Identidad Narrativa

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FICHA DE CÁTEDRA El problema del sujeto y la identidad en las filosofías de Descartes, Hume y Ricoeur. Profesorado en Educación Inicial Materia: Filosofía. Profesor: Matías Pettinaroli En las clases anteriores estuvimos viendo los modos de pensar la identidad de filósofos como René Descartes (1596 – 1650) y David Hume (1711 – 1776) y trabajamos fundamentalmente con sus diferencias. Recordemos que para Descartes puedo dudar de todo menos de que existo, de que soy, y de que soy una cosa que piensa. Mi yo es una evidencia, algo que necesariamente está a la base de cualquier experiencia particular. Mencionamos que Para Descartes el yo es una cosa, una sustancia. Es una unidad inalterable que permanece constante a lo largo del tiempo y de los cambios de percepciones y estados mentales. Hume, en cambio, le niega realidad a la idea sustancia y por lo tanto no va a creer que el yo sea una sustancia. El yo, entendido como la unidad fundamental de la conciencia, como lo que permanece estable e inmutable a lo largo del tiempo y a través de los distintos pensamientos, no existe, es una ficción, porque nunca tenemos una impresión del yo, sino una sucesión de pensamientos distintos. La identidad, para Hume, es “un haz o conjunto de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con rapidez inconcebible y que se hallan en flujo y movimiento perpetuos”. 1

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FICHA DE CÁTEDRA

El problema del sujeto y la identidad en las filosofías de Descartes, Hume y Ricoeur.

Profesorado en Educación Inicial

Materia: Filosofía.

Profesor: Matías Pettinaroli

En las clases anteriores estuvimos viendo los modos de pensar la identidad de filósofos como René Descartes (1596 – 1650) y David Hume (1711 – 1776) y trabajamos fundamentalmente con sus diferencias.

Recordemos que para Descartes puedo dudar de todo menos de que existo, de que soy, y de que soy una cosa que piensa. Mi yo es una evidencia, algo que necesariamente está a la base de cualquier experiencia particular. Mencionamos que Para Descartes el yo es una cosa, una sustancia. Es una unidad inalterable que permanece constante a lo largo del tiempo y de los cambios de percepciones y estados mentales.

Hume, en cambio, le niega realidad a la idea sustancia y por lo tanto no va a creer que el yo sea una sustancia. El yo, entendido como la unidad fundamental de la conciencia, como lo que permanece estable e inmutable a lo largo del tiempo y a través de los distintos pensamientos, no existe, es una ficción, porque nunca tenemos una impresión del yo, sino una sucesión de pensamientos distintos. La identidad, para Hume, es “un haz o conjunto de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con rapidez inconcebible y que se hallan en flujo y movimiento perpetuos”.

Un siglo después, un filósofo alemán llamado Friedrich Nietzsche (1844 – 1900), mantuvo una creencia semejante a la de Hume. En uno de sus escritos encontrados luego de su muerte se encontró la siguiente frase:

“Lo que más fundamentalmente me separa de los metafísicos es esto: no les concedo que sea el yo el que

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piensa. Tomo más bien al mismo yo como una construcción del pensar, construcción del mismo tipo que ‘materia’, ‘cosa’, ‘sustancia’, ‘individuo’, ‘número’, por tanto sólo como ficción reguladora gracias a la cual se introduce y se imagina una especie de constancia, y por tanto de ‘cognoscibilidad,’ en un mundo del devenir. La creencia en la gramática, en el sujeto lingüístico, en el objeto, en los verbos, ha mantenido hasta ahora a los metafísicos bajo el yugo: yo enseño que es preciso renunciar a esta creencia. El pensar es el que pone el yo, pero hasta el presente se creía, como el ‘pueblo’, que en el ‘yo pienso’ hay algo de inmediatamente conocido, y que este yo es la causa del pensar, según cuya analogía nosotros comprendemos todas las otras relaciones de causalidad. El hecho de que ahora esta ficción sea habitual e indispensable, no prueba en modo alguno que no sea algo imaginado; algo puede ser condición para la vida y sin embargo falso”

A nosotros, a fines del s. XX. no nos toma mayormente de sorpresa esta causa de separación. Marx, y sobre todo Freud, nos vinieron acostumbrando a desplazar el yo, en cuanto autoconciencia, del puesto de la iniciativa libre de actuar y pensar. Diferentes ciencias sociales nos han acostumbrado posteriormente a reconocer los condicionamientos que actúan sobre la aparentemente libre actividad de la conciencia. Pero cuando Nietzsche lo escribió, este texto tiene que haber sido francamente “inactual”.

“Nos les concedo que sea el yo el que piensa …”: La afirmación significa nada menos que invertir la relación espontáneamente y normalmente establecida entre el yo y el pensar, el desplazar al yo de su puesto de “sujeto” en el sentido fuerte de la palabra, como fundamento del pensar. Para Nietzsche, el yo es una construcción, una ficción sin ningún tipo de realidad. Tal construcción es una ficción, y en cuanto tal no le corresponde una realidad. Pero no es una ficción cualquiera, como podría ser algo fingido de mero carácter estético, como producto de una actividad metaforizadora que se ha liberado de la necesidad de dar seguridad a su amo. Es una ficción que regula, regla, pone orden, que desconoce su carácter de ficción; es una ficción con cuya ayuda se introduce una cierta constancia en un mundo en devenir.

Pasemos a hora a analizar la noción de identidad narrativa a del filosofo francés Paul Ricouer (1913 – 2005), en la cual encontraremos una

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concepción que se encuentra, por así decirlo, en el medio de las propuestas de Descartes y de Hume o Nietzsche. En contra de Descartes, la propuesta de Ricoeur no apela a una identidad substancial, estable y sin alteraciones, pero tampoco niega la identidad al desarmarla en una multiplicidad de sensaciones y vivencias sin unidad, como hace Hume. Su propuesta intenta pensar la identidad como una unidad dinámica, que cambia, pero que mantiene cierta unidad en ese cambio.

Pero antes de considerar lo que dice Ricoeur sobre la identidad narrativa, pensemos primero qué es una narración. Tomemos un relato cualquiera, por ejemplo, sobre como una persona conoció a Messi en el viaje a Barcelona. En esa historia se van a mencionar muchos acontecimientos distintos: la persona cuenta que estaba caminando por las calles de Barcelona sacando fotos con otro grupo de turistas, que se aburrió y decide tomar un rumbo distinto y dejar a atrás al resto del contingente, que comienza a darle hambre, que entra a un restaurant, que estaba todo ocupado y se tiene que ir y que justo cuando sale por la puerta, se cruza con Messi. En fin, se pueden mencionar muchos hechos distintos más en este relato, pero consideren lo siguiente: siempre que se cuenta una historia, se decide incluir ciertos hechos y dejar otros fuera del relato por no considerarlos relevantes. ¿Cuál es el criterio para seleccionar lo que se va a contar y lo que no? El fin de nuestra historia. A pesar de la heterogeneidad de los acontecimientos que se cuentan, esos acontecimientos están vinculados en la historia. La historia forma una totalidad, pero es una totalidad temporal, ya que tiene una introducción, un desarrollo y un desenlace. Nuevamente: una historia está compuesta de una multiplicidad de acciones y acontecimientos distintos pero que forman parte una cadena y que así pasan a formar parte de una unidad en el relato, en la historia que conforman. La narración es una unidad, pero no es una unidad estática y inmutable –es decir, que no cambian-, sino una unidad dinámica y temporal, en donde cada acontecimiento, a pesar de ser distinto de los otros, está vinculado con ellos porque es la causa o es un efecto de ellos.

En resumen, en una historia se realiza la síntesis de lo heterogéneo: es una concordancia discordante. La discordancia o heterogeneidad está dada por esos hechos que movilizan la historia y hacen que cambie, pero la concordancia radica en que esa heterogeneidad se integra en una unidad temporal.

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Apliquemos esto a la identidad. Ricoeur admite que la identidad no es estática e inmutable, siempre “idéntica”. El yo no es una cosa que se mantiene idéntica e inmutable a lo largo del tiempo. Pero al mismo tiempo considero que la identidad del sujeto tiene una unidad y una coherencia. Pero esta coherencia el mismo sujeto es el que la constituye narrativamente, hace de su identidad una historia, o más bien, su identidad se constituye como una historia en la que los distintos momentos de esa identidad se integran.

Pero, ustedes se preguntarán, ¿quién cuenta esa historia? ¿Acaso no es el yo, el sujeto el que cuenta la historia de su vida? No, porque así volveríamos a la postura de Descartes en donde el sujeto es algo ya dado. Para Ricoeur, en cambio, la identidad, la subjetividad, es fruto de la construcción narrativa y no algo previa a ella.

¿Quién soy? Esa es la pregunta que nuestra historia responde cada vez que hablamos de nosotros, cada vez que le contamos a nuestros seres queridos nuestros deseos, proyectos, inquietudes, aventuras, desagracias, o cualquier cosa que nos concierna y formen parte de lo que somos. Nuestra identidad es la suma de todos esos relatos. Cómo ven, no es algo prexistente sino una construcción que puede ir modificándose, porque nuestros proyectos, miedos, alegrías y esperanzas cambian con el tiempo. Pero el modo en que hacemos una historia con estas cosas (NUESTRA historia) hace que todas ellas sean una parte constitutiva de nuestra identidad.

Por otro lado, ha que considerar también que en nuestras historias intervienen otras personas y que nosotros mismos formamos parte de las historias de los otros. Por lo tanto, a la pregunta por nuestra identidad, es decir, la pregunta “¿quién soy?”, también le concierne lo que los demás dicen de nosotros, lo que los otros dicen que somos. Esto puede parecer chocante, pero tengan en cuenta que, en tanto no hay una “verdadera identidad”, lo que somos queda definido por el entrecruzamiento de las historias que giran en torno de nosotros.

¿Qué tipo de ser es el yo? Si ya no se trata de pretender una autofundación absoluta como en la filosofía de Descartes donde el yo era una sustancia estable entonces, ¿qué seguridad nos deja hablar de identidad narrativa? La respuesta es: ¡ninguna! No podemos hablar de una seguridad infranqueable, indubitable o absoluta. El nuevo saber que se nos proporciona es el de la atestación, gracias al cual “sabemos

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de seres que actúan y que sufren, que pueden empeñarse en una promesa, amar y recibir amor de otra persona”.

Esta identidad narrativa escapa por lo tanto a los extremos a los que llegan Descartes y Hume al concebir la subjetividad. En ese sentido, permite al agente de aprehender la totalidad de sus acciones como suyas (y no como una diversidad incoherente), en la singularidad de una unidad temporal única y propia, pero que no es la identidad estable e inmutable de la sustancia. El concepto de identidad narrativa permite incluir el cambio en la cohesión de una vida. Esta identidad es conforme a la estructura temporal dinámica que surge de la composición propia de la trama de un relato. Es por eso que el sujeto de la acción aparece como el lector y el escritor de su propia vida. Toda persona actúa en el mundo y en el seno de un contexto dado, pero al mismo tiempo, el sentido de su acción sólo le es accesible a través de la lectura de su historia. Es posible ver aquí el aspecto circular, a la vez pasivo y activo, de esta comprensión: en el mismo acto que me comprendo a mí mismo a través de la narración, me construyo. De ese modo, la mediación narrativa, sin dispersarme en una sucesión incoherente de acontecimientos, permite, a su vez, que sea posible rescribir a lo largo de la vida diferentes tramas de mi existencia.

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