervención diplomática o armada abriría un conflicto de preponderancia entre rusos, austríacos y británicos en la región conocida como La Cuestión de Oriente, esto

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es, ¿qué hacer con el imperio otomano? En un primer momento la no intervención, que se impuso a Rusia en el Congreso de Verona, resolvió momentáneamente el problema y salvaguardó una aparente unidad del concierto europeo. La independencia de las colonias españolas la sometería a una prueba aún más dura. El acuerdo entre Gran Bretaña y Estados Unidos (la Doctrina Monroe data de 1823) impidió cualquier posibilidad de intervención y mostró claramente cuáles eran los auténticos intereses británicos sobre los que ninguna potencia tenía una capacidad real para cuestionar. De este modo, México, la Gran Colombia, Perú, Bolivia, Uruguay, Argentina y Brasil accedieron a la independencia entre 1822 y 1826. Este final marcó los límites delas veleidades universalistas que estaban latentes en la ideología europea continental y abrió brecha en el frente de las grandes potencias, que se había mantenido, aunque con dificultades desde 1815, brecha que Gran Bretaña ampliaría con motivo de los conflictos mediterráneos.

Cuando en 1824 se reavivó la insurrección griega, Gran Bretaña se puso de parte de ella. Londres logró la adhesión de Moscú a la tesis de una Grecia autónoma que entregaría un tributo al sultán, quien mantendría la soberanía sobreel territorio. En julio de 1827 un nuevo acuerdo anglo-ruso, al que se unió Francia, preveía la intervención en favor de la autonomía de Grecia. Finalmente, tras el incidente de Navarino ese mismo año, la consiguiente guerra contra Turquía, Grecia fue declarada independiente en 1830.

El equilibrio europeo, 1830-1848. Los movimientos revolucionarios de 1830 y los conflictos dinásticos en Europa pusieron a prueba el sistema diplomático y político inspirado por Austria y atacado por Gran Bretaña. La “Entente cordial” entre Londres y París provocó un distanciamiento entre estos estados y los del centro continental; pero la armonía franco-británica tras la crisis de 1840 prácticamente desapareció en 1846. El reconocimiento británico de Luis Felipe disuadió a las demás potencias europeas de intervenir en Francia. La solidaridad franco-británica dio lugar al reconocimiento inmediato de la independencia belga, con la creación de un pequeño estado cuyo interés estratégico, terrestre y marítimo convenía a Londres y París, siempre que se mantuviera neutral. Así pues, se impuso un reparto de influencias, nacional y dinástico, como en los conflictos de sucesión planteados en España y Portugal entre 1833 y 1839.

El autoritarismo o la reacción se impusieron allí donde no pudo ejercerse la influencia francobritánica, por ejemplo en la Polonia insurgente, donde el ejército ruso intervino con severidad. En 1831-32 el ejército austríaco reprimió los movimientos insurreccionales italianos, carbonarios y mazzinistas. En Alemania, la solidaridad política austro-prusiana funcionó para la vigilancia común del liberalismo y para la limitación de las concesiones constitucionales arrancadas a los príncipes alemanes. Rusia tenía las mismas

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inquietudes, como lo prueba el encuentro de Münchengrärtz, en octubre de 1833, entre los “soberanos del este”. Sin embargo, la preocupación dominante de la diplomacia interalemana se centraba en el proceso de unificación interior que Prusia llevaba a cabo pacientemente en el terreno aduanero y monetario; del Zollverband de 1828 al Zollverein en 1833-36, y tras imponer una moneda común, el thaler, Prusia organizó un mercado económico y comercial que se independizó tanto del Imperio de Austria como de la influencia británica.

En 1848, rota la entente franco-británica y rivales Austria y Prusia, la diplomacia europea se desarticuló. El acercamiento de Francia a Austria, al anexionarse ésta la república de Cracovia en 1846, no logró reconstruir un sistema homogéneo ante los movimientos nacionales y liberales, evidentes en las revoluciones de 1848.

Las revoluciones en Europa, 1848-1852. Todos los estados del continente conocieron una explosión revolucionaria contemporánea a la insurrección parisiense de febrero de 1848, que proclamó la II República. La “primavera de los pueblos” irrumpió en la Europa central y meridional, provocada en unos lugares y avivada en otros por el anuncio de la caída y la huída de Metternich, símbolo del orden político impuesto, del Báltico al Adriático, desde 1815. Sólo la Rusia de Nicolás I escapó al contagio insurreccional y pudo contribuir a la restauración de los antiguos poderes. Se le ofreció entonces la ocasión de erigirse en tutora de la Europa central y danubiana, prestando su apoyo diplomático a Prusia y militar a Austria.

La diplomacia de Luis Napoleón Bonaparte, elegido presidente en diciembre de 1848, contribuyó también indirectamente a la restauración de los absolutismo al abstenerse de intervenir. El príncipe presidente sólo intervino en los asuntos en los que la ausencia de Francia habría reducido su prestigio. Así, impidió que Austria aprovechara su victoria de 1849 para someter al Piamonte. En Alemania las diversas luchas de influencias se interrelacionaron entre sí de manera muy compleja: diplomacia multilateral, tanto en el seno de la Confederación como en el Parlamente de Frankfurt, prolongada rivalidad entre Prusia y Austria y, en último término, presión de Rusia. En diciembre de 1852, cuando Luis Napoleón se convirtió en el emperador de los franceses, Alemania era todavía, al igual que Italia, un campo de acción privilegiado de la diplomacia austríaca, apoyada por Rusia en el continente, mientras que Gran Bretaña conservaba el liderazgo en el Mediterráneo. Napoleón III modificaría rápidamente este ordenamiento en benefico de Francia.

Características del período 1852-1914

Durante la segunda mitad del siglo se renovó de manera sustancial la naturaleza de las relaciones internacionales. Hacia 1856

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prácticamente habían desaparecido los efectos del Congreso de Viena. Los movimientos nacionales adquirieron en aquellos años una fuerza que los impuso como aliados o adversarios; su importancia no podía ignorarse ni eliminarse, tanto en la vida de los estados multinacionales como en las relaciones internacionales. En los casos en que la identidad nacional logró fundirse en un sólo Estado, los movimientos nacionales se manifestaron decididamente unitarios y rápidamente expansionistas. De ese modo, el mapa de Europa se modificó bajo su influencia, provocando cada vez crisis diplomáticas o militares entre las potencias tradicionales. La guerra franco-alemana de 1870 cerró una fase de culminación nacional en la Europa central y abrió una era de “paz armada” que, para las grandes potencias, duró, sin conflictos militares, hasta 1914. La formación de sistemas estratégicos permanentes contribuyó a esta estabilización europea. Paralelamente continuó la internacionalización de los problemas y se produjo un renacimiento de la expansión extraeuropea. En África y Asia se constituyeron nuevos imperios coloniales, cuya formación y extensión era preciso negociar, cada vez más, multilateralmente. El poder europeo se valoraba, como en el pasado, en función de las fuerzas armadas movilizables en el continente, pero también en función de la capacidad de una nación para exportar sus productos, sus capitales y sus hombres, capacidad que el imperialismo contribuía a reforzar. La rivalidad obligaba a los estados a negociar y a establecer un reparto de los campos de acción y de intervención, cuando no a asociarse para obtener un beneficio. De ello se derivó una compleja diplomacia, y los conflictos se multiplicaron e intensificaron al irse reduciendo el espacio “imperializable”.

Europa: de la guerra de Crimea a las unificaciones de Italia y Alemania

La tradición dinástica impulsaba a Napoleón III hacia una diplomacia de grandeur, justificada por el poderoso desarrollo industrial y finanaciero que conoció Francia bajo su reinado. Durante los primeros años prefirió seguir el curso de los acontecimientos para después controlarlos.

La guerra de Crimea. En 1850 la conmoción europea había terminado y la frustración, la reacción y la estabilidad económica se combinaban para garantizar un largo período de tranquilidad. Pero además de los conflictos internos de los estados, marcados por la lucha entre Revolución y Restauración, Europa mantenía también una oposición de intereses entre las grandes potencias que, cuando se veían fuera de peligro revolucionario volvían a salir a la superficie. Estos problemas se concretaron en 1856-56 en la guerra de Crimea.

Moscú aspiraba a continuar su progresión hacia los estrechos, tal y como había venido haciendo desde el siglo XVIII. La presión rusa sobre el imperio otomano llevó al estallido de la guerra. A Rusia se opusieron Gran Bretaña y Francia. La primera, como motivos

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coyunturales en su enemistad con Moscú, no veía con buenos ojos la fijación de fuertes aranceles a los tejidos de algodón británicos. Pero, ante todo, la tradicional política de Gran Bretaña en el Mediterráneo consistía en evitar cualquier amenaza a su preponderancia. Por lo que respecta a Francia, sus móviles eran más oscuros e imprevisibles, como toda la política exterior de Napoleón III, pero parecen dominar los ideales de prestigio y de lucha contra la potencia de la Santa Alianza. A las dos potencias se les unió el reino del Piamonte, apoyo simbólico, con el que aspiraba a plantear la cuestión italiana en la conferencia de paz.

Desde el punto de vista militar la guerra nos ofrece poco interés; el único hecho de armas destaco fue el sitio y conquista de Sebastopol por el ejército franco-británico. Austria, que deseaba impedir que Rusia conquistase los Balcanes y Constantinopla, movilizó su ejército y ocupó Valaquia y Moldavia, evacuadas por los rusos ante la amenaza de ataque de un nuevo enemigo. La Paz de París de 1856 acordó mantener la integridad del imperio otomano. Rusia cedió la orilla izquierda de la boca del Danubio a Moldavia y Valaquia, que se unieron a Rumanía en 1858; y Servia fue reconocida como principado autogobernado bajo la protección de las potencias europeas. Rusia se vio obligada a no mantener barcos de guerra en el mar Negro y el Danubio quedó abierto a la navegación comercial de todas las naciones.

La unificación de Italia. El Congreso de Viena dejó a Italia dividida en siete Estados; en el Norte el reino de Piamonte, engrandecido como estado-tapón frente a Francia, y el reino lombardo-véneto, bajo dominio austríaco; en el centro los ducados de Parma, Módena y Toscana, regidos por prínicipes austríacos, y los Estados Pontificios con las Marcas; al sur el reino de las Dos Sicilias, en cuyo trono se repuso a los Borbones. Nos encontramos ante siete territorios diferentes no sólo políticamente. El Piamonte se encontraba, en vísperas de la unificación, más industrializado y exportaba tejidos de seda y lino. Lombardía-Véneto constituía otra zona industrial, con seda en Cremona, lana en Milán y cristal en Venecia, y agrícola, con vinos en las laderas de los Apeninos y el Véneto y Padua. Los Estados Pontificios separaban económica, geográfica y políticamente la Italia del Norte de la del Sur, más pobre, menos poblada y desarrollada.

El obstáculo más importante para la unificación de este mosaico era la presencia austríaca, directa en el Norte y con una cuña de influencia en la península, por medio de la administración de los ducados. En otro sentido, constituía un segundo obstáculo la presencia de los Estados Pontificios, donde el Papa Pío IX identificaba nacionalismo y liberalismo. El motor de la unificación lo constituyó el reino del Piamonte, engrandecido territorialmente con una fachada marítima desde 1815; poseía la única dinastía de estirpe italiana, los Saboya; un ejército con grandes posibilidades de modernización; una infraestructura de transportes y una Constitución liberal. Los

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comerciantes y fabricantes de los estados del norte eran conscientes dela necesidad ella unidad, pues sin ella no podía articularse un mercado de dimensiones nacionales ni construirse una infraestructura viaria. Incluso el protagonista de la unificación, Cavour, forjó su concepción de una Italia unida tras un estudio sobre los ferrocarriles en Piamonte, en el que concluyó su imposible rentabilidad de no articularse en una red más extensa. La burguesía del Norte soñaba, pues, con un Zollverein italiano.

Las concepciones de los políticos iban desde la realización nacional en torno al papa (la idea de Gioberti y los neogüelfos), o en torno a la casa de Saboya (Mssimo d’Azzeglio), hasta la constitución de una República (Mazzini). En la figura del Conde de Cavour se unían un sentimiento monárquico de apego a la monarquía piamontesa y el conocimeinto de la estructura económica de Italia. Fue el principal exponente del Risorgimiento desde el punto de vista político. Garibaldi es la contrafigura, el revolucionario de barricada, capaz de arrastrar a las masas con su oratoria apasionada, el defensor del carácter republicano del futuro estado italiano. Mazzini, el exiliado, el fundador de la república romana en la revolución de 1848, constituye la extrema izquierda de los políticos del Risorgimiento.

En la unificación italiana podemos distinguir cuatro fases:

1. La guerra de 1848. En marzo de 1848 el levantamiento de los milaneses contra los austríacos permitió la intervención del ejército piamontés. En breves semanas se produjo la unión del Piamonte, Lombardía y Venecia. Pero el ejército piamontés no estaba preparado para resistir la embestida austríaca tras sofocar los brotes revolucionarios en el Imperio. El general Radetzky, primero en Custozza, y después en Novara, destrozó a los piamonteses. En ese mismo año de 1848 se produjo un brote revolucionario en Roma que obligó a huir a Pío IX y consiguió proclamar la República bajo la dirección de Mazzini. La ocupación de la capital por los franceses acabó con este intento. Así pues, el 48 italiano se cerró con un fracaso para las aspiraciones de los nacionalistas. Cavour, consciente de la necesidad de apoyo de una potencia extranjera, determinó la intervención del Piamonte en la guerra de Crimea e inició un acercamiento a la Francia de Napoleón III.

2. La guerra de Lombardía de 1859. El acercamiento a Napoleón III se concretó en la entrevista mantenida en Plombières entre el emperador y Cavour. En ella se acordó el apoyo francés a la unificación italiana. Las victorias sobre los austríacos en Magenta y Solferino sellaron la pérdida por parte de Austria de Lombardía. Pero antes de ser ocupado el Véneto, Napoleón III firmó el Armisticio de Vilafranca con Viena sin el conocimiento de los italianos, lo que puso fin a la consecución del objetivo máximo perseguido por Cavour.

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3. Las incorporaciones de 1860. Cavour promovió en La Romaña y la parte Norte de los Estado Pontificios (las Marcar y Umbría), movimientos populares que solicitaban la incorporación al nuevo reino del Piamonte-Lombardía. Para orillar la oposición francesa se entregó a Francia Saboya y Niza, prometidas en Plombières. Varios plebiscitos en los ducados de Parma, Módena y Toscana supusieron la eliminación de la influencia austríaca en la península y el incremento territorial del nuevo reino. Garibaldi es el protagonista de la unificación del Sur. Desembarcó en Sicilia, ocupó Palermo y poco más tarde Nápoles. En 1861 (el año en que murió Cavour) se convocó un parlamento de toda Italia, pero aún faltaba para la Italia unida expulsar a los austríacos de Venecia y completar la incorporación de los Estados Pontificios con Roma.

4. Las últimas anexiones. Cuando estalló en 1866 la guerra entre Prusia y Austria los italianos aprovecharon para abrir un frente en el Sur. El triunfo prusiano provocó la entrega de Venecia al reino de Italia. Sólo Roma, en donde había una guarnición francesa para apoyar al papa, no estaba integrada en el reino de Italia. Al estallar la guerra entre Francia y Prusia, en 1870, las puertas de Roma se abrieron a los italianos.

La unificación provocó inmediatos efectos positivos para la economía: unidad del sistema arancelario, del código penal, de la moneda. Pero también tuvo una vertiente negativa. El Sur estaba más atrasado y la política se dirigía desde el Norte. Al ponerse en contacto dos zonas tan dispares se tendió a mantener las diferencias económicas.

La unificación alemana. En 1815 la Confederación Germánica quedó formada por 39 estados, de los cuales dos, Austria y Prusia, aparecían como los más poderosos. Les seguían en importancia cuatro reinos: Baviera, Würtemberg, Hannover y Sajonia. Una Dieta federal, presidida por el emperador de Austria, era el único órgano comunitario. El sentimiento unitario alemán se apoyaba en raíces económicas e intelectuales.

1. Raíces económicas. En 1834 se constituyó el Zollverein, unión aduanera de los Estados del Norte de Alemania que conformaban una población de 26 millones de habitantes, aún faltando los estados del Noroeste y las ciudades comerciales de La Hansa. Esta unión aduanera fue considerada como el primer paso unificador de un proceso que estaba liderando Prusia. La respuesta de Austria al Zollvererin fue la creación de la Unión Tributaria que, sin embargo, no fue un serio rival para el espacio económico del Norte. En 1835 se inauguró la línea férrea entre Nürnberg-Fürth y en pocos años una extensa red ferroviaria unía los territorios del norte alemán. Al no reparar en los obstáculos políticos, merced al Zollverein el ferrocarril contribuyó a la unificación con fuerza.

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2. Raíces intelectuales.

Podemos distinguir tres fases en el proceso de unificación alemana:

1. La guerra de los ducados (1863). Los ducados del sur de Dinamarca, Schleswig, Holstein y Lauenburg, excepto en su zona limítrofe con el estado danés, eran de población alemana, pero estaban gobernados por príncipes daneses. El planteamiento de la cuestión sucesoria fue la ocasión propicia para que los partidarios de la unión de los ducados a Alemania pidieran la intervención. El canciller prusiano Bismarck tomó la iniciativa y consiguió el apoyo de Austria para una empresa que suponía una alteración del estatuto territorial del Congreso de Viena. A la muerte del monarca danés en 1863 un ejército austro-prusiano invadió los ducados. Schleswig y el puerto de Kiel quedaron bajo la adiminstración prusiana y Holstein bajo la administración austríaca.

2. La guerra austro-prusiana (1866).

3.La guerra franco-prusiana (1870).

Los sistemas bismarckinanos

A partir de 1871, tras la derrota francesa en la guerra con Prusia y la proclamación, unos meses antes, del imperio alemán, el canciller Bismarck se convirtió en el árbitro de Europa. Durante veinte años las relaciones internacionales en el continente siguieron sus directrices. Para los diplomáticos de los decenios finales del siglo XIX la noción de seguridad se apoyaba en fronteras fácilmente defendibles: el territorio ocupado era el fundamento del Estado. Después de las unificaciones italiana y alemana el mapa político de Europa se simplificó considerablemente. Cuatro puntos son esenciales a la hora de analizar lo que fueron los sistemas bismarckianos:

Existía un deseo de equilibrio y de mantenimiento del la situación territorial del continente europeo.

Existía un foco de perturbación en los Balcanes, donde las apetencias expansivas de Rusia y Austria-Hungría, alteraron la unánime defensa del orden geopolítico de 1871.

La carrera de armamentos no se detuvo, aunque el objetivo fuera la paz. Y el potencial militar se incrementó de año en año.

El conflicto comercial en una coyuntura depresiva se añadió a las tensiones balcánicas y a los recelos del potencial militar de los vecinos.

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Objetivos de Bismarck. Hasta 1871 la política exterior del canciller prusiano había sido ofensiva. Conseguida la unidad de Alemania pasó a ser defensiva, mantenedora del orden político y territorial del continente, y sus esfuerzos se orientaron a evitar cualquier cambio en Europa que pudiera afectar a la posición ventajosa del joven Imperio. Para la consolidación del mapa político continental el objetivo primero consistiría en el aislamiento de Francia. La nación vencida sufrió una amputación territorial importante con la pérdida de Alsacia y Lorena, y en consecuencia debía impedirse su alianza con otras potencias y vigilar su recuperación militar para obstaculizar cualquier actitud revanchista. A pesar de algunas oscilaciones la política exterior de Bismarck tendría en todo momento como referencia principal es aislamiento de París. Lo cierto es que sin tener nada que ofrecer, Bismarck consiguió mantener a Francia aislada; a Gran Bretaña amiga; y a las probables antagonistas mutuas, Austria-Hungría y Rusia, aliadas. Pero esta laboriosa construcción diplomática tuvo su precio: Francia derivó su energía a la consolidación de un imperio colonial, Gran Bretaña disfrutó cómodamente de su supremacía oceánica e imperial, Austria-Hungría y Rusia terminaron rompiendo y enfrentándose. Tras la caída e Bismarck en 1890 su obra se desmoronó.

El primer sistema bismarckiano. A la primera construcción diplomática de Bismarck se ha denominado también sistema de los Tres Emperadores, porque el eje lo constituyó la alianza Berlín-Viena-San Petersburgo. La reunión de los Tres Emperadores en Berlín en septiembre de 1872 abrió extensas entrevistas entre los ministros ruso y austríaco, con el apoyo de Bismarck, que culminarían en el acuerdo político y militar de 1873. A él se llegó tras constatar que existía coincidencia en el objetivo social de frenar la revolución obrera; que persistían nacionalidades decontentas -como los polacos o los checos-, peligrosas para los imperios; que la tendencia expansionista rusa hacia el espacio danubiano sólo es factible si se cuenta con la aquiescencia de Berlín. El acuerdo se completó con la convención militar firmada entre Rusia y Alemania, que preveía la ayuda militar (200.000 hombres) en el caso de un ataque por otra potencia europea. Se trataba, por tanto, de una alianza estrictamente defensiava. A continuación el zar firmó en Viena una convención de cuatro puntos que preveía las consultas entre los dos soberanos en caso de amenaza de una tercera potencia. El sistema era precario; los tres gobiernos obedecían a móviles diferentes. Alemania, al aproximarse a Rusia, buscaba desanimar cualquier conato de revanchismo francés; Rusia rubricaba el acuerdo exclusivamente para evitar una aproximación estrecha entre Berlín y Viena y posibilitar su expansión balcánica; Austria-Hungría para satisfacer a Bismarck y tener las espaldas cubiertas en su avance hacia el sur.

La escasa coherencia del sistema se descubrió en la falsa alarma de 1875. Ciertas medidas de recuperación militar de Francia,

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acompañadas de una belicista campaña de prensa generaron la correspondiente tensión franco-alemana. Moscú no admitiría un ataque preventivo de Alemania y el aplastamiento de Francia. Pero más grave para el sistema fue el conflicto balcánico. Las acciones unilaterales rusas tras la insurrección bosnia contra el imperio otomano en 1875, a la que siguió Bulgaria en 1876 provocó la declaración de guerra rusa un año después. Por el tratado de San Estéfano en marzo de 1878 Rusia obtuvo la preponderancia en los Balcanes. Pero los recelos, tanto de Austria-Hungría como de Gran Bretaña condujeron a la revisión del tratado en el Congreso de Berlín de ese mismo año, y en donde se consiguió lo siguiente:

Limitar las ganancias territoriales de Rusia en la Turquía asiática. Asegurar a Turquía la conservación de Constantinopla. Crear el Estado de Bulgaria. Conceder a Austria-Hungría la adminsitración de Bosnia-

Herzegovina. Conceder a Gran Bretaña la isla de Chipre. Aprobar que Francia extendiera su imperio norteafricano con la

constitución de un protectorado sobre Túnez.

La crisis balcánica degeneró, pues, en una pequeña reformulación de las posiciones de las potencias y provocó el hundimiento de la alianza de los tres emperadores. Bismarck se vio precisado a montar otro mecanismo diplomático.

El segundo sistema bismarckiano. Cronológicamente, el nuevo sistema de alianzas se apoyó en tres acuerdos: tratado austroalemán de 1879; acuerdo secreto austro-germano-ruso de 1881; y Triple Alianza entre Alemania, Austria-Hungría e Italia en 1882. Si en el primer sistema se concedió igualdad de trato a Viena y San Petersburgo, Berlín optó en esos momentos por la alianza austríaca, y el tratado austroalemán que se firmó en octubre de 1879 traducía de manera literal, sin perífrasis, el entendimiento anti-ruso de las dos potencias. Este acuerdo preveía la asistencia militar en caso de ataque ruso y solamente la neutralidad benévola en el supuesto de conflicto con otra potencia. Pero por deseo de alemanes y rusos se firmaría un nuevo tratado germano-austro-ruso en Berlín en junio de 1881. No se trataba, sin embargo, de una alianza militar; los tres consignatarios se comprometieron a una neutralidad benévola en caso de ataque de una cuarta potencia. Berlín pensaba en París y San Petersburgo en Londres. Por otra parte, aceptaron subordinar cualquier modificación del estatuto territorial balcánico a un acuerdo común, lo que ponía teóricamente en manos de Bismarck el cierre de la expansión de sus aliados. Un protocolo adicional precisaba que Austria-Hungría podría anexionarse Bosnia-Herzegovina, mientras que los objetivos rusos quedaban más difusos. Este tratado tenía una duración de tres años. Este sistema no podía verdaderamente funcionar más que si Austria-Hungría y Rusia buscasen su expansión en zonas diferentes... y no fue lo que ocurrió.

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El último eslabón en la cadena de alianzas que preparó Bismarck consistió en el tratado secreto germano-austro-italiano de mayo de 1882, firmado en Viena. Alemania e Italia se ayudarían en caso de que una de ellas fuera atacada por Francia; los tres estados se deberían asistencia mutua en caso de ataque por otras dos potencias, y neutralidad benévoloa si cualquiera de ellos decidiera, en una acción preventiva, iniciar un ataque contra otra nación. De la lectura de las claúsulas se deduce que Austria-Hungría se negó a comprometerse en una alianza antifrancesa y que Italia había conseguido salir de su aislamiento.

Así pues, en 1882 Bismarck vio cumplidos todos sus objetivos. Francia se encontraba aislada; el estatuto territorial de Europa, garantizado por renuncias recíprocas austríacas, italianas y rusas; el carácter defensivo de los acuerdos respondía al designio bismarckiano de paz europea; los imperios coincidían en su calidad de gendarmes del orden.

El componente colonial. En 1884-85 la Conferencia de Berlín definió los derechos a la colonización y reguló los dominios sobre las cuencas de los grandes ríos, y en especial sobre la del Congo. En ese momento, Bismarck se erigió en árbitro de las grandes cuestiones de la colonización. Pero la intensa actividad colonizadora germana de los años 84 y 85 había producido el enfriamiento de las relaciones con Londres y la aproximación entre Gran Bretaña y Francia, con lo que el canciller decidió paralizar el proceso, que no se reanudaría hasta los años 90 con su desaparición política. Se comprobó, por tanto, cómo el sistema internacional bismarckiano se circunscribió en una óptica continental, y que la expansión mundial fue desechada en el momento que amenazaba acabar con la soledad francesa.

Fisuras y ruina del sistema diplomático de Bismarck. El andamiaje diplomático montado por Bismarck era excesivamente complejo y algunos de los signatarios de las alianzas montadas por Berlín tenían intereses encontrados; tales eran los casos de Rusia y Austria-Hungría en los Balcanes, y en menor medida de Italia y Austria-Hungría en el Adriático. La preeminencia austríaca en los Balcanes, después del Congreso de Berlín de 1878, tenía que provocar la inquietud rusa. Viena penetró sucesivamente en Bosnia, Servia y Bulgaria... En marzo de1887 se cumplía el plazo de vigencia de la Triple Alianza, y un mes antes se procedió a su renovación, ahora con un carácter más ofensivo y con algunas concesiones a Italia, que la vinculaban más fuertemente a sus aliados: esto es, el compromiso alemán de ayuda militar en caso de un conflicto con Francia en el Norte de África y el compromiso austríaco de ofrecer compensaciones en caso de obtener modificaciones ventajosas del statu quo de los Balcanes.

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Así, mientras Roma se ancla en el eje Berlín-Viena, San Petersburgo se fue desenganchando paulatinamente de sus antiguos aliados. Pero todavía efectuó Bismarck un último intento de afirmación de la alianza rusa. Berlín firmó un tratado secreto denominado Tratado de Reaseguro en 1887,que estipulaba la neutralidad rusa si Francia atacaba a Alemania y la neutralidad alemana si Austria-Hungría atacaba a Rusia, además del apoyo germano en la cuestión búlgara.

Es el momento de recapitular las grandes directrices de la política internacional del “canciller de hierro”. Bismarck apoyó su obra diplomática en tres pilares:

1. Alianza con las potencias de la Tríplice (Austria-Hungría e Italia). La amistad con Viena supuso un auténtico viraje; la incorporación de Roma, el aplazamiento de las reivindicaciones territoriales italianas.

2. Armonía con Londres. Era indispensable; el costo, una política colonial prudente. Esta concordancia se rompió en el momento en que el engrandecimiento económico de Alemania le convirtió en rival de Gran Bretaña.

3. Amistad con Rusia. Aquí residió la gran contradicción, no se podía ser a un tiempo socio de Viena y San Petersburgo. En el momento en que Rusia se acercó a Francia se puede decir que se había venido abajo todo el entramado bismarckiano.

La subida al trono de Guillermo II y su enfrentamiento con Bismarck provocó la dimisión del canciller. El nuevo kaiser creía que un entendimiento permanente entre Alemania y Rusia era imposible y constituía una peligrosa ilusión. Pensaba que Alemania tenía que aliarse plenamente con Austria-Hungría y que el establecimiento de buenas relaciones con Gran Bretaña haría que esto fuese más factible. Uno de sus primeros actos fue la negativa a renovar el Tratado de Reaseguro. Esta negativa señaló el principio de un período de profundos cambios en la situación europea. En este período, Alemania se encontró frente a las mismas potencias cuya alianza había intentado evitar Bismarck.

La Paz Armada, 1890-1914

La década de 1890 supuso la transición hacia una nueva etapa en las relaciones internacionales. Se pasó lentamente de un control e iniciativas que partían de Berlín, a una política basada en múltiples centros. Nos referimos a “la gran política”, aquella que afectaba de forma global la vida internacional, pues en el período anterior toda potencia llevaba a cabo sus iniciativas aunque, y aquí estriba la diferencia, dentro de un campo limitado por sus intereses inmediatos. La primera década del siglo XX asistió a la formación de los bloques

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que se enfrentarían en la Gran Guerra y la década de los 90 fue el inicio de esta transición.

El aislamiento estratégico de Francia y de Rusia colocaba a ambos países en situación favorable para la concertación de una alianza frente a Alemania. Aunque la diferncia de régimen político era un obstáculo para el acercamiento, el flujo financiero entre ambos países constituía un argumento a favor. El capital francés era atraído por las inversiones en Rusia, consideradas más seguras y más remuneradoras que las realizadas en Francia. Además, las dificultades fiscales y comerciales que Alemania impuso entre 1887 y 1890 a las operaciones rusas hicieron que éstas se desplazaran de Berlín a Parías. El préstamo emitido en diciembre d 1888 fue el primero de una serie que unió a los dos estados en una red de obligaciones mutuas cada vez mayores y que creó un clima propicio para que el acuerdo entre financieros se prolongara en una entente y una alianza en un nivel gubernamental. El primer acuerdo de carácter político se firmó en agosto de 1891 y sancionaba la “entente cordial” que unía a ambos países y preveía una concertación si la “la paz general” se veía comprometida, y sobre todo si alguno de los dos estados era amenazado. En diciembre de 1893 se ratificó el pacto militar, secreto, acordado en agosto de 1892 por los jefes de estado mayor, y que debía aplicarse en caso de agresión alemana o de apoyo alemán; esta segunda condición fue impuesta por la existencia de la Triple Alianza, o Dreibund, en el que Austria-Hungría o Italia podían tener pretextos para atacar, con el apoyo alemán, a Rusia o Francia.

Esta alianza modificó las circunstancias diplomáticas y estatégicas que predominaban desde hacía veinte años. La Triple Alianza perdió su monopolio del poder que daba un liderazgo a Alemania. En lo sucesivo, el desarrollo y la resolución de las crisis intereuropeas siguieron un curso distinto, en razón de las fuerzas que eran capaces de poner en movimiento y del campo geográfico de acción de cada sistema estratégico. Los Balcanes y el Mediterráneo formaban parte del dispositivo del Dreibund. La alianza francorrusa no preveía en 1891-93 más que un conflicto generalizado que acabara con la “paz general”. Pero en 1899 el ministro francés Delcassé amplió el sentido de la alianza al acordar con Rusia que se aplicaría también al mantenimiento del “equilibrio entre las fuerzas europeas”. Si Alsacia-Lorena y los Balcanes se incluían en este marco, no así los conflictos extraeuropeos; éstos no dejarían de surgir y tendrían como principal protagonista a Gran Bretaña. La penetración francesa en el Alto Nilo y Etiopía topó con la presencia británica en Sudán, como veremos en apartado dedicado a la expansión colonial. Las aspiraciones rusas en Asia toparon también con la presencia británica en la India.

La posición hegemónica de Gran Bretaña en el mundo colonial la hacía estar presente en todos los posibles choques entre potencias europeas; así, la guerra contra los bóers -también tratada en el

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apartado dedicado al imperialismo- creeó una tensión pasajera con Alemania. Londres se hallaba plenamente instalada en un “espléndido aislamiento”, pero esta situación acabaría por entrañar riesgos. El gobierno británico se atenía a su norma habitual de no comprometerse y al criterio de que sus intereses mundiales no debían ser sacrificados en favor de los asuntos continentales. La política de amistad entre Londres y Berlín llevada a cabo por Bismarck continuó en los 90 y en dos ocasiones, en 1898 y 1901, Alemania exigió a Gran Bretaña un compromiso mayor de lo que estaba dispuesta a admitir, esto es, la adhesión a la Triple Alianza y la neutralidad en caso de guerra. El aislamiento de Londres en estos años se debió más al rechazo de Berlín a tener un aliado condicional en el continente que a una política deliberada por parte británica. Mientras tanto, en Extremo Oriente Gran Bretaña concluyó una alianza con Japón que preveía la asistencia militar en el caso de doble agresión contra uno de los firmantes. En el marco de la alianza franco-rusa en 1900-01 se firmó un anexo que consideraba específicamente una guerra con Gran Bretaña y las diversas respuestas de cada aliado. Además en estos momentos Alemania se embarcó en una política naval agresiva que suponía un ataque directo a la posición tradicional británica de hegemonía en los mares. Esta política de contrucción de una poderosa flota de alta mar atacaba el principio británico del Two Power System, que consistía en que la suma de la segunda y tercera armadas no podían superar la potencia británica. Más que cualquier acción ésta constituía un punto innegociable para Gran Bretaña.

Ante esta coyuntura, nos resulta muy fácil entender el viraje británico de 1904 y el esfuerzo diplomático llevado a cabo con Francia para solucionar todos los problemas coloniales de una forma definitiva. La renuncia de París a cualquier interés en Egipto se compensó con la concesión de Londres de libertad de acción francesa en Marruecos. Estos acuerdos buscaban quebrar la Triple Alianza por su eslabón más débil, esto es, Italia, cuyos intereses en el Mediterráneo chocaban con Francia y Gran Bretaña. En este sentido los acuerdos franco-británicos hacían inviable una política agresiva por parte italiana. La guerra ruso-japonesa y la desaparición momentánea de San Petersburgo del escenario europeo provocó la búsqueda por parte de Francia de una apoyo sólido.

Esta coyuntura de indefinición explica la actuación alemana en la primera crisis marroquí, pues se trató de un intento por romper los aún frágiles vínculos que se estaban creando entre Londres y París, y recuperar una iniciativa internacional que había ido perdiendo. En el marco de la crisis rusa Berlín inició un acercamiento a San Petersburgo. Así pues, los primeros 14 años del siglo XX pueden entenderse dentro de una dinámica de competencia, recelos y búsqueda de aliados sólidos en un mundo donde nada estaba definido. Estos años fueron una encrucijada que llevó a que en agosto de 1914 se enfrentaran dos bloques definidos que bien podrían haber

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sido otros. Vamos a analizar esta etapa a través de las crisis que la dinámica internacional iba produciendo.

Primera crisis marroquí y formación de la Triple Entente, 1905-1906. La penetración de Francia en Marruecos se efectuó de la manera clásica; esto es, mediante el ofrecimiento al sultán de ayuda técnica y asistencia militar. El acuerdo anglo-francés, al que ya hemos hecho mención, permitió que Francia intesificara su presión. Pero en 1905, y con motivo de la visita de Guillermo II a Tánger, el kaiser se erigió en protector de la independencia de Marruecos, lo que provocó una gran crisis internacional. Al internacionalizar el conflicto, lo que buscaba Alemania era obtener ventajas o, en el peor de los casos, frenar a Francia en otros lugares. En la Conferencia de Algeciras en 1906 se acordó mantener al independencia de Marruecos, pero también la preponderancia francesa en la zona gracias al apoyo británico, ruso e italiano. La agresiva política alemana no sólo no consiguió nada material, ni frenó a Francia, sino que, además, obtuvo un resultado totalmente adverso, el acercamiento más estrecho entre París y Londres que, precisamente había intentado quebrar. En 1907 se firmó la Triple Entente ente Gran Bretaña, Francia y Rusia gracias a los acuerdos previos entre Londres y París, por un lado, y a la alianza, ya consolidada entre Francia y Rusia. Gran Bretaña, al igual que había hecho con París en 1903, solucionó de manera permanente sus contenciosos coloniales con Rusia que eran la principal fuente de recelo entre ambos estados. En los acuerdos Londres consiguió que Afganistán se convirtiera en un protectorado británico y que Persia se dividiera en tres zonas de influencia. Las evidentes ventajas británicas deben entenderse en el contexto de derrota militar que vivía Rusia.

Crisis bosnia, 1908-1909. El ocaso ruso tras la derrota con Japón también fue aprovechado por Austria-Hungría para presionar sobre los Balcanes y solucionar su rivalidad con Servia. Los monarcas servios de finales de siglo habían mantenido una política de amistad y cierta subordinación a Austria, en contra del partido radical y el ejército, que postulaban actitudes austrófobas. En 1903 un golpe de Estado y el asesinato de los monarcas se resolvió con el ascenso al trono de los Karageorgevich, con Pedro I y el gobierno de los radicales. La política servia dio un profundo viraje. Se propugnaba la creación de una “Gran Servia”, además del lento cierre del país a las inversiones austríacas en favor de las rusas y francesas. Para Austria-Hungría la salida a este problema pasaba por la anexión de Bosnia-Herzegovina, bajo administración turca, e impedir, así, que pudiera caer en manos servias. Bosnia atravesaba un período de agitación política, momento que fue aprovechado por Viena para sondear a sus aliados, Alemania e Italia, y realizó un intenso trabajo diplomático hacia los rusos. En octubre de 1908 los austríacos invadieron Bonia-Herzegovina y la incoroporó al imperio. La crisis que estalló a continuación llevó a Europa al borde de la guerra, pero Francia no apoyó a Rusia y Alemania respaldó a su aliado para evitar el conflicto

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armado.. De la crisis de 1908 podían deducirse algunas lecciones: el deseo de poder de Austria-Hungría, la posibilidadde las grandes potencias de evitar la guerra en una crisis, la importancia europea de los problemas balcánicos y la debilidad del imperio otomano.

Segunda crisis marroquí, 1911. El período que transcurre entre 1909 y 1911 asistió a varios intentos por quebrar la política de bloques que, sin embargo, fracasaron: Rusia firmó en 1909 el Pacto secreto de Raconigi con Italia, con el que se pretendía frenar la agresiva política austríaca en los Balcanes. Asimismo, se produjeron una serie de negociaciones entre Alemania y Gran Bretaña acerca de la cuestión naval que enfrentaba a ambos países que concluyó en nada. Finalmente, Berlín intentó nuevamente conseguir el apoyo de San Petersburgo frente a Gran Bretaña a cambio garantías para no apoyar a Austria en los Balcanes. La nueva crisis internacional la volvió a provocar Alemania en su intento por llevar la inciativa diplomática y en el marco de la Weltpolitik propugnada por Guillermo II. Berlín acusó a París de sobrepasar en su acción los límites que le fijaba el Acta de Algeciras y de no respetar el principio de Puertas Abiertas para todas las actividades económicas. El envío de un buque de guerra a Agadir fue seguido de la exigencia de una compensación francesa a su futura libertad e acción en Marruecos, esto es, la cesión del Congo francés. Alemania estaba dispuesta a llegar a la guerra, pero la intervención de Gran Bretaña en favor de su aliado provocó el acuerdo franco-alemán de noviembre de 1911. En él se establecía la libertad absoluta de Francia en Marruecos, que establecería un protectorado. Alemania, por su parte, obtuvo la parte inferior del Congo francés, entre Camerún y el Congo belga con una salida al Atlántico. El acuerdo no satisfizo plenamente a ambas partes, en donde la opinión pública se mostró tremendamente disgustada.

Guerras balcánicas, 1912-1913. Turquía había aceptado en 1908 la renunca a Bosnia-Herzegovina a cambio de una compensación económica. Tres años después Italia que considera que debe comparecer en el reparto del viejo imperio otomano, reclamó Libia e inició una guerra; después de la ocupación de la provincia africana extendió las operaciones militares a las islas del Egeo, en la primavera de 1912. Ese año supuso, además, el retorno de Rusia a un papel activo en la vida internacional tras la derrota de 1905. 1912 también supuso el inicio de la Primera Guerra Balcánica. La llamada Liga Balcánica, formada por Servia, Bulgaria y Grecia, con la ayuda de Rusia, derrotaron al ejército turco. Turquía se vio obligada a ceder a Italia Libia y la islas del Dodecaneso; reconoció la independencia de Albania por el Tratado de Londres y quedó reducida a la región de Constantinopla y los Estrechos, mientras los Estados balcánicos se repartieron el resto de la península y las islas.

Pero el hundimiento turco no supuso el final de las tensiones. En 1913 estalló la Segunda Guerra Balcánica que enfrentó a los vencedores. Una coalición entre Servia, Grecia y Montenegro, a la que

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se unió Rusia y la derrotada Turquía se enfrento a una engrandecida Bulgaria. Por el Tratado de Bucarest, Bulgaria resultó la gran perdedora; devolvió Adrianópolis a los trucos, cedió el sur de la Dobrudja a Rumanía y la mayor parte de Macedonia a servios y griegos.

IMPERIALISMO Y EXPANSIÓN COLONIAL

Concepto de imperialismo

Para los observadores ortodoxos, con la década de 1870 se abría, en términos generales, una nueva era de expansión nacional en la que era imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el Estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental, tanto en los asuntos domésticos, como en el exterior. Los observadores heterodoxos analizaban más específicamente esta nueva era como la nueva fase del desarrollo capitalista, que surgía de diversas tendencias que creían advertir en ese proceso(H.p.68). Entre los observadores heterodoxos que entendían el imperialismo como un fenómeno nuevo se encontraba Lenin, para el que el imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase específica del capitalismo.

Nosotros vamos a iniciar el análisis de este proceso partiendo desde una óptica económica, del desarrollo de la denominada segunda revolución industrial y la entrada en escena de nuevos estados industializados y la pugna que se desató por mantener y adquirir mercados. La evolución del capitalismo, con su consiguiente revolución de los transportes, había dado lugar a la creación de una economía global que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo subdesarrollado. Asimismo, los nuevos motores del desarrollo tecnológico estaban vinculadas a materias primas situadas en lugares remotos; tanto industriales, como el caucho o el cobre; como para el consumo de una población que había aumentado su poder adquisitivo y se enfrentaba a precios más bajos (café, frutas, cacao...).

Así pues, desde este prisma, el imperialismo era la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las presiones económicas del decenio de 1880, marcado por una coyuntura de crisis en los beneficios. Pero en una economía terriblemente competitiva, y que se recubría cada vez más de un componente nacional, no es raro entender el recurso al Estado como garante de una serie de posiciones económicas adquiridas o por adquirir. Asistimos a la unión de motivos económicos para la adquisición de territorios coloniales con la acción política del Estado para llevarlo a efecto. Junto al factor económico otros factores llegaron a adquirir una dimensión muy importante, como fueron los

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factores geoestratégicos, sociales, demográficos e ideológicos. El imperialismo es una ideología vinculada con el darwinismo, con la supervivencia del más fuerte. Las teorías raciales de Gobineau establecían una jerarquización de la humanidad mediante las razas, en donde la raza blanca ostentaba una supremacía indiscutible, y, dentro de ella, los anglosajones. El imperialismo debe verse, por tanto, también como un fenómeno cultural que tiene su base en la superioridad de lo Occidental y identificación con la idea de progreso.

Podemos establecer dos fases en este período. Una que iría de 1875 a 1890 en donde la política colonia era asumida por iniciativas privadas. La segunda fase, a partir de 1890, que estuvo marcada por la intervención de los estados, lo que generó un aumento de los conflictos internacionales y de la tensión entre las grandes potencias. De esta dinámica de rivalidad podemos establecer dos tipos de comportamientos derivados: Cuando los litigios se plantean entre grandes potencias o jóvenes potencias en ascenso frente a poblaciones autóctonas o frente a antiguas estructuras coloniales, la guerra, en última instancia es la que decide la solución al conflicto. Sin embargo, cuando los litigios oponen a las grandes potencias prima el acuerdo,

Modalidades de la colonización. Tres fases pueden distinguirse en la formación de una colonia: conquista, organización y explotación económica.

1. La conquista no resultaba difícil para estados dotados de notables adelantos militares, que penetraban en territorios de pueblos sin armamento moderno.

2. La organización de la colonia ocupada planteaba diversos problemas administrativos, pues era inviable tomar todas las decisiones desde las metrópolis, por lo que se acumulaban resortes y poderes en los gobernadores, verdaderos procónsules. En algunos casos se resucitó el sistema mercantilista de Compañías privilegiadas; esto es, que una sociedad privada se encargara de organizar la colonia y explotar sus recursos. Pero más frecuente fue la implantación de la administración estatal con modalidades varias, como la asociación que mantuvo los cuadros administrativos indígenas, y el protectorado, estatuto que en teoría respetaba a las autoridades locales, cuya gestión se reducía la política interior, mientras las autoridades coloniales se hacían cargo de la política exterior y el ejército.

3.La explotación era la primera preocupación de los colonizadores, lo que conllevaba una asimilación aduanera. Pero el “pacto colonial” no era una relación comercial entre iguales en un ámbito de preferencias mutuas, pues la colonia se encontraba en una situación de inferioridad, de mera proveedora de materias primas y compradora de productos industriales de la metrópoli.

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La formación de imperio británico. Gran Bretaña, como primera potencia industrial se adelantó al resto de Estados europeos en la toma de posiciones. Hacia 1850 ya disponía:

De una cadena de escalas, conquistadas en su mayoría a franceses, holandeses y españoles durante los siglos XVIII y XIX: Malta, Corfú y las islas jónicas en el Mediterráneo; Gibraltar, Santa Elena, el Cabo, isla Mauricio, Adén, Ceilán, en la ruta de las Indias; Singapur y Hon-Kong en la ruta de China.

Establecimientos comerciales en la costa africana: Sierra Leona y Gambia, que en el siglo XVIII habían sido centros de la trata de esclavos, ahora abolida.

Colonias de plantación, que suministraban productos tropicales: Antillas, Honduras, Guayana.

Colonias de poblamiento blanco, destinadas por sus condiciones climáticas, a absorver excedentes de población emigrante: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, África del Sur.

Una colonia de explotación típica, la India, administrada desde 1777 por la Compañía de las Indias Orientales, y que jugaba un papel creciente en la economía británica, especialmente como proveedora de algodón.

A principios del siglo XX Gran Bretaña disponía de un imperio de 33 millones de kilómetros cuadrados con 450 millones de habitantes, aproximadamente la cuarta parte de la población mundial. En el imperio, base de la potencia económica británica pueden distinguirse dos tipos distintos de territorios: lo dominios, y las colonias de explotación.

Los dominios eran zonas de poblamiento. Disfrutaban de amplia autonomía y tenían instituciones de gobierno semejantes a las de la metrópoli: Parlamento, partidos políticos. Canadá, Australia, Nueva Zelanda y la Unión Sudafricana, pertenecían a este grupo. Los dominios eran casi totalmente libres en política interior; sólo un gobernador general representaba al rey. La política exterior estaba controlada por la metrópoli, pero ésta trataba de armonizar los intereses de los dominios con los propios, por medio de las Conferencias Imperiales que reunían al primer ministro británico y a los de los diferentes dominios. La estructura del Imperio era, prácticamente, federal.

Las colonias de explotación, la India, África (con la excepción de la Unión Sudafricana), suministraban materias primas y carecían de la autonomía política de los dominios. La India, con sus casi cinco millones de kilómetoros cuadrados y sus 300 millones de habitantes,

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era la más importante. Desde mediados de siglo se sustituyó la administración de la Compañía de las Indias por la directa de la metrópoli. Suministraba a Gran Bretaña algodón, yute, trigo, aceites, té y algunos minerales, pero las hambres y la ruina del artesano indígena provocaron un movimiento antibritánico, del que la revuelta de los cipayos entre 1859 y 1861 que afectó al sur fue un claro exponente. En 1877 la reina Victoria fue proclamada emperatriz de las Indias. En 1855 nació un partido político hindú, el Congreso Nacional Indio, que solicitaba la conversión en Dominio, tomando como modelo Canadá.

Formación del imperio francés. Francia fue la otra potencia que consiguió formar un imperio colonial de importancia mundial, pero sus bases eran más precarias que las del imperio británico. Los franceses tenían menos tendencia a emigrar de su país; sólo unos 20.000 anuales en los años 90 (frente a los 200.000 británicos). Además, ninguna de sus colonias ofrecía una importancia económica semejante a la de Canadá, Australia o la India. La expansión francesa se orientó en primer lugar al control del África mediterránea; Argelia fue la zona de colonización hacia la que emigraban las familias francesas. Aparte del espacio mediterráneo y las posesiones africanas, los franceses se establecieron en el Sudeste asiático, con una colonia en el delta del Mekong, en la Cochinchina, y un protectorado en un reino vecino, Camboya.

Hacia 1870 Francia no tenía una política colonial de amplias perspectivas. La derrota ante Prusia empujó a los sucesivos gobiernos a procurar la recuperación del país con la explotación de colonias. Jules Ferry fue no sólo el político imperialista por excelencia, sino también uno de los mejores teóricos del colonialismo. La colonización de Argelia, el protectorado sobre Túnez y la penetración en África, databan de este período de fin de siglo. A partir de 1873 los franceses, partiendo de la Cochinchina remontaron el río Mekong y buscaron una vía de penetración hacia China. Ocuparon Annam, Tonkín y Laos y con todos estos territorios se formó la Unión Indochina. Por el puerto de Haiphong salía carbón, estaño y zinc para Francia, que además contaba con grandes cantidades de arroz indochino gracias a la expansión de los arrozales cultivados en los deltas. La pieza clave en el imperio francés sería la extensa isla de Madagascar, cuya ocupación comenzó con la intervención en 1883. En menor escala que Gran Bretaña, Francia entró en el siglo XX con un imperio que suponía el control de algunas líneas comerciales y la abundancia de materias primas y alimentos.

La expansión colonial

En 1885 tuvo lugar el Congreso de Berlín, auspiciado por Bismarck, y que supuso el reparto consensuado del continente africano por las principales potencias europeas. Tres son los puntos que nos permiten comprender el significado del Congreso:

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Todas las potencias tenían como premisa la necesidad del reparto negociado como solución a los futuros problemas de rivalidad colonial.

Se regularon las condiciones esenciales requeridas para que fueran reconocidas las nuevas ocupaciones en las costas del continente africano; como la notificación al resto de potencias de la ocupación del territorio, y la necesidad de establecer una autoridad.

Se admitió la libertad comercial como marco básico de la actividad económica en el ámbito comercial de las cuencas de los principales ríos, como el Congo o el Níger, lo que suponía un régimen de puertas abiertas que posteriormente se aplicaría a China.

Conflictos anglo-franceses. La regulación establecida en el Congreso de Berlín limitó el alcance de las futuras tensiones coloniales, pero no las evitó. La expansión de franceses y británicos, los poseedores de los dos imperios coloniales, provocó tensiones importantes como la de Sudán, en donde también se vio implicada Italia con sus ambiciones en Etiopía. La región era un ámbito delicado desde el punto de vista de Londres por asomarse a la ruta de la India, que se enfrentaba con las intenciones francesas de alcanzar el Índico y establecer una ruta continental desde Dakar. En los años 80 y 90 la implicación británica fue en aumento. La revuelta de Orabi en Egipto de 1882 motivó la intervención británica que estableció un firme protectorado sobre Egipto, lo que provocó las protestas de Francia que, tradicionalmente, había mantenido intereses en la zona. La revuelta en Sudán liderada por el Mahdi en los años 80 condujo a un lento avance británico hacia el sur y el establecimiento en 1898 de un protectorado anglo-egipcio sobre el Sudán. Las iniciativas francesas en la región se concretaron en las inversiones para la construcción de una línea férrea en Etiopía y la expedición desde el África Occidental francesa de Marchand con el objetivo de unir la cuenca del Congo a Djibuti. El choque con los británicos era inevitable, y se produjo en 1898 en Fashoda donde las expediciones británicas y francesas se encontraron. La crisis se resolvió con la retirada francesa y la renuncia a cualquier proyecto de expansión que lesionara los intereses de Gran Bretaña. Además, se delimitaron las zonas de influencia en torno al Nilo y al Chad. 1898 marcó un punto álgido en las tensiones entre Gran Bretaña y Francia, que dieron como resultado el reconocimiento mutuo de sus respectivas zonas de influcencia.

También nos hemos referido a la presencia italiana en la región que hizo acto de presencia con la entrega en 1889-90 de Eritrea por parte de Etiopía. Durante la década de los 90 se produjo una intensificación de las iniciativas italianas en Etiopía plasmadas en el proyecto de control político, con la consiguiente rivalidad con Francia, cuyos intereses se encaminaban a la construcción de un ferrocarril

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que uniera Adis Abbeba con Djibuti. La derrota en Adua en 1896 supuso un serio descalabro para Italia y la paralización de las inciativas de Roma en la región.

África austral. Esta región se encontraba dentro de la esfera de los intereses de Gran Bretaña, Portugal y Alemania. Las aspiraciones de Lisboa de establecer una continuidad desde el Atlántico al Índico, entre Angola y Mozambique se vieron frustradas tras la llamada crisis del ultimátum de 1890 con la que Londres acabó con cualquier intento portugués. Por lo que respecta a la confluencia de intereses entre Gran Bretaña y Alemania en la región, éstos se resolvieron mediante acuerdos bilaterales que establecían reparto de influencias. La potencia más dinámica de la región era, por tanto, Gran Bretaña cuyo núcleo de expansión era la colonia del El Cabo. Al norte de este territorio se encontraba el Orange y Transvaal, dos zonas controladas por comunidades de antiguos descendientes holandeses. Eran dos estados independientes en una región muy rica en yacimientos de oro y diamantes. Londres no estaba dispuesta a renunciar a unos intereses económico-comerciales frente a un interlocutor inferior, lo que condujo a la guerra anglo-bóer entre 1899 y 1902.

El imperio chino. Podemos observar dos etapas en las relaciones entre China y Occidente en el siglo XIX: 1839-85. Caracterizada por la apertura al exterior gracias a la intervención armada de las potencias occidentales. 1890-1905. Proceso de reparto de zonas de influencia mediante el sistema de Puertas Abiertas y arrendamientos. Estas etapas nos muestran dos modelos de actuación de las grandes potencias:

Colaboración y entendimiento ante la imposibilidad de que una sola potencia pudiera controlar todo el espacio chino. Al igual que en África primó la idea por la que todas las potencias podían beneficiarse del reparto de China. El régimen de Puertas Abiertas, desarrollado entre 1900 y 1902, establecía la posibilidad de comerciar con todo el territorio chino sin restricciones por parte de las potencias dominantes de las áreas de influencia. Esta propuesta provenía de los Estados Unidos.

Confrontación militar. Producida por motivos geoestratégicos. La única que se produjo fue la guerra ruso-japonesa de 1905 con importantes implicaciones internacionales.

1.- Primera etapa, apertura exterior, 1839-85. La presión occidental provocó tres guerras con el imperio chino: La primera y segunda guerra del opio de 1839-42 y 1856-58 respectivamente; y la guerra chino-francesa de 1884-85 por el control de Indochina. Las guerras del opio finalizaron con los tratados de Nankín en 1842 y Pekín en 1856. El objetivo de Gran Bretaña era acceder al mercado chino con la ruptura de la política de autarquía y aislamiento de las autoridades chinas. Las claúsulas de los tratados eran las siguientes:

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Estatuto de extraterritorialidad mediante el cual la justicia europea regiría para cualquier tipo de actividad realizada por un europeo.

Apertura interior a la actividad europea. Gestión de las aduanas chinas por las potencias occidentales que

establecieron un impuesto específico sobre la actividad comercial china.

La ciudad de Hon-kong pasó a manos británicas.

La pugna por Indochina, conocida como el protectorado de Annam se tradujo en la guerra chino-francesa. Ya hemos comentado que en 1860 los franceses se establecieron en Cochinchina, con su eje en la ciudad de Saigón, e iniciaron operaciones de exploración que les llevarían al norte. El objetivo era el control de Tonkín y el río Rojo, que eran las puertas hacia el suroeste chino. Bajo los auspicios de uno de los políticos imperialistas por excelencia, Jules Ferry se organizó una operación militar importante que se tradujo en la guerra de 1884-85. Por el tratado de Tien-tsin Francia tomó posesión de todo el territorio de Annam, de la ciudad de Tonkín y adquirió la potestad para establecer una red ferroviaria en el sureste de china.

Otras inicativas de Gran Bretaña fueron el proceso de control sobre Birmania Malasia y Singapur. El territorio independiente de Siam se erigió como un estado tapón frente a Francia.

2.- Apertura al exterior por la intervención armada de las potencias occidentales. 1890-1905. En esta etapa asistimos a la incorporación de dos nuevas potencias al concierto internacional, Japón y los Estados Unidos. Los intereses de Japón estaban centrados en Corea, Manchuria, la península de L’iao y Port Arthur. A mediados de 1890 Tokio entró en guerra para arrebatar a Pekín el estado vasallo de Corea. La victoria japonesa trajo consigo una mayor implicación del resto de las potencias con una espiral de anexiones, establecimiento de esferas de influencias y nuevos arrendamientos. Este momento recibe el calificativo de reparto de China. Rusia fue el principal opositor a las ventajas obtenidas por Japón tras la guerra de Corea y provocó la revisión del tratado en los puntos referentes al L’iao y Port Arthur. San Petersburgo se salió con la suya, lo que supuso una importante humillación para Tokio. Los intereses rusos eran la unión de Vladivostock con China a través de un ramal del transiberiano que atravesara Manchuria y llegara a Port Arthur. En 1896 se consiguió la concesión a Rusia de la administración del territorio por donde pasara el ferrocarril, además de obtener en Corea el régimen de condominio con Japón. En 1897 obtuvo la península de L’iao y Port Arthur por un período de 25 años. Japón por tanto había visto reducidas sus ganancias en favor de Rusia en el marco de una rivalidad que sólo se solucionaría mediante el recurso a la guerra. La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 se saldó con una aplastante victoria nipona que expulsó a los rusos de L’iao y Port Arthur.

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Mediante la iniciativa norteamericana se firmó en 1905 el Tratado de Portsmouth que puso fin a la contienda.

La revuelta de los Boxers de 1899 fue un movimiento alentado desde la propia corte de Pekín. Se definió por su carácter antiextranjero y anticristiano y sus primeros brotes se produjeron en las comunidades rurales. La rebelión dio paso a la acción internacional conjunta de todas las potencias con la formación de un ejército aliado que provocó una salida diplomática al reparto de China en zonas de influencia. La iniciativa de Estados Unidos se hizo sentir en estas concepciones plasmadas en el llamado régimen de Puertas Abiertas; esto, la creación de zonas de influencia que no implicaran exclusividad económica. Por el Protocolo de Pekín de 1901 se puso fin a la guerra de los bóxers.

Estados Unidos y América Latina. A finales del siglo XIX los Estados Unidos ya habían desplazado a Gran Bretaña como principal potencia inversora en Centroamérica y el Caribe y se expandía lentamente hacia en cono Sur, donde los intereses británicos aún eran los más importantes. La política norteamericana era el reflejo práctico de la doctrina del Destino Manifiesto que se había extendido de costa a costa, y se plasmó a través de un conjunto de artículos y formulaciones políticas que venían a sancionar la “misión” norteamericana de trasladar las ventajas de su ordenamiento político-social y econónomico hacia los territorios situados al sur del río Grande. Los Estados Unidos se erigían así como el “hermano mayor” de Latinoamérica frente a la ambición de las potencias europeas. Una de las primeras inciativas era asegurar el control de futuro canal interoceánico que se ubicaría en el itsmo de Panamá y de las zonas próximas. La importancia de los intereses británicos en la zona condujo a la necesidad de entablar negociaciones con Londres. El Tratado de Clayton-Bowler de 1850 estableció el statu quo sobre América Central y reguló las relaciones entre las dos potencias anglosajonas:

Se iniciaron las gestiones para la construcción de un canal interoceánico por una empresa norteamericana.

Los dos Estados se comprometieron a no ejercer un derecho exclusivo de control ni asentamientos militares en los márgenes del futuro canal.

Gran Bretaña negoció con los países de la región para definir mediante acuerdos bilaterales y con precisión en nivel de su presencia en Centroamérica.

La era del imperialismo trajo consigo el aumento de la presión norteamericana sobre el Caribe, y en especial Cuba. Podemos distinguir dos etapas; la primera, con las administraciones de los presidentes Cleveland y McKinley por un lado, y la de Theodore Roosevelt por otro. Hacia finales de siglo la expansión económica y naval de los Estados Unidos tuvo importantes defensores como el

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almirante Mahan, cuyas ideas se hicieron comunes entre la clase media y alta norteamericana. La expansión comercial llevó a los plantadores gringos a asentarse en ámbitos como Samoa o Hawaii, anexionadas finalmente en 1898.

Más importante era Cuba, que constituía un elemento clave de lo que quedaba del antiguo imperio español y que desde 1870 sufría el desarrollo de movimientos autonomistas y separatistas importantes. La guerra de 1895 -dentro del contexto de crisis mundial del comercio del azúcar que supuso un hundimiento de los precios- supuso una implicación cada vez mayor de los Estados Unidos en los asuntos de la isla. Los intereses norteamericanos se plamaban en tres puntos:

1. Apertura del mercado cubano a los comerciantes gringos.2. Existencia de un movimiento de simpatía hacia la lucha de los

cubanos.3. Los asuntos de Cuba eran entendidos en función de la política

interior de Washington. La guerra en la isla constituía un elemento que podía aglutinar a una sociedad aún dividida por la guerra civil.

En 1897 el presindente McKinley rechazó la intervención armada y se inclinó por una política de mediación que duró hasta el año siguiente cuando el hundimiento del Maine en la bahía de La Habana provocó la guerra que se desarrolló en dos escenarios; la isla de Cuba y el ámbito antillano y el Extremo Oriente, en Filipinas. La superioridad gringa se materializó en una rápida y aplastante victoria que condujo a la firma del Tratado de París en diciembre de 1898 cuyos puntos principales eran los siguientes:

1. Respecto a Cuba: independencia de la isla.2. Respecto a Puerto Rico: anexión por parte norteamericana. Punto

clave para la defensa de los Estados Unidos y el control del Caribe.3. Respecto a las Filipinas: cesión del archipiélago mediante el pago

de una indemnización a España.4. El Pacífico: obtención de Guam y las Hawaii. El siguiente paso sería

la isla de Wake.

La independencia cubana no suponía que los Estados Unidos abandonaran su posición de privilegio. En 1901 bajo el Secretariado Root se aprobó la Enmienda Plarr, que introducía en la Constitución cubana el reconocimiento del derecho gringo a la intervención en el caso de una amenaza exterior o en el caso de que el gobierno cubano no pudiera garantizar la seguridad de la población y los intereses extranjeros. Además, se cedió a perpetuidad la base de Guantánamo. Esta enmienda se extendió a otros ámbitos de Latinoamérica como Panamá, cuya importancia se incrementaría a partir de la Administración Roosevelt. El presidente era el principal representante de la política imperialista de los Estados Unidos. Frente a las dudas de los anteriores presidentes Cleveland y McKinley, Roosevelt presenta

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la participación activa de Washington en la política general de las grandes potencias. Entre 1903 y 1904 las manifestaciones y discursos del presidente se convirtieron en el sustrato ideológico de la política norteamericana, esto es, en el Corolario Roosevelt, que suponía una ampliación del Doctrina Monroe. En ella se propugnaba que los Estados Unidos debían asumir el papel moral que, como gran potencia le correspondía, para intervenir en aquellos ámbitos donde la civilización, estabilidad, orden y progreso se vieran amenazados. El Corolario abría las puertas para las futuras intervenciones militares en Centroamerica.

La construcción del canal interoceánico se iba haciendo cada vez más factible a medida que aproximaba en fin de siglo, con lo que Washington se aprestó para controlar el futuro paso. La intervención la llevó a cabo en un doble sentido, previo control mayoritario de las acciones de la empresa francesa que realizaba las obras:

1. Negociación con Gran Bretaña para reformar el Tratado Clayton-Bowler. En 1901 Gran Bretaña renunció a las claúsulas del anterior Acuerdo y reconoció a los Estados Unidos el derecho para que se encargaran en solitario de la construcción del futuro canal, para que establecieran fortificaciones y ubicaran una fuerza de policía militar. Estas cesiones deben entenderse dentro del marco de la guerra bóer en la que se hallaba inmerso el gobierno de Londres.

2. Cesión de la franja del canal por Colombia. Que en un principio tuvo el rechazo del Congreso colombiano, pero que las presiones gringas solventaron provocando un movimiento revolucionario en el seno del país. El levantamiento panameño coincidió con la presencia en la zona de la flota norteamericana. Washington se aprestó a reconocer la independencia de Panamá y en 1903 con la firma de un Tratado con la nueva república Estados Unidos se aseguró el control del futuro canal y sus territorios adyacentes, además del derecho de intervención en la línea de la Enmienda Platt.

A MODO DE BALANCE: 1914 AL BORDE LA GRAN GUERRA

Hacia 1914 la rivalidad entre Francia y Alemania, que había abierto este período no se había solucionado y había presidido el devenir diplomático y, en última instancia la formación de dos bloque de potencias enfrentados por múltiples motivos. El imperialismo era un poderoso foco de tensiones y rivalidades pero, como hemos visto, podía controlarse por las grandes potencias. La política colonial más que ser el foco inmediato que llevaría a la guerra fue el marco en donde las grandes potencias, en virtud de cómo solucionaran sus conflictos, se alinearían en un bloque o en otro. Así pues, tenemos que ir a Europa, en donde surgió el conflicto que arrastró a la práctica totalidad del mundo. Es necesario, por tanto, pasar revista a la

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situación de los inestables Balcanes a mediados de la segunda década del siglo XX:

Servia se había engrandecido y suponía un obstáculo para las comunciaciones austríacas por la ruta de Salónica.

Italia y Austra-Hungría, a pesar de estar unidas en la Triple Alianza, añadían como motivo de enemistad, a sus viejas diputas en el litoral norte del Adriático, su rivalidad por controlar la recién constituída Albania.

Rusia observaba con alarma la posibilidad de que Austria-Hungría pudiera someter a Servia y convertirse, así, en la gran potencia balcánica. En esta eventualidad no dudaría en ir a la guerra en apoyo de Servia.

Ya para concluir este tema nos hemos quedado con unas palabras de Pierre Renouvin, “Mucho más que la cuestión marroquí, el problema naval anglo-alemán y el núcleo balcánico de enfrentamientos son los que explican y dirigen la evolución de las relaciones internacionales durante los diez años que precedieron a la guerra”2.

2 PIERRE RENOUVIN, La crisis europea y la Primera Guerra Mundial, p.187