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Ictiandro

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ICTIANDROAlexander Beliaev

Traduccin: Raimundo Garca Gonzlez 1928 by Alexandr Beliaev 1989 Editorial Rduga ISBN: 5-05-002123-5 Edicin digital: urijenny Revisin: Sadrac

PRIMERA PARTE - "DEMONIO MARINO" Era una de esas sofocantes noches de enero tan propias del verano argentino, en que miradas de estrellas cubren el azabachado cielo. El "Medusa" permaneca anclado en absoluta quietud, pues tal bonanza reinaba que no se oa ni el rumor del agua ni el rechinar de las jarcias. El ocano pareca estar sumido en profundo sopor. Los buzos pescadores de perlas yacan semidesnudos en la cubierta de la goleta. Fatigados por el arduo trabajo y el abrasador sol se revolcaban, suspiraban y gritaban inmersos en angustiosa modorra. Las extremidades de aquellos hombres se sacudan; sintindose, tal vez, acosados hasta en sueos por sus temibles enemigos, los tiburones. En das tan calurosos y tranquilos su agobio era tal que, concluida la faena, no estaban en condiciones siquiera de subir los botes a bordo. Aunque aquella noche esa tarea habra sido superflua, pues nada auguraba cambios del tiempo, por eso quedaron los botes a flote, amarrados a la cadena del ancla. Vergas desniveladas, jarcias desajustadas, foque sin izar apenas tremolante, tan suave era la brisa. Era el cuadro que presentaba la goleta. El espacio comprendido entre el castillo de proa y el alczar se vea cubierto de ostras perlferas, fracciones de soportes calizos de corales, cuerdas utilizadas por los buzos para descender al fondo, redes para embolsar ostras y toneles vacos. Al pie del mstil mesana se hallaba un gran tonel con agua potable, que tena encadenada una pequea vasija de latn. En torno al tonel se extenda una gran mancha, consecuencia del agua derramada. De vez en cuando se levantaba algn pescador medio dormido y, atropellando a los tumbados, se diriga al tonel tambalendose y pisando brazos, piernas y cuanto se le pona por delante. Sin abrir los ojos, echbase al coleto una vasija de agua y se dejaba caer en cualquier lugar, cual se hubiera tomado alcohol puro y no agua. A los buzos les atormentaba la sed: por la maana resulta peligroso desayunar antes de la jornada la presin en el fondo es demasiado alta, por eso trabajan todo el da en ayunas hasta que oscurece en el fondo, pudiendo comer slo al caer la noche, antes de acostarse a dormir. Y su casi nico alimento era la cecina. Esa noche le tocaba hacer guardia al indio Baltasar; hombre de confianza del capitn Pedro Zurita, propietario de la goleta "Medusa". En sus aos mozos, Baltasar haba sido famoso pescador de perlas: poda permanecer bajo el agua noventa y hasta cien segundos, el doble de lo comn. "Por qu as? Pues muy sencillo, porque en nuestra poca saban ensear y lo hacan desde la misma infancia les deca Baltasar a los principiantes. Tendra yo unos diez aos cuando mi padre me hizo aprendiz de don Jos, lugareo que enseaba a doce

jovenzuelos y lo haca del modo siguiente. Tiraba un guijarro blanco o una ostra al agua y ordenaba: 'Bucea y tremela!' Seguidamente iba tirndola a lugares siempre ms hondos. Quien volviera sin ella era azotado y lanzado al agua como un cachorro. 'Bucea de nuevo!' As nos ense a bucear. Despus comenz a adiestrarnos en el arte de permanecer el mayor tiempo posible bajo el agua. El viejo y experto pescador bajaba al fondo, amarraba una canasta o una red al ancla, y nosotros debamos bucear y desamarrarla. Pero que a nadie se le ocurriera aparecer en la superficie sin haber desatado el nudo, pues le esperaba un latigazo. Nos flagelaban sin piedad. Semejante maltrato no era soportable para cualquiera; no obstante, llegu a ser el mejor buzo de la comarca. Ahora s, debo confesar que mis esfuerzos eran compensados con pinges ganancias." Lleg la vejez, y Baltasar abandon tan riesgoso oficio: la pierna izquierda mutilada por un tiburn y una horrenda cicatriz en el costado. Abri en Buenos Aires una tiendecita y se dedic a vender perlas, corales, conchas y otras rarezas del mar. Pero la vida en tierra firme le aburra; su nico alivio era buscar perlas, faena a la que se incorporaba con frecuencia. Los industriales le brindaban su simpata y aprecio, pues nadie mejor que Baltasar conoca la baha de La Plata, sus aguas costeras y los lugares donde pululaban las ostras perlferas. Los pescadores, su respeto. Nadie como l saba contentar a todos: buzos y amos. De los principiantes no guardaba secretos, les enseaba cuanto estaba relacionado con el oficio: a retener la respiracin, repeler ataques de tiburones y, cuando estaba de buen humor, hasta a sisarle al amo la mejor perla. Los industriales, propietarios de goletas, le apreciaban por su destreza, pues era un hombre a quien le bastaba una fugaz mirada para determinar, de modo infalible, el valor de la perla y seleccionar rpidamente las mejores para el amo. Eso contribua a que los industriales le utilizaran gustosos en calidad de ayudante o asesor. Sentado en un barril, Baltasar se deleitaba fumando un habano. La luz de un farol, colgado del mstil, iluminaba su rostro araucano: ovalado, sin pmulos abultados, nariz perfecta y grandes ojos. Los prpados de Baltasar caan cual si fueran de plomo y se tornaban perezosos al abrirse. Estaba dormitando. Pero si sus ojos dorman, los odos permanecan alerta. Vigilaban y advertan la inminencia del peligro, incluso hallndose inmerso en el ms profundo sopor. Pero en este preciso momento Baltasar slo oa suspiros y farfullar de los durmientes. Desde la orilla llegaba el pestilente olor a ostras perlferas en putrefaccin: las dejaban pudrirse para sacarles con ms facilidad las perlas ya que el molusco vivo es ms difcil de abrir. Para quien no est habituado, ese olor le resultar repugnante, pero Baltasar lo inhalaba con satisfaccin. A un vagabundo, un buscador de perlas como l, ese olor le arrulla recordndole las alegras que ofrece la vida libre y los emocionantes peligros que entraa el mar. Tras sacarles las perlas, las conchas ms grandes eran trasladadas a bordo del "Medusa". Como buen negociante, Zurita venda esas conchas a una fbrica productora de botones y gemelos. Baltasar dorma. El relajamiento debilit muy pronto la presin de los dedos que, al aflojarse, soltaron el puro. La cabeza le cay sobre el pecho. Pero a su conciencia lleg un sonido extrao, procedente del ocano. El sonido volvi a repetirse ms cerca. Esta vez Baltasar abri los ojos. Era como si alguien tocara una trompa y luego una joven y alegre voz humana gritara: "Ah!" y luego una octava ms alto: "Ah-a!" El melodioso sonido de la trompa no se semejaba al desapacible de la sirena de un vapor; tampoco la alegre exclamacin se pareca, en modo alguno, al grito de auxilio de un nufrago. Era algo nuevo, inslito. Baltasar se puso en pie, y la sensacin de que la noche haba refrescado sbitamente se apoder de l. Fue hacia la borda y escrut el

espejo del ocano. Ni un alma. El silencio era ensordecedor. Baltasar pate a un indio que yaca a sus pies y, apenas incorporado ste, le dijo quedo, muy quedo: Grita. Debe ser l. No le oigo respondi tambin bajito el indgena, todava de rodillas y tratando de or lo que le decan. En ese preciso momento volvieron a romper sbitamente el silencio la trompa y el grito: Ah-a...! Al or el sonido, el indio se agach como si le hubieran soltado un latigazo. S, debe ser l profiri el indgena, castaeteando los dientes del susto. Despertaron los dems pescadores. Y cual si buscaran proteccin contra la noche en los dbiles rayos de la amarillenta luz, fueron arrastrndose hacia el lugar iluminado por el farol. Estaban sentados, apretujndose unos contra otros afinando el odo. El sonido de la trompa y la voz llegaron esta vez desde la lejana, y todo qued inmerso en profundo silencio. Es l... e... El "demonio marino" susurraron los pescadores. No podemos permanecer ms aqu! Es ms horrible que un tiburn! Llamen al amo! Se oyeron pasos de pies descalzos. Pedro Zurita amo de la goleta apareci en cubierta bostezando y rascndose el velludo pecho. Vena desnudo de medio cuerpo, vistiendo slo calzn de lienzo y revlver al cinto. Se acerc a la gente y el farol le ilumin el somnoliento rostro bronceado, el espeso cabello ondulado cado en mechones sobre la frente, las negras y pobladas cejas, el retorcido mostacho y una pequea barbita entrecana. Qu pasa? Su ruda y serena voz, as como su aire de hombre seguro de s mismo tranquilizaron a los indios. Todos quisieron hablar al mismo tiempo. Baltasar les hizo callar con un ademn, y dijo: Hemos odo la voz del... del "demonio marino". Pura imaginacin! respondi Pedro somnoliento todava, y dej caer la cabeza sobre el pecho. No, nada de imaginacin. Todos hemos odo "ah-a" y el sonido de la trompa! gritaron los pescadores. Baltasar les acall con el mismo gesto y prosigui: Yo mismo lo he odo. As slo puede berrear el "diablo". En el mar nadie grita ni berrea as. Debemos irnos de aqu cuanto antes. Cuentos profiri con la misma flojera Pedro Zurita. Al amo no le haca ninguna gracia tener que embarcar ahora las hediondas ostras en proceso de putrefaccin y levar anclas. Pero no consigui persuadir a los indios, quienes daban muestras de verdadera zozobra, gesticulaban, gritaban, amenazaban con desembarcar maana mismo e irse a pie a Buenos Aires, si Zurita no levaba anclas. Mal rayo les parta a ustedes y al "demonio marino"! Bien, zarparemos con el alba. Y, sin dejar de rezongar, retirse el capitn a su camarote. Pero ya se haba desvelado. Encendi la lmpara, prendi su cigarro puro y comenz a pasearse por el reducido camarote. Pensaba en el extrao ente que, desde cierto tiempo ac, haba aparecido en aquellas aguas, infundiendo pavor a pescadores y costeros. Nadie haba visto todava al monstruo, pero l ya se haba hecho sentir en diversas ocasiones. Sobre su existencia corran fbulas, contadas por los marineros a media voz, tal era el miedo que tenan de ser odos por l. Unos decan ser perjudicados por su presencia; otros, inesperadamente, beneficiados.

"Es el Dios del mar decan los indios ms viejos, que emerge cada milenio de las profundidades ocenicas para restablecer la justicia en la tierra." Para los supersticiosos espaoles persuadidos por los sacerdotes catlicos era el demonio marino, que se le apareca a la gente olvidadiza e irrespetuosa para con la sagrada iglesia catlica. Esos rumores llegaron de boca en boca hasta Buenos Aires. El "demonio marino" devino, durante varias semanas, pasto de cronistas y panfletistas en la prensa menos prestigiosa. Todo naufragio de goletas o pesqueros en circunstancias imprecisas, ruptura de redes o desaparicin de peces capturados se le atribua al "demonio marino". No obstante, haba quien contaba que se dieron casos cuando ech grandes peces a botes de pescadores y, en cierta ocasin, hasta salv a un nufrago. Hubo incluso un hombre que aseveraba: cuando l comenz a hundirse, alguien le sostuvo por la espalda y, mantenindole a flote, le llev hasta la orilla, desapareciendo en las olas tan pronto el salvado pis la arena. Lo ms asombroso era que nadie haba logrado ver al "diablo", ni poda describir al enigmtico ser. No faltaron, naturalmente, "testigos oculares". Estos pintaban al monstruo con cornamenta, barba de chivo, zarpas de len y cola de pez, o en forma de gigantesco sapo con cuernos, y piernas de hombre. Las autoridades de Buenos Aires, al principio, no prestaron atencin a ese gnero de rumores y publicaciones, considerndolos mera fantasa. Pero la inquietud cunda fundamentalmente en los medios pesqueros en grado tal que muchos pescadores decidieron no hacerse a la mar. La captura se vio reducida de inmediato, y, como consecuencia, la oferta en el mercado. Esto oblig a las autoridades a investigar el caso, y a enviar con ese fin varios vapores y lanchas motoras de la guardia costera con la misin de "detener al sujeto que sembraba el pnico entre la poblacin del litoral". La polica se pas dos semanas surcando la baha de La Plata y recorriendo sus costas, pero slo pudo arrestar a varios indios como difusores de falsos rumores, con lo que contribuan a propagar y exacerbar la inquietud. El "diablo" segua imperceptible. El jefe de la polica hizo pblico un bando especial, en el que patentizaba la inexistencia de "diablo" alguno y afirmaba que los rumores al respecto no eran mas que vanas imaginaciones de gente ignorante, ya arrestada, y que llevar el merecido castigo. Persuada a los pescadores a preterir esos rumores y reanudar la pesca. Esto contribuy a que la gente se tranquilizara por cierto tiempo. Pero las bromas del "demonio" no cesaban. Cierta noche, unos pescadores que se hallaban lejos de la orilla se despertaron al or los balidos de un corderito, aparecido milagrosamente en la cubierta del barco. Otros hallaron sus redes rotas y haladas. Contentos por la reaparicin del "diablo", los periodistas esperaban ahora la explicacin cientfica del fenmeno. Y esta no se hizo esperar. Los cientficos opinaban que en el ocano no poda existir monstruo marino alguno ignorado por la ciencia y, sobre todo, capaz de realizar hechos propios exclusivamente del hombre. "Otro asunto sera decan los doctos en la materia si ese ser apareciera en las profundidades ocenicas, escasamente estudiadas an." Pero no podan admitir que el supuesto ser pudiera obrar de modo razonable. Al igual que el jefe de los carabineros, los cientficos consideraban que todo eso pareca, ms bien, travesuras de algn gamberro. Pero no todos los eruditos eran de esa misma opinin. Hubo quienes alegaron al clebre naturalista suizo Konrad von Gesner, a quien se le debe la descripcin de la virgen, el diablo, el monje y el obispo, todos ellos marinos. "En ltima instancia, mucho de lo previsto por los sabios de la antigedad y del

Medioevo se ha venido a justificar pese a la evidente hostilidad mostrada por la nueva ciencia respecto a las doctrinas antiguas. La creacin del Seor es inagotable, y a nosotros, los cientficos, nos corresponde ser ms modestos y prudentes que nadie a la hora de hacer conclusiones", decan algunos sabios formados a la antigua. Lo cierto es que no resultaba fcil considerar sabios a aquellos modestos y prudentes seores, pues tenan ms fe en los milagros que en la misma ciencia, y sus conferencias eran, ms bien, prdicas. En definitiva, para dirimir la controversia se decidi enviar una expedicin cientfica. Los integrantes del grupo no tuvieron la suerte de encontrarse con el "diablo", pero s reunieron copiosa informacin sobre la forma de obrar del "annimo sujeto" (los cientficos ms entrados aos insistan en que el vocablo "sujeto" fuera substituido por el de "ser", a su modo de ver, ms idneo). El informe publicado en la prensa por los integrantes de la expedicin, deca: "1o. En algunos bancos de arena se observaron huellas de estrechos pies humanos que salan del mar y volvan a entrar. Pero podran pertenecer a un hombre que hubiera arribado en lancha. 2o. Las redes examinadas presentan cortes practicados con objeto cortante. Podran haberse roto al engancharse en rocas submarinas, o en restos metlicos de barcos hundidos. 3o. Segn relatos de testigos oculares, un delfn lanzado por la tormenta a la orilla, a considerable distancia del agua, fue devuelto por la noche al mar. Es ms, el autor del hecho dej las improntas de sus pies con largas uas en la arena. Seguramente se habr compadecido del delfn algn caritativo pescador. Es notorio que cuando los delfines se disponen a cazar arrinconan previamente peces en lugares de escasa profundidad, ayudando as a los pescadores. Estos, a su vez, corresponden sacando con frecuencia de apuros a los delfines. Las huellas de las uas podran pertenecer perfectamente a dedos de pies humanos; encargndose la imaginacin de concederles la forma de ua. 4o. El corderito pudo haber sido llevado en lancha y lanzado al barco por algn gracioso." Los cientficos hallaron varias causas ms, no menos sencillas, que, a su modo de ver, deban explicar el origen de las huellas dejadas por el "demonio". Total, el veredicto de los eruditos fue el siguiente: no existe monstruo marino capaz de realizar tan complicadas operaciones. Sin embargo, esas explicaciones dejaron insatisfechos a muchos. Semejantes dilucidaciones han sido consideradas problemticas hasta en los medios cientficos. Ni el gracioso ms ocurrente, hbil y astuto habra podido hacer todo eso sin ser advertido. Pero los eruditos haban omitido en su informe algo muy importante. Ese algo consista en que el "demonio", segn se haba establecido, realizaba sus hazaas en lugares muy distantes uno del otro y en lapsos brevsimos. Resultaba que el "demonio" o era un nadador fantstico, o utilizaba dispositivos especiales, o eran varios. Pero entonces todas esas diabluras se tornaban ms incomprensibles y amenazadoras. Pedro Zurita evocaba esa enigmtica historia sin cesar un instante de ir y venir por el camarote. Sumido en esas meditaciones, le sorprendi la aurora; por la portilla entraba un rayo de rosada luz. Pedro apag la lmpara y se puso a lavarse. Refrescbase la cabeza con agua tibia cuando oy temerosos gritos procedentes de cubierta. Sin terminar de lavarse. Zurita subi presuroso por la escalera. Desnudos, llevando como nica prenda el taparrabo, los pescadores se agolpaban junto a la borda, agitando los brazos y gritando sin concierto. Pedro mir hacia abajo y vio que los botes, dejados por la noche en el agua, estaban desamarrados. La brisa nocturna se los haba llevado hacia el ocano, bastante lejos. Y ahora, la brisa matinal los iba

arrimando lentamente a la orilla. Los remos flotaban dispersos por la baha. Zurita orden a los buzos reunir los botes. Pero ninguno de ellos se atrevi a abandonar el puente. Zurita repiti la orden. Alguien dijo con imprudencia: Si tan valiente eres, chate t en las garras del "demonio". Zurita llev la mano al revlver. Los hombres se replegaron hacia el mstil mirando con hostilidad al capitn. La colisin pareca irremediable. Pero, como siempre en situaciones por el estilo, fue Baltasar quien contribuy a relajar la tensin. El araucano no teme a nadie exclam, el tiburn no pudo devorarme del todo, el "demonio" tampoco podr con m osamenta, se atragantar. Tras decir esto, junt las manos sobre la cabeza y se lanz al agua, dirigindose a nado al bote ms prximo. Los buzos volvieron a la borda y miraban atemorizados a Baltasar quien, pese a su avanzada edad y a la pierna destrozada, nadaba maravillosamente. En varias brazadas el indio alcanz el bote, recogi un remo que flotaba cerca, y subi a la embarcacin. La soga est cortada con cuchillo grit desde el bote, y bien cortada que est! Se ve que tena el filo como el de una navaja de afeitar. Al ver que a Baltasar no le haba pasado nada varios buzos siguieron su ejemplo. MONTADO SOBRE UN DELFN El sol acababa de salir, pero achicharraba ya sin piedad. El cielo, de argentado azul, estaba absolutamente despejado, y el ocano, como una balsa de aceite. El "Medusa" se hallaba a veinte kilmetros al sur de Buenos Aires. Obedeciendo el consejo de Baltasar, fonde en una pequea baha cerca de una acantilada costa que emerga del agua en forma de dos enormes terrazas. Los botes se esparcieron por la baha. Cada uno llevaba, como era costumbre, dos buzos que se alternaban en sus funciones: uno buceaba y el otro le sacaba. Luego, viceversa. Una de las lanchas se aproxim considerablemente a la orilla. El buzo abraz con los pies una gran piedra de coral, sujeta al extremo de la soga, y baj rpidamente al fondo. El agua estaba tibia y transparente, se vean con nitidez las piedras del fondo. Ms hacia la orilla parecan estar arraigados corales: inmviles arbustos de los jardines submarinos. Pequeos peces, dorados y plateados, se paseaban por los paradisacos vergeles. Tan pronto toc fondo, el buzo se agach y comenz a arrancar ostras y a ponerlas en la red que llevaba al cinto. Su compaero sostena el otro cabo de la soga y, recostado sobre la borda del bote, miraba a travs del agua cristalina. Vio, de sbito, que el buzo se puso rpidamente en pie, se asi de la soga y dio tal tirn que falt muy poco para que el compaero saliera por la borda. La sacudida zarande el bote. El indio apostado en la lancha se apur a subir al compaero y le ayud a encaramarse en la embarcacin. La respiracin del hombre que acababa de salir del agua era tan dificultosa que le obligaba a abrir tremendamente la boca, y los ojos se le saltaban de las rbitas. Su bronceado rostro se torn gris, tal era su palidez. Un tiburn? El buzo no acert a responder y rod al fondo del bote. Qu le habr podido asustar tanto? El indio mir por la borda y comenz a examinar el agua. Efectivamente, algo suceda all. Los pececitos, cual pajaritos al ver a un halcn, se apresuraban a buscar refugio en los frondosos matorrales submarinos. De pronto, el indio vio cmo por detrs de una roca apareca algo semejante a humo rojizo. El humo se disipaba lentamente, tiendo el agua de color rosa. Seguidamente surgi algo oscuro. Ese algo vir lentamente y se perdi tras un saliente de la roca. El

humo purpreo en el fondo del mar slo poda ser sangre. Qu habr sucedido? El indio mir a su compaero, pero ste yaca supinado, inmvil, respirando ansioso con la boca y la mirada ausente clavada en el cielo. El indio comenz a remar inmediatamente hacia el "Medusa", temeroso por la vida de su compaero. Al fin el buzo se recuper, pero pareca haber perdido el hbito de hablar: slo muga, sacuda la cabeza y resoplaba. Los pescadores que se hallaban en ese momento en la goleta rodearon al buzo, esperando impacientes sus explicaciones. Habla de una vez! le grit, al fin, un joven indio que sacuda vigorosamente al buzo. Habla, o te arranco de cuajo esa alma de cobarde que anida en tu pecho. El buzo mene la cabeza y dijo con voz sorda: He visto... al "demonio marino". Al mismo...? Pero desembucha, pronto! gritaban impacientes los pescadores. De pronto vi que se me vena encima un tiburn. Vena directo a m. Ha llegado mi ltimo instante, pens. Era enorme, negro, y ya haba abierto la boca, disponindose a devorarme. Pero en ese instante veo que se aproxima... Otro tiburn? El "demonio"! Cmo es? Tiene cabeza? Cabeza? S, creo que s. Los ojos son como vasos. Si tiene ojos tiene que tener cabeza manifest con seguridad el joven indio. Los ojos han de estar clavados a algo. Y zarpas, tiene? Como las ranas. Los dedos largos, verdes, con uas y unidos por membranas. El cuerpo le brilla como si estuviera cubierto de escamas. Se acerc al tiburn, le reluci la zarpa y zas! La panza del tiburn comenz a chorrear sangre... Y cmo son sus piernas? inquiri uno de los pescadores. Las piernas? el buzo trat de hacer memoria. No tiene piernas. Slo una gran cola con dos culebras al final. Cul de los dos te asust ms, el tiburn o el monstruo? El monstruo respondi sin vacilar. Aunque me salv la vida. Pero era l... S, era l. El "demonio marino" profiri el indio. El "Dios marino" le corrigi un indgena anciano, que acude en ayuda de los desposedos. La noticia lleg con extraordinaria celeridad a los botes esparcidos por la baha. Los pescadores se apresuraron a regresar a la goleta y a subir las lanchas a bordo. Se agolparon en torno al buzo, salvado por el "demonio marino", quien les repeta una y otra vez el relato, siempre aderezado con nuevos detalles. Record, por ejemplo, que el monstruo despeda llamas rojas por las fosas nasales, y sus dientes eran afilados y largos como los dedos de las manos; que mova las orejas, tena aletas laterales y larga cola a modo de remo. Pedro Zurita desnudo de medio cuerpo, en blanco calzn corto, calzando grandes zapatos a pie desnudo y cubierto con sombrero de paja, se paseaba por la cubierta prestando odo a las conversaciones. Cuanto ms se entusiasmaba el narrador, ms se persuada Pedro de que todo aquello era fruto de la imaginacin del buzo, inspirado por el susto que se llev al ver cmo se le vena encima el escualo. "Aunque, no poda ser todo de su cosecha, pues alguien le tena que haber rajado el vientre al tiburn: el agua se haba tornado, realmente, sanguinolenta. El indio miente, no cabe duda, pero en eso algo verdico hay. Qu historia tan extraa, maldita sea!" En ese preciso momento, las reflexiones de Zurita se vieron interrumpidas por el sonido

de la trompa, salido inesperadamente de allende la roca. Cual tremenda tronada, el sonido dej atnita a la marinera del "Medusa". El murmullo ces de inmediato, los rostros palidecieron. Aquellos hombres miraban, con supersticioso pavor, hacia donde se haba sentido el trompetazo. Cerca del peasco retozaba a flor de agua un cardumen de delfines. Uno de ellos se separ de los dems, dio un fuerte resoplido cual si respondiera a la seal de la trompeta, se dirigi veloz hacia la roca y desapareci tras los peascos. Transcurrieron varios instantes de angustiosa espera. De sbito, desde la cubierta de la goleta vieron cmo por detrs del peasco apareci el delfn. Sobre su lomo iba a horcajadas, como en brioso corcel, un extrao ser: el "demonio" recin descrito por el buzo. El monstruo tena cuerpo de hombre, enormes ojos semejantes a antiguos relojes de bolsillo, que relucan bajo los rayos solares cual faros de automvil; la piel era de delicado azul plateado, las manos, como las de las ranas: color verde oscuro, largos dedos y membranas entre ellos. De la rodilla para abajo las piernas iban hundidas en el agua, por lo que resultaba imposible apreciar si terminaban en forma de cola, o eran como las humanas. Aquel extrao ser sostena en la mano una larga caracola que hizo sonar de nuevo a modo de trompa, solt una alegre carcajada como cualquier humano, y grit de sbito en castellano puro: "Aprate, Leading, adelante!" Golpe cariosamente con su mano de rana el brillante lomo del cetceo y le espole, golpendole los costados con las piernas. El delfn, cual buen corcel, aceler la marcha. A los pescadores se les escap un grito. El inslito jinete se volvi, y al ver a la gente se desliz como una lagartija del delfn, ocultndose tras el cuerpo de ste. Slo se vio una mano verde que asom por encima del lomo y golpe al animal. El delfn, obediente, se sumergi junto con el monstruo. La extraa pareja describi un semicrculo bajo el agua y desapareci tras un arrecife... El inslito espectculo no dur ms de un minuto, pero los espectadores tardaron en recuperarse del asombro. Lo que se form en cubierta fue una autntica barahnda, los pescadores gritaban, corran con las manos a la cabeza. Los indios se hincaban de rodillas suplicando clemencia al Dios del mar. El joven mexicano subi, del susto, al palo de vela mayor y comenz a gritar. Los negros bajaron a la bodega y se acurrucaron en un rincn. Todo vena a indicar que la situacin no era la ms propicia para reanudar la faena. A Pedro y a Baltasar les cost un triunfo restablecer el orden. El "Medusa" lev anclas y puso proa hacia el Norte. ZURITA SUFRE UN REVS El capitn del "Medusa" baj al camarote para reflexionar sobre lo sucedido. Es para volverse loco! profiri Zurita, mientras se refrescaba la cabeza con un jarro de agua tibia. El monstruo marino habla un castellano perfecto! Qu significar esto? Una brujera? Una locura? Pero, no puede ser que se vea afectada simultneamente de locura toda la marinera. Es imposible, incluso, que dos personas tengan el mismo sueo. Pero todos hemos visto al "demonio marino". Eso es incuestionable. Y por inverosmil que pueda parecer, existe. Zurita volvi a refrescarse la cabeza con agua y la asom por la portilla, exponindola a la brisa. Sea como fuere prosigui algo ms tranquilo, ese monstruoso ser est dotado de razn y puede obrar con arreglo a la misma. Por lo visto, se siente tan bien bajo el agua, como en la superficie. Y, para colmo, habla castellano. Esto facilitar notablemente el entendimiento. Se le podra... quiero decir que se le podra cazar, domesticar y hacerle pescar ostras. Ese sapo, con su aptitud para vivir en el agua, podra reemplazar a todo un equipo de pescadores. Menudo negocio! A cada pescador, quirase o no, hay que darle la cuarta parte de la captura. Ese sapo, sin embargo, saldra gratis. Con l se podra hacer, en poco

tiempo, un capitalazo; ganar centenares de miles, millones de pesetas. Y Zurita dio rienda suelta a la imaginacin. Siempre haba soado con hacerse rico, buscando madreperlas donde nadie las pescaba. Zonas perlferas tan famosas como el Golfo Prsico, las costas occidentales de Ceiln, el Mar Rojo y las aguas australianas estaban demasiado lejos, adems, se venan explotando desde haca mucho tiempo. Probar suerte en el golfo de Mxico, el de California, la isla Margarita o...? La goleta de Zurita estaba demasiado tronada para realizar travesas hacia costas venezolanas, donde se criaban las mejores perlas americanas. Le faltaban pescadores. Total, el negocio requera ser ampliado, y al patrn le faltaba plata. Eso le oblig a limitarse a faenar en aguas argentinas. Pero ahora! Ahora podra enriquecerse en un ao. Slo necesitaba una cosa: cazar al "demonio marino". Sera el hombre ms rico de Argentina, tal vez, de Amrica. El dinero le desbrozar el camino al poder. El nombre de Pedro Zurita estara en boca de todo el mundo. Pero hay que ser muy comedido. Lo principal es saber guardar el secreto. Zurita subi al puente, reuni a la marinera hasta al cocinero y les dijo: Ustedes saben la suerte que corrieron quienes se aventuraron a difundir rumores sobre el "demonio marino"? Pues entrense: la polica los detuvo y estn en la crcel. Debo advertirles que lo mismo les suceder a cuantos se les ocurra jactarse de haber visto al "demonio marino". Irn a dar con sus huesos en el presidio. Entendido? Pues, bien, si no les ha hastiado todava la vida, olvdense del "demonio" y ni palabra. "Lo mismo, no se lo va a creer nadie. Se parece demasiado a un cuento" pens Zurita, mientras haca pasar a Baltasar a su camarote para confiarle el plan, y hacerle su nico confidente. Baltasar escuch atentamente al patrn y, tras breve pausa, repuso: S, sera fenmeno. El "demonio marino" valdra por centenares de buzos. No estara mal tener a nuestro servicio a ese "demonio". Pero, cmo cazarlo? Con red respondi Zurita. La cortar, igual que le raj el vientre al tiburn. Podemos encargar una metlica. Y quin lo va a cazar? A nuestros buzos les entra tembleque en cuanto les mencionas al "demonio". No se atreveran ni por un saco de oro. Baltasar, y t, te atreveras? El indio se encogi de hombros: Jams he cazado "demonios marinos". Se le podra acechar y, si es de carne y hueso, matarlo; eso no sera difcil. Pero usted lo necesita vivo. Baltasar, no le tienes miedo? Qu opinas del "demonio marino"? Qu puedo opinar del jaguar que sobrevuela los mares, o del tiburn que trepa a los rboles? A la fiera desconocida siempre se la teme ms. Pero me encanta cazar animales fieros. Te aseguro que la recompensa ser generosa. Zurita le estrech la mano y continu desarrollando su plan: Cuantos menos participen, mejor. Trata este asunto con los araucanos. Es gente valiente, ingeniosa. Si los nuestros no accedieran, busca entre otros. El "demonio" se mantiene junto a la orilla. Hay que localizar su guarida. As caer en la red con ms facilidad. Zurita y Baltasar se enfrascaron de lleno en el asunto. Por encargo del patrn se elabor una red de alambre, semejante a un enorme tonel sin fondo. En el interior del retel se colocaron redes de camo para que el "demonio" se enredara en ellas como en una telaraa. La tripulacin fue despedida. De toda la marinera del "Medusa" Baltasar slo consigui persuadir a dos araucanos para que participaran en la cacera del "demonio". A los otros tres los reclut en Buenos Aires. Decidieron acechar al "demonio" en la baha donde la tripulacin del "Medusa" lo vio por primera vez. Para no despertar sospechas del monstruo, la goleta ancl a varios

kilmetros del lugar previsto. Zurita y sus acompaantes se dedicaban a pescar, de vez en cuando, como si eso fuera el objetivo de su presencia. Simultneamente, tres de ellos se turnaban atalayando desde la orilla lo que suceda en la baha. Tocaba su fin la segunda semana, pero el "demonio" no apareca por parte alguna. Baltasar trab amistad con la gente costanera, rancheros indios a quienes venda pescado a bajo precio y, conversando con ellos sobre los avatares de la vida, les sonsacaba informacin acerca del "demonio marino". De esa forma el viejo indio se enter de que el lugar elegido para el acecho era el ms adecuado: muchos indios, de los que residan ms cerca de la costa, haban odo los trompetazos y detectado sus pisadas en la arena. Aseveraban que los talones del "demonio" eran como los humanos, pero los dedos, mucho ms largos. En ocasiones los indios advertan en la arena la impronta de su espalda, sola acostarse en la playa. El "demonio" no causaba dao alguno a los lugareos, y stos dejaron de prestar atencin a las huellas que l, de vez en vez, sola dejar, patentizando as su presencia. Pero nadie afirmaba haberlo visto. El "Medusa" permaneci en la baha dos semanas haciendo ver que pescaba. Durante esas dos semanas Zurita, Baltasar y los indios contratados no le quitaron ojo a la superficie del mar, pero el "demonio marino" no apareca. Zurita comenz a inquietarse. Era impaciente y avaro. Cada da costaba dinero y ese "demonio" se estaba haciendo esperar. Pedro comenz a vacilar. Si ese monstruo resulta ser sobrenatural, no se le va a poder cazar con ningn tipo de red. Y no slo eso, resultara riesgoso enfrentarse a un diablo como ese: Zurita era supersticioso. Qu hacer? Traer al "Medusa", por si acaso, un sacerdote con cruz y custodias? Pero eso supondra mayores gastos. O, tal vez, el "demonio marino" no sea demonio alguno sino un bromista, buen nadador, disfrazado de diablo para asustar a la gente? El delfn? Bah! Eso no significa nada, se le puede domar y adiestrar como a cualquier animal. No sera preferible abandonar esta empresa? Zurita prometi recompensar al primero que descubriera al "demonio", y decidi esperar varios das ms. Cual sera su alegra cuando, por fin, al comienzo de la tercera semana el monstruo apareci. Tras concluir la pesca diurna, Baltasar dej en la orilla una lancha llena de pescado y fue a visitar a un indio amigo que viva en un rancho cercano. A la maana siguiente la vecindad deba acudir a comprar el pescado. Pero al regresar vio que la lancha estaba vaca. Baltasar comprendi de inmediato que era una fechora del "demonio". "Ser posible que se haya zampado tanto pescado?" exclam sorprendido Baltasar. Aquella misma noche uno de los vigas indios oy el sonido de la trompa en la parte sur de la baha. Dos das despus, bien de maana, un joven araucano comunicaba que, al fin, haba conseguido localizar el "demonio". Este haba llegado con el delfn, pero no montado como la vez anterior, sino remolcado, asido de un ancho collar de cuero. Una vez en la baha, el "demonio" le quit el collar, golpe cariosamente al animal y se sumergi al pie de un acantilado. El delfn emergi y desapareci. Zurita escuch el relato del araucano, le agradeci el informe y, tras prometerle recompensa, profiri: Hoy, por el da, dudosamente salga el "demonio" de su madriguera. Debemos aprovecharlo para efectuar el reconocimiento del fondo. Quin se ofrece? Nadie quera descender al fondo y arriesgarse a verse cara a cara con el monstruo. Baltasar se adelant. Yo lo har! dijo tajante. Baltasar cumpli lo prometido. El "Medusa" segua anclado. Excepto los marineros de guardia, los dems desembarcaron y se dirigieron al acantilado de la baha. Baltasar se amarr una soga para que pudieran sacarlo si resultara herido, tom un cuchillo, sujet entre las piernas una piedra, y descendi al fondo.

Los araucanos esperaban impacientes su retorno con la mirada clavada en la mancha que se divisaba en las azuladas tinieblas del fondo, sobre el que proyectaban sus sombras las rocas. Transcurrieron cuarenta, cincuenta segundos, un minuto, pero Baltasar no retornaba. Al fin, le dio un tirn a la soga y lo sacaron a la superficie. Cuando cobr aliento, dijo: Un angosto paso conduce a una gruta. Est tan oscuro como en la panza de un tiburn. El "demonio marino" slo podr ocultarse en esa caverna. En torno a dicha entrada la roca es absolutamente lisa. Magnfico! exclam Zurita. Est oscuro, tanto mejor. Tenderemos nuestras redes y el pececito caer. Tan pronto se puso el sol, los indios bajaron las redes de alambre, sujetas con fuertes sogas, y las colocaron a la entrada de la gruta. Los cabos fueron amarrados a la orilla. Baltasar colg de las sogas unas campanillas cuyo sonido deba anunciar el mnimo contacto con las redes. Zurita, Baltasar y los cinco araucanos se sentaron en la orilla a la expectativa. En la goleta no haba quedado nadie. Oscureca rpidamente. Sali la Luna y su luz se reflej en la superficie del ocano. Imperaba la quietud y el silencio. La probabilidad de que, de un momento a otro, pudieran ver al extrao ser que infunda pavor a pescadores y buscadores de perlas, suscitaba inslita emocin en los presentes. El tiempo transcurra con extraordinaria lentitud. Los hombres comenzaban a dormitar. De pronto, sonaron las campanillas. Los agazapados se pusieron en pie de un salto, corrieron hacia las sogas y empezaron a jalar la red. Se senta evidentemente pesada. Algo se estremeca en ella, haciendo trepidar las cuerdas. El aparejo emergi, al fin, en la superficie. En l se retorca el cuerpo de un ser semihumano-semibestia. Bajo la plida luz lunar relucan unos enormes ojos y plateadas escamas. El "demonio" realizaba extraordinarios esfuerzos, tratando de liberar una mano que se le haba enredado. Habindolo conseguido, comenz a cortar vigorosamente la red con un cuchillo que llevaba colgado de una fina correa a la cintura. Intiles esfuerzos, no lo conseguirs! dijo bajito Baltasar, entusiasmado con la caza. Pero, qued pasmado al ver cmo el cuchillo superaba, con relativa facilidad, el obstculo que supona el alambre. El "demonio" ensanchaba con diestros golpes la abertura, mientras los pescadores se apuraban a sacar la red a la orilla. Ms fuerte! Arriba! Arriba! gritaba Baltasar. Pero en el mismo momento en que la presa pareca estar ya en sus manos, el "demonio" se desliz por la abertura y cay al agua, levantando un surtidor de relucientes salpicaduras, y desapareciendo en la profundidad. Los pescadores, desesperados, soltaron la red. Excelente cuchillo! Hasta el alambre corta! dijo Baltasar con evidente admiracin en la voz. Los herreros submarinos son ms expertos que los nuestros. Con la cabeza gacha, Zurita miraba el agua cual si se hubiera tragado todo su patrimonio. Alz luego la cabeza, dio un tirn al mostacho y pate el suelo con rabia. No, te equivocas! grit. Antes te pudrirs en tu gruta, que yo ceda. No escatimar dinero, traer buzos con escafandras, cubrir la baha de redes y trampas, pero no te escapars! Era valiente, perseverante y obstinado. No en vano corra por las venas de Pedro Zurita sangre de conquistadores espaoles. Adems, vala la pena. El "demonio marino" no result ser sobrenatural ni todopoderoso. Era, obviamente, de carne y hueso, como deca Baltasar. Eso significaba que poda ser cazado, encadenado y obligado a extraer, para Zurita, riquezas submarinas. Baltasar lo conseguir aunque el

mismo Neptuno salga en defensa del "demonio marino" con su tridente. DON SALVADOR Zurita comenz a poner en prctica su amenaza. Coloc en el fondo de la baha numerosas alambradas, tendi redes en todas las direcciones y puso trampas. Pero no caan ms que peces, el "demonio marino" pareca haberse esfumado. No volvi a aparecer, ni a dar seales de vida. En vano el delfn amaestrado se presentaba todos los das en la baha, buceaba y resoplaba, invitando a su inslito amigo a pasear. Su compadre no apareca y el delfn resoplaba disgustado y se retiraba mar adentro. El tiempo se estrope. Un viento oriental provoc oleaje en el ocano, las aguas de la baha se enturbiaron a consecuencia de la arena levantada del fondo. Las espumosas crestas de las olas ocultaban cuanto suceda en la profundidad. Resultaba imposible ver lo que pasaba bajo el agua. Zurita se pasaba las horas en la orilla mirando cmo se sucedan las enormes olas, cayendo cual enormes ruidosas cataratas, y cmo las capas inferiores se deslizaban espumantes por la arena hmeda, haciendo rodar guijos y conchas, hasta lamerle los pies. No, esto no puede ser deca Zurita. Hay que idear algo distinto. El "demonio" vive en el fondo del mar y no quiere salir de su madriguera. Esto significa que para capturarlo hay que ir a su guarida, bajar al fondo. Eso est clarsimo! Y dirigindose a Baltasar, quien haca una nueva y complicada trampa, le orden: Te vas inmediatamente a Buenos Aires, traes un par de trajes isotrmicos y botellas de oxgeno para la escafandra autnoma. La habitual, con suministro de aire por manguera, no sirve en este caso. El "demonio" podra cortar la manguera. Adems, la empresa podra requerir un pequeo viaje submarino. No te olvides de traer linternas. Se propone hacerle una visita al "demonio"? inquiri Baltasar. Contigo, viejo, no faltaba ms. Baltasar asinti y parti. A su regreso no slo trajo los isotrmicos y las linternas, sino un par de puales curvos de bronce. Ahora ya nadie sabe hacerlos dijo. Son antiguos cuchillos araucanos. Con ellos mis antepasados rajaban a los blancos, a los antepasados de usted, con perdn sea dicho. A Zurita la digresin histrica no le hizo ninguna gracia, pero celebr la idea de los puales. T siempre tan precavido, Baltasar. Al da siguiente, de madrugada, pese al fuerte oleaje, Zurita y Baltasar se pusieron los trajes isotrmicos y descendieron al fondo del mar. Tuvieron que trabajar duro para retirar las redes que obstruan la salida de la gruta submarina, y colarse por la angosta entrada. En la caverna la oscuridad era absoluta. Tras haber tocado fondo y desenvainado el cuchillo, los buzos encendieron las linternas. Los pececitos al ver la luz se espantaron, pero pronto se vieron atrados por las linternas, retozando en su azulado haz cual enjambre de insectos. Zurita los alejaba con la mano: el resplandor de las escamas lo ofuscaba. Era una gruta bastante espaciosa, no menos de cuatro metros de altura y cinco o seis de anchura. Los buzos examinaron minuciosamente hasta el ltimo rincn. Estaba deshabitada. Slo algunos bancos de pequeos peces que, seguramente, hallaron all amparo del fuerte oleaje y de los peces voraces. Zurita y Baltasar avanzaron con suma precaucin y prudencia. La gruta iba estrechndose. De pronto, Zurita se detuvo perplejo. La luz de la linterna arranc de la oscuridad una fuerte reja de hierro que les cerraba el paso.

Zurita no poda dar crdito a lo que estaba viendo. Se asi de los gruesos barrotes e intent sacudirlos, tratando de abrir o, por lo menos, retirar el obstculo. Pero la reja no ceda. Al volver a alumbrar. Zurita se persuadi de que la reja estaba bien asegurada en los labrados muros de la gruta, tena goznes y cierre interno. Un nuevo enigma. El "demonio marino" no slo debe ser racional, sino extraordinariamente dotado. Ha sabido adiestrar al delfn, conoce la elaboracin de metales. Adems, ha creado en el fondo del mar fuertes obstculos de hierro que protegen su guarida. Pero todo eso resulta inverosmil, pues no ha podido forjar el hierro bajo el agua. Esto ha de significar que no vive en el agua o, por lo menos, sale de ella por largos espacios de tiempo. Zurita senta que las sienes le martillaban cual si en el casco de buzo faltara oxgeno, y eso que haca tan solo varios minutos que se hallaba sumergido. Le hizo una seal a Baltasar, salieron ambos de la gruta ya no tenan nada que hacer all, y emergieron. Los araucanos, que con tanta impaciencia los esperaban, se alegraron extraordinariamente al ver a los buzos sanos y salvos. Tras despojarse del casco y cobrar aliento, Zurita inquiri: Dime, Baltasar, qu opinas de esto? El araucano hizo un gesto de desaliento: Le dir que vamos a tener que esperar sentados aqu mucho tiempo. El "demonio" seguramente se alimentar de peces, y all abundan. Por hambre no conseguiremos hacerle salir de la gruta. Lo nico que podramos hacer sera dinamitar la reja. No crees que la gruta puede tener dos salidas: una submarina a la baha, y otra, a tierra firme? Baltasar no haba pensado en eso. Hay que reflexionar. Cmo no se nos habr ocurrido antes explorar los alrededores? Decidieron rectificar el error. En su recorrido por la costa, Zurita dio con un alto muro de piedra blanca que circundaba vasto predio, unas diez hectreas. Zurita rode el muro de fbrica y no pudo encontrar ms que un portn, de gruesas planchas de hierro, con postigo, tambin de hierro y provisto de cierre interno. "Debe ser una crcel o una fortaleza pens Zurita. Que extrao. Los granjeros no suelen construir muros tan gruesos y altos. El muro es ciego, sin aberturas ni grietas, por las que se pueda atisbar lo que sucede en el interior." A muchos kilmetros a la redonda no hay un alma: el paraje es triste, est sembrado de rocas grises entre las que suelen aparecer escasos arbustos espinosos y cactos. Y abajo, la baha. Zurita anduvo varios das alrededor de aquellos muros, manteniendo fundamentalmente una actitud expectante respecto al portn. Pero nadie entr ni sali. Lo ms curioso era que del interior no llegaba sonido alguno. Tan pronto regres al "Medusa", Zurita llam a Baltasar y le pregunt: Quin vive en la fortaleza que preside la baha? He indagado entre los braceros de las granjas. El dueo de esa fortaleza es Salvador. Quin es ese Salvador? Un Dios respondi Baltasar. A Zurita se le arquearon, de asombro, sus pobladas y negras cejas. Siempre con tus bromas, Baltasar. El indio esboz una leve sonrisa. Slo digo lo que he odo. Muchos indios le consideran una divinidad, su salvador. Y de qu los salva? De la muerte. Dicen que es omnipotente, que hace maravillas. Salvador tiene en sus

manos los hilos de la vida y de la muerte. A los cojos les pone nuevas piernas piernas vivas, a los invidentes les devuelve vista de guila, y hasta consigue resucitar a muertos. Maldicin! rezong Zurita, retorcindose el mostacho hacia arriba. En la baha, el "demonio marino"; en el acantilado que domina la baha, un "dios". Baltasar, no te parece que el "demonio" y el "dios" se las entienden y se ayudan mutuamente? Lo que me parece es que deberamos largarnos de aqu lo ms pronto posible, antes de que nuestros sesos se coagulen, como la leche cuajada, a causa de tantas maravillas. Ha visto personalmente a alguno de los curados por Salvador? S, lo he visto. Me mostraron a un hombre que tena una pierna fracturada y, tras haber sido tratado por Salvador, corre como un mustango. He visto tambin a un indio resucitado por Salvador. Todo el poblado dice que cuando se lo llevaron era cadver, estaba fro, con el crneo abierto y los sesos al aire. Sin embargo, regres vivo y alegre. Contrajo matrimonio con una bella joven. Tambin he visto hijos de indios... Entonces, Salvador recibe a gente extraa? Slo a indios. Y ellos acuden desde los ms lejanos confines: Tierra de Fuego, Amazonas, y hasta desde los desiertos de Atacama y Asuncin. Habiendo recibido esta informacin por boca de Baltasar, Zurita decidi viajar a Buenos Aires. All se enter de que Salvador atenda exclusivamente a indios, entre los que se haba granjeado fama de taumaturgo. Al sondear en el mbito de la medicina, Zurita supo que Salvador era un cirujano genial, pero muy extravagante, como suele suceder con los superdotados. En los medios cientficos del Viejo y el Nuevo Mundo Salvador era harto conocido. En Amrica atesor celebridad con sus audaces intervenciones quirrgicas. Cuando el enfermo estaba desahuciado y los mdicos se negaban a operarlo, recurran a Salvador. El jams rehusaba. Su ingeniosidad y audacia eran ilimitadas. Durante la guerra imperialista acudi al lado de Francia, practicando casi exclusivamente operaciones craneanas. Son muchos los millares de hombres que le deben su salvacin. Concertada la paz, regres a la patria, a la Argentina. La prctica y afortunados negocios con tierras le proporcionaron fabulosa fortuna. Adquiri vastas tierras en las proximidades de Buenos Aires, las cerc con enorme muro una de sus rarezas, y, all instalado, abandon la prctica. Se dedic exclusivamente a la labor cientfica en su laboratorio. Ahora reciba y atenda nicamente a indios, quienes lo consideraban un dios venido del cielo. Zurita logr enterarse de otro detalle relacionado con la vida de Salvador. Donde actualmente se hallan las vastas posesiones de ste, antes de la guerra se encontraba una modesta casita con jardn, tambin cercada con un alto muro de fbrica. Mientras Salvador estuvo en la guerra, cuidaron la casita un negro y varios enormes mastines. Los insobornables guardianes no permitieron entrar a nadie en el patio. ltimamente Salvador se rode de un ambiente ms misterioso todava. No recibe ni a los compaeros de estudios en la universidad. Tras reunir toda esa informacin Zurita resolvi: "Salvador, como mdico, no tiene derecho a negarle asistencia a un enfermo. Acaso no puedo enfermar? Pretextando una enfermedad penetrar en el predio de Salvador, y despus ya veremos." Zurita se dirigi al portn de hierro, que guardaba el acceso a las posesiones del galeno, y comenz a llamar. Lo hizo larga y obstinadamente, pero nadie le abri. Entonces mont en clera, cogi el canto ms grande que estaba a mano y le entr a golpes al portn. El ruido que levant poda haber despertado a muertos. Se oyeron lejanos ladridos y, al fin, se entreabri la mirilla en el postigo. Qu quiere? indag alguien en un castellano inteligible, pero evidentemente defectuoso. Soy un enfermo, abra sin demora respondi Zurita.

Los enfermos no llaman as objet con serenidad la misma voz, y en la mirilla apareci un ojo. El doctor no recibe. No tiene derecho a negarle asistencia a un enfermo profiri Zurita acalorado. La mirilla se cerr y los pasos se alejaron. Los mastines seguan ladrando desesperadamente. Zurita agot todos los improperios habidos y por haber y regres a la goleta. Presentar una querella contra Salvador en Buenos Aires? No surtira efecto alguno. La ira cegaba a Zurita. Su negro mostacho corra serio peligro, pues le estaba dando tirones de rabia a cada momento hasta dejarlo con las puntas cadas como la aguja del barmetro cuando cae la presin. Paulatinamente se ha ido tranquilizando y comenz a reflexionar sobre lo que debera emprender en lo sucesivo. A medida que las ideas se iban armonizando, sus dedos tostados por el sol retorcan las puntas del bigote hacia arriba. La aguja del barmetro ascenda. Por fin subi al puente y, sin que nadie lo esperara, orden levar anclas. El "Medusa" puso proa hacia Buenos Aires. Bueno profiri Baltasar. Cunto tiempo hemos perdido en balde. Que el diablo se lleve al "demonio" y a ese "dios" con l! LA NIETA ENFERMA El sol achicharraba despiadadamente. Por un polvoriento camino entre trigales, maizales y avenales caminaba un indio viejo y laso. El hombre iba vestido de andrajos y llevaba en brazos una criatura enferma, a la que protega contra el sol con una vetusta frazada. La criatura tena los ojos casi cerrados y en su cuello apareca un enorme tumor. De vez en vez, cuando el anciano tropezaba, se oa un ronco gemido y la pequea entreabra los ojos. En esos instantes el anciano se detena y le soplaba con ternura el rostro para refrescrselo. Lo principal es que llegue viva! murmur el anciano, y apret el paso. Al verse ante el portn de hierro, el indio pas la criatura al brazo izquierdo y golpe con el derecho cuatro veces el portn. La mirilla se entreabri, apareci un ojo, rechinaron los cerrojos y se abri el postigo. El indio cruz el umbral con timidez. Una vez dentro, se encontr frente a un negro cano, en bata blanca. Vengo a ver al doctor con esta criatura enferma dijo el visitante. El negro asinti en silencio, cerr el postigo y le hizo una sea para que lo siguiera. El forastero mir alrededor. Se hallaban en un pequeo patio, pavimentado con anchas losas, cercado por un lado con el alto muro exterior y, por el otro, con un muro ms bajo que lo separaba de la parte interior de la hacienda. Se adverta la absoluta ausencia de vegetacin, como si fuera el patio de una crcel. En un rincn, junto a la puerta del segundo muro, haba una casa blanca con grandes ventanales. Al pie de sta, en el mismo suelo, estaba sentado un grupo de indios: hombres y mujeres. Muchos de ellos con nios. Casi todos los pequeos tenan aspecto sano. Unos jugaban con conchas a pares y nones, otros luchaban en silencio: el negro de cabello blanco se ocupaba de que no alborotaran. El indio se sent sumiso a la sombra de la casa y comenz a soplar el rostro impasible y ya amoratado de la criatura. Sentada a su lado estaba una india vieja con una pierna abotagada. Al ver a la nia en brazos del hombre, pregunt: Es hija de usted?; Nieta repuso el indio. La anciana movi compasiva la cabeza y profiri:

El espritu del pantano penetr en su cuerpo. Pero l es ms fuerte que todos los espritus del mal. El sacar, expulsar de su cuerpo al espritu del pantano y su nieta sanar. El indio asinti. En ese momento, el negro de bata blanca que recorra con la vista los enfermos, se fij en la criatura del indio y le indic a ste la puerta de la casa. El viejo entr en una espaciosa pieza con el piso de losas. En el centro haba una larga y estrecha mesa, cubierta con sbana blanca. Se abri la segunda puerta, de cristales opacos, y entr el doctor Salvador. Era un hombre alto, ancho de espaldas, de tez morena. Excepto las cejas y las pestaas negras, en la cabeza de Salvador no haba un solo pelo. Por lo visto se rasuraba regularmente la cabeza, pues la tena tan tostada como la cara. La nariz, ms bien grande y aguilea, el mentn agudo, algo prominente, y los labios finos y apretados le concedan al rostro una expresin cruel, incluso rapaz. La mirada de sus ojos castaos era glacial. Bajo esa mirada el indio se sinti cohibido. El viejo hizo una profunda reverencia y le entreg la nia. Salvador con un ademn rpido, firme y al mismo tiempo cuidadoso tom a la nia enferma, le quit los harapos que llevaba y los lanz, con agilidad, a una caja situada en el rincn ms prximo. El indio quiso recuperar los andrajos, pero fue detenido resueltamente por Salvador: Deja eso! Acost a la nia en la mesa y se inclin sobre ella. El perfil del doctor le sugiri sbitamente al indio la imagen de un cndor sobre un pajarito. Salvador comenz a tentar el tumor en el cuello de la nia. Aquellos dedos tambin impresionaron al indgena. La impresin era que sus articulaciones podan doblarse no slo hacia abajo, sino en todas las direcciones. El indio, que no era de los medrosos, deba esforzarse para impedir que aquel hombre tan incomprensible le infundiera miedo. Magnfico. Estupendo deca Salvador, cual si le tuviera admirado el tumor, mientras segua tentndolo por todas partes. Concluido el examen, Salvador dijo al indgena: Ahora estamos en Luna nueva. Ven dentro de un mes, en la siguiente Luna nueva, y podrs recoger a tu nia ya sana. Se llev a la criatura tras la puerta de vidrio, donde estaban el bao, el quirfano y las salas para enfermos. El negro ya introduca en el recibidor a un nuevo paciente, era la anciana de la pierna enferma. El indio hizo una profunda reverencia hacia la puerta de vidrio, que se haba cerrado tras Salvador, y sali. Pasaron exactamente veintiocho das y la puerta de vidrio volvi a abrirse. En el vano de la puerta estaba la nia sana, con excelente color de cara y luciendo un vestido flamante. Mir temerosa al abuelo. El indio corri hacia ella, la tom en brazos, la bes y se apresur a examinarle la garganta. Del tumor no haba quedado ni rastro. Una pequea cicatriz rosada, casi imperceptible, era el nico indicio de la operacin. La nia rechazaba al abuelo, empujndolo con las manos, y hasta grit cuando la bes, hirindola con su barba de varios das. Tal era el disgusto de la criatura que debi bajarla de los brazos, no tuvo otro remedio. Tras la nia apareci Salvador. Esta vez esboz una sonrisa y, acariciando a la pequea, profiri: Aqu tienes a tu nia. Debo decirte que la has trado a tiempo, muy oportunamente. Varias horas ms, y ni yo la habra podido salvar. El rostro del anciano se cubri de arrugas, los labios le comenzaron a temblar y las lgrimas corrieron por sus mejillas. Volvi a estrechar a la nia entre los brazos, se hinc de rodillas ante Salvador y, con la voz entrecortada por el llanto, dijo: Usted ha salvado a mi nieta. Pero, qu recompensa podr ofrecerle un indio pobre como yo que no sea su propia vida?

Para qu quiero tu vida? dijo asombrado Salvador. Soy viejo, pero an estoy fuerte prosigui el indgena sin levantarse del suelo. Llevar la nieta a su madre mi hija y regresar. Quiero poner a su disposicin el resto de mi vida por el bien que me ha hecho. Le servir con fidelidad perruna. Le ruego, no me niegue esa caridad, le suplico. Salvador permaneci un instante pensativo. Era sumamente cauteloso a la hora de elegir los criados y sobre todo cuando eran desconocidos, como en este caso. Quehaceres sobraban, Jim no daba abasto en el jardn. Este indio podra servir, aunque el doctor habra preferido un negro. Me regalas tu vida y me pides, como una caridad, que te admita el regalo. Bien. Puedes considerar tu ilusin realizada. Cundo podrs venir? Estar aqu antes de que concluya el primer cuarto de Luna respondi el indgena, besando la punta de la bata de Salvador. Cmo es tu nombre? El mo...? Cristo. Cristbal. Vete, Cristo. Te esperar. Vmonos, nieta! dijo Cristo a la nia, tomndola nuevamente en brazos. La chiquilla rompi a llorar y el indgena se apresur a abandonar la hacienda. EL JARDN MARAVILLOSO Cuando al cabo de una semana Cristo se present, Salvador le clav una mirada inquisitiva y profiri: Cristo, quiero que escuches atentamente lo que voy a decirte. Vas a laborar en mi hacienda. Tendrs manutencin completa y retribucin generosa. Cristo protest con vehemencia: Nada necesito, me basta con poder servirle a usted. Cllate y escucha prosigui Salvador. Tendrs de todo. Pero te exigir una cosa: no contars a nadie lo que aqu veas. Antes me cortar la lengua y se la echar a los perros. De mi boca no saldr una palabra. Cuidado, no vaya a ocurrirte esa desgracia le advirti Salvador. Llam al negro de bata blanca y le orden: Acompalo al jardn y ponle en manos de Jim. El negro mostr su obediencia con una leve reverencia, sac al indio de la casa blanca, le hizo cruzar el patio ya familiar para Cristo y llam a la puerta de hierro del segundo muro. Del otro lado del muro llegaron ladridos, chirri la puerta al abrirse lentamente, el negro empuj a Cristo al jardn, le grit algo gutural a otro africano que estaba en el interior, y se fue. Del susto que se llev, Cristo se peg al muro: hacia l corran unas fieras rojizas con manchas oscuras, que jams haba visto, cuyos ladridos parecan, ms bien, rugidos. Si se las hubiera encontrado en la pampa habra credo que eran yaguares, pero las fieras que corran hacia l ladraban. En este preciso instante a Cristo le era indiferente qu tipo de bestias se le venan encima. Sali corriendo hacia el rbol ms prximo y trep a su copa con una agilidad insospechable. El negro les silb como una cobra enfurecida, y los par en seco. Dejaron de ladrar, se acostaron con la cabeza sobre las patas delanteras, mirando de soslayo al negro. El africano volvi a silbar, pero esta vez se diriga a Cristo, invitndole con seas a que bajara del rbol. Por qu silbas como una serpiente? le dijo Cristo, sin abandonar su refugio. Te has tragado la lengua? El negro se limit a dar, por respuesta, un rabioso bufido.

"Debe ser mudo" pens el indio, y record la advertencia de Salvador. Ser posible que les corte la lengua a los criados que revelen sus secretos? Tal vez a ese negro le hayan cortado la lengua... Tanto miedo le entr que por poco se cae del rbol. Quiso salir corriendo de all a toda costa y lo antes posible. Calcul la distancia que mediaba entre el rbol en que se encontraba y el muro. Pero, no, no podra saltarla... Entretanto, el negro se haba acercado al rbol y, habindole agarrado del pie, trataba de hacerle bajar. No quedaba otro remedio, haba que obedecer. Cristo salt del rbol, esboz la sonrisa ms cordial que pudo, le tendi la mano e inquiri amistoso: Jim? El negro asinti. Cristo le estrech vigorosamente la mano al africano. "Si uno cae en el infierno, hay que hacer migas con los diablos" pens, pero en voz alta dijo: Eres mudo? No obtuvo respuesta. Qu pasa, no tienes lengua? El negro segua callado. "Cmo ingenirmelas para verle la boca?" pens Cristo. Pero, por lo visto, Jim no se propona dialogar ni recurriendo a la mmica. Asi a Cristo de la mano, lo llev al lado de las fieras pelirrojas y algo les silb. Los animales se levantaron, oliscaron a Cristo y se retiraron tranquilos. El indgena sinti gran alivio. Jim hizo una sea con la mano y se llev a Cristo a realizar un recorrido por el jardn con el fin de familiarizarle. En comparacin con el triste patio, pavimentado con losas, el jardn asombraba con su exuberante vegetacin y abundancia de flores. El jardn se extenda hacia el Este, acusando un leve declive en direccin del mar. Los caminos cubiertos de rosadas conchas trituradas partan, a modo de radios, en diversas direcciones. Por la vera de los senderos crecan exticos cactos y jugosas pitas de color verde azulado, enormes panculas exhiban infinidad de flores de un verde amarillento. Olivares y melocotonares protegan con su sombra espesa hierba con abigarradas y vistosas flores. Entre el verdor de las praderas aparecan relucientes estanques, ribeteados con piedra blanca. Altos surtidores refrescaban el ambiente. El jardn estaba lleno de gritos, cantos y trinos de aves; de rugidos, chillidos y gaidos de animales. Jams haba visto Cristo tan inslitos animales; y no era extrao, pues los que poblaban aquel jardn eran realmente raros. Haciendo alarde del brillo cobrizo-verdoso que producan sus escamas, cruz el camino un lagarto sextpedo. De un rbol penda una serpiente bicfala. El reptil produjo un silbido tan feroz con sus dos bocas rojas que Cristo, asustado, tuvo que dar un salto para esquivar el ataque. El negro le respondi con otro silbido ms fuerte y rabioso todava, y la serpiente tras agitar ambas cabezas se desliz del rbol y desapareci en el caaveral. Otra larga culebra se baj del camino apoyndose en dos patas. Tras una red metlica grua un cerdito. Este fij en Cristo la mirada de un solo ojo enorme, ubicado en el mismo centro de la frente. Dos enormes ratas blancas, unidas entre s por el costado, corran constituyendo un monstruo bicfalo y octpedo. A instantes ese doble ser luchaba consigo mismo: la rata de la derecha tiraba para su lado, y la de la izquierda, para el suyo, exteriorizando ambas su descontento con chillidos. Pero siempre se impona la de la derecha. Cerca del camino pacan "siameses": dos corderos unidos tambin por el costado, con la diferencia de que stos no se peleaban como las ratas. Entre ellos, por lo visto, exista absoluta afinidad en lo relativo a la voluntad y a los deseos. Haba un monstruo, objeto de particular asombro para Cristo: un gran perro rosado, completamente desnudo, en cuyo lomo cual si saliera del cuerpo del can apareca una monita que no tena ms que pecho, brazos y cabeza. El perro se acerc a Cristo meneando la cola. La monita, a su vez, mova la cabeza, los

brazos, le daba cariosas palmadas al perro en el lomo, con el que constitua un todo nico, y gritaba mirndole a Cristo. El indio hurg en el bolsillo, sac un terrn de azcar y se lo tendi a la mona. Pero alguien le desvi el brazo. A sus espaldas oy un silbido. Cristo se volvi y vio a Jim. El viejo negro, valindose de gestos y ademanes, le explic que a la mona no se la poda alimentar. En ese preciso instante, un gorrin con cabeza de cotorra le arrebat de los dedos el terrn de azcar y desapareci tras unos arbustos. En un lugar alejado de la pradera muga un caballo con cabeza de vaca. Por el campo galopaban dos llamas luciendo hermosas colas de caballo. Desde el csped de la pradera, desde matorrales y ramas de rboles miraban a Cristo fieras, aves y reptiles inslitos: perros con cabezas felinas, gansos con cabezas de gallo, jabales con cornamenta, avestruces con pico de guila, carneros con cuerpo de puma... A Cristo todo esto le pareca una pesadilla. Se frotaba los ojos, se refrescaba la cabeza con el agua fra de los surtidores, pero nada de eso le reconfortaba. En los estanques vio culebras con cabeza de pez y branquias, peces con patas de rana, y enormes sapos con cuerpo de lagarto... Y Cristo de nuevo quiso huir. De esas reflexiones le sac el impacto causado por el lugar adonde le haba conducido Jim. Era un campo cubierta de arena en medio del cual, rodeada de palmeras, apareca una villa de mrmol blanco estilo mudejar. Los espacios entre los troncos de las palmeras permitan ver arcos y columnas; surtidores de bronce en forma de delfines vomitando chorros de agua a transparentes estanques, en los que retozaban peces dorados. La fuente principal, ubicada ante el frontispicio, representaba a un joven a horcajadas sobre un delfn, imitando al mtico Tritn, con una retorcida caracola en los labios. Tras la villa haba varias estructuras residenciales y servicios, y ms all se extendan espesas plantaciones de cactos espinosos que terminaban en un muro blanco. "Otro muro!" pens Cristo. Jim le mostr una pieza fresca y acogedora. Le explic con gestos que sera su habitacin en lo sucesivo, y se retir. EL TERCER MURO Paulatinamente Cristo fue habitundose a aquel inslito mundo. Las fieras, aves y reptiles que vivan en el jardn estaban bien adiestradas. Con algunas de ellas incluso hizo amistad. Los perros con piel de yaguar, que tanto le asustaron el primer da, ahora eran sus mejores amigos, le laman las manos y lo acariciaban. Las llamas le admitan el pan de la mano. Los loros se le posaban en el hombro. Las fieras y el jardn estaban atendidos por doce negros, tan callados o mudos como Jim. Cristo jams los oy conversar entre s. Cada uno de ellos haca en silencio su trabajo. Jim vena a ser algo as como su capataz. Los vigilaba y les distribua las obligaciones. Cristo inesperadamente para l mismo fue designado ayudante de Jim. No estaba sobrecargado de trabajo, y la manutencin era excelente. Es decir, no tena motivos para lamentarse de su vida. Slo una cosa le inquietaba: el siniestro silencio de los negros. Estaba seguro de que Salvador les haba cortado a todos la lengua. Las raras veces que Salvador requera la presencia de Cristo, el indgena siempre pensaba: "Va a cortarme la lengua". Pero el indio perdi muy pronto el miedo por su lengua. En cierta ocasin Cristo se top con Jim dormido a la sombra de un olivo. El negro yaca supinado, con la boca abierta. Cristo aprovech la ocasin para aproximarse sigilosamente y mirarle la boca al dormido. Esto le persuadi de que el viejo africano tena la lengua en su sitio, y lo tranquiliz en cierta medida. Salvador distribua rigurosamente su jornada laboral. De siete a nueve de la maana reciba a indios enfermos, de nueve a once operaba, luego se retiraba a la villa y se entregaba al trabajo cientfico en el laboratorio. Practicaba operaciones a animales,

estudiando posteriormente los resultados con la mxima minuciosidad. Cuando conclua el perodo de observacin, Salvador enviaba a los animales al jardn. Haciendo la limpieza a veces en la casa. Cristo sola entrar en el laboratorio. Cuanto vea all era para l asombroso. En tarros de vidrio, con ciertas soluciones, latan diversos rganos. Brazos y piernas amputadas seguan viviendo. Y cuando esas extremidades vivas, separadas del cuerpo, se enfermaban Salvador las curaba, restableciendo en ellas la vida que tenda a extinguirse. A Cristo todo esto le infunda espanto. Prefera estar entre los monstruos en el jardn. Pese a la confianza que Salvador le evidenciaba al indio, Cristo no se atreva a cruzar el tercer muro. Pero la curiosidad pudo ms. Un medioda, cuando el personal dorma la siesta, el indgena se acerc furtivamente al muro. Del otro lado llegaban voces de nios: consegua distinguir algunas palabras de la lengua que usaban los indios. Pero, a veces, entre las voces pertenecientes a nios, se distinguan otras ms finas, chillonas, cual si discutieran con los nios y hablasen un lenguaje incomprensible. En cierta ocasin, Salvador tropez accidentalmente con Cristo en el jardn y, mirndole como de costumbre de hito en hito, profiri: Cristo, hace un mes que trabajas en mi hacienda y me agrada tu laboriosidad. En el jardn de abajo se ha enfermado uno de mis criados. T sers quien lo supla. Vers all infinidad de cosas nuevas. Pero ten bien presente mi condicin: no te vayas de la lengua, si no quieres perderla. Doctor, con sus mudos ya he perdido casi el hbito de hablar repuso Cristo. Tanto mejor. Callar es ganar. Si sigues callando ganars muchos pesos de oro. Dentro de semanas espero poder curar a mi criado enfermo. A propsito, conoces bien los Andes? Soy de la cordillera, seor. Magnfico. Necesito ms animales y aves. Vendrs conmigo. Y ahora vete. Jim te acompaar al jardn inferior. Cristo se haba habituado ya a muchas rarezas, pero lo que vio en el jardn inferior estaba por encima de cuanto pudiera imaginarse. En una vasta pradera baada de sol retozaban monos y nios desnudos. Eran nios de diversas tribus indias. Haba entre ellos algunos muy chiquitos: unos tres aos, el mayor tendra doce. Muchos de ellos haban sido sometidos a serias intervenciones quirrgicas y le deban la vida a Salvador. El perodo de convalecencia lo pasaban jugando y correteando por el jardn y, luego, cuando se reponan venan sus padres y los recogan. Adems de los nios all vivan monos sin cola y sin un solo pelo en todo su cuerpo. Lo ms asombroso era que todos los monos unos mejor, otros peor saban hablar. Discutan con los nios, peleaban, chillaban con sus finas vocecitas. Lo fundamental era que convivan pacficamente y se peleaban con ellos igual que los mismos nios entre s. Haba momentos en que Cristo no poda distinguir si eran monos autnticos o personas. Cuando recorri el jardn. Cristo advirti que era menor que el superior, tena el declive ms spero y terminaba en el mismo acantilado de la baha. El mar deba estar muy cerca de este muro, pues se oa el rumor de la marejada. Varios das despus Cristo examin la roca y se persuadi de que era artificial. Otro muro ms, el cuarto. Entre la espesura de glicinia Cristo descubri una puerta de hierro gris, pintada del color de la roca, hacindola esto totalmente imperceptible. Cristo prest odo. De detrs de la roca no llegaba un solo ruido, excepto el producido por la marejada. Adonde conducira tan angosta puerta? A la orilla del mar? De sbito se oy tremenda algaraba. Los chiquillos gritaban mirando al cielo. Cristo alz la vista y vio un pequeo globo rojo, de los que usan los nios para jugar, que sobrevolaba lentamente el jardn. El viento se lo llevaba hacia el mar. El globo de nio que pas sobre el jardn inquiet en sumo grado a Cristo. No hallaba

sosiego. Tan pronto el criado enfermo se repuso. Cristo fue a ver a Salvador y le dijo: Doctor, pronto partiremos para los Andes, lo ms seguro, para mucho tiempo. Permtame ir a ver a mi hija y a mi nieta. A Salvador no le gustaba cuando los criados salan del patio, por eso prefera a la gente sin familia. Cristo aguard en silencio, mirando a los ojos de Salvador. Este le espet una glida mirada y le record: Ten presente mi condicin. Cudate la lengua! Vete. No tardes ms de tres das. Esprate! Salvador se retir a otra pieza y regres con un saquito de gamuza, en el que sonaban monedas de oro. Es para tu nieta. Y para t por guardar silencio. EL ASALTO Baltasar, si esta vez no aparece renunciar a tus servicios y contratar a gente ms despierta y segura dijo Zurita, tirando impaciente del mostacho. El capitn llevaba traje blanco y sombrero. Se haba dado cita con Baltasar en las afueras de Buenos Aires, donde terminaba la vega cultivada y comenzaba la pampa. Baltasar usaba blusa blanca y pantaln azul a rayas. Estaba sentado a la vera del camino sin decir palabra, tal era su turbacin. El mismo comenzaba a arrepentirse de haber enviado a su hermano Cristo a espiar la hacienda de Salvador. Cristo le llevaba a Baltasar diez aos y segua, no obstante, tan fuerte y gil. Su astucia era comparable con la del gato pampero. Sin embargo, no se le poda considerar confiable. Quiso dedicarse a la agricultura, pero se le antoj tedioso. Luego abri una taberna en el puerto y se arruin, el vino lo perdi. A partir de entonces se dedic a los negocios ms sucios, poniendo en juego su excepcional astucia y, a veces, hasta la perfidia. Era el tipo de hombre ms idneo para el espionaje, pero no ofreca confianza. Por conveniencia poda traicionar hasta a su propio hermano. Y Baltasar, consciente de eso, se preocupaba tanto como Zurita. Ests seguro de que Cristo vio el globo que le soltaste? Baltasar se encogi vagamente de hombros. Su deseo era acabar cuanto antes esta empresa, irse a casa, mojarse el gaznate con sangra fra y acostarse temprano a dormir. Los ltimos rayos del sol poniente iluminaron nubes de polvo levantadas tras una lomita. Simultneamente se oy un agudo silbido muy prolongado. Baltasar se sobresalt. Ah viene! Por fin! Cristo se diriga a ellos con paso ligero. Ya no era aquel indio viejo y extenuado. Volvi a repetir el silbido con bizarra, se acerc y salud a Baltasar y a Zurita. Bueno, qu, has visto al "demonio marino"? inquiri Zurita. Todava no, pero est all. Salvador guarda a ese "demonio" tras cuatro muros. Lo principal est hecho: yo sirvo en casa de Salvador y gozo de su absoluta confianza. El truco de la nieta enferma me sali a pedir de boca Cristo se ech a rer, entornando los ojos con picarda. Cuando san estuvo a punto de estropearme el asunto. Yo, como buen abuelo, la abrazaba y besaba y ella, la bobita, comenz a desasirse y por poco rompe a llorar. Cristo volvi a rer satisfecho. Dnde has encontrado esa nieta? inquiri Zurita. Buscar dinero es difcil, nias no tanto repuso Cristo. La madre qued contenta. Yo recib cinco pesos, y ella la hija sana. El hecho de haber recibido de Salvador un buen saquito de monedas de oro prefiri callrselo. Darle ese dinero a la madre de la nia, ni pensaba.

La hacienda de Salvador es una maravilla. Un autntico zoo. Y Cristo comenz a explayarse sobre lo visto. Todo eso es muy interesante profiri Zurita prendiendo un puro, pero no has visto lo principal: el "demonio". Qu piensas hacer ahora. Cristo? Ahora? Emprender una pequea excursin a los Andes. Y Cristo cont que Salvador se propona organizar una cacera. Excelente! exclam Zurita. La hacienda de Salvador se halla alejada de los poblados. Durante la ausencia del doctor la asaltaremos y nos llevaremos al "demonio marino". Cristo movi renuente la cabeza. Los jaguares les arrancaran la cabeza antes de que pudieran encontrar al "demonio". Aunque ni con cabeza lo habran encontrado, si yo mismo no he podido dar con l. Entonces, atiende aqu tras una breve reflexin, profiri Zurita: cuando Salvador salga de caza le tenderemos una emboscada; lo secuestraremos y le exigiremos como rescate la entrega del "demonio marino". Haciendo alarde de habilidad, Cristo le sac a Zurita el puro del bolsillo lateral. Muchas gracias. Una emboscada, eso ya est mejor. Pero Salvador los engaar: prometer el rescate y no lo entregar. Esos espaoles... a Cristo le entr un ataque de tos. Bien, qu propones t? inquiri, sin poder contener la irritacin, Zurita... Paciencia, Zurita. Salvador confa en m, pero slo hasta el cuarto muro. Hay que conseguir que confe como en s mismo, y entonces me mostrar al "demonio". Bien, qu ms? Paciencia. Salvador es asaltado por bandidos Cristo puso el dedo en el pecho de Zurita, y yo se golpe el pecho, como araucano honrado, le salvo la vida. Entonces para Cristo no habr secretos en casa de Salvador. ("Y mi faltriquera severa repleta de pesos de oro" concluy para su coleto.) Vaya! No est mal. Y determinaron el camino por el que Cristo debera llevar a Salvador. La vspera de la partida les lanzar una piedra roja por encima del muro. Estn atentos. Pese a la minuciosidad con que haba sido elaborado el plan del asalto, una circunstancia imprevista estuvo a punto de hacer fracasar la empresa. Zurita, Baltasar y diez matones, contratados en el puerto vestidos de gaucho y bien armados, esperaban a caballo su vctima lejos de los poblados. Era una noche oscura. Los jinetes permanecan expectantes, esperando or trpala de caballos. Pero Cristo no saba que Salvador no iba de caza a la antigua, como se estilaba aos atrs. Los malhechores oyeron de sbito el ruido de un motor que se aproximaba veloz. Por detrs de un cerrillo aparecieron las deslumbrantes luces de dos faros. Un enorme automvil negro pas como una exhalacin por delante de los jinetes, sin que stos llegaran a comprender lo que haba sucedido. Zurita, desesperado, profera blasfemias. A Baltasar, por el contrario, le caus risa. No se desespere, Pedro dijo el indio. Buscando salvacin del calor que hace por el da, gracias a los dos soles que Salvador tiene en el vehculo, viajarn por la noche. Por el da descansarn. En el primer alto que hagan los alcanzaremos. Baltasar espole el caballo y galop tras el automvil. Los dems le siguieron. Llevaban unas dos horas de camino, cuando los jinetes divisaron una fogata en la lejana. Son ellos. Algo les ha sucedido. Qudense aqu, yo me acercar a rastras y me enterar de lo que pasa. Esprenme. Baltasar desmont y rept como una culebra. Al cabo de una hora ya estaba de vuelta.

La mquina no tira. Se estrope. La estn arreglando. El vigilante es Cristo. Hay que apurarse. Todo lo dems se produjo en un santiamn. Los asaltantes sorprendieron a los hombres de Salvador y, antes de que pudieran reaccionar, los amarraron a todos de pies y manos: a Salvador, a Cristo y a tres negros ms. Uno de los sicarios, el jefe de la banda Zurita prefera mantenerse inadvertido, le exigi a Salvador un rescate subido. Pagar. Sulteme respondi Salvador. Eso por ti. Pero vas a tener que pagar otro tanto por tus tres acompaantes! aadi el astuto malhechor. Esa cantidad no podr entregrsela de inmediato repuso Salvador tras reflexionar. Matmoslo entonces! gritaron los bandidos. Si no accedes a nuestras condiciones, al amanecer te mataremos dijo el asaltador. Salvador se encogi de hombros y respondi: No tengo disponible esa cantidad. La tranquilidad de Salvador asombr al bandido. Dejando tirados tras el automvil a los hombres maniatados, los malhechores comenzaron a registrar el vehculo y hallaron el alcohol que el doctor llevaba para las colecciones. Se lo tomaron y la borrachera que cogieron fue mayscula. Momentos antes de que amaneciera alguien lleg arrastrndose hasta Salvador. Soy yo dijo bajito Cristo. He conseguido soltar las ligaduras y matar al bandido del fusil. Los dems estn borrachos. El chofer ya arregl el coche. Apresurmonos. Subieron de prisa al auto, el chofer manipul el encendido y arrancaron a todo trapo. Se oyeron gritos y disparos sin orden ni concierto. Le estrech fuertemente la mano a Cristo. Despus de la escapada de Salvador se enter Zurita por boca de sus secuaces de que el doctor haba accedido a pagar el rescate. "Habra sido preferible pens el capitn quedarnos con el rescate y abandonar la idea de secuestrar al 'demonio marino', cuya feliz utilizacin se presenta incierta a todas luces." Pero la ocasin se haba perdido y slo quedaba esperar noticias de Cristo. EL HOMBRE ANFIBIO Cristo esperaba que Salvador le llamara y le dijera: "Cristo, t me has salvado la vida. A partir de ahora no habr secretos para ti en mis posesiones. Vamos, te mostrar al 'demonio marino' ". Pero, al parecer, Salvador no se propona hacerlo. Le recompens generosamente por la salvacin y se enfrasc de nuevo en su labor cientfica. Sin prdida de tiempo, Cristo se puso a estudiar el cuarto muro y la puerta secreta. Tard mucho en descubrirle el intrngulis, pero al fin lo consigui. Una vez, palpando la puerta, apret una protuberancia casi imperceptible y, de pronto, la puerta se abri. Era pesada y gruesa, como la de una caja fuerte. Cristo cruz rpidamente el vano, pero la puerta se cerr detrs de l. Esto le preocup. Comenz a examinarla minuciosamente, apret todos los salientes, pero la puerta no se abra. Yo mismo me encerr en la trampa rezong Cristo. Pero no le quedaba otro remedio, recorrera este ltimo y enigmtico jardn de Salvador. Cristo se vio en un jardn cubierto de maleza. Era una pequea depresin, rodeada por todas partes de un alto muro de rocas colocadas artificialmente. Desde all no slo se oa el oleaje, sino hasta el ruido producido por los guijarros en el bajo. La vegetacin rboles, arbustos era all de la que se da habitualmente en suelos hmedos. Por entre altos y frondosos rboles, que protegan perfectamente contra el

implacable sol, corran numerosos arroyos. Decenas de surtidores atomizaban el agua, dispersndola y humectando el ambiente. Estaba hmedo como en las orillas anegadizas del Mississippi. En medio del jardn haba una pequea casa de mampostera con azotea. Sus muros estaban cubiertos de hiedra. Las persianas verdes de las ventanas, bajadas. Cristo lleg hasta el final del jardn. Junto al mismo muro, que separaba la hacienda de la baha, haba un enorme estanque cuadrado rodeado de rboles densamente plantados, cuyo espejo era de unos quinientos metros cuadrados, y su profundidad, no menos de cinco metros. Cuando Cristo se aproximaba, cierto ser sali corriendo de los matorrales y se lanz al estanque, levantando nubes de salpicaduras. Cristo se detuvo inquieto. Es l! El "demonio marino". Al fin podr verlo. El indgena se acerc al borde del estanque y escudri las transparentes aguas. En el fondo de la piscina, sentado en blancas losas, estaba un gran mono. Desde all le miraba a Cristo con miedo y curiosidad a la vez. Cristo no poda recuperarse del asombro: el mono respiraba bajo el agua. Se vea perfectamente cmo se dilataba y contraa el trax. Habindose recuperado del asombro. Cristo no pudo contener la risa: el "demonio marino", que tanto miedo infundi a pescadores y buzos, result ser un mono anfibio. "Qu cosas pasan en la vida" pens el anciano indgena. Cristo estaba satisfecho: al fin haba conseguido enterarse de todo. Pero ahora se senta decepcionado. El mono que l haba visto no tena nada de comn con el monstruo que le haban descrito los testigos oculares. Lo que hace el miedo y la imaginacin. Haba que pensar ya en regresar. Cristo volvi sobre sus pasos y cerca de la puerta escal aun rbol prximo al muro. Arriesgndose a fracturar las piernas, salt desde la alta tapia. Apenas haba recuperado la posicin vertical, oy la voz de Salvador: Cristo! Por dnde andas? Cristo recogi un rastrillo tirado en el camino y comenz a hacinar la hojarasca. Aqu estoy, doctor. Vamos, Cristo dijo Salvador, dirigindose a la puerta camuflada en la roca. Mira, esta puerta se abre as y Salvador apret la protuberancia, ya conocida por Cristo, en la spera superficie de la puerta. "El doctor ha tardado pens Cristo, ya he visto al 'demonio' ". Salvador y Cristo entraron en el jardn. El doctor pas de largo la casita cubierta de hiedra y se dirigi al estanque. El mono segua en el agua soltando burbujas. Cristo grit asombrado, fingiendo haberlo visto por primera vez. Pero lo que le asombrara de veras estaba por llegar. Salvador no prest al mono la mnima atencin. Limitose a hacer un gesto renuente, cual si le importunara. El mono emergi, sali de la piscina, se sacudi y trep a un rbol. Salvador se inclin, palp la hierba y apret con fuerza una pequea placa. Se oy un ruido sordo. Por el permetro del fondo se abrieron unas compuertas, y varios minutos despus el tanque estaba vaco. Las compuertas volvieron a cerrarse. De uno de los laterales se despleg una escalerilla metlica que conduca al fondo. Sgueme, Cristo. Ambos bajaron a la piscina. Salvador pis una losa y una nueva escotilla, de un metro cuadrado de ancho, se abra en el medio del fondo, dando paso a otra escalera que se perda en un profundo subterrneo. Cristo sigui a Salvador a ese subterrneo. Caminaron largo rato. La nica iluminacin era la luz difusa que llegaba de la escotilla. Pero quedaron muy pronto en tinieblas. Los rodeaba una oscuridad absoluta. En aquel pasillo subterrneo los pasos retumbaban con extraordinaria sonoridad. Cuidado, Cristo, ya llegamos.

Salvador se detuvo, pas la mano por la pared, se oy el ruido de un interruptor, y todo se inund de luz. Se encontraban en una gruta de estalactitas, ante una puerta de bronce con dos cabezas de len, sosteniendo sendos anillos en la boca. Salvador tir de uno de ellos. La pesada puerta se abri lentamente y ambos pasaron a una sala oscura. Volvi a orse el click del interruptor. Una opacada esfera alumbraba la espaciosa gruta, una de cuyas paredes era de cristal. Salvador conmut la luz: la gruta qued en tinieblas, y potentes reflectores iluminaron el espacio al otro lado de la pared de vidrio. Era un enorme acuario, mejor dicho, una casa de cristal en el fondo del mar. Haba en ella algas y corales, entre los que retozaban peces. De sbito. Cristo vio aparecer entre la maleza submarina un ser humanoide con grandes ojos reventones y manos de rana. El cuerpo del desconocido estaba cubierto de escamas plateadas que resplandecan. Con rpidos y giles movimientos se aproxim a nado a la pared de cristal, salud a Salvador, entr en la cmara de vidrio, y cerr tras de s la puerta. El agua de la cmara fue evacuada rpidamente. El desconocido abri la segunda puerta y entr en la gruta. Qutate las gafas y los guantes le dijo Salvador. El desconocido obedeci, y Cristo vio ante s un joven esbelto, apuesto. Ven que te presente: Ictiandro, el hombre pez, no, mejor el hombre anfibio, alias el "demonio marino". El joven esboz una cordial sonrisa, tendi la mano al indio y dijo en espaol: Hola! Cristo estrech la mano tendida. Tal era su asombro que no pudo articular una sola palabra. El criado negro de Ictiandro se ha enfermado prosigui Salvador. Te quedars con Ictiandro varios das. Si cumples debidamente te har su criado permanente. RADIOGRAFA DE UN DA DE ICTIANDRO Todava es de noche, pero ya pronto amanecer. El aire es tibio y hmedo, est impregnado de ese dulce aroma que emana de la magnolia, los nardos y la reseda. La tranquilidad y el silencio son absolutos. Ictiandro va por un caminito de arena. Lleva colgando del cinto un pual, las gafas y los guantes para manos y pies "las patas de rana". Slo se siente cmo cruje la arena de conchas al pisar. El caminito apenas se distingue. Los rboles y arbustos lo rodean como deformes manchas negras. De los estanques comienza a levantarse niebla. De vez en cuando Ictiandro tropieza con alguna rama y el roco le salpica el cabello y las ardientes mejillas. El camino vira hacia la derecha y comienza a descender. El aire se hace ms fresco y hmedo. Ictiandro siente bajo sus pies losas, disminuye la marcha, se detiene. Pone pausadamente las gafas con gruesos cristales, enguanta manos y pies. Espira el aire de los pulmones y se lanza al agua del estanque. Le envuelve el cuerpo un agradable frescor. Las branquias son penetradas por cierto fro. Los arcos branquiales inician su rtmico movimiento, y el hombre se convierte en pez. Ictiandro de varias vigorosas brazadas alcanza el fondo del estanque. El joven nada seguro en plena oscuridad. Estira la mano y localiza una grapa de hierro en el muro de piedra. Al lado de sta, otra, una tercera... As llega hasta el tnel, lleno por completo de agua. Primero va caminando por el fondo, superando una fra corriente frontal. Se impulsa del fondo y emerge: esto viene a resultar como si se sumiera en un bao tibio. El agua calentada en los estanques de los jardines corre hacia el mar por la capa superior del tnel. Ahora Ictiandro puede dejarse llevar por la corriente. Cruza los brazos en el pecho, se pone de espalda y navega con la cabeza hacia adelante. La boca del tnel ya estaba cerca. All, en la misma salida al ocano, en el fondo, de una grieta en la roca brotaba a gran presin una fuente termal. Bajo la presin de sus chorros susurran

guijarros y conchas. Ictiandro se vira sobre el pecho y mira hacia adelante. Estaba oscuro todava. Alarga una mano. El agua est un poquito ms fresca. Las palmas de las manos chocan con una reja de hierro, cuyos barrotes estn cubiertos de vegetacin submarina blanda y resbaladiza, y de speras conchas. Asindose de la reja, el joven halla una complicada cerradura y la abre. La pesada puerta redonda de rejas, que cierra la salida del tnel, se abre lentamente. Ictiandro pasa por la rendija formada, y la puerta vuelve a cerrarse. El hombre anfibio se dirigi al ocano a grandes brazadas. En el agua todava estaba oscuro. Slo en algunos lugares, en las negras profundidades, se observan chispas azuladas de las noctilucas y el rojo opacado de las medusas. Pero pronto amanecer y los animales luminiscentes irn apagando sus faroles uno tras otro. Ictiandro siente en las branquias pequeos pinchazos, le resulta difcil respirar. Eso significa que ha superado el rocoso cabo. Tras el cabo el agua est contaminada con partculas de almina, arena y residuos de diversas substancias. En este lugar el agua est menos salada, pues muy cerca desemboca un gran ro. "No acabo de asombrarme, cmo los peces de ro podrn vivir en agua tan turbia y dulce pensaba Ictiandro. Seguramente sus branquias no son tan sensibles a los granos de arena y a las partculas de limo." Ictiandro decide subir a capas ms altas, vira bruscamente hacia la derecha, hacia el sur, luego vuelve a descender a la profundidad. Aqu el agua est ms limpia. Ictiandro fue a dar a una corriente submarina fra, que va paralela a la costa de sur a norte hasta la desembocadura del Paran, que desva dicha corriente fra hacia el este. La mencionada corriente pasa a gran profundidad, pero su lmite superior se halla a quince metros de la superficie. Ahora Ictiandro puede volver a dejarse a merced del flujo, pues lo sacar bien lejos, al ocano abierto. Ahora se puede dormitar un rato. No hay peligro: an est oscuro y los peces voraces no han despertado todava. Antes de la salida del sol siempre es agradable descabezar el sueo. La piel siente cmo vara la temperatura del agua, las corrientes